Contiene: - ARL XIV Domingo Tiempo Ordinario B - PAGOLA 14 Tiempo Ordinario B - Semana del 5 al 11 de julio de 2015-06-30 - 6 Homilías ARL XIV Domingo Tiempo Ordinario B No era la primera vez, seguramente, que Jesús, durante su ministerio público volvía a Nazaret, donde sus paisanos estaban bien informados de la fama de sus discursos y de los prodigios realizados en las poblaciones vecinas. El Evangelio de san Marcos recuerda otra presencia de Jesús en la sinagoga, precisamente en Cafarnaúm, a los inicios de su misión, “… él, entrando en sábado en la sinagoga, se puso a enseñar. Y se maravillaban de su enseñanza porque les instruía como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (Mc 1, 21-22). En esa misma circunstancia, liberó de la posesión del demonio a un hombre que, impulsado por el espíritu inmundo, lo había reconocido como “el Santo de Dios”; y san Marcos señala cómo “todos se interrogaban entre ellos: ¿Quién es este? … manda hasta a los espíritus impuros y estos le obedecen,… y su fama se extendía por doquier en toda la región de la Galilea…” (Mc 1, 23-28). Esta vez, en la sinagoga de Nazaret, hasta donde había llegado su fama, los presentes experimentan algo diferente, es el malestar de quien no quiere conceder la confianza, es más, está lleno de recelo, de envidia, la envidia celosa de paisanos mezquinos. “Pero, este, ¿quien piensa que es?” parecen comentar entre ellos los nazaretanos: “… ¿no es este el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? Y sus hermanas, ¿no viven entre nosotros?”. El retrato de Jesús, hecho por sus paisanos, muy escépticos ante él, es el retrato de una persona común, que no tiene relevancia en algún aspecto, social, religioso, cultural, político; es un artesano como tantos, un carpintero, hijo de una familia modesta, como se deduce de la mención de sus familiares. Quedan lejanos el estupor, la admiración y el entusiasmo de la muchedumbre frente a la novedad de su doctrina, una doctrina comprometedora, pero que ensanchaba el corazón y el pensamiento, una doctrina que devolvía la dignidad y el valor a todas las personas, sin mirar su condición social. Ya no hay el estupor feliz y reconocedor de quien ha asistido a los milagros y comienza a creer en el poder extraordinario de este Rabí, diferente a los demás. Para los habitantes de Nazaret, Jesús es uno como ellos, incluso, para algunos de su parentela era simplemente una persona “fuera de sí” (Mc 3, 20), que no merecía ningún crédito; preferible que permaneciera callado. Por otra parte, cuando Felipe, discípulo de Jesús, encontró a Natanael y, entusiasmado, le dijo que habían encontrado a aquel de quien Moisés había escrito y que los profetas habían anunciado: “Jesús, hijo de José de Nazaret”, este contestó incrédulo: “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” (Mc 1, 45-46). Este era Jesús para tantos que no conseguían, o no querían, creer en él, en sus palabras, en sus obras. La falta de fe; la fe que lo había movido a realizar milagros y que, muchas veces él había alabado, aquí, en su pueblo, no existe y esta es la razón por la cual él se aleja para llevar su mensaje a otras poblaciones cercanas. Jesús, en esta circunstancia, experimenta como sea cierto el antiguo refrán: “nadie es profeta en su tierra”; y él mismo se sorprende por la actitud de sus paisanos, una sorpresa amarga por la incredulidad y el desprecio que lo rodea. Jesús conocía bien el destino de los profetas, no escuchados, solos, perseguidos y, a veces, asesinados. La liturgia de la Palabra nos recuerda hoy, con un breve pasaje, la misión del profeta Ezequiel, el sacerdote, el “centinela de Dios”, al cual es dirigida esta palabra: “Hijo de hombre, te mando a los Israelitas, a un pueblo rebelde que se ha vuelto contra mí,… a quienes yo te mando son hijos testarudos y de corazón endurecido… son una raza rebelde… al menos sabrán que un profeta se encuentra en medio de ellos”. (Ez 2, 2-5). Cristo es el Hijo del hombre, la verdadera y plena revelación del Padre, pero no fue reconocido, y siguió la suerte de muchos otros profetas. “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron…” (Jn 1, 11), no lo reconocieron, se detuvieron en aquellos pocos datos generales: era el hijo de María, el pariente de Santiago, José, Simón, un artesano como tantos, y nada más.´ Hay un reclamo importante en este pasaje del Evangelio en el que el Hijo de Dios se revela en la simplicidad y pobreza de ser un hombre como tantos y, sin embargo, él mismo es Dios, cuya presencia debe ser acogida en las situaciones existenciales ordinarias, en lo cotidiano de la vida, en el rostro de cada persona por quienes él se ha encarnado. Si Cristo ha enfrentado el desprecio, la soledad y el descrédito es porque se necesita que estos sean eliminados y los hombres se acepten unos a otros, como hermanos, hijos del mismo Padre y redimidos por la misma sangre. Este es el verdadero valor del hombre, su verdadera dignidad o, como dice san Pablo, el verdadero motivo para gloriarse: “…me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Cor 12, 10) Hay un pasaje de san Pablo que puede bien servir de comentario al Evangelio de este domingo, en el que hemos visto un Jesús despreciado e ignorado: “Los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes, lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale”. (1Cor 22-25.27-28) Necesitamos ojos contemplativos para acoger a Cristo presente en toda persona, en el pobre, en el pequeño, en el marginado, para experimentarlo presente en nosotros, sobre todo cuando nos descubrimos débiles y tentados de juzgarnos inútiles. Fr. Arturo Ríos Lara, OFM Roma, 5 de julio de 2015 NO DESPRECIAR AL PROFETA El relato no deja de ser sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros lugares. Tampoco lo presentan a los enfermos de la aldea para que los cure. Su presencia solo despierta en ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús es un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás «les resulta escandaloso». Jesús se siente «despreciado»: los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe». Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, solo curó a algunos enfermos». Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona. ¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos «suyos»? