Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca

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Impresos y mediaciones
en la primera literatura
gauchesca rioplatense
(1819-1851)
Formas e mediações
na primeira literatura
gauchesca rioplatense
(1819-1851)
Pablo Rocca
RESUMEN
Este artículo se concentra en las concurrentes formas de producción y difusión
de la poesía gauchesca, antes de que el género consiga afirmarse hacia
mediados del siglo XIX. Estas notas pretenden indagar en las modalidades
de trabajo y operatividad de los mediadores de esos mensajes letrados que se
apropiaron de la imagen del criollo y sus prácticas, y en la relación establecida
con sus públicos posibles.
PALABRAS-CLAVE
Literatura gauchesca; Mediadores culturales; Públicos
RESUMO
Este artigo se concentra nas concorrentes formas de produção e difusão da
poesia gauchesca antes de que o gênero consiga se firmar em meados do
século XIX. Estas notas pretendem indagar sobre as modalidades de trabalho,
a incidência dos mediadores dessas mensagens letradas que se apropriaram
da imagem do homem da terra e suas práticas, bem como sobre a relação
estabelecida com seus públicos possíveis.
PALAVRAS-CHAVE
Literatura gauchesca; Mediadores culturais; Públicos
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
IMPRIMIR/ REPRESENTAR
Analizando la vasta y compleja red textual previa al triunfo de la
Revolución francesa, Robert Darnton postuló que es necesario ver los
libros como objetos que circulan por los canales del mercado, además de
sus propiedades de discurso; por eso reclama un seguimiento sistemático
de la producción, la distribución y, en cierta medida, el consumo
(DARNTON, 1998, p. 198). La atractiva propuesta que ha hecho escuela
en los estudios del campo en distintas partes de América Latina se hace
más desafiante en un contexto de producción como el de la primera
mitad del siglo XIX rioplatense, en el que dominaban las hojas sueltas y
los periódicos más que el costosísimo libro, hecho por y para minorías
muy estrechas. De ahí que adquiere relevancia preguntarse sobre quiénes
asumieron la tarea impresora, quiénes y cómo la difundieron y, sobre
todo, quiénes eran los destinatarios de esa producción impresa capaz de
oralizarse, como su ansiada fuente, a través del canto, la recitación o la
lectura en voz alta. O, mejor, cómo se imaginaron los hombres de la ciudad
que esos segmentos de públicos analfabetos podían recibir sus mensajes.
Estudiando el caso del molinero inventor de una cosmogonía
individual, Carlo Ginzburg afirma que “la idea de cultura como privilegio
[…] fue gravemente herida por la imprenta” (GINZBURG, 2006, p. 181).
Hecha la transposición al medio en que se gesta y se expande la Revolución
de Mayo, el enunciado, manteniendo su vigencia, se disemina, ya que
en el ápice del proyecto ilustrado occidental, una revolución periférica
que se asume como liberal, antimonárquica y anticlerical, se servirá de
la imprenta para ampliar el círculo de la ciudadanía pero se encontrará
con la limitación del abrumador analfabetismo. En esta encrucijada se
movieron, durante décadas, los creadores de una poesía que se proyectaba
sobre el esquivo cuerpo popular.
A un lado y otro del Río de la Plata, la trayectoria de este medio está
íntimamente ligado al desarrollo de la gauchesca; correlativamente, las
imprentas se beneficiaron de este tipo de literatura, “desde la primitiva
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Pablo Rocca
imprenta de tórculo de la Imprenta de los Expósitos –que tomó a su
cargo […] los textos iniciales de Hidalgo– hasta la posibilidades más
sofisticadas de la prensa a vapor introducida por […] Hallet hacia
1840” (RIVERA, 1989, p. 2). Dicho de otro modo, el gaucho inventado
y los que llevaron sus palabras al papel, se aliaron para sostener un
conjunto de prácticas materiales y simbólicas que dio vida al género
y movió un sector importante de la prensa y de la primitiva industria
gráfica rioplatense. Unos (poetas que simulaban ser gauchos) y otros
(impresores que difundían esas voces) eran los mismos. El 16 de
noviembre de 1846, en el Montevideo sitiado por las fuerzas de Oribe
y Rosas, bajo el título “Literatura Nacional”, un anónimo redactor del
Comercio del Plata describe el folleto Paulino Lucero, de Ascasubi, e
inserta una carta del autor en que se habla de esa alianza:
Velay le mando, señor,
A que les lea mi argumento,
Que en este puro momento,
Ha soltao el impresor:
Hagamé pues el favor,
V. que es hombre maestrazo,
De pegarmele un vistazo […]
El periodista anota que el folleto “ha aparecido con dos láminas
de costumbres nacionales ilustrativas del texto, que aunque no carecen
de defectos de ejecución, son notables por la verdad, así la fisonomía
del gaucho, como en el vestido, la escena y el paisaje”. Y sin embargo,
contemporáneamente sobran los testimonios acerca del temor que les
provocaban las mayorías mestizas a las elites que creaban o instigaban
una literatura sobre el sujeto nacional que llamaban, sin pizca de escarnio,
gaucho. La distancia entre la valoración (o, mejor, la desvalorización y el
temor) del sujeto real y su representación, muestra los límites de la práctica
ideológica, cultural y política de los sectores dominantes en disputa por
diferenciados intereses y, asimismo, por el control del sujeto popular.
Algunos documentos esclarecerán el distingo entre lo material y lo
simbólico. El 30 de julio de 1822, Silvestre Blanco comenta a Bernardino
Rivadavia la debilidad de las tropas lusobrasileñas de ocupación de la
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Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
Provincia Oriental. El inminente derrumbe de esta fuerza augura zozobras
para Blanco, pues “conociendo el Espíritu publico, y exaltado de nuestra
Campaña, [puede] que se forme repentinamente una Montonera de Gauchos
sin orden, disciplina, ysistema, y qe. por su poca ilustracion embuelban à
el pays en una anarquia, qe. no sabrían evitar teniendo los mejores deseos”
([PIVEL DEVOTO, Juan, (ed.)], 1957, p. 343). Casi dos décadas más tarde,
en febrero de 1839, un redactor de El Nacional, en el que empiezan a
proliferar composiciones gauchescas, sentencia:
Para nuestros ilustrados y políticos, el
gaucho no es mas que un vandido, un salvaje; un
hombre que en su vida vagabunda y licenciosa, se
ha propuesto recorrer la tierra entre el crimen y la
molicie, entre la algazara del festín, ó la oscuridad
de la beodez. Y este retrato no deja de ser fiel por
nuestra desgracia […] (LAMAS (¿?), 1962, p. 591592).
En ese mismo año de 1839 el sueco Carlos E. Bladh publica las
impresiones de su viaje por el Río de la Plata realizado en 1831, en las
que hay un deslinde del gaucho real y el gaucho representado en las
“Fiestas Mayas” del 31:
Un número de jóvenes de la sociedad
se habían disfrazado de gauchos y andaban a
caballo a toda carrera por una pista circundada de
barandas para alcanzar con sus lanzas los anillos
que estaban colgados sobre las barandas. […] Más
ridículo aún me pareció otro número. Se hacía
entrar en la plaza un toro también jineteado por un
gaucho. El animal hacía entonces los movimientos
más ridículos, bramaba furiosamente, por
momentos se tiraba al suelo y el jinete tenía que
abandonarlo. […] (BLADH, 1970, p. 722).
