La burbuja y el crack financiero Alvaro Bracamonte Sierra* En diciembre se cumplen 10 años de que estalló la crisis del “Arbolito”; antes, en noviembre, habrán pasado 20 años de la crisis bursátil que arrasó con la economía mexicana en vísperas de las elecciones de 1988. Son también ocho años de que la economía norteamericana padeciera el crack financiero de las empresas tecnológicas. Son episodios que nos recuerdan las debilidades del libre mercado. Pero nadie parece recordarlas cuando se presenta un rally especulativo. Hoy somos testigos del peor espectáculo de codicia especulativa desde la gran la crisis del 29-32. Lo que ocurre en este momento con la debacle de Wall Street es similar a lo acontecido a finales de los años veinte del siglo pasado. En el libro Breve historia de la euforia financiera, el célebre economista de Harvard J.K. Galbraith, sugería actuar con prudencia cuando se experimenta una racha prolongada en los precios de las acciones cotizadas en la bolsa de valores. De esta manera se evitaría convertirse en una víctima más de los instrumentos de inversión ideados por los “genios” de la especulación. Ambos, dice Galbraith, desencadenan una seductora dinámica de la especulación, misma que hasta el día del desencanto, parece estar justificada por la perspectiva del enriquecimiento personal. En un contexto favorable las decisiones de los que buscan enriquecerse propician el aumento del precio de los activos financieros y por tanto reafirman las expectativas. El proceso continúa hasta que se agotan los recursos de nuevos inversionistas o, acaso, hasta que algún suceso externo precipita la inevitable carrera por abandonar el mercado. Según este reconocido economista la euforia conduce a una negación mental extrema; la especulación se alimenta a sí misma y genera su propio impulso: Por una parte están los jugadores convencidos o que quieren creer que el rally positivo está autorregulado y esperan que el mercado continúe su trayectoria ascendente en forma indefinida. Un ajuste se considera momentáneo y es un preámbulo para un nuevo ciclo de rendimientos positivos. También están aquellos que, más astutos y por lo general menos numerosos, perciben un ambiente positivo y deciden involucrarse en lo alto de la ola alcista. Están conscientes de que su genio particular les permitirá abandonarla antes de que la especulación complete su ciclo: Obtendrán el máximo de rendimientos mientras aquélla continúe y saldrán antes de la inevitable caída. En esos momentos es verdaderamente difícil actuar con cautela. Cuando la situación se torna negativa se revela el triste rostro del desastre. Los que entraron en la cresta de la ola deciden que ya es tiempo de retirarse. Quienes creyeron que el alza iba ser indefinida, ven sus ilusiones bruscamente defraudadas y también responden vendiendo o tratando de vender. Así se produce el colapso, confirmándose una regla de oro del mundo financiero: el episodio de especulación nunca termina con una lamentación sino culmina siempre en un colapso violento. El economista de Harvard formuló las anteriores reflexiones haciendo siempre referencia a la crisis del 29. Es ocioso decir que es justamente lo que ha sucedido con el preocupante crack de la bolsa neoyorquina. Para Galbraith, como para otros economistas, la euforia que se observa durante la cima de la ola especulativa se explica en parte por la ausencia de voces que alerten sobre el peligro que conlleva una racha alcista: No existen debido a que quien se atreva a poner en duda el proceso especulativo es tildado de mediocre y de falto de imaginación para captar y aprovechar las nuevas y lucrativas circunstancias que hacen posible el incremento de los activos. En ese contexto, se advierte una clara amnesia en asuntos financieros y bursátiles. El desastre se olvida fácilmente y cuando vuelven a darse condiciones para una nueva burbuja especulativa son recibidas por una nueva generación de corredores como un descubrimiento innovador en el mundo financiero. Debe haber pocos ámbitos de la actividad humana en los que la historia cuente tan poco como en el campo de las finanzas. La experiencia pasada, en la medida en que forma parte de la memoria de todos, es relegada a la condición de primitivo refugio para los que carecen de la visión necesaria para aprovechar las oportunidades del presente. Para Galbraith la memoria en asuntos financieros dura como máximo 15 ó 20 años. Creo que en eso se equivocó el brillante economista: en la actualidad los ciclos no duran más de 10 años. El olvido de la historia es lo que tiene en estos momentos a la economía mundial al filo del precipicio. *Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de Sonora, [email protected]