Sección Temas Globales Nuevos movimientos sociales: democracia participativa y acción social al final del milenio Juan Carlos Guerrero B.* En los últimos años se ha escrito e investigado con gran interés sobre los movimientos sociales desde el punto de vista de la sociología y la ciencia política. Sin embargo, desde el ángulo de las relaciones internacionales, éste ha sido un tema que ha pasado desapercibido. Probablemente porque las perspectivas clásicas y estadocéntricas de esta disciplina no consideran los actores no estatales, y por lo tanto los movimientos sociales, como objetos de estudio que merezcan la atención de los investigadores y teóricos. Aunque también es factible que esta ausencia temática tenga mucho que ver con el hecho de que los movimientos sociales son un fenómeno relativamente reciente aún considerando que sus orígenes se encuentran en los movimientos obreros del siglo XIX, que constituye un campo de estudio sumamente vago y amorfo de la investigación y que representa grandes desafíos para los científicos sociales en general. Sin embargo, el tema puede tener alguna relevancia para los analistas de la realidad internacional interesados en fenómenos como los movimientos nacionalistas, xenofóbicos, feministas o ambientalistas. También para los que, relativizando las fronteras entre lo interno y lo externo, se preocupan por las repercusiones internacionales de diferentes tipos de manifestaciones locales y por los efectos de la opinión pública sobre la política internacional. Y para aquellos que interesados en temas más globales, se percatan del impacto que la exacerbación de la problemática de la identidad, como consecuencia del fin de la Guerra Fría, tiene en el sistema internacional actual. Por el momento, todos estos tópicos que se han venido presentando en el ámbito de las relaciones internacionales no serán desarrollados en profundidad en este ensayo. Aquí se pretende formular algunos elementos básicos y generales que permitan, además de destacar la importancia del tema desde el punto de vista de la política, delimitar muy sutilmente esta realidad de tan difícil aprehensión, sobre todo en el terreno práctico, y servir de base para un análisis más profundo desde la perspectiva de las relaciones internacionales. El objetivo concreto es explicar la tesis según la cual los "nuevos" movimientos sociales juegan un papel político importante en la recomposición de las relaciones Estado-sociedad civil. Igualmente, en un segundo aparte, mostrará cómo, dada la compleja dinámica de la acción social en un mundo como el de hoy, en el que las identidades son difíciles de lograr, los denominados nuevos movimientos sociales tienen muchas dificultades para sobrevivir y permanecer en el tiempo. Investigador del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales (CIPE) de la Universidad Externado de Colombia y profesor de relaciones internacionales de la misma universidad. Nuevos movimientos sociales y democracia participativa La nueva lectura de los movimientos sociales En términos generales y teóricos, los movimientos sociales se han definido en la literatura de las ciencias sociales como intentos colectivos tendientes a introducir cambios en el seno de una sociedad. Son, pues, "exigencias socialmente compartidas de cambio de algún aspecto del orden social" (Gusfield, 1975: 269-273). Por esta razón, se considera que los movimientos sociales son expresiones de ataque a la legitimidad de las instituciones o a los valores consuetudinarios de una colectividad determinada y un fenómeno propio de la modernidad, ya que su desarrollo requiere de un proceso de secularización del pensamiento de la sociedad que, al negar el origen divino de las cosas, permite cuestionar y atacar diferentes aspectos del orden social. Tres principios básicos pueden caracterizar los movimientos sociales en un sentido amplio (Touraine, 1978: 30-50). El primero es el de defensa, ya que estos movimientos representan los intereses particulares de un grupo social, aunque a diferencia de los grupos de presión, que también representan intereses de sectores sociales que pretenden "mejorar" sus beneficios, los movimientos sociales son reivindicadores de sectores reprimidos que buscan "solucionar" una serie de carencias. Esto significa que el cambio social que expresa un determinado movimiento no se produce uniformemente en la sociedad, pues a él se acoge sola- mente aquella parte de la estructura social que, por sus circunstancias y experiencias compartidas, considera inadecuadas las relaciones sociales establecidas. Así, independientemente de los aspectos de organización formal, dentro de un movimiento social es muy importante la conciencia de grupo, es decir, el sentimiento de pertenecer a él y