Nuevos movimientos sociales: democracia participativa y

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Sección
Temas Globales
Nuevos
movimientos
sociales: democracia
participativa y
acción social al final
del milenio
Juan Carlos Guerrero B.*
En los últimos años se ha escrito
e investigado con gran interés
sobre los movimientos sociales
desde el punto de vista de la
sociología y la ciencia política.
Sin embargo, desde el ángulo de
las relaciones internacionales,
éste ha sido un tema que ha
pasado
desapercibido.
Probablemente
porque
las
perspectivas clásicas y estadocéntricas de esta disciplina no
consideran los actores no estatales, y por lo tanto los movimientos sociales, como objetos
de estudio que merezcan la
atención de los investigadores y
teóricos. Aunque también es
factible que esta ausencia temática tenga mucho que ver con
el hecho de que los movimientos sociales son un fenómeno relativamente reciente
aún considerando que sus
orígenes se encuentran en los
movimientos obreros del siglo
XIX, que constituye un campo
de estudio sumamente vago y
amorfo de la investigación y que
representa grandes desafíos para
los científicos sociales en
general.
Sin embargo, el tema puede
tener alguna relevancia para los
analistas de la realidad internacional interesados en fenómenos como los movimientos
nacionalistas,
xenofóbicos,
feministas o ambientalistas.
También
para
los
que,
relativizando las fronteras entre
lo interno y lo externo, se
preocupan por las repercusiones
internacionales de diferentes
tipos de manifestaciones locales
y por los efectos de la opinión
pública sobre la política internacional. Y para aquellos que
interesados en temas más globales, se percatan del impacto
que la exacerbación de la problemática de la identidad, como
consecuencia del fin de la
Guerra Fría, tiene en el sistema
internacional actual.
Por el momento, todos estos
tópicos que se han venido presentando en el ámbito de las
relaciones internacionales no
serán desarrollados en profundidad en este ensayo. Aquí se
pretende
formular
algunos
elementos básicos y generales
que permitan, además de destacar la importancia del tema
desde el punto de vista de la política, delimitar muy sutilmente
esta realidad de tan difícil
aprehensión, sobre todo en el
terreno práctico, y servir de base
para un análisis más profundo
desde la perspectiva de las
relaciones internacionales. El
objetivo concreto es explicar la
tesis según la cual los "nuevos"
movimientos sociales juegan un
papel político importante en la
recomposición de las relaciones
Estado-sociedad
civil.
Igualmente, en un segundo
aparte, mostrará cómo, dada la
compleja dinámica de la acción
social en un mundo como el de
hoy, en el que las identidades
son difíciles de lograr, los
denominados
nuevos
movimientos sociales tienen
muchas
dificultades
para
sobrevivir y permanecer en el
tiempo.
Investigador del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales (CIPE) de la Universidad Externado de Colombia y profesor de
relaciones internacionales de la misma universidad.
Nuevos movimientos
sociales y democracia
participativa
La nueva lectura de los
movimientos sociales
En términos generales y teóricos, los movimientos sociales se
han definido en la literatura de
las ciencias sociales como
intentos colectivos tendientes a
introducir cambios en el seno de
una sociedad. Son, pues,
"exigencias socialmente compartidas de cambio de algún
aspecto del orden social"
(Gusfield, 1975: 269-273). Por
esta razón, se considera que los
movimientos sociales son expresiones de ataque a la legitimidad de las instituciones o a
los valores consuetudinarios de
una colectividad determinada y
un fenómeno propio de la
modernidad, ya que su desarrollo requiere de un proceso
de secularización del pensamiento de la sociedad que, al
negar el origen divino de las
cosas, permite cuestionar y
atacar diferentes aspectos del
orden social.
