Remembranzas marroquíes en Fez, la andaluza

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Remembranzas marroquíes en Fez, la andaluza de Enrique Gómez Carrillo
Nellie Bauzá Echevarría
En Fez, en efecto, todo respira el amor del arte,
de la poesía, del estudio, de la cortesía, de la
elegancia, del lujo, del deleite. Hay en el aire un encanto
espiritual que flota y que da a la existencia de la
gran metrópoli moghrebina un sabor docto y galante que no
se encuentra en ninguna otra ciudad africana.
Enrique Gómez Carrillo
Nunca olvidaré cuando en la década de los ochenta leí por primera vez la
excelente crónica de viajes Fez, la andaluza del autor guatemalteco Enrique Gómez
Carrillo (1873-1927). Aquel relato despertó mi interés por conocer el mundo árabe ya que
el escritor centroamericano, como buen impresionista, presentaba en su libro las
sensaciones que despertara en él esta enigmática ciudad. Veinte años han pasado de
aquella primera lectura en la que hice el viaje iniciático por las calles de la Fez marroquí.
Recuerdo que atrajo mi atención la referencia constante que hacía el guatemalteco a la
cantidad de mezquitas que encontraba a su paso. Incrédula me preguntaba: ¿habrán tantas
o será una exageración del autor modernista?
Con el pasar del tiempo, recibo una nueva edición de Fez, la andaluza publicada
en el 2008, por la Editorial Cultura y la Asociación Enrique Gómez Carrillo de
Guatemala. Esta nueva impresión, que consta de dos mil ejemplares, cuenta con un
minucioso estudio del hispanista Abdelmouneim Bounou, profesor de la Universidad Sidi
Mohamed Ben Abdellah de Fez en Marruecos. En su ensayo introductorio titulado
Enrique Gómez Carrillo y el mundo árabe, el Dr. Bounou plantea que: “…la obra del
escritor guatemalteco pertenece al “polémico” subgénero literario de la literatura de
viajes. Polémico, porque a diferencia del viaje en la literatura, con el que convivió mucho
[1]
hasta generar confusiones y ambigüedades, la literatura de viajes es un subgénero con
estatuto reconocido, como el género pastoril, histórico o el policiaco… (p.7)
En la cita anterior, el investigador establece una marcada diferencia entre la
literatura de viajes y el viaje como motivo en la literatura. Sostiene que el reconocimiento
tardío de la primera: “se debe a su naturaleza variada e interdisciplinar de diversos textos
de carácter literario, histórico y antropológico” (p.7). En cuanto a la literatura de viajes,
Demetrio Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios argumenta que la
misma: “designa un subgénero literario que en sus diversas modalidades (libros de viajes,
crónicas de descubrimiento y de exploración, itinerarios de peregrinos, cartas de viajeros,
relaciones, diarios a bordo, novelas de viaje, etc.) es un elemento recurrente en la
manifestación cultural de distintas épocas y países” (1078-1079). A su vez,
María
Ángeles García Collado del Instituto Cervantes de Fez, en el Preámbulo a Fez Ciudad
Santa del Maghreb Antología de Relatos de Viajes Españoles propone que: “Bajo el
epígrafe de la literatura de viajes se inscribe una rica variedad de obras y documentos
cuyo denominador común pueden ser las entremezcladas visiones de realidad y ficción
que suelen ofrecer a los lectores” (5). Además afirma que la llamada literatura de viajes:
“es una irresistible invitación a la lectura de la mano de la experiencia personal del autor,
llámese viajero, cronista o testigo” (5).
Partiendo de estas citas podemos decir que Enrique Gómez Carrillo en sus
recorridos por Europa, África, Asia y América no se limitó a ser un simple turista. Todo
lo contrario, fue testigo de la vida cultural, social y política de los países que visitó. Es
por eso que el Dr. Bounou acertadamente esgrime en su ensayo que: “Gómez Carrillo no
es un turista ordinario; no parece siquiera un extranjero ni en él se percibe para nada el
[2]
espíritu del turista” (7). También establece que el interés del guatemalteco por el mundo
árabe se debe a la curiosidad intelectual y que Fez, la andaluza: “no se inscribe en el
marco de aquella fiebre debida a las codicias internacionales de expansión de las
potencias europeas (Inglaterra, Francia, España, Italia y Alemania)…” (8). De este
análisis se puede deducir, que la crónica de Enrique Gómez Carrillo es un texto híbrido
que puede agruparse dentro de las tres categorías por él propuestas. Aparte de ser una
obra literaria, puede considerarse un magnífico testimonio histórico y antropológico de su
visita a tierras árabes. Siendo marroquí, Abdelmouneim Bounou se atreve a asegurar que
Gómez Carrillo: “redacta la mejor obra que haya escrito un intelectual hispánico sobre
Fez” (8-9).
Enrique Gómez Carrillo reunió sus memorias de viaje en cinco libros: El primer
libro de las crónicas (1919), El segundo libro de las crónicas (1920), El tercer libro de
las crónicas (1921), El cuarto libro de las crónicas (1921) y, El quinto libro de las
crónicas (1922). Éstas aparecieron publicadas en El Liberal y ABC de Madrid, La Nación
de Buenos Aires, El Mercurio de Chile, El Universal y El Partido Liberal de México.
Como si fuera poco, colaboró con el Mercure de France; fue fundador y director de El
Nuevo Mercurio en París y en España, dirigió la prestigiosa revista Cosmópolis. Cuenta
Karima Hajjaj Ben Ahmed en Oriente en la crónica de viajes: el modernismo de Enrique
Gómez Carrillo (1873-1927) que su visita a Marruecos fue como enviado del Diario
ABC: “E.G.C. realiza su viaje al Norte de África y visita Marruecos enviado por el
periódico ABC de Madrid en el otoño de 1924. A raíz de este viaje publica en el año
1926 Fez, la andaluza” (463). Este viaje en particular era “para informar sobre las
peripecias de la Guerra del Rif en el Norte de Marruecos” (Bounou 8); sin embargo, “no
[3]
escribe nada sobre el conflicto hispano marroquí de los años veinte” (Bounou 8) en donde
se vieron enfrentadas las tropas franco-españolas a la resistencia bereber liderada por Abd
al-Krim. El resultado de su visita es la crónica Fez, la andaluza dedicada, en homenaje
afectuoso, al Dr. Bandelac de Pariente. El libro está dividido en ocho capítulos: El
encanto de Fez, En el reino de las mujeres, La escuelita de mi barrio, En el antro del
brujo, Los juglares de Bou-Djelu, Mi hermoso palacio, Los estudiantes y la bohemia y
Las bailadoras andaluzas. Como vemos, Gómez Carrillo en su crónica toca - aunque sea
a grandes rasgos- diferentes aspectos de la vida socio-cultural de Fez porque esta ciudad:
“reviste una dualidad sui géneris, por una parte, es la prolongación del Oriente soñado; y
por otra parte, la continuación de la España musulmana” (Karima Hajjaj Ben Ahmed
464).