Provisto de idéntica sensibilidad aunque con una posición divergente,
el viajero sueco no comprende la carga ideológica de esos rituales,
formas de trasposición de funciones que invisten al “civilizado” de un
disfraz que le permite sentirse parte de un universo que debe dominar,
que apenas entrevé y con el que se identifica por una necesidad
simbólica de diferenciación nacional.
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Pablo Rocca
MEDIADORES SIMBÓLICOS Y MATERIALES
Algo similar ocurrió en el filo de la primera mitad del siglo XIX
con la poesía gauchesca que escribían algunos de esos “jóvenes de la
sociedad”. El círculo empezó a cerrarse y los gauchescos, atrapados
en sus pasiones de banderías entraron en disputa dentro del mismo
discurso: blancos contra colorados, federales contra unitarios y, aun
más, doctores contra caudillos y caudillos “bárbaros” contra caudillos
“civilizados”. En ese juego, el difusor del género fue un sujeto temido
o deseado. Un anticipado ejemplo de esa circularidad se encuentra
en el “Cielito del blandengue retirado”, de autor anónimo. Difundido
en hoja volante hacia 1821-23, se trata de la furiosa execración de los
caudillos –como Artigas y Sarratea– y los “puebleros” que arrastran al
paisano a las guerras civiles. La tercera estrofa censura a los editores
de cielitos y de hojas que los difundían:
Bayan al Diablo les digo
Con sus versos y gacetas,
Que no son sino mentiras
Para robar las pesetas
(AYESTARÁN, 1949, p. 328).
Por la fecha en que esta pieza se imprimió, Pivel Devoto estima
que su autor es partidario de la anexión al Imperio del Brasil (PIVEL
DEVOTO, 2004, p. 6). En rigor, la irónica estrofa 16 invalida esta
lectura: “Cielito cielo que sí/ Baya un cielo para todos,/ Mirá que lindos
patriotas/ Los Portugueses y Godos”. Tras una aparente voz anárquica,
que se alza contra todo y contra todos, el texto defiende la paz social
a cualquier costo para mantener la prosperidad del trabajo y el capital
de quienes son utilizados sólo como carne de cañón (“Cuatro bacas
hei juntado/ A juerza de trabajar,/ Y agora que están gordas/ Ya me
las quieren robar”). Curiosa pieza esta que personifica en su discurso
la condición que denuncia. O no tanto, porque al utilizar el mismo
dispositivo retórico que anatematiza, decide luchar contra el sistema
de la gauchesca por dentro, con su mismo lenguaje tuerce una regla
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áurea del género al desmerecer la figura del gaucho-soldado. Salvo en
este poema, la imagen del combatiente patriota se mantiene incólume
por medio siglo; pero este hablante se ha retirado del servicio por
haber sido mutilado en la guerra (“También me falta una pierna/ Y me
sobran perendengues”), aunque para acentuar la decepción y el rencor
el autor elige nombrar al yo que habla desde el texto en su condición de
exsoldado. Cierta sintonía, con todo, puede notarse entre este anómalo
cielito y los dos “diálogos patrióticos” entre Jacinto Chano y Ramón
Contreras que simultáneamente Hidalgo publica en Buenos Aires. Pero
estos dos gauchos han abandonado las armas de la patria para construir
la convivencia republicana, llamando a la unión, el respeto al prójimo
y el trabajo, premisas que, como vimos, le hicieron “retozar las fibras”
a Sarmiento. Chano y Contreras admiten la validez y la potencia del
sacrificio y la sangre derramada siempre que pueda convertirse en
armonía entre iguales. La diferencia se encuentra en la retórica, no en
la sustancia del mensaje: la elipsis y la ausencia de revisionismo en
Hidalgo, la diatriba en el anónimo; la condena implícita del precursor
a quienes llaman a la desunión, en el otro se convierte en demolición
sin esquivar la violencia nominativa.
Al tiempo que, leído retrospectivamente, el “Cielito del blandengue
retirado” provoca una polémica de vastas proporciones, la mención a
otros textos gauchescos podría hablar de la penetración de esos “versos
y gacetas” y, de paso, reprobaría a quienes prometiendo poesía apenas
se interesan en ganar dinero favoreciendo a una determinada causa en
desmedro de otra. Por cierto, el alquiler de un versificador no se inventó
en el Río de la Plata. Aun más: es anterior a la imprenta. Refiere Ramón
Menéndez Pidal que el “canciller de Ricardo Corazón de León, hacia
1190, compraba versos adulatorios y llevó a Inglaterra juglares de Francia
que cantaban de él por las plazas”. (MENÉNDEZ PIDAL, 1949, p. 51).
Como sea, la estrofa contra los impresores de la gauchesca habla de la
preocupación de los sectores anticaudillistas por la eficacia de este medio
entre sus potenciales públicos adictos. Por necesidad propagandística,
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Pablo Rocca
toda vez que pudieron, los ejércitos criollos llevaron a cuestas imprentas
volantes en las laberínticas pugnas que se sucedieron en la primera mitad
del siglo XIX. Algunos incluyeron entre sus rubros la edición de cielitos
y diálogos (PIVEL DEVOTO, S/d), válvula de escape de la creatividad a
menudo anónima y arma política para glorificar o difamar a las fuerzas
militares y sus conductores. Desesperado y furioso en la procura de la
paz, el “Cielito del blandengue retirado” combate esta política y con
ello subvierte el axioma poético-político con que se rige la gauchesca
inicial en tiempos de guerra. Habrá que esperar hasta la publicación
del Martín Fierro para que su mensaje adquiera una dimensión mayor
y un nuevo efecto, como el del discurso guerrero que el blandengue
retirado objeta, ahora en la dirección contraria, pugnando por convertir
al gaucho en ciudadano y mano de obra útil al capitalismo nacional.
El lugar del género como lenguaje y como producción siempre
fue problemático, siempre fue un espacio de pelea. La lógica del
enfrentamiento a que se sometió después de la independencia sugiere
terribles anatemas hacia la actividad profesional del impresor o del
periodismo que divulgaba estos textos. No sólo en el “Cielito del
blandengue retirado”. En carta dirigida a Fructuoso Rivera, datada en
Canelones el 12 de diciembre de 1826, Francisco Haedo se desfoga
contra el gobernador de esta jurisdicción, “nombrado de fiscal, juez de
residencias, agorero, insigne, mago, hechisero, ó Químico, materialista;
dela imprenta, y solo se imprimen las cosas q.e à este gitano le gusten, como
son bersos de cielito, avisos, de á como está el jabón, cuantas varas tiene
el pan” (CORRESPONDENCIA…, 1960, p. 488-489). Para la hiperbólica
mirada de Haedo, el gobernador de Canelones ha multiplicado su
peligrosidad por el monopolio de la imprenta, y con esa fuerza, la edición
de cielitos haría más persuasivo su discurso entre públicos mayoritarios.
