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EL PAÍS, viernes 15 de agosto de 2008
vida&artes
En el nombre
de la Madre, de
la Hija y del...
Un movimiento soterrado lucha por la igualdad
de la mujer en la Iglesia P Considera clave
la ordenación P El Vaticano hace oídos sordos
JOSÉ LUIS BARBERÍA
“En el nombre de la Madre, de
la Hija y de la Espíritu Santo.
Diosa nuestra, acoge a nosotras, cristianas (…) Madre nuestra que estás en los cielos…”
Las teólogas feministas nos
proponen invertir, subvertir,
el lenguaje de género de la liturgia católica para que comprobemos la apropiación
masculina de la idea misma de
Dios operada a través de los
siglos. Piensan que, de tanto representar al Altísimo con figuras masculinas y de excluir a la
mujer de los estamentos del poder religioso, las jerarquías católicas han acabado por “violar
la imagen de Dios en las mujeres”, por borrar la parte femenina del Supremo Hacedor.
Pocas imágenes pueden resultar tan obscenas en nuestras sociedades católicas como
la exposición pública de una
mujer desnuda y clavada en la
cruz. Y pocas cosas irritan tanto al Vaticano como el cuestionamiento del papel asignado a
la mujer dentro la Iglesia. “La
ordenación de las mujeres es
el paso primero para recomenzar la comunidad de iguales
que quería Jesús. La Iglesia se
empobrece clamorosamente
por la carencia de una aportación femenina más plena y responsable”, indica la monja María José Arana, antigua párroca de la Congregación del Sagrado Corazón, doctora en Historia y autora del libro Mujeres
sacerdotes, ¿por qué no?
Hay una revuelta feminista
que lleva décadas labrándose
sordamente en las catacumbas
de la Iglesia oficial, una rebelión, secundada clandestinamente en no pocos conventos,
que no consiguió silenciar el
Monitum (advertencia canónica oficial) dictado hace seis
años por el entonces Prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Antigua Inquisición) y hoy Papa, Joseph Ratzinguer, ni las posteriores
amenazas de excomulgar a
quienes participen en la ordenación de mujeres. La demo-
cratización-feminización modificaría, sin duda, la visión interior
y exterior de la Iglesia y desbarataría el entramado vertical del
poder: obispo, cardenal, Sumo
Pontífice; de forma que la elección del Papa, o de la Papisa, no
recaería ya en los 118 varones
purpurados cardenalicios reunidos en cónclave.
Se comprende, pues, que el
reciente libro de Carlo María
Martini, Coloquios nocturnos en
Jerusalén, haya tenido el perturbador efecto de la piedra lanzada a las estancadas aguas doctrinales. Figura de referencia para
las corrientes reformistas, aunque desahuciado ya para el papado, el cardenal ha invitado a sus
Hay teólogas que
creen que el lenguaje
debe reflejar la parte
femenina de Dios
¿Cree el Papa que
la nueva generación
aceptará un puesto
subalterno?
pares, príncipes de la Iglesia, a
plantearse el sacerdocio femenino, el fin del celibato obligatorio
y la sustitución de la encíclica
Humanae Vitae que prohíbe, incluso, el uso del preservativo.
Son mensajes de esperanza para
esa otra Iglesia de base, renovadora, que no se reconoce en su
actual jerarquía.
Pero, con la excepción del
presidente de la Conferencia
Episcopal alemana, el arzobispo
Robert Zollitsch, partidario de
la revisión del celibato, las propuestas de Martini no han obtenido otra respuesta que el silencio del Vaticano y de las jerarquías nacionales. Y eso que las
encuestas muestran, también
en España, que allí donde la autoridad católica encuentra piedra de escándalo y materia de
anatema, los feligreses ven
aproximación a una sociedad
que ha abolido la discriminación de sexo. ¿Es tan audaz la
propuesta de Martini en una
Iglesia de templos abandonados, sacerdotes ancianos y vocaciones escasas, compuesta
por mujeres en sus tres cuartas partes?
No hace falta ser mujer y
creyente para constatar que
las plegarias y letanías, los cánticos y preces que los fieles católicos elevan a los cielos surgen mayoritariamente de gargantas femeninas; que son las
manos de mujer las que se ocupan de la limpieza y el funcionamiento de los templos: desde las flores y los manteles de
los altares hasta el aire acondicionado, pasando por la recolecta de las limosnas y el cuidado de los hábitos sacerdotales.
¿Qué pasaría si, como proponen algunas teólogas feministas, las mujeres decidieran no
acudir a los templos hasta que
se les reconociera la igualdad?
Un vistazo a las iglesias españolas, convertidas en hogares espirituales para la tercera edad,
da prueba de esa abrumadora
presencia femenina. Según la
Confederación Española de Religiosos y Religiosas (Confer), a
31 de enero de 2007 había en
España 18.819 religiosos, frente a 48.489 religiosas.
