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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
SACHS, Jeffrey (2005): "Retrato de familia mundial" ; "La extensión de la
prosperidad económica" — Capítulos 1 y 2 (pp. 31-90 y notas pp. 507-508) de:
SACHS, Jeffrey: El fin de la pobreza: Cómo conseguirlo en nuestro tiempo / Jeffrey
Sachs ; prólogo de Bono ; traducción de Ricardo García Pérez y Ricard Martínez i
Muntada — 1ª ed. — [Barcelona] : Debate, [2005] — 549 pp., [8] p. de lám. —
(Arena abierta) — ISBN: 84-8306-643-0 — [Traducción de: The End of Poverty:
Economic Possibilities for Our Time — New York : Penguin Press, 2005 — xviii,
396 pp. — ISBN: 1594200459]
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Retrato de familia mundial
MALAWI: LA TORMENTA PERFECTA
Todavía es media mañana en Malawi cuando llegamos a una aldea,
Nthandire, situada aproximadamente a una hora de Lilongwe, la capital. Hemos
llegado por caminos de tierra, pasando ante mujeres y niños que caminaban
descalzos y cargados con cántaros de agua, leña y otros bultos. La temperatura
de media mañana es sofocante. En esta región dedicada al cultivo de subsistencia
del maíz y perteneciente a un país empobrecido y carente de salida al mar del
África meridional, las familias sobreviven a duras penas trabajando unas tierras
que no regalan nada. Este año ha sido mucho más difícil que de costumbre
porque las lluvias han sido muy escasas, probablemente a consecuencia del ciclo
de El Niño. Sea cual sea la causa, en los campos por los que pasamos los
cultivos se están echando a perder.
Si en la aldea abundaran los hombres sanos, que hubieran sido capaces de
construir pequeñas unidades de recogida de agua en lo alto de las viviendas para
aprovechar la lluvia caída en los meses anteriores, por poca que fuera, la
situación no sería tan desesperada como lo es esta mañana. Sin embargo, cuando
llegamos al pueblo no vemos ningún hombre joven y sano. De hecho, nos
reciben decenas de mujeres mayores y niños, pero no se ve ni un hombre ni una
mujer joven en edad de trabajar. «¿Dónde están los trabajadores? —preguntamos
—, ¿en el campo?» El cooperante que nos ha llevado hasta el poblado menea
con tristeza la cabeza y dice que no. Casi todos han muerto. El lugar ha sido
devastado por el sida, que ya lleva varios años causando estragos en esta zona de
Malawi. En la aldea solo quedan cinco hombres de edades comprendidas entre
los veinte y los cuarenta años. Esta mañana no están porque todos han acudido al
funeral de un paisano que murió ayer de sida.
La presencia de la muerte en Nthandire ha sido abrumadora en los últimos
años. Las abuelas que encontramos cuidan de sus nietos huérfanos. Cada mujer
tiene su propia historia que contar acerca de la muerte de sus hijos e hijas, que
les han dejado la carga de criar y mantener a cinco o diez —a veces quince—
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
El margen de supervivencia es extraordinariamente estrecho; en ocasiones se
cierra por completo. Una mujer a quien encontramos ante su choza de barro
tiene quince nietos huérfanos, como puede verse en la fotografía 1. Cuando
empieza a explicarnos su situación, primero señala hacia los cultivos secos de
los campos cercanos a la choza. Su pequeña parcela, tal vez de media hectárea
en total, habría resultado demasiado exigua para alimentar a su familia aunque
las lluvias hubieran sido abundantes. Los problemas que plantean el reducido
tamaño del terreno de cultivo y la sequía se agravan debido a otro problema: los
nutrientes del suelo están tan agotados en esta zona de Malawi que, con lluvias
adecuadas, la cosecha alcanza solo alrededor de una tonelada de maíz por
hectárea, frente a las tres toneladas por hectárea que serían propias de suelos más
ricos.
Media tonelada de grano producida por un terreno de media hectárea no sería
suficiente para una nutrición adecuada y proporcionaría escasísimos ingresos por
comercialización, en el caso de que llegara a hacerlo. Este año, debido a la
sequía, la mujer no obtendrá casi nada. Desliza la mano en el delantal y saca un
puñado de mijo medio podrido e infestado de insectos, que constituirá la base de
las gachas que preparará para la cena de esta noche. Será la única comida que los
niños consuman en todo el día.
Le pregunto por la salud de los pequeños. Señala a una niña de unos cuatro
años y dice que la semana anterior contrajo la malaria. La mujer transportó a
cuestas a la chiquilla a lo largo de unos diez kilómetros, hasta el hospital de la
zona. Cuando llegaron, resultó que aquel día no había quinina, la medicina
contra la malaria. La niña tenía fiebre muy alta, pero las enviaron a ambas de
regreso a casa y les dijeron que volvieran al día siguiente.
En lo que constituyó un pequeño milagro, cuando regresaron al día siguiente
tras otra caminata de diez kilómetros, había llegado la quinina, y la niña
respondió al tratamiento y sobrevivió. Ahora bien, se salvó por muy poco.
Cuando la malaria no se trata en cuestión de uno o dos días, los niños pueden
empeorar y pasar a sufrir malaria cerebral, seguida de un estado de coma y luego
de la muerte. Cada año sucumbe a la malaria más de un millón de niños
africanos, quizá hasta tres millones. Esa catástrofe espantosa sucede a pesar de
que la enfermedad se puede prevenir en parte —por medio del uso de
mosquiteras y otros controles ambientales que no llegan a las aldeas
empobrecidas de Malawi y de la mayor parte del resto del continente— y se
puede tratar sin excepción. Sencillamente, no existe ninguna excusa que
justifique que esa enfermedad se cobre millones de vidas todos los años.
Nuestro guía en Nthandire es un cooperante cristiano, un malawí entregado y
compasivo que trabaja para una organización no gubernamental (ONG) local. El
y sus colegas trabajan contra viento y marea para ayudar a aldeas como esta. La
nietos huérfanos. Estas mujeres han alcanzado una edad en la cual, en lugares
más prósperos, serían las veneradas matriarcas que disfrutan de un descanso bien
merecido después de toda una vida de duro trabajo. Pero aquí no hay descanso,
ni siquiera oportunidad alguna para un respiro momentáneo, porque las abuelas
de esta aldea —y de un sinnúmero de otras semejantes— saben que, si aflojan el
ritmo un instante, esos niños pequeños morirán.
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
ONG apenas dispone de financiación y sobrevive a base de aportaciones
exiguas. Su gran obra en el poblado, incluida esta casa, consiste en proporcionar
lonas plásticas impermeables para colocarlas bajo la techumbre de paja de todas
las chozas. La lona impide que los niños queden completamente expuestos a los
elementos, de modo que, cuando lleguen las lluvias, el techo no gotee sobre los
quince nietos que duermen debajo. Esa aportación, de apenas unos cuantos
céntimos por familia, es todo lo que puede obtener la organización de ayuda.
Mientras recorremos la aldea, otras abuelas relatan historias similares. Todas
han perdido a hijos e hijas; los que quedan luchan por sobrevivir. En el poblado
no hay más que pobres. No hay ningún centro de asistencia médica cercano. No
hay suministro de agua potable. No hay cultivos en los campos. Y,
particularmente, no hay ninguna ayuda. Me inclino para preguntarle a una de las
niñas cómo se llama y qué edad tiene. Aparenta siete u ocho años, pero en
realidad tiene doce; los años de desnutrición han afectado a su desarrollo.
Cuando le pregunto qué le gustaría hacer en la vida, me dice que quiere ser
maestra, y que está dispuesta a estudiar y trabajar con ahínco para conseguirlo.
Sé que las posibilidades de que sobreviva para acudir a la escuela secundaria y a
una facultad de magisterio son escasas en las condiciones en que vive. Que vaya
a la escuela ahora es una cuestión de azar. Los niños acuden o no a la escuela en
función de las enfermedades. Su asistencia depende de la urgencia con que se les
necesite en casa para ir a por agua y leña, o para cuidar de hermanos o primos;
de si pueden permitirse comprar materiales y uniformes y pagar la matrícula, y
de si resulta seguro caminar varios kilómetros hasta la misma escuela.
Dejamos la aldea y, más avanzado el día, volamos a la segunda ciudad del
país, Blantyre, donde visitamos el principal hospital de Malawi, el Hospital
Central Reina Isabel. Allí sufrimos la segunda conmoción del día. El hospital es
el lugar donde el gobierno de Malawi tiene grandes deseos de iniciar un
programa de tratamiento para los cerca de novecientos mil ciudadanos del país
infectados por el VIH que actualmente se están muriendo de sida por falta de
dicho tratamiento. El hospital ha creado un centro de atención inmediata para las
personas que pueden permitirse pagar el dólar diario que cuesta la terapia de
combinación antirretroviral; su actividad se basa en acuerdos de Malawi con el
productor indio de medicamentos genéricos Cipla, que ha sido pionero en el
suministro de fármacos antirretrovirales de bajo coste a países pobres. Como el
gobierno está demasiado empobrecido para asumir el dólar diario
correspondiente a todos los necesitados, el programa ha empezado dirigiéndose a
los contados malawíes que pueden permitirse pagarlo de su bolsillo. En el
momento de nuestra visita, este centro de tratamiento está suministrando
diariamente medicamentos antisida a unas cuatrocientas personas que pueden
pagarlos: cuatrocientas personas en un país con novecientos mil infectados. En
lo esencial, el resto no tiene acceso a medicinas antisida.
Entramos en una sala de reuniones con el médico que supervisa el servicio de
pacientes externos y las salas de hospitalización. Nos describe los pequeños
milagros logrados con los pacientes tratados con fármacos antisida. La respuesta
ha. sido espectacular: los medicamentos dan resultado casi en el ciento por
ciento de los casos. Las cepas de VIH no muestran resistencia a los fármacos
porque anteriormente los habitantes de Malawi jamás habían tenido acceso a
ellos. El médico también explica que el nivel de asistencia de sus pacientes a las
dos sesiones diarias prescritas ha sido muy alto; está claro que los pacientes
quieren seguir viviendo. En resumen, el médico está extraordinariamente
satisfecho de los resultados.
En el preciso momento en que su información nos está animando, el médico
se levanta y nos propone visitar la sala de hospitalización, que está justo al otro
lado del vestíbulo. «Sala de hospitalización» es, de hecho, un eufemismo
escandaloso, porque en realidad no se trata en modo alguno de eso: es el lugar al
que los malawíes acuden a morir de sida. En la sala de hospitalización no hay
medicamentos. El recinto tiene una capacidad teórica de 150 camas, pero en él
hay 450 personas, a las que se logra acomodar poniendo a tres en cada cama o
alrededor de ella. En la mayoría de los casos, hay dos personas tendidas pies con
cabeza: extraños que comparten lecho de muerte. Junto a la cama o debajo de
ella, hay alguien muriéndose en el suelo, a veces literalmente y en ocasiones
sobre un cartón.
En la sala se oyen constantes gemidos. Es un recinto para moribundos, y tres
cuartas partes o más de las personas que hoy se encuentran en él sufren sida en
fase terminal y carecen de medicamentos. Los familiares están sentados junto a
la cama, limpiando labios resecos y viendo morir a sus seres queridos. El mismo
médico que trata a pacientes al otro lado del vestíbulo es el responsable de este
servicio. Sabe lo que podría hacerse. Sabe que todos y cada uno de estos
pacientes podrían alzarse del lecho de muerte si no fuera porque les falta un
dólar diario. Sabe que el problema no es de infraestructura, ni de logística, ni de
incumplimiento del tratamiento. Sabe que el problema consiste simplemente en
que el mundo ha considerado oportuno mirar a otro lado mientras centenares de
malawíes empobrecidos mueren hoy a consecuencia de su pobreza.
Después de varias visitas, he llegado a conocer relativamente bien Malawi.
Hace algunos años se puso en contacto conmigo el vicepresidente del país, Justin
Mulawesi, una excelente persona, una figura digna, elocuente y popular en lo
que, pese a todas las dificultades, es una democracia pluripartidista. Las
dificultades son muchas, porque la democracia está condenada a ser frágil en un
país empobrecido en el que la renta por habitante asciende a unos 50 centavos
diarios —o, lo que es lo mismo, alrededor de 180 dólares anuales por persona—,
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
y donde las tensiones derivadas de la enfermedad y el hambre masivos y de los
cambios climáticos lo dominan todo. Aunque parezca mentira, los malawíes lo
han conseguido mientras la mayor parte de la comunidad internacional se
mantenía al margen de todo ese sufrimiento.
El propio vicepresidente Mulawesi ha perdido varios familiares a causa del
sida. La primera vez que hablamos de esa enfermedad, se refirió con ojos
profundamente tristes a sus nuevas responsabilidades como jefe de la Comisión
Nacional del Sida. Mulawesi ha encabezado un equipo de expertos encargado de
planear una estrategia nacional sobre el sida que pudiera empezar a afrontar ese
espantoso desafío. El equipo ha viajado por todo el mundo —con visitas a la
Universidad de Harvard, la Johns Hopkins y la de Liverpool, a la Escuela de
Higiene y Medicina Tropical de Londres y a la Organización Mundial de la
Salud— para debatir ideas destinadas a intensificar la lucha contra el sida.
La verdad es que Malawi elaboró una de las primeras y mejor concebidas
estrategias para proporcionar tratamiento a su población moribunda, y dio una
respuesta muy sensata a los retos que representaban la gestión de un nuevo
sistema de suministro de medicamentos, la orientación y educación de los
pacientes, el servicio de asistencia social comunitaria y los flujos financieros que
habían de acompañar el proceso de capacitación de los médicos. Sobre esa base,
Malawi realizó propuestas a la comunidad internacional para que ayudara en el
intento de que el tratamiento con fármacos contra el sida llegara gradualmente a
cerca de un tercio del total de la población infectada (es decir, a unas trescientas
mil personas) en un plazo de cinco años.
Sin embargo, los procesos internacionales son crueles. Los gobiernos
donantes —entre ellos los de Estados Unidos y Europa— indicaron a Malawi
que moderara drásticamente su propuesta, ya que la inicial era «demasiado
ambiciosa y demasiado costosa». En el siguiente anteproyecto, el objetivo quedó
rebajado a tan solo cien mil personas en tratamiento al cabo de cinco años. Pero
incluso esa cifra era demasiado. En un tenso lapso de cinco días, los donantes
obligaron a Malawi a rebajar la propuesta en otro 60 por ciento, con lo cual el
objetivo quedó reducido a cuarenta mil personas en tratamiento. Ese plan,
mutilado en gran parte, se presentó al Fondo Mundial para la Lucha contra el
Sida, la Tuberculosis y la Malaria. Aunque parezca increíble, los donantes que
gestionaban aquel fondo consideraron oportuno volver a recortar el alcance del
proyecto. Tras una larga lucha, Malawi recibió financiación para salvar tan solo
a veinticinco mil personas al cabo de cinco años: la comunidad internacional
había condenado a muerte a la población del país.
