No sólo les quitan la tierra sino que ahora les arrancan los árboles Martín Miguel Herran “La selva que acabábamos de pasar es de una fecundidad extraordinaria. La más tupida, hermosa y rica en especies arbóreas de todas las que pudimos descubrir desde nuestra salida del Timbó. Puede decirse que desde Sombra de Toro, a una legua de Orán, hasta Vado Hondo , el camino lo constituía un túnel de 15 kilómetros de largo y 6 metros de ancho, perforado , por así decirlo, en la espesura boscosa que separa, sin solución de continuidad, ambos puntos entre sí”. (“1500 kilómetros a lomo de mula. Expedición Victorica al Chaco, Gerónimo de la Serna, febrero de 1885”.) Esta descripción de una floresta exuberante en las afueras de Orán, en lo que hoy es una gran plantación porotera al costado de la ruta 50, nos parece hoy legendaria. Los montes y selvas del noroeste argentino han sido desde la época colonial los almacenes en los que el mal entendido progreso o desarrollo se nutrió, el gran depósito donde el capital abrevó su constante sed de tierras y gente. Fueron sobre todo sus habitantes, pueblos originarios o criollos instalados en tiempos más recientes, los que sufrieron en carne propia la ambición monetaria de las clases dominantes sobre las tierras boscosas. En la década de los ’80 del siglo diecinueve fue el genocida Roca, el asesino delegado por el establishment oligárquico porteño, el que viabilizó la expansión tranquila de vacas y granos a través de la vasta pampa. En nuestro norte tórrido, las bandas asesinas de los Victorica y sus secuaces uniformados , entre ellos Brígido Uriburu y Luis Fontana , quienes junto a otros infames nombres despejaron los montes chaqueños de “tribus belicosas” para garantizar el establecimiento de serias y prósperas industrias, con la Forestal Quebracho Company como referente paradigmática. Los pobladores de nuestros montes y selvas han sido sistemáticamente saqueados, expulsados, reprimidos y explotados por los dueños del poder: terratenientes “legales” o “inversores”, según las épocas y circunstancias históricas. Sólo basta recordar la edificación de los dos mayores imperios azucareros argentinos, Tabacal y Ledesma, con el sudor y la sangre de miles de braceros esclavizados junto a sus familias, gigantescos trapiches alimentados por varias generaciones de indígenas a los que despojaron de sus tierras ,aún en las más remotas quebradas de Iruya o Santa Victoria. Ingenios que prosperaron también gracias al barrido de inmensas superficies de ricas selvas. Hoy los conflictos en áreas boscosas se han desplazado a los montes secos del Chaco salteño o santiagueño y a la franja cada vez más reducida de las llamadas Selvas Pedemontanas. El Dios Mercado manda; en estos tiempos se vende soja y muy bien. También, y debido a que muchos campos del sur del país han sido entregados al mágico poroto chino, los montes salteños están obligados a ofrecerse en sacrificio; ¿qué mejor negocio que plantar pastos sabrosos para vacas exportables donde hasta ahora había solamente arboledas malsanas y espinosas, plagadas de alimañas? El desmonte es pues, si se lo analiza en el contexto social, político y económico actual, solamente una cabeza más de esta monstruosa Hidra de Lerna que es el capitalismo globalizador, uno de los múltiples y horribles rostros que este nuevo orden mundial le muestra a los oprimidos de nuestros pagos. Es que de eso se trata, la tierra y los bosques que sobre ella crecen deben ser medidos y calculados en términos económicos; los términos rentabilidad del suelo, productividad del ecosistema, ordenamiento territorial, bosque empobrecido o sobremaduro o valorización de la tierra son los que priman en el léxico de todo agrónomo o ingeniero en recursos naturales que se precie y en cada página de cualquier proyecto de reemplazo de bosques por cultivos; el hombre poco o nada importa, muchas veces nada, como en varios estudios de impacto ambiental que ignoran la existencia de comunidades indígenas sobre las tierras del “proyecto”. ¿Cómo es la historia de un desmonte? El primer capítulo, quizás el fundamental, es el del dominio de la tierra. Si es de puesteros criollos , poco o mal organizados, la mayoría de las veces desconocedores de sus derechos sobre su terruño, el trabajo es bastante rápido: unos buenos abogados o escribanos, hábiles en los artes del chantaje o de la promesa, logran bastante rápido que los campesinos se resignen a malvender o incluso a ceder sus tierras ante el gran señor o a “la empresa”, que tan rectamente adquirió la finca , cumpliendo con todas las reglamentaciones inmobiliarias que