La disputa por Asia Central

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El Dipló: La disputa por Asia Central
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Edición Nro 186 - Diciembre de 2014
AVANZADA CHINA EN LA ZONA DE INFLUENCIA RUSA
La disputa por Asia Central
Por Régis Genté*
Mientras que la irrupción estadounidense en las ex repúblicas soviéticas de Asia fue pasajera, la expansión económica
china no cesa, obligando a Moscú a negociar con Pekín. Los países de la región aprovechan esta rivalidad para defender
sus intereses.
l recorrer Asia Central, desde las cimas del Pamir hasta las inmensas estepas kazajas, se pueden percibir los
deslizamientos tectónicos que se están produciendo en el corazón de Eurasia. En junio pasado, los aviones de la US Air
Force abandonaron el juego. En todo caso, desaparecieron del aeropuerto de Manas, cerca de Biskek, la capital de
Kirguistán. Estados Unidos se retiraba de Afganistán, al menos parcialmente, y cerraba su única base, costosamente
adquirida, en un Asia Central que ya no parece importarle tanto.
En la ruta que lleva al centro de Biskek, el inmenso bazar de Dordoi constituye desde hace alrededor de veinte años el
mercado mayorista para los productos chinos en toda la ex URSS. Un rápido vistazo en medio del apilamiento de
contenedores alcanza para constatar que actualmente los puestos son mucho menos numerosos. La Unión Aduanera,
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creada en 2010 por iniciativa del presidente ruso Vladimir Putin, y que Kirguistán se apresta a integrar, asestó un duro
golpe a las mercancías fabricadas en China, que de pronto se volvieron menos competitivas para los rusos o los kazajos
que se aprovisionan en Dordoi.
Pero los vecinos que llegan del Imperio del Medio siguen estando presentes, a juzgar por la cantidad de negocios y
restaurantes chinos que florecen en Biskek. La radio del taxi, en el momento del flash informativo, recuerda que en
2016 Pekín iniciará la construcción de un gasoducto kirguís. Ese tramo completará la red emplazada en Turkmenistán
para explotar sus fabulosos yacimientos, que ya proveen el 51% de las importaciones chinas de gas natural (véase el
mapa).
Una nueva era se abre para Asia Central y sus sesenta millones de almas, que en el siglo XIX fue el teatro del “Gran
Juego” entre los imperios ruso y británico y, luego, de un “Nuevo Gran Juego” cuando apareció Estados Unidos
después de la independencia, en 1991, de las cinco ex repúblicas soviéticas (Tayikistán, Uzbekistán, Kirguistán,
Kazajistán y Turkmenistán). Esta nueva era podría resultar incierta y peligrosa: “No tanto a causa de la frontera afgana,
ya que los talibanes tal vez tengan otra cosa que hacer antes que conquistar Asia Central, como de la inestabilidad
propia de la región, con las difíciles sucesiones que se anuncian en esos regímenes dictatoriales y autoritarios”, señala
Alexander Cooley, especialista en Asia Central del Barnard College de la Universidad de Columbia (Nueva York).
“Las grandes potencias corren el riesgo de ya no estar en posición de asumir responsabilidades en materia de seguridad
en esos países”, explica Cooley. De hecho, varias escaramuzas enfrentaron a guardias fronterizos tayikos y kirguises.
Pretextos mínimos, como el desvío de un curso de agua para la irrigación, pueden dar lugar a enfrentamientos mortales
en razón de la ausencia de demarcación de la frontera entre los dos países y de una concentración de problemas
securitarios en el valle de Fergana. Este valle, la parte más fértil de Asia Central, atravesado por el legendario río Sir
Darya, concentra más de una quinta parte de la población de toda la región y atraviesa tres países, separados por
fronteras extremadamente complejas que antiguamente eran simples delimitaciones administrativas entre repúblicas de
un único Estado, la URSS.