Cuando Enrique Gómez Carrillo fue cronista del periódico El Liberal se desplazó
por la Rusia de los zares y más tarde, recopiló sus experiencias en el volumen titulado La
Rusia actual (1906). Luego dirigió su travesía al Oriente donde conoció Singapur,
Shangai, Tokio y las costas de Corea, para posteriormente redactar El Japón heroico y
galante (1912). Su pasión por conocer nuevas tierras lo llevó a París, Madrid y a la
Argentina a quien dedica El encanto de Buenos Aires (1914). En El corazón de la
tragedia (1916) cuenta sus experiencias como cronista de la Primera Guerra Mundial.
Sobre esta contienda previamente había escrito En las trincheras (1916) que se tradujo al
francés, al ruso y, al inglés, con el nombre Among the ruins. Sus crónicas de viaje
recogen sus opiniones sobre la Grecia clásica, las leyendas de Jerusalén y Tierra Santa, su
deambular por el Norte de África. Incluye personajes de la importancia de los escritores
Jean Moréas, Maurice Barrés, Alphonse Daudet, Emile Zola, Paul Verlaine y Oscar
[4]
Wilde -entre otros-. Karima Hajjaj Ben Ahmed explica que en “la elaboración de sus
crónicas, E.G.C. utilizaba todo tipo de material que pudiera serle útil en su trabajo
artístico. Echaba mano de las encuestas, las entrevistas, las sensaciones, los recuerdos y
demás procedimientos técnico-literarios, a fin de llevar a buen término sus creaciones”
(90) en las que predomina la variedad temática: “Se interesaba por la moda, el arte, la
literatura, la reseña de los nuevos libros, el comentario de las exposiciones de pintura o
escultura…, las bailarinas, las “vedettes”, los artistas, el teatro, etc.” (Karima Hajjaj Ben
Ahmed 91).
Abdelmouneim Bounou indica que Gómez Carrillo, “puede considerarse un
escritor profesional de la cultura árabe, ya que demuestra poseer un conocimiento
profundo de la psicología del hombre árabe” (9). Lo compara con el geógrafo y viajero
musulmán León el Africano (XVI) que durante sus años juveniles se desplazó por todo el
Norte de África. Como dato curioso, en uno de sus viajes fue apresado por piratas y
llevado a Roma ante el papa León X, quien acostumbrado a su compañía, lo mantuvo
prisionero por un año. León el Africano se convirtió al cristianismo, fue bautizado como
Juan Leo y hacia el 1526, finaliza su Descripción de África (1550). Este texto hasta el
siglo XIX, fue la única fuente utilizada por los europeos para poder conocer y entender
el Islam. Del mismo modo lo equipara al escritor francés Pierre Loti (1850-1923) cuyas
novelas impresionistas demostraban sus preferencias por los lugares exóticos: “Era uno
de los escritores más leídos de la época cuyos libros de viaje describían la evasión a
tierras lejanas y el exotismo de las sociedades no occidentales” (Karima Hajjaj Ben
Ahmed 124). Mientras tanto, para Abdelmouneim Bounou, Enrique Gómez Carrillo es:
[5]
…el León el africano (XVI), El Pierre Loti hispánico (1850-1923) que
nos ha legado una obra de gran calidad tanto sobre el Oriente como el
Occidente musulmán. En varias ocasiones, el escritor centroamericano
reconoce su inspiración en la trayectoria vital e intelectual del autor
francés y confiesa sus deudas para con la producción literaria de su
modelo. (9)
El conocimiento de la psicología del hombre árabe por parte de Enrique Gómez
Carrillo lo lleva a establecer, de acuerdo con Bounou, una diferencia entre el Maghreb y
el Machreq: “entre los países del Norte de África representados por Marruecos y los
países de Oriente Medio representados por Egipto, Siria y Palestina” (10). Para Gómez
Carrillo “…los pueblos del Maghreb son mucho más heterogéneos que los del Machreq”
(Bounou 10). Al comparar a Fez con Damasco, Gómez Carrillo aduce: “¡Ah, si el Profeta
que no quiso entrar en Damasco por temor a la tentadora molicie de los jardines sirios
hubiera llegado hasta aquí…! Comparado con Fez, en efecto, Damasco palidece” (26).
Por otro lado, llama la atención del investigador marroquí que el guatemalteco
continuamente habla del mestizaje que prevalece en Marruecos a niveles raciales,
lingüísticos, sociales, étnicos, religiosos y culturales: “El mestizaje constituye un eje
importante alrededor del cual se desarrolla toda la obra del guatemalteco…” (10). Es en
torno a este mestizaje cultural que se teje el entramado de misterio que redunda en el
desconocimiento que tenemos los occidentales de este mundo. En el primer capítulo de
Fez, la andaluza titulado El encanto de Fez, Gómez Carrillo reflexiona sobre este
aspecto y dice:
[6]
¡Ah, la existencia mora…! Todos la conocemos teóricamente en sus
más delicados detalles. Todos la hemos vivido en los relatos de viaje.
Todos la hemos resucitado en los paseos arqueológicos. Sin embargo,
cuando llegamos a encontrarnos dentro de su realidad palpitante, cada
paso que damos nos sorprende como un acto inverosímil… Pero en
cuanto consideramos los detalles de la vida, nuestras sorpresas no
tienen límite. (30)
En este momento tengo que hacer un alto para señalar que conocí al Dr.
Abdelmouneim Bounou cuando ambos participamos del Ier Congreso Internacional
Reencuentro con Enrique Gómez Carrillo celebrado del 2 al 4 de agosto de 2006, en la
Universidad Rafael Landívar de la Ciudad de Guatemala. En una conversación, mientras
cenábamos acompañados de Teresa y Carmen Sánchez Latour, sobrinas-nietas de
Enrique Gómez Carrillo, le mencioné al marroquí que como mujer occidental tenía un
pensamiento muy estereotipado sobre la otredad no occidental. Respetuosamente, el Dr.
Bounou se sonrió y le pidió al mesero del restaurante que le trajera una cerveza Gallo.
Quedé atónita ante su mirada escudriñadora y en silencio me dije: “Increíble, un árabe
bebiendo.” Más sorprendida me sentí cuando él quiso probar uno de los platos típicos
guatemaltecos hecho a base de carne de cerdo. Al ser tan extrovertida no pude
contenerme y le manifesté mi inquietud:
--¿Te puedo preguntar algo?
---Sí.contestó.
---¿Tú tomas cerveza y comes carne?
[7]
---Claro. Estoy de visita por primera vez en Guatemala, se supone que
pruebe su comida y, porque no, su cerveza.
Confieso que las respuestas del Dr. Bounou me desarmaron e hicieron cenizas
todos mis clichés. Durante muchos años, como otras puertorriqueñas, sólo había
escuchado que los árabes eran unos machistas que tenían más de una esposa; que no
consumían alcohol y mucho menos pensar en carne de cerdo; que no hablaban con
extrañas y que se la pasaban orando. Lamentablemente admito, que la cultura anglosajona
se ha encargado de esbozar un retrato del universo musulmán totalmente negativo.
Es común que en los Congresos se intercambien libros y el Dr. Bounou me regaló
Fez Ciudad Santa del Maghreb Antología de Relatos de Viajes Españoles. Por mucho
tiempo la obra estuvo en mi biblioteca acompañando otros libros que había comprado en
la Librería Sofos de la Ciudad de Guatemala. Luego de tres largos años decido leerla y
ante mi asombro, me encuentro con un abstracto del primer capítulo de Fez, la andaluza.
