Tesis Gaude sobre Cooke

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Universidad Nacional de General Sarmiento
Instituto del Desarrollo Humano
Licenciatura en Estudios Políticos
Tesis de licenciatura
El peronismo republicano. John William Cooke en el
Parlamento Nacional
Cristian Leonardo Gaude
Director: Eduardo Rinesi
2014
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Indice
Introducción:
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Capitulo I: Lecturas sobre la obra y acción política de Cooke.
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Capitulo II: Diferentes tradiciones republicanas en disputa
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Capitulo III: El pueblo y la élite. Bases heterogéneas de la unidad política
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Capitulo IV: La libertad: atributo social amparado por el Estado
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Capítulo V: Entre el pueblo, las instituciones y el caudillo. Un republicanismo criollo
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Capítulo VI: Conclusiones
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Introducción
En 1943 una intervención militar desplaza del poder político del Estado a
Ramón Castillo, ultimo representante de la denominada “década infame”, dando por
finalizado un período de más de diez años de estabilidad política basada en el fraude
electoral, la corrupción, la exclusión del pueblo de la vida política y la apropiación del
poder publico por aquellos sectores sociales más vinculados a la actividad
agroexportadora.
Entre los diversos sectores que conformaban el movimiento insurreccional de
1943 se encontraba un grupo de oficiales de jerarquía media nucleados en el
denominado GOU (Grupo de Oficiales Unidos). Dentro de este grupo comenzó a
destacarse rápidamente la figura del entonces coronel Juan Domingo Perón.
Desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, Perón fue construyendo una carrera
política vinculada a la relación con las clases trabajadoras de la nación. En efecto, su
intervención en los conflictos laborales terminaba casi siempre en la resolución del
conflicto a favor de los trabajadores, lo que fue granjeándole el apoyo de los mismos.
Cuando la figura de Perón adoptó un carácter demasiado notorio como defensor
de los intereses populares, los sectores del ejército más vinculados a los poderes
tradicionales y al anticomunismo lo visualizaron como un peligro para la estabilidad de
la nación y lo detuvieron en la Isla Martín García en 1945. Lo ocurrido frente a esta
situación es analizado desde múltiples interpretaciones (Luna, 1986; Torre, 1990;
Romero, 2001; etc.), lo que es imposible de negar es que el 17 de octubre de 1945 la
Plaza de Mayo fue llenada por las masas de trabajadores (presencia extraña en ese
espacio geográfico reservado para los residentes del mismo) que reclamaban por el
retorno de Perón a su puesto en la Secretaria de Trabajo y Previsión.
Así, se forjo una alianza entre Perón y la mayor parte de la clase obrera
argentina que se extendería durante casi treinta años. Esta alianza atravesaría por
diferentes momentos, destacándose el periodo 1946-1955, en que Perón ejerce el papel
de presidente de la Nación Argentina. Durante estos años se forma de manera definitiva
un movimiento político basado en la búsqueda de mayores niveles de justicia social
denominado “peronismo” en honor a su líder, el cual tiene una notable influencia sobre
el movimiento pero no lo agota, ya que el mismo lo trasciende ampliamente.
(Altamirano, 1995)
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Durante las primeras presidencias de Perón, el peronismo adquiere las
características básicas que lo distinguen. En primer lugar se trata de un movimiento
político que apela a los trabajadores para darle legitimidad al régimen que inicia. En
segundo lugar, la apelación a los trabajadores no es realizada en el vacío sino que es
sustentada en un innegable aumento de la participación del salario en el PBI nacional y
en la sanción de leyes laborales coincidentes con reivindicaciones obreras de larga data
(lo novedoso del peronismo se encuentra justamente en la correlación entre discurso y
práctica política en lo referido a las leyes laborales). En tercer lugar, se trata de un
movimiento político que busca el desarrollo industrial nacional en base a la
intervención estatal en la economía. En cuarto y último lugar, este movimiento tiene
una profunda prédica anti elitista que divide a la sociedad en dos grupos sociales
diferentes: los trabajadores y la elite, concibiendo la función del Estado como la de
armonizar los intereses de ambos grupos para satisfacer el interés general de la
comunidad organizada.
Estas características básicas son interpretadas desde diferentes posturas por
quienes han estudian el fenómeno peronista. Muchos autores consideran al peronismo
como un fenómeno político autoritario y demagógico, que lejos de defender los
intereses de la sociedad argentina pretendía generar conflicto para perpetuarse en el
poder. Tal es la interpretación de Peter Waldmann (1987), quien sostiene que el
peronismo fue una forma de autoritarismo latinoamericano muy similar al totalitarismo
europeo. Waldmann sostiene que la figura de Perón puede ser resumida en la analogía
del “bombero piromaníaco” que avivaba las llamas incitando a las masas a rebelarse y
al mismo tiempo se presentaba ante las clases propietarias como el único capaz de
refrenar a las masas.
Otra de las interpretaciones tradiciones acerca del fenómeno peronista es la que
refleja Luís Alberto Romero, quien sostiene:
“Según la concepción de Perón, el Estado, además de dirigir la economía y velar
por la seguridad del pueblo, debía ser el ámbito donde los distintos interese
sociales, previamente organizados, negociaran y dirimieran sus conflictos. Esta
línea –ya esbozada en la década de 1930– se inspiraba en modelos muy difundidos
por entonces, que pueden filiarse tanto en Mussolini como en el mexicano Lázaro
Cárdenas, y rompía con la concepción liberal del Estado. Implicaba una
reestructuración de las instituciones republicanas, una desvalorización de los
espacios democráticos y representativos y una subordinación de los poderes
constitucionales al Ejecutivo, lugar donde se asentaba el conductor, cuya
legitimidad derivaba menos de esas instituciones que del plebiscito popular” (2001:
112)
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De este modo, el peronismo es percibido como una suerte de movimiento
corporativista y profundamente antidemocrático que atentaba contra los derechos
individuales y que no representa los fundamentos del poder político republicano.
Frente a este tipo de lecturas, propondremos en este trabajo acercarnos al
peronismo desde una posible lectura “republicana popular”, que supere la visión
simplista acerca del autoritarismo de Perón a través del análisis del concepto de
caudillismo, aceptando como ciertas las lecturas que definen al movimiento peronista
como antiliberal, pero sosteniendo que justamente en ese antiliberalismo se encuentra el
posible carácter republicano del fenómeno. En esta línea pretendemos analizar la obra
política de John William Cooke, a través del estudio de sus intervenciones en el
Congreso, como expresión republicana particular del fenómeno peronista.
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Capítulo I
Lecturas sobre la obra y acción política de Cooke.
Lecturas tradicionales. Las fases del ideario cokkiano
La figura de John William Cooke está ligada indisolublemente a la denominada
“resistencia peronista”, que se inicia desde el golpe de estado que derroca a Perón y
tiene un punto culminante en 1959 con la toma del frigorífico Lisandro de la Torre
(Salas, 2006) . Al mismo tiempo, también, al referirse a Cooke, la mayoría de los
trabajos sobre su obra destacan su papel formativo en los orígenes de la izquierda
peronista y de la consigna del “socialismo nacional”.
En esta perspectiva, el centro de atención al estudiar la obra de J. W. Cooke está
concentrado en el estudio de la correspondencia que mantiene con el exiliado líder del
movimiento y en las tensiones, en ella expresadas, acerca de cuál debe ser la estrategia
para la reinstauración del peronismo en el poder. En esta línea de análisis cabe destacar
los trabajos de Ernesto Goldar (2004) y de Aritz Recalde (2009).
No abundan, en cambio, los trabajos referidos a la tarea de Cooke como
diputado nacional entre 1946 y 1951, “fase” o “etapa” de su vida militante que suele ser
considerada desde una perspectiva evolutiva como una instancia inferior de su
pensamiento, el cual se habría completado sobre el final de su vida. En efecto, existe
cierto consenso en referencia a una progresiva radicalización en el pensamiento del
delegado de Perón, que finaliza en su adhesión al marxismo como proyecto político,
que encuentra en la Revolución Cubana su mayor expresión en la región.
En este afán de encasillar al pensamiento de Cooke en etapas claramente
delimitables encontramos la obra de Richard Gillespie (1989). El académico ingles
propone cuatro etapas del ideario cookiano. La primera etapa, dice, es la que desarrolla
Cooke en su juventud como militante universitario vinculado al radicalismo
yrigoyenista. En esta etapa, su pensamiento y acción se orienta a la denuncia de los
vicios de la restauración oligárquica de la década del 30 y la defensa de la legalidad
democrática. La segunda etapa empezaría, según Gillespie, en 1946 cuando Cooke se
suma a las fuerzas del oficialismo peronista como diputado nacional. En esta etapa,
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Cooke se convierte en un ferviente defensor de la justicia social y el welfare state,
reivindicando la intervención estatal para garantizar la justicia social. Con la
“Revolución Libertadora” se inicia, para Gillespie, la tercera etapa del pensamiento de
Cooke, en la cual sus principales preocupaciones son la resistencia frente a la tiranía y
la organización insurreccional para reinstaurar el peronismo, y su comunidad
organizada, en la Argentina. Finalmente, cuando las relaciones con Perón se enfrían y
Cooke se traslada a Cuba en 1960, comienza para Gillespie su etapa “marxista”, la cual
está basada en la negación de la legalidad burguesa, la exaltación de cuba como faro
revolucionario ejemplificador para Latinoamérica y la opción por la lucha armada como
factor de cambio político.
La identificación de fases claramente diferenciables en el pensamiento de
Cooke también podemos encontrarla en los trabajos de Hernán Brienza (2006) y Aritz
Recalde (2009). Ambos autores proponen distinguir tres fases en la evolución del
pensamiento de John William Cooke.
La primera, vinculada al radicalismo yrigoyenista, en la cual Brienza encuentra
en Cooke a un militante probritánico, liberal, institucionalista y adherente a la visión
hegemónica de la historia argentina que propone la línea histórica mayo-Caseros. (Cabe
destacar que tales afirmaciones no son sostenidas en documentos sino que las realizan
por afiliación familiar, ya que el padre de John William estaba vinculado a la UCR)
Con la llegada del peronismo, el pensamiento de Cooke sufriría una primera
mutación (Recalde sostiene que es por la influencia de César Marcos y Raúl
Lagomarsino), que lo lleva a convertirse en un nacionalista populista revolucionario,
que denuncia las inequidades producidas por el liberalismo, la acción nociva del
imperialismo sobre la soberanía nacional y que defiende el keynesianismo como
herramienta de la justicia social. En esta etapa, Brienza sostiene que Cooke es próximo
al marxismo en cuanto herramienta de análisis para la realidad nacional, pero no como
ideal político, ya que para el Diputado Nacional por la Capital Federal la contradicción
básica de la Argentina no estaba en la lucha de clases sino en la antinomia
nación/imperialismo.
Finalmente, ambos autores coinciden en verificar una radicalización definitiva
de Cooke hacia la izquierda y su intención de volcar al peronismo hacia el socialismo,
procurando tender puentes entre Cuba y la Argentina para la formación de un bloque
revolucionario regional.
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La identificación de etapas diferentes en el pensamiento de Cooke no niega para
los autores que hemos mencionado la existencia de un núcleo de pensamiento que
pervive a través del tiempo y las circunstancias. Todos los trabajos referidos a la acción
política de Cooke desde que adhiere al peronismo, encuentran en la base de su
pensamiento tres ejes temáticos: el nacionalismo, el antiliberalismo y el
antiimperialismo.
En efecto, el nacionalismo es el eje central del pensamiento de Cooke y
atraviesa toda su obra. Ésta, es posible sostener que se asienta en la defensa de los
intereses nacionales y en la liberación de la nación de las fuerzas que le impiden
realizarse. Por eso, su nacionalismo lo lleva a denunciar al imperialismo y al
liberalismo como la herramienta ideológica del mismo.
Esta posición, que durante el período en que el peronismo es gobierno adquiere
en Cooke un carácter institucionalista que encuentra en la intervención estatal sobre la
economía la posibilidad de completar el proceso de liberación nacional iniciado en
1810, tras el golpe de estado que derroca a Perón se mantiene, solo que cambia de
carácter en el contexto de la persecución que sufre el peronismo por parte de la “tiranía
libertadora”.
En efecto, alejado el peronismo del poder, Cooke adopta una posición
revolucionaria que, tal como destacan Gillespie, Recalde y Brienza, niega la
institucionalidad burguesa y promueve la profundización del carácter revolucionario del
movimiento peronista, lo que lo lleva a posiciones encontradas con las de Perón.
Tal como destacan Horacio González (2007) y los autores antedichos, la
profundización de la opción revolucionaria en Cooke lo lleva a discrepar con Perón en
cuanto a dos temas: la estrategia para la toma del poder y las bases de apoyo sobre las
que debe asentarse el movimiento.
La posición del líder exiliado en España era ahogar al régimen de la
“Libertadora”, valiéndose de todas las tácticas posibles (sabotajes, alianzas electorales,
huelgas, etc.), por lo tanto, estaba interesado en recibir y autorizar a todo aquel que
pueda contribuir a la causa, sin importar desde dónde y cómo.
Cooke, en cambio, advertía sobre la necesidad de organizar en forma
centralizada al movimiento, bajo una unidad no solo estratégica sino también táctica.
La amplitud de acciones llevaba a la dispersión del esfuerzo y a la confusión acerca de
cuál era la posición del peronismo. Frente al “sí fácil” de Perón, que pretendía “atacar
desde todos los frentes”, bendiciendo la acción de todo aquel que invocara su nombre,
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John William Cooke planteaba la intransigencia y la vía insurreccional como única
opción para el regreso del peronismo al poder.
Este punto de vista diferente entre el líder exiliado y su representante en el
teatro de operaciones los lleva a discrepar sobre el carácter de los dirigentes
intermedios del movimiento, en un contexto de tiranía proscriptiva de la voluntad
popular. Para Cooke, el mayor problema que enfrentaba el peronismo no estaba en la
represión de la “Libertadora” o de los gobiernos semidemocráticos, sino que estaba
dentro del movimiento mismo (como ya venía advirtiendo desde 1954 en la revista “De
Frente”), y era la presencia de una dirigencia sindical burocrática.
Al respecto, Ernesto Goldar (2004) sostiene que Peronismo y Revolución, una
de las obras centrales de Cooke, debe leerse como una “Critica a la Razón Burocrática”,
a un modo específico de ejercer las funciones representativas del pueblo. El burócrata
para Cooke, no está preocupado por el fortalecimiento del movimiento, ni tampoco por
el regreso de Perón al país. Su principal preocupación es la preservación personal de su
lugar como burócrata, por lo tanto su espíritu lo lleva a la no-acción, las expresiones
reformistas y a posiciones negociadoras que expresan su mentalidad burguesa.
En el contexto de la ausencia de una dirección centralizada y totalmente
definida, por la ausencia del líder reconocido por todos los sectores peronistas, la Razón
Burocrática, sostenía Cooke, buscaba autorreproducirse, mirándose a sí misma y por
ende alejándose de la voluntad y del sentir de las bases, perdiendo por ende su carácter
representativo de lo popular y convirtiéndose en élite escindida del sentir popular. Así,
la pervivencia dentro del movimiento de los sectores burocráticos impide toda voluntad
intransigente, ya que su propio espíritu es la negociación, y detiene la acción
intransigente, ya que el burócrata es el dirigente de la inactividad y el reformismo.
Cooke procurara forzar a Perón a manifestarse contra la Razón Burocrática y
remplazarla por la acción de masas y la organización de las bases para la toma del
poder, lo que en los hechos implicaba que Perón desautorizase a una serie de dirigentes
gremiales y políticos en la Argentina. Perón no adherirá al planteo de Cooke y este será
el comienzo del enfriamiento de las relaciones entre ambos.
Cooke y el revisionismo histórico
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Tal como hemos dicho antes, la mayoría de los estudios dedicados a John
William Cooke se enfocan en su correspondencia con Perón y en su carácter de
pensador influyente en la formación de la izquierda peronista. Sin embargo, cabe
destacar el trabajo de Melina Adelchanow (2005) quien realiza un análisis acerca del
papel que cumple la historia en el pensamiento político de John William Cooke.
Adelchanow sostiene que Cooke adhería al revisionismo histórico, el cual se
presentaba a sí mismo como el opuesto de la historiografía liberal y de la historia
oficial, no por mero interés académico o erudito sino porque a través de las relecturas
del pasado que proponía el revisionismo y su reinterpretación del mismo, encontraba un
punto de apoyo donde legitimar su proyecto político.
El conflicto de interpretación acerca del pasado histórico nacional que se
manifestaba entre la historia oficial y el revisionismo era concebido por Cooke como
una manifestación del conflicto y la lucha política entre dos Argentinas: una
oligárquica, liberal y con los ojos puestos en Europa, y otra nacionalista, antiliberal,
popular y reconocedora del papel positivo de los caudillos.
Es la lucha entre la “civilización” y la “barbarie”, sostenían los revisionistas, lo
que impulsa el falseamiento del pasado por parte de la historiografía oficial. Tal
corriente historiográfica identificaba toda manifestación de cultura popular y generada
desde la realidad de la región como un símbolo de lo extraño, lo impropio, lo
incivilizado (lo fuera de la civitas, paradójicamente), lo bárbaro. En contrapartida, eleva
al altar de lo civilizado (lo propio de la civitas) y lo natural, la cultura europea, lo
foráneo, los dogmas del liberalismo.
La adscripción de Cooke al revisionismo histórico, sostiene la autora, estaba
sustentada en la defensa de cuatro ejes que se corresponden con las principales
preocupaciones políticas del mismo. En primer lugar, adhería a la noción de la historia
como un conflicto entre dos Argentinas; una de orientación oligárquica y vinculada a
los intereses del imperialismo en la región, que había sido erigida como sentido común
por la elite política conservadora, y otra popular y nacionalista, una “Argentina oculta”
basada en los preceptos morales propios de la región. En segundo lugar, Cooke adhería
a la propuesta de una linealidad revolucionaria en la historia nacional. Frente a la
exaltación liberal de la línea histórica Mayo-Caseros, que marcaba en 1810 el inicio de
la Liberación Nacional, ponía como punto final del proceso la victoria de Urquiza sobre
Rosas en 1852 y el exilio del último, Cooke (entre otros) proponía una nueva línea
histórica que expresaba hitos de la liberación nacional. Esta línea no está basada en
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“sucesos”, sino en la acción de caudillos populares que en su momento representaron
cabalmente los intereses del pueblo. Así, frente a la línea liberal Mayo-Caseros, el
revisionismo histórico peronista proponía una línea más amplia que partía de San
Martín, pasaba por Rosas y los caudillos provinciales, tenía una nueva expresión en la
figura de Irigoyen, y finalmente con la llegada de Perón a la presidencia de la nación
veía completarse el círculo de una liberación, que no solo era política sino también
económica y social.
De esta manera, sostiene Adelchanow, mientras el peronismo está en el poder,
Cooke lo presenta como el desenlace histórico de las reivindicaciones populares y del
proceso revolucionario iniciado en 1810.
Adelcharow destaca también el lugar central otorgado al pueblo en la
reconstrucción de la memoria histórica y la construcción de un proyecto político
vinculado a ella. Éste es el tercer de eje de acercamiento al revisionismo por parte de
John W. Cooke, quien entiende que el conflicto entre “dos Argentinas” es
manifestación del enfrentamiento socio-político entre la oligarquía y el pueblo. La
oligarquía, para el diputado peronista, logra implantar tras la Batalla de Caseros un
clima cultural favorable a los intereses comerciales de los grandes propietarios de
tierras, en alianza con los intereses imperialistas de Europa. De esta manera, la
oligarquía concentra el poder político y económico y crea un clima cultural propicio al
liberalismo, y por ende (en el pensamiento de Cooke) al imperialismo.
El pueblo, en cambio, adquiere el status de auténtico representante de los
valores morales de la región y su acción es la mejor defensa de los intereses nacionales
frente al imperialismo. Desde Cuba, Cooke dirá que el pueblo se manifiesta en los
momentos más críticos de la historia nacional, ya sea resistiendo las invasiones inglesas
a principios del siglo XIX, pugnando por las definiciones políticas de liberación
nacional en mayo de 1810 y en julio de 1816 y resistiendo al intento de desvirtuar el
proceso revolucionario por parte de las elites bonaerenses, erigiendo caudillos
provinciales que lideren guerrillas de resistencia en defensa de la liberación nacional y
el federalismo. El último eje de relación entre el desarrollo intelectual del revisionismo
histórico y la obra y acción política de Cooke es justamente la defensa del caudillismo
como una manifestación popular que permite el autoreconocimiento del pueblo en su
liderazgo.
En este sentido es interesante notar que pese a las etapas que diversos autores
identifican en la evolución del pensamiento cookiano, la figura del líder popular
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siempre encuentra un lugar en las manifestaciones de Cooke, ya sea en la Cámara de
Diputados de Nación o en Cuba como testigo participante de la revolución que se
realizaba en la isla.
Adelcharow propone, entonces, que las lecturas de la historia argentina que
realiza Cooke están vinculadas a su proyecto político, y si bien ciertas definiciones van
variando o moviéndose sobre su propio eje, a lo largo de toda su vida política conserva
las cuatro características antedichas (conflicto entre dos argentinas, línea histórica de
caudillos, exaltación del pueblo como guardián de los valores morales nacionales, y
caudillismo como característica típica de la región y como manifestación de la voluntad
popular)
La preservación de estas preocupaciones históricas a lo largo de su vida lleva a
la autora a relativizar la propuesta de identificar etapas tan definidas en el pensamiento
de Cooke. Al referirse a las etapas propuestas por Gillespie, sostiene que son correctas
para organizar el análisis, pero que no se niegan entre sí. Al respecto dice:
“Señalan más bien un cambio en su forma de enfocar la realidad, ante condiciones
políticas que fueron variando sustancialmente. Cooke conserva ciertas
preocupaciones pero las redefine.” (Adelcharow, 2005: 18)
Coincido con la afirmación de Adelcharow. Las fases propuestas por los autores
acerca de la evolución del pensamiento de Cooke no marcan un cambio profundo en su
pensamiento, sino que señalan el cambio de contexto en el que realiza sus expresiones
políticas. Las bases del pensamiento de Cooke propuestas en todos los trabajos acerca
de su vida y obra señalan su carácter nacionalista, antiimperialista, antiliberal, su
exaltación del pueblo y la denuncia de la oligarquía como factor negativo para la
liberación nacional, la recuperación del caudillismo como una forma de representación
popular que nace del pueblo, los vicios que pueden generar en el movimiento la
aparición de elites dirigentes desvinculadas del sentir popular (la razón burocrática),
finalmente la preocupación por definir al peronismo como un movimiento
revolucionario cuyo papel es finalizar el proceso de liberación nacional iniciado en
1810, tarea que debe realizar desde el Estado.
Leyendo a Cooke en clave republicana
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En estas páginas procuraremos analizar la obra política de John William Cooke,
durante los años que ocupo una banca como Diputado Nacional por la Capital Federal
(1946-1951) a través de sus intervenciones en el Congreso. Procuraremos rastrear en
dichas intervenciones las características básicas de su pensamiento, que llevaron a los
autores que han trabajado sobre el tema a caracterizarlo como un pensador
nacionalistas, antiliberal, antiimperialista y representativo de una tendencia de izquierda
(con la amplitud que el termino pueda tener) dentro del peronismo.
Los ejes articuladores del trabajo serán el análisis de la definición que realiza el
joven parlamentario con respecto al concepto de libertad, su relación con la acción del
Estado y el rol que le adjudica al mismo en cuanto al desarrollo de la libertad.
Procuraremos también analizar cuál es el papel que cumple el conflicto entre las “dos
Argentinas” que denuncia la historiografía revisionista en la generación de
instituciones. Finalmente, buscaremos dar sentido al lugar que Cooke le da al pueblo en
cuanto a la generación de instituciones propicias para la libertad, articulando dicha
definición con el concepto de caudillismo y su desarrollo en la región.
Nuestra hipótesis –ya la anticipamos– es que puede leerse la obra de Cooke,
durante los años que ejerció la función de Diputado Nacional por la Capital Federal
(1946-1951) a la luz la tradición republicana popular, que no siempre se manifiesta en
forma pura en la acción de Cooke, sino que también encuentra tensiones con la misma.
Procuraremos corroborarlo a través del análisis de la obra parlamentaria de Cooke entre
los años 1946-1951 articulándola en base al concepto de libertad como no-dominación
desarrollado por Phillip Pettit (1999).
Un joven Diputado Nacional
John William Cooke inicia su vida política durante la “década infame” como
joven militante radical irigoyenista. Tal posición lo acerca en 1946 al peronismo, en el
que creía ver una continuidad con los ideales igualitarios que el radicalismo
representaba a principios del siglo XX. Rápidamente empieza a destacarse como un
hombre con profunda vocación política y con una formación cultural de tal magnitud
que le permite abordar la discusión y el análisis de los principales temas de interés
político, económico y social del momento. Estas características lo llevan a convertirse
en uno de los primeros diputados por la Capital Federal del gobierno peronista en 1946.