Tres principios básicos pueden
caracterizar los movimientos
sociales en un sentido amplio
(Touraine, 1978: 30-50). El
primero es el de defensa, ya que
estos movimientos representan
los intereses particulares de un
grupo
social,
aunque
a
diferencia de los grupos de
presión, que también representan intereses de sectores
sociales que pretenden "mejorar" sus beneficios, los movimientos
sociales
son
reivindicadores de sectores
reprimidos
que
buscan
"solucionar" una serie de
carencias. Esto significa que el
cambio social que expresa un
determinado movimiento no se
produce uniformemente en la
sociedad, pues a él se acoge
sola-
mente aquella parte de la estructura social que, por sus circunstancias y
experiencias
compartidas, considera inadecuadas las relaciones sociales
establecidas. Así, independientemente de los aspectos de organización formal, dentro de un
movimiento social es muy
importante la conciencia de
grupo, es decir, el sentimiento
de pertenecer a él y de ser
solidario con sus otros miembros.
En segundo lugar, hay un
principio de oposición, pues los
movimientos, al ir en contra del
orden establecido por una clase
dominante, siempre tienen un
adversario. De hecho se
considera que los movimientos
sociales son expresiones del
conflicto de una sociedad, pues
al
propugnar
por
una
reorganización de la sociedad
generan una resistencia natural
por parte de los defensores del
statu CJUO de la misma. Sin
embargo, a diferencia de los
partidos políticos, los movimientos sociales no pretenden
llevar a cabo una lucha por el
poder político, es decir, su
intención no es la toma del Estado, razón por la cual no pueden nunca asimilarse a una
institución política. Obviamente,
esto no significa que los movimientos sociales carezcan de
implicaciones políticas, pues, si
bien no pretenden la toma del
Estado, buscan influir en el
proceso de toma de decisiones
de éste, aunque lo hagan desde
afuera y no desde adentro
(Fuentes y Gunder, 1988: 1829).
Por último está el principio de
totalidad, queriendo significar
con él que detrás de todo
movimiento social hay una
concepción del interés general
que pone en cuestión la orientación de la sociedad. Por esta
razón, los movimientos sociales
no pueden asimilarse a protestas, sino que requieren de una
movilización más o menos
concertada u organizada, de un
liderazgo más o menos definido
y de una ideología que refleje la
situación de los sectores que
forman parte de él. Es decir, son
una petición consciente de
cambio. De lo anterior puede
concluirse que los movimientos
sociales se asemejan a una
asociación semi-formal, de
carácter más horizontal que vertical, donde persisten, de todas
maneras, una serie de comportamientos informales y difusos,
en los que el factor emocional y
la convicción juegan un papel
fundamental.
Durante mucho tiempo, el
concepto de movimiento social
se utilizó para determinar los
movimientos socialistas de la
clase obrera industrial del siglo
XIX y principios del XX, que,
por su deseo de crear un orden
socio-económico y político
totalmente nuevo, fueron vistos
en un principio como sinónimo
de cambio y de oposición al
statu quo. Algunos sociólogos y
politólogos afirman que la
principal característica de estos
movimientos
sociales,
denominados "tradicionales", es
su "unidimensionalidad", ya que
expresan solamente un tipo de
contradicción: aquella entre
capitalistas y obreros, que
resulta de los procesos de producción. Es decir, debido al carácter rigurosamente clasista de
dichos
movimientos,
éstos
solamente ponen en tela de juicio las relaciones de clase existentes.
Hoy en día se cuestiona el
carácter de "movimiento" de
esos movimientos sociales tradicionales, ya que se han constituido en formas demasiado
organizadas y permanentes
del cambio social, en muchos
casos carentes de independencia
por ser simples apéndices o
frentes de masa de los partidos
políticos, tanto tradicionales
como revolucionarios. Por eso,
el centro de atención de las ciencias sociales se ha desplazado a
los llamados "nuevos" movimientos sociales.
A diferencia de los viejos movimientos sociales, éstos se caracterizan, primero, por su
multidimensionalidad, ya que no
sólo cuestionan las relaciones de
clase y unas determinadas leyes
económicas, sino que expresan
oposición a una dominación
política, social y cultural más
amplia, como ocurre, por
ejemplo, con los movimientos
de liberación nacional, de lucha
por la preservación del medio
ambiente o de modernización
social. En ese mismo sentido,
son pluriclasistas, pues es casi
imposible identificar en ellos las
clases sociales involucradas y,
por tal razón, las clases
enfrentadas. Es como si la
división de clases perdiera
sentido en estos movimientos.
