Curación del ciego de Jericó.

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AMBIENTACION
Hoy, como todos los Domingos, nos reunimos para celebrar la Eucaristía y escuchar la
Palabra de Dios. Jesús, el Señor, al igual que abrió los ojos al ciego de Jericó, también
abrirá los nuestros para caminar, sin tropiezos, hacia el reino de Dios.
A lo largo y a lo ancho de nuestra vida anhelamos liberarnos de aquello que coarta (o
creemos que es así) nuestra libertad o nuestros deseos e ilusiones: liberarnos de la
disciplina, del Colegio, de la Familia o de la iglesia; de la rigidez del trabajo, de los horarios
o del «jefe»; del calor, del frío, de la enfermedad.
No quedamos satisfechos de nuestros intentos de «auto-liberación». Hoy la Palabra nos
dice que la verdadera y única liberación viene de Dios: en la medida que Dios viva en
nosotros, así alcanzaremos la libertad de aquello que oprime, agobia, preocupa o esclaviza.
1. PREPARACION: Invoquemos AL ESPIRITU SANTO
Señor Jesús, envía tu Espíritu,
para que Él nos ayude a leer la Biblia
en el mismo modo con el cual Tú la has leído
a los discípulos en el camino de Emaús.
Crea en nosotros el silencio
para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura,
en los acontecimientos y en las personas,
sobre todo en los pobres y en los que sufren.
Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros,
como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección
y testimoniar a los otros que Tú estás vivo
en medio de nosotros como fuente de fraternidad,
de justicia y de paz.
Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María,
que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén.
2. LEAMOS LA PALABRA: ¿QUÉ DICE el texto?
Jr. 31, 7-9: «El Señor ha salvado a su Pueblo»
En la reflexión de fe que va haciendo el Pueblo escogido sobre la historia de su
liberación, descubren su origen y la razón de ser como pueblo en la presencia de Dios que
lucha junto a sus antepasados y les ayuda a vencer.
Siempre que viven una experiencia de destierro y retorno a la patria, recuerdan sus
orígenes pero olvidan, con facilidad, la dimensión más profunda de la lucha: la liberación
integral que tienen que ir consiguiendo paso a paso. Para recordárselo, Dios suscita a los
Profetas como pregoneros insobornables.
Jeremías, más que ningún otro, nos recuerda las dimensiones más íntimas y vitales de
la verdadera y única salvación que protagoniza Dios y culminará en Cristo. Sus tonos son
de gozo y de júbilo, porque la salvación que asegura Dios no se funda en medios humanos,
sino en su fuerza y su amor. Los pobres de Yahvé, los pobres y despreciados, aquéllos
que confían en que Dios nunca puede faltarles, ésos se congregarán y alcanzarán la
salvación.
Sal. 126(125): «El Señor ha estado grande con nosotros»
El salmo 126(125) evoca la alegría que ha suscitado, entre los piadosos judíos, el
cambio de actitud de Dios para con los desterrados en Babilonia y el retorno de los
primeros repatriados. Evoca también el deseo ardiente de que pronto retornen los demás
exiliados, para que les ayuden en la tarea difícil de restaurar Jerusalén y el país entero.
«El salmo se distingue por la riqueza y delicadeza de emociones, la finura y lo adecuado
de sus imágenes, la presencia de motivos, la exactitud medida de sus términos» (A.
González). El peregrino que visita Sión tiene la sensación de venir del destierro ya que su
verdadera tierra es Jerusalén. Para un judío vivir lejos de Jerusalén es como vivir en el
destierro.
«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (v.3): Dios
siempre es grande y no puede dejar de serlo porque no puede dejar de ser Dios. «Estar
grande» significa obrar a lo grande. Dios ha estado grande con su pueblo cuando éste
regresó de Babilonia. Y Dios estuvo pequeño con su pueblo durante el destierro.