Quizá el temor a la difusión a posteriori de lo escrito por medios
orales sea más imaginario que efectivo. Pero era una idea aceptada. Aun
más, y esto es fundamental, era la regla que condicionaba la retórica del
propio género: un letrado fingía ser gaucho y remitía a un periódico sus
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Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
versos, sin firma o con seudónimo, rogando su publicación precedida
por una breve carta. En realidad, como sucedía en las formas “cultas”,
desde Hidalgo estaba firme el poema en cuanto carta imaginaria enviada
a un destinatario enemigo, no aún al director de un periódico, vehículo
que todavía no se había consolidado. En el cielito “A la venida de la
expedición” (1819), se retoma con naturalidad el simulacro dialógico
que, como lo advirtiera Alfonso Reyes, está en toda carta que establece
una “conversación a la distancia”, camino “de lo íntimo a lo público”
(REYES, 1963, p. IX). Dos años después, en el “Diálogo patriótico
interesante…”, Ramón Contreras define a su compadre Chano como
“hombre escrebido”, y a sí mismo como poeta popular porque compone
“cielos/ y soy medio payador”, para concluir, reverente: “a usté le rindo
las armas/ porque sabe más que yo”. En estos versos, en los primeros en
que desde la escritura se definen los dos campos, con razón comenta
Julio Schvartzman que hay “dos operaciones: la atribución del saber
de la letra a un gaucho; y el reconocimiento por otro, iletrado, de la
superioridad del primero (por más que ese «escrebido» pueda entenderse
en clave irónica; todos los gauchos de la gauchesca son «escrebidos» por
otros” (SCHVARTZMAN, 1996, p. 163). Y aun podríamos identificar
una tercera operación implícita en el diálogo, todavía más radical: la
escritura es la genuina expresión del saber aunque se alimente de la
oralidad popular (la payada). Hidalgo funda la norma del género: la
poesía escrita integra, doblega y supera a la oralidad.
Cuando el periodismo y la gaceta gauchesca se tornan medios
difusores y hasta variaciones de esta línea de escritura, con toda
comodidad el poema-carta puede establecerse como una manifestación
dominante, por lo menos hasta el fin de la Guerra Grande (1851) y la
caída de Rosas (1852). Ese privilegio no se debe únicamente a que la
correspondencia y su heredera, la ficción epistolar, son lábiles fronteras
de las formas, ya que persiste la alambicada continuidad de la oralidad
en su escritura que se avecina a las modalidades más fuertes de la
expresión del yo (las memorias, el diario, la autobiografía), con lo cual
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Pablo Rocca
se refuerza el pacto de verosimilitud. Asimismo, lo fronterizo es un
proceso típico en una producción tardía como la de América Latina,
en cuanto la correspondencia y sus derivadas ficcionales llegan como
complemento de otros discursos cuando escasean los papeles públicos,
en sentido literal y figurado.
El cielito-carta, ya impuesto en Montevideo hacia 1840, vendría
a cumplir con estos códigos y, a su vez, mostraría los éxitos y las
imposibilidades de esta literatura para conquistar su autonomía,
ubicada entonces en una encrucijada de vida o muerte. Otra versión
del texto que precede la publicación inicial del “Paulino Lucero” aporta
ciertos datos que permiten ver más claro el asunto. La pieza lleva el
título “Súplica gaucha dirijida al Ilustrado Redactor del Comercio del
Plata Dr. D. Florencio Varela, pidiendolé anunciara la publicación que
se iva á efectuar del poéma Paulino Lucero”. En ella, más que en la
primera versión, se refuerza el lugar prefigurado por Hidalgo de esa voz
rural que adquiere sentido sólo si “la Ciudá” la recibe; se reafirma la
jerarquía del habla en la expresión poética dependiente de la escritura
y la vulgarización de lo dicho, por obra de la gaceta mentada y del que,
ahora, llama “imprentor”. Por fin, y no menos importante, se imagina
al gaucho como servidor de una causa política (la unitaria-colorada) y
manso subalterno del doctor, su “patroncito”:
Sr. Relator del Comercio del Plata
Muy señor mío
Velay le mando, señor,
A que lea mi argumento,
Que en este puro momento
Ha soltao el imprentor:
Hagamé pues el favor,
Usté que es hombre maestrazo;
De pegármele un vistazo,
Y verá un pial de volcao,
En que á Rosas le he largao
La armada de todo el lazo.
Y si por felicidá
Le agradase mi versada,
En su gaceta mentada
Avisele a la Ciudá
Del modo y conformidá
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Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
Que el gaucho saldrá lueguito;
Ya que usté es el primerito
A quien le largo este envite,
A fin de que me acredite
Si es su gusto, patroncito.
(LUCERO Paulino. Montevideo, Noviembre 14,
1846)
“Paulino Lucero” parece ser el climax, el momento en que el diálogo
gauchesco se aligera y el poema trabaja los niveles de la oralidad con mayor
ahínco; la apertura que fertiliza posteriores desarrollos; el lugar limítrofe y
la colecta de composiciones anteriores rearticuladas. También es el primer
texto gauchesco festejado por la elite unitaria, y hasta por Benjamín Poucel,
un culto residente francés en territorio oriental, prisionero de Oribe en
1845, quien en sus memorias no hesita en valorar una “obra [que] honra
el espíritu y el corazón de Ascasubi así como su talento”. (POUCEL, 2001,
p. 40). Pero para llegar a ese sitio tuvo que recorrer un camino, en el que
la relación imaginaria entre el gaucho y los intermediarios de su voz había
ido afirmando el género. Una década y media antes, el 12 de noviembre de
1831, sale en El Recopilador, de Montevideo, una composición firmada por
“Manucho” (seudónimo sin identificar), antecedida por esta nota: “Amigo
Recopilador: Hágame la gracia de imprentar en su papel los cinco versos de
Cielito que le mando, que he compuesto en las puertas del corral, mientras se
calentaba la marca para encomenzar la yerra” (AYESTARÁN, 1949). El 3 de
noviembre de 1836, el “gaucho Perico Cielo” envía o simula que envía una
epístola en verso a El Defensor de las Leyes, y la precede con estas líneas:
“Sr. Maestro Imprentero. Si V. me hiciera el favor de imprentarme esta carta,
sería toda la vida la mujer más agradecida (sic) a su fineza”. Un anónimo
hace lo propio el 17 de febrero de 1838, para El Universal: “Se suplica al
Sr. Editor coloque en las columnas de su ameno diario, esos tozcos razgos
de una diversión semi-poética de un Gaucho Oriental” (AYESTARÁN, 1949,
p. 430 y 433-434). Otros, como el que firma con el seudónimo “Formón”,
del que El Nacional se publica una “Media caña” el 28 de diciembre de
1842, intercalan análoga solicitud en el poema: “Ponga V. estos versos/ En
el Nacional,/ Que quiero que corran/ Como es natural”.
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Pablo Rocca
Hilario Ascasubi fue más lejos versificando preámbulos y notas a los
imprenteros, desde la presentación de su hoja El Gaucho en Campaña,
el 30 de setiembre de 1839, en la que entreteje elogios a los periódicos
amigos. El 11 de octubre siguiente, Ascasubi también será el primero
en realizar un simulacro más osado, inventando el gaucho-corresponsal
desde el lugar de las operaciones militares. Lo hace en el cielito titulado
“El gaucho del campamento a los impresores”:
Ustedes mosos dirán
que yo escribo con peresa
por que no le menudeo
pero, la cosa no es esa.
Como estoy en la vanguardia
y soy Gaucho voluntario
dende que Dios amanece
tengo mi trabajo DIARIO.
Y concluye:
En fin ya no escribo mas
por que estoy medio cansado
y encima de las caronas
cuesta mucho escribir largo.