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Desde su banca como diputado nacional Cooke realiza un sin número de
intervenciones, desplegando en cada una de ellas un cúmulo de interpretaciones acerca
de la sociedad argentina (tanto en su presente como en su pasado a través de la afinidad
con el revisionismo histórico) y de preceptos políticos tendientes a instituir una
república de características populares con un fuerte contenido de igualdad social. Al
analizar la labor parlamentaria de Cooke durante los años del primer peronismo
notamos la emergencia de preocupaciones políticas que lo acompañarán a lo largo de su
vida, tales como la explotación de los trabajadores, la desigualdad material entre los
ciudadanos que redunda en capacidad de presión política diferencial, la denuncia del
imperialismo como fuerza que atrasa el desarrollo económico de Latinoamérica, la
defensa de la planificación económica y finalmente la necesaria vinculación entre el
pueblo y las instituciones para finalizar la “liberación nacional”.
Esta serie de preocupaciones son las que permiten realizar una lectura de Cooke
como un pensador nacionalista, antiimperialista, antiliberal y latinoamericano. Sin
embargo, tal lectura se realiza usualmente refiriendo al período en que Cooke lideró la
“resistencia peronista” como delegado personal de Perón, destacándose en última
instancia el alejamiento final entre ambos por la “radicalización” del pensamiento de
Cooke. En este trabajo, en cambio, pretendemos adentrarnos en el pensamiento de
Cooke a través de sus expresiones políticas volcadas en el Congreso Nacional como
vocero del partido gobernante y de una fuerza política excluida y proscripta, ya que
creemos encontrar las bases del pensamiento político más difundido de Cooke (lo
realizado tras el derrocamiento del peronismo hasta su muerte) en los años que ejerce
como parte del bloque parlamentario peronista, solo que matizados por el contexto
político y la posición de oficialismo que ocupaba el peronismo.
Así, frente a la definición de la República Argentina como una país desigual en
lo social, falto de libertad por la presión externa del imperialismo sobre una estructura
económica semicolonial y la presión interna de los grupos económicos sobre la
soberanía del Estado y las decisiones de los individuos, frente a la apropiación del
poder público por parte de la élite y su utilización como poder privado, Cooke pretendía
iniciar un proceso de trasformación basado en la libertad y su correlativa igualdad. Este
proceso de transformación, sostenía, solo podía ser llevado adelante por un poder
político que actuara por y para el Pueblo y cuya función sería preservar los intereses del
mismo. Tal poder, sostenía, estaba representado en el Estado.
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De esta forma, frente a la debilidad del republicanismo que percibe en el
territorio, plantea fortalecer al Estado frente a los poderes privados que inciden sobre su
autonomía, asegurando la superioridad del interés público por sobre los intereses
privados. Permitiendo que el agente de transformación sea al mismo tiempo
transformado en el proceso revolucionario que Cooke vislumbra en el peronismo. El rol
del Estado es, en la visión de Cooke, lo que el peronismo se plantea reformular, y no
desde fuera de él sino en un proceso de cambio que el mismo Estado propicia y lleva
adelante.
Dicha revolución basada en el fortalecimiento del Estado frente a los poderes
económicos y a los intereses particulares era planteada como una revolución desde lo
institucional que pretendía partir de las instituciones políticas existentes en la Republica
Argentina y a partir de ellas comenzar el proceso de transformación. Al respecto decía
en una de sus primeras intervenciones como Diputado por la Capital Federal en junio
de 1946:
“Creemos que la violencia en la acción no significa mayor profundidad en
las ideas. No nos interesan las gesticulaciones: no nos interesan los gestos
violentos. Precisamente, porque creemos que esta es una revolución trascendente y
con gran sentido de profundidad –ya sea en la intensidad de las ideas, como en el
tiempo– es que entendemos que hay que hacerla por el único medio que ha de darle
perdurabilidad: por el plano de las realizaciones legales.
No tenemos ningún temor de que la revolución vaya deshilachándose entre
los puntos y comas de las leyes; muy por el contrario, creemos que ha de
conseguirse una realización integral de la reivindicación del pueblo argentino.”
(2007: 39)
La revolución peronista toma entonces un camino institucional para su
realización. Esta primera definición nos permite comenzar a vincular la labor
parlamentaria, del joven diputado en particular y del peronismo en general, con la
tradición republicana. No es caprichosa la elección de la vía institucional para la
realización de la revolución. En dicha definición programática encontraba Cooke la
conciencia acerca de la legitimidad y perdurabilidad de las transformaciones que el
movimiento peronista pretendía llevar adelante.
Frente a las acusaciones sobre la figura de Perón como un déspota o un tirano,
frente a las acusaciones de la oposición sobre el peronismo como un movimiento
fascista y totalitario, Cooke argumentaba que el propio movimiento se ocupaba de
desmentir tales acusaciones llevando adelante todas las reformas políticas, económicas
y sociales mediante canales institucionales. Tal voluntad alcanza su máxima expresión
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en la reforma constitucional de 1949, proyecto que presenta Cooke junto con el
diputado Guardo en 1948. Allí sostiene con referencia al peronismo:
“Llegó la revolución, y el pueblo fue nuevamente interpretado. La
revolución inicio la supresión de todo lo antinacional, liquido malas deudas,
canceló contratos humillantes y onerosos, retomo lo que legítimamente la
pertenecía al país e inicio su régimen con el capital permanente de la Nación:
pueblo y trabajo
Del Estado prescindente en materia económica, del clásico estado
gendarme, sumiso con el amo, duro con el débil, se ha pasado, por imperio de los
hechos y de las circunstancias, a un Estado planificador y equilibrador de todas las
actividades.
De un Estado insensible al ‘debe’ y al ‘haber’ de las transacciones
internacionales en materia de productos y de moneda, la necesidad de salvaguardar
la riqueza y el porvenir del país ha impuesto un Estado comprador y vendedor
único de sus productos y sus divisas, ante el extranjero.
De un Estado que no tenía intervención, en materia de trabajo y de salarios,
de acuerdo con las supuestas leyes de la oferta y la demanda, se ha llegado a un
Estado de justicia social, que vela por el bienestar y la seguridad efectiva y real de
todos los habitantes.
De un Estado manejado por cenáculos de notables y camarillas áulicas, se
ha llegado a un Estado donde el pueblo, después de estar fuera del conocimiento y
de la cosa pública, manifiesta, recién ahora, su voluntad libérrima en limpios
comicios.
Y todo ello, bajo el imperio del actual texto constitucional. No se hizo una
revolución contra la Constitución, sino dentro de ella, buscando interpretarla
lealmente en lo mucho que tiene de democrático, de popular, de justiciero.” (2007:
197)
En esta intervención de Cooke podemos ver identificados a grandes rasgos los
principales ejes de transformación del peronismo, destacando la importancia de las
reformas introducidas tanto a nivel político como a nivel económico. Sin embargo, lo
que le interesa destacar a Cooke es el carácter legal de tales acciones, no desde un
andamiaje institucional impuesto por el peronismo sino desde la actualidad de las
instituciones nacionales, rescatando de ellas sus fundamentos básicos.
La opción por el parlamento, que defiende Cooke entre 1946 y 1951, era una
forma de vincular al peronismo con la historia nacional identificando en ella hitos y
personajes que contribuyeron a la formación institucional de sistema político argentino,
de los cuáles el peronismo decía ser continuidad. Esta opción, sostenía, era más
propicia para que las transformaciones iniciadas, la legislación realizada y los preceptos
ideológicos difundidos fueran apropiados por el pueblo, no como una donación del líder
del movimiento a ellos sino como derechos obtenidos que no dependen de la figura de
Perón. Al mismo tiempo, este “institucionalismo” permitía al peronismo refutar las
críticas realizadas desde la izquierda y la derecha del arco político quienes
16
paradójicamente coincidían en identificarlo como un movimiento autoritario y
totalitario.
Todo lo contrario. El autoritarismo y la imposibilidad de desarrollo individual
se encontraban, para el peronismo, en aquellas relaciones sociales que escapaban a la
regulación del Estado y donde el liberalismo conformaba un clima cultural sustentado
en las capacidades individuales y el libre juego de la oferta y la demanda, lo cual se
traducía para Cooke en dominación de los poderosos sobre los débiles.
La solución que la revolución encontraba era fortalecer al Estado y otorgarle un
nuevo rol interventor en aquellas áreas que el liberalismo consideraba propias de la
“sociedad civil”. Así, las reformas proyectadas perseguían tres objetivos que se
complementaban entre sí: fortalecer al Estado, tanto en el ámbito interno como en el
ámbito de las relaciones internacionales, devolver al pueblo su lugar como soberano,
superar aquellas situaciones de dominación que se registraban como causa de la
desigualdad social.
De esta forma, todos los proyectos e intervenciones de Cooke en el parlamento
apuntaban a extender la libertad más allá de expresiones de buena voluntad, nivelar la
diferencia de poderes sociales entre los trabajadores y los empleadores y superar el
liberalismo como ideología hegemónica, que atravesaba toda la Constitución Nacional,
para lograr el fortalecimiento del Estado. El peronismo, tal como lo expresa Altamirano
(1995), no reconoce en su formación ideológica inicial un núcleo de pensamiento
uniforme, sino que dentro del mismo conviven diferentes corrientes ideológicas que se
articulan en base a la figura de Perón. Creo que dentro de esas diferentes corrientes es
posible identificar un carácter republicano, siendo Cooke uno de sus principales
exponentes.
En efecto, lo que la labor parlamentaria de Cooke nos enseña sobre su
definición de la libertad, su vinculación con la igualdad, la necesidad de una
herramienta política que garantice la posibilidad de disfrutar de la libertad más allá de
las expresiones de buena voluntad, el papel del pueblo y de las instituciones en la
liberación nacional y la lucha contra los poderes particulares que atentan contra los
intereses y la voluntad general, permite establecer vínculos entre la obra de Cooke en
particular (y el peronismo en general) con una cierta tradición republicana a la que
denominaremos “popular”, basada en una concepción de libertad como no-dominación,
que requiere para su efectiva realización la intervención constante del poder político de
la comunidad nacional.
17
Capítulo II
Diferentes tradiciones republicanas en disputa
Las apelaciones a la república o al republicanismo en los debates políticos
argentinos contemporáneos suelen referir al mismo como un unidad coherente de
preceptos ideológicos que dan forma a un régimen político definido por la separación
de poderes, los balances y contrapesos para evitar la concentración del poder público en
uno de ellos, y el control institucional sobre las acciones de los gobernantes. Sin
embargo, tales definiciones refieren a cierta forma de republicanismo que se identifica
con la tradición liberal, y no agotan todos los significados con los que a lo largo de la
historia se ha investido a la noción de republicanismo. (Skinner, 1985)
El republicanismo no es un conjunto homogéneo de precepto ideológicos, sino
que podemos rastrear diferentes corrientes de pensamiento republicano en disputa. Si
bien el sentido liberal del republicanismo ha logrado elevarse sobre otros, no es la única
alternativa republicana. Podemos identificar al menos dos tradiciones republicanas que
se diferencian en cuanto a la definición de libertad que proponen y la derivación de ella
de una serie de razonamientos políticos que articula conceptos comunes a ambas
tradiciones, pero que se relacionan de manera diferente en cada una de ellas.
Republicanismo liberal y republicanismo popular
La primera de estas tradiciones republicanas es la que adopta un carácter liberal.
Esta conjunción entre republicanismo y liberalismo suele enfatizar la necesidad de
“respetar las formas” para la toma de la decisión publica, evitando así la concentración
del poder político en manos de los gobernantes y garantizando que no atenten contra las
libertades individuales de los integrantes del cuerpo político.
La libertad, desde esta perspectiva, es considerada un bien negativo (es
ausencia) del que gozan los individuos en cuanto se encuentran a salvo de interferencias
para la acción en base a sus propias capacidades. Esta concepción de la libertad como
no interferencia y bien individual encuentra en el siglo XVII un desarrollo importante,
en base al desarrollo de la misma que Thomas Hobbes realiza en su Leviatán. Hobbes
18
sostenía que la libertad era la ausencia de impedimentos para la acción individual, y que
la acción del gobierno era una forma de reprimir dicha libertad.
En el argumento de Hobbes, la represión a la libertad por parte del gobierno era
una necesidad para superar el estado de guerra y por tanto una acción virtuosa y
positiva. El liberalismo en cambio, adhiere a la definición de libertad como ausencia de
interferencia, pero no se plantea reprimirla sino que al contrario busca expandirla.
Siendo la libertad un bien individual, en esta tradición republicana cobra
especial interés la figura del ciudadano como unidad integrante de la comunidad
política. La comunidad política está formada por individuos que tiene un carácter dual,
son al mismo tiempo ciudadanos con funciones políticas (directas o indirectas)
relacionadas al gobierno de la cosa pública y agentes privados diferentes de la totalidad
que forma la comunidad.
De esta manera, los ciudadanos desarrollan su vida en dos ámbitos diferentes y
escindidos. Por un lado tienen obligaciones políticas que los emparentan con el resto de
los ciudadanos y los llevan a una vida pública de responsabilidades frente a la
comunidad. Por otro lado, los ciudadanos son individuos particulares que desarrollan
sus vidas en un ámbito privado que no guarda (en apariencia) demasiada relación con el
carácter público de la ciudadanía. La libertad como ausencia de interferencia se
manifiesta en este segundo ámbito de la vida de los ciudadanos, ya que los individuos
son más libres en cuanto menos trabas para su acción individual encuentren. Las trabas
para la acción individual, tal como planteaba Hobbes, están en la interferencia del
Estado en la vida de los ciudadanos. De este modo, las leyes que regulan los
comportamientos son consideradas limitaciones a la libertad, que solo son aceptadas
como necesarias en cuanto garantizan la seguridad de los individuos y permiten la
interacción entre ellos dentro de parámetros estables y previsibles. Así, una república
liberal goza de buena salud en cuanto logra contener el ámbito de lo público a su
mínima expresión y promueve el desarrollo del ámbito privado. Así, el Estado es
concebido como poder público que debe retraerse sobre sí mismo lo más posible para
evitar atentar contra la libertad.
La república, desde esta perspectiva, requiere un estricto diseño institucional de
balances y contrapesos que evite, por un lado, la apropiación del poder público en
manos privadas mediante la concentración del poder, y, por otro lado, que limite el
poder del Estado para interferir en la libertad de los individuos.
19
La función del Estado es generar leyes que permitan ordenar las interacciones
sociales entre los individuos, asegurando su libertad y seguridad y al mismo tiempo,
reprimirse a sí mismo para garantizar el goce de los derechos por parte de los
ciudadanos.
Este rol de guardián de la libertad individual frente a otros individuos y frente a
sí mismo, convierte al Estado en un poder público que debe estar al margen de los
conflictos entre los individuos para asegurar su papel neutral. El conflicto aparece para
esta tradición como una situación que no compete al Estado sino a diferentes partes de
una relación social. Cuando el conflicto que se da en el seno de la “sociedad civil” llega
al Estado se convierte en un peligro para la república, ya que se presentan, pues, dos
caminos ante tal situación, la posibilidad de una disgregación del cuerpo político por las
diferencias entre las partes, o la intervención del poder público a favor de alguna de las
partes, lo que es aún peor pues atenta contra la libertad individual que debía proteger al
convertirse en poder privado interviniendo a favor de un parte de la sociedad.
Para el republicanismo liberal el conflicto político es siempre un peligro para la
unidad social y para el poder público ya que es sinónimo de desintegración o muestra la
intención de convertir al poder público en poder privado, trasladando intereses
particulares al ámbito del Estado.
El hincapié sobre los individuos deriva en la existencia de un cuerpo político
homogéneo que se vuelve heterogéneo solo en el ámbito de las relaciones económicas.
De esta forma la idea de pueblo aparece como una sumatoria de individuos dispersos,
basados en la figura del ciudadano, que se reconocen en cuanto tienen intereses
generales en común, es una concepción que no reconoce fisuras, el pueblo es la
totalidad del cuerpo político, nunca una parte y el interés general del mismo es siempre
uno y no admite contradicciones.
Tal definición lleva al republicanismo liberal a considerar que la republica
funciona correctamente en cuanto el poder público es llevado adelante por canales
institucionales que protejan los derechos individuales de cada miembro del pueblo. La
política es apenas una acción administrativa de la “cosa pública” que no reconoce
fisuras y cuando lo hace es porque está mezclando los asuntos públicos con los asuntos
privados. De esta manera, la participación política es concebida como una carga
(excepto para los políticos de profesión que optan por ella como forma de vida) para los
individuos, necesaria solo para que los ciudadanos garanticen su propia libertad.
20
Frente (en ocasiones al lado) al republicanismo liberal, preocupado por la
defensa de la libertad individual y el diseño institucional del poder político para
reprimir la posibilidad de acciones tiránicas sobre la misma, por parte del Estado,
podemos identificar una segunda tradición republicana que se construye sobre los
cimientos conceptuales e ideológicos de la libertad como autogobierno, del papel del
pueblo como actor (virtuoso) central de la política, y de la definición del conflicto como
posibilidad de desarrollo institucional para la libertad.
Esta tradición republicana (a la que denominaremos popular) encuentra sus
raíces en el pensamiento político de autores tales como Cicerón y Polibio que refieren a
la Republica Romana, en el Maquiavelo de los discursos sobre la primera década de
Tito Livío, la preocupación por la igualdad de James Harrington, manifestada en su
utópica Oceana en 1656, y el lugar del pueblo y de la soberanía en el Contrato Social
de Rousseau, entre otros.
En contraposición a la noción negativa de la libertad, propia del liberalismo, el
republicanismo popular propone un concepto positivo de la libertad. Si para el
liberalismo, la libertad es ausencia de interferencias a la acción individual, la libertad
republicana es positiva en cuanto requiere el autogobierno de la comunidad política.
Esta forma de concebir a la libertad implica afirmación ciudadana en el Estado,
participando políticamente de la toma de decisiones referentes a los asuntos públicos.
Así, al igual que en el republicanismo liberal, el diseño institucional del Estado
para la decisión política cobra vital importancia. Sin embargo, siendo la libertad el
autogobierno y por ende una acción positiva de la comunidad, las instituciones están
orientadas a favorecer la participación política de los ciudadanos, no a protegerlos
contra el poder del cuerpo social. Es en la posibilidad de forma parte de una comunidad
política que se autogobierna que los individuos pueden ser considerados libres de la
tiranía.
Esta idea podemos remontarla hasta los escritos políticos de Cicerón en el siglo
I A.C. y su preocupación por la “cosa pública” frente al ascenso del interés privado
entre los ciudadanos de Roma. Esta preocupación lo llevaba a defender la figura del
ciudadano como actor político que se realiza a través de la república, advirtiendo que
sin ella el interés privado ni siquiera podría ser una preocupación pues la libertad de los
ciudadanos, afirmaba, estaba atada a la fortaleza de la república. El ciudadano, en el
planteo de Cicerón, es libre en cuanto pertenece a un cuerpo político que trasciende su
21
individualidad, es decir que es libre en cuanto forma parte de una comunidad regida por
leyes.
De esta manera, uno de los pilares del republicanismo liberal está en discusión;
la distinción tajante entre la esfera de lo público y la esfera de lo privado y el
reconocimiento de la primera como el reino de la libertad. En efecto, la libertad
republicana es gradual. Mientras más pública sea la vida (y por ende menos privada)
mayores los márgenes de libertad social. La libertad es aquel “vivir deacuerdo a las
leyes” expresado por Rousseau en el Contrato Social.
Libertad como no-dominación y autogobierno en la tradición republicana popular
Para esta tradición republicana es en el ámbito de los privado que la libertad
corre riesgos frente a los avances de la tiranía y la dominación. Aquí es importante
destacar la obra de P. Pettit (1999) quien sostiene que la libertad propugnada por el
republicanismo no es la de autogobierno sino la de no-dominación. Al respecto de la
misma sostiene:
“Destacada la central importancia de esas dos cosas, resulta muy natural concebir
la libertad como el estatus social de estar relativamente a salvo de la interferencia
arbitraria de otros, y de ser capaz de disfrutar de un sentido de seguridad y de
paridad con ellos. Este enfoque presenta así la libertad como no-dominación: como
una condición en la cual la persona es más o menos inmune, y más o menos
notoriamente inmune, a interferencias arbitrarias.” (1999: 12)
La libertad como no-dominación, basada en la tradición republicana que
identifica Pettit, no concibe a la libertad como un atributo de los individuos sino que es
una capacidad social. La libertad es una capacidad que solo puede ser alcanzada
socialmente, es “ser capaz de disfrutar de un sentido de seguridad y de paridad con
ellos (el resto de los individuos)”. Así ningún individuo puede ser libre si el resto de la
sociedad a la que pertenece no lo es.
Al tiempo que la libertad es reconocida como un atributo social, no individual,
Pettit señala como una de sus características la ausencia de “interferencias
arbitrarias”. No se limita a la ausencia de interferencias o de intervención sino que la
libertad requiere que la interferencia que incida en la acción de los sujetos no sea
arbitraria. Esta falta de arbitrariedad refiere a las leyes como institución mediadora en
las relaciones sociales, de esta forma cuando el Estado interviene en el denominado
22
ámbito de la sociedad civil no está atentando contra la libertad de los individuos sino
que está cumpliendo su papel de regulador de las relaciones sociales, regulación
necesaria desde esta perspectiva, pues solo desde el lugar de poder público pueden
superarse las desigualdades sociales (y por ende la dominación) que produce el
mercado.
Entre la libertad como autonomía y la libertad como no-dominación parece
haber una brecha que las distingue. Sin embargo, creo que son complementarias y que
ambas forman parte de la tradición republicana. La libertad como autogobierno impulsa
la participación política de los ciudadanos y un rol activo en la participación del
gobierno por parte de todos los sectores sociales. De esta manera, guarda una estrecha
relación con la democracia como régimen político, siendo de esta forma más libre la
sociedad, en cuanto más logra acercarse a la democracia directa.
Sin embrago, en el marco de las sociedades complejas contemporáneas, el ideal
de la democracia directa parece ser un ideal demasiado ambicioso y utópico. En este
contexto, la preocupación por la dominación para definir la libertad cobra especial
interés.
El autogobierno, propugnado como paradigma de la libertad republicana desde
la antigüedad refiere a la sociedad, no a los individuos. En efecto, quien se
autogobierna es la comunidad política, es afirmación frente a los poderes externos al
Estado, ya sea otros Estados, o frente a poderes económicos y/o sociales al interior de la
sociedad. La defensa de la participación democrática (central en el republicanismo
popular) es importante en cuanto fortalece a la comunidad, pero esta concepción de la
libertad como acción política positiva frente a otros no es extendida al interior de la
sociedad, allí el ideal de libertad es el de no-dominación.
Para entender la distinción es fructífero analizar las dudas que genera la libertad
republicana al intentar comprenderla desde su acepción liberal. Al intentar tender
vínculos entre el republicanismo y el liberalismo Gargarella sostiene:
“En efecto, si alguien no puede seguir el modelo de virtud personal que prefiere
porque su comunidad se lo impide o lo desalienta, luego, la afirmación de que tal
individuo se autogobierna plenamente comienza a aparecer como demasiado
dudosa por más que tengas amplias posibilidades de intervenir en política. Un
entendimiento habitual, sensato, de la idea de autogobierno, debe dar cuenta de la
importancia que le asignamos tanto al control colectivo sobre los destinos de la
comunidad, como a la posibilidad de que cada persona escoja por sí misma la
dirección que quiere imprimirle a su vida.” (Gargarella 2001, 58)
23
Aparece aquí plasmada la preocupación liberal de que la comunidad avasalle al
individuo. El autogobierno republicano no esta apuntado, en efecto, a los individuos
sino a la comunidad. Sin embargo, tampoco es necesariamente antitético con la libertad
individual.
La libertad republicana requiere, en primera instancia, asegurar la autonomía de
la comunidad frente a otros que le son ajenos (tal es el sentido de libertad republicana
que encontraremos en los pensadores de la antigüedad y del renacimiento), lo que
supone cierta unidad del cuerpo político en base a leyes que establezcan pautas de
comportamiento sociales. Es decir que el Estado, como poder público, impone modelos
de virtud cívica entre los ciudadanos.
Sin embargo, la libertad desde la óptica republicana no se agota en el
autogobierno de la comunidad sino que se llena de contenido al entenderla como nodominación. Tras la seguridad y el fortalecimiento del poder público de la sociedad
frente a agentes externos, al interior de la comunidad las leyes y la intervención del
Estado están orientadas a minimizar las posibilidades de que se produzcan situaciones
de dominación social y/o económica, en base a la desigualdad de capacidades
individuales que se dan en las relaciones sociales.
El pasaje de la libertad como autogobierno hacia el exterior, al de nodominación al interior de la sociedad nos habla del reconocimiento de un cuerpo
político unificado frente a lo ajeno, pero cuya unidad desaparece en las relaciones
sociales al interior de la misma. El cuerpo político no es un uno, sino un dos
conflictivo.
Maquiavelo: el pueblo y los grandes, humores enfrentados
Si para la versión liberal del republicanismo, la sociedad política esta formada
por individuos particulares que se asociaban políticamente para la obtención de “bienes
convergentes” (básicamente la seguridad individual frente al resto), para el
republicanismo liberal la distinción al interior de la sociedad no se da tanto en sentido
individual sino que se manifiesta en la distinción entre grupos sociales.
