La Conservación del Patrimonio Documental y Bibliográfico

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Ponencia en el Taller sobre la Conservación del Patrimonio
Documental y la Prevención contra Catástrofes en Países de Clima
Tropical
Organizado por el Archivo Nacional de la República de Cuba
La Habana, Cuba. Mayo 2007
Título: “La Conservación del Patrimonio Documental y
Bibliográfico: ¿Un gigante con pies de barro?”
Luis Crespo Arcá
Conservador y Restaurador de Documentos Gráficos
Archivo Histórico Nacional
Ministerio de Cultura
Luis Crespo – conservador y restaurador de libros y documentos
1
LA PRESERVACIÓN DEL PATRIMONIO DOCUMENTAL Y BIBLIOGRÁFICO:
¿UN GIGANTE CON PIES DE BARRO?
Luis Crespo Arcá
Archivo Histórico Nacional/
Ministerio Cultura - España
[email protected]
Los estudios, ensayos y métodos de enseñanza sobre la preservación y la
conservación vienen coincidiendo, en sus proposiciones y explicaciones,
prácticamente desde hace 50 años. En algún momento de su exposición, todos
los escritos o cursos hacen énfasis, entre otros tópicos, en que todas aquellas
personas que trabajan en las instituciones que albergan fondos del patrimonio
documental – independientemente de cual sea su origen, antigüedad,
frecuencia de uso o estado de conservación - deberían tener unos
conocimientos imprescindibles sobre la naturaleza de los diversos materiales,
estructuras y técnicas de manejo para ayudar a su correcta conservación del
mismo. Esta formación intelectual y práctica debe dirigirse, principalmente, a
que adquieran nociones básicas sobre la naturaleza de los materiales así como
a la forma de manejarlos para evitar nuevos daños. Esta educación debe
ampliarse necesaria e imprescindiblemente también a los investigadores
puesto que, por su incremento exponencial en número y demanda de consultas
de la documentación en diversas formas, son pieza fundamental en los
procesos de conservación preventiva.
En la cuestión de la difusión de los fondos de los archivos, se aprecia un
incremento de afluencia física de investigadores a los archivos, además de una
fuerte y creciente demanda de solicitudes para obtener copias – sean
fotocopias en papel, digitalizadas o en forma de microfilme o microficha- de
documentos. Un problema añadido a las numerosas copias solicitadas, es que
estas peticiones se llevan a cabo aún cuando el estado de conservación de
algunos documentos aconsejaría su denegación. A todo lo anterior se le añade
el aumento de peticiones para exponer documentos valiosos en centros (desde
museos muy bien preparados hasta salas improvisadas de ayuntamientos o
centros culturales) con muy desigual preparación técnica y medios, que desean
acoger exposiciones temporales.
La suma de todos estos factores implica diversos problemas para los archivos
que van desde la ineludible necesidad de solicitar incrementos presupuestarios,
buscando de esta forma satisfacer las necesidades de los investigadores y
mejorar la atención a los mismos; la necesidad de planificar estrategias de
almacenaje y manejo correctos dentro de cada centro y, finalmente, generar
estrictos y bien diseñados criterios de cesión temporal, equilibrando la
necesidad entre difusión y conservación. Los responsables de las directrices de
cada institución deben desarrollar una visión global – flexible - de estos
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problemas y sus soluciones, buscando asegurar la supervivencia de los fondos
documentales que albergan los archivos.
Las soluciones para muchos de estos problemas fueron analizadas y
enunciadas hace años con la aparición de la llamada Preservación por Fases1.
Los orígenes de esta teoría hay que buscarlos en el campo de acción de las
bibliotecas, teniendo que ser adaptados a las especiales necesidades de los
archivos2 por la naturaleza diferente, respecto de las bibliotecas, de los
documentos que componen sus fondos y/o colecciones. La preservación por
fases incluye aspectos como el uso de recursos alternativos para centros con
poca dotación económica; la planificación; nuevas vías de difusión que eviten el
manejo constante de los documentos originales; la búsqueda de técnicas de
tratamiento en masa y, muy especialmente, la creación de una toma de
conciencia entre todas las personas implicadas en el uso de los documentos de
su decisivo papel en la conservación.