de ser solidario con sus otros miembros. En segundo lugar, hay un principio de oposición, pues los movimientos, al ir en contra del orden establecido por una clase dominante, siempre tienen un adversario. De hecho se considera que los movimientos sociales son expresiones del conflicto de una sociedad, pues al propugnar por una reorganización de la sociedad generan una resistencia natural por parte de los defensores del statu CJUO de la misma. Sin embargo, a diferencia de los partidos políticos, los movimientos sociales no pretenden llevar a cabo una lucha por el poder político, es decir, su intención no es la toma del Estado, razón por la cual no pueden nunca asimilarse a una institución política. Obviamente, esto no significa que los movimientos sociales carezcan de implicaciones políticas, pues, si bien no pretenden la toma del Estado, buscan influir en el proceso de toma de decisiones de éste, aunque lo hagan desde afuera y no desde adentro (Fuentes y Gunder, 1988: 1829). Por último está el principio de totalidad, queriendo significar con él que detrás de todo movimiento social hay una concepción del interés general que pone en cuestión la orientación de la sociedad. Por esta razón, los movimientos sociales no pueden asimilarse a protestas, sino que requieren de una movilización más o menos concertada u organizada, de un liderazgo más o menos definido y de una ideología que refleje la situación de los sectores que forman parte de él. Es decir, son una petición consciente de cambio. De lo anterior puede concluirse que los movimientos sociales se asemejan a una asociación semi-formal, de carácter más horizontal que vertical, donde persisten, de todas maneras, una serie de comportamientos informales y difusos, en los que el factor emocional y la convicción juegan un papel fundamental. Durante mucho tiempo, el concepto de movimiento social se utilizó para determinar los movimientos socialistas de la clase obrera industrial del siglo XIX y principios del XX, que, por su deseo de crear un orden socio-económico y político totalmente nuevo, fueron vistos en un principio como sinónimo de cambio y de oposición al statu quo. Algunos sociólogos y politólogos afirman que la principal característica de estos movimientos sociales, denominados "tradicionales", es su "unidimensionalidad", ya que expresan solamente un tipo de contradicción: aquella entre capitalistas y obreros, que resulta de los procesos de producción. Es decir, debido al carácter rigurosamente clasista de dichos movimientos, éstos solamente ponen en tela de juicio las relaciones de clase existentes. Hoy en día se cuestiona el carácter de "movimiento" de esos movimientos sociales tradicionales, ya que se han constituido en formas demasiado organizadas y permanentes del cambio social, en muchos casos carentes de independencia por ser simples apéndices o frentes de masa de los partidos políticos, tanto tradicionales como revolucionarios. Por eso, el centro de atención de las ciencias sociales se ha desplazado a los llamados "nuevos" movimientos sociales. A diferencia de los viejos movimientos sociales, éstos se caracterizan, primero, por su multidimensionalidad, ya que no sólo cuestionan las relaciones de clase y unas determinadas leyes económicas, sino que expresan oposición a una dominación política, social y cultural más amplia, como ocurre, por ejemplo, con los movimientos de liberación nacional, de lucha por la preservación del medio ambiente o de modernización social. En ese mismo sentido, son pluriclasistas, pues es casi imposible identificar en ellos las clases sociales involucradas y, por tal razón, las clases enfrentadas. Es como si la división de clases perdiera sentido en estos movimientos. Incluso, aunque se reconozca que en la sociedad civil no todos se movilizan por igual, ya que lo que se advierte es una clara confluencia de clases populares y medias frente a la tradicional articulación de los ricos y los poderosos del Estado y sus aparatos (Borja, 1989: 120-130), esto no significa que las nuevas movilizaciones se reduzcan exclusivamente a un referente de clase, pues en realidad este último se mezcla con una pluralidad de referentes de todo tipo (culturales, estructurales, etc.). Segundo, los nuevos movimientos sociales son de carácter localizado y tienen objetivos muy limitados; simplemente buscan llenar los vacíos del Estado y de otras instituciones, surgiendo en las periferias sociales, en sitios específicos y buscando solucionar necesidades y carencias muy concretas. En ese sentido, son movilizaciones de grupos reales, cuyos miembros se hallan unidos por una experiencia social común: que se sublevan contra una experiencia concreta de dominación. Tercero, no surgen por iniciativa de los partidos, ni