— 1 — — 2 — Gutiérrez — 3 — — 4 — textos inéditos GUTIÉRREZ UTIÉRREZ recolección y edición: andrés braithwaite Santiago de Chile Noviembre, 2005 El trabajo de recolección y edición de este volumen ha sido realizado con el apoyo de y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile y la Ley de Donaciones Culturales. Ningún texto contenido en esta publicación puede ser reproducido, ni total ni parcialmente, ya sea mediante procedimientos mecánicos, electrónicos, fotoquímicos, electroópticos, agropecuarios, magnéticos o de otra naturaleza, sin la autorización de su autor o de quien la ley determine para tal efecto. Diseño: A. C. T. & Son Impresión: Quebecor World Chile S. A. — 6 — 18 22 40 43 49 54 55 56 59 63 77 89 110 114 129 131 132 133 139 142 144 158 162 171 174 179 182 186 190 andrés anwandter claudio bertoni roberto bolaño roberto brodsky florencia browne josé ángel cuevas antonio cussen paulo de jolly claudia donoso juan emar kurt folch benjamín galemiri antonio gil rafael gumucio jaime huenún enrique lihn diego maquieira germán marín adán méndez adán méndez & viviana méndez roberto merino gonzalo millán bruno montané erick pohlhammer matías rivas juan cristóbal romero leonardo sanhueza pablo torche silvia veloso alejandro zambra gutiérrez 9 — 8 — se supone que no ocupan su lanceta más que en casos de emergencia es necesario consultar especialistas o rociar las entradas del panal con bencina protegerse la piel salpicada de mínimos cráteres rompen el suelo reseco del campo da a luz un enjambre que zumba de fondo orquestando la tarde estival por el televisor que fumiga los ojos con la vida salvaje en lugares lejanos el valor del progreso las tragedias del agro — 9 — andrés anwandter se supone que no pican sino muerden andrés anwandter con la ayuda del fisco sin hileras de parras ni mallas que ordenen la vista del valle bajamos al choapa los cerros intactos de cactus y salvia el río un edén de zancudos gigantes rebuscamos la escritura en las piedras leímos una máscara o escudo con cachos espirales camarones inexistentes que un señor del lugar imagina producir y exportar a santiago — 10 — un chercán diminuto merodea en las ramas del oído el rumor majestuoso lejano de avionetas orquesta la marcha que emprenden como una manada de bueyes las nubes por sobre los cerros esparcen la sombra que ahuyenta mis pasos crepitan en medio del bosque persigo las tenues visiones que instigan los hongos y nada sagrado sucede la tarde me alumbra por dentro su hoguera de imágenes fuego mental pasajero sin ganas enciendo un cigarro que humea figuras azules al sol — 11 — andrés anwandter deportes extremos andrés anwandter los párpados copian sus giros cerrados devienen patrones aztecas danzantes circuitos eléctricos diseminados en una quebrada del parque mahuida — 12 — mes de la sombra más larga gira el eje aceitado de la tierra a distancia prudente del sol con la cara cubierta de crema los cerros nevados al fondo ligeros derrumbes discuten los tres si volver o seguir y el rumor del glaciar una sombra de avión inaudible veloz en la nieve disuade por fin al más terco del grupo se aleja la cumbre invisible sonríe tras ellos — 13 — andrés anwandter meridiano andrés anwandter estratos si escribo sol implacable no estoy repitiendo una metáfora el verano en santiago es así mediodía perenne si pienso en barroco pero chile no es barroco los ministros de estado usan togas la moneda es un templo romano adoramos el rigor de su diseño económico que enfrenta la barbarie por todos los flancos aquí se recorta la sombra y deshace por esto la calle a pedazos para abrir otros huecos al sol que demanda el progreso la historia en partes iguales simétricas vías conducen los autos cromados de vuelta a sus casas domingo en la tarde y al centro del patio reseco se aplican suplicios con lupa a un insecto — 14 — no le queda claro qué es peor si mascar lauchas o la hucha no sabe si se dice con la mano en el corazón o la mano en el bolsillo escarba sus archivos económicos en busca de boletas vacías las calles chorrean al revés y carecen de sombra que modele sus facciones vehículo de ideas a largo plazo explosivas disemina su cabeza la peina hacia atrás reprime aparatos domésticos perdona la vida a los grillos que escapan de la alfombra cuando aspira recorta por la línea punteada — 15 — andrés anwandter bilbao andrés anwandter su silueta en el espejo con los ojos cerrados dirige al dormirse películas íntimas que reaparecen como manchas en un test proyectivo delibera qué sacarse una capa de pintura la conciencia como casco de caballo al galope utiliza el lenguaje de la publicidad tabaquera le ofrece el asiento a las damas y la música de fondo distorsiona su mensaje que baraja nervioso en la mesa de centro separa las piezas que sobran del puzzle y las guarda en una bolsa transparente como prueba su fortuna en los cartones reciclados o construye barricadas con sacos de nueces — 16 — es tu pelo de cobre en virutas te lo hice notar una vez la verdad imaginé solamente hacerlo demoraba en llegar el ascensor y guardé con cuidado la libreta en mi mochila el lápiz esbozo bocetos mecánicos tuyos durante la clase repaso peinados y faldas pasadas de moda con una tijera en la mano después de la lluvia corrieron al patio tus piernas la imagen cortada montamos una tienda entre los dos sobre el lecho del río pero eso fue mucho más tarde — 17 — andrés anwandter idilio claudio bertoni Ley pareja a veces cuando estamos haciendo el amor suena tu celular y por supuesto no lo contestas pienso esto ahora que te llamo y tampoco lo contestas Pubis el placer vino silencioso y se comió el bosquecito como un incendio Landscape mientras me lo chupa veo entre dos alas negras el sendero mate y encerado de la partidura de una veraneante con el pelo recién lavado — 18 — en la baranda de una enorme terraza de una enorme casa una enorme mujer morena echada para adelante con todo su peso y todos sus labios me mira como diciendo ¿por qué no das la vuelta por la cocina y abres la puerta del living y después la de la terraza y a esta hora somnolienta y calentona me subes la falda me bajas los calzones y me culeas? Sentada apenas se levantó me fui a sentar donde había estado para sentir el calor de su culo Divina no se mire en esa vitrina corazón mírese en mis ojos yo soy su espejo fidedigno está divina con esa mini — 19 — claudio bertoni En la subida claudio bertoni Una polola que yo tuve decía que le gustaba usar rouge porque era como pasarse la pilucha de un perro por la boca Bárbara yo y ella tendidos en el capó de su auto deportivo que nadie conduce mientras le pido autorización para deslizar mi mano debajo de su polera de algodón ceñida y tocarle una de sus famosas tetas o el famoso pezón morado y duro y ultra dibujadito de su también famosa otra teta De repente me mira y me dice culéame así no más se quita el pantalón se tiende y abre las piernas a mí me da risa y le digo te pasaste cómo se te ocurre — 20 — Por qué no decirlo desde reñaca el mar se veía como un enorme bistec azul que ha sido dejado demasiado tiempo en el freezer y el sol hacía el mar dorado y enceguecedor y bajamos frente al cine arte y le compraste unos sobres aéreos a una señora gorda y bajita que los vendía en una caja de zapatos a la entrada del correo mientras escribías la dirección en un sobre yo te miraba los pelos negros cayendo sobre la espalda y por qué no decirlo te miraba también el culo — 21 — claudio bertoni pero me quito los pantalones y ella los calzones culeamos mirándonos fijos generalmente no eyaculo ella se aburre y después seguimos conversando roberto bolaño El viejo de la montaña Siempre hay casualidades. Un día Belano conoce a Lima y se hacen amigos. Ambos viven en México DF y su amistad se cimenta, como suele ocurrir entre los jóvenes poetas, en el rechazo a ciertas normas, en la afinidad con ciertas lecturas. He dicho que son jóvenes. En realidad, son muy jóvenes, y también son, a su manera, vigorosos y creen en el poder lenitivo de la literatura. Recitan a Homero y Frank O’Hara, a Arquíloco y John Giorno, y sus vidas discurren, aunque ellos no lo saben, en el borde del abismo. Un día, esto ocurre en 1975, Belano dice que William Burroughs ha muerto y Lima, al escucharlo, palidece intensamente y dice que no puede ser, que Burroughs está vivo. Belano no insiste, dice que él cree que Burroughs está muerto pero que probablemente se equivoque. ¿Cuándo murió?, dice Lima. Hace poco, creo, dice Belano cada vez menos convencido, lo leí en alguna parte. En este punto de la historia se produce algo que podemos llamar silencio. O vacío. Un vacío, en cualquier caso, muy breve, pero que en la percepción de Belano se prolonga misteriosamente hasta las postrimerías del siglo. Al cabo de dos días Lima aparece con la noticia, esta vez irrefutable, de que Burroughs está vivo. Pasan los años. A veces, muy de tanto en tanto y sin saber por qué, Belano recuerda el día en que anunció arbitrariamente la muerte de Burroughs. Era un día claro, Lima y él caminaban por Sullivan, salían de la casa de un amigo, tenían el resto del día a su disposición. Posiblemente hablaban de los beatniks. Entonces él dijo que Burroughs había muerto y Lima palideció y dijo no puede ser. En ocasiones, Belano cree recordar que Lima gritó. No puede ser. Es imposible. Injusto. Algo así. Y también recuerda la pesadumbre de Lima, como si le estuvieran anunciando la muerte de un familiar muy querido, pesadumbre (aunque la palabra, Belano lo sabe, no es pesadumbre) que sólo se evaporó dos días después, cuando Lima sabía, fehacientemente, que la información era errónea. Algo de aquel día, sin embargo, algo impreciso, deja en Belano un rastro de inquietud. De inquietud y de alegría. La inquietud, en realidad, es un disfraz del miedo. ¿Y la alegría? Generalmente, para su propia comodi- — 22 — — 23 — roberto bolaño dad, Belano suele pensar que tras la alegría se esconde la nostalgia por su propia juventud, pero en realidad tras la alegría se esconde la ferocidad: un espacio reducido y oscuro en donde se mueven, pegadas e incluso sobreimpuestas, unas figuras borrosas y en permanente acción. Unas figuras que se alimentan de violencia, unas figuras que apenas gobiernan (o que gobiernan con una economía curiosísima) la violencia. La inquietud que el recuerdo de aquel día le provoca es, contra lo que dicta el sentido común, aérea. Y la alegría es subterránea, como un buque de perfecta geometría rectangular navegando por un surco. A veces, Belano contempla el surco. Se arquea, se agacha, su columna vertebral se cimbra como el tronco de un árbol en medio de una tormenta y contempla el surco: una huella profunda, limpia, que hiende una piel extraña cuya pura contemplación le produce náuseas. Pasan los años. Retroceden los años. En 1975 Belano y Lima son amigos y caminan cada día, inconscientes, por el borde del abismo. Hasta que un día abandonan México. Lima parte hacia Francia y Belano hacia España. A partir de allí sus vidas, hasta entonces unidas, discurren por derroteros diferentes. Lima recorre Europa y el Medio Oriente. Belano recorre Europa y África. Ambos se enamoran, ambos intentan, vanamente, encontrar la felicidad o hacerse matar. Belano, al cabo de los años, se establece en un pueblo a orillas del Mediterráneo. Lima regresa a México. Regresa al DF. Pero antes han ocurrido otras cosas. En 1975 el DF es una ciudad resplandeciente. Belano y Lima publican sus poemas en revistas, casi siempre juntos, y dan recitales de poesía en la Casa del Lago. En 1976 ambos son conocidos y sobre todo temidos por un establishment literario que no los soporta. Dos hormigas salvajes y suicidas. Belano y Lima capitanean un grupo de poetas adolescentes que no respeta a nadie. Absolutamente a nadie. El poder establecido de la literatura no lo perdona y Belano y Lima quedan vetados para siempre. Esto ocurre en 1976. A finales de año Lima, que es mexicano, abandona el país. Poco después, en enero de 1977, Belano, que es chileno, lo sigue. Esto es lo que hay. 1975. 1976. Dos jóvenes condenados a cadena perpetua. Europa. Un nuevo ciclo que comienza y que al comenzar los aleja del borde del abismo. Y la separación, pues si bien es cierto que roberto bolaño Belano y Lima se encuentran en París y luego en Barcelona y luego en una estación ferroviaria del Rosellón, finalmente sus destinos divergen y sus cuerpos se alejan, como dos flechas que de improviso y fatalmente adquirieran trayectorias divergentes. Y esto es lo que hay. 1977. 1978. 1979. Y después 1980, y la década que le sigue, nefasta para Latinoamérica. En cualquier caso Belano y Lima de vez en cuando tienen noticias el uno del otro. Sobre todo Belano tiene noticias de Lima. Así, en una ocasión, sabe que un autobús ha atropellado a su amigo, quien salva la vida de milagro. Lima sale del accidente con una cojera que arrastrará el resto de su vida. Sale, también, convertido en leyenda. O al menos eso es lo que piensa Belano, lejos del DF. De vez en cuando un amigo de Belano que vive en Barcelona recibe visitantes de México que traen noticias de Lima y que el amigo de Belano le hace llegar a éste. — 24 — Belano, nuestro querido Arturo Belano, vuelve a la Ciudad de México. Han pasado más de veinte años desde la última vez que estuvo allí. El avión sobrevuela el DF y Belano despierta de golpe. La sensación de malestar que lo ha acompañado durante todo el viaje se hace más aguda. En el aeropuerto del DF tiene que tomar un enlace para Guadalajara, para la Feria del Libro, adonde ha sido invitado. Belano es ahora un autor de cierto prestigio y suelen invitarlo a muchos lugares, aunque él no viaja mucho. Éste es el primer viaje a México en más de veinte años. El año pasado lo invitaron dos veces y a última hora decidió no asistir. El año antepasado lo invitaron cuatro veces y a última hora decidió no asistir. Hace tres años lo invitaron ya no recuerdo cuántas veces y a última hora decidió no asistir. Ahora, sin embargo, está en México, en el aeropuerto del DF, y camina tras la gente, unos perfectos desconocidos, que se dirigen a la zona de tránsito para tomar el avión que lo llevará a Guadalajara. El pasillo es un laberinto encristalado. Belano es el último de la fila. Sus pasos cada vez se hacen más lentos, más dubitativos. En una sala de espera divisa a un joven escritor argentino que también va hacia Guadalajara. De inmediato Belano se refugia tras una columna. El argentino está leyendo el periódico, posiblemente las páginas culturales, en donde sólo se habla de la Feria del Libro, y al cabo de unos instantes, como si se supiera observado, alza la vista y mira en todas las direcciones, pero no ve a Belano y vuelve a las páginas del periódico. Al cabo de un rato una mujer muy guapa se acerca al argentino y lo besa por detrás. Belano la conoce. Es la mujer del argentino, una mexicana nacida en Guadalajara. Ambos, el argentino y la mexicana, viven juntos en Barcelona y Belano es amigo de ellos. La mexicana y el argentino cruzan unas palabras. De alguna manera ambos se sienten observados. Belano intenta leerles los labios, pero resulta imposible descifrar nada. Escondido detrás de la columna, espera hasta que ellos le dan la espalda para salir de su escondite. Cuando por fin puede salir del pasillo la cola que se dirigía a tomar el enlace de Guadalajara ha desaparecido y Belano descubre, con una creciente sensación de alivio, que a él ya no le interesa viajar a Guadalajara ni participar en la Feria del Libro, sino quedarse en el DF. Y eso hace. — 25 — roberto bolaño Muerte de Ulises roberto bolaño Se dirige a la salida. Le miran el pasaporte y poco después está fuera, buscando un taxi. Otra vez en México, piensa. El taxista lo mira como si lo conociera desde siempre. Belano ha oído historias sobre los taxistas del DF y sobre los asaltos en los aledaños del aeropuerto. Pero todas esas historias ahora se desvanecen. ¿Adónde vamos a ir, joven?, dice el taxista, que es más joven que él. Belano le da la última dirección conocida de Ulises Lima. Órale, dice el taxista y acelera y el coche se interna en la ciudad. Belano cierra los ojos, como cuando vivía allí y cerraba los ojos, pero ahora está tan cansado que los abre casi de inmediato y la ciudad, su vieja ciudad de la adolescencia, se despliega gratuitamente para él. Nada ha cambiado, piensa, aunque sabe que todo ha cambiado. La mañana es una mañana de camposanto. El cielo es de color amarillo terroso. Las nubes, que se mueven lentamente de sur a norte, parecen cementerios perdidos que por momentos se separan, permitiéndole ver fragmentos de cielo gris, y por momentos se funden con un chirrido de tierra seca que nadie, ni él, escucha, y que hace que le duela la cabeza, como cuando era adolescente y vivía en la colonia Lindavista o en la colonia Guadalupe-Tepeyac. La gente que camina por las aceras, sin embargo, es la misma, acaso más jóvenes, probablemente aún no habían nacido cuando él se marchó por última vez de allí, pero en el fondo son las mismas caras que vio en 1968, en 1974, en 1976. El taxista intenta entablar conversación, pero Belano no tiene ganas de hablar. Cuando por fin puede cerrar los ojos sólo ve su taxi que se desplaza por una avenida llena de coches, a toda velocidad, mientras otros taxis son asaltados y sus ocupantes mueren con expresiones de horror. Gestos y palabras que le son vagamente familiares. El miedo. Después ya no ve nada y cae en el sueño como una piedra en el interior de un pozo. Ya hemos llegado, dice el taxista. Belano mira por la ventana. Están en la calle donde vivía Ulises Lima. Paga y se baja. ¿Es su primera visita a México?, le pregunta el taxista. No, dice, hace tiempo yo viví aquí. ¿Es usted mexicano?, dice el taxista mientras le da el cambio. Más o menos, dice Belano. — 26 — Belano lleva el pelo corto. Una calvicie redonda tonsura su coronilla. Ya no es el joven de pelo largo que una vez recorrió estas calles. Ahora se viste con una americana negra y pantalones grises y camisa blanca y usa zapatos Martinelli. Ha venido a México invitado a un congreso de escritores hispanoamericanos. En el congreso participan, por lo menos, dos amigos suyos. Sus libros se leen (aunque no mucho) en España y en Latinoamérica y están todos traducidos a varias lenguas. ¿Qué hago aquí?, piensa. Camina hacia el portal del edificio. Saca su libreta de direcciones. Llama al piso en donde vivió Ulises Lima. Tres timbrazos largos. No le contesta nadie. Llama a otro departamento. Una voz de mujer pregunta quién es. Soy amigo de Ulises Lima, dice Belano. Cuelgan abruptamente. Llama a otro departamento. Una voz de hombre grita ¿quién es? Un amigo de Ulises Lima, dice Belano sintiéndose cada vez más ridículo. Con un chasquido eléctrico la puerta se abre y Belano empieza a subir por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando alcanza el rellano se ha puesto a sudar por el esfuerzo. Hay tres puertas y un pasillo largo y mal iluminado. Aquí vivió Ulises sus últimos días, piensa, pero cuando toca el timbre tiene la irrazonable esperanza de oír al otro lado los pasos de su amigo que se acerca y luego ver su rostro sonriente asomándose a la puerta entreabierta. Nadie contesta a su llamada. Belano vuelve a bajar las escaleras. Cerca, en la misma colonia