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía? Esta era la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos solo con lo bueno» (1 Tes 5,19-21). ¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días? José Antonio Pagola Semana del 5 al 11 de Julio de 2015 – Ciclo B Domingo 14º de tiempo ordinario Domingo 5 de julio de 2015 Domingo 14º de tiempo ordinario Antonio María Zacaría, Berta Ez 2,2-5: Son un pueblo rebelde; sabrán que hubo un profeta en medio de ellos Salmo 122: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia 2Cor 12,7b-10: Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo Mc 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra Los estudiosos suelen decir que la primera parte del Evangelio de Marcos (que termina en la "Confesión de Pedro") se divide en varias partes más pequeñas; cada una de estas partes empieza con un resumen -llamado técnicamente "sumario"- de la vida de Jesús; después de cada una de ellas viene una referencia a los apóstoles. En este esquema, el evangelio de hoy es el fin de la segunda de las tres pequeñas partes que se caracterizan por un aumento progresivo en el conflicto que Jesús provoca al encontrarse con él. El texto marca un punto clave: Jesús -que es presentado aquí como profeta- se encuentra con la absoluta falta de fe de los suyos, amigos y parientes. El "fracaso" de Jesús se va acentuando: en la tercera parte ya se empieza a presentir la "derrota" del Señor anticipada en la muerte del Bautista. Es característico del evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el aparente fracaso, la soledad, el "escándalo" de la cruz de Jesús. Esa cruz es la que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como la comunidad misma de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el sentido de un "Mesías crucificado" que será plenamente descubierto por el centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique- como el "Hijo de Dios". Los habitantes de Nazaret no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que enseña en la sinagoga? "Si a éste lo conocemos, y a toda su parentela". La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el problema: "con lo que ellos conocen". Es que la novedad de Dios siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente "sabido"; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los sencillos”; no estamos lejos de la incomprensión de las parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas. El "Dios siempre mayor" desconcierta, y esto lleva a que falte la fe si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús "no podía hacer allí ningún milagro"; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque "nadie es profeta en su tierra". Y quizás, también nos escandalice a nosotros... ¿o no? Jesús es mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia. Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es más “espectacular” mirar un testimonio allá en Calcuta... que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero, ¿no estaríamos dejando a Jesús pasar de largo? Para la revisión de vida Sin pretender ser un «profeta» admirado, sí que debo ser, como mínimo un profeta anónimo, un cristiano ordinario que se toma en serio su ordinario deber profético: decir la verdad, vivir la verdad, denunciar la mentira que me encuentre, ser incorruptible, combatir la corrupción que me salga al paso... ¿Estoy captando la nueva hora de esperanza, el deseo popular de superación del neoliberalismo, a la búsqueda del «otro mundo posible»? Para la reunión de grupo - En la década pasada, en no pocos sectores cristianos, que ésta no es hora de profecía, sino de sabiduría; que ahora no estamos como los israelitas en el éxodo, sino como en la época del exilio, que lo que corresponde no es la denuncia, sino la sabiduría de quien en silencio sabe resistir... Esa habría sido la máxima profecía ahora posible... ¿Qué pensamos de ello? - «Aunque es de noche... ya es madrugada», se dice hoy día en América Latina: la situación actual de la esperanza del Continente es bien distinta de la de hace unos años. Los Foros Sociales Mundiales celebrados aquí, los cambios políticos en varios países, evidencian otro tono y otra esperanza. Lamentablemente, la Iglesia oficial no sintoniza con las esperanzas populares que tan bellamente expresaron en su momento Medellín y Puebla. ¿Qué papel cabe a la Iglesia (a los cristianos y cristianas) ante esta situación? - La profecía no es un deber para personas especiales, prodigiosas, extraordinarias... sino deber todo cristiano, por seguir a Jesús, y de todo bautizado, por participar en Jesucristo Sacerdote, Profeta y Rey. ¿Cómo debería vivir ese ministerio profético una comunidad cristiana "cualquiera", como la nuestra, tanto hacia la Sociedad como hacia su Iglesia? Para la oración de los fieles - Por toda las Iglesias, para que al anunciar el mensaje evangélico hagan vida la verdad que proclaman con las palabras, roguemos al Señor. - Por todas las naciones de nuestro mundo, para que se unan en la defensa de la justicia, la libertad y los derechos de todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo, roguemos... - Por todos los que en su tiempo de juventud fueron utópicos luchadores por un mundo mejor y hoy son personas acomodadas y resignadas al mundo tal cual está, para que Dios haga revivir en ellas lo mejor que todavía habita el rescoldo de su corazón, roguemos... - Para los profetas de nuestro tiempo, tan escasos, los que denuncian las injusticias, la mentira y el carácter excluidor de nuestra sociedad, para que su mensaje sea escuchado, roguemos... - Por la profecía al interior de la Iglesia: para que haya un ambiente que posibilite la confianza, la opinión pública fraternamente compartida, el diálogo franco y sincero, la libertad de la reflexión teológica... roguemos... - Por los "profetas laicos", hombres y mujeres pensadores libres que con su voz o su pluma dan cuerpo en la opinión pública a los mejores sentimientos que los demás no sabemos expresar, para que nunca falten entre nosotros, roguemos... Oración comunitaria Dios, Padre nuestro, que continuamente nos invitas a la conversión con llamamientos que con frecuencia nos pasan desapercibidos; te pedimos abras nuestros oídos y nuestros corazones para que estemos siempre atentos a acoger tu Palabra, sea cual sea el ropaje con el que venga envuelta, para que nos dejemos transformar por ella y la llevemos a la práctica con entusiasmo. Por Jesucristo N.S. O bien: Oh Dios, que "de muchas maneras hablaste en otro tiempo a nuestros padres por medio de los profetas"; te pedimos que no abandones a la humanidad a las solas fuerzas del egoísmo individualista y del mercado, sino que nos envíes nuevos profetas que nos hagan revivir con pasión lo mejor que tú pusiste en nuestro corazón: el amor universal, la fuerza inclaudicable de la utopía