Dios siempre quiere estar grande, obrar a lo grande. Cuando obra a lo grande, obra a
sus anchas, como él quiere, como a él le gusta.
A lo grande obra Dios en la Naturaleza. Todos los años la vida estalla en millones de
árboles y arbustos. El que suscita esa vida no es un espíritu tacaño sino derrochador. Y de
ese derroche, de ese despilfarro, de esa sin medida, brota la belleza de la nueva vida.
Siempre que le dejamos a Dios ser Dios y no le ponemos límite a su acción, brota
espontánea la alegría. Como sucedió al pueblo de Dios: «El Señor ha estado grande con
nosotros y estamos alegres». Y María entonó el Magníficat. Tal vez no hemos caído en la
cuenta de que la raíz profunda de nuestra tristeza está en que nos empeñamos en querer
ocupar en nuestro corazón el lugar que pertenece a Dios.
Hbr. 5,1-6: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»
La liberación de Cristo, salvación de Dios, no se hace en la lejanía de los principios, de
las ideas programáticas. El sacerdote, miembro señalado en el quehacer salvador, es un
hombre que vive su misión compartiendo con los demás la carga de su compromiso.
Responde a la llamada de Dios para operar la salvación mano a mano con los hombres sus
hermanos. Cristo es «mediador» porque no yuxtapone su servicio a Dios y su servicio a los
hombres. Sirviendo a los hombres, ama a Dios. Sirviendo a Dios, ama a los hombres. Este
servicio es siempre «por-los-demás» y por eso, al implicar una lucha contra el pecado, tiene
el carácter redentor. Desde la humildad de este servicio puede comprender a los
«ignorantes y extraviados». Este es el sentido del texto.
Mc. 10,46-52:
«Anda, tu FE te ha curado»
EVANGELIO DE JESUCRISTO
SEGUN SAN MARCOS
R/. Gloria a Ti, Señor.
El ciego de Jericó
(Mt. 20,29-34; Lc. 18,35-43)
46
Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus
discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo, Bartimeo,
un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al
enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
– «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!»
48
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba
muchomás:
–«¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
49
Jesús se detuvo y dijo:
–«Llámenlo».
Llaman al ciego diciéndole:
–«¡Ánimo, levántate, que te llama!»
50
Y él, arrojando su manto, dio un brinco y se vino ante Jesús.
dirigiéndose a él, le dijo:
–«¿Qué quieres que te haga?»
El ciego le dijo:
–«Rabbuní, que vea».
52
Jesús le dijo:
–«Vete, tu fe te ha salvado».
Y al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra del Señor.
R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
51
Jesús,
Re-leamos LA PALABRA para interiorizarla
a) Contexto: Mc. 8,22 - 10,52
Mc 8,22-26: Curación de un ciego
Mc 8,27-38: Primer anuncio de la Pasión
Mc 9,1-29: Instrucción sobre el Mesías Siervo
Mc 9,30-37: Segundo anuncio de la Pasión
Mc 9,38 a 10-31: Instrucciones sobre la conversión
Mc 10,32-45: Tercer anuncio de la Pasión
Mc 10,46-52: Curación del ciego de Jericó.
El evangelio de este domingo describe el episodio de la curación del ciego Bartimeo
de Jericó (Mc. 10,46-52), que finaliza la larga instrucción de Jesús para sus discípulos (Mc.
8,22 a 10,52). Al principio de esta instrucción, Marcos había colocado la curación del
ciego anónimo (Mc. 8,22-26). Ahora, al final, comunica la curación del ciego del Jericó
(Mc. 10, 46-52)
Las dos curaciones son el símbolo de lo que sucedía entre Jesús y los
discípulos. Indican el proceso y el objetivo del lento aprendizaje de los discípulos.
Describen el punto de partida (el ciego anónimo) y el punto de llegada (el ciego
Bartimeo) de la instrucción de Jesús a sus discípulos y a todos nosotros.