Cuauhtémoc, encuentra un hotel. Durante mucho rato permanece sentado en la cama, mirando la televisión mexicana y sin pensar en nada. Ya no reconoce ningún programa, pero de alguna manera los viejos programas se infiltran en los nuevos y así Belano ve en la pantalla el rostro del Loco Valdés o cree oír su voz. Más tarde, mientras cambia de canal, encuentra una película de Tin-Tan y la deja hasta el final. Tin-Tan era el hermano mayor del Loco Valdés. Tin-Tan ya estaba muerto cuando él se vino a vivir a México. Posiblemente el Loco Valdés haya muerto también. Cuando la película acaba Belano se mete en la ducha y después, aún sin secarse, telefonea a un amigo. No hay nadie en casa. Sólo el contestador autómatico, pero Belano prefiere no dejar ningún mensaje. — 27 — roberto bolaño Luego se queda solo en la acera contemplando la fachada del edificio. roberto bolaño Cuelga. Se viste. Se acerca a la ventana y contempla la calle Río Pánuco. No ve gente ni coches ni árboles, sólo el pavimento gris y una calma que tiene algo de inmemorial. Después aparece un niño y una joven, tal vez su hermana mayor o su madre, que caminan por la acera de enfrente. Belano cierra los ojos. No tiene hambre, no tiene sueño, no tiene ganas de salir. Así que vuelve a sentarse en la cama y sigue viendo la televisión mientras fuma un cigarrillo detrás de otro, hasta que se le acaba el paquete. Entonces se pone su americana negra y sale a la calle. Inevitablemente, como si tarareara una canción de moda, vuelve a la casa de Ulises Lima. Empieza a ponerse el sol en el DF cuando Belano consigue, tras varios intentos infructuosos, que un vecino le franquee el portal. Debo de estar volviéndome loco, piensa mientras sube las escaleras de dos en dos. La altura no me afecta. No comer no me afecta. Estar solo en el DF no me afecta. Durante unos segundos interminables y, a su manera, felices, permanece junto a la puerta de Ulises sin llamar. Toca el timbre tres veces. Cuando está dándose la vuelta, dispuesto a abandonar el edificio (aunque no para siempre, él lo sabe), la puerta de al lado se abre y una cabeza sin pelos, enorme, de color cobrizo pero en donde también se pueden adivinar algunos relámpagos rojos, como si hubiera estado pintando una pared o un cielorraso, se asoma y le pregunta a quién busca. Belano, al principio, no sabe qué contestar. No sirve de nada decir que busca a Ulises Lima. De pronto ya no tiene ganas de mentir. Así que se queda callado y observa a su interlocutor: la cabeza pertenece a un joven, no debe de tener más de veinticinco años, y por la manera en que lo mira deduce que está ofuscado o que vive en un permanente estado de ofuscación. Ese dep está vacío, dice el joven. Ya lo sé, dice Belano. ¿Entonces por qué tocas, buey?, dice el joven. Belano lo mira a los ojos y no contesta. La puerta se abre del todo y el joven sin pelos sale al pasillo. Es gordo y está vestido sólo con unos bluejeans muy anchos, sujetos con una correa antigua. La hebilla es grande, metálica, aunque la barriga del joven la oculta en parte. ¿Quiere pegarme?, piensa Belano. Durante un instante ambos se estudian. Nuestro Arturo Belano, queridos lectores, tiene ya cuarentaiséis años y está mal, como todos sabéis o deberíais sa- — 28 — — 29 — roberto bolaño ber, del hígado, del páncreas e incluso del colon, pero aún sabe boxear y sopesa con la mirada la figura voluminosa que tiene enfrente. Cuando vivió en México se peleó muchas veces y nunca perdió, lo que ahora le parece increíble. Peleas en la prepa y broncas tabernarias. Así que Belano ahora mira al joven gordo y calcula en qué momento embestirá y en qué momento pegarle y en dónde. Pero el gordo se lo queda mirando y luego mira hacia el interior de su propio departamento y entonces aparece otro joven, éste vestido con una sudadera marrón con un transfer en donde se ve a tres tipos en actitud desafiante, de pie en medio de una calle llena de basura, con una leyenda en letras rojas en la parte superior: Los amos del barrio. El dibujo, por un instante, concita toda la atención de Belano. Esos tres tipos más bien patéticos de la camiseta le resultan familiares. O tal vez no. Tal vez es la calle la que le resulta familiar. Hace muchos años yo estuve allí, piensa, hace muchos años yo pasé por allí, sin prisas, mirándolo todo, inútilmente. El de la camiseta, que es casi tan gordo como el primero, le hace una pregunta que le suena a agua hirviendo y que no entiende. No es, sin embargo, de eso está seguro, una pregunta agresiva. ¿Qué?, dice Belano. ¿Eres fan de Los amos del barrio, buey?, repite el gordo de la camiseta. Belano sonríe. No, yo no soy de aquí, dice. Entonces alguien empuja al segundo gordo y aparece un tercer gordo, éste muy moreno, una especie de gordo azteca con bigotito, y les pregunta a sus compañeros de departamento qué pasa. Tres contra uno, piensa Belano, es hora de marcharse. El gordo del bigotito lo mira y le pregunta qué quiere. Este pendejo estaba tocando el timbre en el departamento de Ulises Lima, dice el primer gordo. ¿Conociste a Ulises Lima?, dice el gordo del bigotito. Sí, dice Belano, fui su amigo. ¿Y tú cómo te llamas, cabrón?, dice el gordo de la camiseta. Entonces Arturo Belano dice su nombre y luego añade que se va a marchar, que siente haberlos molestado, pero esta vez los tres gordos lo miran con verdadero interés, como si lo vieran bajo otro prisma, y el gordo de la camiseta sonríe y dice no me vaciles, tú no te puedes llamar Arturo Belano, aunque por la forma en como lo dice Belano se da cuenta de que el otro, aunque no lo crea, quiere creerlo. roberto bolaño Después se ve a sí mismo, como si estuviera contemplando una película tan triste que él jamás iría a ver, en el interior del departamento de los gordos, atendido por éstos, que le ofrecen cervezas, no gracias, ya no bebo, dice Belano, sentado en un sillón destartalado con un estampado de flores marchitas, y un vaso de agua en la mano que no se decide a probar, pues el agua del DF, se lo advirtieron y además siempre lo ha sabido, provoca gastroenteritis, mientras los gordos toman posiciones en las sillas que hay alrededor e incluso uno, el que lleva el torso desnudo, se sienta en el suelo, como si temiera romper con su peso otra silla o como si temiera la reacción de sus compañeros ante tal eventualidad. El gordo que lleva el torso desnudo se comporta de alguna forma como un esclavo, piensa Belano. Lo que sigue es caótico y sentimental: los gordos le informan que ellos fueron los últimos discípulos de Ulises Lima (lo expresan así: discípulos). Le hablan de su muerte, atropellado por un coche misterioso, un Impala negro, y le hablan de su vida, una sucesión de borracheras sin cuento en las cuales fue dejando su impronta, como si los bares y los cuartos en donde Ulises Lima se sintió mal y vomitó fueran los diversos volúmenes de su obra completa. También, sobre todo, hablan de ellos mismos: tienen un grupo de rock llamado El ojete de Morelos y tocan en discotecas de los suburbios del DF. Han grabado un disco que las emisoras de radio oficiales se niegan a poner debido al contenido de sus letras. Las pequeñas emisoras, por el contrario, están todo el día pinchando sus canciones. Somos cada día más famosos, dicen, pero seguimos siendo rebeldes. La senda de Ulises Lima, dicen, las balas trazadoras de Ulises Lima, la poesía del más grande poeta mexicano. Luego pasan del dicho al hecho y ponen un compact disc con temas de El ojete de Morelos que Belano escucha inmóvil, con la mano agarrotada sosteniendo el vaso de agua que aún no ha bebido y mirando el suelo, sucio, y las paredes, llenas de afiches de Los amos del barrio y de El ojete de Morelos y de otros grupos que él desconoce o que tal vez sean formaciones musicales en donde antes tocaron Los amos del barrio o El ojete de Morelos, muchachos mexicanos que lo miran desde las fotos o desde el infierno esgrimiendo sus guitarras eléctricas como si fueran armas o como si se estuvieran muriendo de frío. — 30 — Vagan por estas celestes carreteras muchachos que jamás supieron de política sobrevivientes del rock que publicaron un libro a los 17 años titulado Marijuana Blues de la misma manera en que alguien de finales del siglo XIX pudo titularlo Florilegio o Suspiros Nocturnos Vagan muchachos franceses, alemanes, ingleses, con libros de Kerouac y canciones de Morrison y la luna alumbra sus cabellos largos antes de ocultarse atrás del bosque Comunas hablan de comunas y son avaros hablan de poesía pero cuidan de que la grasa de sus panes con jamón no ensucie sus cheques viajeros Castelldefels, junio 1977 — 31 — roberto bolaño [Vagan por estas celestes...] roberto bolaño Postal para Mario Santiago Recuerda, Mario, la poesía ha hundido a muchos; si los días favorecen la extensión del viento, es porque el viento se extiende con fuerza y ya nada queda por hacer sino decir sí o no y contemplar esas manchas; nuestros trabajos, por así decirlo, nos han arruinado un buen número de sueños y el bosque sigue intacto. ¿Cuál es el tamaño de nuestra leyenda? Pobres muchachos arrastrados por la marea. Un techo de estalactitas siempre se movió sobre los caminos rurales. Y de tantas formas extremas de comunicarnos ya sólo quedan mapas que ni el más joven de nosotros puede leer. O tal vez sí. No lo sé. Es difícil caminar una cuidad sin amor, pero es más difícil caminar amando, como lo hicimos nosotros en México D. F. Barcelona, julio 1978 — 32 — para Luis Lagos Hay muchas formas de decir adiós. Permíteme que esta tarde lo diga a la manera de los hermanos Keats. Ya sé que en Latinoamérica la presión es fuerte, pero ahora no puedo empuñar mi mano sino sacar un imaginario pañuelo azul (como fuego de cocina, si así lo prefieres) y despedir este atardecer que se DESVANECE con nuestros 10 ó 15 nuevos gestos irremplazables. Barcelona, febrero 1979 — 33 — roberto bolaño Una membrana roberto bolaño Apuntes para una anti-elegía a Sophie Podolski La primera noticia que tuve de ella la encontré en una Antología publicada por Seghers que Mario compró en La Librería Francesa de México principalmente por los Poemas de Daniel Biga (Encore une fois je dis Chéri Mais pour la première fois à un jeune homme Combien de temps aura-t-il fallu?) cosas de ese estilo Y además una guía de revistas y noticias de premios Literarios y una pequeña lista de muertos: Roger Giroux Nacido en 1925 Georges Henein nacido en 1914 Georges Hugnet nacido en 1906 Emmanuel Looten nacido en 1908 Georges Ribemont-Dessaignes nacido en 1884 y Sophie Podolski nacida en 1953 y muerta por suicidio el 29 de diciembre de 1974 una pequeña Anne Sexton para Los editores de París aunque Seghers o alguno de sus Empleados diga “habíamos decidido publicar estos Fragmentos mucho antes de conocer la información de Su muerte” y luego Sollers escribió algo que sirviera De prólogo a la edición parisina de Le pays où tout Est permis que ya había sido publicado en vida de Sophie En edición facsimilar por el Montfaucon Research Center Y alguien pudo cantar tal vez en otro país tal vez en Otro lugar y así eludir el problema pero tú sabes Hubiera sido casi lo mismo no es el clima ni los largos Inviernos sexuales (se habla ahora de su fijación anal Y de las drogas que florecen entre sus palabras y dibujos) El suicidio adolescente no empieza con ella los rostros De sus ángeles se ríen del amor y para la poeta europea El último gesto es la muerte así como para los parias Es el exilio o ese corrido mexicano de la catatonia Y todo se une y desune los ojos azules y los ojos negros Podríamos escribir sagas de ciencia-ficción Tan sólo con escuchar y mirar y tocar las líneas de Nuestras manos así que si todavía pienso que estoy lejos — 34 — Port-Vendres-Ville, marzo 1977 — 35 — roberto bolaño De lo que he querido pues me equivoco completamente Manito nuestro mejor recital ha sido nuestra ignorancia Y “tal vez en otro lugar etcétera” me sirve de consuelo Aquí en Port-Vendres descargando barcos pero mañana En cualquier otro lugar ya no y la foto de Sophie Podolski En un Art-Press escribe aún sobre una mesa llena de platos Y papeles y ceniceros terriblemente cotidiana tan cerca De esas imágenes aparentemente desordenadas que usamos en El lugar de la memoria marginales todavía pudimos vagar Por el valle los dos teníamos 21 años y a nadie olvidábamos Y qué brisa más bella llega del Mediterráneo qué bellas Muchachas detenidas a orillas del mar los límites mismos De nuestros propios gestos 27 meses después Hacia el país donde todo está permitido roberto bolaño Alrededor de Lacan En una fotografía de Lacan impartiendo un curso se puede ver a una muchacha, de pie a su lado izquierdo, unos tres metros de distancia, fumando apoyada en la pared, el rostro vuelto hacia Lacan, los ojos no mirando la mano que el psiquiatra inmoviliza en el aire, sino su rostro: los ojos de él miran a sus estudiantes y los de ella, que seguramente llegó tarde y por eso no se pudo sentar, lo miran a él, con ternura, y algo de tristeza, con indiferencia, como si acabara de hacer el amor esa misma mañana, y pese a que todo estuvo bien, algo, ella lo intuye, no funcionara. La soledad de la muchacha remonta los años, y su mirada, además de desdoblarse en la mirada de otras muchachas frente a aparadores comerciales o viajando por países del tercer mundo, es semejante a la palabra escuchada en sueños, que a veces nos explica contra qué hay que abandonar lo que más amamos y correr, cuando el sueño se transforma en pesadilla, por universidades interminables hacia los fracturados brazos de ciertos ángeles; pero sabemos que estamos soñando. Y la soledad sólo es una fotografía en blancos y negros diluidos, una tormenta dibujada en un papel, y la muchacha vuelve su rostro ovalado, sus ojos se ladean en la dirección de Lacan, y entre ella y él hay una mujer que parece que escribiera la lección para que la vehemencia sea leída en los años venideros. La estudiante mira con pureza, ella sí sabe que no va a salvarse. Lo que ha dejado o lo que dejará, aquello que le dará una forma, le abrirá también el vacío. Mira con pureza, hizo el amor en la mañana, o en la noche del día anterior (con un muchacho de destino similar o con una broma cruel y cotidiana que se juega a sí misma) — 36 — Barcelona, julio 1978 — 37 — roberto bolaño y sabe de algún modo que no va a salvarse. Los ojos de Lacan están hundidos, el izquierdo en el perfil oculto, el derecho en una depresión que la cámara no capta. Este Lacan de labios entreabiertos, levantando la mano izquierda, los dedos extendidos, fuertes, la abundante cabellera peinada hacia atrás, con una camisa oscura y una chaqueta oscura, dando la espalda a una gran pizarra con constelaciones de tiza, palabras legibles ahora de otra manera, y números licuados en nubes, de una clase anterior, tal vez ya olvidada cuando sacaron la foto y tomaron, sin desearlo, por supuesto, a esa bella muchacha sosteniendo un cigarrillo, en los amaneceres fijos de la memoria, algo así como la confidencia de una niña salvaje que besa al azar en las escaleras de incendio del poema. roberto bolaño La compañía del camino a Ricardo Pascoe Lo que hemos amado cambia. A veces nuestros ojos ya no ven el resplandor, pero el resplandor sigue allí. Sabemos que ni las palabras ni los trabajos que nos desgastan cotidianamente podrán servirnos para seguir adelante, cuando las bellas viajeras se han ido, y si miramos los días sólo veremos manchas dejando una estela de vacío en los párpados del que tiene sueño. Y no es hora de pensar, por ejemplo, en los que se levantan a las 5 de la mañana para ser explotados en las fábricas, sino en que también los compañeros se han sentido solos. Todos amamos, en los dormitorios de todos está pintada la ignorancia, nuestra oscuridad que balbucea y gruñe, nuestra luz inmóvil que habla en sueños. Afuera de nuestras zonas llueve y también en el alma del que está triste, y no encontramos aún la manera de unir los dos bosques. Los dos bosques llenos de movimiento. El amor y su ausencia nos hacen ver todas las aventuras desde una ventana increíblemente alta, casi al final de un rascacielos de pequeñas cositas tibias que se van helando en la memoria. Es bueno que ese edificio exista, y es bueno mirar por esa ventana confundidos entre nuestra tristeza personal y el vértigo. Pero los museos suelen ser horribles y poco compatibles con las bellas viajeras. Nada tenemos, todo se acaba. Cuántos amigos les han dicho eso a sus amigos una tarde cualquiera. — 38 — Barcelona, agosto 1978 — 39 — roberto bolaño Pero yo sólo tengo estos versos. Nada queda sino nuestra ternura. Ese incendio gratuito: una forma de morir en un universo que no muere nunca (a ver si lo entiendes). Sabemos que las palabras pueden ser cambiadas, tampoco es la memoria una hilera de pinturas viejas. El amor, y su ausencia, a veces más amorosa que el amor mismo, nos devuelve nuestros cuerpos. Lo que hemos querido tanto sólo cambia, el resplandor continúa, también nosotros debemos cambiar y continuar, como los pájaros en los vientos del Norte y del Sur. Nada queda, pero tal vez nuestra ternura ya estaba allí, antes que la ilusión del vacío, tal vez nuestras contradicciones son como lunas en el final de la noche, tal vez la bella viajera no está muy lejos todavía, y si corres la alcanzas, desesperada, alegremente, un minuto o unos días o una estación completa del año, compartir con ella libremente el camino, sin que haya muerte en este poema para ti, ni en ti, ni en ella. roberto brodsky Pliegues Era apenas una estudiante en práctica, una chica menudita con un corte de pelo irregular y furioso que llamaba la atención por su forma piadosa de preguntar, como si me engañara sin poder evitarlo. Fue todo lo que retuve de ella, siguiendo de refilón el absorbente pliegue de carne que nacía y moría de forma natural entre el hueco de su axila y el bulto del pecho, una línea recta y fina, paralela al tirante de la blusa y con un leve arqueo en los extremos cada vez que estiraba el brazo para arrancarme de la boca una pitada más de confianza. Halagaba falsamente lo mucho que se comentaba sobre mí. Le había costado trabajo ubicarme, pero ambos sabíamos que aquello era un juego ensayado mil veces en los cursos de ayudantía profesional. Ella olfateaba la presa y yo su elegancia. Sólo eso, porque no volvería a encontrarla. Dejé que su impresión se diluyera como un destello de realidad entre dos sueños. Después vino otra, ya mayor, de cuarenta o más, enfundada en unos jeans ajustados y de cuyo cinto colgaba un teléfono portátil. A ésta sí que la reconocería en cualquier sitio. No por su vestimenta, que era más bien de batalla, con una chaquetín pletórico de cierres, bolsillos y tapas de velcro, sino por el tono imperativo que utilizó en un determinado momento para hablar por el celular (y yo imaginaba que se dirigía a la estudiante de las mechas disparadas con la que yo había simpatizado tres días antes, metida todavía en el sobresalto de la noche siguiente donde Castaño y yo discutíamos por ella), manejando con destreza el lápiz para anotar en la libreta que apoyaba en sus rodillas: ajá, sí-sí, correcto, busca en los archivos, ¿me oyes?, luego te llamo. Colgó y reunió sus instrumentos en una mano antes de proponer nada. –Caldera, vamos a grabarte –concluyó, salvando cualquier distancia y dando por descontada mi colaboración–. ¿El lunes te parece bien? Estábamos a viernes, de tarde, y dije que sí, pero nunca antes de la diez de la mañana. Recién a esa hora me reconozco en lo que hablo, considerando el insomnio de rigor. Como mi trabajo en el comité recién se iniciaba después del almuerzo, cuatro horas me parecieron suficientes. Ella estuvo de acuerdo. Se llamaba María Angélica no sé cuanto, un apellido como Larraín o Echeñique que le daba cierto derecho a la omisión, según me dio a entender. En el canal todos conocían la jerarquía oculta — 40 — — 41 — roberto brodsky detrás de ese nombre compuesto, por lo que bastaba pronunciarlo en la extensión adecuada para que María Angélica se pusiera al teléfono. De su explicación, precedida por el dulce sondeo de la practicante, entendí que el programa buscaba vivencias íntimas, y no sé si secretas, para documentar los tercos años en los que Castaño operó. No era el único, pero formaba parte de lo que María Angélica llamaba con pomposidad el período sombra, o también la época sombría, según lo que le escuché esa tarde mientras me instaba a aceptar la oferta. –Voy a serte franca –me dijo, a mitad de la conversación–. Sólo gente de segunda o tercera fila como tú nos sirve para los que estamos pensando. –Que es... –quise saber. –Llenar los hoyos de esa época sombría –explicó con didáctica elocuencia–. Hacer la luz sobre ese período de sombra. Acepté mi vicaria condición sin protestar ni avergonzarme. Ya se sabe lo que es eso. Hay vidas que se justifican únicamente por la accidental aparición en una fotografía célebre, y otras que sólo adquieren una efímera dirección entre los recuerdos acodados sobre la barra del bar. Yo estaba a salvo de sublimaciones trabajando donde trabajaba, y por otra parte me respaldaba un hecho incontestable: nadie del grupo original de Castaño había sobrevivido, a excepción suya, claro. Sólo él podía desmentirme, y se daba la casualidad de que yo tenía la llave de su encierro. Enfrentado a su silencio, todo lo que yo dijera sería mentira. Y viceversa. En consecuencia, decidí hablar. La política es para gente de tercera fila. –Tengo una condición –le dije a María Angélica. La mujer dejó la libreta y el celular a un lado como si le estorbaran. Pensé que en un momento sacaría la chequera. Sus ojos se iluminaron, atentos y victoriosos. Sí, por supuesto, Caldera. No debe ser fácil para ti, por eso vine yo misma a negociar contigo. Algo así dijo. Entonces atrapé una de sus manos libres y la cubrí entre las mías. Su brazo quedó colgando a ambos lados sobre el ángulo del codo. Ella vaciló, sin entender. Estaba incómoda, pero no quería contravenirme. No al menos en esta fase inicial del trato. Soltó una sonrisa bonachona, de patrona que acepta las molestias de su triunfo. Debió pensar que me tenía, porque preguntó si acaso necesitaba tiempo para reflexionar. Su ayudanta volvería a con- roberto brodsky tactarme cuándo y cómo lo deseara. Yo estaba de acuerdo en hacerlo de inmediato, qué otra cosa podía hacer, y en señal de amistad balanceé su mano recogida entre las mías, religiosamente como si fueran dados o anillos, pero unos dados marcados por la mala suerte y ante la cual María Angélica ostentaba con sus modos una oblicua responsabilidad. Desde hacía un tiempo me ocurría que espantaba a las personas de mi lado porque no sabía qué esperar de ellas, y mientras la mano de María Angélica comenzaba a sudar yo pensaba que, si alguien iba a moverse, lo mejor era no alejarse demasiado. — 42 — Rostros pegados al semáforo en rojo de la mañana. Las clínicas iban a toda velocidad por ese parque de castaños, sólo la gente andaba a saltos como las cabras sobre sus dedos duros. Si lo recordaras, si lo recordaras bien, con ángulos precisos y con radios de curvatura, no dejarías de abotonar la rasgada camisa de las canciones que solíamos escuchar cuando las olas se iban al liceo nocturno con los ojos rojos de lágrimas y los bolsillos desatentos con el sándwich desmigajado. Todo sería diferente: el aparato circulatorio tendría esa cadencia que viene de la pasta dental, con la desesperada prisa de un sol que sale debajo de las ramas de nuestra almohada, las horas estarían en urgente formación, se organizarían mejor en sus conciertos, como los huevos en la puerta del refrigerador, y nosotros sabríamos muy bién qué hacer con esos prejuicios que nunca hemos saneado del todo sólo por flojera, sólo por la negligencia del fuego que se prende y que se apaga con tal rapidez que da vértigo. Al menos pudieron habernos asignado el don de la clarividencia, como a Nina Simone, que sabía dónde — 43 — florencia browne Sushi florencia browne cantar cada nota sin que la nota cayera en el vacío. Pero ese hombre que se desplomó vigorosamente hacia los rieles del metro de París era un gran hombre que tomaba martini mientras moría cuando su sensual traje a rayas era realmente lo único que interesaba. Es rico. ¿Cómo no va a ser rico? Lo que más me gusta es sentirlo cuando crece en mi boca y se pone cristalino como ese verso de Nicanor Parra que tanto celebras, pero gordo y azul como la luna que un niño echa a rodar en su alcancía, porque prever es una manera de amar y nunca nadie nos lo dijo, sobrada razón para inquietarse algo más que un caramelo hacinado en la piñata. Yo pienso que estamos puro dando la hora, saliendo y entrando desplumados del reloj hasta que se rompan los resortes y salgamos juntos a ver los crisantemos y el agua verde. Todos los días hay que hacer una compra, pero los malos sentimientos se agolpan contra ti cuando arrojas a las petunias una lluvia de trigo y comienza el cacareo. Es la moda. Y la moda es la absenta idiota y bebida con odio mientras los negros escupen desde el puente de Brooklyn unas polillas que sueñan con tus dedos de tibio aceite, porque no ha habido clínica tan veloz para llegar a tiempo donde — 44 — se acaba el día entre los hilanderos de algodón dulce. Solamente los libros de cubismo resistirán hasta que llegue nuestro arqueólogo con su palita. El resto –la palabra ajonjolí– se deshace en los jugos gástricos y se incorpora al humus o pachamama o cementerio o tierra de litre, de manera que los árboles no salgan a flotar por el aire cada vez que las camas cambian de sudor y de piel como serpientes, y aunque algo debería quedar, y aunque no podemos ser tan crueles, sólo la naturaleza es sabia y la mejor sabiduría es la gimnasia. El Kamasutra es gimnasia, el catre es Miguel Ángel, y el cenicero lleno de colillas cuando cae la mañana y su rocío de secos limones es la verdad: en el bosque de Sherwood duerme Cupido. Ahora recuerdo el día en que te conocí: eras el más chiquito de los tres alpinos que venían de la guerra. Y el autobús pasó por encima tuyo y te reventó como un globo y tu ramo de flores se volvió una hermosa ráfaga de pétalos, goles de la U, panfletos contra la dictadura de Pinochet. ¿De parte de quién dices? De Pinochet. — 45 — florencia browne debe y porque las únicas ruedas que van acompasadas con tus labios son las de los afiladores de cuchillos. Pedales: ritmo del ritmo en la rueca y en la batería, pie que sube, pie que baja y florencia browne Entonces la aceituna rodó entre tus dedos hasta encajarse en la juntura de mis sostenes, como un billete de puta o de chola en la plaza de La Paz. Y yo sabía que te iba a querer hasta el fondo, con toda la virutilla, en el raspado de los compases que parecían arena escurrida desde los labios de Stan Getz, rumbo a la playa, rumbo a la nada que se ha puesto a adornar los precipicios. –¿Me leerás uno de tus poemas? ¿Me darás un besito en la boquita? ¿Me cantarás unos temas de los Sex Pistols en italiano? –dices, mientras clavas tu pupila azul, etcétera. Las ambulancias de los trabajadores sonríen cada vez que se estrellan contra una torre de espejos y dejan las letras tiradas en la alfombra que vuela dentro de ti. Pero no es ése el punto ni la estrella solitaria: lo que nos pasa es que tenemos deudas. Muchas deudas y poca droga. Mucho rock and roll y poco sentido del ritmo. Muchos malos entendidos y poca agua caliente para ducharnos juntos y hacer el amor enjabonados como en las películas sin perder el equilibrio y sin perder palabras como el sol pierde rayos tras las persianas cuando el amor se ha ido y no hay moros en la costa, porque entonces me acuerdo de ti y de las cintas de embalar y de las clínicas que nos quedaron demasiado ajustadas al cuerpo y no podían durarnos hasta el próximo verano y mucho menos hasta la adolescencia. Las nubes pasan — 46 — y nos volvemos más sofisticados, como un sistema de riego digital que conoce cada necesidad de sus azaleas y de sus susanas de los ojos negros, cada cuento nocturno ilustrado en 3D, porque la música se marea sin saberlo hasta su punto de cocción, cuando ya se le ha hecho tarde y es incapaz de prepararnos el desayuno, mientras la lluvia oblicua dibuja los contornos del sentimiento que despega el papel decomural, imitándote, calcando la mancha del beso que da el aire mientras duermo, como las golondrinas en la canción que tocan los automóviles con sus focos veloces, allá abajo, en la autopista que corta en dos mitades la ciudad de las mariposas. Sushi y wasabi: sabor y sinsabor de un día ciego que nos busca para regalarnos su edad de los porqués y su cucharada de monotonía. Ya no hacen la ropa interior como entonces, cuando todo era feo y podías distinguir la belleza a un kilómetro de distancia e incluso podías decir la marca de la vela y el color de la palmatoria, pero es un hecho que el mar Caribe necesita colirio esta mañana, en que las cosas podrían andar mejor, incluso mucho mejor, en el sentido en que un violín andaría mejor en manos de un gitano que lo adora aunque lo llene de aguardiente y le muerda el alma. Así es en Berlín. — 47 — florencia browne moradas sobre el pecho que olvida el golpe florencia browne Así es en Roma. Así es en todas las ciudades que disfrutan la música a medida que ésta se cuelga del cableado telefónico, donde tú y yo conversamos contigo en otro idioma, para ver si al fin logran entenderse los plazas y sus farolas. –Faroles, se dice. –¿En serio? ¿Y tú dices caracoles cuando quieres decir caracolas? ¿Y soles cuando solas? ¿Y violes cuando violas? El mar Cantábrico tenía tantos juegos de palabras que la navegación se hacía imposible y los barcos eran todos barcos lejanos, fijos sobre la tela de sus naufragios, pero ahora es un mar llano, libre de enjambres, mecido en el pelo de esa niña borrosa que señala el riachuelo y que luego correrá por la pradera como un oso porque lleva el corazón lleno de manzanas. Arroz pegoteado: espiral negra. Discos en desorden, sábanas cortas, toallas mojadas, en el espejo el vapor ha borrado aquellos ojos que amaban la neblina mientras los taladros cosían de oro el bienestar, días antes de que las ventanas perdieran su hermetismo para ganar el silbido del viento, el ronco y leve silbido que mueve las cortinas y las deja heladas como la tinta de un calamar que se esfuma, blanco y armónico, hacia el oscuro fondo de sus intereses. — 48 — I ¿habrá algún hombre amargado de la vida alguien que le dé pena su país y pena los robos de ciruelas que se entristezca con la cordillera de los andes? ¿habrá alguno? pobre gente que llora y sigue llorando por algo que no ha existido nunca II sueño con una casa oscura que vaga encima de la cama hay como una niebla que lo cubre todo sólo una bandera rara que remece el sueño y unos pueblos lejanos III amor por los extramuros y viejos puertos interiores por las trasnochadas de ojos negros que piden dinero viejos olores de vino derramado el saludo de una hembra corrupta toda la lujuria del tijuana del jako del blue moon una pobre mujer teatrera y triste — 49 — josé ángel cuevas Plegarias públicas josé ángel cuevas IV decíanle que no llorara que dejara dormir entre arbustos y blancos campos que no ensuciara de lágrimas la pieza — 50 — I en las micros vienen todos borrachos y hablan borracheras se ejerce la locura / de echar a andar historias / muertos / sangre al borde de las casas apiladas afuera se debaten hospitales iluminados de la noche llenos de enfermos fábulas para engañarse a sí mismos / no a los otros despliegan sus palacios juegos de ojos / voces son una mierda cada uno y su maldad humana yace dentro de sí en la micro II putas pintarrajeadas gordas / viejas / queridas / como loras vengan a casarse susurraban con sus tetas paradas junto al brasero de los sahumerios feliz / fellini vagando por escombros de maipú / la cabeza entre la herrumbre del olor a puta cuando el piano iba volando en el blue moon putas que al amanecer se sacarán el rouge / el polvo / la crema se volverán a poner sus ropas de mujeres pobres y partirán de vuelta a sus hogares — 51 — josé ángel cuevas El humo de la noche josé ángel cuevas III respetad / respetad a quienes ya no beben alcohol que lo han dejado y viven otra vida ellos merecen vuestra total admiración más que los que beben / se emborrachan / pierden la brújula son grandes timadores de todo quienes beben piensan que viven situaciones extraordinarias no es así ni los pobres hedonistas nihilistas / no la única droga para este momento de la vida es contemplar el mar violento / la noche de una ciudad mediterránea desde esta ventana a medio abrir IV cada uno se quedó en sí mismo y nada más frente al vacío dando fin a los conglomerados de hombres / mujeres este suscrito siempre ha estado de pie sobre un desierto / y no le afecta en su pieza camino a la cordillera oye el zumbido de la noche toma su pastilla para dormir se va a su subterráneo — 52 — entrar en un hotel hediondo a podrido con una mapuche / perdidos en la locura del deseo y la lucha final presiento que un sueño va a entrar en mí que voy en una micro conversando y viene gente se levanta y lo abraza a uno en la puerta de una iglesia católica rezando por mi patria muerta / la familia / el padre demente una madre que vaga por la vida por esta postciudad de los derrotados / caídos / olvidados seguir / seguir junto al mapocho pensando en un programa de vida desde aquí se ven / en medio de la noche nidos de monstruos humanos monstruos chilenos sin respeto a nada y abrazados / entrando al hotel de la locura — 53 — josé ángel cuevas V antonio cussen Enoc, ilumíname Yo soy Enoc, el mayor de los sabios. Visionarios borrachos y poetas vagabundos se encumbran a mi cueva por un brinco de la imaginación o un concentrado ascenso a lo innombrable. Yo soy Melquisedec. Yo soy la Vida Anterior. Llegan todos confundidos y se alejan aun más confundidos, balbuceando fragmentos del gran Todo. Pero el día que vea que te veo mandaré una ráfaga de energía y vendrás volando a la alta rampa. Subiremos al carro y los cocheros nos llevarán sin rumbo navegando por el paseo de mis firmamentos, y alborotados con la oscuridad llena de llamas ni el hielo de riendas frenará a los potros que se abalanzan desembocados sobre el universo ardiendo. Luego pondré paños fríos por el cielo ya calmado y verás que de mis ojos brotarán los astros y una leve inclinación de batuta hará cantar al coro de galaxias. Al regresar te enseñaré el Zodíaco, te enseñaré a dibujar los enigmas que enloquecerán al mono pensante. Yo soy Matusalén. Yo soy el Río del Olvido y el que anuncia las Ruinas y las Resurrecciones. De mi mente surgen las palabras que se dijeron, se dicen y se dirán. — 54 — soy el poeta de de vastas explanadas los terrazas que se abren horizontes infinitos donde se respira un saludable soy el poeta de los inmensos y de las florestas donde se y escribe durante enteras — 55 — jardines de a aire parques grandes lee jornadas paulo de jolly Flota en este chambergo adornado de perlas el mayor plumaje que pueda recordar las alas del divino tocado claudia donoso Paseo Levanta la vista sabiendo que se halla en medio de una noche que no es de tormenta. Ni adoquines ni carruajes ni encajes ni yugulares. No está sobrecogida. Simplemente llueve. El paraguas que descansa en el estante es un murciélago. Vuelan los paraguas, caen los murciélagos. –Hoy no es día de usar sombrero. –Sin embargo lleva usted uno puesto y la veo dispuesta a hacer con él innumerables venias. –Muy a mi pesar. Sale a la calle y abre el murciélago. Encerrarse definitivamente en su caracol sería una locura. Hay que nutrirse. Camina por una avenida con árboles no demasiado firmes. Una rama podría desprenderse súbitamente y aplastar su futuro entero. Sacude el murciélago, entra al café y se ubica en una mesa esquinada bajo un afiche del lago de Como. Busca un nombre para un personaje femenino que no es ni fatal ni cruel ni de origen ruso, aunque viste de terciopelo negro, tiene afición al naipe y bebe su segundo kyr royal. Cruza una pierna sobre la otra, ignora que se le ha corrido un punto a su media izquierda y boquilla en mano atraviesa otro domingo sin novedad. El chorro violáceo de su sonrisa expresionista revela el hormigueo de un recuerdo que no le pertenece. Se levanta y amparada por el murciélago retorna a su cubil. No hay cielo sin cama, se dice, y cierra las cortinas. Mañana verá irrumpir por la bocacalle un conjunto de guaripolas con pollerines de un rosa pálido y anverso anaranjado desde el balcón de su pieza arrendada. Es la vieja del gato. — 56 — Después de vaciar su pistola sobre el pecho del estafador, la mujer burlada se encontró más parecida a sí misma. El hombre había regresado al cabo de otra de sus ausencias ostentosas con un par de jarrones demasiado chinos a modo de ofrenda y le había recordado que las reglas del juego excluían entre ellos el mal gusto de pronunciar la palabra amor. Lejos de esa servidumbre y con el caudal de conocimiento que puede acarrear el dar muerte, Irina cumple la condena de veinte años y un día a que su cursilería la hizo acreedora. Aturdida por el sol de verano que incendia el techo de la celda, practica una serie de desnudos magníficos, decapitada sobre el lecho. Libre de los celos que encarcelaron su corazón, abusa del tiempo y de un estilo pasional para el que no hubo ni habrá depositario. — 57 — claudia donoso Desnudo claudia donoso Rito De la sangre y de su mancha nace la proclama inhibidora que manda esconderse de la luz a las mujeres en edad de procrear. Las niñas pequeñas quedan con sus abuelas en el campamento, a cargo de la preparación de la comida. La más anciana es ciega. Una nube celeste cubre sus ojos, inútilmente vueltos hacia lo alto. En el suelo, allegada a sus faldas, su nieta desgrana alubias. Entretanto las casadas se han marchado con sus descendientas núbiles a las carpas fronterizas, lejos de la noria. Sólo tienen derecho a una mínima ración de agua que por la mañana les depositan las ancianas en un cántaro a diez metros de los toldos oscuros. Las adolescentes cuchichean en voz baja mientras aprenden de sus madres mañas infalibles. Durante siete días trenzarán las primeras riendas que las vírgenes obsequiarán a los guerreros que con sus caballos barren las estepas. Así ellos sabrán aquilatar la habilidad de sus futuras esposas en las labores de curtiembre y cada cual eligirá a quien confiarle sus aperos. El plazo ritual se cumple la primera noche de luna nueva y las jóvenes casaderas emergen de las carpas fronterizas en tropel. Han dejado atrás a sus madres y corren hacia el poblado a zambullirse como golondrinas en toneles de agua fresca. — 58 — El se casó a los 21 mui peinado a la gomina pero una no es ninguna i se cabrió con su prima Cuando cumplió 32 ya parecía macaco ensayó con la segunda i se cabrió con su chaco I hoi a los 43 hizo estallar una bomba pues a todos nos anuncia se quedará con su tomba Que viva doña Metec cogollo e papel secante que le quitó a su tombito la botella por delante I ustedes los concurrentes aprovechen el instante nunca se ha visto en la vida un milagro semejante — 59 — juan emar [El se casó a los 21...] juan emar [Nancy 699...] Nancy 699, Segundo piso, atelier; Hay vecinos que pelean, Franquistas de misma mier... Cocina sin la Collita, Baño sin calentador, Teléfono que no existe, Casa que el Viejo parchó, Y en ella con ansiedad Se espera hora tras hora Que salga la nulidad. Y adentro está Pépèche Que es sólo una métèque, Y un hombre peladito Secándose de sed; Le da sólo Aliviol, Le soba la cabeza, Y el exquisito alcohol ¡Lo bebe la francesa! Es sólo una alpargata La leyenda de don Juan; Un pintor que yo conozco Lo ha dejado bien atrás. Parrandas, tangos, mujeres Era la existencia de él; Tratándose de cocteles Era muy poco un tonel, Hasta que Pépèche cayó Y le dijo: “¡Toma agua, Que el trago fuerte soy yo!”