el puestero desconocía hasta entonces. Otras veces se trata de lotes fiscales, en donde las luchas a veces demoran un poco más este saqueo políticamente correcto. Hay sí algunos casos donde la apropiación de la tierra por parte de capitalistas se hace mucho más difícil y hasta violenta, es cuando allí habitan comunidades aborígenes o grupos de campesinos criollos pero organizados y conscientes de sus derechos. Las responsabilidades Las del Estado, que son indelegables, han sido congeladas por varios gobiernos, la repartición específica se limita a hacer cumplir una normativa jurídica y administrativa, vacía de contenido humano y que sin dudas ha sido pergeñada por los mismos desmontadores. Un mecanismo de audiencia pública no vinculante funciona como espacio hipócrita de catarsis para que los que cuestionen un determinado proyecto. Total, igual se hace, y de hecho se hace siempre, lo que el dueño del proyecto quiere hacer. Indigna a muchos la participación de ciertos profesionales de las universidades públicas, nuestra U.N.Sa. entre ellas, en estudios de impacto ambiental y social que en una gran mayoría de casos sólo sirven de maquillaje verde a los desmontadoresexpulsores. Y es quizás eso lo que más preocupa a los que sufren los desmontes: que la crema y nata de la intelectualidad y la cima del saber técnico-científico a nivel regional se calle, enmudezca cuando a todas luces se aprecia la aniquilación de la naturaleza y de su gente. Salvo muy honrosa excepciones, la universidad pública ha servido en los últimos años como una vitrina en la que el capital puede buscar los mejores técnicos para sus intereses. Esto no es nuevo, ha pasado siempre, incluso en los ’70, cuando en uno de los juramentos de graduación el flamante profesional se comprometía a poner todos sus conocimientos y habilidades al servicio de la liberación de nuestros pueblos latinoamericanos Las normas Los desmontes, después de varias décadas de ser una actividad completamente desregulada por el Estado, comenzaron a tener un endeble marco regulatorio desde fines de los ’90, y exclusivamente en base a dos factores fundamentales: - El consenso del primer mundo sobre el hecho de que los recursos naturales de la Tierra estaban en crisis y era urgente actuar con cierta moderación (maquillaje verde). - Las presiones sociales (aborígenes, campesinos expulsados, ongs, etc.) El criterio económico-monetario es el rector de la normativa, obviamente enmascarado en pautas técnicas aparentemente comprometidas con el ideario éticoecologista. Se apunta a preservar el suelo (controles de erosión hídrica y eólica) como fuente valiosa y frágil de beneficios agrícolas. La propiedad privada es el sujeto dominante en la naturaleza, desde el momento en que cada autorización y plan de desmonte se evalúa a nivel de catastros individuales y no de unidades ecológicas. La naturaleza ¿Cuál es la utilidad de un monte, qué perdemos al desmontar? El discurso ecologista, si bien muy instalado en los medios, todavía genera cierto rechazo por haber nacido aparentemente, en ámbitos intelectuales y científicos muy alejados de los sectores populares. Sin embargo el activismo ambiental sólo ha sido un traductor de las realidades evidentes, observadas justamente en los lugares más pobres, allí donde la destrucción de la naturaleza causa más graves daños. La imagen es muy sencilla de imaginar: el desmonte tiene por objeto extraer todos, pero absolutamente todos los árboles, arbustos, renovales y plantas de un espacio rural. El método actual es bastante repetido: dos grandes topadoras que se enganchan una inmensa cadena, cien metros entra cada una de ellas, y a voltear. ¿Quedan raíces o tocones medio rebeldes? : la “uña” escarificadora y el “rolo” son accesorios más que efectivos en esta ejecución sumaria de un monte. Desmontar un espacio es simplemente despojarlo de todas las plantas que allí crecen, y por consiguiente de todos los animales que encuentran allí su hogar. Además es modificar el movimiento de las aguas de lluvias, al eliminar la cobertura esponjosa de vegetación que frena las inundaciones, es contribuir al cambio climático y las emisiones de carbono ala atmósfera. Desmontar es reemplazar un ambiente con cien o doscientas especies diferentes de árboles por un campo con un solo tipo de cultivo. El argumento que recorre la mayoría de los estudios de impacto ambiental, con los que los plantadores de pasto o granos formalizan los pedidos de desmontes ante el Estado, es que esos bosques están degradados, explotados y sobreexplotados, empobrecidos, siempre a causa de un desmanejo histórico, de