Oro líquido en cuenco de obsidiana

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Oro líquido en cuenco de obsidiana
Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry
Ernesto Lumbreras
Textos de Difusión Cultural
Serie El Estudio
Universidad Nacional Autónoma de México
Coordinación de Difusión Cultural
Dirección de Literatura
México, 2015
Convocado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Cultura
del Gobierno de Morelos, un jurado compuesto por Frédéric-Yves Jeannet,
Héctor Perea y Alfonso D’Aquino otorgó el Premio de Ensayo Literario
Malcolm Lowry 2013 al libro Oro líquido en cuenco de obsidiana.
Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry, de Ernesto Lumbreras.
Primera edición: agosto de 2015
d.r.
© 2015, Ernesto Lumbreras
d.r.
© 2015, Universidad Nacional Autónoma de México
Coordinación de Difusión Cultural / Dirección de Literatura
Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán
04510, México, D. F.
Imagen de portada:
d.r. © Daniel Lezama, Lowry (detalle)
óleo/lino, 130 × 190 cm, 2009
Cortesía del autor y de la Galería Hilario Galguera
Viñeta p. 5 y colofón: detalle de Lowry
Diseño de portada: María Luisa Passarge
isbn:
isbn
978-607-02-6963-9
de la serie: 968-36-3758-2
Esta edición y sus características son propiedad
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Todos los derechos reservados. Prohibida la
reproducción total o parcial por cualquier medio
sin la autorización escrita del titular de los derechos
patrimoniales.
Este libro forma parte del proyecto del autor para el
Sistema Nacional de Creadores de Arte, periodo 2010-2013.
Impreso y hecho en México.
—[…] ¿Te acuerdas de Oaxaca?
—…¿Oaxaca?
—… Oaxaca.
… La palabra era como un corazón que se quebraba, un repentino
repicar de campanas sofocadas en medio del desierto,
últimas sílabas de algún sediento que agonizaba en el desierto.
Bajo el volcán
Malcolm Lowry
1. ¿CUÁNTAS VIDAS SE QUEDARÁ EN MÉXICO,
MR. LOWRY?
—Vamos a ver a un amigo mío de México, si es que sigue allí…
Lle­vamos cinco años de casados, pero aún estamos en nuestra luna
de miel —se apresuró a explicar Sigbjørn—.
Oscuro como la tumba donde yace mi amigo
Malcolm Lowry
El primer biógrafo de Lowry, Douglas Day, anota que la llegada a
México de Jan Gabrial y Malcolm Lowry ocurrió el 1 de noviembre
de 1936.6 A bordo del carguero SS Pennsylvania de la línea Panama-Pacific, barco por cierto de idéntico nombre a aquel en el que
viajaría Yvonne Firmin en Bajo el volcán para reunirse, tras poco más
de un año de separación, con el Cónsul inglés de Cuernavaca. Según
Day, el joven matrimonio arribó al puerto de Acapulco proveniente de San Diego, California. Para Gordon Bowker, el otro biógrafo
autorizado de Lowry, la fecha de arribo fue el 30 de octu­bre de 1936
y se habían embarcado en San Pedro, California, mue­lle ubicado en
6
En 2011 se cumplieron 75 años de la llegada de Lowry a México. Hasta donde pude corroborar, la fecha pasó totalmente inadvertida en los medios mexicanos. En 2014 se cumplió
medio siglo de la aparición de Bajo el volcán, publicada por Era en marzo de 1964 con la traducción sin par de Raúl Ortiz y Ortiz.
17
las inmediaciones de Los Ángeles.7 Esta confusión o polémica entre
los estudios de Day y los de Bowker se podría despachar como pecca­
ta minuta si no tuviéramos el dato de quiénes fueron sus informan­tes
y consultores de cabecera. El primero de los críticos contó con el
testimonio y la información de primera mano de Margerie Bonner,
la segunda esposa y viuda a la postre de Lowry.8 El segundo de los
biógrafos incorporó a su ensayo testimonios claves, escritos y orales, de Jan Gabrial, ausentes en su mayoría o tergiversados en la obra
de Day. Las interpretaciones y conclusiones a la hora de cotejar las
dos principales biografías de Malcolm Lowry dan de qué hablar, sin
lugar a dudas, y ponen el dedo en la llaga sobre algo más relevante
que la fecha de arribo a México o el puerto de embarque californiano de esta pareja de esposos y escritores que intentaban rescatar su relación viajando al sur, hacia un país de volcanes cubiertos
de nieve y de leyendas.
Días más, días menos, el primer viaje de Malcolm Lowry a nues­
tro país tendría una duración de poco más de año y medio. Llegó
por Acapulco entre finales de octubre y comienzos de noviembre
de 1936, y dejó México el 23 de julio de 1938 —el dato lo revela con
precisión Gordon Bowker— a bordo de un tren con destino a Noga­
les, Sonora. Según los comentaristas, el viaje de Dante por los rei­nos
Para ampliar la polémica, según las pesquisas de Jeremías Marquines, poeta tabasqueño
avecindado en Acapulco desde hace varios lustros, Lowry pisó suelo mexicano antes del 30
de octubre de 1936, “pues el buque (el SS Pennsylvania, por supuesto) tenía marcadas sus sa­
lidas del puerto de origen los días 2, 16, 30 de octubre y 13 de noviembre, según un cartel de
la época”. Con ese dato, el poeta ubica al novelista inglés rondando el acantilado de La Que­
brada el 20 de octubre de 1936; ése es el comienzo de su delirante e intenso Acapulco Golden
(era-inba, México, 2012). Según una ficha del Departamento de Migración, conservada en
el Archivo General de la Nación, el escritor llegó a México el 29 de octubre de 1937 (sic).
8
Pareciera que el trabajo de Day con Margerie Bonner no tuvo contratiempo alguno, que
la colaboración de la viuda en la elaboración de la biografía fue cordial y de total confianza.
Sin embargo, en carta dirigida a Raúl Ortiz y Ortiz, la esposa de Lowry confiesa: “La versión
de Douglas Day saldrá el próximo mes, y no sabes cuánto me aterra, pues el libro es escandaloso y sensacionalista; yo no le concedo mérito alguno. […] Todo el asunto me enferma,
pues traté de convencerlo de que hiciera algunos cambios, pero no me hizo caso ni contestó
mis cartas.” Raúl Ortiz y Ortiz, Archivo Lowry, edición de Ángel Cuevas, Instituto de Cultu­
ra de Morelos, Cuernavaca, 2011, p. 174.
de ultratumba tuvo una duración de una semana.9 El realizado por
Lowry a través de parajes —menos infernales ciertamente— sumó,
aproximadamente, 600 jornadas con sus respectivos días, no­ches y
madrugadas. Esta temporada mexicana marcará con fuego su vida
y su escritura. Cuando llegó a la bahía de Acapulco conta­ba con
27 años recién cumplidos el 28 de julio de 1936; él, que había navegado otros océanos y desembarcado en puertos exó­ticos de países
todavía más exóticos, se topaba con un paisaje deslumbran­te: la escarpada y verde cordillera de la Sierra Madre Sur trastabi­llando
con el mar y con un pueblo de tejados rojos y de pes­cadores de piel
oscura. En la víspera de su viaje a México, el matri­monio Lowry
vagó por California, tentados por las minas de nitra­to de plata de
Hollywood; intentando, con poco éxito, enrolarse con algún produc­
tor de la industria cinematográfica ofreciendo sus servicios de guio­
nistas, como lo hicieron tantos escritores de la época.10 Meses antes
estuvieron en el lado Este de Estados Unidos, especialmente en Nue­
va York, donde Lowry, además de emborracharse de whisky y jazz,
se internaría por diez días —en el mes de junio de 1935— en el
Pabellón Psiquiátrico del Hospital de Bellevue.11
Pero ahora estaban en México, y para seguirles mejor la pista es
recomendable leer con detenimiento el capítulo xi “México: Bajo
el volcán 1936-1937”, contenido en Perseguido por los demonios. Vida de
7
18
Las continuas referencias al poema de Dante Alighieri al hablar de la obra de Lowry y, en
particular, de Bajo el volcán, son inevitables y arrojan un sinfín de vasos comunicantes, homenajes y guiños literarios. Como en el Ulises de Joyce o La tierra baldía de Eliot, la Commedia es una sombra cardinal en la aventura de la novela de Malcolm Lowry.