de la solidaridad, y la inconformidad con todo lo que contradice tu Proyecto. Por J.N.S. Lunes 6 de julio de 2015 María Goretti Gn 28,10-22a: Yo te acompañaré a donde vayas Salmo 90: Señor, en ti confío Mt 9,18-26: Ven tú, y mi hija vivirá Las protagonistas del evangelio de hoy son dos mujeres. La situación de la mujer judía en la época de Jesús era similar a la de otros pueblos del Medio Oriente: en una cultura y sociedad fuertemente patriarcales, la mujer dependía en todo y para todo del varón: del padre, si era soltera, o del esposo, si era casada. Se consideraba escandaloso que una mujer hablara en público con un extraño, y más aún que un rabino se entretuviera a hablar con alguna mujer (véase Jn 4,7.27). En Israel la mujer estaba excluida del culto, lo que implicaba un lugar aparte para las mujeres tanto en el Templo como en las sinagogas. Pero estudiando profundamente la Biblia (AT y NT), descubriremos que ante Dios todos somos iguales; que somos sus hijos e hijas, y que la misma Escritura sugiere la trascendencia de Dios por sobre la diferenciación sexual. La actitud de Jesús frente a la mujer es absolutamente novedosa. En el proyecto del reino ellas tienen un lugar en igualdad de condiciones con el varón. Jesús las toma en cuenta, habla con ellas, las hace protagonistas. Lamentablemente la historia social y de la Iglesia han estado marcadas por un fuerte patriarcalismo (machismo, en buenas cuentas) que sigue excluyendo a la mujer de importantes aspectos de la vida social, laboral, e incluso religiosa. Nuestra tarea conjunta es trabajar por la dignidad y la igualdad de todos los seres humanos sin ningún tipo de discriminación. Martes 7 de julio 2015 Fermín Gn 32,22-32: Te llamarás Israel Salmo 16: Señor, escucha nuestra súplica Mt 9,32-38: Cosecha abundante, pero pocos trabajadores Como no leímos la sanación de los ciegos en los versículos anteriores (ver Mt 9, 27-31), nos desconcertamos al iniciar la lectura del evangelio de hoy. La temática del evangelio es doble; por un lado la conclusión de los fariseos ante el milagro que Jesús hace con el endemoniado, recogida acá por Mateo sin la explicación que encontraremos en el capítulo 12; es, simplemente, la “demonización” del otro por simple incapacidad de comprender o de entender lo que hace. No se podía esperar otra cosa de los fariseos, grupo “separado” que despreciaba a los que no asumieran sus criterios y enseñanzas; que veían el mundo a su manera y desechaban de plano otras posibilidades, incapaces de ver el pedazo de verdad que los otros tienen, complementaria de la propia verdad. Y por otro lado está la introducción al bellísimo tema del discipulado, desarrollado en bloque por Mateo. Esta segunda parte del relato revela una faceta de Jesús preocupado por la gente porque no tiene verdaderos guías, “pastores”; invita a hacer una petición-oración al “Dueño del campo” para que envíe operarios. Esta invitación debe resonar fuertemente en nuestros oídos. Hoy necesitamos “operarios”, hombres y mujeres que quieran apostar su vida al servicio del evangelio de la paz y la justicia. Intensifiquemos nuestra oración y nuestras acciones para que surjan vocaciones laicales, sacerdotales y religiosas al servicio del reino. Miércoles 8 de julio de 2015 Eugenio, Adriano, Priscila Gn 41,55-57; 42, 5-7.17-24a: Estamos pagando el delito Salmo 32: Muéstranos, Señor, tu misericordia Mt 10,1-7: Vayan más bien a las ovejas descarriadas Los especialistas han llamado a este capítulo 10 de Mateo el “Discurso Misionero”, y lo caracterizan diciendo que la misión de los discípulos es como la de su Maestro. Veamos, pues, cuál es la concepción y la mística del discipulado según el evangelio de Mateo: El evangelio de hoy resalta la primera característica del discípulo: alguien que tiene una vinculación muy personal con el Señor Jesús; por eso el llamado es con nombre propio; y es tan profunda esa vinculación, que a algunos de ellos se les llama con el apodo. Pero antes de llamarlos personalmente se les ha dado un poder que, si vemos en detalle, es exactamente para lo que ha estado haciendo Jesús: expulsar demonios y curar enfermos. Esto implica un esfuerzo de imitación de parte del discípulo: imitar al Maestro en lo que hace; ya se les pedirá luego imitarlo también en lo que siente: ser manso, compasivo como el Maestro. Por otro lado, en el evangelio de Mateo, discípulo es el que hace la voluntad de Dios (véase Mt 12,46-50); y ésa ha sido la vida de Jesús. Configurarse con Jesús, imitarlo, va también de la mano con el anuncio que debe hacer el discípulo: decir que el reino de Dios está cerca. Jueves 9 de julio de 2015 Verónica, Rosario de Chiquinquirá Gn 44, 18-21.23b-29; 45,1-5: Para salvación me envió Dios a Egipto Salmo 104: Recuerden las maravillas que hizo el Señor Mt 10,7-15: Gratuitamente han recibido; denlo igual Hoy nos encontramos con la segunda característica del discípulo en Mateo: El discípulo es enviado, tiene una misión, proclamar la cercanía del reino de los cielos y efectuar los signos que lo hacen presente: sanar, resucitar, limpiar, expulsar... En definitiva, hacer lo que Jesús hizo. La tarea de los discípulos, en Mateo, no se limita a anunciar al Señor resucitado ni a predicar la conversión de vida, sino que deben “hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolas..., enseñándoles...” (Mt 28,19). Es interesante notar que esta cita usa el verbo “hacer discípulos”, mientras que los paralelos de Lucas y Marcos tienen sólo “anunciar”. La misión es también compartir “todo lo que les he enseñado...”; y el texto de hoy especifica una serie de circunstancias, hasta el detalle, de lo que puede suceder en ese compartir: cómo debe estar el discípulo; a dónde debe llegar; qué debe decir y qué actitud asumir ante el fracaso. Pero lo más importante es la gratuidad: “gratis lo recibieron, entréguenlo gratis”. Sólo basta la confianza en la presencia del Señor que siempre acompaña (Mt 28,18-20). A veces nos complicamos la vida en nuestra tarea evangelizadora. Nos amarramos a los medios o instrumentos, y nos olvidamos del mensaje, que es lo fundamental. Sin desconocer las grandes posibilidades que hoy tenemos para difundir la Palabra, no olvidemos lo principal, que es el Evangelio. Viernes 10 de julio de 2015 Cristóbal, Elías, Amelia Gn 46,1-7.28-30: Puedo morir, después de haberte visto Salmo 36: La salvación del justo es el Señor Mt 10,16-23: No serán ustedes los que hablen Este discurso nos habla de las dificultades y persecuciones que trae consigo la misión. La perspectiva es dramática, pero ofrece también una voz de aliento y