. — 60 — — 61 — juan emar Pépèche lo convenció Que con agua le basta Y ella pasa la vida Jugando a la canasta. De beber y jugar al paico y a la lila ¡Les regaló a Jean-Marc! juan emar [Sobre las ondas de un terso lago...] Sobre las ondas de un terso lago Puse tu nombre, puse tu nombre una mañana. Pero a medida que lo escribía Venían las olas, venían las olas y lo borraban. Sobre la arena lo escribí entonces Y al contemplarlo, y al contemplarlo perdí la calma. Vino la brisa, llevóse el polvo Y allí tu nombre, y allí tu nombre volvióse nada. En duro mármol grabélo entonces Por si en la piedra, por si en la piedra se conservaba. Como en el agua, como en la arena Borrólo el tiempo, borrólo el tiempo que todo acaba. Ábrome el pecho y allí la esculpo Aun temeroso, aun temeroso tu cifra amada. Allí la guardo perpetuamente Nunca se olvida, nunca se borra, jamás se acaba. — 62 — sería necesario un lenguaje crematorio de lo que dice esta gente que aparece a destajo lograr el lenguaje de carpinteros la imagen que brilla en la sangre hundiéndose en otra imagen como una quemadura — 63 — kurt folch A destajo kurt folch Nube que pasa la forma en que los japoneses por ejemplo pintaban el paso del viento entre las hojas esa es la forma de esa nube que pasa sola sobre el espino * la nube que pasa esa forma que es ir deshaciéndose una y otra vez al soplo de una estrella que nos tiene en órbita — 64 — la forma que compone cada cosa visible e invisible es los límites de la inteligencia la forma inmejorable inexplicable de la materia en la nada a partir de nada — 65 — kurt folch cayendo sin caer kurt folch Trapo húmedo se pudre la mañana la meta es un trapo húmedo tirado en el suelo del baño de una fuente de soda del centro se pudre la tarde — 66 — este es un día excelente pido mi revólver me dan agua de fuego me dan una criatura de vidrio desangrada pido mi revólver me dan una carreta llena con costales de vísceras me dan agua de fuego en una caverna me dan mi zapato izquierdo a los 12 años un día con viento manchado de hojas pido mi revólver el día es excelente pido mi revólver tengo sed me dan una botella de vino con agua agua de mar y algo espeso en el fondo pido mi revólver — 67 — kurt folch Viva Chile kurt folch me dan un diario viejo quemado me dan una sonrisa de araña una mujer desnuda pido mi revólver me dan una mujer dormida fría como una criatura del infierno una moneda de cobre lleva su perfil llenando frascos fetos en formol pido mi revólver me dan agua de fuego cerámicas de pesadilla paños de cocina estoy harto el día es espléndido haré lo que sea necesario el viento murmura algo que no sucede pido mis armas mis camisas de domingo me dan un vaso — 68 — el cielo blando y rojizo de la tarde un cigarro ese letrero de no fumar pido mi revólver mi mejor dibujo de la guillotina mi tos pido mis documentos me dan una almohada polillas en cajas de fósforos una tina llena de pelos jaspeados de jabón pido mi revólver me dan agua de pozo — 69 — kurt folch de vinagre un litro de leche un kilo de pan batido una radio encendida un televisor encendido un dedal de plomo una trapo empapado un espejo de plástico rosado kurt folch me dan un trozo de carne verde me arrojan sobre páginas de diario un enredo de anguilas siseando y babeando una ventana a un día nublado en un pueblo muerto del litoral un cascabel de huesos el dibujo de un rayo o un río o una rama negra trazada con musgo en la pared un mundo regido por sicópatas me dan un tambor de tumores una cerveza un martillo un puñado de fósforos quemados días sin sol ni lluvia — 70 — sin asco una vejez miserable pido mi revólver pido mi capa me dan agua de fuego me dan la postal de la ciudad de un amigo me dan la piedra negra que se hunde en la frente de su hija me pasan las tijeras y mechones de canas pido mi revólver me dan a paladas terrones de miedo me dicen escoge ver una nueva forma de humillación escoge (es justo los otros escogerán algo para ti la jubilación — 71 — kurt folch el olor de suelos trapeados con cloro kurt folch de tu madre por ejemplo) pido mi revólver mis guantes de lana la foto de mi abuela me dan un plato de guiso frío una copa llena de orina me dan agua servida y aire radiado la casposa luz de los tubos de la cocina el día es excelente pido mi revólver los perros se aparean me entregan una carta de hace tres años acerca de nada me dan una manzana reflejada en los ojos de un animal rabioso una esfera de lacre otra de mercurio camionadas de insectos — 72 — un texto una noticia a medias la silueta de una caminata a través de la nieve pasajes de bus a la costa una prenda del alma hecha pebre entrañas tiradas en el erial el día es excelente bebemos y bebemos no recuerdo nada más — 73 — kurt folch que he asesinado porque sí kurt folch Parejas se juntan abajo risa que traspasa el suelo como un pájaro horrible los monstruos siempre traman con obtusas palabras sentimentales luego viene la carcajada como esta risa horrible que imagino un buitre picoteando un cadáver — 74 — kurt folch A cada rato las pastillas de la noche caen al suelo el incómodo no dormir con los ojos cerrados acomodándose de lado a lado de espalda de pecho allegado a las paredes que apenas tiritan de blanco la carga del año arriba avanza una cartulina de acero todo es normal las cosas son trozos de témpanos vapor de herrumbre — 75 — kurt folch sale de la boca (pasen pasen a ver) — 76 — (monólogo teatral) Soy Bethsabé, la prostituta indomable. La preferida de los hombres en Sudamérica. Como currículum no está mal, ¿ah? Algunos me envidian. Piensan: esta mujer los lleva al deleite sexual conocido como “los siete estallidos mántricos y el grito vernacular” o técnica “King David”. Fue mi tatarabuela la que le traspasó la técnica a mi bisabuela y mi bisabuela a mi abuela y a mi madre, soy testigo de eso, y de otras cosas, pero de ellas no hablaré en este monólogo. Mi testimonio, señores jurados, será breve pero no por eso menos intenso. Me han pedido que revele aquí mi técnica. Lo que diré estremecerá a todo el mundo. ¿Están preparados? No. No están preparados. Soy una prostituta reputada. ¿Conocen mi oficina? Está en Las Urbinas esquina Costanera, en un edificio muy de los setenta, de cuatro pisos. He curado a mucha gente de Providencia, pero también de Ñuñoa, Bellavista y Las Tranqueras. ¿Quieren saber cómo procedo? Les explicaré, pero antes les diré que curo especialmente la impotencia y la frigidez. ¿Les parece infamante? Hay ciertas cosas que no debería ni mencionar aquí. Enseño cosas a hombres tímidos y los hago florecer. En mi oficina desfilan pusilánimes y vencidos. He visto llantos y sollozos de poderosos. Todos nacemos solos. — 77 — benjamín galemiri Falso raccord benjamín galemiri La cuestión está en saber disimular. Alivio contra el desaliento sexual y la desmotivación sensual. Hay una técnica que despliego por la que me han difamado. Y encarcelado. Y vilipendiado. Pero ¿qué me dicen de los diecisiete senadores izquierdistas que vigoricé? ¿Qué me cuentan de los cuarenta y dos neo-marxistas a los que les endurecí ustedes ya saben qué? ¿Qué me pueden comentar de las veinte diputadas liberales de derecha que combustioné y salvé de la frigidez? ¿Qué me dicen de los cuarenta y dos ultraderechistas que salvé del fracaso matrimonial y les puse la pija enorme? Hice cosas por la democracia y no me fueron reconocidas. Ahora quieren condenarme. No los entiendo, verdaderamente. Hubo un alto funcionario estatal frígido y gruñón al que llevé por la senda del éxtasis mántrico y los aullidos eróticos. Por discreción, no lo nombraré. Pero no me presionen. Hay un general activo al que liberé de la impotencia. No lo denunciaré. No lo torturaré. Respetaré sus derechos humanos. Soy una neo-dama. Pero no me neo-provoquen. Es verdad: mi especialidad es la pequeña burguesía. Al proletariado no lo entiendo. A la burguesía no la capto. ¿Qué quieren? Nací así. Les contaré algo de mi técnica. No todo. Lo esencial lo guardaré. — 78 — ¿Le hace quite al sexo? ¿Nunca, nunca ha leído decentemente a León Trotski? Trague saliva, relájese, yo lo voy a orientar. Antes, tenga homeopatía. Cinco de éstas, siete de estas otras. Alivio, alivio. ¿No es lo que todos buscamos? Alivio de las inmensas y devoradoras culpas que cargamos durante todo el semestre académico. ¿Se puede congelar el sufrimiento? Angustia percutante en el bajo vientre, nada lo quita, está ahí, sólo que bajo la forma de una pesadez estomacal. No hay nada peor que esos cincuenta años de angustia tratados como gastritis. Todos tenemos miedo. — 79 — benjamín galemiri Les contaré avances de mi técnica. Es más o menos así. Estando a solas con algún cliente digo: hablemos. Eso. Hablemos. Usted estructura su vida y yo lo escucho. ¿Sabía que su iris me indica que nunca, nunca va a hacer fortuna, pero va a ser espantosamente feliz? ¿Ama usted a Bakunin, por ejemplo? ¿Prefiere leer la teoría de la liberación? ¿En su fuero interno adora el modelo social de mercado? Suéltelo. Suéltelo. ¿Entendió bien la reforma laboral? Sus manos me indican que pasa de un tema a otro con la misma frivolidad que un marinero de puerto en puerto. ¿Orina muy seguido? ¿Cuántas veces? Deme una cifra, no sea mezquino. ¿Cinco, seis veces? ¿Necesita comer dulces a toda hora? benjamín galemiri Todos estamos deshechos por dentro. Nadie está verdaderamente tranquilo. La zozobra. Tome. Beba. Beba. Beba. ¿Quiere que lo guíe, subsecretario? ¿Quiere que lo encamine, jefe de recursos humanos? ¿Está demasiado perplejo? ¿Le asusta ver mi rostro? ¿Quiere llevar mis bolsas de mierda a alguna parte? Usted me asusta con su expresión abominable, intentando hacerse el encantador. Usted no puede someterse a ninguna prueba de decencia. Las perdería todas. Perdone que sea tan atrevido. Usted me conmueve. ¿Le gusta John Cassavetes? ¿Se embriaga con The Sopranos? ¿Lee el Le Monde? ¿Está suscrito a The Economist? ¿Nunca pudo superar la pérdida de La Época? ¿Qué hace cuando está solo? Piensa. Piensa en las mujeres. En aquellas dos mil mujeres. Piensa en un neo-harem. Setecientas dos mujeres en una noche, ¿ah? ¿Eso desea? Sí, estaba atontado. — 80 — ¿Soy su progenitora? Soy una extraña. Usted quiso que le hablara. ¿Tiene dinero? Ponga aquí dos mil euros. Ponga aquí su integridad. Se pierde tanto al no estimarse. ¿No se va a abrir frente a su propio padre? ¿Tiene miedo? ¿Va a llorar? Dígame, ¿cuánto ha hecho sufrir? No digo a mí. Una madre perdona todo. ¿Pero cuánto ha hecho sufrir a su alrededor? Por ejemplo a su esposa. ¿A cuál de todas me refiero? Soy vuestra madre. Témame mucho. Hable. Eso. — 81 — benjamín galemiri Piensa en el placer de una isla secreta no propia. Piensa insensateces. No piensa nada noble. Su cerebro bombea como una máquina vieja. Usted es el ciego. Usted es el anciano. Usted no reacciona mientras le hablo. Yo soy su hermana. Su amiga. Su madre. Usted me necesita a su lado. benjamín galemiri Hable de vuestras codicias. No alce la voz frente a vuestra progenitora. ¿Quiere llorar? Llorad. ¿Quiere hacerse caca detrás de las puertas? Hágase caca. ¿Quiere masturbarse día y noche? Mastúrbese, utilice las cortinas de seda de vuestra tía Daliah para fregarse la cosa, si quiere. ¿Quiere ver tres mil horas de deportes con los dedos en las mucosas? Hágalo. Bendecidos sean los que hacen lo que hacen. ¿Quiere faltar al trabajo cuatro meses, un año, tres años? Lo entiendo. Lo mantengo. ¿Quiere ser comprendido? Comprendo. Comprendo su desgarro, desnudo, con ese barullo de sentimiento cercenándole la garganta. Tan aislado. Que la acción responda a la palabra. Que la palabra responda a la acción. ¿Tiene un corazón cascado? ¿Un fogoso espíritu? ¿Se siente turbado? Acometa. Deléitese. El día, la noche. Los días. Uno primero. Después el otro. El abismo final. — 82 — Nunca. ¿Se ufana? Carroña vieja. Su fisonomía. Su sello. Traspasar los límites. El vicio. Su verdadera imagen. Ésa es la que aman. Infestado de mediocridad lo desean. Con sobrepeso lo anhelan. Calvo, turba. Flojo, excita. Diputados con bajas votaciones se sobrecalientan conmigo. Hago que ministros despedidos mojen a las damas. Enseño a generales en retiro a hacer babear a sus amantes. No sean otros. Sean los que son. Desgarros del otoño. ¿Aceptarían una ganancia ilegítima? — 83 — benjamín galemiri No me diga su nombre. No me hable de su árbol genealógico. Es usted a quien busco. El mismo que se oculta tras su prudencia. ¿Sondeó su melancolía atroz? ¿Tomó sus tabletas, como un cumplido caballero? ¿Quiere ese bistec? ¿Qué grasa? ¿Usted, un diabético? ¿Usted, con colesterol? benjamín galemiri Sus lenguas traposas. Sus sentidos desdibujados. ¿Qué buscan? Una mujer que lo chupa toda la noche es una mujer que busca. Busca y no encuentra. Hurguen. Hurguen. Beban de vuestro vino Cánepa cabernet sauvignon viña emergente. Húndanse en un salpicadero. Profundo. Vuestros sentidos estallan. Vuestro corazón se desvanece. Digamos las cosas frontalmente. Fui una hija rebelde y contestataria. Con extraños instintos parricidas no consumados y uno que otro desliz edípico-erótico no declarado. Recuerdo claramente que durante treinta años deseé olímpicamente a mi padre. Y odié a mi madre. Hasta que un día los vi tal cual son. Una cobarde y un pusilánime. Desde niñita era capaz de palpar. De presentir cosas. Y me detestaba por eso. Claramente yo quería, así como la mayoría de mis amigos, no sentir más que vaguedades. Intrascendencias. Sin embargo estaba formada para explorar emociones intolerables que me dejaban exhausta al borde del camino. Tampoco se imaginen que era una persona demasiado especial. Sólo que sencillamente esas cosas me pasaban sin la participación de mi voluntad. — 84 — En suma, seré más una adolescente aproblemada que una niña común y silvestre. Probaré de todo durante mi primera juventud. Incluso cambiarme de religión, lo que liquidará anímicamente a mis padres. Y no me dejará de alegrarme un poco, puesto que porto un considerable resentimiento de origen bastardo contra ellos. No me odien gratuitamente. Déjenme entrar a explicar. Sucedieron en mi vida en aquel período infausto cosas un tanto oscuras de las que me ocuparé un poco más adelante. No quiero distraerlos del nervio esencial de la narración. ¿Los estoy insultando? Díganme. Esta historia de principios, de erotismo frustrado, de paternidad equivocada, ¿les provoca náuseas? ¿Qué clase de prestigio estoy intentando erigir? Es cierto que yo sentía mucho, pero no hice mucho. Más bien fui avara a la hora de las ejecuciones. Pobre en mis obras. Me bastó quizás haber probado la angustia y la ebriedad hasta ese extraño y atontador límite. ¿Me comprenden? Espero que me sigan. Hay algo gracioso en este relato. Todo comienza el día en que intenté ahogar a mi mejor amigo sólo para borrarle su pequeña dicha, esa especie de repugnante felicidad burguesa. Mientras yo sea desdichada que nadie ría a mi alrededor. ¿Tienen miedo de que ésta sea una maldita historia de amour noir? No teman. Desfilarán todos los géneros y estilos en este monólogo. — 85 — benjamín galemiri ¿Me están siguiendo, señores del jurado? benjamín galemiri Y se reirán también. Pero también llorarán. Vanidad de vanidades. Un hombre recitando el Eclesiastés. ¿Lo tolerarán? Es una linda historia después de todo. Y terminó muy mal. ¿Quieren saber qué pasó? ¿Quieren hacer saltar vuestros sentidos? Vengan a ver lo que les cuento. Revivan conmigo aquella época preciosa de mi vida. Piensan que la cercanía de mi edad madura me ha debilitado. Eso piensan. Feo es lo bello. Y lo bello es feo. Y eso no lo entienden. Recen. Aprendan. Sigan la teoría de la liberación y serán libres. Una mujer de clase media predicando el neo-marxismo. ¿Lo aguantarán? Les diré una sola cosa. No fueron mis acciones justas y resplandecientes las que destacaron, sino mis ideas negras y carbonizadas de odio y bobo resentimiento. Yo temí. Y sufrí. Fui vana y descreída. ¿Cuál era el tema que nos unía? Mi nacimiento. La corrupta historia de mi génesis. — 86 — ¿Es demasiado melodramático lo que les cuento? ¿Too sad? Lo hice por el bien de la historia que nos ocupa. ¿Soy de la clase de personas de la cual todos huyen en las fiestas, en las ceremonias, en las firmas de los tratados? A lo lejos, una agria como yo se distingue. No pueden negarlo. Tiene sus pequeñas ventajas. Como llevar una aureola de la cual no se puede escapar. Déspota. Hablemos de eso un rato. No creáis que me importa esta situación. Pero tengo razones para detestar este mundo. ¿Soy una buena madre? Después les hablaré de eso. Ahora, señores del jurado, ¿quién es más culpable? Decidan. ¿Les cuesta tanto? ¿No les dije que les haría hacer saltar lo sentidos? ¿Vieron que mi encendida historia los salvó de la impotencia? Ya saben, Las Urbinas esquina Costanera, estacionamiento propio. Hago precios paquetes a coaliciones y alianzas políticas. — 87 — benjamín galemiri No es que quisiera mantenerme en ese repulsivo líquido amniótico, flotando como una ballena bebé. No. Sólo quiero que reflexionemos con frases cortantes y despectivas acerca de todo un poco. De lo que es el sexo, el principio, el medio y el final. ¿Acaso me detestan? benjamín galemiri Incluso puedo tratar a candidatos de centroizquierda y centroderecha al mismo tiempo por un solo precio acordado. Soy Bethsabé, la sanadora sexual. Soy Bethsabé, la indomable, candidata a sanadora sexual, perdón, senadora sexual por la Región Metropolitana. Con mi técnica, primera mayoría nacional fija. — 88 — (poesía de aventuras) “Contemplo a los marineros del mundo... ¡Esperan en Valparaíso!”