10
Anota Gordon Bowker que en la librería angelina de Stanley Rose, “Jan compró dos libros ahí, Guide to Mexico de Frances Toor y su libro de frases en español, previniendo su siguiente viaje”. Gordon Bowker, Perseguidos por los demonios. Vida de Malcolm Lowry, traducción
de María Aída Espinosa Meléndez, fce, México, 2008, p. 239.
11
En los muros de este hospital, en 1934, el pintor mexicano Emilio Amero pintaría un par
de frescos, borrados o cubiertos con cal pocos años después. En uno de ellos, la figura central
es un caballo blanco. ¿Anticipación del caballo fatídico, marcado con el número 7, de Bajo
el volcán? Por esa época, Amero estaba en pláticas con Federico García Lorca —quien reali­
zaría el guión— para producir una película experimental titulada 777. ¿Otra coincidencia
cabalística con el universo lowryano?
9
19
Malcolm Lowry (1993) de Gordon Bowker. Para la realización de éste
y de otros pasajes, el crítico inglés sostuvo con Jan Gabrial varias entrevistas en 1988, es decir, poco más de 50 años de ocurri­do el pri­mer
viaje de Lowry a México. Asimismo, tuvo acceso a la corresponden­
cia entre los esposos, a las páginas de su diario per­sonal y algunos
textos literarios que recrearon los meses de la temporada mexicana que pasaron juntos, en especial, su Inside the Volcano. My life with
Malcolm Lowry (2000).12 Con otros referentes y desde otra posición
sobre los hechos y los involucrados, el capítulo v de Malcolm Lowry.
Una biografía (1973), de Douglas Day, puede resultarnos útil como
complemento y contraste documental. Además, el propio Lowry
re­construyó su periplo mexicano de manera fragmentaria o inciden­
tal en su propia obra y en su correspondencia. En este apartado,
mención especial merece su novela inconclu­sa Oscuro como la tumba
donde yace mi amigo, en la que relata el viaje a México de Sigbjørn
Wilderness —alter ego de Lowry o su reencarnación surgida de las
llamas del alcohol— en compañía de su segunda esposa, Primrose,
es decir, Margerie Bonner.
Cuando arribaron los Lowry a nuestro país, Acapulco era un
puer­to de apenas siete mil habitantes. De los tiempos de la Colonia
y de la Nao de China quedaban algunos monumentos como el
Fuer­te de San Diego y el Fortín Álvarez; contaba con algunos hoteles en la playa Hornos —el nombre le viene por los hornos de la­
drillos que ahí se quemaban—, además de los de Caleta y Caletilla
y, por su­puesto, de los hoteles y hostales en el Acapulco tradicional.13
12
Actualmente, Francisco Rebolledo se encuentra traduciendo este relato autobiográfico de
Jan Gabrial; en 2012 dio un adelanto en el volumen Sobre Lowry, La Cartonera, Cuernavaca, Morelos, pp. 56-62.
13
Gordon Bowker, en su biografía, citando un fragmento de La mordida, señala que Lowry
y Jan Gabrial se hospedaron en el desaparecido hotel Miramar a su llegada a Acapulco. Jere­
mías Marquines insiste en que el hotel que los alojó fue El Mirador, inaugurado en 1934 al
pie de la Quebrada. ¿Se tratará de una confusión ortográfica? Revisando la revista Mapa.
Revista de Turismo, de abril de 1936, me encuentro en la cuarta de forros un anuncio del Hotel
Miramar, con la fotografía del comedor, y la tarifa de “$5.00 a $8.00 Diarios (Plan Americano)”; el dueño de dicho hotel era un tal Adolfo Argudin. Por las tarifas más elevadas de
20
Por lo accidentado de la geografía de Guerrero, los ferrocarriles por­
firianos nunca llegaron a Acapulco; será hasta 1928 cuando este
puer­to del Pacífico se encuentre comunicado por vía terrestre con la
Ciudad de México gracias a una carretera federal. A partir de ese
logro de infraestructura, se puso en perspectiva el futuro de Aca­pul­
co como destino turístico, enclave portuario y zona de inversión in­mo­
biliaria. Por eso mismo, en 1931, la Secretaría de Comunicaciones
y Obras Públicas puso en marcha una Comisión de Programa a car­
go del arquitecto Carlos Contreras, encaminada a intervenir urba­
nísticamen­te el espacio acapulqueño. Los trabajos de la comisión
concluirían en 1935 y sentarían las bases para el crecimiento plani­
ficado del puer­to, modificando en varios niveles el paisaje urbano
y natural de la ciudad. Según Carlos González Lobo: “Se trataba de
un proyecto similar a las Promenade des anglaises en Niza, o las ruas cos­
taneras de San Sebastián, Biarritz, Copacabana o Mar del Plata.”14
Para la llegada de los Lowry, el Acapulco de 1936 estrenaba
fi­sonomía en algunos de sus espacios urbanos: la construcción de
la costera, de la carretera escénica, de un aeropuerto a 15 minutos
del centro de la ciudad, de varios hoteles en playa Hornos, “el distanciamiento” del mar del Fuerte de San Diego, entre otras actualizaciones. Sin embargo, el casco antiguo de la urbe conservaba las
calles sinuosas y empinadas de la etapa virreinal; asimismo, seguía
contando con las casonas de dos plantas y balcones de madera que
alojaron por unos cuantos días al barón Alejandro von Humboldt en
su viaje a la Nueva España en 1804. Esas mismas ca­lles y casonas serían dibujadas por el arquitecto Juan Legarreta, par­tici­pante de la
Comisión de 1931. En el universo de las casualidades, un detalle curioso es el apellido del científico alemán, omnipresente en la odisea
mexicana de Lowry: las casas donde se alojaría en Cuer­navaca, en
sus dos viajes a México, estaban ubicadas en la calle Humboldt; la
El Mirador, la sensación del puerto en aquellos años, y considerando la economía de los
Lowry, hay mayores fundamentos para pensar que se hospedaron en el Miramar.
14
Justino Fernández, Aportación a la monografía de Acapulco, México, 1932, prólogo de Carlos
González Lobo, edición facsimilar, Conaculta-inba, México, 2004.
21
oficina del Banco Ejidal de Oaxaca donde el escritor conoce la no­
ticia de la muerte de su amigo Juan Fernando Márquez estaba en la
esquina de Humboldt y Juárez, a un costado del Parque del Llano;
el nuevo domicilio de la cantina oaxaqueña El Farolito, en 1946, era
Humboldt 7; la primera medición del Popocatépetl —que sueña
escalar Hugh Firmin en compañía de Juan Ce­rillo— la hizo el barón
Alexander von Humboldt estimando una altura de 5400 metros
sobre el nivel del mar.
¿Pero qué hace este joven matrimonio de escritores en México? ¿Por qué están aquí? ¿Qué planes tienen? La pensión paterna
de 150 dólares mensuales15 que recibe el autor de Ultramarina rinde
poco en Estados Unidos, por lo que venir a México les resuelve en
buena medida el problema del sustento. Además, Lowry, por cuestiones de visado, necesita salir del país vecino y qué mejor que hacer
maletas para viajar a la nación localizada más allá del Río Bravo,
lugar que atrajo en los últimos lustros a escritores y poetas como
Ambroise Bierce, Langston Hughes, B. Traven, D. H. Lawrence,
Katherine Anne Porter, Waldo Frank, John Dos Passos, Somerset
Maugham, Aldous Huxley, Hart Crane y un larguísimo etcétera.
