Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) Formas e mediações na primeira literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) Pablo Rocca RESUMEN Este artículo se concentra en las concurrentes formas de producción y difusión de la poesía gauchesca, antes de que el género consiga afirmarse hacia mediados del siglo XIX. Estas notas pretenden indagar en las modalidades de trabajo y operatividad de los mediadores de esos mensajes letrados que se apropiaron de la imagen del criollo y sus prácticas, y en la relación establecida con sus públicos posibles. PALABRAS-CLAVE Literatura gauchesca; Mediadores culturales; Públicos RESUMO Este artigo se concentra nas concorrentes formas de produção e difusão da poesia gauchesca antes de que o gênero consiga se firmar em meados do século XIX. Estas notas pretendem indagar sobre as modalidades de trabalho, a incidência dos mediadores dessas mensagens letradas que se apropriaram da imagem do homem da terra e suas práticas, bem como sobre a relação estabelecida com seus públicos possíveis. PALAVRAS-CHAVE Literatura gauchesca; Mediadores culturais; Públicos Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) IMPRIMIR/ REPRESENTAR Analizando la vasta y compleja red textual previa al triunfo de la Revolución francesa, Robert Darnton postuló que es necesario ver los libros como objetos que circulan por los canales del mercado, además de sus propiedades de discurso; por eso reclama un seguimiento sistemático de la producción, la distribución y, en cierta medida, el consumo (DARNTON, 1998, p. 198). La atractiva propuesta que ha hecho escuela en los estudios del campo en distintas partes de América Latina se hace más desafiante en un contexto de producción como el de la primera mitad del siglo XIX rioplatense, en el que dominaban las hojas sueltas y los periódicos más que el costosísimo libro, hecho por y para minorías muy estrechas. De ahí que adquiere relevancia preguntarse sobre quiénes asumieron la tarea impresora, quiénes y cómo la difundieron y, sobre todo, quiénes eran los destinatarios de esa producción impresa capaz de oralizarse, como su ansiada fuente, a través del canto, la recitación o la lectura en voz alta. O, mejor, cómo se imaginaron los hombres de la ciudad que esos segmentos de públicos analfabetos podían recibir sus mensajes. Estudiando el caso del molinero inventor de una cosmogonía individual, Carlo Ginzburg afirma que “la idea de cultura como privilegio […] fue gravemente herida por la imprenta” (GINZBURG, 2006, p. 181). Hecha la transposición al medio en que se gesta y se expande la Revolución de Mayo, el enunciado, manteniendo su vigencia, se disemina, ya que en el ápice del proyecto ilustrado occidental, una revolución periférica que se asume como liberal, antimonárquica y anticlerical, se servirá de la imprenta para ampliar el círculo de la ciudadanía pero se encontrará con la limitación del abrumador analfabetismo. En esta encrucijada se movieron, durante décadas, los creadores de una poesía que se proyectaba sobre el esquivo cuerpo popular. A un lado y otro del Río de la Plata, la trayectoria de este medio está íntimamente ligado al desarrollo de la gauchesca; correlativamente, las imprentas se beneficiaron de este tipo de literatura, “desde la primitiva 18 Pablo Rocca imprenta de tórculo de la Imprenta de los Expósitos –que tomó a su cargo […] los textos iniciales de Hidalgo– hasta la posibilidades más sofisticadas de la prensa a vapor introducida por […] Hallet hacia 1840” (RIVERA, 1989, p. 2). Dicho de otro modo, el gaucho inventado y los que llevaron sus palabras al papel, se aliaron para sostener un conjunto de prácticas materiales y simbólicas que dio vida al género y movió un sector importante de la prensa y de la primitiva industria gráfica rioplatense. Unos (poetas que simulaban ser gauchos) y otros (impresores que difundían esas voces) eran los mismos. El 16 de noviembre de 1846, en el Montevideo sitiado por las fuerzas de Oribe y Rosas, bajo el título “Literatura Nacional”, un anónimo redactor del Comercio del Plata describe el folleto Paulino Lucero, de Ascasubi, e inserta una carta del autor en que se habla de esa alianza: Velay le mando, señor, A que les lea mi argumento, Que en este puro momento, Ha soltao el impresor: Hagamé pues el favor, V. que es hombre maestrazo, De pegarmele un vistazo […] El periodista anota que el folleto “ha aparecido con dos láminas de costumbres nacionales ilustrativas del texto, que aunque no carecen de defectos de ejecución, son notables por la verdad, así la fisonomía del gaucho, como en el vestido, la escena y el paisaje”. Y sin embargo, contemporáneamente sobran los testimonios acerca del temor que les provocaban las mayorías mestizas a las elites que creaban o instigaban una literatura sobre el sujeto nacional que llamaban, sin pizca de escarnio, gaucho. La distancia entre la valoración (o, mejor, la desvalorización y el temor) del sujeto real y su representación, muestra los límites de la práctica ideológica, cultural y política de los sectores dominantes en disputa por diferenciados intereses y, asimismo, por el control del sujeto popular. Algunos documentos esclarecerán el distingo entre lo material y lo simbólico. El 30 de julio de 1822, Silvestre Blanco comenta a Bernardino Rivadavia la debilidad de las tropas lusobrasileñas de ocupación de la 19 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) Provincia Oriental. El inminente derrumbe de esta fuerza augura zozobras para Blanco, pues “conociendo el Espíritu publico, y exaltado de nuestra Campaña, [puede] que se forme repentinamente una Montonera de Gauchos sin orden, disciplina, ysistema, y qe. por su poca ilustracion embuelban à el pays en una anarquia, qe. no sabrían evitar teniendo los mejores deseos” ([PIVEL DEVOTO, Juan, (ed.)], 1957, p. 343). Casi dos décadas más tarde, en febrero de 1839, un redactor de El Nacional, en el que empiezan a proliferar composiciones gauchescas, sentencia: Para nuestros ilustrados y políticos, el gaucho no es mas que un vandido, un salvaje; un hombre que en su vida vagabunda y licenciosa, se ha propuesto recorrer la tierra entre el crimen y la molicie, entre la algazara del festín, ó la oscuridad de la beodez. Y este retrato no deja de ser fiel por nuestra desgracia […] (LAMAS (¿?), 1962, p. 591592). En ese mismo año de 1839 el sueco Carlos E. Bladh publica las impresiones de su viaje por el Río de la Plata realizado en 1831, en las que hay un deslinde del gaucho real y el gaucho representado en las “Fiestas Mayas” del 31: Un número de jóvenes de la sociedad se habían disfrazado de gauchos y andaban a caballo a toda carrera por una pista circundada de barandas para alcanzar con sus lanzas los anillos que estaban colgados sobre las barandas. […] Más ridículo aún me pareció otro número. Se hacía entrar en la plaza un toro también jineteado por un gaucho. El animal hacía entonces los movimientos más ridículos, bramaba furiosamente, por momentos se tiraba al suelo y el jinete tenía que abandonarlo. […] (BLADH, 1970, p. 722). Provisto de idéntica sensibilidad aunque con una posición divergente, el viajero sueco no comprende la carga ideológica de esos rituales, formas de trasposición de funciones que invisten al “civilizado” de un disfraz que le permite sentirse parte de un universo que debe dominar, que apenas entrevé y con el que se identifica por una necesidad simbólica de diferenciación nacional. 