esperanza, y exige del discípulo un equilibrio, manifestado en el uso de las características de la serpiente y la paloma. La configuración con Jesús se vive también en este campo: los discípulos serán perseguidos por las mismas personas y grupos que lo han perseguido a él: el sanedrín, la sinagoga, la propia familia... El evangelio nos recuerda, como consejo a los discípulos, la tercera característica: deben tener fe (confianza) en el poder y bondad de Dios. Curiosamente, en el evangelio de Mateo tienen más fe los demás que los propios discípulos (el leproso, los que traen al paralítico, la hemorroisa, el capitán romano, la mujer sirofenicia…) Los discípulos son descritos como “gente de poca fe” (véase Mt 8,26; 14,31; 16,8; 17,20). Parece una fe que no llega a la altura de lo que se espera de un discípulo; una fe “quebrantada”, dudosa, débil, temerosa en medio del fracaso, (lo que no implica rechazo o negación total de la fe), La sociedad secularizada, injusta, discriminadora que vivimos genera fuertes rechazos a la Palabra de Dios. Necesitamos poner nuestra fe, nuestra confianza en Jesús para enfrentar con éxito los rechazos y persecuciones. Sábado 11 de julio de 2015 Benito Gn 49,29-32; 50,15-26a: Dios cuidará de ustedes Salmo 104: Recuerden las maravillas que hizo el Señor Mt 10,24-33: No teman a los que matan el cuerpo Mateo, que recurre tantas veces al AT, lo hace hoy usando una frase, “no teman”, que significa y asegura la ayuda divina (véase Mt 10,26.28.31; Is 41,10.13; 43,1.5; Jer 1,8; 30,10). Aquí se inserta la cuarta característica del discípulo: comprender las enseñanzas de Jesús y saber enseñarlas a otros; el típico discípulo, en Mateo, debe ser un buen entendedor del mensaje de Jesús. A nivel textual, Mateo suaviza - los textos de Marcos que hablan de la torpeza de los discípulos, o hasta los cambia, entendiéndolos positivamente. Por esto el discípulo es presentado aquí como quien comprende el mensaje del Señor Jesús. Con estas palabras se invita al discípulo a superar el miedo que trae la persecución, logrando tres cosas: una, que el miedo no impida la proclamación de la Buena Nueva, haciendo público lo que estaba oculto; dos, de cara al final: porque lo que importa es el juicio de Dios; y tres, la fe inquebrantable en Dios, que es Padre. El seguimiento de Jesús es una propuesta fascinante, pero complicada. Sólo quien logra vencer el miedo que generan las persecuciones, es el verdadero discípulo de Jesús. Tenemos la certeza de que, si somos fieles hasta el final, el Señor no nos abandonará. Él siempre camina con nosotros, aunque no lo percibamos fácilmente. 6 Homilías 1.- JESÚS VUELVE A NAZARET… 1.- LA FUERZA DE DIOS. "En aquellos días el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía..." (Ez 2, 2). El profeta nos cuenta el primer encuentro con Dios. Estaba viviendo en el exilio, entre los deportados que estaban junto al río Quebar. Allí fue arrebatado en éxtasis: Miraba yo y veía un viento huracanado de la parte del Norte, una gran nube con resplandores en torno, un fuego que despedía relámpagos, y en su centro como el fulgor del electro, en el centro del fuego. Y de pronto una fuerza interior le impulsa a ponerse de pie. Es algo que le domina, que le puede. Y se pone de pie, o lo que es lo mismo se dispone a marchar, a emprender el camino. Esa es la actitud que el profeta ha de tener ante la llamada de Dios. Una actitud de dinamismo, de lucha, de caminante, de peregrino, de soldado. Cierto que ordinariamente la gracia de Dios se reducirá a menudo a una suave atracción que nos nace de pronto muy dentro. Pero tu respuesta ha de ser la misma: Ponerte de pie, disponerte a caminar por el itinerario que Dios te va a marcar. Alzarte en pie de guerra, con espíritu de lucha, con ánimo de guerrero. Preparado para combatir cuantos enemigos se interfieran a tu paso. Consciente de que el primer enemigo eres tú mismo, cuando eres comodón, egoísta, soberbio, ambicioso. Has de luchar esas malas inclinaciones interiores que a veces te dominan. Decídete, Dios pasa, ponte en pie. "Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos" (Ez 2,5). A lo largo de toda la Historia de los hombres, Dios ha enviado a sus mensajeros, sus profetas, los hombres que hablan en su nombre, sus pregoneros, sus portavoces. De un modo o de otro, también hoy nos llega el eco de sus voces, el contenido de su mensaje. Lo contrario sería injusto por parte de Dios. Es como si se cerrara en un profundo silencio, ausente de nuestras vidas, desinteresado por nuestros problemas, indiferente ante nuestra salvación. No, Dios no se ha callado. Dios sigue enviando a sus profetas. Son los que siguen cogiendo la antorcha que un día Cristo entregara a los suyos... El que a vosotros os recibe, a mí me recibe -había dicho Jesús. Y también: Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros. Pero este pueblo es rebelde y no quiere hacer caso. Es cierto que habrá quienes oigan el mensaje de Dios y lo vivan. Esos se salvarán, serán felices aquí en la tierra y allá en el Cielo. Los otros no. Los que no oyen la palabra de Dios, o los que la oyen y no la ponen en práctica, esos serán unos desgraciados. Aquí en la vida y después en la muerte. Y no podrán excusarse, no podrán decir que no hubo profetas en su tiempo. 2.- EL HIJO DEL CARPINTERO.- "Y desconfiaban de Él..." (Mc 6, 3) Jesús vuelve a Nazaret, su tierra, no por haber nacido en ella, sino por haber vivido allí después de volver de Egipto. Rincón risueño y escondido de Galilea, escenario y marco de su vida oculta, ejemplar y estímulo para nuestra propia existencia, hecha también de pequeños deberes, de un trabajo sencillo quizá, pero ocasión única para ofrecer al Señor con delicadeza y cariño esos retazos de vida, que se nos van quedando al borde de nuestra actividad de cada día. Jesús, como judío piadoso y cumplidor que era, acude a la sinagoga el día del sábado que según la ley mosaica era sagrado. La Iglesia, desde el principio de su historia, sustituyó el sábado por el primer día de la semana, que comenzó a llamarse domingo, precisamente por ser el día del Señor, Dominus en latín. Con su conducta Jesús nos da ejemplo para que también nosotros santifiquemos ese día dedicado a Dios y no el que a cada uno le parezca oportuno. Jesús asiste al rito de la sinagoga y comienza a hablar, haciendo uso del derecho a intervenir que tenía cualquiera de los asistentes. Sus palabras trascienden sabiduría, fuerza y luz para quienes le escuchan con buenas disposiciones. En cambio, para quienes oyen con espíritu crítico, esas mismas palabras provocaron la desconfianza y hasta el escándalo. ¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Lo primero que hay que aclarar es que estos hermanos que se nombran aquí, así como en otros pasajes evangélicos, no se pueden entender como hermanos propiamente dichos. María, en efecto, sólo tuvo un hijo, y éste por obra y gracia del Espíritu Santo. Es decir, Santa María fue siempre virgen. Según el modo de hablar de los semitas se llamaban hermanos también a los parientes más o menos cercanos, como podían ser los primos. Por otra parte, el rechazo de los habitantes de Nazaret nos ha de poner en guardia, para no dejarnos llevar del espíritu crítico cuando escuchamos a quien nos habla en nombre de Dios. Detrás de las apariencias de la palabra humana hay que descubrir el brillo de la palabra divina. Ojalá podamos decir con Santa Teresa que jamás escuchamos un sermón sin sacar provecho para nuestra alma. 2.