En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo hace
referencia a la división social que existía en Roma entre los nobles y los plebeyos,
identificando a ambos como parte de un mismo cuerpo político pero como grupos
24
sociales que tienen intereses comunes (republicanos) pero también tienen intereses
particulares que los enfrentan. Al respecto establecía:
“Y, sin duda, observando los propósitos de los nobles y de los plebeyos, veremos
en aquellos un gran deseo de dominar, y en éstos tan solo el deseo de no ser
dominados, y por consiguiente mayor voluntad de vivir libres, teniendo menos
poder que los grandes para usurpar la libertad.” (2003: 44)
Encontramos aquí una distinción social al interior de la comunidad que
reconoce facciones en su conformación. En Maquiavelo, la distinción entre los nobles,
los poderosos, y los plebeyos convierte al pueblo, al populus como totalidad, en la
heterogeneidad de los débiles frente a los poderosos.
Al tiempo que la sociedad no es un todo homogéneo sino que está dividido en
diferentes estratos sociales, emerge como tema importante para ésta tradición
republicana el conflicto entre el pueblo y los nobles.
En la cita anterior el conflicto entre los nobles y la plebe estaba en las
voluntades contrapuestas de ambas parcialidades, la una por dominar y la otra por no
ser dominada. Dicho conflicto, sostiene Maquiavelo, fue la causa de la libertad de
Roma durante varios siglos.
El conflicto generaba instituciones para preservar la unidad del cuerpo social,
evitando que los intereses particulares de cada parcialidad prevalezcan por sobre los
intereses generales de la sociedad. De esta manera, la libertad de Roma había estado en
sus instituciones que ante el enfrentamiento entre la plebe y los nobles actuaba
canalizando el conflicto por canales institucionales que aseguren el anteponer los
intereses de la sociedad como conjunto frente a los intereses sectoriales. Para lograrlo
las instituciones debían estar basadas en promover la libertad y evitar la dominación.
De esta forma, encontramos en esta tradición una apelación al pueblo para
asegurar la estabilidad (o la existencia) de un orden republicano. El pueblo como sujeto
político contrasta con la idea de individuos dispersos que postula el republicanismo
liberal a través de la figura del ciudadano.
En efecto para la tradición liberal el ciudadano es un individuo que responde a
sus propios intereses y que forma parte de la sociedad nacional en cuanto responde a un
interés común con el resto de los individuos. De este modo existe una sociedad
compuesta por la suma de individuos que a ella pertenecen, sin que al interior de ella
existan diferentes grupos sociales que aglutinen de forma diferente a estos individuos.
25
En la tradición republicana popular, la figura del individuo esta subordinada al
grupo social de pertenencia, a las condiciones materiales y a la cotidianidad que
comparte con otros individuos formando un grupo social. Así, la sociedad no es un todo
homogéneo sino que está compuesta por grupos sociales diferenciados que siempre
devienen en la distinción entre un grupo social con mayor capacidad de dominación y
un grupo que se encuentra en posición de debilidad frente a los poderosos, este último
grupo es el pueblo.
La apelación al pueblo es, de esta forma, una manera de garantizar la armonía
del cuerpo político, impidiendo que los grupos dominantes puedan subordinarlo a su
voluntad privada. En Maquiavelo el problema no alcanza mayor magnitud en cuanto
reconoce que la voluntad del pueblo es, simplemente, no ser dominado, la cuestión es
profundizada cuando se reconoce en el pueblo la existencia de una voluntad particular
diferente del interés general.
Cuando en 1762 Rousseau publica “El contrato social” sostiene que los
intereses particulares que se dan en el estado de naturaleza generan la necesidad de
crear un poder común para asegurar la libertad, este poder común que no es otro que el
Estado era para él la síntesis del interés general que se encontraba entre las pequeñas
coincidencias de los intereses particulares (2001: 43)
Así, existen puntos comunes entre los intereses particulares del pueblo y de los
grandes, lo que permite la creación de un cuerpo político. Esta coincidencia es lo que
denomina la voluntad general.
La voluntad general es la voluntad de todo el cuerpo político de vivir en libertad
y con seguridad (libro I, capítulo VI), tales objetivos se cumplen mediante la fuerza
común de la sociedad. Esta fuerza común se refleja en las leyes como voluntad y en
Estado como instrumento de ellas. Siendo, de esta forma, el Estado la base para la
existencia de la libertad.
A diferencia de la tradición republicana liberal que considera al Estado como
guardián de los derechos individuales de cada ciudadano, siendo el Estado mismo, un
peligro para dicha libertad, y por ende las instituciones y la división de poderes una de
las principales preocupaciones de dicha tradición, en la tradición popular la libertad
solo puede manifestarse en cuanto el Estado intervenga para su concreción. La libertad
para Rousseau es vivir deacuerdo a las leyes (Libro I, capitulo IX), por fuera de ellas
solo hay lucha de poderes entre voluntades particulares.
26
El Estado al convertirse en manifestación de la voluntad general imparte la
libertad civil entre los miembros de la sociedad, libertad que solo cobra sentido cuando
se complementa con un elemento central en la tradición republicana popular; la
igualdad.
La igualdad, tal como la entiende Rousseau (2001: 72), es la existencia de una
paridad de poderes entre los ciudadanos, paridad que no solo debe manifestarse como
igualdad ante la ley, sino que debe también adoptar un carácter material.
Así, la igualdad que en la tradición liberal adoptaba la forma de igualdad ante la
ley y libertad de contratación, prescindiendo del Estado, en la tradición popular el
Estado interfiere en lo que el liberalismo denominaría sociedad civil para garantizar,
mediante sus instituciones, que no se produzcan allí diferencias de poderes que
devengan en la subordinación de unos ciudadanos a otros.
En resumidas cuentas, la tradición republicana popular está asentada en cuatro
pilares que garantizan la libertad de los ciudadanos. El primero es compartido con la
tradición liberal; el funcionamiento de poder público a través de instituciones estatales
como medio para evitar el dominio de un particular sobre todo el cuerpo político. El
segundo es el reconocimiento del pueblo como actor político relevante que debe estar
en vinculación directa con el diseño institucional del Estado. En tercer lugar, la libertad
es considerada como autogobierno de la comunidad frente a otros, y como nodominación sustentada en el mayor margen de igualdad posible en el seno de la
sociedad, igualdad que es propiciada desde el poder público. En último lugar, la
tradición republicana popular se destaca por el papel otorgado al conflicto en el proceso
de desarrollo de la libertad. El mismo adquiere un status positivo, aunque peligroso, ya
que si bien se reconoce en él un peligro para la unidad del cuerpo político y por ende de
la república, es mediante el conflicto que las instituciones se forman para garantizar la
libertad del pueblo y la estabilidad de la república.
Es en base a esta tradición republicana que se puede leer la acción parlamentaria
de Cooke durante el primer peronismo. En este trabajo procuraremos rastrear los cuatro
pilares del republicanismo popular en las intervenciones del joven diputado peronista
en el congreso.
27
Capítulo III
El pueblo y la élite. Bases heterogéneas de la unidad política
Pese a que el republicanismo precisa concebir a la sociedad como una
comunidad política unificada que actúa movida por el interés general, reconoce que
dentro de dicha comunidad existen diferentes sectores sociales que en su carácter
particular tienen intereses contrapuestos que quiebran la unidad del cuerpo político, ya
que los intereses facciosos de estos sectores en ocasiones entran en conflicto con los
intereses generales de la sociedad.
En las intervenciones parlamentarias de Cooke encontramos una distinción
recurrente entre dos sectores sociales diferentes que forman la sociedad política
nacional: el pueblo y la élite, o los trabajadores y la oligarquía.
Esta distinción es central, en la perspectiva de Cooke, para comprender la
historia argentina, ya que para él, las instituciones nacionales, el clima cultural, la
ideología política hegemónica y el perfil económico adoptado por la Argentina eran
consecuencias del papel cumplido, como clase dirigente, por la élite durante la mayor
parte de la historia nacional.
La élite. El interés particular al poder
La élite, en el pensamiento de Cooke, estaba conformada por los dueños de la
tierra, la clase propietaria de la pampa húmeda y del interior del país. Pese a su carácter
propietario, la élite terrateniente no estaba vinculada a la tierra, sino que su vista estaba
orientada hacia el viejo continente del cual obtenía su formación intelectual y formaba
su concepción del mundo.
De esta manera, la élite era una suerte de adaptación local de las clases
dirigentes europeas y actuaba en consecuencia, exaltando todo lo europeo (más
precisamente lo proveniente de Francia e Inglaterra) por sobre lo americano.
Tal formación cultural en base a la copia e imitación de lo europeo occidental
entre la élite terrateniente era complementada por una real vinculación con las
potencias económicas en base al intercambio comercial. En efecto, ya a mediados del
28
siglo XIX la República Argentina comenzaba a adoptar un claro perfil de economía
agroexportadora complementaria de las economías centrales europeas, principalmente
de Gran Bretaña.
Este diseño económico, basado en la exportación marítima de alimentos y
materias primas y la importación de productos industriales y de capitales, convirtió a
Buenos Aíres en la cabeza virtual de la República, subordinando al resto de las regiones
a su comando. Tal subordinación se traspoló a la sociedad subordinando al pueblo a la
dirección política de la élite.
De esta forma la élite es identificada por Cooke como una clase dirigente que se
apropió del poder público, privando al pueblo de su derecho a involucrarse en la cosa
pública, en la “res publica”. Así, el rol dirigente adoptado por la élite la convirtió en
una oligarquía escindida de la voluntad popular y su dirección del rumbo político del
Estado Nacional era realizado a favor de sus intereses facciosos y en base a los
preceptos ideológicos europeos, exaltando sus virtudes “civilizadoras” y remarcando el
carácter “bárbaro” de la cultura criolla.
Así, la elite se convirtió en clase dominante por concentrar en sus manos, a un
mismo tiempo, el poder económico y el poder político. Desde su posición dirigente,
repetía constantemente Cooke, la oligarquía inició un proceso político y económico
alejado de la realidad nacional del territorio.
En lo económico convirtió a la nación en un complemento de los países
imperiales europeos. De este modo la Argentina se volcó a la producción de materias
primas y alimentos, los cuales estaban orientados al mercado externo, dejando de lado
cualquier intento de iniciar un proceso de industrialización nacional, deteniendo el
progreso de la sociedad para adoptar un modelo económico que beneficiaba solo a los
propietarios de la tierra.
Cooke sostenía que la formación cultural de la élite, orientada por los preceptos
ideológicos europeos, impidió que se manifestara un proyecto nacional con identidad
propia, imponiendo en cambio un esquema económico complementario de la industria
europea. Esta situación no era para él atribuible a gobernantes específicos sino que era
la consecuencia de una clase dirigente sin conciencia nacional. Cooke lo expresaba en
los siguientes términos en su intervención de 1946 con respecto a la ratificación
legislativa de los decretos de ley referentes al régimen bancario y a las organizaciones
económicas:
29
“Veamos el panorama de la política en materia económica. Este país ha tenido
gobernantes buenos y malos. Jamás hago en este recinto condenas retrospectivas a
mandatarios determinados, que podrían ser injustas; pero sí puedo afirmar que no
ha existido en nuestro país una clase dirigente con concepto cabal de su rol, que
permitiese la formación de la conciencia nacional en materia económica.” (2007:
101)
Luego continuaba:
“La conciencia pública nacional no ha podido formarse en materia económica,
principalmente por la ineptitud y la inercia de la clase gobernante, que ha seguido
líneas hedónicas de conducta, fomentadas por la prédica de los traidores nativos.”
(2007: 101)
La élite es caracterizada, en primer lugar, como una porción de la población que
se apropia del poder público y se erige en clase dirigente. Este rol adoptado por ella
deviene en un estancamiento económico de la república por la imposibilidad de
aprovechar al máximo el potencial de la región, ya que desde su rol dirigente la élite
adopta esquemas económicos que responden a preceptos ideológicos europeos y no
nacionales. Sin embargo, en la segunda cita empieza a vislumbrase una de las
características básicas que Cooke atribuye a la élite; su papel de agente local del
imperialismo.
En efecto, Cooke consideraba a la clase dirigente nacional, formada tras la
batalla de Caseros en 1852, como la expresión local del imperialismo. Son frecuentes
las alusiones en ese sentido realizadas por Cooke en su papel de diputado nacional por
la Capital Federal entre 1946 y 1951.
El papel jugado por la élite como agente local del imperialismo ingles cobraba
mayor trascendencia en cuanto la oligarquía no era un agente social más entre otros,
sino que se había erigido en la clase dirigente de la república, tomando decisiones en
nombre de toda la comunidad política.
El clima cultural en que se movía la clase dirigente era de vital importancia para
entender el devenir de la historia nacional. Eran frecuentes, en las intervenciones
parlamentarias de Cooke, referencias a la historia nacional y su posición revisionista
con respecto a la misma. Tal revisionismo, en Cooke, solía traducirse en reconocer a
Juan M. de Rosas como un héroe nacional e identificar a toda la dirigencia política que
siguió a Urquiza tras la batalla de Caseros como hombres alejados del sentir popular,
deslumbrados por el liberalismo y dispuestos a desterrar del país todo lo que
consideraban parte de la herencia hispánica y remplazarlo por una nación que pensara y
30
sintiera como Francia en lo político y como Inglaterra en lo económico. Sin embargo,
esta imitación, decía Cooke, se limitaba a la puerta de entrada, a Buenos Aíres, donde
reinaban las formas francesas y la vocación de complementariedad económica con la
nación insular británica era adoptada a través del intercambio comercial y la división
internacional del trabajo.
Este intento de imitar a Europa, tal como lo planteaba el diputado peronista,
solo podía realizarse excluyendo al pueblo de las decisiones públicas y desvirtuando la
formación mental criolla. Según Cooke, la historia nacional y la geografía de la región
habían formado una cultura nacional que difería de los preceptos ideológicos
hegemónicos de Europa. La élite, desde el Estado, llevaba adelante un proceso político
destinado a remplazar la cultura local por el norte cultural que veían en Europa. Así el
colonialismo intelectual de la élite la llevaba a despreciar todo lo que era producción
cultural local. Ya en los fundamentos que preceden al proyecto de reforma
constitucional que presenta junto al diputado Ricardo Guardo, sostiene:
“Lo antiamericano, lo anticriollo, lo antiargentino, fue exaltado precisamente por
aquellos americanos, por aquellos criollos, por aquellos argentinos que,
constituidos en clase dirigente, pretendían olvidar su origen, su sangre, su idioma,
su arquitectura mental. Renegaban de la tierra, para igualarse a los conquistadores
y a los amos imperialistas, con la conocida intransigencia de todo neófito.” (2007:
196)
El colonialismo cultural era acompañado de un dominio económico, ejercido
por los países industriales y favorecido por la clase dirigente que actuaba en beneficio
propio y de espaldas a los interés generales de la república.
La pulsión de dominar que orientaba los actos de la élite la llevaban a no
refugiarse en el ámbito personal, sino que requería unificar en sus manos el poder
económico, producto de la propiedad de la tierra, y el poder político,
autoproclamándose representante de la nacionalidad ante el mundo y tutor del pueblo,
al cual, sostiene Cooke, adosaron el rótulo de bárbaro e incapaz de manejar su propio
destino.
Para Cooke, desde que Urquiza depone por las armas a Rosas en 1852, la
República Argentina fue conducida por un grupo de notables que se convirtió en
oligarquía. A excepción del periodo comprendido entre 1916 y 1930, el pueblo
argentino, sostenía el joven diputado, había estado subordinado a la élite, que en su
intento por controlar los destinos de la república había falseado la realidad y el pasado
mismo.
31
En el homenaje póstumo, realizado al doctor Adolfo Saldias por los cien años
de su nacimiento, en septiembre de 1949, Cooke decía:
“Nuestra historia, señor presidente, fue maliciosamente deformada por el grupo
dirigente que, después de la caída de Rosas, se encaramó en los comandos
económicos, políticos y sociales. Ella no ha sido falseada sin motivo, ya que la
oligarquía argentina ha sido muy cuidadosa. Cada vez que conquisto el poder ya
sea en la época de la oligarquía del puerto de Buenos Aíres, la oligarquía iluminista
directorial, ya sea después del 53, una vez que tuvo en sus manos los medios de
dirigir al país, no descuido el comando conceptual, el dominio de las ideas. Al
mismo tiempo que consumaba la tremenda entrega económica del país, de la que
recién ahora estamos saliendo, consumó la entrega conceptual ligándonos a una
serie de dogmas que han constituido uno de los eslabones más pesados de la cadena
del yugo al extranjero.” (2007: 374)
El colonialismo cultural propiciado por la oligarquía buscaba negar al pueblo
toda oportunidad de dirigir los destinos de la nación y de dar inicio a un proceso de
desarrollo económico pensado desde y para el pueblo. Para eso era necesario (y esa era
otra de las características básicas de la oligarquía según el planteo de Cooke) desvirtuar
el régimen representativo, para lo cual, la oligarquía, recurría como practica constante
al fraude, acción que identificarían abiertamente en la década del 30 como una acción
“patriótica”.
La élite, entonces, era percibida por Cooke como una clase social apartada de la
cultura local y con poca o ninguna vocación republicana y nacional. La caracterización
de sus miembros como gerentes del imperialismo europeo en América da cuenta de un
grupo social con vocación de dominar, pero no a favor de la comunidad política que
integra, sino en provecho propio. La apelación al fraude o el negar al pueblo el derecho
al voto argumentando incapacidad mental para tal acción, eran intentos de apropiarse
del poder público y desvirtuar su objetivo convirtiendo en poder privado.
La élite forma parte de la comunidad, del soberano, del Pueblo entendido como
totalidad del cuerpo político. Sin embargo, sus características básicas contrarias a la
cultura criolla y alejadas de los valores morales nacionales (cuestión que analizaremos
luego), y su papel de agente local del imperialismo, permiten caracterizarla como un
agente social cuyo interés particular se impone por sobre el interés general, lo que lleva
a Cooke a ubicarla (aunque nunca lo exprese explícitamente) por fuera del Pueblo, y a
reservar el papel de auténtico soberano a quienes representan cabalmente el espíritu
republicano y democrático de la nación: el “bajo pueblo” formado por su experiencia
histórica y la realidad geográfica de la región.
32
El pueblo. Reserva moral de la nación
En la tradición republicana, el ciudadano es la figura central de la política
pública. La figura del ciudadano remite a un sujeto de derecho que participa del
gobierno común, ya sea directamente o a través de representantes.
De esta forma, la totalidad de los ciudadanos forman al Pueblo, el cual es
soberano e indivisible, siendo los ciudadanos participes del gobierno en cuanto forman
parte de una totalidad diferente a su individualidad. El Pueblo no es la suma de todos
los ciudadanos, sino que se trata de una comunidad política basada en la capacidad de
acción que proporciona la unión como totalidad y no la adición de capacidades
individuales.
Sin embargo, cuando Cooke refiere al pueblo es claro que no tiene en mente a la
totalidad de los individuos que forman la comunidad política, pese a que todos ellos
sean considerados ciudadanos. Cooke no refiere al pueblo como totalidad que
fundamenta la existencia del Estado, sino que se refiere al pueblo en sentido limitado y
con consecuencias prácticas.
El pueblo, para Cooke, está compuesto por los sectores populares, básicamente
la clase trabajadora. Su definición es práctica en cuanto permite distinguir sectores
sociales y actuar en base a dicha distinción. De esta forma el Pueblo, soberano por
derecho en la tradición republicana, es remplazado por una versión más limitada de sí
mismo: el pueblo trabajador, que se convierte en la totalidad en cuanto quienes quedan
fuera de él no responden mental y materialmente a los valores políticos que expresa la
República Argentina.
La tendencia hacía el dominio y la falta de conciencia nacional de la élite
permite a Cooke caracterizarla como un poder faccioso que actúa en contra de los
intereses nacionales y que lejos de fortalecer a la republica la debilita desprestigiando
con su práctica política a las instituciones estatales.
Sí la élite creció intelectualmente admirando e imitando a Europa, el pueblo es
“el hijo de la tierra”; sí la élite esta impulsada por su afán de dominio, el pueblo es
impulsado por los preceptos de libertad y justicia, si la élite era considerada agente
local del imperialismo, el pueblo es el sujeto político que puede completar la liberación
nacional. En suma el pueblo es, para Cooke, el depositario de los auténticos valores
nacionales que pueden crear una república libre, fuerte y duradera.
33
Las ideas favorables a la libertad y a la igualdad que la tradición republicana
popular desarrolla cobran sentido en la región cuando el pueblo se las apropia
otorgándole sentido desde su propia experiencia y materialidad. La libertad y la
igualdad funcionan en el país no por el desarrollo de la idea en Europa y la importación
de tales conceptos al territorio, sino porque el pueblo ya tenía incorporados dichos
conceptos. Cooke expresa cabalmente esta afirmación en ocasión de tratarse la
derogación de la Ley de Residencia (4144) en el año 1946. Allí decía:
“De nada hubiese valido la difusión de las teoría de libertad, americanas y
europeas; de nada hubiese valido la traducción de Rousseau; nada hubiese
significado la doctrina de los enciclopedistas, si el hijo de la tierra no hubiese
tenido profundamente arraigados en su espíritu los conceptos que dichas doctrinas
preconizan.” (2007: 75)
La definición del pueblo como hijo de la tierra es de la mayor importancia. El
contacto del pueblo con la tierra lo lleva a la formación de una cultura propia que
sintetiza las características de la región y la historia nacional, formando lo que Cooke
denomina la cultura criolla. Para el diputado, la geografía de la región, con predominio
de la llanura, y el papel jugado por el pueblo en las luchas de liberación nacional dejó
una profunda huella en su espíritu, que persistía aún en el tiempo que él ocupaba su
banca como diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aíres. Por eso continúa en la
derogación de la Ley 4144 diciendo acerca del pueblo:
“El contacto con la llanura le da la noción de objetiva de la inmensidad y,
subjetivamente, la noción de << tiempo>>, de << eternidad >> y de << libertad >>.
Su lucha en la soledad, bastándose a sí mismo, aislado en sí mismo, le dio la
concepción de << igualdad >>, puesto que si vencía al medio ambiente no tenía por
qué reconocer ninguna superioridad sobre él. No se quiera ver en esto ningún factor
anárquico ni disolvente. Ese espíritu de la altivez criolla y no otro sentían sus
antepasados, los fijodalgos de Aragón, cuando decían: << Nos, que solos somos
tanto como vos y que juntos valemos más que vos, os facemos rey. >>. La libertad
y la igualdad generaron el coraje.” (2007: 75)
La materialidad de la región, entonces, permitió al pueblo generar una
mentalidad propicia a la libertad en sentido igualitario. Tal mentalidad, sin embargo,
alejaba al pueblo de los preceptos ideológicos hegemónicos provenientes de Europa,
donde el concepto hegemónico de libertad adoptaba la noción negativa de ausencia de
impedimentos para la acción, profundizando el carácter individual de los ciudadanos.
Para los criollos, en cambio, la libertad adoptaba un significado diferente. La libertad
no era concebida como ausencia de impedimentos para la acción individual, sino que
34
era concebida como un estado de igualdad entre los miembros de la sociedad donde
ninguno de ellos pueda dominar al otro.
El trabajo, enfrentando la naturaleza, daba a los hombres la convicción de que
sus propias capacidades eran suficientes para satisfacer sus necesidades básicas, y que
si por su cuenta podían superar las dificultades que ofrecía la vida en la llanura, no
existían razones para creer que el resto de los hombres pudieran ser superiores a ellos.
De esta manera, Cooke recurre a una suerte de determinismo geográfico para
sostener que frente al dominio de la oligarquía, el pueblo tomó distancia de tales
prácticas refugiándose en sí mismo y no prestando consentimiento a las prácticas
políticas de la élite.
El pueblo, en la lectura política que realiza Cooke, es la contracara de la élite. Sí
la clase dirigente previa a la revolución del 43 había basado sus prácticas políticas en
un intento de destruir toda construcción cultural nacida de la experiencia nacional y
arraigada al territorio, el pueblo era depositario de los valores morales de la
nacionalidad, ya que en él se encontraba sintetizada la historia nacional y las
características geográficas de la región que forman practicas morales que devienen en
políticas.
Cooke identifica entre las principales características de la cultura criolla que
orienta las prácticas sociales del pueblo a los siguientes valores morales: fe en el
porvenir y en la grandeza futura de la nación, confianza en el propio esfuerzo,
exaltación del coraje y pundonor criollo, desprecio de las leyes injustas, sentido de la
amistad, libertad e igualdad como conceptos prácticos.
La fe en el porvenir y en la grandeza futura del país es para Cooke una
característica esencial del pueblo argentino. La confianza en el futuro, sostenía, llevó al
pueblo argentino a refugiarse en sí mismo cuando la élite se erigió en clase dominante
alejada de la realidad nacional. También mantuvo intactos los valores morales
nacionales cuando intentaron remplazarlos con una cultura foránea a través de la
incorporación masiva de inmigrantes. De esta manera, afirmaba Cooke, la fe en el
futuro permite que el pueblo se mantenga impoluto frente a las experiencias políticas
alejadas de la realidad del territorio.
