Yo No Lo Hice - Escuela Freudiana de Buenos Aires

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"Yo No Lo Hice"
(*) Publicado En Actualidad Psicológica -“límites Y Castigos” - (abril 2014)
Alba Flesler
Sucedió hace algunos meses. Un alumno del Colegio Nacional Buenos Aires fue procesado
por la Justicia a raíz de las amenazas que recibió el rector del establecimiento en octubre del
año pasado. El chico está acusado de haberle enviado un mail intimidatorio, luego de que la
Institución le aplicara medidas disciplinarias a un grupo de alumnos por la toma que terminó
con serios destrozos en el colegio y en la iglesia San Ignacio de Loyola.
“Sacá las sanciones o se pudre todo la p... que te parió, mirá que sabemos dónde vivís”,
decía el cuerpo de un mail anónimo que le llegó al rector, según informaban los medios
periodísticos.
En declaraciones mediáticas, el chico dijo que no se arrepiente “porque yo no lo hice, lo que
sí me arrepiento es de esta situación”. Según su versión, él participó de una broma, de la que
también fueron parte otros compañeros. Afirma que él no mandó el mail y que ahora termina
procesado porque fue el único que se hizo cargo de la situación. La Justicia pudo probar que
el joven envió el mail desde la cuenta de otra persona, pero usó su usuario de Wi-Fi para
entrar a la red del colegio. Esto lo delató. Después de las indagatorias, el fiscal cree que hay
mérito para pensar que el chico es el responsable, y el juez determinó el procesamiento.
Desde el colegio hubo una sanción disciplinaria: quedó libre y tuvo que dar las materias.
¿Medidas disciplinarias? ¿Sanciones? ¿Castigos? ¿Qué medidas contribuyen a que un ser
humano pueda respetar a la autoridad, hacerse cargo o asumir la responsabilidad de sus
actos?
Los Desbordes Actuales
Venimos asistiendo en los últimos tiempos a un debate amplio y necesario a propósito de qué
hacer con los múltiples rostros que muestran los desbordes de violencia en nuestra
actualidad. Fui invitada desde diferentes ámbitos sociales a hablar del tema pues la situación
preocupa no sólo a los psicoanalistas que asistimos a diario con nuestras mejores artes y
oficios a padres que nos consultan preocupados y faltos de autoridad ante los efectos de
indomables adicciones, violentos impulsos y desbordes desencausados en sus hijos, niños y
jóvenes. La magnitud de los episodios también inquieta a educadores y legisladores por la
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creciente y rauda multiplicación de hechos virulentos que cuentan principalmente, a menores
de edad entre sus principales protagonistas, aunque no sólo.
Como sabemos, los casos se multiplican sin cesar: un niño pequeño es agredido por otro con
furia, unos padres hacen justicia con mano propia y pegan a un chico porque hostiga a sus
hijos, una madre que disiente con la autoridad escolar ataca a una maestra, un grupo de
jovencitas adolescentes lastima con heridas cortantes a una compañera porque “se cree
linda”, un joven mata a otro diciendo que “lo molestaba”, un niño se suicida porque sufría
‘bullying’ en la escuela.
No conocemos a ciencia cierta los entretelones de lo que ocurrió en el caso del alumno del
Buenos Aires antes mencionado, pero los psicoanalistas, aunque no lo desestimemos, no
investigamos ni indagamos lo real objetivo de los acontecimientos pues nos interesa
básicamente alcanzar la verdad. Hace tiempo me propuse señalar que verdad y real no se
amalgaman (1), sino que responden a lógicas diversas. Lo real es lo real del objeto y nuestro
oficio, el del psicoanálisis, pone el acento predominantemente en la verdad, que siempre es
la verdad del sujeto. La perspectiva del psicoanálisis no es la del sociólogo, pues el objeto
que define especificidades en sus disciplinas no es el mismo, sin embargo el psicoanalista no
renuncia a situarse en el horizonte de su tiempo.
No tuvimos chance de escuchar en directo la verdad que atañe al joven del Nacional Buenos
Aires, responsabilizado, procesado y sancionado por la ley social, pero sí tenemos
oportunidad de abrir una pregunta por cuáles son las condiciones que contribuyen para que un
joven adolescente se “haga cargo” o se haga responsable de sus actos y qué relación tiene
lo ocurrido con las violencias propias del ser humano. Como sabemos los animales también la
ejercen pero se rige por leyes naturales que no se aplican a nuestro universo.