Carol Bellamy, de UNICEF, ha descrito acertadamente la grave situación de
Malawi como «la tormenta perfecta», una tormenta en la que se combinan el
desastre climático, el empobrecimiento, la pandemia del sida y las ya viejas
lacras de la malaria, la esquistosomiasis y otras enfermedades. Ante ese
torbellino espantoso, hasta ahora la comunidad mundial ha dado numerosas y
espectaculares muestras de preocupación e incluso ha exhibido una retórica
altruista, pero no ha hecho prácticamente nada.
BANGLADESH: EN LA ESCALERA DEL DESARROLLO
A unos cuantos miles de kilómetros de esa tormenta perfecta, hay otro
escenario de pobreza. En este. caso se trata de pobreza en retroceso, de un lugar
en el que poco a poco se está ganando la lucha por la supervivencia, aunque
todavía con riesgos terribles y grandes necesidades no resueltas. Esa lucha se
está librando en Bangladesh, uno de los países más populosos del mundo, con
140 millones de habitantes que viven en las llanuras aluviales de los deltas de
dos grandes ríos, el Brahmaputra y el Ganges, que atraviesan Bangladesh en su
camino hacia el océano Índico.
Bangladesh nació en 1971 de una guerra de independencia contra Pakistán.
Aquel año sufrió una hambruna y un caos generalizados, lo cual llevó a un
funcionario del Departamento de Estado dirigido por Henry Kissinger a calificar
al país de «caso perdido internacional», una expresión que hizo fortuna. En la
actualidad, Bangladesh dista mucho de ser un caso perdido. La renta per cápita
se ha duplicado aproximadamente desde la independencia, la esperanza de vida
ha ascendido de cuarenta y cuatro años a sesenta y dos, y la tasa de mortalidad
de lactantes (el número de niños que mueren antes de cumplir un año por cada
mil nacimientos) ha bajado de 145 en 1970 a 48 en 2002. Bangladesh nos
muestra que, incluso en circunstancias que parecen las más desesperadas, hay
maneras de avanzar si se aplican las estrategias correctas y se realiza la
combinación adecuada de inversiones.
Con todo, Bangladesh no se ha deshecho todavía de la pobreza extrema. Si
bien durante la última generación se ha librado de los peores estragos del hambre
y la enfermedad, en la actualidad se enfrenta a desafíos importantes. Pocos
meses después de mi visita a Malawi, un día me levanté de madrugada en
Dhaka, la capital de Bangladesh, y fui testigo de una escena singular: miles de
personas que acudían a trabajar caminando en largas hileras procedentes del
extrarradio de Dhaka y de algunos de sus barrios más pobres. Al mirar con
mayor atención, me dí cuenta de que casi todas aquellas personas eran mujeres
jóvenes, tal vez entre los dieciocho y los veinticinco años de edad. Son las
trabajadoras de la floreciente industria de la confección de Dhaka; y cada mes
cortan, cosen y empaquetan millones de prendas de vestir destinadas a Estados
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
Unidos y Europa.
A lo largo de los años he visitado fábricas de ropa en todo el mundo en vías
de desarrollo. He llegado a familiarizarme con los recintos cavernosos en los que
centenares de mujeres jóvenes se sientan ante máquinas de coser y los hombres,
frente a mesas de corte, y donde los tejidos se desplazan a lo largo de lineas de
montaje y, cuando la ropa llega a las últimas etapas de confección, se le colocan
las conocidas etiquetas de GAP, Polo, Yves Saint-Laurent, Wal-Mart, J. C.
Penney y otras marcas. Se trata de un trabajo carente por completo de atractivo.
Es frecuente que todas las mañanas las mujeres caminen dos horas en hileras
largas y silenciosas para acudir a trabajar. Llegan a las siete o las siete y media, y
pueden pasar en sus puestos la mayor parte de las doce horas siguientes. A
menudo trabajan sin apenas descanso, o tal vez con una brevísima pausa para
comer, y con pocas oportunidades de ir al lavabo. Sobre ellas se inclinan jefes de
gesto lascivo, que plantean la amenaza del acoso sexual. Tras un día largo, difícil
y tedioso, las jóvenes caminan penosamente de vuelta a casa, momento en el que
nuevamente sufren la amenaza de las agresiones sexuales.
Estos empleos sometidos a una grave explotación son objeto de protestas
públicas en los países desarrollados, protestas que han contribuido a mejorar la
seguridad y la calidad de las condiciones de trabajo. No obstante, quienes ponen
el grito en el cielo en los países ricos deberían apoyar que se crearan más
empleos como esos, aunque bajo mejores condiciones de trabajo, y mostrar su
desacuerdo con el proteccionismo comercial de sus propios países, que impide la
entrada de la ropa que exportan naciones como Bangladesh. Esas jóvenes ya
tienen un pie en la economía moderna, lo cual significa que están un paso —un
paso fundamental y perceptible— por delante de las aldeas de Malawi (y, lo que
es más relevante para ellas, un paso por delante de las aldeas de Bangladesh
donde nacieron la mayoría de ellas). Las fábricas donde reina una explotación
tan intensa son el primer peldaño de la escalera para salir de la pobreza extrema,
y desmienten el pronóstico del Departamento de Estado de Kissinger según el
cual Bangladesh estaba condenada a la pobreza extrema.
En una visita a Bangladesh llegó a mis manos un periódico matutino escrito
en inglés, en el cual encontré un extenso suplemento con entrevistas a mujeres
jóvenes que trabajaban en el sector de la confección. Los relatos eran
conmovedores, fascinantes y reveladores. Una tras otra, hablaban de las horas de
ardua labor, de la falta de derechos laborales y del acoso. Lo que resultaba más
sorprendente e inesperado de aquellas historias era la afirmación reiterada de que
aquel trabajo era la mayor oportunidad que aquellas mujeres pudieran haber
imaginado jamás, y que el hecho de que las contrataran había cambiado
positivamente sus vidas.
Casi todas las mujeres entrevistadas se habían criado en el campo, en
condiciones de extrema pobreza, sin posibilidades de aprender a leer y escribir ni
de estudiar, y vulnerables al hambre y las privaciones crónicas en una sociedad
autoritaria y patriarcal. Si ellas (y sus antecesoras de las décadas de 1970 y
1980) hubieran permanecido en esas aldeas, se habrían visto obligadas a contraer
matrimonios convenidos por sus padres y, a los diecisiete o dieciocho años, a
concebir un hijo. La emigración a las ciudades para conseguir empleo ha dado a
esas jóvenes una oportunidad de liberación personal de unas dimensiones y
posibilidades sin precedentes.
Las mujeres bangladesíes contaban que podían ahorrar una pequeña cantidad
de sus exiguos salarios, gestionar sus ingresos, tener alojamiento propio, elegir
cuándo y con quién salir y casarse, decidir tener hijos cuando se sintieran
preparadas y emplear los ahorros para mejorar sus condiciones de vida y,
especialmente, para regresar a la escuela con el fin de ampliar su capacidad de
leer y escribir y sus aptitudes con vistas al mercado laboral. A pesar de toda su
dureza, esta vida supone un paso en el camino hacia unas posibilidades
económicas que resultaban inimaginables en generaciones rurales anteriores.
Algunos de los que protestan desde los países ricos han sostenido que las
empresas de confección radicadas en Dhaka deberían pagar salarios mucho más
elevados o cerrarse, pero cerrar esas fábricas a causa de unos sueldos que se
hicieran subir por encima de la productividad laboral representaría para esas
mujeres poco más que un billete de vuelta a las miserias rurales. Para esas
jóvenes, las fábricas no solo ofrecen posibilidades de libertad personal, sino
también el primer peldaño de la escalera del aumento de cualificación e ingresos,
tanto para ellas como, en cuestión de pocos años, para sus hijos. Prácticamente
todos los países pobres que se han desarrollado con éxito han pasado por esas
primeras etapas de industrialización. Esas mujeres bangladesíes viven la misma
experiencia que muchas generaciones de inmigrantes que llegaron al barrio textil
de Nueva York y a centenares de lugares más, donde su desplazamiento para
trabajar duramente en fábricas de confección constituyó un paso en el camino
hacia un futuro de prosperidad urbana para las generaciones siguientes.
El sector de la confección no solo estimula el crecimiento económico de
Bangladesh —más de un 5 por ciento anual en los últimos años—, sino que
también hace aumentar la conciencia y el poder de las mujeres en una sociedad
que durante mucho tiempo tuvo prejuicios manifiestos con respecto a sus
oportunidades vitales. Como parte de un proceso más generalizado y
espectacular de transformación de toda la sociedad bangladesí, esos cambios y
otros ofrecen al país la posibilidad de situarse, en cuestión de pocos años, en un
camino seguro de crecimiento económico a largo plazo. También el campo que
abandonaron aquellas mujeres está cambiando con rapidez, en parte debido a las
remesas de dinero y las ideas que las jóvenes envían de vuelta a sus
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
comunidades rurales, y en parte debido al incremento de los viajes y
migraciones temporales que se realizan entre zonas rurales y urbanas a medida
que las familias diversifican sus bases económicas entre la agricultura rural y las
manufacturas y servicios urbanos.
En 2003, mis colegas de Columbia y yo visitamos un poblado cercano a
Dhaka con uno de los dirigentes de una organización no gubernamental
ejemplar, el Comité de Fomento Rural Bangladesí, que ahora todo el mundo
conoce por sus siglas inglesas, BRAC (Bangladeshi Rural Advancement
Committee). Allí conocimos a las representantes de una asociación local que el
BRAC había ayudado a organizar y en la cual las mujeres, que vivían
aproximadamente a una hora de camino de la ciudad, se dedicaban a actividades
comerciales a pequeña escala —la preparación y venta de comida— en el mismo
pueblo y en los caminos y carreteras que lo unen con Dhaka. Aquellas mujeres
ofrecían una imagen de cambio tan espectacular como la del próspero sector de
la confección.
Vestidas con hermosos saris, las mujeres se sentaron en el suelo en seis
hileras, cada una formada por seis de ellas, para darnos la bienvenida y
responder a nuestras preguntas. Cada fila representaba a un subgrupo del centro
de «microfinanciación» local. La mujer que encabezaba cada hilera se encargaba
de los préstamos de todo el grupo que tenía detrás. Cada grupo era
colectivamente responsable de la devolución de los créditos recibidos por
cualquier componente de la fila. El BRAC y su famoso homólogo, el Grameen
Bank, fueron pioneros de esta modalidad de crédito colectivo, en la cual se
conceden a beneficiarios necesitados (habitualmente mujeres) pequeños
préstamos de unos centenares de dólares como capital de explotación para
actividades microempresariales. A aquellas mujeres se las consideró durante
mucho tiempo inaceptables como prestatarias; sencillamente, no se las juzgaba
lo bastante solventes para asumir el conjunto de los costes de transacción
necesarios para recibir préstamos. El crédito colectivo cambió la dinámica de las
devoluciones: los índices de impago son muy bajos, y el BRAC y el Grameen
han calculado asimismo el modo de mantener en niveles mínimos otros costes de
transacción.
Más asombrosas quizá que las historias acerca del modo en que la
microfinanciación estimulaba la actividad empresarial a pequeña escala
resultaron las actitudes de las mujeres respecto a la procreación. Cuando el
doctor Allan Rosenfield, decano de la Escuela Mailman de Sanidad Pública de la
Universidad de Columbia y uno de los máximos expertos mundiales en salud
reproductiva, preguntó a las mujeres cuántas tenían cinco hijos, no se levantó
ninguna mano. ¿Cuatro? Ninguna mano. ¿Tres? Una mujer nerviosa, miran-do a
su alrededor, levantó con pocas ganas la mano. ¿Dos? Alrededor del 40 por
ciento de las mujeres. ¿Uno? Quizá otro 25 por ciento. ¿Ninguno? El resto de.
ellas. El promedio de hijos de las madres del grupo se hallaba entre uno y dos
hijos.
A continuación, Rosenfield les preguntó cuántos hijos querían tener en
total.Volvió a empezar por cinco, y no se levantó ninguna mano. ¿Cuatro?
Ninguna mano. ¿Tres? Ninguna mano. ¿Dos? Se levantaron casi todas las
manos. Aquella pauta social era nueva, y una demostración tan sorprendente del
cambio de actitud y posibilidades que Rosenfield pasó el resto de la visita
meditando sobre ella. Llevaba visitando Bangladesh y otras zonas de Asia desde
la década de 1960, y recordaba nítidamente los tiempos en que las mujeres
bangladesíes de las zonas rurales solían tener seis o siete hijos.
Para esas mujeres, las cosas han cambiado por completo gracias a los
empleos que han conseguido en las ciudades y en microempresas rurales no
agrícolas; a un nuevo espíritu favorable a sus derechos, su independencia y su
adquisición de poder; a la reducción espectacular de las tasas de mortalidad
infantil; a la creciente alfabetización de las niñas y las jóvenes, y, de modo
crucial, al acceso a la planificación familiar y los métodos anticonceptivos. No
hay una explicación única para la reducción espectacular, verdaderamente
histórica, de las tasas de fecundidad deseadas: se trata de la combinación de
nuevas ideas, una sanidad pública mejor para las madres y los hijos y de las
mayores oportunidades económicas de que disponen las mujeres. Las tasas de
fecundidad más reducidas, a su vez, estimularán el aumento de rentas en
Bangladesh. Con menos hijos, una familia pobre puede invertir más en la salud y
en la educación de cada niño, con lo cual se proporciona a la siguiente
generación la salud, la nutrición y la formación que en los años venideros
pueden elevar el nivel de vida del país.
Bangladesh ha logrado poner el pie en el primer peldaño de la escalera del
desarrollo y ha conseguido crecer económicamente y mejorar la sanidad y la
educación, gracias en parte a sus propios y heroicos esfuerzos, gracias en parte al
ingenio de organizaciones no gubernamentales como el BRAC o el Grameen
Bank, y gracias en parte a las inversiones realizadas, a menudo a una escala
significativa, por distintos gobiernos donantes que, con toda la razón, no
consideraban a Bangladesh un caso perdido y sin remedio, sino un país
merecedor de atención, cuidados y ayuda al desarrollo.