De inmediato lo leí y volví a saborear esa crónica que se publicó originalmente en el
1926, por la Editorial Renacimiento de Madrid. En el Prólogo de Fez Ciudad Santa del
Maghreb, Juan Martos Quesada confirma que Fez es conocida como: “La Atenas del
Norte, la ciudad de los señores, la guardiana de las tradiciones y de la herencia
hispanoárabe, la ciudad santa y noble, la cuna del arte y del saber…” (11). Esta
compilación agrupa dieciséis artículos de escritores españoles -porque escriben en
español- sobre la visita que cada uno de ellos hizo a Marruecos: Allende el estrecho.
Viajes por Marruecos de José Boada y Romeu, Por todo Marruecos de Julián A. de
Sestri, Mi viaje por el interior del África de Cristóbal Benítez, Perlas negras de Cherif
Sid el Hach, Abd-el Nabí Ben Ramos, Expedición al interior de Marruecos de Julio
[8]
Cervera Baviera, Fez, la andaluza de Enrique Gómez Carrillo, Marruecos de Abelardo
Merino Álvarez, Ciudades marroquíes de Daniel Martínez Ferrando, Del molino al
minarete de Mercedes Saenz Alonso, Caminos, pueblos y paisajes de José M. González
Galván, Alá bendice Marruecos de Víctor Alperi, Crónica sentimental de Marruecos 85
de Javier Sánchez Caro y Alfonso Sánchez Caro, Diario de un viaje por Marruecos de
Luis Renart Escaler, A vuelo de pájaro sobre Marruecos de Concha López Sarasúa, El
país de los sentidos de Rafael Guillén y, Viajes de un andaluz por Marruecos de
Bernardino León Díaz. En cuanto a la disposición del texto, los relatos seleccionados
cubren un siglo y datan del 1889 hasta el 1998.
De todos es conocido que una antología es una colección de textos vinculados a
niveles temáticos, de género, estilo, movimientos y corrientes literarias, época histórica,
etc. Demetrio Estébanez Calderón insiste en que en una antología los textos recopilados:
“han sido escogidos de acuerdo con determinados criterios: perfección artística, utilidad
didáctica, función ideológica, testimonio de una escuela o corriente literaria” (44). En el
caso de Fez Ciudad Santa del Maghreb el compilador eligió, como ya indicamos, relatos
escritos en lengua castellana por autores que visitaron África del Norte y decidieron
plasmar por escrito, sus impresiones sobre esta alteridad desconocida y mal entendida por
el lector occidental. A propósito, María Ángeles García Collado en el Preámbulo del
libro advierte que: “La colección de textos que nos presenta el Dr. Abdelmouneim
Bounou es una excelente selección de relatos de viajeros españoles por Marruecos, textos
que encierran en sí mismos un inequívoco valor histórico, literario y lingüístico” (5).
La selección del Dr. Bounou
presenta como leitmotiv el tema del viaje
particularmente, los que hicieran escritores españoles por tierras marroquíes. En el plano
[9]
simbólico, el viaje no sólo representa desplazamiento físico, es arquetipo de búsqueda,
aprendizaje espiritual, cambio, descubrimiento, logro de un objetivo trazado. Resulta
interesante de acuerdo con Juan Eduardo Cirlot que la “secta turca de los Kalenderi
impone a sus miembros que viajen continuamente” (Diccionario de símbolos 464). Por su
parte, Karima Hajjaj Ben Ahmed anota que una de las principales características del
viaje: “es que hace referencia también al intercambio de ideas, visiones y pensamientos”
(94); además añade que el viaje: “es un factor que abre conversaciones, alimenta
diálogos, y cultiva el sentido de la observación. En definitiva, es una experiencia y un
aprendizaje” (95). En su estudio se pregunta ¿Cuál puede ser el objetivo del viaje? y
contesta que: “viajar es una característica del ser humano; o mejor dicho es una condición
del mismo” (95).
Citando palabras del filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662), Karima Hajjaj
Ben Ahmed exclama que el objetivo del viaje es ver para decir. Es por eso, que en su
trabajo hace referencia a la importancia que cobran los sentidos para todo viajero. Para el
escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936), Premio Nobel de Literatura en 1907, era
sumamente importante la memoria olfativa, mientras que para Enrique Gómez Carrillo la
visual: “Así, el Cairo, tiene tono rosa; Damasco, verde esmeralda; Jerusalén, negro;
Tánger, blanco y París, gris –pero gris perla-” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 98). Volviendo
al tema de los sentidos, para Enrique Gómez Carrillo, “la vista es la que más destaca y
sobre el que más énfasis hace el cronista: para verlo todo” (Karima Hajjaj Ben Ahmed
98); porque el guatemalteco: “viaja para ver, contar y ser visto” (103).
El viaje, ya sea real o imaginario, es parte fundamental de todas las culturas y
“está presente en los mitos, los cuentos y los textos sagrados” (Karima Hajjaj Ben
[10]
Ahmed107). De igual forma, el tiempo y el espacio son dos principios inquebrantables
del viaje: “…dentro del relato de viaje, el tiempo y el espacio forman las caras de una
misma moneda y juegan un papel fundamental para localizar las experiencias descritas
por el viajero. Las referencias tempo-espaciales en el relato de viaje adquieren sentido
cuando comienzan a formar parte de un mundo en el que la comunicación es posible”
(Karima Hajjaj Ben Ahmed 109-110). Y como viajar es una cualidad inherente al ser
humano, es una obligación remontarse a la mitología grecolatina: “… los dos grandes
poemas épicos de Homero la Ilíada y la Odisea, son los iniciadores de la tradición del
relato de viaje” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 112). En La Ilíada, el poeta Homero
(¿s.VIII? a.C.) no sólo narra la guerra de los griegos (aqueos) contra los troyanos, en el
argumento también extrapola la expedición que hace un grupo de héroes griegos a la
ciudad de Troya para tomarla por asalto. En el relato se destaca la valentía del legendario
Aquiles y la astucia de Ulises, quien concibe la idea del famoso caballo de Troya. En La
Odisea aparece dentro de la acción narrativa el deseo de Ulises (Odiseo) de regresar a su
adorada patria Ítaca, tras veinte años de ausencia, porque allí lo espera su esposa
Penélope, símbolo de la fidelidad conyugal.
Por su parte, Sófocles (495-406 a.C.) en Edipo Rey, rememora el viaje que hace el
protagonista a la ciudad de Delfos, con la intención de consultar el oráculo para así saber
quiénes son sus verdaderos padres. Luego, se traza la ruta que éste sigue hasta Tebas para
convertirse en el esposo de su propia madre la reina Yocasta. El motivo del viaje
expedicionario lo encontramos en el recorrido que hiciera el príncipe Jasón, acompañado
entre otros por el poeta y músico Orfeo, en búsqueda del vellocino de oro, custodiado
por la hechicera Medea. El poeta latino Publius Virgilio Maron (80-19 a.C.) en la Eneida
[11]
(29-19 a.C.) narra la partida del héroe troyano Eneas tras el incendio de Troya; este
poema épico anuncia la fundación de Roma: “Virgilio dedicó los últimos once años de su
vida a la Eneida, poema épico en 12 libros que trata de la caída de Troya, de los viajes de
Eneas y del establecimiento definitivo de una colonia troyana en el Lacio. Proclama con
fervor y pasión la divina misión de Roma como rectora de las razas humanas” (Visión de
mundo y literatura 136).