Por último, su pirueta más temeraria torna al gaucho cantor en escritor
y lector, en el poema-carta “Sr. Director de El Gaucho. Acampamento
en el medio de la Línea, á 3 de agosto [de 1843]”, publicado en el Nº
7 de El Gaucho Jacinto Cielo:
Amigo Jacinto Cielo,
Empriésteme su gaceta,
Que también soy medio pueta
Y en coplear tengo consuelo;
[…]
Cuando vide su papel
Me alegré como era justo,
Y si viera con qué gusto
Lo lemos en el cuartel;
Basta que platique en él
De nuestra guerra presente
Y en nuestra lengua, que hay gente
Que ya no nos tiene en menos
Por que vé que semos güenos
Pa escrebir tan lindamente.
De esos otros gacetones
Que salen tuitos los dias
Hablando de estrangerias
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Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
No entendemos dos renglones:
Los hacen los señorones
Tan solo pa la ciudá
[…]1
Mucho antes que el Martín Fierro, este lector reta al discurso hecho
para las minorías urbanas, buscando dividir los dos campos e identificar
su poesía con el medio criollo, aunque de paso reconoce que hay lectores
mejor dotados para la comprensión de los textos, esos “señorones […] de
la ciudá”, y están los otros, los gauchos, que sólo pueden descodificar
mensajes llanos y directos. De nuevo, resalta el deseo de construir una
literatura y una pedagogía para el gran público de pocas o nulas letras.
Cuando se distrajo de los tenaces enconos, el género sirvió como
entretenimiento o souvenir pasajero y hasta como una mercancía
capaz de arrimar cierto lucro para sus impresores. Un aviso aparecido
el 19 de abril de 1823 en El Pampero de Montevideo, ofrece a la venta
“unos versitos de pie de gato llamados el Cielito: no valen más que
un medio pero están mui divertidos” (AYESTARÁN, 1949, p. 250). En
1828 en su pulpería ubicada en una zona semirural de la provincia de
Buenos Aires, “el gauchesco cuyano Juan Gualberto Godoy […] vendía
tarjetas de colores con coplas caligrafiadas, junto con los tafetanes,
aguardientes y latas de sardinas”. (Rivera, 1989: 2). Pero la gauchesca
nació como vehículo poético de la disidencia, y ese ímpetu aumentó
con la prolongada guerra rioplatense de la década del cuarenta.
El circuito se fue afirmando a medida que ascendía su prestigio, su
capacidad dialéctica y, desde luego, en tanto crecía la población y por
lo tanto los posibles consumidores. En 1829, se estimaba en 74.000
los habitantes de la Provincia Oriental, de los cuales algo menos del
20% (14.000) radicaban en Montevideo. El analfabetismo sobresalía
en la campaña y para 1830 sólo unos mil estudiantes se escolarizaban.
(CASTELLANOS, 1977, p.111-112). Seis años después, el número de
28
En el Nº 10 del periódico, del 15 de agosto
de 1843, aparece una
“Contestación del GAUCHO á su amigazo y
compañero el Sargento
Marcelo Miranda, ternejal y payador del pago
de S. Salvador”.
Un estudio sobre los
enfrentamientos entre
Luis Pérez y Ascasubi y
entre el primero y Juan
Gualberto Godoy en Lucero, 2003.
1
Pablo Rocca
pobladores subió a casi 129.000, entre los cuales 23.404 vivían en la
capital. (ARREDONDO, 1928, p. 44-45). En la República Oriental, en
1839, el mismo año en que el redactor de El Nacional recuerda que “los
ilustrados y los políticos” consideran a los gauchos como una escoria
social, la producción gauchesca se había multiplicado de tal manera
que ya existían dos periódicos exclusivamente dedicados al género: El
Gaucho en Campaña –creado por Ascasubi– y El Gaucho Oriental. Estas
experiencias reconocían en la otra margen antecedentes a cargo, cada
cual por su lado, de Luis Pérez y Juan A. Godoy. (SCHVARTZMAN,
1998), y con moderación el versátil Ascasubi había profesado el mismo
tipo de periodismo en Montevideo con El Arriero Argentino. Diario
que no es diario. Escrito por un gaucho cordobés (2/IX/1830). Ascasubi
llevará la experiencia hasta sus últimas consecuencias formales con El
Gaucho Jacinto Cielo (1843) (PRADERIO, 1962). Un aviso aparecido en
la última página de la primera entrega de El Arriero Argentino “admite
subscripciones por dos pesos al mes, y se halla a la venta en la casa del
Sr. Gard platero, calle de San Pedro” (RODRÍGUEZ MOLAS, 1961, p.
80). Nueve exactos años después, en el segundo número del Gaucho
Oriental se informa que el periódico “tiene su pago en San José” y que
se “hallará de venta en esta imprenta, en la librería de Hernandez, en lo
de Varela en la plaza, y en lo de Cifuentes en el Cordón” (SIN FIRMA, 9/
IX/1839: 1). El 14 de julio de 1843, Hilario Ascasubi lleva a los extremos
la retórica gauchesca contaminando todo texto que sale en El Gaucho
Jacinto Cielo, incluso el aviso de suscripción y venta:
El gaucho como hombre pobre saldrá
los Viernes al rayar el lucero después de tomar
mate: el que quiera hablar con él o escribirle,
en la Caridá lo encuentra, mientras no monta a
caballo; y el que quiera lerla mande a lo de D.
Hernandez, D. Varela, allí fuera del mercao, y a lo
de D. Domeneque –por supuesto, con un realito
sin rayas (FURLONG, 1932, s/p).
Por lo tanto, mucho antes de las obras clásicas (las de Del
Campo, Lussich y Hernández), los puntos de venta de poemas y de
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Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
ese nuevo medio que se viabiliza como subgénero, las gacetas, se
habían multiplicado y afincado. Su prestigio letrado era equiparable
a cualesquiera publicaciones periódicas, si se los juzga desde los
compartidos locales de exhibición y comercio.
A medida que la Guerra Grande recrudeció, la poesía gauchesca
encontró su mejor hogar en la Defensa. El mayor número de escritores
argentinos –Ascasubi entre ellos– se habían trasladado a Montevideo.
Más y mejores recursos materiales se encontraban en la ciudadpuerto que, si bien pequeña, ya había logrado estabilizar los medios
de producción y la mediación cultural letrada: imprentas, comercios
de librería, periódicos. Como parte de la respuesta algo tardía, y que
los intelectuales del Cerrito reclamaron desde el principio –como
el mencionado Antuña–, la zona sitiadora quedó atrás en la guerra
gauchi-poética, atrapados en la contradicción política de tener en Rosas
un aliado de hierro al tiempo que era el absorbente jefe supremo y
conductor de una nación a la que los oribistas no querían anexarse.
El gobierno del Cerrito, dueño de un territorio vastísimo, se vio
desprovisto de la infraestructura necesaria para que funcionaran los
mecanismos letrados, aunque para el fin del conflicto la Imprenta
del Ejército alcanzó un potencial considerable como para publicar
el voluminoso y postergado libro de José Manuel Pérez Castellano
Observaciones sobre la Agricultura, por orden expresa de Oribe. Entre
1849 y 1851, siguiendo el principal periódico del Cerrito, El Defensor
de las Leyes, Mateo J. Magariños de Mello detectó varios locales de
venta de libros en la capital oribista. (MAGARIÑOS DE MELLO, 1954,
p. 102-106). El investigador concluye que en estos dominios “no habían
libros prohibidos […] con excepción de la Biblia protestante”, si bien
paralelamente no encuentra signo alguno –ni se le ocurre mencionar
la falta– de la difusión de hojas, folletos y gacetas gauchescas. Como
es obvio, nunca pudieron promoverse las muchas que atacaban
ferozmente a los enemigos de la causa colorado-unitaria. Seguramente
como contrapeso a esta poderosa corriente, hubo una gauchesca
30
Pablo Rocca
oribista-rosista, de las que conocemos un puñado de piezas que en
1937 publicó un descendiente de Manuel Oribe, en las que se enseñoreó
una gran violencia con el enemigo (ORIBE, 1937).