la falta de planificación oficial y de la ignorancia popular, que ha insistido tercamente en estropear los bosques con ganado descontrolado y además, cazando todo lo que caminaba. Esto no exime de culpa a ninguno de los gobernantes que jamás educaron a pobladores sobre modos apropiados de uso del bosque y que nunca invirtieron un centavo de los impuestos que pagó el pueblo para cuidar esos recursos que ahora ayudan a destruir. Aritmética de la aniquilación Según las cifras oficiales, sólo en la provincia de Salta han sido despojadas de su cobertura forestal (eufemismo académico por desmonte, tala rasa) un total de 1.853.644 has. desde 1962 hasta el 30 de octubre de 2007. Uno puede visualizar mejor este número si lo imaginamos concentrado en un gran hueco cuadrado de 136 km de lado, como el que muestro en la figura ¿Qué desarrollo, para quiénes? El concepto desarrollo se ve circunscripto, en la lógica y en el discurso de los grupos de poder y del Estado que les es funcional, a la idea del desarrollo económico, es decir, al aumento de producción económica que no necesariamente se traduce en un incremento de la calidad de vida, según la definición aceptada en todos los organismos internacionales sobre lo que significa el desarrollo humano. Además, se deja sobreentendido que en todo sistema de mercado el aumento de las ganancias entre los dueños de los medios de producción y de la tierra tiene un efecto de derrame sobre todos los sectores económicos de la sociedad. Sin embargo, una visita a cualquier de los pueblitos que subsisten a la vera de los campos sojeros no sugiere que ese derrame haya sido real, al menos si uno se informa sobre las dramáticas estadísticas de pobreza y emigración. Un caso típico: Finca Los Pozos Citada como ejemplo de inversión privada generadora de desarrollo, el proyecto de inversiones agropecuarias de Finca Los Pozos resulta un caso que presenta los ingredientes citados acerca de la concentración de la tierra , el reemplazo de bosques por cultivos industriales y el desalojo de campesinos paupérrimos y sin títulos legalizados. El capitalista en cuestión es el grupo inversor CRESUD, integrante a su vez de un grupo mayor que reúne a empresas financieras, agropecuarias, mineras y comerciales. La Finca Los Pozos tiene 248.000 hectáreas, 80.000 de las cuales ya han sido desmontadas. La cabeza visible de este capital es Alejandro Elsztain, también gerente de la cadena de shoppings Alto Palermo S.A., que controla entre otros a nuestro Alto Noa Shopping. En el otro extremo, los pobladores que viven al borde de las topadoras de CRESUD, entre ellas la señora Matorras, de Puesto El Cielito, obligada por la empresa a desalojar cuanto antes su rancho para dar paso a las caterpillars del progreso. Tanto esta señora como los otros campesinos que han vivido en el Impenetrable salteño por generaciones no tienen idea alguna de sus derechos de posesión , sólo llevan en sus ojos la desesperación de personas acorraladas, obligadas en el otoño de sus vidas a emigrar forzadamente a quién sabe qué periferia de pueblo, para sufrir aún más miserias que las actuales. Ni Elsztain se hará jamás picar por una garrapata de El Cielito, ni doña Matorras podrá conocer alguna vez el Alto Palermo, así son las cosas. Los grandes ausentes: el gobierno por un lado, que encajona sus compromisos sociales preelectorales y pasa la pelota a las empresas con supuesta responsabilidad social; por el otro lado las universidades y sus técnicos, formados y pagados a costa de una inmensa parte del pueblo que nunca podrá acceder a la educación. El discurso justificador permanente, vociferado a los cuatro vientos por funcionarios estatales, empresarios y técnicos maquilladores de estos saqueos y despojos es que, gracias a la inversión privada, llegará por fin el desarrollo a las postergadas regiones de una provincia tan extensa como la nuestra. La falacia ni siquiera tiene patas cortas, apenas sí se puede arrastrar: el estado provincial abandonó desde los tiempos de su gestación institucional a centenares de poblados ubicados en regiones económicamente desfavorables. Gracias todavía que el gobierno nacional edificó escuelas en alguna época, aunque más no fueran escuelas rancho; ahora , por el contrario, conviene hacer algo, o por lo menos aparentar, queda mal tener tanta gente sin nada cuando queríamos entrar al primer mundo durante el menemato. Menos mal que la inversión privada cae como anillo al dedo para cederles el mérito del progreso. Un progreso sí, pero económico y sólo para las empresas y el enjambre de intermediarios oficiales y oficiosos