LA INDIA: CENTRO DE UNA REVOLUCIÓN DE SERVICIOS DE EXPORTACIÓN
Si Bangladesh tiene un pie en la escalera, la India ya está varios peldaños
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
más arriba. La joven que atisbé por encima de su pantalla de ordenador, en un
centro de tecnologías de la información de Chennai, es una empleada prototípica
de la nueva India. Tiene veinticinco años y se graduó en una escuela de
magisterio local, donde, al salir del instituto, estudió durante dos años para
obtener la diplomatura. Ahora trabaja transcribiendo datos para una nueva
empresa india de tecnologías de la información (TI) que opera en la capital del
estado meridional de Tamil Nadu. Chennai es un centro de la revolución de las
TI de la India, una revolución que empieza a estimular un crecimiento
económico sin precedentes en ese vasto país de más de mil millones de
habitantes. La revolución de las TI está creando empleos que son desconocidos
en Malawi y en gran medida resultan todavía impensables en Bangladesh, pero
que en la India se están convirtiendo en la norma para las jóvenes con estudios.
Esta empresa tiene un acuerdo singular con un hospital de Chicago, en el
cual, al concluir cada día de trabajo, los médicos dictan los informes clínicos y
los envían vía satélite, en forma de archivos de voz, a la India. Como entre uno y
otro lugar hay una diferencia de diez horas y media, el final de cada día de
trabajo en Chicago es el inicio de otro en Chennai. Cuando se reciben los
archivos de voz, decenas de mujeres jóvenes que han seguido un curso especial
de transcripción de datos médicos se sientan con los auriculares puestos ante
pantallas de ordenador y teclean a toda velocidad introduciendo los informes
clínicos de pacientes que se encuentran a unos quince mil kilómetros de
distancia. Escuché la transcripción durante unos breves instantes. Las
trabajadoras del lugar conocen la jerga médica mucho mejor que yo gracias al
curso intensivo de capacitación y a su experiencia. Según su nivel de
experiencia, ganan aproximadamente entre 250 y 500 dólares mensuales, es
decir, entre una décima y una tercera parte de lo que podría ganar un transcriptor
de datos médicos en Estados Unidos. Sus ingresos constituyen más del doble
que los de un obrero industrial poco cualificado de la India, y tal vez multiplican
por ocho los de un trabajador agrícola.
El empresario que puso en marcha la compañía tiene familiares cercanos en
Estados Unidos, y ellos fueron quienes realizaron los contactos comerciales en
aquel país. Ahora el negocio es floreciente. Está pasando de transcribir datos a
llevar registros financieros, y pronto se introducirá en la consultoría y el
asesoramiento financieros a empresas estadounidenses, así como en las
operaciones de procesamiento back-office, o BPO, según la nueva jerga de la
economía globalizada.* Sus empleadas trabajan en edificios relucientes
provistos de servicio de internet de banda ancha, conexión vía satélite y
posibilidad de videoconferencias para los jefes de operaciones que tienen que
estar en contacto cara a cara con sus homólogos de Estados Unidos. También
disponen de instalaciones sanitarias. Se trata de mujeres cuyas madres, por lo
general, fueron las primeras de la familia que aprendieron a leer y escribir y que
se introdujeron en la economía urbana (tal vez como costureras en fábricas
sometidas a duras condiciones de explotación), y cuyas abuelas, casi sin ninguna
duda, eran trabajadoras rurales en la economía de aldea abrumadoramente
predominante dos generaciones atrás.
La India es muy extensa. Muchas partes del país, particularmente en el norte,
están aún atrapadas en la misma y penosa pobreza rural que atenaza a Malawi y
a zonas de Bangladesh. Buena parte de la India urbana se parece a Dhaka. Solo
unos cuantos «polos de crecimiento» comparten el ambiente de vanguardia de la
Chennai impulsada por las TI. En el conjunto del valle del Ganges, situado al
norte de la India y hogar de doscientos millones de personas que viven en las
extensas llanuras del mayor río del país, la revolución de las TI ha tardado en
producirse, si es que puede decirse que haya sucedido tal cosa. Con todo, tan
poderosas son en la India las nuevas tendencias, no solo en las TI sino también
en la industria textil y de la confección, la electrónica, la farmacéutica, la de
componentes de automoción y otros sectores, que el crecimiento económico
global del país es actualmente, según fuentes fidedignas, de un 6 por ciento
anual o incluso más. La India empieza a pisarles los talones a las tasas de
crecimiento de China, e inversores de todo el mundo se están entusiasmando con
la idea de iniciar operaciones —desde las TI, pasando por las manufacturas,
hasta la investigación y el desarrollo— en esa economía en rápido crecimiento.
En el mundo resulta bastante difícil progresar sin que ello se perciba como
un peligro. Una de las ironías del reciente éxito de la India y China es el miedo
que ha cundido en Estados Unidos a que la prosperidad de aquellos dos países se
haga realidad a expensas del tercero. Esos miedos son erróneos por completo y,
lo que es aún peor, peligrosos. Son erróneos porque el mundo no constituye una
lucha de suma cero en la cual las ganancias de un país son pérdidas para otro,
sino más bien una posibilidad de suma positiva, en la cual la mejora de las
tecnologías y las cualificaciones puede elevar el nivel de vida a lo largo y ancho
del planeta. Quienes en la India trabajan en las TI no solo suministran bienes y
servicios valiosos a los consumidores de Estados Unidos, sino que también se
sientan ante terminales con ordenadores Dell y emplean software de Microsoft y
SAP, routers Cisco y decenas de otros artículos tecnológicos que, importados de
países desarrollados, les ofrecen grandes posibilidades. A medida que la
economía india crece, sus consumidores optan por una serie cada vez mayor de
bienes y servicios estadounidenses y europeos para sus hogares y sus actividades
profesionales y empresariales.
7
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
20.000 millones de dólares en 1980 a cerca de 400.000 millones de dólares en
2004.
CHINA: EL SURGIMIENTO DE LA PROSPERIDAD
Después de otra visita a la India, me dirigí hacia Pekín (China), donde el
desarrollo económico está avanzando a toda velocidad. Pekín no solo se ha
convertido en una de las principales capitales del mundo en vías de desarrollo,
sino también en una de las capitales económicas del planeta. Actualmente es una
ciudad en plena expansión, que cuenta con once millones de habitantes. La renta
per cápita anual supera ya los 4.000 dólares, y la economía china sigue por
encima del 8 por ciento de crecimiento anual.
Una noche, fui el invitado de dos parejas jóvenes, auténticos jóvenes
profesionales urbanos, que me llevaron a uno de los locales nocturnos más de
moda en la ciudad. Trataba de escucharlos por encima de las voces del dúo
operístico que ocupaba el escenario ofreciendo una especie de espectáculo
retrochic en el cual se representaba una ópera revolucionaria de la época de Mao
ante una sala repleta de jóvenes ejecutivos muy bien vestidos. Encima de todas
las mesas había por lo menos un teléfono móvil —por lo general media docena
de ellos—, por si alguno de aquellos jóvenes y triunfadores hombres y mujeres
de negocios recibía llamadas de clientes o de sus despachos. Mientras observaba
la ópera por el rabillo del ojo, mis anfitriones me mostraron los nuevos teléfonos
móviles que acababan de comprarse, que eran al mismo tiempo cámaras
digitales. Era un artilugio que todavía no había visto en mi país.
No habría quedado tan atónito si hubiera estado en Londres, Nueva York,
París o Tokio. Pero estaba en un país que hace veinticinco años todavía estaba
emergiendo del caos de la Revolución Cultural y de décadas de agitaciones bajo
Mao Zedong. En el curso de una sola generación, China se ha convertido en una
de las economías y de las potencias comerciales más importantes del mundo.
Esos jóvenes chinos tienen la oportunidad de alcanzar un gran bienestar
económico, viajar por el mundo y disfrutar de los beneficios del elevado nivel de
vida que han puesto a su alcance las fuerzas de la globalización. El gran avance
de China durante los últimos veinticinco años refleja el hecho de que, en
cuestión de dos décadas, ha pasado de constituir una sociedad y una economía
prácticamente cerradas a ser una de las grandes potencias exportadoras del
mundo. Sus exportaciones han recibido el acicate de una enorme afluencia de
inversiones y tecnología extranjeras —que han aportado el dinero para construir
fábricas modernas y también la maquinaria y las técnicas necesarias para
hacerlas funcionar— en combinación con una mano de obra china, de relativo
bajo coste, que es cada vez más competente en técnicas de toda clase. El
resultado ha sido el surgimiento, en un sector industrial tras otro, de empresas
muy competitivas que han hecho aumentar las exportaciones chinas de unos
EL ASCENSO POR LA ESCALERA DEL DESARROLLO
¿Qué nos muestran estas cuatro imágenes tan divergentes del planeta?
Observamos una distancia casi inimaginable entre las regiones más ricas y más
pobres del mundo, con todos los grados posibles entre ellas; vislumbramos el
papel fundamental que desempeñan la ciencia y la tecnología en el proceso de
desarrollo, y detectamos una progresión del desarrollo que pasa de la agricultura
de subsistencia a la industria ligera y la urbanización, y luego a los servicios de
alta tecnología. En Malawi, el 84 por ciento de la población vive en zonas
rurales; en Bangladesh, el 76 por ciento; en la India, el 72 por ciento, y en China,
el 61 por ciento. En Estados Unidos, en el otro extremo —el superior— del
espectro del desarrollo, la población rural constituye solo un 20 por ciento. Los
servicios representan el 25 por ciento del empleo en Malawi, mientras que en
Estados Unidos alcanzan el 75 por ciento.1
Si el desarrollo económico es una escalera con peldaños cada vez más altos
que representan pasos adelante en el camino hacia el bienestar económico, hay
aproximadamente 1.000 millones de personas en todo el mundo —la sexta parte
de la humanidad— que viven como los malawíes: se hallan demasiado
enfermos, hambrientos o necesitados incluso para poner un pie en el primer
peldaño de la escalera del desarrollo. Esas personas son los «más pobres de entre
los pobres», o los «pobres extremos» del planeta. Todas viven en países en vías
de desarrollo (en los países ricos existe la pobreza, pero no se trata de pobreza
extrema). Por supuesto, no todas las personas que forman parte de esos mil
millones se están muriendo ahora mismo, pero todas luchan por sobrevivir cada
día. Si son víctimas de una sequía o una inundación de grandes dimensiones, de
un episodio de enfermedad grave o de un hundimiento del precio de mercado
mundial de los productos agrícolas que comercializan, es probable que el
resultado sea un sufrimiento extremo y quizá incluso la muerte. Sus ingresos
representan tan solo unos céntimos diarios.
Unos cuantos peldaños más arriba en la escalera del desarrollo se encuentra
la parte superior del mundo de rentas bajas, formada aproximadamente por otros
1.500 millones de personas que se enfrentan a problemas como los de las
jóvenes de Bangladesh. Esas personas son «los pobres».Viven por encima de la
mera subsistencia. Si bien la supervivencia diaria está más o menos asegurada,
tanto en el campo como en la ciudad les cuesta mucho que les salgan las cuentas.
8
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
La muerte no está llamando a su puerta, pero la penuria económica y la falta de
servicios básicos como el agua potable y letrinas que funcionen como es debido
forman parte de su vida cotidiana. En total, los pobres extremos (alrededor de
1.000 millones) y los pobres (otros 1.500 millones) suman aproximadamente un
40 por ciento de la humanidad. Otros 2.500 millones de personas, entre ellas los
trabajadores indios de las TI, se encuentran unos pocos peldaños más arriba, en
el mundo de las rentas medias. Se trata de familias de ingresos medios, pero
desde luego no se las reconocería como parte de la clase media según los
criterios de los países ricos. Sus rentas pueden ser de unos cuantos miles de
dólares anuales. En su mayoría viven en ciudades. Pueden conseguir ciertas
comodidades para sus viviendas, tal vez incluso agua corriente. Pueden
comprarse un scooter y, con el tiempo, incluso un coche. Tienen ropa adecuada y
sus hijos van a la escuela. Su alimentación es óptima, si bien algunos incluso
están sucumbiendo al síndrome de la poco saludable comida rápida, propio de
los países ricos.
En el punto más elevado de la escalera están los 1.000 millones de personas
restantes, aproximadamente una sexta parte de la población del planeta,
pertenecientes al mundo de las rentas altas. Entre esas familias están los cerca de
1.000 millones de habitantes de los países ricos, pero también el creciente
número de personas acomodadas que viven en los países de rentas medias: las
decenas de millones de personas de ingresos elevados de urbes como Shanghai,
São Paulo o Ciudad de México; también los jóvenes profesionales de Pekín son
integrantes de la afortunada sexta parte del mundo que disfruta de la prosperidad
del siglo XXI.
La buena noticia es que mucho más de la mitad de la población mundial, de
las trabajadoras de la confección de Bangladesh para arriba, hablando en
términos generales, está experimentando un progreso económico. No solo tienen
un pie en la escalera del desarrollo, sino que en realidad la están subiendo. Su
ascenso resulta evidente en el aumento de ingresos personales y en la
adquisición de artículos como teléfonos móviles, televisores o scooters. El
progreso también se pone de manifiesto en factores determinantes y cruciales del
bienestar económico, como el aumento de la esperanza de vida, la caída de las
tasas de mortalidad de los lactantes de menos de un año, el incremento del nivel
educativo, el creciente acceso al agua e instalaciones de saneamiento y otros
elementos similares.
La mayor tragedia de nuestra época es que una sexta parte de la humanidad
ni siquiera ha llegado a la escalera del desarrollo. Un gran número de personas
en situación de pobreza extrema se hallan prisioneras en la trampa de la miseria,
incapaces de escapar por sus propios medios de la penuria material extrema.
Están atrapados por las enfermedades, el aislamiento físico, las dificultades del
entorno, la degradación medioambiental y la propia pobreza extrema. A pesar de
que existen soluciones capaces de salvar vidas que aumentarían sus
posibilidades de supervivencia —ya sea bajo la forma de nuevas técnicas
agrícolas, medicinas esenciales o mosquiteras que pueden limitar la transmisión
de la malaria—, esas familias y sus gobiernos carecen de recursos económicos
para realizar esas inversiones tan indispensables. Los pobres del mundo saben de
la existencia de la escalera del desarrollo: las imágenes de prosperidad que les
llegan del otro lado del mundo les fascinan al tiempo que les atormentan. Sin
embargo, no pueden colocar el pie en el primer peldaño de la escalera, y por ello
no pueden empezar a subir para salir de la pobreza.
¿QUIÉNES SON Y DÓNDE ESTÁN LOS POBRES?
