Afganistán. Misión de paz, escenario de guerra

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Atenea · Número 40
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por Joaquín Calderón Moreno
a f g a n
MISIÓN DE PAZ, ESCE
Número 40 ·
Atenea
i s t á n
La de Afganistán es la más compleja y más costosa
de las misiones en las que participan las Fuerzas
Armadas. También es la menos reconocida. Entre
el polvo y el calor asfixiante, nuestros soldados
sólo piensan en una cosa: cumplir con su misión.
FOTOS:
Joaquín Calderón Moreno
J
avier Párraga y Jesús Fraile, militares de la III Bandera de la Brigada Paracaidista, sabían que iban
a una guerra. Quizá no a una guerra
convencional, pero sabían, a pesar
de la sensación extendida entre la
sociedad española de que allí se va
a otra cosa, que en Afganistán se enfrentarían a los “insurgentes”; que verían sus caras a través de los visores
de su fusil HK, desde la pantalla con
la que buscan blancos para las ametralladoras de los vehículos RG-31 o
desde la mirilla de su fusil Barret y
que, en cualquier momento, podrían
disparar contra ellos. Párraga, herido
el 9 de julio en las cercanías de Moqur, y Fraile, el 29 de agosto en la ruta
Lithium, son las dos últimas bajas de
combate en la misión española en
Afganistán.
A pesar de que las tropas españolas se enfrentan casi a diario a hostigamientos, un eufemismo que ha ganado la partida a la palabra combate,
no están en Afganistán para matar
a nadie. Su misión ahora es doble:
adiestrar al Ejército afgano para que
asuma la seguridad de la provincia
cuando se retiren las tropas de la
OTAN y desarrollar programas de
reconstrucción en Badghis, una de
las cuatro provincias en las que se
divide el Mando Regional Oeste de la
ISAF. De la primera misión se encargan los militares de los equipos de
mentorización y enlace (OMLT, por
sus siglas en inglés); de la segunda,
los componentes de las unidades de
colaboración cívico-militar (CIMIC)
y los civiles de la Agencia Española
de Cooperación Internacional para
el Desarrollo (AECID). Para cumplir
con estas misiones, es necesario,
además de un complejo apoyo logístico en un país como Afganistán,
que haya seguridad, y garantizarla es
la tarea del batallón (bandera, en el
caso de los relevos de la Legión y la
Brigada Paracaidista) de maniobra.
En la base Ruy González de Clavijo
de la capital de Badghis, Qala i Naw,
España concentra el grueso del contingente; en Ludina, a 40 kilómetros
al norte, está el puesto de combate
avanzado (COP, por sus siglas en in-
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glés) Bernardo de Gálvez II, y en Moqur, a 27 kilómetros al este, el COP
Rickkets. Los militares españoles en
Ludina adiestran a un batallón de
infantería del Ejército afgano y dan
seguridad, en turnos de 48 horas, a
los trabajadores de la empresa turca
responsable de las obras de acondicionamiento con grava de la Ruta Lithium, que une Qala i Naw con Bala–
Murghab. Los de Moqur instruyen a
los militares del kandak (batallón) de
la tercera Brigada del Ejército Nacional Afgano, que tienen su base anexa
al puesto avanzado español, y dan
apoyo a los puestos de observación
del ANA en la ruta OPAL, la carretera que une Moqur y Darra i Bum,
ciudad en la que el Ejército afgano se
hizo cargo, en marzo, del COP español Hernán Cortés. Son los españoles
que ocupan posiciones más avanzadas, los que más veces salen de patrulla y los que un día saludan al que al
día siguiente puede apuntarles con
un kalashnikov.