- ¿SIGNIFICAMOS ALGO PARA NUESTRO MUNDO? 1.- Hacen falta profetas auténticos. Ezequiel es investido de una gran responsabilidad: predicar la palabra de Dios a un pueblo de dura cerviz que no quiere escucharla. La experiencia de la presencia de Dios fue para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra, pero el espíritu lo levanta y lo mantiene en pie. El hombre recupera su verticalidad con la fuerza de Dios que lo lanza a la acción. Ezequiel, cuyo nombre significa "Dios es fuerte", va a necesitar toda esa fortaleza divina para cumplir su difícil misión. Pero antes necesita recibir el mensaje, digerirlo, asimilar todas las palabras que Dios quiere decir a su pueblo: Dios le ofrece un libro en el que están escritas, y Ezequiel lo come. Si nos alimentáramos nosotros de la palabra de Dios el mundo sabría que hay hombres que no se doblegan y que aún viven los profetas. El Señor sabe que no es fácil la misión que encomienda a su profeta. Por eso le desengaña claramente de cualquier ilusión sobre futuros éxitos. Pues el pueblo al que va a ser enviado es un pueblo de cabeza dura y rebelde, su historia es una cadena de falsedades e infidelidades al pacto con el que está unido a Yahvé. Sin embargo, estamos acostumbrados a creer que un profeta es alguien que adivina el futuro. No es fácil la labor del profeta, pues muchas veces es incomprendido y perseguido. Los falsos profetas se dejan alagar por el éxito o el poder. Son aquellos que dicen a los poderosos lo que quieren oír. El verdadero profeta es aquél que dice palabras que escuecen, no busca la fama ni el éxito, ni los honores, sino sólo quiere ser fiel a la palabra que ha recibido de Dios. Profeta es el que denuncia la injusticia y el pecado, es el que anuncia la buena noticia. Dios presta su apoyo a Ezequiel y le dice que no se desanime, pues al final se cumplirán sus palabras. Ezequiel es el profeta de la esperanza. Todos reconocerán que “hubo un profeta en medio de ellos”. Sin embargo, el éxito de la misión no es asunto del profeta y no debe preocuparle. Además, Dios le garantiza que todos tendrán que oírlo y, hagan o no hagan caso, todo el mundo sabrá que hay un profeta. Nadie puede reducir al silencio la palabra de Dios. 2.- Nadie es profeta en su tierra. La extrañeza y el posterior rechazo de sus paisanos basándose en el origen humilde y conocido de Jesús tiene diversos acentos según el evangelista que lo narra. La reacción que presenta Marcos tiene un cierto tono de insulto. Le piden que haga en su pueblo los milagros realizados en otros lugares. El milagro se encuentra principalmente en la interpretación de un hecho como acción salvadora de Dios. Sin la fe de los testigos de una curación no puede haber milagro. En este caso, los actos de Jesús no fueron leídos desde una óptica de fe, y el milagro no fue posible. Jesús comentó amargamente: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio”. Esta frase se ha convertido en proverbial: nadie es profeta en su tierra. Pero esto es sólo una curiosidad. El pasaje evangélico nos lanza también una advertencia implícita que podemos resumir así: ¡atentos a no cometer el mismo error que cometieron los nazarenos! En cierto sentido, Jesús vuelve a su patria cada vez que su Evangelio es anunciado en los países que fueron, en un tiempo, la cuna del cristianismo. El episodio del Evangelio nos enseña algo importante. Jesús nos deja libres; propone, no impone sus dones. Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no se abandonó a amenazas e invectivas. Dios tiene mucho más respeto de nuestra libertad que la que tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto crea una gran responsabilidad. San Agustín decía: “Tengo miedo de Jesús que pasa”. Podría, en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté dispuesto a acogerle. 3.- Somos profetas. Hemos sido consagrados como tales en nuestro Bautismo. Ser profeta es anunciar la Palabra de Dios. Hoy hacen falta profetas que testimonien con su vida la verdad del Evangelio. Parece que hay un déficit de profetismo en nuestra Iglesia. ¿Dónde están los profetas?, es la pregunta que se hacía el cantautor Ricardo Cantalapiedra y la que tenemos que hacernos todos nosotros. El Papa Francisco es uno de ellos ¿Hoy nosotros qué hacemos con Jesús, con su mensaje, y con su testamento de amor? 3.- Jesús sigue siendo admirado por muchos. Jesús sigue siendo predicado en miles de iglesias. Jesús sigue siendo invocado por muchos y está en la boca de muchos hombres y mujeres, ¿pero en cuántos corazones está vivo? ¿Cuántos creen en Él? ¿Cuántos aman, sirven y viven como Él? Muchos piden el bautismo de Jesús, pocos lo piden para nacer al hombre nuevo que es Jesús. No basta admirar a Jesús, hay que creer en Él. Creer es seguirle y seguirle es transformarse en Jesús. Los paisanos de Jesús le rechazaron porque conocían muy bien a sus parientes…Nosotros rechazamos a la iglesia de Jesús porque conocemos muy bien sus pecados… Hemos de recuperar nuestro sentido profético, necesitamos personas que vayan abriendo camino y que nos den fuerza para caminar. No admires, cree. No critiques, edifica. No busques, ama. Así significaremos algo para nuestro mundo. 3.