En los bordes de la escritura mística de La Madre Francisca Josefa de la Concepción Del Castillo (1671-1742) El susurro del silencio Inés Fonseca Zamora Pontificia Universidad Javeriana Facultad De Ciencias Sociales Maestría En Literatura Bogotá, D.C. 2.013 Fonseca 2 En los bordes de la escritura mística de La Madre Francisca Josefa de la Concepción Del Castillo (1671-1742) El susurro del silencio Inés Fonseca Zamora Requisito parcial para optar el título de Magistra en Literatura Directora: BETTY OSORIO GARCÉS Pontificia Universidad Javeriana Facultad De Ciencias Sociales Maestría En Literatura Bogotá, D.C. 2.013 Fonseca 3 Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Ciencias Sociales Rector de la Universidad Padre Joaquín Emilio Sánchez García, S.J. Decano Académico Germán Mejía Pavony Decano de Medio Universitario Luis Alfonso Llanos, S.J. Director del Departamento de Estudios Literarios Cristo Rafael Figueroa Sánchez Directora de la Maestría en Literatura Graciela Maglia Bercesi Directora del Trabajo de Grado Betty Osorio Fonseca 4 Artículo 23 de la Resolución No. 23 de Julio de 1946 “La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en sus trabajos de tesis; sólo velará por que no se publique nada contrario al Dogma y a la Moral Católica, y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente personales; antes bien, se vea en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia”. Fonseca 5 Yo, Inés Fonseca Zamora, declaro que este trabajo de grado, elaborado como requisito parcial para obtener el título de Maestría en Estudios Literarios en la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana es de mi entera autoría excepto en donde se indique lo contrario. Este documento no ha sido sometido para su calificación en ninguna otra institución académica. Firma INÉS FONSECA ZAMORA 30 de enero de 2.013 Fonseca 6 AGRADECIMIENTOS Las palabra, herencia de la Divinidad Creadora, han sido las sinuosas vías que nos han ayudado a vivir y entender un poco más de la humanidad. Los vacíos entre cada uno de sus rasgos han sido los silencios que hablado de lo indecible y nos han llevado a experimentar el goce de la letra, el goce de la escritura y el vértigo de la caída. Gracias a mi tutora Betty Osorio, a mi queridos profesores y amigos Jenaro Carrero, Álvaro León P. , Cristo Rafael Figueroa y a quienes me han acercado y acompañado por este camino literario. Mis sinceros agradecimientos para mis maestros del alma, para mis compañeros y para los amigos con quienes compartí mis intereses y desvelos. Gracias hijo por tu apoyo y tu generosa compañía. Y a Ti, Divinidad que has acompañado sin tregua y sin descanso mi camino, gracias Fonseca 7 DEDICATORIA A las religiosas silenciadas y a las que aún tras las rejas del silencio y de la indiferencia social esperan quien las descubra, las escuche y las comprenda. A las mujeres a quienes se les ha negado la palabra y la libertad de vivir una vida plena de dignidad y reconocimiento. A las mujeres con quienes he tenido la fortuna de compartir mi vida y el camino de la existencia: mi abuela, mi madre, mis tías, hermanas, maestras y amigas… A mi hijo y a mi hermanita Ruth por su respeto, por su apoyo y su presencia. Fonseca 8 CONTENIDO Umbral de Partida …………………………………………………………………… 12 1. Orbis humano-Orbis divino …………………………………………………………….. 19 1.1. Acercamiento al espectro cultural de la historia …………………………………… 20 1.2. Tunja: Un poco más cerca del espectro…………………………………………….. 30 1.3. “Origo, Virtudes, Mirácula”. El fantasma del linaje ……………………………… 36 1.3.1. “Origo” ……………………………………………………………………… 36 2. Voz-Letra-Escritura …………………………………………………………………….. 43 2.1. La voz maternal de la lectura y el paso por la escritura …………………………… 48 2.2. Los ecos de la voz materna en la intimidad del claustro …………………………... 53 2.3. La lectura: manzana de la discordia ………………………………………………... 55 2.4. Entre la obediencia y la transgresión: “Llorar sobre el tintero”……………………. 58 2.5. Los Afectos Espirituales o el deleite de perderse en la simplicidad del Ser Divino. 73 3. Las llamas de la escritura ……………………………………………………………….. 79 3.1. Correr el velo……………………………………………………………………….. 79 3.2. Satanás: Otro mensajero que la invita al pecado…………………………………… 95 Retornar para partir. A modo de conclusión……………………………………….. 106 Bibliografía………………………………………………………………………… 112 Fonseca 9 TABLA DE ILUSTRACIONES Ilustración 1. Portada Madre del Castillo. Biblioteca Ayacucho. .............................................................. 1 Ilustración 2. Monasterio de Santa Clara. Jericó – Antioquia. Colombia ................................................ 11 Ilustración 3. La Virgen Dolorosa. Óleo 50x 90 cm.Museo de Arte Colonial. Bogotá. Colombia .............. 13 Ilustración 4. Entretejiendo contextos ................................................................................................... 19 Ilustración 5. La Pasión de Cristo. Detalle. Museo de Arte Colonial. Bogotá. Colombia ......................... 58 Fonseca 10 El silencio del Monasterio no es el silencio Es un concierto sublime Que el mundo no comprende Es ese silencio que dice: no hagas ruido Que estoy hablando con Dios Es el silencio del que se calla Para que las palabras no interrumpan El diálogo con Dios. (Monasterio de las Clarisas. Muro exterior. Jericó. Antioquia) […] Pero ¿qué hay que comprender? A mi juicio, lo siguiente: ni un oído abierto a las melodías del mundo, ni una mirada que lo abarca todo, ebria de la exuberancia (e injusticia) dorada del mundo, responden de manera justa a aquello que es. Solo un escuchar atentísimo –de tal modo que la oreja parezca segregada, sea “todo oído”- y un ojo que escruta a través de una rendija finísima […] son capaces, a esta altura, de captar aquello que es. Pues solo cosas aisladas, apenas audibles, apenas visibles, dan conocimiento (“humo de cánticos de las fuentes”). (Gadamer. Quien soy 59) Ahora bien, la vestimenta es importante; no se puede transitar desnudo por esta tierra que ya no es “el paraíso terrenal”. La mística encuentra en el Silencio su lugar adecuado, pero el hombre es un viandante en la tierra de los hombres – y éstos hablan. Y de hecho los místicos han hablado. (Panikkar. De La Mística 64) La lectura que toma la obra por lo que es, y de ese modo la libera de todo autor, no consiste en introducir en su lugar un lector, persona que existe realmente, que tiene una historia, un oficio una religión y hasta lectura, y que a partir de todo esto comenzaría un diálogo con la persona que ha escrito el libro. La lectura no es una conversación, no discute, no interroga. Nunca pregunta al libro y menos aún al autor: ¿Qué has querido decir, exactamente? ¿Qué verdad me aportas? La verdadera lectura no discute nunca el libro verdadero, pero tampoco es sumisión al “texto”. Sólo el libro no-literario se ofrece Fonseca 11 como red fuertemente fijada de significaciones determinadas, como un conjunto de afirmaciones reales: antes de ser leído por nadie, el libro no-literario fue siempre leído por todos, y esta lectura previa es la que le asegura una firme existencia. Pero el libro que se origina en el arte no tiene garantías en el mundo, y cuando es leído aún no ha sido leído nunca, solo alcanza su presencia de obra en el espacio abierto por esa lectura única que cada vez es la primera, que cada vez es la única (Blanchot. El espacio 182) 2. Monasterio de Santa Clara. Jericó – Antioquia. Colombia Monasterio de Santa Clara. Jericó Detalle – Antioquia. Colombia Fotografía tomada por: Inés Fonseca Z. Enero de 2013 Fonseca 12 Umbral de partida Estamos frente al libro cerrado. Con la mirada en los bordes del sobre de la carta enviada que espera en silencio el gesto de la mano que lo abra, que despliegue sus hojas, imitando al pavo real al desplegar en abanico su cola imperial. Estamos frente al libro que espera un lector tensionado por el deseo de escuchar: otro libro que se abre al texto del mundo. Entonces viene la fuerza de la lección, la e-lección de lo legible e inaudible. Y…nada mejor que ese aire, esa leve brisa que trae a su paso el olor del orín del enrejado, la añeja soledad de la “cárcel del alma”, amenazando ser ráfaga de viento en el laberinto del oído. El deseo y la intención de recorrer las huellas escriturales en la obra de Francisca Josefa de la Concepción del Castillo conducen al develamiento del misterio de la soledad que vivió en carne propia la monja, a descubrir lo secreto de la contemplación en la oración, en la senda mística donde se tejían y destejían los hilos de la trama y la urdimbre de sus textos: Su Vida (1968) y sus Afectos Espirituales (1968)1, objeto de este estudio. Desde la interrogación ¿qué, por qué y para qué?, avancé sobre el umbral ontológico de una lectura cercana al debate epistémico-poético-narrativo de la crítica literaria actual, dando sentido al interés ético- historiográfico de sacar a la monja “del Castillo” de su convento y de su “celda de papel” para con-versar sobre sus escritos. Abrir su texto y acercarlo al umbral de la oreja de la memoria cultural de una interpretación del tiempo pasado, para insertarla en el debate académico contemporáneo. Redimensionar lo que fue aquel primer “grito femenino” de 1 Todas las citas y textos de la Madre del Castillo están tomados de la edición de Obras Completas, Tomos I y II. 1968. Banco de la República. Indicaré el número del capítulo (en romano) y del Afecto de esta edición. Para detalles en torno a la publicación recomiendo el artículo de Stefannell publicado en los Cuadernos de Literatura No. 28 Universidad Javeriana. 2010 Fonseca 13 desenmascaramiento del poder colonial contra la mujer. Escuchar el grito de protesta contra el yugo de la inquisición y la exclusión de la palabra femenina de una cultura que ya ejercía la misoginia y en la que se simula de cierto grado la aceptación personal y social del hecho. ¿Qué poderes de exclusión generó el cristianismo de la Contrarreforma y su concepción del pecado centrado en el imaginario del cuerpo de la mujer? Como lectora quise adentrarme en los secretos de la mística, ese “murmullo del silencio” que percibí ausente de la mayoría de comentarios y estudios tanto literarios como filosóficos, atendiendo a mis encuentros con la Madre del Castillo a través de Alexander Stefannell (2010) y su calificativo de “rara avis”. Encontré necesario confrontarlo con lo que hay de “soplo místico”, toda vez que nos afirmamos como sujetos hablantes en una comunidad lingüística y que como tales, también escuchamos la palabra de aquellos a quienes la historia ha silenciado. 1. La Virgen Dolorosa. Óleo 50x 90 cm El deseo de dar a conocer la obra y el padecimiento humano que reverbera tras las páginas de los Afectos Espirituales y Vida de Sor Francisca Josefa, me interpelaron para colocarme en sus bordes. Una primera aproximación en la que sólo busco re-conocer el territorio textual-simbólico de su escritura, ejercitándome como una paracaidista que cae en un lugar desconocido y a quien la andadura invita a caminar por una geografía aún no descifrable. La travesía encuentra y esboza preguntas que también otros se han formulado y a las que han respondido siguiendo distintos caminos de saber: la historiografía literaria, diversas teorías críticas alrededor de la interpretación, lecturas hermenéuticas y Fonseca 14 fenomenológicas en el campo de la semiología literaria, tocando los múltiples motivos temáticos sobre los que discurre la singular autora. Tengo presentes los planteamientos de la lectura hermenéutica e interdisciplinar de Raimon Panikkar (2008) quien entiende que la mística no es “un fenómeno especial más o menos extraordinario, algo aparte del conocimiento “normal” del ser humano, un “algo” especial –sea patológico, paranormal o sobrenatural” (26), sino que es una experiencia y una potencia que “nos hace ver que nuestra humanidad es más (no menos) que pura racionalidad” (27), o pura carnadura. Con el mismo autor afirmo que el propio espacio literario de la mística es el Silencio, aunque la palabra rompa abiertamente con él. Pero ese Silencio, es el que a través de la palabra nos permite acceder a la voz del cuerpo, a la experiencia y a la potencia de un particular acto de habla. Así, palabra-silencio encarnan, dan lugar a la integralidad enunciada en la obra e interpretada como una maraña de contradicciones propias de la mirada y de la pulsión psíquica de la escucha. Es la palabra la guía. El silencio y la escucha atenta, las condiciones en este transitar que trasciende la sensibilidad, el entendimiento y acerca a un fenómeno humano: el tono y el ritmo de la voz que en la experiencia corp-oral suscita la vida y los afectos de la mujer-monja-escritora de la Tunja colonial. Ella, en su travesía de escritura-clausura, desde su morada hablante, “del Castillo” interior de su existencia. Yo, en mi escucha-lectura. Compartir el afecto-efecto de su voz, de su polifonía entre los intersticios del silencio y la escritura en los distintos textos: fijar la palabra que revela y vela, que descubre y esconde, que ilumina y oscurece, que sorprende y desvela. Fonseca 15 El preámbulo y comienzo de la escritura generaron nuevas lecturas. La lectura produjo la inquietud por leer-escuchar de otra manera los textos de la mística tunjana. Identifiqué campos de saber y de discurso, exigencias de interdisciplinariedad buscando posibles umbrales de partida. Exploré recorridos discursivos que me permitieran deslizarme por los bordes de la “obra” en un intento de “escuchar”, lo más cerca posible, el “grito de dolor” y “los divinos arrullos amorosos” que experimentó en la clausura como mujer-mística-escritora en el convento que amenazó con convertirse en “cárcel del alma”. Conocí el convento Real de Santa Clara en Tunja -hoy en restauración-, visité la celda en donde reposan con sus restos mortales, su escritorio un Manual para escribir cartas, el costurero y el catre desnudo en el que aún se dibuja la silueta de su cuerpo. Visité otros conventos de la misma Orden en donde me entrevisté con sus Abadesas: en Jericó-Antioquia y en Cali-Valle fui atendida en el locutorio, experimenté la sensación de un tiempo distinto, percibí el silencio y la meditación en donde vibran la voz baja y el repique de las campanas. Los monasterios de la misma Orden en Chiquinquirá y Tunja, mantienen la atención del visitante a través del torno, alegorizando la comunicación como voz y susurro. Pasé intensas horas de recogimiento, en el Monasterio de Carmelitas Descalzas de la Estrella-Antioquia. He convivido con las Hermanas de la Congregación Siervas de Cristo Sacerdote,2 en Bogotá, estas últimas de vida activa. En medio de los avatares y vivencias cotidianas compartí experiencias de dolor y fe: Falleció una hermana muy querida por la comunidad, de quien se dijo era entregada a su carisma, ejemplo de vida para sus hermanas. Una de ellas reflexiona y ora, experimenta su fe y su dolor, ninguno cede, entonces exclama: “Todos los días oramos [¿Cuándo entraré a ver el 2 Comunidad religiosa fundada en Bogotá en 1918 por la Madre Margarita Fonseca Silvestre (1884-1944). También escritora, por estudiar su riqueza literaria. Fonseca 16 rostro de Dios? (Salmo 41)], más sin embargo mi alma se acongoja y me duele mucho esta muerte. No puedo dejar de alabar al Señor, pero tampoco cede mi dolor”. La segunda, y cuyo relato desgarrador nos enseña que son hijas de su tiempo: la familia de una de las hermanas fue asesinada por los sicarios de la región el primer día de la novena de navidad y la petición de la hermana, a través de la Madre Superiora fue la de entonar el Magníficat (¡Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava! [Lucas 1:46-55])…mientras corrían las lágrimas humanas y nos estremecíamos frente a la infausta noticia y a la realidad incomprensible del sicariato del momento. Estas experiencias, aportaron un clima de sensibilidad poética y el tono pausado y silencioso para dialogar en las noches con Francisca. ¿Qué deseo y qué intención me acompañan? Mis acercamientos tímidos a algunos textos de Maurice Blanchot (1992), Judith Butler (2009), Michel de Certeau (2007), Beatriz Ferrús Antón (2009) y Nubia Girona Fibla (2009), Michel Foucault(1984-1990), Raimonn Panikkar (2008), Gayatri Chakravorty Spivack (2010), Alexander Stefanell (2010), y algunos tratadistas de la mística en Latinoamérica como Jaime Humberto Borja (2003, 2007), Jean Franco (1994), Betty Osorio, directora de este trabajo, Octavio Paz (2004); Ángela Robledo (2007). Con ellos me he acercado a una mejor interpretación-comprensión en el campo de los estudios literarios. Escucha-voz-mirada. La lectura, entendida como escucha de la letra en la voz, como un acercamiento a los silencios de la escritura del texto que reconstruye el espacio conventual y del confesionario como una intertextualidad cargada de silencios y de peligros implícitos. El texto como no- lugar de la voz, una obertura del oído, exigiendo un recuadre en la mirada. Imaginario Fonseca 17 del umbral de partida desde donde deseo proponer mi lectura-escritura-lectura del documento interior plasmado durante largos años por Francisca Josefa de la Concepción. Inició la escritura de sus Afectos en 1690, a los 19 años de edad, y Vida en 1716, a sus 45 años (Achury I: ccv y ccix) Leer- escuchar la voz de la monja, a partir del residuo espiritual de la sensualidad mística que subyace en todo lector que se aventura a explorar por los caminos del silencio. Descifrar los senderos del padecimiento de la pasión corporal-anímica-espiritual de la escritura como “experiencia corporal” sentida y expresada por los místicos. Son dos intencionalidades en cuya bordadura resuenan argumentos de Panikkar (2008): “En una palabra, la experiencia mística es una experiencia tanto intelectual como amorosa. Y aunque no toda experiencia amorosa sea una experiencia mística, potencialmente sí lo es, como tampoco toda experiencia intelectual es mística, aunque puede llegar a serlo” (132). “En actitud más femenina de aceptación que masculina de conquista” (Panikkar 63) pretendo acercarme a la palabra que no se contenta con ser “escritura” de fragmentos explicativos de la realidad, a la palabra que no pretende abarcar “objetivamente” la universalidad sino que en el seno del símbolo llama a la integralidad del ser humano. Insisto en abordar la Palabra que referencia un sujeto a quien la realidad ha desbordado, que ha trascendido la racionalidad y experimenta el amor cognoscente de la unión amorosa con su Dios ( San Buenaventura). Escuchar-leer a ese Sujeto-descentrado en la Palabra, que vive el símbolo como instante intuitivo y como método de acercamiento al misterio que la trasciende y envuelve. Leerescuchar a este “sersanto” en su propio ritmo y tono debatiéndose en el espiral profundo de su existencia para cumplir con su deseo: “Deseo, con todo mi corazón, gastar lo que resta de vida en conocer a Dios y conocerme a mí. (Cap. lv)” Fonseca 18 Espero provocar en el lector el deseo de leer la obra de la mística y valorar su aporte “re-conociendo” su lucha, su padecimiento y su dolor femenino. Re-conocer su escritura, desde una ética del género, identificando en el hilo de la denuncia el imaginario falo-céntrico que ha acallado y ha excluido a la mujer de los lugares donde hace presencia amenazando el discurso masculino. Asistirla y contemplarla en su silencio y en su relación con lo Divino que a veces no llegamos a comprender. ¿Por qué? Tal vez, el lenguaje místico, efecto de una especie de levitación corporal, de un rapto, trance y éxtasis divino, raya con lo inefable, lo inaudible, que al traducir las experiencias humanas de los seres hablantes los traiciona en su pretensión de decirlo todo en su relación comunicativa con Dios, el mundo y consigo mismo. Por tanto, el inicio de una nueva lectura se hace desde un allá que me convoca, que brota como destello de letra y guía la escucha y no bajo la impronta mental de un lector que desea imponerse y obliga a decir lo que la escritora no buscaba. Me atrevo a leerla como intrusa en la soledad de su escritura y de su celda, desde mi silencio de lectora. Me atrevo a despojarme del “ruido” de saberes y discursos que siguen merodeando por los alrededores del convento de la monja y que pareciera no logran penetrar en el misterio de su celda y de su alma. Me determino a leer el antídoto que pone a las voces persecutorias, a observar el escudo que usa para defenderse de esos susurros que le recuerdan y reprochan que es mala y que lleva en sí una maldad desbordante (Buzzati y Salvo El cuerpo 27). ¿Es acaso la mirada hacia una “reliquia del pasado”, o el “ruido” del pasado que aún llega, los que alejan de su escritura?, ¿cuáles son los barrotes que como lectores-escucha hemos intentado traspasar, obviar o multiplicar? ¿Hemos logrado escuchar el “bajo continuo” de su voz y de otras voces, allí susurrantes? ¿Hemos asistido a la tensión de la escucha-lectura del confesor que al demandar respuesta es interrogado y se interroga? Fonseca 19 Capítulo 1: Orbis humano – Orbis divino. El paso intermedio que permite la interconexión de los hilos de la trama, en lo que se pretende dilucidar, conduce al siglo XVI, a la Contrarreforma y a la mística cristina. Dentro de ellas a los imaginarios y la simbología que los constituyen. La escritura de la Madre del Castillo está entretejida con su mundo, abarca e inter-penetra su contexto: Orbis humano – Orbis divino. El Convento Real de Santa Clara, también es un texto que al igual que los monasterios de la época respondía a los dictámenes arquitectónicos de Trento: el coro estaba en la parte alta de la iglesia en el lado oeste al que se llegaba desde los dormitorios por anchos corredores y donde se recitaba la liturgia de las horas. El punto de contacto entre la clausura y el 2. Entretejiendo contextos mundo exterior, el locutorio, donde las monjas recibían sus visitas estaba provisto de rejas que impedían el contacto físico directo. El altar en el que el sacerdote oficiaba la misa conventual aún hoy, se encuentra fuera del coro para que el sacerdote no pueda establecer ningún tipo de contacto directo con las religiosas. También contaba con la sala capitular, la enfermería, los jardines internos, además de las celdas, o espacios de intimidad de las religiosas. Fonseca 20 1.1 Acercamiento al espectro cultural de la historia. En el curso del “Siglo de Oro” español, los escritos de Santa Teresa (Gotarrendura, Ávila, 1515 - Alba de Tormes, 1582), Fray Luis de León (Belmonte, España, 1527-Madrigal de las Altas Torres, id., 1591); San Juan de la Cruz, Juan de Yepes Álvarez (Fontiveros, España, 1542Úbeda, id., 1591), aparecen como los más exaltados manifiestos de la “experiencia mística” (Peñalver). Su escritura irrumpe y marca un quiebre en la línea de la llamada literatura de la época como efecto de diversos acontecimientos culturales producidos como reacción a la Reforma protestante, promovida por Lutero contra el poder absoluto del papado y la denuncia del abandono de las enseñanzas originales del catolicismo primitivo.. Esto, aunado a la fuerza del Renacimiento, donde el “humanismo” y el “barroco” se destacan como estilos estéticos y modalidades de vida que fortalecen la noción de sujeto, su noción de “sersanta”. La literatura de los místicos del siglo XVI abre el mundo a la exploración de la vida interior de los individuos. Tanto lo espiritual, como lo anímico y lo corporal, viven en carne propia el conflicto ambivalente que surge del encuentro diferencial entre la ciencia experimental del siglo XVII y la literatura. La mística española, configura una experiencia alrededor del símbolo, una manera de sentir y ver el mundo (Patricio Peñalver, 1997). Tomando al pie de la letra la lectura de las Sagradas Escrituras, las asume con toda la fuerza de la imaginación y la fantasía, aunque ello pueda conducir a la herejía, como ocurrió con Erasmo de Rotterdam (Rotterdam, c. 1469 - Basilea, 1536). Vale la pena recordar que Achury (1968) al referirse al estilo de Francisca Josefa del Castillo la califica de “erasmiana sin saberlo”, permitiendo señalar que toda experiencia de Fonseca 21 escritura mística guarda en sí el brote de la subversión humana, metáfora del dolor para resistir la vida como preparación a la muerte, soportado en la oración mental (clxvii-clxxvii) La mística divide el mundo de la religión y conforma una nueva versión del cuerpo y del alma. Desde ella se enfrentan el mundo divino y el mundo humano, la razón y la imaginación, la razón y el mito, el individuo y la sociedad, la obediencia y la libertad creadora, el psiquismo interior y la realidad externa dando paso a una experiencia integral difícil de dar a conocer. Así por ejemplo, Santa Teresa de Jesús escribe el Libro de su vida inicialmente en 1562 en una edición ya perdida. Pero vuelve a escribirlo de nuevo, basándose en el texto inicial, en 1565 (Teresa de Jesús), es la mujer lectora-escritora que busca comprender e interpretar los textos políticos y a la par los divinos. Los primeros, prohibidos para las mujeres por la Santa Inquisición so pena de herejía. Los segundos, sólo autorizados a los representantes de Dios en la tierra –el clero- que tenían la facultad de interpretarlos. Teresa de Ávila, la mujer-monjaescritora se convierte en transgresora: lectora que interpreta con lucidez las enseñanzas espirituales, sin que “tuviese a nadie que agradecer” (Vida 113). Pero declara que no es por su esfuerzo, que fue “sin querer, ni pedirlo”; tampoco por su curiosidad, sino por voluntad de “Su Majestad” a la que nadie puede oponerse. Pero ¿Quién es esa “Majestad”?: ¿Dios?, ¿el Rey?, ¿ella, como soberana de su ser? En el capítulo XII del Libro de su vida la Santa de Ávila relata, que como no comprendía, ¿o no aceptaba?, lo que “otras personas muy espirituales” querían darle a conocer, Dios “en un