Es habitual que, en sus patrullas
y operaciones de reconocimiento,
reciban fuego de fusilería o detecten
explosivos en los caminos. En la última semana de agosto, en la que cinco
periodistas estuvimos conociendo
los entresijos de la misión, las tropas
españolas detectaron cuatro IED,
explosivos no identificados; la com-
pañía desplegada en Moqur sufrió
dos ataques en días consecutivos; y
la 13ª compañía, desplegada en ese
momento en Qala i Naw, completó
la “Operación Estaca”, una misión al
norte de Ludina para que los trabajos
de “gravelado” en la ruta Lithium pudiesen continuar después del Ramadán. En esta operación, en la que los
militares españoles fueron “a mover
el avispero”, resultó herido el paracaidista Fraile. Murieron 10 insurgentes
y otros 6 resultaron heridos. Fue una
de las acciones más largas y con mayor número de bajas en el enemigo.
ni un paso atrás
“Es una acción que no buscas, pero
si te ves en un ataque tienes que defenderte, no vale sólo con no sufrir
daños. Para ellos, echarnos un metro
para atrás o hacernos volver al COP
es una victoria, porque tenemos vehículos, aviones, etc. Y eso no lleva a
que los mismos tres talibanes te vuelvan a atacar, sino que lleva a que esos
tres se lo cuenten a otros tres y entonces serán seis los que te ataquen después”, explica el capitán Pablo Torres,
al mando del puesto avanzado de
Moqur hasta el próximo noviembre.
En Afganistán descubres una nueva concepción del tiempo. La duración de los viajes se cuenta en horas,
si los kilómetros son pocos, o en días,
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En invierno y primavera los
ríos crecen por el deshielo de las
nevadas, arrasando puentes
y presas; en verano, el calor y
el polvo son los protagonistas
UN COP en medio de la nada
Cada día, los militares descargan sus armas al
entrar en la base de Muqur, donde se come de
raciones colectivas, se duerme en literas de lona
dentro de tiendas de campaña, y el agua de las
duchas se bombea de pozos. El ping pong, el
gimnasio y las salas de internet ayudan a relajarse en las horas de descanso; aunque algunos
comentarios en la red hagan mascullar la frase
“malditos aquellos que olvidan a sus héroes”,
grabada en la puerta de la cantina.
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si hay que superar zonas como el Paso
Sabzak, un puerto a 2.500 metros de
altitud que delimita las provincias de
Herat y Badghis. Por eso no es extraño que los despliegues militares se
cuenten en décadas.
El trayecto de la base de Qala i Naw
a los puestos avanzados se completa
en una media de tres horas, porque
se interrumpe en varias ocasiones
para que los militares comprueben
lugares en los que han sido anteriormente atacados con IED. Buscan cables, detonadores o cualquier pista
como el cambio de color en una zona
en la que la tierra ha sido removida.
Los IED son la forma más barata que
tienen los insurgentes de hacer más
daño y en la que menos se exponen a
la superioridad de las fuerzas internacionales. Por eso, emplean con insistencia estas bombas, que no discriminan y matan una media de 15 civiles
al mes, pero que, afortunadamente,
han reducido en los últimos tiempos
su incidencia entre las tropas españolas. Los vehículos RG-31 han supuesto una mejora vital para la seguridad
de nuestros soldados. Son más incómodos que los Lince y su elevado
punto de gravedad los hacen menos
“móviles”, pero ofrecen una seguridad que los militares agradecen.
La distancia que separa la base de
Qala i Naw de los puestos avanzados
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La complejidad para identificar a los insurgentes requiere de una atención constante,
tanto en las patrullas a pie como en los desplazamientos en vehículos blindados.