Desde mucho antes que ocurrieran las divisiones internas en los dos
Estados del Plata, las composiciones gauchescas vivían en las hojas
y cuadernillos de medio pliego o uno entero, como los que hizo en
Buenos Aires, en 1821, la imprenta de Álvarez con el “Diálogo patriótico
interesante…” y el “Nuevo diálogo patriótico…”, de Hidalgo. Estas
consiguieron mayor vida cuando, hacia 1825, el periodismo incrementó
su ritmo en las dos orillas, y mejor aun cuando entre 1824 y 1837 varios
textos de esta serie hicieron su triunfal entrada en libros colectivos, los
Parnasos de los dos lados del Plata, que consagraron esa variante de la
ciudadanía en la voz del criollo.2 Congregando la mayor cantidad posible
de estas fuentes, en 1968 Rodríguez Molas dice haber identificado en
Argentina “más de doscientas piezas del período que transcurre entre los
años 1810 y 1852” (RODRÍGUEZ MOLAS, 1968, p. 49). Por su parte, del
lado oriental, en el ciclo 1812-1851 Ayestarán relevó el centenar y medio
de composiciones, que en buena parte aún no han sido recogidos en
volumen, tarea que estamos llevando a cabo actualmente en homenaje
al gran investigador. Los poemas y periódicos que las albergaban
empezaron a ser ofrecidos en imprentas, librerías y otros locales públicos
hacia 1830. Por algunas informaciones contradictorias, sabemos que se
vendieron como cualquier otra mercancía en las calles de las ciudades
más populosas del Plata.
La reducida competencia letrada de la población transformó a las
imprentas y librerías en espacios de relativo lucro, y las llevó a hacer
todo tipo de transacciones. Imprentas muy activas de Montevideo –
como la Oriental y la de la Caridad–, eran agencias esclavistas, al igual
que el más fuerte comercio librero que tuvo la ciudad hasta pasado
el medio siglo XIX. La librería del español Jaime Hernández (circa
1800- Montevideo, 1861), fue el enclave de la cultura letrada antes y
durante la Guerra Grande. Según Fernández Saldaña, este inmigrante
31
Véanse referencias en
Rocca, 2003: 128-129.
2
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
ya era tipógrafo cuando llegó a Montevideo en 1827, y con los años
se adueñó de varios e importantes establecimientos del ramo, como
el “Hispano-Americano” y “Los Amigos” (FERNÁNDEZ SALDAÑA,
1944). Ciertamente su capital, que el cronista estima abultado sin
hacer referencia a otros negocios, debió amasarse o consolidarse en el
comercio negrero, información que Fernández Saldaña ignora u oculta.
De hecho, Hernández intervino en esta actividad de modo tan abierto
y constante que el céntrico local de su librería en la calle San Pedro
Nº 96 (actual 25 de Mayo, Nº 236), estuvo al servicio de la venta y la
denuncia de esclavos fugados. Como este aviso, entre tantos, en que
sale claro que la librería servía a los mismos efectos que el destacamento
policial: “Se ha huido. El 11 de este mes un negro llamado Antonio,
nacion Africano, de regular estatura, flaco de cuerpo, habla el portugues,
su oficio zapatero; va vestido de pantalon de paño con listas blancas,
chaqueta de lanilla.– El que lo presente en la policía ó en la Librería de
Hernandez se le dará una buena gratificación” (El Nacional, Montevideo,
15/XI/1841).3 Además, para redondear su presupuesto, mucho antes,
en 1830, cuando Hernández se instaló en la calle de San Gabriel Nº
63 –luego Rincón–, hizo otras operaciones igualmente sorprendentes,
como vender los billetes de una rifa de “dos suertes de estancia de á
media legua de frente y nueve mil varas de fondo, con una hermosa
casa de azotea […]”. Las historias se conectan, porque esta rifa se
promovió en la misma página del mismo número de El Universal en
que, sin firmarlo, Acuña de Figueroa publicó por primera vez su “Canto
patriótico de los negros”, en que hace celebrar a los africanos en una
lengua que les atribuye la libertad patria, la Constitución, las leyes y el
fin de la tiranía, aunque a pocos centímetros de tales asignaciones de la
voz liberal triunfa la realidad: otro aviso ofrece a la venta “Un negro de
16 á 17 años de edad, sin vicio ni enfermedad propio para todo servicio”
([ACUÑA DE FIGUEROA], 27/XI/1834: S/p). Cuatro años después, la
prosperidad del negocio librero sigue flaqueando, ya que en la casa de
Hernández se ofrecen libros, folletos y periódicos junto a una partida
32
Otros avisos anteriores
dan cuenta de la proficua
actividad en el comercio esclavista del librero
Hernández por lo menos
desde mayo de 1840: “Se
vende, un negro de campo y buen cocinero, edad
como de 25 años, en la
cantidad de 400 pesos el
que se interese en la Librería de Hernandez darán razón” (25 de mayo
de 1840). “Se vende. Un
negro joven sabe cosinar,
el que lo precise en la
Librería de Hernandez
darán razón” (28 de abril
de 1841). “Se vende. Un
negro como de 26 á 27
años de edad para el trabajo de saladero y cocina.
Darán razón en la librería de Hernandez” (29 de
mayo de 1841). Todas las
referencias reproducidas
en Kandame, 2006.
3
Pablo Rocca
de “chocolate superior de España”, al precio de “ocho pesos [el] cajon,
y al menudeo a 6 reales libras” (SIN FIRMA, 3/XII/1834). Aun varios
años más tarde la actividad de difusión cultural se complementó con
otras, como la que se informa en el aviso publicado por Comercio del
Plata bajo el título “Conservación del pelo”, donde se publicita el “tan
acreditadísimo aceite de oso, recién llegado de Norte América, siendo
el único que se ha conocido tan útil para conservar el color natural, se
vende en la Librería de Hernandez y en la Confitería Oriental á medio
patacon la botella” (SIN FIRMA, 2/VI/1846). Entre mercancías tan
amargas y tan dulces, el género gauchesco –que paradójicamente no
cesaba de apelar a las libertades civiles– dejaba alguna ganancia, seguro
que no tan pingüe como la primera ni tan inmediata como la segunda.
Hojas y gacetas gauchescas facilitaron una ganancia más rápida
que los escasos libros locales de tan alto costo de impresión. Y por su
factura veloz y más barata debieron tener mejor salida que los volúmenes
llegados de ultramar, que por cierto no eran tan pocos, tanto que en
1835-1836 hasta se podían encontrar en francés en aceptable número
(veintisiete) en distintas disciplinas: historia política y militar, geografía,
viajes, biografía, literatura y filosofía.4 Un poema de José Mármol,
datado en 1849, ironiza con elocuencia sobre la inversión desmedida
y sin retorno que suponía publicar un libro de poemas en estas tierras:
¿Sabes tú lo que cuesta un libro impreso
a su infeliz autor? Más te valiera
ser marido tres veces; dar un beso
a niña de treinta años y soltera; […]
(MÁRMOL, 1965: 176).