Para abordar la pregunta precedente es preciso no saltear los pasos de un breve recorrido
para situar las coordenadas que hacen a la constitución de la estructura humana.
La Estructura del Ser Humano
Desde que nacemos, la vida que nos es dada, pierde su naturaleza para entrar a procesarse
según las leyes del lenguaje. La prematuración con que llegamos al mundo nos deja en franca
dependencia, obligados a recibir asistencia de otro ser humano, quien interpretará a su modo
cuáles han de ser nuestras necesidades vitales. Dependemos pues de un intérprete, y sus
procedimientos erogenizarán nuestro cuerpo según su saber y parecer. Desde el vamos y de
ese modo, distanciado de la guía que el instinto brinda a los otros vivientes al fijarles el
objeto para la satisfacción de manera clara y determinante, el cachorro humano queda
profundamente desorientado. O mejor dicho, regido por las demandas que llegan invertidas
desde el campo de aquel que lo atiende y que darán vitalidad al torbellino pulsional, cuyo
montaje sumirá al sujeto en acefalía perdurable. Freud nombró ‘Ello’ al recinto donde las
pulsiones se alojan constantes y perentorias, ávidas de más y más goce para vaciar su
inclinación voraz a verse satisfechas al instante. Como es sabido, hechas de lenguaje, las
pulsiones no siempre admiten los beneficios de las palabras. Ellas gustan moverse en su
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gramática fija y sedienta, sin admitir razones. Por eso, cuanto menos o cuanto más, cualquier
obstáculo en su camino puede voltearse con violencia. Arrebatar lo que se quiere, buscar
droga o saciar el apetito de dinero sin ahorrar los medios, destruir objetos públicos o alcanzar
cualquiera de los objetos que la pulsión reclama, no importa cuál, puede engendrar violencia
(2).
El límite no les simpatiza y transgredirlo es su tentación constante.
Este orden de cosas lleva a sumar otra pregunta para avanzar en nuestro derrotero: si
nacemos desorientados ¿cuáles son las vías para que el sujeto se empiece a orientar?
Para comenzar a responder dirijámonos a un planteo proveniente del campo de la
antropología, planteado por ese reconocido antropólogo que fue Lévi Strauss. Él situó una ley
universal sostenida por todas las sociedades y conocida como la prohibición del incesto. Para
Lévi Strauss la prohibición del incesto es universal, y en ella asienta la base de constitución
de las sociedades humanas en la medida que regula las leyes de intercambio de las mujeres.
Nos interesa recordarla, más allá de los debates que ha suscitado, porque en principio es una
prohibición que va a instaurar una restricción en el marco de las uniones conyugales. A
nosotros, los analistas, nos interesa en tanto es a partir de esa prohibición que las
satisfacciones del cuerpo humano comienzan a estar reguladas. Con su instauración
comienza a funcionar una ley, una ley que regula todas las necesidades de nuestro cuerpo,
qué comer y qué no comer, cómo hacerlo, no con las manos sino con cubiertos, dónde
hacerlo, en la mesa y no en cualquier lugar; también surgen reglas respecto de cuándo
defecar, y dónde hacerlo. En definitiva, a partir de esa prohibición, nada será ya natural, todas
y cada unas de las necesidades y satisfacciones del cuerpo humano pasarán a estar
reguladas.
Ahora bien ¿ por qué la prohibición del incesto genera esas consecuencias? ¿qué implica
para la constitución del sujeto la introducción de un no, de una ley que prohíba un goce?
De eso se trata la prohibición del incesto, de la prohibición de un goce. Pero no de cualquiera,
de un goce en el cuerpo materno, precisamente en el cuerpo de aquél que primariamente se
ocupó de erogenizar el cuerpo del niño con sus atenciones. Eso es la introducción de la
prohibición del incesto: la indicación de un no para gozar en el cuerpo de la madre, pero ¿por
qué es necesaria para la constitución subjetiva? ¿qué implica este ordenamiento?