Hay muchas definiciones, así como intensos debates, sobre las cifras exactas
de pobres, dónde viven y el modo en que cambian su número y sus condiciones
económicas a lo largo del tiempo. Vale la pena empezar por lo que es objeto de
acuerdo y luego mencionar algunos de los temas de debate. A efectos de
definición, resulta útil distinguir entre tres grados de pobreza: la pobreza
extrema (o absoluta), la pobreza moderada y la pobreza relativa. Pobreza
extrema significa que las familias no pueden hacer frente a necesidades básicas
para la supervivencia. Padecen hambre crónica, no tienen acceso a la asistencia
médica, no tienen servicios de agua potable ni de saneamiento, no pueden
costear la educación de algunos o de ninguno de sus hijos y carecen de
elementos rudimentarios para proteger sus viviendas —un techo que evite la
entrada de la lluvia en la choza o una chimenea para evacuar el humo de la
cocina— y de artículos básicos, como los zapatos. A diferencia de las pobrezas
moderada y relativa, la pobreza extrema solo se da en países en vías de
desarrollo. El concepto de pobreza moderada se refiere, por lo general, a unas
condiciones de vida en las cuales las necesidades básicas están cubiertas, pero
solo de modo precario. La pobreza relativa se interpreta habitualmente como un
nivel de ingresos familiares situado por debajo de una proporción dada de la
renta nacional media. Los relativamente pobres, en países de renta alta, no tienen
acceso a bienes culturales ni a actividades de ocio y diversión, y tampoco a una
asistencia sanitaria ni una educación de calidad, ni a otras ventajas que favorecen
la movilidad social ascendente.
9
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
El Banco Mundial emplea desde hace tiempo un complicado modelo
estadístico —ingresos por debajo de un dólar diario por persona, medidos según
la paridad del poder adquisitivo— para determinar el número de pobres
extremos de todo el mundo. Otra categoría del Banco Mundial, la
correspondiente a ingresos entre uno y dos dólares diarios, puede utilizarse para
medir la pobreza moderada. A esos criterios de medición se les concede una
destacada importancia en círculos dedicados a las políticas públicas, y las
estimaciones más recientes son obra de los economistas del Banco Mundial
Shaohua Chen y Martin Ravallion, que calcularon que en 2001 vivían en
situación de pobreza extrema aproximadamente 1.100 millones de personas, por
debajo de los 1.500 millones de 1981.2 El gráfico 1.1a muestra la distribución
por regiones de las personas que viven en situación de pobreza extrema en el
mundo. Las barras representan el número de pobres de la región: la primera
barra indica la cifra correspondiente a 1981 y la segunda, la de 2001. La inmensa
mayoría de los pobres extremos del mundo, el 93 por ciento en 2001, viven en
tres regiones: Extremo Oriente, el sur de Asia y el África subsahariana. Desde
1981, su número ha aumentado en el África subsahariana, mientras que en las
otras dos zonas ha disminuido.
El gráfico 1.1b repite la misma medición, pero en este caso muestra la
proporción de población de la región que se encuentra en situación de pobreza
extrema, en lugar del número absoluto. Se considera que casi la mitad de los
habitantes de África viven en la pobreza extrema, y ese porcentaje ha crecido
ligeramente a lo largo del período. En Extremo Oriente, el porcentaje de
personas en situación de pobreza extrema se ha reducido considerablemente: del
58 por ciento en 1981 al 15 por ciento en 2001; en el sur de Asia, los avances
también han sido notables, aunque algo menos espectaculares: del 52 por ciento
al 31 por ciento. El porcentaje de pobreza extrema de América Latina ronda el
10 por ciento, y se mantiene relativamente inmóvil; Europa del Este pasó de un
porcentaje insignificante en 1981 a alrededor del 4 por ciento en 2001, como
consecuencia de los trastornos de la caída del comunismo y la transición hacia
una economía de mercado.
10
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
El mapa 1 nos ofrece esos datos bajo otra perspectiva, país por país. Cada
país está coloreado según el porcentaje de población que vive en situación de
pobreza extrema y pobreza moderada. Se considera que un país en su conjunto
sufre pobreza extrema si el porcentaje de población en dicha situación supera el
25 por ciento del total. Se considera que un país está afectado por la pobreza
moderada si no se encuentra en situación de pobreza extrema pero por lo menos
un 25 por ciento de las familias son extremadamente pobres o moderadamente
pobres, es decir, que viven con menos de dos dólares diarios. La mayor parte de
los países del África subsahariana se hallan en situación de pobreza extrema (y
en esta categoría entrarían muchos más si no fuera por la falta de datos fiables),
como también lo están los del sur de Asia. En Extremo Oriente y América Latina
hay numerosos países en situación de pobreza moderada, pero también muchos
que en los últimos decenios han salido de ella.
Los gráficos 1.2a y 1.2b muestran los cálculos referentes a las personas que
viven en la pobreza moderada, con ingresos entre uno y dos dólares al día.
Extremo Oriente, el sur de Asia y el África subsahariana siguen dominando la
escena, con un 87 por ciento de los 1.600 millones de personas moderadamente
pobres que hay en el mundo. En realidad, la cifra de pobres moderados en
Extremo Oriente y el sur de Asia ha aumentado a medida que las familias más
pobres han visto mejorar sus condiciones de vida al pasar de la pobreza extrema
a la moderada. Aproximadamente el 15 por ciento de los latinoamericanos vive
en la pobreza moderada, una tasa que ha sido bastante constante desde 1981.
11
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
modernos—, desafíos que en un primer momento provocan angustia, pero que,
pensándolo mejor, resultan alentadores, precisamente porque se prestan a
soluciones prácticas.
EL RETO DE NUESTRA GENERACIÓN
La parte más difícil, con mucho, del desarrollo económico consiste en poner
el primer pie en la escalera. Las familias y países que están en la cola de la
distribución mundial de rentas, en situación de pobreza extrema, tienen
tendencia a permanecer estancados. En general, los países que ya se encuentran
en la escalera del desarrollo, como Bangladesh y la India, están realizando
progresos, aunque sean desiguales y exasperantemente lentos. El reto de nuestra
generación consiste en ayudar a los más pobres de entre los pobres a escapar del
sufrimiento de la pobreza extrema, de modo que puedan iniciar su propia
ascensión por la escalera del desarrollo económico. El fin de la pobreza, en este
sentido, no solo es el fin del sufrimiento extremo, sino también el comienzo del
progreso económico y de la esperanza y la seguridad que acompañan al
desarrollo.
Cuando hable del «fin de la pobreza», por lo tanto, estaré hablando de dos
objetivos estrechamente relacionados. El primero es acabar con la grave
situación de la sexta parte de la humanidad que vive en la pobreza extrema y
lucha a diario por la supervivencia. Todas las personas de la Tierra pueden y
deben disfrutar de niveles básicos de nutrición, asistencia sanitaria, servicios de
agua y saneamiento, alojamiento y otras necesidades mínimas para la
supervivencia, el bienestar y la participación en la sociedad. El segundo objetivo
consiste en garantizar que todos los pobres del mundo, incluidos los que se
encuentran en situación de pobreza moderada, tengan la oportunidad de subir la
escalera del desarrollo. Como sociedad global, deberíamos asegurarnos de que
las reglas internacionales del juego de la gestión económica no colocan —
voluntaria o involuntariamente— trampas en los peldaños más bajos de la
escalera, en forma de una ayuda al desarrollo inadecuada, barreras comerciales
proteccionistas, prácticas financieras mundiales desestabilizadoras, normas sobre
la propiedad intelectual mal ideadas y otras actuaciones similares, que impiden
que el mundo de rentas bajas suba los peldaños de la escalera del desarrollo.
El fin de la pobreza extrema está al alcance de la mano —durante nuestra
generación—, pero solo si nos damos cuenta de la oportunidad histórica que
tenemos ante nosotros. Ya existe un audaz conjunto de compromisos que llegan
a medio camino de esa meta: los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM),
La precisión de las cifras del Banco Mundial ha sido cuestionada en debates
acalorados. El Banco Mundial se ha basado en encuestas familiares, mientras
que otros investigadores lo han hecho en contabilidades nacionales, que tienden
a mostrar un avance algo más rápido en la reducción de la pobreza en Asia. Aquí
no es preciso que nos entretengamos en detalles, más allá de decir que la imagen
general es válida en ambos casos: la pobreza extrema está concentrada en
Extremo Oriente, el sur de Asia y el África subsahariana. En África está
aumentando en números absolutos y en porcentaje de población, mientras que en
las regiones asiáticas está disminuyendo en ambos aspectos.
Tendremos numerosas ocasiones de tratar las circunstancias específicas de
los más pobres de entre los pobres. Se encuentran principalmente en zonas
rurales, aunque un porcentaje creciente vive en ciudades. Se enfrentan a desafíos
casi desconocidos en el mundo rico actual —malaria, sequías a gran escala, falta
de carreteras y de automóviles, grandes distancias para acceder a los mercados
regionales y mundiales, falta de electricidad y de combustibles de cocina
12
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
las ocho metas que la totalidad de los 191 estados miembros de la ONU
acordaron en 2002 al firmar la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas.
Esos objetivos son hitos importantes, pues comportan que en el año 2015 ya se
haya reducido a la mitad la pobreza, en comparación con un punto de partida
situado en el año 1990. Son audaces pero accesibles, aunque decenas de países
todavía no estén en vías de alcanzarlos. Representan una estación intermedia
crucial en el camino para erradicar la pobreza extrema en el año 2025.Y los
países ricos han prometido reiteradamente ayudar a los países pobres a
alcanzarlos por medio de una mayor ayuda al desarrollo y unas mejores reglas
mundiales del juego.
Estas son, pues, las posibilidades económicas de nuestro tiempo:
2
La extensión de la prosperidad económica
El paso de la pobreza generalizada a diversos grados de prosperidad se ha
producido con mucha rapidez en comparación con todo el tiempo que abarca la
historia humana. Hace doscientos años, la idea de que tendríamos la posibilidad
de lograr el fin de la pobreza extrema habría sido inimaginable. Casi todo el
mundo era pobre, con la excepción de una minoría muy reducida de gobernantes
y terratenientes. La vida en gran parte de Europa era tan difícil como en la India
o China. Muy probablemente, y con escasísimas excepciones, nuestros
tatarabuelos eran pobres y vivían en el campo. Un destacado historiador
económico, Angus Maddison, sitúa la renta media por habitante en la Europa
occidental de 1820 aproximadamente en el 90 por ciento de la renta media del
África actual. En 1800, la esperanza de vida en Europa occidental y Japón
rondaba los cuarenta años. 1
Hace pocos siglos, no existían en el mundo grandes divisiones entre riqueza
y pobreza. China, la India, Europa y Japón tenían sin excepción niveles de renta
similares en la época de los descubrimientos europeos de las rutas marítimas a
Asia, África y América. Marco Polo quedó asombrado de las maravillas
suntuosas de China, no de su pobreza. Cortés y sus conquistadores expresaron
admiración ante las riquezas de Tenochtitlan, la capital de los aztecas. Los
primeros exploradores portugueses quedaron impresionados con las bien
ordenadas ciudades del África occidental.
Cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2015.
Acabar con la pobreza extrema en 2025.
Garantizar que, ya bastante antes de 2025, todos los países pobres del
mundo puedan realizar avances sólidos en su ascenso por la escalera del
desarrollo.
• Llevar a cabo todo esto con una modesta ayuda financiera de los
países ricos, mayor que la que proporcionan ahora, pero dentro de los
límites de lo que llevan largo tiempo prometiendo.
•
•
•
Para hacer frente a esos desafíos, primero tenemos que comprender cómo
hemos llegado a donde estamos, ya que al entender eso también encontraremos
el camino para seguir avanzando.
LA ORIGINALIDAD DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO MODERNO
Si queremos entender por qué actualmente existe un enorme desfase entre
ricos y pobres, debemos remontarnos al período relativamente reciente de la
historia humana en que surgió esa división. Los últimos dos siglos,
aproximadamente desde 1800, constituyen una época excepcional de la historia
económica, un período que el gran historiador de la economía Simon Kuznets
13
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
calificó con la afortunada expresión de «periodo de crecimiento económico
moderno».Antes de esa época, y de hecho durante miles de años, en el mundo no
había habido prácticamente ninguna clase de crecimiento económico sostenido,
tan solo incrementos graduales de la población humana. La población mundial
había aumentado lentamente de unos 230 millones de personas a principios del
primer milenio, en el año 1 d. C., a unos 270 millones en el año 1000, hasta
llegar a 900 millones en 1800. El nivel de vida real cambió con mayor lentitud.
Según Maddison, durante el primer milenio no hubo ninguna mejora apreciable
del nivel de vida a escala mundial, y el incremento de la renta per cápita en el
período de ochocientos años comprendido entre el 1000 y 1800 fue quizá de un
50 por ciento.
La renta per cápita de Estados Unidos se ha multiplicado casi por veinticinco
durante ese período, y la de Europa occidental, por quince. La producción
alimentaria mundial ha respondido con creces a la rápida expansión de la
población mundial (aunque hasta la actualidad ha seguido habiendo un gran
número de personas que sufren hambre crónica). Gracias a los avances
tecnológicos se ha conseguido una mejora sustancial de los rendimientos
agrícolas. Si combinamos el crecimiento de la población mundial con el de la
producción mundial por persona, vemos que durante los últimos 180 años la
actividad económica total en el planeta (el producto mundial bruto, o PMB) ha
crecido asombrosamente, multiplicándose por cuarenta y nueve.
Por lo tanto, la enorme distancia que hoy separa a los países ricos de los
pobres es un fenómeno nuevo, un abismo que se ha abierto durante el período
del crecimiento económico moderno. En 1820, la mayor diferencia entre ricos y
pobres —en concreto, entre la economía puntera del mundo de la época, el
Reino Unido, y la región más pobre del planeta, África— era de cuatro a uno en
cuanto a la renta per cápita (incluso después de corregir las diferencias de poder
adquisitivo). En 1998, la distancia entre la economía más rica, Estados Unidos, y
la región más pobre, África, se había ampliado ya de veinte a uno. Dado que en
1820 todas las regiones del mundo partían de un punto más o menos comparable
(todas eran muy pobres según los criterios actuales), las grandes desigualdades
del presente reflejan que algunas áreas del planeta lograron el crecimiento
En el período del crecimiento económico moderno, sin embargo, tanto la
población como la renta per cápita despegaron y aumentaron vertiginosamente, a
un ritmo nunca visto ni imaginado siquiera con anterioridad. Como se muestra
en el gráfico 2.1, la población mundial se ha multiplicado por más de seis en tan
solo dos siglos, hasta alcanzarla asombrosa cifra de 6.100 millones de personas a
comienzos del tercer milenio, y con sobrado impulso para que se siga
produciendo un rápido crecimiento demográfico. La renta per cápita media
mundial ha aumentado aún con mayor rapidez, como se muestra en el gráfico
2.2, multiplicándose aproximadamente por nueve entre 1820 y 2000. En los
países ricos actuales, el crecimiento económico ha sido todavía más asombroso.
14
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
económico moderno mientras que otras no lo hicieron. Las inmensas
desigualdades de rentas de la actualidad arrojan luz sobre dos siglos de pautas
sumamente dispares de crecimiento económico.