punto” se lo dio “a entender con toda claridad” de manera que se espantaban sus confesores. ¿De qué se espantaban ellos y ella misma? ¿Acaso de su valor, de su osadía, de su lucidez, a pesar de haber aceptado ella misma su supuesta “torpeza”? Esta mujer “de Jesús”, esposa y obediente de “Su Majestad” Divina recibe directamente de su Señor lo que le da: la posibilidad de interpretar Fonseca 22 y comprender “con toda claridad” lo que sus confesores y directores espirituales no lograron hacerle comprender (112-113). Ella encarna la expresión de la liberación, la ruptura de la dependencia y la dulce ironía de entender mejor y declarar su “torpeza”. Es la mujer asumiendo en sus actos de escritura la soberanía de su ser. La escritora de Ávila será la virgen que pone aceite a su lámpara, la guía de Francisca Josefa en la voz lectora de su madre. Juntas serán motivo de escándalo: serán para unos insensatas, las más atrevidas; para otros las prudentes, como en la parábola: “Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo y a la esposa. De las cuales cinco eran necias y cinco prudentes. (…)Mas llegada la medianoche se oyó una voz que gritaba: mirad que viene el esposo, salidle al encuentro. Al punto se levantaron todas aquellas vírgenes, y aderezaron sus lámparas. (…) vino el esposo, y las que estaban preparadas, entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta” (Mateo 25:1-13). Veladamente, Teresa de Ávila expresa que a ella no le está permitido interpretar, que dada su condición de mujer no tendría por qué comprender las Sagradas Escrituras y los misterios divinos, que ella depende de sus directores espirituales quienes, aunque son “personas espirituales que querían dar(le) a entender lo que el Señor (le) daba” (112), no lograron acercarla a esa dimensión de la espiritualidad, que ella sí comprendió por deseo de “Su Majestad”. Hablar de “Su Majestad” no es solo el reconocimiento de la soberanía divina, sino la obligación para quien la dirige espiritualmente, quien la lee y escucha, de aceptar el origen divino de sus facultades. Raíces de transgresión y libertad que se van sembrando en las cisuras del muro levantado en el espacio-tiempo de la historia de occidente. El movimiento cultural denominado “mística española” se ubica en el siglo XVI como el momento espacio-temporal que le sirve de marco (Peñalver). Es aquí donde la fuerza de la Fonseca 23 religión cristiana monoteísta, bajo la metáfora de un solo Dios verdadero, omnipresente, Alfa y Omega, origen de todo lo creado, construye, junto con el estado en la figura del Rey, un andamiaje de poder y de control (Jacques Le Goff 1999). La máquina de la Inquisición y el Santo Oficio, para ejercer todo su poder evangelizador se vale del dispositivo de la práctica social de la lectura y la escritura, la confesión, la comunión y excomunión, la salvación y la condena, llamados por Michel Foucault (1990 Las tecnologías 45-94) dispositivos de control social y del orden interior. El siglo XVI impone una normatividad: prohibición, censura, castigo y vigilancia. Libros-autores y lectores quedan sujetos a la mirada de la Iglesia y el Estado, a la vigilancia del ojo del Papa y del Rey. La cultura funciona como un dispositivo de poder elitista; lo que se califica de cultura popular actúa como dinámica de los imaginarios del pueblo. Quienes no hablan latín, quienes están por fuera del dogma de la Iglesia, se transforman en “paganos”, “diabólicos”, “pecadores”, según el calificativo de las monarquías absolutistas y de la iglesia romana. La lectura y la escritura de los místicos se exponen a la vigilancia de los predicadores y, al aparato de la Inquisición. En los siglos que vive Francisca Josefa (XVII y XVIII) es evidente la dominante posición misógina que aparta a las mujeres de las actividades literarias y públicas. Sobre este hecho hay diversas fuentes, una de ellas el hecho contundente que la mayoría de los escritores conocidos son hombres. Pero, ¿cómo pudo, la Madre del Castillo, llegar al aprecio y a la valoración del ejercicio de la escritura? Con apoyo en el escrito de la monja: su posibilidad temprana de acercarse a las comedias de la época y a las obras de Teresa de Jesús. Primero, a través de las lecturas que le hacía su madre y luego, por deseo propio, a pesar de las restricciones de las mujeres frente a la lectura. En las Constituciones de la Orden de las Clarisas se declara la Fonseca 24 existencia y la diferencia entre las monjas que saben leer y las que no, sin que se vislumbre la posibilidad del aprendizaje. De cómo ande desir las Monjas el Oficio Divino. En el oficio Divino que se ade pagar al Señor de dia, y de noche, guárdese este modo y observancia, que las que saben leer, y cantar; celebren el Oficio Divino según la costumbre de la Orden de los Frayles Menores, con gravedad, y modestia debida, y las que no saben leer digan veinte, y quatro vezes el Pater Noster por Maitines, por Laudes, cinco, por Prima, Tercia, Sexta y Nona, por cada una de estas horas siete vezes, por Vísperas doce y por Completas siete. Y este modo se guarde de todas en todo. (Regla de S. Clara 60) Pero también se encuentra en la historia, que desde el siglo IX han existido escritoras en el ámbito monástico que lograron un reconocido prestigio como Dhuoda (h.803-843), Eloísa (h. 1100-1163), Hildergarda von Vingen (mediados del siglo XII), Catalina de Siena (1347-1380), (…) “constituyendo así una alta clerecía femenina” de la que habla López Estrada (La edad media 20) Sin embargo, siguiendo a Henry A. Kamen (1969), la autoridad de la iglesia, refuerza durante los siglos XIV, XV y XVI todos sus mecanismos de poder y control institucional (La inquisición española). Así, el Sumo Pontífice, el obispo y el confesor, adquieren un poder inusitado: señores de la vida y de la muerte, de las almas y los cuerpos, del acá y del más allá. Por esto, bajo las consignas de “extirpación” de lo que esté por fuera de la Iglesia, de “reforma” y “humillación y total ruina de los enemigos”, el 13 de diciembre de 1545 se declara mediante beligerante Decreto, desconocedor de otras manifestaciones religiosas, la Apertura del Sacrosanto Concilio de Trento, con la siguiente formulación por parte de todos sus asistentes: ¿Tenéis a bien decretar y declarar a honra y gloria de la santa e individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, para aumento y exaltación de la fe y religión cristiana, extirpación de las herejías, paz y concordia de la Iglesia, reforma del clero y pueblo cristiano, y humillación, y total ruina de Fonseca 25 los enemigos del nombre de Cristo, que el sagrado, y general Concilio de Trento principie, y quede principiado? Respondieron los PP.: Así lo queremos. (Trento. Sesión I) La doctrina, los argumentos sobre las relaciones de Dios y el Hombre, el modelo de vida ejemplar, lo imponen los Padres de la Iglesia. San Agustín de Hipona (13 de noviembre de 354 – 28 de agosto de 430), Santo Tomás (Italia 1224 o 1225- 1274)… y otros con sus obras teológicas, reglamentan las formas de vivir y convivir de los cristianos. Con ellas también buscan readecuar las costumbres de los paganos a la vida al estatuto ejemplar de los cristianos. Son: la Biblia3, libro inspirado por Dios y las reglas de la Iglesia las que dictan las normas de juicio y comportamiento frente a las tentaciones del demonio y la provocación del pecado, respecto de la salvación o la condena eterna. San Agustín de Hipona en Las Confesiones (publicada en 420 en quince libros) asume la actitud de exaltación al Sumo Bien, el hombre arrepentido de sus pecados y redimido, inaugura la exploración del mundo íntimo que será modelo para leer en el interior del ser, y para la búsqueda del “sersanto”. Como lo expresa Laura Freixas al hablar del diario íntimo: el nuevo sesgo de las confesiones de la monja es el dado por el hecho de que “Dios no es ya el verdadero interlocutor, el destinatario de la confesión; ésta se dirige a un público (los confesores), con Dios al fondo como árbitro” y ella en este escenario, sola frente a su propia mortalidad, conociendo el sentimiento moderno de la angustia. (Amiel 12-15). En 1478 aparecía la bula Exigit sinserae devotionis affectus del Papa Sixto IV instituyendo el Santo Oficio o Tribunal de la Santa Inquisición en España. Con la publicación del Directorium inquisitorum, también llamado Manual del inquisidor (1376), precursor del Malleus Maleficarum o El Martillo de las Brujas (1486), el Concilio de Trento (1545-1563) y, el lugar 3 Para este trabajo consultaré y citaré los textos de La Sagrada Biblia traducida de la Vulgata latina 1878. Fonseca 26 que ocupa el Credo cristiano, la iglesia comienza otro recorrido histórico. Buscará la evangelización entre la “costumbre de intimidar y proponer”; la divulgación del dogma y el anuncio de las consecuencias de quebrantarlo incurriendo “en la indignación de Dios omnipotente y en la de sus bienaventurados Apóstoles San Pedro y San Pablo” (Bula Convocatoria del Concilio de Trento, en el pontificado de Paulo III. 1542). La iglesia despliega toda su organización en la búsqueda por acoplar la ciudad de la tierra, de hombres pecadores, a la Ciudad de Dios como ideal de perfección, de salvación. Este engranaje será el escenario de la lucha contra el imaginario del diablo, contra el pecado para liberarse de la condenación eterna. Así se van consolidando piezas claves para armar la “máquina de guerra” de la Inquisición, bajo el poder de la Iglesia y el Estado. La máquina totalitaria de la inquisición busca imponer la creencia en el único Dios cristiano, inspirado en un pasaje del Evangelio de Juan que recuerda a Jesucristo diciendo: "Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida: nadie viene al Padre sino, por mi" (Juan 14,6). “Soy el camino, con mi ejemplo; la verdad, con mi doctrina; la vida, con mi gracia” (La Sagrada Biblia, 841). El poder se encarna en la palabra infalible del Papa y del Rey. La representación de Dios en la tierra a través del clero, consagra la herramienta simbólica de control a través de la “palabra del predicador” (Trento, capítulo II), con el sesgo del sacramento de la confesión y vigilia constante sobre la práctica social de la escritura y la lectura. El Director Espiritual se impone como agente de control social y orden interior desde el siglo XVI, especialmente en los monasterios femeninos como lo señala Fray Nicolás Eymeric (1376) en el Manual de inquisidores. Es una era confesional en la que al lado del establecimiento del dogma y del orden moral se toman medidas materiales concretas para asegurar su viabilidad: respeto a lo sagrado, defensa del dogma y, refuerzo del principio de autoridad y jerarquía a través de dos importantes Fonseca 27 instrumentos: inquisición y confesión. El Concilio de Trento opta por publicar los índices de libros prohibidos y permitidos para la lectura de los cristianos y conversos. Establece normas y reglas para su interpretación4. Los libros de mayor circulación aparecen como modelos-moldeantes de vida del momento. Entre ellos, los Ejercicios Espirituales(1548) de San Ignacio de Loyola, el Abecedario espiritual (1492 -1541) del franciscano Francisco de Osuna 5; Las obras de Santa Teresa de Jesús, en especial El libro de la Vida (1562-1565) y Las Fundaciones (1573-1582); el Catecismo (1591) de Jerónimo Martínez de Ripalda y el de Gaspar Astete (1599) provistos con las actualizaciones y novedades del Concilio de Trento; De los Nombres de Cristo (1587) en tres libros y La Perfecta Casada (1584) de Fray Luis de León; Guía de Pecadores (1565) de Fray Luis de Granada; el Cántico Espiritual (1578 ) de San Juan de la Cruz, de la Orden de los Carmelitas. Al lado, los libros de caballería y El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), llamados por nuestra autora “los libros de comedia” (cap. ii y iii) que no se consideraban edificantes para acercarse a la ciudad de Dios. Casi todos leídos por nuestra escritora Tunjana como los relaciona directa o veladamente en su Vida. En este contexto “sobre la base de un modelo radicalmente original” se entrona, como lo plantea Robert Muchembled (2002) lo diabólico infernal como distanciamiento del hombre con Dios, que “traduce el surgimiento de un concepto unificador compartido por el papado y por los grandes reinos, aun cuando esos poderes dan prueba de una vigorosa competencia para 4 Para un desarrollo profundo de esta temática consúltese: Manuel Bilbao. El inquisidor mayor, Martín Gelaberto Vilagran. La palabra del predicador, Miguel Larrañaga Zuleta. Imagen, palabra y poder (siglos XI-XIII), Silvia Federici Calibán y la bruja, Paulino Rodríguez Barral. La justicia Divina. 5 Francisca Josefa refiere su lectura. Publicado en cuatro partes el Abecedario espiritual, 1.ª parte, Sevilla 1528; 2.ª parte, Sevilla 1530; 3.ª parte, Toledo 1527; 4.ª parte, Sevilla 1530; 5.ª parte, Burgos 1542; 6.ª parte, Medina del Campo 1554. En: http://www.franciscanos.org/enciclopedia/franciscoosuna.htm Fonseca 28 monopolizar los beneficios en su provecho”. El sistema de pensamiento, que elabora una imagen triunfante de Satanás es un “movimiento (que) proviene de los altos estratos de la sociedad, de las élites religiosas y sociales que intentan unir esos hilos múltiples en haces”. Es por esto que no es el demonio quien conduce la danza,” sino los hombres creadores de su imagen, que inventan un Occidente diferente del pasado, forjado así con los rasgos de unión culturales destinados a fortalecer considerablemente en los siglos siguientes”. (Historia del diablo 20) La investigación de Muchembled, ahonda en el imaginario del Diablo que genera un mundo de fantasías y determina el mundo cotidiano a partir del siglo XVI permitiendo la comprensión del espíritu religioso. De la misma manera el contexto del imaginario del pecado, analizado por Elaine Pagels (1990) en su obra, Adán, Eva y la serpiente da pistas para comprender cómo el imaginario del diablo y el pecado, nutrió la exaltada fantasía de los místicos en su momento glorioso. El discurso alegórico impregna el alma de los místicos. Los atrapa, los impresiona y los domina. Hace mella en su corporalidad. Altera su sistema de percepción de conciencia. El mundo interior se tensiona. El poder de las imágenes y de la escritura sobre los procesos de simbolización, afectan las formas de representación religiosa corporal del lector-místico, rayando en el éxtasis, la locura, la pesadilla, la herida y el estigma 6. Podemos señalar que toda la experiencia de la escritura barroca en los místicos está dominada por el orden del símbolo (alegoría) y que de alguna manera las voces que ellos escuchan, la voz de Dios y la voz del demonio, caen bajo el peso de la realidad simbólica. Esas voces son las que el lector actual tiene 6 Investigadores como: Julio Romero La vuelta de la melancolía.; Carlos Villegas Candía Representación icónica de la Virgen María en la obra de Francisco Zurbarán; Mabel Moraña. Viaje al silencio, exploraciones del discurso barroco, nos entregan un exhaustivo estudio de lo que significó la estética barroca para la experiencia mística Fonseca 29 que seguir escuchando para interpretar - comprender el silencio de los místicos, son susurros que se deslizan y se deben contemplar como fundamento y esencia del lenguaje alegórico en la escritura de la Madre Francisca Josefa de la Concepción del Castillo. En esta misma perspectiva se puede considerar la iconología que corresponde a las imágenes religiosas del santoral cristiano, al imaginario del diablo y el infierno, a la pasión de Cristo, la crucifixión, a la de los santos patronos, a la de la Virgen protectora y abogada de las almas, al Sagrado Corazón de Jesús que cubren los muros y paredes interiores de las iglesias y de los conventos. El poder de las imágenes determina la contemplación y la meditación de los fieles, del clero, de las monjas en las iglesias y en los conventos. Son primordialmente escenas de dolor que afectan las soledades y los silencios de quienes buscan la unión íntima con Jesucristo y el camino de perfección en el encuentro con Dios. Así el Sacrosanto Concilio de Trento (1563) ordena: Enseñen con esmero los obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en pinturas y otras copias(…), no solo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos y arreglen su vida y costumbres a los ejemplos de los mismos santos: así como para que se exciten a adorar, y amar a Dios, y practicar la piedad. Y si alguno enseñare, o sintiere lo contrario7 a estos decretos, sea excomulgado. (Sesión XXV). Por tanto si el poeta tiene la última palabra, todo lo que hay de verdad en la ficción, produce una afectación en el imaginario del lector. Al tiempo se alteran en el escenario de la oralidad y la escritura los encuentros entre el lector y el mundo, la razón y la imaginación, el espíritu y el cuerpo, de modo que las múltiples metáforas que envuelve el imaginario de la escritura y la oralidad refunden el poder de la ficción en su verdad autobiográfica. La Madre 7 Cursiva es mía. Fonseca 30 Francisca Josefa, asume, teje con dolor y esperanza las figuras que la simbología del barroco le ofrecen en su camino de perfección, ascetismo, salvación, con los mandatos que como lectora y escritora le impone la ingeniería imaginaria de la Contrarreforma colonizadora en la Nueva Granada. Son hilos de tejido que se bordan entre la esperanza de la salvación y el terror por la condenación eterna, entre el deseo de santificación y la constante amenaza de la condena. 1.2 Tunja: un poco más cerca del espectro. Según los estudios de Porras Collantes (2010) acerca de la población de Tunja, desde su fundación8, llegaban “todos los desbaratados de las conquistas fracasadas, en busca de un Dorado de vida regalada de encomendero. Los traficantes, los soldados vagos -expulsados de otras tierras- y los comerciantes de paso”, quienes además de aumentar la población acrecentaron las dificultades de la naciente ciudad “cuya agua pública era escasa e insalubre, que trajinaba entre atolladeros y barros, cuya caja de acueducto coincidía con las instalaciones del nosocomio 9 y los basureros y, cuyos cementerios estaban desperdigados”. Al crecimiento de la ciudad también acudieron las pestes que continúan a lo largo del periodo colonial (Porras), siendo las de mayor morbilidad, “la llamada general”, (Porras) y la constante, registrada entre 1692 y 1695 (Colmenares). De estas pestes se dará una explicación religiosa según la cual la causa de ellas sería el constante pecado en que vivían sus moradores. De acuerdo con su relato, nuestra religiosa clarisa es también víctima de la peste: “mi 8 el 6 de agosto de 1539 El hospital fue fundado entre 1569 y 1564. En 1559 se documenta por primera vez la peste en Tunja. Porras Collantes 9 Fonseca 31 enfermedad se fue dilatando y recreciéndose con otras, porque se me arrimó peste, y con la gran flaqueza que quedé y mucha soledad, pasaba trabajo; así estuve otros dos meses y medio, y con tan grande temor de la muerte y de la cuenta, que no sabía qué hacer” (Caps. xxx, xxxiii, xlix). Los escritos dan cuenta de algunos aspectos del entorno cultural y algunas características de la provincia de ese entonces. Dentro de ella, la vida y acontecer cotidiano del primer convento de Clarisas fundado en el Nuevo Reino de Granada, en la ciudad de Tunja, desde donde también surgen los rasgos de los esclavos (Caps. II, III), de las criadas 10 de las familias y del convento. Todo en el marco de la confesión centrada en lo pecaminoso, en lo que se encuentra fura del júbilo, el reconocimiento y la santidad. Estaba lo más del día retirada, previniendo mi confesión general de aquel año, cuando una noche, a las oraciones, que no se habían dicho maitines, viene a la celda aquella religiosa en cuya celda vi entrar al enemigo, tan llena de furor y dando gritos contra mí, que yo me quedé pasmada; hízome muchas amenazas, diciendo que no era la novicia mi criada, que ahora vería lo que hacía la madre abadesa. Dio tantas voces y se levantó tal murmullo de criadas y gritos, que yo me hallé cortada, y no tuve más alivio que meterme en una tribuna, más desde allí oía tales voces en el coro, tal algazara y cosas que se decían de mí, que estaba medio muerta de oírlas, y no saber en qué pararía aquel furor y gritos; cuando fueron a buscarme la madre vicaria, la religiosa que he dicho y un tropel de criadas, con linternas y luces. Las cosas que allí me dijeron fueron sin modo, y la cólera con que iban: ello paró o se le dio principio (que no se acabó con eso) en venir todas aquellas criadas a la celda y sacar la cama de la novicia, y no dejar cosa de las necesarias. El alboroto y ruido que traían era como si hubiera cogido un salteador. Las cosas que me levantaron no son para dichas, yo no hallaba dónde acogerme, porque la celda había quedado llena solo de pavor y con el susto no me podía tener ya en pie. Mis criadas habían levantándose también contra mí, (…) luego caí enferma de una enfermedad, que el sudor que sudaba me dejaba las manos como cocidas en agua hirviendo. La boca se me volvía a un lado y me daban unos desmayos que duraban tres y cuatro horas largas. En estos desmayos tiraba a ahogarme una criada que había allí, amiga de aquellas religiosas que digo, porque me tapaba la boca y las narices con toda fuerza; y si 10 Referidas en los capítulos I, III, VII, IX, XIV, XVI, XIX, XX, XXVV, XXVI, XXXIX, XL, XLI, XLVI, XLVII, L, LIII. Fonseca 32 su ama, que era en cuya celda yo estaba, no lo advirtiera, según me decía después, no sé qué hubiera sido. No pienso que no tiraría a ahogarme sino solo mortificarme (Cap. xxv) Estas y otras tribulaciones en la narración de la Vida tienen también, como diría, Jaime Borja (2007), el objeto de demostrar la virtud personal y los vicios encarnados en sujetos con quienes conviven los virtuosos. El ambiente de persecución remite a la noche en que Jesús fue entregado por Judas al ejército que iba a aprenderlo 11. La afición a cuentos y murmuraciones y, sus consecuencias, insinúan en la narración la necesidad de la corrección de vida (2007: 67), reflejan una realidad conventual alejada de las idealizaciones que reforzarán en nuestra escritora su necesidad de acercamiento a Dios y la idea que no todos los caminos son para todos los caminantes. En ninguna parte del relato, ni en los cuadros del Convento de Tunja, se encuentran más de dos cuadros de la Madre del Castillo aunque a ellas se solía “retratar al profesar, recubiertas de joyas y flores, portando el cirio encendido, al ser elegidas Abadesas de su comunidad y en el momento de la muerte” (Museo Iglesia Santa Clara. Bogotá). Pero su relato distingue entre las monjas coronadas y las que no lo son, dando cuenta de la vida y la conducta ejemplar de las difuntas: En este tiempo murió aquella madre abadesa, que dije me hacía tanta caridad, y en su lugar entró una religiosa de grande virtud y apacibilidad, y muy pacífica; parecía que podría vivir muchos años, más una noche vía venir muchas religiosas coronadas de rosas y flores, con extraordinaria alegría. Una, (me acuerdo) que había yo conocido aquí, que era muy sierva de Nuestro Señor, y otras que no había conocido; éstas decían que venían por la madre abadesa; y entrando yo a la enfermería baja, la vía con su corona de rosas, ya difunta, y una mano caída en el suelo, y la otra puesta sobre el pecho. Venía por otro lado de aquellas que dije venían coronadas de rosas, otra religiosa que yo había visto morir luego que entré, ésta no traía ningún aliño, antes estaba como confusa (cap. xxiv). 11 Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Mt. 26:47 Fonseca 33 La corona de flores que ciñe la cabeza de las monjas es símbolo de heroísmo, hace alusión al triunfo sobre los rigores y privaciones de la vida religiosa, reconoce la victoria alcanzada por la retratada. Hasta el momento no se conoce una pintura de Francisca coronada, por esto la portada de la publicación de la obra de Francisca Josefa editada por Ferrús y Girona (2007), es desacertada: Esta es la fotografía de la Madre María Antonia de la Purísima Concepción, quien nació en 1755 y tomó el hábito el 8 de diciembre de 1777, en la ciudad de México (Fernández Félix, Miguel 2003) Nuestra religiosa Francisca Josefa, conocía de vida de monjas y mártires, pero también de la que discurrió en su ciudad de Tunja y la de “las comedias” de la época. Sabe de la vida de “Nuestro Señor crucificado” que siempre procuraba mantener en su memoria y la de “algunos libros de oración y enseñanza, que (le) había dado su prima” (cap. iv), otra mujer que la acerca a los libros a los que pueden tener acceso sin censura. Desde este conocimiento tomó “la determinación de imitar a los santos” (Cap. vi, iv, xlii) sin dejar “cosa por hacer, aunque fuera la más ardua y dificultosa del mundo” (Cap. iv, xlvi): Por ejemplo leer y meditar robándole tiempo a los quehaceres y al sueño y finalmente, escribir y re—escribir según el dogma y las órdenes de sus “sabios” consejeros. La doncella del Castillo buscó una vida retirada, el silencio de la clausura, alejándose de la ruidosa, intrincada y confusa vida social de Tunja, en busca de la ciudad de Dios. Pero encuentra que también allí, los seres con quienes compartirá el resto de su vida, algunas religiosas y sacerdotes, crean ambientes de confusión, chismes y tormentos que la conducirán a ser más vehemente en su búsqueda y abandono en el Silencio Divino para dejar en Él su dolor y fundirse en su Presencia Ausente y Callada. Fonseca 34 El Libro de la Vida de Teresa de Ávila debió cautivarla aunque sentía “tanto horror a (ese) convento porque ya conocía de la distracción”, “la inquietud, los chismes, la variedad de pareceres y naturales” y, que “en entrando una vez, no tenía remedio”. No por esto dejaba de sentir gran aprecio de los votos de la religión, pero sobre todo por “la dicha que tienen de vivir donde a todas horas está el Santísimo Sacramento” teniéndolo “ de puertas para adentro” y gozando de “su real y verdadera presencia”. (Libro de la Vida, Cap. vi) ¿No será esta, para Francisca Josefa, la más certera posibilidad de respaldo, de reconocimiento, de estabilidad y de amor? ¿No será esta la forma de huir de los chismes de la ciudad de Tunja y de la vida de hogar de donde tantas veces se ausentaba el padre, como el día de su nacimiento? (Vida Cap. i) ¿No será esa la manera de liberarse del gran encerramiento” con que su madre los criaba (Cap. iv) y del control del padre a quien los sacerdotes deben pedirle autorización para que la “dejaran salir en compañía de su prima y comulgar”? (Cap. v) ¿No será esta su respuesta a la reprensión” que cayó sobre ella por experimentar la atracción y “la demasiada familiaridad” en su trato con alguno de sus parientes? ¿Tal sería la severidad del castigo y “el ceño que su padre demostró” que produjo en su “corazón tanta confusión y vergüenza” y comenzó a cobrarle a aquel sujeto un gran horror y a mirarlo como una sombra de muerte”? (Cap. iii) ¿Bastó ese desengaño a sus ojos, a través de su “madre para conocer lo poco o nada” que eran las posibilidades y “los bienes” que le ofrecía el mundo, que “sólo dejan pena cuando se pierden”?