Incluso, aunque se reconozca
que en la sociedad civil no todos
se movilizan por igual, ya que lo
que se advierte es una clara
confluencia de clases populares
y medias frente a la tradicional
articulación de los ricos y los
poderosos del Estado y sus
aparatos (Borja, 1989: 120-130),
esto no significa que las nuevas
movilizaciones se reduzcan
exclusivamente a un referente de
clase, pues en realidad este
último se mezcla con una
pluralidad de referentes de todo
tipo (culturales, estructurales,
etc.).
Segundo, los nuevos movimientos sociales son de carácter
localizado y tienen objetivos
muy limitados; simplemente
buscan llenar los vacíos
del Estado y de otras instituciones, surgiendo en las periferias sociales, en sitios específicos y buscando solucionar necesidades y carencias muy
concretas. En ese sentido, son
movilizaciones de grupos reales,
cuyos miembros se hallan
unidos por una experiencia social común: que se sublevan
contra una experiencia concreta
de dominación.
Tercero, no surgen por iniciativa
de los partidos, ni obedecen las
directrices o consignas de una
organización política, sino que
tienen un alto grado de espontaneidad, careciendo de formas de organización complejas,
autoritarias y verticales. No obstante, requieren de un nivel mínimo de organización, pues,
para poder convertir las necesidades individuales en reivindicaciones generales y para
poder manifestar colectiva y
explícitamente esta toma de
conciencia, es imprescindible la
existencia de un "núcleo", más o
menos formal, que tome iniciativas, y de "un instrumento
con poder de convocatoria y
representatividad".
Por último, habría que agregar
que los nuevos movimientos
sociales tienen como interlocutor privilegiado al Estado,
ente frente al cual hacen sus
reivindicaciones; por ejemplo,
la necesidad de disminuir el
deterioro de las condiciones de
vida y las amenazas de la acción
urbanística, de solucionar los
déficits de servicios básicos o
de contrarrestar la política
urbana de la administración.
Considerando todo lo anterior,
cabe preguntarse: ¿tienen estos
nuevos movimientos sociales,
basados en reivindicaciones
concretas, un sentido político?
El sentido político de los
nuevos movimientos sociales
Para un buen número de
politólogos,
los
nuevos
movimientos sociales, dada la
crisis entre el Estado y la
sociedad civil, tienen un sentido
político importante, que los hace
elementos fundamentales en el
proceso de profundización de la
democracia.
Mucho se ha hablado sobre la
crisis entre el Estado y la sociedad civil, debido a los problemas de representación de ésta
última en el primero, que se
manifiestan en la rigidez de los
cauces de representatividad y
participación institucional del
sistema político. Dicha crisis se
hace evidente, primero, en la
sobrecarga de responsabilidades
y de demandas a las que se ve
enfrentado el Estado, que por
cierto parece cada vez más
inoperante. Es decir, antes que
nada, la primera manifestación
de la crisis es la imposibilidad
del Estado para formular
proyectos globales a partir de las
demandas individuales, debido a
que, al privilegiar los vínculos
con una élite determinada, su
relación con la sociedad civil es
sumamente
estrecha
(Leal
Buitrago, 1991: 7-21). Segundo,
en los partidos políticos que,
incapaces
de
articular
eficientemente
las
insatisfacciones y demandas de la
sociedad, atraviesan por una
crisis de legitimidad. Los partidos sólo escuchan la voz de los
actores sociales dominantes,
acudiendo al resto de los
individuos simplemente para
utilizarlos como medio de legitimación electoral gracias a las
prácticas clientelistas, razón por
la cual difícilmente pueden ser
generadores del consenso.