¿Qué quiero decir cuando hablo de crecimiento económico «sumamente
dispar» según las regiones entre 1820 y 1998? Incluso pequeñas diferencias en
las tasas anuales de crecimiento económico, si se mantienen durante décadas o
siglos, acaban llevando a enormes diferencias de nivel de bienestar (medido aquí
por la renta per cápita media de cada sociedad).
El producto interior bruto per cápita de Estados Unidos, por ejemplo, creció a
una tasa anual aproximada del 1,7 por ciento entre 1820 y 1998. Esto ha llevado
a que el nivel de vida aumentara veinticinco veces, con rentas per cápita que han
pasado de unos 1.200 dólares por persona en 1820 a cerca de 30.000 dólares en
la actualidad (en dólares de 1990). La clave del hecho de que Estados Unidos se
convirtiera en la primera economía más rica del mundo no fue un crecimiento
espectacularmente rápido, como en el caso de la reciente consecución por parte
de China de un crecimiento anual del 8 por ciento, sino más bien un crecimiento
constante, aunque mucho más modesto, de un 1,7 por ciento al año. La clave ha
sido la regularidad, el hecho de que Estados Unidos haya mantenido esa tasa de
crecimiento de las rentas durante casi dos siglos.
Por el contrario, las economías de África han crecido a una media del 0,7 por
ciento anual. Esa diferencia respecto al 1,7 por ciento al año de Estados Unidos
puede no parecer gran cosa, pero a lo largo de un período de 180 años una
pequeña diferencia de crecimiento anual conduce a diferencias enormes en
cuanto al nivel de rentas. Con un crecimiento del 0,7 por ciento al año, la renta
inicial de África (aproximadamente 400 dólares per cápita) se ha multiplicado
por poco más de tres, hasta unos 1.300 dólares per cápita en el año 1998,
mientras que en Estados Unidos el crecimiento ha sido de casi veinticinco veces
más.
La actual diferencia de veinte a uno entre las rentas de Estados Unidos y
África, por lo tanto, es resultado de la distancia de tres a uno de 1820, ampliada
siete veces por la diferencia de tasas de crecimiento anual (el 1,7 por ciento en
Estados Unidos frente al 0,7 por ciento en África).
Así pues, la clave para comprender las enormes desigualdades de hoy reside
en entender por qué las distintas regiones del mundo han crecido a ritmos
diferentes durante el período de crecimiento económico moderno.
Todas las regiones empezaron el período en situación de pobreza extrema.
Solo una sexta parte de la población mundial ha alcanzado la posición de rentas
altas por medio de un crecimiento económico constante. Otros dos tercios han
ascendido a la categoría de rentas medias con tasas más modestas de crecimiento
económico. Y una sexta parte de la humanidad está estancada en la pobreza
extrema, con tasas muy bajas de crecimiento económico durante todo el período.
En primer lugar, tenemos que entender por qué los ritmos de crecimiento
difieren a lo largo de extensos períodos de tiempo, de modo que podamos
Esta desigualdad resulta evidente en el diagrama de barras del gráfico 2.3. La
primera barra indica el nivel de renta per cápita en 1820 y la segunda, en 1998,
de acuerdo con las estimaciones de Maddison. Los números entre paréntesis
situados encima de la segunda barra corresponden a la tasa media de crecimiento
anual de la región (entre 1820 y 1998).
Destacan tres elementos principales:
•
•
•
Todas las regiones eran pobres en 1820.
Todas las regiones han experimentado algún progreso económico.
Las actuales regiones ricas han experimentado, con mucho, el mayor
progreso económico.
15
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
identificar los medios fundamentales para fomentar el crecimiento económico de
las actuales regiones rezagadas.
Permítanme que, ya desde el principio, arrumbe cierta idea. Muchas personas
dan por sentado que los ricos se han hecho ricos por-que los pobres se han
convertido en pobres. En otras palabras, dan por sentado que, durante la era del
colonialismo y después de ella, Europa y Estados Unidos han empleado la fuerza
militar y el poderío político para extraer riquezas de las regiones más pobres y,
de ese modo, enriquecerse. Esa interpretación de los hechos sería verosímil si el
producto mundial bruto hubiera permanecido más o menos constante y una parte
creciente del mismo hubiera ido a parar a las regiones poderosas y otra parte
menguante a las más pobres. Sin embargo, eso no es en modo alguno lo que ha
sucedido. El producto mundial bruto se ha multiplicado casi por cincuenta.
Todas las regiones del mundo han experimentado algún crecimiento económico
(tanto en términos de tamaño total de la economía como incluso cuando se
calcula por persona), pero algunas regiones han crecido mucho más que otras. El
factor clave de los tiempos modernos no es la transferencia de rentas de una
región a otra, sea por la fuerza o de otro modo, sino más bien el crecimiento
general de la renta del mundo, aunque a ritmos diferentes según las regiones.
Esto no equivale a decir que los ricos son inocentes de la acusación de haber
explotado a los pobres. Sin duda lo han hecho, y como consecuencia de ello los
países pobres siguen sufriendo de innumerables maneras, incluidos los
problemas crónicos de inestabilidad política. No obstante, el verdadero hilo
conductor del crecimiento económico ha sido la capacidad de algunas regiones
de lograr incrementos duraderos y sin precedentes de su producción total, hasta
unos niveles jamás vistos con anterioridad en el mundo, mientras que otras
regiones se estancaban, por lo menos en comparación con las primeras. La
tecnología, y no la explotación de los pobres, ha sido la fuerza motriz que ha
impulsado los prolongados crecimientos de rentas del mundo rico. Este dato es
muy positivo, porque indica que el mundo entero, incluidas las regiones
actualmente rezagadas, tiene una posibilidad razonable de obtener los beneficios
de los avances tecnológicos. El desarrollo económico no es un juego de suma
cero en el cual las ganancias de unos se reflejan inevitablemente en las pérdidas
de otros. Se trata de un juego en el que todo el mundo puede ganar.
pobres. Numerosas oleadas de enfermedades y epidemias, desde la peste negra
europea hasta la viruela y el sarampión, se cernían regularmente sobre la
sociedad y mataban a un gran número de personas. Las hambrunas y las
fluctuaciones climáticas extremas causaban el derrumbamiento de las
sociedades. La grandeza y la caída del Imperio romano, según el famoso
historiador del siglo XX Arnold Toynbee, fueron muy parecidas al auge y la
decadencia de todas las demás civilizaciones anteriores y posteriores. La historia
económica consistió durante mucho tiempo en una sucesión de altibajos en que
el crecimiento iba seguido de la decadencia, en lugar de producirse un progreso
económico sostenido.
En su ensayo de 1930 sobre «Las posibilidades económicas de nuestros
nietos», John Maynard Keynes escribió lo siguiente acerca de ese estancamiento
prácticamente total del progreso económico humano:
Desde los más remotos tiempos de los que tenemos datos —digamos dos mil
años antes de Cristo— hasta principios del siglo XVIII, no se produjo realmente
ningún gran cambio del nivel de vida del hombre corriente que habitaba en los
centros civilizados de la Tierra. Ciertamente se produjeron alzas y bajas. Visitas de
pestes, hambres y guerras. Intervalos dorados. Pero no cambios progresivos ni
violentos. Unos períodos son quizá un 50 por ciento mejores que otros —a lo sumo
un cien por cien mejores— en los cuatro mil años que terminaron el año del Señor
de 1700.
Keynes también señalaba el estado de la tecnología como causa de aquel
prolongado estancamiento:
La ausencia de inventos técnicos importantes entre la era prehistórica y los
tiempos relativamente modernos es ciertamente notable. Casi todo lo que
verdaderamente importa y que el mundo poseía al comienzo de la era moderna ya
era conocido por el hombre en el amanecer de la historia. El lenguaje, el fuego,
los mismos animales domésticos que tenemos hoy día, el trigo, la cebada, la vid y
el olivo, el arado, la rueda, el remo, la vela, la piel, el lino y los paños, ladrillos y
ollas, oro y plata, cobre, estaño y plomo —y el hierro se añadió a la lista antes del
año 1000 a.C.—, la banca, el estado, las matemáticas, la astronomía y la religión.
No tenemos datos sobre cuándo poseímos estas cosas por primera vez.2
En vísperas del despegue
Lo que marcó el cambio fue el comienzo de la revolución industrial,
sostenida por un aumento de la productividad agrícola en el noroeste de Europa.
La producción de alimentos creció con las mejoras sistemáticas en la práctica
Hasta mediados del siglo XVII, el mundo era extraordinariamente pobre
según cualquiera de los criterios actuales. La esperanza de vida era muy baja; los
niños morían en gran número tanto en los actuales países ricos como en los
16
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
agronómica, incluida la gestión de los nutrientes del suelo por medio de
rotaciones de cultivos más eficaces. El avance decisivo y espectacular se produjo
en Inglaterra alrededor de 1750, cuando la incipiente industria británica movilizó
nuevas formas de energía para la producción a una escala que no tenía
precedentes. La máquina de vapor marcó un hito en la historia contemporánea.
Al movilizar una inmensa reserva de energía primaria —los combustibles fósiles
—, la máquina de vapor abrió las puertas a la producción masiva de bienes y
servicios a una escala que superaba todos los sueños de la era preindustrial. La
energía moderna estimuló todos los aspectos del despegue económico. La
producción de alimentos aumentó con rapidez al emplearse la energía de los
combustibles fósiles para elaborar abonos químicos; la producción industrial se
disparó a medida que las grandes aportaciones de energía fósil dieron un
impulso igual de importante a la fabricación de acero, medios de transporte,
productos químicos y farmacéuticos, artículos textiles y prendas de vestir, así
como al resto de los sectores industriales modernos. A principios del siglo XX,
las industrias de servicios, incluidas las tecnologías modernas de la información
y las comunicaciones, se vieron impulsadas por la electrificación, que en sí
misma representó un gran avance en la era de los combustibles fósiles.
Del mismo modo que el carbón estimuló la industria, esta, a su vez, estimuló
el poder político. El imperio británico constituyó la expresión política mundial
de la revolución industrial. El decisivo avance industrial británico, único en el
mundo de principios del siglo XIX, generó una enorme ventaja militar y
financiera que permitió a Gran Bretaña extender su control hasta abarcar una
sexta parte de la humanidad en el momento de mayor auge del imperio, duran-te
la época victoriana.
¿Por qué fue Gran Bretaña la primera? ¿Por qué no China, que había sido el
líder tecnológico mundial durante cerca de mil años, entre los años 500 y 1500
de nuestra era? ¿Por qué no otros centros de poder del continente europeo o de
Asia? Estas preguntas son objeto de mucho debate entre los historiadores de la
economía, pero hay unas cuantas respuestas que son evidentes y proporcionan
pistas sobre las bases más profundas de la revolución industrial.
En primer lugar, la sociedad británica era relativamente abierta y ofrecía más
posibilidades a la iniciativa individual y la movilidad social que la mayoría de
las restantes sociedades del mundo. La rígida organización estamental de la
época feudal ya se había debilitado o había desaparecido por completo en 1500,
en una época en que la servidumbre era todavía la norma en gran parte de
Europa. En otras áreas del mundo eran corrientes jerarquías sociales aún más
rígidas, como el sistema de castas de la India.
En segundo lugar, Gran Bretaña poseía instituciones de libertad política que
se iban reforzando. El Parlamento británico y sus tradiciones de libertad de
expresión y debate público contribuyeron en gran medida a la adopción de
nuevas ideas. También fueron protectores cada vez más poderosos de los
derechos a la propiedad privada, que a su vez fueron un sostén para la iniciativa
individual.
En tercer lugar, y esto es fundamental, Gran Bretaña se convirtió en uno de
los centros principales de la revolución científica europea. A partir del
Renacimiento, y después de siglos durante los cuales Europa se había dedicado
principalmente a importar ideas científicas de Asia, la ciencia europea realizó
avances cruciales. La física moderna surgió de los descubrimientos astronómicos
de Copérnico, Brahe, Kepler y Galileo. Con la permisividad política británica, el
pensamiento científico especulativo tuvo ocasión de prosperar, y los avances
científicos del continente estimularon la realización de numerosos
descubrimientos científicos en Inglaterra. El salto decisivo llegó en 1687 con los
Principia Mathematica de Isaac Newton, uno de los libros más importantes
jamás escritos. Al mostrar que los fenómenos físicos podían describirse
mediante leyes matemáticas y al proporcionar los instrumentos de cálculo para
descubrir esas leyes, Newton dejó preparado el escenario para cientos de años de
descubrimientos científicos y tecnológicos, así como para la revolución
industrial que seguiría a la revolución científica.
En cuarto lugar, Gran Bretaña contaba con varias ventajas geográficas
cruciales. Ante todo, al ser una economía insular cercana al continente, se
beneficiaba del comercio marítimo a bajo coste con todas las regiones de
Europa. También poseía extensas vías fluviales navegables para el comercio
interior, y disfrutaba de unas condiciones ambientales sumamente favorables
para la agricultura, con una combinación de lluvias abundantes, una prolongada
época de desarrollo de los cultivos y buenos suelos. Otra ventaja geográfica
crucial era la proximidad de Gran Bretaña a América del Norte. La colonización
de esa parte del mundo proporcionó nuevos y extensísimos territorios para la
producción de alimentos y materias primas —como el algodón— para la
industria británica, y constituyó la válvula de escape para las gentes más
empobrecidas del campo británico. A medida que aumentó la productividad
agrícola de la propia Inglaterra —menos personas producían más alimentos—,
millones de pobres sin tierra emigraron a América del Norte.
En su obra seminal La riqueza de las naciones, escrita en 1776, Adam Smith
se refería así a las ventajas naturales de Gran Bretaña:
Inglaterra, por razón de la natural fertilidad de su suelo, de la gran extensión
de sus costas con respecto al continente y de los muchos ríos navegables que la
atraviesan, ofreciendo esto último las mayores comodidades para el transporte por
agua aun a las partes más internas del Reino, puede acaso considerarse como el
17
Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
país más apto de Europa para el depósito y sede del comercio extranjero, de las
manufacturas para mercados distantes y de todos aquellos adelantos que estas
circunstancias ofrecen.3
agricultura, diez mil años antes. Repentinamente, las economías pudieron crecer
más allá de los límites conocidos durante largo tiempo sin chocar con las
restricciones biológicas de la producción de alimentos y madera. La producción
industrial creció con rapidez, y la fuerza del crecimiento económico se extendió
imparable de Gran Bretaña a todas las regiones del planeta. Las sociedades de
todo el mundo experimentaron cambios fundamentales y a menudo tumultuosos.