La estrategia estadounidense
El “Nuevo Gran Juego” centroasiático evolucionó en función de las pugnas entre las grandes potencias. Después de
2001 y de la intervención occidental en Afganistán, Washington intentó desempeñar un rol en Asia Central. Al
principio Estados Unidos disponía del consentimiento de Putin, el primer jefe de Estado que ofreció sus condolencias
al pueblo estadounidense y a George W. Bush el 11 de Septiembre. La relación se fue estropeando de forma progresiva,
sobre todo después de 2003 con la invasión estadounidense en Irak y luego con la vuelta de una Rusia determinada a
preservar una esfera de influencia en su “extranjero cercano”. “Con o sin razón, Moscú pensó que los estadounidenses
querían aprovechar su presencia en Afganistán para convertirse en un verdadero actor en Asia Central”, constata
Cooley. Lo que no está probado, ya que el deseo estadounidense de instalarse en el centro de Eurasia fue fluctuando
con el tiempo.
Después de la llegada de los primeros aviones estadounidenses a la base aérea de Manas en 2001, Washington había
sabido adaptarse al contexto local confiando los muy jugosos contratos de abastecimiento de combustible de la base a
los hijos de los sucesivos presidentes kirguises, Askar Akayev (1990-2005) y Kurmanbek Bakiyev (2005-2010), hasta
su derrocamiento. Pero, a partir de 2010, Moscú acentuó la presión sobre Biskek para que echara a los estadounidenses,
obteniendo primero que la base se convirtiera en un simple centro logístico con contratos renovables cada año.
La Casa Blanca no retrocedió en forma voluntaria. Pero, en el contexto de la reactivación de las relaciones con Moscú
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que instauró después de su elección, el presidente Barack Obama se negó a iniciar una pulseada. Y, una vez tomada la
decisión de abandonar Afganistán, Washington ya parecía mirar para otro lado… hacia el extremo oriental de Eurasia y
la costa del Pacífico, donde se concentran sus intereses estratégicos y comerciales. En ese reequilibramiento estratégico
estadounidense hay que ver una forma de continuidad en el cambio: la persistencia en querer desempeñar un rol clave
en el continente euroasiático, pero desde ahora más al este.
La estrategia de Estados Unidos en Asia Central nunca demostró una gran imaginación. Se basa en gran parte en su
visión de una “nueva Ruta de la seda”, una iniciativa que, desde 1999, apunta “a crear una región económicamente viva
e interconectada a través de Afganistán y los países de Asia Central y del Sur” para asegurar su estabilidad. La idea es
alentar los intercambios comerciales ayudando en particular en la construcción de infraestructuras. Pero al proyecto le
falta tanto coherencia como realismo. Así, la línea eléctrica CASA-1000, que une Kirguistán, Tayikistán, Afganistán y
Pakistán, sufre las consecuencias del estado de la red en los dos primeros países y de la ausencia de “estrategia para
garantizar la seguridad de la infraestructura”. Entre las cinco ex repúblicas soviéticas, las relaciones políticas siguen
siendo difíciles desde las independencias, y los intercambios económicos todavía son muy limitados. Más al sur,
Pakistán se aleja de Estados Unidos, quien no mantiene relaciones económicas con Irán. Ahora bien, estos dos países
son indispensables para crear una verdadera cooperación regional.
Aunque después de un largo período de incertidumbre Kabul y Washington hayan firmado en septiembre un acuerdo
sobre el mantenimiento de tropas estadounidenses, el futuro de Afganistán sigue siendo una incógnita (véase “Incierto
futuro para Afganistán”, pág. 30). Y todavía hay que considerar otros factores para evaluar la futura implicación de
Estados Unidos: la reactivación de la “guerra contra el terrorismo”, la situación en Pakistán o la evolución de la
relación con Moscú, considerablemente afectada por la crisis ucraniana.