Con todo, en ese exacto momento, cuando la guerra se apagaba
y mientras maduraban los intelectuales argentinos exiliados y los
montevideanos, salieron varios libros relevantes. Entre otros, las dos
ediciones de Montevideo ou une nouvelle Troie, de Alejandro Dumas (una
en francés, otra en español); la Colección de memorias y documentos
para la historia y jeografía de los pueblos del Río de la Plata, de Andrés
Lamas y Los mellizos o rasgos dramáticos de la vida del gaucho
33
Ilustra esta situación
el aviso aparecido en El
Guardia Nacional, Montevideo, Nº 1, 1º de octubre de 1838, “periódico
[que] se publica diariamente en la IMPRENTA
ORIENTAL; en ella, en la
Librería de D. Jaime Hernandez calle San Pedro,
y en el Almacén del Sr.
Varela en la Plaza, se admiten suscripciones y se
hallará de venta.– Precio
por mes 2 patacones. Números sueltos 6 vintenes”.
Para tener una bastante idea aproximada del
consumo de libros que
las elites podían tener en
los primeros años de la
República, véase en Anexo tres listas de títulos
ofrecidos por la Librería
de Jaime Hernández en
1835, 1836 y en el número anteriormente citado
de octubre de 1838.
Información que no registra la bibliografía de
Arana que acompaña el
estudio fundacional sobre
esta imprenta montevideana (FURLONG, 1932).
4
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
en las campañas y praderas de la República argentina, de Hilario
Ascasubi. Impreso por la Caridad, lanzado en dos entregas de poco más
de cuarenta páginas cada una, con sus respectivos vocabularios, esta
reunión de versos gauchescos es la primera que se encuadernó en un libro
de noventa páginas juntando los dos folletos.5 El acontecimiento –así se
lo consideró–, fue adelantado pocos días antes en El Comercio del Plata,
el 21 de junio de 1850, en una carta autoexegética, casi una poética, que
Ascasubi cerró con este mensaje: “Se admiten suscriptores en la librería
de la calle 25 de Mayo Nº 230; en la botica del Sr. Las Cazes, calle de
Sarandí Nº 164; y en el escritorio del Sr. Mainez, calle de Misiones Nº
71”. Esta y otras informaciones prueban que en Montevideo además del
nomenclátor había cambiado el circuito de producción de una literatura
–gauchesca o no– de la amalgamada pléyade argentina. Félix Weinberg
anota que la “librería de la calle 25 de Mayo Nº 230” se llamaba Librería
Nueva y que los otros dos agentes comerciales, el boticario Augusto Las
Cazes y el corredor marítimo Francisco Mainez, eran amigos del poeta.
Con lo cual, el “halago” que sintieron las imprentas “por la repercusión
y relieve de su producción”, en rigor no pasa de una metáfora o de una
lectura anacrónica del investigador. (WEINBERG, 1974: 11). Tan estrecho
era el círculo de los interesados por las “bellas letras” en aquella ciudad
sitiada y pequeña, que las tertulias científicas y aun literarias tenían lugar
en una farmacia (FERNÁNDEZ SALDAÑA, 1946).
El retorno de capital era muy difícil para quien, como Ascasubi,
necesitaba del aporte económico del público para editar su obra:
“Mañana a las 10 del día –avisa el poeta en El Correo de la Tarde de
Montevideo, el 31 de agosto– se repartirá á los señores suscriptores la
segunda entrega de esta obra, suplicándoles se dignen no demorar el
pago de ella por los perjuicios que de esa demora le resultan al autor
para verificar la recaudación” (WEINBERG, 1974: 16). El sarcasmo
de Mármol estaba bien orientado. Hasta Acuña de Figueroa, el poeta
más renombrado y con mejores vínculos en Montevideo, padeció el
aislamiento de una ciudad con un público mínimo y, para colmo de
34
Información que no registra la bibliografía de
Arana que acompaña el
estudio fundacional sobre
esta imprenta montevideana (FURLONG, 1932).
5
Pablo Rocca
males, incomunicada por tierra y sin contacto posible con Buenos
Aires. Unas valiosas notas manuscritas, incluidas en el pequeño Libro
para apuntar varias curiosidades, especie de diario que llevó a cabo
el poeta, remontan a 1842 su seria intención de publicar el que, a la
postre, denominó Diario histórico del Sitio. Estos apuntes registran la
contabilidad exacta, las desesperadas y algo fantasiosas especulaciones
financieras para afrontar la edición:
El Librero impresor D n Jaime Hern. z
regulando hoy 28 de Oct.e de 1842 cuanto me
costaria la impresión de mi Diario poetico del
Sitio de Montev o me ofrecio imprimir cada
pliego & gazeta formando 16 paginas de cuarto
menor a razon de 22 pes tirandose 500 pliegos o
ejemplares cada vez; y a la razn de 36 tirandose
mil. Advirtiendose qe el pondria el papel, tinta,
prensistas y en fin el papel, completamente; y
teniendo cada pagina ó llana de 38 á 40 renglones.
Contados los renglones escritos que tiene
el Diario y los claros equivalentes á renglones
resulta qe el daria 635 paginas, qe son pliegos á
32 paginas; serian 20 entregas las qe completarian
el total de la obra – cobrando pues medio patacn
por entrega, vendria al fin a costar al comprador
toda la obra 10 patacones.
Imprimiendose solo 500 ejemplares, de los
cuales se vendiesen unicamente 300 (aunque los
demas se perdiesen) se sacarian 3.000 patacones.
Costando pues las impresiones y gastos
á 20 patacones, por pliego 800 patacones; y
doscientos idem los gastos de repartidores y otros
adherentes, me quedaria una ganancia libre de dos
mil patacones; y mas 200 ejemplares sobrantes,
que rebajados como unos 20 de donacion y
regalos, serian 180, los cuales vendidos á 4
patacones me darían 720 patacones –Total de la
ganancia 2.720 patacones ó 3.264 pesos plata
(ACUÑA DE FIGUEROA, 1842: 4).
Fuera de algunos folletitos y de la legión de poemas que le facilitó
a Luciano Lira para los tres tomos de El Parnaso Oriental (1835-1837),
Acuña tuvo que esperar una década y media para poder publicar un libro
en el que reunió muchas de sus composiciones.6 El Diario, como se sabe,
salió póstumamente. En 1850 Ascasubi tampoco estaba exento de estas
dificultades. Para una obra como la suya los “señores suscriptores” eran
efectivamente tales, es decir hombres y letrados, no las mujeres de la
35
En La República, Montevideo, Nº 518, 8 de agosto
de 1857, se anuncia: “Mosaico Poético de D. Francisco Figueroa. Se reciben
suscriciones y se entregan
en la Librería Nueva calle
25 de Mayo núm. 202 y
en la de Gregorio Ibarra,
estando ya prontas las
cuatro primeras entregas.
En dicha librería hay un
buen surtido de libros en
francés, de los mejores
autores contemporáneos,
los cuales se venderán á
precios módicos”.
6
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
clase social hegemónica ajenas a la belicosa arenga de tales versos y a
su lengua “bárbara”. Ni el costo del impreso se encontraba al alcance de
un público de bajos ingresos ni el periódico de la burguesía urbana, por
el que se divulgaba, podía incorporarlo a sus afanes publicitarios ya que
hasta ellos no llegaba la práctica de la suscripción que sobrevivió en la
República hasta fines del siglo. El analfabetismo imperante obstaculizó
la pretendida difusión masiva de las hojas poéticas y, todavía más,
las doctrinarias entre los paisanos que “servían” en cualquiera de los
bandos en pugna. Eso al margen de las expectativas de folklorización
de los textos poéticos.
