EL MARCO HISTÓRICO Y SOCIAL EN EL ÉPOCA DE SHAKESPEARE La estética, temática e ideología del teatro isabelino van unidas al contexto históricosocial y cultural en el que se producen. Los grandes artistas son hijos de su tiempo. Por consiguiente, si nos preguntáramos cómo fue posible el teatro isabelino, encontraríamos respuestas no solo escénicas, sino también otras que están en la misma sociedad inglesa que alentó ese arte, y en la historia que lo justifica. Como otros reinos europeos, la Inglaterra de los siglos XIV y XV intentó consolidarse como país definiendo claramente sus dominios insulares. La iniciativa de ensanchamiento partió del reino de Inglaterra de manera similar a la operación que desarrolló Castilla cuando se fusionó con León. Tres son los dominios en los que piensan los ingleses en este período: Gales, Escocia e Irlanda, que no se incorporan a la corona hasta 1536, 1603 y 1801, respectivamente, aunque de esta última solo la parte que se conoce como Irlanda del Norte. Esa idea de expansión los conduce hasta las costas francesas, dando lugar a una guerra inevitable, desde 1337 hasta 1453, conocida como la Guerra de los Cien Años. Si en buena parte de este período el triunfo sonrió a los ingleses, Juana de Arco dio vuelta la contienda con sus victorias de Orléans. La muerte de la heroína en la hoguera la convirtió en un mito nacional, unificador de las simpatías patrióticas francesas y del odio contra los ingleses que tuvieron que replegarse hacia el Norte, y aunque fracasados en la guerra, conservaron durante un siglo una estrecha franja en territorio francés, al menos hasta 1559. Probablemente esta derrota, junto a otra serie de causas hizo que Inglaterra se abriera a ultramar, creando el mayor impero colonial de la historia. Con Isabel I (1558 – 1603) el país consigue un período de gran prosperidad al producirse el despegue de su capitalismo industrial apoyado por un fuerte incremento de la población. Si en Europa la Reforma partió de teólogos y juristas, en Inglaterra fue desde el poder. La disolución del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón fue simplemente por el amor de Ana Bolena sino porque con Catalina no podía tener descendencia. El rey instigó al clero inglés, amenazó, presentó su caso ante las Universidades europeas y, finalmente, logró disolver su primer matrimonio. En 1534 el Parlamente aprobó una ley según la cual el rey era reconocido como Jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Su hijo Eduardo VI (1548 – 1553) consolidó la escisión de la Iglesia Romana, y su sucesora, María Tudor (1553 -1559) pese a ser católica como su madre no pudo dar marcha atrás a ese estilo de gobierno y entender a la religión como una fuerza unificadora de los dominios ingleses en torno a la corona. Isabel I ratificó el compromiso anglicano; los reformadores ingleses que habían huido del país durante el reinado de María, regresaron predicando una “purificación” de la Iglesia. Estos puritanos produjeron ciertas tensiones en la corona, al tiempo que fueron ganando puestos en el Parlamento. A la muerte de Jacobo I (1603 – 1625) se produjo la ruptura total de la monarquía con tan importante grupo político, y el cierre de la Cámara de los Comunes en 1629. De ahí saldrá la Guerra Civil desde 1642 hasta 1652 y la aparición de Cromwell, con un poder dictatorial que duró hasta 1660, fecha en la que se produce la reinstauración de la monarquía en manos de Carlos II, hijo del rey anterior. EVOLUCIÓN DEL TEATRO INGLÉS El público inglés fue testigo de la gradual progresión de la escena nacional. De los Intermedios y Moralidades evolucionó hacia formas mucho más realistas. El teatro alegórico deja paso a una serie de personajes tipificados, sobre todo los que aparecieron en las obras de JOHN HEYWOOD que hace, sin proponérselo, una crítica directa de su tiempo. Si en su estructura la obra de Heywood continúa con la forma medieval, en el tono, temática y personajes resulta un claro precedente de la comedia inglesa. El dramaturgo convierte sus personajes alegóricos en otros destinados a ser portavoces de una política muy concreta: la monarquía. Para que tales moralidades no se queden en meros discursos, los autores las insertaban en una movida y amena acción. A este respecto, el autor más significativo del momento es el anglicano JOHN BALE que supo servirse de la parábola histórica en su King John (1536). El rey Juan se convierte en un mito dramático por haberse opuesto, en su tiempo, a la autoridad del Papa, justo lo que con todas sus consecuencias, acababa de hacer Enrique VIII. Con esta figura