20 Pablo Rocca MEDIADORES SIMBÓLICOS Y MATERIALES Algo similar ocurrió en el filo de la primera mitad del siglo XIX con la poesía gauchesca que escribían algunos de esos “jóvenes de la sociedad”. El círculo empezó a cerrarse y los gauchescos, atrapados en sus pasiones de banderías entraron en disputa dentro del mismo discurso: blancos contra colorados, federales contra unitarios y, aun más, doctores contra caudillos y caudillos “bárbaros” contra caudillos “civilizados”. En ese juego, el difusor del género fue un sujeto temido o deseado. Un anticipado ejemplo de esa circularidad se encuentra en el “Cielito del blandengue retirado”, de autor anónimo. Difundido en hoja volante hacia 1821-23, se trata de la furiosa execración de los caudillos –como Artigas y Sarratea– y los “puebleros” que arrastran al paisano a las guerras civiles. La tercera estrofa censura a los editores de cielitos y de hojas que los difundían: Bayan al Diablo les digo Con sus versos y gacetas, Que no son sino mentiras Para robar las pesetas (AYESTARÁN, 1949, p. 328). Por la fecha en que esta pieza se imprimió, Pivel Devoto estima que su autor es partidario de la anexión al Imperio del Brasil (PIVEL DEVOTO, 2004, p. 6). En rigor, la irónica estrofa 16 invalida esta lectura: “Cielito cielo que sí/ Baya un cielo para todos,/ Mirá que lindos patriotas/ Los Portugueses y Godos”. Tras una aparente voz anárquica, que se alza contra todo y contra todos, el texto defiende la paz social a cualquier costo para mantener la prosperidad del trabajo y el capital de quienes son utilizados sólo como carne de cañón (“Cuatro bacas hei juntado/ A juerza de trabajar,/ Y agora que están gordas/ Ya me las quieren robar”). Curiosa pieza esta que personifica en su discurso la condición que denuncia. O no tanto, porque al utilizar el mismo dispositivo retórico que anatematiza, decide luchar contra el sistema de la gauchesca por dentro, con su mismo lenguaje tuerce una regla 21 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) áurea del género al desmerecer la figura del gaucho-soldado. Salvo en este poema, la imagen del combatiente patriota se mantiene incólume por medio siglo; pero este hablante se ha retirado del servicio por haber sido mutilado en la guerra (“También me falta una pierna/ Y me sobran perendengues”), aunque para acentuar la decepción y el rencor el autor elige nombrar al yo que habla desde el texto en su condición de exsoldado. Cierta sintonía, con todo, puede notarse entre este anómalo cielito y los dos “diálogos patrióticos” entre Jacinto Chano y Ramón Contreras que simultáneamente Hidalgo publica en Buenos Aires. Pero estos dos gauchos han abandonado las armas de la patria para construir la convivencia republicana, llamando a la unión, el respeto al prójimo y el trabajo, premisas que, como vimos, le hicieron “retozar las fibras” a Sarmiento. Chano y Contreras admiten la validez y la potencia del sacrificio y la sangre derramada siempre que pueda convertirse en armonía entre iguales. La diferencia se encuentra en la retórica, no en la sustancia del mensaje: la elipsis y la ausencia de revisionismo en Hidalgo, la diatriba en el anónimo; la condena implícita del precursor a quienes llaman a la desunión, en el otro se convierte en demolición sin esquivar la violencia nominativa. Al tiempo que, leído retrospectivamente, el “Cielito del blandengue retirado” provoca una polémica de vastas proporciones, la mención a otros textos gauchescos podría hablar de la penetración de esos “versos y gacetas” y, de paso, reprobaría a quienes prometiendo poesía apenas se interesan en ganar dinero favoreciendo a una determinada causa en desmedro de otra. Por cierto, el alquiler de un versificador no se inventó en el Río de la Plata. Aun más: es anterior a la imprenta. Refiere Ramón Menéndez Pidal que el “canciller de Ricardo Corazón de León, hacia 1190, compraba versos adulatorios y llevó a Inglaterra juglares de Francia que cantaban de él por las plazas”. (MENÉNDEZ PIDAL, 1949, p. 51). Como sea, la estrofa contra los impresores de la gauchesca habla de la preocupación de los sectores anticaudillistas por la eficacia de este medio entre sus potenciales públicos adictos. Por necesidad propagandística, 22 Pablo Rocca toda vez que pudieron, los ejércitos criollos llevaron a cuestas imprentas volantes en las laberínticas pugnas que se sucedieron en la primera mitad del siglo XIX. Algunos incluyeron entre sus rubros la edición de cielitos y diálogos (PIVEL DEVOTO, S/d), válvula de escape de la creatividad a menudo anónima y arma política para glorificar o difamar a las fuerzas militares y sus conductores. Desesperado y furioso en la procura de la paz, el “Cielito del blandengue retirado” combate esta política y con ello subvierte el axioma poético-político con que se rige la gauchesca inicial en tiempos de guerra. Habrá que esperar hasta la publicación del Martín Fierro para que su mensaje adquiera una dimensión mayor y un nuevo efecto, como el del discurso guerrero que el blandengue retirado objeta, ahora en la dirección contraria, pugnando por convertir al gaucho en ciudadano y mano de obra útil al capitalismo nacional. El lugar del género como lenguaje y como producción siempre fue problemático, siempre fue un espacio de pelea. La lógica del enfrentamiento a que se sometió después de la independencia sugiere terribles anatemas hacia la actividad profesional del impresor o del periodismo que divulgaba estos textos. No sólo en el “Cielito del blandengue retirado”. En carta dirigida a Fructuoso Rivera, datada en Canelones el 12 de diciembre de 1826, Francisco Haedo se desfoga contra el gobernador de esta jurisdicción, “nombrado de fiscal, juez de residencias, agorero, insigne, mago, hechisero, ó Químico, materialista; dela imprenta, y solo se imprimen las cosas q.e à este gitano le gusten, como son bersos de cielito, avisos, de á como está el jabón, cuantas varas tiene el pan” (CORRESPONDENCIA…, 1960, p. 488-489). Para la hiperbólica mirada de Haedo, el gobernador de Canelones ha multiplicado su peligrosidad por el monopolio de la imprenta, y con esa fuerza, la edición de cielitos