Parece obvio que, siendo universal y habitual el mal de la limitación de fondos
monetarios por parte de los organismos oficiales de cualquier país para
programas de preservación, los profesionales que en ellos trabajamos
debemos aunar nuestros esfuerzos para pensar, diseñar y poner en práctica
los mejores sistemas que podamos concebir a fin de optimizar los recursos
económicos que ponen a nuestro alcance. Estos planes preservadores, como
es bien sabido, ayudarán a la pervivencia de los diversos documentos y, por
ello, cumplirán idealmente con uno de los mandamientos de nuestra tarea
como profesionales trabajando en archivos o bibliotecas: conseguir la
transmisión hacia el futuro, en la mejor condición física posible, de aquellos
documentos que nos han sido legados, y que constituyen la memoria impresa
de nuestros avances y fracasos como especie.
Sin embargo, mi experiencia de trabajo de 18 años como restaurador de
documentos gráficos en diversas instituciones culturales españolas me ha
demostrado que, tristemente, tales planteamientos y fines no pasan de ser, en
realidad, una utopía. Una expresión que, a mi juicio, define lo expuesto en los
manuales, planes y enseñanzas de técnicas de preservación y conservación es
“lugares comunes”. Aplico esta expresión por la forma en que se están
orientando, en general, los sistemas de formación, los estudios y la
implantación, allá donde las haya, de las políticas de preservación.
Por lo general, los manuales dedicados a la conservación preventiva empiezan
explicando la naturaleza de los materiales; hacen una enumeración de las
causas de degradación, sean estas de naturaleza interna, externa o fortuitas;
hacen un recorrido por sistemas de fichas de identificación y control; hablan de
cajas, carpetas y otros materiales buenos y malos; finalmente terminan
aportando unas pautas de almacenamiento y de hábitos de trabajo correctos.
Sin embargo, a mi juicio, el talón de Aquiles de las teorías que defienden
estriba en el Factor Humano: no se hace un hincapié profundo y realista,
aportando pautas de trabajo concretas, para ayudar a gestionar aspectos
esenciales del trabajo como son la capacidad de generar una intención y
atención consistentes y constantes; una ilusión diaria por la labor y, creo que lo
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más grave, una concienciación bien asentada entre los trabajadores de la
necesidad de poner en práctica tales teorías.
En la mayoría de las instituciones culturales que conozco, la preservación
depende única y exclusivamente de actitudes personales y, casi siempre,
individuales. Personalmente no me he encontrado con un archivo o biblioteca
que intente crear y poner en práctica – siempre con los inevitables ajustes o
correcciones producto de la experiencia directa con la realidad cotidiana - unas
directrices claras de conservación para todo el centro y que perduren, aunque
haya cambios en la cúpula que dirige la institución. Hay casos aislados para
colecciones o fondos valiosos en particular, pero no creo que sean
representativos en la conservación global de los fondos. Deberían estudiarse e
implementarse políticas de compra de materiales de uso habitual de una
mínima calidad (o al menos evitar comprar los que ya se sabe que son
nocivos); políticas coherentes de difusión pensando en las demandas de los
investigadores (acceso a copias, restricción del manejo indiscriminado de los
originales, etc.); planificación de un programa de restauración (en razón del
valor del objeto, de su estado físico por uso continuado, por su naturaleza
inestable, etc.)
Básicamente creo que se puede avanzar mucho en la mejora de la
conservación preventiva en los archivos y bibliotecas, sin tener que hacer
grandes dispendios económicos, si somos capaces de encauzar nuestros
esfuerzos en la mejora de cuatro problemas que veo endémicos:
1-. Ausencia parcial o total de cursos de formación específicos en conservación
de libros y documentos para los trabajadores no especializados de archivos,
bibliotecas y demás instituciones que custodian fondos documentales.
Aquí incluyo la dedicación de un tiempo de docencia, de duración a determinar
por cada institución según los tipos de fondos, su uso y condición física, sobre
diversos aspectos de la conservación preventiva. Estos conocimientos
deberían abarcar un conocimiento razonable – no exhaustivo - de la naturaleza
de los materiales con que están hechos la mayoría de los soportes
documentales. Incluyo aquí, por ejemplo, tanto los componentes comunes de
las encuadernaciones de los libros como los tipos de cosidos de los legajos,
protocolos notariales; rudimentos sobre la composición del material fotográfico;
etc.
Por la condiciones del mercado laboral, es cada vez más frecuente la
contratación de empresas externas a la administración dedicadas a diversas
tareas que no puede cubrir la plantilla fija de los archivos y bibliotecas. Entre
sus cometidos están el servicio de documentos desde el depósito a la sala de
investigadores; las tareas de descripción; la digitalización de documentos;
algunos servicios de encuadernación, etc. Es llamativo que ni a las empresas,
ni a los trabajadores que estas a su vez contratan para estos servicios, se les
exija, independientemente de su función ni de su currículo académico y/o
laboral, que hayan tenido experiencia previa alguna en el manejo de
documentación valiosa y delicada.