La curación del ciego anónimo, al comienzo de la instrucción, se completa por dos
momentos (Mc. 8,22-26). En el primer momento (vv. 22-24), el ciego comienza a intuir
las cosas, pero sólo a medias: ve las personas como si fuesen árboles (Mc. 8,24). En el
segundo momento (vv. 25-26), en el segundo intento, comienza a entender bien.
Los discípulos eran como el ciego anónimo: aceptaban a Jesús como Mesías,
pero no aceptaban la cruz (cfr. Mc 8,31-33). Eran personas que cambiaban personas por
árboles No tenían una fe fuerte en Jesús. ¡Continuaban siendo ciegos! Cuando Jesús
insistía en el servicio y en la entrega (Mc. 8,31;34; 9,31; 10,33-34), ellos discutían entre sí
sobre «quién era el más importante» (Mc. 9,34) y continuaban pidiendo los primeros
puestos en el Reino, «uno a la derecha y otro a la izquierda» del trono (Mc. 10,3537). Señal de que la ideología imperante de la época penetraba profundamente en sus
mentalidades.
El haber vivido varios años con Jesús, no les había renovado su modo de ver las
cosas y personas. Miraban a Jesús con la mirada del pasado. Querían que fuese
como ellos se lo imaginaban: un Mesías glorioso (cfr. Mc. 8,32).
Pero el objetivo de la instrucción de Jesús es que sus discípulos sean como el ciego
Bartimeo, que acepta a Jesús como es. Bartimeo tiene una fe fuerte que le hace ver, fe que
Pedro no posee todavía. Y así Bartimeo se convierte en el modelo para los discípulos del
tiempo de Jesús, para las comunidades del tiempo de Marcos, como para nosotros.
b) Organización del relato:
v. 46: Descripción del contexto del episodio
v. 47: El grito del pobre
v. 48: Reacción de la gente ante el grito del pobre
vv. 49-50: Reacción de Jesús ante el grito del pobre
vv. 51-52: Conversación de Jesús con el ciego y su curación
c) Comentario:
v. 46: Descripción del contexto del episodio
En su marcha hacia Jerusalén, acompañado de sus discípulos, Jesús llega a la última
etapa, la que sube de Jericó a la ciudad santa. Ese viaje detallado, rico en experiencias, es
la imagen de la vida cristiana. Caminar incesante hacia una meta, la muerte y la
resurrección. Jesús encabeza el grupo, le dispensa su palabra y hace signos reveladores
de sus propósitos.
¿Por qué precisamente la curación de un ciego en ese momento? Los detalles son
significativos. Contrasta la quietud forzada e impotente del «mendigo ciego», cuyo
nombre ha quedado en la memoria, Bartimeo, que está en una situación de pasividad
(«sentado») y de marginación («junto al camino», es decir, fuera del camino). En cambio,
se anota el avanzar continuo de Jesús y los suyos, que está en camino: entran y salen de
jericó.
Así se describe, en el relato, esta situación inicial que, por la acción salvadora de
Jesús, se transformará em una situación nueva: «lo seguía por el camino». De este
modo, la «curación» material-física del ciego Bartimeo se convierte en signo de lo esencial:
la salvación aportada por Jesús a quien cree en Él.
¿Qué impide al ciego unirse a ese grupo que marcha hacia la luz y la vida? Su
condición de invidente. Ella lo clava en un sitio, lo hace depender de los demás para saber
qué pasa, y lo obliga a vivir pendiente de la limosna. Es la imagen del hombre en
oscuridad y sin esperanza.
v. 47: El
grito del pobre
Pero cuando Jesús pasa la salud se hace presente para él. Aquel hombre había
demostrado tener esta confianza primordial. Al acercarse Jesús, se había puesto a «gritar»
a Dios, como «gritan» a Dios los suplicantes del Salterio para expresar su petición y
alcanzar la salvación («desde lo hondo a Ti, grito, Señor»), y como los creyentes
también, iluminados por la verdad que viene a ellos, «gritan» su fe para pregonar la acción
de Dios; así «claman» a Dios «¡Padre!» los que recibieron el Espíritu.