Andrés Muñoz es uno de los
8.000 sacerdotes, el 22% del total, que viven hoy en España
casados o conviviendo en pareja. Lleva 27 años de matrimonio con Teresa Cortés, la mujer que hoy preside el Movimiento para el Celibato Opcional (Moceop). Tienen un hijo
de 25. “El mal no reconocido
de la Iglesia católica es el autoritarismo, la falta de democracia interna y el rechazo a la
libertad de pensamiento”, asegura. Su esposa está convencida de que el celibato obligatorio es, antes que nada, un instrumento para el control de los
sacerdotes. Esta señora de dulce rostro y expresión decidida
— “hija del infierno”, le llamaron los integristas de una tertulia radiofónica—, piensa que la
humanidad y las religiones tie-
Las mujeres son mayoría entre las fieles de la Iglesia católica. ¿Llegará el día en que
una de ellas se siente en el
trono de San Pedro? / afp
nen contraída una gran deuda
histórica con la mujer.
La aceptación del sacerdocio
y el obispado femenino entre los
protestantes y anglicanos deja a
la Iglesia católica ante la pregunta obligada de hasta cuándo podrá seguir ignorando el hecho
de la emancipación femenina y
la igualdad de sexos. ¿Cuánto
tiempo necesitará para cambiar
la mirada que los Santos Padres,
desde san Agustín a santo Tomás, arrojaron sobre la mujer,
ese ser al que, como Aristóteles,
juzgaron inferior, sumiso, de naturaleza “defectuosa”, incompleta, “imbecilitas”, impura? ¿Cuán-
to tardará todavía en descargar
a la mujer del sentimiento de
culpa por haber entregado la
manzana a Adán, de liberarse
enteramente de los prejuicios
que prohibían a las mujeres entrar en los templos durante sus
períodos de menstruación, o
simplemente, tocar los vasos sagrados? El machismo de la sociedad hunde también sus raíces
en la cultura cristiana y continua vigente en la idea, expuesta
en la primera encíclica del papa
Benedicto XVI, de que la mujer
fue creada por Dios, “como ayuda del hombre”.
Casada, madre de un hijo, integrante del Movimiento para la
Ordenación de Mujeres, una iniciativa que ha convocado ya dos
congresos internacionales, Christina Moreira no se hace ilusiones sobre la evolución previsible de su iglesia. “Lo último que
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EL PAÍS, viernes 15 de agosto de 2008
sociedad
pantallas
Cerco al acoso
publicitario
por teléfono
La corte de la
enigmática Isabel I
se instala en Cuatro
E
desafiando la pena de excomunión. El vendaval conservador
de las últimas décadas ha desconcertado, sobre todo, a las
monjas y católicas seglares que,
animadas por el mensaje aperturista del Concilio Vaticano II
(1962-1965), se lanzaron a profundizar en los asuntos teológicos creyendo que la reforma rescataría a la mujer de su secular
papel subalterno en la Iglesia.
Y estas mujeres, expertas teólogas, han recorrido su camino,
han descubierto demasiadas cosas como para conformarse con
el curioso argumento —la Iglesia del siglo XXI transfiere su
machismo al propio Jesucristo—, de que no es posible ordenar a las mujeres porque el Salvador estableció que los 12 apóstoles fueran hombres.
Desde el punto de vista teológico, sin embargo, no hay un impedimento dogmático que prohíba el celibato opcional ni la ordenación de la mujer. De hecho,
los apóstoles estaban casados y
parece igualmente probado que
en la Iglesia primitiva hubo diaconisas y presbíteras, mujeres
consagradas. Las historiadoras
religiosas se afanan por armarse de argumentos para demostrar que la teórica imposibilidad de ordenarlas sacerdotes
no es una verdad revelada, sino,
como ocurre con el islam y el
judaísmo, producto de la interpretación masculina de la historia a lo largo de siglos de marginación social de la mujer.
A estas alturas, sin embargo,
los subterfugios dialécticos encuentran ya cansadas a muchas
E
En España hay
19.000 religiosos.
Las religiosas son
más, 49.000
Una tradición
en entredicho
E
La Congregación para
la Doctrina de la Fe
decretó en mayo de este
año que cualquier mujer
que fuera ordenada sería
excomulgada. La Iglesia
protestante sí lo permite.
E
Benedicto XVI, en
cambio, ha denunciado la
discriminación de la mujer.
E
Santa Teresita del Niño
Jesús escribió a su hermana
poco antes de morir:
“Siento en mi interior la
vocación de sacerdote”.
E
Tanto el Nuevo
Testamento como el
Manuscrito Barberini
muestran que hubo mujeres
consagradas durante los 10
primeros siglos de la
historia de la Iglesia.