. Walt Whitman I Ese hombre mortal debe alimentarse ahora sobre la criatura que alimenta su lámpara Y –como Stubb come su propia luz– Ahab escupe noche a noche la sombra de sus fauces II Llámame Ishmael. Hace años –nunca sabremos cuántos– la blanca nadó en torno a la Mocha como encarnación de todas las agencias malévolas Y algunos profundos de entonces sintieron que podían comer de ella sobre su propio cuerpo y hasta dejarse la vida olvidada en mitad de su estructura III Melville había prometido a Bentley que el libro estaría listo ese otoño, en la expectativa de lo cual se le envió un anticipo de 150 libras inglesas IV Todos los demonios de la realidad y del pensamiento, sutiles, navegan dentro de Ahab loco visiblemente vuelto el mismo Moby Dick Animal blanco donde debe ser negro — 89 — antonio gil Mocha Dick antonio gil el trazado de la estela escribe con Cap Horniers desde las Molucas hasta Siete Espejos en mitad de la nada ¡con un fusil y dos pistolas! ¿Cuál es el momento de olvidarnos de nosotros mismos? El sol implacable, las tormentas seguidas de la más pasmosa calma (Las Tempulkalwe, representaciones de viejas mujeres transformadas en ballenas, trasladan el alma de los muertos hasta la orilla del “mundo de abajo” El sitio donde se reúnen las almas está en Isla Mocha en un lugar denominado Ngülchénmaiwe) Y es por entonces que carga sobre su joroba blanca la suma de toda la rabia y el odio de la tribu de Adán Y tal hubiese sido una bombarda eyaculó sobre ella su corazón Y entonces la nave gimió y se zambulló pero tiró firmemente hacia el infierno más y más, en la oscuridad del mar V Y el Pequod la acometió tripulado de salvajes con el fuego de su propio cuerpo incendiado un cadáver hundiéndose en el gozo Y a cada echada de la nave había una echada de aceite que hervía VI Es misterio el mar sobre las tumbas macho — 90 — VII El humo sube en rondallas y bajan los cordajes al fondo cuando los chinos enarbolan Y así fue narrado en la oscuridad dándose un caprichoso trabajo pensativo – soñando y soñando su cama de sangre sobre el agua VIII Para aquí, hay millones de cortinas y de sombras mezcladas, el relato soñado y alimentado de su propio aliento IX En lo alto, como un zar real y rey y como novia prepara el destino en la línea del horizonte un movimiento suave –visto aquí en el ecuador– muestra la confianza con que palpita el aire la cariñosa alarma con que la novia pobre ofrece el pecho X La escotilla librada de la tapa regala ahora un hogar ancho Y por allí el epílogo perdido. Huyen torbellinos de prosa dispersa Humo espuma ¿Son estas cenizas la ciudad destruida de Gomorrah? ¿Y estos arpones cruzados y pecesespada enseñas de sus tabernas? — 91 — antonio gil los osarios de cucharones y huesos de arponeros, calderos, cuencos, toneles, el lecho nupcial visto en sueños mientras silba la grasa de ballena en los potes y se encrespa impaciente por saltarnos a la cara antonio gil XI Llámame Queequee – hace años – imposible contarlos dieron en Guafo con aquella que traía un barril de arenques en el vientre y un libro de epílogos: buenos unos otros malos, como los hombres que suben con frecuencia a los mástiles para ver si logran avistar un cachalote (el primer descubridor caza un ducat para sus dolores) De eso trata el destino: del epílogo y del trueno irregular, magnífico sobre el cielo de Nantucket En mayo de 1839 el Knickerbocker Magazine publica el artículo firmado por Jeremiah Reynolds Lee Melville en su abrigo de plumas / Mocha edredón de aves carniceras. 38º 28’ sur a lontananza Timor Tom y New Zealand Jack los surtidores que inspiran epílogos – expiran vapor ensangrentado XII El texto que se viene en colmillos va también en las sombras de Carlyle y de Shakespeare cernidas sobre el Pequod XIII Melville capitanea entonces el motín al grito de ballena de Chilian todavía marcada una vieja tortuga la prosa llana sobre sus flancos y la cola, tesoro o dote de la reina, tuerce y retuerce su reclamo “El predicador, de rodillas, rezó con tal devoción que parecía un hombre arrodillado y rezando en el fondo del mar” — 92 — Emerge el corpus en sus últimas aguas Melville Jonas life & works (estas naves no deben intercambiar solamente el granizo) ¿Un romance de aventuras fundado sobre ciertas leyendas salvajes? ¿O la epopeya publicitaria de las industrias meridionales de las ballenas de esperma? Emerge gran masa libresca jorobada Y ese hombre mortal alimenta con fuego el aceite de su lámpara un néctar desde la Posada del Dragón en el distrito de Essex hasta la abadía de Saint John cunden las murmuraciones: (La ausencia de un epílogo, pues de aquello se trata, de un epílogo explicando cómo sobrevivió Ishmael a la destrucción del Pequod, el mismo que fue omitido inadvertidamente de la edición de Bentley llevó a muchos críticos británicos a condenarlo por no dejar a nadie vivo para conducir la narración en primera persona) Huraña soledad Constelación de Cetus en las borrascas del Pacífico XV 10 de septiembre de 1851. El trabajo enviado recibió varias reseñas positivas pero vendió mal y aceleró la caída de Melville El humo rodó lejos y la nave gimió y se zambulló tirando y tirando con fuerza hacia una oscuridad donde el material impuro se unió estrechamente a la materia fina quedando ligados para siempre Es para crear esa grandeza que se dilata obsesionadamente — 93 — antonio gil XIV antonio gil Es con el sólo fin de provocar una densa sensación abrumadora que la enorme masa se desarrolla con caótica precisión hacia el infierno Mocha 38º 28’ sur lecho de plumas tibias XVI Lotería Universal ¿en qué echadas de la furia fueron empujadas las palabras astilla o viruta o mamífero? ¿Para crear qué morosidad la masa se refrena y se dilata? Sí, Borges, Melville tenía –como Coleridge– el hábito de la desesperación El cuadro representa al Cabo de Hornos en el huracán; la nave medio hundida allí con sus tres mástiles desmontados y apenas visibles y una ballena exasperada cargándole por estribor y lanzando un furioso chorro. Primeras materias: cuerdas torbellinos y embestidas. Cloruro de oro y alquitrán (Mientras la ballena está flotando en la popa de la nave cortan su cabeza y la remolcan tan cerca de la orilla como pueden) Y como Coleridge traía una botella de láudano Melville se traía en el ADN la gran ballena una pesadilla escrita en su genética XVII Fragor, ellos ven pasado presente y futuro por ese catalejo: Digamos nuevamente que Cetus es el monstruo que vive en la región marina de los cielos En 1603 el cartógrafo Bayer registró en ella la estrella Mira como de cuarta magnitud tras unos meses su luz desapareció misteriosamente volviendo a verse sólo un año después En tanto Bayer bebía — 94 — con la pupila En 1779 casi alcanzó la magnitud 1 brillando tanto como Aldebarán en Taurus a 220 años luz Memoricemos que las ballenas grises pueden recorrer distancias cercanas a las 7000 millas Las ballenas jorobadas cantan canciones que pueden ser oídas a cientos de kilómetros Nada rápido y en silencio pero pierde aire y fuerza a medida que sus predadores la alcanzan como un arpón el plano del Ecuador atraviesa a Cetus escrita sobre abismos XVIII (La crítica sólo descubriría Moby Dick hacia 1920) Pero la biomasa total se mantiene casi constante Hay un flujo cíclico de materiales de vieja a nueva vida y existe un flujo irreversible de energía de la luz solar captada — 95 — antonio gil el cielo antonio gil hacia calor disipado Mocha nido de arena XIX Llámame Ahab, hace muchos años fui patroneado por el diablo en unas escrituras húmedas y pringosas por los mares del mundo Secreta esa historia una resina o luz roja por sus poros Mocha madriguera menudencia de pájaros XX Llámame Jeremiah Reynolds – hace años – inútil sería hoy contarlos puse sobre el pliego esta mancha de brea Dios sabrá a silbo de qué se convirtió en restos náufragos y en fatalidades una simple historia garrapateada por dos dólares cincuenta Reynolds escupe la luz y come a dos manos más negrura mientras habla ladeando la cara para evitar que el viento lo obligue a tragarse sus palabras: El de caleta Chome se acodó en la mesa y cantó con los ojos y con los nudillos y con las uñas (el otro se limitó a acompañarlo batiendo dos cucharas) Evansy Bull fue poniendo al galés y al bretón la historia que aullaba el chileno del Essex y fue asintiendo y dando por verdad todo cuanto éste cantaba alumbrado por noventa céntimos de spirit — 96 — Las palabras se iluminan de una luz cetácea y bajan a los piques para subir tiznadas por la nieve de Anaxágoras XXI Esta noche –y por un instante fugaz– la taberna de la calle Benefit junto a la vaquería de Smokey Robinson se convirtió en el secreto corazón del mundo Mocha silencio duro cofre herrado chispa del precámbrico perol jofaina rebosante XXII El silencio besa la huella de la gran ballena Y el Mamotreto surge y se sumerge aparece y se sume en su propia inmensidad descuadernada XXIII Mocha luz fósil estrella de los avistamientos pajar tizón daguerrotipo del diablo XXIV (Mármol a la sagrada memoria de JUAN TALBOT quien a la edad de dieciocho años fue perdido en las aguas cerca de isla de Desolación, en Patagonia, en noviembre de 1896) — 97 — antonio gil (Por la lámpara tuve que pagar seis centavos extras) antonio gil XXV Algo del mar y de la sal con todo rezagado en la lengua el viejo mezcla rezos y juramentos con frases domésticas de antaño en su jarabe XXVI Tomó Reynolds esa noche doble ración de Scriptural XXVII Se encomienda el texto entonces a la matemática de los milagros aguardando el escriba en la playa a que las tinieblas hagan su descargo non sunt multiplicanda entia praeter necessitatem Los entes no deben multiplicarse innecesariamente (La Navaja de Occam dice que las teorías que usan menos postulados son intrínsecamente mejores que las que deben usar más para explicar lo mismo) XXVIII ¿Por qué el poeta pobre de Tennessee –tras la recepción repentina de dos puñados de plata– delibera si comprar una capa, que él necesita tristemente, o invertir su dinero en un viaje pedestre a la playa de Rockaway? ¿Por qué cae sello empujándolo a esa orilla remota? Pregúntenselo a Melville señor – ningún hombre en la flota americana del espermaceti ha hecho tantas capturas como él ni otro luce tan satisfecho con tales aventuras salvajes — 98 — La fama continuó engordando y evadiendo diestramente cada tentativa de plantar un hierro debajo de su aleta hasta que su masa se mezcló naturalmente con el argot de los cazadores del Pacífico – (tanto como lo haría después el Mamotreto con la jerga literaria de Cambridge) XXX ¿Alguna noticia de Dick? Hasta cuando iba armado con el arte completo y había redondeado el cuerno del Cabo para allegarse al estaño por una ginebra el diestro sonreía bajando la cabeza XXXI A estas alturas Reynolds se acerca a las dosis mortales Y como si su pecho hubiese sido un mortero estalló la cáscara de su corazón caliente sobre ella y todas las ondas rodaron como volutas y se hizo un silencio y el jet plateado fue visto lejos – Allá – en aquel sitio solitario y tembloroso donde los argumentos aparecen y desaparecen XXXII Hosca soledad ¿de qué se trata realmente Moby Dick? Nadie parece haber llegado a saberlo ¿Cuál es el personaje que conduce el relato? Otro misterio que el epílogo no ayuda a despiojar — 99 — antonio gil XXIX antonio gil XXXIII Turkey, Nippers & Ginger Nut –mis amanuenses– sentados en fila cada uno con su plana esperan transcribir la voz atónita de Owe Chase el único librado de la escabechina Azadones, gubias, limas, escofinas, escoplos, tenazas, azuelas, espejos, yesqueros, pinzas, navajas de afeitar XXXIV Mi querido Hawthorne el aire claro y la ventana abierta me invitan a escribirle Aunque cansado con el largo retraso de las prensas y disgustado con el calor y el polvo de ladrillos, mantengo mi palabra: su cama se hace ya y la leña está apilada junto al fuego XXXV Del ego te del baptiso no en nomine – ése es el lema secreto del libro que se cocina en el infierno XXXVI Naves que dejan la isla pusieron sus cartas en el barril donde naves que vienen a la isla podrían tomarlos Éste era un tipo de correo, y todavía existió en 1932 jadeó el contramaestre dejando su arpón sobre la chimenea Buenas tardes señor Melville XXXVII Tirabuzones, agujas, raspadores, espumaderas, garlopas, chinchetas, sierras, clavos, ropas, espátulas, botones, frascos, percales, guadañas, — 100 — Mocha jergón / Eubalaena glacialis XXXIX Llámame Pequod. Hace siglos fui botado al mar con este mote de piel roja y las viejas cubiertas usadas y arrugadas (como la bandera-piedra peregrino-adorada en la catedral de Canterbury) aún me pertenecen Esas roldanas funcionaron mira no a través de bloques de madera sino sobre poleas acanaladas de marfil marino un arte noble Y los foques, recuerda capitán Peleg, amurados contra el bauprés fueron un día el traje de una princesa acometido por todas las manadas del mar asediado y maltrecho me arrodillo ahora sangrando al fondo del tiempo Yo fui el tótem barnacla ganso canadiense thorkill-merluza XL Los estudios muestran que los cetáceos, en el extremo de la cadena alimentaria, concentran cantidades importantes de contaminantes tóxicos de todo tipo, pesticidas, compuestos organoclorados y metales pesados –musitó Melville haciendo crujir el papel frente a mis ojos Caray señor Melville veremos forma de remediarlo Algunos recurren al libraco para conocer sus profecías — 101 — antonio gil XXXVIII antonio gil Otros para defecar cabeza gacha en sus despojos agregó con pesadumbre el viejo – arrojando lejos el pliego chamuscado XLI Ese hombre mortal debe alimentarse ahora con la sombra que excreta su libro y resistir sobre el cadáver de su propia lámpara náufrago de sí mismo ahogado de humores desbordándose de hiel y de saliva pervive la escritura fantasma XLII ¿Almeja o bacalao? ella repitió. ¿Almeja o bacalao mañana para el desayuno, hombres? se exaspera la señora Hussey Con café de guisantes XLIII Se acaba el universo y la época de las mareas: Reynolds duerme su sueño horrible embotado de Euroclydón Melville con su cigarro y sus ojos españoles lee el folletín que trae las aventuras de Mocha Dick El Leviatán de las costas de Chile y entrevé las colinas boscosas y el gran epílogo debatiéndose entre los botes que empujan con furia los reseñadores del Herald y del Guardian Caramba Herman no son horas le susurra Némesis desde el descanso de la escala Pero quizá la travesía mera de Siberia en un trineo dibujado por los perros como Ledyard o una caminata solitaria por el Tártaro fueran menos aventura que las mil maromas chilenas vividas por el Essex — 102 — XLIV El artefacto narrativo –pasta dura con camisa y solapas– no lleva a bordo más salvavidas que un catafalco XLV Del Five Coins en Seattle hasta el Bar Lily en Quellón la historia se dilata y pierde fuerza a medida que sus predadores la alcanzan escorbuto erisipela disentería viruela de gacetilleros dominicales encarnizados sobre el lomo de su alma XLVI Mocha – árboles en invierno – corazón arrancado de raíz en el bosque XLVII En este palmo de silencio entra Melville tambaleante de Metaphorazina Dios de qué me he perdido XLVIII Temblando — 103 — antonio gil a la cuadra de Tirúa – y se embebe de aquellas ventosidades y salpicaduras ignorando el traqueteo del American Waltham ascendiendo la cuesta del amanecer en su bolsillo antonio gil como un incunable entre las llamas –diríamos– pasa la gran nube blanca por el horizonte alto el jet plateado allá lejos en aquel lugar deshabitado donde los argumentos se disparan Por todas partes está el ronquido seco. No un sonido, exactamente, sino una frecuencia, una longitud de onda desatada IL Jeremiah Reynolds cuentos baratos literatura de cordel L En estos últimos usted ve solamente a marineros pero en New Bedford Ciudad – criada los caníbales reales están parados de charla en las esquinas francamente salvajes Vaya y mire la mansión alta y cercada de emblemáticos arpones de hierro está allí a la vista y su pregunta será contestada Sí, todas estas narraciones valientes y jardines floridos vinieron del ámbar gris y cada quemadura de la noche mide su dolor en nadadas de espermaceti Así entonces en la luna de nuestro corazón amamos la muerte pródiga un perfume astral brisa de las Molucas — 104 — y guardamos con celo los regalos del harpooneer / una erupción de osos la poción de ginebra y melaza Hurra muchachos ahora tendremos noticias frescas y carne de Melville ¡Bulkington! ¡Bulkington! ¿donde está ese maldito carnicero? LI No es Melville es el combate artificial de los cuatro elementos principales quien llama a la puerta: el vendaval la medianoche el óxido la pálida LII Queequeg natural de Kokovoko una isla lejos al oeste y al sur ¿la suciedad de una mosca en la carta del almirantazgo o el mero afán de malograr la tersura del Pacífico con una roca oscura? Bueno pues ese hombre mortal debe alimentarse ahora de su propio cuerpo tumefacto cubierto de su alma como salsa de barbacoa se arrebuja en este patchwork y reza con la devoción de un buzo LIII Entonces otros hechos que nadie pudo prever — 105 — antonio gil mangles antonio gil progresaron hacia su propio clímax Se enciende la luz testigo y el cielo enrojece Escrito a regañadientes el versículo da cuenta de un trip tras la ballena albina por las costas de Chile en el otoño de 1821 Mocha huesos del amor cobijo de fantasmas LIV La sangre mecanografiada y matasellada en Nuku Hiva Pamilacan o Lamalera llega al río de la literatura en su ciclo menstrual Melville escudriña los apuntes en el pupitre del servicio de aduanas como algo oculto bajo veinte centímetros de hielo Mammoth & Elusive ¿Nadie recuerda ya el islote Henderson pedregal de calaveras? el viejo atiborrado de ninfetamina mira el frasco a contraluz formas masculinas y flujos viriles algo lejano en la profundidad de su corpus libresco hiede musgos líquenes coagula — 106 — y él cristiano sólo se ama en Dios tras el vidrio empañado de su aliento La fosforescencia la irisación la cuadratura de la noche el vaivén de la tierra en el firmamento nada sólo el libro la novela sagrada LV Mocha Dick solución transgénica LVI Juez, entonces, ¿a qué cuchitril de la furia fueron impulsadas las mentes de los cazadores nadando fuera de sí? El ujier pálido ahora lo veo. Él sacaba el polvo de los viejos léxicos y las gramáticas con un pañuelo Él amó sacar el polvo de sus viejas gramáticas y recordar a Melville sentado allí en la sala de los engendros CETUS, Latino. WHOEL, Anglosajón. HVALT, Danés. WAL, Holandés. HWAL, Sueco. BALLENA, Islandesa. BALEINE, Francés. BALLENA, Español Por el borde del cubilete las ondas calientes se ruborizan como el vino — 107 — antonio gil La gran ballena nidifica en su resuello antonio gil LVII Mocha Dick hipertexto hiperplagio materia fantasmática LVIII Mocha miente sobre la costa de Chile Su clima es suave, con poca diferencia perceptible de la temperatura entre el verano y la estación del invierno lee Melville en mayo de 1839 torpe papel salvado de la estufa La helada es desconocida en las tierras bajas, y la nieve se ve raramente uniforme en las cumbres de las montañas más altas LIX Mocha ouija ponedero liber mutus LX ¿Quién sale trastabillando de la niebla como de una ensoñación? ¿Algunas damas el poeta pobre de Tennessee con su capa nueva los muertos los olvidados los perdidos los que leen en silencio moviendo los labios? Ricoeur imagina el texto como un objeto: puede verse desde varios lados pero no desde todos los lados a la vez, farfulla el ujier montado en aquel tonel que lo mantiene a flote en su negocio Entonces fue que el capitán – cruzando los dedos vio hacia el este y hacia