Si Jesús es «Hijo de David», también es algo más. El evangelio de Marcos no tiene otra
finalidad que la de manifestar quién es en realidad Jesús. Símbolo de los discípulos tardos
para comprender, el ciego, que no conoce en Jesús más que al Hijo de David, necesita una
nueva iluminación; cuando la tenga, podrá ponerse a seguir a Jesús.
Su grito hacia Jesús, Hijo de David, no es el clamor de un hombre sino la llamada
angustiosa de todo un pueblo que ese ciego representa. Se diría que en él la humanidad
grita su postrera oportunidad. «Ten compasión de mí»: reconoce que está a merced del
amor generoso de Dios que pasa en Jesús. Es la hora de la gratuidad en que se
encuentran la necesidad del hombre y la compasión divina que hace suya la pasión de los
humanos. El Dios que com-padece.
v. 48: Reacción de la gente ante el grito del pobre
Lo único que el autor pretende, con los muchos detalles que ofrece sobre la aventura de
Bartimeo, es hacer que los cristianos conozcan cuál es su propia aventura. Y lo mismo, con
esos rasgos que muestran a la multitud «increpándolo, para que se callara» (v. 48a), y al
hombre «gritando mucho más» (v. 48b) su fe en el «Hijo de David». Es historia que se ha
vivido siempre, se vive hoy. Son todos esos que quieren impedir que el hombre se acerque
a la única fuente de la salvación que es Jesucristo. Quieren callar el grito desesperado de
los pobres hacia él. Quieren robarles incluso su esperanza. Pero la confianza del ciego es
mucho más sonora que la voz de los que le reconvienen.
También hoy el grito del pobre es incómodo. Hoy son millones los que gritan:
emigrantes, presos, hambrientos, enfermos, perseguidos, gente sin trabajo, sin dinero, sin
casa, sin techo, sin tierra, gente que no recibirán jamás un signo de amor. Gritos
silenciosos, que entran en las casas, en las iglesias, en las ciudades, en las organizaciones
mundiales. Lo escucha sólo aquél que abre los ojos para observar lo que sucede en el
mundo. Pero son muchos los que han dejado de escuchar. Se han acostumbrado.
Otros intentan silenciar los gritos, como sucedió con el ciego de Jericó. Pero no
consiguen silenciar el grito del pobre. Dios lo escucha. (Éx. 2,23-24; 3,7) Y Dios nos
advierte diciendo: «No maltratarás a la viuda o al huérfano. ¡Si tú lo maltratas, cuando me
pida ayuda, yo escucharé su grito!» (Éx. 22,21)
vv. 49-50: Reacción de Jesús ante el grito del pobre
v. 49:
Jesús «se detuvo» y, así, comenzó a transformar la situación par el ciego y para los
demás. Para éstyos, porque ese gesto de Jeús los hizo cambiar de actitud, pues
comenzaron a animar el ciego quienes antes lo estaban in crepando para que se callara. Es
decir, Jesús produjo en ellos un a transformación: antes eran obstáculo porque querían
bloquerar al ciego, y ahora son colaboradores porqwue lo quieren animar.
El llanto de los humildes hace detener la marcha. Es preciso que ese ciego también
pueda unirse a esa caravana de la salvación. La llamada de Jesús es el principio de la fe.