Con­viene anotar que Malcolm Lowry, a contrapelo de la imagen del
escritor borracho y endemoniadamente inspirado que se tiene de
él, era hombre con una preparación de primer nivel: es­tu­diante gra­
duado con honores en Cambridge y en Bonn. Pupilo por varias tem­
poradas del escritor nortea­meri­cano Conrad Aiken, tanto en el Reino
Unido como en Estados Unidos, Lowry poseía una cultura y una
curiosidad literaria extra­ordinarias, puestas siempre al día. Bajo ese
entendido, su viaje a Mé­xico con­ci­lia­ba perfectamente motivos prác­
ticos y literarios; inclu­so, para conjurar cualquier móvil producto del
azar, de los escritores arriba mencionados, tres de ellos tocaron
el espíritu y la capacidad de asombro del entonces joven novelista y
lo animaron a movilizar­se con múltiples y variadas sugestiones ha­cia
15
Según datos del Banco de México, en 1937 la cotización fluctuaba alrededor de $3.60 por
dólar estadounidense. Esos 150 dólares se convertían entonces en 540 pesos mexicanos.
22
nuestro país. Esos tres cómplices fueron D. H. Lawrence, Waldo Frank
y Hart Crane.
Viajando en autobús desde Nueva York, camino a California en
septiembre de 1936, Jan y Malcolm hicieron un alto en Taos, Nue­vo
México, para visitar la casa que alojó a D. H. Lawrence (1885-1930)
en la víspera de dos de sus viajes a México en 1923 y 1924. Duran­
te esos episodios mexicanos, el autor de El amante de Lady Chatterley
era toda una celebridad en ambos lados del Atlántico, lec­tura prima­
ria y obligada para los nuevos escritores de lengua ingle­sa. Por lo que
comenta en sus cartas, Lowry frecuentó la literatura del polémico
escritor y tenía muy bien leídas sus obras “mexicanas”, La serpiente em­
plumada (1926) y Mañanas en México, así como la corres­pon­dencia que
reunió en 1932 Aldous Huxley. Por eso, cuando elige hospedarse en
el Hotel Francia de Oaxaca en 1937, el autor de Bajo el volcán sabe
que, ocho años atrás, ahí mismo, en noviembre de 1924 se alojó
D. H. Lawrence en compañía de su esposa Frieda. El caso de Waldo
Frank16 (1889-1967) apenas es mencionado en la biografía de Douglas Day; en cambio, Gordon Bowker dimensiona mejor el encuen­
tro con esta figura del medio intelectual norteamericano y no duda
en afirmar: “Frank conocía bien México y sin duda los animó en
su proyecto de ir allá, hablándoles de las reformas campesinas del
presidente Cárdenas y del emocionante mo­vimiento artístico que
representaba Diego Rivera”.17 Al entrar en contacto con Waldo
Cuando Lowry conoce a Waldo Frank, el escritor estadounidense es una figura reconocida dentro y fuera de su país: intercambia libros con Joyce, viaja por todo el continente ame­
ricano, se entrevista con Alfonso Reyes en Argentina y en Brasil, con José Carlos Mariátegui
en Perú, con Victoria Ocampo en Nueva York y en Buenos Aires, se cartea con Gabriela Mis­
tral, apoya a Rivera y Orozco en su periplo norteamericano, Miguel Covarrubias lo dibuja en
una graciosa y jovial caricatura, sus libros son traducidos al español, entre otros, por León
Felipe y Luis Alberto Sánchez. Una prueba del conocimiento de nuestros países por parte
de Frank se encuentra en su libro América hispana (1950), en el cual, compaginando la cróni­
ca de viaje con el ensayo histórico, el novelista realiza un recorrido por el tiempo, de las his­
torias precolombinas de cada región hispanoamericana hasta desembocar en el presente de
nuestros países. Con todo ese bagaje resulta obvia la posible influencia emotiva e intelectual
de Waldo Frank en la decisión de los Lowry de viajar a México.
17
Gordon Bowker, op. cit., p. 229.
16
23
Frank, el joven matrimonio conoció la obra y la vida trágica de Hart
Crane (1899-1932), poeta norteamericano que había pasado algu­nos
años en Taxco gracias a una beca Guggenheim y que desapareció
en el Golfo de México cuando volvía en barco a Nueva York. Durante sus días mexicanos, Crane hizo vi­da social con varios artistas que
vivían en esta ciudad minera del es­tado de Guerrero, como fue el
caso de los pintores Roberto Mon­te­negro y David Alfaro Siqueiros,
y de la poeta uruguaya, espo­sa del segundo, Luz María Brumm; también, por esos años, llegaría al pue­blo mi­nero un personaje que habrá
de cambiar notablemen­te la vida de la región: William Spratling.
En 1933, Waldo Frank había cui­dado los Collected Poems de Crane,
libro que conmovió profundamente a Jan y a Malcolm, leyendo, por
ejemplo, el poema “El re­greso”, un texto propiciatorio de la desapa­
rición fatal del poeta en altamar:
El mar levantó un campanario… El viento que escuché,
del salobre partícipe, gira chorro en lluvia
de beso de columna —las olas nos tundieron, deshicieron
otra vez en el seno —a mí, a ella, en el poder natal…18
Por si faltaran otros estímulos para que la joven pareja decidiera
ve­nir a México, desde los años veinte, y muy especialmente en Nueva York, el arte de nuestro país, y en general, todo asunto relacionado
con “lo mexicano”, llamó la atención de propios y extraños; en todo ese gran apartado nacional se encontraba el redescubrimiento del
pasado prehispánico, las ciudades mayas, zapotecas y mexicas vuel­
tas a explorar, el legado de la cultura popular en el arte, la música
mes­ti­za y la gastronomía regional, las ciudades coloniales con sus
esplen­do­res en la arquitectura y en el arte barroco, los movimientos
artísticos emanados de la Revolución, las manifestaciones políticas de
los diver­sos sectores de la sociedad mexicana, etcétera. Después
de ca­si una década de guerra civil, México comenzaba a resurgir de
Hart Crane, El puente y otros poemas, versión de Agustí Bartra, Plaza y Janés, Barcelona,
1973, p. 201.
18
24
su “fiesta de balas”; el recuento de los daños había arrojado un millón de muer­tos, una economía en bancarrota y una nación tratando
de refundar sus instituciones. El interés y la curiosidad de muchos ex­
tranjeros por conocer el país y su cultura dieron lugar a continuos
pe­regrina­jes de escritores, fotógrafos, arqueólogos, directores de
cine, historiado­res, coleccionistas de arte, políticos, aventureros…
Cuando Lowry llega a Nueva York, artistas como Marius de Zayas,
Diego Ri­vera, José Clemente Orozco, el guatemalteco Carlos Mérida o Miguel Covarrubias, por ejemplo, eran conocidos y estimados
por la críti­ca y los coleccionistas norteamericanos. Rivera y Orozco
ya habían pintado sus murales más importantes en varias ciudades
de Estados Unidos y eran objeto de polémicas en los círculos más
conservado­res del vecino país. Promotoras y escritoras como Anita
Brenner, Frances Toor y Alma Reed convencían a la sociedad norte­
americana, y en especial a las élites económicas, sobre la importancia
de apoyar el arte de México y a los artistas mexicanos. A principios
de los treinta, Sergei M. Eisenstein regresó a la urbe de hierro y presentó en varias sesiones privadas el material de su película inconclusa ¡Qué viva México!, maravillando al público con imágenes de una
cultura milenaria, vigente sin embar­go en los innumerables rituales
de la vida cotidiana. Las series foto­gráficas de Edward Weston y
Tina Modotti cumplían, también, con el come­ti­do de mostrar y se­
ducir al ojo extranjero con el paisaje hu­mano y físico donde México mostraba su realidad convulsa y hechi­zada, en­cua­drado en una
es­té­tica de vanguardia; las fotos de estos dos ar­tis­tas revelaban un
mundo adánico y trágico donde todo estaba por comenzar o por su­
cumbir: fatalidad del tiempo cíclico de los antiguos mexicanos. Con
La serpiente emplumada y Mañanas en México, D. H. Law­rence contribuyó con una visión particular y amarga al descubrimiento de México
frente a los ojos de Europa y de Norteamérica; lo que mostraban
sus páginas era un país fascinante y atroz, lleno de contradicciones
ancestrales que degeneraban en po­breza, poblado de mitos precor­
tesianos todavía presentes a pesar de los cuatros siglos de mestizaje
cultural.