obedecen las directrices o consignas de una organización política, sino que tienen un alto grado de espontaneidad, careciendo de formas de organización complejas, autoritarias y verticales. No obstante, requieren de un nivel mínimo de organización, pues, para poder convertir las necesidades individuales en reivindicaciones generales y para poder manifestar colectiva y explícitamente esta toma de conciencia, es imprescindible la existencia de un "núcleo", más o menos formal, que tome iniciativas, y de "un instrumento con poder de convocatoria y representatividad". Por último, habría que agregar que los nuevos movimientos sociales tienen como interlocutor privilegiado al Estado, ente frente al cual hacen sus reivindicaciones; por ejemplo, la necesidad de disminuir el deterioro de las condiciones de vida y las amenazas de la acción urbanística, de solucionar los déficits de servicios básicos o de contrarrestar la política urbana de la administración. Considerando todo lo anterior, cabe preguntarse: ¿tienen estos nuevos movimientos sociales, basados en reivindicaciones concretas, un sentido político? El sentido político de los nuevos movimientos sociales Para un buen número de politólogos, los nuevos movimientos sociales, dada la crisis entre el Estado y la sociedad civil, tienen un sentido político importante, que los hace elementos fundamentales en el proceso de profundización de la democracia. Mucho se ha hablado sobre la crisis entre el Estado y la sociedad civil, debido a los problemas de representación de ésta última en el primero, que se manifiestan en la rigidez de los cauces de representatividad y participación institucional del sistema político. Dicha crisis se hace evidente, primero, en la sobrecarga de responsabilidades y de demandas a las que se ve enfrentado el Estado, que por cierto parece cada vez más inoperante. Es decir, antes que nada, la primera manifestación de la crisis es la imposibilidad del Estado para formular proyectos globales a partir de las demandas individuales, debido a que, al privilegiar los vínculos con una élite determinada, su relación con la sociedad civil es sumamente estrecha (Leal Buitrago, 1991: 7-21). Segundo, en los partidos políticos que, incapaces de articular eficientemente las insatisfacciones y demandas de la sociedad, atraviesan por una crisis de legitimidad. Los partidos sólo escuchan la voz de los actores sociales dominantes, acudiendo al resto de los individuos simplemente para utilizarlos como medio de legitimación electoral gracias a las prácticas clientelistas, razón por la cual difícilmente pueden ser generadores del consenso. Pero la crisis también puede observarse en la debilidad de la sociedad. Si bien los sectores sociales dominantes han logrado construir una cierta identidad que les permite dirigir sus demandas al Estado y a los partidos, los sectores dominados se encuentran sumamente atomizados. En gran medida, la dificultad para vencer dicha atomización está en el Estado mismo, que ve como peligrosos los intentos de agremiación y movilización de las clases subalternas, poniendo toda clase de obstáculos, incluso la represión, para mantenerlos bajo control político o impedir su surgimiento. Otra de las tácticas consiste en subordinar las movilizaciones a los partidos políticos, de manera que las primeras asuman todos los vicios anti-democráticos de los segundos. Por lo tanto, el Estado se ha encargado de debilitar aún más a una sociedad civil ya de por sí atomizada, por su alto grado de heterogeneidad. Por supuesto, esto puede resultar en un acto de autodeslegitimación, ya que en realidad su estabilidad depende del apoyo de una sociedad civil fuerte y estructurada civil (Restrepo, 1990: 53-80 y Leal Buitrago, 1991: 7-21). Si no hay un espacio público donde la diferentes fuerzas sociales puedan ejercer su poder y si las minorías dominantes piensan que lo adecuado es impedir la expresión social y política de los conflictos como si así se pudieran eliminar, entonces el resultado lógico es una gran dificultad estatal para dirimir e impedir el desborde violento de los mismos. En otras palabras, la consecuencia de toda esta crisis es la descomposición social y la democracia formal. Los nuevos movimientos sociales, pese a su carácter espontáneo, localista y reivindicativo, tienen, entonces, sentido e importancia política. Fundamentalmente porque contribuyen a fortalecer la sociedad civil, hecho que resulta de suma importancia en la construcción de una verdadera democracia participativa. Esto se logra por varias vías. En primer lugar, los movimientos sociales, al convertirse en canales de expresión de demandas, por concretas que éstas sean, contribuyen a formar la identidad de los sectores subalternos, subrepresentados, subordinados