Prohibición y Deseo
Para atisbar el fundamento basal de su eficacia y apreciar su verdadero alcance, vamos a
situar nuestras conclusiones en el marco de una lógica. Un no, en primer lugar genera una
pérdida de goce. Perder ese goce, admitirlo, introduce en la economía psíquica una falta. Sólo
si hay pérdida de un goce será posible para el ser humano la articulación de un deseo. El
deseo humano, como puede entonces apreciarse, no es similar al apetito. Querer no es lo
mismo que desear. Pero el deseo como tal debe ser definido y entendido a partir de una lógica
simple pero precisa, es la falta de un goce la que abre la puerta al deseo.
Quienes atendemos niños en nuestro consultorio sabemos cuáles son los efectos cuando
falla esta pérdida de goce. Bien lo ejemplifica nuestra sociedad de consumo que al estimular
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el apetito por más y más juguetes, por consumir todos los objetos, produce en los niños un
efecto letal. Ante la acumulación de objetos, ellos pagan el precio de no saber jugar. Niños
atiborrados, demandados a procurarse todos los gustos, que se aburren y teniendo todos los
juguetes no logran relacionarse con ninguno. Cuando no se produce la falta de un goce, lo
que falta es el deseo.
Pero no sólo encontramos fallas en la coagulación promovida por las pulsiones, en
ocasiones también fijezas en los mandatos. Los mandatos funcionan inicialmente como
ordenadores ante lo desordenado de las primeras desorientaciones. Ellos indican qué se
debe, qué se puede o no hacer para conseguir la satisfacción, y cuáles son las vías que
deben realizarse. Pero esos mandatos pueden ser generadores de violencia, si subsisten
rígidos e imperativos sin aceptar aquello que no coincide completamente con ellos. Los
mandatos e ideales dejan de ser propiciatorios si devienen exigencias a ser indefectiblemente
seguidas. Ejemplos múltiples de su violencia ofrecen los casos de ‘bullying’ en las escuelas,
cuando se da a ver el ensañamiento sostenido con todo aquel que no coincide con el ideal.
Tentaciones y Mandatos
Algo falla en la distribución de los goces cuando las tentaciones pulsionales y los ideales fijos
convertidos en mandatos inflexibles priman. La pérdida que les conviene para su
recuperación en la escala invertida del deseo está faltando y dá por resultado niños
caprichosos, violentos, angustiados en sobremanera, jóvenes inclinados a drogarse o a
romper las estructuras para salir del aburrimiento o a “transar” con alguien sin saber con
quién. Esas manifestaciones sumadas a padres desorientados, temerosos de imprimir reglas
o desresponsabilizados que reclaman medicalizar a sus hijos para no ser interrogados, son los
rostros de un gran malentendido respecto de aquello nombrado como libertad.
Nacemos, por la eficacia de la palabra que llega desde el Otro y deshace la relación al
instinto, desorientados. Por eso, para alcanzar la flecha que oriente la búsqueda del objeto
que a cada quien le haga falta, se requiere de la construcción de un andamiaje que los
analistas llamamos fantasma. Sin su ventana no hay salida al mundo, o si la hay, será bajo el
impulso de automatismos pulsionales que esclavizan al joven y alejan al sujeto de toda
libertad. Pero el fantasma no viene hecho. Su construcción demanda tiempos para hallar un
articulador del deseo del sujeto, sus herramientas se fabrican en la infancia, y se hacen tramo
a tramo, en ineludible dependencia al Otro real.
Es que la infancia es un tiempo de tránsito y para que se produzca es necesario un agente de
tránsito. Ese agente de tránsito, como me gusta llamarlo, es lo que en psicoanálisis se
produce por una función llamada paterna. Es la función paterna la que debe introducir desde
su autoridad, no sólo la prohibición del incesto, no sólo un ordenador para que perdido un
goce se pueda acceder a otros goces enlazados al deseo, también y además de la
interdicción que introduce esta función paterna , ella ha de aportar una letra orientadora,
ordenadora de los goces pulsionales y los crueles mandatos del superyo , una letra que dé
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bordes, que dé opciones y que introduzca la flexibilidad en los goces automáticos,
determinados por el intérprete inicial con la demanda de las satisfacciones del cuerpo.
Para que ese vector funcione es preciso que tenga autoridad, que su señal pueda ser recibida.