- LA SABIDURÍA Y LA FUERZA DEL CORAZÓN DE JESÚS 1. ¿De dónde saca este todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? Jesús sacaba su sabiduría y su fuerza de su corazón manso, humilde y compasivo. No era hijo de noble cuna, sus padres eran humildes y pobres, no tenía títulos nobiliarios, no pertenecía a la casta de los sacerdotes, o escribas, o letrados de Israel. Pero tenía un corazón grande como el mundo, divino como Dios, compasivo como el de una madre tierna y solícita. Sí, Jesús sacaba todo de su corazón, no actuaba para agradar mundanamente a nadie, ni para demostrar nada a los demás, ni para cumplir normas de ninguna clase; actuaba misericordiosamente porque se lo pedía su corazón misericordioso, se compadecía de las personas enfermas, o marginadas, o pecadoras, porque su corazón no soportaba tanto dolor injusto y tanta injusticia como veía en el mundo que le rodeaba. Así debemos actuar siempre los discípulos de Jesús, los cristianos, los que desde niños fuimos bautizados en su nombre. Si no lo hacemos así, podremos ser muy buenos en muchas cosas, sabios en muchas materias, famosos y reconocidos en el mundo, pero no seremos buenos cristianos y Dios Padre no podrá reconocernos como hijos suyos, como auténticos seguidores de su Hijo Jesús. 2.- No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Es triste, pero más de una vez se cumple lo que el mismo Jesús les dice a sus discípulos: “los enemigos del hombre son los de su propia casa” (Mt 36). Se ve que así pasaba ya en tiempos de Jesús y así ha ocurrido, a veces y desgraciadamente, siempre. Porque la envidia nos hace vivir comparándonos continuamente con los demás y, naturalmente, a los primeros que vemos y con los primeros que nos comparamos es con los que viven con nosotros. Así ocurrió ya con los primeros hijos de Eva, con Caín y con Abel. Así le pasó a Jesús con los de su propio pueblo, Pero el que esto haya sido, en parte, siempre así, no quiere decir que deba ser así. Debemos ser humildes y generosos con todos, comenzando los de nuestra propia casa. Un corazón humilde y generoso tenderá siempre a alabar lo bueno que ve a su alrededor y no se sentirá ofendido, sino todo lo contrario, por lo bueno que ve en los que viven con él o junto a él. 3.- Hijo de Adán, te envío para que digas a los israelitas: “esto dice el Señor”. Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. También el profeta Ezequiel, como Jesús, tuvo que ejercer su profesión de profeta en medio de un pueblo, el suyo, poco dispuesto a escuchar a los profetas. En este caso se trataba de un pueblo que vivía en el destierro, en Babilonia, y que no veía que su Dios les ayudara demasiado a solucionar sus problemas sociales y políticos. En fin, que el profeta Ezequiel puede ayudar a los predicadores de hoy a predicar sin desanimarse, a pesar de la indiferencia, cuando no hostilidad, que encuentran a su alrededor. Tampoco los profetas cristianos de hoy lo tienen fácil, pero esto no debe ser motivo de desánimo, sino todo lo contrario: predicar con convicción y fuerza el evangelio de Jesús en la sociedad en la que vivimos, sin desanimarse por el poco éxito de la predicación. La verdad del evangelio siempre debe estar por encima de las pequeñas verdades sociales y políticas que parecen dominar ahora en nuestra sociedad actual. 4.- Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad. San Pablo habla por propia experiencia, porque sus propias debilidades físicas no le permiten actuar con toda la fuerza e intensidad que quisiera. Además, la sociedad a la que predica le pone dificultades continuas y le persigue con saña. Pero Pablo no sólo no se acobarda ante las dificultades y el peligro, sino que se crece ante las dificultades. Y todo lo hace por Cristo y con Cristo, dejando que sea el mismo Cristo el que actúe en él y por él. Es lo que tenemos que hacer los cristianos de todos los tiempos: no creernos nosotros los protagonistas del evangelio, sino dejar que sea Dios el que actúe en nosotros y a través de nosotros. El buen predicador no busca nunca su propia gloria, sino la gloria de Dios en todo lo que hace y dice. Esto es lo que quiere decirnos san Pablo, en esta carta, cuando afirma: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 5.- ¿PIERDE O GANA NUESTRA FE? 1.- Hasta no hace mucho tiempo, en España (al igual que en otros tantos países) pensábamos que por el hecho de poseer el carnet de conducir ya lo éramos indefinidamente para siempre y que, como mucho, una extralimitación o imprudencia, no iría más allá de una sanción. Con el carnet por puntos ya no vale todo. Quien la hace, no es que la pague, pero sí que va restando en su haber y puede llegar un momento en el cual no pueda circular. En el inicio de nuestra vida cristiana también se nos dio un carnet por el Bautismo. Y como cristianos también corremos el riesgo de pensar que, por el hecho de estar bautizados, y de que Dios sea bueno y grande, tengamos derecho a todo, muy pocas obligaciones y que, incluso, nos podamos dar la satisfacción de infringir –una y otra vez- las normas mínimas de cara a una cierta calidad de vida cristiana. Pero lo cierto es que sería bueno pensar que, en la gran carretera que son los años que vivimos, hay momentos en los que vamos restando puntos a nuestra vida ética, a nuestra conducta moral, a nuestro ser hijos de Dios, a nuestro compromiso con el mundo. Lo realizamos, unas veces, conscientemente y otras sin darle demasiada importancia. El mundo, entre otras cosas, nos ha habituado a alejar de nosotros el concepto de “culpa” o de “pecado”. Como si el “todo cuela” y el “todo vale” se constituyese en un factor-cloroformo para no desarrollar los valores evangélicos o justificar nuestras infracciones a Dios y a los demás. 2.- En este domingo, entre otras cosas, el Señor nos dice que estamos faltos de fe: -Fallo de fe en lo que hacemos -Ausencia de fe en lo que decimos -Déficit de fe en lo que creemos y en Aquel en quien creemos Ya que hablamos del carnet por puntos, nos dice que hay todo un grupo de “conductores” tocados por la fe, pero que viven rebeldemente ante Dios; que hace un tiempo que lo han olvidado; que lo han sustituido por diminutos dioses del tres al cuarto; que conducen su vida (familia, profesión, conciencia, etc.) sin más criterio que la moral personal. Hoy nos recuerda con San Pablo, que lejos de presumir de hacerlo todo bien, hemos de ser conscientes de aquello que nos falta para, un día, presentarnos ante Dios intachables o por lo menos con la humildad de haber intentado ser sus hijos. Mientras tanto, y metidos en el verano, el Señor nos escolta. A unos en la playa (para que no se broncee solamente el cuerpo sino el corazón), a otros en la montaña (para que el pulmón sea oxigenado por la fe) y a otros, simplemente, en el lugar donde nos encontramos. 