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“Ustedes son templo de Dios”
(1Cor 3,16)
Homilía en el aniversario de la dedicación de la catedral
Admisión de Martín García entre los candidatos al Orden Sagrado
Mar del Plata, 9 de febrero de 2015
Desde que los cristianos pudieron edificar sus templos, nació la tradición
inspirada en la Biblia de celebrar cada año la fiesta de su dedicación. Así lo atestiguan
las homilías de los Padres de la Iglesia desde los primeros siglos.
El templo material y su aniversario, eran la ocasión para una rica pedagogía
sobre el misterio de la Iglesia como “edificio de Dios” y “templo de Dios” (1Cor 3,16),
como le oíamos decir a San Pablo. Según la primera Carta de San Pedro, los cristianos
“a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un
sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo”
(1Ped 2,5).
Tal como hemos escuchado en el Evangelio de San Juan, Cristo presenta su
cuerpo como templo donde Dios habita. Su cuerpo resucitado y glorioso es el templo
donde habita la gloria de Dios.
En la visión profética de Ezequiel, que hemos escuchado en primer lugar, desde
abajo del lado derecho del templo de Jerusalén surgía un agua que terminaba siendo
un torrente cuyas aguas iban descendiendo hasta el Mar Muerto y traían gran
fecundidad a su paso, y ponían vida donde antes había esterilidad.
La lectura espiritual de estos y muchos otros pasajes han permitido entender a
la Iglesia, su propio misterio y su misión en el mundo.
Cuando por la fe nos adherimos a Cristo nos incorporamos a Él, a su Cuerpo
crucificado y glorioso de donde sale el agua vivificadora que rejuvenece nuestra vida,
nos sana y da fecundidad.
Entrar en comunión de vida con Cristo, es encontrarse con Él y convertirse en
“morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,22). Es contribuir a seguir ensanchando el
templo que es la Iglesia, a la cual llamamos su Cuerpo Místico. Es edificar mediante
nuestras buenas obras el templo de Dios, y agrandar su espacio, a fin de que éste
alcance las dimensiones del mundo.
Estamos celebrando el aniversario de la dedicación de nuestra catedral ya
centenaria, en momentos en que su esplendor primitivo se ha visto perturbado
últimamente. Debimos clausurarla por un tiempo y a simple vista se nota su necesidad
de restauración. Como obispo me preocupa su estado y estamos trabajando para
ponerle remedio a su deterioro. Deberá ser la obra de todos.
Pero a la luz de la Palabra de Dios, este mismo hecho nos brinda la oportunidad
para entender más a fondo el misterio que nos es propio como Iglesia. Si entendemos,
sin necesidad de muchas explicaciones, la necesidad de hacer mantenimiento y
reparación de los desperfectos de este hermoso templo o casa material que nos
alberga, ¡cuánto más cuidado debemos poner en el buen estado del templo espiritual
que somos nosotros! Si no podemos permitir que se deteriore la catedral, tanto más
esmero debemos poner en no envejecer como Iglesia, en no quedar estancados en
nuestro entusiasmo misionero.
La juventud de la Iglesia se renueva cuando todos aprendemos a tener una
conducta edificante para los demás. Somos la Iglesia querida por Jesucristo cuando
somos misioneros, anunciantes del Evangelio, cada uno desde su lugar propio, con el
ejemplo de su vida y su activa colaboración desde la vocación recibida de Dios.
Tenemos conducta edificante cuando los demás ven nuestras buenas obras y
glorifican a Dios, cuando otros al vernos sienten ganas de pertenecer, y cuando según
las palabras del Papa Francisco, salimos “a ofrecer a todos la vida de Jesucristo” (EG
49).
Para edificar la Iglesia, Cristo necesita colaboradores. Como les decía a los fieles
de toda la diócesis en mi último Mensaje vocacional: “A sus discípulos pidió oración
por la multiplicación de los trabajadores y el cuidado de la cosecha en los campos de
Dios: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de
los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2).
(…) “Hoy necesitamos muchas vocaciones de jóvenes formados en gran
intimidad con el Señor, que encendidos en el fuego del Espíritu Santo y animados por
una fuerte capacidad de compasión, descubran la belleza y el gozo de una vida
totalmente entregada a la causa del Evangelio de Jesús”.
“En la semana vocacional, y a lo largo de todo el año, cuando hablamos de
oración por las vocaciones, incluimos todas las formas posibles de colaboración
apostólica a través de las cuales se edifica la Iglesia”.
“Pero dentro de la Iglesia que es comunión y unidad constituida por una
diversidad admirable, en la oración de esta semana hay un énfasis claro en aquellas
vocaciones que llamamos de “especial consagración”. Vocación al ministerio eclesial
(presbíteros, diáconos), vocación a la vida consagrada (órdenes, congregaciones,
institutos, tanto masculinos como femeninos)”.
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“Sin los ministros de la Iglesia, que actúan en nombre y representación de Cristo,
y que enseñan, santifican y gobiernan al “Rebaño de Dios” (1Ped 5,2), las comunidades
languidecen por falta de alimento espiritual, de la gracia de los sacramentos y de la
guía y animación que los hombres necesitan”.
“Sin el testimonio variado de la vida consagrada, la Iglesia se vería privada de
una enorme riqueza. En este año de la Vida Consagrada, querido por el Papa Francisco,
podremos ver mejor todo su potencial para irradiar el Evangelio”.
Dentro de breves instantes, procederé a incorporar entre los candidatos a las
órdenes sagradas al joven seminarista de nuestra diócesis, Martín García, a quien
conozco y aprecio, y a quien me dirijo ahora con afecto de padre.
Es el primer reconocimiento público que hace la Iglesia de los signos de tu
vocación. Por eso, tu nombre resuena por primera vez en medio de la asamblea
eucarística en esta Iglesia diocesana.
Los gestos son simples y el compromiso grande. Todos te rodeamos con nuestro
afecto y oramos por tu perseverancia y tu fidelidad a la gracia recibida. Cristo no te
pide cosas para que le entregues, sino que pide la entrega de tu persona como ofrenda
para que Él disponga.
A la Santísima Virgen María, la mujer fiel por excelencia confiamos el camino que
te falta recorrer.
Y ahora, los invito a que oren conmigo siguiendo las palabras que pronuncio:
Señor Jesús,
obedeciendo tus palabras, levantamos los ojos
y miramos los campos maduros para la siega.
Vemos que la cosecha es abundante y pocos los trabajadores.
Con la unción del Espíritu Santo nos unimos a María, tu Madre,
y oramos contigo al Padre del cielo.
Que no falten en tu Iglesia sacerdotes ministros de tu altar,
pastores según tu Corazón,
servidores de tu Palabra,
pescadores de hombres,
testigos de la Vida en abundancia que nos quieres regalar.
Necesitamos religiosas y religiosos
que con el testimonio de sus vidas
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enriquezcan nuestra Iglesia diocesana de Mar del Plata
con la variedad de sus carismas.
Concédenos perseverar siempre en la oración
confiados en tus promesas.
Amén.
 ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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