La confianza en el propio esfuerzo lo llevaba a exaltar al trabajo como el medio
para procurar la satisfacción de todas sus necesidades. El esfuerzo individual llevaría a
la consecución de los objetivos de vida particulares, y al anudarlo con el esfuerzo
colectivo llevaría al desarrollo económico nacional. Esta consideración llevaría a Cooke
35
a proyectar la reforma del artículo 15° de la Constitución Nacional en 1948,
estableciendo que el trabajo es un derecho inalienable en cuanto es el medio para el
desarrollo individual y social de los ciudadanos.
El coraje, en el marco de la concepción igualitaria de la sociedad, era percibido
por Cooke como una característica que permitía al pueblo resistir los intentos de
dominación que sobre él se ejercía. No era rebelión constante ni prepotencia, sino
resistencia frente a los intentos de coartar su libertad. Al mismo tiempo el pundonor
criollo llevaba al pueblo a refugiarse en una aparente frivolidad frente a la política
cuando se lo excluía de la misma, frivolidad que la élite caracterizaba como ausencia de
madurez mental para manejar su propio destino. A tal característica refiere Cooke en la
fundamentación acerca de la reforma de los artículos 20° y 21° de la Constitución
Nacional, allí dice:
“Se dijo que no era capaz de sentir con seriedad, de pensar con seriedad, de actuar
con seriedad. Que era vano, ligero, epidérmico. ¡No! Es precisamente un pueblo de
pundonor viril, con una enorme reserva de fe. Su frivolidad, su ligereza, su
insensibilidad, es una reacción de pueblo grande. No se queja, ni llora, ni se siente
humillado, ni deprimido. Esta grandeza de nuestro pueblo, esta grandeza que tiene
su fuerza, como Anteo, en la tierra, no ha sido captada por la oligarquía servidora
del imperialismo, ni por nuestra seudo <<intelligentsia>>, de espaldas al país”
(2007: 217)
Así, lo que aparentaba ser indiferencia, falta de compromiso o poco interés por
los asuntos públicos, era considerado por Cooke como una conciencia clara acerca de la
exclusión que el pueblo sufría con respecto a la política y la falta de vinculación entre
los valores nacionales y las practicas institucionales de un Estado cooptado por la
oligarquía.
El pundonor y el coraje llevaban al pueblo a oponerse a todo lo que
consideraban un atentado contra su libertad, aun cuando quien lo realizase fuese el
Estado Nacional. De aquí se desprende el desprecio hacía las leyes injustas.
El desprecio por las leyes injustas era una práctica de resistencia del pueblo
frente a la clase dirigente. Si tenemos en cuenta que Cooke remarca constantemente que
la historia política argentina se caracteriza por el dominio de la oligarquía y la
exclusión del pueblo de los aparatos de gobierno durante la mayor parte de la vida de la
república, la actitud de desprecio hacía las leyes injustas es una forma de deslegitimar
la autoridad de una clase dirigente con la que no sienten ninguna vinculación. Al mismo
tiempo es también una afirmación de conciencia acerca de cuál es el papel que el
pueblo debiera cumplir: el de legislador.
36
La amistad es tomada como una actitud frente a la vida y a la sociedad, en la
cual los ciudadanos del pueblo se vinculan entre sí de forma fraternal y no como medio
para obtener beneficios.
Finalmente, la libertad y la igualdad aparecen como los conceptos morales que
aglutinan a todos los anteriores.
La libertad es, desde la perspectiva del pueblo, un estado físico y mental en el
cual el individuo no se encuentra subordinado a ningún poder ajeno a su voluntad. Para
Cooke, el contacto del pueblo con la tierra había generado una concepción de libertad
diferente a la que se propiciaba desde Europa con el liberalismo. Si en Europa la
libertad era considerada como una situación en la cual los individuos no sufrían
ninguna intervención en sus elecciones, en Argentina el pueblo concebía a la libertad
como ausencia de dominación, no como no intervención. El pueblo, por sus
características básicas de amistad, esfuerzo, fe en el porvenir y demás, tenía una
concepción que difería del liberalismo desde el inicio, ya que este último consideraba a
la libertad como un bien individual y en la conciencia criolla la libertad era
esencialmente social, no pudiendo ser libres los hombres antes de que sea libre el
conjunto de la sociedad.
Esta concepción de libertad iba acompañada de la igualdad como su requisito
fundamental. Nuevamente retomando la génesis de la cultura criolla, Cooke dice que la
conciencia popular fue formada por la experiencia histórica, lograda en las guerras de
independencia y en la resistencia al poder subordinante de Buenos Aíres, y por el
contacto con la geografía local, basada en los espacios abiertos de la llanura y en la
noción de inmensidad que proporcionaba.
Esta conjunción entre experiencia histórica y determinismo geográfico había
formado en el pueblo un fuerte sentido de pertenencia social a la comunidad política
nucleadas bajo el rotulo de República Argentina. Dicho sentido de pertenencia, basado
en una experiencia histórica común y en la conciencia acerca del trabajo como el único
medio para llevar adelante la vida, había inculcado en el pueblo la noción de igualdad
en cuanto todos los individuos sabían que no eran menos que nadie, pero tampoco más
que otro.
En suma, el pueblo era considerado por Cooke como la “reserva moral” de la
sociedad argentina, ya que en él se encontraban sintetizados los auténticos valores
morales de la sociedad formados al calor de la experiencia histórica y de la geografía de
la región. Al mismo tiempo, consideraba que el pueblo había sido excluido de su papel
37
soberano durante la mayor parte de la historia nacional. Dicha exclusión lo colocaba en
una situación de subordinación frente a la élite terrateniente que concentraba en sus
manos el poder político y económico de la nación.
Pese a su papel subordinado, el pueblo era visto por Cooke como el
representante de la soberanía nacional, ya que en la distinción que realiza entre el
pueblo y la élite, la segunda manejaba los resortes del Estado pero no representaba a la
sociedad ya que defendía sus intereses particulares. El pueblo, en cambio, tenía la
potenciabilidad de unificar a la comunidad nacional, ya que los valores morales que en
él estaban resguardados no respondían a intereses particulares sino que eran de carácter
general.
John William Cooke: los ecos de Maquiavelo (1)
La distinción discursiva entre el pueblo trabajador y la oligarquía terrateniente
que realiza Cooke, puede ser analizada en base a la distinción social propuesta por
Maquiavelo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Allí Maquiavelo
sostenía que en toda comunidad política se encuentran dos humores sociales
contrapuestos: el de los grandi y el del popolo.
Los grandes tenían una pulsión hacia la dominación, mientras que el pueblo
quería no ser dominado, es decir que anhelaba la libertad.
El conflicto entre los humores enfrentados del pueblo y los grandes, sostenía
Maquiavelo, tenía una doble potenciabilidad. Por una lado, librado al azar, podía ser la
ruina de la ciudad, ya que la conflictividad social podía radicalizarse impidiendo todo
reconocimiento político entre las partes y concluir en la ruina de la ciudad. Sin
embargo, el conflicto también podía convertirse en causa de la libertad. Si el conflicto
era canalizado en forma institucional podía generar instituciones orientadas a la
libertad. (Maquiavelo, 2003)
De esta manera, cuando el poder público reconoce el conflicto social inherente
al cuerpo político y actúa en consecuencia tras el ideal de no-dominación, las
instituciones resultantes son propicias para el desarrollo de la libertad.
La distinción entre pueblo y oligarquía que orienta el pensamiento de John
William Cooke puede ser comprendida a través de lo expuesto por Maquiavelo y su
defensa de la república como el régimen político de la libertad.
38
La distinción entre el pueblo y la oligarquía tenía consecuencias materiales para
la República Argentina, que se traducían en debilidad frente al exterior y en
desvinculación e irreconocimiento entre el pueblo y el Estado por la apropiación del
poder público en manos de la oligarquía. Ante tal situación Cooke presentara una serie
de proyectos de ley tendientes a fortalecer al Estado en su carácter de poder público y a
democratizar las instituciones de gobierno, vinculando al pueblo y las instituciones.
39
Capítulo IV
La libertad: atributo social amparado por el Estado
Tal como hemos dicho al principio de este trabajo, las lecturas acerca del
pensamiento de Cooke durante este periodo suelen centrase en su carácter nacionalista,
antiliberal y cercano al marxismo como herramienta de análisis. Todos los autores
coinciden en señalar que los años en los que ocupó una banca como diputado nacional
en el congreso estuvieron signados por la búsqueda de la “liberación nacional”. Esa
preocupación por la libertad nos permite complementar las lecturas acerca del
pensamiento de Cooke vinculándolo al republicanismo.
La preocupación por la libertad de la nación llevó al diputado peronista a
proponer una serie de proyectos de ley que buscaban superar, lo que él consideraba, los
principales problemas argentinos de su tiempo. En todas las intervenciones
parlamentarias del diputado peronista podemos encontrar un eje conductor: la
preocupación por ampliar los márgenes de libertad política, económica y social en el
país, y el reconocimiento del Estado como el garante necesario de la libertad.
Es que a diferencia del planteo liberal, Cooke veía en la intervención estatal en
los ámbitos económico y social la herramienta para garantizar la libertad nacional en un
sentido igualitario, que impidiera la subordinación de los más débiles hacia los
poderosos.
Es en esta convicción del joven parlamentario justicialista donde creemos
encontrar vínculos entre su pensamiento y el ideario republicano. La libertad
republicana es no-dominación, que solo se consigue igualando políticamente lo que
social y económicamente es desigual. Al respecto es esclarecedor lo expresado por
Rousseau en el Contrato Social.
“Lo que el hombre pierde por el Contrato Social es la libertad natural y un derecho
ilimitado a todo lo que le atrae y puede obtener; lo que gana es la libertad civil y la
propiedad de todo lo que posee. Para no engañarse en estas compensaciones
conviene distinguir la libertad natural, cuyos únicos límites son las fuerzas del
individuo, de la libertad civil, que se halla limitada por la libertad general, y la
posesión de, que no es sino el producto de la fuerza o el derecho del primer
ocupante, de la propiedad, que no puede ser fundada más que sobre un título
positivo” (2001: 38)
40
La libertad civil a la que Rousseau refiere es la libertad de acuerdo a las leyes.
En el marco de una sociedad civil que aglutina en su seno a diferentes intereses
particulares, que en cuanto tales se disputan recursos escasos, el interés general es
asegurar la libertad y la seguridad de todos ellos, función que cumple el Estado.
En suma, los conflictos entre intereses particulares requieren la intervención de
un poder regulador que intervenga en dichos conflicto desde un lugar de legitimidad
que garantice la libertad, es decir, a favor del interés y la aceptación pública. Tal poder
regulador lo ejerce, en la tradición republicana popular, el Estado.
Para cumplir su función de garante de la libertad, el Estado Nacional debía
contar con altos márgenes de autonomía respecto de poderes particulares ajenos al
cuerpo político, es decir que debía actuar en nombre del interés general de una sociedad
dividida y conflictiva. Al mismo tiempo, debía contar con suficiente poder político para
ejercer sobre el territorio su papel soberano frente a poderes externos.
Uno de los principales problemas que enfrentaba la Argentina, desde la óptica
de Cooke, era la competencia, en cuanto a la capacidad de ejercer la soberanía sobre el
territorio, que enfrentaba el Estado Nacional por la acción de poderes particulares que
le disputaban la capacidad de tomar de decisiones de orden público.
Estos poderes particulares eran internos y externos. Los primero eran los
poderes económicos locales, especialmente los de carácter monopólico. Los poderes
externos eran los países imperialistas que buscaban imponer sus intereses en el
territorio.
Libertad como no-dominación. Entre la intervención del Estado y la dominación de los
poderes económicos.
Respecto a la competencia que enfrentaba el Estado por la acción de poderes
particulares que buscaban incidir en la toma de decisiones de orden público, John
William Cooke desarrolló varios proyectos de ley tendientes a fortalecer el Estado
Nacional.
Uno de los primeros proyectos de ley que presenta en el Congreso es el referido
a la represión de los actos de monopolio, proyecto que presenta junto al Diputado
peronista Modesto Orosco en 1946.
41
En oportunidad de informar al recinto acerca del carácter y el contenido de la
ley, Cooke atacaba al monopolio por considerarlo un fenómeno que impedía el
desarrollo de la economía, produciendo estancamiento y concentración de las riquezas.
Las concentraciones monopólicas, argumentaba, producen subordinación en dos
frentes diferentes pero vinculados. Por un lado, sostenía, el monopolio reduce la
libertad de los consumidores en cuanto estos se ven obligados de hecho a aceptar los
términos de intercambio económico que ofrece el monopolio. Por otro lado, más
preocupante aún, el monopolio se transforma de poder económico a poder político
disputándole al Estado su soberanía y su margen de decisión frente a la cuestión
pública. Cooke lo expresaba en las siguientes palabras:
“Existe también un problema que afecta ya a la soberanía del Estado, porque al
lado de las autoridades constituidas de acuerdo con las cartas constitucionales se
forma el gobierno de los consorcios financieros, de los hombres de la banca, del
comercio y de la industria, que por medio de esta vinculación realizada a espaldas
de los intereses populares, llegan incluso a posesionarse del gobierno por los
resortes que ponen en juego cuando se trata de la defensa de sus intereses.” (2007:
87)
Y luego continuaba diciendo:
“Cuando haya transcurrido el tiempo y se apague el encandilamiento que produce
la figura de Roosevelt, como político podrán apreciarse sus extraordinarias dotes de
analizador del sistema capitalista en el que le toco convivir; y él sostiene que si el
pueblo tolera el desarrollo del poder privado al punto de formarse imperialismos de
carácter industrial y económico, se cae en un sistema totalitario de un carácter
fascista que consiste en la apropiación del gobierno y la dirección del país por un
grupo reducido de hombres que controlan el poder financiero. Pero yo afirmaría
que esto es peor que el fascismo, porque para imponer un sistema político es
necesario librar una batalla de cualquier orden y para imponer un poder financiero
basta con tener el capital.” (2007: 87)
Así, el monopolio se convierte en poder político de las corporaciones que
compite, con cierta efectividad, con el Estado, procurando anteponer sus intereses
particulares a los intereses generales de la sociedad. La capacidad de presión de las
concentraciones financieras pueden, de esta forma, incidir en el rumbo político de la
sociedad, convirtiéndose en poder político que afecta a la comunidad sin ser
representativo de ella.
De esta manera, vemos en Cooke una preocupación que excede lo económico en
cuanto al tema de las concentraciones monopólicas y trasciende hacia lo político. Para
42
Cooke, el monopolio es la hegemonía del interés particular por sobre el interés general,
lo que deviene, a título de nuestro interés, en debilidad del orden republicano.
Hasta aquí su ataque sobre la forma monopólica de concentración de las
riquezas y de la capacidad productiva no es esencialmente diferente de la defensa de la
libre concurrencia y la condena de las distorsiones del mercado que pueda realizar
cualquier pensador liberal. Su planteo se diferencia en cuanto Cooke considera que la
dinámica de la economía de mercado lleva inevitablemente a la formación de
monopolios.
La regulación económica a través de las fuerzas del mercado conduce a la
imposición del más fuerte por sobre el resto. Una vez concentrado el poder económico
y político la competencia basada en la libre concurrencia a los mercados se vuelve un
mito que no tiene correlato con la realidad. Este punto es para Cooke especialmente
relevante en cuanto caracteriza a la economía argentina como semicolonial y débil
frente al capital internacional, que cuenta con una capacidad diferencial para competir
en el mercado interno y convertirse en poder monopólico. Para Cooke, dejar libradas
las fuerzas del mercado para que organicen el sistema económico nacional equivalía a
propiciar la formación de poderes monopólicos que controlen el mercado e impongan
su voluntad particular por sobre la sociedad que recurre a dicho mercado para satisfacer
sus necesidades, produciéndose una subordinación de los consumidores hacia quienes
ejercen el monopolio. Al mismo tiempo, también implicaba la perpetuación del papel
productor de materias primas y alimentos que Argentina había adoptado desde
mediados del siglo XIX, deteniendo perpetuamente el desarrollo económico nacional.
Frente al poder desmedido que representan los poderes económicos devenidos
en monopolios, la solución que vislumbraba era radicalmente diferente a la del
liberalismo. Si para dicha corriente el monopolio es una deformación del mercado que
puede corregirse mediante la intervención coyuntural del Estado y su retirada tras la
solución del problema, dejando luego al mercado para que se autorregule, para John
William Cooke la única solución posible para evitar el ascenso de poderes privados que
compitan con el poder público estaba en la intervención constante del Estado en la
economía, mediante la planificación.
Los monopolios, desde la óptica de Cooke, perturbaban la libre competencia en
los mercados, ya que generaban un poder de influencia desmedido que impedía el juego
limpio entre diferentes productores u oferentes de servicios. Sin embargo, la libertad de
43
concurrencia a los mercados a la que Cooke refería estaba enmarcada en un proceso de
resignificación de la economía y de la relación entre ésta y el Estado. Al respecto decía:
“Cuando hablamos de libre concurrencia no lo hacemos –nadie lo hace ya–
con el viejo concepto de liberalismo sin restricciones; lo hacemos con el nuevo
concepto social de que se impregnan todos los problemas de carácter económico
del <<bien social>>, como fin de la economía del Estado. Por eso no hay
contradicción entre esta defensa, por una ley, de la libre concurrencia y las palabras
de critica que han pronunciado algunos señores diputados, entre ellos el que habla,
contra el llamado libre juego de la oferta y la demanda, que yo he afirmado en este
recinto que no es libre ni juego.
Observando este problema a la luz de esta nueva axiología, surge el bien
social como primer valor en las realizaciones de este tipo.” (2007: 92)
De esta forma, el problema de los monopolios no es simplemente económico
sino que es también social. Cooke encontraba en el monopolio un poder particular con
capacidad de incidir en las opciones de los individuos sin estar de acuerdo a los
intereses y opiniones de estos. En palabras de Pettit (1999) podríamos decir que el
monopolio es una clara situación de dominación, pues nos encontramos ante
interferencias arbitrarias fundadas en la voluntad y el poder de particulares alejadas del
interés y la opinión de los afectados.
Aparece también aquí un eje central de las intervenciones de Cooke en el
parlamento; el papel del Estado como dador del “bien social”, al cual no es posible
arribar por fuera del Estado. Por lo tanto, el planteo de Cooke era que cuando las
prácticas monopólicas no pueden ser superadas, por ejemplo en aquellos servicios
públicos que requieren un control monopólico, el Estado debe nacionalizar dichos
servicios asegurando que su ejecución y desempeño sean realizados en beneficio de los
usuarios y no de fracciones del capital.
Hasta aquí la libertad aparece como un derecho que debe ser garantizado
positivamente por el Estado, impidiendo que la capacidad financiera de los poderes
privados redunde en capacidad política para coartar las libertades individuales.
Sin embargo, el planteo de Cooke va más allá. La libertad individual como
ausencia de dominación está inserta en el marco de una sociedad libre. En otras
palabras, los individuos son libres solo en cuanto la sociedad a la que pertenecen es
libre; y ésta es libre en cuanto vive de acuerdo a las leyes que se da a sí misma, las
cuales se vuelven efectivas cuando el Estado interviene activamente para su
cumplimiento.
44
He aquí, para Cooke, una condición de la libertad: la intervención estatal para
garantizarla, lo que deriva en la necesaria fortaleza del Estado como poder público para
cumplir tal fin. La ley antimonopolios estaba orienta en tal sentido, ya que facultaba al
Estado para intervenir en la economía cuando considerase que existía un poder
particular que distorsionaba ilegítimamente al mercado, logrando así impedir la
formación de poderes privados sustentados en la capacidad financiera.
También estaban orientados en tal sentido los decretos de ley referentes al
sistema de régimen bancario y a las organizaciones económicas que Cooke presentó
para ser ratificados por la Cámara de Diputados en diciembre de 1946. Allí, plantea el
papel de economía semicolonial que cumple la Argentina en el sistema económico
internacional, sosteniendo que dicho papel había sido tomado en desmedro de los
intereses nacionales. Por lo tanto, proponía el bloque legislativo peronista, la
nacionalización del Banco Central.
En defensa de dicho proyecto refería se Cooke a la pérdida de soberanía que
habría implicado no aprobarlo, ya que los bancos privados tenían participación en el
Banco Central por ser éste una institución mixta, existiendo así, por fuera del control
público, una institución con capacidad de emisión financiera al margen de la
planificación económica.
De esta forma, proponía Cooke que la nacionalización del Banco Central fuera
acompañada por la nacionalización de los depósitos y por el control del crédito por
parte del Estado para enfrentar las situaciones de inflación.
La libertad como autogobierno o contra el imperialismo.
También en 1946 se refería a la repatriación de la deuda externa y los beneficios
que encontraba en tal acción. En referencia a esto decía que la repatriación permitía
desvincular a la deuda del patrón oro y convertirla en pesos, medida que protegía a la
economía argentina de las fluctuaciones financieras del mercado internacional y
fortalecía al Estado frente a la presión de los acreedores. Al respecto de tal situación
decía:
“Pero cuando, por medio de la deuda al exterior, se ha llegado a presionar en la
política económica y hasta en la política general de los países, cuando la insolencia
del imperialismo llegó hasta el grado de pretender cobrarse directamente de los
fondos de la aduana, cuando pretendió inmiscuirse de tal manera en funciones
45
esenciales de nuestro Estado, ha de comprender la Cámara que nosotros pongamos
en esto algo de valor sentimental. No por odio al extranjero, ni por exacerbación
nacionalista, sino por la satisfacción de haber sacudido un yugo que nos molestaba
en nuestras finanzas y nos hería en nuestra dignidad.” (2007: 112)
De esta forma, la nacionalización del Banco Central, la nacionalización de los
depósitos y la repatriación de la deuda externa eran consideradas por Cooke como una
manera de fortalecer al Estado y dotarlo de herramientas para la intervención en
procura del “bien social” que le atribuía.
Aparece en primer plano la presión del imperialismo sobre la política nacional.
La deuda externa era para Cooke, una forma de subordinación del Estado nacional
frente a los poderes económicos internacionales e importaba una pérdida de soberanía
en el marco de una economía semicolonial. Al respecto decía Cooke, en ocasión de
exponer en 1948 el proyecto de ley que finalizaría con la Disolución de la Corporación
de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires, que estaba en manos de empresas
privadas, que la deuda externa nacional pocas veces había respondido a una auténtica
necesidad de capital líquido y que sus causas eran la presión de la banca internacional,
en complicidad con la clase dirigente, para presionar al Estado Nacional incidiendo en
las decisiones de orden público.
La deuda externa se convertía entonces en una herramienta de dominación
imperial sobre la comunidad nacional. Esta dominación, sostenía Cooke, era propiciada
por la ausencia de una clase dirigente con conciencia del interés público nacional. Al
respecto afirmaba en 1946:
“Además, a de comprender el señor diputado que nosotros tengamos
motivos, que reconozco serán sentimentales, pero no por ello menos importantes.
La deuda externa ha sido fomentada por los países de penetración imperialista en
nuestro continente, porque muchos gobiernos endeudados han sido arcilla en
manos de los fuertes consorcios internacionales.
Los déficit de presupuestos han correspondido, desde hace muchos años,
al monto de la deuda pública, y cuando los gobiernos han sido complacientes se
ha conseguido aumentar el monto de la deuda a veces con el pretexto de dar a los
empréstitos un destino que nunca se ha llegado a cumplir.” (2007: 112)
La acción del imperialismo británico sobre la economía nacional explicaba para
Cooke la mayor parte de las causas del atraso económico de la Argentina. De esta
forma, junto a los empréstitos onerosos e innecesarios (tal como los califica en 1948)
convivían leyes sancionadas en favor de la relación comercial con Inglaterra y en
perjuicio de la sociedad nacional.
46
El imperialismo era identificado por el joven diputado peronista como el
principal peligro para la libertad y el desarrollo económico de los países
latinoamericanos. Ya sea colonial o semicolonial, era un fenómeno político en virtud
del cual un pueblo se veía sometido total o parcialmente a un Estado Nacional ajeno a
sí mismo. Tal sometimiento privaba a dicho pueblo de ejercer en forma absoluta su
voluntad soberana sobre el territorio y sobre la sociedad misma. Es decir que lo privaba
de su autonomía.
Para Cooke, la República Argentina era parte de estos pueblos dominados por
un Estado imperialista. La dominación era parcial, se daba en lo económico, pero
impedía que la libertad se expresara en toda su potenciabilidad en la región. Lo
expresaba claramente en los fundamentos que preceden al contenido de la reforma
constitucional que propone en 1948. Allí sostiene:
“Dejemos de lado las formulas declamatorias y la vocinglera faramalla de
los discursos oficiales. La verdad es que América del Sur, la Argentina, era
simplemente un continente de exploración con un régimen colonial dependiente de
imperialismos foráneos. La civilización y el progreso se radicaban en la Capital
Federal, más o menos delegados en los personeros nativos, en la oligarquía
intelectual y dirigente, al servicio del supercapitalismo.