Pero la crisis también puede
observarse en la debilidad de la
sociedad. Si bien los sectores
sociales dominantes han logrado
construir una cierta identidad
que les permite dirigir sus
demandas al Estado y a los
partidos, los sectores dominados
se
encuentran
sumamente
atomizados. En gran medida, la
dificultad para vencer dicha
atomización está en el Estado
mismo, que ve como peligrosos
los intentos de agremiación y
movilización de las clases
subalternas, poniendo toda clase
de obstáculos, incluso la
represión, para mantenerlos bajo
control político o impedir su
surgimiento. Otra de las tácticas
consiste en subordinar las
movilizaciones a los partidos
políticos, de manera que las
primeras asuman todos los
vicios anti-democráticos de los
segundos. Por lo tanto, el Estado
se ha encargado de debilitar aún
más a una sociedad civil ya de
por sí atomizada, por su alto
grado de heterogeneidad. Por
supuesto, esto puede resultar en
un acto de autodeslegitimación,
ya que en realidad su estabilidad
depende del apoyo de una
sociedad
civil
fuerte
y
estructurada civil (Restrepo,
1990: 53-80 y Leal Buitrago,
1991: 7-21).
Si no hay un espacio público
donde la diferentes fuerzas sociales puedan ejercer su poder y
si las minorías dominantes
piensan que lo adecuado es
impedir la expresión social y
política de los conflictos como si
así se pudieran eliminar,
entonces el resultado lógico es
una gran dificultad estatal para
dirimir e impedir el desborde
violento de los mismos. En otras
palabras, la consecuencia de
toda esta crisis es la descomposición social y la democracia
formal.
Los nuevos movimientos sociales, pese a su carácter espontáneo, localista y reivindicativo,
tienen, entonces, sentido e
importancia política. Fundamentalmente porque contribuyen a fortalecer la sociedad
civil, hecho que resulta de suma
importancia en la construcción
de una verdadera democracia
participativa. Esto se logra por
varias vías.
En primer lugar, los movimientos sociales, al convertirse
en canales de expresión de demandas, por concretas que éstas
sean, contribuyen a formar la
identidad de los sectores subalternos,
subrepresentados,
subordinados y marginados. Tal
identidad le da dirección a las
clases subalternas y rompe con
su atomización (Restrepo, 1990:
53-80). De esa manera, se
presiona a los partidos políticos
para que escuchen las demandas
de todos y no las de unos pocos,
y al Estado para que reasuma su
tarea
de
generador
de
consensos. En segundo lugar,
dada su naturaleza civilista y
normalmente pacifista, son una
forma legítima de expresión de
las demandas no atendidas por
el Estado. En ese sentido, son
una manifestación contra las
fórmulas violentas de solución
de los conflictos que tanto han
debilitado a la sociedad civil y
al Estado mismo. Por último, a
través
de
sus
fórmulas
descentralizado-ras,
participativas y autonómicas, los
movimientos sociales son un
camino para la recuperación del
poder por parte de la sociedad
civil. Es decir, los movimientos
sociales
contribuyen
a
desestatizar la concepción del
poder y a repolitizar la sociedad
civil (Fals Borda, 1989: 49-58).
En suma, los nuevos movimientos sociales son una espe-
cie de contrapoder, que cuestiona las relaciones tradicionales
entre el Estado y la sociedad
civil, y tienen, por lo tanto, un
sentido político. No pretenden,
sin embargo, opacar al Estado,
sino buscar mecanismos alternativos de relación con él; en
otras palabras, son una forma de
redemocratización
"desde
abajo", que demuestra el error
en el que se incurre cuando se
pretende establecer un concepto
despolitizado de la sociedad
civil, ya que ésta no es ajena a la
política (Leal Buitrago, 1991: 721). Lo importante es que, aun
cuando los movimientos sociales
sean políticos, puedan seguir
siendo
apartídanos
y
paraestatales. Los movimientos
sociales no pretenden tomarse el
poder, sino recuperarlo para la
sociedad
civil.
Las
movilizaciones sociales están
hechas para lanzar demandas al
Estado y para impulsar la
transformación democrática de
sus instituciones, no para
convertirse en parte de ellas.
Entonces, la proliferación de
movimientos
sociales
no
necesariamente es un síntoma de
crisis de la democracia. Al
contrario, más bien su ausencia
puede ser una manifestación de
la antidemocracia.