Y eso depende de su confiabilidad. El respeto a la autoridad no se impone, se gana. El padre
merece respeto y amor si cumple con algunas condiciones (3). Quien sostiene esa función ha
de mostrar que sus palabras se enlazan a sus acciones (4), caso contrario su enunciado se
disjunta de su enunciación y pierde credibilidad. La autoridad deviene autoritaria si no da
pruebas de castración, esto es si se sostiene más como proclama que como acto.
Cuando falla la función paterna ¿qué ocurre? En primer lugar subsiste la fijeza de las
tentaciones pulsionales y aquello que fue interpretado como necesidades del cuerpo muestra
su costado de violencia. Si la satisfacción a alcanzar es fija no se medirán medios para
conseguir los objetos que permitan alcanzarla. La violencia hace entonces su muestra para
conseguir los objetos, ninguna barrera es respetada, se ejerce la violencia para la satisfacción
de las necesidades pulsionales.
Recuerdo un chiquito que atendí en mi consultorio con serias dificultades para hablar, en su
casa no tenía ninguna regulación de sus orificios, comía lo que quería, en cualquier momento,
en cualquier lugar, le compraban todos los juguetes que él requería, arrojaba sus gases
malolientes en público, y con sus caprichos tiranizaba a su entorno. En una sesión en la que
tocaba uno y otro de los objetos de mi consultorio sin lograr jugar con ninguno, opté por
sustraer a su mirada y guardar en un armario algunos de los objetos. Al recibirlo en la próxima
sesión me requirió los objetos, quería todas las temperas, todos los pinceles y que pusiera a
su disposición todos los juguetes con los que sin embargo no atinaba a relacionarse. Cuando
le dije amable pero decididamente que no estaban, que esa vez no habían venido, muy
enojado, furioso conmigo logró decirme: “tengo muchos enojos”. Pero a partir de ese límite
ofrecido a su goce pulsional, comenzó a jugar con algunos de los objetos ofrecidos. La falla de
la función paterna había hecho estragos en la capacidad de elección y deseo para este niñito.
Todos los seres humanos nos constituimos inicialmente entre demandas y mandatos
provenientes de otros, pero paso a paso, si se dan las condiciones en el curso de la infancia,
el sujeto irá respondiendo a esas demandas y mandatos e irá diseñando su respuesta
personal ante ellos.
Descreo de las hipótesis que bregan por hacernos linealmente dependientes y absolutamente
determinados por las marcas que imprimieron otros a nuestro ser. Es cierto que ellas inciden
en nuestro destino humano pero asimismo pienso que el sujeto se constituye en la respuesta
(5) que otorga a esas impresiones primeras con su trazo singular y su decisión de hacer del
destino que le tocara en suerte, su propio estilo (6).
Responsabilidad es un término que proviene del latín, respondere, y su connotación es
justamente la de dar respuesta.
Pues bien, esa respuesta se adquiere tiempo a tiempo en la infancia del sujeto en franca
dependencia de ese buen agente de tránsito que sea confiable para poner en
funcionamiento la autoridad en el ordenamiento de los goces. En su texto sobre la
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“Metamorfosis de la Pubertad” Freud expresó que en la pubertad se consuma “uno de los
logros psíquicos más importantes, pero también más dolorosos del período de la pubertad: el
desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición, tan
importante para el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua….” (7). Sin
embargo, para desasirse de esa autoridad es preciso haber contado con ella. Si no el sujeto,
en lugar de desasirse se deshace.
El Agente de Tránsito y la Autoridad de los Padres
El sujeto, aquel al que un analista se dirige, más allá de su edad tiene tiempos (8). Los
tiempos del sujeto son tiempos que se recrean o no, mostrando su progresión o sus Fixierung
en el terreno de los goces, del cuerpo, de la palabra y el discurso, también en la construcción
o en los tropiezos para el armado del fantasma.
Según mi experiencia la estructura se constituye en tiempos. Ellos son tiempos distinguibles
de lo Real, de lo Simbólico y de lo Imaginario en la constitución del sujeto. Si la falta originaria
se recrea, ellos transcurren como tiempos recreativos, dependientes de la redistribución de
los goces en la infancia. Pero esa recreación requiere de operaciones tan necesarias como
contingentes en su realización, que comprometen las funciones de aquellos que, siendo los
progenitores, puedan a su vez autorizarse y decirse padres.