Si hablamos del espacio sagrado al que alude Karima Hajjaj Ben Ahmed, en el
Antiguo Testamento hay recurrentes desplazamientos. Tres días dura el viaje que realiza
Abraham acompañado de su hijo Isaac (padre de Jacob y de Esaú) al monte Moria. Sin
ninguna explicación lógica, el dios de Israel pone a prueba la fe del patriarca al pedirle
que ofrezca a su hijo Isaac en holocausto. En el libro del Éxodo cuentan la salida de los
israelitas de Egipto, liderados por Moisés, en búsqueda de la tierra prometida.
Por otro lado, un lector de la novela Metamorfosis o El asno de oro del escritor
latino Apuleyo (s. II) encuentra en sus páginas el viaje iniciático que hace el protagonista
convertido en asno por una bruja. Quien no recuerda los viajes del veneciano Marco Polo
(1254-1324) por tierras asiáticas que duraron veintitrés años. Al regresar a Europa, en Il
Milione, narra todas sus increíbles aventuras. Como hiciera el veneciano, el geógrafo
árabe Ibn Batutta nacido en Tánger en el 1304, fue otro viajero que exploró tierras de
África, Europa y Asia para luego escribir su Diario de ruta. Este importante libro incluía
información geográfica y etnográfica de todos los lugares que visitó. Considerado el
equivalente árabe de Marco Polo, Batutta salió de Tánger en 1325, con la intención de
hacer la peregrinación a la Meca. En su travesía hizo escala en diversos puntos históricos
como: Alejandría, El Cairo, Gaza, Jerusalén, Beirut, Damasco y Bagdad. Es sabido que
[12]
en el transcurso de sus viajes visitó la Meca en cuatro ocasiones y que en la India, fue
nombrado embajador de la China.
Retomando Fez Ciudad Santa del Maghreb Antología de Relatos de Viajes
Españoles, María Ángeles García Collado demuestra que en el mundo hispánico la
literatura de viajes cobra importancia histórica con el descubrimiento de América.
Aquéllos que han tomado un curso de Literatura Colonial han leído las Cartas del
navegante Cristóbal Colón (1451- 1506) a los Reyes Católicos fechadas hacia el 1493. En
Los cuatro viajes del Almirante y su Testamento encontramos a un Cristóbal Colón que
mira con incredulidad una nueva geografía, una nueva flora, un hombre que al español se
le hace difícil nombrar. Con una actitud de asombro porque está maravillado, describe el
encuentro con los primeros indígenas:
Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos
desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no
vide más de una farto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos
que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de
muy fermosos cuerpos y muy buenas caras; los cabellos gruesos cuasi
como sedas de cola de caballos, e cortos… Ellos deben ser buenos
servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que
les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos… (30-31).
Los cronistas de Indias incluyeron en sus obras relatos de viajes expedicionarios
como los Naufragios (1542) del explorador español Álvar Núnez Cabeza de Vaca (15001560). En su texto habla de la fracasada expedición que hiciera en 1527, Pánfilo de
Narváez (1470-1528) con la intención de llegar a la Florida. Sobre los Naufragios,
[13]
Trinidad Barrero en la introducción a la edición de 1989, de la Editorial Alianza de
Madrid, declara que:
El voluminoso corpus de la historiografía americana tiene en su haber
uno de los textos más interesantes e ingeniosos que se escribieron sobre
el descubrimiento, donde se coordinan la información y la ficción,
como era habitual en el discurso de la historia del seiscientos, al que
se le exigía, a través de la retórica clásica y renacentista, las mismas
cualidades que lucía la prosa de ficción. (7)
En el libro, el autor/narrador/protagonista Álvar Núñez Cabeza de Vaca enumera
las múltiples dificultades que tuvo que afrontar junto a otros tres sobrevivientes de su
expedición: el capitán español Alonso del Castillo Maldonado, el capitán Andrés
Dorantes de Carranza oriundo de Salamanca y su esclavo Esteban, de origen bereber. En
el primer capítulo nombrado “En que cuenta cuando partió el armada y los oficiales y
gentes que en ella iba” el narrador inicia su historia marcando el día y el año de la salida:
“A diez y siete días del mes de Junio de mil y quinientos y veinte y siete partió del puerto
de Sant Lúcar de Barrameda el governador Pámphilo de Narváez, con poder y mandato
de Vuestra Magestad para conquistar y governar las provincias que están desde el río de
las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en tierra firme (65). Detalladamente
destaca el mal tiempo: “A una hora después de yo salido, la mar començó a venir muy
brava, y el Norte fue tan rezio, que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en
ninguna manera con los navíos al través… A esta hora el agua y la tempestad començó a
crescer tanto que no menos tormenta avía en el pueblo que en la mar… ” (67- 68). Sobre
el naufragio, Álvar Núñez Cabeza de Vaca advierte: “El lunes por la mañana baxamos al
[14]
puerto y no hallamos los navíos: vimos la boyas dellos en el agua, adonde conoscimos ser
perdidos,… Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte cavallos…Assí
estuvimos algunos días con mucho trabajo y necesidad, porque la provisión y
mantenimientos que el pueblo tenía se perdieron… (68-69)
Al revisar la literatura española, las novelas picarescas y bizantinas tienen el
motivo del viaje como hilo conductor. En La vida de Lazarillo de Tormes y de sus
fortunas y adversidades (1554) el protagonista se traslada de Salamanca a Toledo. En el
tercer tratado Lázaro expresa: “Desta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza, y
poco a poco, con ayuda de las buenas gentes, di conmigo en esta insigne ciudad de
Toledo, adonde, con la merced de Dios, dende a quince días se me cerró la herida” (88).
En Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617) de Miguel de Cervantes Saavedra son
harto conocidas las aventuras terrestres y marítimas que tuvo Persiles cuando fue a
rescatar a Sigismunda. En las novelas de caballerías son inolvidables las andanzas del
Amadís de Gaula y las de Don Quijote de la Mancha acompañado de su fiel e inseparable
escudero Sancho Panza. En cuanto a la Literatura Hispanoamericana del siglo XX, largo
fue el viaje que hizo Juan Preciado hasta Comala para conocer a un tal Pedro Páramo que
le habían dicho era su padre. Y, alrededor de dos años tarda la expedición que hiciera a
Macondo, José Arcadio, el fundador: “Una mañana, después de casi dos años de travesía,
fueron los primeros mortales que vieron la vertiente occidental de la sierra… Pero nunca
encontraron el mar…” (Cien años de soledad 27-28).