Lo que éramos, no era lo nuestro, era lo impuesto. Para la metrópoli
imperialista, solo representábamos una simple colonia más. El país que había dado
libertad a medio continente, y que después de la Vuelta de Obligado hizo que las
escuadras más poderosas de la tierra saludasen el pabellón blanco y celeste con
veintiún cañonazos de guerra, se sometió a la imposición de dogmas
fementidamente generosos: libertad de comercio, libertad de navegación. Así
entramos en el coloniaje.” (2007: 195-196)
El imperialismo, tal como lo expresaba Cooke, no requería en los países
semicoloniales de intervenciones militares espectaculares, ese tipo de intentos habían
demostrado ser inapropiados en el territorio, sino que contaban con una herramienta
más efectiva: el control ideológico.
De esta forma, la principal causa de la debilidad del Estado Nacional frente a las
potencias imperiales era dada por la definitiva inserción de Argentina en el mercado
mundial como país agroexportador en la segunda mitad del siglo XIX, lo que generaba
una dependencia económica que fue restando autonomía al Estado frente a los países
centrales que demandaban sus productos, especialmente Inglaterra.
La relación que se establecía entre un país colonialista y un país semicolonial,
tal como la Argentina, era en principio una relación comercial, en la cual el primero
obtenía materias primas del segundo y por su parte, exportaba hacía él productos
47
industriales, generando una balanza comercial muy desfavorable para el país
semicolonial.
La relación entre Argentina y Gran Bretaña consistía en la exportación de
materias primas y alimentos por parte de la Argentina hacia Gran Bretaña, y la
importación de productos industriales y capitales en forma de empréstitos y de
inversión directa en las principales columnas del diseño económico nacional.
Esta relación económica, aparentemente basada en la “libre concurrencia a los
mercados” se convertía para Cooke, en una relación política de subordinación indirecta,
tal como lo expresa en el Presupuesto general de gastos para 1948 o en el proyecto de
reforma del artículo 26° de la Constitución Nacional referente a la navegación de los
ríos interiores, ya que la Republica, que había obtenido su libertad política en las
guerras de independencia del siglo XIX, carecía aún de libertad económica y libertad
cultural.
De esta manera, Cooke consideraba que la libertad obtenida frente a España a
través de la gesta nacional y regional en la primera mitad del siglo XIX no fue
definitiva, pues no estuvo acompañada de un desarrollo económico basado en el interés
nacional y pensado en provecho de la sociedad, sino que en lo económico se inició un
proceso de subordinación económica frente a Inglaterra y en provecho de los dueños de
la tierra.
Cooke resume la política internacional de Inglaterra en ocasión de presentar la
reforma de los artículos 12° y 26° de la Constitución Nacional. Allí sostiene:
“Es así como primero ha de luchar por la libertad de los mares, que, en la práctica,
no significará otra cosa que la libertad de los mares para los barcos ingleses. Como
luego luchará por la libertad de comercio que no significará otra cosa que la
libertad de comercio para las manufacturas inglesas, para la economía y la finanza
inglesas. El libre cambio y la libre navegación entusiasmaran durante décadas y
décadas a todos los teóricos del mundo, que no advertirán el profundo desequilibrio
que traerá a la mayor parte de los pueblos de la tierra, en beneficio exclusivo de un
imperio. Unos países se dedicaran a brindar materias primas y otros la elaborarán.
Los primeros no tendrán industrias y los segundos no serán agropecuarios. Estos
tendrán poderío político y riqueza e industria. Aquellos ya como colonias, que
como Estados políticamente independientes, se mantendrán en un simple papel de
producir materias primas y consumir artículos manufacturados. ‘Inglaterra será la
fábrica del mundo y América la granja de Inglaterra’, dirá Cobden. El equipo
dirigente en el Plata, sin ningún asiento en la realidad del país, exaltará sus
consignas, y en un discurso que ha de merecer las ponderaciones más entusiastas
dirá por boca de Vélez Sarsfield: ‘mientras tengamos una vaca y una yegua en
nuestro país, no tendremos civilización’. (2007; 255)
48
Así, en primer término destaca la actuación de Inglaterra como potencia
imperialista que no solo actúa por la fuerza sino que genera una conciencia económica
hegemónica a nivel mundial basada en el liberalismo económico. Y en efecto, el
liberalismo fue adoptado por todos los países como sentido común a partir del cual
debía construirse cualquier modelo económico.
No fue la excepción la República Argentina. Lo deja en evidencia la libre
navegación de los ríos sancionada en el artículo 26° de la Constitución Nacional de
1853. Tal disposición solo puede comprenderse, según el diputado peronista, como una
profunda muestra de colonialismo mental por parte de la clase dirigente nacional.
Cooke realiza en el Congreso una detallada síntesis del proceso que llevó a los
constituyentes a sancionar el artículo 26° teniendo en cuenta el rol jugado por Inglaterra
para tal fin, ya sea promoviendo la independencia de la Republica del Uruguay, la
guerra del Paraguay e incluso la formación de la alianza que derrotó a Rosas en Caseros
en 1852.
La libre navegación de los ríos interiores era contraria a los intereses nacionales
ya que otorgaba ventajas económicas imposibles de enumerar para Inglaterra a cambio
de ningún beneficio material para Argentina. Cooke lo expresaba de este modo:
“El principio de libre navegación de los ríos internacionales,
internacionalizados o de interés internacional –especialmente en la cuenca del Río
de la Plata– tiene su origen en la política del poder. Política de poder realizada,
dirigida y manejada desde luego, por las grandes potencias imperialistas.
En esa política, nosotros fuimos simplemente el botín disputado, al margen
de nuestros auténticos intereses y de nuestra realidad histórica, geográfica y
económica.” (2007, 250)
La libre navegación se convirtió así en una pérdida de soberanía del Estado
Argentino frente a Inglaterra. La internalización de los ríos era en los hechos renunciar
a cualquier intento de control sobre el tráfico en el territorio y, peor aún, la
imposibilidad de iniciar un desarrollo económico progresivo que beneficiara a las
diferentes regiones del país. Dice Cooke al respecto:
“Con la libre navegación de los ríos, comenzó el dominio económico del país por
fuerzas foráneas. Fue la primera expresión de imperialismo económico, de
imperialismo colonial. La libre navegación de los ríos, las concesiones a los
ferrocarriles y los puertos, fueron la trabazón apretada del sistema impuesto. No se
tuvo en cuenta que el dominio y manejo del tráfico de un país, significa la posesión
del país mismo”. (2007; 250)
49
El modelo agroexportador que comenzaba a perfilarse ya cuando Urquiza le
arrebatara el poder a Rosas, requería que el país adhiriera a la libertad de comercio para
entablar un fluido intercambio comercial con Inglaterra. Frente a la demanda de
productos agrícolas para la creciente población urbana británica, la clase dirigente
adhirió a la libertad liberal, basada en una supuesta igualdad entre agentes económicos
que concurren libremente al mercado y entablan relaciones por propia iniciativa sin
ningún tipo de presión.
De esta manera, el imperialismo británico ingresó en el territorio a través de las
conciencias de los hombres que dirigían al país, a través de la adhesión al librecambio
como piedra angular de cualquier diseño económico.
Tal situación de alineamiento ideológico con Europa era para Cooke la base de
todos los males que afectaban a la Nación. Sin embargo, la extensión del liberalismo
como ideología hegemónica se produjo por iniciativa de la élite –sostenía–
manteniéndose el pueblo siempre al margen de dicha adhesión.
Este accionar de la élite, preocupada por abandonar todo rastro cultural criollo y
remplazarlo por el impulso civilizador de la cultura francesa y anglosajona, es
explicado por Cooke de formas diferentes. En ocasiones considera que se trató de un
colonialismo mental que le impedía a la clase dirigente vislumbrar el futuro de la
economía nacional y la subordinación política a la que sometía a la república, tal como
lo expresa en ocasión de argumentar en favor de la disolución de la Corporación de
Transportes de la Ciudad de Buenos Aíres, a fines de 1948. Pero en otras afirmaciones
la élite es presentada como un agente consciente del imperialismo, que actúa de
acuerdo a los intereses de Inglaterra solo para obtener beneficios económicos que la
favorezcan, es decir que antepone sus intereses particulares a los intereses generales de
la sociedad.
En esta última lectura acerca del papel de la oligarquía terrateniente, el modelo
agroexportador sigue siendo un modelo de economía colonial, pero no es un modelo
que perjudique a la totalidad de los miembros de la sociedad nacional si se los
considera aisladamente, sino que la adopción de tal modelo, aun a conciencia de su
carácter colonial, es explicada como un intento de la oligarquía terrateniente por
obtener beneficios económicos derivados de la tierra (que concentraba en sus manos)
sin preocuparse por la suerte de quienes no tienen acceso a la misma y del desarrollo
económico nacional.
50
Así, el modelo agroexportador era a nivel general un modelo que imponía la
dependencia de la economía nacional al mercado externo, pero a nivel particular
beneficiaba a la élite terrateniente y solo perjudicaba a las masas populares.
Algunas consecuencias de la presión del imperialismo
El proyecto de reforma constitucional que el diputado por la Capital Federal
presenta junto a su colega Ricardo Guardo pretende dar cuenta de los problemas que la
libre navegación de los ríos interiores (consecuencia de la vinculación entre los
intereses de la élite y el imperialismo británico) suponía para la República Argentina.
Por lo tanto, entre los diferentes propósitos de la reforma estaba la abolición del artículo
26° de la Constitución del 53 que establecía la libre navegación de los ríos. Al mismo
tiempo pretendía reformar el artículo 12° suprimiendo la sección que impedía
establecer puertos preferenciales.
La libre navegación, sostenía, era la primera expresión del colonialismo
económico que Argentina no había sabido superar. Las doctrinas de libre comercio
impuestas por Europa y la “oligarquía” del país perjudicaron al pueblo argentino,
negándole su derecho a un desarrollo económico industrial y centralizando la economía
en la Ciudad de Buenos Aíres en detrimento de las provincias del interior del país,
produciendo así un desequilibrio entre las regiones que determinó una fuerte
concentración demográfica en las principales ciudades y un notable atraso económico
de las regiones interiores en favor de intereses imperiales internacionales.
Lo mismo ocurría con la prohibición de establecer puertos de preferencia, ya
que no promovía el desarrollo de otros puertos además del de Buenos Aíres,
impidiendo que se desarrollara el comercio en otras regiones y expulsando hacia la
Capital Federal a grandes contingentes de migrantes internos en busca de trabajo. Las
reformas proyectadas, argumentaba, impactarían directamente sobre las desigualdades
sociales y económicas del territorio. Cooke lo expresa del siguiente modo:
“En síntesis, (la reforma sobre los artículos 12° y 26°) crea trabajo, allí
precisamente donde no existe, donde las condiciones de nuestros compatriotas son
miserables, donde todo es paupérrimo y denigrante, en razón del desequilibrio
impuesto por la economía imperialista extranjera.
En esta forma, importantes problemas conexos, como el de restituir la
población artificial de la urbe a su zona natural, el agro, han de encontrar solución,
dando equilibrio al actual cuerpo deforme de la Nación.
51
Finalmente, se creara y se consolidara la real cohesión y unidad del país,
divorciada actualmente de su geografía, de sus centros de producción, de sus rutas
naturales.” (2007; 270)
La libre navegación de los ríos y el impedimento de establecer puertos de
preferencia eran consideradas por Cooke medidas que no beneficiaban a la Nación sino
que más bien eran parte de las causas de su posición colonial en las relaciones
económicas internacionales. La libre navegación era, en su opinión, una pérdida de
soberanía del Estado nacional sobre el territorio. El lugar dejado vacante por el Estado
era ocupado de hecho por los países imperialistas que mediante estrategias comerciales
impedían el desarrollo económico del país produciendo al mismo tiempo un
debilitamiento del Estado argentino frente a otros Estados Nacionales.
La intervención económica, mediante la planificación estatal, acompañada por
las reformas legislativas, tales como la nacionalización de los ríos interiores y de los
depósitos bancarios eran, desde la óptica de Cooke, las bases para completar el proceso
de liberación nacional iniciado en 1810, complementando la libertad política con la
libertad económica nacional.
Fortalecer al Estado para ampliar la libertad
Hasta aquí la libertad, o la falta de ella, ha sido abordada desde una perspectiva
que pone el acento en el Estado como fenómeno político aglutinador de la sociedad,
identificando entre las causas de la ausencia de libertad factores internos y externos que
le disputan al mismo su papel decisor dentro de los límites de la sociedad nacional.
La acción de los monopolios, del imperialismo, del capital financiero
internacional, afectaban, para John William Cooke, la libertad nacional, ejerciendo
dominación sobre los individuos que forman la comunidad, pero principalmente
subordinando al Estado y erigiéndose en poder político particular con capacidad de
tomar decisiones de orden general.
Frente a la debilidad del Estado por la acción adversa del imperialismo, la deuda
externa, la dependencia de la economía nacional frente al mercado internacional y la
acción de los monopolios, la solución que Cooke vislumbraba era fortalecer al Estado e
iniciar una revolución basada en una concepción igualitaria de la libertad sustentada en
la intervención estatal a través de la planificación económica en favor de los intereses
nacionales.
52
En efecto, Cooke vislumbraba en la economía de mercado la perpetuidad de las
relaciones de dominación en base a las riquezas. La ausencia de regulación estatal en
cuanto a las relaciones económicas favorecía, según él, la subordinación indefinida de
la economía nacional con respecto a las economías industriales centrales y la existencia
de un poder político paralelo al Estado que actuaba movido por intereses particulares
pero incidiendo sobre el total de la sociedad. Para evitar tal situación, el peronismo, a
través de Cooke, y de otros, propone la planificación económica como medio para
garantizar la liberación nacional.
Hasta aquí, la liberación nacional aparece como un proceso vinculado a la
fortaleza del poder público frente a los poderes particulares que le disputan la
soberanía.
Sin embargo, podemos encontrar en la obra parlamentaria de Cooke un
acercamiento diferente a la cuestión de la libertad, donde la dominación no se ejerce
directamente contra el Estado, sino contra el pueblo en el ámbito de la “sociedad civil”,
esfera de sociabilidad presentada por el liberalismo como escindida de la política y no
sujeta al interés general sino a la interacción entre individuos particulares.
En este sentido es paradigmática la reforma del artículo 15° de la Constitución
Nacional que propone en 1948. Este artículo, considerado por el diputado peronista
como la garantía de la libertad individual hecha ley en la Argentina, pretendía incluir al
trabajo como un derecho positivo en cuanto era considerado la herramienta humana
para la reproducción de la vida, estableciendo así al trabajo como una necesidad de los
hombres.
Esta concepción del trabajo como necesidad era la base de la cual partía Cooke
para sostener que en las relaciones laborales no se manifestaba la libertad sino que era
un lugar propicio para que se propaguen las situaciones de dominación.
Las relaciones laborales eran concebidas por Cooke como una relación entre
actores sociales en disparidad de fuerzas. Por un lado se encontraba el capital,
interesado en reproducirse, por otro lado se encontraba el trabajo, al cual apelaba el
capital para llevar adelante la producción de riquezas. Estas dos fuerzas, manifestadas
en el empresariado y en las masas de trabajadores, se relacionaban para llevar adelante
cada uno sus objetivos. Pero en esta relación, nos dice Cooke, el empresariado estaba
en una posición privilegiada a la hora de definir las condiciones de relación laboral, ya
que tenía una mayor capacidad de maniobra en la negociación fundada en el control de
53
los medios de producción y en el acceso o no a los mismos. Al respecto, en 1948, decía
en la fundamentación de la reforma del artículo 15° de la Constitución:
“Hemos visto la batalla librada contra los intereses creados, que por una
deformación de los elementos del organismo social han transformado el capital, de
indispensable instrumento de trabajo para la producción de las subsistencias
necesarias para el bienestar de los pueblos, en instrumento de poder y de influencia
política para esclavizar a los hombres en provecho propio, mediante las cadenas del
miedo a la vida, que es decir miedo al hambre, a la indignidad, al sufrimiento por sí
y por los seres queridos.
Los privilegios que detentan el oro sin más razón ni motivo que el azar de
los hechos y sin más finalidad que la satisfacción egoísta de innobles apetitos,
utilizan su privilegio para mantener en su mano el poder de dirigir e intervenir en
forma desproporcionada en la vida de los que carecen de medios económicos,
privándolos de la libertad que necesitan para lograr su propia personalidad, con
desmedro de su salud física y moral.” (2007; 316)
Cooke consideraba que las dos partes de las relaciones de producción, el trabajo
y el capital, estaban inmersas en una relación profundamente desigual que obligaba al
primero a desprenderse de su carácter humano y de sus características particulares para
convertirse en elemento de producción, adaptando sus pautas de comportamiento a las
exigencias del capital para conservar su lugar de trabajo.
Esto tenía como consecuencia la subordinación obligada de los trabajadores al
empresariado, ya que estos últimos se convertían en una suerte de dadores del derecho
al trabajo. Cooke lo expresaba en los siguientes términos:
“La abolición de la esclavitud como institución, la libertad de pensar, la
libertad de cultos, la libertad de trabajar, de aprender, de enseñar, la libertad
política, son conquistas que han costado guerras, martirios, revoluciones, luchas,
esfuerzos de todo orden, en un propósito irrenunciable, constantemente triunfante y
constantemente derrotado
A ese conglomerado debe agregarse la libertad económica, a fin de
procurar a los habitantes de la tierra la cantidad de libertad económica necesaria
para reducir el miedo de vivir que aflige a millones de seres humanos, organizando
un mundo mejor, en donde cada hombre que cumple con sus deberes para con la
sociedad en que vive, en la medida de sus aptitudes y de sus responsabilidades,
tenga asegurado el mínimo necesario para su subsistencia y la de aquellos que el
destino pone bajo su dependencia, y así, librado del temor al mañana, se encuentra
en condiciones de realizar las actividades del trabajo sin perjudicar el desarrollo de
su personalidad y su mejoramiento físico y moral, cumpliendo con ello el propósito
final de mejorar la sociedad por el mejoramiento de cada uno de los individuos que
la integran.” (2007: 315-316)
El miedo a vivir al que refiere Cooke es producido por la inseguridad que los
trabajadores experimentan con respecto al acceso o a la permanencia en el mercado
laboral. Dicha situación, según el diputado peronista, generaba en los hombres una
54
actitud ante la vida reñida con el sentido de libertad que expresaba el artículo 15° de la
Constitución Nacional.
De esta manera, para Cooke, en el ámbito de las relaciones laborales el capital y
el trabajo establecen una relación asimétrica que permite la dominación del primero
sobre el segundo. Dicha asimetría, librada de toda intervención estatal y regulada por el
mercado cual una simple transacción económica, es la causa de la falta de libertad de la
mayoría de la población, que se encuentra condicionada en su accionar por la necesidad
de acceder y conservar el empleo. De esta forma los trabajadores están dispuestos a
subordinarse voluntariamente al poder social y económico del capital sacrificando su
libertad a cambio de conservar los medios para la reproducción material familiar.
La libertad aparece aquí como una situación social que no es absoluta, sino que
admite grados de dominación de un sujeto sobre otro. De esta manera, la libertad es un
concepto que esta siempre en potencia y buscando actualizarse.
Así, las libertades conquistadas históricamente en base al liberalismo político
(libertad de expresión, derechos políticos, etc.) son superadas por el peronismo y
actualizadas mediante el concepto de libertad económica al que refería Cooke en la cita
anterior.
La libertad económica era concebida por el diputado peronista como la garantía
de un piso en cuanto al acceso a las riquezas generadas socialmente, asegurando la
supervivencia material de los todos miembros de la sociedad. Este piso económico, que
buscaba garantizar, mediante su incorporación en el artículo 15° de la Constitución
Nacional, era un primer paso para impedir la dominación del capital sobre el trabajo y
la renuncia consciente a las libertades ya garantizadas en 1853 que las masas realizaban
para insertarse en el mercado laboral.
Los trabajadores se encontraban, según Cooke, en una situación de dominación
antes de 1943, impuesta por la necesidad de acceder al mercado laboral y mantenerse
en él, por lo cual aceptaban su papel de simple herramienta de producción negando
cualquier potencialidad de su identidad que no esté orientada al trabajo. La ausencia de
leyes laborales efectivas provocaba que aquellos que lograban incluirse en el mercado
laboral estén dispuestos a sacrificar su libertad individual a cambio de evitar lo más
posible los efectos de la pobreza para sí y para su familia. Así, librada a la regulación
del mercado, las relaciones laborales se convierten en sometimiento voluntario de los
trabajadores a los empleadores, ya que en dicha relación el segundo tiene suficiente
poder para negar al primero su naturaleza (el trabajo) a través de la libertad de
55
contratación en el contexto de la ausencia de regulación laboral efectiva, en cambio el
trabajador no puede negar el carácter propietario del empleador ya que solo es “libre”
de aceptar el trabajo ofrecido o rechazarlo para que otro ocupe su lugar.
En la libertad de contratación entre el empleador y el trabajador existe una
mentira o una verdad vedada, que oculta la desigualdad de poderes entre los actores y el
sometimiento necesario de uno a otro. Cooke lo ilustra en los siguientes términos:
“Si la libertad consiste en la facultad de decidir, de elegir la propia conducta, no
existe libertad para quien tiene un solo camino impuesto por la necesidad. En estas
circunstancias, ese único camino debe ser reglamentado por el Estado, interesado
fundamental en la salud de la raza, en el rendimiento del trabajo nacional y en el
bienestar del pueblo trabajador que forma la inmensa mayoría de los habitantes de
la Nación.” (2007: 321)
La libertad es para Cooke, al igual que para el liberalismo, capacidad de
decisión individual. Pero su planteo es superador en cuanto reconoce que tal capacidad
de decisión está vedada a una gran parte de los miembros de la sociedad. La capacidad
de decidir el propio camino está reservada, en el contexto del liberalismo como
ideología del Estado, a una pequeña parte de la sociedad. Para la mayor parte solo
existe “un solo camino impuesto por la necesidad”. De esta forma la libertad no puede
existir sin la capacidad para ejercerla. No hay capacidad de elección allí donde solo
existe una opción. En casos tales, sostenía Cooke, es el Estado quien debe reglamentar
la forma en que se desarrolla la interacción social entre los actores involucrados,
procurando acceder a los más altos niveles de igualdad social, convirtiendo en “cosa
pública” las relaciones que el Estado liberal reconoce como privadas.
Para el liberalismo los individuos entablan relaciones económicas libremente en
el mercado laboral en cuanto los trabajadores pueden ofrecer sus servicios y los
empresarios demandar su trabajo sin verses sometidos a ningún tipo de intervención
externa a las dos partes del intercambio comercial (naturaleza que finalmente toma el
trabajo). Cooke, en cambio, sostenía que era precisamente esa ausencia de intervención
en las relaciones laborales lo que atentaba contra la libertad de los hombres, ya que la
relación establecida entre empleado y empleador no era libre y mucho menos
igualitaria.
Los trabajadores, según Cooke, estaban obligados de hecho a vender su fuerza
de trabajo. Ante tal situación, sostenía, la comunidad política misma debía encargarse
de que la obligación social de los trabajadores no se convirtiera en una situación de
dominación, y la forma de cumplir tal objetivo era aplicando la fuerza pública, allí
56
donde se producía un desequilibrio de poderes para proteger al eslabón más débil de la
cadena: la fuerza de trabajo.
De esta forma, el planteo de Cooke era que si los trabajadores estaban obligados
de hecho a trabajar para reproducir sus vidas era preciso que el Estado les asegurara el
goce de derechos laborales que le permitieran superar el temor a quedar excluidos del
mercado laboral, tener herramientas de defensa ante eventuales situaciones de
dominación por parte de los empleadores, propiciar el desarrollo de la personalidad a
través de la superación de la identificación del trabajador como simple herramienta de
producción, y finalmente asegurarles que puedan satisfacer sus necesidades básicas a
través del trabajo, definiendo una distribución del ingreso razonable entre el capital y el
trabajo.
Libertad en sentido republicano en la revolución peronista
En las relaciones económicas internacionales, en la disputa por el poder político
entre las instituciones públicas establecidas y los poderes fácticos basados en el poder
económico y en las relaciones laborales para llevar adelante la producción nacional,
Cooke identificaba atentados contra la libertad en cuanto verificaba límites o
restricciones a la capacidad de decisión política de la sociedad.
Tal situación se producía por el anclaje ideológico del liberalismo en la cultura
política argentina. Para Cooke, el liberalismo generaba una conciencia individualista
que identificaba a la libertad con la ausencia de intervención estatal en las relaciones
civiles y el respeto del libre juego de la oferta y la demanda, respecto del cual dice que
no es ni libre ni juego ( 2007: 147). Más aun, para Cooke, el liberalismo era una clara
elevación de ciertas libertades en base a la negación de otras, presentando a las
libertades civiles y políticas como atributos individuales que están por encima de las
necesidades de la comunidad.