La revolución industrial y el crecimiento económico moderno que conllevó
han cambiado la forma de vida de las personas en todos los aspectos esenciales:
el lugar y el modo en que viven, la clase de trabajo o actividad económica que
realizan y la manera en que forman familias. Primero en Gran Bretaña y luego
en otros lugares, la industrialización comportó un desplazamiento de personas de
las actividades agrarias, hasta entonces abrumadoramente mayoritarias, a las
actividades industriales, lo cual promovió la urbanización, la movilidad social,
nuevos roles de género y familiares, una transición demográfica y un proceso de
especialización laboral.
El crecimiento económico moderno va acompañado ante todo de la
urbanización, es decir, del incremento de la parte de la población del país que
vive en zonas urbanas. Hay dos razones básicas que explican por qué el
crecimiento económico y la urbanización están tan estrechamente relacionados.
La primera es el aumento de la productividad agrícola: a medida que crece la
producción de alimentos por agricultor, las economías necesitan un número cada
vez menor de ellos para alimentar al conjunto de la población; al mismo tiempo,
caen los precios de los alimentos, lo cual lleva a los agricultores, y en especial a
sus hijos, a buscar empleo en actividades no agrícolas. La segunda razón la
constituyen las ventajas que ofrece la vida urbana, caracterizada por una alta
densidad de población, para la mayoría de las actividades no agrícolas,
especialmente las exigencias de relación directa del comercio y otros ámbitos del
sector de los servicios. Las zonas rurales escasamente pobladas son muy
adecuadas desde el punto de vista económico cuando cada familia necesita
terreno para la producción agrícola, pero lo son muy poco cuando la gente se
dedica sobre todo a la industria, las finanzas, los servicios y actividades
similares. Una vez que la mano de obra ya no se dedica principalmente a la
producción de alimentos, resulta natural que la mayor parte de la población se
traslade a las ciudades, atraída por los salarios más altos, que a su vez reflejan la
mayor productividad del trabajo en las zonas urbanas densamente pobladas.
El crecimiento económico moderno ha provocado también una revolución en
la movilidad social. Las clasificaciones sociales establecidas —como las rígidas
divisiones jerárquicas que se daban entre campesinos y aristócratas, o en el seno
de la estructura de castas india, o en los estamentos sociales de la nobleza, los
sacerdotes, los mercaderes y los agricultores que caracterizaban a muchas
En quinto lugar, Gran Bretaña mantenía su soberanía y se enfrentaba a un
riesgo de invasión menor que sus vecinos. El hecho de ser una isla era de
considerable ayuda, de modo muy parecido al caso de la geografía insular de
Japón, que le permitió salvarse de invasiones a pesar de las numerosas tentativas
realizadas desde el Asia continental. De hecho, aunque con un siglo de retraso,
Japón desempeñaría en el extremo opuesto de la masa continental euroasiática
un papel similar al de Gran Bretaña, como líder del despegue de Asia hacia el
crecimiento económico moderno.
En sexto lugar, Gran Bretaña poseía carbón, que, con la invención de la
máquina de vapor, liberó a la sociedad de las restricciones energéticas que
habían limitado la escala de la producción económica durante toda la historia
humana. Antes del carbón, la producción económica estaba limitada por las
aportaciones disponibles de energía, la mayor parte de las cuales dependían de la
producción de la biomasa: comida para los humanos y el ganado y leña para
generar calor en las viviendas y en ciertos procesos industriales. También la
energía eólica podía utilizarse para el transporte marítimo y, junto con la
hidráulica, para algunos procesos industriales. Sin embargo, ninguna de aquellas
fuentes de energía podía generar el potencial de producción masiva que generó
el carbón.
Las ventajas de Gran Bretaña, en resumen, estuvieron marcadas por una
combinación de factores sociales, políticos y geográficos. La sociedad británica
era relativamente libre y estable desde el punto de vista político. El pensamiento
científico era dinámico. La geografía permitió a Gran Bretaña beneficiarse del
comercio, de la agricultura productiva y de recursos energéticos consistentes en
inmensas reservas de carbón. Otras regiones del mundo no tuvieron la suerte de
contar con la misma confluencia de factores favorables, por lo que su entrada en
el crecimiento económico moderno se retrasó. En las áreas más desfavorecidas,
el crecimiento económico moderno ha quedado aplazado hasta el presente.
La gran transformación
La combinación de las nuevas tecnologías industriales, la energía del carbón
y las fuerzas del mercado dio lugar a la revolución industrial. Esta, a su vez,
causó los acontecimientos económicos más revolucionarios desde el inicio de la
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
sociedades asiáticas— se desvanecen sin excepción bajo las fuerzas del
crecimiento económico moderno basado en el mercado. Las formas de
organización social rígidas se basan en un marco económico estático y
mayoritariamente agrario en el que pocas cosas cambian de una generación a la
siguiente en cuanto al nivel de vida o la tecnología. No pueden resistir las
repentinas y espectaculares oleadas de cambio tecnológico que se producen en el
curso del crecimiento económico moderno, en las cuales los empleos y los roles
sociales cambian drásticamente de una generación a otra en lugar de transmitirse
por herencia de padres a hijos y de madres a hijas.
Hay un aspecto del cambio en la movilidad social que requiere un
comentario especial: el cambio en los roles de género. Las sociedades
tradicionales tienden a caracterizarse por una profunda diferenciación de los
roles de género, en la cual las mujeres se llevan casi siempre la peor parte. En
contextos en que la tasa total de fecundidad —la media de hijos por mujer—
suele ser por lo menos de cinco y a menudo muy superior, las mujeres dedican la
mayor parte de la vida adulta a la crianza. Tradicionalmente obligadas a asumir
las tareas domésticas, pasan la vida trabajando penosamente en el campo,
caminando continuamente en busca de leña y agua y criando a los hijos. Con el
crecimiento económico moderno, esa dinámica cambia y las mujeres pueden
acogerse al empleo urbano, como en el caso de las jóvenes de las fábricas de
ropa de Dhaka, lo cual las lleva, a la larga, a ganar poder económico y social.
Los cambios en las condiciones de vida y las actividades económicas
conducen asimismo a nuevas realidades en la estructura familiar. La edad de
matrimonio suele retrasarse y las relaciones sexuales se transforman, con una
mayor libertad sexual y un vínculo mucho menos directo de la sexualidad con la
procreación. Disminuye el número de generaciones que viven bajo el mismo
techo. Además, y esto resulta crucial, el número de hijos cambia
extraordinariamente cuando las familias se trasladan del campo a la ciudad. En
las sociedades rurales, las familias numerosas son casi siempre la norma,
mientras que en las sociedades urbanas las familias optan por tener menos hijos.
Este es el punto capital de la transición demográfica, uno de los cambios más
fundamentales de todos los que se producen en el curso del crecimiento
económico moderno.
Con los profundos cambios estructurales se da un elemento aún más crucial:
aumenta la división del trabajo a medida que las personas se especializan cada
vez más en su ámbito laboral. El carácter polifacético de un agricultor pobre del
África actual, o de la Escocia de los tiempos de Adam Smith, resulta
verdaderamente admirable: los agricultores suelen saber construir sus propias
casas, producir y cocinar alimentos, cuidar animales y confeccionar sus propios
vestidos. Son, por lo tanto, obreros de la construcción, veterinarios y agrónomos,
así como fabricantes de ropa. Lo hacen todo ellos, y sus capacidades son
impresionantes.
Pero también son harto ineficientes. Adam Smith señaló que la
especialización, en el marco de la cual cada uno de nosotros adquiere solo una
de esas aptitudes, conduce a una mejora general del bienestar de todos. La idea
es sencilla y convincente: al especializarse en una sola actividad —como la
producción de alimentos, la confección de ropa o la construcción de viviendas—
, cada trabajador aumenta su dominio de esa actividad concreta. No obstante, la
especialización solo tiene sentido si el especialista puede luego intercambiar su
producción con la de especialistas de otras esferas de actividad. No tendría
ningún sentido producir más alimentos que los que necesita una familia si no
hubiera un mercado donde cambiar ese excedente de alimentos por ropa,
alojamiento y otros bienes. Al mismo tiempo, sin la posibilidad de comprar
alimentos en el mercado no cabría especializarse en la construcción de viviendas
o la confección de ropa, ya que sería necesario dedicarse a la agricultura o la
ganadería para garantizar la propia supervivencia. De este modo, Smith se dio
cuenta de que la división del trabajo está limitada por la amplitud del mercado
(es decir, por la capacidad de comerciar), mientras que la amplitud del mercado
está determinada por el grado de especialización (y, por lo tanto, por la
productividad).
LA EXTENSIÓN DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO MODERNO
El crecimiento económico moderno surgió en primer lugar en Inglaterra
debido a la confluencia de condiciones favorables. Sin embargo, esas
condiciones no eran exclusivas de Inglaterra, y, una vez que estuvo en marcha la
revolución industrial, la misma combinación de tecnologías modernas y
organización social pudo extenderse a otras regiones del planeta. Lo que empezó
en un rincón del norte de Europa acabaría alcanzando la práctica totalidad del
planeta. Al hacerlo, las fuerzas del crecimiento económico moderno impulsaron
un aumento general de la producción mundial cuyas dimensiones no tenían
precedentes.
Sobre el papel, la transición al crecimiento económico moderno podría
parecer un beneficio claro e inequívoco para el mundo. Al fin y al cabo, las
nuevas tecnologías permitieron a la sociedad aprovechar una energía y unas
ideas que incrementaron la productividad laboral (la producción económica por
persona) a unos niveles jamás imaginados anteriormente. Esa productividad
ocasionó un aumento del nivel de vida de una magnitud sin precedentes. Sin
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
embargo, la transición resultó más bien tumultuosa, y comportó enormes luchas
sociales y, a menudo, la guerra. Antes de pasar al relato histórico, vale la pena
plantearse por qué la transición fue tan difícil en tantos lugares.
Lo más importante es que el crecimiento económico moderno no fue solo
cuestión de «más» (producción por persona), sino también de «cambio». La
transición al crecimiento económico moderno comportó la urbanización, el
cambio en los roles de género, el aumento de la movilidad social, cambios en la
estructura familiar y una especialización cada vez mayor. Fueron transiciones
difíciles, que implicaron múltiples trastornos en la organización social y las
creencias culturales. Además, la extensión del crecimiento económico moderno
estuvo también marcada por una confrontación sistemática y reiterada entre los
países del mundo que se acababan de convertir en ricos y los que seguían siendo
pobres. Como el crecimiento económico moderno se produjo a ritmos tan
distintos según los lugares, generó una desigualdad de riqueza y poder
mundiales sin parangón en la historia humana. La supremacía industrial de Gran
Bretaña —resultado del papel puntero del país en la industrialización— le otorgó
también una supremacía militar excepcional, que a su vez le permitió crear un
imperio. De modo más general, la temprana industrialización de Europa en el
siglo XIX acabó dando lugar a un vasto imperio europeo que se extendió por
Asia, África y América.
Finalmente, las grandes diferencias de poder contribuyeron a teorías erróneas
sobre tales diferencias que todavía nos acompañan hoy. Cuando una sociedad es
económicamente dominante, a sus miembros les resulta más fácil atribuir ese
dominio a una superioridad más profunda —ya sea religiosa, racial, genética,
cultural o institucional— que no a una casualidad temporal o geográfica. Así; la
desigualdad económica y de poder del siglo XIX en favor de Europa se vio
acompañada de la extensión de nuevas formas de racismo y «exclusivismo
cultural» que ofrecían justificaciones pseudocientíficas a las inmensas
desigualdades que se habían generado. Esas teorías, a su vez, justificaron formas
brutales de explotación de los pobres mediante el dominio colonial, la
desposesión de las propiedades y tierras de los pobres por los ricos, e incluso la
esclavitud.
De todos modos, y a pesar de esas dificultades, las fuerzas básicas
subyacentes que impulsaron la revolución industrial podían reproducirse, y se
reprodujeron, en otros lugares. Al suceder tal cosa, arraigaron múltiples centros
de industrialización y crecimiento económico. Como en una reacción en cadena,
cuantos más lugares había que experimentaban aquel cambio, más interactuaban
con los demás y, de ese modo, creaban las bases para que hubiera todavía más
innovaciones, más crecimiento económico y más actividad tecnológica. La
industrialización británica se extendió a otros mercados de varios modos:
estimulando la demanda de exportaciones por parte de socios comerciales de
Gran Bretaña, suministrando a esos socios comerciales capital británico para
realizar inversiones en infraestructura (por ejemplo, puertos y ferrocarriles) y
difundiendo tecnologías aplicadas en primer lugar en Gran Bretaña.
La difusión del crecimiento económico moderno se produjo de tres formas.
La primera forma de difusión, y en ciertos aspectos la más directa, fue la que se
produjo desde Gran Bretaña a sus colonias de América del Norte, Australia y
Nueva Zelanda. Las tres regiones se hallan en zonas templadas cuyas
condiciones para la agricultura, la ganadería y otras actividades económicas son
similares en muchos aspectos a las de Gran Bretaña. Por lo tanto, resultó
relativamente sencillo trasplantar tecnologías, cultivos alimentarios e incluso
instituciones jurídicas británicas a esos nuevos escenarios. Aquellos nuevos
centros de crecimiento económico moderno constituyeron literalmente una
«Nueva Inglaterra» —en el caso del litoral norteamericano— o «filiales
occidentales», según las palabras de Angus Maddison. Desde el punto de vista
ideológico, las potencias y colonizadores imperiales consideraron que América
del Norte y Oceanía eran lugares vacíos, a pesar de la presencia de habitantes
nativos en ambas regiones. Al aniquilar, acorralar o expulsar de sus tierras a
aquellos nativos, los nuevos colonizadores ingleses promovieron una
extraordinaria expansión demográfica y el subsiguiente crecimiento económico
de América del Norte y Oceanía.
La segunda forma de difusión tuvo lugar en la propia Europa, en un proceso
que, a grandes rasgos, se extendió durante el siglo XIX de oeste a este y de norte
a sur del continente. La Europa noroccidental partía con ciertas ventajas sobre la
oriental y la meridional. En primer lugar, la Europa noroccidental se encuentra
en la parte atlántica del continente, y debido a ello se había beneficiado más que
la Europa oriental de la gran explosión de comercio oceánico con América y
Asia. En segundo lugar, solía poseer recursos naturales más favorables, entre
ellos el carbón, la madera, los ríos (para las fabricas que funcionaban con
energía hidráulica) y las lluvias. En tercer lugar, se beneficiaba por lo general de
un entorno más benigno en cuanto a la propagación de enfermedades y era
menos vulnerable a afecciones tropicales o subtropicales como la malaria. En
cuarto lugar, por un gran número de razones, algunas aceptadas unánimemente y
otras más debatidas, las condiciones políticas y sociales eran más favorables. En
lo esencial, en el siglo XVII la servidumbre ya había desaparecido de gran parte
de la Europa noroccidental, mientras que aquella y otras rigideces sociales se
mantenían prácticamente intactas en el sur y el este. Al comienzo de la
revolución industrial, Alemania e Italia todavía no eran estados-nación, y
estaban afectadas por barreras extremadamente dificultosas para el comercio
entre principados rivales.