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Cuando se inquiere el porqué de esta carencia de formación para los
trabajadores se suele argumentar que el sentido común de las personas
contratadas suplirá su involuntaria ignorancia. En su excelente artículo
publicado en la revista Apoyo3, Silvio Goren señala que cualquier acción
profesional es el fruto de una labor de síntesis de experiencia y conocimientos.
Por ello, continúa, al esperar de alguien que aplique un conocimiento que no
posee se le estará impulsando a cometer una acción equívoca. Según Goren
“una acción yerra por tres factores: por Ignorancia: la persona no sabe, o no
alcanza a valorar, objetos ni conceptos preservativos; o el mismo alcance de
sus acciones. Por Desidia: no le importa nada, y su actitud puede obedecer a
motivaciones de resentimiento. Por Acción Equívoca: tiene motivaciones
positivas y alguna idea – incompleta – de técnicas y objetivos, lo que deviene
en acciones erróneas.”
Recuerdo el caso concreto de una de estas personas contratadas por una
empresa externa para servir documentación a los investigadores en la sala de
consulta del Archivo Histórico Nacional: un día le vi, a lo lejos, transportando
unos 15 libros colocados, para mi asombro, del más pequeño al más grande
empezando desde la base. Cuando pasó por un pequeño escalón de uno de
los pasillos, toda la pila de libros que transportaba, como era previsible, cayó
cual castillo de naipes con el consiguiente daño a los libros antes de que
pudiera avisarle del riesgo. Con este ejemplo quiero ilustrar la importancia de
no delegar la preservación en un aspecto tan voluble y variable como el sentido
común.
A nadie se le escapa que desde que nacemos estamos rodeados de libros y
documentos de todo tipo y condición. Esta cotidianidad hace que nuestra
mente no discrimine lo suficientemente bien la diferencia entre manejar un libro
corriente de uno delicado o valioso. Este es un factor crucial en la enseñanza
del cuidado y el cariño hacia los documentos que custodiamos. Una manera de
optimizar recursos económicos escasos pasa, desde luego, por evitar el
incremento o la aparición de nuevos daños a los documentos y libros. Para ello
es necesario crear y fomentar en los trabajadores, independientemente de su
puesto en el escalafón de la institución o de si son personas en plantilla o
contratadas, un estado mental de especial sensibilidad hacia su trabajo.
Abundando en este razonamiento, es totalmente necesaria e imprescindible la
concienciación y enseñanza del manejo de los documentos, mediante sistemas
imaginativos, a los investigadores.
2.- La conservación es uno de los cuatro pilares que abarcan las tareas de un
archivero. Los otros tres son la recopilación, la descripción y la difusión. Sin
embargo, su formación y dedicación no concuerdan en realidad con esta
enunciación de responsabilidades.
Mary Lynn Ritzentaler, en su excelente manual sobre preservación de archivos
y manuscritos, señala que, “el nivel de éxito que alcanzará un programa de
conservación en un archivo dependerá en gran medida de la aceptación de
cuatro principios:
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1.- La conservación es responsabilidad de las más altas instancias
gestoras del centro.
2.- Se debe destinar un tanto por ciento permanentemente del
presupuesto anual del centro para el programa de conservación.
3.- Un programa de conservación es muy diverso. Consiste en la serie
de acciones y actividades que incluyen el manejo y el
almacenamiento, los controles de humedad y temperatura, la
vigilancia y seguridad, la preparación y respuesta ante desastres así
como los trabajos rutinarios de preservación y otros procesos de
conservación que requieran un espacio especial y altos niveles
técnicos de especialización. La adquisición, descripción, uso de los
documentos por parte de los investigadores y las exposiciones,
también son partes integrantes del programa de conservación.
4.- La conservación debe ser la preocupación legítima de todos los
miembros de la plantilla del centro a cualquier nivel. No es,
meramente, una cuestión técnica que relegar al taller de un
especialista escondido.
Actualmente en España, y por lo que comento con colegas Hispanoamericanos
que han pasado por nuestro centro a ellos les sucede lo mismo, la formación
de los archiveros y bibliotecarios en el campo de la conservación (materiales,
gestión, criterios de intervención) es casi anecdótica. En cualquier programa de
estudios aparece como asignatura la Conservación pero el número de horas
dedicadas a su enseñanza es muy escaso. Este hecho, junto con la inevitable
dedicación de su tiempo a otros aspectos profesionales que son evidentemente
importantes y necesarios, les impide adquirir los conocimientos científicos
imprescindibles para cumplir una de sus principales responsabilidades
profesionales.