La libertad individualista que promueve el liberalismo atentaba, según Cooke,
contra los conceptos reales de libertad, igualdad y democracia que anidaban dentro del
pueblo argentino, generando una mentalidad proclive a la negación de tales libertades,
en cuanto solo representan un discurso sin correlato en la realidad, en favor de la
elevación del dinero como único valor social real. En marzo de 1947 en oportunidad de
presentar el plan quinquenal decía en el parlamento:
57
“Ya no se puede contentar a los pueblos con declaraciones en el sentido de
asegurar una igualdad política, que contrasta con la desigualdad económica y,
menos aún, hacerles creer que para conservar la primera deben mantener la
segunda. La famosa igualdad de oportunidades de las viejas teorías es un mito, que
solo aparece en tránsito fantasmal de formulación teórica. Yo quisiera que alguien
le dijese a los obreros de Tucumán, a los mensús, a las clases proletarias, que
tienen igualdad de posibilidades, porque nadie les impide veranear en Mar del Plata
o especular en la bolsa.” (2007: 150)
La igualdad política, que el liberalismo pretende garantizar, es para Cooke una
mentira ya que no puede ser ejercida en virtud de la desigualdad económica que se
registra en el capitalismo liberal. En la base de la crítica de Cooke al liberalismo se
encuentra su identificación del mismo como un fenómeno político que otorga derechos
pero sin dar las herramientas para hacerlos efectivos.
En efecto, los individuos son libres e iguales ante la ley en el planteo liberal,
pero la libertad esta limitada por las capacidades (económicas, sociales) de cada uno de
los individuos, siendo por tanto en muchos casos impracticable. Al mismo tiempo, la
igualdad se muestra en toda su falencia cuando los individuos son encuadrados dentro
de diferentes estratos sociales (en el planteo de Cooke básicamente como clase obrera o
capitalista), teniendo todos iguales derechos –pero en cuanto dependen de sí mismos
para garantizarlos– diferentes capacidades para ejercerlos.
Con respecto a esto último continúa Cooke en la presentación del Plan
Quinquenal de 1947:
“Nadie cree en la igualdad de probabilidades, sino como una fórmula que
nadie entiende, porque nunca tienen la oportunidad de experimentarla. Entonces,
no es extraño que la mentalidad popular se vaya planteando en forma cruda y real
la pregunta de si no sería mejor el sacrificio de esa libertad política casi siempre
hipotético por una igualdad económica que le permitiese subvenir a sus
necesidades.
Y si a eso se agrega que la libertad política es muy relativa, porque la clase
dirigente en lo económico lo es en lo político, llega un momento en que el hombre
que se planteó esa disyuntiva piensa si al fin y al cabo no es bien poco lo que tiene
que sacrificar para poder llegar a mantener niveles de vida compatibles con la
dignidad y las necesidades de los seres humanos.” (2007: 150)
Al pronunciar esta frase Cooke estaba alertando sobre el peligro político que
implicaba para la Republica la desigualdad económica, teniendo en mira la experiencia
del fascismo en Europa.
La extensión del fascismo y la consolidación del comunismo –proseguía en la
presentación del primer Plan Quinquenal– tras la Segunda Guerra Mundial, obligaba, sí
58
se quería conservar el sistema capitalista, a una reestructuración del Estado y una
redefinición del papel que le tocaba desempeñar.
La base de su argumentación era que el capitalismo como sistema económico y
social no podía permanecer tal cual funcionaba en el siglo XIX. En todas las
intervenciones parlamentarias de Cooke está presente la idea de que la competencia
entre los países imperialistas había llevado a las dos guerras mundiales, y que como
consecuencia de ellas la humanidad debió enfrentar graves consecuencias económicas y
sociales que llevaron a la generación y expansión de ideologías contrarias a la libertad;
más concretamente, al fascismo. Ya en la presentación del presupuesto para gastos de
1948, Cooke sostenía que el capitalismo liberal llevaba a que la mayoría de los seres
humanos se encontraran sometidos a unos pocos. Lo mismo ocurría también en la
relación entre las naciones.
Esta situación creaba, según él, un campo propicio para que germinaran
regímenes totalitarios contrarios a la libertad de los individuos, ya que, en cuanto las
masas de desposeídos que generaba un sistema económico basado exclusivamente en la
obtención de ganancias no tenían acceso a la satisfacción de sus necesidades básicas, es
decir, no contaban con libertad económica, estaban dispuestas a sacrificar su libertad
política a cambio de lograr cubrir la satisfacción de sus necesidades.
Esta situación, profundizada por la experiencia del nazismo alemán y por la
consolidación de la Unión Soviética en manos de Stalin, hacía necesario que el Estado
adoptara un rol interventor como faro desde el que irradiar la libertad en detrimento de
su papel tradicional represivo. Cooke lo expresaba, en la discusión del presupuesto
general de gastos y cálculo para 1948, en los siguientes términos:
“Entonces, si no queremos caer en la necesidad de llegar al Estado
comunista o de llegar a otro tipo de Estado, de carácter totalitario, es preciso que
nuestros sistemas económicos, sin llegar a la sociabilización, encuentren en sí
mismos las formas que les permitan cumplir los fines sociales del Estado, sin que
ello constituya un desmedro para los fueros de la personalidad humana.
Eso es lo que se busca en todos los países democráticos, eso es lo que
nosotros buscamos y eso es lo que va a conseguir el plan quinquenal.
Nosotros no vamos a hacer ahora la defensa del intervencionismo de
Estado. El Estado gendarme ya hace mucho tiempo que ha efectuado su transición
y la única controversia a esgrimir es con respecto a los límites de la injerencia del
Estado en la esfera de la economía privada, y elegir en que forma se hará efectiva
esa intervención y ese control y regulación estatal.” (2007: 147)
El espíritu de estos párrafos es el que guía la reforma del sistema rentístico
nacional. La evolución de las sociedades, tras las experiencias del capitalismo liberal, el
59
imperialismo y las dos confrontaciones armadas de magnitudes mundiales, requiere que
el Estado garantice efectivamente la satisfacción de derechos sociales que permitan a
los individuos satisfacer sus necesidades.
El peligro de no garantizar dichos derechos, advertía Cooke, es la pérdida del
margen de libertad que los individuos disfrutan, ya que esa insatisfacción crea un
ambiente propicio para la generación de Estados totalitarios que reflejan la frustración
de las masas. Al mismo tiempo, la necesidad de intervención estatal en las decisiones
económicas debe realizarse a favor de una mayor equidad en la distribución del
producto social. El capitalismo, sostenía Cooke, solo puede subsistir en cuanto logre
articularse con la democracia, entendiendo por ésta la extensión del goce de derechos
políticos, sociales y culturales a todos los miembros de la sociedad en forma igualitaria.
Este encuentro solo puede realizarse dentro de la institucionalidad, a través del Estado,
que justamente debe acompañar la evolución de la historia transformándose y
adaptándose para asimilar los cambios de contextos encauzándolos de manera pública.
Así, el Estado, en 1948, ya no puede seguir cumpliendo su papel de “Estado
gendarme”, cuya principal actividad es la represión de los desposeídos y la protección
de la propiedad privada. Tal rol del Estado no se condice con el “fin social del Estado”
promulgado por el peronismo. Cooke es consciente de que el Estado interventor es una
realidad innegable, pero también comprende que afecta intereses económicos que el
Estado gendarme protegía, y por lo tanto produce resistencias difíciles de ignorar. En
ese contexto advierte que sí no aceptan el intervencionismo estatal, los propietarios
corren el riesgo de perderlo todo y arribar a una sociedad comunista.
Ante el “peligro comunista” Cooke propone la intervención del Estado, pero no
ya en su rol represivo sino en su carácter social. Frente a la desigualdad social,
intervención estatal niveladora a favor de los menos poderosos; frente a la proliferación
de poderes políticos y económicos privados; fortalecimiento del Estado e instituciones
reguladoras de la actividad privada; frente a la incidencia política de las naciones
imperialista, recuperación de la soberanía nacional en aquellos factores determinantes,
tales como la navegación de los ríos.
De esta manera, la libertad se traduce en el peronismo de John William Cooke
en una defensa férrea del intervencionismo estatal a favor de la planificación
económica, la recuperación del poder soberano del Estado sobre el territorio, la
igualación de poderes entre los ciudadanos en base a un equilibrio social propiciado por
el Estado, y la vinculación entre las libertades civiles y políticas logradas a través de la
60
historia nacional con la libertad económica que propugnaba como la superación del
peronismo a la sociedad liberal. Es decir, libertad en sentido republicano.
61
Capítulo V
Entre el pueblo, las instituciones y el caudillo. Un republicanismo
criollo
Tal como hemos sostenido hasta aquí, la libertad republicana requiere de una
fuerte intervención del Estado, en el ámbito de la sociedad civil, para evitar situaciones
de dominación basadas en la desigualdad de capacidades de incidencia políticas y
económicas entre los ciudadanos. De esta manera las instituciones estatales adquieren
una centralidad trascendente, ya que ellas son las encargadas de reglamentar las formas
y los alcances de la igualdad compatibilizando las libertades individuales con las
necesidades sociales y generando una equidad de capacidades que permita a los
ciudadanos vincularse entre sí en la posición de mayor igualdad posible.
Así, en el planteo de Cooke, el Estado debía estar regido por ciertos preceptos
básicos tendientes a la consecución de la libertad en un sentido socialmente igualitario,
interviniendo en aquellas relaciones sociales signadas por situaciones de dominación.
Tal función, sostenía el diputado peronista, no había sido cumplida por el Estado
argentino, por haber estado éste impulsado por valores morales que no coincidían con
la concepción de libertad que estaba resguardada en el pueblo.
La base de tal planteo se encontraba en la apropiación que la élite había
realizado de los resortes del Estado Nacional. En efecto, Cooke creía que a lo largo de
la historia argentina, pocas veces el Estado se había comportado como poder público
impulsor de la voluntad general, y que más bien había funcionado como instrumento de
dominación al servicio de la oligarquía, que convertida en clase dirigente, había
distorsionado sus objetivos para valerse, en su propio beneficio, de su capacidad de
intervención.
La clase dirigente nacional procuró desde el Estado excluir al pueblo de la
discusión acerca de la “cosa pública”, sosteniendo la inferioridad cultural del mismo
por considerarlo un pueblo en estado de barbarie. Al respecto decía Cooke, en ocasión
de argumentar a favor de la derogación de la ley 4144 (ley de residencia) a mediados de
1946:
62
“Voy a terminar en pocas palabras más. Nuestros grandes hombres solieron no ver
ese substratum profundo. Alberdi decía que <<en América todo lo que no es
europeo es bárbaro>>. El gran Sarmiento, en su famosa carta a Mitre, le expresaba:
<<Hay que regar el suelo de sangre de gauchos, que es lo único humano que
tienen>>. ¡Ya lo habían regado antes, cuando murieron en defensa de su país! Se
trata de una valorización europea del problema argentino. Y en Sarmiento importa
una contradicción flagrante. Sus conocimientos, su cultura, su visión de nada
hubiesen servido, ningún bien hubiesen rendido al país, sí él no hubiese sido, a su
vez un hijo de la tierra, aún más, un gaucho.” (2007: 76)
El carácter europeizante de la clase dirigente argentina la llevaba a emular las
doctrinas ideológicas europeas y sus diseños institucionales para “civilizar” el territorio.
De esta forma, Cooke creía que las clases dirigentes previas a la revolución peronista
habían generado un diseño institucional del Estado como imitación de las repúblicas de
notables de Europa, excluyendo al pueblo de la participación política por considerarlo
incapaz de cumplir tal función.
Las consecuencias de tal exclusión aparecen patentes en el pensamiento de John
William Cooke. En primer lugar, se generaron instituciones políticas basadas en
preceptos ideológicos europeos que contrastaban con la realidad nacional argentina. En
segundo lugar, se produjo una escisión entre el Estado y el pueblo, ya que éste no veía
reflejado en aquél sus opiniones e intereses. En tercer lugar, sostenía Cooke, la
desvinculación entre el pueblo y el Estado había generado una desvirtuación del
espíritu democrático y libertario mostrado por el pueblo y la mayor parte de las figuras
políticas que llevaron adelante las guerras de independencia iniciadas en 1810.
Finalmente, la desvirtuación de los ideales de libertad popular forjados al calor de la
lucha por la independencia, el colonialismo cultural –basado en la adopción casi
dogmática al liberalismo europeo– y la desvinculación entre el Estado y el pueblo, que
generaba un poder público al servicio de intereses particulares, habían impedido que en
el territorio se expresaran cabalmente los conceptos de libertad e igualdad forjados por
la experiencia histórica nacional que el pueblo resguardaba.
Ante tal situación, Cooke pretendía establecer una nueva relación entre el
pueblo y las instituciones estatales, erigiendo al primero en soberano de hecho y de
derecho, y a las segundas en herramientas políticas que reflejaran los valores morales
resguardados en el pueblo.
Como hemos referido anteriormente, Cooke veía en el pueblo una suerte de
reserva moral de la nación, ya que la materialidad de su vida lo había llevado a formar
una serie de valores virtuosos (libertad, igualdad, etc.) que debían ser los pilares que
sostuvieran el andamiaje institucional de la república. El pueblo, entonces, debía ejercer
63
de guía para las instituciones, que no debían ser otra cosa que reflejo de la cultura
criolla y de sus valores morales.
Este intento de vinculación entre el pueblo y las instituciones para fortalecer el
orden republicano nacional encuentra su mayor expresión en las reformas políticas
proyectadas por Cooke en 1948, en ocasión de fundamentar la reforma de la
Constitución de 1853.
El republicanismo de Cooke, de esta forma, no se limita a las instituciones y las
leyes, sino que incorpora como parte central del aparato político a la figura del pueblo.
El pueblo adquiere, en la reforma proyectada por Cooke, su efectivo papel soberano en
el marco de la democracia representativa.
John William Cooke: los ecos de Maquiavelo (2)
La voluntad general de la sociedad, argumentaba el diputado peronista, es
superior a cualquier tipo de voluntad particular que se forme en su seno. Por lo tanto, el
Estado debe materializar esta voluntad. Sin embargo, Cooke reconoce que la sociedad
no es un todo homogéneo, sino que es una suma de intereses particulares que se
entrecruzan. En esa interacción surgen intereses comunes, que son la base para
determinar el interés general.
Así, en el seno de la sociedad existen diferentes grupos (o clases) sociales cuyos
intereses son de una doble naturaleza. En primer lugar, todos los miembros de la
sociedad tienen intereses de fondo referidos al fortalecimiento de la sociedad para
asegurar su buena salud y supervivencia. En segundo lugar tienen intereses sectoriales,
más concretos y visibles que refieren al beneficio particular y que excluye a otros
sectores sociales en un juego de suma cero.
Esta doble naturaleza de los intereses se encuentra en todos los individuos y
grupos sociales que conforman la comunidad política: están presentes tanto en la clase
dirigente a la que refiere Cooke como también en el pueblo. Más aun, la inmediatez de
los intereses particulares de ambos grupos y la distancia temporal entre el presente y el
origen de la comunidad –situación que sumerge al interés general en una especie de
letargo por su poca presencia en la mente de los individuos debido a su transformación
de objetivo político en tradición sin asiento en la realidad por la ausencia de discusión
64
acerca de él– produce una total subordinación del interés general al interés particular en
los individuos de cualquiera de los dos sectores, y por ende en los sectores mismos.
Sin embargo, tal como sostiene Maquiavelo (2003), en la oligarquía y en el
pueblo existen pulsiones diferentes; la de dominar, en una; y la de no ser dominado en
el otro. Esta concepción se encuentra presente en la obra de Cooke, que por eso mismo
encuentra en el pueblo las bases para que la libertad oriente a la política pública. La
voluntad de libertad que anida en el pueblo, sostiene, puede y debe ser usada para
orientar las instituciones estatales en un sentido de igualdad y libertad que garantice el
perfecto funcionamiento de las instituciones. Así, la Constitución debe ser el reflejo de
los valores populares nacionales estableciendo un puente entre las instituciones y los
valores de la región, tal como lo expresa en la fundamentación de la reforma:
“Mi tesis es la siguiente: lo que la Constitución tiene de permanente, lo que
la Constitución tiene de representativa, lo que de la Constitución no tocará ni esta
Convención ni ninguna otra convención elegida libremente no había que irlo a
buscar en fuentes tan remotas. Había que mirar en el interior del país, como han de
mirar estos constituyentes de 1948 y por encima de los ideólogos, de la teología y
de los ejemplos extranjeros, extraer el sentido de libertad que anida en el fondo del
alma de la raza.
A mi juicio, le faltó confianza en lo nacional, en lo nativo, en la capacidad
del hijo de la tierra. Creyeron que había que adaptar nuestro país a la Constitución
perfecta que ellos creían dictar, cuando lo que debió hacerse era lo inverso: hacer la
Constitución ajustándola a la realidad del país
Si no estuvieran en la esencia del alma argentina los principios
fundamentales de la libertad, sería vano, señor presidente, intentar crearla por
medio de instrumentos jurídicos, que caducan cuando, en vez de ser representación
de una realidad social, pretenden encuadrar a esta en sus esquemas apriorísticos.”
(2007: 169-170)
La cultura criolla aparece aquí como el resguardo de la libertad. En oposición a
las doctrinas políticas europeas, fundamentalmente al liberalismo, Cooke plantea la
necesidad de ajustar la Constitución a la realidad nacional. Para el diputado, la libertad
no fue generada por la adscripción institucional, mediante la Constitución, a la teoría
liberal, sino que la libertad en el sentido republicano estaba presente en el territorio en
la cultura política del pueblo. De esta manera la reforma debe apelar a él para superar el
grado de desarrollo de la libertad producido en 1853 y actualizarla en un sentido
igualitario.
El ordenamiento jurídico, las instituciones políticas y la Constitución no
producen por sí mismas una cultura política que pueda determinar el grado de
desarrollo de un pueblo. El camino es inverso: la realidad de los pueblos es la base
desde la cual debe partir cualquier orden jurídico político. No es posible, plantea
65
Cooke, introducir doctrinas políticas foráneas en una nación cuyo desarrollo histórico
es diferente al atravesado por la sociedad en la cual se formó tal ideología. Cada
pueblo, al seguir una trayectoria histórica singular, genera una conciencia propia
mediante la cual proyecta sus instituciones.
Para Cooke, la Constitución Nacional sancionada en 1853 no era un producto de
la realidad histórica y del desarrollo de la conciencia pública nacional, sino que es un
intento de transponer los valores morales de Europa a un pueblo cuyo desarrollo
histórico lo había llevado por caminos diferentes y que por lo tanto no coincidía
plenamente con tal doctrina.
De esta forma, cuando los constituyentes del 53 hablaban de libertad, el pueblo
la comprendía en un sentido amplio y extensivo; en cambio, la clase dirigente la
entendía como libertad reducida, basada en la exclusión del pueblo con respecto a los
derechos políticos y limitándola al ámbito civil. Cuando referían a la igualdad, el
pueblo se representaba una justa distribución de los recursos simbólicos y materiales;
en cambio la clase dirigente la entendía como “igualdad de oportunidades”, basada en
la propia capacidad para competir en un mundo mercantilizado.
Habiendo estado el pueblo excluido de la discusión en 1853, creía Cooke que la
realidad nacional no había tenido una efectiva presencia en la discusión de la Carta
Magna, había estado presente en su lugar la conciencia de la clase dirigente, cuyos ojos
y pensamiento estaban volcados más allá del Atlántico (en Francia y Gran Bretaña) o al
norte del continente. Así, la Constitución no pudo desplegar toda la potenciabilidad de
la región con respecto al desarrollo de la libertad, limitando sus alcances por el grado
de desarrollo obtenido en Europa y Norteamérica.
Cooke refiere, en la fundamentación de la reforma, a los ejemplos europeos y de
Norteamérica en cuanto a materias tales como la libertad, la democracia y la justicia
social. Refiriéndose a ellos dice:
“El régimen democrático ¿Dónde los iban a buscar nuestros constituyentes? ¿En
Europa, donde no existía más voto que el calificado? ¿A Inglaterra, el paradigma,
la cuna de la libertad y de la democracia, donde no votaban sino los propietarios y
solo algunos de ellos? ¿Dónde en 1865, muchos años después de sancionada
nuestra constitución votaba un solo ingles de cada seis? (…) ¿podía acaso acudir a
Francia, donde ni siquiera su Convención Constituyente, revolucionaria y contraria
a los privilegios se atrevió a establecer el sufragio universal, que contó solo con el
voto de cinco diputados?” (2007: 170)
Luego continúa:
66
“La libertad de culto, que es el orgullo de nuestra Constitución, la
tolerancia confesional, ¿la íbamos a buscar en Inglaterra, donde recién en 1829 se
dio a los católicos el derecho de votar y ser elegidos miembros del Parlamento, no
obstante lo cual durante muchos años permanecieron en situación de inferioridad?
¿En ese país que recién en 1848 levantó las incapacidades a los judíos?
En materia social, ¿A dónde mirar? ¿A Inglaterra, donde Marx y Engels
tomaron los ejemplos que dieron base a sus teorías sobre la situación del
proletariado? ¿Dónde en 1815 todavía se estaba discutiendo si se reformaban las
leyes penales, que aplicaban la marca, la picota, el látigo, es decir, los instrumentos
de tortura que nosotros ya habíamos quemado en la plaza pública en 1813? ¿Dónde
la pena de muerte se aplicaba para más de doscientos delitos, tales como cazar un
conejo, cortar un árbol que perteneciese a otro o robar del escaparate de una tienda
objetos por valor de más de seis chelines?” (2007: 171)
La realidad social y el desarrollo material de los conceptos de libertad e
igualdad en los países centrales no podían ser considerados como ejemplos de la senda
del progreso, sino que, para Cooke estaban por detrás del desarrollo alcanzado en la
conciencia del pueblo argentino. Así, la Constitución Nacional estaba atravesada por
una doble influencia: la del pueblo argentino, que la llevaba por la senda de la igualdad
y la libertad, y la de las ideologías europeas, que limitaban tales conceptos en su
aplicación, distinguiendo de hecho y de derecho diferentes tipos de ciudadanos.
Los valores morales de la cultura criolla, basados en la libertad y la igualdad,
estaban presentes en el pueblo que vivía vinculado al ámbito local. En cambio, la
oligarquía, erigida en clase dirigente escindida del pueblo, estaba volcada
ideológicamente hacia Europa, a la cual pretendía imitar. Incluso entre aquellos
constituyentes con mayor conciencia nacional, Europa representaba la civilización a la
cual Argentina debía llegar.
Para Cooke, el punto de partida, para la búsqueda de la libertad, no estaba en
Europa sino que estaba en el pueblo, al cual considera depositario de los valores
morales propios de la región. De este modo, el pueblo se convierte en la brújula que
debe orientar a las instituciones por la senda de la libertad.
Uno de los artículos que proyecta reformar es el artículo 20°, referente a la
naturalización de los extranjeros en el territorio. Cuando desarrolla el contenido de la
reforma, refiere a la necesidad de que el pueblo sea el depositario de los valores
morales que orientan a las instituciones por canales republicanos. La intención de la
reforma era generar igualdad entre los naturales y los naturalizados y asegurar que
quienes ingresaran a formar parte del cuerpo político nacional compartieran los valores
y costumbres del pueblo. Estos valores y costumbres se encuentran depositados en el
pueblo por la experiencia histórica del mismo, la cual está condicionada por la
geografía del país. Al respecto, Cooke afirmaba:
67
“El hijo de la tierra conserva a través del tiempo sus eternos valores morales: fe en
el porvenir, en la grandeza futura del país; confianza en su propio esfuerzo; culto
nacional del coraje; pundonor criollo; sentido de la amistad; concepto de la
igualdad; orgullo de la nacionalidad.” (2007: 217)
Esos son los valores morales propios de la región a la cual refiere Cooke, y cuyo
pueblo, portador de esos valores, es justo por eso el referente obligado de la virtud
nacional. Tales valores, sostenía Cooke, deben ser preservados y orientar al Estado en
su práctica interventora. Es justamente en el pueblo donde se conservan estos valores, y
no en la clase dirigente, por estar aquél vinculado directamente a la geografía del país.
Existe en esta concepción de Cooke una suerte de determinismo geográfico que se
plasma en la siguiente afirmación:
“Esto es lo fundamental: la preservación de nuestras características de
democracia que tipifican al hombre argentino. Nuestra realidad física, la que
imprimió un sello distintivo a nuestro pueblo, es la llanura. El hombre de nuestras
pampas ha vivido en contacto con la noción objetiva de la inmensidad, de los
horizontes sin límites, del espacio inconmensurable. No tenía delante suyo
montañas que le marcaran un límite, ni bosques que le cerraran el paso, ni un clima
que lo aletargara. Solo tenía espacio. Espacio que le dio subjetivamente la noción
de tiempo, de eternidad, plasmando su principio de libertad. Por otra parte la vida
en contacto con la inmensidad le obligo a bastarse a sí mismo, a imponerse a la
llanura. Esta lucha con la soledad, aislado en su propio ser, bastándose a sí mismo,
le dio otra concepción: la igualdad.