Para Karima Hajjaj Ben Ahmed es “Francois-René de Chateaubriand (1768-1848)
quien inaugura el arte de escribir y hacer literatura a partir de las impresiones de viaje”
(112-113). Reconoce que es el modelo a seguir por los viajeros del siglo XIX: “El
[15]
escritor francés se considera pues como el iniciador, en la literatura contemporánea, de la
literatura de viajes moderna; su gran aporte, en este campo, enriquece uno de los géneros
literarios más importantes: la literatura de viaje” (113). En su detallada investigación
esboza un retrato del viajero proponiendo una gama de tipologías que responden a sus
intereses particulares:
Hay viajeros que, fieles a su espíritu científico, todo lo describen con
precisión empírica, son los exploradores; otros se limitan a investigar
lo pintoresco para tejer una literatura amena; otros por interés diplomático describen todo lo que encuentran con minuciosidad; y otros que
sólo se fían en lo que sienten, convierten sus impresiones en crónicas
literarias. También podemos mencionar, en este apartado, a los viajeros
misioneros, y a los periodistas que viajan en busca del material para
sus artículos. A otros les podemos llamar “Hombres de Letras”, artistas
e intelectuales. Y por último, están los simples turistas. Todos ellos
participan en la elaboración de diferentes imágenes creadas desde la
óptica del sujeto observador y no del objeto observado. (114)
Juan Marcos Quesada en el Prólogo de Fez Ciudad Santa del Maghreb opina que
una de las características de la llamada literatura de viajes: “es la mirada subjetiva del
autor, que sobrepasa y desborda la mera descripción de lo que ve y conoce; el yo del
escritor actúa con gran intensidad sobre lo visitado y vuelca en su viaje, no sólo su
ideología y parecer, sino también sus más íntimos condicionamientos culturales y
nacionales” (9). Sobre el viaje añade que “es hijo absoluto de su tiempo; se vincula
indisolublemente con la cultura y la historia del momento en que acontece dicho viaje; y
[16]
desde este punto de vista, el libro que recoge un viaje es un documento testimonial, no
sólo del país o países visitados sino también del propio acervo cultural del viajero” (9).
Así pues, la literatura de viajes sirve como medio de transmisión cultural para llegar a
conocer en profundidad un país.
Entonces, tanto Fez, la andaluza como los dieciséis ensayos que conforman la
antología Fez Ciudad Santa del Maghreb, son un documento testimonial de la visita a
Marruecos que hicieron diferentes viajeros de habla española entre los que se encontraba
Enrique Gómez Carrillo. Karima Hajjaj Ben Ahmed parte del tríptico viajar, leer y
escribir muy presente en la literatura de los escritores modernistas para confirmar que
Enrique Gómez Carrillo: “era un viajero infatigable, un lector insaciable y un escritor
prolijo” (106). Siguiendo la clasificación del viajero propuesta por Tzvetan Todorov,
cataloga a Enrique Gómez Carrillo como un viajero impresionista: “Esta condición de
viajero-impresionista no era sólo una característica de E.G.C. sino de una gran mayoría
de los modernistas hispanoamericanos” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 118). En la literatura,
el impresionismo “surge como búsqueda de una escritura que intenta vincular una
realidad fluyente con una impresión subjetiva” (Bauzá Echevarría 33). Este movimiento
artístico literario marcó la obra del guatemalteco al grado de que se le conoció como un
<<pintor de sensaciones>>. A tenor con lo planteado hay que aseverar que como otros
modernistas, Gómez Carrillo era un escritor cosmopolita que sentía pasión por conocer
lugares exóticos: “es el cosmopolita que en Francia se sentía un parisino; en Japón,
japonés y árabe en Damasco” (129).
Repasando de nuevo las categorías del viajero, podría describirme como una
turista: “es el visitante que tiene prisas y prefiere los monumentos a los seres humanos”
[17]
(Karima Hajjaj Ben Ahmed 123). Pero, todo lo contrario, tacho de simplista esta tipología
porque quién en algún momento de su vida no ha sido turista en otro país. Cuando viajé a
Marruecos en el 1998, lo hice como turista y en calidad de profesora universitaria
acompañada por un grupo reducido de estudiantes. En aquel momento, anhelaba recorrer
las calles marroquíes guiada por las vivencias de Gómez Carrillo y por las de Luis
Cardoza y Aragón (1904-1992) autor de Fez, ciudad santa de los árabes. Fue entonces
cuando me convertí en una viajera impresionista como antes lo fue Enrique Gómez
Carrillo: “el viajero impresionista del Modernismo hispanoamericano” (Karima Hajjaj
Ben Ahmed 128) que conocía a la perfección los escritos de Pierre Loti. El escritor
guatemalteco entendía que era primordial saber algo del lugar al que se pensaba viajar y
era por eso, que destacaba tanto la importancia de la lectura. Sugiere Karima Hajjaj Ben
Ahmed que: “E.G.C. a través de sus lecturas viajaba, igual que viajaba leyendo o con un
arsenal de datos sobre el país programado en su proyecto de viaje. Se puede decir que
viajaba a través de los libros, se deleitaba leyendo; gozaba escribiendo y escribía
viajando” (138). Agrega que para el guatemalteco, “la relación entre viajar y leer es una
relación casi necesaria, la lectura puede satisfacer la curiosidad del viajero sustituyendo
al viaje en sí. Así, para penetrar en el pensamiento ajeno y conocer al extranjero, la
lectura aparece como el mejor sustituto” (143-144).
Cuando entré en Marruecos llevaba en mi mente la lectura de Gómez Carrillo -a
juicio de Karima Hajjaj Ben Ahmed un tanto estereotipada - y la de Cardoza y Aragón.
Específicamente, este autor para emitir sus primeras impresiones de Fez usa como
referente el paisaje americano contrastándolo con el de la ciudad oriental:
[18]
Cielo altísimo y azul como el de América. Diluvio del sol sobre la ciudad
completamente blanca. Las primeras horas se vuelve fatigante el perfume
de la ciudad santa. Todas las colinas pobladas de olivos, eucaliptos, y los
jardines de mimosas y acacias, y los huertos de frutos y palmeras, abaten
su perfume sobre la ciudad que al sol de las doce brilla como un
espejo. (9)
En esta cita en la que se destacan el sentido visual y el olfativo, Cardoza y Aragón
como Gómez Carrillo presta atención a la luz. De acuerdo con las apreciaciones de
Karima Hajjaj Ben Ahmed, en el apartado de su tesis doctoral titulado El viajero =
visionario, Gómez Carrillo “Considera que la luz juega un papel decisivo a la hora de
reconocer/distinguir los lugares” (146) porque su memoria es más visual que olfativa.
Haciéndole justicia a Enrique Gómez Carrillo cuando se llega a Marruecos todos los
sentidos cobran vida.
