Capítulo I

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QUE TRATA DE LA CONDICIÓN Y EJERCICIO DEL FAMOSO
HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
«Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que
no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas
y sin fruto, y cuerpo sin alma».
Ya no tengo prisa.
¿Quién lo iba a decir? Toda la vida anclada en la urgencia y ahora no sé qué hacer con el tiempo. La vejez llega rebosante de minutos
cuando el futuro se ha desvanecido, entonces miras atrás y descubres
que has vivido en un eterno ensayo. El día en que aterrizas en una residencia, cerca de los ochenta y muy lejos de cualquier estación, comprendes que el ensayo fue siempre tu única función. Un estreno silencioso que nunca termina de acoger el aplauso del público.
La vida jamás resulta como la habíamos imaginado.
Cuando Cervantes planeó escribir El Quijote, no pudo sospechar
que cuatro siglos después, una octogenaria aparcada en una residencia iba a abrazarse a sus personajes para no morir todavía.
O tal vez sí.
Tal vez por eso fue capaz de escribirlo.
Si estás al otro lado de mis frases, sabrás perdonarme un inicio
tan pedante y barroco, pero tenía que decorar este pequeño estreno
con una pizca de solemnidad. Empecé a leer El Quijote muchas veces
en mi vida anterior, pero nunca tuve tiempo de cogerle el hilo. Cuando no había que cambiar un pañal, terminaba de centrifugar una lavadora de blanco.
Ahora no me quedan excusas.
Este ha de ser el intento definitivo. Espero vivir, al menos mientras viva don Alonso, y aderezar con su locura el diario que no escribí de adolescente (ahora que adolezco, pero de vejez crónica).
NO ES TAN FÁCIL MORIR [21]
No esperes unas memorias apasionantes. Mi vida ha transcurrido a lo tonto, con pena, sin gloria. Pero ese tiempo que me sobra en
la rutina es en realidad escaso, y soy mucho más brillante que Belén
Esteban. Si ella sale en la tele, yo puedo leer El Quijote y escribir un
diario, todo mientras muero.
¿O vivo?
¿O muero?
Ay, qué lío.
Hoy, al igual que don Alonso, comienzo una nueva vida. Seguramente corta, pero el folleto de mi nuevo hogar dibuja un edén vitalicio. En Septiembre cálido hay un plan de actividades diseñado por especialistas en todas las áreas de la salud y de la enfermedad. Tenemos
médicos, enfermeros, animadores socioculturales, asistentes, limpiadores, cocineros, jardineros, director, subdirector, gerente y conserje.
Todos están aquí para que el otoño de mi vida transcurra alegremente. «Un descanso merecido», reza la propaganda.
Se les olvidó incluir un comentario sobre el olor a coles.
Esta mañana, nada más llegar, el aroma de las berzas se incrustó
en mi alma. Profundo, manso, dulzón. Mientras el director nos explicaba, muy sonriente, detalles relativos a los horarios y los hábitos del
centro, mi cabeza fantaseaba con que, al menos, el chef hubiera añadido jamón al sofrito. Mi Conchín todo era decir qué bonito esto y qué
agradable aquello... Y yo, que al fin y al cabo voy a vivir aquí, pensaba en el sofrito.
¿Qué criterios sigue el pensamiento, que siempre se posa en lo
circunstancial?
Por cierto, a la hora de comer han servido ensaladilla rusa y bacalao. Ansío la hora de la cena para resolver la inquietante duda: Si
hay coles, mañana cesará el olor. En caso contrario, concluiré que habita en las paredes, en el aire, o en el señor que me ha dado la bienvenida con demasiada efusividad. Jesús, creo que se llama. Así las cosas, y a la espera de que llegue mi compañera de habitación (según me
han dicho, una señora viuda, como yo) he ordenado mi armario, he
sacado El Quijote y me he entregado a la lectura.
Cualquiera asomaba la nariz.
...
Hablaré claro: aquí solo hay viejos.
Como yo, pero peor.
[22] DAVID SÁEZ RUIZ
Ni septiembre, ni cálido, ni puñetas.
Esto es un club de almas en pena, y huele a coles.
Por eso me leo El Quijote.
Porque si no, reviento.
...
Pobrecito, don Alonso. El primer capítulo y ya se vuelve loco. En
su demencia, decide incluso enamorarse, el mayor de los desvaríos.
Pero lo hace con más cordura que el común de los infelices. Necesita
una dama a quién honrar en sus disputas ante gigantes, monstruos y
demás engendros, escoge a Aldonza Lorenzo y le regala el nombre de
Dulcinea del Toboso. Una imagina a la tal Aldonza despeinada, perfumada por mil esfuerzos y entrada en carnes, pero si visualiza a Dulcinea queda prendada de su belleza.
Práctico y funcional.
Necesita una dama a la que alzar a sus altares, por la cual vivir.
Pues la busca. La elige entre los posos de una memoria enferma, y a
otra cosa.
Mi locura, sin embargo, fue la de los cuerdos: transitoria, oculta,
inevitable. Me entregué a Dulcineo sin reparar en el machismo que
ocultaba su galantería, en su deslealtad congénita, en su egoísmo atroz.
Cuando descubrí a Aldonzo, ya era tarde. Votos, testigos y sacerdote
sellaron mi desatino sin el donaire de Amadís de Gaula. Peor fue lo de
mi Conchín, que se fue a enamorar del imbécil de mi yerno y todavía
no ha descubierto que además de feo, es malo. Porque mi Ernesto tuvo
la mirada esquiva (bizco, era bizco), la nariz inconveniente y el pelo
muy provisional. Se ocupó siempre del negocio con fervor, no me faltó de nada, salvo un pelín de cariño. Podría decir que me respetó, me
amó incluso, a su modo. Eran otros tiempos, qué sé yo. Pero este yerno mío es malo.
Al tiempo.
Por cierto:
(Querida desconocida, inminente compañera de habitación, que
sin duda serás vencida por el diablo y leerás a escondidas este diario).
Me llamo Caridad, como la Virtud.
He pasado un rato.
Un lugar de Teruel, cuyo nombre olvidé recordar. A siete de febrero de
2011.
NO ES TAN FÁCIL MORIR [23]
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