Movimientos sociales sin
acción social
Los obstáculos para
emprender la acción social
Para poder determinar el verdadero alcance de los "nuevos"
movimientos
sociales,
es
imprescindible caracterizar la
acción social del fin del siglo
XX. Una gran mayoría de científicos sociales coinciden en
que, dadas las características de
los
movimientos
sociales
tradicionales (en particular de
los movimientos obreros), a fi-
nales del siglo XIX y principios
del XX, cuando la identidad de
los agentes sociales era más fácil
de establecer, la acción social
era mucho más sencilla de
identificar.
Tradicionalmente,
dicha identidad estaba determinada por la posición que cada
individuo ocupaba en la
estructura social, específicamente en las relaciones de producción. Obviamente, al igual
que hoy, los individuos ocupaban múltiples posiciones simultáneamente en la esfera social, pero existía la idea de que
todas éstas se derivaban
unilateralmente de la posición
subjetiva en las relaciones de
producción
(Laclau,
1987:
3-11).
Esta prioridad de la posición
subjetiva en las relaciones de
producción se debía a las largas
horas que los trabajadores
pasaban en las fábricas, a su limitado acceso a los bienes de
consumo y a su escasa participación social general, como resultado de sus bajos salarios. En
las categorías clásicas del actor
social como la de "clase
trabajadora" había una articulación muy grande entre todas
las posiciones del individuo, ya
que las demás eran resultado de
la posición en la relación de
producción (Laclau, 1987: 311). Por lo tanto, había una
identidad del trabajador como
productor, consumidor, agente
político, etc.
En suma, los órdenes sociales
tradicionales eran más polarizados que los modernos,
pues el sistema de equivalencias
entre las múltiples posiciones
del
sujeto
permitía
la
construcción de fronteras claras
que separaban radicalmente a
unos actores sociales de otros.
De hecho, lo que se esperaba
con las teorizaciones previas de
carácter marxista era que cada
vez más la sociedad
tendiera a la polarización homogénea de clases sociales y
por esa vía se hicieran cada vez
más evidentes las identidades
sociales.
Un siglo de luchas tradicionales
mostró que la tendencia del
desarrollo capitalista no era la
de transformar la mayoría de los
estratos laborales del mundo en
trabajadores
de
fábrica,
asalariados, urbanos, masculinos
y adultos; es decir, en el tipo
ideal del "proletariado", como
se
concebía
en
forma
tradicional. La realidad del capitalismo en lo ocupacional fue
otra: en 1950, al igual que en
1850, este tipo ideal de "proletariado" seguía representando
una minoría en los estratos laborales del mundo. Por eso comenzó a pensarse que organizar
los
movimientos
sociales
alrededor de este grupo era dar
prioridad a los reclamos de una
variedad sobre otras variedades
de los estratos laborales del
mundo. Desde ese momento, los
"otros" grupos en lucha mujeres,
minorías raciales, minorías
sexuales,
ecologistas,
etc,
tradicionalmente subordinados,
comenzaron a librar sus propias
luchas sin aceptar la legitimidad
de "esperar" por otra revolución,
comandada por tan sólo una de
las
muchas
formas
de
subordinación
(Wallerstein,
1989: 3-18).
Por lo tanto, a medida que el
capitalismo evolucionó, se hizo
evidente la complejidad creciente de la estructura de clases
en las sociedades industriales
avanzadas. Así, a medida que
transcurrió el siglo XX, fue cada
vez más difícil trazar fronteras
entre los actores sociales. Hoy
los campos en conflicto ya no
están dados en forma natural, y
las fronteras internas requieren
cada vez de un mayor
esfuerzo de construcción política. Los marcos de significación estables, resultados de esas
fronteras, como por ejemplo el
que oponía al pueblo contra el
antiguo régimen, empezaron a
quebrarse
paulatinamente.
Categorías como "clase obrera"
y "pequeños burgueses", se
volvieron menos significativas
para entender la identidad total
de los agentes sociales.
Actualmente existe una sociedad
de transformaciones rápidas, en
la que es sumamente difícil
definir el actor social por su
pertenencia a colectividades y
por los papeles sociales que éste
desempeña, por varias razones.