(Cap. xvi) Esta mujer empieza a moverse entre dualidades profundas y escindentes: la madre lectora arrulladora con su voz y la misma madre arrolladora y severa (Cap. v); la mujer que con “paciencia y humildad (…) llevaba (…) tan amargo padecer” (Cap. xvi) y la que “en pobreza, enfermedad y desamparo” (Cap. xvi) muere en el convento bajo el cuidado de su hija, gracias a Fonseca 35 la caridad de la Orden de las Clarisas, de las influencias de los sacerdotes y de la historia de la familia en el convento. Vivirá entre la ambivalencia de la “vanidad de ser querida” (Cap. iii), y el “descontento de todas las cosas de la vida” (Caps. iii, xxxiv) y el narrado rechazo de algunas de las religiosas compañeras suyas de camino, entre el deseo de soledad y aislamiento en medio de “la mucha gente que vivía en casa” (Cap. iv). Entre el silencio y el ruido, colocando el ruido como lo esencial a los currículos cruzados por la lógica social y el silencio como el principio de la creación misma, la creación de los mundos posibles, esos que saltan como liebres donde el atrevido lector se rasga la máscara de hipócrita lector y deja que la inocencia descubra que la escritora camina desnuda por el territorio de su relato, de su poesía, de su música… Entre la obediencia y el silencioso cuestionamiento a los amos del discurso dogmático oficial que ejercen sus acciones como guardianes del discurso del que funge como rey y como autoridad infalible, y donde la autoridad del conocimiento normativo hace desaparecer el placer del texto. La doncella “del Castillo” quiso salir del mundo terrenal, con la ilusión de hallar el cielo en el claustro y allí se encontró con un mundo más cerrado, contrapuesto a la ciudad de Dios que pensó habitar. Su equivocación se dio porque la interpretación no es la experiencia, como dice Panikkar, pero su escritura mostrará que toda conciencia es conciencia y experiencia de interpretación. Desde esa ciudad y claustro in-humanos, buscó en sí misma la ciudad divina para el ansiado encuentro con el Celestial Esposo, en quien y con quien deseará complacer todas sus esperanzas. Este es el camino que “del Castillo” de sí misma, desde la colonia de la Nueva Granada a la actualidad, recorre nuestra escritora. Fonseca 36 1.3 “Origo”, Virtudes, “Mirácula”. El fantasma del linaje. En Su Vida, la Madre del Castillo responderá al esquema clásico de las hagiografías: “Origo, Virtudes, Mirácula”. Origo: los orígenes familiares y los primeros años de su vida: los juegos, predisposición a la soledad, a la oración, al sacrificio. Sus virtudes como religiosa clarisa de clausura: su capacidad de oración, ascesis, acatamiento al silencio, vida contemplativa, visiones, audiciones divinas y capacidad profética, dando paso a las imágenes de autorepresentación en la que ella hará referencia a su ser como “saco de estiércol”. (Cap.xix) Y a lo largo de su existencia los milagros, la capacidad de dominar los pensamientos y deseos naturales atribuidos al demonio, la actitud ante la muerte, la capacidad visionaria que le permitirá conocer con anticipación sobre la muerte de otros y sobre su destino y necesidades en el más allá. Aunque siempre se confiese sola, pequeña, débil también se sabrá elegida por Dios y desde esta certeza sustentará su fuerza y su constancia. 1.3.1 “Origo” La relación de sus apellidos y la insistencia de la religiosa sobre su familia y algunas costumbres de la época, conducen a la búsqueda de su linaje y condición familiar, social y cultural. Confirman el seguimiento de la retórica de la historia para relatar una vida que se considera ejemplar. Genera “la representación del ideal de sujeto colonial” i (57), del “sersanto” en la que se funden “la historia sagrada (ejemplar)” y “la historia humana (los hechos)” de la que habla Borja (2007) porque “en la mentalidad de la época no podían existir santidad sin nobleza o linaje” (70) y se necesitaba mostrar cómo Dios bendecía estas tierras con personas virtuosas y ejemplares. Fonseca 37 Según refiere Domínguez de Urrejolabeitia 12 (1817) en la Breve noticia de la patria y padres de la V.M. y observante religiosa Francisca Josefa de la Concepción Abadeza (sic) que fue tres veces del Real Convento de Sta Clara de Tunja (1817: vii), su padre, licenciado en Derecho en la Universidad de Salamanca, fue “nombrado por el Rey, Alcalde Mayor y Teniente General de Corregidor de la provincia de Tunja” (Robledo: xvii), contrajo matrimonio con doña María13, tataranieta de don Martín de Rojas y doña Catalina de Sanabria, “hermana entera de Doña Juana Macías de Figueroa, que con su marido Francisco Salguero fundó el Real Convento de Santa Clara de Tunja, el primero de este Nuevo Reino”(8). Los progenitores de la Venerable Madre Francisca Josefa de la Concepción del Castillo Toledo Guevara Niño y Rojas: don Francisco Ventura del Castillo y Toledo del Marquesado de Surba y Bonza y, doña María de Guevara Niño y Rojas, conformaron una de las familias plenamente reconocidas y legitimadas por el católico Sacramento del matrimonio durante la colonia del Nuevo Reino de Granada. La Madre del Castillo, última de los cuatro hijos del matrimonio Castillo-Guevara, un varón (don Pedro Antonio Diego) y dos mujeres (doña Catalina y otra hermana innominada, ¿proscrita?), des-cubre la visión idealizada del matrimonio de sus padres desde el catolicismo. Doña Catalina, casada; pero su otra hermana de quien se sabe que existe, que se unió –acaso en matrimonio o no- con alguien también innominado y con descendencia de la que no se tienen datos, representa a otra mujer silenciada, olvidada al igual que a sus descendientes y a su compañero de vida-esposo. La genealogía respalda el discurso 12 Caballero natural de Laguna de Cameros en Castilla la vieja, que obtuvo los cargos de “Teniente Coronel de los R. E., gobierno de los llanos y principales empleos del cabildo de Santa Fe (…) casado con doña Rosa de Castillo y León, sobrina segunda de la V.M. Francisca”. En: TH Palmer 1817 Pág. 8. 13 Partida de matrimonio de 4 de febrero de 1662 – Hoja 120- en la Parroquia de las Nieves de Tunja, un año después de haber llegado a la provincia de Tunja. En: Caballeros andantes. P.4. http://www.caballerosandantes.net/catalogo.php?pid=3&action=verdet&cid=5 Fonseca 38 religioso. La Santa hace parte de un tronco familiar español, con nombramientos reales en el Nuevo Reino de Granada. En el capítulo I de Su Vida, presenta sus progenitores sin nominarlos, con pocos datos, pero con marcados juicios de valor en relación con la representación religiosa de una vida santa. Siendo ella Abadesa, “religiosa de ejemplo” que según la Regla y Constituciones, y ordenaciones de las clarisas (1630) debía resplandecer por sus virtudes y “llevar ventaja a las otras en santas costumbres más que por oficio” (88), proviene -según su descripción- de una pareja de ricos, devotos, piadosos, caritativos y humildes progenitores que a pesar de ser compasivos, tiernos, virtuosos y alejados de las vanidades tienen motivos de dolor: el padre con los ojos llenos de lágrimas como señal de santidad y devoción a la Virgen y a la Pasión de Cristo y, la madre golpeada y humillada por una criada en una iglesia cuando quedó viuda. Parecieran personas distintas según los documentos que dan cuenta de los orígenes, títulos, posición social y política de la familia “de abolengo” de la época, en donde nació nuestra escritora. Son ellos, con sus buenas costumbres católicas en quien se apoya su formación como buena niña, joven y después, religiosa. Difícil hoy reconciliar la imagen de personas de la clase dominante conquistadora con la benevolencia y las virtudes cristianas descritas por las abadesa, pero correspondientes con los arquetipos de la época y de la escritura hagiográfica de idealización de la familia. Probablemente obedecía a la costumbre de referir el origen y parentesco con los españoles conquistadores y ser parte del poder delegado por el monarca. Además de estas cualidades impecables y bondadosas de sus padres, también advierte de algunas costumbres en su familia que le permitieron el acceso a lecturas de comedias, a la música y a las primeras atracciones afectivas con niños que frecuentaban su casa. En el mismo Fonseca 39 capítulo i, Josefa hace especial referencia a la educación en el hogar, al reconocimiento de sí misma y de sus progenitores de la especial dedicación y cuidado de Dios hacia ella: Siendo aún tan pequeña, que apenas me acuerdo, me sucedió que uno de los niños que iban con sus madres a visita (como suele acaecer, según después he visto), me dijo había de casarse conmigo, y yo sin saber qué era aquello, a lo que ahora me puedo acordar, le respondí que sí; y luego me entró en el corazón un tormento tal, que no me dejaba tener gusto ni consuelo; parecíame que había hecho un gran mal. (Cap. i) No sólo menciona la educación y costumbres familiares, la disposición que desde niña tiene hacia los juegos en los que se representan roles de santidad ( 63), sino el ambiente social y religioso de Tunja, por ejemplo las procesiones que se organizaban en la ciudad, la toma de los hábitos religiosos y profesiones que le eran cercanas, pues contaba en su familia con tías y sobrinas religiosas, un tío y sobrinos sacerdotes, dando por descontada la amistad de familia con los clérigos de la ciudad. Este entorno simbólico, reemplaza y ocupará el lugar de la escuela para ella, pues en la época no se cuenta con esa posibilidad para una mujer, aunque tenga certificada limpieza de sangre, haya acreditado linaje español y ascendencia católica 14. Nace dentro de un arquetipo cultural local: mujer. Como tal, se le ofrecen dos posibilidades: el matrimonio o la vida religiosa. Entre los dos caminos fantasea entre la vida de beata y la vida consagrada dentro de una comunidad religiosa. En la decisión de vida retirada en la clausura (única posibilidad aceptable en el momento, pues la vida de las beatas rayaba en la 14 Acceder a la educación superior en la época colonial era la única forma de ejercer un “alto empleo” y para lograrlo se necesitaba cumplir con los siguientes requisitos: ser varón; acreditar linaje español; estar bautizado en el catolicismo; descender de padres y abuelos católicos, bautizados y casados por el catolicismo; ser blanco; no tener algún familiar de credo indio, musulmán o protestante; tener sangre sin mezcla india o negra, mulata o mestiza; pertenecer a familia de nobles o caballeros; sus padres no debían haber utilizado manos para trabajar; en la familia alguien debía tener algún título oficial o real; no tener familiares juzgados por algún motivo; ser de bunas costumbres y moral intachable; no haber sido expulsado del colegio o de alguna Orden Religiosa; no tener alguna enfermedad permanente, contagiosa o alguna clase de invalidez; no tener algún familiar acusado de traición a la Corona. Museo de arte Colonial. Bogotá. Salón de la colonia. Marzo de 2011. Fonseca 40 sospecha) se debate entre la soledad y la compañía Divina. En su soledad conventual experimenta la ambivalencia del llamado de las voces humanas y divinas, la lucha entre el cuerpo, los afectos y el espíritu. Y en este fantaseo silencioso se produce la experiencia de la escritura mística. La religiosa tunjana se expresa en la lengua de la cultura que le sirve de marco. Así, se descubre a lo largo de su obra la estructura hagiográfica que aún hoy, para Las Causas de los Santos (2011), se contemplan y se encuentran en su obra. Estos elementos hacen parte también de otras vidas de religiosas y santas como Santa Catalina de Siena (1347-1380) Virgen y Doctora de la Iglesia , Santa Laura Montoya (Jericó, Antioquia 1874- Medellín, 1949), canonizada recientemente, Edith Stein (Breslau 1891- Auschwitz 1942, filósofa, mística, religiosa carmelita, mártir y santa alemana de origen judío) llamada Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Santa Teresita del Niño Jesús (Alençon 2 de enero de 1873 - Lisieux 30 de septiembre de 1897) carmelita descalza y Doctora de la Iglesia . 1 Sobre el nacimiento. Primeros años. Familia. La obra de Dios que transforma y singulariza. 2 Sacramentos del Bautismo, Penitencia y Comunión. Años de adolescencia. Asomos de vanidad y gracias extraordinarias. 3 Relaciones familiares, humanas y Divinas. Vocación Religiosa. 4 Virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Sagrada Escritura, conocimiento de sí y vida espiritual. El gobierno del alma. Heroísmo trascendente. 5 Contradicciones internas. “Noche Oscura”. Amor al martirio y al dolor, como camino de salvación y perfección. Fonseca 41 6 Educación familiar. Vida interior. La Sagrada Familia: San José, la Virgen y el Niño Dios. Pasado que pesa. Suprema conciencia y dolor de pecado. Conocimiento y experiencia de la grandeza Divina. 7 Director(es) Espiritual(es). Reflexiones. Obediencia y humildad. Soledad. Promesa y entrega a Dios. Concreción de la vocación. Sueños, voces, visiones. 8 Relación con el dolor, la enfermedad, la soledad y el sacrificio. Capacidad de entrega y abandono. Contrastes. Envidias, calumnias, injusticias. Del calvario terreno al calvario divino. Reacción y, camino de oración y de perfección. 9 El demonio: manifestaciones, peligros, amenazas y venganzas. Rechazo y alejamiento. 10 Comunicación con Dios. Intermediación ante Dios. Acontecimientos extraordinarios: Milagros, premoniciones. 11 Escritura de la Vida. La orden-obediencia. Sacrificio de escribir, hablar-callar el secreto de sí y del propio conocimiento. Pedir sigilo, guardar el secreto, pero escribir para dar testimonio. Para esbozar la imagen especular que la Madre Castillo tenía de sí misma y de la representación del mundo que la rodeaba disponemos de su obra autobiográfica en donde relata en una primera capa textual la forma como va descubriendo su vocación y se va abriendo paso en la familia, en la sociedad de Tunja y la vida conventual. Su travesía busca alcanzar el reconocimiento de modelo virtuoso en medio de intrigas y urdimbres de celos, envidias, inseguridad y confianza, rechazo, miedo, abolengo y tradición. Esta legitimación también se logrará gracias al abolengo de su origen social, a su capacidad y gusto precoz por la lectura y la Fonseca 42 escritura, a su relación con los confesores y, a la certidumbre de ser elegida por Dios para el papel que desempeñó como mujer y como religiosa de la época. Su familia es guardiana de las normas y transmite el “Cuidado y recato” sobre sus comportamientos, mantiene la custodia y la vigilancia sobre el cuerpo y el cultivo de las virtudes cristianas que alejan del amor propio a la mujer, del cuidado de su cuerpo, de “la vanidad de ser querida”, del goce de la atracción y las expresiones de amor de un hombre. Es su primer encuentro con la intimidad: “leía sus papeles que eran vanísimos” y con la familiaridad con un hombre extraño, distinto de su “buen padre”, quien a través de la madre se encargará no solamente de alejarla de él sino de sembrar en ella tal “confusión y vergüenza” que su atracción se torna en “grande horror” y el goce natural se mira a través de este personaje “como una sombra de muerte” (cap. iii). Aquí se asiste con claridad a algunas de las raíces de las dualidades y contradicciones que experimentará a lo largo de su vida: “algunos parientes muy inmediatos” y otros a quienes “no se daba entrada”, la mujer exhortada a castigar y reprendida por la misma causa, la mujer-señora y la mujer-criada; los sentimientos que oscilan, combaten entre sí y confunden: amor-confusión, alegría-terror, amor-muerte; goce-castigo, familiaridad-reprensión; bondad-severidad, malmisericordia, ignorancia – reprensión; exploración – malicia; advertencia - castigo, gocevergüenza; ponderación de amor – sombra de muerte. Fonseca 43 Capítulo 2: Voz-Letra-Escritura. Si hablare no descansará mi dolor, y si callare no se apartará de mí; ¿quién puede retener lo que concibe en su corazón? Y cuán difícil es explicar con palabras, y encerrar en términos humanos y comunes el concepto del corazón. Aunque la lengua escriba como la pluma del veloz escribiente, ¿quién podrá encerrar en las voces, o abrir con ellas el conocimiento de lo que entiende que es Dios, Sumo Bien para el alma? (Afecto2315) La materia simbólica del contexto afecta los actos de lectura y escritura, los atraviesan. Es la psicopatología de la vida cotidiana que da perplejidad a la existencia humana, de modo que es la pasión que ata escritura-lectura lo que revela el dolor de quien se atreve a escribir como un grito del existir del ser hablante. El estudio en detalle de las condiciones en las cuales la experiencia enunciativa se realiza, brinda posibilidades de construcción de sentido, de deconstrucción del mismo, de definición de intencionalidades comunicativas y de optimización de las mismas. Podría desplegar la posibilidad de lo nuestro femenino, que resiste los límites y extiende su ser con el ansía de una habla plena. Así empieza el relato de su vida: Por ser hoy día de la Natividad de Nuestra Señora, empiezo en su nombre, a hacer lo que Vuestra Paternidad me manda y a pensar y considerar delante del Señor todos los años de mi vida en amargura de mi alma, pues todos los hallo gastados mal, y así me alegro 16 de hacer memoria de ellos, para confundirme en la divina presencia y pedir a Dios gracia para llorarlos, y acordarme de sus misericordias y beneficios (Cap. i) 15 Afecto 22 en la edición de 1962. Afecto 23 en edición 1968, ambas editadas por Darío Achury Valenzuela. En la edición de Achury Valenzuela: “Y así me aterro”. En la edición de la biblioteca Ayacucho: “y así me alegro”, fiel al manuscrito original. Esto hace pensar en la necesidad de auscultar sobre otros cambios esenciales en el sentido de su escritura. 16 Fonseca 44 Nos invita a asistir al momento en que como Abadesa convoca a la Virgen María, para empezar en su nombre, sosteniendo sus actos externos con los símbolos de la vida espiritual: En la Misa del día se lee de la carta a los Romanos: Sabemos también nosotros que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos, digo que él ha llamado según su decreto para ser santos 17. Pues a los que Él tiene especialmente previstos, también los predestinó (…) Y a estos que ha predestinado, también los ha llamado, también los ha justificado; y a los que ha justificado, también los ha glorificado (Romanos 8, 28-30) En el Salmo 12 que expresa “los sentimientos de un alma atribulada, que con firme esperanza recurre a Dios” culmina exclamado: “los que me atribulan saltarán de gozo si me ven vacilar. Pero yo tengo puesta mi confianza en tu misericordia. –Mi corazón saltará de júbilo por la salvación que me vendrá de Ti: cantaré al Señor, bienhechor mío, y haré resonar con himnos de alabanza el nombre del Señor Altísimo” (Salmo 12, 5-6) La confianza plena en haber sido elegida, predestinada para ser santa y el convencimiento en la salvación y en la justificación divina la conducen a alegrarse (no aterrarse) de hacer memoria de sus días delante del Señor y desde allí alabar el nombre de su Dios. En obediencia a la orden de su confesor- director espiritual que ostenta la responsabilidad de la evangelización y la búsqueda de la pureza del alma de sí mismo y las de las almas que le han sido confiadas, entre ellas la de Francisca. Después de su dolorosísima experiencia de juicio en su contra, en el Capítulo de culpas (Cap. xxvii), escribe, interroga, denuncia, responde. Pero no trae vicario, ni notario, ni a la comunidad. Su auto será su propia consideración de los años de su vida “delante del Señor” como testigo. Se alegra de hacer memoria de ellos, para confundirse en 17 A los que Dios ha predestinado “ab aeterno” y después ha llamado a la fe y finalmente ha santificado con su gracia” (Biblia,878) Fonseca 45 la Divina Presencia y para dejar desde un principio el fundamento de su Vida y escritura: el Dios de la Iglesia Católica. Esta alegría, a pesar de todo el dolor que trasuda en la escritura será su himno de alabanza, su auto de denuncia y la defensa en la más alta indefensión. El primer capítulo es el cumplimiento de “la justificación” que ordena el Concilio pues no es “lícito a persona alguna quebrantar, o contradecir temerariamente”, usurpar la palabra del profeta en el sentido de que Dios le habla, porque “si alguno presumiere atentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente”18. Ella lo comprende, se apropia de la palabra del exégeta y hablará “delante del Señor”. Parece conocer que se ha decretado, “con el fin de contener los ingenios insolentes”, que “ninguno fiado en su propia sabiduría, se atreva a interpretar la sagrada Escritura en cosas pertenecientes a la fe” y a las costumbres. Cuando la Monja Del Castillo se atreve a escribir, la energía pulsional y la fantasía del primer contacto en la voz de su madre con la escritura de Teresa de Ávila mueve sus textos. Nuestra escritora que busca incansablemente “sersanta”,es decir unir esencialmente su ser y su deseo de perfección bajo una guía y principios espirituales, es como todos, un sujeto hablante que habita el lenguaje como lo plantea Jean-Michel Rabaté (2007), coincidiendo con Spivak (2010) y, está sumergida, incluso antes del nacimiento en un mundo de efectos lingüísticos que determinan el destino de las personas, desde los nombres y apellidos, como se verá más adelante, hasta los más secretos síntomas corporales, que, a la vez son inexplicables en su totalidad porque corresponden al inconsciente, o en términos lacanianos, al discurso del Otro. Implica, que una mirada interpretativa del texto místico de la monja Francisca Josefa de la Concepción, debe re-articular la representación cultural sobre la mujer de la colonia: la virtud, la concupiscencia o el pecado de la carne, la norma y el exceso, la transgresión y lo prohibido de 18 Bula convocatoria del Concilio de Trento, 22 mayo 1542 Fonseca 46 la cultura, que circulaban como formas de representación y de prácticas sociales cotidianas en el curso de las últimas décadas del siglo XVII y la primera mitad del Siglo XVIII. Su experiencia es la “experiencia del lenguaje como discurso viviente” es un “complejo enredo de habla y escritura” (Rabaté 15-16). A pesar de la soledad y el encierro de la casa familiar y luego de clausura conventual, se da lugar a la recíproca relación de dos personas que interactúan a través del lenguaje: madre-hija, hija-progenitor, religiosa-confesor y, más tarde: religiosa-visitantes devotos del convento, religiosa-lectores… comprometidos por cierto pacto: uno habla, otro escucha en silencio las voces de la búsqueda de la “resolución de dificultades personales” (15) o de “transformación de ciertas situaciones inhibitorias”(16). Desde las palabras inaugurales de su cuaderno en donde relata Su Vida se plantean las herramientas para una plausible lectura de los textos de la Madre del Castillo: el calendario litúrgico, el martirologio que marca la fecha y la meditación diaria, el mandato del confesor, su obediencia, bajo la influencia franciscana (de su orden religiosa), jesuita (los Ejercicios Espirituales y sus confesores de la Compañía de Jesús) y carmelitana (Teresa de Jesús) y la consideración de la propia vida desde lo que se ha hecho mal según el código moral cristiano y la omnipresencia de la divinidad. Es un engranaje ideológico que prefigura un sujeto femenino al borde de la aniquilación. En este momento es menos ingenua que a sus 19 años cuando inició el escrito de sus Afectos Espirituales, es más sabia y hábil: se apoya en la natividad de una mujer, en los logros de otras (las religiosas que admira e imita) y en las órdenes de sus confesores para recuperar la soberanía de su propia vida. Es el tiempo de dar la batalla final transformando las fuerzas que Fonseca 47 habían utilizado contra ella en su propio beneficio, diciendo con voz velada y clara, una verdad sobre su tiempo, las mujeres y la religiosidad de la época. La escritura de la obra literaria de la Madre del Castillo, si la calificamos desde una teoría del género, funciona como un equivalente del silencio poético, como lo inaudible de la letra y el goce y de lo que no se deja decir, de lo que no se deja mencionar, que se toca todo el tiempo, y cito a Irigaray: “La mujer goza de algo tan próximo que ella no puede tenerlo ni tenerse. Ella se intercambia a sí misma incesantemente con el otro, sin identificación posible de uno o el otro” (12). Ese debe ser el goce del texto que no puede ser capturado por la red de un discurso porque el cuerpo de esa escritura es absolutamente resbaladizo, es un texto impregnado de voces y del arrobamiento nocturno de la mujer que no permanece en el encierro silenciado, sino que da rienda suelta a su amor, a su experiencia de perderse-fundirse en la simplicidad del Ser Divino. Es, dentro de la distinción que plantea Lacan en 1692, entre el placer y el goce según el cual éste reside en “el intento permanente de exceder los límites del principio del placer”, se sostiene “en la obediencia del sujeto a un mandato, sean cuales fueren su forma y su contenido, lo que lo lleva a abandonar lo que hay allí de su deseo, a destruirse en la sumisión al Otro (gran otro)” (Roudinesco 415). Es la afirmación del sujeto hablante, el goce femenino como un fluido encuentro con otro, como la experiencia vital del conocimiento humano en la convicción de irse constituyendo como “sersanta” en medio de pliegues, repliegues que muestran y que esconden. Así dice Irigaray: Nuestro sexo no postula ni lo uno ni lo mismo, ni la reproducción ni aún la representación. Permaneciendo en el flujo, sin congelarlo jamás. Sin helarlo. ¿Cómo hacer pasar esa corriente por las palabras? Múltiple. Sin causas, sentidos, cualidades simples. Y sin embargo imposible de descomponer. Estos movimientos que no se describen mediante el Fonseca 48 recorrido desde un punto de origen hasta un fin. Estos ríos, sin mar único y definitivo. Estos arroyos sin orillas persistentes. Este cuerpo sin bordes detenidos. Esta movilidad incesante. Esta vida. Lo que tal vez llamen nuestras agitaciones, nuestras locuras, nuestros engaños o nuestras mentiras. A tal punto todo esto es ajeno a quien pretende fundarse sobre lo sólido. Entre nosotras no se impone lo duro. Conocemos suficientemente los contornos de nuestros cuerpos para amar la fluidez. Nuestra densidad prescinde de filos, de rigidez. Nuestro deseo no busca lo cadavérico (205). Es el lenguaje de la defensa, de la autoafirmación que sinuosamente expresa los movimientos de la experiencia integral de la que habla Panikkar en la mística: cuerpo, alma, espíritu a través de un lenguaje vivo, profundo que se agita en sus propias locuras. 