y marginados. Tal identidad le da dirección a las clases subalternas y rompe con su atomización (Restrepo, 1990: 53-80). De esa manera, se presiona a los partidos políticos para que escuchen las demandas de todos y no las de unos pocos, y al Estado para que reasuma su tarea de generador de consensos. En segundo lugar, dada su naturaleza civilista y normalmente pacifista, son una forma legítima de expresión de las demandas no atendidas por el Estado. En ese sentido, son una manifestación contra las fórmulas violentas de solución de los conflictos que tanto han debilitado a la sociedad civil y al Estado mismo. Por último, a través de sus fórmulas descentralizado-ras, participativas y autonómicas, los movimientos sociales son un camino para la recuperación del poder por parte de la sociedad civil. Es decir, los movimientos sociales contribuyen a desestatizar la concepción del poder y a repolitizar la sociedad civil (Fals Borda, 1989: 49-58). En suma, los nuevos movimientos sociales son una espe- cie de contrapoder, que cuestiona las relaciones tradicionales entre el Estado y la sociedad civil, y tienen, por lo tanto, un sentido político. No pretenden, sin embargo, opacar al Estado, sino buscar mecanismos alternativos de relación con él; en otras palabras, son una forma de redemocratización "desde abajo", que demuestra el error en el que se incurre cuando se pretende establecer un concepto despolitizado de la sociedad civil, ya que ésta no es ajena a la política (Leal Buitrago, 1991: 721). Lo importante es que, aun cuando los movimientos sociales sean políticos, puedan seguir siendo apartídanos y paraestatales. Los movimientos sociales no pretenden tomarse el poder, sino recuperarlo para la sociedad civil. Las movilizaciones sociales están hechas para lanzar demandas al Estado y para impulsar la transformación democrática de sus instituciones, no para convertirse en parte de ellas. Entonces, la proliferación de movimientos sociales no necesariamente es un síntoma de crisis de la democracia. Al contrario, más bien su ausencia puede ser una manifestación de la antidemocracia. Movimientos sociales sin acción social Los obstáculos para emprender la acción social Para poder determinar el verdadero alcance de los "nuevos" movimientos sociales, es imprescindible caracterizar la acción social del fin del siglo XX. Una gran mayoría de científicos sociales coinciden en que, dadas las características de los movimientos sociales tradicionales (en particular de los movimientos obreros), a fi- nales del siglo XIX y principios del XX, cuando la identidad de los agentes sociales era más fácil de establecer, la acción social era mucho más sencilla de identificar. Tradicionalmente, dicha identidad estaba determinada por la posición que cada individuo ocupaba en la estructura social, específicamente en las relaciones de producción. Obviamente, al igual que hoy, los individuos ocupaban múltiples posiciones simultáneamente en la esfera social, pero existía la idea de que todas éstas se derivaban unilateralmente de la posición subjetiva en las relaciones de producción (Laclau, 1987: 3-11). Esta prioridad de la posición subjetiva en las relaciones de producción se debía a las largas horas que los trabajadores pasaban en las fábricas, a su limitado acceso a los bienes de consumo y a su escasa participación social general, como resultado de sus bajos salarios. En las categorías clásicas del actor social como la de "clase trabajadora" había una articulación muy grande entre todas las posiciones del individuo, ya que las demás eran resultado de la posición en la relación de producción (Laclau, 1987: 311). Por lo tanto, había una identidad del trabajador como productor, consumidor, agente político, etc. En suma, los órdenes sociales tradicionales eran más polarizados que los modernos, pues el sistema de equivalencias entre las múltiples posiciones del sujeto permitía la construcción de fronteras claras que separaban radicalmente a unos actores sociales de otros. De hecho, lo que se esperaba con las teorizaciones previas de carácter marxista era que cada vez más la sociedad tendiera a la polarización homogénea de clases sociales y por esa vía se hicieran cada vez más evidentes las identidades sociales. Un siglo de luchas tradicionales mostró que la tendencia del desarrollo capitalista no era la de transformar la mayoría de los estratos laborales del mundo en trabajadores de fábrica, asalariados, urbanos, masculinos y adultos; es decir, en el tipo ideal del "proletariado", como se concebía en forma tradicional. La realidad del capitalismo en lo ocupacional fue otra: en 1950, al igual que en 1850, este tipo ideal de "proletariado" seguía representando una minoría en los estratos laborales del