Como tantas veces ocurrió en la historia de la humanidad, la definición de padre y la ubicación
de qué es una mujer hicieron temblar el hormigón de la sociedad. Permanente e imparable,
como gusta de expresarse, lo real avanzó y avanza sin dar respiro sobre las formas de la
familia, agregando con los aportes de la tecnología otras revoluciones.
Nuestra actualidad ha producido un abismo entre filiación y reproducción. Las versiones del
padre y de la madre se van retirando más y más del anclaje biológico y van progresivamente
desatando un abanico de confusiones sobre cualquier ensayo nominante.
La autoridad desfallece y de ese modo, con mayor y mayor frecuencia, llegan al consultorio
padres inclinados a lo que llamo las ‘tres versiones del DES’: Padres desorientados,
desautorizados y por eso también des- responsabilizados.
El “yo no fui”, o “yo no lo hice, el otro tiene la culpa”, o “las circunstancias lo quisieron”,
son expresiones que revelan un síntoma de nuestra actualidad.
En las consultas escucho que algunos padres se amedrentan ante los reclamos de sus hijos,
salen de la casa a escondidas para evitar conflictos y muchos otros reclama medicalización
para los síntomas porque temen enfrentar las preguntas por su implicancia o responsabilidad
en el asunto. Últimamente escuché a un padre respecto de su temor a decirle que no a su hijo
de nueve años, que no, que no se debe hacer pis en la cama, porque podía dañarlo con su
presión. O también a otro padre, más alarmante aún, inhibirse de decir a su hija adolescente
que no se tiene sexo anal en la calle, porque “prohibir algo a los hijos es presionarlos o
quitarles autonomía y libertad”.
Pero ¿qué ocurre si este agente de tránsito, si esta función paterna falla en el ámbito familiar?
¿Qué pasa si no logra producir una autoridad que permita de algún modo la regulación de los
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goces? Cuando falla, las manifestaciones de la violencia se despliegan en otros ámbitos
extra-familiares, por ejemplo, en la escuela, primer ámbito exogámico obligatorio,
representante de la autoridad social. Es que la falla de la autoridad en el ámbito familiar
despliega la búsqueda de autoridad en ámbitos externos. La escuela en primera instancia y
sino la sociedad misma. Surge entonces la pregunta por cómo realizar un abordaje de la
violencia y cuáles son los instrumentos que podemos llegar a implementar ante estos
desbordes actuales que no dejan de ser un llamado de atención cuando el sujeto no puede
responder articulando su deseo.
Para jugar el deseo en la escena hacen falta barajas. Es preciso que haya sanción del
sujeto, no como un castigo sino como reconocimiento de la responsabilidad que le cabe
según su tiempo y edad, es necesario que el Otro no confunda el valor de la libertad
creyendo que toda restricción de un goce o toda regulación es autoritaria. Sin la ley que
sancione su pérdida, nada permitirá encontrarlo en la escala invertida del deseo.
Encontraremos así al sujeto esclavizado por los goces pulsionales, por los mandatos
inexorables del superyo o prisionero del vasallaje a los reflejos de su pobre yo. Las violencias
no serán sino el rostro de un gran sinsalida.
NOTAS:
(1) Flesler, A.: El Niño en Análisis y el Lugar de los Padres. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2007
(2) Flesler, A.: “La Autoridad de los Padres y el Fantasma del Niño”, Reunión
Lacanoamericana de Psicoanálisis, Buenos Aires, 2013
(3) Lacan, J.: Seminario XXII R.S.I., clase del 21 de enero de 1975. Traducción de la versión
de M. Chollet por Ricardo E. Rodriguez Ponte
(4) Flesler, A.: “El Padre, Saber y Creencia”. Cuadernos Sigmund Freud Nº 25. Editado por la
Escuela Freudiana de Buenos Aires
(5) Flesler, A: El Niño en Análisis y las Intervenciones del Analista. Ed. Paidós, Buenos Aires,
2011
(6) Vegh, I.: “De un Destino a un Estilo” en Las Intervenciones del Analista, Ed. Agalma,
Buenos Aires, 1997, Pág. 161
(7) Freud ,S.: “Las Metamorfosis de la Pubertad”, en Tres ensayos de teoría sexual, parte III
1905, Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, T. VII, Pág. 207
(8) Flesler, A.: El Niño en Análisis y el Lugar de los Padres, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2007
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