haría más persuasivo su discurso entre públicos mayoritarios. Quizá el temor a la difusión a posteriori de lo escrito por medios orales sea más imaginario que efectivo. Pero era una idea aceptada. Aun más, y esto es fundamental, era la regla que condicionaba la retórica del propio género: un letrado fingía ser gaucho y remitía a un periódico sus 23 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) versos, sin firma o con seudónimo, rogando su publicación precedida por una breve carta. En realidad, como sucedía en las formas “cultas”, desde Hidalgo estaba firme el poema en cuanto carta imaginaria enviada a un destinatario enemigo, no aún al director de un periódico, vehículo que todavía no se había consolidado. En el cielito “A la venida de la expedición” (1819), se retoma con naturalidad el simulacro dialógico que, como lo advirtiera Alfonso Reyes, está en toda carta que establece una “conversación a la distancia”, camino “de lo íntimo a lo público” (REYES, 1963, p. IX). Dos años después, en el “Diálogo patriótico interesante…”, Ramón Contreras define a su compadre Chano como “hombre escrebido”, y a sí mismo como poeta popular porque compone “cielos/ y soy medio payador”, para concluir, reverente: “a usté le rindo las armas/ porque sabe más que yo”. En estos versos, en los primeros en que desde la escritura se definen los dos campos, con razón comenta Julio Schvartzman que hay “dos operaciones: la atribución del saber de la letra a un gaucho; y el reconocimiento por otro, iletrado, de la superioridad del primero (por más que ese «escrebido» pueda entenderse en clave irónica; todos los gauchos de la gauchesca son «escrebidos» por otros” (SCHVARTZMAN, 1996, p. 163). Y aun podríamos identificar una tercera operación implícita en el diálogo, todavía más radical: la escritura es la genuina expresión del saber aunque se alimente de la oralidad popular (la payada). Hidalgo funda la norma del género: la poesía escrita integra, doblega y supera a la oralidad. Cuando el periodismo y la gaceta gauchesca se tornan medios difusores y hasta variaciones de esta línea de escritura, con toda comodidad el poema-carta puede establecerse como una manifestación dominante, por lo menos hasta el fin de la Guerra Grande (1851) y la caída de Rosas (1852). Ese privilegio no se debe únicamente a que la correspondencia y su heredera, la ficción epistolar, son lábiles fronteras de las formas, ya que persiste la alambicada continuidad de la oralidad en su escritura que se avecina a las modalidades más fuertes de la expresión del yo (las memorias, el diario, la autobiografía), con lo cual 24 Pablo Rocca se refuerza el pacto de verosimilitud. Asimismo, lo fronterizo es un proceso típico en una producción tardía como la de América Latina, en cuanto la correspondencia y sus derivadas ficcionales llegan como complemento de otros discursos cuando escasean los papeles públicos, en sentido literal y figurado. El cielito-carta, ya impuesto en Montevideo hacia 1840, vendría a cumplir con estos códigos y, a su vez, mostraría los éxitos y las imposibilidades de esta literatura para conquistar su autonomía, ubicada entonces en una encrucijada de vida o muerte. Otra versión del texto que precede la publicación inicial del “Paulino Lucero” aporta ciertos datos que permiten ver más claro el asunto. La pieza lleva el título “Súplica gaucha dirijida al Ilustrado Redactor del Comercio del Plata Dr. D. Florencio Varela, pidiendolé anunciara la publicación que se iva á efectuar del poéma Paulino Lucero”. En ella, más que en la primera versión, se refuerza el lugar prefigurado por Hidalgo de esa voz rural que adquiere sentido sólo si “la Ciudá” la recibe; se reafirma la jerarquía del habla en la expresión poética dependiente de la escritura y la vulgarización de lo dicho, por obra de la gaceta mentada y del que, ahora, llama “imprentor”. Por fin, y no menos importante, se imagina al gaucho como servidor de una causa política (la unitaria-colorada) y manso subalterno del doctor, su “patroncito”: Sr. Relator del Comercio del Plata Muy señor mío Velay le mando, señor, A que lea mi argumento, Que en este puro momento Ha soltao el imprentor: Hagamé pues el favor, Usté que es hombre maestrazo; De pegármele un vistazo, Y verá un pial de volcao, En que á Rosas le he largao La armada de todo el lazo. Y si por felicidá Le agradase mi versada, En su gaceta mentada Avisele a la Ciudá Del modo y conformidá 25 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) Que el gaucho saldrá lueguito; Ya que usté es el primerito A quien le largo este envite, A fin de que me acredite Si es su gusto, patroncito. (LUCERO Paulino. Montevideo, Noviembre 14, 1846) “Paulino Lucero” parece ser el climax, el momento en que el diálogo gauchesco se aligera y el poema trabaja los niveles de la oralidad con mayor ahínco; la apertura que fertiliza posteriores desarrollos; el lugar limítrofe y la colecta de composiciones anteriores rearticuladas. También es el primer texto gauchesco festejado por la elite unitaria, y hasta por Benjamín Poucel, un culto residente francés en territorio oriental, prisionero de Oribe en 1845, quien en sus memorias no hesita en valorar una “obra [que] honra el espíritu y el corazón de Ascasubi así como su talento”. (POUCEL, 2001, p. 40). Pero para llegar a ese sitio tuvo que recorrer un camino, en el que la relación imaginaria entre el gaucho y los intermediarios de su voz había ido afirmando el género. Una década y media antes, el 12 de noviembre de 1831, sale en El Recopilador, de Montevideo, una composición firmada por “Manucho” (seudónimo sin identificar), antecedida por esta nota: “Amigo Recopilador: Hágame la gracia de imprentar en su papel los cinco versos de Cielito que le mando, que he compuesto en las puertas del corral, mientras se calentaba la marca para encomenzar la yerra” (AYESTARÁN, 1949). El 3 de noviembre de 1836, el “gaucho Perico Cielo” envía o simula que envía una epístola en verso a El Defensor de las Leyes, y la precede con estas líneas: “Sr. Maestro Imprentero. Si V. me hiciera el favor de imprentarme esta carta, sería toda la vida la mujer más agradecida (sic) a su fineza”. Un anónimo hace lo propio el 17 de febrero de 1838, para El Universal: “Se suplica al Sr. Editor coloque en las columnas de su ameno diario, esos tozcos razgos de una diversión semi-poética de un Gaucho Oriental” (AYESTARÁN, 1949, p. 430 y 433-434). Otros, como el que firma con el seudónimo “Formón”, del que El Nacional se publica una “Media caña” el 28 de diciembre de 1842, intercalan análoga solicitud en el poema: “Ponga V. estos versos/ En el Nacional,/ Que quiero que corran/ Como es natural”. 