el oeste y hacia el norte pero se olvidó del sur — 108 — como una exhalación (ésta es la única letra de todas las canciones – sirenas del mar de Suva) Lotería Universal ¿de qué echadas de la furia brotó la palabra conífera? Esa puerta de pino flota ahora en la inmensidad y se golpea abriéndose y cerrándose sobre tu salvaje comité de bienvenida — 109 — antonio gil Y por ahí Moby Dick que es Tempulkalwue – la blanca una de las cuatro ballenas que se llevan a los mapuches muertos a la Mocha rafael gumucio El castellano En castellano no hay nada neutral Es de noche pero no es la noche No es la noche contra la cual Escribía la palabra noche En otro idioma Es invierno porque hace frío Y hay verano también y eso es todo Eso y una gran facilidad que me desarma A mí que no me es fácil escribir En ningún idioma En castellano ni siquiera puedo culpar A la lengua de mis errores Y no hay esas palabras antes de decir Nada Ni nadie nunca se ríe sobre mis hombros Es la lengua que me esperaba Donde mis errores no se equivocan Tanto En castellano no hay descanso — 110 — Pienso en inglés Aunque no sepa inglés Pienso en Vancouver Al oeste de Vancouver Cuando hay dos grados de temperatura Pienso en inglés y no digo nada En el pasillo En el inglés mío Que es tan bueno Que no habla Pienso en inglés a veces Como si me hablaran al oído En una biblioteca En un mal colegio Frente a un auto estacionado Subo la escalera Y miro las nubes grandes Unidas como un pedazo Separado de otro pedazo Pienso en inglés Y mientras no me traduzco Nada se aferra Como en Vancouver Antes que caiga la noche Sobre el lado oeste — 111 — rafael gumucio Vancouver rafael gumucio La mierda Esclavitud de mí mismo Contra mí mismo Cuerpo mío Deformidad en que me reconozco Territorio por mis heces delimitado Pájaro que agita las hojas Sol que cae Recuerdo vivo Dolor temblor miedo Que a mis tripas se abrazan Mierda que todo lo sabes Olor que me devuelves perdido Espasmos vía crucis La cadena el cielo Todo mi peso por el caño Ido Heme aquí Sentado sobre mi huella Que dejo que he dejado que dejaré Por miedo a perderme En una ciudad extranjera Buscando un baño Una salida — 112 — De tu cuerpo no salgas Nadie en la playa de la Barceloneta Lo comprará a su justo precio Siempre rebajado a sus miedos Verán el detalle en tu rodilla La doble papada Muchas palabras Muchos gestos en las manos te verán Y ese pelo hereditario Y esa mancha al final de los dedos Y el sol que parece perdonar a la arena Las rocas en el mar El propio mar Verán todo eso A ti no te verán Que sólo caminas por la costanera Los ojos cerrados Tan libre tan entero irrestible Realmente verdadero Intransable a cualquier mercado Ni un pedazo de ti puedes regalar Ni regatear siquiera un beso Hijo de Dios Frente al chiringuito Bailas mal las melodías ajenas Para que te vean Y ése es el problema Te ven Y el sol cae sobre ti De tu cuerpo no debiste salir Te lo dije ¿Cómo ahora en él entras De nuevo? — 113 — rafael gumucio Playa de la Barceloneta jaime huenún Tsé sungun E fablan lingüa bárbara, vuesa merced, como cogida del rayo, torcida reciamente al modo de las frondas en tierras de espesuras. Non caigo en el sentido desta idioma de árboles, áspera como pellejo de merino soleado. ¿Será de faz montuna o dirá piedad e amor? Non creo sea fácil darlos al catecismo sin convertirlos antes al acento espaniol. Verbigracia, excelencia: los niños parturientos ploran como entre nos, mas los cuncos mayiores al tiempo de penar gimen, claman sus dioses con voces de graznar. Quitar habré de cuajo el cordón desta idioma y entrañaré en sus testas el Alma y la Verdad. — 114 — ¿Quién fabla, quién susurra sobre el puente anublado por las aguas? ¿Quién gime entre las piedras como un crío reñido y azotado por el padre? Piedras que del tigre tenéis sangre ¿por qué vienen a mí las feas almas de los yndios atronados por mi roto arcabuz? Sin estrellas queda aquí mi sombra picoteada por los traros y las águilas del monte. ¿Dónde el capitán al que seguía sobre el barro y en la lluvia deste infame bosque interminable? Corona de torrente mi Dios queda, mirando aquesta daga mellada por la sangre de los cuncos en el Sud. — 115 — jaime huenún Puente de las piedras tigres jaime huenún Los viajes, las vigilias 1 Izamos la bandera de la nieve en nuestros huesos, –las estrellas de la muerte río arriba– y caímos al barranco. Fuego hicimos, blanco fuego en la noche aullante de las piedras. Cómo te llamas, río. Cuál es tu nombre, árbol. Dónde te mueres, viento. Escuchan los caballos ahora el rumor de nuestra sangre en el sueño. Mañana uno de ellos caerá bajo el hacha de nuestra hambre. En la roca lucirá su cráneo como un sol diminuto en el limpio amanecer de las montañas. 2 Detengamos por fin nuestros pasos frente al mar que es la sombra extendida de las verdes montañas. Partamos con calma el pan de la mañana, bebamos sin apuro la sidra avinagrada por el sol y los caminos. No somos extranjeros en la patria de la arena, no somos extranjeros en las costas de la luz. 3 Entonces fundamos un pueblo. Las barcas iban y venían — 116 — 4 Me dieron la tierra roja y oscuros bailes y cantos para despertar. Mi tierra, la cuenca vacía de los dioses, las playas de greda ante el furor del sol y montes quemados en la raíz y el aire. Aquí las piedras labradas desde el sueño. Aquí palabras ocultas bajo el viento. Mi tierra, andándome con cardos y pastores, hundiendo su luna en mi mirada. Nada más allá de mi mirada, nada sino la ceniza — 117 — jaime huenún cargadas con peces sin nombre. Olvidamos para siempre la nieve, las monturas, el afilado viento de las serranías. Abrimos ventanas en las piedras para respirar el cielo desnudo de la medianoche. Cuál es tu nombre, estrella sin luz. Dónde te ocultas, pájaro sin trino. Las fogatas ondulaban encima de las rocas para recibirnos. El jardín estaba lleno de almas cortadas, de pájaros que buscaban en la hierba un poco de aire. Esta aldea se llama Clemencia. Aquí las mujeres se hunden en los ojos de los perros silvestres. Miremos a los niños trepar los árboles parlantes, contemplemos sus sombras que iluminan nuestras sombras al atardecer. jaime huenún que el oleaje deja a las rocas y a los bosques frente al mar. Mi tierra, el salto de culebras de espesura abriendo la neblina en los juncales. Mi tierra, los muertos en el arco del conjuro bailando y delirando bajo el sol. Mi tierra, la danza, el lento apareo después de la embriaguez. — 118 — Cisne de mí, negrura de mi cuello que oculto bajo el cielo de las aguas turbias hundido el corazón, perdido el canto, lejana la bandada, de mi sangre sangro. Solitario soy la herida de la noche, la luna me congela el corazón y el sueño, las estrellas caen y queman mi plumaje, sobre el lago pardo respiro y amanezco. Escuchad, hermanos, al mar entre los árboles, la inmensa soledad de las oscuras olas, escuchad el trino del sol bajo las piedras, la voz de los yacentes viajeros de la tierra. El día que comienza en los castos nidales, el día de totora, de barro y transparencia, será para doblar mi cuello en herbazales, será para rendirme a la mortal belleza que me trae el viento de las altas montañas, la neblina verde que crece y se dispersa, el silencio de oro de la tarde en la arena el vuelo de los míos sobre aguas eternas. — 119 — jaime huenún Cisne de mí jaime huenún Ül de Tripayán Salíamos de noche y llegábamos de noche. La luz era mi sueño arriba de los ulmos. Andábamos sin rumbo en la luna del agua, huyendo de los pumas y los zorros rabiosos. Quitábamos los troncos a la tierra quemada para que germinara el trigo de Castilla. Mi padre era un hombre con el sol a la espalda y una prenda de plata guardada en el bolsillo. Cazaba a los conejos con un palo de quila y enterraba sus tripas rogando a las alturas. Marchó después de viejo a los montes oscuros haciéndose silencio y sombra con rocío. La casa de los pobres se llama cordillera, se llama acantilado que termina en un río. La casa de los pobres es viento que se lleva bandadas de choroyes a los campos floridos. — 120 — Aura de las Aguas, Elías Huenún, Ezequiel enterrado en los llanos de Osorno. Todos mis parientes aferrados a las llamas, bruñidos por el oro de las hechicerías. Te diré, hijo mío, que soñé con Herminda. Venía ella a buscarme vestida como novia. Vamos, me decía, allá donde yo vivo, todo es tan bonito y no me falta nada. Después se me allegaron unos niños oscuros, la cara me escupieron entre sueño y vigilia. Un tiuque hizo su nido en el techo de alerce, mi nieta lo espantó con agua y sal batida. Aura de las Aguas, Elías Huenún, acérquense a la tierra que arde por las noches, al pozo, al gallinero, a los blancos manzanos, al ruido de cadenas chocando en los cimientos. Mi casa levantada sobre el oro y la plata, mi casa construida sobre fuego y miseria, mi casa iluminada por caballos fantasmas, mi casa abrió su puerta a la muerte y al alba. Ahora es Francisca Huenún la que yace mirándome entre flores y cirios encendidos. Afuera los parientes caminan y se pasan de mano en mano el vino, la carne, las palabras. La madre de mi huerto se va con la mañana. La siguen los cerezos, los sauces, las campanas. La madre de mis sueños, pequeña y enterrada, me deja como herencia su sombra fatigada. Te diré, hijo mío, que he visto sabandijas bajando de mi cama apenas raya el día. Por eso me hago cruces de fuego y de ceniza y santiguo mi frente con agua y sal bendita. Aura de las Aguas, Elías Huenún, — 121 — jaime huenún Entierros jaime huenún Catalina, Zulema, Carlos, Margarita, todos mis hermanos nombrados noche a noche en la tierra y el eco de montañas perdidas. — 122 — No hablaré de mi sino de las inundaciones de mil novecientos cuarenta y dos. Bramaban sin parar bueyes perdidos en las lomas. Abajo el trigo se anegaba, los cueros de toruno, las herramientas de José. Pasaban botes tras los corderos ahogados. Era de noche, el candil a parafina y los gritos de los boteros pidiendo socorro. Toda la luz bajo las aguas, mi Dios. Nosotras llorando, los hijos en las camas, el viento en las copas de los álamos. Zulema, Zulema, Víctor, Víctor. El agua cimbró los cimientos toda la noche –Santa María–. Más abajo sentíamos los rugidos de la bestia, el culebrón que se cebaba con los cerdos y las vacas moribundas. Todos los malos caminaban sobre el río. Sus voces escuchamos, sus risas en mitad del temporal. Madre que ya floreciste, sangrante de mí, éstas son las aguas desbordadas de tu amor. Contémplalas desde tu nuevo nacimiento en la nieve, en las playas y en todo lugar. Mira. Caballos flotan muertos en el cielo, cálices de oro y de rubí entrechocan y se hunden en los bordes de la isla Trinidad. Oh, santa de mis huesos, sí tierra de mi sombra, sálvanos. — 123 — jaime huenún Toda la luz bajo las aguas jaime huenún Que ardiente es todavía la placenta que te como, ahora y en la hora de los ahogados, amén. — 124 — Amanece en la carreta de palo nuevamente, amanece con luna tras los cerros escarchados. Mi mujer, la Juana Loca, se amarra la cabeza y se quita las plumas de la tierra y de la noche. Yo me entibio con el vaho de su orina resbalando a las raíces del manzano. Frío queda luego el gallinero que es mi casa, esta casa que me da la caridad. Para mí el día del fémur, la noche del omóplato. A mi saco la costilla, la quijada atropellada del barranco. Yo recojo el rastrojo del hambre en los caminos. Esqueletos de perros y de pájaros, huesería que ya nadie comerá. Venga a mi la yunta descarnada, el caballo desollado y ya reseco. A mi hombro el cráneo de la vaca, a mi espalda las tibias del eral. Ya mondaste el osobuco de tu almuerzo, ya mataste a tu enemigo en los eriazos. Yo recojo el sacro roto, el cóccix seco, las astillas ambarinas de esternón. En mi saco cargo el peso de la muerte que en la tarde inclina — 125 — jaime huenún Emilio Maldonado, huesero y peregrino jaime huenún mi espinazo. En mi saco cargo huesos, mi alimento, mi moneda, mi silencio, mi sudor. — 126 — Como sombras de lluvia hemos pasado por la amarga tierra de los brujos. La luna se enlutó sobre la nieve como sangre de Dios en las alturas. Y nosotros veneramos las alturas, es por eso que subimos a este monte. A matar un animal hemos venido con cuchillo afilado por las piedras. Silenciosa es la sangre del cordero que apacigua a los espíritus del sol. Que respire el Padre en esta herida y que nazcan las flores de montaña. Que amanezca por fin sobre la muerte de este pobre animalito desangrado. — 127 — jaime huenún Pewunhuentue jaime huenún José María Huaiquipán cabalga en círculos sobre el río de los cielos Me han llorado mis mujeres y mis padres en el mes de las cosechas. Que me he muerto gritan ellos en las lomas mientras cortan los trigales sembrados por mi mano. Vi mi vida reventada por las balas y cubierta por las flores de febrero. Vi mi sangre confundirse con la sangre del caballo que ahora monto sobre el agua. Ya no sangro y soy más joven en el viento que levanta mi caballo sobre el río. No recuerdo ya mi casa ni los bosques que de noche atravesé borracho. Sólo escucho el canto de los árboles donde duermen los pájaros del sol. Y las voces de los hombres en las lanchas atestadas de vacunos y corderos. Miran ellos mi cara transparente donde brillan las estrellas de la tarde. Miran ellos mi sombra en la espesura de las aguas que bajan hacia el mar. — 128 — Quizá sea yo homosexual Incestuoso soy de todas maneras Amo a mi madre y a mi hija. A aquélla en el lugar que no hay Y que desapareció –atópico– bajo la presión de todos los lugares Y que cedió desde el primer momento, el de mi vagido primero, A la voracidad del tiempo. A mi hija la he amado oficiosamente bajo la Ley del Incesto No como un vulgar creyente sino como un envarado monaguillo. De los fantasmas de ellas dos se han alimentado mis amores Vagamente culpables terriblemente celosos. Mis amores hasta ahora se han visto entristecidos Por el reflejo culposo de sombras inexistentes. Hasta ahora en que ha estallado Filis Como un rayo de primavera devorando con su llama El árbol negro de la Ley tristemente fálico Reseco a fuerza de imprimir su sombra con tinta indeleble Y de ramificarla, a su alrededor, con nuevas tenacillas. Qué vela –dirás tú– tengo en este entierro En esta quizá ilusoria resurrección De una momia viviente. Ninguna, en cierto modo, salvo el frágil puente reconstituido Verdaderamente de una vieja amistad liberada, Mauricio, Que eventualmente debe provocar en el monaguillo Esa contradictoria ambigüedad declarada Un oxímoron pero algo más que un tropo: Una figura viviente De la que haces ostentación como en esos juegos pánicos El Ello en letra viva La escritura que prolonga tu gestualidad bajo el signo (pongámonos cómodos con los emblemas de mierda) De una estrella andrógina Que alumbra gracias a la oscuridad que irradia. — 129 — enrique lihn Para Mauricio Wacquez enrique lihn La Ley y la Anti Ley: Eres en esta frase la conjunción copulativa. Una figura emblemática: Tiresias, la Afrodita Barbuda. Una exclamación exultante: Conchudo. Una declaración a la prensa: Yo ingresaría a la Women’s Lib sino me rechazaran Algunas mujeres demasiado machistas. Una obra: Frente a un Hombre Armado. Un animal imaginario: La serpiente uterina Que me sonríe en el fondo de su caparazón El huevo filosofal Del que entras y sales cuantas veces quieres. — 130 — El hombre se está acabando vivimos en el ojo de una aguja más delgada que el hilo ése es el escondite escurridizo del cielo celeste donde hasta la muerte perderá la vida — 131 — diego maquieira In a state of disrepair germán marín Mareas (esquicio bosquejado en 1969) Déjate narrar, tiempo muerto, despréndete de las murallas de adobe, ven desde las ovaladas fotografías de matrimonio, asciende a través de la música rayada del bolero, la mano sobre el papel te lo solicita, pero no me hables de amores. A veces estallan acontecimientos imprevistos fuera del mundo orquestado, mañanas azules bajo una fluencia de esplendor que nadie presagiaba más allá de su belleza. Por eso no me hables de amores. Súmate mejor a las palabras que bajan como hormigas por la mano nemotécnica. Permite, en consecuencia, que se relate esta historia vacía, deja escapar tu voz desde el ocaso amarillo, echa a volar por los techos oxidados, mira en Alameda la estatua del caballo de bronce en su eterno relincho en honor a las gestas marciales. Tiempo muerto, hermano mío en la memoria, pronto a disolverse todo en un ayer irremediable, llega a la avenida Bulnes bañada de sangre obrera el año 1946, recuerda la visita al país de la lady-crooner Lana Turner, platinada y alborozada como la mejor de las putas norteamericanas. Si de esto que te ruego puedes hablarme, a la novela Fuegos artificiales, que está en la punta del lápiz, sólo le faltaría escribirse. — 132 — primera –Me permite señorita que la invite papas fritas –Le permito caballero con que sea usted soltero –No soy ni tan soltero ni tan casado pero no pongo pero sobre su estado –Sobre mi estado mire sepa primero: chuflas de pitoflero yo no las quiero –Vamo hacer un tutito –Vaya solito segunda Te quise pero no quiero caerme por tu pendiente aguantar tu descariño ni escucharte cuando mientes Tu personalidad no es consistente Yo ya no seré más quien la sustente Quien la sustente mi alma tu tomatera donde quieres pasarte la vida entera –Ésta es pará de carro de qué me agarro — 133 — adán méndez Sonetos comprimidos adán méndez tercera Los ríos desde chiquitos que quieren llegar al mar pero este recién nacido ya medio parece mar Se quejaba un remero en la Amazona me quedaron los brazos como la mona Como la mona ay samba sóbate el codo el que tiene un amigo lo tiene todo Andas de punta en pelo Thiago de Mello — 134 — primera Corazón de chiflichafla más de alguno te dirá Lo pensara un par de veces pondría la marcha atrás Se paró la bandurria en el ciruelo me acordé de ti misma me puse lelo me puse lelo ay lola pensando en cuántos cuándos y dóndes fueron no fueron tantos Se me seque el hocico si te critico segunda Tanta pena que me diste y tanto leso sufrir en cambio reírnos tanto en cuanto te conocí Más sufrieron los negros con Duvalier Más sufrieron los rojos con Pinochet Con Pinochet caramba yo te comparo Fuera deso no te hallo ningún reparo Te mató tu ternura la dictadura — 135 — adán méndez Segundos sonetos comprimidos adán méndez tercera Para qué abre el abanico si no para abanicar Amor que la piensa mucho es que empieza a terminar Yo que era así en la vida distinto al búho ahora prometo y digo no hago ni actúo No hago ni actúo pucha porque no puedo porque los pensamientos salen al ruedo Mientras más la pensamos menos amamos — 136 — primera no hay caso no me consué mirarme y verme tan vié si en tiempos que yo era cá ni a palo no me volteá no me tome más ví me dijo el mé abuelito me dí cabras de mié cabras de mierda todas si en ese entó les daría guará toda la nó me le pudren los dié me quedan sié segunda bajo una colcha cochina suspiraba don guañaño y en su suspiro decía te quiero limpiar el caño doña chucha a su lado ronca a sus anchas por más que la puntea nada lo agancha nada lo agancha nada pucha tristeza no la trastorno más con mi dureza ay qué insomnio mi vida vulva dormida — 137 — adán méndez Últimos sonetos comprimidos adán méndez tercera tu culo es el peor