2.1 La voz maternal de la lectura y el paso por la escritura. Muy probablemente alrededor del año 1675, en la hacienda cercana a Tunja, doña María de Guevara Niño y Rojas en ejercicio maternal coloca a su hija en el umbral del mundo de las primeras letras. Entrada que se convertirá en un paso más allá de la vida y un encuentro con el silencio de la muerte: la escritura como salvación en su dimensión mística-mítica. La vidamuerte auto-engendrándose, rostros relampagueantes sobre la concavidad del mismo espejo. Para las mujeres que habitaron aquel territorio cultural, donde el convento no era un lugar tan privado, distante del mundo social sino donde se ventilaban los problemas de la ciudad, la oportunidad de aprender a leer y a escribir estaba atravesada por el imaginario de la valoración religiosa- diabólica que se le había atribuido al acto de escribir cuando contravenía los cánones estipulados por el Concilio de Trento, los cánones de rigidez propios de la cultura falocéntrica. Fonseca 49 La escritura como simbólica determinada por la imagen del bien y del mal, podía constituirse en condena o salvación, generaba maldición o bendición, propiciatoria de la unión con Dios o de la tentación diabólica. Su aprendizaje se ungía de perplejidad, ruta de lo inefable, de lo indecible, porque constituía una especie de “vía rupta”, la apertura de una posibilidad imprevista y de exploración de la interioridad psíquica. Ruta prohibida y poco accesible a quienes pertenecían a los márgenes sociales de la ciudad, a quienes pertenecían al género femenino: Leía mi madre los libros de santa Teresa de Jesús, y sus Fundaciones, y a mí me daba un tan grande deseo de ser como una de aquellas monjas, que procuraba hacer alguna penitencia, rezar algunas devociones, aunque duraba poco. (cap. i) Así llegué a los ocho o nueve años, en que entró en casa de mis padres el entretenimiento o peste de las almas con los libros de comedias, y luego mi mal natural se inclinó a ellos, de modo que sin que nadie me enseñara aprendí a leer, porque a mi madre le había dado una enfermedad, que le duró dos o tres años, y en este tiempo no pudo proseguir el enseñarme, y me había dejado solo conociendo las letras. Yo, pues, llevada de aquel vano y dañoso entretenimiento, pasaba en él muchos ratos y bebía aquel veneno, con el engaño de pensar que no era pecado. (Cap. ii) El testimonio, como metáfora de mirar de pie, la monja como testigo, da acceso a la representación del mundo de la mujer “privilegiada” que posee los medios culturales para darse el tiempo necesario y el deseo de aprender a leer y escribir, teniendo a su disposición los libros que refuerzan su posición de clase. Doña María transmite oralmente el legado lector de otra mujer: Teresa de Cepeda y Ahumada (1515-1582), a su hija Francisca Josefa. Participa con ella de la difusión y de la herencia de la religiosa escritora de la Comunidad de las Carmelitas Descalzas, Teresa de Jesús, canonizada por Gregorio XV en 1622 y, la prepara para la lectura del Oficio Divino en el coro conventual. De ésta Santa escritora española, se divulgó muy pronto El Fonseca 50 Libro de la Vida (1579) y documentos que dan fe de experiencias místicas y fundacionales, redactados por orden de sus confesores. Como lo enuncia Eduardo Müller (1997), cuando alguien leía para sí en la intimidad, al igual que si leía para otros, lo hacía en voz alta porque siempre esa lectura iba dirigida a alguien (Diario La Nación de Buenos Aires). La madre-lectora con su habla y su voz, lee para otra lectora, comprometiendo “su cuerpo para que el texto rebote, resuene en su voz” a través de “tonos, pausas, intensidades, vibraciones y hasta actos fallidos” que le agregan una textura al texto19. La progenitora de Francisca Josefa del Castillo, desde su comarca oral y, a través de la voz y de la enseñanza afectiva del misterio y la magia que regalan las primeras letras, estremece el oído infantil de su hija. Lo musicaliza, con los efectos sonoros de la lectura en voz alta, redimensionando el deseo de aprendizaje y potenciando su competencia gramatical para identificar palabras, frases y oraciones en la escritura de la página. Así abre las puertas del mundo pulsional de la lectura a la niña, desde la intimidad y la ternura del hogar, a lo que Mauricio Martín del Blanco (1975) refiriéndose a los escritos teresianos 20 llama: “los libros que no son libros” sino más bien “vivencias, resonancias palpitantes de lo que va sucediendo en una vida en su relación con Dios y en sus relaciones con los hombres” (58). Francisca Josefa en el capítulo I de Su Vida alude a una lectura en voz alta donde la voz produce afectación, exaltación, goce, placer y conflictos psíquicos, de modo que lo corp-oral 19 “Es conocido el desconcierto, la sorpresa de San Agustín cuando descubre a San Ambrosio leyendo con la boca cerrada. Dice San Agustín: "...pero cuando estaba leyendo, sus ojos se deslizaban sobre las páginas y su corazón buscaba el sentido, más su voz y su lengua estaban quedas". San Agustín nunca había visto algo así. Hasta San Ambrosio, la lectura había estado determinada por su sociabilidad” En: Müller, Eduardo. La voz de la lectura. Para LA NACIÓN - Buenos Aires, 1997 http://www.lanacion.com.ar 20 (Martín Del Blanco) Fonseca 51 sensible, el gesto y la palabra a los que la niña presta atención, también los experimenta su padre en otro escenario pues “se estaba oyendo(la) leer algún libro espiritual” (VII) en el umbral de la puerta de su cuarto antes de retirarse a descansar. El libro que doña María coloca ante los ojos y los oídos de su hija, produciendo el goce de la afectación es el de Las Fundaciones de Santa Teresa de Jesús. Marcará un derrotero, una búsqueda y unos encuentros; es decir, un destino, un peregrinaje, un martirio: la lucha del encuentro divino con Dios. Será la propuesta para alcanzar con todas sus fuerzas una vida cristiana perfecta, continuar el camino de la perfección y marginarse del yugo de la mujer atada a la voluntad de un hombre y a la maternidad in- interrumpida. El momento maternal de la iniciación de la hija en el goce y el placer por la lecturaescritura. La inclinará hacia el poder de la ensoñación por otros mundos y al diálogo “con los ausentes”, a través de la escucha de sus voces, de los signos gráficos de los libros y de los íconos de la pintura de la época. Es la enigmática pulsión que busca el susurro de la voz de la madre sobre la letra que lo antecedió. El murmullo que llegó a sus oídos infantiles bajo la metáfora de la voz, como lugar del goce. Es un estado anterior al proceso de la escritura y de Los Afectos Espirituales a los 20 años de Vida, dos años después de iniciar su vida religiosa y, de Su Vida, que según Achury Valenzuela empieza a escribir cuando tiene 41 años (Achury.1968. ccv, ccix). Las lecturas que realiza la madre de Francisca tejen una manera de vivir la vida y manejar el tiempo. La niña escucha con atención e intriga a la madre mientras se despierta en ella el “gran deseo de ser como una de aquellas monjas” imitar la vida ejemplar que la conducen poco a poco a “hacer alguna penitencia y rezar algunas devociones aunque duraba poco”. Ese libro con letras y palabras trazadas, deja plasmadas impresiones de experiencias rememorativas. Mientras brotan en la voz de su madre objetos fosforescentes que entrelazan aprobaciones y prohibiciones, que Fonseca 52 producen demandas de deseo y de saber, que despiertan el goce por descubrir su cuerpo en otros cuerpos y, otros cuerpos, en su cuerpo abierto a la resonancia del mundo de la lectura, recibe de su tío sacerdote el consejo para que se haga monja (Cap. i) “Mi deseo era ser carmelita, pareciéndome que allí no había más que, como la madre santa Teresa dejó sus conventos, entrar y morir a todo, y vivir para Dios, unidas en caridad” (Cap. x). Ser carmelita, es ser como Teresa de Ávila, santa, escritora, famosa. Es habitar la Ciudad de Dios eternamente. Ha querido volar hacia el paraíso prometido, ha puesto todo su fervor, ha agudizado su percepción y ha elevado su profunda capacidad de afecto para aferrarse obstinadamente a una práctica religiosa que no le duerma “los oídos para entender el habla del alma o percibir el sonido de sus propios ritmos internos” (Pinkola. Los lobos 27) Aunque temerosa y temblorosa, necesitada de protección y vacilante, se mantiene en continuo movimiento. A pesar de sentirse humillada, ansiosa, horrorizada, se levanta con dignidad, sigue conservando su conciencia y su capacidad creativa afincada en el amor hacia el gran Otro-Dios y, escribe. Con la polifonía semántica de las palabras que hacen presente el simbolismo religioso cristiano, llegan a la mente de las dos mujeres (madre e hija) imágenes, acciones, personajes de las sagradas escrituras. Re-suena la historia de la Iglesia, de la lejana – y a la vez cercanaEspaña, patria de origen de su padre y de las generaciones anteriores de sus progenitores; patria del Rey-Dios que las gobierna, patria de aquella atractiva santa “de Jesús”, de Ávila, reformadora Carmelita Descalza. Así, ellas pudieron vivir en el imaginario de los libros lo que en la realidad cotidiana de Tunja no era posible: una vida diferente a la que las circunstancias del contexto les había ofrecido. Las une el deseo de leer-poner aceite a la lámpara, de leer-explorar Fonseca 53 nuevos caminos. Así Francisca Josefa permanecerá sujeta de esta manera a su progenitora, sin saberlo. 2.2 Los ecos de la voz materna en la intimidad del claustro. Desde la palabra-voz educadora de su madre, doña María de Guevara Niño y Rojas, se entera de la existencia de una doncella: Teresa de Cepeda y Ahumada – Teresa de Ávila- que habiendo hecho voto perpetuo de clausura, como lo hicieran otras mujeres de la familia del Castillo y Guevara y Niño Rojas, sus tías y luego sus sobrinas, también promete a Dios pobreza, obediencia y castidad. Esta famosa mujer-religiosa-escritora-reformadora de quien se divulgan sus obras y ha sido proclamada Santa. Fundó monasterios, como lo haría en 1573 su tía doña Juana Macías y Figueroa, gracias al acuerdo con su esposo don Francisco Salguero, encomendero de Mongua 21: el Convento Real de Santa Clara dedicado a la clausura de jóvenes doncellas, respondiendo a necesidades más de tipo social que religiosas. (Jaramillo de Zuleta. La Orden de Santa Clara 1998 6-7). Como la plegaria de las monjas, ante todo de las vírgenes, se consideraba especialmente pura, ejemplar, debían practicar la abstinencia sexual obligándolas al aislamiento riguroso del mundo exterior. Sin embargo los monasterios femeninos se encontraban y aún se encuentran en dependencia constante de los clérigos masculinos externos en las prácticas esenciales de la fe cristiana (confesión, celebración de la eucaristía y comunión). En un intento de reprimir, evitar la caída en la tentación del pecado y de romper el voto de castidad, la vida del convento se organiza de una manera clara y verticalmente reglamentada, tanto en los espacios, como en las 21 Mongua es un municipio colombiano ubicado en la provincia de Sugamuxi en el departamento de Boyacá. Está situado a unos 55 km de la ciudad de Tunja, capital del departamento. Fonseca 54 disposiciones y comportamientos expresadas en las Constituciones de cada una de las órdenes religiosas. (Kristina Krüger,. 2007: 260-261) Dentro de las funciones sociales de estas instituciones femeninas, se mantenían las que habían nacido en Europa ente los siglos IX y X, según lo estudia Krüger, en cuanto que “permitían a la nobleza mantener a sus hijas no primogénitas dentro de su status social al tiempo que se aseguraba que no pudieran tener descendencia legítima” que heredara sus riquezas. Los conventos permanecían “ muy vinculados a la familia fundadora, de la que solía provenir la abadesa así como el administrador, un secular cuya función consistía en proteger al convento y representarlo en cuestiones legales” (260). Igualmente dieron albergue y protección a damas prominentes que deseaban el retiro religioso para la vejez. La anciana madre de la Abadesa Francisca Josefa de la Concepción pasará sus últimos días ciega y tullida, dependiendo del cuidado y los trabajos de su hija en el convento “recibiendo el hábito y profesión como se hace en artículo de muerte”. Su experiencia no solo le permitirá atender a su madre como enfermera, sino que le reforzará en la decisión que tomó como religiosa al constatar “lo poco o nada que son los bienes del mundo”, la soledad y la pobreza en que una mujer-viuda puede terminar sus años. Esto la llevará a hacerse más consciente “de sus trabajos” y la conducirá más profundamente por su camino de la experiencia mística. (Cap. xvi) La vida diaria conventual se articula al ritmo de la Liturgia de las Horas y en los fragmentos de tiempo entre las horas del Oficio Divino 22, se dedican al trabajo, al recogimiento 22 Los hebreos dividían el día en doce horas, repartidas en cuatro partes desde la salida del sol hasta su ocaso; (…) La hora de prima comenzaba al Salir el sol y duraba hasta eso de las nueve. Entonces comenzaba la tercia hasta el mediodía, en que principiaba la hora de sexta; y a eso de las tres, o cuando el sol comenzaba a estar más cerca del ocaso que del medio día, principiaba la hora de nona, la cual duraba hasta que se había puesto o iba a ponerse el sol. En cada una de estas partes del día solía ofrecerse un sacrificio en el Templo, y se oraba. La noche la dividían igualmente en cuatro partes, a las cuales llamaban vigilias, aludiendo a las vigilias o velas de los centinelas en los Fonseca 55 personal, la limpieza y organización del monasterio. La libertad de movimiento estaba condicionada a las diversas actividades programadas a lo largo del día. Los trabajos habituales eran de manualidades, cocina y huerta. El calendario que se vive es el del martirologio, es el tiempo religioso del Año Cristiano o Ejercicios Devotos para todos los días del año (1859) que contiene “la explicación del misterio o la vida del santo de cada día, algunas reflexiones sobre la epístola y una meditación sobre el evangelio de la Misa, con algunos ejercicios prácticos de devoción a propósito para toda clase de personas”, aumentada y adornada con láminas sacras. Igualmente, en el espacio físico conventual se da lugar a las esculturas y las imágenes que “servían para ilustrar, comprender e incluso vivificar determinados conceptos teológicos, utilizándolas como medio de interpretación de la historia de la salvación” (Krüger 268) y como medio de evangelización para las monjas y laicos que no sabían leer y escribir, como lo declara el Concilios de Trento. 2.3 La lectura: manzana de la discordia En la tradición de las culturas del libro, y en el imaginario de la quema de obras, porque atentan contra los dogmas de la religión, la lectura se presenta como la “manzana de la discordia”. Se obliga a leer siguiendo la letra del dogma, del canon, de la censura y de la prohibición. Según lo ha estudiado Irving Leonard (1896) en Los libros de la conquista, durante esta época se tuvo el acceso al Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo, a Tirante el ejércitos o plazas; o a las de los pastores en sus rebaños, o a los levitas en el templo. Hora muchas veces es lo mismo que ocasión, tiempo. En: Diccionario de la Sagrada Biblia. 1878. P. El día de comunidad de las clarisas empieza a las 4 am y termina a las 12 de la noche. Las horas de la Liturgia que se rezan son: Prima, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El tiempo de descanso personal es el que transcurre entre la media noche y las 4 de la madrugada. Fonseca 56 Blanco, El Caballero de Cifar, Sergas de Esplandiall, Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha además de El Castillo Interior o Las moradas de Santa teresa (12-118). Uno que otro leyó la monja del Castillo, porque habían escapado al control aduanero, beneficiaban el comercio ilícito del momento y porque la posición de privilegio social de su familia podía facilitarlo. Nuestra escritora se defiende de “la peste de las almas”- los libros de comedias-, de ese saber “pagano”, prohibido, diabólico y amenazante para alcanzar la sabiduría divina con la que “Nuestro Señor” le da a través del “amor y conocimiento de los muchos y grandes santos que había en esta santa religión” (Cap x). Así permite vislumbrar la articulación de pensamientos y sentimientos escondidos tras las capas del salterio, del devocionario, del recuerdo, la rememoración de la vivencia secreta, de la oración, la lucha y los desvelos de la religiosa clarisa colonial. Corrobora la Madre del Castillo que el gusto por la lectura no se limitó al devocionario, al santoral y a las obras de Santa Teresa de Jesús. Según ella misma su gusto por la lecturas se manifestó “a los ocho o nueve años, en que entró en casa de (sus) padres el entretenimiento o peste de las almas con los libros de comedias” (Cap. ii). Estos calificativos provienen de los sermones de la época y de los consejos de los confesores: “yo creí ser el enemigo que a aquello me incitaba, y lo dejé; aunque todos decían no era pecado leer aquellas cosas, yo le pregunté al padre con quien me confesaba, y me respondió: “no es pecado, pero muchos no estuvieran en infierno, si no hubiera comedias”; era el padre Pedro García. (Cap. iii) La vivencia de la acción discursiva, efecto de la lectura, la experimentó desde niña. El acceso al Oficio Divino en latín, favoreció su entusiasmo religioso y las actuaciones interpretativas que poseen y despliegan las hablantes- escribientes. Las mismas interpretaciones Fonseca 57 que produce lo que al leer entiende, sobrepasan la literalidad de la escritura y sus actos de hablaescritura se enriquecen con el silencio que la lectura y la liturgia y la clausura exigen. Descubre que la lectura requiere soledad y que esa soledad es un encuentro consigo misma y el camino hacia Dios. Por el camino de la lectura-escritura descubre lo transcendente, lo que hay de silencio en el universo, lo que hay de omnipotencia divina: el poder de la imagen del creador nombrando el mundo de las cosas aparta las tinieblas de la luz. Estaba, como lo expresa Stefan Bollmann (2008), al igual que otras escritoras en condiciones semejantes, ávida del sentimiento de re-encuentro consigo misma y de la admiración que provocan los libros y la lectura (Una historia ilustrada de la lectura desde el siglo XIII hasta el siglo XXI). Lo que ella anhelaba “era el placer de experimentar su propia agitación” pulsional porque esa experiencia le “proporcionaba una conciencia nueva y placentera” de sí misma frente al “mero cumplimiento de los roles sociales que le habían sido asignados” y que jamás le podrían hacer sentir (30) la exploración de su “libertad creativa” (37). Aun cuando estuviese poblada de miedos, de demonios, no sólo de voces celestiales y divinas, aprendió con el esfuerzo de la meditación, de la observación y la escucha (como Teresa de Ávila) sin la intervención de otro diferente a Dios “ el latín, como si lo hubiera estudiado, aunque ni aun lo sabía leer bien; mas eran tan a medida de las aflicciones y desconsuelos que padecía las cosas que entendía en los salmos, y las imprimían tan dentro de (su) alma, que no podía cerrar los oídos a ellas, aunque quisiera”. (Cap viii) Quién dice qué, desde dónde lo dice, cómo lo dice, cuándo y a quién se lo dice, son aspectos importantes –entre otros- para vehiculizar el sentido que pretende una acción enunciativa cuando un ser hablante se interpela o es interpelado. Esta acción enunciativadiscursiva no solo cumple funciones socio-culturales, sino que hace parte de la enciclopedia Fonseca 58 simbólica de un sujeto humano. Cuando hablamos agenciamos deseos, intencionalidades y ejercitamos acciones de dominio hacia quienes exigimos escuchar para comunicarnos, para transmitir lo que sentimos y pensamos. Y, los rodeos, las interferencias, los lapsus, se manifiestan como una sintomatología de nuestra vida individual, grupal o colectiva. Dime cómo hablas y te diré cómo amas, como sufres, cómo piensas; cuáles son tus sueños y tus utopías; qué ocultas y qué manifiestas debajo de tal máscara cuando te presentas como personaje en el teatro del mundo. 2.4 Entre la obediencia y la transgresión: “Llorar sobre el tintero” Corre el año 1713 (Castillo). La Madre Francisca Josefa de la Concepción del Castillo de Guevara y Niño Rojas, a sus cuarenta y cinco años de edad, por primera vez, y desde hace un poco más de un año, ejerce como Abadesa 23 del Real Convento de Santa Clara de Tunja. Sobre la mesa de trabajo de su celda, reposan hojas en blanco, su pluma y el tintero. Con ellos, el vacío limitado por las márgenes y la urgencia de cumplir un mandato: transformar ese espacio en blanco y silente, reducido por las márgenes, en la escucha de los dogmas y la reiterada orden 3. La Pasión de Cristo. Detalle de los confesores, uno de ellos el Padre Diego 23 Robledo, Ángela I. (2007) Fonseca 59 de Tapia (Achury p. xc) a quien dirige sus escritos, otro ejercicio penitencial de escritura: el de Su Vida. Ella que no es letrada como sus Directores Espirituales 24; ella, a quien solo se permite la lectura literal y que en su identificación con los personajes del martirologio se inició en la búsqueda y conquista de su cuerpo, de su sensibilidad para alcanzar la santidad; ella que posiblemente conoce de la sumisión a que fue sometida Sor Juana Inés de la Cruz… Ella, debe también cumplir con un mandato: la escritura de su experiencia religiosa y el relato de Su Vida. ¿Cómo hablar de sí misma? ¿Con qué palabras enunciar el secreto de su reverberación en las hondonadas de su mundo de mujer, la llamada a entrar en comunión con Dios? Esas voces que hacen eco en sus extrañas, que la invaden pasan por el corazón y producen movimientos imperceptibles y estremecimientos cósmicos sobre la ruta del camino de perfección. El hablar no le ahorrará el dolor de su auto-descubrimiento, la conciencia del saber que se escapa. ¿Cómo expresar el conocimiento del “Sumo Bien” para su alma, de su Dios? “El pálpito del corazón”: su sentir, su goce, su dolor, no encuentra en el lenguaje humano-masculino términos capaces de explicarlo. No hay voces, ni términos que puedan hacerlo, aun así debe hacerlo atendiendo a los cánones de la Iglesia Católica. Será su perenne lucha con la escritura, su constante búsqueda de construcción a su propio ritmo en medio del ritmo patriarcal. Re-cae en el lenguaje, esta condición hablante que pone en falta su ser, pero que debe pasar por la palabra. Se enfrenta con lo indecible del silencio. La alegoría del cóndor en su “condoridad” metaforiza su altura, su visión desde lo alto, su alegría sublime. La palabra será el 24 De los once sacerdotes que refiere como sus confesores y directores espirituales Achury Valenzuela en el prólogo de las Obras Completas (1968.p. LXI-C). José del Rey Fajardo, S.J. (2006) confirma sobre su vida intelectual como profesores de filosofía, de gramática y de retórica. Fonseca 60 espejo que devuelva la imagen de la identidad, sin ser ella, le da la yoidad anticipada que desea, como un ejercicio hermenéutico de ocultamiento y develamiento. Pasar la imagen, la emoción, el sentimiento, el conocimiento, el cuerpo, lo prohibido, por la palabra es su posibilidad de decirlo todo, la posibilidad de no decir nada. Es también la posibilidad de quedar dando vueltas en la palabra vacía. Confesar, decir en confesión, escribir, significar lo que no sabe que es, lo que le ha sido negado es su condicióncondicionante, o mejor, estructural-estructurante de lo que desea ser, de lo que viene siendo. Me hacía y he hecho esta cuenta: aunque por la misericordia de Dios no me remuerde la conciencia, mas qué sé yo si me engaña el amor propio, teniendo tanto, más fácil y más creíble es que yo me engañe, que no tantas que veo cómo sirven a Dios, etc. Estas y otras causas he tenido, así de solicitar siempre algún padre que me guíe y enseñe. (Cap. xii) No bastaron estas cosas y otras muchas para que fiara del todo en una tan grande benignidad, y amara del todo a un tan buen Señor, antes prevalecieron las yerbas viles de desconfianza y tibieza que el enemigo sembró en mi amor propio; ni bastó otro modo de aviso en medio de aquella luz, que dije recibí a aquel tiempo, éste era repetirse continuamente entre mí estas palabras: Pobre, sola, despreciada y simple (Cap. xiii). Es también ese “amor propio” que, como consigna muda la ha puesto frente a la hoja en blanco para deslizar en ella y a través de ella, hasta el oído del otro, su desciframiento, los hechos que ha logrado escuchar, el mundo que ha logrado comprender-construir. En cada folio grabará con tinta su confesión sacramental a la que está obligada por derecho canónico al menos “una vez al mes”, en él dejará impresa con su puño y letra la “acusación secreta de sus pecados, delante de su sacerdote propio, para que la absuelva dellos” y dirá “las causas, aunque no todas, de sus temores (cap. xiii). Mas ella conoce y debe confesar que la sensibilidad de (su) corazón, en las afrentas que ha pasado se profundizan por “su amor propio, soberbia y vanidad” (Cap. xii) Fonseca 61 Ha realizado un voto de silencio que se rompe por mandato del jerarca de la iglesia, ha hecho un voto de pobreza y en su celda alberga joyas y reales 25(carta; ha perpetuado un voto de humildad que la obliga a doblegarse a los dogmas de la iglesia y a los mandatos de sus confesores por encima de su amor propio. O es, como lo señala Peter Dronke (1995) a propósito de la mártir Perpetua (Cartago ¿?