26 Pablo Rocca Hilario Ascasubi fue más lejos versificando preámbulos y notas a los imprenteros, desde la presentación de su hoja El Gaucho en Campaña, el 30 de setiembre de 1839, en la que entreteje elogios a los periódicos amigos. El 11 de octubre siguiente, Ascasubi también será el primero en realizar un simulacro más osado, inventando el gaucho-corresponsal desde el lugar de las operaciones militares. Lo hace en el cielito titulado “El gaucho del campamento a los impresores”: Ustedes mosos dirán que yo escribo con peresa por que no le menudeo pero, la cosa no es esa. Como estoy en la vanguardia y soy Gaucho voluntario dende que Dios amanece tengo mi trabajo DIARIO. Y concluye: En fin ya no escribo mas por que estoy medio cansado y encima de las caronas cuesta mucho escribir largo. Por último, su pirueta más temeraria torna al gaucho cantor en escritor y lector, en el poema-carta “Sr. Director de El Gaucho. Acampamento en el medio de la Línea, á 3 de agosto [de 1843]”, publicado en el Nº 7 de El Gaucho Jacinto Cielo: Amigo Jacinto Cielo, Empriésteme su gaceta, Que también soy medio pueta Y en coplear tengo consuelo; […] Cuando vide su papel Me alegré como era justo, Y si viera con qué gusto Lo lemos en el cuartel; Basta que platique en él De nuestra guerra presente Y en nuestra lengua, que hay gente Que ya no nos tiene en menos Por que vé que semos güenos Pa escrebir tan lindamente. De esos otros gacetones Que salen tuitos los dias Hablando de estrangerias 27 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) No entendemos dos renglones: Los hacen los señorones Tan solo pa la ciudá […]1 Mucho antes que el Martín Fierro, este lector reta al discurso hecho para las minorías urbanas, buscando dividir los dos campos e identificar su poesía con el medio criollo, aunque de paso reconoce que hay lectores mejor dotados para la comprensión de los textos, esos “señorones […] de la ciudá”, y están los otros, los gauchos, que sólo pueden descodificar mensajes llanos y directos. De nuevo, resalta el deseo de construir una literatura y una pedagogía para el gran público de pocas o nulas letras. Cuando se distrajo de los tenaces enconos, el género sirvió como entretenimiento o souvenir pasajero y hasta como una mercancía capaz de arrimar cierto lucro para sus impresores. Un aviso aparecido el 19 de abril de 1823 en El Pampero de Montevideo, ofrece a la venta “unos versitos de pie de gato llamados el Cielito: no valen más que un medio pero están mui divertidos” (AYESTARÁN, 1949, p. 250). En 1828 en su pulpería ubicada en una zona semirural de la provincia de Buenos Aires, “el gauchesco cuyano Juan Gualberto Godoy […] vendía tarjetas de colores con coplas caligrafiadas, junto con los tafetanes, aguardientes y latas de sardinas”. (Rivera, 1989: 2). Pero la gauchesca nació como vehículo poético de la disidencia, y ese ímpetu aumentó con la prolongada guerra rioplatense de la década del cuarenta. El circuito se fue afirmando a medida que ascendía su prestigio, su capacidad dialéctica y, desde luego, en tanto crecía la población y por lo tanto los posibles consumidores. En 1829, se estimaba en 74.000 los habitantes de la Provincia Oriental, de los cuales algo menos del 20% (14.000) radicaban en Montevideo. El analfabetismo sobresalía en la campaña y para 1830 sólo unos mil estudiantes se escolarizaban. (CASTELLANOS, 1977, p.111-112). Seis años después, el número de 28 En el Nº 10 del periódico, del 15 de agosto de 1843, aparece una “Contestación del GAUCHO á su amigazo y compañero el Sargento Marcelo Miranda, ternejal y payador del pago de S. Salvador”. Un estudio sobre los enfrentamientos entre Luis Pérez y Ascasubi y entre el primero y Juan Gualberto Godoy en Lucero, 2003. 1 Pablo Rocca pobladores subió a casi 129.000, entre los cuales 23.404 vivían en la capital. (ARREDONDO, 1928, p. 44-45). En la República Oriental, en 1839, el mismo año en que el redactor de El Nacional recuerda que “los ilustrados y los políticos” consideran a los gauchos como una escoria social, la producción gauchesca se había multiplicado de tal manera que ya existían dos periódicos exclusivamente dedicados al género: El Gaucho en Campaña –creado por Ascasubi– y El Gaucho Oriental. Estas experiencias reconocían en la otra margen antecedentes a cargo, cada cual por su lado, de Luis Pérez y Juan A. Godoy. (SCHVARTZMAN, 1998), y con moderación el versátil Ascasubi había profesado el mismo tipo de periodismo en Montevideo con El Arriero Argentino. Diario que no es diario. Escrito por un gaucho cordobés (2/IX/1830). Ascasubi llevará la experiencia hasta sus últimas consecuencias formales con El Gaucho Jacinto Cielo (1843) (PRADERIO, 1962). Un aviso aparecido en la última página de la primera entrega de El Arriero Argentino “admite subscripciones por dos pesos al mes, y se halla a la venta en la casa del Sr. Gard platero, calle de San Pedro” (RODRÍGUEZ MOLAS, 1961, p. 80). Nueve exactos años después, en el segundo número del Gaucho Oriental se informa que el periódico “tiene su pago en San José” y que se “hallará de venta en esta imprenta, en la librería de Hernandez, en lo de Varela en la plaza, y en lo de Cifuentes en el Cordón” (SIN FIRMA, 9/ IX/1839: 1). El 14 de julio de 1843, Hilario Ascasubi lleva a los extremos la retórica gauchesca contaminando todo texto que sale en El Gaucho Jacinto Cielo, incluso el aviso de suscripción y venta: El gaucho como hombre pobre saldrá los Viernes al rayar el lucero después de tomar mate: el que quiera hablar con él o escribirle, en la Caridá lo encuentra, mientras no monta a caballo; y el que quiera lerla mande a lo de D. Hernandez, D. Varela, allí fuera del mercao, y a lo de D. Domeneque –por supuesto, con un realito sin rayas (FURLONG, 1932, s/p). Por lo tanto, mucho antes de las obras clásicas (las de Del Campo, Lussich y Hernández), los puntos de venta de poemas y de 29 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) ese nuevo medio que se viabiliza como subgénero, las gacetas, se habían multiplicado y afincado. Su prestigio letrado era equiparable a cualesquiera publicaciones periódicas, si se los juzga desde los compartidos locales de exhibición y comercio. A medida que la Guerra Grande recrudeció, la poesía gauchesca encontró su mejor hogar en la Defensa. El mayor número de escritores argentinos –Ascasubi entre ellos– se habían trasladado a Montevideo. Más y mejores recursos materiales se encontraban en la ciudadpuerto que, si bien pequeña, ya había logrado estabilizar los medios de producción y la mediación cultural letrada: imprentas, comercios de librería, periódicos. Como parte de la respuesta algo tardía, y que los intelectuales del Cerrito reclamaron desde el principio –como el mencionado Antuña–, la zona sitiadora quedó atrás en la guerra gauchi-poética, atrapados en la contradicción política de tener en Rosas un aliado de hierro al tiempo que era el absorbente jefe supremo y