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
Cuando se inició la revolución industrial, y en especial cuando empezó a
extenderse en plenas guerras napoleónicas y después de ellas, comenzaron a
disminuir los obstáculos al desarrollo en la Europa meridional y oriental. La
servidumbre se abolió de manera convulsa y a menundo violenta a lo largo y
ancho de Europa. Se introdujo el gobierno constitucional. Se crearon
ferrocarriles para enlazar las regiones europeas. Las ideas y los avances
tecnológicos circularon con velocidad creciente y contaron con el apoyo de
sumas cada vez mayores de capital financiero. A finales del siglo XIX, la
industrialización ya hacía sentir sus efectos en toda Europa.
La tercera forma de difusión supuso la extensión del crecimiento económico
moderno desde Europa a América Latina, África y Asia. El proceso fue
tumultuoso en todas partes, pues comportó la confrontación de una Europa cada
vez más industrializada y rica con sociedades no industrializadas, en gran
medida rurales y militarmente débiles, de otras regiones del planeta. Algunas
eran civilizaciones antiguas con tradiciones milenarias, como China o Japón;
otras eran regiones escasamente pobladas, como las de buena parte del África
tropical. Sin embargo, el drama que vino a continuación en casi todas partes fue
el caos generado por la confrontación entre aquellas sociedades, economías y
culturas distintas. Aun cuando hizo aumentar el nivel de vida, el crecimiento
económico moderno implicó un cambio fundamental de la organización social y
dolorosos enfrentamientos con los europeos, que eran más poderosos.
La confrontación entre ricos y pobres fue muy dura debido a que la gran
diferencia de riqueza significaba también una gran diferencia de poder, y este
podía usarse para la explotación. El mayor poder de Europa se usó
reiteradamente para obligar a las sociedades pobres a actuar en beneficio de los
señores ricos. Las potencias imperiales europeas forzaron a los africanos a
cultivar productos comercializables según su elección. Las autoridades
coloniales impusieron la capitación y obligaron a los africanos a trabajar en
minas y plantaciones, a menudo a cientos de kilómetros de sus familias y sus
hogares. Inversores y gobiernos europeos se apropiaron de los recursos
naturales, incluidas las riquezas minerales y los extensos bosques y selvas de
África y Asia. Empresas europeas mantenían ejércitos privados en las colonias
para garantizar la sumisión a sus propias «leyes», al tiempo que sabían que, en
caso extremo, sus gobiernos las apoyarían con la fuerza militar.
sucumbido al dominio colonial, e incluso en otros donde eran los amos
coloniales, y no la población local, quienes se apoderaban de gran parte de la
creciente producción económica. Con frecuencia el proceso de salida de la
pobreza extrema fue muy gradual e irregular, y se vio retrasado por la guerra y
las hambrunas. En algunas ocasiones fue rápido, como en el caso del despegue
económico y la industrialización de Japón durante el último cuarto del siglo
XIX.
Creo que la razón más importante por la cual la prosperidad se extendió y
sigue extendiéndose es la transmisión de la tecnología y de las ideas
subyacentes. Más importante aún que contar con determinados recursos en el
subsuelo, como el carbón, fue la capacidad de aplicar ideas modernas, basadas
en la ciencia, para organizar la producción. Lo bueno de las ideas es que pueden
emplearse una y otra vez sin que se agoten nunca. Los economistas dicen que las
ideas son «bienes indivisibles», en el sentido de que el uso de una idea por parte
de una persona no disminuye la capacidad de otras para emplearla también. Esta
es la razón por la cual podemos imaginar un mundo en el que todas las personas
alcancen la prosperidad. La esencia de la primera revolución industrial no fue el
carbón; fue el modo de emplearlo. En términos aún más generales, consistió en
el modo de emplear una nueva forma de energía. Las lecciones del carbón
acabaron convirtiéndose igualmente en la base de otros muchos sistemas
energéticos, desde la energía hidroeléctrica, la del petróleo y el gas y la nuclear,
hasta llegar a las nuevas formas de energía renovable, como la eólica y la solar
convertidas en electricidad. Esas lecciones están al alcance de toda la
humanidad, no solo de las primeras personas que las descubrieron.
La primera oleada de la revolución industrial consistió en la invención y
perfeccionamiento de la máquina de vapor y las tecnologías relacionadas con
ella, incluidas la organización de la producción fabril a gran escala, la nueva
maquinaria en el sector textil y de la confección, y las nuevas técnicas para
producir acero. A mediados del siglo XIX se produjo una segunda oleada de
grandes avances tecnológicos con el ferrocarril y, de modo aún más notable, con
el telégrafo, que ofreció las primeras telecomunicaciones mundiales
instantáneas, lo cual representó un adelanto extraordinario en la capacidad de
difundir información a gran escala.
La segunda oleada tecnológica también incluyó los barcos de vapor
transoceánicos, el comercio a escala mundial y dos gigantescos proyectos: el
canal de Suez, concluido en 1869, que redujo considerablemente el tiempo
necesario para el comercio entre Europa y Asia, y el canal de Panamá, terminado
en 1914, que también redujo de modo espectacular el tiempo requerido para el
comercio entre el litoral oriental estadounidense y los lugares situados en la
costa oeste de Estados Unidos, gran parte de América Latina y Extremo Oriente.
La cascada del cambio tecnológico
El nivel de vida empezó a aumentar en muchas zonas del planeta, a pesar de
toda la brutalidad y el sufrimiento que se dieron en algunos lugares que habían
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
Las epidemias de fiebre amarilla y malaria que mataron a miles de trabajadores
llevaron a aplazar la primera tentativa de construir el canal en la década de 1880.
Cuando los científicos comprendieron que los mosquitos transmitían dichas
enfermedades mortales, los constructores del canal realizaron un esfuerzo en
toda regla para controlar la proliferación de aquellos insectos en las cercanías de
la obra, y de ese modo lograron concluir el proyecto en 1914.
La tercera oleada de avances tecnológicos supuso la electrificación de la
industria y la sociedad urbana a finales del siglo XIX, lo cual incluyó la
invención por Edison de la lámpara incandescente y otros aparatos eléctricos.
Edison, Westinghouse y otros promovieron grandes centrales eléctricas que
podían llevar electricidad a los hogares, los edificios de oficinas y las fabricas
por medio de cables, que constituyeron la nueva infraestructura de principios del
siglo XX. El perfeccionamiento del motor de combustión interna resultó también
fundamental, como lo fue el avance capital conseguido en la industria química,
principalmente en Alemania, con el nuevo proceso para tomar nitrógeno de la
atmósfera y convertirlo en amoníaco para abonos (el proceso Haber-Bosch). Ese
uso de la energía de los combustibles fósiles para fabricar fertilizantes basados
en el nitrógeno supuso el avance más importante para aumentar la producción de
alimentos en el siglo XX, y permitió a una gran parte de la humanidad, aunque
todavía no a su totalidad, superar el hambre crónica y los riesgos de hambruna
que siempre la habían atormentado.
Esas oleadas de avances tecnológicos se difundieron por todo el mundo
gracias a la extensión del comercio y la inversión extranjera; con ello, la
prosperidad económica se extendió asimismo a otras partes del mundo. Sin
embargo, también lo hizo el sistema mundial de dominación política europea.
Dicha dominación reflejaba la gran desigualdad de poder surgida de la ventaja
de Europa en la industrialización, una ventaja que, como hemos visto, tenía sus
orígenes en una confluencia favorable de política, geografía y recursos naturales.
A principios del siglo XX, Europa dominaba gran parte del mundo. Los
imperios europeos controlaban fundamentalmente toda África y extensas
regiones de Asia, y también desempeñaban un papel preponderante en la
financiación y organización del comercio latinoamericano. Esa fue la primera
era de la globalización, una época de comercio mundial, comunicaciones
planetarias mediante líneas de telégrafo, producción en masa e industrialización;
en resumen, lo que parecía una época de progreso inevitable. Y era una
globalización bajo dominio europeo. Se consideraba que no solo era imparable
desde el punto de vista económico, sino también el orden natural de las cosas.
Ese supuesto orden natural dio origen a la tristemente famosa «carga del hombre
blanco», el derecho y la obligación de los europeos y los blancos descendientes
de europeos de gobernar las vidas de otras personas de todo el mundo, cosa que
hicieron sin complejos y con una mezcla contradictoria de ingenuidad,
compasión y brutalidad.
La gran ruptura
A principios del siglo XX, la globalización se consideraba tan inevitable que
había quienes pensaban que la guerra era probablemente algo anticuado, y sin
duda tan irracional que ningún dirigente europeo sensato llevaría jamás a su país
a un conflicto bélico. En 1910, un destacado sabio británico, Norman Angell,
escribió La grande ilusión, que sostenía con acierto que las economías
nacionales se habían hecho tan interdependientes y se habían convertido hasta tal
punto en partes de la división internacional del trabajo, que una guerra entre los
líderes económicos se había vuelto algo inconcebiblemente destructivo. Una
guerra, advertía Angell, socavaría tanto las redes del comercio internacional que
no cabía la posibilidad de que ninguna aventura militar de una potencia europea
contra otra reportara beneficios económicos al agresor. El autor suponía que las
guerras cesarían una vez que se comprendieran con mayor claridad sus costes y
beneficios.
Angell subestimaba por completo las irracionalidades y los procesos sociales
que conducen a resultados devastadores, incluso cuando no tienen ningún
sentido. Por lo tanto, había acertado a medias: la guerra se había convertido en
algo demasiado peligroso para emplearla en busca de ganancias económicas,
pero eso no impidió que se produjera. En el año 1914 comenzó la gran ruptura
del siglo XX, una ruptura aún más drástica de lo que resultaría ser la Segunda
Guerra Mundial.
¿Por qué fue la Primera Guerra Mundial tan dramática y tan traumática?
Puso fin a la era de globalización dirigida por Europa. Su coste en vidas
humanas fue sorprendente, y provocó varios acontecimientos catastróficos que
proyectaron su sombra sobre el resto del siglo XX. La primera consecuencia fue
la desestabilización del régimen zarista ruso, lo cual desencadenó la revolución
bolchevique. Una Rusia relativamente atrasada, que había sido el último país
europeo en salir de la servidumbre, se sumió en la agitación bajo la carga
económica y humana de la guerra. Vladimir Lenin y un reducido grupo de
conspiradores pudieron tomar el poder con muy poco apoyo popular y
establecieron una doctrina revolucionaria que llevó a Rusia a una etapa de
malogros de setenta y cinco años de duración, caracterizada por su gran
brutalidad y el elevado grado de ineficacia económica. En su momento de
máxima extensión, las doctrinas comunistas que Lenin y Josef Stalin
implantaron en Rusia captaron aproximadamente a la tercera parte de la
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
población mundial, incluida la de la antigua Unión Soviética, China, los estados
de Europa del Este bajo dominio soviético, Cuba, Corea del Norte y otros
sedicentes estados revolucionarios alineados con la Unión Soviética.
La segunda consecuencia fue la prolongada inestabilidad económica que
generó en la Europa posterior a la guerra. La guerra creó un laberinto de
problemas financieros y económicos entrelazados, entre ellos la enorme deuda
contraída por los países combatientes, la destrucción y desmembramiento de los
imperios otomano y austrohúngaro y su sustitución por estados pequeños,
inestables y enfrentados entre sí, así como la exigencia aliada de que Alemania
pagara las reparaciones de la guerra, que amargaron a la siguiente generación de
alemanes y fueron uno de los elementos cohesionadores que permitieron la
subida al poder de Hitler.
John Maynard Keynes comprendió que el mundo que conocía había llegado
a su fin después de la Primera Guerra Mundial. En su famoso ensayo sobre Las
consecuencias económicas de la paz, captó magistralmente todo lo que se había
perdido:
Como recalcaba Keynes —y ello constituye un mensaje para nuestro tiempo
—, el fin de aquella época era sencillamente inimaginable:
Los proyectos y la política de militarismo e imperialismo, las rivalidades de
razas y culturas, los monopolios, las restricciones y los privilegios que habían de
hacer el papel de serpiente de este paraíso, eran poco más que el entretenimiento
de sus periódicos, y parecía que apenas ejercían influencia ninguna en el curso
ordinario de la vida social y económica, cuya internacionalización era casi
completa en la práctica.5
La inestabilidad económica que siguió a la Primera Guerra Mundial llevó a la
Gran Depresión de la década de 1930, y luego a la Segunda Guerra Mundial. Las
conexiones son sutiles y discutidas en sus detalles, pero innegables en lo
esencial. El exceso de deudas incobrables, la contracción del comercio en el
interior de Europa y los presupuestos sobredimensionados de las potencias
europeas comportaron que la inflación; la estabilización y la austeridad
estuvieran a la orden del día durante toda la década de 1920. Como era de
esperar, los países europeos regresaron uno tras otro al patrón oro, considerado
en la época el garante de la estabilidad financiera a largo plazo. Por desgracia, la
vuelta al patrón oro no hizo sino agravar las condiciones que habían imperado en
la década de 1920. El factor más importante fue que el patrón oro y sus «reglas
del juego» para la gestión monetaria hicieron difícil, si no imposible, que las
principales economías evitaran sumirse en una profunda depresión a principios
de la década de 1930.6 La Gran Depresión, a su vez, desencadenó una desastrosa
expansión del proteccionismo comercial y el ascenso del nazismo en Alemania y
del poder militar en Japón.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, él sistema mundial anterior a 1914
ya había quedado destrozado. El comercio internacional estaba moribundo. Las
monedas nacionales no eran convertibles entre sí, con lo cual habían dejado de
funcionar incluso los mecanismos. básicos de pago para el comercio
internacional. Felizmente, también la era del imperialismo europeo estaba
tocando a su fin, aunque costaría décadas —y muchas guerras— que se acabara
definitivamente. En cualquier caso, desde las ruinas de la Segunda Guerra
Mundial, las ventajas de un mercado global —con una división global del
trabajo, una difusión pacífica de la tecnología y un comercio internacional
abierto— parecían perdidas, enterradas bajo los escombros de dos guerras
mundiales y una gran depresión.
¡Qué episodio tan extraordinario ha sido, en el progreso económico del
hombre, la edad que acabó en agosto de 1914! Es verdad que la mayor parte de la
población trabajaba mucho y vivía en las peores condiciones; pero, sin embargo,
estaba, a juzgar por todas las apariencias, sensatamente conforme con su suerte.