que garantizan el negocio. Aunque sea a costo de la gente; sobre todo si es a ese costo. Es inadmisible que una administración de gobierno delegue la responsabilidad del progreso humano, del desarrollo social, en grupos económicos cuya única lógica es la de la expansión capitalista, grupos para los cuales la gente sólo cuenta en realidad como costo de mano de obra; pour la gallerie hay escritos voluminosos códigos de ética empresariales y cada compañía tiene un gerente de responsabilidad social y ambiental. La Ley Bonasso Después de un gigantesco esfuerzo de convocatoria y presión política, se votó la llamada Ley Bonasso, por ser este diputado su más tenaz impulsor. La norma fue aprobada el 28 de noviembre de 2007 , y para los más incautos parecía que por fin se empezaría a hacer las cosas en serio, ante la brutalidad del “ecocidio” del gobierno salteño y de las otras provincias con bosques, denunciado por Bonasso . Pero la viveza criolla siempre está desenvainada, por si el aire se torna espeso. Y fue así como, en un lapso récord, la provincia de Salta, justo antes de cambiar de rostro en su administración política, cometió la astucia de aprobar un extra, una “yapita” de 130.000 has. de desmontes en el mes de noviembre. Durante un año entero, las provincias tropicales estuvieron dibujando un ordenamiento territorial, según lo exige esta ley, la Nº 26.631. ¿De qué se habla? : de que un grupo de técnicos expertos , y con ayuda de un proceso de aparente transparencia democrática basado en foros y reuniones de consulta , debía decidir el futuro de bosques en base a tres colores sobre un mapa: el rojo para lo que no se podrá tocar más, el verde para lo que se cede en sacrificio a los intereses del capital agro-industrial y ganadero, y el amarillo, por diferencia, que será el color de los llamados bosques degradados que sí podrán ser explotados sustentablemente, pero no eliminados. ¿Pero quién manejó los pinceles coloreados? En vísperas del fin de año, la Legislatura salteña aprobó la Ley de Ordenamiento Territorial, pero la sociedad no pudo saber cuál es el mapa final de colores. Sólo circuló uno, el resultado expuesto por el equipo técnico contratado por el Ejecutivo para el dichoso ordenamiento y publicado en el matutino local, en el que ya aparecía una clara tendencia a desconocer y pisotear las dramáticas luchas de nuestros hermanos aborígenes y criollos para sobrevivir frente a la voracidad de la agroindustria. Algunos comentarios señalan que el proyecto aplaudido en las cámaras la segunda semana de diciembre es más prepotente aún, y barre de un plumazo tanto las voces desesperadas de los que pierden su tierra como la de expertos que señalaron al gobierno la irresponsabilidad de seguir autorizando el volteo de montes después de conocerse la dimensión nacional del desastre. Quien esto escribe lo hace desde la indignación al mirar, asombrado, la cantidad y ubicación de las “zonas verdes” en el mapa que, según la Ley 26.631, decidirá el futuro de los bosques provinciales, y por supuesto, de sus pobladores. Esperaba un mínimo de dignidad y justicia de parte del gobierno en este procedimiento de ordenamiento, que ya venía viciado de entrada al imponer a la sociedad un debate sobre políticas ambientales antes de resolver la cuestión de fondo: el derecho a la tierra. Siento una inmensa indignación, porque fuimos más de un millón de personas las que pedimos al gobierno nacional, el año pasado, que detuviera esta aniquilación de los bosques del norte argentino. Las selvas y montes salteños, como los de las provincias vecinas, están en estado crítico, y nos encontramos con que los organismos y personas que tenían que decidir la terapia a aplicar, están agravando la situación. Parece el caso de un enfermo grave de pulmón al que una junta médica le dice que fume como máximo dos paquetes de cigarrillos por día. Y no exagero: se ha pintado de verde (o sea, tierras en las que el bosque, por su bajo valor de conservación, puede ser eliminado y reemplazado por cultivos) a grandes extensiones de los departamentos de Anta y Rivadavia Banda Sur, zonas que figuran entre las más arrasadas del país por los desmontes de la dupla soja-pasturas. En particular, se está entregando a los intereses especulativos el destino de lo poco que queda del Impenetrable en suelo salteño, un bosque muy seco y muy denso a la vez, y - me consta - muy poco estudiado como para asegurar que tiene un bajo valor de conservación, ya que es hábitat de especies en extinción como el quimilero, tatú carreta, oso bandera, pichi ciego Chaqueño (especie casi desconocida