conductor de una nación a la que los oribistas no querían anexarse. El gobierno del Cerrito, dueño de un territorio vastísimo, se vio desprovisto de la infraestructura necesaria para que funcionaran los mecanismos letrados, aunque para el fin del conflicto la Imprenta del Ejército alcanzó un potencial considerable como para publicar el voluminoso y postergado libro de José Manuel Pérez Castellano Observaciones sobre la Agricultura, por orden expresa de Oribe. Entre 1849 y 1851, siguiendo el principal periódico del Cerrito, El Defensor de las Leyes, Mateo J. Magariños de Mello detectó varios locales de venta de libros en la capital oribista. (MAGARIÑOS DE MELLO, 1954, p. 102-106). El investigador concluye que en estos dominios “no habían libros prohibidos […] con excepción de la Biblia protestante”, si bien paralelamente no encuentra signo alguno –ni se le ocurre mencionar la falta– de la difusión de hojas, folletos y gacetas gauchescas. Como es obvio, nunca pudieron promoverse las muchas que atacaban ferozmente a los enemigos de la causa colorado-unitaria. Seguramente como contrapeso a esta poderosa corriente, hubo una gauchesca 30 Pablo Rocca oribista-rosista, de las que conocemos un puñado de piezas que en 1937 publicó un descendiente de Manuel Oribe, en las que se enseñoreó una gran violencia con el enemigo (ORIBE, 1937). Desde mucho antes que ocurrieran las divisiones internas en los dos Estados del Plata, las composiciones gauchescas vivían en las hojas y cuadernillos de medio pliego o uno entero, como los que hizo en Buenos Aires, en 1821, la imprenta de Álvarez con el “Diálogo patriótico interesante…” y el “Nuevo diálogo patriótico…”, de Hidalgo. Estas consiguieron mayor vida cuando, hacia 1825, el periodismo incrementó su ritmo en las dos orillas, y mejor aun cuando entre 1824 y 1837 varios textos de esta serie hicieron su triunfal entrada en libros colectivos, los Parnasos de los dos lados del Plata, que consagraron esa variante de la ciudadanía en la voz del criollo.2 Congregando la mayor cantidad posible de estas fuentes, en 1968 Rodríguez Molas dice haber identificado en Argentina “más de doscientas piezas del período que transcurre entre los años 1810 y 1852” (RODRÍGUEZ MOLAS, 1968, p. 49). Por su parte, del lado oriental, en el ciclo 1812-1851 Ayestarán relevó el centenar y medio de composiciones, que en buena parte aún no han sido recogidos en volumen, tarea que estamos llevando a cabo actualmente en homenaje al gran investigador. Los poemas y periódicos que las albergaban empezaron a ser ofrecidos en imprentas, librerías y otros locales públicos hacia 1830. Por algunas informaciones contradictorias, sabemos que se vendieron como cualquier otra mercancía en las calles de las ciudades más populosas del Plata. La reducida competencia letrada de la población transformó a las imprentas y librerías en espacios de relativo lucro, y las llevó a hacer todo tipo de transacciones. Imprentas muy activas de Montevideo – como la Oriental y la de la Caridad–, eran agencias esclavistas, al igual que el más fuerte comercio librero que tuvo la ciudad hasta pasado el medio siglo XIX. La librería del español Jaime Hernández (circa 1800- Montevideo, 1861), fue el enclave de la cultura letrada antes y durante la Guerra Grande. Según Fernández Saldaña, este inmigrante 31 Véanse referencias en Rocca, 2003: 128-129. 2 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) ya era tipógrafo cuando llegó a Montevideo en 1827, y con los años se adueñó de varios e importantes establecimientos del ramo, como el “Hispano-Americano” y “Los Amigos” (FERNÁNDEZ SALDAÑA, 1944). Ciertamente su capital, que el cronista estima abultado sin hacer referencia a otros negocios, debió amasarse o consolidarse en el comercio negrero, información que Fernández Saldaña ignora u oculta. De hecho, Hernández intervino en esta actividad de modo tan abierto y constante que el céntrico local de su librería en la calle San Pedro Nº 96 (actual 25 de Mayo, Nº 236), estuvo al servicio de la venta y la denuncia de esclavos fugados. Como este aviso, entre tantos, en que sale claro que la librería servía a los mismos efectos que el destacamento policial: “Se ha huido. El 11 de este mes un negro llamado Antonio, nacion Africano, de regular estatura, flaco de cuerpo, habla el portugues, su oficio zapatero; va vestido de pantalon de paño con listas blancas, chaqueta de lanilla.– El que lo presente en la policía ó en la Librería de Hernandez se le dará una buena gratificación” (El Nacional, Montevideo, 15/XI/1841).3 Además, para redondear su presupuesto, mucho antes, en 1830, cuando Hernández se instaló en la calle de San Gabriel Nº 63 –luego Rincón–, hizo otras operaciones igualmente sorprendentes, como vender los billetes de una rifa de “dos suertes de estancia de á media legua de frente y nueve mil varas de fondo, con una hermosa casa de azotea […]”. Las historias se conectan, porque esta rifa se promovió en la misma página del mismo número de El Universal en que, sin firmarlo, Acuña de Figueroa publicó por primera vez su “Canto patriótico de los negros”, en que hace celebrar a los africanos en una lengua que les atribuye la libertad patria, la Constitución, las leyes y el fin de la tiranía, aunque a pocos centímetros de tales asignaciones de la voz liberal triunfa la realidad: otro aviso ofrece a la venta “Un negro de 16 á 17 años de edad, sin vicio ni enfermedad propio para todo servicio” ([ACUÑA DE FIGUEROA], 27/XI/1834: S/p). Cuatro años después, la prosperidad del negocio librero sigue flaqueando, ya que en la casa de Hernández se ofrecen libros, folletos y periódicos junto a una partida 32 Otros avisos anteriores dan cuenta de la proficua actividad en el comercio esclavista del librero Hernández por lo menos desde mayo de 1840: “Se vende, un negro de campo y buen cocinero, edad como de 25 años, en la cantidad de 400 pesos el que se interese en la Librería de Hernandez darán razón” (25 de mayo de 1840). “Se vende. Un negro joven sabe cosinar, el que lo precise en la Librería de Hernandez darán razón” (28 de abril de 1841). “Se vende. Un negro como de 26 á 27 años de edad para el trabajo de saladero y cocina. Darán razón en la librería de Hernandez” (29 de mayo de 1841). Todas las referencias reproducidas en Kandame, 2006. 