Aunque es cierto que mucho se ha avanzado en estos dos últimos decenios al
incluir entre la formación de los futuros archiveros la asignatura de
conservación, sigue habiendo una evidente falta de especialización en esta
materia tan compleja. ¿Por qué no han surgido aún los cursos específicos de
Conservador de Archivos? Desde la década de los años 1970 se ha señalado
repetidamente la necesidad de formar especialistas en Conservación de
Archivos, carrera académica con asignaturas muy específicas más próximas a
la ciencia que a las humanidades. Una persona que aspire a ser técnico
especializado en conservación debe tener una formación que comprenda
conocimientos sólidos que abarquen: una base científica y tecnológica; que
haya aprendido y tenga experiencia en restauración de libros y documentos; en
encuadernación y fotografía; finalmente, algunos conocimientos e ideas claras
sobre el papel del archivero y/o bibliotecario5, 6.
3.- Falta de criterios de intervención claros y unificados por parte de los
restauradores-conservadores, quizá producto de un excesivo personalismo en
la aplicación de los tratamientos. Este hecho se traduce en procesos
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restauradores que no siempre plasman la labor imparcial, casi aséptica, que se
nos pide en nuestro trabajo.
Desde hace años se viene generando una extensa literatura sobre los Códigos
de Ética y la llamada Carta del Restauro como base teórica y deontológica del
trabajo de los restauradores. Diversas asociaciones han generado ya sus
Códigos de Ética pero no así unos principios claros de intervención
restauradora en fondos archivísticos. Tan sólo conozco un documento con
versión en español7, creado en Italia en 1987, que corrige y amplia la Carta del
Restauro generada por Cesare Brandi, en la que sí se hace un intento de
marcar unas líneas maestras de intervención en documentos de archivo. Por lo
que conozco, esta ausencia normativa y deontológica se traduce en la
aplicación de materiales y técnicas en los trabajos lejos de la deseada y
necesaria tarea multidisciplinar. No existen líneas de trabajo en armonía con
los archiveros y como resultado, se delega en el restaurador el poder de
decisión final sobre el tipo de intervención restauradora. Los archiveros, lo
escucho a menudo, confían de buen grado en nuestro juicio y habilidades pero
deben darse cuenta de que nuestra insuficiente formación humanística no nos
permite discernir, por ejemplo, qué elementos podemos eliminar de un
documento (parches, añadidos, etc.) para su estabilización y cuales son parte
imprescindible de su historia o de su valor.
En los tratamientos de restauración se deben imponer los criterios archivísticos
necesarios a fin de asegurarse de que los valores históricos, legales y notorios
de un documento no se pierdan o se vean mermados. El primer objetivo de una
restauración de un documento de archivo es la de asegurar que el material
quede física y químicamente, tan intacto como sea posible, a fin de asegurar su
consulta y uso a largo plazo. Aunque no son desdeñables, las mejoras por una
restauración de la apariencia de los documentos de los archivos son menos
importantes que las consideraciones sobre su estabilidad física y química.
Cuando se acomete la restauración de un documento de archivo se debe
extremar el cuidado en el hecho fundamental de que su integridad y
autenticidad no se puedan poner en cuestión. El objetivo no reside en hacer
que el objeto aparezca prístino e impoluto; la evidencia de cualquier
intervención debe ser fácilmente perceptible para el ojo habituado a examinar
documentos.
En mi opinión, para que estos objetivos se cumplan, deben fomentarse las
reuniones regulares entre los restauradores-conservadores y los archiveros a
fin de establecer, de común acuerdo, los mejores tratamientos posibles.
Aunando las exigencias de los archiveros para mantener la historicidad y valor
del documento junto con los conocimientos de los restauradores y/o los
recursos materiales que posee cada centro. Se me antoja un encuentro
inevitable e imprescindible puesto que los tratamientos restauradores son, a
menudo, el último eslabón entre la recuperación o la pérdida irremisible de
todos los valores que acompañan a un libro o documento (sean por su
contenido; su estética; su testimonio de la habilidad técnica de cada época,
etc.)