para la ciencia) y jaguar. Además, esos bosques son morada de numerosos puesteros criollos, los que aún quedan después del continuo, brutal y silencioso desalojo que se venido produciendo en el área durante los últimos cinco años. Incluso gran parte de Salta Forestal, dada en concesión a empresas privadas, figura ahora en verde, lo que a mi entender se contradice con la condiciones de la privatización. Figuran también en verde vastas zonas de monte chaqueño al norte de los departamentos de Orán y san Martín, pobladas por comunidades indígenas, las que a la fecha siguen en pie de lucha para salvar su hogar, el monte, de la voracidad empresaria. En lo que respecta al amarillo, causa una desagradable sorpresa ver que se ha teñido con este color ( lo que indica bosques de mediano valor de conservación y que pueden ser explotados sustentablemente) a toda la alta cuenca del Bermejo, o sea la totalidad de las serranías de Iruya, Orán y Santa Victoria, a pesar de que las selvas aquí han sido saqueadas hasta el agotamiento, con criterio minero, y de que los lugares con mediana “rentabilidad económica” están en las faldas más escarpadas de los cerros, donde la explotación maderera ocasiona permanentemente derrumbes y deslizamientos de laderas. El gobierno está pintando de amarillo a montes relictuales de una biodiversidad extraordinaria y, lo que es más grave, no estudiados. Por otra parte, y lo que es fundamental, la reglamentación de la Ley 26.631, en su anexo II, indica claramente que ningún área boscosa con pendientes superiores al 25 % será aprovechable y deberá ser incluida en los bosques de protección. Así que hay una contradicción con la ley marco, y todas estas áreas de yungas de montaña deberían estar en rojo. El color amarillo, además, es el más ambiguo porque la ley lo determina como la superficie que queda por diferencia entre los otros dos colores, no detalla el tipo de aprovechamiento que puede hacerse, y deja en manos de las provincias y sus equipos técnicos el diagnóstico del estado de esos bosques. Es esta indefinición que da lugar a los planteos aberrantes como los de “desarbustado”, que es una figura técnica hipócrita que sólo apunta a mata ecológicamente un bosque para su explotación ganadera sin eliminar la cobertura arbórea, para guardar la formalidad jurídica, pero en una total insustentabilidad. Debo aclarar que asistí como invitado a dos reuniones del grupo de biodiversidad en el marco del ordenamiento, y es evidente que la opinión de los mayores especialistas en la cuestión no ha sido incluida, de lo contrario no estaríamos viendo tanto verde sobre territorios en los que se hallan animales casi desaparecidos en el resto del país ( tapir y jaguar entre ellos). Es doloroso ver que técnicos contratados por el Estado con la exclusiva misión de diseñar un plan para la protección y el uso racional de los montes a largo plazo, estén mostrando un mapa en el que a todas luces tuvo más peso el criterio de expansión agropecuaria de gran escala que el de respeto a pobladores originarios y a la protección de ambientes al borde de la desaparición. Hay a todas luces una decisión política de no afectar los intereses de una élite empresaria que basa sus negocios de gran escala (leguminosas, ganadería y quizás pronto biocombustibles) en la habilitación (léase desmonte) de vastas extensiones de tierras ahora ocupadas por bosques. Basta ver como ejemplo en qué términos se expresa el ministro de ambiente, cuando dice que el gobierno debe organizar un plan de contención para los aborígenes desalojados por desmontes. Esto y negar los derechos mínimos y vitales de los pueblos preexistentes es lo mismo. Foto de: endepa.org.ar/declaracion_conflictos_salta.htm Quebracho Colorado Chaqueño, ejemplar cercanías del pueblo de Rivadavia, Salta colosal, foto de 1927, en las Hacheros talando un quebracho en un campo de La Forestal, Villa Gullermina; Santa Fe, década del ’40. Fotografía de un desmonte actual en la provincia de Salta endepa.org.ar/declaracion_conflictos_salta.htm Un par de D-7 topando el monte en la zona de Pampa del Infierno, Santiago del Estero www.acdh.org.ar Leñadores norteamericanos talando un gigante del Pacífico, el Abeto Douglas, año 1906, Oregon catskillarchive.com www.acdh.org.ar Desmonte Foto: V. Failde - para producción www.agro.uba.ar/apuntes/no_4/expansion.htm agrícola Sequoia tumbada en Yosemite, a principios del siglo XX www.yosemite.ca.us Tobas de orillas del Pilcomayo, 1892 Mapa publicado en El Tribuno el 21 de noviembre, realizado por el equipo técnico contratado por el Ministerio de Ambiente de la provincia