Puesto que vencía a la llanura, no tenía por qué reconocer ninguna
superioridad sobre él. No pretendía verse en este principio un factor anárquico ni
disolvente, ni hallar tampoco analogía con doctrinas seudo libertarias. Este
sentimiento implica la conciencia de su dignidad, de esa altivez tan criolla que
permite aunar la dignidad más absoluta con la obediencia más amplia. No la
igualdad a base de derechos, sino la igualdad a base de obligaciones, de cualidades,
de capacidad, de un mínimo de coeficiente.” (2007: 216)
La base natural del territorio argentino había generado en los hombres que lo
habitaban una conciencia moral propia de la región. Así, el hombre argentino que vivía
en contacto con la tierra tenía una concepción particular acerca de la libertad y la
igualdad. Cooke sostenía que la vinculación del pueblo argentino con la llanura había
tenido un efecto permanente sobre la cultura criolla.
La mentalidad del pueblo argentino fue, así para Cooke, creación de su propia
experiencia histórica. La vinculación de los hombres con el espacio abierto que suponía
la llanura y su autosuficiencia para la reproducción de su vida mediante el esfuerzo
formaron una conciencia nacional basada en la libertad que aborrecía cualquier tipo de
68
subordinación; al mismo tiempo, la vida a través del esfuerzo generó una conciencia de
igualdad entre los hombres.
Pese a que la relación entre los hombres y el espacio geográfico de la llanura
está lejos de representar cabalmente a la sociedad argentina de 1948, Cooke sostiene
que la mentalidad generada por tal relación fue heredada por el pueblo y se encuentra
contenida en su matriz cultural. A diferencia de la clase dirigente, separada del sentir
popular, la concepción de libertad que el pueblo maneja es una creación autóctona de la
región, y que abarca dentro de su definición a la igualdad como parte inalienable de si
misma. De este modo, los valores morales antedichos que anidan en el pueblo pueden
orientar a la sociedad argentina por el sendero de la libertad y la igualdad.
Entre el pueblo y las instituciones; el caudillo
Tal como hemos dicho, la sociedad argentina, en el planteo de Cooke, está
dividida en dos grupos sociales diferentes; el pueblo y la oligarquía. Durante la mayor
parte de la historia argentina los resortes del poder público estuvieron en manos de esta
última, lo que resultó en una dependencia económica con respecto a los países centrales
de Europa, desigualdad social al interior de la comunidad nacional y desvinculación
entre el Estado y el pueblo soberano.
Si la Constitución de 1853 fue utilizada por la oligarquía como una extensión de
su poder privado, desvirtuando todo lo que tenía de nacional e igualitario. Cooke
propone que la nueva Constitución esté orientada por el pueblo, para que así los valores
morales que en él anidan sean extendidos a toda la sociedad mediante su
institucionalización.
El proyecto de reforma constitucional presentado por Cooke buscaba vincular al
pueblo de forma directa con las instituciones principales de la república, para que su
espíritu libertario estuviera representado y orientara la práctica política del Estado. En
esta línea de argumentación, sostenía que debía establecerse una mayor vinculación
entre el pueblo soberano y sus representantes para asegurar la coincidencia entre los
objetivos del Estado y la cultura política criolla. Tal voluntad se veía reflejada en la
proyectada reforma de los artículos 46° y 48°, referentes a la elección de los senadores,
tendiente a que los mismos representaran cabalmente el sentir popular y el grado de
69
desarrollo del concepto de libertad que existía en el pueblo, y que de esta forma, las
leyes sancionadas respondieran a la voluntad popular.
En referencia al vínculo entre el pueblo y las leyes sostenía Cooke en ocasión de
argumentar a favor de la derogación de la ley de residencia:
“Votaría su derogación porque es antisocial; votaría su derogación porque es
impopular. Votaría su derogación porque no interpreta lo que debe ser la expresión
de la voluntad popular. En materia legislativa el pueblo es siempre juez; tal vez el
que tenga más claro sentido de la equidad. Por eso en cualquier circunstancia
aconsejaría la desaparición definitiva de esta ley de la nomenclatura jurídica
argentina.” (2007: 68)
Ya en ocasión de tal afirmación, en 1946, Cooke sostenía que las leyes debían
ser el reflejo de la voluntad del pueblo al que afectara, convirtiendo en ordenamiento
jurídico la experiencia histórica del desarrollo del concepto de libertad en el seno de
una sociedad determinada.
Junto a la reforma del artículo 20° referente a la naturalización de los
extranjeros, Cooke propone varias reformas tendientes a ampliar la participación del
pueblo en la política pública. Algunas de las principales reformas en este sentido son
las ya mencionadas referentes a la composición de la Cámara de Senadores. Para eso,
Cooke proyecta la reforma de los artículos 46° y 48°, referentes a los procedimientos
para elegir senadores y a la duración del mandato de los mismos. Estos artículos
establecían la elección indirecta de los senadores a través de las legislaturas
provinciales o las convencionales y la duración del mandato durante un período de
nueve años.
La elección indirecta, instituida en el artículo 46°, establecía que la elección de
los senadores debía ser realizada por electores escogidos por la legislatura provincial
correspondiente, dejando al margen al pueblo. Cooke proponía que la elección de
representante para el Congreso fuera realizada en forma directa, eligiendo libremente el
pueblo a sus representantes a través del sufragio popular.
La relación entre los representantes y los representados, sostenía, se vuelve así
más directa, y la voluntad popular queda mejor expresada en el Congreso, superándose
las dificultades propias de la situación política inmediatamente anterior al peronismo,
que se expresaban en las compras de bancas en el Senado. El espíritu de esta reforma
apuntaba a superar la dominación de la oligarquía sobre el pueblo, ya que los
legisladores nacionales, al ser elegidos directamente, encontrarían su legitimidad como
representantes en una delegación de funciones realizada directamente por el soberano,
70
impidiendo que los valores de libertad e igualdad que habitaban en el pueblo fueran
despreciados por representantes de las clases dominantes. El pueblo se convierte de este
modo en legislador, ya que, en el marco de un régimen representativo, los
representantes provienen de la voluntad popular y no de una designación realizada por
minorías dirigentes escindidas del sentir popular.
Al tiempo que establecía la necesidad de que el pueblo escogiera directamente a
sus representantes en el Congreso Nacional, Cooke pretendía reformar el artículo 48°
de la Constitución del 53 que establecía una duración de nueve años en el cargo,
reduciendo a seis el periodo en que los senadores deben permanecer en sus bancas.
Cooke sostenía que la extensión de nueve años de mandato era contraproducente para la
república, ya que tal extensión de tiempo devenía en una rutinización del poder que
dificultaba el progreso de las sociedades. Mayor importancia cobraba esta reforma
desde el momento en que Cooke caracterizaba al peronismo como un movimiento
revolucionario que transcurría por canales institucionales: revolución y rutinización son
fenómenos incompatibles.
Para que los representantes del pueblo que cumplieran funciones legislativas
pudieran acompañar el ritmo de las transformaciones era preciso, según lo expresado
por Cooke, que el tiempo de mandato se redujera a seis años. De esta forma el Estado
podía amoldarse con mayor rapidez para acompañar y propiciar la profundización de
las transformaciones democráticas.
Aunque Cooke proyecta la reducción del tiempo de mandato, no se opone a la
reelección indefinida sancionada en 1853, ya que entiende que los representantes solo
dependen, para seguir cumpliendo dicha función, de que el pueblo los considere
representantes de sus intereses, no siendo el tiempo quien limita sus funciones, sino el
pueblo a través del sufragio.
La elección directa de representantes para la Cámara de Senadores suponía que
el pueblo controlara al poder legislativo transpolando a él sus valores morales, los
cuales se manifestaban en leyes de alcance nacional. Así, la libertad y la igualdad que
expresaban los valores morales propios de la región adquirirían entidad como normas
jurídicas de aplicación efectiva, propiciando la liberación nacional tanto en el orden
externo como en el orden interno.
La expresión de la cultura política popular en el Congreso Nacional permitía
sancionar leyes nacidas de las necesidades de la región y desde una construcción
71
ideológica autóctona que superara el colonialismo cultural al que Cooke veía sometida
la Republica.
Sin embargo, la reforma política que cobra mayor trascendencia a los fines de
este apartado es la reforma de los artículos 77°, 81° y la supresión de los artículos 82°,
83°, 84° y 85° de la Constitución Nacional de 1853, referentes a la elección de las
máximas figuras del poder ejecutivo nacional. La Constitución del 53 establecía la
elección indirecta mediante una junta de electores compuesta por representantes de la
Capital Federal y de cada provincia del país. Cooke proponía, al igual que para la
elección de senadores, la elección directa del presidente y vicepresidente por parte de
los ciudadanos de la república.
La base argumental de la elección indirecta, nos dice Cooke, estaba fuertemente
influenciada por la Constitución Norteamericana en la cual estaba expresada la
desconfianza que inspiraban las pasiones populares y la necesidad de que tal elección
recayera en los hombres más capaces de analizar las cualidades que es conveniente
poseer para ese puesto. Tales influencias generaban un perjuicio para la salud de la
república. Cooke veía en ellas la transpolación de preceptos ideológicos foráneos que
no respondían a la realidad nacional de la República Argentina, estando por ende
condenadas al fracaso desde su sanción e importando una debilidad política para el país
por no vincular al pueblo con el Estado.
En efecto, para Cooke una de las características propias de Latinoamérica en
general y de la Argentina en particular era la tradición caudillesca que atravesaba toda
la cultura política nacional. En la región, sostenía, al calor de las luchas de liberación
nacional primero y después de resistencia frente a los intentos de desvirtuación del
proceso libertario por parte de las élites que pretendían apropiarse del mismo para
imponer sus intereses particulares y subordinar a las mayorías, se había forjado un
sentido de pertenencia y de fortaleza a través de la unión que se expresaba en la
emergencia de caudillos erigidos en héroes populares por las masas. Esta tradición
caudillesca requería que el sistema político nacional diera cuenta de ella para garantizar
la estabilidad de las instituciones y la legitimidad del Estado como poder interventor
por parte de las masas.
Al respecto decía Cooke en la fundamentación de la reforma del artículo 81°:
“El régimen argentino, fuertemente presidencialista, necesita que la primera
magistratura sea desempeñada por hombres que cuenten con un amplio respaldo
popular y no que resulten el producto de una elección del tipo de la programada por
los Constituyentes del 53. El fracaso de nuestro sistema político no radica en el
72
fracaso de ese sistema antipopular, sino en la desvirtuación de la esencial
democrática del espíritu nacional: el dominio de la oligarquía, su apoderamiento de
los resortes electorales, el alejamiento de las masas populares de la posibilidad del
sufragio libre, el fraude, son las causas de que el régimen electoral no haya
brindado al país mandatarios con la sensibilidad necesaria para el manejo de la
cosa pública.” (2007: 230)
El diseño institucional del régimen representativo de Argentina estaba basado
fuertemente en la figura del titular del poder ejecutivo, convirtiéndose éste en el
referente visible del poder público. Tal situación requería, como sostenía Cooke en el
párrafo anterior, que el presidente de la republica contara con una amplia legitimidad en
torno a su papel gobernante, para que las instituciones fueran aprehendidas por el
pueblo como un producto de su propia fuerza política. La elección directa, sostenía
Cooke, generaba mayor grado de reconocimiento entre el pueblo y el presidente de la
nación, al tiempo que evitaba la apropiación del poder por los grupos de notables. Al
respecto, continuaba Cooke en la fundamentación de la reforma:
“Cabe formular otra objeción, además. La posibilidad de que los electores no
respondan, en el colegio electoral, al candidato por quien el pueblo los ha elegido.
La Constitución en ninguna parte determina que los electores deban votar por el
candidato ya designado por el partido al cual pertenecen. Una de dos: o el elector
cumple su mandato y, en este caso, la elección indirecta está completamente de
más, o no lo cumple, y entonces el pueblo es defraudado.” (2007: 231)
La elección indirecta aparece aquí como un proceso innecesario –más aun,
peligroso– pues había permitido la apropiación del poder por parte de la élite,
desvirtuando la relación entre el pueblo y el Estado y produciendo el consiguiente
distanciamiento entre la estructura institucional nacional y la cultura política y las
necesidades de la región, al asentar las instituciones sobre cimientos conceptuales
ajenos a la realidad del país, y por eso mismo, opinaba Cooke, funcionales a los
intereses de las potencias imperialistas.
La elección directa del presidente y vicepresidente de la nación para propiciar el
reconocimiento del pueblo en el Estado, poder público que regula las interacciones
sociales donde puedan producirse situaciones de dominación, era un intento de
construir instituciones basadas en la cultura política que anidaba en el pueblo,
generando instituciones a partir de la experiencia del mismo.
Ya en 1946 refería Cooke a la necesidad del pueblo de identificar líderes para
vincularse socialmente y comprometerse con un proceso político. Al respecto, sostenía
que el pueblo se había mantenido al margen de la política durante el tiempo de la
73
“organización”, ya que había visto ahí un proceso político con el cual no se sentía
identificado, optando por refugiarse en su propia privacidad. Solo había salido de sí
mismo para vincularse con el resto cuando estuvo convencido de que existían hombres
que encarnaban su sentir. Cooke lo expresaba en los siguientes términos.
“El pudor viril que le impide quejarse, gimotear, lo inhibe también de adoptar una
actitud beligerante. Se refugia en el escepticismo, en una cierta indolencia elegante,
en una frivolidad aparente. De tiempo en tiempo, un caudillo que intuye en sus
sentimientos un peligro para la patria, lo sacan de esa actitud aparentemente frívola
y entonces surgen nuevamente renovados valores que la tierra ha transmitido a sus
hijos.” (2207: 76)
Aparece aquí la figura del caudillo como líder popular que asume la posición de
inspirador político para la acción de masas. El pueblo, en el contexto de un régimen
político atravesado por el fraude, el desprecio de lo autóctono y la apropiación del
poder público por parte de una clase dirigente escindida del sentir popular, se refugia,
según lo expuesto por Cooke, en una actitud indolente que refleja desprecio hacia la
acción política, ya que no ve en ella posibilidades reales de expresarse. Solo cuando
aparece una figura que permite aglutinar a los individuos tras la identidad conjunta del
pueblo, y que impulsa la acción conjunta del mismo a través de su propia realidad
material y su cultura, abandona su reclusión en sí mismo y propicia el inicio de un
proceso de cambio que le permita retomar el poder público.
La revolución peronista a la que Cooke adhería partía del reconocimiento de las
características particulares del pueblo y de la cultura política nacional que en él estaba
resguardada. La tradición republicana que podemos vislumbrar en el peronismo de
Cooke es complementada con la figura del caudillo como expresión política del pueblo.
En efecto, la preocupación por la libertad como no-dominación, la institucionalización
del poder público y la emergencia del pueblo como actor soberano de la comunidad,
trinomio básico de la tradición republicana popular, adquiere sentido en el territorio
solo cuando existe un elemento que permite vincular al pueblo con las instituciones. Tal
elemento es el caudillo.
El planteo de Cooke era que para que el pueblo se identificara políticamente con
el Estado y considerase la acción interventora del mismo como su propia acción y
voluntad traducida en poder público, el Estado debía representársele como un poder
legítimo que reflejaba la voluntad nacional y no como una herramienta de la oligarquía
utilizada para su propio provecho.
74
La única manera de lograr tal vinculación, advertía el joven diputado peronista,
era a través de la figura del presidente. La tradición caudillesca nacional requería que el
poder público pudiera ser visualizado a través de una figura visible para ser considerado
como tal. Cuando el poder ejecutivo era ejercido por funcionarios que no contaban con
altas dosis de legitimidad popular, el pueblo se refugiaba en sí mismo y desconocía la
legitimidad del Estado.
Para propiciar el vínculo entre el pueblo soberano y las instituciones estatales
que reflejan la unidad y la fuerza del cuerpo político, para que los representantes del
poder ejecutivo sean visualizados por las masas como un nexo entre la acción estatal y
la voluntad popular, Cooke proponía la elección directa del presidente y vicepresidente,
para lo cual era necesaria la reforma del artículo 81° de la Constitución Nacional de
1853. Al mismo tiempo, también proponía la reforma del artículo 77° y la supresión de
los artículos 82°, 83°, 84° y 85° de dicha Constitución, para permitir la reelección de
los titulares del poder ejecutivo tras finalizar su mandato. Al respecto de tal reforma
sostenía:
“En el caso de que el pueblo esté conforme con la conducción que un Poder
Ejecutivo da al país, ¿en qué forma puede el ciudadano asegurar y mantener esa
política beneficiosa? El artículo 77° lo pone en el trance de votar por algún
candidato en la esperanza de que ha de continuar la línea de su antecesor, y le
impide que elija precisamente q quien ha demostrado ser el intérprete fiel de una
idea o de un momento del alma nacional.” (2007: 235-236)
La democracia, tal como la entiende Cooke, requiere que la voluntad popular
sea respetada y encauzada por el Estado. El pueblo como soberano, tiene derecho de
escoger a quien mejor interprete su voluntad.
Los argumentos contrarios a la reelección eran muchos y variados, pero uno de
los que se destacaban era la apelación a la historia política nacional y el papel jugado
por el fraude en la misma. Quienes se oponían a la reelección sostenían que desde el
poder ejecutivo siempre se había gravitado en torno al resultado de las elecciones para
imponer un sucesor y que tal situación se agravaría en caso de que el propio titular del
ejecutivo buscase imponerse a sí mismo, propiciando el fraude electoral.
A estas críticas respondía Cooke en el Congreso:
“El hacer fraude o no hacerlo, es un problema de calidad moral, y no de
oportunismo simplemente. La no reelección –insistimos– no hace a la esencia del
sistema democrático. Este se basa en el respeto de la voluntad mayoritaria,
periódicamente consultada en elecciones honorables. Pero si de ellas pudiese
75
resultar el deseo de mantener en el cargo a una determinada persona, ¿Qué razón
existe para vedar al pueblo su legítimo derecho a utilizar a ese ciudadano en la
función para la que lo considera el más apto?” (2007: 237-238)
De esta forma propone Cooke establecer lazos entre el poder público del Estado
y la voluntad del pueblo. La figura del presidente, al ser tan trascendente en el sistema
representativo argentino por estar asentada en la tradición caudillesca de la región,
requiere reformar la Constitución para fijar allí la voluntad popular como fundamento
del poder público y de la democracia.
La figura del caudillo, visualizada muchas veces desde el liberalismo como una
forma de autoritarismo y demagogia, se convierte, al vincular la obra política de Cooke
con la tradición republicana popular, en la base de la democracia y del fortalecimiento
del Estado como poder público capaz de conjurar las situaciones de dominación que se
dan en el marco de la sociedad civil.
De esta forma, para Cooke, el caudillismo no es un fenómeno negativo, ya que
permite encauzar institucionalmente los valores morales del pueblo, siendo el caudillo
un instrumento del pueblo y no al revés. Al respecto sostenía:
“Nuestro país ofrece, desde el punto de vista político, rasgos propios que son
típicos de nuestra individualidad nacional. El caudillismo es una de ellas. La
declamación que hacen contra el caudillismo los que quieren una política <<a la
europea>> en suelo americano, se estrella frente a la realidad argentina (por otra
parte, esa política <<a la europea>> suele no funcionar muy eficazmente ni aun en
Europa). El hecho es que nuestros mejores gobernantes han sido caudillos << a la
criolla>>. La adhesión a los grandes conductores no es una actitud de sumiso
acatamiento –que el argentino repudia como incompatible con su concepto de la
dignidad– sino que constituye una postura de lealtad hacía aquellos líderes que
saben captar el sentir del hijo de la tierra.” (2007: 237)
76
Capítulo VI
Conclusiones
“Los dos términos del silogismo de la oligarquía son perfectamente coherente: por un
lado los dogmas históricos, por el otro los dogmas económicos; detrás de ellos el imperialismo.
Nuestra posición es inversa: creemos que solamente se puede obtener la liberación
económica nacional a través de la destrucción de esos dogmas históricos falsamente fabricados.
Y contra nosotros emplean los mismos recursos: se nos tilda de totalitarios, se dice que somos
antidemocráticos. Seriamos totalitarios y antidemocráticos si nosotros, creyendo en la barbarie
y en la tiranía de algunos hombres, siguiésemos elogiándolos; pero nos proponemos demostrar
– y lo hemos conseguido si se estudia el problema objetivamente– donde estaba la barbarie,
donde estaban las fuerzas del país y donde los enemigos de la nacionalidad.
Todo esto en una trama coherente, y las dos posiciones, la de la oligarquía y la posición
popular, están perfectamente delineadas. Nuestra postura es la más democrática, porque
reivindicamos lo popular contra las fórmulas importadas del extranjero porque reivindicamos a
los hombres que fueron representación de la masa argentina contra los hombres que solo fueron
representantes de pequeños intereses del círculo; porque vamos al elogio de los caudillos que
son representación del sentir nacional, en contra de la oligarquía de todos los tiempos, que
solamente es la representación de sus propios intereses o de los intereses extranjeros, cubierto
todo ello con el manto de los dogmas históricos y de los dogmas <<democráticos>> y
<<civilizadores>>.”
J.W. Cooke 1949
El carácter republicano de la obra y acción parlamentaria de John William
Cooke se recorta sobre su modo de pensar lo que él llamaba “la revolución peronista”.
Esta era paran él una profundización del proceso de liberación nacional iniciado en la
Argentina en 1810, que buscaba garantizar las libertades políticas y civiles obtenidas en
las jornadas de aquella revolución primera, pero complementándolas con una libertad
económica que se había revelado como prerrequisito para materializar aquellas otras.
Así, los conceptos de libertad, igualdad, justicia social y comunidad organizada se
articulan en la obra de Cooke en forma de un pensamiento político que, comprendido
como totalidad, expresa una sugerente variable de republicanismo popular.
El actor central en el proceso de liberación que encarnaba la revolución
peronista era el Estado Nacional. En efecto, para el diputado peronista la libertad era un
bien cuya conquista y cuya defensa requerían la activa intervención del poder público
para su concreción.
De esta manera, frente a la identificación una serie de peligros que atentaban
contra la libertad nacional, tales como los intereses económicos del imperialismo y la
77
debilidad de la economía argentina frente al mismo, o la existencia de poderes fácticos
basados en una posición monopólica sobre el mercado, lo que redundaba en capacidad
de incidencia política, Cooke defendía la planificación económica como única manera
de garantizar el desarrollo económico nacional y fortalecer al Estado frente a los
poderes económicos que le disputaban su capacidad decisora sobre el territorio y los
recursos de la nación.
La intervención estatal en la economía y la planificación económica aparecían,
entonces, como herramientas fundamentales para completar el proceso de liberación
nacional a través de la liberación económica. Ya en la presentación del Presupuesto
General de Gastos y Cálculo de Recursos para 1948 refería Cooke al papel interventor
del Estado, sosteniendo que tal papel era imprescindible y esencial para el Estado aún
en las sociedades liberales. Con respecto al específico tipo de intervención del Estado
que promovía la revolución peronista sostenía:
“Queremos dejar constancia que intervención ha habido siempre en este país, y
sobre todo en los gobiernos anteriores a la revolución. El intervencionismo no es
nuevo. Lo que es nuevo es el intervencionismo en favor de la clase necesitada y el
intervencionismo por medio de la planificación, porque puede haber
intervencionismo sin planificación y lo ha habido en este país; lo que no puede
haber es planificación sin intervencionismo; si se demuestra que la planificación es
imprescindible, de hecho quedara demostrado que no puede dejar el Estado de
intervenir en las relaciones del capital privado.” (2007: 145)
Este pasaje refiere a uno de los problemas que Cooke identifica en la historia
política nacional: la apropiación del poder público en manos de una élite escindida del
pueblo y de la voluntad general. La intervención del Estado en la economía, sostiene
Cooke, siempre estuvo presente, quizás con más fuerza aun durante la vigencia del
modelo agroexportador, solo que dicha intervención no era en provecho de la
comunidad política o de la libertad nacional. La clase dirigente argentina, vinculada a la
propiedad de la tierra y al comercio internacional con las potencias industriales,
utilizaron al Estado como herramienta de intervención en la economía en beneficio de
sus propios negocios y en desmedro de una planificación orientada a la liberación de la
economía nacional.
Así, identificada la clase dirigente nacional como una oligarquía terrateniente
que nucleaba en sus manos tanto el poder económico como el poder político, se
entendía que la intervención del Estado en lo económico estaba asentada en el
mantenimiento del modelo agroexportador para favorecer a los dueños de la tierra, lo
que había generado un sistema político que requería excluir al pueblo para mantener el
78
modelo económico y convertir las libertades obtenidas mediante el proceso de
independencia en expresiones de derecho sin correlato en la realidad, ya que se veían
impedidas de manifestarse por la ausencia de libertad económica. Al respecto decía
Cooke en marzo del 47’:
“Son hechos que yo anoto para dar la sensación de que la libertad económica es la
base de la libertad política, pero que la falta de libertad política trae entronizada la
falta de libertad económica. Si este plan no es lo que nosotros deseamos que sea,
ello será lamentable para el país. Habríamos cometido un error. Pero este plan es
un plan argentino elegido por los argentinos. Si hacemos un mal plan, cada uno
pagará las consecuencias de sus propias acciones. No habrá ningún ciudadano que
pueda decir que está sufriendo las consecuencias de algo que le fuera impuesto. La
voluntad del pueblo ha llevado a este movimiento al poder. La revolución nacional
tiene claras concepciones en materia económica y va cumpliendo sus etapas a ritmo
acelerado, en cumplimiento de promesas y compromisos contraídos.” (2007: 153)
La intervención del Estado en lo económico, para obtener el grado de libertad
económica necesaria para evitar la dominación política por parte de los países
imperialistas, aparece en el pensamiento de Cooke como una de las características
básicas de la revolución peronista. Pero para que tal intervención tuviera el sentido que
el peronismo le atribuía era preciso, según el joven diputado peronista, que el Estado
estuviera directamente vinculado con los valores morales que anidaba en el pueblo
argentino.