Es la misma voz que llamó los seres a la existencia en la creación. La palabra creadora que
hace creyentes. Los mismos que le impedían hacerse oír de Jesús ahora le dicen:
«¡Animo, levántate! Te llama». Tres actitudes propias del hombre ante Dios. Abandonar
la suficiencia, abrirse al misterio divino y responder a la llamada.
v. 50:
Y, por supuesto, ese gesto de Jesús inició la transformación del ciego. Destacamos el
detalle deliberado con que se quiso significar la intensidad del deseo que el ciego siente «arrojando su manto dio un brinco y vino ante Jesús». El ciego se llena de
esperanza. Su mundo empieza a cambiar radicalmente:
- «Arrojando su manto»: era signo de su dependencia. Le servía para recoger la
limosna y guardarla. Ya no lo necesita. Empieza a presentir que es un hombre nuevo,
libre y digno.
- «Dio un brinco»: Ya no se siente clavado en el suelo, esclavizado en la quietud.
- «Y vino ante Jesús»: Es la respuesta a la llamada. En ese encuentro de la voz que
llama y del hombre que atento se acerca se realiza la fe.
El ciego comenzó su cambio cuando empezó liberarse de su antigua condición de
esclavitud, de pasividad y marginacióbn. Se liberó de lo que le impedía levantarse y
caminar: «soltó el manto». Inició su camino hacia la libertad, significada en la curación de
la ceguera pero hecha plena cuando «lo siguió por el camino». Es decir, Bartimeo dejó
de ser ciego cuando se hizo discípulo.
vv. 51-52: Conversación de Jesús con el ciego y su curación
v. 51:
Jesús interroga a Bartimeo: «¿Qué quieres que te hagar?» Se diría que la pregunta
sobra. ¿Qué más puede desear un ciego que ver? Pero Jesús quiere escuchar la
necesidad del hombre y sus anhelos vitales: «Rabbuní, ¡que vea!».
v. 52:
Le dice Jesús: «Vete Tu fe te ha sanado».
- «Vete»: la primera orden es la de caminar: es signo de autonomía, de vida, de futuro.
El ciego ha sido transformado. Esa es la fuerza del verbo evangelizar.
- «Tu
fe»: por ella has entrado al misterio de Dios. Ella te ha abierto al poder salvador
de Dios. Has empezado un camino nuevo, camino que no tendrá regreso, definitivo,
en marcha hacia la vida que es la salvación. Sanar y salvar están muy cerca en la
Palabra de Jesús.
- «Al
instante recobró la vista y lo seguía por el camino»: La consecuencia
lógica de este drama es el seguimiento de Jesús. No podía ser de otra manera. La
finalidad de la acción de Jesús no es transitoria y sin compromiso. Un caminar nuevo
tras Jesús, con él y en él, sin descanso y sin vuelta atrás: así lo expresa el tiempo der
vebo: «lo seguía», que indica una marcha que se emprende y sigue sin interrupción.
Es un caminar que dura cuanto dura la vida.
Lo que sólo a duras penas hacían los discípulos, incapaces de entender su
enseñanza, el hombre de Jericó, cuyos ojos cerrados simbolizaban el trabajo que les
cuesta a los discípulos «ver» a Jesús, se convierte en la imagen de la curación que Jesús
realiza en los suyos.
3. MEDITEMOS LA PALABRA: ¿QUÉ NOS DICE el texto?
Pedagogía de Jesús
Todas las obras de Jesús, pero especialmente los milagros, tienen una finalidad
pedagógica. El ciego es símbolo de todos los hombres. Se es ciego cuando, sin los ojos del
cuerpo, no se puede ver. Pero también somos ciegos del alma y del corazón:
Somos ciegos cuando no nos vemos a nosotros mismos. Cuando no vemos cómo
somos y no vemos nuestra debilidad, nuestros defectos, nuestras limitaciones, nuestros
pecados, nuestros errores... Y tampoco vemos nuestras virtudes, nuestras cualidades: si
hiciéramos una lista son muy pocas las cualidades que seríamos capaces de enumerar, las
que debemos cultivar y hacer crecer para ponerlas al servicio de los demás.