En primer lugar, si bien, al igual
que antes, las clases dirigentes
siguen encaminando a la
sociedad hacia su modelo de
desarrollo, la dominación social
actual que ejercen no es tan
clara. Fundamentalmente porque
ésta no se desarrolla sobre una
parte limitada de la experiencia
social, como por ejemplo a
través de las relaciones de
producción, sino que es más
extensiva y difusa. El consumo
en masa, a pesar de la sensación
de libertad que produce en el
hombre que ve a su alrededor
una
amplia
gama
de
posibilidades de satisfacción de
sus deseos, no es más que una
nueva forma de control que se
ejerce a través de la seducción y
no de manera impositiva. Esa
situación
paradójica
puede
señalarse así: "el hombre se
siente libre, pero su libertad es
sólo una apariencia". Esto
impide
que
los
sectores
subalternos cobren conciencia
de su identidad, por medio de
aquello de lo que se ven
privados. Esa apariencia de
ausencia de dominación, sin
importar que en la realidad haya
una gran dualización de
la sociedad, hace que la gente
excluida no se organice fácilmente, no actúe (Touraine,
1995:
2-3).
ladas acciones colectivas del
mundo de hoy, es mejor entender la acción social como una
suma de acciones individuales
con diferentes motivaciones.
En segundo lugar, existe también una apariencia de no exclusión. Poco a poco se hace
creer que una porción mayor de
la población está integrada en la
acción dirigente. Así, las fuerzas
de oposición actuales carecen
del antiguo carácter de mayoría
en contra de unas élites, y son
más bien un conjunto de
minorías que luchan contra la
dominación ejercida en sectores
muy específicos de la sociedad.
En suma, en los nuevos movimientos sociales es muy difícil
identificar el grupo, ya que no
hay un sistema coherente y
ordenado de posiciones subjetivas. Cada sujeto ocupa diferentes posiciones entre las cuales no hay una relación obvia y
permanente. A finales del siglo
XX, las identidades se rompen.
Esto no significa que el
concepto de lucha de clases sea
totalmente correcto o incorrecto,
sino simplemente que es insuficiente para entender los
conflictos sociales contemporáneos. Puede que el conflicto
de clases atraviese aun la organización social de los países en
desarrollo, donde persisten
enormes desigualdades sociales.
Allí, los movimientos sociales
pueden
favorecer
más
fácilmente la identificación de
sus miembros con una clase específica (Touraine, 1978: 4455). Pero de todas formas, no
hay una unidad sincrónica entre
las diferentes posiciones del
agente social y éste ya no es una
entidad unificada y homogénea,
ni siquiera en los países en desarrollo. El agente social de hoy
es una pluralidad y ya no hay
una identidad social completamente adquirida, sino que
las identidades sociales están en
transformación continua.
Por lo tanto, a medida que el
mundo de la economía es más
globalizado, la correspondencia
entre el mundo de las identidades y el mundo de la economía desaparece, y por consiguiente desaparecen también los
actores sociales. Cada vez más
las clases sociales son actores
solamente en teoría, mas no en
la realidad, donde es muy difícil
identificar las acciones de clase
y los actores sociales. Se afirma
que en la actualidad no hay
actores
sociales,
no
hay
ideologías,
ni
programas
políticos. Hoy sólo existe un
actor: el ajuste. En otras palabras,
"la única fuerza de transformación, buena o mala, el único
agente de cambio es la transformación del sistema económico" (Touraine, 1995: 2-3).
Probablemente, en una dirección
similar, más no idéntica, se
dirigen
los
autores
que
reivindican la validez del llamado individualismo metodológico, según el cual en la
dinámica social, lo central es el
plano individual y no las estructuras o las acciones colectivas. En otros términos, para
poder entender las desarticu-
dad en el tiempo, en la medida
en que las condiciones de su
aparición no necesariamente
están constantemente presentes.
Por ello se afirma que son
movimientos cíclicos, que aparecen y desaparecen según
cambien las circunstancias que
dieron lugar a su nacimiento, o
según se satisfagan o rechacen
radicalmente sus demandas.