El combate del 9 de julio, en el
que fue herido el paracaidista Javier Párraga, tensó esas cadenas. La
compañía llevaba poco más de un
mes desplegada en el COP de Moqur, donde un tanque soviético les
recuerda que otros ya fracasaron, y
la misión estaba “tranquila”. Ese día
salieron a patrullar junto a un pelotón del ANA hacia el noreste, para
comprobar que no había actividad
insurgente en la ruta OPAL, que conecta Qala i Naw con Darrah i Bum.
valores de combate
no sólo se mide en kilómetros, sino
en las diferencias existentes en las
zonas de vida, en las comidas, en los
retretes, en las duchas; la que separa
la base de apoyo avanzado de Herat
de los COP, menos de 200 kilómetros,
es otro mundo que visitarán al final
de la misión. La base Ruy González
de Clavijo, inaugurada en julio de
2010, es un acuartelamiento moderno que no tiene nada que envidiar a
las bases en territorio nacional; en
cambio, en los puestos avanzados,
no hay casi nada. Su perímetro se
delimita con bloques de hormigón,
y su interior es un laberinto de estos
bloques y de “Hesco Bastion”, una
especie de sacos terreros enormes
utilizados para separar las tiendas
de campaña en las que duermen. En
ellas, pasando noches en ocho literas
con dieciséis colchones, las estrellas
de ocho puntas se igualan con las de
seis, y éstas con los galones. En Qala
i Naw se respeta la uniformidad, se
cuida el detalle y se responde con
premura al saludo del superior. Hay
respeto. En Moqur, además de respeto, hay una mezcla de admiración y
cariño que no entiende de empleos
y que demuestra que es verdad lo
que cuentan los soldados, que las relaciones que se hacen en los puestos
avanzados son cadenas.
Estaban a unos cinco kilómetros de
la base, en un pueblo que se llama
Lamari, y había más pastores y más
motos de lo habitual. Algo extraño pasaba. De repente, un disparo.
Confusión. No se sabe si ha sido un
tiro que se le ha escapado a un soldado del ANA o un enemigo, hasta que
uno de los tiradores comprueba que
en el pueblo hay insurgentes con
armas. Es el momento de coger posiciones y aguantar la intensa cadencia que mantienen los insurgentes
al comienzo de los combates. “No
te imaginas nunca cómo puede llegar a ser. Una vez que lo vives te das
cuenta que todo lo que has hecho
antes ha merecido la pena. Los años
de academia, la instrucción, que los
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profesores estuvieran encima de ti
para que hicieras las cosas bien, etc.
Cuando las mentes se colapsan, porque cuando te están pegando tiros
se pueden colapsar, tienes la certeza de que la gente sabe lo que tiene
que hacer. Todos esos valores que
nos han enseñado se acrecientan
cuando estás bajo fuego enemigo”,
explica el teniente Soto, el jefe de la
sección del paracaidista herido. Tiene 24 años y es su primera misión,
al igual que el teniente Bermúdez,
26 años, que ese día hacía las funciones de radio de su comandante en
la unidad OMLT. Es un trabajo que
normalmente hace un soldado, pero
la escasez de personal le obliga en su
“sexto curso de Academia”
Media hora después de los primeros tiros, por la radio se escucha
“herido, herido, herido”. Más tarde,
silencio. “Es el peor momento de todos y no pasa hasta que el sargento
informa de que está bien. Estamos expuestos y puede suceder, pero nunca
piensas que te puede tocar. Nos tocó y
es cuando ves la responsabilidad que
tienes”, dice el capitán Torres, que
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Apoyo y confianza
España es la responsable del adiestramiento de la Brigada III/207 del
Ejército Nacional Afgano, que tiene
aproximadamente 4.000 efectivos
y cuenta con 500 vehículos, 8 cañones de 122 mm y 30 morteros de
82mm. El plan de formación está a
punto de entrar en la última fase,
en la que se espera que adquieran
capacidades para ser autónomos.