Somos ciegos cuando no vemos las cosas buenas de los demás; cuando no vemos
los sufrimientos y las necesidades de los que nos rodean; cuando no vemos al que pasa
hambre, al que está enfermo, al anciano que está solo, al emigrante que necesita apoyo
para integrarse en la sociedad y llevar una vida digna, al que no tiene trabajo... Cuando no
vemos, o no queremos ver las situaciones de injusticia y marginación.
Somos ciegos cuando no reconocemos la presencia del Señor en nuestras vidas,
cuando no vemos su voluntad ni el camino que pone ante nosotros para que lo sigamos;
cuando no lo descubrimos presente y cercano en los diversos acontecimientos de nuestra
vida. Cuando no reconocemos a Jesús como nuestro salvador y nuestro amigo.
Y ¿por qué se producen esas situaciones de ceguera en nuestra vida? Por nuestras
pasiones desbocadas que nos ciegan y nos hacen actuar con impulsos descontrolados;
cuando nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo feroz; cuando nos movemos por
nuestras ambiciones; cuando
equivocaciones y limitaciones...
nuestro
orgullo
no
nos
deja
reconocer
nuestras
La Comunidad que grita
Todos estos temas merecen ser recordados constantemente, proponiéndolos a la
atención de los cristianos, y tanto más .cuanto que se hallan impregnados de una
mentalidad que también el evangelio presenta. La privilegiada atención que Jesús presta a
un pobre, a un «ciego», sin que obste la resistencia de un entorno que no tiene el mismo
respeto a la gente humilde, la concentración de estos humildes a los que Jesús llama en su
seguimiento, y tantos rasgos -muchos otros podrían encontrarse- que asemejan en
profundidad a esta página del Evangelio.
Finalicemos recordando a Bartimeo. En su grito: «Hijo de David, ten compasión de mí»,
encuentran los comentaristas una extraordinaria resonancia litúrgica (compárese con Mt. 9,
27), Detrás de un texto como éste, está presente la experiencia de la comunidad reunida
para la Celebración Eucarística.
Jesús quita la ceguera
El sentido que Marcos deja ver bajo el relato de la curación de un ciego, está muy
patente. La acción milagrosa de Jesús, cuyo recuerdo ha sido mantenido hasta el punto de
poder recordar el lugar en que se realizó -Betsaida y Jericó-, y de consignar el nombre del
beneficiario -«el hijo de Timeo (Bartimeo)»-, se convierte para el evangelista en un símbolo
del poder que Jesús despliega, dentro de la Comunidad de los discípulos.
Cuando, entonces como hoy, el misterio es para ellos difícil de aceptar -de «creer» y de
aceptar hasta comprometer la propia vida viviéndolo-, Jesús viene a abrir los ojos de los
ciegos, a hacer que sus amigos vean, entiendan su mensaje y arriesguen su vida por él.
El evangelista recuerda a los cristianos la acción de Jesús, y ellos comprenden de
inmediato que la aventura de Bartimeo es la suya propia, y que ellos mismos son el ciego
que necesita ser iluminado. Escuchan el recuerdo evangélico y lo viven. Ya no es Bartimeo
el que grita a Jesús; son los cristianos los que dicen: «Ten compasión»). De hecho, Jesús,
presente en medio de todos los que se han «congregado en su nombre»), los llama, los
ilumina y los compromete más a seguirlo.
4. OREMOS CON LA PALABRA: ¿QUE LE DECIMOS NOSOTROS a
DIOS?
Señor Jesús,
te damos gracia por tu Palabra
que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre.
Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones
y nos comunique la fuerza
para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver.
Haz que nosotros como María, tu Madre,
podamos no sólo escuchar,
sino también poner en práctica la Palabra.
Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por
todos los siglos de los siglos. Amén.
Amén.
5. CONTEMPLEMOS LA PALABRA Y COMPROMETÁMONOS:
¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA?
¡Somos tan ciegos que ni siquiera nos damos cuenta de que estamos
ciegos!