Dicho de otra manera, los "nuevos" movimientos sociales tienen una enorme dificultad para
evolucionar hacia formas de
organización relativamente estables y tienden, por el contrario,
a ser sumamente efímeros.
"Un sector social desarticulado,
inorgánico y sin experiencia de
sí mismo y de los conflictos que
lo constituyen, simplemente no
existe" (Restrepo, 1990).
En ese sentido, un sector sólo
puede presentar propuestas y
demandas claras al Estado
cuando adquiere "identidad".
Esta se construye a partir de las
respuestas colectivas que se
generan de los distintos conflictos sociales. Así, identidad
significa
"tener una forma de organización más o menos estable, una
experiencia clara de la comunidad de intereses, costumbres y
valores, una mayor independencia con respecto a otras instancias de poder y un mejor reconocimiento de los sectores
sociales a los cuales se enfrentan" (Restrepo, 1990: 53-80).
La inestabilidad de los nuevos
movimientos sociales
Por ejemplo, las clases dirigentes han logrado esa identidad
a través de los gremios
económicos.
Justamente debido al carácter
multidimensional, pluriclasista y
reivindicativo-específico,
los
nuevos movimientos sociales
son extremadamente complejos,
frágiles e inestables. Es decir,
son de una alta volatili-
Innumerables caminos, prácticos
y teóricos, se han implementado
y propuesto como maneras para
superar la alta volatilidad de los
nuevos movimientos sociales,
pero hasta el momento no se han
encontrado
respuestas
satisfactorias.
En la práctica, debido a la gran
demanda de identidad y a la
escasez de patrones de oferta de
la misma, hay una tendencia a
intentar recuperar identidades
cada vez más abstractas o
antiguas, como la ecológica o la
étnico-religiosa,
respectivamente. Por eso, paradójicamente, frente a la creciente
globalización del mundo objetivado de la economía, hay un
resurgimiento
del
mundo
subjetivado, especialmente a
nivel cultural (Touraine, 1995:
2-3). Hoy la gente no se
identifica como perteneciente a
una clase social, sino como
serbio, homosexual, mujer,
musulmán, viejo, ecologista, etc.
Este es el mundo de las
identidades fragmentadas.
El problema es que en ese terreno las identidades no son muy
claras y es muy difícil conformar
actores, debido a la ausencia de
verdaderas contradicciones. Es
decir, cuando se construyen
identidades sobre conceptos
abstractos, es muy difícil
encontrar el actor contradictorio,
de manera que con claridad se
ponga en tela de juicio un orden
establecido. Por ese motivo,
muchos cuestionan el carácter
"revolucionario" de los nuevos
movimientos sociales y piensan
que éstos son sólo movimientos
reivindicativos específicos.
En el plano teórico, se ha
planteado la posibilidad de superar el carácter esporádico de
los movimientos sociales a través de la concatenación o articulación de los diferentes conflictos que cada uno de ellos
afronta. Así, al ligar pequeñas
protestas se amplia el nivel de
confrontación y de reconocimiento, tanto espacial como
social, y los movimientos pueden pasar de lo micro a lo ma-
cro, de la protesta a la propuesta
(Fals Borda, 1989:49-58).
Lo realmente complicado es
encontrar los mecanismos que
permitan esa articulación, ya
que en realidad no hay una dinámica homogénea de los movimientos sociales. En la movilización reciente no hay indicios
reales de algo así como un
espíritu popular unificador de
las luchas. De hecho, hay "movimientos dobles", es decir,
movimientos de signos opuestos
o antagónicos. Por ejemplo, en
el caso colombiano, ¿cómo
podrían articularse las reivindicaciones de los movimientos
ecologistas con las de movimientos populares campesinos
que en muchas ocasiones
degradan el ambiente al satisfacer sus necesidades? Las luchas además de fragmentadas,
son contradictorias. Así, los diversos actores sociales en la
búsqueda de sus reivindicaciones a veces entran en conflicto
entre ellos. Por lo tanto, lo que
realmente ocurre con los nuevos
movimientos sociales es que hay
una
multiplicidad
de
antagonismos que no se articulan, cada uno de ellos intenta
crear su propio espacio político
o politizar un área específica de
las relaciones sociales.