En julio del 2010 se cumplen doce años de mi breve visita a África del Norte. Me
hicieron compañía –como ya he dicho- un grupo de estudiantes universitarios deseosos
por conocer la cultura árabe porque: “Oriente es, pues, todo un mundo imaginado por
Occidente al que se han incorporado ideas preconcebidas extraídas del conocimiento
occidental. Se le concibe como un espectáculo, un escenario… se pinta más que
sensualismo, despotismo, violencia y retraso” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 172). Según el
criterio de Karima Hajjaj Ben Ahmed, es el Oriente árabe-musulmán el que más le
interesa a los escritores modernistas, ya que es el más propicio para resaltar el aspecto
etnocentrista de lo exótico. Negativamente, en el imaginario creado por los occidentales:
“Oriente viene a significar violencia, crueldad, despotismo, servilismo y fanatismo. Es la
[19]
alteridad puesta en escena, es la antítesis de la cultura europea, el “Otro” en relación con
la civilización occidental” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 191). Desde que comencé a
cruzar el Estrecho de Gibraltar ya afloraban en mi cabeza un conglomerado de ideas
preconcebidas. Visualizaba un mundo fascinante como describen en Las mil y una
noches, porque este texto: “repercutió profundamente en la inspiración modernista y en la
elaboración de un Oriente exótico de príncipes y odaliscas” (Karima Hajjaj Ben Ahmed
193); un lugar donde impera la violencia y el misterio ya que Oriente es: “un espacio
exótico donde se encuentra el ensueño, el misterio y la belleza” (191). Karima Hajjaj Ben
Ahmed reafirma en su investigación que la imagen que presenta Enrique Gómez Carrillo
del Oriente: “oscila entre la realidad y la ficción” (206). Es por eso, que en su crónica
sobre Fez asombrado comenta:
¡Ah, la existencia mora…! Todos la conocemos teóricamente en
sus más delicados detalles. Todos la hemos vivido en los relatos
de viaje. Todos la hemos resucitado en los paseos arqueológicos.
Sin embargo, cuando llegamos a encontrarnos dentro de su realidad
palpitante, cada paso que damos nos sorprende como un acto
inverosímil. (30)
Por su parte, Luis Cardoza y Aragón insiste en su libro en que Fez es un lugar
marcado por el misticismo: “No hay pueblo más místico, más profundamente creyente…
(Fez, ciudad santa de los árabes 10). Rememora como los hombres oraban en la mezquita
devotamente: “Nada me ha conmovido más que presentir la fe infinita de los árabes. Vida
metafísica, profundamente espiritual, encandilados por santas palabras. Toda su vida es
una larga prueba, una constante meditación sobre la muerte…” (11). Gómez Carrillo
[20]
sentencia que: “Resulta imposible dar un paso por las calles, por los jardines, por los
cementerios, sin sentirse sorprendido por el número infinito de seres prosternados que
invocan, haciendo sus amplios gestos rituales…” (34). Ambos concuerdan en que es una
región en la que abundan las mezquitas: “Y las mezquitas son aquí innumerables. Y entre
ellas las hay, como la famosa Karauina, capaces de contener 20.000 personas” (Gómez
Carrillo 35); no obstante, sólo pueden entrar en ellas los que practican la religión
musulmana. Molesto, Enrique Gómez Carrillo se queja de esta tradición: “Y todo esto, si
hemos de creerlo que nos aseguran los musulmanes, es hoy lo mismo que era ayer. Pero
nosotros, viles rumis, no tenemos derecho a ver sino la parte exterior del edificio, que no
ofrece ningún interés artístico” (67).
En cuanto a los bazares, Enrique Gómez Carrillo subraya que los de Fez son los
peores comparándolos con los de otras ciudades orientales:
Aunque cuando digo bazares, me expreso mal. Bazares son los de
Damasco, con sus profundos almacenes, en los cuales se amontonan
las sederías suntuosas, los mantos recamados de plata, los muebles
incrustados de nácar, las almas nieladas… Bazares son los de El Cairo,
con sus magnificencias de “Las mil y una noches”; los de Constantinopla,
con sus tesoros de arte oriental; los de Túnez, tan olorosos a intrigas
galantes. Los de aquí, lo repito, son alcaicerías y más que en los zocos
orientales, hacen pensar en ciertas callejuelas tortuosas y animadas de
Andalucía. (55)
Puedo asegurar que en los famosos zocos marroquíes proliferan las alfombras:
“¡Ah, las alfombras! Hay que entrar en los salones en los cuales los moros ricos reciben a
[21]
sus amigos, para darse cuenta del arte con que es preciso proceder para cubrir un vasto
espacio con una infinidad de piezas de diferentes tamaños y de matices diversos” (Gómez
Carrillo 38) y sobre todo, los inconfundibles olores de todas esas especias que engalanan
la comida árabe. Particularmente, la crónica de Gómez Carrillo comienza con un diálogo
en donde el autor dedica sus días entre otras cosas a: “… respirar los aromas extraños del
Islam” (25). En cuanto a mí, las estrechas calles del zoco me confundían por su forma
laberíntica. Los diversos aromas a especias, combinadas con el olor a incienso, carne y
pescado fresco, creaban un frenesí indescriptible. Las frutas, particularmente los dátiles,
grandes en tamaño y proporción, invitaban a comerlos descontroladamente.
Mientras viajaba por la Costa del Sol, decorada a lo lejos por el azul intenso del
Mediterráneo, para dirigirme a Marruecos, pensaba en los paisajes descritos por Enrique
Gómez Carrillo en Fez, la andaluza. El autor continuamente comparaba a Fez, con
ciudades del sur de España: “Así debe de haber sido Córdoba en tiempo del kalifato – me
murmuro-, así debe de haber sido la Sevilla de Almanzor; así debe de haber sido Granada
en su apogeo”… Y esa idea es tan obsesionadora a la larga, que muy a menudo me creo
realmente transportado a la Andalucía de aquellos sultanes almohades… (26). Es obvio
que su referente –como el de otros escritores modernistas- es el recuerdo de la España
musulmana: “El principal objetivo de E.G.C. en Fez, la andaluza es presentarnos un
cuadro completo de una ciudad, donde perduran las huellas de la civilización árabe de AlAndalus” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 464). Asimismo, vinieron a mi memoria las
palabras de Cardoza y Aragón a su llegada a Fez, que también cumplen con ese pasado
de ensoñación: “Jamás había tenido la suerte de gozar un desenraizamiento de manera tan
profunda. Sentíame arrancado a toda mi vida, irreal, tan fuerte es el cambio que se tiene.
[22]
Toda la voluptuosidad triste del oriente me besa el cuerpo” (Fez, ciudad santa de los
árabes 10).
Durante el trayecto, nos detuvimos en Málaga, capital de la Costa, para poder
disfrutar de sus famosas playas. Málaga, que fue el principal puerto del reino nazarí de
Granada, le brinda al viajero una serie de atracciones que van desde la obligada visita a la
Alcazaba, hasta la procesión dedicada a la Virgen del Carmen, celebrada en los barrios
marineros todos los 16 de julio. El itinerario hacia Marruecos comenzó al amanecer con
la salida en autobús prestos a recorrer los pueblos de Torremolinos, Benalmádena Costa,
Fuengirola y Marbella. Al llegar al puerto de Algeciras, situado frente al Estrecho de
Gibraltar, para tomar el buque bus rumbo a Ceuta, comienza a notarse la presencia
marcada de la cultura árabe. Se combinaban los acentos, la forma de vestir, de gesticular,
preparándonos para lo que encontraríamos una vez cruzáramos Ceuta, que sirve de
frontera terrestre entre España y África del Norte. En la séptima columna de Hércules,
nos recibió Yamal, el guía marroquí encargado de llevarnos a conocer las ciudades de
Tetuán y Tánger. En este punto recordé que el cicerone que llevó a Gómez Carrillo por
las calles de Fez se llamaba Mohamed el Arbi: “Y acompañado de un buen moro que se
llama Mohamed el Arbi, y que me sirve de mentor, continúo paseándome por las
callejuelas, sin rumbo fijo, guiado por el capricho de los laberintos que rodean los
zocos…” (25). En el encuentro con el guía local atrajo la atención de mis estudiantes que
Yamal estaba vestido con su tradicional chilaba. Igual sensación sintió Julián A. de Sestri
en Por todo Marruecos: “Los hombres, cabelludos y envueltos en un largo vestido, con la
cabeza cubierta con un pañuelo anudado bajo la barbilla como las mujeres…” (Fez
Ciudad Santa del Maghreb 45).