Esta distorsión comunicativa, harto peligrosa para las dirigencias,
los hizo probar otra táctica propagandística que consistió en distribuir
entre sus tropas y las del enemigo algunas caricaturas de los más altos
jefes acompañadas por breves textos injuriosos. Si los últimos no se
comprendían, los primeros sí lo serían recalcando los perfiles grotescos
del sujeto o las ideas representadas. Algunas de estas piezas fueron
descubiertas en el archivo de un diplomático brasileño en Montevideo
durante la Guerra Grande. Estamos ante otro capítulo en la guerra
de los signos, solidaria con la anterior, para retener los favores de la
irreductible masa popular, cuyos componentes de base (no hay que
olvidarlo) hoy podían alistarse en las fuerzas de un jefe y, mañana, en
las de su antagonista.
La defección del rosismo del General Justo J. de Urquiza y el
apasionante ejemplo de la lucha de las imágenes litografiadas pone en
evidencia estos temores. En 1851 Juan Manuel de Rosas se quedó sin el
apoyo de Urquiza. Cercado y solo, mandó que se difundiera entre sus
hombres y también entre los que se alistaban entre los de excompadre
un dibujo alegórico que presenta a una encorvada figura humana, el
emperador de Brasil Don Pedro II, quien carga un pesado cajón con un
cartel en portugués: “Vende-se”. Lo martirizan dos figuras repelentes: el
mismo diablo junto a un flaco y alucinado guerrero que viste armadura y
lleva una espada en su siniestra. A cierta distancia, en una suerte de altar
36
Pablo Rocca
custodiado por dos leones, se encuentra el escudo de la Confederación.
Debajo, un largo texto explica el significado de cada imagen e increpa, en
cada punto, al que invariablemente llama “Loco, Traidor, Salvaje Unitario
Urquiza”, “que después de vender su Patria al oro Brasilero […] tiembla
y quiere huir –por más que sus Amos Compradores lo empujan” (SOARES
DE SOUZA, 1955, figs. 3-4). Esta afrenta al “pérfido, desleal, iniquo
emperador del Brasil” hace reaccionar al Consejero Honório Hermeto,
representante del Imperio en Montevideo. El 30 de diciembre de 1851,
sabiendo que el gobierno de la Confederación había desparramado la
antedicha ilustración entre filas urquicistas, escribió desde Montevideo
al Ministro de Negocios Extranjeros solicitando que se lo autorizara para
imitar el procedimiento. Una vez que tuviera las caricaturas antirrosistas,
“eu as mandaria espalhar em Buenos Aires e por entre o exército invasor
com ventagem”. Gracias a un inesperado giro, el plan de infiltración y
contrainteligencia se cumplió de inmediato. Por esos días el dibujante
Rafael Mendes de Carvalho había llegado a Montevideo procedente de
Entre Ríos, y el Consejero Hermeto lo contrató para que hiciera cuatro
dibujos que degradaran a Rosas, las que prestamente se imprimieron en
litografía.7 Satisfecho con el trabajo de su compatriota, el 22 de enero
siguiente informaba a su superior que “uma porção de caricaturas que
tinha encomendado ao nosso patrício Rafael”, las “mandei espalhar
grande número delas pelo Exército em operações, e em Buenos Aires.
Tiraram-se novecentos e tantos exemplares, cujo custo ainda ignoro,
porque Rafael até este momento não remeteu-me a conta que exigi”.
(SOARES DE SOUZA, 1955, p. 10-11). Los números hablan claro del
exacto consumo popular de estas formas de representación y de las
posibilidades de las arcas imperiales en Montevideo.
En un mundo desprovisto de imágenes, por su veloz eficacia
comunicativa entre los iletrados, lo icónico se hace más peligroso que
la escritura. Al primer contacto visual la estampa inclemente trasmite
ideología y facilita el rechazo visceral de los endemoniados y los locos.
Así se trata de crear afinidades a flor de piel entre quienes se supone
37
En una se lo representa
como un burro; en otra,
como un pequeño y deformado niño tonto al
que Urquiza tira de una
oreja; en la tercera, Eusebio –el negro que Rosas tenía como bufón–
se le sube encima como
si el Restaurador fuera
su caballo, con lo cual
se sugiere una relación
homosexual; en la última, Rosas aparece ante
una multitud macilenta
y un paisaje desolador,
blandiendo un puñal
ensangrentado en su
diestra y una gran bolsa
con oro en la izquierda.
7
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
incompetentes para descodificar mensajes complejos y sobre cuya
lealtad a convicciones y jefes se duda con buenos fundamentos. Basta
recordar las largas listas de pasados de un bando a otro, varias de las
cuales fueron publicadas, como el Nº 124 del Boletín del Ejército que se
limita a reproducir el informe datado en el Cerrito de la Victoria el 13 de
setiembre de 1846 y elevado al Presidente Oribe por el Jefe del Estado
Mayor Conjunto, Francisco Lasala, en el que registra “2 gefes, 1 oficial
y 57 individuos” provenientes de la sitiada Montevideo (BOLETÍN…,
1846). Basta recordar las órdenes de fusilamiento para los desertores,
como la que dicta Oribe a Juan A. Lavalleja en una carta del 8 de enero
de 1838: “[los] q.e no se porten como verdaderos Orientales, tratelos
V.S. sin concideracion alguna; Si consigue aprehender los q.e se han
desertado, hagalos sortear, y fusile de los ocho dos, y de quatro p.a abajo
uno”. (ARCHIVO DEL GENERAL JUAN A. LAVALLEJA, 1949, p. 35).
Para una cotidianeidad violenta, una retórica de la violencia.
Otro dibujo-volante de propaganda rosista, también torpemente
alegórico, exhibe a un monstruo de dos caras como “Retrato del
Loco, Traidor, Salvaje Unitario Urquiza descargando su pesada
Carga… de Crímenes sobre el derecho de Gentes”. El cargamento
consiste en palabras que, en su mayoría, remiten a ideologemas y
no a objetos o referentes precisos: “Viva la anarquía”, “villanía”,
“noticias falsas”, “máscaras”, “calumnias”, “traición”, “puñales”,
“despotismo”, “ingratitud” (SOARES DE SOUZA, 1950, fig. 2).
Tales términos injuriosos si bien tienen una función explicativa
sirven más como significantes de la imagen escarnecedora. Si la
fotografía punza, como lo ha propuesto Roland Barthes (Barthes,
1999: 65), se podría decir que la caricatura grotesca ofende el ojo
del contemplador que, instantáneamente, se sobresalta y descodifica
el mensaje destructor que, por su fácil inteligibilidad, promueve la
adhesión o la repulsa.