se inicia un género de gran importancia en el Teatro Isabelino, el drama histórico, basado en la historia nacional. En el pasado que la conforma se buscan las raíces de la identidad y la justificación de los hechos recientes. Las Crónicas de Holinshed (1577) serán, a este respecto, la mejor fuente de los dramaturgos isabelinos, incluido Shakespeare. La dramaturgia al servicio d elas ideas dominantes serán moneda corriente en la Inglaterra del siglo XVI. Las obras denunciarán al Papado, a los clérigos rebeldes al anglicanismo, la resistencia de Escocia, la religión católica. Solamente durante el breve reinado de María Tudor algún dramaturgo servirá a la causa de la reina contra los anglicanos. En la tradición puramente formal hay que señalar también el conocimiento de la Comedia Latina, Plauto y Terencio, gracias a la labor de humanistas pedagogos que piensan que el teatro es el mejor medio para educar divirtiendo. De ahí su auge en todos los colleges ingleses. También es importante el conocimiento de las tragedias de Séneca que aportaron una vía temática basada en la sangre, con diversos accesorios como los celos, odios y ambiciones. LOS TEATROS Y LA REPRESENTACIÓN Los teatros públicos en Londres Fuera de la jurisdicción de la city, Londres tuvo, durante el período isabelino, una decena de teatros permanentes, la mayoría al aire libre, situados al norte y al sur del Támesis. Se trataba de teatros de madera o de madera y ladrillo, con partes techadas con paja, que en algunas circunstancias fueron pasto fácil del fuego. Solían ser poligonales, con tendencia a la forma circular. Constaban de patio, en el que el público seguía la representación de pie, y dos o tres pisos de galerías. Esta disposición recordaba la de las posadas inglesas de dos o más pisos, en las que las galerías daban acceso a las habitaciones de los huéspedes y en donde, a falta de otros locales, los cómicos se habían acostumbrado a actuar. De allí que, a la hora de construir un teatro, se partiese de la conocida arquitectura de las “inns”. La capacidad de los mejores de estos teatros andaba en torno a los dos mil espectadores. La media de las medidas exteriores estaba en los veinticinco metros de diámetro por diez de alto. El primero de estos locales fue llamado simplemente The Theater, lo construyó en 1576 el actor-tramoyista James Burbage, a quien tanto debe el teatro inglés, y el especulador Philip Henslove. Al año siguiente se construyó el Courtain, también al norte del río. Entre estos dos teatros se estableció un convenio mantenido en vigor por los hijos de Burbage hasta 1599, dos años después de la muerte de su padre. En 1587, movido por el negocio que suponía el teatro, Henslove construye, al sur del río, The Rose. En 1595, la Compañía del Almirante construye The Swan, teatro que se ha hecho famoso a partir de la ilustración tan conocida. Un boceto de 1596 sobre una representación sobre el escenario. Al romperse el pacto entre el Theater y el Courtain, en 1599, los hijos de Burbage utilizan los materiales del primero para establecer The Globe, cerca de The Rose. Por su lado, Henslove y el actor Alleyn prefirieron trasladarse hacia el noroeste deonde fundaron The Fortune en 1600. De todos estos teatros no queda en pie m´s que recuerdos de algunas ilustraciones panorámicas del Londres de la época, en las que se acostumbra a reproducir The Globe o el boceto de The Swan. El escenario consistía en una plataforma cuadrada de unos catorce metros de ancho por nueve de fondo y que estaba situada ante un muro con dos puertas. Allí tiene lugar la casi totalidad de la acción dramática, aunque por encima de esa plataforma existía una galería que podía acoger a otros actores y músicos, a veces ocultos al público. Esa galería fue utilizada para las escenas del balcón en Romeo y Julieta, pero también podía simular una muralla vigilada por soldados como en Macbeth. Otras veces, cuando no había acción que situar en ese plano, se ubicaban en él los espectadores más exigentes. Es de suponer que ese escenario estaba situado al fondo del teatro, y que las puertas daban entrada y salida a los actores y los conducían hacia sus camerinos. Sin embargo, las investigaciones de Adams y Hodges sobre los planos de The Globe optan por un escenario rodeado de espectadores por todas partes, incluída la posterior, lo que puede haber hecho que los actores tuviesen que entrar y salir de escena por trampillas en el piso. En cualquier caso, lo normal era que el espectador estuviera muy próximo al actor, creando fácilmente una molestia. De esta disposición quedan restos en el teatro