25
Por todo lo anotado, el menú que ofrecía el viaje a México para los
Lowry resultaba irresistiblemente tentador; incluso, por momen­tos, su
futura estancia se mostraba propiciatoria de aventuras y de riesgo
en el terreno de la vida y de la escritura. No había nada que perder
para este par de escritores menores de treinta años. Todo lo contrario. Con estas corazonadas e inquietudes, tomaron la decisión de ponerse a prueba en la experiencia del amor conyugal, dándose una
nueva oportunidad en algún jardín adánico e ignoto de México. Tam­
bién, el paréntesis vital en tierras más allá del Trópico de Cán­cer
prometía tramas y escenarios para nuevos proyectos de escritura al
tiempo que brindaría la paz y el confort para retomar obras en
proceso.
2. ¿EN CUÁL CIUDAD VIVIRÁ EL HACEDOR DE
TRAGEDIAS?
I. Dos paisajes para una ciudad
La ciudad como mundo, casa, laberinto, Paradiso, espacio de reali­da­
des sobrepuestas, Purgatorio, cárcel, templo, manicomio, Inferno, selva urbana, vía crucis… Con la aparición de Dublineses y de Ulises, de
Ja­mes Joyce, la ciudad sufre una metamorfosis categórica respecto
de sus representaciones anteriores. Las ciudades en la novela del
siglo xx serán, desde la resignificación joyceana, algo más que es­
ceno­gra­fías compuestas de calles, plazas, puentes, iglesias, estaciones, monumentos, con su respectiva legión de hombres y mujeres
recorrién­dolas, llevando a cuestas sus pasiones y negocios personales. Ese decorado de piedras, cristales y ladrillos pasará de ser un
lugar para convertirse en un ámbito. Tal operación vale para las grandes metró­polis o para las modestas ciudades de provincias. Bajo este giro gra­dual, el Londres victoriano de Jane Austen y de Charles
Dickens pa­rece, por momentos, otro cuando de la mano de G. K.
Chesterton recorremos sus callejones y suburbios en esos paseos delirantes de El hombre que fue jueves, por ejemplo; de pronto, la ciudad
del Big Ben de las páginas chestertonianas se parece tanto al Buenos
Aires de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. ¿Arte de la transfigu­
ración y de la suplantación? ¿Metamorfosis de la luz y de la sombra
en torno de una misma urbe inmutable?
26
27
4. Avanzadas al reino del chapulín y de la
iguana
I. Cuarteto de adelantados
Antes del viaje de Malcolm Lowry, arribaron al territorio del estado
de Oaxaca varios artistas extranjeros de Europa y de Norteamérica.
Entre los escritores renombrados, sin lugar a dudas, fue D. H. Law­
rence el que dejó un testimonio de mayor hondura y relevancia. De
las tres incursiones que realizó a México a comienzos de la década
de los veinte, la tercera tendrá varios elementos para considerarla
la más atractiva y fértil; es en este viaje y residencia cuando el escri­
tor inglés, acompañado de su esposa y una amiga, llega a Oaxaca
el 9 de noviembre de 1924 para permanecer allí hasta principios de
febrero de 1925. En esta ciudad del sur trabajará la última versión
de La serpiente emplumada y los relatos y crónicas reunidos en el volu­
men Mañanas en México, publicados en Estados Unidos e Inglaterra
pocos meses después de su partida del país. Junto con otros relatos,
también con “temas mexicanos”, los dos volúmenes narrativos con­
tribuirán fuertemente en el ánimo de artistas norteamericanos y
británicos para venir a México y, muy particularmente, a Oaxaca,
no obstante las paradojas y críticas anotadas por el británico.
Pocos años después de la estancia de D. H. Lawrence en Oaxaca,
en 1933 desembarca, en Puerto Ángel, Oaxaca, uno de sus discípulos
más brillantes: Aldous Huxley. Acompañado de su mujer, había
45
rea­lizado un viaje por el Caribe y tocado tierra firme, recorriendo
Be­lice y Guatemala para luego partir rumbo a México por vía marítima. La crónica de sus pasos por tierras centroamericanas se
encuentra registrada en su libro Beyond the Mexique Bay (1934), en cu­yo
tercer apartado se localiza su periplo mexicano. La visión del autor de
Un mundo feliz sobre nuestro país es tan acre como la de su mentor;
él también se sentirá incómodo, amenazado incluso, en su trato con
los hombres y las mujeres que se cruzan en su camino. Fueron huéspedes de una finca cafetalera, propiedad de un tal Roy Fenton, en la
sierra sur de Oaxaca, en el distrito de Mihuatlán; lue­go estuvieron
en la capital del estado donde visitaron las ruinas de Mitla y Monte
Albán. Antes de partir a Puebla y a la Ciudad de Mé­xico, en Etla, a
diez kilómetros de Oaxaca, acudieron a un agosta­dero de toros de
lidia donde presenciaron algunas escenas de la fiesta brava. Los pasa­
jes dedicados a sus días en Mihuatlán tocan la llaga del ser indígena
en México y revuelven el avispero de todo posible orgullo nacional:
[El indio] no tiene muebles, su casa deja pasar el viento y a la lluvia, no
tiene provisión de agua, ni chimenea, ni mudas de ropa. Pero aho­rra
laboriosamente, centavo a centavo, para poseer antes que otra cosa, una
pistola, para que pueda, si la necesidad surge, asesinar a su prójimo;
luego, en segundo lugar, quiere un sombrero principesco con el cual
fanfarronear afuera, y para despertar la envidia general; y por último
(más para presumir que por cualquier deseo humano de ahorrar trabajo innecesario a su esposa) se compra una máquina de coser.31
Pero no todos los viajeros levantaron un registro de tal amargura
y con­dena. En los diarios y cartas de Paul Bowles aparece el paisaje
oaxaqueño de manera veloz y fugitiva, pero siempre impregnado de
hechizo. A mediados de los años treinta, el futuro novelista norteamericano soñaba con ser músico. Con unas cartas de recomen­dación
de Aaron Coplan dirigidas a Silvestre Revueltas, el autor de El cielo
31
Citado en Ronald G. Walker, Paraíso infernal. México y la novela inglesa moderna, fce, México,
1984, p.119.
46
protector llegó a la Ciudad de México en 1937; además de encontrar­
se con el combativo compositor, conoció al Grupo de los Cua­tro, mú­
sicos de su misma edad: Moncayo, Galindo, Contre­ras y Ayala. Con
la sugerente anécdota32 de Miguel Covarrubias, ar­tista que admiraba por sus dibujos en la revista neoyorkina Vanity Fair, marchó a Tehuantepec. Allá Bowles pasaría varias sema­nas en los pueblos del
istmo oaxaqueño, maravillado por la belleza de los lu­ga­res y por las
costumbres “excéntricas” de los habitantes según el ojo y la moral
moderna. Dice en sus Memorias de un nómada: “Me im­presionó más
que el Sahara: la vegetación también parecía mineral, aunque había adoptado formas de agresividad mucho más sugestivas que las
que pueda adoptar cualquier formación rocosa.”33
Años antes, en 1930, el cineasta ruso Sergei M. Eisenstein viajó
a México en compañía de sus colaboradores Tisse y Alexandrov pa­
ra filmar una “película mexicana”. Después del hostil recibimien­to
por la policía local que los encarcelaría en calidad de sospechosos,
el gobierno les concedió cartas credenciales para que fueran apoyados en todas sus actividades. El afamado director ruso contó con
la asistencia de dos artistas e intelectuales mexicanos, Adolfo BestMaugard y Agustín Aragón Leyva, quienes se convertirían en los
cicerones de su aventura en México. Previo a la filmación del capítulo “La Zandunga” de ¡Qué viva México!, Eisenstein viajó con su
equipo a la ciudad de Oaxaca para filmar los desastres del catastrófico terremoto del 14 de enero de 1931. En el documental se
presenta una toma aérea, previo al aterrizaje del avión, justo en el
momento en el que sucede una réplica del sismo y se observa a la
población huir despavorida de sus hogares y de los edificios públicos; luego, la cámara de Tisse recoge la devastación del temblor, las
El dibujante mexicano le contó a Bowles que en Tehuantepec “vivían las mujeres más her­
mosas de México, y se bañaban desnudas en el río todas las mañanas. Me dijo que había un
oasis que me recordaría el norte de África; le parecía [a Covarrubias] la región más exótica
y fascinante del hemisferio occidental”. Paul Bowles, Cartas de un nómada, Grijalbo, Mé­xico,
1990, p. 216.