Todo hombre de capacidad o carácter que sobresaliera de la medianía tenía
abierto el paso a las clases medias y superiores, para las que la vida ofrecía, a
poca costa y con la menor molestia, conveniencias, comodidades y amenidades
iguales a las de los más ricos y poderosos monarcas de otras épocas. El habitante
de Londres podía pedir por teléfono, al tomar en la cama el té de la mañana, los
variados productos de toda la tierra, en la cantidad que le satisficiera, y esperar
que se los llevaran a su puerta; podía, en el mismo momento y por los mismos
medios, invertir su riqueza en recursos naturales y nuevas empresas de cualquier
parte del mundo, y participar, sin esfuerzo ni aun molestia, en sus frutos y ventajas
prometidos, o podía optar por unir la suerte de su fortuna a la buena fe de los
vecinos de cualquier municipio importante, de cualquier continente que el
capricho o la información le sugirieran. Podía obtener, si los deseaba, medios
para trasladarse a cualquier país o clima, baratos y cómodos, sin pasaporte ni
ninguna formalidad; podía enviar a su criado al despacho o al banco más
próximo para proveerse de los metales preciosos que le pareciera conveniente, y
podía después salir para tierras extranjeras, sin conocer su religión, su lengua o
sus costumbres, llevando encima riqueza acuñada, y se hubiera considerado
ofendido y sorprendido ante cualquier intervención. Pero lo más importante de
todo es que él consideraba tal estado de cosas como normal, cierto y permanente,
a no ser para mejorar aún más, y toda desviación de él, como aberración,
escándalo y caso intolerable.4
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
El segundo mundo era el socialista, el forjado por Lenin y Stalin tras la
Primera Guerra Mundial. El segundo mundo quedó económicamente
desconectado del primero hasta la caída del Muro de Berlín en 1989 y el fin de
la Unión Soviética en 1991. En su momento de máximo apogeo, el segundo
mundo llegó a abarcar alrededor de treinta países (la cifra exacta varía según los
criterios de inclusión) y aproximadamente un tercio de la humanidad. Las
características primordiales del segundo mundo eran la propiedad estatal de los
medios de producción, la planificación central de la producción, el gobierno de
partido único por parte de los partidos comunistas y la integración económica en
el seno del mundo socialista (por medio del comercio de trueque) combinada
con la separación económica del primer mundo.
El tercer mundo incluía a los países poscoloniales, cuyo número crecía
rápidamente. Hoy día, cuando usamos el término «tercer mundo», queremos
decir simplemente «pobres», pero antes «tercer mundo» tenía unas
connotaciones más ricas, pues se refería a un grupo de países que salían de la
dominación imperial y optaban por no formar parte del primer mundo capitalista
ni del segundo mundo socialista. Eran los auténticos países de la tercera vía. Las
ideas esenciales del tercer mundo eran las siguientes: «Nos desarrollaremos por
nuestra cuenta. Fomentaremos la industria, a veces mediante la propiedad estatal
y a veces concediendo subsidios y protección a empresas privadas, pero lo
haremos sin multinacionales extranjeras. Lo haremos sin abrirnos al comercio
internacional. No confiamos en el mundo exterior. Queremos seguir siendo no
alineados. Los países del primer mundo no son objeto de nuestra admiración; se
trata de nuestras antiguas potencias coloniales. Los dirigentes del segundo
mundo tampoco son de fiar. No queremos que la Unión Soviética nos engulla.
Por lo tanto, en el terreno político somos no alineados, y en el económico somos
autosuficientes».
Así pues, el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial evolucionó por
tres caminos distintos. El problema fundamental, no obstante, era que los
planteamientos del segundo y el tercer mundo no eran sensatos desde el punto de
vista económico, y ambos se derrumbaron bajo el peso de una enorme deuda
externa. La planificación central del segundo mundo era una mala idea, como
también lo era la autarquía del tercer mundo, en ambos casos por razones que ya
había explicado Adam Smith. Al cerrar sus economías, tanto los países del
segundo mundo como los del tercero se cerraron también al progreso económico
mundial y a los avances de la tecnología. Crearon industrias locales muy
costosas que no podían competir a escala internacional ni siquiera cuando
optaban por intentarlo. La naturaleza cerrada de aquellas sociedades, en las
cuales las empresas nacionales estaban resguardadas de la competencia, fomentó
una gran corrupción. Los países no alineados del tercer mundo perdieron la
LA RECONSTRUCCIÓN DE UNA ECONOMÍA MUNDIAL
Entre el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el de la Unión
Soviética en 1991, se invirtió mucho trabajo en la configuración de un nuevo
sistema económico mundial. El esfuerzo inmediato fue la reconstrucción
material: reparar o construir de nuevo las carreteras, los puentes, las centrales
eléctricas y los puertos que habían de sostener la producción económica nacional
y el comercio internacional. No obstante, también era preciso reconstruir la
«fontanería» de la economía internacional, con acuerdos monetarios y reglas
para el comercio internacional que permitieran la circulación de bienes y
servicios sobre la base del mercado, y los aumentos de productividad que
surgirían de una división internacional del trabajo renovada. Ese esfuerzo de
reconstrucción se acometió en tres fases.
Los países ya industrializados en 1945 —Europa, Estados Unidos y Japón—
establecieron un nuevo sistema de comercio internacional bajo la dirección
política de Estados Unidos. Paso a paso, estos países restablecieron la
convertibilidad monetaria (por medio de la cual las empresas y las personas
podían comprar y vender divisas a tipos de mercado) con el fin de crear un
sistema de pagos para el comercio internacional. Las monedas europeas
volvieron a ser convertibles en 1958, y el yen en 1964. Al mismo tiempo, dichos
países acordaron reducir las barreras comerciales, incluidos los elevados
aranceles y cupos, que habían establecido en medio del caos de la Gran
Depresión. Las barreras se redujeron en varias rondas de negociaciones sobre el
comercio internacional auspiciadas por el Acuerdo General sobre Aranceles y
Comercio (conocido por sus siglas inglesas, GATT), un conjunto de normas que
fue precursor de la actual Organización Mundial del Comercio. El mundo rico,
que pronto recibió el nombre de «primer mundo», logró reconstruir un sistema
comercial basado en el mercado. Con ello se desencadenó un rápido crecimiento
económico, una fuerte recuperación tras décadas de guerra, bloqueo comercial e
inestabilidad económica.
Sin embargo, el restablecimiento del comercio en el primer mundo no
significó la restauración de una economía mundial. Las divisiones en la
economía planetaria después de 1945 eran más profundas que la
inconvertibilidad de la moneda y las barreras comerciales. Al final de la Segunda
Guerra Mundial, el mundo había quedado completamente dividido desde el
punto de vista político, lo cual era un reflejo de las rupturas económicas. Esas
divisiones se prolongarían durante décadas, y solo actualmente están
cicatrizando.
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
oportunidad de participar de los avances tecnológicos del primer mundo, ante
todo porque no confiaban en él. Estaban comprensiblemente decididos a
salvaguardar la soberanía que tanto les había costado conquistar, aun cuando en
realidad dicha soberanía no estaba en peligro.
Mi propia tarea como economista empezó en una época en que las economías
del segundo y el tercer mundo ya estaban moribundas y cayendo en una espiral
cada vez más profunda de caos económico. Las primeras manifestaciones de esa
crisis, de modo característico, fueron los niveles crecientes de deuda externa y
las tasas de inflación en alza. Mi primera tarea se centró en la estabilización
macroeconómica —el fin de la elevada inflación—, y ese trabajo me puso en
contacto con países que estaban aislados de los mercados y la tecnología del
primer mundo. Esa tarea inicial tenía que ver con las técnicas de la economía
monetaria, pero me puso cara a cara con las alternativas más básicas y
fundamentales referentes al modo en que los países deberían relacionarse
económicamente con el resto del mundo.
A principios de la década de 1990, la inmensa mayoría de los países del
segundo y el tercer mundo ya decían: «Necesitamos volver a formar parte de la
economía mundial. Queremos conservar. la soberanía, queremos la
autodeterminación, pero abandonaremos la planificación central leninistaestalinista porque no funciona. Y abandonaremos la idea de la autarquía
autoimpuesta, porque el aislamiento económico no tiene para un país más
sentido de lo que lo tiene para un individuo». Esencialmente, uno de mis
cometidos a partir de mediados de la década de 1980 consistió en ayudar a
distintos países a convertirse en miembros soberanos de un nuevo sistema
internacional. Me enfrenté repetidas veces a tres preguntas fundamentales: ¿cuál
es el mejor modo de volver al comercio internacional?, ¿cómo nos libraremos de
la rémora de las deudas impagables y la industria ineficaz?, ¿cómo negociar unas
nuevas reglas del juego que garanticen que la economía mundial que está
surgiendo esté de verdad al servicio de las necesidades de todos los países del
mundo y no solo de los más ricos y poderosos?
que sigue ganando fuerza. En casi todos los lugares, el nivel de vida es mucho
más elevado de lo que lo era al inicio del proceso; la excepción principal son las
zonas de África asoladas por las enfermedades.
Sin embargo, el crecimiento económico moderno también ha comportado
grandes distancias entre los más ricos y los más pobres, unas distancias que eran
sencillamente imposibles cuando la pobreza atenazaba al mundo entero. La
época del crecimiento económico moderno nos ha legado la imagen económica
del mundo que se puede ver en el mapa 2, en el cual cada país está coloreado
según su PIB per cápita (medido en precios ajustados al poder adquisitivo) de
2002. El mundo rico (más de 20.000 dólares de renta per cápita) está coloreado
de verde, e incluye a Estados Unidos, Canadá, Europa occidental, Japón,
Australia y Nueva Zelanda. Los países de rentas medias (entre 4.000 y 20.000
dólares) están coloreados de amarillo, y el grupo incluye la mayor parte de
Extremo Oriente (por ejemplo, Corea y Singapur), Europa central, la antigua
Unión Soviética y América Latina. Los países situados en la parte superior del
grupo de rentas bajas (entre 2.000 y 4.000 dólares) están coloreados de naranja,
DOSCIENTOS AÑOS DE CRECIMIENTO ECONÓMICO MODERNO
Me he referido por encima y brevemente a doscientos años de crecimiento
económico moderno, con todos sus cambios, agitaciones, conflictos e ideologías.
¿Qué ha traído al mundo esta era de crecimiento económico moderno? Un nivel
de vida elevado inimaginable hace dos siglos, la extensión de la tecnología
moderna a la mayor parte del mundo y una revolución científica y tecnológica
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Jeffrey SACHS (2005): El fin de la pobreza – Capítulos 1 y 2
y entre ellos hay algunos de América del Sur, el sur de Asia y Extremo Oriente.
Los países más pobres (por debajo de 2.000 dólares) están coloreados de rojo, y
se concentran en el África subsahariana y el sur de Asia. Hay, por supuesto, una
llamativa similitud entre este mapa del PIB medio por habitante y el que muestra
el porcentaje de familias que viven en la pobreza (mapa 1): los países con rentas
bajas son, particularmente, los que poseen altos porcentajes de pobreza
moderada y extrema.
Así pues, ¿a qué se debe el inmenso abismo que separa la sexta parte de la
humanidad que vive hoy en día en los países más ricos de la sexta parte del
mundo que apenas es capaz de mantenerse? Los países más ricos pudieron lograr
dos siglos de crecimiento económico moderno, mientras que los más pobres no
empezaron a crecer hasta décadas más tarde, y cuando lo hicieron fue en medio
de fuertes obstáculos. En algunos casos se enfrentaban a la explotación brutal de
las potencias coloniales dominantes y también a barreras geográficas
(relacionadas con el clima, la producción alimentaria, las enfermedades, los
recursos energéticos, la topografía o la proximidad a los mercados mundiales)
que no habían lastrado a las primeras economías industriales como Gran Bretaña
y Estados Unidos. Además, tomaron decisiones políticas internas desastrosas,
con frecuencia hasta la última década. Todo ello los privó de la suerte de
disfrutar de dos siglos de rápido crecimiento económico, y, por el contrario,
crecieron solo esporádicamente y durante unos pocos años.
El punto clave para esos países es que existen soluciones prácticas a casi
todos sus problemas. Las políticas equivocadas del pasado pueden corregirse. La
época colonial ha terminado de verdad. Incluso los obstáculos geográficos
pueden superarse con nuevas tecnologías, como las que controlan la malaria o
permiten elevados rendimientos agrícolas en zonas poco productivas. No
obstante, del mismo modo que no hay una explicación única de por qué ciertas
partes del mundo siguen siendo pobres, tampoco hay un remedio único. Como
subrayaré repetidamente en las páginas que siguen a continuación, un buen plan
de acción empieza con un buen diagnóstico diferencial de los factores
específicos que han determinado las condiciones económicas de un país.
Notas
1. Retrato de familia mundial
1. World Bank, World Development Indícators, Banco Mundial,
Washington, D. C., 2004.
2. Shaohua Chen y Martin Ravallion, «How Have the World's Poorest Fared
Since the Early 1980s?», Policy Research Working Paper 3341, Banco
Mundial, junio de 2004.
2. La extensión de la prosperidad económica
1. Angus Maddison, The World Economy: A Millennial Perspective, OCDE,
París, 2001 (hay trad. cast.: La economía mundial: una perspectiva
milenaria, Mundi-Prensa, Madrid, 2002).A menos que se indique lo
contrario, todas las cifras del presente capítulo proceden de dicha obra.
2. John Maynard Keynes, «The Economic Possibilities for Our
Grandchildren», en Essays ín Persuasion, Macmillan, Londres, 1931 (hay
trad. cast.: «Las posibilidades económicas de nuestros nietos», en Ensayos
de persuasión, Folio, Barcelona, 1997).
3. Adam Smith, The Wealth of Nations (1776), ed. de Edwin Cannan,
Methuen and Co. Ltd., Londres, 1904, libro III, capítulo 4, párrafo I1I.4.20.
Puede consultarse en www.econlib.org/LIBRARY/Smith/smWN.html (hay
trad. cast.: La riqueza de las naciones, Folio, Barcelona, 1997).
4. John Maynard Keynes, The Economic Consequences of the Peace,
Macmillan, Londres, 1919, capítulo 2. Puede consultarse en
socserv2.socsci.mcmaster.ca/econ/ugcm/3ll3/keynes/peace.htm (hay trad.
cast.: Las consecuencias económicas de la paz, Crítica, Barcelona, 2002).
5. Ibid.
6. Bajo esas reglas del juego, los bancos centrales temían ampliar la oferta
de dinero, como deberían haber hecho en respuesta a la Depresión, porque
tenían miedo de perder las reservas de oro necesarias para respaldar la
moneda. Solo después de abandonar el patrón oro tuvieron libertad de
maniobra para aplicar una política monetaria expansionista.
* Back-office: conjunto de tareas administrativas que no comportan
contacto directo con los clientes; es un término muy habitual en el sector
bancario y financiero, entre otros. (N. del T.)
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