mundo. Por eso comenzó a pensarse que organizar los movimientos sociales alrededor de este grupo era dar prioridad a los reclamos de una variedad sobre otras variedades de los estratos laborales del mundo. Desde ese momento, los "otros" grupos en lucha mujeres, minorías raciales, minorías sexuales, ecologistas, etc, tradicionalmente subordinados, comenzaron a librar sus propias luchas sin aceptar la legitimidad de "esperar" por otra revolución, comandada por tan sólo una de las muchas formas de subordinación (Wallerstein, 1989: 3-18). Por lo tanto, a medida que el capitalismo evolucionó, se hizo evidente la complejidad creciente de la estructura de clases en las sociedades industriales avanzadas. Así, a medida que transcurrió el siglo XX, fue cada vez más difícil trazar fronteras entre los actores sociales. Hoy los campos en conflicto ya no están dados en forma natural, y las fronteras internas requieren cada vez de un mayor esfuerzo de construcción política. Los marcos de significación estables, resultados de esas fronteras, como por ejemplo el que oponía al pueblo contra el antiguo régimen, empezaron a quebrarse paulatinamente. Categorías como "clase obrera" y "pequeños burgueses", se volvieron menos significativas para entender la identidad total de los agentes sociales. Actualmente existe una sociedad de transformaciones rápidas, en la que es sumamente difícil definir el actor social por su pertenencia a colectividades y por los papeles sociales que éste desempeña, por varias razones. En primer lugar, si bien, al igual que antes, las clases dirigentes siguen encaminando a la sociedad hacia su modelo de desarrollo, la dominación social actual que ejercen no es tan clara. Fundamentalmente porque ésta no se desarrolla sobre una parte limitada de la experiencia social, como por ejemplo a través de las relaciones de producción, sino que es más extensiva y difusa. El consumo en masa, a pesar de la sensación de libertad que produce en el hombre que ve a su alrededor una amplia gama de posibilidades de satisfacción de sus deseos, no es más que una nueva forma de control que se ejerce a través de la seducción y no de manera impositiva. Esa situación paradójica puede señalarse así: "el hombre se siente libre, pero su libertad es sólo una apariencia". Esto impide que los sectores subalternos cobren conciencia de su identidad, por medio de aquello de lo que se ven privados. Esa apariencia de ausencia de dominación, sin importar que en la realidad haya una gran dualización de la sociedad, hace que la gente excluida no se organice fácilmente, no actúe (Touraine, 1995: 2-3). ladas acciones colectivas del mundo de hoy, es mejor entender la acción social como una suma de acciones individuales con diferentes motivaciones. En segundo lugar, existe también una apariencia de no exclusión. Poco a poco se hace creer que una porción mayor de la población está integrada en la acción dirigente. Así, las fuerzas de oposición actuales carecen del antiguo carácter de mayoría en contra de unas élites, y son más bien un conjunto de minorías que luchan contra la dominación ejercida en sectores muy específicos de la sociedad. En suma, en los nuevos movimientos sociales es muy difícil identificar el grupo, ya que no hay un sistema coherente y ordenado de posiciones subjetivas. Cada sujeto ocupa diferentes posiciones entre las cuales no hay una relación obvia y permanente. A finales del siglo XX, las identidades se rompen. Esto no significa que el concepto de lucha de clases sea totalmente correcto o incorrecto, sino simplemente que es insuficiente para entender los conflictos sociales contemporáneos. Puede que el conflicto de clases atraviese aun la organización social de los países en desarrollo, donde persisten enormes desigualdades sociales. Allí, los movimientos sociales pueden favorecer más fácilmente la identificación de sus miembros con una clase específica (Touraine, 1978: 4455). Pero de todas formas, no hay una unidad sincrónica entre las diferentes posiciones del agente social y éste ya no es una entidad unificada y homogénea, ni siquiera en los países en desarrollo. El agente social de hoy es una pluralidad y ya no hay una identidad social completamente adquirida, sino que las identidades sociales están en transformación continua. Por lo tanto, a medida que el mundo de la economía es más globalizado, la correspondencia entre el mundo de las identidades y el mundo de la economía desaparece, y por consiguiente desaparecen también los actores sociales. Cada vez más las clases sociales son actores solamente en teoría, mas no en la realidad, donde es muy difícil identificar las acciones de clase y los actores sociales. Se afirma que en la actualidad no hay actores sociales, no hay ideologías, ni