33
Op. cit., p. 218.
32
47
casas y templos derrumbados, la desolación entre la gente, los cuer­
pos tendidos de las víctimas. En contraste con ese escenario, el capítulo referido cuenta la historia de la indígena Concepción, de sus
sueños y sacrificios para poder comprar un collar de monedas de
oro, su futura dote de novia. Las escenas filmadas reproducen el exo­
tismo de Tehuantepec y sus alrededores, la belleza de las istmeñas,
las cos­tumbres y ritos para acordar entre las familias el matrimonio, la
en­trega en el lecho nupcial donde la novia “permite que su marido
la despoje de su honra: el collar de oro.”34
Las miradas de los tres narradores y la del cineasta en torno a
Oaxaca están marcadas por focalidades e interpretaciones comunes, en algunos casos, y discordantes en otros. Para D. H. Lawrence
y Aldous Huxley, los indígenas viven, en su condición adánica, en
permanente rechazo de la modernidad. Tal situación, concluyen am­
bos novelistas, los coloca en una suerte de limbo de inexistente mo­
ralidad que los lleva a cometer actos de crueldad —o de inocencia
y solidaridad, agregaría por mi parte—, además de una serie de sa­
crificios incomprensibles. Para colmo, según sus interpretaciones,
el mestizaje entre españoles e indígenas no logró zanjar el problema
y degeneró el ser del mexicano en varios frentes, uno de ellos, terri­
ble: el resentimiento social. En cambio, para Eisenstein y Bowles, el
paisaje físico y humano de Oaxaca es prodigioso en su singularidad,
en su belleza ardiente, en sus rituales centenarios y sincréticos. En
sus respectivas visiones, el cineasta y el narrador no externan juicios
sumarios, sólo se deleitan en la contemplación, en la crónica de anéc­
dotas extrañas y graciosas para su mirada occidental. En contraste
con la particular mirada de Malcolm Lowry —preñada de compa­
sión, curiosidad, humor y simpatía—, esas dos posturas antagónicas
se mantendrán en los testimonios de viajeros de tierras oaxaqueñas en
las décadas posteriores, de Italo Calvino a Paul Auster, de Seamus
Heaney a Oliver Sacks, por ejemplo.
34
Marie Seton, Sergei M. Eisenstein. Una biografía, traducción de Homero Alsina Thevenet,
1978, p. 200.
fce,
48
II. Reconstrucciones oaxaqueñas del Porfiriato al
Cardenismo
El centro histórico de la ciudad de Oaxaca revela, en sus hermosos
e imponentes monumentos de cantera verde, la importancia que
tu­vo en los años de la Colonia, sobre todo en el siglo xviii, la exportación mundial de la grana cochinilla y el descubrimiento de ricos
minerales. Con la llegada de la orden de los dominicos, especialmente, se levantaron templos y conventos que todavía hoy permanecen de pie en todo su esplendor. Otro momento de prospe­ridad de
la antigua Antequera y su entorno coincidió con la llegada del ge­
neral oaxaqueño Porfirio Díaz al poder y su largo mandato de cerca
de 30 años. En tal periodo, la industria textil y la actividad mi­nera
tuvieron un impulso y expansión gracias, especialmente, a la inversión privada extranjera, sobre todo de capital inglés. Se dice que en
pleno Porfiriato vivían en la capital del estado cerca de 300 fami­lias
norteamericanas y británicas; el Herald de Oaxaca se publicaba los
domingos y la edición aparecía íntegra en inglés; la iglesia angli­ca­na
de la Santa Trinidad oficiaba misa en la lengua de Shakespeare.35
En tiempos de la visita del autor de La serpiente emplumada, laboraba como misionera de la
Iglesia Presbiteriana de Oaxaca la norteamericana Ethel Doctor Rusell. Para la llegada de
35
49
Sin embargo, la minería tuvo una crisis en 1907 y luego, para males,
llegó la Revolución y la próspera economía oaxaqueña sucumbió de
manera irreversible y estrepitosa. Cuando D. H. Lawrence está en
Oaxaca todavía se padece la incertidumbre de que el movimiento
armado continúe de manera trágica e ine­xorable; apenas unos me­
ses atrás, había sucedido la rebelión de Adolfo de la Huerta contra
Obregón, con efectos de pólvora y sangre en el solar oaxaqueño.
Cuando Malcolm Lowry y Jan Gabrial arriban a Oaxaca, en
abril de 1937, la situación había cambiado en varios sentidos. Con
la llegada de Lázaro Cárdenas en 1934, el país comenzó una etapa
de definición política, social y económica.36 Algunos de los progra­
mas planteados en los numerosos manifiestos revolucionarios y en
la Constitución de 1917 se ponían en práctica: el reparto agrario, la
educación laica y gratuita, los créditos agrícolas, las mejoras en las
condiciones laborales, la apertura en los temas de política internacional, etcétera. En esos primeros tres años del mandato cardenista
—recordemos que el periodo presidencial se había ampliado a seis
años—, México empezaba a cosechar los frutos que sem­bró en los
campos de batalla. Para dar inicio a este nuevo periodo, Cárdenas tu­
vo que dar un giro de 180 grados a la forma de operar de la clase po­
­lí­tica, en especial, a la participación protagónica de Plutarco Elías
Ca­lles detrás de la silla presidencial. Por eso, la madrugada del 10 de
abril de 1936, acompañado de un cuerpo mi­litar, el político michoa­
cano se presenta en la casa del llamado Jefe Máximo y lo saca de
Lowry, en 1937, esta señorita permanecía todavía en la ciudad ejerciendo sus funciones
religiosas.
36
Salvo la revuelta del general Saturnino Cedillo, en mayo de 1938, el sexenio del mandata­
rio michoacano transcurrió sin derramamientos de sangre producto de las luchas entre los
grupos postrevolucionarios. Secretario de Agricultura en el primer gabinete de Cárdenas, Ce­
dillo renuncia al encargo, pues es de todos conocida su cercanía con Elías Calles, retirán­do­se
a su natal San Luis Potosí. Desde su rancho Palomas, maquina la rebelión con la compli­
ci­dad del gobernador del estado y de algunos empresarios petroleros extranjeros. A falta
de apoyo de otros jefes militares, la revuelta no se propaga más allá de los límites potosinos;
abandonado a su suerte, Cedillo muere entre el 9 y el 10 de enero abatido por las balas del
ejército federal.
50
la cama, llevándoselo en bata y piyama para subirlo a un avión del
Ejército Mexicano que lo trasladará a California. Con el exilio forzado de Calles y el de algunos fieles que ha­bían sido impuestos en
el gabinete cardenista, el nuevo mandatario tiene en su poder todos
los hilos de la vida nacional. Con esas nece­sarias condiciones, puede echar a andar una serie de políticas públicas que habrán de in­cidir
en el cor­to y mediano plazo en las me­joras de la vida de los 17 millo­
nes de mexicanos que residen en el país.