[23]
Mientras caminábamos, nos explicó que territorialmente su país limita al norte
con el Mediterráneo, al este y sudeste con Algeria, al sur con el Desierto del Sahara y al
oeste con el Océano Atlántico. ¡Todavía recuerdo las caras de asombro de mis
estudiantes! Nos dijo que su capital es la ciudad de Rabat, siguiéndole en tamaño
Casablanca, Fez, Marrakech, Tánger y Tetuán. Mencionó que la población marroquí
desciende de los legendarios bereberes que habitaban en el África septentrional.
Marruecos es un país multicultural que combina elementos de antiguas civilizaciones
como la fenicia, helénica, cartaginesa y romana. A niveles lingüísticos, el árabe es el
idioma oficial aunque en el país se hablan el español y el francés. Por más que sabía que
la religión musulmana es la predominante, Yamal señaló que Marruecos es el único país
árabe donde conviven armoniosamente los musulmanes, judíos y cristianos: “Recuerdo
haber leído en una de las guías corrientes del Norte de África, que cerca de Udja se
encuentra la tumba de un profeta célebre muy venerado, no sólo por judíos,
mahometanos, sino también por los cristianos, quienes han pretendido haber descubierto
la tumba de San Juan Bautista, anunciador de las tres religiones” (Cardoza y Aragón 46).
En la ruta hacia la Medina en Tetuán, pasamos por un peculiar cementerio
compartido por las tres religiones. Sobre los cementerios Gómez Carrillo pronuncia: “Y
lo único que aparece a la vista del que llega o del que se marcha, son las tumbas, las
tumbas que cubren las llanuras, que trepan por las colinas, que se despeñan por los
barrancos” (46). Cardoza y Aragón articula: “Cuando se sale de los muros gigantes que
protegen la ciudad santa, cerca de las puertas que no ha mucho aún se cerraban por la
vida tumultuosa de las tribus, se marcha sobre los cementerios. Los muertos están en las
puertas de la ciudad… Los muertos cuidan la ciudad” (10-11).
[24]
Para mis estudiantes, la aventura en Marruecos empezó con un breve paseo en
dromedario, un camello de una sola joroba que se utiliza mucho como animal de carga y
medio de transportación. Tetuán, que en un tiempo fue la capital de la España marroquí,
nos recibió con un sol brillante -muy parecido al puertorriqueño- y un clima cálido a
pesar de la aridez del terreno. La primera parada en el Mercado de la Medina sirvió para
que apreciáramos, en todo su esplendor, el exotismo del mundo árabe que puede ir desde
lo más sofisticado hasta lo artesanal. En el Mercado se aprecia la actividad económica de
la ciudad. Los vendedores, hombres en su mayoría, se aglomeraban a nuestro alrededor
para ofrecernos sus artesanías y manualidades. Su actitud nos llamó mucho la atención
porque en Puerto Rico uno le tiene que hacer el acercamiento a los artesanos. En su
crónica, Gómez Carrillo asegura que la paciencia caracteriza a estos artesanos
marroquíes: “Amor y paciencia; he allí las dos características de los artesanos
marroquíes” (101) que están culturalmente acostumbrados a regatear; porque -según
Gómez Carrillo- regatear es parte de la psicología del pueblo marroquí.
En Puerto Rico esta costumbre no existe y se nos hizo difícil ponerla en práctica.
Yamal nos adelantó que si se tiene interés en comprar algún artículo y se inicia el proceso
de regatear, hay que adquirir el producto porque de lo contrario, ningún vendedor se
acercará y peor aún, mirarán con desagrado. Haciendo alardes de sus destrezas, los
vendedores le inflaban los precios a los objetos cinco veces por encima del precio
original. Como si el reloj del tiempo estuviera detenido, al escritor centroamericano le
sucedió lo mismo en su visita a Fez: “En cuanto al comercio, E.G.C. describe a los fasíes
como unos competentes comerciantes que dominan a la perfección el arte del regateo y
hasta de la codicia en la compra-venta” (Karima Hajjaj Ben Ahmed 489).
[25]
Las mujeres marroquíes que estaban en el mercado, cubrían su cuerpo con el
tradicional haik y nos miraban un tanto sorprendidas: “El harén en que permanece
siempre encerrada, es inaccesible a los hombres. Y cuando sale a la calle, custodiada por
dueñas y eunucos, va con el rostro tapado por el “haik” (Gómez Carrillo 79). Daniel
Martínez Ferrando en Ciudades marroquíes tuvo la misma vivencia: “El ir y venir de las
gentes, es pintoresco e interesante; nos cruzamos con moras tapadas que nos miran con
curiosidad, y moros de todas cataduras, que pasan indiferentes…” (Fez Ciudad Santa del
Maghreb 109). En el segundo capítulo de Fez, la andaluza Gómez Carrillo habla de la
mujer islámica retratándola como parte del paisaje exótico oriental: “De instante en
instante todas las azoteas vecinas iban poblándose de blancos fantasmas femeninos que
me miraban no sé si con extrañeza o con burla. Tenía algo de alucinación, algo de magia,
aquel florecimiento aéreo de albos velos impersonales iluminados por las luces uniformes
de los ojos negros” (77).
Puesto que la mujer islámica es indescifrable para el occidental, en su crónica
incluye cuentos de juglares marroquíes que destacan la astucia, codicia e infidelidad de
estas mujeres. De manera intertextual, recurre a la historia de los hermanos Scharriar y
Schazaman de Las mil y una noches: “¿Os acordáis de la lamentable aventura del Rey
Scharriar y de su hermano Schazaman, quienes después de haber visto hasta dónde llega
la perfidia de las mujeres deciden no volver a creer en ninguna de ellas?” (78). Karima
Hajjaj Ben Ahmed vuelve a esgrimir su planteamiento de que el modelo a seguir en
Occidente es el de Scherezada, una mujer: “bella, fatal, sensual, fértil, voluptuosa,
diabólica y perversa” (208). Los cuentos que escucha Gómez Carrillo en el zoco dibujan
a las moras como: “embusteras, golosas, taimadas, codiciosas, envidiosas, sensuales,
[26]
indolentes, indiscretas, parlanchinas y hasta aficionadas a lo ajeno” (81). Toda una gama
de epítetos que nos hacen pensar en el machismo que se dice impera en estos países. Pese
a que el centroamericano las defiende alegando que si son infieles se debe al hecho de
que sus matrimonios son arreglados, concluye el capítulo diciendo: “Pero la verdad es
que, después de oírlas, las formas femeninas que se mueven en las terrazas toman, ante
mi vista, un aspecto de fantasmas diabólicos…” (91).