Las dificultades del Kremlin
Tres meses antes de la ceremonia de partida de las tropas estadounidenses de Kirguistán, el 9 de junio de 2014, el
gigante petrolero ruso Rosneft firmó con Biskek un protocolo de acuerdo para la adquisición del 51% de las acciones
del aeropuerto internacional de Manas. ¡Todo un símbolo! ¿Por qué una empresa petrolera querría tomar el control del
aeropuerto de un país que no dispone de ningún yacimiento de hidrocarburos? Rosneft, dirigida por Igor Stechine, uno
de los colaboradores más cercanos de Putin, prometió 1.000 millones de dólares de inversiones para convertir a
Kirguistán en una plataforma logística…
El protocolo de acuerdo se agrega a los contratos firmados por otros mastodontes públicos rusos, como Gazprom, Inter
RAO o RusHydro, en los ámbitos de la hidroelectricidad y la distribución de gas. Las motivaciones son más
geopolíticas que comerciales: “¿Quién podría tener ganas de volver a comprar Kyrgyzgaz, incluso por 1 dólar
simbólico, como lo hizo Gazprom, cuando se sabe bien que la empresa es un pozo sin fondo, ya que nuestros
compatriotas no pagan su cuenta de gas?”, se pregunta un alto funcionario kirguís, que prefiere conservar el anonimato.
La historia reciente de Kirguistán les enseñó a los dirigentes que es preferible no oponerse a lo que Moscú considera
como sus intereses fundamentales. La caída del presidente Bakiyev en abril de 2010 tiene mucho que ver con el hecho
de que este ignoró ese principio. El imprudente jefe de Estado pagó un alto precio por proponerles a los
estadounidenses abrir un centro de entrenamiento militar en Batken, en el sur, mientras que hacía oídos sordos a los
pedidos del Kremlin relativos a la concesión de una segunda base rusa.
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La crisis ucraniana también cambió la situación en Asia Central. “Los poderes de la región recordaron cuánto podía
amenazarlos Moscú. Por lo demás, el Kremlin cambió de actitud y, de pronto, en forma más o menos oficial, pidió, o
exigió, que Kirguistán y Tayikistán se integraran a su Unión Económica Euroasiática, para no quedar totalmente
ridiculizado después de haber perdido Ucrania”, nos explica el politólogo Parviz Mullodjanov, en Dusambé. Ese
proyecto de integración económica, y eventualmente política, se realiza sin entusiasmo. “No estamos en contra de la
idea de integración, al contrario. Pero se está haciendo únicamente según las imposiciones de los rusos”, se lamenta el
asesor de un importante responsable político de Kazajistán. Después de la defección de Ucrania y el miedo que inspiró
en Asia Central la reacción de Moscú, el futuro de la Unión Euroasiática parece muy difuso.
Sin embargo, Kazajistán se mostraba muy entusiasta ante la idea de una integración regional, bajo la dirección de su
autoritario presidente Nursultan Nazarbayev. Este gran promotor de la idea euroasiática desde 1994 también debe tener
en cuenta la importancia de la minoría rusa o rusohablante de su país (actualmente alrededor de un cuarto de la
población). Pero, cuatro años después de la creación de la Unión Aduanera, los kazajos se quejan de diversos
obstáculos que les impiden entrar en el mercado ruso, con el que sin embargo se supone que forman un bloque.
“Ocurre también que las economías son de tamaños muy diferentes: la rusa tiene un peso diez veces mayor que la de
Kazajistán cuyas empresas no son lo suficientemente competitivas, ya que desde hace cerca de veinte años se
desarrollan como oligopolios”, explica el experto financiero Jean-Christophe Lermusiaux, que trabajó mucho tiempo
en la inmensa república centroasiática.
Rusia suele privilegiar el palo a la zanahoria y le cuesta ocultar su desprecio respecto de sus vecinos. A fines de agosto,
Putin hizo enojar a su principal aliado al estimar que su presidente había “creado un Estado en un territorio que nunca
tuvo Estado”. A Nazarbayev no le gustó mucho, ya que vio en esa expresión una amenaza velada, y replicó que su país
no participaría “en organizaciones que constituyen una amenaza para nuestra independencia”. Además, Kazajistán se
abstuvo durante el voto de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la validez del referéndum organizado en
Crimea.
Más le cuesta a Moscú mantener en su esfera de influencia a Uzbekistán y Turkmenistán, que no tienen fronteras
comunes con Rusia y cuyas riquezas, especialmente en hidrocarburos, los autorizan a dejarse cortejar por otros. Ni
siquiera la experiencia y el conocimiento del terreno le permiten a Rusia aportar las garantías de seguridad que tanto
necesitan los regímenes de la región. En junio de 2010, durante los violentos enfrentamientos entre uzbekos y kirguises
en el sur de Kirguistán, que causaron más de quinientos muertos en tres días, ni Rusia ni la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (OTSC), que la primera controla ampliamente, intervinieron para calmar la fiebre asesina. Sin
embargo, era la seguridad del turbulento valle de Fergana lo que estaba en juego.