- 203) “¿es esta elaborada denigración de sí misma y de su sexo un mecanismo sutil de autoafirmación?” (60) Ella no relata los días de alegría, las festividades y celebraciones con motivo de las fiestas religiosas y/o las que se acostumbraban en el momento de cambio de Abadesa… Su obediencia y su confesión la llevan a ahondar en el dolor, en el pecado. Enuncia y allí ancla su deseo de ser; allí se abre a la creencia justificada como verdad. “Se ha hecho una cuenta” (XII) de lo que escucha, ve y siente, pero al pasar por la letra –huella y marca del deseo de ser- le atribuye un significante a la falta en ser constitutiva de lo humano y que se ha querido atribuir a ella en su condición genérica de mujer. ¿Es acaso la escritura la posibilidad de ser, la posibilidad de apostar futuro, es decir, ser en tanto será sujeto (logrando su deseo de “sersanta” y reconocida por su Dios y por los hombres a pesar del claustro lejano de Tunja)? Más el significado está perdido pues es una construcción en el vacío, en la falta que se le atribuye, en la negación que se le confirma, en la imagen, en el sonido, en el malentendido que llena una carencia que es y que resiste, pero que la constituye. Para evitar el auto-engaño del que puede ser acusada por sus confesores, nacido del cuerpo pulsional, del conflicto genérico al asumirse como mujer; interrumpe su silencio sabiendo 25 “es el caso que del procedido de unas renticas que me dejaron mi padre y tío, están hoy en mi poder quinientos pesos, porque como lo que yo gasto en mí es tan poco o tan nada, se han hecho de los réditos estos reales que digo, que tengo en la celda, como si tuviera una serpiente.” Séptima carta. Once Junio 1741. Al Vicario. (Robledo Ángela Inés. 2007. P30 Fonseca 62 que ni él ni la palabra que exprese hará cesar su dolor. Se compara con otras que sirven a Dios, no se arrepiente de sí misma, pero solicita “algún padre que (la) guíe y le enseñe” (Cap. ) para sentirse más segura y menos vulnerable, ¿o para cubrir su búsqueda de libertad, menos reducida que con la “santa ignorancia” o la vida de hogar y maternidad en el asfixiante espacio del hogar? Se confiesa “Pobre, sola, despreciada y simple”, sabiendo que entró como religiosa de velo negro (las más altas dotes económicas del convento y posición de privilegio): En trece de Mayo del año 1692 años, la Madre María de San Gabriel Abadesa en este Real Convento de Nuestra Madre Santa Clara de Tunja, mandó llamar a capítulo a son de campaña tañida, como lo habemos de uso y costumbre a todas las religiosas de dicho convento y estando juntas, las propuso como doña Francisca del Castillo, hija legítima de don Francisco del Castillo, difunto y de doña María de Guevara, la recibiesen por monja de velo negro y se le diese el hábito, por gracia que V.S. Ilustrísima le hizo que la recibiésemos por mil quinientos pesos fijamente en fincas e impuestos y todas unánimes y conformes, la recibieron con mucho gusto, atenta a la virtud y ejemplar vida, con que será muy útil e importante, RELIGIOSA con que para su efecto no falta más, que la licencia de VS. Ilustrísima que humildes pedimos nos conceda, fecha en Tunja, a trece de Mayo de mil seiscientos y noventa y dos años. (Firmadas) María de San Gabriel. Catalina de San Bernardo. Antonia de Jesús. Paula de San Ignacio. María de la Encarnación. Juana de Santa Isabel. Elena de San Antonio. María de Santo Tomás. Con acuerdo de este capítulo, María del Niño Jesús”. Documento citado en la aseguración de la dote de Sor Francisca Josefa de la Concepción. Citado por Abril Rojas, Gilberto. Asuntos Divinos (Sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara. Novela. Academia Boyacense de Historia. 2007. P. 2223) “Sola”, aunque cuenta con el apoyo de los confesores, pero “sola” nace, sola se juega la vida, sola muere. “Despreciada”, aunque es abadesa cuatro veces por votación mayoritaria de las hermanas de religión; estigmatizada y calumniada por su relación con sus confesores y por su ejercicio de la lectura-escritura. "Simple”, consciente de que es de las pocas religiosas que sabe leer y acaso la única en su Convento que escribe su vida, gracias a sus especiales encuentros con Fonseca 63 Dios, a las voces y visiones divinas que puede percibir y, al mandato de sus confesores que se constituyen en su escudo y su respaldo para auto-explorarse y expresarse a través de la escritura para afirmarse como sujeto hablante, para “sersanta”. Siguiendo los cánones aceptados y definidos en los diccionarios que circulan en la época, se dedica a Dios en la búsqueda de la santidad desde la seguridad de haber sido escogida por Él (Covarrubias 1611) y (Tesoro de la lengua castellana o española.p.1285). Buscará, como dice el Concilio de Trento en su inicio, el “patrocinio” y la seguridad de estar dentro de “la Doctrina Católica”. Ella se protegerá al amparo del dogma y de aquellos a quienes “Dios ha escogido para sí, principalmente la Santísima Virgen María, los Apóstoles, los Mártyres, los Confessores y Vírgenes, tenidos y admitidos en la Iglesia Católica y (…) a los hombres virtuosos, religiosos, de buena vida y exemplo”. (Covarrubias (1611). Si no ella, sí los confesores sabían que existía el mandato para que “a nadie sea lícito imprimir ni procurar se imprima libro alguno de cosas sagradas, o pertenecientes a la religión, sin nombre de autor (…) si primero no lo examina o aprueba el Ordinario; so pena de excomunión” (Concilio de Trento. Sesión IV 1546). Por esto, en la última hoja del segundo cuaderno, según lo refiere Darío Achury (1968) en Obra Completa “hay una certificación del Padre Diego de Moya, quien la asistió espiritualmente en sus últimos momentos” dando “fe como ocular testigo” que los escribió la Madre Francisca Josefa “por mandato de sus confesores, en su Real Convento de Santa Clara de la ciudad de Tunja” (Volumen I. cxcv). Recibió por gracia divina el conocimiento y la orden se sus confesores, el aval de ellos y la certificación de autenticidad de sus escritos, en nada separados de la doctrina. Podría decirse cumplió aquí con su promesa formulada en dos de los votos de consagración a Dios: obediencia y humildad. Fonseca 64 Asume el Fiat mariano (He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra Lucas 1,38) y empieza a cumplir la nueva tarea asignada por sus confesores: escribir el libro de su Vida. Logra cumplir con un deber velado de defensa: realiza el más decidido acto como sujeto hablante en el silencio del claustro a pesar de que el poder -¿temor? del Concilio ordenaba que “que ninguno en adelante se (atreviera) a valerse en modo alguno de palabras de la Sagrada Escritura, para estos, ni semejantes abusos; que todas las personas que profanen y violenten de este modo la palabra divina, sean reprimidas por los Obispos con las penas de derecho y a su arbitrio” (Decreto sobre la edición y uso de la Sagrada Escritura) Su estrategia de mujer herida y soñadora será la de utilizar contextos en los que no le sea posible al Obispo utilizar su arbitrio, ni a las religiosas enjuiciarla en otro Capítulo. Como la amenaza persiste, ella perseverará en la tarea presentando el texto como si el signo y el pensamiento fueran únicos, uno mismo, pero tejidos con las tramas y las urdimbres de la sensualidad y la fineza de las manos femeninas. La respuesta al mandato de la escritura de Su Vida, aunque es de temor, incluso de desconfianza, también será de protesta, de denuncia. Se ofrecerá “como un yo” que trata de reconstruir algunos hechos y sus acciones: entre ellas, la justificación por su ejercicio escritural en el ambiente-tiempo eterno en el que le correspondió vivir. Todo esto explica la ambivalencia, la tensión y la forma como se van escondiendo con finura, entre pliegues, sus verdaderos temores, sentimientos y dudas en el solitario e incomprensible camino hacia la unión con la Divinidad: la Perfección eterna. En su travesía espiritual y escritural recibió la orden apropiada de utilizar, como lo diría Pinkola (2004 Mujeres que corren 83), “la llave del conocimiento consciente de sí misma”, conservando sus intuiciones naturales en la búsqueda y formulación de sus más profundas y oscuras preguntas. En una elaborada percepción de sí misma, a partir de la auto-denigración Fonseca 65 aprendida y la conciencia de la imposibilidad del saber infinito, busca auto-afirmarse buscando el reconocimiento externo y desde la íntima e inconfesable condición de ser única. Así propicia el paso, tras el dolor, al alivio y a la prohibida satisfacción personal. Tras su acto hablante se desvanece, pero deja el rastro y el efecto de sus afectos. Cuando Sor Francisca escribe, asintiendo su voto de obediencia y fortalecida por la voz del Señor quien dirige su escritura y su voluntad, actúa como una amanuense de Dios corriendo el riesgo de decir “las causas, aunque no todas” (Cap. xiii) de sus temores. Como “sersanta” que busca habitar la Ciudad de Dios debe construirse en la “ciudad de los hombres” constituida por el lenguaje. Padre mío: pues que vuestra paternidad me lo manda, y es voluntad de Nuestro Señor, prosigo hoy, día de San Mateo, diciendo las causas, aunque no todas, de mis temores. Y así, un día, como yo rehusara mucho escribir lo que el padre Francisco me mandaba, me parecía que vía escribirse en el corazón de Nuestro Señor con su misma sangre, aquellos sentimientos que El mismo daba a mi alma, y los afectos que contenían aquellos papeles; aunque por entonces yo no entendí lo que esto significaba. (Cap. xiii) Los sentimientos que experimenta, y que el padre Francisco de Herrera le ordena poner por escrito, son los que dice ver “escribirse en el corazón de Nuestro Señor con su misma sangre”. Escribir con sangre es expresar lo más íntimo, vital, lo más propio del escribiente y, en este caso la mayor intimidad divina., Son los sentimientos y “afectos” de ella como mujer religiosa y esposa de Cristo. Es el mismo Dios quien escribe en su propio corazón lo que ella siente y escribe, expresando la más íntima, profunda y vital unión con Él. Es la profunda, interior y divina apropiación de su experiencia escritural. El texto se entreteje con el mundo de las imágenes y las prédicas de la pasión, del viacrucis y del amor divino. Cristo ha escrito su vida con la sangre derramada y consagrada en la Fonseca 66 Eucaristía y es Él quien da esos sentimientos en el alma de la mujer que se le muestra obediente y rendida a su Amor. Con esto pone al confesor frente a la encrucijada del juicio, no ya de sus afectos, sino de lo que su Dios escribe en su propio corazón y le transmite en los momentos de oración, comunicación íntima y personal. También había tomado Nuestro Señor otro medio para sacarme de aquellas conversaciones, y éste fue, en medio de ellas ver yo a Vuestra Paternidad junto a mí, (no sé si dormida o despierta) reprendiéndome con severidad y caridad, y acordándome de lo que debía a Dios; con esto tomé más horror a aquellas cosas, aunque yo se lo tenía grande, y tanto, que para escribirle a Vuestra Paternidad (que ya había vuelto a Santa Fe) el desconsuelo en que me hallaba; me acuerdo que me puse a llorar sobre el tintero, para mojarlo con las lágrimas que lloraba, porque estaba seco, y temía yo tanto el abrir la celda, ni pedir nada, para no dar lugar a que entraran, que más quise mojarlo con mis lágrimas y escrebir con ellas; cosa que podía hacer con facilidad, por lo mucho que lloraba. (Cap. xvii) Los lectores ubicados en el sitio de los confesores fungimos como testigos-espectadores de la dolorosa y contradictoria lucha interna de la mujer-religiosa-penitente-Abadesa que “por orden de sus confesores” escribe de sus Afectos y luego su Vida a manera de confesión general, que vive la vigilancia y la reprensión también en sueños. El horror que vive frente a los juicios y la persecución de que es objeto en su propio convento. Mojar el tintero con sus lágrimas es el equivalente a la escritura de Dios con su sangre: es dejar la vida en el papel, es poner en él – grabado con los propios, íntimos fluidos personales- el dolor que se calla en un infinito grito silente que desgarra. Es ser santa. Es sentir el dolor de la carne en la escritura: “yo disperté con gran llanto, y por la mañana vi que en las extremidades de los dedos y las uñas tenía señales del fuego; aunque yo esto no pude saber cómo sería. Otra vez, me hallaba en un valle tan dilatado, tan profundo, de una oscuridad tan penosa, cual no se sabe decir ni ponderar” (Cap. ii) Fonseca 67 Esta literatura autobiográfica y testimonial le dará la posibilidad de “decir” lo que no puede decirse, de mostrar sus emociones, sentimientos y afectos, su intimidad revestida por su cuerpo de mujer, recubierta con el hábito de religiosa y los desgarrones de la escritura; las pérdidas de los olvidos y la insistencia del recuerdo doloroso: “Mirad, Señora, mi desnudez, con las manchas de mis culpas he afeado las vestiduras de mi alma. Dadme que me vista de Cristo y de su caridad, para que con ella se borre y quite la multitud de mis pecados, etc”. (Afecto 2) Necesita escribir y ha logrado que sus confesores le den la orden para que lo haga, cubre su cuerpo con el sayal y con el hábito, pero orienta la mirada del lector hacia su desnudez. En este tiempo padecí otra pena horrible, que fue de parecerme que hacía los pecados más horrorosos del mundo, y tales que ahora veo, que sólo la astucia del enemigo podía, con permisión de Dios, por mis culpas, poner apariencia de tales, y turbar y oscurecer la razón; de modo que era como traerme en una rueda de navajas, vendados los ojos sin que a ningún lado tuviera descanso. (Cap. v) Intuye que en su acción de escribir hay fuerzas tormentosas, riesgos, pasos al final del acantilado del dolor de existir, asumidas con plena conciencia, adicional a su decisión hecha pública de ser santa, de ser libre en su interior, ajena a las ataduras de un hombre, a las faenas del hogar y de la dolorosa maternidad física como la de su madre, pero atada a Dios a perpetuidad. Las palabras no aquietan su imaginación ni su deseo corporal, la ponen de frente a su pecado. Tiene razones que se oscurecen ante su imaginación y se confunden en su escritura: poniendo apariencia de pecado, de transgresión a la ley, sus deseos y expresiones naturales. ¿Le parece que “que hacía los pecados más horrorosos del mundo” sin serlos?, o ¿se refiere a su inquieto deseo e imaginación que le era negada, vigilada, orientada? Pero siempre obtendrá la ayuda divina que le confirma y aclara las verdades: Fonseca 68 Pues como se ofreciera hacerle a V.P. aquella pregunta, o escribirle aquellas palabras que me parecía había entendido, empezaron a venir sobre mí temores; y estándome levantando, me valía del favor de la Virgen Santísima María, y de mi santo ángel, y entendí estas cosas: el camino para Dios es descubierto, claro y llano, y la luz que se te da no se aparta de lo que ha revelado a su Santa Iglesia, antes es para confirmarte y aclararte más verdades. (Afecto 12) ¿Qué habría sucedido si en lugar del confesor hubiese estado una mujer como escucha, semejante a la relación de Sor Juana Inés de la Cruz con la virreina? En el encuentro de mujeres en el que hay confidencias, se abandonan muchas mediaciones y orientaciones externas para leer y escuchar el silencio de la otra. Asistimos a un juego viviente de lenguaje que va armando un entramado de significantes, significados, obligaciones y controles semióticos, a través de los cuales la mujer-monja-escribiente colonial busca en el horizonte lejano del más allá un reconocimiento de su palabra y de su ser. Así, la tunjana configura su vida de mujer excluida asumiéndose como religiosa, escritora, mística. Si remplaza su propia interioridad, por el discurso propuesto y, hace el borra-miento de cualquier traza de su mundo local y familiar irá por la senda correcta. Es la imposición de lo masculino sobre lo femenino y la exclusión de la palabra femenina. Percibimos cómo el vacío es el centro silencioso en el que se produce su auto-conocimiento, que en términos de Spivack (1998), podría definirse como un conocimiento subyugado (25) en la “innegable relación entre silencio y discurso y entre la no palabra y la palabra” (27)26. Púsome una determinación y ansia de imitar a los santos, que no me parece dejaría cosa por hacer, aunque fuera la más ardua y dificultosa del mundo. Parecíame que todo lo más era lo exterior, y así dejé todas las galas y me vestí una pobre saya. Hacía muchas disciplinas con varios instrumentos, hasta derramar mucha sangre. Andaba cargada de cilicios y cadenas de hierro, hasta que sobre algunas crecía la carne. Dormía vestida, o sobre tablas. Tenía muchas horas de oración y procuraba mortificarme en todo. Vía algunas veces al padre Pedro Calderón, y él me alentaba y 26 RESTREPO, Javier Darío. Los Mensajes del Silencio. En: Vida Nueva. Edición 53. 2-15 de junio de 2012. Colombia. Fonseca 69 consolaba. Padecí en este tiempo una grande contradicción, porque mis padres sentían mucho el que anduviera mal vestida y me tratara con tanto desprecio. Había hecho una confesión general de toda mi vida con el padre Pedro García, con quien siempre me había confesado (Cap. iv) Toma la osada decisión de cumplir el intenso anhelo de reproducir en sí misma la vida de aquellos mártires y místicos que conocía a través de sus lecturas, en las homilías sacerdotales, a través de las láminas dominicales que reproducían las imágenes de los santos del mes con las oraciones correspondientes para hacerse fieles servidores de Dios. El Padre Pedro Calderón la animaba a mantener vivo su deseo, le permitía desahogara en él sus sentimientos y la confortaba para seguir ese deseo. Para “romper y arar la tierra de su corazón con las mortificación de sus pasiones y apetitos desordenados”, como reza en Los ejercicios de perfección y Virtudes Cristianas del Padre Alonso Rodríguez de la Compañía de Jesús (1857) . Para alcanzar las virtudes deseadas buscó ejercitar desde el principio la Mortificación del cuerpo que es estorbo para los deseos del alma, la Modestia en el vestir, el Silencio y la Humildad, especialmente frente a sus confesores, directores de conciencia. Achury refiere como en el devocionario y en el cuaderno llamado Cuaderno de Enciso se encuentran algunos de sus afectos. “Llamado así porque en realidad es un libro de cuentas que fue propiedad del Gobernador de la provincia de Tunja, don José de Enciso y Cárdenas, cuñado” de la Madre del Castillo. (Achury I cxcvi). Necesita la escribiente dar solución a la necesidad de escritora y dar la respuesta debidamente formulada al mandato recibido. Pulsión, orden y obediencia le permitirán hacer en y de este escenario conventual de clausura, el primer oidor de sus voces interiores, del más íntimo secreto, de esas voces que desde niña la habitaron y que hoy callan ante la inminente urgencia de dejarse escuchar en el silencio de la celda. El papel será el primer oidor del murmullo que bulle en los dedos de la escribiente, siervos obedientes de Fonseca 70 mandatos en medio del desierto e inocentes de sorpresas, amaneceres, oscuridades, oasis o alimañas que lo inundan. Dar sentido al mundo y mundo al sentido. Destejer lo autobiográfico y elevar el potencial creativo de la obra, dejar de lado todo lo irracional que desde el fondo visceral de los cuerpos para convertir el texto en queja surgida de un trasfondo biológico. El cuerpo está en el texto, escribe el texto con lágrimas y con sangre (los fluidos más íntimos del ser y esenciales en el “sersanto”) sabedor de que será juzgada. Ese continuo revisar del texto, de lo dicho también sucedía en su momento ya que los que comunicaban, o publicaban “ manuscritos, sin que antes sean examinados y aprobados” quedaban sujetos “a las mismas penas que los impresores” (Trento. Sesión IV). Este control- cumplimiento se ve evidenciado en las cartas de aprobación de los distintos sacerdotes, en las certificaciones de autenticidad de los escritos y en la autorización para que puedan llevarse a la impresión años después 27. Como monja y como Abadesa, tiene la obligación de cumplir con el mandato y con el dogma porque si se niega a hacerlo surge el rechazo o modificación de la relación con el interrogador y, a través de él con la comunidad eclesial y social. De aquí la importancia de dejar en claro constantemente que se está escribiendo en obediencia a un mandato y no por propia iniciativa, aún más cuando estaba prohibido a las religiosas escribir sin una orden o autorización expresa del jerarca de la iglesia, como fue firmado por el Papa Inocencio IV: “Por tanto a nadie absolutamente le está permitido quebrantar esta escritura de nuestra confirmación, o con osadía temeraria ir contra ella. Más si alguno se atreviera a atentar contra esto, sepa que incurrirá en la 27 En este sentido Stefannell hace un interesante y completo recorrido y análisis sobre la edición de la obra de la Madre del Castillo. Cuadernos de literatura No. 28. Universidad Javeriana. 2010 Fonseca 71 indignación de Dios todopoderoso y de sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo. (XII, Regla de Santa Clara) En el capítulo III de la Regla de las Clarisas, observada por las hermanas del Convento Real de Tunja, se especifica que hay “hermanas que saben letras” y otras que no las saben; las primeras “podrán tener breviarios, leyendo sin canto” en cada uno de los momentos de la oración y rezo del Libro de las Horas. Ella será conminada en un capítulo porque es acusada por una lega de haber enseñado a escribir a una de las religiosas del convento. Se defiende diciendo que sólo una vez había echado “un renglón de su nombre” a una religiosa “para que firmara en sus requerimientos” y por petición de quien era su superiora en la enfermería, sin enseñarle nada más. Un día de este tiempo, que voy diciendo a Vuestra Paternidad, tocaron a Capítulo, cosa que acá no se usaba. Yo me llené de temor, con las experiencias pasadas, y yendo a él hallé a un notario que había enviado el vicario con un auto, y todo el convento, desde la primera religiosa hasta la última criada, sobre no sé qué papel que había escrito una lega. Mas la madre abadesa, luego que me vido entrar, volvió todo su celo y enojo contra mí, diciendo varias y muchas cosas; diciendo que era infiel a la religión, y que de mí habían aprendido a escrebir, etc., cosa en que jamás me ocupé, pues con particular cuidado no quise enseñar, ni a las novicias que había tenido; solo a una le eché un renglón de su nombre, para que firmara en sus requerimientos, y eso por pedírmelo aquella monja que estaba por mi superior en la enfermería. Así que yo quedé de este Capítulo, harto corrida y avergonzada… (Cap. xxvii) Era tan grave para la vida del convento aprender-enseñar a escribir, que se reunió a todos los miembros de la comunidad, “desde la primera religiosa, hasta la última criada”, con la presencia de “vicario con un auto” y un notario para enjuiciar a la monja en el Capítulo de Culpas. De aquí “estigmatizada” por la madre abadesa, sale “harto corrida y avergonzada”, a pesar de “su particular cuidado” en no enseñar a escribir. Ya se vio cómo ella inicia su defensa en el primer párrafo de su Vida. Fonseca 72 La escritura, en manos de la mujer se vuelve diabólica, el juicio sobre esa escritura y sobre aquella que la produce, en el imaginario de quienes no saben leer-escribir, es el infierno. Por ello necesita hacer las referencias a los textos permitidos en el marco de su condición y su determinación de ser santa. Requiere la ayuda divina y la asistirán en sus escritos La Virgen, Jesús y los ángeles. Necesita el aval de los confesores y sobre todo, a través de ellos, la certificación del Divino Esposo. Acudirá a su incondicional acompañamiento y a su voz en la oscuridad de aquellas, que aunque elegidas y también atadas a Dios, están separadas y vetadas para acceder a la lectura-escritura, en una sociedad y momento impregnado de misoginia. La Madre del Castillo se expone en la cuerda floja de lo impronunciable e indecible. Su intensa experiencia del gozo y del enojo permea una escritura de corte irracional que logra abrir una brecha transgresora, sin desafiar las prescripciones del clero: Sabe sufrir callando y padeciendo, sea tu muro como de hierro, que así será pasión para los enemigos interiores, y resistencia para los exteriores. Pon tu rostro como piedra durísima, para recebir el golpe de cualquiera vejación; imita el no moverse, ni para huir, que asegunde el castigo, ni a mostrar que lo sientes, ni con palabras, ni con acciones: sea solo el dolor tuyo en tu secreto, y cuando tu amado te visite, como hacecico de mirra, en la tribulación, escóndelo en tu pecho, y sea para ti sola, y tú para él solo; que si la vara de su corrección te hiriere, dará la piedra agua con que se riegue la tierra, siempre sedienta, que con esta agua, como lluvia voluntaria, perficionará Dios con ella su heredad cuando está enferma; y tu alma, hecha ciudad de Dios, será alegre con el ímpetu de estas aguas. Ten silencio para no reprobar lo que te aflige, ni mostrar con razones que la tienes. (Cap. xii) Entre el silencio y el ruido, colocando el ruido de lado de lo que impide la contemplación y la meditación. Entre la oración y el mea culpa. Entre la meditación y el silencio como el principio de la creación misma y como la fortaleza frente a la calumnia, a la incomprensión y a los juicios de confesores y hermanas en religión, se manifiesta el sentimiento de la humildad, la Fonseca 73 perseverancia, el castigo y la grandeza de la Venerable Madre Francisca Josefa de la Concepción. 