Por supuesto, los efectos y las expectativas del mandato cardenista se dejan sentir también en Oaxaca, gobernada en ese periodo
por el coronel Constantino Chapital (1936-1940), político resucita­
do, según algunas fuentes, por el general Juan Andreu Almazán tras
un supuesto acto de corrupción. Después de ser uno de los diputa­
dos más leales a las iniciativas de ley promovidas por el ejecutivo
cardenista, Chapital se presentó a una contienda interna para elegir
el candidato a gobernador del Partido de la Revolución Me­xi­ca­
na, el antecedente inmediato del pri, compitiendo con otro mi­li­tar
oaxaqueño, Edmundo Sánchez Cano. Con el apoyo de Cárdenas,
ganó la designación de su partido y barrió en las elecciones toman­do
posesión el 1 de diciembre de 1936. En sus cuatro años de man­dato,
Constantino Chapital enderezó el rumbo de la economía local pagando añejas deudas a particulares y servidores públicos, federa­lizó
la educación básica, dotó de autonomía al Instituto de Ciencias y Ar­
tes, inició la carretera Cristóbal Colón que comunicaría a Pue­bla y
a Oaxaca y construyó obra pública relevante en varios muni­ci­pios del
estado. Y por supuesto, en correspondencia con la política de la reforma agraria del país, la situación de la tenencia de la tierra cambió
radicalmente: en 1933 existían en el estado 127 ejidos que al terminar la gestión de Chapital crecieron a 420.
En esos años, la población participaba en las diferentes organi­
zaciones obreras y campesinas y existía un revuelo respecto de las
instituciones y leyes que el cardenismo puso a funcionar. El historia­
dor José Luis Ornelas hace un retrato de aquellos años para mos­
trarnos el intenso y comprometido activismo de los oaxaqueños, no
51
obstante la resistencia de algunos empresarios y políticos para acep­
tar los nuevos ordenamientos laborales:
En 1935, el Partido Obrero Femenino de Acción Social Pochutleco,
adherido a la Confederación de Ligas Socialistas y Cámara de Traba­
jo de Oaxaca, solicitó sin éxito un contrato colectivo de trabajo pa­ra
las trabajadoras de limpia y escogedura de café en los beneficios denominados La Máquina. […] Destacaban las demandas de ocho ho­ras
por jornada diurna y de siete nocturna, salario mínimo y pago doble de
horas extras. Pago de salario los sábados de cada semana en moneda
de curso legal justo al término de la última jornada semanal. Día de des­
canso obligatorio y en caso de trabajo se pagaría el doble. Pa­go de
salario íntegro por enfermedad y pago de servicio médico y de las me­
dicinas. Y para evitar el esquiroleo, aceptación exclusiva de tra­ba­ja­do­
res amparados por este partido femenil.37
En ese mismo año de 1937, Vicente Lombardo Toledano y Fidel
Ve­lázquez visitan Oaxaca; se reúnen con los trabajadores en varias
oca­siones, tratando de atraer simpatizantes y apoyos para la ctm,
de re­ciente fundación. También en 1937, el gobierno de Mé­xico ha­ce
pú­blica su simpatía con la lucha del ejército republicano español en
el inicio de la Guerra Civil española. La numerosa comu­nidad ex­
tran­jera avecindada en la capital y en el estado, con inversiones y
pro­pie­da­des, obviamente no simpatiza con las reformas de la fede­
ración. Según el Anglo-American Directory of Mexico, edición de 1937,
publicado por Jack Starr-Hunt, en el país se encontraban poco más
de cinco mil residentes con negocios que atender, destacándose es­pe­
cialmente el de los rubros de minas y de hidrocarburos. En el ca­so
de Oaxaca, el di­rectorio nos informa de ingenieros y agentes de las
minas de la National Gold-Silver Co. Taviche y de la Cía. de Pe­tró­
leo “El Águila”, así como también de dueños de minas —al puro estilo de la fiebre de oro en la California del siglo xix— que fungen
como accionistas y trabajadores únicos del yacimiento.38
Citado en Margarita Dalton, Breve historia de Oaxaca, fce, México, 2004, pp. 242-243.
Entre estos mineros aparece un estadounidense de nombre L. M. Kirby-Smith, que vive en
el Hotel Francia. ¿Será el vecino que tuvo Lowry en diciembre de 1937? En la reconstruc­ción
37
38
52
Éste es el escenario político y social que recibe al joven novelis­
ta inglés al llegar a Oaxaca. Por otra parte, a principio de la década
de los treinta, el estado oaxaqueño, pero en especial su capital, habría sufrido devastadores temblores, como el ocurrido el 14 de enero
de 1931. Seis años después, la ciudad de Oaxaca presentaba algunos
estragos producto del fatídico terremoto documentado por Sergei
M. Eisenstein. Frente a los ojos de los Lowry, se mostraba una Oaxaca políticamente activa, ciudad de 34 mil al­mas, reciente­mente
devastada, pero de gran vitalidad en sus mercados y plazas, con una
comunidad extranjera y de viajeros maravillados por su belleza pre­
hispánica, colonial y porfiriana.
En esa pequeña urbe se reproducen las fobias y filias políticas
que se manifiestan en el contexto nacional. El tema de la República
Española es un carbón al rojo blanco en la sociedad oaxaqueña. En el
sector empresarial se congregan varios representantes de la comunidad española radicados en Oaxaca, dueños de fábricas de hilados,
de hoteles y de abarrotes. La mayoría de ellos apoya la cru­zada del
ge­neral Francisco Franco y mira con malos ojos la decisión del go­
bierno mexicano de apoyar la causa republicana, en un primer mo­
mento, y luego, con la victoria falangista, la decisión de dar asilo a
miles de refugiados de la Guerra Civil. Otro asunto rele­vante es el
álgido proceso de la expropiación petrolera y su ríspido desenlace.
Como anotaba párrafos atrás, la comunidad inglesa era numerosa en
el territorio oaxaqueño, propietaria de minas, de cafetales y de los
contratos para la construcción y mantenimiento del ferrocarril del sur.
En esas coordenadas existía un malestar respecto de las políticas
pú­blicas de la administración del general Cárdenas que Malcolm
Lowry percibe y padece en sus visitas y recorridos por el estado de
Oaxaca y que, por supuesto, traslada a las páginas de Bajo el volcán.
de hechos, el novelista lo recuerda: “¿Dónde estaría Mister Waterhouse, que trabajaba en minas de plata y se pasaba la vida escribiendo a máquina en la habitación contigua?” Malcolm
Lowry, Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, traducción de Carlos Manzano, Era, México, 1998, p. 223.
53
Asimismo, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial
tienen su resonancia en los territorios del sur del país. La simpatía
de un sector importante de la sociedad mexicana por las movilizaciones de la Alemania nazi en Europa se muestra abiertamente. En
la Ciudad de México opera una serie de grupos que replican accio­
nes, por ejemplo, contra la comunidad judía, sin llegar a los excesos
y a la crueldad que se dieron en las ciudades europeas. Basta recor­dar
que en 1931 el presidente Pascual Ortiz Rubio desalojó a 250 comer­
ciantes judíos del barrio de La Merced; que en 1935 se constituye la
Liga Antichina y la Liga Antijudía al lado de otros movimientos de
ultraderecha como Acción Revolucionaria Mexicanista, la Unión
de Veteranos de la Revolución o la Asociación Española Anticomu­
nista y Antijudía, o que en 1937, la Unión Nacional Sinarquista reunía un censo de 500 mil afiliados presentándose como uno de los
grupos opositores más visibles de la administración de Cárdenas.
En el primer viaje a México, Malcolm Lowry tuvo registro de
todos estos avatares y, por supuesto, tomó partido desde su limitada
condición de extranjero. En su obra maestra, los personajes opinan y
manifiestan simpatía por tal o cual causa. El último cable que trans­mi­
te Hugh Firmin al Goble —al inicio del capítulo iv de la novela—, por
ejemplo, refiere la campaña antisemita que la embajada de Ale­ma­
nia en México ha emprendido en complicidad con algunos periódicos nacionales. Y por supuesto, diarios como Excélsior, Novedades y El
Uni­versal divulgaban y suscribían en sus editoriales este tipo de cam­
pa­ñas, acatando de vez en cuando el libreto remitido desde Ber­lín.