Imagen y signos se complementan para subrayar la retórica del
clisé y la diatriba, que en rigor se traslada del lenguaje oficial de
38
Pablo Rocca
decretos y proclamas. De hecho, estas palabras atraviesan varios
registros: del discurso oficial a la propaganda que combina imagen
y texto y también a muchos versos contemporáneos. Una proclama
firmada por el Presidente Oribe, que salió de la Imprenta del Ejército
el 30 de julio de 1851, compendia casi el mismo repertorio léxico que
el dibujo antiurquicista. Empieza con la consigna oficial (“¡Vivan
los Defensores de las Leyes! ¡Mueran los salvajes unitarios!”) y da
aviso a los “orientales” sobre el “desertor de la sagrada causa que
defienden las Repúblicas del Plata”, el “traidor Urquiza”, burlador
de la “confianza del Gefe ilustre que preside los destinos de la
Confederación” (es decir, Rosas), con el cometido de “trastornar
el orden” (esto es, sembrar la “anarquía”), y reproducir “el luto, la
devastación y todos los horrores de la guerra”. Urquiza es calificado
en el resto del documento como “pérfido”, “vil juguete de los que
antes trató como á mortales enemigos”, “degenerado”, “vil salvage
unitario”, “ingrato”, “asociado con el bando de feroces salvages
unitarios” y “tránsfuga infame” (ORIBE, 30/VII/1851).
La serie de agravios que roza lo escatológico, procedimiento central
y redundante en los despachos oficiales y los dibujos, urde el núcleo
semántico elemental de los poemas más airados. Si los poemas luego
pueden desplegarse con un lenguaje inventivo, al que contribuye la masa
sonora, nunca dejan de formar parte de una semiótica orgánica que
predica lo inconciliable y la muerte del enemigo. En suma, un discurso
monológico. Aunque previo a la defección de Urquiza, un buen ejemplo
de la estabilidad de este vocabulario, que no se arredra ante la náusea
y, aun más, la propone, es el “TÓNICO para los salvages unitarios, tan
hambrientos como rotosos que se hallan encerrados en la infeliz plaza
de Montevideo”, firmado por el Licenciado vesugero Vasco-agarras
Maniqui. El hablante poético disfraza su identidad en la voz que exhorta
en futuro imperfecto a una segunda persona, que surge por la desinencia
verbal y unas pocas marcas pronominales (“A esto vos le aumentarás”,
décima 1). Como en los mandamientos bíblicos, el futuro es una forma
39
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
de imposición que subordina al otro. Ese, el que está en Montevideo, el
agente de la acción (el que preparará el tónico), de acuerdo con el largo
paratexto titular se multiplica, por sinécdoque, en toda la dirigencia
refugiada tras las murallas: el Pardejón Rivera, el coronel Luna, Vázquez
el Peluquín, Joaquín Suárez y Florencio Varela. Antecedido por la
consigna del Cerrito, lo cual le asigna al poema un inequívoco carácter
oficial, el relato versificado vuelve grotesca a esa galería de personajes
con el registro reconocible: “osamentas salvajunas”, “imbecil”, “diablo
entisicado”, “vil ladron”, “rudo vegete”, “salvage, inmundo”. Sólo en
una ocasión, en la última de las siete décimas, queda lugar para que
los epítetos se expresen con ironía. Pero ese movimiento apenas es un
amague de renuncia a la denotación más cruda, porque la dirección
injuriosa se descodifica fácilmente en el título y las primeras estrofas, y
porque el destacado en el original establece la distancia entre el primer
nivel de sentido y el buscado aserto que descalifica:
Después de haberte aplicado
Esta Receta admirable
De renuncia irrevocable
Harás un condimentado:
Luego con un plan chingado
Del sabio y sagaz Rivera
Te emplastarás la mollera
Para aliviar el dolor
Y no sentir el calor
de la furiosa carrera.
Es probable que estos poemas fueran lanzados entre los soldados
del enemigo, del mismo modo que las ilustraciones comentadas. Por lo
menos una vez las fuerzas oribistas habían arrojado proclamas impresas
entre las filas del bando contrario, que irritaron al Ministro de Guerra
de la Defensa, el general Melchor Pacheco y Obes, según se lee en su
temprana memoria redactada un lustro antes de la pacificación: “Desde
entonces hasta Setiembre de 44, las fuerzas de campaña no dieron señal
de vida, […] y si algunos grupos se hacían sentir con la divisa nacional
era solo para dar ocasión á los boletines de triunfo que el enemigo nos
tiraba” (PACHECO Y OBES, 1977, p. 806 [1857]).
40
Pablo Rocca
BIBLIOGRAFÍA
Corpus
ACUÑA DE FIGUEROA, Francisco. SINCO CIENTO NEGLO DE TULO NACIONE.
“Canto patriótico de los negros. Celebrando á la ley de libertad de
vientres y á la Constitucion”, en El Universal, Montevideo, Nº 1.570,
27 de noviembre de 1834. [Se publica en la sección “Correspondencia”.
Está dirigido al Señolo Litole de la Nivesa (es decir, el “Señor Editor
de El Universal”), firmado por “Sinco Ciento Neglo de tulo Nacione”.
El poema es reconocido de hecho por Francisco Acuña de Figueroa,
quien admite su autoría en el tomo I de El Parnaso Oriental, de Luciano Lira (1835), donde su nombre figura entre corchetes y el texto
se publica con variantes. Además, el manuscrito del texto –con otras
variantes– está en las Obras de Acuña, que preparó para una futura
edición que, parcialmente, se llevó a cabo en Montevideo bajo el cuidado de Manuel Bernárdez, por cuenta de las Librerías y Editoriales
de Vázquez Cores y Dornaleche y Reyes, 1890].
ACUÑA DE FIGUEROA, Francisco (1842). Libro para apuntar varias
curiosidades. Inédito. Archivo Literario. Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, Montevideo.
ARCHIVO DEL GENERAL JUAN A. LAVALLEJA (1838-1839). Montevideo, Archivo General de la Nación, 1949. (Juan Carlos Gómez Haedo,
director). [Carta de Manuel Oribe a Juan A. Lavalleja, 8/I/1838].
AYESTARÁN, Lauro (compilador). La primitiva poesía gauchesca (18121838), en Revista del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos
Literarios, Montevideo, Año I, Nº 1, 1949: 261-491. [Recopilación de
poemas gauchescos tomados de prensa periódica de la época en Montevideo, hojas volantes, recopilaciones y libros].
_______. La primitiva poesía gauchesca (1839-1851). Montevideo,
Ediciones de la Banda Oriental, en prensa. [Recopilación de poemas
gauchescos tomados de prensa periódica de la época en Montevideo
y de hojas volantes. Original donado por el autor de este artículo a la
Fundación Lauro Ayestarán en 2010, de próxima edición].
BLADH, C[arlos] E[duardo]. “Viaje a Montevideo y Buenos Aires
y descripción del Río de la Plata y las Provincias Unidas del mismo nombre, el Paraguay, las Misiones y la República Oriental del
Uruguay o Cisplatina”, en Revista Histórica. Publicación del Museo
Histórico Nacional, Montevideo, T. XLI, (2ª época), Nºs. 121-123,
diciembre 1970: 705-730. (Traducción de Julio Ricci. Presentación
de Juan E. Pivel Devoto). [1839]
BOLETÍN DEL EJÉRCITO. Cerrito de la Victoria, Imprenta del Ejército, Nº 124, 1846.
41
Impresos y mediaciones en la primera
literatura gauchesca rioplatense (1819-1851)
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Pablo Rocca
PABLO ROCCA
Doutor em Letras pela USP, professor titular de Literatura Uruguaia
na Universidad de la República (Montevidéu, Uruguai), onde dirige o
mestrado em Literatura Latino-americana e a Seção de Arquivo e Documentação do Instituto de Letras.
E-mail: [email protected]
Recebido em 17/04/2012
Aceito em 02/05/2012
ROCCA, Pablo. Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) . Nonada Letras em Revista. Porto Alegre,
ano 15, n. 18, p. 17-45, 2012.
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