Por otro lado, no hay que olvidar también que otra forma de
desaparición o pérdida del valor
de los movimientos sociales es
su pérdida de independencia.
Esto ocurre cuando los partidos
políticos
perciben
los
movimientos sociales como su
tabla de salvación, de manera
que los primeros despliegan
toda su creatividad en desarrollar mecanismos de cooptación de los segundos. Cuando
hay una institucionalización de
los movimientos sociales en ese
sentido éstos pierden contenido
real, ya que normalmente la
acogida de los partidos políticos
rara vez se traduce en la realización de los intereses del movimiento.
Actualmente
existe
una
inconmesurable diversidad de
acción colectiva, de objetivos y
de intereses. Así, muchos concluyen que las potencialidades y
capacidades de los nuevos
movimientos sociales son muy
limitadas, pues, desde la perspectiva sistémica, no son
capaces de generar avances
históricos
sustantivos.
Las
fuerzas sociales de hoy operan
desligadas
de
grandes
estrategias de desarrollo o de
utopías políticas en general. Lo
que se vive es más bien como un
volver a la individualidad, desde
la cual es sumamente difícil
captar la globalidad de los
sujetos
inscritos
en
las
heterogéneas luchas sociales.
Precisamente,
quienes
han
enfatizado en las teorías del individualismo metodológico resaltan que en la acción colectiva
no se pueden perder de vista los
distintos individuos que la
conforman, los cuales pueden
mantener
orientaciones
divergentes. Por lo tanto, frente
a la dificultad para generar
identidades, los movimientos
sociales se hacen muy frágiles,
dado que hay una mayor diversidad de intereses de subgrupo e individuales que se esconden detrás de la aparente
unidad de la colectividad. En un
mundo cada vez más individualizado, donde la participación social depende de una
evaluación individual de costosbeneficios, es muy difícil
emprender acciones sociales.
Conclusiones
El estudio de los movimientos
sociales permite una nueva
manera de entender el poder,
pues a través de ellos se reconoce que el poder no reside solamente en el Estado, sino que
también está presente en las
relaciones sociales. Al establecer
esta disociación tradicional entre
el Estado y el poder, es posible
reconocer que la construcción de
la democracia no es una tarea
política que le corresponde única
y exclusivamente al Estado o a
los partidos, sino que también es
una tarea social que supone cambios en las relaciones de poder
existentes en el seno de la sociedad civil (Restrepo, 1990: 5380). En otras palabras, la democracia no es solamente un
proyecto de Estado, sino también un proyecto de nueva sociedad no discriminatoria, no
racista, no machista.
Obviamente, la mayor presencia
de los movimientos sociales
significa una mayor democracia,
en el sentido de la superación de
la democracia formal limitada al
problema de la representación,
el derecho al voto, la alternancia
en el poder, etc. y de la
democracia
fundamental
preocupada por generar igualdad
de oportunidades para superar
los desequilibrios internos y dar
origen a ciudadanos reales .
También en el sentido del establecimiento de la democracia
sustantiva aquella comprometida
con el fortalecimiento de la
sociedad civil y de los actores
sociales.
Sin embargo, no se debe confundir esta enorme potencialidad
de los movimientos sociales con
la realización efectiva e
inmediata de la democracia
participativa, ya que hoy se
asiste a una compleja constitución de la subjetividad social de
los actores sociales. Puede
ser que estén surgiendo, en este
momento, nuevas formas de
subjetividad y de acción social,
expresadas en los nuevos movimientos sociales, que aun no se
comprenden fácilmente. Puede
ser que en el futuro se constituya
una subjetividad no clasista, que,
no obstante, reivindique el
cambio social. Eso nadie lo puede
predecir con certeza. Pero, por el
momento, hay una multiplicidad
de subjetividades, que no se
articulan fácilmente y que, por lo
tanto, tienen enormes dificultades
para hacer valer la democraciaparticipativa frente a los centros
consolidados de poder.
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