Intelectuales como el oaxaqueño José Vasconcelos, director de la
revista semanal Timón (1940) —pagada con marcos de la embaja­
da alemana en México—, o el Dr. Atl fueron entusiastas simpatizantes del nacionalsocialismo y de la figura de Adolf Hitler desde los
albores de la década de los treinta.
Cuando la Segunda Guerra Mundial se extiende por Europa, en
la edición del 18 de octubre de 1941 del diario El Popular, Lombar­do
Toledano publica el artículo “El Partido Nazi en nuestro país”,
don­de da cuenta de la “lista negra” de colaboradores de la Alema­nia
54
hitleriana. Los historiadores de este convulso y confuso periodo estiman que a comienzos de 1930 estaban plenamente identificados
siete pro-nazis en el territorio nacional; al final de la década, los ser­
vicios de inteligencia mexicanos tenían fichados a 366 colaboradores ubicados prácticamente en todos los puntos de la geografía del
país. En ese informe se menciona los en­claves oaxaqueños Puerto
Ángel y Puerto Escondido como sitios estratégicos para la divulga­
ción y el proselitismo de las campañas nazis en el sur de México y
Centroamérica. En esa trama política de espionaje y contraespionaje, la Oaxaca que visita Lowry en 1937 y a comienzos de 1938 deja
al descubierto que en el delirium tremens del escritor no todo era aluci­
nación: algunos de los personajes de lentes oscuros que lo acosaban,
aquí y allá, muy probablemente eran agentes alemanes o contratados
por Berlín, quienes, tomando en la barra de una cantina oaxaqueña,
le echarían en cara la misma frase que recibe el Cónsul de su novela
en El Farolito: “No eres escritor, eres espiador y en México matamos
a los escorpías.”39
Los sucesos políticos y sociales del contexto nacional se reproducen en la sociedad oaxaqueña, cuyas élites, marcadamente conservadoras, declaran abiertamente opiniones y posiciones sobre los
mismos. En la mayoría de las familias ricas existe un orgullo de cepa
criolla, de naciente aristocracia, que marca su territorio en el día
a día con los otros grupos étnicos de la comunidad. Como lo vio Ma­
nuel Toussaint en su visita de 1926 a Oaxaca, en el paisaje racial de
la ciudad “abundan las rubias”, extraña paradoja en una región
ha­bitada de manera preponderante por indígenas. En una fiel recreación de épo­ca, Fernando Solana Olivares retrata los temores de
los empresarios, pequeños y grandes, frente a las posiciones ganadas
por los obreros y por grupos de izquierda en la capital del estado. En
esas coordenadas sociopolíticas, el narrador omnisciente incita la
men­te de Her­mógenes, gachupín dueño de la tienda de telas El
Nuevo Mun­do, hacia una postura radical:
39
Malcolm Lowry, Bajo el volcán, p. 398.
55
Tenderos, sobre todo, los peninsulares en Oaxaca habían defendido
privilegios y diferencias. Siempre superiores por derecho biológico y
autoconferido, aunque su gesta guerrera alcanzaba todavía a inflamar
a Hermógenes: así había sido de completa, todas las cosas de Oaxaca,
los días muertos de inocurrencias y sol desde el mostrador de made­
ra, viendo pasar transeúntes embotados por el calor de las primeras
horas de la tarde, todas esas cosas refrendaban al tendero en sus derechos heredados por sutilezas menos visibles que la mera razón.40
En estos gozosos relatos, Solana Olivares nos da cuenta de la
bonhomía de los oaxaqueños, de sus rituales sociales, religiosos, gas­
tro­nómicos y etílicos. Seguramente Lowry participó en algunos de
estos encuentros, a veces como convidado de piedra y en otros mo­
mentos como apestado debido a que sus ideas y posiciones políticas
cho­caban con las expuestas por la clase alta de la vieja Antequera.41
Sin embargo, en el apartado de la veneración religiosa, el novelista
coin­cidía con la devoción a la Virgen de la Soledad, patrona de todos
los oaxaqueños, tanto de los acaudalados y criollos co­mo de los pobres. El autor de Oaxaca, crónicas sonámbulas cita la leyenda relatada
por fray José Antonio de Gay sobre la misteriosa llegada de las manos
y la cabeza de la Virgen de la Soledad, divini­dad que se con­ver­tiría
para Lowry en la Virgen de las Causas Desesperadas y Peligrosas de
los que No Tienen a Nadie.
40
Fernando Solana Olivares, Oaxaca, crónicas sonámbulas, Conaculta, México, 1994, pp. 12-13.
En este mismo volumen, su autor aparece a Malcolm Lowry como invitado de la boda del tal
Hermógenes y recrea algunas anécdotas contadas ya en la biografía de Douglas Day, en las
cartas de Lowry y en pasajes de Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Conviene anotar que
Solana Olivares guarda un parentesco con un personaje de sus crónicas ficcionadas: Mateo Solana López (1877-1950), español dueño de la Fábrica de Hilados y Tejidos San Jo­sé de
San Agustín Etla, Oaxaca, desde 1925. Fue también propietario de una hacienda en la Mixteca, un ingenio cañero, una tienda de telas y concesionario de la embotelladora Coca-Cola.
Además, y como guiño a un pasaje del capítulo ii de Bajo el volcán, el empresario oaxaqueño
poseía el Molino de Harinas Finas y Corrientes Princesa Donají: “Sr. Panadero: Si quiere
hacer pan exija las harinas Princesa Donají.” Op. cit., p. 63.
41
Su biógrafo Gordon Bowker registra algunos altercados por este tipo de diferencias en la
cantina La Covadonga —uno de los sitios de reunión de los sinarquistas y franquistas oa­xa­
queños—, los cuales llevarían al novelista a la prisión por unos días y a ser vigilado por las
autoridades locales. ¿Dónde se ubicaba esta cantina? A una cuadra del Hotel Francia, en la es­
quina del Portal de las Flores, a un costado del Templo de la Compañía.
56
Entre los retratos hablados sobre la madona de los oaxaqueños
—patrona en especial de los que habitan la capital del estado, pues
la Virgen de Juquila es venerada en toda la región— me atrae el es­
crito por el periodista local Jacobo Dalevuelta:
Es una escultura probablemente de origen guatemalteco; tiene el bus­to
y las manos, con la cabeza en actitud de oración; pálida con aspecto de
tristeza infinita, está cubierta con una toca que le oculta par­te de la
frente; pendiente del centro, cuelga una magnífica perla, ob­sequio de
un marinero que la ofreció en acción de gracias por haberlo salvado
de un naufragio. En las manos (asidas una a la otra) lleva una flor artificial de hilo de plata recamada de brillantes […].42
Aunque el autor de Ultramarina no hizo acuse de presenciar alguna festividad en torno a la Virgen de la Soledad, ya fuera la del
Viernes Santo o la del 18 de diciembre, puesto que estuvo en esos
meses en Oaxaca, seguramente se topó con las procesiones y las bu­
lliciosas calendas oaxaqueñas o las calles cerradas del centro de la
ciudad, abarrotadas de juegos mecánicos, juegos de lotería y puestos de comida amén de las multitudes de indígenas que bajan de
sus pueblos a “pagar la manda” a su venerada virgencita. Aunque
también es muy posible que ese día mayor y durante las jornadas
del novenario, Lowry estuviera en la cárcel municipal acusado de
espía o “perfectamente borracho” en su cuarto 40 del Hotel Francia después de beber y beber el mejor mezcal del mundo.
En su viaje a Oaxaca, D. H. Lawrence tuvo contacto con la má­
xima autoridad del estado, el entonces general Isaac Ibarra. Gracias
a los diligentes oficios del escritor Genaro Estrada, subsecretario de
Relaciones Exteriores, el novelista inglés recibió una tarjeta de par­
te del gobernador invitándolo a su oficina del Palacio de Gobierno.