2.5 Los Afectos Espirituales o el deleite de perderse en la simplicidad del Ser Divino Siguiendo la edición de Achury (1968), en 1843, don Antonio María de Castillo y Alarcón, sobrino de la Madre del Castillo publicó los Sentimientos Espirituales. En 1942 aparecieron con el nombre de Afectos Espirituales, acaso atendiendo a la referencia constante de la monja a sus escritos, como los “afectos” que le mandó a escribir su confesor, el Padre Francisco de Herrera. Dichos Afectos los estima Achury (1962) como la biografía espiritual de la Madre del Castillo dada su relación con los textos bíblicos. Kathryn McKnight (1997) al examinarlos estima que el texto pertenece al tipo autobiográfico común entre las religiosas de la época en cuanto se centra en el relato del alma y su relación interior con Dios, resaltando que esta forma de exponer el vínculo con la Divinidad corresponde a una hermenéutica de los textos sagrados exclusivamente femenina. Ivette N. Hernández Torres (2003) por su parte reflexiona más al hacer el análisis de los Afectos, en la relación ambivalente que tiene la monja con la escritura. En la obra de Francisca Josefa del Castillo, los Afectos Espirituales, brotan como un destello de lo inefable, como estallidos de sentimientos y emociones que revelan el goce místico y el dolor de la vida en los senderos de la comunicación con la divinidad, repitiendo el eco teresiano del, “vivo sin vivir en mí” , del” muero porque no muero”. Es el goce y la queja de San Juan de la Cruz que exclama: ¡a dónde te escondiste amado y me dejaste con gemido, salí tras ti clamando y eras ido” . Son afectos y palabras que van y vienen, que se envuelven y Fonseca 74 circulan sin terminar, sin cerrarse, sin culminar en un punto, sino expresando sinuosamente la experiencia plena de vida. Covarrubias(1873) define afecto diciendo que “propiamente es pasión del ánima, que redundando en la voz, la altera y causa en el cuerpo un particular movimiento, con que movemos a compasión o misericordia, a ira y a venganza, a tristeza y alegría, cosa importante y necesaria en el orador”. Nuestra escritora presenta cómo el trato que tenía con Dios “causaba en (su) alma tales afectos que casi (la) sacaban de (sí) y que “algunas veces parece que dice el alma locuras, o las siente” como lo expresa en el Afecto 23, llamando a su confesor a aprobarla o a corregirla para lograr mayor aprobación y acercamiento a sus deseos internos expresos y no conscientes. El director espiritual, revestido de la autoridad fundada en la perfección espiritual y la sabiduría necesarias para que se le haya confiado la dirección de otras almas, no se limita a un papel pasivo, sino que observa las circunstancias especiales de su dirigida, le recomienda actitudes, comportamientos y trabajos, a los que se llama penitencias, de manera tal que no solo administra la absolución de sus culpas. Una de las tareas será precisamente la escritura de los “sentimientos” y “afectos” que experimenta, que puedan ser para él y para ella misma, puntos de referencia en ese movimiento interno vivido en medio de visiones, inhibiciones, síntomas y angustias, según el conflicto de las interpretaciones y las pasiones. El justo atraerá su corazón a velar en la mañana, en el dilículo del día prevendrá a la luz, anticipará a sus ojos las vigilias, para meditar en el Señor; y en la mañana meditará en el que es su ayudador, y levantándose sobre todo lo criado, postrado y humillado en la presencia del Altísimo, rogará, clamará y pedirá. Si el Señor quisiere llenar el alma de un grande espíritu de inteligencia, lo hará, así como el rocío llena los campos; y enviará el habla de su sabrosa ciencia, y el alma exultará, in velamento alarum taurum [Proverbios: 62,8] (Afecto 30) Fonseca 75 En el ritmo de las horas desde el amanecer hasta el ocaso, el corazón, los ojos, el sentimiento y la razón estarán atraídos y concentrados en el Altísimo quien puede colmar el espíritu de inteligencia y enviar “el habla de su sabrosa esencia” para las vírgenes que siempre tienen su lámpara encendida y aguardan la hora póstuma de su presencia-ausencia, la hora de la escritura. Desde la escucha musical del lenguaje que le procuró ensoñación, la joven Francisca Josefa se ejercita para las cotidianas y repetitivas horas de oración en la comunidad conventual y para prestar oído a la letra de los sermones de los padres de la Compañía, quienes la ilustrarían sobre la vida ejemplar de otros santos mártires, dignos de imitación. También se allanó desde allí el camino para la lectura obligatoria bajo la coacción de leer sólo lo permitido, lo no prohibido y, para la sujeción a la vigilancia sobre sus lecturas en torno a los goces divinos personales. El Altísimo, así “como el rocío llena los campos” llenará el “alma de un grande espíritu de inteligencia (…) y enviará el habla de su sabrosa ciencia” llenando de regocijo y alborozo el alma (Afecto 30) Como se señaló antes, tanto la monja de Ávila como la tunjana, en sus etapas de infancia y adultez, hacen propios los recursos simbólicos a través de la lectura-escritura, redimensionan sus mentes y le dan sentido a su mundo. Una, la santa carmelita “de Jesús”, para ilustrar e iluminar un posible sendero. Otra, la monja clarisa “de la Concepción”, para caminar por él, con los efectos sonoros que brotaban de las voces de las páginas. En ambas se acentúa la búsqueda de un ideal, en el lento y rutinario paso del tiempo de la Contrarreforma. En el silencio de la celda conventual, tras haber terminado los “trabajos de manos”, arropadas en el frío callado y en el doloroso tiempo perpetuo de clausura, se oye el susurro de la letra en los labios de estas mujeres que quisieron expresar su “no deseo de nada” porque lo querían todo y buscaban la plenitud de su ser en los brazos del Dios Crucificado. Fonseca 76 En 1694, “cuando se ajustaron dos años que había estado de novicia” (Cap. xi) y posteriormente, en obediencia al mandato del Padre Francisco de Herrera había empezado a escribir los “sentimientos”, en los cuales intentaba plasmar su relación íntima con Dios. Estos escritos son también conocidos con el nombre de Afectos Espirituales28. Achury (1968) refiere, sin realizar un análisis, cómo en el devocionario y en el cuaderno llamado Cuaderno de Enciso se encuentran algunos de sus afectos. Da a entender que la monja utiliza el libro o cuaderno que tiene al alcance para verter en ellos sus sentimientos más profundos, los centelleos que fulgurantes brotan de su “sersanto”. Necesita nuestra escritora dar la respuesta debidamente formulada a la orden de su confesor y expresar cómo se va acercando a ese Todo que persigue y se le escapa, pero que llena su alma de gozo al ofrecerle la comprensión de sus misterios y de “su sabrosa ciencia”. Ella le permitirá hacer en y de este escenario conventual de clausura, el primer oidor de sus voces interiores, del más íntimo secreto, de esas voces que desde niña la habitaron y que hoy callan ante la inminente urgencia de dejarse escuchar en el silencio de la celda. El papel será el primer oidor del murmullo que bulle en el ser y en los dedos de la escribiente, siervos obedientes de mandatos en medio del desierto, e inocentes de sorpresas, amaneceres, oscuridades, oasis o alimañas que lo inundan. 28 Cinco años antes, en 1689 se publicó en Madrid la primera obra de Sor Juana Inés de la Cruz, Inundación Castálida y en 1700 se daba por concluida la publicación del tercer tomo. Achury Valenzuela nos dice que “por allá en el año 1703, leería posiblemente sor Francisca las obras completas de sor Juana” gracias a que alguien se las prestó. De ellas copió “algunas rimas y endechas de la monja mexicana (…) sin indicar el nombre de su autora” (____) lo que llevó a pensar que habían nacido de su pluma hasta que en julio de 1941. Alfonso Méndez Plancarte aclaró que el poema publicado A la concepción de Nuestra Señora es la “transcripción de seis estrofas o liras del auto sacramental de sor Juana Inés (…) El Divino Narciso” compuesto en 1683 y, que “Las endechas a la muerte de Nuestro Señor son transcripción de las seis primeras de Ninfas habitadoras, escena XIV”, también de El Divino Narciso28. Fonseca 77 Como las cosas que el alma entiende en un instante, no las puede decir puntualmente como las conoce o le pasan, temo yo dar a entender una cosa por otra diferente, porque algunas veces parece que dice el alma locuras, o las siente, como lo que diré: Paréceme que le decía a Nuestro Señor: Oh Señor, si yo pudiera como vos podéis, ¿qué cosas hiciera por ser agradable a tus ojos, y darte gusto?; y entendí como si dijera (no porque Nuestro Señor me habla, mas así me explico algo): “¿Qué hicieras por mí si fueras Dios? ¿Tomaras por ventura la naturaleza humana, y al nacer, y morir, y ser crucificada? Esta fue la mayor fineza; ahora tú recibe por mi amor y lleva por Él, las miserias de la vida, y la cruz de la tribulación. (Afecto 23) Escribe desde las condiciones de límite, reconoce al otro que la hace desde una asimetría envolvente y sinuosa que le permite a pesar suyo, posicionarse en lo humano femenino. Se debate con las palabras y en medio de ellas porque “entiende” las dificultades y los riegos de su acto de escribir: “Como las cosas que el alma entiende en un instante”, no las puede decir puntualmente como las conoce o le pasan, teme dar a entender una cosa por otra diferente. En este texto, Achury interpreta un diálogo entre el alma de la monja y Jesús en el que necesita hacer la aclaración de que Dios no le habla realmente, pero que en sus meditaciones es como si Él lo hiciera incluso hasta el reproche, exhortándola a que reciba “las miserias de la vida, y la cruz de la tribulación”. (Achury 1962 211-215) El silencio la ha llevado a interpretar, aunque no escuche, la manifestación de una ausencia-presencia ignota que disfruta inmensamente, que busca, descubre y se le esconde y en la que descifra el misterio de la vida. Es su certidumbre de una vida mejor después de haberse ido y, de la permanencia más allá del tiempo, el forjamiento de sí misma como lo hiciera el orfebre con una obra de arte. A pesar de los deseos de quemar sus escritos, los guardó sin desconocer que también la escritura ha sido y puede ser motivo de condenación para quienes se han salido del dogma cristiano, promulgado por la iglesia tridentina, controlada a través de las normas, las imágenes y los confesores. Por esto también en el ámbito religioso vivirá la ambivalencia entre el terror y “el Fonseca 78 dolor de algo que se siente al escribir” (244) y las “consolaciones” (273) que nacen a través de la escritura; entre el dolor de recordar (173) y el fluir de los recuerdos entre más escribe (137); entre el sueño de perdurar a través de sus escritos como otras santas y escritoras (Clara de Asís, Teresa de Jesús…) y el impulso de quemarlos (219-220) (Afectos 69-90). Cuando va declinando su vida, tiene la tentación de quemar sus escritos, los mismos que ha escrito con el cuerpo y que ha marcado con sus lágrimas, también como una forma de expresar la necesidad de ser valorados –no como una forma de censura- o, como la forma de quemar su cautiverio, de desechar la historia que ya pasó por la letra o, entregarse a “su providencia amorosa, con una total resignación, aniquilando(se) y deshaciendo(se) en su presencia” sin cuidar de otra cosa, “ni de tiempos pasados, ni por venir” (Cap. xxxiv, Afecto39) hasta perderse en la simplicidad del Ser Divino. Fonseca 79 Capítulo 3: Las llamas de la escritura Si la Ley contiene en sí el poder de la transgresión, toda lectura provoca una infracción, un ir más allá de la letra del texto y, para la experiencia mística, la violación está del lado de lo demoniaco. Lo satánico sería como el exceso mismo del significante, las hendiduras del silencio haciendo trastabillar lo que tiene de sentido la lectura y lo que no dice el texto en lo que se lee. Lo diabólico sería una presencia lejana que afirma lo divino. Entendido lo divino como ocultamiento del cuerpo pecador. Y, la escritura dando paso a lo indecible, como el silencio que conduce a Dios. Dios habla al místico, pero es el silencio el que lo hace presente, el que produce el goce místico. Y… esa nada que anonada, sostiene el fervor místico para alejar de la mirada la tentación. La nada que borra el rostro del tentador, la nada que convierte la escritura en escritura de Dios: los afectos espirituales escritos con sangre en su corazón. 3.1 Correr el velo. Los confesores fijan su mirada sospechosa en la monja ¿son arrebatos místicos, o cánticos diabólicos, concupiscentes, sin más? ¿Cómo podría calificarlos la Iglesia católica de la Contrarreforma? ¿Es el lenguaje humano del amor femenino para expresar el pleno amor hacia Dios que puede conducir a las más sublimes alturas en donde reverbera ese profundo e íntimo sentimiento de la entrega y de la unión, como lo habían alcanzado Teresa de Jesús (Avila 1515Alba de Tormes 1582), Juana Inés de la Cruz (Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Fonseca 80 Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id., 1695), Magdalena de Pazzi ( Florencia, 1566 –1607), Catalina de Siena (Siena, 25 de marzo de 1347- Roma 1380), Clara de Asís (Asís 1194-1253) por ella conocidas? ¿De quién sospechar: de la feminidad parlante puesta en el lenguaje, con las lágrimas que mojaron el tintero, o de la fija mirada del confesor-lector? Sobre ella estará puesta la mirada, hacia ella se dirigirán todos los juicios. En su contestación humilde de obediencia tiene la alternativa de des-cubrir-se ante su confesor, a veces situando la causa de su confesión en otro lugar: las voces y actuaciones de los otros y/o las voces del demonio. Ante la encrucijada, la mejor opción es utilizar con sagaz cuidado las mismas palabras de la Sagrada Escritura, de los predicadores y de los santos que conoce: “La sed de tus deseos no la saciarás, sino es en Él, que es fuente de agua viva” (Cap. xii). Así en sus líneas escriturales puede pretender expresar su experiencia de encuentro con lo inefable, el secreto de sus percepciones, emociones, sentimientos, afectos y contradicciones: “la sed de sus deseos”. Acomete la re-velación de su comprensión de lo sagrado en su interioridad y en relación con el entorno simbólico. Intenta des-cubrir la forma como su conciencia y la de los otros se va transformando. El temor e inseguridad frente a los escritos se manifiesta directamente en ese deseo de quemarlos, pero también a través de la omisión para nombrarlos. Se refiere a ellos en forma indirecta: “lo que me manda” (cap. iii), hablando de la escritura de su Vida y de la fuerza interior que la impulsa a hacerlo. Reitera: “este papel” que va y que vio su confesor. Aclara de nuevo: porque “V P me lo manda prosigo diciendo” (103) e insiste: “porque lo manda VP” (Cap. xxiv) quiero que manifieste su “sabio” parecer. A ésta petición responderá el confesor Diego de Tapia en su carta del 23 de marzo de 1724 (Robledo, Ángela Inés. 25): “Y digo que prosiga apuntando Fonseca 81 los desengaños y luz que Nuestro Señor es servido de darle, y no tenga temor, que si acá conociera yo que algo no iba en Dios, se lo dijera”. Sus trazas místicas, como las de las Escritoras de la Edad Media (1995), colocan en escena la percepción que tienen de sí mismas, “de sus modos de expresarse y de auto expresarse”, aludiendo a la forma como ve su mundo y su universo imaginario, (Dronke 9) brindándonos una imagen de su relación con Dios y del origen de su acercamiento cognitivo. El testimonio de la monja muestra el mundo de la mujer, privilegiada porque sabe leer y escribir, creando un distintivo con la mujer excluida silenciada que carece de ese dispositivo de poder y saber. Nací, Dios mío, Vos sabéis para qué, y cuánto se ha dilatado mi destierro, cuán amargo lo han hecho mis pasiones y culpas. Nací, ¡ay Dios mío!, y luego aquel santo padre me bautizó y dio una grande cruz, que debía de traer consigo29, poniéndome los nombres de mi padre san Francisco y san José; dándome Nuestro Señor desde luego estos socorros y amparos, y el de los padres de la Compañía de Jesús, que tanto han trabajado para reducirme al camino de la verdad. Quiera Nuestro Señor que entre por él, antes de salir de la vida mortal. Nací el día del bienaventurado san Bruno, parece quiso Nuestro Señor darme a entender cuánto me convendría el retiro, abstracción y silencio en la vida mortal, y cuán peligroso sería para mí el trato y conversación humana, como lo he experimentado desde los primeros pasos de mi vida, y lo lloro, aunque no como debiera. (Cap. i) ¿El recuerdo de un nombre que trae ya el estigma del género y su indefinición en el umbral de la vida del sujeto hablante: hombre o mujer? ¿Podrían ser las palabras de un varón? ¿Francisco José o José Francisco? Tal vez. Sin embargo la insistencia en el papel de los sacerdotes y la omisión en el género indican un desconocimiento de lo femenino, desterrado a causa de “sus naturales” pasiones y culpas, experimentadas “desde los primeros pasos de su vida”. Porque se enuncia el nombre de la escritora en el libro de su Vida, sabemos que es el 29 Es la cruz que lleva “consigo” el Padre. Fonseca 82 texto de una mujer signada por dos nombres masculinos (Francisco y José), elegidos por el sacerdote que la bautizó, “el padre Diego Solano de la Compañía de Jesús” (Cap. i); y, nacida el día de un santo varón eremita: San Bruno. ¿Acaso toda una vida de dolor desenredando el nudo gordiano del género en su violencia primera, fruto de la impronta de una cultura comandada por el poder masculino? Así asevera, como lo analiza Gayatri Chakravorty Spivack (2010) a propósito de las mujeres de la India, que “el nombre propio es el más susceptible para la trampa” (40) y expone parte de la maquinaria de dominación y negación de libertad. Ser consecuente con su nombre, es ser consecuente con lo que otros han decidido sobre ella: “Parece quiso Nuestro Señor darme a entender cuánto me convendría el retiro, abstracción y silencio en la vida mortal” (Cap. i). La palabra de los padres de la Compañía de Jesús ha estado presente a lo largo de su vida para “reducirla” al sendero que en el momento se considera, “el camino de la verdad”, restringiéndola y sometiéndola por obediencia a los vericuetos trazados por la doctrina y alcanzados a través de los repetidos Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Declara cómo su descendencia, sus nombres, el medio, las circunstancias de su nacimiento y las actuaciones de otros sobre ella, han determinado su destino. Entonces, no solo será hablada antes de estar ella misma en la capacidad de hablar, como lo teoriza Pilar González (2001), sino que será “objeto parcial antes de ser sujeto” (13). Es decir, la naciente criatura servirá de espejo de proyección en la medida en que permitirá, aún sin saberlo y sin proponérselo libremente, que en ella se cifren los deseos de idealidad de la época: “sersanta”. Inmolará su corporalidad mediante sacrificios y martirios ascéticos para parecerse a personajes que no son ella, pero que pertenecen a la historia de la Iglesia y a la simbólica Fonseca 83 cristiana. Se podría pensar que busca parecerse a fantasmas que se pierden en el vacío, en la nada para “abstraerse de la mirada mortal” (15). Así, según lo señala Spivak de acuerdo con Michel Foucault, en esta situación “para constituir al sujeto colonial como Otro”, se produce una violencia narrativa que trata de borrar la precaria subjetividad del otro sujeto (12) obligando a quien escribe a esconderse y a no mencionar el conflicto imaginario de la identidad de género de la criatura recién nacida. En contraste, resaltan y se hacen altisonantes: su padre y el tío sacerdote que le aconsejó hacerse religiosa, los nombres de los tres santos: San Francisco, San José y San Bruno; los nombres los doce confesores, directores espirituales que menciona como Diego Solano, Pedro Calderón, Diego García, Francisco de Herrera, Diego de Moya, orientándonos en las líneas y tramas de alguien lamentando su nacimiento y recordando uno de los orígenes de la “grande cruz” que lleva a lo largo de su vida como un estigma indescifrable. Si sólo al finalizar el folio 2r de su manuscrito utiliza un epíteto femenino es precisamente el de “muerta”. Tal vez, un adelanto afirmativo de que escribir es morir, un gesto que define el espacio de la escritura como el espacio de la muerte, porque es una mujer silenciada, borrada, quien tras la pluma que se desliza sobre la hoja en blanco, mojada con sus propias lágrimas, construirá su vida como monja, esposa del Divino: A los quince o veinte días, decían que estuve tan muerta, que compraron la tela y recados para enterrarme, hasta que un tío mío, sacerdote, que después me aconsejó (solo él, que en los demás hallé mucha contradicción) que entrara monja (…) Decían que aun cuando apenas podía andar, me escondía a llorar lágrimas, como pudiera una persona de razón, o como si supiera los males en que había de caer ofendiendo a Nuestro Señor y perdiendo su amistad y gracia. Tuve siempre una grande y como natural inclinación al retiro y soledad; tanto, que, desde que me puedo acordar, siempre huía la conversación y compañía, aún de mis padres Fonseca 84 y hermanos; y Nuestro Señor misericordiosamente me daba esta inclinación, porque las veces que faltaba de ella, siempre experimenté grandes daños. (Cap. i) Junto con Spivack nos podemos preguntar: “¿Con qué voz puede hablar la conciencia del individuo subalterno?” (16) Así como se produjo “el exitoso borra-miento de la ambigua ubicación del libre arbitrio para el sujeto constituido sexuadamente en tanto mujer” (21) obligándola a declarar constantemente que escribe por orden de sus directores de conciencia, también desarrollará esa “cualidad de ser un objeto que tiene poseedor único” apareciendo “realzada en virtud de una rivalidad con otras mujeres”(31): aquellas monjas que le produjeron tanto sufrimiento, pero con quienes compartieron una vida en busca de recompensas celestiales, con quienes compartieron el sueño de “sersantas”. Será objeto de un confesor como representante de Dios en la tierra, de una Compañía de Jesús, de un solo Dios-Esposo. Ellos se encargarán de destacar “la desdicha particular de poseer un cuerpo femenino” (36). Francisca Josefa se va construyendo, inclinada “al retiro y soledad”, como un sujeto que se esconde, llora la caída y la ofensa a su Dios “perdiendo su amistad y su gracia”. Es alguien que trata de narrar su subjetividad desde el vacío creado a partir de la negación y el acallamiento que impiden la constitución de un sujeto hablante. Es como si en el texto estuviera desmantelando, ¿o descongelando?, los ingredientes con los cuales un sujeto pudiera consolidarse para llegar a “sersanta”. Sus escritos, a pesar de ser una posibilidad muy difícil de conseguir como mujer de su época, antes que obedecer a intenciones “académicas literarias”, responden a un “deseo interdicto” por el confesor y están mediados por un mandato del mismo. Se dirige, en tanto que mujer, a un público masculino como la gran mayoría de las escritoras de los conventos, según declara Dronke (19). Fonseca 85 El mundo lingüístico que la va configurando re-escribe las normas del convento y en especial las recomendaciones del Concilio de Trento a partir de un imaginario hagiográfico. Este derrotero la proyecta como una posible santa, si remplaza su propia interioridad, por el discurso propuesto y, hace el borra-miento de cualquier traza de su mundo local y familiar. Es la imposición de lo masculino sobre lo femenino y exclusión de la palabra femenina. El vacío es el centro silencioso en el que se produce su auto-conocimiento, que en términos de Spivack, podría definirse como un conocimiento subyugado (25) en la “innegable relación entre silencio y discurso y entre la no palabra y la palabra” (Restrepo Javier Darío 2012. 