China, la principal potencia regional
Por más que Rusia disponga de recursos y relevos en la región, de cierto capital político y confianza ante las
poblaciones y los círculos dirigentes, y de una proximidad cultural por compartir la lengua, pierde terreno de año en
año. Sobre todo porque los cinco países de Asia Central son hábiles para contrabalancear el poderío de Rusia con el de
Estados Unidos, Europa, Corea del Sur, Japón… y sobre todo China.
Esta última no apareció sino tardíamente en los radares centroasiáticos. “A principios de la década de 1990, se creía
que Irán o Turquía se convertirían en los nuevos grandes actores de la región. Ambos fracasaron y fue China,
totalmente ausente hasta la década de 1980, la que a comienzos del siglo XXI estuvo en condiciones de convertirse en
la potencia más importante en Asia Central”, señala Thierry Kellner, autor de una tesis sobre China y Asia Central.
Para tres de los cinco países de la zona, China se convirtió en el primer socio comercial, delante de Rusia, mientras que
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ocupa la segunda posición en Uzbekistán y Kazajistán.
El compromiso de la segunda potencia económica del mundo es impresionante. En septiembre de 2013, el presidente
Xi Jinping realizó una gira de diez días por la región, firmando la módica suma de cerca de 50.000 millones de dólares
en contratos y préstamos. Elevó a 65.000 millones de metros cúbicos por año el monto de sus futuros abastecimientos
de gas de Turkmenistán, país que contaría con la cuarta reserva de gas del planeta. Durante el mismo viaje, adquirió
una participación del 8,33% en el gigante yacimiento petrolero de Kashagan, en la parte kazaja del Mar Caspio.
También anunció la construcción de una refinería o nuevos ramales del oleoducto que pasa por los territorios de
Kirguistán y Tayikistán, ofreciéndoles la oportunidad de depender menos de un gas uzbeko del que Taskent los priva
en forma regular. También durante ese viaje, Xi probó la idea de un “cinturón económico de la Ruta de la seda”,
concepto que todavía hay que definir pero que cuenta en potencia con un gran futuro.
En ese marco, Pekín también invierte en infraestructuras, especialmente en las de transportes. Su estrategia: “Busca
conseguirse un patio trasero en el Pacífico, condición necesaria para continuar con la modernización de China y su
espectacular auge. Por eso, desde el comienzo, la seguridad estuvo en el centro de su política en Asia Central. Tanto
más cuanto que Pekín le teme al separatismo uigur en su provincia turcohablante musulmana de Xinjiang, lindante con
la zona. Luego, se agregó la preocupación por la seguridad energética”, explica Kellner.
Manteniéndose al margen de las cuestiones de política interna, deseosa de no mostrar ninguna veleidad colonizadora y
respaldada por considerables capacidades financieras, China se volvió ineludible. “Dentro de la región, Rusia ya no
está en condiciones de decirle ‘no’”, observa Konstantin Siroïejkine, del Instituto de Estudios Estratégicos de
Kazajistán, (Kazakhstan Institute for Stategic Studies, KISI). Este especialista en China agrega: “Sin embargo, los
temas de disenso en Asia Central se vuelven cada vez más numerosos. Las compras de gas centroasiático de Pekín, por
ejemplo, le dieron los medios para negociar en posición de fuerza con Moscú y hacer bajar en forma proporcional el
importe de los contratos”.
Por el momento, el Kremlin necesita mucho a China en su pulseada geopolítica con Occidente, como para tratarla con
rudeza en Asia Central. La firma de un gigantesco contrato de 400.000 millones de dólares, que tuvo lugar el 21 de
mayo de 2014, para la entrega de 38.000 millones de metros cúbicos de gas por año durante treinta años, reviste una
importancia capital para Moscú. Se trata de mostrarle a Occidente que Rusia podría prescindir de él, vendiendo su
producción a China y de forma general a Asia.