Venciendo la aguda misantropía, Lawrence acudió a la cita con cier­to
malhumor, pero también con curiosidad por conocer al persona­je.
Jacobo Dalevuelta, Monte Albán, mosaico oaxaqueño, presentación de Salvador Novo, Im­
pren­ta Mundial, México, 1933, p. 48.
42
57
La entrevista fue breve y el funcionario invitó al escritor a que lo
acompañara a la inauguración del camino de Teotitlán del Valle.
Pocos días después del encuentro, en una carta del 14 de noviembre
de 1924 a William Hawk, con su habitual incorrección política, el
famoso narrador nos relata los pormenores:
5. LOS TRES VIAJES DEL ZORRO45 INGLÉS A LOS
BOSQUES DE OAXACA
Visité al gobernador del estado, en el palacio. Es un indio de la sierra, pero parece un abogadito mexicano; es muy simpático. Sólo que
esto es una simple locura. Me pidió que asista a la inauguración de un
camino por las montañas. Todavía no han iniciado la construcción
del camino. Por eso es por lo que vamos a inaugurarlo. Y durante la
comida campestre puede ser que lo asesinen. De todas maneras éste
es un mundo loco, y la gente cada vez me aburre más, más y más. Es
curioso; incluso un indio zapoteca, cuando se convierte en gobernador,
no es más que un tipo en traje dominguero, sonriendo y haciendo
planes.43
En el caso de Lowry, la posibilidad de contar con un salvocon­
duc­to o carta de recomendación para entrevistarse con un alto
fun­ciona­rio del gobierno de Oaxaca resultaba casi imposible. Por
supuesto, la posible intervención de Alfred y Marsha Miller, colaboradores del presidente Cárdenas, podría haber servido en algún
momento para que se detuviera la máquina infernal que estaba matando al joven novelista. Obviamente, las impresiones de Lowry se
hallaban a años luz de las de su venerado Lawrence, pues para el primero, “[…] los oaxaqueños se encuentran entre las gentes más
corteses, amables y simpáticas del mundo. Lo mismo opino de tu
jefe, y de ti y de esta bonita ciudad”.44
¿Quieres que me vaya con la impresión de que Oaxaca, la ciudad más
bonita del mundo, y en la que viven algunas de las personas más amables
del mundo, es una ciudad compuesta tan sólo de espías y perros?
Carta a Juan Fernando Márquez, diciembre de 1937
I. Malcolm y Jan (abril, 1937)
De los tres viajes realizados por Malcolm Lowry a Oaxaca, el prime­
ro resulta el más vago respecto de su documentación escrita y testimonial. En su biografía, Douglas Day ni siquiera menciona esta
primera incursión de abril de 1937, en compañía de Jan Gabrial,
después de haber tramitado sus permisos de residencia en las oficinas de migración de la Secretaría de Gobernación en la Ciudad
de México.46 En cambio, Gordon Bowker anota apenas unas pocas
líneas sobre tal avanzada: “En abril, en un tren rumbo a Oaxaca,
El apellido escocés, Lowry, significa zorro; al novelista le entusiasmaba la etimología al
grado de tomarla como un posible tótem.
46
Renovaron su permiso de residencia por un año. Según los documentos de Lowry, su per­
miso debería actualizarse el 18 de marzo de 1938, cosa que no sucedió, lo que ocasionaría
grandes dolores de cabeza y su expulsión del país en su segundo viaje a México en 19451946.
45
43
Ross Parmenter, Lawrence en Oaxaca. Tras las huellas del novelista en México, traducción de Jaime Retif del Moral, fce, México, 1991, pp. 51-52.
44
En carta “A Juan Fernando Márquez”, El viaje que nunca termina. Correspondencia (1926-1957),
selección, prólogo y traducción de Carmen Virgili, Tusquets Editores, Barcelona, 2000, p. 52.
58
59
Anuncio en Oaxaca en México, núm. 34, febrero de 1938, p. 25. Archivos de la Hemeroteca
Pública de Oaxaca “Néstor Sánchez Hernández”
Anuncio en Oaxaca en México, núm. 40, agosto de 1938, p. 17. Archivos de la Hemeroteca
Pública de Oaxaca “Néstor Sánchez Hernández”
“Siguió vagando por las cantinas del lugar y tuvo una disputa con José Cervantes, dueño de El Bosque, por el pago de una botella de mezcal, por lo cual terminó
otra vez en la cárcel.” En Perseguidos por los demonios, de Gordon Bowker, p. 273.
114
“Fue en La Universal donde escuchó, sorprendido, parte del diálogo que había co­
locado en el capítulo xii y situado, en realidad, en un lugar espantoso de Oaxaca llamado Farolito; era en parte El Farolito y en parte otro lugar de la ciudad de
Oa­xaca, llamado El Bosque.” En Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, p. 113.
115
pp. 120-121: cuatro anuncios en el periódico Oaxaca nuevo, 1937-1938, Archivos de la Heme­
roteca Pública de Oaxaca “Néstor Sánchez Hernández”
“Avanzaban muy despacio; pasaron junto a los Baños de la Libertad y junto a la
Casa Brandes (La Primera en el Ramo de la Electricidad).” En Bajo el volcán, p. 254.
“Sr. Panadero: Si quiere hacer pan exija las harinas Princesa Donají.” En Bajo el
volcán, p. 63.
“Baños de la Libertad, los mejores de la Capital y los únicos donde nunca falta
el agua.” En Bajo el volcán, p. 63.
120
“No se puede vivir sin amar, eran las palabras escritas en la casa. En la calle no sopla­
ba el menor viento y ambos caminaron un trecho sin proferir palabra, escuchando sólo el babel de la fiesta que iba en aumento a medida que se aproximaban a
la ciudad. Calle Tierra del Fuego: 666.” En Bajo el volcán, p. 231.
121
——, Viva y muera México, sin crédito de traductor, selección y prólogo de
Emmanuel Carballo, Editorial Diógenes, México, 1970.
Martínez Baracs, Andrea, Repertorio de Cuernavaca, Clío, México, 2011.
Martínez Carbajal, Alejandro, Historia de Acapulco, dpa Impresores, Acapulco, 2005.
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128
ÍNDICE
0. Juzgue Usted si el Infierno posee un atajo
9
1. ¿Cuántas vidas se quedará en México, Mr. Lowry?
17
2. ¿En cuál ciudad vivirá el hacedor de tragedias?
I. Dos paisajes para una ciudad
II. Preparativo para el viaje
27
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36
3. En la nariz de los guajes
I. Imitación a Malcolm Lowry
43
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4. Avanzadas al reino del chapulín y de la iguana
I. Cuarteto de adelantados
II. Reconstrucciones oaxaqueñas del Porfiriato al Cardenismo
45
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49
5. Los tres viajes del zorro inglés a los bosques de Oaxaca
I. Malcolm y Jan (abril, 1937)
II. Malcolm y Juan Fernando (diciembre, 1937-marzo, 1938)
III. Malcolm y Margerie (enero, 1946)
59
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67
76
129
6. Conclusiones con caballo desbocado
I. Copyright oaxaqueño
II. Guía de cantinas mezcaleras III. Detectives con gafas negras siguen a un par de borrachos
de sombra blanca
IV. Coda con cien mezcales para Mr. Lowry
87
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97
102
104
7. Imago Lowry 109
Agradecimientos123
Bibliografía125
130
Oro líquido en cuenco de obsidiana.
Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry,
de Ernesto Lumbreras
se terminó de imprimir el 18 de septiembre de 2015,
en los talleres de Navegantes de la Comunicación Gráfica, S.A. de C.V.,
Pascual Ortiz Rubio 40, San Simón Ticumac, Benito Juárez, 03660, México, D.F.
[email protected]
Se tiraron 1000 ejemplares en offset en papel cultural de 90 gr.
En su composición se utilizaron las fuentes Baskerville regular y bold,
de 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 14 puntos.
La edición estuvo al cuidado de Carmina Estrada e Itzel Rivas Victioria.
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