27). La escritura será para ella una experiencia de imitación dolorosa y necesaria porque toma el cariz de penitencia, es una mortificación tanto interior como exterior, pues motivos centrales de su vida y de sus sentimientos son el dolor, la culpa, el miedo a la desaprobación y a la condenación, la enfermedad. Además es consciente de que será examinada por sus confesores a la luz del dogma y la espiritualidad del momento: Cuando se recogía toda la gente, me venía al coro, adonde Nuestro Señor Sacramentado, y allí recibía tantas misericordias como dije en aquellos papeles que escribí por mandado del padre Francisco de Herrera (Cap. x) En este tiempo vino a confesarme el padre Francisco de Herrera, a quien Vuestra Paternidad lo dejó encomendado, y yo procuré darme del todo al trato interior con Nuestro Señor, de quien recibía tanta luz; y me parece tenía tan embebida en sí mi alma, como si no viviera en esta vida. El padre me trataba con severidad, y hacía que trabajara de manos lo más del día, y si alguna vez le pedía licencia para gastar el medio día en oración, me la daba, con condición que a la tarde doblara el trabajo. Mandóme muchas veces que escribiera y le mostrara los sentimientos que Nuestro Señor me daba; fue grande mi pena y vergüenza en eso; mas al fin lo hice (Cap. xi). Cuenta aquí al padre Diego de Tapia sobre el periodo en que por su ausencia y por encomienda del mismo, es su confesor el padre Francisco de Herrera quien la trata con severidad Fonseca 86 y le ordena escribir sobre los motivos que mantienen su alma “tan embebida en sí (…) como si no viviera en esta vida”. Aunque fueron varias veces los momentos en que le ordenó escribiera ella se resiste, pero “al fin lo hace aunque sienta pena y vergüenza” y continuará haciéndolo porque siente que es el Señor quien dirige su escritura y la constituye en una amanuense de Dios: “me parecía que vía escribirse en el corazón de Nuestro Señor con su misma sangre, aquellos sentimientos que El mismo daba a mi alma, y los afectos que contenían aquellos papeles; aunque por entonces yo no entendí lo que esto significaba” (Cap. xiii). Dice resistirse y sufrir, pero no puede negar a su confesor que “además del enojo que mostró Vuestra Paternidad porque no proseguía, no (podrá) resistir a la fuerza interior que (siente) que (la) obliga y casi la fuerza a hacerlo” (Cap. iii). Es el deseo que la mueve, pero que no puede confesar con la libertad y claridad necesarias, y del que seguramente no está tan consciente. En la escritura parece que la comunicación se hace más directa, que hubiese control sobre el mensaje y sobre la conversación que no se puede dar en el confesionario. Se necesita del mensajero fiable que permita el recorrido de la palabra entre la religiosa y el confesor. Se densifica el silencio. Desde otra perspectiva, Judith Butler al estudiar ciertos aspectos de la construcción del sujeto nos orienta en la necesidad de tener en cuenta los límites de los códigos morales que establecen la imposibilidad de un conocimiento de sí completo. El debate de Butler sigue las propuestas de Foucault e insiste en que el yo nunca se origina en sí mismo sino que es una consecuencia de la relación con un tú previo. La ideología católica exige ciertos grados de opacidad, rupturas y silencio. Al demandar atenta escucha e intenso acatamiento se constituye en ese previo Gran Tú que exige el silencio del que hoy habla el Papa Benedicto XVI: el silencio que permite que existan “palabras con densidad de contenido” y, en el que emerge la Fonseca 87 preocupación de muchos hacia las preguntas últimas de la existencia: ¿quién soy yo?, ¿qué puedo hacer saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar?”(S.S. Benedicto XVI 24-25). Así el silencio (acallamiento) frente al confesor durante las prédicas y direcciones espirituales, y el silencio posterior a la confesión como relato de sus deseos, de sus sentimientos, de sus pensamientos, de sus acciones, de sus emociones, de su servidumbre voluntaria, pasa a ser un poder que se ejerce sobre el orden interior. Esta relación orienta y controla los actos y la intimidad en la dirección en que el orientador lo encuentre correcto y necesario, como lo declara Michel Foucault al analizar el rol de la confesión. Como lo menciona Enrique Acuña (2008) la eficacia de la confesión se basa en la localización de una “culpabilidad que toma el lugar de la causa del pecado y la angustia que éste produce al religioso y da forma al secreto como guardado”. Desde el Concilio de Trento y la Contrarreforma la confesión se instituye como Sacramento de la reconciliación con Dios a través de sus ministros como intermediarios entre Dios y los penitentes. Estos, siguiendo unos pasos claramente reglados, buscan un perdón refiriendo sus pecados producto de sus actos libres y responsables: Examen de conciencia, que implica el reconocimiento de una falta humana; el dolor y el arrepentimiento por los pecados cometidos; el propósito de enmienda; la confesión verbal a un tercero representante de la iglesia, confesor y, el cumplimiento de la penitencia y la consecuente Absolución por el perdón. Aunque la reconciliación con Dios requiere siempre de un diálogo, este no es el sitio para expresarse, ser oída y consolada. Es el espacio de encuentro interpersonal en donde el confesor procura que la penitente encuentre a Cristo y experimente el perdón divino. Sin embargo como se habían dado casos de clérigos solicitantes, las autoridades del Santo Oficio pusieron en Fonseca 88 práctica varias acciones difundidas “a través de un edicto que se promulgó el 31 de marzo de 1783, y que ya antes había sido publicado en varias ocasiones, la primera de ellas el 15 de marzo de 1668” (Ortega 1986 27) en el que se hacían observaciones sobre los muebles de los confesionarios, las rejillas y la ubicación de los penitentes, especialmente si eran mujeres. La Regla de la Congregación lo manifiesta explícitamente y en los pliegues callahablando de los conflictos que se daban en el convento. La religiosa Francisca Josefa de la Concepción ha hecho un voto de obediencia y como abadesa y lectora periódicamente les recuerda a las religiosas: “que cuando dentro del Convento alguna monja se hubiere de confesar, no se confiese sin que estén al menos dos Monjas apartadas que puedan ver al Confessor(sic), y a la que se confiesa y ser vistas de ellos. Este modo y lei (sic) de hablar guarde también con diligencia la misma Abadesa por evitar de todos materia común de murmuraciones”.30 (Regla 67) Por costumbre, por regla y tradición, además de su experiencia personal, ella aprendió que era necesario evitar dar lugar a sospechas o a conversaciones ajenas al sacramento de la confesión: “Por haberse visto algunos inconvenientes que hay que los confesores oigan de penitencia a las personas que se confiesen con ellos en las celdas y capillas secretas de los conventos de sus órdenes (…) que de aquí en adelante no confiesen hombre ni mujer, hombres ni muchachos, sino en el cuerpo de la iglesia y en confesionarios públicos”.(Aspell 2008 446) Dichos confesionarios, siguiendo el estudio que hace Aspell, presentaban el peligro de la familiaridad en un lugar oscuro e íntimo entre un hombre y una mujer, confesor-penitente. Un varón religioso proporciona dirección espiritual y consuelo a una mujer religiosa aislada que Fonseca 89 revela sus sentimientos más íntimos, sus temores, sus culpas y pecados (440-441). Este sacerdote era el único hombre con quien tiene comunicación mediante susurros, pudiendo generar dependencia emocional y alterar la esencia del ministerio y del sacramento. “Para evitar el confesor la familiaridad con mujeres, y más las que oye en confesión”, Fernández de Córdoba recuerda en su Instrucción a Confesores, que “llena está la Sagrada Escritura y los Santos de esta doctrina, de cuan peligrosa es la familiaridad entre hombre y mujer, y que entre las peleas la mayor es la de la castidad, donde la batalla es ordinaria y rara la victoria”. (440) Por esto mismo, San Carlos Borromeo en sus Instrucciones para confesores (1627) a pesar de prohibir la confesión en la casa de los seglares, si fuese necesario en caso de enfermedad orientará para que “quando confiese alguna mujer, tenga abierta la puerta del aposento, de modo que pueda ser visto de los que están en la pieza inmediata", fuera de éste caso solo puede hacerlo en el confesionario “evitando así mismo hacerlo antes de salir el Sol, o después que se ponga” (Borromeo 1798 440). En el edicto de marzo de 1793 se dispuso: Colocar las rejillas en la parte lateral del confesionario y que sus orificios o tronos fueran tan pequeños que ni siquiera los dedos del confesor o de la mujer pudieran penetrar por ellos. El Santo Oficio también ordenó que las mujeres efectuaran la confesión únicamente por la parte lateral del mueble y bajo ninguna circunstancia por delante, es decir, frente a frente (…) se recomendó que el lugar donde se llevara a cabo la confesión debería encontrarse a la vista de cualquier persona y en caso de que fuera un lugar cerrado, las puertas deberían permanecer abiertas” (Aspell 447). Se percibe una peligrosidad intrínseca en la cercanía de los dos sexos, queda abierta la posibilidad del goce en la expresión y en el conocimiento de la interioridad de la mujer que intriga, atrae y asusta a la vez al clero. Por esto, a lo largo de la Edad Media surgieron pequeños tratados destinados a la guía y formación de confesores. Uno de los primeros se debe a san Raimundo de Pañafort O.P. (Peñafort, actualmente Santa Margarita y Monjós, comarca del Alto Fonseca 90 Penedés, 1175 ó 1180 - Barcelona, 6 de enero de 1275) con su Summa de casibus poenitantiae (1234-1236), seguido por el Manual de confesores y penitentes (1553) del doctor Navarro, Martín de Azpilcueta Jaureguízar (n. Barásoain, Reino de Navarra, 13 de diciembre de 1492 Roma, 21 de junio de 1586 )tenido éste como el principal y, con respecto al cual Fray Luis de Granada, en la Instrucción de Confesores (1627) en una carta dirigida al Arzobispo de Evora, lo considera como una obra, cuyo estudio por parte de los clérigos es “ de las cosas más acertadas para la reformación de su Arzobispado"(Aspell 440). De hecho, según lo refiere Beorlegui, "los seminarios diocesanos, erigidos por esos años por mandato del Concilio de Trento, adoptaron de inmediato la obra de Azpilcueta como manual de estudio para sus alumnos. Incluso la naciente Compañía de Jesús, en sus planes de formación para sus seminaristas, adoptó el esquema y las orientaciones del Dr. Navarro, con lo que se superaban las indicaciones que poco antes había dado, en este ámbito de la formación moral, S. Ignacio de Loyola, su fundador”(10). Así, en el Manual de confesores y penitentes(1533) del doctor Navarro, aparecen consejos morales y tratados de penitencia como servicios eclesiales por parte del clero. Antes, en el siglo XIII, Alfonso X de Castilla, llamado el Sabio (Toledo, 23 de noviembre de 1221Sevilla, 4 abril 1284) en Las Siete Partidas (1252-1284) se ocupó del tema legislando sobre el arrepentimiento y la penitencia 31 y, en la Ley 72, sobre el comportamiento del penitente, haciendo una especial anotación sobre las mujeres: Y si se hiciese como conviene, pusieron que el que se viniese a penitenciar, que lo hiciese con gran humildad, hincando los hinojos ante el penitenciador, o asentándose a sus pies, o Ley 59; sobre las distintas maneras de pecado, Ley 62; sobre el “entendimiento y sabiduría” de los clérigos “que dan las penitencias”, Ley 73; sobre el secreto de confesión, Ley 85; sobre la penitencia, Ley 90. 31 Fonseca 91 tendiéndose ante él en tierra diciendo sus pecados muy llorosamente, y arrepintiéndose mucho de ellos, y en todo esto teniendo la cabeza cubierta y bajada, dirigiendo los ojos hacia la tierra en la que hizo el pecado el que se arrepiente y con la voluntad hacia el cielo, donde codicia haber perdón de Dios, y no poniendo su atención en la cara del penitenciador, ni el continente que hiciese cuando se penitenciase, porque por ventura podría ver allí alguna cosa que le estorbaría la voluntad (…) Mas si fuesen mujeres las que penitenciasen, debe el penitenciador asentarlas a sus pies, mas no muy cerca, de manera que no lo puedan tocar en ninguna cosa, ni él a ellas, y débeles asentar a uno de sus lados porque oiga lo que le dijeren, y no les vea las caras, según dijeron los profetas, que las caras de las mujeres hermosas son tales al que las mira como viento quemador, o como red en que caen los pescados. (Alfonso X Partida I Título IV) La relación que hay entre el Confesor y la penitente es de desconfianza por parte de éste hacia ella dada su condición de mujer, alimentando en la religiosa el imaginario diabólico, el pecado de la carne y la necesidad de salvación y unión con Dios. Los comportamientos conducen a la humillación del penitente y la posición de privilegio del “penitenciador” como lo llama, Alfonso X. Se encuentra aquí una gramática del comportamiento, las lágrimas, la humillación y la desconfianza; el confesor como el amo y su palabra, como orden que debe ser escuchada y obedecida. Sor Francisca por su parte debe mostrar al confesor que sabe de su origen de pecado heredado y que debe conocer y confesar “que habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, hijos de ira por naturaleza”, ella mediante la fe en la pasión de Cristo, la mortificación y sujeción del cuerpo busca la justificación para alcanzar la santidad de Dios “por la misericordia divina, y méritos de Jesucristo” y no caer en la “vana confianza de los herejes”(Trento). Ella buscará la purificación del alma a través de la destrucción de su cuerpo: rasgará las vestiduras de su alma como se rasgaron las de Jesús en su condena. Diariamente se traslada “en espíritu al jardín de los Olivos, a las calles de Jerusalén o al Calvario, que son el teatro de los padecimientos de Jesús” Fonseca 92 (Meditaciones Preludio 1-8) para meditar por la gracia en los dolores de Jesús, concibiendo “vivo horror al pecado que los ocasionó y ardiente amor” (Meditaciones Preludio 2) porque por ella quiso sufrirlos, permitiéndole indagar desde los ejemplos espirituales sobre la mente, sobre lo que ocurre en sí misma. Los confesores, como las autoridades establecidas por la Iglesia para conocer el vínculo entre las propias acciones y la doctrina cristiana, crean una relación previa, monja-confesor que, como dice Judith Butler (2009), es “la que fundará y fundamentará los juicios” en una ligazón que permite infligir violencia en nombre de la verdad y permite el abandono del juzgado. (6768). De modo que, si Nietzsche tiene razón, doy cuenta de mí mismo porque alguien me lo ha pedido, y ese alguien tiene un poder delegado por un sistema establecido de justicia. Me han interpelado, tal vez incluso me han atribuido un hecho, y cierta amenaza de castigo respalda ese interrogatorio. Y así en una respuesta llena de temor, me ofrezco como un ‹yo› y trato de reconstruir mis acciones, mostrando si la que se me imputa se encuentra o no entre ellas. O bien me confieso como causa de esa acción y limito mi aporte causativo, o bien me defiendo de la atribución, para lo cual quizá sitúo la causa en otro lugar (Butler 23) Sin embargo este proceso de escritura-confesión no es radicalmente libre debido a la presencia del Gran Otro en la voz de los múltiples confesores, imponiendo la lógica de unos mecanismos sancionatorios del lenguaje. El interrogatorio se esconde en el texto y pone a la monja en la situación de crisis interrogativa frente a sí misma: qué tanto debe y puede decir y qué tanto debe ocultar, indicando la importancia de los sacerdotes en la construcción de la narración. Ha sido interpelada a escribir sobre sus experiencias y comprensiones, frente a un juez, y en referencia con “un sistema de justicia y castigo” divino que la pone “en la obligación de rendir cuentas” para evitar la condenación eterna. Es la presencia de un sistema normativo que ha Fonseca 93 delegado en los sacerdotes un poder establecido jerárquicamente para interpelar, para “atar y desatar” culpas. Tal vez porque “se han atribuido hechos, y cierta amenaza de castigo” que podría venir sobre ella, se respaldan el mandato y la confesión. Existe una corporalidad biológica que le permite narrar, pero que no puede ser narrada explícitamente y, que se deja entrever en el insistente juego de aparecer y desaparecer constantemente como la sangre, las manos, la boca, las lágrimas, el cuerpo mortificado y enfermo. Como dice Buttler: su corporalidad se deja ver pero no narrar en toda su expresividad ya que nunca puede tener la mirada del otro y, debido a que hay normas sociales que lo explican y cuyo autor no es ella precisamente. En la cuenta que da Francisca Josefa de sí misma, así sea ficcional, no puede apartarse de un juicio moral condenatorio del cuerpo, ejerciendo violencia física y simbólica sobre ella. Porque, como insiste Alonso Rodríguez (1857), de la Compañía de Jesús, en su Ejercicio de Perfección, la oración necesita, según las prescripciones de la época, de la mortificación de las pasiones y del cuerpo para no ser tenida por sospechosa (Vol. III 7-11). Para ello en su contestación tiene la alternativa de confesarse a veces situando la causa de su confesión en otro lugar: las voces y actuaciones de los otros y/o las voces del demonio. Nos ayuda a precisar Butler, se perciben los parámetros dentro de los que ella da cuenta de sí y, desde qué óptica y experiencia empieza a reflexionar sobre sí misma: desde “el miedo y el terror” (Butler 22). La reprensión, la severidad del padre, la necesidad de pedir los permisos en Roma, el recato y el cuidado que acusan y persiguen la vanidad, la libertad, el goce de ser atraída y atraer a un hombre, el castigo de la madre que crean confusión, vergüenza y terror por la figura de un hombre a quien tampoco se atreve a nombrar. Fonseca 94 Estamos frente a una tecnología del cuerpo femenino construido por la Iglesia a través de la territorialidad imaginaria católica familiar-local y la palabra de los directores espirituales. Fortalecida a través del culto a la Virgen María, Francisca Josefa tiene como mujer dos alternativas: ser madre o ser virgen. Ella ante la proyección de los deseos de su madre a través de la lecturas piadosas, el consejo de su tío sacerdote, las orientaciones de sus confesores y ante el castigo severo frente a las relaciones sentimentales con un familiar suyo, “decide” escuchar el llamado divino de ser virgen y como tal desposarse con Cristo, en la espera del encuentro eterno e incondicional después de la muerte. Asistimos, a pesar de la soledad y el encierro de la clausura, a la recíproca relación de dos personas que interactúan a través del lenguaje: madre-hija, hija-progenitor, religiosa-confesor, religiosa-visitantes devotos del convento… comprometidos por cierto pacto: uno habla, otro escucha en silencio, las voces de la búsqueda de la “resolución de dificultades personales” o de “transformación de ciertas situaciones inhibitorias” a través de la “experiencia del lenguaje como discurso viviente” en un “complejo enredo de habla y escritura” como lo plantea Rabaté (15-16) Presenciamos el momento de la iniciación de la hija a través de su madre en el goce por la lectura, lo que posteriormente llamará el “mal natural” que la inclina a ensoñaciones por otros mundos y al diálogo “con los ausentes” a través de la voces de los otros y de los signos y gráficos de los libros y de los íconos de la época. Su relación ambivalente con las personas y con la lectura y la escritura, la pone en manos del “enemigo”, a quien le corresponde en la repartición de papeles de su representación, la responsabilidad sobre la ejecución, sueño o deseo de “lo prohibido”. Esta misma mujer que se muestra desamparada y sola cuando llega al convento a pesar de haber pagado $2.500 pesos oro como dote (Flor de santidad 35) y de las contradicciones que su decisión causaba, fue quien sin Fonseca 95 saberlo, se acercó al mundo de la escritura buscando la respuesta más a una necesidad interior de replegarse en sí misma, que a necesidades de obediencia, artísticas o didácticas. Se auto examina realizando un gran esfuerzo por justificarse y hallar reconocimiento frente a sus confesores, para acercarse a Dios y hallar en Él el perdón que la libre de la condenación eterna y hacerse perenne a pesar de su mortalidad, cumpliendo los dictados del momento. A pesar de los deseos de quemar sus escritos, los guardó sin desconocer que también la escritura ha sido y puede ser motivo de condenación: “Padre mío: hasta aquí he cumplido mi obediencia, y por el amor a Nuestro Señor le pido me avise si esto lo que vuestra paternidad me mandó, o he excedido en algo, y si será este camino de mi perdición, como me afligen a veces algunos terribles temores, que me parece me atan de pies y manos” (cap. lv p. 213). Está en el ocaso de su vida, acaso más de 68 años de edad y durante su existencia ha experimentado la ambivalencia entre el terror y “el dolor de algo que se siente al escribir” (244) y las “consolaciones” (273) que nacen a través de la escritura; entre el dolor de recordar (173) y el fluir de los recuerdos entre más escribe (137); entre el sueño de perdurar a través de sus escritos como otras santas y escritoras (Clara de Asís, Teresa de Jesús…) y el impulso de quemarlos (219-220) (Afectos 69-90). 3.2 Satanás. Otro mensajero que la invita al pecado. Cuando la Madre Francisca Josefa del Castillo inicia sus actos de escritura-lectura se plantea la pregunta acerca de los poderes a los que está sometida en “su natural” actuar frente al ideal buscado según el modelo religioso - cultural de la contrarreforma instituida en el Nuevo Mundo en la época colonial. En su búsqueda, los progenitores la han dejado sola, llena de Fonseca 96 confusión y dolor porque a través de los sueños se le rebelan actos espantosos de tortura y de dolor. Pues como leyera en aquel libro, en recogiéndome a dormir, vía delante de mí dos hombres atados a unas sillas de hierro ardiendo, y ellos tan quemados, que estaban ya como bronce encendido, con unos rostros de tanta confusión y dolor, que con haber tantos años que esto me pasó, me da horror. Mirábanme con una vista bastante a dar tormento su memoria; y el uno me decía: “Surge, surge” y el otro repetía con una voz lamentable y horrorosa: Ergoerravimus a via veritatis32. Yo no entendía aquellas palabras; mas fue tanto el horror que no me pude contener, y pasé, dando voces, a la cama de mis padres, llorando amargamente y contándoles mi espanto; ellos me tuvieron allí, consolándome y se compungieron mucho, mas mi padre no me dijo qué contenían o querían decir aquellas palabras. Yo quedé tan fuera de mí, tan llena de espanto y temor, que no podía entender cómo vivían, ni cómo podían reírse y procurar bienes de esta vida, ni dejar de llorar, ni tener reposo, los hombres sujetos a caer en tan horrorosa desdicha (Cap. iii) En su búsqueda, ha leído y pareciera confirmar en las historias hagiográficas, que existen voces servidoras de Dios, intermediarios contradictorios frente a los cuales no hay más remedio que tomar determinaciones personales. La confusión y el deseo de entendimiento la conducen por el camino de la lectura y éste a los sueños que la arrojan dando voces, a la cama de sus padres en busca de consuelo, pero ellos aunque compungidos, no pueden explicar lo que su hija percibe desde el relato onírico de voces que le hablan, y repiten en forma lamentable y horrorosa, palabras en la lengua de la iglesia. De estas criaturas ha sabido a través de los textos hagiográficos a los que tiene acceso y que la apoyan en su búsqueda del camino hacia el acercamiento a su Dios y al más alto reconocimiento como religiosa y mujer: abadesa y santa. Refiere haber leído la vida de San Francisco de Asís, de Santa Clara de Asís, de San Ignacio de Loyola, de Santa Magdalena de Pazzi y Santa Teresa de Jesús, modelos ellos que también le permiten pensarse como escritora de una Vida que podría llegar a ser ejemplar. 