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También llama la atención cierta estrechez de miras en la formación del
restaurador-conservador de documentos gráficos. Esta formación se orienta,
principalmente, a saber de materiales, técnicas, máquinas, etc. Sin embargo se
echan en falta conocimientos más profundos en conservación preventiva. En
realidad debería existir la percepción, como señalé en el caso de los
archiveros, de crear una especialidad en preservación, complementaria a la
actual de restauración. De esta forma podríamos dejar la buena voluntad y la
auto formación, por así decirlo, como única base para gestionar la
conservación del enorme volumen de documentos que nos aguardan en los
centros de trabajo. Estas carencias de formación hacen caer a los
restauradores demasiadas veces en tratamientos individualizados o
glamorosos; lindas cajas; bonitos estuches etc., para reparar y acondicionar
documentos que, claro que son únicos, pero es que, en esencia, todos los
documentos de un archivo tienen ese carácter especial. Las consecuencias
económicas son claras: el dinero que cuestan las restauraciones así
planteadas no permiten políticas preservadoras con resultados globales
satisfactorios.
No quiero decir con esto que no se deben restaurar los documentos, bien al
contrario, soy estoy firmemente convencido de que ciertos documentos tan sólo
pueden perdurar mediante tratamientos restauradores que sean serenamente
concebidos, estén coordinados y sean bien ejecutados técnicamente. Lo
importante es determinar dónde queremos emplear las grandes sumas de
dinero que exigen los materiales de restauración junto con las horas de
dedicación de los restauradores.
4.-Las relaciones laborales entre trabajadores y jefes o superiores jerárquicos
como el abismo entre lo regulado normativamente y lo realmente ejecutado.
El cuarto factor determinante en la preservación, que es tan pernicioso como
los anteriores, y del que prácticamente nunca se habla en los manuales o en
los cursos (y que por ello permanece oculto) reside en las relaciones laborales
entre superiores y trabajadores que se traducen en falta de motivación, enfados
y dejadez en el manejo de la documentación que provocan, finalmente, daños
físicos a los documentos. Estos daños evitables son, en muchas ocasiones,
irreparables.
Es una preocupación entre las grandes empresas mundiales, teóricamente al
menos, la mejora de las relaciones laborales entre todos los estamentos de la
plantilla de trabajadores, desde el más alto directivo hasta el más humilde
trabajador. El psicólogo Daniel Goleman, publicó en 1995 el libro Inteligencia
Emocional8, que ha generado todo tipo de debates y controversias así como
multitud de cursos para implementar nuevos sistemas de relaciones laborales
en las empresas.
Su autor sostiene en este libro que nuestra visión de la inteligencia humana es
estrecha pues solemos fijar nuestra fijación en el coeficiente intelectual,
soslayando lo que él denomina inteligencia emocional. La define como nuestra
forma de interactuar con el mundo, teniendo muy en cuenta los sentimientos, y
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que engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la
autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la
agilidad mental, etc. Todas ellas configuran la autodisciplina, la compasión o el
altruismo que resultan indispensables para una buena adaptación social. El
déficit de inteligencia emocional repercute negativamente en muchos aspectos
de la vida cotidiana como la salud, las relaciones familiares y, lo que aquí nos
importa más, las relaciones laborales.
Un elemento determinante en nuestra percepción de un trabajador satisfecho y,
por extensión, de un trabajo bien hecho es el llamado Feedback. Esta
expresión se aplica constantemente, entre otros campos, a las teorías de
sistemas. En su sentido original, este término implica el intercambio de datos
sobre cómo está funcionando una parte de un sistema, con la comprensión de
que todas las partes están interrelacionadas, de modo que la transformación de
una parte puede terminar afectando a la totalidad.
En una empresa, o una institución cultural cualquiera, toda la plantilla forma
parte del sistema siendo el feedback el alma de la organización. Es el que
genera el necesario e imprescindible intercambio de información que permite
que la gente sepa si está haciendo bien su trabajo o si, por el contrario, debe
mejorarlo, efectuar algunos cambios o reorientarlo por completo. Sin feedback,
las personas permanecen confusas o desorientadas: no saben qué partes de
su trabajo no están bien orientadas y/o ejecutadas y qué problemas pueden
empeorar a medida que pase el tiempo.