Como al ciego del camino, el Señor se nos acerca y nos pregunta: ¿Qué quieres que
haga por ti? ¿Qué me pides? ¿Qué necesitas?
Podemos responder de diferentes maneras:
• No estoy ciego, no te necesito. Es la actitud más necia.
• No te necesito, no me haces falta, yo ya me arreglo solo. Es la actitud del orgulloso y
autosufíciente, del no creyente o del que tiene una fe moribunda: no necesito a Dios. Yo
solo puedo corregirme, superarme, alcanzar lo que me propongo.
• La respuesta del creyente:
* En primer lugar pedir humildad para reconocer que estoy ciego y cuáles son las
causas de mi ceguera.
* En segundo lugar, porque sé y confío que sólo el Señor es mi Salvador, responder
como el ciego del camino: ¡Señor, que vea!, que toda mi vida esté llena de tu luz, que
pueda valorar todas las cosas mirándolas con tus ojos, que pueda ver al hermano que sufre
y me necesita, que pueda ver tu amor y tu presencia en todas las circunstancias de mi vida,
que pueda ver tu camino, tu voluntad...
Que ésa sea nuestra oración confiada de hoy, para que reconociendo nuestra
necesidad de salvación acudamos al Señor confiadamente, y así, experimentando su
salvación, caminemos tras Él siguiendo su camino, alabando y agradeciendo sus obras en
nosotros y colaborando con Él en la obra de salvación y en la construcción del Reino. Que
el Señor pueda decirnos: «Tu fe te ha salvado».
Es preciso que reconozcamos nuestras cegueras para poder gritar: ¡Señor, ten
compasión de mí! ¡Señor, que vea! Quizá, igual que Bartimeo, necesitamos que alguien nos
diga: «¡Animo, levántate, el Señor te llama!» y nos ayude a recuperar la esperanza de
salir del pozo de oscuridad en que nos encontramos, recuperar la ilusión por la vida, para
renovar nuestra confianza en el Señor, que puede curarnos y salvarnos; recuperar el
sentido de nuestra vida y así vivir de otra manera.
Hoy, como entonces, el Señor me pregunta. «¿Qué quieres que haga por ti?»
Confiando en El y en su misericordia, pidámosle: «¡Señor, que vea!».
Para orar y vivir la Palabra:
«Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares» (Sal. 126,5)
Señor, tú eres el sembrador. Lo sembraste todo: hasta los caminos,
los cardizales y el terreno pedregoso. Nunca te cansaste de
sembrar. Al final, tú mismo te sembraste en el surco y regaste la
semilla con tus propias lágrimas. Pero, al tercer día, resonaron en
el cielo y en la tierra los cánticos por la nueva cosecha. El Padre te
resucitó, te glorificó. Tú, Señor, también cambiarás un día mi llanto
en alegría eterna. (Sal. 126(125), 5-6).
«Tú, al que llenas de ti, lo elevas; mas, como yo aún no me he
llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga» (San Agustín).
«El mismo Dios en persona es el premio y el término de todas
nuestras fatigas». (Santo Tomás).
Algunas preguntas para meditar durante la semana
1. ¿Cuáles son nuestras cegueras?
2. ¿Necesito que alguien me ayude? ¿Busco ayuda?
3. ¿A quién puedo ayudar yo para que recupere la vista, la esperanza y la confianza en
el Señor y en los demás?
4. Siempre que me he separado de Dios he vivido en el destierro. Cuando he vuelto a
él, ¿he experimentado la alegría del retorno?
5. ¿Está mi grupo cristiano abierto a la utopía? ¿Tiene capacidad de soñar? ¿Cuáles
son sus sueños?
6. En el mundo que me rodea hay gente fatalista. Piensan que su suerte no puede
cambiar. ¿Estoy capacitado para darles razones para la esperanza?
P Carlos Pabón Cárdenas, CJM.
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