Desde 2013, el presidente chino promociona su propia “nueva Ruta de la seda”. Una línea ferroviaria regular que ya
une en veintidós horas Chongqing con Duisburgo, en Alemania, pasando por Kazajistán y Rusia. Aunque el volumen
transportado sea aún insignificante en comparación con el transporte marítimo, grandes sociedades occidentales como
Hewlett-Packard o Bayerische Motoren Werke (BMW) ya utilizan esta vía continental.
En Moscú, nadie se hace ilusiones sobre el futuro de una alianza sino-rusa. Rusia ya no representa más que el 3,5% de
la producción mundial de riqueza, y debe formar equipo tanto como sea posible con Pekín para dar continuidad a sus
ambiciones estratégicas. De allí sus concesiones y la buena voluntad que exhibe en Asia Central respecto de los
intereses chinos. Moscú también le concede mucha importancia a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS),
que se presenta como un ámbito potencialmente poderoso, con aires de club anti occidental. Reagrupa a algunos de los
mayores productores de energía del mundo y forma la zona más poblada del planeta.
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Un juego de equilibrios
Con Estados Unidos que se desinteresa de la región, Rusia que no posee los medios que le permitan lograr sus
ambiciones, China que parece triunfar pero invierte a regañadientes más allá del ámbito económico: el entorno
geopolítico de Asia Central no es muy propicio para estabilizar Estados en los que sólo se pueden encontrar regímenes
autoritarios, e incluso dictatoriales, y fundados en frágiles equilibrios de clanes. Están latentes varios conflictos y las
próximas sucesiones se anuncian difíciles, en especial en Uzbekistán. La corrupción y la pobreza que perduran crean
un abono cada vez más fértil para el desarrollo del islamismo radical.
Ninguna gran potencia parece disponer de la autoridad suficiente, o de la voluntad para ejercerla, como para ser
escuchada en caso de crisis grave de seguridad. ¿Cómo encontrar un consenso en caso de que se desate una crisis
mayor por nuevos enfrentamientos étnicos o por una sucesión presidencial tumultuosa? “Cada uno tiene que mostrarse
flexible respecto de sus socios regionales y evitar encerrarse en principios que excluyan colaborar con tal o cual gran
potencia influyente en la región”, estima Cooley. Evidentemente, la degradación de las relaciones ruso-estadounidenses
no incita mucho al optimismo. En cuanto al entendimiento Pekín-Moscú, no es seguro que se mantenga eternamente
sin tensiones.
Para numerosos especialistas, el deslizamiento geopolítico en curso se explica por los enfrentamientos entre las grandes
potencias. “El juego entre Washington y Moscú, uno de cuyos avatares se puede observar actualmente en Ucrania, hace
que Rusia se vea empujada hacia las profundidades de Eurasia. Ya en el siglo XIX, la derrota de Crimea había llevado
a Rusia a conquistar Asia Central. Hoy que parece perder Ucrania, Rusia podría querer consolidar de nuevo sus
posiciones en lo más profundo del continente euroasiático, en Asia Central. Y no excluyo que, en el fondo, Washington
esté a favor de esto”, estima, por ejemplo, Chokan Laoumoulin, experto kazajo del Cambridge Central Asia Forum, en
Londres.
En este contexto, el rol de las repúblicas de Asia Central podría resultar decisivo para la estabilidad regional. Más que
nunca, los responsables políticos y sus asesores buscan contrabalancear las ambiciones de una gran potencia con las de
otra. Hace pocos meses, mientras Tayikistán se preparaba sin entusiasmo a entrar próximamente en la Unión
Económica Euroasiática deseada por Moscú, Sayfullo Safarov, del Centro de Investigación Estratégica, explicaba en
Dusambé que, pase lo que pase, el país “no debe abandonar su política de equilibrio del juego de las grandes potencias
a su alrededor. Estudiar lo que significa para nosotros la integración en la Unión Euroasiática equivale a considerar de
qué forma esta integración puede ser compatible con nuestros intereses estratégicos fundamentales”. Desde su
independencia, esos países aprendieron a manejar ese juego de equilibrios.
* Periodista.
Traducción: Bárbara Poey Sowerby
Por Régis Genté*
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