3 Pablo Rocca de “chocolate superior de España”, al precio de “ocho pesos [el] cajon, y al menudeo a 6 reales libras” (SIN FIRMA, 3/XII/1834). Aun varios años más tarde la actividad de difusión cultural se complementó con otras, como la que se informa en el aviso publicado por Comercio del Plata bajo el título “Conservación del pelo”, donde se publicita el “tan acreditadísimo aceite de oso, recién llegado de Norte América, siendo el único que se ha conocido tan útil para conservar el color natural, se vende en la Librería de Hernandez y en la Confitería Oriental á medio patacon la botella” (SIN FIRMA, 2/VI/1846). Entre mercancías tan amargas y tan dulces, el género gauchesco –que paradójicamente no cesaba de apelar a las libertades civiles– dejaba alguna ganancia, seguro que no tan pingüe como la primera ni tan inmediata como la segunda. Hojas y gacetas gauchescas facilitaron una ganancia más rápida que los escasos libros locales de tan alto costo de impresión. Y por su factura veloz y más barata debieron tener mejor salida que los volúmenes llegados de ultramar, que por cierto no eran tan pocos, tanto que en 1835-1836 hasta se podían encontrar en francés en aceptable número (veintisiete) en distintas disciplinas: historia política y militar, geografía, viajes, biografía, literatura y filosofía.4 Un poema de José Mármol, datado en 1849, ironiza con elocuencia sobre la inversión desmedida y sin retorno que suponía publicar un libro de poemas en estas tierras: ¿Sabes tú lo que cuesta un libro impreso a su infeliz autor? Más te valiera ser marido tres veces; dar un beso a niña de treinta años y soltera; […] (MÁRMOL, 1965: 176). Con todo, en ese exacto momento, cuando la guerra se apagaba y mientras maduraban los intelectuales argentinos exiliados y los montevideanos, salieron varios libros relevantes. Entre otros, las dos ediciones de Montevideo ou une nouvelle Troie, de Alejandro Dumas (una en francés, otra en español); la Colección de memorias y documentos para la historia y jeografía de los pueblos del Río de la Plata, de Andrés Lamas y Los mellizos o rasgos dramáticos de la vida del gaucho 33 Ilustra esta situación el aviso aparecido en El Guardia Nacional, Montevideo, Nº 1, 1º de octubre de 1838, “periódico [que] se publica diariamente en la IMPRENTA ORIENTAL; en ella, en la Librería de D. Jaime Hernandez calle San Pedro, y en el Almacén del Sr. Varela en la Plaza, se admiten suscripciones y se hallará de venta.– Precio por mes 2 patacones. Números sueltos 6 vintenes”. Para tener una bastante idea aproximada del consumo de libros que las elites podían tener en los primeros años de la República, véase en Anexo tres listas de títulos ofrecidos por la Librería de Jaime Hernández en 1835, 1836 y en el número anteriormente citado de octubre de 1838. Información que no registra la bibliografía de Arana que acompaña el estudio fundacional sobre esta imprenta montevideana (FURLONG, 1932). 4 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) en las campañas y praderas de la República argentina, de Hilario Ascasubi. Impreso por la Caridad, lanzado en dos entregas de poco más de cuarenta páginas cada una, con sus respectivos vocabularios, esta reunión de versos gauchescos es la primera que se encuadernó en un libro de noventa páginas juntando los dos folletos.5 El acontecimiento –así se lo consideró–, fue adelantado pocos días antes en El Comercio del Plata, el 21 de junio de 1850, en una carta autoexegética, casi una poética, que Ascasubi cerró con este mensaje: “Se admiten suscriptores en la librería de la calle 25 de Mayo Nº 230; en la botica del Sr. Las Cazes, calle de Sarandí Nº 164; y en el escritorio del Sr. Mainez, calle de Misiones Nº 71”. Esta y otras informaciones prueban que en Montevideo además del nomenclátor había cambiado el circuito de producción de una literatura –gauchesca o no– de la amalgamada pléyade argentina. Félix Weinberg anota que la “librería de la calle 25 de Mayo Nº 230” se llamaba Librería Nueva y que los otros dos agentes comerciales, el boticario Augusto Las Cazes y el corredor marítimo Francisco Mainez, eran amigos del poeta. Con lo cual, el “halago” que sintieron las imprentas “por la repercusión y relieve de su producción”, en rigor no pasa de una metáfora o de una lectura anacrónica del investigador. (WEINBERG, 1974: 11). Tan estrecho era el círculo de los interesados por las “bellas letras” en aquella ciudad sitiada y pequeña, que las tertulias científicas y aun literarias tenían lugar en una farmacia (FERNÁNDEZ SALDAÑA, 1946). El retorno de capital era muy difícil para quien, como Ascasubi, necesitaba del aporte económico del público para editar su obra: “Mañana a las 10 del día –avisa el poeta en El Correo de la Tarde de Montevideo, el 31 de agosto– se repartirá á los señores suscriptores la segunda entrega de esta obra, suplicándoles se dignen no demorar el pago de ella por los perjuicios que de esa demora le resultan al autor para verificar la recaudación” (WEINBERG, 1974: 16). El sarcasmo de Mármol estaba bien orientado. Hasta Acuña de Figueroa, el poeta más renombrado y con mejores vínculos en Montevideo, padeció el aislamiento de una ciudad con un público mínimo y, para colmo de 34 Información que no registra la bibliografía de Arana que acompaña el estudio fundacional sobre esta imprenta montevideana (FURLONG, 1932). 5 Pablo Rocca males, incomunicada por tierra y sin contacto posible con Buenos Aires. Unas valiosas notas manuscritas, incluidas en el pequeño Libro para apuntar varias curiosidades, especie de diario que llevó a cabo el poeta, remontan a 1842 su seria intención de publicar el que, a la postre, denominó Diario histórico del Sitio. Estos apuntes registran la contabilidad exacta, las desesperadas y algo fantasiosas especulaciones financieras para afrontar la edición: El Librero impresor D n Jaime Hern. z regulando hoy 28 de Oct.e de 1842 cuanto me costaria la impresión de mi Diario poetico del Sitio de Montev o me ofrecio imprimir cada pliego & gazeta formando 16 paginas de cuarto menor a razon de 22 pes tirandose 500 pliegos o ejemplares cada vez; y a la razn de 36 tirandose mil. Advirtiendose qe el pondria el papel, tinta, prensistas y en fin el papel, completamente; y teniendo cada pagina ó llana de 38 á 40 renglones. Contados los renglones escritos que tiene el Diario y los claros equivalentes á renglones resulta qe el daria 635 paginas, qe son pliegos á 32 paginas; serian 20 entregas las qe completarian el total de la obra – cobrando pues medio patacn por entrega, vendria al fin a costar al comprador toda la obra 10 patacones. Imprimiendose solo 500 ejemplares, de los cuales se vendiesen unicamente 300 (aunque los demas se perdiesen) se sacarian 3.000 patacones. Costando pues las impresiones y gastos á 20 patacones, por pliego 800 patacones; y doscientos idem los gastos de repartidores y otros adherentes, me quedaria una ganancia libre de dos mil patacones; y mas 200 ejemplares sobrantes, que rebajados como unos 20 de donacion y regalos, serian 180, los cuales vendidos á 4 patacones me darían 720 patacones –Total de la ganancia 2.720 patacones ó 3.264 pesos plata (ACUÑA DE FIGUEROA, 1842: 4). Fuera de algunos folletitos y de la legión de poemas que le facilitó a Luciano Lira para los tres tomos de El Parnaso Oriental (1835-1837), Acuña tuvo que esperar una década y media para poder publicar un libro en el que reunió muchas de sus composiciones.6 El Diario, como se sabe, salió póstumamente. En 1850 Ascasubi tampoco estaba exento de estas dificultades. Para una obra como la suya los “señores suscriptores” eran efectivamente tales, es decir hombres y letrados, no las mujeres de la 35 En La República, Montevideo, Nº 518, 8 de agosto de 1857, se anuncia: “Mosaico Poético de D. Francisco Figueroa. Se reciben suscriciones y se entregan en la Librería Nueva calle 25 de Mayo núm. 202 y en la de Gregorio Ibarra, estando ya prontas las cuatro primeras entregas. En dicha librería hay un buen surtido de libros en francés, de los mejores autores contemporáneos, los cuales se venderán á precios módicos”. 