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los réditos de la base española
Los viernes por la tarde, la base de Qala i Naw alberga un mercadillo con
más de 60 comerciantes. La base da trabajo a civiles afganos, con un sueldo
de unos 200 euros al mes, más del doble que el salario medio en la capital
de Badghis, una provincia que tiene medio millón de habitantes y un tamaño
similar al de la provincia de Badajoz. El tramo asfaltado más largo de la provincia es la pista de aterrizaje de la base, que no es más que una calle por la
que, cuando no hay tráfico aéreo, juegan niños, cruzan motos y pasan de un
lado a otro los pastores con sus rebaños de cabras.
dirigía la patrulla. El jefe del pelotón
del soldado Párraga, el sargento Coll,
subió a por él. El comandante de la
OMLT Alberto Fajardo, también. “Te
sale de dentro, no te puedes quedar
quieto, porque podrías haber sido tú
y te hubiera gustado que alguien subiera. Si no subes, siempre lo tendrás
ahí cuando apagues la luz y estés en
tu cama”, dice Fajardo. Entre los dos
le curaron y estabilizaron mientras
otros llamaban a la ambulancia y les
apoyaban con fuego de cobertura, a la
vez que mantenían sus posiciones.
Cuando el helicóptero de evacuación médica se marchó a Qala i Naw,
Fajardo, Coll y los demás paracaidistas volvieron a sus puestos, para
seguir haciendo fuego y recuperar
la iniciativa. “Los que se comieron el
marrón fueron los de la 3ª sección.
Estaban “a pie y sin dinero”, en lo alto
de una cota, a cuarenta grados, cargados con todo el equipo, en un combate que se alargó durante seis horas.
Y aguantando. Eso es digno de alabar”, cuenta el teniente Morales, 28
años, el jefe de la sección que estaba
de guardia en la base y que acudió a
apoyar en el combate. Su asistencia y
el apoyo aéreo fueron decisivos para
doblegar a los insurgentes, entre los
que se contaron nueve bajas.
Es probable que, al finalizar la misión, se conceda alguna cruz por esta
acción. “No fue porque unos estuviéramos delante, fue porque toda la unidad hizo lo que tenía que hacer. Si no,
no se saca de allí a nadie”, explica el
comandante Fajardo. Uno de los puntos del ideario de la BRIPAC dice que
“no se conocerá la hazaña por nuestros propios labios”. Lo tienen grabado a fuego y lo único que les importa
es el reconocimiento de sus compañeros. “Más allá de cualquiera valoración militar, queda el orgullo de saber
que, ante una situación así, has estado
al lado del que lo ha necesitado y que
esa persona estará a tu lado cuando lo
necesites tú. El respaldo más importante es el que te dan tus compañeros
aquí. Eso reconforta más que nada en
el mundo. Es lo más grande”.
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Las medallas no importan, pero
duele la falta de apoyo de parte de la
sociedad en España. Lo ven en internet, en los comentarios a las noticias
sobre Afganistán. “La gente no tiene
ni puta idea. Al principio me encendía, pero ya me he acostumbrado. Sé
lo que hago aquí, queda mi conciencia y mi orgullo del deber cumplido”,
cuenta uno de ellos.
Casi tres meses después, el soldado Párraga se recupera mientras sus
compañeros de la III Bandera Paracaidista siguen sus patrullas por Lamari, Fonzai, Nurgel, Miranzai o Zad
Ali, lugares que no existen cuando
los buscas en los mapas de google,
en los que hay poco más que polvo,
y desesperanza. “Siempre he pensa-
do que, si no estuviésemos aquí, esto
sería una matanza como la de Ruanda”, explica el cabo Pérez, jefe de un
pelotón de la 3ª sección, la que se
“comió el marrón” en el ataque de
Párraga. “Hay veces que cuentas las
cosas y la gente no las comprende.
Se cree que es otro mundo o que le
estás contando una película”. No, no
es una película. n
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misión en la sombra
Los equipos de colaboración cívico
- militar (CIMIC) y los de operaciones psicológicas (PSYOPS) pelean
por ganar “los corazones y las
mentes”. Explican a la población
que tienen que apoyar al Ejército
Nacional Afgano, que garantizará
su seguridad cuando se retiren las
tropas internacionales.
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