programas políticos. Hoy sólo existe un actor: el ajuste. En otras palabras, "la única fuerza de transformación, buena o mala, el único agente de cambio es la transformación del sistema económico" (Touraine, 1995: 2-3). Probablemente, en una dirección similar, más no idéntica, se dirigen los autores que reivindican la validez del llamado individualismo metodológico, según el cual en la dinámica social, lo central es el plano individual y no las estructuras o las acciones colectivas. En otros términos, para poder entender las desarticu- dad en el tiempo, en la medida en que las condiciones de su aparición no necesariamente están constantemente presentes. Por ello se afirma que son movimientos cíclicos, que aparecen y desaparecen según cambien las circunstancias que dieron lugar a su nacimiento, o según se satisfagan o rechacen radicalmente sus demandas. Dicho de otra manera, los "nuevos" movimientos sociales tienen una enorme dificultad para evolucionar hacia formas de organización relativamente estables y tienden, por el contrario, a ser sumamente efímeros. "Un sector social desarticulado, inorgánico y sin experiencia de sí mismo y de los conflictos que lo constituyen, simplemente no existe" (Restrepo, 1990). En ese sentido, un sector sólo puede presentar propuestas y demandas claras al Estado cuando adquiere "identidad". Esta se construye a partir de las respuestas colectivas que se generan de los distintos conflictos sociales. Así, identidad significa "tener una forma de organización más o menos estable, una experiencia clara de la comunidad de intereses, costumbres y valores, una mayor independencia con respecto a otras instancias de poder y un mejor reconocimiento de los sectores sociales a los cuales se enfrentan" (Restrepo, 1990: 53-80). La inestabilidad de los nuevos movimientos sociales Por ejemplo, las clases dirigentes han logrado esa identidad a través de los gremios económicos. Justamente debido al carácter multidimensional, pluriclasista y reivindicativo-específico, los nuevos movimientos sociales son extremadamente complejos, frágiles e inestables. Es decir, son de una alta volatili- Innumerables caminos, prácticos y teóricos, se han implementado y propuesto como maneras para superar la alta volatilidad de los nuevos movimientos sociales, pero hasta el momento no se han encontrado respuestas satisfactorias. En la práctica, debido a la gran demanda de identidad y a la escasez de patrones de oferta de la misma, hay una tendencia a intentar recuperar identidades cada vez más abstractas o antiguas, como la ecológica o la étnico-religiosa, respectivamente. Por eso, paradójicamente, frente a la creciente globalización del mundo objetivado de la economía, hay un resurgimiento del mundo subjetivado, especialmente a nivel cultural (Touraine, 1995: 2-3). Hoy la gente no se identifica como perteneciente a una clase social, sino como serbio, homosexual, mujer, musulmán, viejo, ecologista, etc. Este es el mundo de las identidades fragmentadas. El problema es que en ese terreno las identidades no son muy claras y es muy difícil conformar actores, debido a la ausencia de verdaderas contradicciones. Es decir, cuando se construyen identidades sobre conceptos abstractos, es muy difícil encontrar el actor contradictorio, de manera que con claridad se ponga en tela de juicio un orden establecido. Por ese motivo, muchos cuestionan el carácter "revolucionario" de los nuevos movimientos sociales y piensan que éstos son sólo movimientos reivindicativos específicos. En el plano teórico, se ha planteado la posibilidad de superar el carácter esporádico de los movimientos sociales a través de la concatenación o articulación de los diferentes conflictos que cada uno de ellos afronta. Así, al ligar pequeñas protestas se amplia el nivel de confrontación y de reconocimiento, tanto espacial como social, y los movimientos pueden pasar de lo micro a lo ma- cro, de la protesta a la propuesta (Fals Borda, 1989:49-58). Lo realmente complicado es encontrar los mecanismos que permitan esa articulación, ya que en realidad no hay una dinámica homogénea de los movimientos sociales. En la movilización reciente no hay indicios reales de algo así como un espíritu popular unificador de las luchas. De hecho, hay "movimientos dobles", es decir, movimientos de signos opuestos o antagónicos. Por ejemplo, en el caso colombiano, ¿cómo podrían articularse las reivindicaciones de los movimientos ecologistas con las de movimientos populares campesinos que en muchas ocasiones degradan el ambiente al satisfacer sus necesidades? Las luchas además de fragmentadas, son contradictorias. Así, los diversos actores sociales en la búsqueda de sus reivindicaciones a veces entran en conflicto entre ellos. Por lo tanto, lo