sitio para que mi amor se instale son más las pichulas que entran que los mojones que salen pero mi pecho se halla fuera de quicio palpita por esas nalgas con su orificio con su orificio ay prieto sácate un huiro gozo hasta por los cachos cuando lo miro cueva de la alí babá ábrete yá — 138 — Filogenitura Amatividad Habitatividad Destructividad Alimentatividad Afeccionividad Adquisividad Constructividad Combatividad Secretividad — 139 — adán méndez & viviana méndez El corazón frenológico: Instintivo adán méndez & viviana méndez El corazón frenológico: Moral Credulidad Dignidad Perseverancia Esperanza Idealismo Circunspección Formalismo Benevolencia Veneración Compasión Humor — 140 — Memoria Música Orden Resistencia Tiempo Color Palabra Configuración Causalidad Localidad Analogía — 141 — adán méndez & viviana méndez El corazón frenológico: Intelectual roberto merino Pájaros En el cercano más allá de las persianas son esas sombras fatuas de los pájaros los mismos pájaros del aire pensativo que en el amanecer de la conciencia contra el cielo empañado entre los árboles dan la idea de algún ideograma. Uno a uno en desdoradas ramas en el silencio que el jardín decanta entre acantos y astrales empedrados parecen los llamados de un ausente. Karma de los faroles encendidos en la lluvia incipiente y de las tapias de fondo indiferente que ocultan lo perdido. — 142 — Pájaros desdoblados de los árboles no sólo sueño y despertar traen al día su espejismo amanecido en el follaje es la luz de una olvidada compañía. De la fugacidad de hoy son la memoria su antiguo canto notas fugitivas que pasan el tiempo entre las ramas de silencio en silencio hacia la vida. Si los mármoles falsos de los parques y las lunas eléctricas y las islas tupidas son del ayer las resquebrajaduras los pájaros sumergidos en la altura amaneciendo en una edad temprana nos buscan como niños irreales. — 143 — roberto merino Otros pájaros gonzalo millán El martillo La mujer le cortó las patas a la mesa del comedor y comenzaron a comer con los dedos sentados en el suelo. Él fue a pedirle un martillo al vecino para clavar las patas y volver a usar las sillas y se encontró a solas con la mujer del prójimo. Ella hacía yoga vestida solamente con un turbante y era calva flexible y pálida como una culebra albina. Él sostenía en su mano el martillo que aún no le habían devuelto. Ella fue desnuda a buscar el martillo y al volver se lo pasó por las pelotas. Superada la sorpresa y el miedo él cayó en cuenta que la pezuña partida lo enganchaba como en una caricia. Ella se puso el extremo del martillo entre las piernas sin dejar de atraerlo. Él le saco el martillo de las manos y lo arrojó al suelo. Entonces ambos contemplaron el martillo caído. — 144 — La inspiración tiene que llevar alas de águilas, de cóndores, de halcones; de albatros maratónicos y marítimos. Alas propias de las grandes alturas y alas con las máximas velocidades; alas tenaces de gansos migratorios, las irisadas alas de briosos colibríes. Alas de cuervos que te sacan palabras y picotean los ojos y el hígado. La musa La musa es una mascota desnuda con alas de ángel. Una mujer con la cola de pescado apretada en una media de malla, una mujer mitad pájaro con alas de pingüino. La musa tiene la negrura de la araña que teje las telas más blancas, veladamente detrás de los sueños. La musa tiene la fuerza del tubérculo que florece a ciegas debajo del lavaplatos. — 145 — gonzalo millán La inspiración gonzalo millán Autorretrato dominicano Con los canes de Dios (domini canos) conocí la gran Grieta que separa lo propio de lo ajeno y el abismo que aparta al ángel de la bestia. Aprendí sobre el odio implacable y justo. Conocí a los perros del convento esos terribles mastines siempre hambrientos que roían los huesos de los curas muertos. Conocí a un “semen” (seminarista) de uñas largas al que le decían El Vampiro. Después de los partidos del colegio frecuentaba los camarines de los héroes. Conocí la Puerta del templo con mayúscula y las arengas del Gran Khan que los cachorros dálmatas respondíamos ladrando formados entre las columnas de mármol. Conocí las torturas del amor y el cepo del deseo original, de rodillas mirando una trenza cortada por una esquina oblicua. Somos uno solo porque siempre somos dos nos predicaba el iracundo inquisidor. Comprendí pronto que era preferible ser un ayudante del castigo que ser castigado. Por primera vez oí hablar del Mal en vez del malo y del Bien en vez del bueno. Conocí la existencia inaceptable del demonio y vi girar las aspas movidas por una cebra alrededor de un pozo del que surgía un vestido de novia. Me contaron que los curas y las monjas se casaban en secreto por las noches y que había risas, cantos y bailes sobre los dameros de la nave hermética. — 146 — — 147 — gonzalo millán Me contaron también que existía un pasaje instantáneo y secreto entre Santiago y Viña y quedaron un día de mostrarme la entrada. gonzalo millán Pares (I) — 148 — gonzalo millán Pares (II) — 149 — gonzalo millán Pares (III) — 150 — gonzalo millán Pares (IV) — 151 — gonzalo millán Pares (V) — 152 — gonzalo millán Pares (VI) — 153 — gonzalo millán Pares (VII) — 154 — gonzalo millán Pares (VIII) — 155 — gonzalo millán Pares (IX) — 156 — gonzalo millán Pares (X) — 157 — bruno montané Mapas de bolsillo Mapa 1 A la izquierda, a la izquierda. Así, sigue esa sombra. Sí, un poco más allá. Atiende a la figura, fíjate en la melodía. Hay una forma roja y alguien silba una canción que te recuerda una línea de Kafka. Una cuerda que divide una habitación, una cuerda que no tiene color alguno –eso te sorprende–. Es por eso que al sacar alguna rara conclusión, sabes que tienes que avanzar. Así está bien, sigue esa luz azul y que apenas alumbra. No lo dudes, llegarás hasta el final. Mapa 2 Frágil gesto que es imposible reconocer como debilidad. Frágil movimiento que en este camino apenas sopla. Leve pulso que empuja en una vena de tu ojo. Leve, leve y leve vaho que alimenta. Suave clic en el oído. El sueño será suave. Leve temblor que vuelve, frágil miedo que ya no sientes. — 158 — Mapa 3 Líneas y líneas, huellas que remiten a otras huellas. Escanciados espacios que unos en otros se vacían. Revisión y gesto, recuerdo o deseo de lo que se es o se cree que seremos. Música rara, rara música de esas huellas. Líneas de largos gestos espaciados. Resolución inmersa en el contraste de este viejo juego, ofrenda que determina una forma que no acaba de saberse. La caja que siempre suena. Mapa 4 Te damos la mano para que sepas lo que es un gesto. Te mostraremos el corazón cuando acabe de llover. Te abrazamos en medio del charco, te recordamos de dónde has salido. Volvemos a decirte la misma línea y te hablamos del mismo dolor. Caminamos juntos durante unos segundos y comprobamos que nos cubre la misma sombra, el error que repetimos en la caída, el mismo sueño. Te hablamos en la oreja, — 159 — bruno montané Imperceptible vuelo que te impulsa hacia delante. bruno montané equívoco que siempre imaginamos, suave pesadilla una y otra vez nombrada. Al fin nos reímos de ti, único revés, hasta reírnos de nosotros mismos. Mapa 5 Pavesas que el viento esparce, señales que dispersa un lento sol. Cenizas de un acto rápido, secas huellas que vi en el barro. Plumas e insectos en un cauce vacío, ánades y escarabajos que huyen del fuego. Pavesas que lentamente caen al agua, un agua lechosa, un agua casi saliva. Huellas una vez y otra repetidas, huellas de cangrejos y ratas, huellas que el aire hunde y hace durar. Suaves bajorrelieves, indicios de un caminar suave, quizá secreto. Lentas variantes de una huida que nuestra mente llama avance. Sutil agitación que el cuerpo emite mientras se hunde. Mapa 6 Con este mapa encuentro algo que no busco, con este mapa hallaré restos, con él imaginaré pozos de fuego, sentiré huellas que ya no se irán de la piel. Por un instante me permito creer que éste es el último mapa, que ésta es la ofrenda — 160 — Sueño que este mapa me proporciona nuevos caminos y este sueño se aloja en mí con la misma tensión de una nueva vida, con el mismo temblor de una mirada que en mí no conocía. Mapa 7 Mi cansancio es profundo, brilla tenue y persistente, se enciende y dura como mi agitada respiración. Mi sueño, mi no poder levantarme de este lecho que sé que tendré que dejar. Mi falta de hambre, mis extraños dolores. Mi corazón tocado y abierto, mi cuerpo vencido y sin embargo fuerte. Mis pulmones sombreados, pero aún luminosos. Desde el fondo del cansancio aprenderlo todo otra vez. — 161 — bruno montané de los más soterrados indicios, que ésta es la ayuda que yo aún no reconocía. erick pohlhammer Irarrázaval Un viaje a Rancagua no es un viaje a Rancagua Imagínate a Shakespeare huyendo de Inglaterra Sólo el 15% de los chilenos viaja por Lan Chile Lan Chile es top ten en calidad de servicio El apio es el opio del vegetariano nervioso La poesía llega más rápido a todas partes en Ferrocarriles del Estado Los discursos políticos son espurios carriles Seremos poetas pero no somos giles La democracia es la dictadura de las formas ocultas de la propaganda Ni bufando en la nieve usaba bufanda Yogananda Qué rica es la cazuela de vacuno con zapallo Un viaje a la ciudad del yo no es un viaje cualquiera Día de la madre día del jugo día del trompo día del pico Imagínate a Chaplin huyendo del cine mudo A José Donoso le gustaba Huachipato A Gustavo Laube le gustaba la pintura abstracta Imagínate a Vicente Huidobro huyendo de la señora muerte Los chilenos somos enfermos de saludables Todo café es poético Yo le enseñé a santa Teresa a tomar cerveza El nirvana sin ti es una experiencia vana Naciste original no mueras como una fotocopia La lógica es una puta vivan las putas El Señor es mi amor imposible Cuando Nicanor Parra estire la pata Me iré llorando x las calles de Macul hasta Grecia Es histérica perdónala no sabe lo que dice El papel no tiene otro papel que ser papel El complejo de Edipo se disuelve en agüita de boldo Venus de Botticelli sácate la trenza del pubis La democracia es una amenaza de castración — 162 — — 163 — erick pohlhammer No importa: somos aristócratas Hay que matar a la madre sólo si se cree la muerte El Señor también ama a los curas a veces La poesía no sirve para nada cosa que el alma agradece Conciencia sin fronteras o asfixia territorial Francisco Huneeus y Marta Orrego se aman La vanidad es la luna lavándose en la artesa A fallas estructurales espejos sin juicios En el centro exacto del tórax está la papa La palabra soltero empieza con sol Viva el matrimonio entre almas gemelas El aquí y el ahora es un columpio invisible Soy mala para la cama pero seca para la alfombra De tanto haikú el monje quedó cucú El equilibrio es el suspenso entre la acción y la contemplación Imagínate a Sartre huyendo de la imaginación La avaricia tiene la culpa Imagínate a Dios huyendo del universo para siempre Las hormigas escriben dios con minúscula La avenida Irarrázaval es el paraíso No lo busques en otra parte no lo encontrarás erick pohlhammer Musa sobre mesa Hay una musa sobre una mesa Sobre una mesa de operaciones Será operada de úlcera aguda Se jura Venus y santa Teresa Sé que va los domingos a misa Sólo para seducir a los curas Sólo para coquetear con la cruz La respeto es cristiana a su manera La conozco ya que es mi ramera Favorita: entra el doctor a la sala La pilla con los dedos en la masa Hace tortilla con la enfermera Fingió agudos dolores para que la atendieran Llegó al hospital de extrema urgencia Doctor no se inmute yo me la llevo Me casé con ella aceptando su histeria Aceptando su belleza y sus tendencias lésbicas Después del orgasmo vuelve a ser musa No se moleste yo le pongo la blusa — 164 — a Kali, la afortunada Epicentro erótico de mi ecológica cachondura neurotransmisora arbustiva en mi sinapsis eclipsada isis insidiosa amante amablemente transpersonal reptando por mi hipífisis por circunvalaciones lábiles balando hacia almendras ovaladas jacobinia ilicifolia aromática verdosa augusto arbusto mío de enhiesta curvatura bilabial morfema en flor de aérea verdallea Poblabas esta sombra que soy de hospitalaria verdularia sacudías este valle que soy con brisas olmueínas ¿qué ha sido de la ilusión que eres paseando su holograma por la gramática otoñal de mi primaveral quimera cuando el automóvil de tu mirada pasaba a mirarme a la casa a mi invernal sintaxis de mi caos taoísta y salvaje y tus muslos adverbiales de proverbiales formas albas núbiles y nobles y volubles y maleables fantasías arquetípicas de farmacéuticas consecuencias que me hicieron amar como al mar las boticas? Me percato en el sentido zen del término rememorando cuando apenas brotes cuajados de magia ajena a las horas lingüistiando por parajes sausserianas arboledas dos caras de una mónada de un canto literario jugamos el evasivo juego de ser adán y eva me percato en el sentido olfativo de la malvácea como un sauce lacio reacio a ser llevado por el río que pese a ser caduca no desdeño tu perenne amor que las ovejas en parejas van soñando aún por esas verdes latitudes de paisajes pastoriles — 165 — erick pohlhammer Agricultura epistemológica erick pohlhammer ¿por qué alejaste el velero hacia puertos ya seguros que tormentas más intensas verterían a las velas? Como galileo unificó europa con el telescopio tu distancia es directamente proporcional al cuadrado del tiempo de la ilusión del yo al período pendular de tu amplitud independiente alusión a la que aludo para eludir este opio extasiador de evocarte desnuda de ti misma allá por los follajes donde follábamos de lo lindo bajo el lindo sol de enero caliente y calerano Eje argumental romántico de mis vacacionales vocaciones extraliterarias protopoéticas antiartísticas dichosas la dura es que ignoro cómo puede respirar la tierra sin la clase de romanticismo antirromántico que inventamos camino al no camino al totoral de los bosques del eterno crecimiento ya que esto de regar la semilla más sencilla la semilla eterna compañera girasol de mis días gardenia quillotana afortunada agricultora todo agricultor sabe que dependemos de la lluvia y yo lloví todo este tiempo sobre tus campos de sandías, guerrera mexicana hexapétala y alada Seré el último girasol que en el campo quede sin drama maravilla universal amándote mi sol — 166 — qué onda con el doble discurso o cuádruple u óctuple discurso yo manejo caleta de discursos otra cosa es el cultivo de la semilla de mostaza de la santa hipocresía que es decir lo contrario de lo que se siente como el caso de don andrés bello el venezolano vivaceta de bello redactó la indisolubilidad del matrimonio el gil en su famoso código civil y él mismo se casó dos veces más soluble lo hizo que el soluble pez de breton eso no es doble discurso eso es traición — 167 — erick pohlhammer Doble discurso erick pohlhammer Triple discurso levante la mano quien tenga algo contra el triple discurso no es triple discurso es darle curso al yo débil no es triple discurso es cobardía es pavor a ser quemado en la parrilla de la añosa santa inquisición católica española los anglicanos no tienen pito que tocar pienso en los conquistadores hispánicos como el mismo pedro de valdivia que se afilaban a casi todas las mapuches a vista y paciencia de la luna en las mismas rucas de los toquis y tenían sus esposas en españa como si yo viviera en osorno con mi mujer y viera videos porno con usted mijita rica encerrados en una pieza en la plaza egaña y si usted fuera a osorno le hiciera la desconocida los conquistadores españoles y sus secuaces a sus esposas les juraban al volver a extremadura ni siquiera haber mirado a las mujeres de los prójimos en la base del discurso esquizoide paranoico chileno señoras y señores es básico estudiar la vida cotidiana de los conquistadores excitados en sus horas libres — 168 — Yo vi jugar a Jesús Trepiana con mis propios ojos Y eso que todo lo que ven los ojos es ilusión Pero yo lo vi jugar con estos ojos verdes En el estadio Santa Laura pegadito a mi novia Que era un asiento vacío El vacío es forma la forma es vacío Rememoro que esa tarde el Santa Laura tenía un aura a gran coliseo deportivo Más que el Nacional el 62 Más que el Sausalito en primavera Más que en otoño el San Eugenio Repito yo vi jugar al fabuloso Jesús Trepiana Guardavallas de Unión Española Por desgracia eterno reserva de Francisco Nitsche Que también era extraordinario Insustituible en el arco una especie de senador designado de la portería roja Qué chance le quedaba al pobre Jesús Trepiana Francisco Nitsche tenía una hija se llamaba Ana María Nitsche De quien me enamoré a primera a vista durante algunas horas Cuando yo jugaba en las inferiores de Ferrobádminton Ocurrió que fui a recoger una pelota a la pista de ceniza Y vi su preciosa cara tras la reja de contención Son amores fugaces que ni la fugacidad del tiempo esfuma Pero vamos a lo nuestro que es lo más importante Yo vi jugar a Jesús Trepiana con mis propios ojos Ustedes no Ustedes estaban en otra esperando algo Algo intrascendente o la llegada del mesías Yo ya había encontrado al auténtico mesías En la persona de Jesús Trepiana Tengo el recuerdo fresquito era el 5 de junio de 1967 — 169 — erick pohlhammer Yo vi jugar a Jesús Trepiana erick pohlhammer Meses después del Mundial de Inglaterra Lo vi jugar ataviado de blanco nieve Bajo los tres palos del arco norte Que daba a la avenida Independencia Soy la persona más afortunada del mundo Ustedes no vieron jugar a Jesús Trepiana En qué andaban Trepando posiciones corriendo la carrera de las ratas Jamás me cansaré de reiterarlo Yo vi jugar a Jesús Trepiana con estos ojos de lince Yo puedo morir en paz El resto es literatura — 170 — Querido maestro: Hasta hoy usted yace en una tumba equivocada La que conocí por secreta amistad con uno de sus violadores. Recuerdo la última tarde en que lo vi Y me entregó el respectivo encargo, el final. Aún siento la fetidez a remedios de su carne Y retengo nítida en la memoria la imagen de su mujer Aplastada en una esquina de su pieza. Sepa usted que ella es hoy una cebolla seca Que trabaja administrando a sus nietas yugoslavas A las que contrato a menudo como una forma de ayudar A la economía doméstica de su familia. Debo confesarle que son la miel de las mieles Y me encierro con ellas en un subterráneo Y lloran. Y ruegan. Y dicen que para ellas lo único que vale es la fuerza bruta Y adoran los bozales. Y ronronean. Qué más puedo detallarle que no lo hostigue. Esta misiva no tiene la intención de referirse A los hastiados cuerpos rubios Que heredaron su sangre caliente. Paso entonces a preguntarle con cierta cautela Si es verdad que mató a la que le daba aquel fulgor pálido, Aquella tierna y blanca y morada carne que lo saciaba. Usted estuvo escondido, mi amado preceptor, lo sé. Estuvo refugiado en una pieza inmunda Con un agujero en la pared Que tapaba con bolsas de basura negras. Fueron sus años religiosos, cuentan. Fue cuando empezó el cultivo de la decoración mental Y pensó en la venganza como en un arte de príncipes. En crudas palabras: ¿cómo no lamentar su largueza, Su podredumbre flemática — 171 — matías rivas Responso matías rivas Y su cara de raja indisimulada? Para que entienda claramente por qué le hablo así, Le advierto que es de conocimiento público Que