6 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) clase social hegemónica ajenas a la belicosa arenga de tales versos y a su lengua “bárbara”. Ni el costo del impreso se encontraba al alcance de un público de bajos ingresos ni el periódico de la burguesía urbana, por el que se divulgaba, podía incorporarlo a sus afanes publicitarios ya que hasta ellos no llegaba la práctica de la suscripción que sobrevivió en la República hasta fines del siglo. El analfabetismo imperante obstaculizó la pretendida difusión masiva de las hojas poéticas y, todavía más, las doctrinarias entre los paisanos que “servían” en cualquiera de los bandos en pugna. Eso al margen de las expectativas de folklorización de los textos poéticos. Esta distorsión comunicativa, harto peligrosa para las dirigencias, los hizo probar otra táctica propagandística que consistió en distribuir entre sus tropas y las del enemigo algunas caricaturas de los más altos jefes acompañadas por breves textos injuriosos. Si los últimos no se comprendían, los primeros sí lo serían recalcando los perfiles grotescos del sujeto o las ideas representadas. Algunas de estas piezas fueron descubiertas en el archivo de un diplomático brasileño en Montevideo durante la Guerra Grande. Estamos ante otro capítulo en la guerra de los signos, solidaria con la anterior, para retener los favores de la irreductible masa popular, cuyos componentes de base (no hay que olvidarlo) hoy podían alistarse en las fuerzas de un jefe y, mañana, en las de su antagonista. La defección del rosismo del General Justo J. de Urquiza y el apasionante ejemplo de la lucha de las imágenes litografiadas pone en evidencia estos temores. En 1851 Juan Manuel de Rosas se quedó sin el apoyo de Urquiza. Cercado y solo, mandó que se difundiera entre sus hombres y también entre los que se alistaban entre los de excompadre un dibujo alegórico que presenta a una encorvada figura humana, el emperador de Brasil Don Pedro II, quien carga un pesado cajón con un cartel en portugués: “Vende-se”. Lo martirizan dos figuras repelentes: el mismo diablo junto a un flaco y alucinado guerrero que viste armadura y lleva una espada en su siniestra. A cierta distancia, en una suerte de altar 36 Pablo Rocca custodiado por dos leones, se encuentra el escudo de la Confederación. Debajo, un largo texto explica el significado de cada imagen e increpa, en cada punto, al que invariablemente llama “Loco, Traidor, Salvaje Unitario Urquiza”, “que después de vender su Patria al oro Brasilero […] tiembla y quiere huir –por más que sus Amos Compradores lo empujan” (SOARES DE SOUZA, 1955, figs. 3-4). Esta afrenta al “pérfido, desleal, iniquo emperador del Brasil” hace reaccionar al Consejero Honório Hermeto, representante del Imperio en Montevideo. El 30 de diciembre de 1851, sabiendo que el gobierno de la Confederación había desparramado la antedicha ilustración entre filas urquicistas, escribió desde Montevideo al Ministro de Negocios Extranjeros solicitando que se lo autorizara para imitar el procedimiento. Una vez que tuviera las caricaturas antirrosistas, “eu as mandaria espalhar em Buenos Aires e por entre o exército invasor com ventagem”. Gracias a un inesperado giro, el plan de infiltración y contrainteligencia se cumplió de inmediato. Por esos días el dibujante Rafael Mendes de Carvalho había llegado a Montevideo procedente de Entre Ríos, y el Consejero Hermeto lo contrató para que hiciera cuatro dibujos que degradaran a Rosas, las que prestamente se imprimieron en litografía.7 Satisfecho con el trabajo de su compatriota, el 22 de enero siguiente informaba a su superior que “uma porção de caricaturas que tinha encomendado ao nosso patrício Rafael”, las “mandei espalhar grande número delas pelo Exército em operações, e em Buenos Aires. Tiraram-se novecentos e tantos exemplares, cujo custo ainda ignoro, porque Rafael até este momento não remeteu-me a conta que exigi”. (SOARES DE SOUZA, 1955, p. 10-11). Los números hablan claro del exacto consumo popular de estas formas de representación y de las posibilidades de las arcas imperiales en Montevideo. En un mundo desprovisto de imágenes, por su veloz eficacia comunicativa entre los iletrados, lo icónico se hace más peligroso que la escritura. Al primer contacto visual la estampa inclemente trasmite ideología y facilita el rechazo visceral de los endemoniados y los locos. Así se trata de crear afinidades a flor de piel entre quienes se supone 37 En una se lo representa como un burro; en otra, como un pequeño y deformado niño tonto al que Urquiza tira de una oreja; en la tercera, Eusebio –el negro que Rosas tenía como bufón– se le sube encima como si el Restaurador fuera su caballo, con lo cual se sugiere una relación homosexual; en la última, Rosas aparece ante una multitud macilenta y un paisaje desolador, blandiendo un puñal ensangrentado en su diestra y una gran bolsa con oro en la izquierda. 7 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) incompetentes para descodificar mensajes complejos y sobre cuya lealtad a convicciones y jefes se duda con buenos fundamentos. Basta recordar las largas listas de pasados de un bando a otro, varias de las cuales fueron publicadas, como el Nº 124 del Boletín del Ejército que se limita a reproducir el informe datado en el Cerrito de la Victoria el 13 de setiembre de 1846 y elevado al Presidente Oribe por el Jefe del Estado Mayor Conjunto, Francisco Lasala, en el que registra “2 gefes, 1 oficial y 57 individuos” provenientes de la sitiada Montevideo (BOLETÍN…, 1846). Basta recordar las órdenes de fusilamiento para los desertores, como la que dicta Oribe a Juan A. Lavalleja en una carta del 8 de enero de 1838: “[los] q.e no se porten como verdaderos Orientales, tratelos V.S. sin concideracion alguna; Si consigue aprehender los q.e se han desertado, hagalos sortear, y fusile de los ocho dos, y de quatro p.a abajo uno”. (ARCHIVO DEL GENERAL JUAN A. LAVALLEJA, 1949, p. 35). Para una cotidianeidad violenta, una