3 .Lo importante es saber que el Señor sigue apostando por nosotros. Nos acompaña. Se fía de nosotros y, lejos de restar puntos a nuestras posibilidades de entrar en el Reino de los cielos, nos trae hasta la parroquia (auténtica autoescuela de fe y de esperanza) para que recuperemos la alegría de vivir, el deseo de ser fieles a él y la capacidad de no olvidarle. ¿Qué no está de moda el ser cristiano? ¿Qué ha perdido “puntos” el pertenecer a la Iglesia y defenderla? ¿Qué te señalan por el camino de la vida por ser miembro de…? ¿Qué te pueden criticar por ir contracorriente? ¡Que no nos condicione¡ Es mejor salir de la tierra, con el marcador a “0” según ciertos cánones que rigen en el mundo, y pensar que hay otro anotador, muy distinto y con otros parámetros en la eternidad, que es al fin y al cabo el que cuenta para llegar a la gran final: el encuentro con Dios. Que no nos importe perder “ciertos puntos” en la sociedad que nos toca vivir, antes que perder aquellos otros que otorga el Señor, a los que creen en El, esperan en El y viven según El. Para finalizar una breve reflexión; el maligno –a veces—se entrecruza en la felicidad del hombre. Eso es lo que ha ocurrido en los recientes atentados de corte islamista que, una vez más, nos recuerda las consecuencias de unas sociedades debilitadas y con incapacidad para defenderse ante la violencia sin razón. 4.- EL “MARCADOR” DE LA FE Si vives de espaldas a Dios; tendrás el marcador a cero Si vives de vez en cuando con Dios; subirás algún punto Si pretendes ser como Dios; tu marcador se volverá loco Si quieres ser sólo hombre; tu marcador durará lo que respire tu vida Si quieres ser frío y calor a la vez; tu marcador será variable Si anhelas el triunfo; tus puntos quedarán en el olvido Si crees en un más allá; tu marcador tendrá puntuación eterna Si crees en Jesús; tus puntos serán anotados en el cielo Si esperas en Jesús; tu marcador será la alegría y la fraternidad Si te fías de Jesús; tus puntos serán la justicia y el perdón Si sigues al Señor; tus números serán la fe y la esperanza Si escuchas a Jesús; tu marcador será la Palabra que ilumina Si acoges al Señor; tu meta final será la salvación Si, en tu vida, caminas con el código del Evangelio ¡no lo dudes! Lejos de ser sancionado por Dios, encontrarás la fórmula para ser feliz y el premio de ver –cara a cara- al Señor. Y, esto ¿no merece la pena conservarlo, cuidarlo y actualizarlo? 5.- BUSQUEMOS LOS PROFETAS EN NUESTRA TIERRA 1.- Podemos comenzar comentando algo que, desde luego, no es lo más importante del contenido exegético de las lecturas que acabamos de escuchar. Pero que siempre ha levantado un interés muy especial entre los estudiosos de la Escritura. En el fragmento que hemos proclamado hoy de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios se refleja uno de los temas que más se han debatido entre exégetas y escrituristas. Pablo a alude a un gran sufrimiento personal; o a una enfermedad; a una gran tentación. Recordémoslo: “Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio”. Se ha especulado muchísimo sobre el mal sufrido por el Apóstol, pero en realidad poco importa cual fuera la naturaleza de su mal. A él le sirvió para limitar la soberbia y, sobre todo, para obtener la revelación de uno de los puntos culminantes de la doctrina paulina: que la debilidad humana es querida y utilizada por Dios para hacer cosas importantes. 2.- Nadie esta inmune a esos grandes sufrimientos o esas enormes y permanentes tentaciones, algo que está siempre presente en nuestras vidas. Y que no nos deja. Sirve, como dice San Pablo, para hacer caer en la cuenta de nuestra fragilidad. La espina que sufre Pablo en su carne le ha hecho más humilde, más conocedor de sus limitaciones, Y ello enlaza, directamente, con la idea que Jesús quería dar a sus paisanos: que alguien como ellos, sin especiales brillos sociales, fuera el Ungido de Dios, el Mesías. 3.- Es el episodio de la visita de Jesús a su pueblo: a Nazaret. Y que ha suscitado la famosa frase, de uso universal: “nadie es profeta en su tierra”. Y en este caso, una cuestión importante sería dilucidar qué fue peor: si el no reconocimiento de Cristo como profeta o que la comunidad de Nazaret no se beneficiase de la capacidad salvadora de Cristo. Sinceramente, creo que las dos cosas, aunque, tal vez, puedan resumirse en una sola: si hubieran creído en su paisano, Jesús, su fe les hubiera dado muchos frutos, como siempre el Maestro ha buscado: la de que mueve montañas. 4.- Pero hay otra realidad. Muchas veces anteponemos lo ritual y magnificente, lo bien presentado, aquello de gran apariencia. O, incluso, lo sorprendente, lo inesperado. Como es obvio Jesús no bajó a la tierra para presumir. Si hubiese querido tal cosa, su llegada habría sido bien distinta. Él se presentó "como uno de tantos e iba por pueblos y aldeas haciendo el bien y curando a los oprimidos". Merece la pena hoy, en este domingo del mes de julio adentrarse en esta idea y meditarla. A veces, posiciones demasiado puristas o falsamente ortodoxas impiden recoger los frutos de la acción de Dios. 5.- Y trasladados nosotros a aquel momento concreto del paso de Jesús por las tierras de Palestina descubriríamos que muchos "creyentes" pensaron, entonces, que estaban haciendo un favor a Cristo por creer en Él, cuando el verdadero favor era el que les hacía Cristo de poder participar en “vivo y en directo” del prodigioso misterio de la Redención. Fueron duros los paisanos de Jesús y ellos dejaron pasar ese ofrecimiento generoso, histórico y cósmico. Pero curiosamente somos nosotros los que recibimos el favor por tener la dicha de saber bien quién es Él. La reticencia de los habitantes de Nazaret les privó del gozo de otras comunidades que se entregaron a Jesús sin más. Suponemos que su salida de Nazaret, un tanto desilusionado, iba a ser anticipo de la gran catástrofe en que se sumieron quienes despreciaron el mensaje de Jesús y lo enviaron a la Cruz. 6.- La rebeldía del pueblo de Israel, respecto a los designios a Dios, era una constante en toda la historia del Antiguo Testamento. Pero, en el caso de Jesús, se establece lo dicho en la parábola de la vid, los arrendadores de la misma cometen el último gran pecado: matar al Hijo del dueño de la viña para quedarse con su herencia. Y por ello, para mejor justificar su crimen, no podían, ni por un momento, reconocer la identidad del Heredero. Por eso, cuando Jesús se atribuye las palabras de Isaías, reflejadas en el Evangelio de San Lucas sobre el mismo episodio narrado hoy por San Marcos –“el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres”—se produjo el gran escándalo. No se admite la sabiduría de alguien a quien conocen y tienen cerca. Si hubiera llegado a Nazaret montado sobre un brioso caballo y rodeado de una fuerte y vistosa escolta no habrían dudado. Pero un paisano no podría ser más que ellos. También es cierto que la gran paradoja que ofrece Jesús a sus paisanos es la humildad: presentarse como Mesías como uno más, como un miembro normal de su comunidad. Y esa paradoja la irían experimentando todos –también los Apóstoles—hasta que no se produjo la Resurrección. 