PRESENTACIÓN DE RAMÓN ACÍN FANLO Por Alberto Jiménez Liste Leída en presencia del autor, el viernes, 18 de febrero de 2011, a las 10:30 horas, en el Salón de Actos del IES Avempace. Queridos alumnos: Cuando a uno le encomiendan la tarea de presentar a un escritor al que tan solo de nombre conoce, debe, obviamente, perder algo de vista leyendo con un poco de atención su obra o, cuan al menos, buena parte de la misma. Lo de las presentaciones de autores o libros pueden llegar a ser verdaderas maldiciones, pues, en ocasiones, el maestro de ceremonias debe poner al mal tiempo buena cara y podría aquí traer a colación unos cuantos momentos que, al respecto, me han procurado hondo pesar. Pero, por contra, la maldición de la presentación puede tornarse dulce elixir, y el mal de ojo antojarse bendición, pues, gracias a ello, este maestro de ceremonias ha podido descubrir autores como Fernando Iwasaki, Encarnación Ferré o Ricardo Bosque. Cuando José Antonio García me buscó impaciente por los pasillos del instituto para lanzarme la maldición de la que hablo, pienso yo que sería porque confiaba en que el nombre de Ramón Acín despertara en mí la misma curiosidad que esos otros nombres que figuran en mi lista de autores favoritos: Antonio Muñoz Molina, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Miguel de Cervantes, Baltasar Gracián, Stephen King, Fëdor Dostoievsky, Jorge Luis Borges, Jorge Manrique y tantos otros de épocas y nacionalidades diversas, muy diversas. -Ramón Acín, Ramón Acín –dije yo. -Sí, hombre, sí –me dijo José Antonio García-. Es doctor en Filología Hispánica, coordinador del programa Invitación a la 1 Lectura y autor de un montón de libros: ensayos, novelas, cuentos. Si no sabes por dónde hincarle el diente, en Internet hay muchísima información. Aunque no soy yo muy amigo de las nuevas tecnologías, tuve a bien teclear el nombre de Ramón Acín en Google para acceder a alguna imagen suya, movido por la misma curiosidad que nos lleva a ponerle cara, más o menos fiable, a Unamuno, Lope de Vega, Perez Reverte y tantos otros. Y hete aquí que me encuentro con un jovenzuelo de larga melena, chupa de cuero y ajustados pantalones paqueteros, micrófono en mano y gesto orgásmico. ¿Cómo, aquel tipo era el autor de Cinco mujeres en la vida de un hombre? Menos mal que mi amigo Sebastián Solana, que pasaba por ahí, me salvó del entuerto: — ¡Qué no hombre, qué no, que ese no es Ramón Acín, que ese es Ramoncín! Hay que ver lo que puede llegar a hacer una letra de más o de menos. Internet, en este sentido, es como la Literatura, un confuso magma donde todo cabe. En efecto, en el ámbito libresco, tal que en la red de redes, tenemos lo más sacro junto a lo más obsceno, moviendo ingentes cantidades de dinero porque, parafraseando a nuestro invitado de hoy, al verdadero Ramón Acín, la Literatura es mercado y, en este sentido, el libro debe encontrar su público, ese lector ideal que tanto agrada. La obra, como esa traviesa fotografía del verdadero Ramón Acín, debe surgir del mencionado magma, toparse con los ojos de quien busca leer esa determinada historia. Resulta, en este sentido, obvio, que el autor que hoy nos ocupa es tan sagaz como versátil. Un autor que conoce bien el hoy por hoy de su oficio y que sabe ajustarse a ello. En mi modesta opinión, me atrevo a decir que estilística y temáticamente, la obra de Acín se marca por la indefinición, una búsqueda del tono necesario para cada historia, para cada lector, para que cada libro satisfaga ese mercado al que va destinado, lo que procura un curioso y constante cambio de voz en cada texto. Así las cosas, leer El caso 2 de la cofradía, Siempre quedará París, Cuando es larga la sombra o Terror en la Cartuja es leer al mismo autor y, a la par, descubrir un Ramón Acín diferente, como si el escritor se inmolara, presentes sucesiones de difunto a cada libro. Si en una de sus mejores creaciones, Muerde el silencio, uno intuye ecos del Azorín de La voluntad, de La colmena de Cela o incluso del Pedro Páramo de Juan Rulfo, en Somontano del 36 (relato incluido en Hermanos de sangre) el lector se topa de bruces con esa soledad sonora de la que hablaba san Juan de la Cruz, y es que la cita culta, la referencia elitista, se nos aparece cual fantasma incluso en un texto tan diferente como Terror en la Cartuja, donde encontramos palpables ecos lovecraftianos. Así las cosas, la literatura de Ramón Acín enraíza con esa tradición que conoce y a la que pertenece, pues todo autor que se precie es hijo de sus lecturas, vástago de su cultura. Por ello, no es de extrañar que, a lo largo de las páginas de su obra, resuenen los ecos de Primo Levi o Conan Doyle, e incluso el cine tenga un importante lugar, tal y como reflejan las diversas partes que conforman la ya mentada Siempre quedará París, bautizadas con títulos de inolvidables películas: desde el Volver a empezar de José Luis Garci al Secretos del corazón de Montxo Armendáriz, pasando por ese Adiós a las armas que con mano maestra dirigiera Frank Borzage. Y es que la obra de Ramón Acín es hija de estos tiempos en los que el mercado apetece de voz variada, capaz de integrar no solo estilos sino incluso códigos de comunicación diversos, atendiendo a esa tendencia postmoderna que tanto nos acosa. Ya veis, queridos alumnos, los entresijos que pueden deducirse del oficio de escritor, la importancia que para alumbrar el texto preciso tiene la oración, la palabra, la sílaba o tan solo esa letra que establece una infinita distancia entre Ramoncín y Ramón Acín, entre el escritor y la estrella del rock. 3 No estamos en un concierto, sino en el salón de actos de un instituto, pero creo que nuestro querido Ramón se merece el aplauso y la ovación dignos del espectáculo. 4