trabajó como generoso soplón Y que como única herencia dejó, de su puño y letra, Dos cuadernos con poemas canallescos y cientos de papeles delatorios. Sepa además que la miseria con que trató a su hija, Negra y loca, terminó por teñir su sangre harinosa: Ella es hoy su única heredera, La dueña de su agencia de cartoneros. Ella vio las fotos y el video Donde se le ve, con una carcajada en la boca, Contratar a dueñas de casa aburridas Para encerrarlas un par de horas en un clóset Y someterlas a suculentas y sensibles vejaciones. Pero aquello es cuento aparte, asuntos de familia. Y si hoy me dirijo a usted Es sólo tomando en cuenta aquello que nos unió durante décadas: La memoria de esas jornadas en que salíamos colgados Y vehementes deseando chuparnos hasta la más podrida breva sexual. Me atrevo, frente a su lápida, a contarle sin vergüenza y en su memoria Que soy en verdad un antiguo cliente de su padre En el negocio de los secuestros. Y que fui pagado por su madre, una señora distinguida y diligente, Para que les mostrara a los proxenetas que lo perseguían La manera más sutil de rebanarle los huevos Y así calmarlos y ella darse un desahogo. Ella, que amaba a las putas. Sí, su querida madre deseaba también que usted se viera Envuelto en una película porno: Lo quería en cuatro patas y fascinado gozando el lujo del dolor: Usted como maricona con tres pacos y un conserje hambriento. Mi venerado mecenas, no lo lamento. Usted y yo somos de cepas similares, O pesadillas equivalentes: traidores de poca monta, — 172 — — 173 — matías rivas Aún callados por el asco al amor. Pero, como bien lo sabe, me repugnan las oraciones, Especialmente las que adulan a líderes magnánimos. Comienzo entonces la exhumación de su cadáver. juan cristóbal romero Equilibrio de mercado (I) m i e n t r a s e d m e t n s o á m s s — 174 — e o te ve o y a t o d o l l o p o q u e d o s e o e s e o — 175 — juan cristóbal romero Equilibrio de mercado (II) juan cristóbal romero Equilibrio de mercado (III) b a s e j l o s a e c m al l a ñ r a s s e o r u c s o — 176 — m a l a m temáste r e m u u er temenos t am á sv i aa d d a d ia i m m en osv e i d — 177 — d juan cristóbal romero Equilibrio de mercado (IV) juan cristóbal romero Equilibrio de mercado (V) s i a s t n u a e is n m d s s c a e a r s ci cu n á na ud a n ec s g u t n o c es o o fr e ce s — 178 — Sobre una na fotograf fotografíííaa de B. Herrmann (1885) ( Poeta de las selvas, me han llamado porque les hablo al ulmo y al raulí en su idioma de arroyos cristalí como sueños de zorro o de venado. El notro y el laurel me han escuchado, sabe el hualle mi voz y la descí pero hoy calculo qué será de mí si el canto me lo cierran con candado. Ni el día me lo compren, ni a Marí me santigüen la vida en el camastro: rama seré desnuda y labios frí comidos de carcasa y no del Astro, pero un algo de mí –fotografí– dejaré mudo y duro de alabastro. Bajo malas noticias una vela ni se tuerce en su llama ni se apaga, mas la risa de un niño es una daga, ay, que le capa el alma y se la pela. Así va leve el viento de franela que raspa su pelusa en nuestra llaga, pues el fondo de sangre nunca draga ni remueve el dolor para que duela, pero chilla el chucao en su quilanto esta risa de natre y de murtilla que me sale del rostro con espanto a posar muy de muerto en una silla mientras oye el fotógrafo mi canto que trino yo frondoso y llega astilla. — 179 — leonardo sanhueza Seis sonetos de Segundo Jara Calfún leonardo sanhueza Que me llamen Segundo, mas no falso, y ese sol que le restan a mi suma no lo tomen por olas si va espuma ni tronco sin raíz si va descalzo. De coigüe el corazón me lo rebalso, de tepa y de mañío se me esfuma, pero el puño es de roble y plomba luma cuando le hablan de cepo o de cadalso. Y un día ya sin años, cuando lleguen estos huesos Calfún al polvo Jara y surcándome el Segundo me lo rieguen, no hallarán buena voz sino mi cara, pero en la foto el canto no lo nieguen por falso ni lo quemen como vara. Esta manta, la suave luz nublada, las botas de patrón y la cabeza granate de pañuelo y sien espesa durarán de la noche a la alborada. El sendero, el copihue en la quebrada, el chercán de la rama y la torpeza del tordo cuando vuela y cuando reza guardarán esta voz: vaina de espada. Pero un día dirán que soy neblina, que sobras de madero en la postal, medalla de buen cuño o de colina cebada que madura en el quintal: tal vez nada, tal vez una mezquina foto de plata y furia sin bozal. — 180 — Aquíí no digo adiós ó ni buenos días, callado por el negro y por el blanco que me dan su respiro cojo y manco pero respiro al fin, y frases mías. La alma guerra y las tierras labrantías pasarán por mi cuerpo y con su tranco llevarán mis canciones al barranco, pero llenas serán si son vacías. No mires estos ojos mortecinos que hundidos andarán en su osamenta de cartas por los mares peregrinos, pues si posé posé a la muerte lenta por vivir con mis selvas tus destinos de buscador que no halla lo que cuenta. — 181 — leonardo sanhueza Quéé más voy a decir: que me afanaron la tontera y el trato, la verdura del ojo y el jadeo en la premura, el criterio, la voz me la soplaron, y la caja era negra en que dejaron borrosa de los cielos una albura y del bosque un betún sin nervadura para mentirme un muerto que mataron. Véndanmela al gratín la mapuchada, cómprenmelo de chaucha el bosque entero, pero a tantos poemas la tajada no vengan con que voy por el sendero al mundo blanco y negro de la nada sin árboles ni pájaros guerreros. pablo torche En el prado Junto a la pared se extiende un prado y en él, sentada al lado de un arpa arrojada, ella piensa. Si ha estado tocando el arpa o no, es difícil saberlo. Recogidas sobre su regazo sus manos lívidas no parecen haberse movido desde hace mucho tiempo. En sus facciones algo quieto espera, tal vez una dosis de melancolía, y su mirada oscura también aguarda. Ahora su vestido, que era azul, se ha vuelto purpúreo con el crepúsculo e infunde lentamente en el cielo una coloración lila. El frío ha comenzado a caer, la oscuridad acecha desde los grises muros dentados y ella espera. Sin una palabra, acaso sin pensamientos, espera. Allí habrán venido otros a visitarla, allí se habrá despedido de algunos, ahora en el recogimiento y la soledad se ve aun más hermosa. Junto al arroyo, que durante el día parece una sierpe de plata, se acerca un hombre, y cuando llega al jardín, opacado por las sombras que se ciernen, el curso de agua se distingue sólo como un turbio fluir, apenas algo más que un mero rumor. La observa callada: pero se ve distinta ahora en cuclillas junto al arpa, enmarcada por el aire oscuro, su vestido se ha vuelto morado, tal vez burdeos, y lo que en ella parecía esperar se va haciendo forzado a medida que avanza la noche y es ya quizás un dolor cuando él llega junto a ella. Los truenos distantes de una tormenta que se avecina son el primer telón de fondo para su encuentro, cuando se alejan caminando la luna triza la oscuridad con sus destellos plateados. La lluvia azota los arbustos estremecidos detrás de los que se refugian y, amparados por el muro que se yergue como una fauce, sus cuerpos emergen a dentelladas en la penumbra trémula. Después vendrán las caricias, después los llantos contenidos o enjugados, después el silencio, después la fuga, ahora la lluvia ahoga sus gemidos y de cuando en cuando la luna, escondida detrás de las nubes, se roba un reflejo, un músculo o un gesto. Sus corazones laten agitados cuando reposan el uno en los brazos del otro y la lluvia, deslizándose por las largas hojas combadas, baña sus cuerpos con un tenue verdor. Los jadeos necesarios para recuperar el resuello difieren sus palabras. Tiemblan antes de desprenderse, con suavidad que no basta para evitar que sea brusco, y buscan en los ojos del otro un sufrimiento que los suyos puedan aliviar. El hambre de sus cuerpos no ha muerto cuando se prepa- — 182 — — 183 — pablo torche ran para la despedida. Pero la lluvia ha amainado y las nubes que se alejan, llenas de relámpagos, impregnadas de un tinte rosado, extravían sus miradas. Allí está el prado otra vez, allí la sombra del muro, allí el arpa dormida en el aire cargado de humedad. Allí el arroyo despliega su lamento helado. Allí los llevan sus pasos sobre la alfombra de la oscuridad, allí viene un momento para un beso sobrecogido por la pasión. Allí sus manos temblaron después de estrecharse, allí las palabras fueron inútiles o no vinieron. Enseguida el viento extrajo de los árboles su música ronca. Pero el amanecer estaba lejano, lejano todavía cuando el hombre se hundió en las tinieblas. Una lágrima se formó en sus ojos mientras lo observaba desaparecer. Luego se volteó sobre el prado, de nuevo mirando hacia el muro. Y ya su vestido comenzaba a volverse azul aunque el día se demoraba en llegar. Sus manos sobre los pliegues esperaron entre estremecimientos el gesto recogido en que las vería el amanecer. Y su mirada era otra vez azabache, o quizás negra, mientras el arroyo se transformaba lenta, lentamente en una sierpe de plata y en sus facciones tranquilas, en las que se colaba un dejo de melancolía, se deslizaba otra vez ese gesto: esperaba. Luego el vestido celeste brillaba contra el prado reverdecido, a su espalda el muro se erguía gris y el cielo se volvía prístino detrás del borde dentado. Y al lado de la mujer, que ahora sufría mientras pensaba, el arpa arrojada aguardaba en vano que alguien arrancara la música que dormía entre sus cuerdas. pablo torche Entre las mareas En la cama como en una nave a través de las marejadas de la noche, ella duerme su sueño de peces. Por la ventana con el aire entran las olas azules que la envuelven, la cubren, la llevan a través de la noche en su plácido dormir. Sus rasgos reposan quietos mientras duerme, se despierta en las profundidades, no sabe que está durmiendo, el agua ruge a su alrededor, se yergue en altas columnas, turquesas, marinas, y se desploma en una espiral de espuma. Sobre el lecho de arena un cofre entreabierto deja escapar, como un quejido, un collar de perlas. Más allá candados aherrumbrados, aldabas cubiertas de musgo y piezas de oscuro metal atraen también su atención. La luz fría de las aguas se baña en su pelo negro a medida que avanza entre los cardúmenes y las algas que reverdecen el silencioso reino submarino. Allí pasa al lado de un barco hundido, cuyo casco se desmorona lentamente ante el paso de las mareas, allí ignora también un canto adormecido que fluye como una corriente desde una obertura en la roca, y sigue nadando hasta la fosa profunda en que las aguas inmóviles se aparean con el fondo sumergido. Allí descansa entre los moluscos y las grietas y allí llora, como una escultura de mármol, y la espesa corriente nocturna se lleva su llanto. Luego podría ser un liquen, o un coral, agitándose apenas sobre la superficie rugosa de piedra, y al final de mucho rato se comprueba que no se ha convertido en nada, en nada distinto de lo que realmente es, ni en un fósil ni en una concha, porque se despereza lentamente y asciende a través de las ondas purpúreas, desnuda en el manantial entumecido, y se aproxima sin miedo hasta el límite mismo del agua. Del otro lado lo que tal vez sea el cielo se distingue revuelto entre las frágiles ondulaciones acuáticas, pero ella duerme ignorante de todo arrebujada entre los pliegues de las sábanas que a veces adquieren la apariencia de estelas, a veces de esquirlas burbujeantes. Y así se asoma al aire de la noche y entre las cuencas plateadas y azabaches su pelo negro flota como una mancha morada. Y así respira el aire leve que la luna triza con un quejido. Abajo su cuerpo blanco se distingue refractado por el sacudir constante de las olas y arriba las estrellas atraviesan el firmamento. Ella aguarda unos momentos entre las marejadas oscuras y el océano luce más inmenso abarcado por su mirada fascinada. — 184 — — 185 — pablo torche Entre los embates de la tinta azul y verde, o quizás negra (y las estrellas relumbran en el cielo asfixiado), la mujer duerme su sueño de peces y en el trágico sueño del que no es consciente (por la ventana la noche entra fría como un vendaval) distingue apenas entre la borrasca creciente un barco, luchando contra las olas. El agua trepa sobre la cama como una mano y las nubes tapan la luna colgada en la ventana. Y ella sueña que le hace señas al barco, el barco se percata de su presencia y navega hacia ella a través de las rosas fucsias y violetas tendidas sobre la superficie del mar y finalmente se cimbra al lado suyo con un estruendo de velas y jarcias. Le parece que transcurre mucho tiempo antes de que alguien se asome tras la balaustrada, le haga gestos a través de las ráfagas y le arroje una escalera que cae y se hunde en las aguas azules. Ella nada, mientras duerme, quizás no recuerda cuánto tiempo ha vivido bajo el agua, pero se aferra de la escalera que cuelga como una lágrima, el gran buque es entero como una lágrima y ella entre las sábanas duerme, bella al subir por la escala hasta cubierta, y el lecho se mece en las aguas de su sueño. No está sola mientras duerme, está con su sueño, y su sueño mece la cama, y sueña que ella escapa en ese sueño, a través de la tempestad desatada, en ese buque que es un estruendo de velas y jarcias, y ya no recuerda que estuvo antes en el mar, cuando despierta y se halla otra vez sola, la luna colgada como un ojo en la ventana abierta, y la noche entrando en su habitación como una marea hasta que, todavía soñolienta, se levanta y la cierra. silvia veloso [Canción de cuna...] Canción de cuna para mi hija huérfana de su padre muerto. Yo juré que no tenía un arma. No. No la tenía. Lo juré en un estribillo. Lo juré como Pedro juró no conocer al rey de los judíos. Dije ven. Dije así, ven así. Dije cosas sin sentido. No pensé. Olvidé cerrar la puerta hacerles nudos a las cuerdas y bajar la voz. Y juré. Repetí: no, no tengo un arma. No la tenía. Yo juré que no la tenía en la canción. Olvidé dónde se había perdido. Si no estaba en la letra se escondía en la habitación. Y seguí. La busqué. Dije ven, amigo. Lo llamé, enemigo. Fue así. Ya no sé. Ya no juro. Dónde estás. Yo no estoy. Es verdad, mi niñita, no la tenía. Juré que no tenía un arma. No la tenía. Cantaba para ti. No estaba en el estribillo. Dónde la encontré. Dónde me perdí. Tú dormías cerca y ella dormía en el cajón. — 186 — Son cuatro las ideas tontas que atraviesan el tiempo: dios la muerte el destino la nada mientras la dinamita hace saltar por el aire los paisajes. Algunos añaden la palabra pero es facultad excluyente de los ingenieros conmover con su arte las entrañas de la tierra. Yo mientras tanto bebo y me bañaré en todos los afluentes que me dejarán cómodamente en la sala de embarque de mi próximo destino. Puedes explicar el universo por una simple regla de tres cambiar las coordenadas contar docenas de huevos y observar con el ojo atento cómo avanzan las obras de autopistas faraónicas sobre ríos escuálidos que un día será posible navegar. Así es la doma del paisaje que sólo cambia de lugar hasta que su antojo lo desboque. Si toda la pampa húmeda no hace germinar el trigo en la llanura amarilla de la meseta seca diré que es voluntad de dios y con esa mentira piadosa afirmaré que fue el destino el que dispuso mis caminos. Después me sentaré a esperar con paciencia hasta cuarenta años más para estrechar con ceremonia la mano de la nada en el fértil hoyo del útero americano. — 187 — silvia veloso [Son cuatro las ideas tontas que atraviesan el tiempo...] silvia veloso Y de mis entrañas roídas crecerá una tonelada de soja que alimente a la humanidad. La web de la academia está siempre colgada. Quisiera poner dinamita debajo de esa palabra hacerla estallar observar sus despojos y anotar los resultados. ¿Qué bello híbrido mutante encontraré? Quiero verlo deforme y contrahecho bífida la lengua y clavando su aguijón en el centro justo del agujero de ozono que ha descosido el cielo para que veamos mejor. Si no es así que nadie se atreva a tocar una sola palabra. No hay más que ideas en el diccionario y su coro de treinta mil voces que gritan que quieren ser violadas para engendrar monstruos voraces. Mi hermano es ingeniero le pediré prestado un poco de su arte que me deje su sombrero y la llave del armario donde está el detonador. — 188 — Bailad mujeres bailad fecundadme que soy el rey resucitado muerto en Alcazarquivir. Bello y redimido por el secreto de la eterna juventud que late bajo el limo y la maleza de este suelo americano al que entregué el alma y cuyo tierno corazón he probado en comunión para hacerme inmortal. Ése es el tesoro y no el oro enquistado a la entraña de la tierra por el que los hombres matan y deliran y se alimentan los imperios. Depuesto el reino la gloria y la espada ahora sólo espero la llegada de la mujer más bella de la historia aquella que dicen amautas y adivinos hablará la lengua de Camões y vendrá a nacer virgen algún día en estas vírgenes tierras as mais grandes do mundo conhecido e por conhecer. No esperéis por mí lusos ilusos irguiendo monumentos mito en piedra a mi memoria. Ni sangra ni habla ni engendra la piedra. Hijos queridos de esta estirpe: estoy vivo y más lo estaré. Desde mi verde tálamo en el paraíso testo y prometo una revolución más perfecta y duradera que la de la biblia y las armas: ¡cuarenta veces Portugal a este lado del mar que miramos frente a nuestra atlántica nariz! ¿Alguien da más? Destino envidiable el mío lo sé habitar el paraíso esperar la belleza vivir eternamente los rubios veinticuatro años y engreírme repetido en el eco de millones de bocas por venir. Ya mi semen riega el río de Manaos a Macapá fertiliza las selvas y por ósmosis aparea los océanos. Bebed mujeres bebed abrid bien vuestras piernas que voy a fecundaros voy a hacerle tantos hijos a Portugal como nunca imaginaron Dinis, Enrique ni Pessoa. — 189 — silvia veloso [Bailad mujeres bailad...] alejandro zambra Brevísima historia de la literatura infantil I. Yukio Mishima (1925-1970) Había una vez un niño japonés que no sabía –todavía– hablar inglés. Pero tenía muy buena memoria. Recordaba, por ejemplo, el primer baño que recibió, cuando apenas contaba un día de vida. Recordaba el recipiente, y un rayo de sol que hendía su cuerpo pequeño, su cuerpo inerme. Recordaba una sensación de calor voluptuosa. Luego, en el colegio, le gustaban la Historia, la Literatura y la Gimnasia. No le gustaba su época. Quería ser samurái. Creció y escribió algunas de las mejores novelas del siglo XX. — 190 — Y había también un niño ruso que recordaba –incluso– divertidas historias de cuando todavía no nacía. Pero hacía trampa: cuando era muy pequeño (no sabía –todavía– hablar inglés) vio una película en la que su madre embarazada saludaba a la cámara y había una cuna vacía. A los pequeños ojos del niño ruso la cuna parecía incluso una tumba porque en esa escena idílica de la familia feliz el único que faltaba — 191 — alejandro zambra II. Vladimir Nabokov (1899-1977) alejandro zambra era el niño feliz. Más tarde, en el colegio, le gustaban también la Historia y la Literatura y en sus horas libres salía a cazar mariposas. Creció y escribió algunas de las mejores novelas del siglo XX. — 192 — — 193 — — 194 — — 195 — — 196 —