Está claro que, a nuestra formación técnica como profesionales en
conservación, no podemos añadir la tarea de ser psicólogos. Pero creo que sí
somos conscientes de hasta que punto la personalidad de cada individuo
favorece o condena un buen proyecto laboral. En mi opinión, es imprescindible
que cualquier responsable de la conservación en un centro deba aprender, si
no la posee de forma intuitiva, algo sobre la inteligencia emocional. Esta
herramienta le permitirá generar una visión de trabajo centrado, a partes
iguales, en salvaguardar los documentos y en crear un buen clima laboral entre
los trabajadores. Según se sabe y señala Goleman en su libro, los ejecutivos
(léase aquí los responsables en las instituciones públicas) son muy proclives a
la crítica y muy comedidos, en cambio, con las alabanzas, dejando así que sus
empleados sólo reciban ese feedback o intercambio de información, cuando
han cometido un error. Las consecuencias de este tipo de actitudes reiteradas
constantemente en el ambiente de trabajo y, por extensión, en el rendimiento y
calidad del trabajo realizado son, obviamente, muy negativas a medio y largo
plazo.
Hace unos meses fui invitado a dar una conferencia sobre cambios de bajo
coste y alto beneficio en las pautas de trabajo en pequeños archivos a fin de
sugerirles nuevas vías de planificación que mejorasen sus labores de
preservación. Durante la misma acentué la necesidad de que los responsables
de los archivos se esfuercen en ayudar a la concienciación de los trabajadores
que trabajan en sus centros. Esa sensibilización pasa, ineludiblemente, por la
forma en que sean capaces de gestionar las relaciones laborales en aspectos
tales como la motivación; el hecho de marcar unos objetivos abarcables y
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tangibles; fomentar el acceso a la información del progreso del trabajo
conservador que el colectivo está realizando; etc.
Es común anhelo del cualquier ser humano ser feliz. Sin embargo las formas
de buscar esa felicidad a veces nos son extrañas en la forma; por ello no
podemos alcanzar en realidad una convivencia utópica de afables relaciones
personales. Cada ser humano es poseedor de innumerables contradicciones
en las que cohabitan desde el más desinteresado altruismo hasta la más baja
mezquindad. Los responsables de planificar un plan de preservación deberían
incluir entre sus prioridades una cierta capacidad de psicología puesto que
generar situaciones laborales que hagan aparecer factores como la ira
inconsciente de una persona (sea trabajador, investigador) puede provocar la
mutilación o incluso el destrozo en segundos de un documento único, valioso e
irrepetible que ha llegado a nosotros legado y custodiado a través de los siglos.
Cualquier actividad humana planificada como un trabajo a desarrollar a largo
plazo requiere de una necesaria atención sostenida y cuyos implacables
enemigos son la desidia, la dejadez, la inercia y la rutina (¡temible palabra!)
Las acciones que puede contener un plan de preservación, junto con los
tópicos sobre materiales, condiciones ambientales, del depósito, del manejo,
etc., debe incluir, además, aspectos tales como: cursos de refresco sobre el
manejo de la documentación con carácter anual; la rotación en ciertos puestos
con dinámicas de trabajo diarios excesivamente rutinarios; la búsqueda de
compromisos, especialmente en las instituciones públicas, donde es fácil que el
paso del tiempo y la falta de incentivos apoltronen las neuronas y las ganas de
investigar e innovar; etc.
Estos son, a mi juicio, capítulos imprescindibles en un plan de preservación que
tenga la pretensión de tener éxito y duración en el tiempo. Todo lo demás
queda al capricho de los dioses.
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BIBLIOGRAFÍA CITADA
(1) Waters, Peter, Phased Preservation: A Philosophical Concept and Practical
Approach to Preservation. En Special Libraries, winter 1990, p 35-43.
(2) Calmes, A; Schofer, R.; Eberhardt, K., Theory and Practice of Paper
Preservation for Archives. Revista Restaurator nº9, p. 96-111. 1988.
(3) Goren, Sylvio, ¿Sentido Común vs. Criterio Profesional? En revista Apoyo
nº 7 / 1. p.18, 1997.
(4) Ritzenthaler, Mary Lynn, Preserving Archives and Manuscripts. Chicago:
Society of American Archivists, p.7, 1993.
(5) Winger, H.W., Smith, R.D., Deterioration and Preservation of Library
Materials. The Thirty-fourth annual Conference of the Graduate Library School,
August 4-6, 1969. The University of Chicago Press, p 187, 1970.
(6) McCleary, John, El Transcurso de la Conservación: ¿Ha mantenido España
el ritmo?, Boletín de la Anabad, nº 2, p.39-60, 1995.
(7) Carta del Restauro 1987. Versión española de María José Martínez Justicia,
edición del Servicio de Publicaciones del Colegio de Arquitectos en Málaga,
1990.
(8) Goleman, Daniel, Inteligencia Emocional. Editorial Kairós, España, 1996.
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