En efecto, tal como sostenía Cooke, la intervención estatal en la economía era
un hecho regular en todas las naciones, incluida la Argentina, pero dicha intervención,
en el marco de un régimen político oligárquico que excluía de hecho al pueblo de las
decisiones políticas, no estaba orientada en un sentido de igualdad y libertad, sino que
era impulsada por las pulsiones de dominación de la clase dirigente, que propiciaban un
modelo económico que fortalecía su poder en cuanto clase social sin importarle la
debilidad que al mismo tiempo implicaba para la Republica considerada un todo. Ante
tal situación, Cooke abogaba por establecer una mayor interrelación entre las
instituciones del Estado y el pueblo, pensando a las primeras como herramientas
política de liberación y al último como norte moral que orientara la acción de las
instituciones.
Los valores morales que anidaban en el pueblo, producto de su experiencia
histórica y de su entorno geográfico, debían ser, en opinión de Cooke, una guía para la
formación de instituciones políticas capaces de establecer una sociedad libre e
igualitaria.
79
Así, frente a la intervención realizada por un Estado “tomado” por la élite
terrateniente, cuya intencionalidad era mantener intactas las relaciones comerciales con
Gran Bretaña sin tomar en cuenta la dependencia y el atraso que implicaba para el país
mantener la primacía de tal relación, en el planteo de Cooke la dirección de los resortes
del Estado debía ser retomada por el pueblo, al que consideraba soberano legítimo de
tal poder. De esta forma, la intervención estatal estaría orientada por una pulsión
diferente: la de la liberación nacional y la igualdad social en el marco de una
comunidad política organizada.
Algunas de las causas que habían permitido la escisión entre el pueblo y el
Estado radicaban en el diseño del régimen político argentino, sostenía Cooke. Tal
régimen, desde su génesis, había sido planteado como un gobierno de notables con la
una capacidad diferencial para discernir qué era lo mejor para la nación, excluyendo al
pueblo, lo más posible, de la toma de decisiones políticas.
De este modo, tras la sanción de la Constitución Nacional de 1853, se adoptó un
sistema que se pretendía republicano y representativo, pero que en la práctica no
cumplía ninguno de esos requisitos.
El pueblo, declarado soberano, debía ejercer tal posición a través de la
representación depositada en ciudadanos electos. Sin embargo, los representantes no
eran elegidos directamente por el pueblo sino que se había establecido la elección
indirecta como forma de evitar que llegara al poder un representante cabal de las
inclinaciones populares.
De esta manera, los valores morales resguardados en el pueblo no encontraban
correlato en las prácticas del Estado, ya que quienes cumplían el papel de
representantes del pueblo no respondían, necesariamente, a los intereses generales del
soberano. Respecto de esta cuestión decía Cooke, en su última intervención en el
parlamento como diputado nacional, en octubre de 1951:
“Esa es la historia política argentina a grandes rasgos en la que no vemos un solo
caso de un gobernante que haya podido surgir a la primera magistratura por el voto
de sus conciudadanos y por la libre expresión de la voluntad popular. Pero no era el
fraude episódico de quienes intentaban apoderarse del gobierno. La clase dirigente
argentina siempre ha sabido cuál es su verdadera posición frente al pueblo y por
eso, por boca de uno sus prohombres, enunció su famosa frase: <<hay que educar
al soberano>>, y le negó al pueblo la madurez y capacidad para regir sus propios
destinos. Es sobre la sangre y el aislamiento del hombre argentino que la
oligarquía, a través de cien años, pudo edificar ese tremendo aparato jurídico,
económico y social, como consecuencia del cual nuestro patrimonio fue explotado
por una casta de traidores nativos que siempre actuaron como gerentes del
imperialismo europeo en América.” (2007: 417)
80
La acción de la oligarquía solo podía ser posible apartando al pueblo de la
decisión política con respecto a la cosa pública. Por eso explicaba Cooke, se lo había
excluido del gobierno, relegando el papel de ciudadanía que debía cumplir; por ser
considerado inexperto e incapaz para tales menesteres. Apartado el pueblo de su papel
soberano, las instituciones políticas argentinas se convirtieron en reflejo de las
pulsiones particularistas y dominantes de la clase dirigente nacional refrenando el
impulso libertario del pueblo.
La desvinculación entre el pueblo y las instituciones del Estado cobra mayor
importancia en la obra de Cooke desde el momento en que la Revolución Peronista en
que se sentía enrolado se presenta como una revolución que parte y de lo institucional y
busca desde ahí expandir el concepto de libertad mediante la acción interventora del
Estado. La libertad, que en el marco del primer peronismo significa para John William
Cooke intervención estatal a favor del fortalecimiento de la capacidad soberana del
Estado y liberación de la economía nacional mediante el desarrollo industrial, el control
del comercio internacional y justicia social, requería una clara consciencia de los
representantes acerca de cuál era el papel que debía cumplir el Estado en el proceso de
liberación nacional. La clase dirigente argentina, que en su opinión no era otra que la
elite terrateniente, nunca se había mostrado inclinada hacia esos objetivos, por ser ella
misma un engranaje más del modelo económico dependiente que vinculaba a la
Argentina con las potencias industriales desde una posición subalterna.
Al mismo tiempo, la clase dirigente nacional encontraba sus referencias
culturales en Europa y despreciaba toda construcción cultural e intelectual propia del
territorio, considerando todo lo local como una expresión de la barbarie y el atraso
cultural. Este desprecio por lo natural del territorio era percibido por Cooke como uno
de los principales males que afrontaba la república, ya que redundaba en desprecio por
las masas vinculadas a la tierra y en exaltación de lo que denominaba “la ideología del
imperialismo”: el liberalismo. Tales sentimientos eran convertidos en orientadores de la
acción de las instituciones en el contexto de un Estado apropiado por una clase
dirigente que no representaba al pueblo y que defendía sus intereses facciosos desde el
poder público, lugar del interés general.
De esta manera para que el Estado pudiera cumplir el papel asignado por la
Revolución Peronista y preconizado en el Congreso por Cooke, debía en primer lugar
vincularse a los valores morales que anidaban en el pueblo, devolviendo a éste su lugar
81
de soberano. He aquí el segundo pilar del pensamiento republicano de John William
Cooke: la centralidad del pueblo como actor político relevante y fuente de la
legitimidad del poder del Estado.
La labor política de Cooke, en efecto, está atravesada por la presencia del
pueblo como concepto aglutinador de las mejores características de la nacionalidad. Si
la historia política argentina estaba, en su opinión, plagada de gobernantes sin
conciencia nacional y aliados a los intereses imperiales, el pueblo era presentado por
Cooke como un actor político que jamás había prestado su consentimiento a la clase
dirigente y que resistía los embates del imperialismo. Cuando afirma que la clase
dirigente estaba adscripta al liberalismo como ideología rectora de sus acciones que
representaban la civilización, opone a ella al pueblo convirtiéndolo en depositario de
los valores morales de la nación, basados en un concepto igualitario de la libertad.
Finalmente, si la elite, desde su posición de poder y su dominio de los resortes del
Estado, había construido un sistema político y económico que no permitía la definitiva
liberación de la república y no promovía la igualdad entre los ciudadanos, el gobierno
del pueblo garantizaría complementar la libertad política y civil con el grado de libertad
económica necesaria para ejercer aquellas otras, al tiempo que, orientando la acción de
las instituciones mediante los preceptos morales e ideológicos propios de la región que
anidaban en el pueblo garantizaría la extensión de la igualdad entre los ciudadanos
impidiendo la proliferación de situaciones de dominación.
De esta forma, la extensión de la libertad en un sentido igualitario y social,
asentada en la intervención del poder público de la comunidad allí donde pudieran
producirse situaciones de dominación que afectaran a la libertad del Estado o de los
ciudadanos, requería vincular al pueblo con las instituciones de gobierno en forma
directa, ya que era ahí donde estaba depositada la virtud de la republica forjada a través
del contacto con la tierra y la historia nacional.
Así, tal como hemos mencionado antes, Cooke propone establecer un vínculo
más estrecho entre las inclinaciones del pueblo y la dirección del Estado, proponiendo
en el proyecto de Reforma Constitucional que presenta con el diputado Guardo en 1948
la elección directa de los representantes del pueblo en el parlamento y en el poder
ejecutivo. Tal medida buscaba producir una identificación más directa entre las
decisiones del Estado y la opinión y voluntad del pueblo, ya que la elección directa
permitía, según Cooke, que los representantes del pueblo efectivizaran sus
inclinaciones y persiguieran la libertad de la república, auténtico interés nacional, y que
82
no se repitiera la situación de apropiación del poder público por parte de particulares
que había sucedido en tiempos del gobierno de la oligarquía.
Entre las reformas políticas que proyectaba darle a la Constitución Nacional
también estaba incluida la incorporación como ciudadanos plenos de derecho a los
habitantes de los territorios nacionales del sur del país. Los artículos 37° y 81° de la
Constitución de 1853 establecían que los territorios nacionales, al no haber sido
incorporados como provincias, no tenían representación en la Cámara de Diputados ni
en la junta de electores que elegía al presidente y vicepresidente de la nación. De esta
forma, quienes allí habitaban se encontraban en una situación de inferioridad de
derechos con respecto a sus conciudadanos, ya que en los hechos carecían de derechos
políticos y se veían subordinados a un poder político ajeno a sus opiniones. Al respecto,
decía Cooke, en referencia a los ciudadanos que allí residían:
“Son argentinos para defender la patria, prestando el servicio militar en estado de
paz y aportando su sangre si se lo reclama la Republica en épocas de guerra; son
argentinos para allegar recursos al tesoro público en la medida no despreciable que
su riqueza contribuye a formar el erario nacional; son también argentinos en el
constante esfuerzo por el progreso y la prosperidad de la Nación mediante la
tesonera acción de su trabajo. Pero no lo son para gozar, como sus conciudadanos,
el derecho del sufragio, desde que carecen de él para elegir diputados al Congreso
de la Nación y electores de presidente.” (2007: 218)
Luego continuaba:
“Esta es, en realidad, la compañía a que los actuales artículos 37° y 81° de la
Constitución Nacional condenan a los ciudadanos domiciliados en los territorio
nacionales , en una condición inadmisible que repugna al sentimiento de justicia y
equidad, a la igualdad política que informa nuestras instituciones, al sentimiento de
confraternidad argentina y a los legítimos intereses de esas tierras que se mantienen
en estado de colonias, sin perspectivas de adquirir la jerarquía a que tienen legítimo
derecho.” (2007: 218)
La situación en que se encontraban los habitantes de los territorios nacionales
representaba dos problemas políticos desde un enfoque republicano. En primer lugar,
atentaba contra la noción de igualdad entre los ciudadanos ya establecida en la
Constitución de 1853, ya que de hecho coexistían dos tipos de ciudadanos diferentes en
base a los derechos políticos que cada uno de ellos podía ejercer. Esta ausencia de
igualdad importaba, para la doctrina de la Revolución Peronista, una ausencia de
libertad, ya que los habitantes de los territorios nacionales estaban sometidos a un poder
público del que no formaban parte.
83
En segundo lugar, la desvinculación entre los ciudadanos de los territorios
nacionales y los representantes del Pueblo en el Estado, generaba un problema de
formación e inclinaciones de los individuos del que ya diera cuenta Cicerón en el siglo
II a.c.: la preferencia por los asuntos e intereses privados por sobre los de índole
general. Sostenía Cooke sobre esto, que el no integrar a los habitantes de los territorios
nacionales como ciudadanos de pleno derecho y en igualdad de condiciones con los
habitantes de cualquiera de las provincias debilitaba a la república en cuanto éstos no
veían razones para contribuir al fortalecimiento de un poder político que les era ajeno y
que se formaba de esta manera una mentalidad proclive a la exaltación del interés
individual por sobre el de la sociedad.
Entonces, Cooke buscaba establecer una fuerte vinculación entre el pueblo y el
Estado a través de la incorporación de los habitantes de los territorios nacionales como
ciudadanos de pleno derecho y, más importante aún, mediante la elección directa de los
representantes del pueblo en el Estado. Estas medidas, proyectadas como reforma
constitucional, se veían complementadas con la referencia al tiempo de duración del
mandato que los representantes debían cumplir.
De esta manera, proponía el diputado peronista por Capital Federal, acortar el
período de mandato de los senadores pero permitir su reelección, proponiendo también
la reelección inmediata del presidente y vicepresidente de la nación. Estas reformas
perseguían dos objetivos diferentes pero interrelacionados. En primer lugar, era la
manera más directa de vincular al pueblo con las instituciones y con la acción del
Estado como voluntad propia de la sociedad. Junto con la elección directa, la reelección
aparecía como un derecho soberano del pueblo a elegir libremente a sus representantes.
Cooke consideraba que el caudillismo era una de las más importantes características de
la región. El pueblo, sostenía, necesitaba personificar la dirección de los procesos de
liberación que llevaba adelante en la figura de un líder que funcionara como aglutinador
y manifestación concreta de la fuerza y voluntad popular. Por tal razón, afirmaba, el
régimen político argentino era fuertemente presidencialista, pues el pueblo veía en el
presidente una suerte de dirigente que ponía en funcionamiento el poder del pueblo a
través de los resortes del Estado.
Así, el temor al caudillismo que la intelligentzia nacional preconizaba,
definiéndolo como un rasgo de la barbarie del pueblo y como una de las razones que
exigían impedir que el pueblo escogiera directamente a sus representantes, se convierte
en la obra de Cooke en una rasgo esencial para la democracia argentina, en cuanto es
84
expresión de un régimen político nacido de la aplicación de conceptos culturales
propios de la nacionalidad y no de la imitación de preceptos ideológicos hegemónicos,
impuestos por el imperialismo y sus “personeros nativos”, tal como definía Cooke a los
miembros de la clase dirigente.
El caudillismo, de esta manera, era la forma que tenía el pueblo de identificarse
con el Estado y vislumbrar en su acción interventora la expresión de su propia voluntad
y la persecución de los intereses generales de la nación. En las antípodas de esta
posibilidad, la elección indirecta creaba una desconexión entre los representantes y los
soberanos restando legitimidad a la acción del Estado, que era percibida por el pueblo
(más aun en el marco de la apropiación del poder público por parte de la clase
dirigente) como una interferencia arbitraria que no respondía a sus opiniones e
intereses. Advertía Cooke que las acciones del Estado solo podían ser concebidas como
legitimas por el pueblo en caso de que los principales dirigentes de tales acciones
fueran percibidos por el pueblo como una personificación de su propia voluntad.
De esta forma, si la elección directa de los miembros del poder legislativo era
concebida como una necesidad imperiosa para que los valores morales resguardados en
el pueblo orientaran a las leyes sancionadas en el Congreso, mayor importancia
adquiría, en relación con la misma preocupación la elección de presidente y del
vicepresidente.
La figura del presidente de la nación adquiere en el sistema político argentino
una centralidad muy fuerte, que se explica, según la argumentación de Cooke, por la
tradición caudillista de la región, la cual fue formándose ya en tiempos de la colonia
pero adquirió mayor relevancia a lo largo de las guerras de independencia nacional y de
resistencia frente al dominio de Buenos Aires por parte del resto de las provincias
argentinas. A lo largo de dicho periodo, sostenía el diputado peronista, el pueblo estuvo
enfrascado en la lucha por la libertad y la igualdad, generando en la lucha líderes a los
que concebía como aglutinadores de la fuerza de la totalidad y como expresión de la
voluntad popular.
Esa experiencia histórica de lucha por la libertad y de integración como
totalidad a través de la dirección de caudillos proclamados por el pueblo había generado
una huella mental que solo permitía al pueblo concebir como legitimo a un poder,
cuando éste era encarnado por un figura de estilo caudillesco en la cual el pueblo viese
personificado el interés general. Cuando el pueblo no puede reconocer en el presidente
de la Nación un representante de la voluntad popular nacional, se refugia en sí mismo,
85
alejándose de la cosa pública para refugiarse en los problemas particulares que lo
aquejan. Este alejamiento de la política por parte del pueblo es la representación de
aquel peligro que Cicerón veía manifestarse en Roma: el desprecio de la vida pública y
del servicio a la república en favor de la exaltación del interés particular, y la debilidad
del Estado por la disgregación de las voluntades.
De esta manera, el caudillismo era concebido por Cooke como una construcción
propia de la cultura política latinoamericana en general y argentina en particular. El
ignorarla sólo conducía a la creación de repúblicas débiles que eran sometidas a los
intereses de potencias imperialistas del mundo. Su aceptación, en cambio, implicaba un
cambio revolucionario en cuanto a la identificación de la grandeza nacional,
encontrando la posibilidad de la misma en la aceptación de lo natural del territorio para
la construcción de las instituciones que permitiera la definitiva liberación de la patria y
no en la imitación de los esquemas ideológicos europeos, que solo conducían al
liberalismo y a un falsa libertad individual que no encontraba correlato en la realidad
por la falta de libertad social.
Es un reflejo del pensamiento de John William Cooke lo expresado en la
Cámara de Diputados en 1951 en ocasión de la discusión acerca de la asignación de
recursos, provenientes de una multa impuesta a la sucesión Bemberg, para la Fundación
Eva Perón. Allí decía:
“Nosotros sabemos que la libertad es un fundamento básico de la
personalidad, pero también sabemos ser capaces de sacrificar parte de esa libertad
poniéndola al servicio de objetivos y postulados fundamentales para la verdadera
grandeza de la patria.
Así como Dios da, en el terreno religioso y espiritual, el libre albedrío para
que los hombres, a través de los dogmas, se encaminen por la senda del bien, de la
misma manera, en lo político, el hombre tiene su libertad. Dentro de ella es signo
de fuerza y no de debilidad el ponerla al servicio de objetivos que están superando
a su propia persona.
Nosotros creemos que el progreso nacional se ha realizado siempre a través
de hombres que interpretaron el sentir de lo popular, que encarnaron lo que piensa
el hombre de campo, la fábrica, el taller o la oficina; precisamente, lo que hay de
vital en el pueblo tiene una oportunidad magnífica de expresarse cuando hay una
personalidad suficientemente fuerte y realizadora como para que en ella vayan a
confluir todas esas fuerzas espirituales argentinas, a fin de ir cumpliendo las etapas
progresivas de la evolución nacional.” (2007: 409)
Encontramos aquí la mayoría de los elementos políticos que atraviesan el
pensamiento político de Cooke. La apelación a la libertad comienza como una renuncia
a parte de la misma. Sin embargo, esa renuncia solo es al sentido individual que el
liberalismo da al concepto. La libertad, como hemos referido anteriormente, en un
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sentido republicano no es individual sino social: es encontrase en igualdad de
condiciones frente al resto de los ciudadanos y no verse sometido a la intervención
arbitraria de un poder ajeno a los propios intereses y opiniones. El sacrificar parte de
esa libertad expresado por Cooke significa la relativización de la libertad de comercio,
de contratación y de propiedad privada cuando tales libertades, presentadas como
elementales por el liberalismo, atentan contra la consecución de los ideales de libertad e
igualdad nacionales. Es una apelación a la burguesía nacional la que Cooke realiza
aquí, ya que consideraba que en la práctica solo son ellos los que gozan de tales
libertades.
El pueblo aparece al final del pasaje que citamos, y vinculado con la idea de
caudillo. En efecto, la apelación al pueblo es para destacar su carácter de depositario de
la virtud política nacional. Tal virtud permitiría al Estado actuar con un rumbo
determinado que encauzara las voluntades y las capacidades nacionales en un sentido
de liberación, ya que para Cooke el pueblo es por definición el sujeto de la liberación
nacional. Sin embargo, sostiene, la liberación nacional requiere que la fuerza y el sentir
del pueblo sean encauzados institucionalmente a través de la fuerza del Estado, y para
lograr tal finalidad es preciso partir de la cultura nacional y popular, es decir, del
reconocimiento de caudillos que permitan establecer puentes entre las instituciones y el
pueblo para que el Estado garantice la libertad en un sentido republicano de nodominación.
La libertad como no-dominación, el reconocimiento del pueblo como actor
virtuoso de la política, el poder público institucionalizado y la preminencia de lo social
sobre lo individual son los rasgos esenciales del republicanismo popular, y tales
características podemos identificarlas en las expresiones de John William Cooke en el
Congreso de la Nación
El pensamiento de Cooke puede ser leído como un expresión local del
republicanismo popular, ya que los elementos de esa tradición republicana están
presentes en su pensamiento político. Este pensamiento puede ser concebido como una
totalidad teórica que cobra coherencia cuando sus elementos son interconectados. Así,
la libertad como no-dominación es la finalidad de la Revolución en la que Cooke se
sentía enrolado. Tal libertad requería de un sentido de igualdad entre los ciudadanos
que impidiera la subordinación de uno a otro en razón de la existencia de un poder de
incidencia y negociación diferencial basado en una desigualdad social o económica que
redundara en desigualdad política. La consecución de tal finalidad solo podía
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alcanzarse mediante la regulación social que realizara un poder político del que todos
los ciudadanos se sintieran partícipes como totalidad. Dicha totalidad es dada por el
concepto de nación, y la intervención legitima, es decir, no arbitraria, solo podía ser
realizada por canales institucionales, es decir, desde el Estado.
Porque, en efecto, siendo el Estado el encargado de garantizar la libertad de los
ciudadanos debe primero garantizar la libertad nacional. El peronismo ha sido definido
en numerosas ocasiones y por numerosos estudiosos del fenómeno (incluido Cooke)
como un movimiento antiliberal y antiimperialista, características que para Cooke son
indisolubles, ya que consideraba al liberalismo el arma de penetración ideológica del
imperialismo. La libertad como un producto de la acción del Estado nunca había podido
manifestarse en la Argentina por la debilidad del país frente a la acción del
imperialismo. Por tanto, para iniciar un proceso de transformación social en un sentido
igualitario que garantizara la libertad de los ciudadanos más allá de sus diferencias
económicas, era preciso, en primer lugar, asegurar la fortaleza del Estado frente a la
incidencia de poderes externos interesados en que mantuviera su posición subordinada
en el sistema económico mundial.
Así, aparece un tercer elemento central en el pensamiento de John W. Cooke: el
pueblo. Establecida la libertad en un sentido igualitario que debe ser garantizada por el
Estado, por medio de la sanción de leyes que tiendan hacia la liberación nacional y la
justicia social, el pueblo, como antagonista de la oligarquía y depositario de los valores
morales de la nación basados en la libertad, la igualdad y el orgullo nacional, se
convierte en un referente obligado, que debe orientar las prácticas del Estado.
Cooke establecía conexiones entre la libertad, el Estado y el pueblo para
garantizar el éxito de la revolución en un sentido de libertad que podemos denominar
republicano. La libertad, entonces, era caracterizada como el objetivo de la revolución,
al tiempo que el Estado era definido como el único actor capaz de llevarla adelante, ya
que su funcionamiento a través de instituciones permitía que pudiera ser vislumbrado
como el fruto de la voluntad general. Al mismo tiempo, el pueblo aparecía representado
como el depositario de los valores morales nacionales y la emulación de su pulsión de
libertad por parte del Estado era la forma de generar instituciones virtuosas propicias a
concretar en el ámbito económico la liberación nacional.
Esta unión entre el pueblo y el Estado para que sus instituciones fueran
orientadas por la cultura popular era encauzada a través de la figura de los
representantes del pueblo en el Estado. Más concretamente, de la figura del presidente
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de la nación. La figura del presidente adquiría en el republicanismo de Cooke una
importancia central, ya que era la figura visible de la revolución y el aglutinador de la
potencia del pueblo. El desprecio a la tradición caudillesca que mostraba la clase
dirigente nacional, sostenía el diputado peronista, no era otra cosa que el desprecio por
el hijo de la tierra y la cultura local, y el temor al pueblo unificado bajo una figura que
impulsara su potencial transformador.
Así, la libertad, las leyes, las instituciones, los contrapesos, la publicidad del
poder y demás características del republicanismo carecían de sentido si no eran
reapropiadas por el pueblo desde la realidad del territorio y desde su propio desarrollo
histórico-cultural. Para Cooke, el pueblo no podía concebir al Estado como una
manifestación de su propio poder si no veía en él una personalidad que le inspirara
confianza y reconociera como líder de un movimiento popular; en resumidas palabras,
un caudillo.
El pueblo y su voluntad (expresada en el Estado a través de la figura del
caudillo) eran la base que Cooke encontraba para que la planificación e intervención
económica del Estado fuera realizada en un sentido de libertad republicana que formara
una sociedad libre hacia el exterior e igualitaria hacía el interior.
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