actual con los palcos situados dentro del escenario que todavía subsisten en muchos de los edificios teatrales. Se ha discutido mucho sobre el fondo del escenario, o escenario interior, evocador de un espacio referencial –cueva, habitación, taberna, sala del trono- que quedaba visible con solo descorrer la cortina que lo cerraba. Pero esta teoría ha sido atacada por los que creen que ese espacio alejaba del público escenas de gran relieve, muy comunes en tragedias y comedias. Lo que sí parece del todo evidente son las trampillas en el suelo del escenario, en las que pueden haberse desarrollado escenas sepulcrales – como en “Hamlet”- y apariciones desde abajo. Dada igualmente la altura con la que contaban los teatros, también se usó el piso superior para la instalación de maquinarias con las que se realizaban descensos de actores o de accesorios; en algunos teatros había lugar para efectos especiales, como el del cañón. En The Swan, la parte superior del escenario tenía forma de cabaña, de allí su denominación “hut”, cabaña. El inventario de la utilería que hizo Henslove demuestra la amplitud del material disponible. No solo había camas, árboles, mesas, bancos, tronos y objetos más simples; había también maquinaria para empujar hacia adelante y hacia atrás una pared de utilería, y todo lo necesario para montar un patíbulo. Fue relevante la importancia de los objetos para la configuración simbólica de la representación así como para la ubicación de las escenas; los objetos se pueblan, de este modo, de una funcionalidad múltiple: si los personajes llevan antorchas en las manos es que se trata de una acción nocturna; simples arbustos en macetas trasladan a un bosque; el trono sitúa la acción en palacio; la corona será símbolo de realeza. Con estas y otras convenciones, el público isabelino, que además era auxiliado por los vestuarios que caracterizaban a los personajes, avisos y ambientaciones escénicas presentadas por fanfarrias (conjunto musical ruidoso) tambores y trompetas, podía seguir perfectamente el curso de los acontecimientos. Todo esto era posible porque el teatro isabelino, y particularmente Shakespeare, no solo hizo caso omiso de las tres unidades aristotélicas (tiempo, espacio, acción), sino que no respetó tampoco criterios de división del drama renacentista en cinco jornadas o actos; en muchas de sus obras ni siquiera marca la separación entre actos y escenas. Si el decorado no pareció inquietar a los empresarios de los teatros públicos, sí rivalizaron en el vestuario de las compañías, que solía ser particularmente magnífico en las tragedias. Lo importante era dar la idea del lujo y de la fastuosidad de los personajes representados; importaba menos la fidelidad a las épocas evocadas. La calidad del vestuario haría pensar en un gasto difícil de asumir para la administración de estos teatros, sin embargo, muchas compañías adquirían vestuario de segunda mano, a veces eran donados por ilustres personajes. El repertorio de obras Las compañías teatrales obtenían sus piezas tanto de los actores-dramaturgos que formaban parte de ellas, como de autores independientes a quienes las encargaban. Otras veces, una compañía que pasaba por un apuro económico podía vender a otra una de sus piezas, o cederla a un editor, con lo que la obras, una vez publicada, se hacía de propiedad general. Incluida la pieza en el repertorio, podía ser reformada, puesta al día, y hasta recompuesta, tanto por su mismo autor como por cualquiera de los poetas al servicio de la compañía. Todos los textos estaban a cargo de un miembro de la compañía llamado “bibliotecario”, que actuaba también como traspunte (persona que avisa a cada actor cuando ha de salir a escena). La representación Las representaciones se hacían por la tarde, después de la comida. Empezaban a las dos y duraban aproximadamente dos horas. Para anunciarlas se imprimían carteles que se fijaban en sitios adecuados o se distribuían en las ferias y mercados entre la gente. El dinero de las localidades era percibido por los “recolectores” apostados frente a la puerta principal y a la entrada de las “galerías”, cobrándose los puestos más importantes por “cuotas” a medida que los espectadores iban subiendo. Si las cortinas del escenario eran negras anunciaban una tragedia, si eran de colores vivos, una comedia. Los actores ya estaban vestidos y dispuestos cuando sonaba una trompeta anunciando la función, que se iniciaba al tercer toque. Entonces un “Prólogo”, vestido con capa negra, presentaba la obra y solicitaba para ella una acogida favorable. A esto seguía la representación