retórica de la violencia. Otro dibujo-volante de propaganda rosista, también torpemente alegórico, exhibe a un monstruo de dos caras como “Retrato del Loco, Traidor, Salvaje Unitario Urquiza descargando su pesada Carga… de Crímenes sobre el derecho de Gentes”. El cargamento consiste en palabras que, en su mayoría, remiten a ideologemas y no a objetos o referentes precisos: “Viva la anarquía”, “villanía”, “noticias falsas”, “máscaras”, “calumnias”, “traición”, “puñales”, “despotismo”, “ingratitud” (SOARES DE SOUZA, 1950, fig. 2). Tales términos injuriosos si bien tienen una función explicativa sirven más como significantes de la imagen escarnecedora. Si la fotografía punza, como lo ha propuesto Roland Barthes (Barthes, 1999: 65), se podría decir que la caricatura grotesca ofende el ojo del contemplador que, instantáneamente, se sobresalta y descodifica el mensaje destructor que, por su fácil inteligibilidad, promueve la adhesión o la repulsa. Imagen y signos se complementan para subrayar la retórica del clisé y la diatriba, que en rigor se traslada del lenguaje oficial de 38 Pablo Rocca decretos y proclamas. De hecho, estas palabras atraviesan varios registros: del discurso oficial a la propaganda que combina imagen y texto y también a muchos versos contemporáneos. Una proclama firmada por el Presidente Oribe, que salió de la Imprenta del Ejército el 30 de julio de 1851, compendia casi el mismo repertorio léxico que el dibujo antiurquicista. Empieza con la consigna oficial (“¡Vivan los Defensores de las Leyes! ¡Mueran los salvajes unitarios!”) y da aviso a los “orientales” sobre el “desertor de la sagrada causa que defienden las Repúblicas del Plata”, el “traidor Urquiza”, burlador de la “confianza del Gefe ilustre que preside los destinos de la Confederación” (es decir, Rosas), con el cometido de “trastornar el orden” (esto es, sembrar la “anarquía”), y reproducir “el luto, la devastación y todos los horrores de la guerra”. Urquiza es calificado en el resto del documento como “pérfido”, “vil juguete de los que antes trató como á mortales enemigos”, “degenerado”, “vil salvage unitario”, “ingrato”, “asociado con el bando de feroces salvages unitarios” y “tránsfuga infame” (ORIBE, 30/VII/1851). La serie de agravios que roza lo escatológico, procedimiento central y redundante en los despachos oficiales y los dibujos, urde el núcleo semántico elemental de los poemas más airados. Si los poemas luego pueden desplegarse con un lenguaje inventivo, al que contribuye la masa sonora, nunca dejan de formar parte de una semiótica orgánica que predica lo inconciliable y la muerte del enemigo. En suma, un discurso monológico. Aunque previo a la defección de Urquiza, un buen ejemplo de la estabilidad de este vocabulario, que no se arredra ante la náusea y, aun más, la propone, es el “TÓNICO para los salvages unitarios, tan hambrientos como rotosos que se hallan encerrados en la infeliz plaza de Montevideo”, firmado por el Licenciado vesugero Vasco-agarras Maniqui. El hablante poético disfraza su identidad en la voz que exhorta en futuro imperfecto a una segunda persona, que surge por la desinencia verbal y unas pocas marcas pronominales (“A esto vos le aumentarás”, décima 1). Como en los mandamientos bíblicos, el futuro es una forma 39 Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) de imposición que subordina al otro. Ese, el que está en Montevideo, el agente de la acción (el que preparará el tónico), de acuerdo con el largo paratexto titular se multiplica, por sinécdoque, en toda la dirigencia refugiada tras las murallas: el Pardejón Rivera, el coronel Luna, Vázquez el Peluquín, Joaquín Suárez y Florencio Varela. Antecedido por la consigna del Cerrito, lo cual le asigna al poema un inequívoco carácter oficial, el relato versificado vuelve grotesca a esa galería de personajes con el registro reconocible: “osamentas salvajunas”, “imbecil”, “diablo entisicado”, “vil ladron”, “rudo vegete”, “salvage, inmundo”. Sólo en una ocasión, en la última de las siete décimas, queda lugar para que los epítetos se expresen con ironía. Pero ese movimiento apenas es un amague de renuncia a la denotación más cruda, porque la dirección injuriosa se descodifica fácilmente en el título y las primeras estrofas, y porque el destacado en el original establece la distancia entre el primer nivel de sentido y el buscado aserto que descalifica: Después de haberte aplicado Esta Receta admirable De renuncia irrevocable Harás un condimentado: Luego con un plan chingado Del sabio y sagaz Rivera Te emplastarás la mollera Para aliviar el dolor Y no sentir el calor de la furiosa carrera. Es probable que estos poemas fueran lanzados entre los soldados del enemigo, del mismo modo que las ilustraciones comentadas. Por lo menos una vez las fuerzas oribistas habían arrojado proclamas impresas entre las filas del bando contrario, que irritaron al Ministro de Guerra de la Defensa, el general Melchor Pacheco y Obes, según se lee en su temprana memoria redactada un lustro antes de la pacificación: “Desde entonces hasta Setiembre de 44, las fuerzas de campaña no dieron señal de vida, […] y si algunos grupos se hacían sentir con la divisa nacional era solo para dar ocasión á los boletines de triunfo que el enemigo nos tiraba” (PACHECO Y OBES, 1977, p. 806 [1857]). 40 Pablo Rocca BIBLIOGRAFÍA Corpus ACUÑA DE FIGUEROA, Francisco. SINCO CIENTO NEGLO DE TULO NACIONE. “Canto patriótico de los negros. Celebrando á la ley de libertad de vientres y á la Constitucion”, en El Universal, Montevideo, Nº 1.570, 27 de noviembre de 1834. [Se publica en la sección “Correspondencia”. Está dirigido al Señolo Litole de la Nivesa (es decir, el “Señor Editor de El Universal”), firmado por “Sinco Ciento Neglo de tulo Nacione”. El poema es reconocido de hecho por Francisco Acuña de Figueroa, quien admite su autoría en el tomo I de El Parnaso Oriental, de Luciano Lira (1835), donde su nombre figura entre corchetes y el texto se publica con variantes. Además, el manuscrito del texto –con otras variantes– está en las Obras de Acuña, que preparó para una futura edición que, parcialmente, se llevó a cabo en Montevideo bajo el cuidado de Manuel Bernárdez, por cuenta de las Librerías y Editoriales de Vázquez Cores y Dornaleche y Reyes, 1890]. ACUÑA DE FIGUEROA, Francisco (1842). Libro para apuntar varias curiosidades. Inédito. Archivo Literario. Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, Montevideo. ARCHIVO DEL GENERAL JUAN A. LAVALLEJA (1838-1839). Montevideo, Archivo General de la Nación, 1949. (Juan Carlos Gómez Haedo, director). 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Impresos y mediaciones en la primera literatura gauchesca rioplatense (1819-1851) . Nonada Letras em Revista. Porto Alegre, ano 15, n. 18, p. 17-45, 2012. 45