7.- La enseñanza para nosotros hoy es que debemos poner mucha atención a lo que ocurre a nuestro alrededor en todas las manifestaciones de la vida, y, asimismo, en el ámbito religioso. Cristo se nos presenta muchas veces ante nosotros con la imagen de los hermanos que sufren o, ¿quién sabe?, con la presencia de unos niños –que como a San Agustín—que cantan, en la lejanía, sobre lo que tenemos que hacer. Es muy importante estar abierto a cualquier inspiración del Espíritu y hemos de pedirle a Dios el don del discernimiento: saber que es de Dios, de todo lo que recibimos de nuestros hermanos más cercanos a nosotros. 8.- La humildad es siempre un buen camino para descubrir esos mensajes. Y por el contrario la soberbia es el gran impedimento para tener ojos y oídos abiertos a las inspiraciones de Dios. Amemos a nuestros semejantes, comenzando por los que comparten nuestra vida en nuestro barrio, que nos parecerán, ni famosos, ni importantes. Por ellos nos puede hablar Dios… No hay que cruzar los mares y atravesar los continentes para recibir la Palabra. Es más que probable que nos la estén diciendo cerca, muy cerca, y, sin embargo, que no consideremos que esa persona “conocida de toda la vida”, pueda ser un mensajero del Altísimo. Busquemos, con ahínco, los muchos profetas que, sin duda, hay en nuestra tierra. FALTAN PROFETAS 1.- En el mercado laboral se habla con frecuencia de los especialistas que se necesitan para cumplir unas determinadas funciones. Para el desierto unos, en zonas industriales otros. Las grandes empresas solicitan logistas capacitados, los propietarios de rebaños pastores con perros adecuados, astutos y dóciles, la minería precisa geólogos. Evidente. Si se encuentra la persona que tenga las cualidades que consideren precisas, facilitará la prosperidad de la entidad. Encajará en la dinámica del trabajo colectivo. O así lo creen. 2.- Pero ocurre a veces que las necesidades son otras y que precisamente son desconocidas, pero se intuye que algo nuevo se precisa. Tal vez vigilancia jurada, para evitar robos, tal vez expertos en mercados, para orientar en que línea de fabricación podrán triunfar y sus productos, por su originalidad llamarán la atención del consumidor ingenuo etc. etc. Tales personas, con frecuencia, resultan incómodas. Los resultados que esperaba quien las contrató muchas veces no los percibe, más que tranquilidad, suscitan inquietudes. Nadie vive cómodamente, nadie está seguro, desde que tal persona se introdujo en la sociedad. Pero sin saber exactamente el mecanismo, la entidad cambia y progresa. 3.- Hasta aquí me he situado en un terreno que no es el mío precisamente. Os preguntaréis seguramente, mis queridos jóvenes lectores, qué relación tiene todo esto, con los textos de la misa de este domingo. Y si pensáis así, no vais desencaminados, aunque no acertados. Mi introducción pretendía reclamar vuestra atención, para que comprendáis que en el terreno religioso, ocurre algo paralelo, aunque en diferentes dimensiones. Oiréis que se dice que faltan sacerdotes, y no seré yo quien lo niegue. Pero lo que más urge son profetas, pienso yo también. Y sin duda otros muchos. Hombres de Dios, incómodos en su lenguaje, aguafiestas a veces, agrios denunciantes. 4.- Profeta es aquel que asumida la Ley de Dios, empapado en lo más genuino de su doctrina, reconociendo que su validez es eterna, se siente impulsado a la denuncia inmediata. Una denuncia en lenguaje actual, aunque su contenido sea perenne. Aquí radica la esencia de su vocación. Huye de éxitos, vive de esperanzas, pese a lo que para su tranquilidad supone, lo que de palabra o testimonialmente, debe predicar. Ezequiel, se siente arrebatado por Dios y fiel a lo que le suscita, debe marchar a acusar, a reprochar y a culpar al pueblo de Israel, que ha caído en dureza de corazón. Debe decirlo, tanto si es escuchado, como si nadie le hace caso. 5.- Ni el arzobispo Romero resultó cómodo para los que ejercían autoridad en San salvador, ni Martin Luther King para la burguesía blanca norteamericana, ni Mahatma Gandhi para los ingleses que ocupaban el sub continente asiático, ni Mandela para los europeos de la Colonia del Cabo. Os he citado ejemplos, mis queridos jóvenes lectores, de profetas de nuestro tiempo. Algunos de ellos fueron asesinados, pero sus sueños dieron frutos más tarde. Como la predicación de Ezequiel. Es he nombrado algunos, muy conocidos, aunque haya muchos más. Pero urge para la decadente cultura cristiana occidental, muchos otros. Revulsivos perturbadores, que despierten a tantos que duermen satisfechos, en su cómoda y amodorrante monotonía. Egoísta, sin duda. El profeta es un hombre de ensueños, un privilegiado de la intimidad de lo más sublime, aunque por ello sufra persecución o desprecio. 6.- A Pablo, Dios le concedió experiencias de la mayor categoría espiritual. Podía enorgullecerse, nadie de su entorno se podía comparar con él. Pero a Dios no le gusta que los suyos farden. Y el que había sido arrebatado al tercer cielo, como cuenta en II Cor 12,2, para que no presuma, sufre lo que llama una espina que le humilla. No especifica de qué se trata, se ha especulado mucho sobre ello. Os voy a dar mi opinión personal. Imagino yo que padecía una úlcera gastroduodenal que le dolía, agriaba su carácter y que, como es típico de esta dolencia, se presenta con periodicidad, de aquí que se pueda acordar de que ha solicitado la ayuda del Señor tres veces. Pues para que recuerde su pequeñez, se le dice que se apañe, que no se deje vencer, que haga de tripas corazón, según el dicho vulgar. Pablo el apóstol profeta no esconde sus pequeñeces. (Lo que os he escrito continúe siendo válido, pese a los conocimientos actuales sobre la “helicobacter pylori”) --El profeta, pese a que su actuación y testimonio pueden ser espectaculares, no debe dejar de ser humilde. Pablo nos confía con sencillez esta virtud. --El profeta no acostumbra a triunfar de inmediato, generalmente no es aceptado, ni obedecido. La indiferencia de su entorno es uno de sus más astutos enemigos, que corroen su esperanza. Jesús en su tierra, en su mismo pueblo, sufre este mal. Lo sufre y le duele, pero no abandona. No se declara depre, continúa cumpliendo en el tiempo y en aquel lugar concreto en que se encuentra, la misión recibida, la voluntad eterna del Padre.