propiamente dicha. Por último, el “Epílogo”, que era generalmente un personaje de la obra, quien solicitaba un aplauso. El público manifestaba con claridad sus opiniones durante el curso de la función, y se considera actitud elegante llegar tarde al teatro, no prestar atención a la obra, indicar desaprobación y retirarse antes de que terminara. Los actores Hasta donde podemos juzgar, estaban en todos los aspectos mejor preparados par su oficio que cualquiera de los actores actuales. Demasiado se ha escrito sobre el tema de que el actor isabelino era poco menos que un vagabundo perseguido por la ley; esto se debe, en gran parte, a la violenta inquina contra el teatro de los predicadores puritanos. La verdad es que la profesión de actor estaba establecida como una actividad legítima antes de que Shakespeare la abrazara; ya en 1574 era reconocida por Real Cédula, y diez años más tarde la regulaba un funcionario real: el Maestre de Fiestas. En 1580 en adelante, la misma reina patrocinó una compañía, y cuando el rey Jacobo subió al trono, Shakespeare y sus compañeros fueron no solo actores sino camareros del Palacio. La de actor era una profesión que un padre decente podía dar a un hijo, aunque no a una hija pues no había mujeres en el teatro. Sus miembros se reclutaban entre los “aprendices”, que servía a un actor principal o “socio”, recibían una instrucción adecuada, y, graduados a su debido tiempo pasaban del canto, los papeles femeninos y la tutela a la condición de hombres y auna posición independiente. Por eso no debe sorprender que Shakespeare haga en “Hamlet” un examen crítico del arte del actor, con profundo desprecio hacia los inferiores; sabía todo lo que debía sus piezas a las buenas interpretaciones como las de Richard Perkins, por ejemplo. El público Los nobles asistían a las partes altas del teatro y el pueblo al “patio” o “groundlin” como se llamaba en España e Inglaterra respectivamente, y que correspondía a lo que hoy es la “platea”. Allí no había asientos y los asistentes eran los que con más frecuencia reclamaban el drama romántico y la comedia reidera. Fue este público el que más se regocijó con las piezas históricas porque era demasiado ignorante de los usos de la Corte como para experimentar desilusión alguna; y así se salvó al drama isabelino de caer en un exceso de refinamiento conservándole su vigor y universalidad. Los sentimentales y románticos suspiraban por el romance, sin perjuicio de que en el curso de la representación partieran nueces, compraran y bebieran cerveza y se trenzaran ocasionalmente en alguna riña. Las compañías de niños Las actuaciones teatrales parecen haber sido un rasgo general de la educación durante el reinado de los Tudor, tanto en los colegios como en las universidades. Así se conserva desde 1567, el caso de un tutor que, deseando demostrar la excelencia de la educación recibida por su pupilo como “hijo de caballero”, aduce el papel que el niño debía representar en su Colegio en una obra teatral. Tal era el material humano del que se componían algunas Compañías de Niños. Estas compañías compartieron con las de los adultos la protección de la Corte, y algunas de ellas llegaron a organizarse como profesionales públicas. En los primeros años del teatro isabelino, la calidad literaria de las representaciones infantiles y la fuerza de la costumbre les habían dado cierta ventaja. Los niños podían, además, proporcionar el encanto de la música. Pero a medida que las Compañías de hombres desarrollaron su importancia, perdieron vigencia porque los mejores niños actores se incorporaron a ellas. Sin embargo, no cabe duda de que los Niños del Blackfriars constituyeron rivales formidables para la Compañía de Shakespeare a finales del siglo XVI. Los teatros privados Además de los locales citados, Londres dispuso de otros, denominados privados, término que no parece del todo apropiado. En realidad se trataba de teatros instalados frecuentemente en conventos secularizados, como Blackfriars, Whitefriars o Saint Paul, que fueron utilizados por grupos de teatro de niños y adolescentes. Se alumbraban con candelas y lámparas de aceite, que lograban sorprendentes efectos de luminosidad; todos estos locales eran pródigos en efectos escénicos. Todos los espectadores tenían asientos, y un horario más acorde con la jornada de trabajo, ya que, contrariamente a los teatros públicos que solo funcionaban a plena luz del día, estos podían prolongar sus representaciones hasta la noche, e incluso en los meses de verano. De ahí el precio de las entradas, que eran más caras, y la selección natural de público.