32 “los que erramos en el camino de la verdad”. En: Achury Fonseca 97 Ella, como mujer y religiosa que habla a pesar de ser destinada al silencio por su condición femenina, es una mujer portadora de un mensaje particular asumiendo la imitación de todos aquellos que han hablado el lenguaje sagrado y han pronunciado el sagrado nombre del innombrable Dios. De la misma manera aparecen otros” mensajeros de males”, “enemigos” del bien, que actúan como voces adversarias en su búsqueda y que dividen a las mismas religiosas y la apartan a ella de la comunidad y de su ciudad, mediante rumores y calumnia; son “espíritus malos”, acusadores, tentadores que se entronan y manifiestan a través de rivalidades, de la crítica, de las mentiras y las palabras acusadoras de sacerdotes y monjas que desconocen que, ella actúa según mandatos y orientaciones del “padre rector”, con lo cual se manifiesta sabedora del poder de su voz, de las palabras que pronuncia, de los actos que realiza, pero las oculta tras las órdenes de quienes ostentan el poder y tras las palabras de la confesión. De otra traza usó el enemigo, y fue el que algunas religiosas de aquí, (a quien vine a ver un día, por tomar alguna noticia del modo con que se pasaba o vivía) me dijo: que los padres de la Compañía le habían dicho que yo, por callejear, me había hecho beata, y que huyeran de mí, si entrara monja. Esto fue una grande turbación para mi alma por muchas causas, y quedé con más horror a ser monja, y así iba pasando en mi retiro, saliendo sólo a la Compañía; confesaba y recebía a Nuestro Señor Sacramentado todos los días por habérmelo mandado así el padre rector. (Cap. vi) En un entramado de paradojas convoca la palabra y el vacío, la huida y la llegada, la vida y la muerte, el discurso y el desierto, la atracción y el horror, la voz y el silencio, el pensamiento y la oración: ¿qué debe saber el lector-confesor? Lo más que sea posible… y, ¿qué debe saber ella? Lo más que le sea permitido, dentro de las márgenes impuestas a través de las lecturas repetidas y las voces escuchadas de sus confesores, quienes como guías prodigiosos de quien ha sido declarada por dogma incapaz de autonomía la pueden conducir por el camino del Fonseca 98 conocimiento del supremo saber de la religión católica, también poblada por la Palabra de Dios, por voces de consuelo, pero también de terror, de hogueras, de locura, de herejía. El enemigo se vale del rumor entre los padres de la Compañía de Jesús y las religiosas para hacer crítica y crear intrigas entre Francisca Josefa y sus futuras compañeras en la vida conventual. También ella entrará en el juego del rumor creando malos entendidos, dudas y alejamiento con su confesor: Así, pues, el enemigo se valió de algunas personas que le dijieren a él cosas que sospechaban de mí, y las dieron por hechas, causándole aquel enojo; y a mí me dijeron otras que me hicieron no andar para con mi confesor con aquella seguridad y consuelo que antes, y yo, como inadvertida, di lugar a perder o no lograr como pudiera el bien que en él tenía, que solo la pureza de su alma, que me parece me daba Nuestro Señor a conocer en los efectos que sentía en la mía cuando lo comunicaba, me era grande bien. (Cap. xi) De otra parte, como consecuencia del ambiente de injurias, agresiones, rencores y retaliaciones entre religiosos la Madre del Castillo, sola ante tantas “llamas y cuentos” levantados por “el enemigo”, da testimonio de un ambiente hostil, conflictivo en el que enferma y, siente “desmayo y tormentos” corporales y emocionales. Se desenvuelve en un mundo dual en el que el “enemigo común” cobra protagonismo y en el que, a veces a pesar de su naturaleza de rebelión frente a Dios, se ajusta a la voluntad divina y le sirve de instrumento para afligirla. Su modo de actuar viene a ser la recapitulación en sí misma de los requisitos que definen en general las prácticas de los santos que necesitaron comparecer ante los hombres y ante la iglesia para mostrar su virtuosismo particular en la ejecución de los mandatos de la iglesia. En este tiempo padecí otra pena horrible, que fue de parecerme que hacía los más horrorosos pecados del mundo, y tales que ahora veo, que sólo la astucia del enemigo podía, con permisión de Dios, por mis culpas, poner apariencias de tales, y turbar y oscurecer la razón; de modo que era como traerme en una rueda de navajas, vendados los ojos, sin que a ningún lado tuviera descanso. La vergüenza que padecía en confesar o decir aquellas cosas era intolerable. En acabando de Fonseca 99 pasar aquel tormento, que me apartaba del confesionario, me parecía que por tal circunstancia que dejé de declarar, era fuerza repetirlo todo, y así empezaba, sin acabar, mi tormento (Cap. v) Si Dios permite “turbar y oscurecer la razón” para presentarle “horrorosos pecados” y no permitir su descanso, también le admite el acceso al conocimiento de la historia de las herejías, consiente la experiencia de las dudas que la afligen y concede espacio para las preguntas e inseguridades nacidas de esos mismos conocimientos. Quien vigila para que dudas, pensamientos y pecados, aunque aparezcan sean alejados, es su confesor. Ella misma será primera testigo-espía de sus movimientos internos vitales de curiosidad, observación y búsqueda de la verdad. Francisca Josefa necesita tomar la palabra en el confesionario para des-decir el mal recién descrito, para des-figurar la configuración de lo que la amenaza en su propia singularidad; toma la palabra escrita para marcar los esfuerzos en su búsqueda, como quien se exhibe en un escenario: por una parte da vida a fenómenos únicos e irrepetibles y por otra, le resulta imprescindible la presencia del lector-confesor-espectador, como otro, ante quien se expone una ejecución y de quien se logra o no una aprobación. Este fue permitirle Nuestro Señor al enemigo que me afligiera con representarme cuantas herejías e infidelidades se han inventado entre los hombres; y sin cesar todo el día en cualquiera ocupación que tuviera, sonaban aquellos silbos de la serpiente infernal en los oídos de mi alma, con tanta sutileza y astucia, tornándome a su propósito cuanto vía, oía y leía, que solo en la malicia y condenada astucia de Satanás cabía. (Cap. xviii) Éste constante “enemigo” también se conduce como intermediario entre Dios y las almas, incluso las de “alta contemplación” actuando como un instrumento divino que las irá acercando a la verdad y al bien, aunque se proponga lo opuesto Es el gran perdedor en la contienda, pero que a pesar de provenir del “mal natural” contribuye en beneficios para las almas que buscan la santidad. Así, su presencia no necesariamente invoca malignidad por sí, sino que puede acarrear Fonseca 100 beneficios para quien la padece, ya que las almas de Dios logran transformar sus intenciones maléficas hacia la purificación personal. En el punto de lo que padeció por casi diez años, no puedo hablar con la certidumbre que en los antecedentes: solo digo que Dios la quiso probar, retirándose, privándola de sus consuelos, que lo suele hacer así Dios, aun con aquellas almas de alta contemplación. Digo que aquello no era natural, sino que Dios, o dando licencia al demonio, o por sí mismo, conmovería los humores del cuerpo que le causaban aquella somnolencia y dolores, para purificar su alma (Décima carta. 2007 46) Cuando Dios permite que el demonio actúe “para purificar el alma”, resulta contradictorio con las metas que éste persigue y hace pensar en los beneficios del mal espíritu, en un concepto positivo de la malignidad, terreno inseguro y escalofriante en medio del cual se mueve. Estos “seres”- voces en la obra de la Madre del Castillo controlan presagios y son causantes de enfermedades y riñas en un enlace explicativo de impulsos irracionales que tientan contra la voluntad y se manifiestan en forma connatural con la constitución humana. Ahora entiendo, y me parece, que al paso que arroja estos pensamientos, le da Dios licencia para que mueva los humores del cuerpo, de manera que no parece sino que son penas sensibles, o que se padece parte de las del infierno. Es como si a uno le ataran los pies y las manos, y lo echaran en un pozo o cárcel de fuego, donde no entrara luz y a veces suele también mover a otras criaturas, para que estando en aquel estado de tanta aflicción y tormento, den pesares, y digan, y hagan cosas que causan irritación, y mueven las pasiones, alborotándolas también el enemigo por medio de los humores del cuerpo, etc. (Cap. xxxiii) A través de éstas “criaturas” que pueden dar pesares, decir y hacer cosas capaces de influir en la vida de los hombres y de ejecutar en ellos los castigos permitidos o decretados por Dios, la Madre del Castillo ha definido el concepto del diablo personificándolo para hacerlo representable a través de la escritura. Lo nomina, lo caracteriza en distintas formas y le da Fonseca 101 atributos que se pueden encontrar en distintas personas y que en ella misma han hallado las religiosas del convento como parte de su agresión y rechazo. “Enemigo” éste que pareciera tiene como finalidad suprema atormentar y hacer infelices a los seres humanos lo menciona como” enemigo malo”, “enemigo común”, “espíritu malo”,” multitud de espíritus malos”, “serpiente”, “serpiente infernal”, “diablo”, “ innumerables demonios”, “padre de la mentira y de las tinieblas”, “mensajero de males”, “ Satanás” y, el original “ Crecerábulto”. Una de sus particularidades es que se manifiesta también a través de los enemigos, de las religiosas que echan a rodar rumores, de las calumnias y agresiones, haciendo crítica abierta, pero velada, del ambiente de la ciudad y conventual de Santa Clara. En los escritos de la Madre del Castillo, el demonio o el “mensajero de males” es pintado como un mosaico que se saca del cuarto de San Alejo y adopta formas humanas que le permiten dar carácter demoníaco a ciertos seres humanos desde su posición de mujer blanca de linaje español, elegida por Dios: los negros, los indios, personas de baja estatura, de pobres ropas, la mujer y los religiosos. Condensa su representación en un espejismo semántico en donde se encierran prejuicios y temores. Se refiere a él como 33: 1) El” hombre negro” (69), que toma el semblante de “figura de negro, tan feo, tan grande y ancho” (209); 2) adquiere la “figura de un indio muy quemado y muy robusto” (206) 3) ”un hombre muy pequeño con una lengua muy larga” (209); 33 Sigo la paginación de la edición de Robledo 2007. Fonseca 102 4) son demonizadas también las monjas que la persiguen: : “hermana acechando, figura de aquella que he dicho” (117)- refiriéndose a una de las monjas del convento que será nombrada maestra de novicias 5) los “enemigos”, 6) “los libros de comedias o novelas”(64) calificados como “entretenimiento o peste de las almas” (64). 7) Éste “enemigo común”, obtiene formas de “sapos y culebras”, de “serpiente infernal” (121), de “mono” (157) o de” una culebra con cabeza de culeca” (221); “formas humanas espantables” (65; II, 8); “ figuras muy espantosas” (136); figuras desmembradas, “caras y brazos de hombres sumidos en río de fuego” (65, II, 8);” figuras abominables y aborrecibles” (219); de “enemigos que dan gritos y siguen” (72); de” dama muy aliñada, matachín, de religión” (157) 8) A ésta maligna criatura no se le escapan los seres “de religión” ni los niños para actuar, 9) Refiere que lo ha visto “con los ojos de la cara en hábito de religioso que pasa por la puerta” del convento (149) 10) Los” muchachos pequeños de malísima figura” (153); 11) lo caracteriza a través de una “traza y figura muy fiera, vestida de unos andrajos” (186) con lo que demoniza la pobreza; 12) toma la “figura de un hombre viejo” (206) porque la edad tampoco es garantía de no riesgo posesión o de santidad; 13) es un “bruto disforme de hierro o de bronce” (171), acaso remitiendo a las figuras de los caballeros medievales de las novelas de caballería; 14) puede ser una “figura muy pequeña como raído por el pellejo” (202) Fonseca 103 15) se puede presentar “con tizón encendido que daba un poco de luz” en su celda y no solo era portador de oscuridad (de nuevo la paradoja bien-mal, luz-oscuridad) 16) o, “ladroncillos de tesoros” (96), en donde “los tesoros” son las virtudes. Las figuraciones que hace son sobre todo el concepto de las pasiones humanas: del “odio disfrazado con velo” (117) o “pintado de amor” (117), “de las herejías o infidelidades” (121) de quienes se apartan del dogma o ponen en entredicho las costumbres de la tradición católica. Pero principalmente, son males y profundidades que atacan en la interioridad y conducen al martirio del cuerpo como lo único que ciertamente pertenece y alberga las contradicciones. ¿Pues, cómo diré, Dios mío, los males y profundidades en que me vi, con tentaciones horrorosas en esto, ni las cosas que movía el enemigo en lo exterior e interior, ni la guerra que yo tenía en mí misma? Poco o nada pueden las fuerzas humanas contra este maldito vicio, tan llegado a nosotros mismos en esta carne vilísima, saco de podredumbre, si Dios se aparta. El altísimo don de castidad y pureza que hace a las almas esposas del altísimo Dios, desciende de arriba, del Padre de las lumbres. Despedazaba mi carne con cadenas de hierro: hacíame azotar por manos de una criada; pasaba las noches llorando; tenía por alivio las ortigas y cilicios; hería mi rostro con bofetadas; y luego me parecía que quedaba vencida a manos de mis enemigos. Andaba llena de pavor y horror de mí misma, sin atreverme a alzar los ojos a Dios, ni a su Santísima Madre, y en ella me faltaba el consuelo y la vida. Consultaba continuamente a mi confesor, y ponía esfuerzo en tomar los medios que me daba; mas yo conocía que el altísimo y limpísimo Dios quería así humillar mi soberbia y que me aborreciera a mí misma como a un costal de estiércol: así no daba paso en que no hallara un lazo (Cap. xix) El demonio no está fuera, está dentro de sí misma, son las voces y pensamientos, son los impulsos y deseos del cuerpo que ella califica, como Magdalena de Pazzi, Clara de Asís y Catalina de Siena, de ”costal de estiércol” . Es el “mal natural” que busca ahuyentar a través de la mortificación, de los ritos y de las oraciones. Cuando habla de ellos a su confesor, pone a través de su voz y de su escritura lo que lleva en su interioridad buscando desde la obediencia Fonseca 104 cumplir con la tarea de atacar las distintas formas de actuar del demonio: la tentación, la posesión a través de la búsqueda del placer y los aliños, el asedio que intimida desde fuera en su entorno inmediato o la comunicación con él a través de las voces que sugieren “amor propio” y razones personales. Este demonio actúa en forma indirecta, él no puede penetrar en la intimidad violentando la libertad personal, pero incita a imaginaciones o al apetito sensitivo, a la envidia y pasiones de destrucción, al egoísmo, al temor, al miedo o la desesperación en la lucha espiritual. Indican su presencia, los lugares en donde la mentira se afirma contra la verdad y, la solidaridad y la ayuda se apagan a causa del egoísmo. El convento de la época que ella describe pareciera ser ese lugar de manifestación demoniaca donde ella como abadesa y mujer religiosa que lucha por su santidad es consciente de que no hay lugar para el “amor propio”, a la vez que víctima atrapada por decisión propia y por votos perpetuos de obediencia y castidad. De esta manera encontramos que la escritora recoge la tradición y los mandatos de los Concilios de Braga (Portugal) en 1561, en la declaración contra los priscilianos que creían que el diablo no había sido creado por Dios y, que en el IV Concilio de Letrán en 1215, bajo el papado de Inocencio III, reafirma la doctrina contra el dualismo al declarar que el diablo y los otros demonios fueron creados buenos por Dios y que se hicieron malos por culpa propia. Más adelante, el Concilio de Trento (1545-1563) declara que el pecado original puso a la humanidad bajo la cautividad del diablo que tenía poder sobre la muerte, pero que la misión de Cristo fue liberar de esta esclavitud (Sesión V) Los nombres, los atributos o representación que refiere de Satanás también se encuentran en las Sagradas Escrituras, en ellas encontramos: atributos de mentira, en Reyes; de disputa, en Santiago; de rivalidad, en Filipenses; como padre de la mentira, en Juan; tentador y enemigo – Fonseca 105 nombre más utilizado por la escritora- en Mateo; demonio, en Judas y Hechos de los apóstoles y, Satanás, en los libros de Job, en los cuatro evangelios, en el Apocalipsis, en los Hechos de los apóstoles, en Corintios y otras epístolas de San Pablo(Melgar Gil 2010 32-33). Son textos bíblicos a los que seguramente también se hacía referencia en los distintos sermones de las homilías sacerdotales y en los textos hagiográficos a los que tuvo acceso. Francisca Josefa manifiesta cómo el demonio se expresa en los diferentes niveles de la vida con la única finalidad de conducir al mal y al pecado, dispuesto a atacar a quienes se han alejado de Dios (beneficios del maligno) como el demonio islámico; tentando para acciones deshonestas y detestables y, desviando del camino recto. Dios y el demonio no son dos facetas de igual poder como lo decretaron los concilios, sino que son parte de un conflicto entre el bien y el mal en donde ella es el escenario convergente de tradiciones y luchas internas que exigen espacio en el horizonte de la escritura. La Madre del Castillo, en momentos no se siente diferenciada de los otros ya que siente que él fluye en el mundo de todos y en el de ninguno, pero amenaza la propia singularidad y los territorios más recónditos de su psiquis. El texto conduce a un ámbito de conexiones y desconexiones que ponen en entredicho la “paz” y la “privilegiada” posición del estado religioso de la mujer humilde y obediente. Sus escritos son también la lucha por alejar ese “mal natural” intrínseco. Fonseca 106 Retornar para partir. A modo de conclusión. Se me ha prevenido respecto a este libro Y esto es lo que se me ha hecho saber: Que si no lo enterraba, Sería consumado por el fuego. Entonces, como acostumbraba a hacer en mi infancia Cuando estaba triste, me puse a rezar. Me volví hacia mi Amado (..) Y Dios se manifestó de inmediato a mi alma e entristecida. (…) “Amada mía, no te sientas afligida, Pues nadie puede quemar la verdad. Quien pretenda arrebatarme el libro Deberá ser más fuerte que yo. (…) De ningún modo deberías dudar de ti”. (Matilde de Magdemburgo S. XIII) Sin embargo, a veces dudo. Me encuentro de vuelta, tal vez, retorno para partir, porque el recorrido, el encuentro y la escucha de la voz adolorida en los escritos de la Madre del Castillo, sigue produciendo ecos fantasmales en el orden del discurso falocéntrico de la cultura. Retornar a la historia pasada y presente de la mujer, aún enclaustrada y silenciada en la celda de los conventos, donde sonó y aún retumba como sentencia y como interrogante la afirmación de Lacan: “la mujer no existe”. El retorno-partida nos coloca sobre una ontología de la escritura literaria-mística. No existe la mujer si no es interlocutora partícipe reconocida de la historia de la humanidad. No existe si no es escuchada en el acto de romper el silencio sobre su Fonseca 107 secreto, sobre su intimidad, sobre lo no dicho, lo indecible, lo guardado. No existe si es silenciada, si es obligada a repetir el discurso masculino, en las formas masculinas de rigidez y de razón, o de cuerpo, pero su-mi existencia es innegable en todas sus aristas. Desde el silencio y la contemplación, desde el retiro, muchas mujeres han proclamado su valor a través de la palabra escrita, han hecho llegar a nuestros oídos sus silenciados y desgarradores actos de seres humanos sinuosos, parlantes. Asistimos al ritual del de-vela- miento, del ocultamiento del olvido social. Nos hacemos presentes en el silencio y la soledad de las aisladas celdas. Escuchamos sus voces. Vemos las imágenes que, como focos, muestran los claroscuros de la mujer que ha decidido la vida de clausura, el ascetismo y la oración. Intuimos el deseo de unión con Dios y las ganas de indagar por la verdad y aceptar con humildad y sin preguntas, las “verdades”. Escribir sobre la mística del Castillo, para la interminable lista de religiosas –no solo de clausura-, que siguen manteniendo como ejemplo de vida interior las imágenes de fundadoras de congregación, de santas escritoras, de las cuatro Doctoras de la Iglesia34: Teresa de Ávila, Catalina de Siena, Teresa de Lisieux o del Niño Jesús y la recién proclamada Hildergarda Von Bingen, es una manifestación de sacrificio, de auto-entrega total, de afirmación de la existencia femenina. Es la exteriorización de la existencia “humana, demasiado humana”. Es la expresión del inefable don de su corazón, de su vida, de su amor a la Divinidad. Místicas palabras, esquivas al “ruido” de la comunicación institucionalizada en la cotidianidad, en los pliegues y bordes, dejan traslucir la experiencia de la Existencia Humana y Divina. Nos internan en el “laboratorio alquímico” donde el lenguaje- la experiencia se muele con la fuerza del palpitar del 34 Ya no solo existen sacerdotes, “Doctores de la Santa Madre Iglesia que saben responder” según rezaba el Catecismo de la Doctrina Cristiana. Del Padre Gaspar Astete Fonseca 108 corazón haciendo eco de las voces escuchadas, en las noches de desvelo, en el silencio del claustro, en sus arrobamientos nocturnos, en el susurro del silencio. El estilo, es la forma como la religiosa trata de resolver el problema del sentido de su existencia; ella, la Madre del Castillo como mujer no permanecerá encerrada en el conocimiento, sino que dará rienda suelta a su amor, a su experiencia, que busca perderse en la simplicidad del Ser Divino: tratará de comprenderlo y expresarlo de la forma más certera. Ella, ellas, en este escenario, solas frente a su propia mortalidad, conociendo el sentimiento moderno de la angustia saben de La luz resplandeciente de la Divinidad, como lo escribiera Matilde de Magdeburgo (Siglo XIII). En el final de este dialogo inconcluso con la Madre del Castillo puedo argumentar que todo acercamiento a la obra mística debe estar acompañado, al menos una brizna, del espíritu alegórico que hace sentir el dolor de la carne en la escritura. Su lectura- escritura no es la máscara del hipócrita lector mundano, tampoco es el afeite de maniquí de vitrina que busca atraer y vender. La monja en su inocencia huele a santidad. Ese olor sublime de la escritora convierte el relato de su Vida, su poesía, sus Afectos Espirituales, su experiencia humanareligiosa íntegra e integral en un cántico de alabanza al Creador, en un himno amoroso de secreta unión con Dios, en un sublime grito de liberación y de denuncia, es la plegaria amorosa que reconoce la propia impotencia y el poder de la Vida que se experimenta eterna. Haría falta no solo leer, sino vivir el convento día a día, experimentar una temporalidad eterna en donde los cabellos que bajo el manto y la toca se tornan grises, luego blancos inclinándolos dolorosa y jubilosamente hacia la tumba, abren la luminosa puerta de la eternidad. Sus manos siempre finas, trabajadoras, delicadas y enérgicas bordaron-tejieron con hilos divinos la existencia, mientras moldeaban sus destinos Únicos. En las horas sombrías, de tristeza y de Fonseca 109 profunda angustia siempre escucharon el susurro: No temas, aquí estoy. “No debieras dudar de ti” (Matilde de Brandemburgo). Pronto sonrieron volviendo sus ojos al cielo, a su corazón como centro de Amor y Sagrario del Divino. Otras, muchas otras que hablan aún reposan en silencio esperando que nosotros escuchemos sus susurros. Una de ellas, la Madre Margarita Fonseca Silvestre – Madre Margarita María del Sagrado Corazón- de la Congregación de la Sagrada Familia, hoy Siervas de Cristo Sacerdote. Trovadora del Niño Dios y de la Sagrada Familia, dramaturga alegre de la doctrina cristiana, comprometida con los pobres y con las mujeres abandonadas y desamparadas de la Bogotá de principios del siglo XX. Con ella, las religiosas aún hoy no “dejan apagar la llama que humea”35 porque las necesidades continúan y porque la poética-amorosa mística recorre los corredores de sus casas para llegar al oído de las niñas y al oído de quienes sabemos escucharleer las lágrimas de esperanza. Experimentaron-experimentan el goce de la escritura, el éxtasis de la palabra Creadora, las suavidades infinitamente profundas y ciertas del Amor Celeste. Escribieron dentro del dogma pero con plena y desinteresada libertad, sin “creerse bajadas de las estrellas”, como escribe Madre Margarita, sino que caminando intensamente comprometidas con la vida se convirtieron en el espejo de la flaqueza humana y en el umbral de partida para quienes seguimos buscando un sentido a la vida. Han roto cadenas, han borrado huellas y han dejado cicatrices en la historia que entre luces y sombras invitan a que el acto hablante se comprometa con lo Divino, la Vida y la Humanidad porque somos más que carne y razón, también somos espíritu místico. Para concluir, interrogantes quedan sobre la mesa de trabajo ¿Qué decir de mi escritura?, ¿qué queda por decir? ¿Qué aporta la mística al hombre y al literato de hoy? 35 Carta de Madre Margarita del Sagrado Corazón de Jesús a H. Berenice. 1932. Inédita. Fonseca 110 ¿Qué decir de mi escritura? He asumido el intento de una lectura interpretativa encontrando en el ser y el imperio de las palabras la posibilidad de una “experiencia” de vida que me permitió ensoñarme en un lenguaje que no tiene otra ley fuera de sí mismo. En un lenguaje que afirma su existencia escarpada, y que obliga a curvarse en el padecimiento de la letra mística, desgarrón del alma en el movimiento de leer-escribir y renacer escuchando el sufrimiento del otro. Es la palabra quien guía la lectura. ¿Qué queda por decir? ¿Es posible que las mujeres religiosas que no fueron y aún hoy no son escuchadas en su voz femenina puedan ser convocadas a los espacios académicos para ser reconocidas y valoradas? En ella podemos leer los desgarres de la conciencia de una época, los avatares de la humanidad. Son muchas, entre otras: Madre Margarita María del Sagrado Corazón de Jesús, Madre Angélica del Agnus Dei, la reciente canonizada Laura Montoya, Sor Francisca de Paula…. Ellas, y otras más, escritoras que esperan sus lectores, luego de escuchar sus confesores. ¿Qué queda por hacer? Estudiar de la Madre de Castillo sus cartas, buscar la correspondencia con la Superiora de las Carmelitas Descalzas que ella refiere en su Vida, realizar un estudio profundo de sus Afectos Espirituales, hacer un estudio en el que se integren la iconografía y los mensajes mensuales de la Iglesia con la idiosincrasia de la época, el dolor y la enfermedad, sus sueños y visiones, la simbología del fuego, del corazón en sus escritos… En los de otras mujeres religiosas. ¿Qué aporta la mística al hombre de hoy, al literato? Cuando no se tiene un sitio a donde ir, cuando los ojos no dejan de derramar lágrimas de día y de noche frente a la conciencia de la soledad, de la vida-muerte personal y de la humanidad, cuando no podemos cesar en la búsqueda Fonseca 111 de la esencia de la humanidad, de cómo hemos venido construyéndonos-destruyéndonos, un solo libro, una parábola, un acontecimiento, un versículo, un pensamiento, un haiku… pueden ser la vela que nos lleve a la orilla del océano de la vida, sacándonos de la deriva. vela puede conducirnos a las riberas que acogen e invitan a continuar explorando. Una sola Fonseca 112 Bibliografía Abril Rojas, Gilberto. Asuntos Divinos (Sor Francisca del Castillo y Guevara). Tunja- Boyacá- Colombia: Academia Boyacense de Historia, 2007. Impreso. Achury Valenzuela, Darío. Análisis crítico de los Afectos Espirituales de Sor Francisca Josefa de la Concepción de Castillo. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional. Biblioteca de Cultura Colombiana, 1962. Impreso. 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