que realmente ocurre con los nuevos movimientos sociales es que hay una multiplicidad de antagonismos que no se articulan, cada uno de ellos intenta crear su propio espacio político o politizar un área específica de las relaciones sociales. Por otro lado, no hay que olvidar también que otra forma de desaparición o pérdida del valor de los movimientos sociales es su pérdida de independencia. Esto ocurre cuando los partidos políticos perciben los movimientos sociales como su tabla de salvación, de manera que los primeros despliegan toda su creatividad en desarrollar mecanismos de cooptación de los segundos. Cuando hay una institucionalización de los movimientos sociales en ese sentido éstos pierden contenido real, ya que normalmente la acogida de los partidos políticos rara vez se traduce en la realización de los intereses del movimiento. Actualmente existe una inconmesurable diversidad de acción colectiva, de objetivos y de intereses. Así, muchos concluyen que las potencialidades y capacidades de los nuevos movimientos sociales son muy limitadas, pues, desde la perspectiva sistémica, no son capaces de generar avances históricos sustantivos. Las fuerzas sociales de hoy operan desligadas de grandes estrategias de desarrollo o de utopías políticas en general. Lo que se vive es más bien como un volver a la individualidad, desde la cual es sumamente difícil captar la globalidad de los sujetos inscritos en las heterogéneas luchas sociales. Precisamente, quienes han enfatizado en las teorías del individualismo metodológico resaltan que en la acción colectiva no se pueden perder de vista los distintos individuos que la conforman, los cuales pueden mantener orientaciones divergentes. Por lo tanto, frente a la dificultad para generar identidades, los movimientos sociales se hacen muy frágiles, dado que hay una mayor diversidad de intereses de subgrupo e individuales que se esconden detrás de la aparente unidad de la colectividad. En un mundo cada vez más individualizado, donde la participación social depende de una evaluación individual de costosbeneficios, es muy difícil emprender acciones sociales. Conclusiones El estudio de los movimientos sociales permite una nueva manera de entender el poder, pues a través de ellos se reconoce que el poder no reside solamente en el Estado, sino que también está presente en las relaciones sociales. Al establecer esta disociación tradicional entre el Estado y el poder, es posible reconocer que la construcción de la democracia no es una tarea política que le corresponde única y exclusivamente al Estado o a los partidos, sino que también es una tarea social que supone cambios en las relaciones de poder existentes en el seno de la sociedad civil (Restrepo, 1990: 5380). En otras palabras, la democracia no es solamente un proyecto de Estado, sino también un proyecto de nueva sociedad no discriminatoria, no racista, no machista. Obviamente, la mayor presencia de los movimientos sociales significa una mayor democracia, en el sentido de la superación de la democracia formal limitada al problema de la representación, el derecho al voto, la alternancia en el poder, etc. y de la democracia fundamental preocupada por generar igualdad de oportunidades para superar los desequilibrios internos y dar origen a ciudadanos reales . También en el sentido del establecimiento de la democracia sustantiva aquella comprometida con el fortalecimiento de la sociedad civil y de los actores sociales. Sin embargo, no se debe confundir esta enorme potencialidad de los movimientos sociales con la realización efectiva e inmediata de la democracia participativa, ya que hoy se asiste a una compleja constitución de la subjetividad social de los actores sociales. Puede ser que estén surgiendo, en este momento, nuevas formas de subjetividad y de acción social, expresadas en los nuevos movimientos sociales, que aun no se comprenden fácilmente. Puede ser que en el futuro se constituya una subjetividad no clasista, que, no obstante, reivindique el cambio social. Eso nadie lo puede predecir con certeza. Pero, por el momento, hay una multiplicidad de subjetividades, que no se articulan fácilmente y que, por lo tanto, tienen enormes dificultades para hacer valer la democraciaparticipativa frente a los centros consolidados de poder. Referencias Libros Borja, Jordi. Estado, Descentralización y democracia. Bogotá, Ediciones Foro Nacional por Colombia, 1989. Leal Buitrago, Francisco (comp). En busca de la estabilidad perdida: actores políticos y sociales en los años noventa. Santafé de Bogotá, Tercer Mundo Editores - Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI)Colciencias, 1995. Touraine, Alain. Introducción a la sociología. 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