A la 1:30 de la tarde hora de España, 11:30 de la mañana hora de Marruecos y,
7:30 de la mañana en Puerto Rico, Yamal nos llevó a almorzar al restaurante de Alí El
Gueniari. Este joven universitario siguiendo la tradición musulmana tuvo que abandonar
sus estudios para hacerse cargo de su familia tras la muerte de su padre. En su restaurante
probé, por primera vez, el alcuzcuz, una pasta hecha a base de harina y miel. Deleité el
paladar con un rico té de menta mientras disfrutaba de música marroquí. Conversando
con Alí El Gueniari aprendí que la comida marroquí es la tercera mejor del mundo. Esta
comida, rica en especias y nutritiva para la salud, es la primera en el mundo árabe. La
visita a Tetuán terminó en una herboristería donde recibimos una breve charla sobre
plantas medicinales y especias para cocinar. Los precios de los productos, para aquel
entonces, fluctuaban entre las 300 y 600 pesetas. Compré varios artículos medicinales
como el argán para la reuma; un aceite anti-estrés que calma los nervios hecho de la flor
de naranjo y el jazmín; el morrocco ginseng, de color rojo, que ayuda a la memoria; el
sanouj, unas semillas negras que sirven para prevenir la diabetes y la sinusitis.
Como me apasionan los platos exóticos adquirí varios paquetes de curry
marroquí. Éste no es como el de la India porque su color es blanco y su textura resulta
dulce al paladar. Los marroquíes lo usan mucho porque purifica la sangre y resulta
[27]
excelente para preparar recetas con arroz. Lo recomiendan para adobar el pescado y el
pollo, añadiéndole un toque de limón. Compré el famoso azafrán del que aprendí que hay
dos clases: el rojizo que carece de sabor y el que se usa en todo tipo de comida ya que
posee color y sabor. En cuanto a bebidas -como ya indiqué- probé el té de menta, que
endulzado es beneficioso para la digestión y la circulación de la sangre; sin azúcar es la
receta perfecta para combatir el colesterol. No podía regresar a Puerto Rico sin comprar
una crema de rosas para reducir las manchas de la piel.
Nos despedimos de Tetuán y partimos hacia la blanca Tánger una ciudad más
europea. Declarada zona cosmopolita, resulta atractiva por la variedad de culturas que allí
conviven: musulmanes, judíos y europeos, dejando cada una de ellas sus costumbres y
tradiciones. Más turística que Tetuán atrae el conglomerado de bazares donde venden,
como es de suponer, las típicas alfombras. Sobre su visita a los bazares Julián A. de Sestri
en Por todo Marruecos escribe: “Las tiendas, como en Tánger, son covachas abiertas en
la pared… Atravesamos, pisados por la muchedumbre, el bazar de las telas, el de las
babuchas, el de la loza, el de los adornos de metal, que forman todos juntos un laberinto
de callejuelas cubiertas por un techo entretejido de cañas y de ramas de árbol” (Fez
Ciudad Santa del Maghreb 43).
En las mezquitas de Tánger sobresalían los alminares desde los cuales el
almuédano o almuecín, anunciaba las cinco oraciones características de la religión
musulmana y convoca al pueblo en voz alta para que asistiera a orar. En la crónica A
vuelo de pájaro sobre Marruecos, Concha López Sarasúa habla de este ritual religioso:
“Si los almuédanos te despiertan con sus plegarias desde todos los rincones es que el alba
te ha sorprendido en Fez… No es la llamada a la que estoy acostumbrada, breve,
[28]
nostálgica, que dura a lo sumo dos o tres minutos y me produce una benéfica sensación
de paz. Aquí sus invocaciones se elevan incansables durante más de una hora” (Fez
Ciudad Santa del Maghreb 187).
Como Fez, Tánger está dividida en una ciudad moderna rodeada de edificios al
estilo europeo y una ciudad vieja con pintorescos barrios musulmanes. Se caracterizan
por la tradicional arquitectura árabe con sus casas blancas de tejas rojas y estrechas
calles. Por más que se hable del exotismo, no todo es exótico en Marruecos. Varios
autores de la antología Fez Ciudad Santa del Maghreb hacen saber que en las ciudades
marroquíes también hay suciedad: “Basuras de todas clases invadían las calles, llegando á
formar en algunas de ellas montones de más de tres palmos de altura; perros muertos,
aguas encharcadas en estado de putrefacción;…” (José Boada y Romeu 24); “… una
suciedad que hace poner enfermo y una polvareda que da náuseas” (Julián A. de Sestri
43). Observan que como en otros países hay pobreza y mendicidad: “Los mendigos
recitan incomprensibles letanías hasta congestionarse repitiendo los mismos sonidos”
(Martínez Ferrando 109) pero este aspecto es el menos importante cuando se viaja por un
Marruecos con tanta herencia cultural.
Después de un día de verdaderas sorpresas, de contrastes, volvimos a abordar en
Ceuta el buque bus hacia Algeciras, para volver a trasladarnos al hotel por toda la Costa
del Sol. Atrás quedaron experiencias imposibles de olvidar y mi deseo genuino de volver
a Marruecos para conocer la Fez de Enrique Gómez Carrillo, de Luis Cardoza y Aragón,
la de los cronistas españoles de Fez Ciudad Santa del Maghreb: “De regreso al hotel,
cipreses y alminares se recortan en el cielo impoluto a la espera del crepúsculo” (Concha
López Sarasúa 191).
[29]
Obras Citadas
Bauzá Echevarría, Nellie. Las novelas decadentistas de Enrique Gómez Carrillo.
Madrid: Editorial Pliegos, San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico,
1999.
Bounou, Abdelmouneim. Comp. Fez Ciudad Santa del Maghreb Antología de Relatos de
Viajes Españoles. Fez: Instituto Cervantes, 2006.
Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Madrid: Ediciones Siruela, 1997.
Colón, Cristóbal. Los cuatro viajes del Almirante y su Testamento. Ed. Ignacio B.
Anzoátegui. México: Espasa-Calpe Mexicana, 1989.
Estébanez Calderón, Demetrio. Diccionario de términos literarios. Madrid: Alianza
Editorial, 1996.
García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1992.
Gómez Carrillo, Enrique. Fez, la andaluza. 1926. Guatemala: Editorial Cultura,
Asociación Enrique Gómez Carrillo, 2008.
Hajjaj Ben Ahmed, Karima. “Oriente en la crónica de viajes: el modernismo de Enrique
Gómez Carrillo (1873-1927).” Diss. Universidad Complutense, 2001.
La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Ed. María Hortensia
Lacau. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, 1967.
Molinero Rita, Gladys Vila Barnés y Luis Mayo Santana. Visión de mundo y literatura.
San Juan: Editorial Plaza Mayor, 2006.
Navegación: Primeras exploraciones Asia. mgar.net/var/explasia.htm
Núnez Cabeza de Vaca, Alvar. Naufragios. Madrid: Alianza Editorial, 1989.
[30]
[31]
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