E
María Magdalena
aparece predicando, una
actividad supuestamente
prohibida a las mujeres, en
una pintura anónima de la
Escuela suiza del siglo XVI.
E
Concilios y cónclaves
se han celebrado bajo la
bóveda de la Capilla Sixtina
en la que Miguel Ángel
pintó a tres mujeres
ejerciendo funciones
sacerdotales.
Algunas abadesas
italianas y las que
dirigieron la abadía de Las
Huelgas (Burgos) disponían
de mitras, el objeto
característico del poder de
los obispos y abades.
La checa Ludmina
Javorová fue ordenada
sacerdote por su director
espiritual, el obispo Félix
Davidek, con conocimiento
de Juan Pablo II, durante la
dictadura comunista en la
República Checa.
hará el Papa será aceptar el
sacerdocio femenino”, vaticina.
“Desde que el Sínodo de la Iglesia de Inglaterra (anglicana)
aceptó la ordenación de mujeres, el 11 de noviembre de 1992,
muchos fieles disconformes con
esa decisión se están pasando a
la Iglesia de Roma”, explica. Está
convencida de que el cisma anglicano va a reforzar el polo conservador del Vaticano. “No les
gusta que las chicas empiecen
de monaguillos porque saben
que algunas terminarán aspirando al sacerdocio”, apunta Rosa
de Miguel, otra mujer de vocación sacerdotal que dice sentirse
“con las alas cortadas y como
una hija abortada de la Iglesia”.
Después de una experiencia religiosa muy intensa —“si eres
hombre te dirán que tienes vocación, y si eres mujer que estás
neurótica o que te metas a mon-
ja”—, Rosa ha optado por volcarse en su profesión y marcar distancias. Cansadas de sufrir,
otras muchas han acabado por
suplicar a Dios que no les llame
más. Desde luego, clama hasta al
más agnóstico de los cielos que
el Código del Derecho Canónico,
renovado en 1983, sostenga que
sólo el varón puede ser lector de
las Escrituras o acólito.
¿Creen verdaderamente los
obispos, cardenales y el Papa
que las nuevas generaciones de
mujeres aceptarán sumisamente un puesto subalterno en la
Iglesia por mucho que últimamente vengan de la mano de los
movimientos más integristas?
La ausencia de una perspectiva
razonable de evolución y el conservadurismo de los obispos que
dominan la Conferencia Episcopal Española exasperan a buena
parte de la militancia cristiana
reformista, mayoritariamente
de izquierdas, así como a los religiosos y sacerdotes más comprometidos en la regeneración doctrinal.
En el entramado asociativo
Redes Cristianas que agrupa a
un centenar y medio de colectivos bajo la consigna común:
“Otra Iglesia es posible”, las feministas católicas más irreverentes, que los 8 de marzo se
manifiestan al grito de “Si ya tenemos dos mamas, ¿para qué
queremos un Papa?”, se encuentran con otras que evitan actitudes irrespetuosas. Aunque el temor a las represalias está presente, particularmente en las
monjas y profesoras de Religión, la razón principal es evitar
desligarse de una feligresía educada en la obediencia ciega a la
jerarquía. “Colocarse al margen
supondría dejar a la Iglesia en
manos de los Legionarios de Cristo”, razona Pilar Yuste, de 44
años, catedrática de Teología y
profesora de Religión. “Aunque
no queremos cismas, debemos rebelarnos contra las estructuras
antidemocráticas de la Iglesia”,
indica Teresa Cortés.
La sima que les separa de la
actual jerarquía es tan profunda
que los grupos más radicales actúan al margen de la Iglesia oficial. Sus misas alternativas se desarrollan en el filo de la legalidad
eclesiástica o en manifiesta ilegalidad. Alteran el rito litúrgico en
aras de una mayor espontaneidad y libertad, consagran pan y
vino normales en lugar de las
hostias de pan ácimo (sin levadura) y el vino de misa, y tampoco
resulta extraño que algunas de
estas misas sean oficiadas por
mujeres que asumen por su cuenta y riesgo la tarea de consagrar,
El 22% de los
sacerdotes
están casados
o viven en pareja
de estas católicas que lo que exigen es que la jerarquía sea consecuente con la igualdad. Su
mensaje es que la Iglesia católica perderá a las mujeres, como
antes perdió a los intelectuales
y a los obreros. Ellas, que son
las que aman a Dios en mayor
número, no aceptan ya que el
sexo masculino atribuido al Supremo Hacedor sirva para perpetuar la servidumbre y el sometimiento secular de la mujer. Y
es que, salvo que se insulte a la
condición femenina, no hay respuesta justificada posible a la
pregunta: “Mujeres sacerdotes,
¿por qué no?”.
+
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