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A pie de aula
EL AULA 28,
UNA OBRA DE ARTE
En el IES “Biello Aragón” de
Sabiñánigo (Huesca) un grupo de
profesores y alumnos cubrieron
los muros de un aula con pinturas
medievales.
Por Severino Pallaruelo
T
RAS cuatro años de trabajo el espacio quedó
transformado: del habitual entorno blanco
de las clases se pasó a un envoltorio lleno de
colores y de formas que sorprende por la calidez y
ofrece un interesante material didáctico para los
temas de historia y de arte.
Un aula con altos techos blancos
El “Biello Aragón“ ocupa unos edificios construidos
hace 25 años en torno a un patio central porticado.
En el piso superior hay varias aulas con altos techos
abuhardillados, que reciben luz natural por ventanales orientados a levante y a poniente. Fueron estas
condiciones las que inspiraron a los profesores la idea
de las pinturas.
El proyecto
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Una vez tomada la decisión de cubrir el interior de un
aula con pinturas, costó poco decidir qué se iba a pintar. Si se quería que la participación fuera amplia, y
contando con que ni el alumnado ni el profesorado
tenían experiencia alguna en este terreno, no podían
elegirse obras de gran complejidad técnica. Las pinturas medievales, donde la perspectiva y el estudio de
la luz no cuentan y las figuras se trazan con líneas sencillas y bien perfiladas, ofrecían un modelo adecuado.
Primero se trazó un programa iconográfico coherente y
después se buscaron las figuras que se adaptaban al
mismo. En el techo se representaría el mundo religioso
ordenado según la jerarquía que aparece en los templos
medievales. En el zócalo iría el mundo de los muertos.
Entre ambos, cubriendo los muros, se situaría el mundo
de los vivos, los estamentos de la sociedad medieval, los
trabajos de cada mes, la caza, el pastoreo…
Mediante la consulta de publicaciones acerca de las
pinturas murales románicas y de los códices miniados
se fue conformando un banco de representaciones
donde no sólo aparecían escenas o figuras sueltas
sino un gran número de orlas que permitirían completar y enmarcar las secuencias elegidas.
A pie de aula
Sobre los dibujos a escala de los muros y del techo se
iba colocando el programa diseñado hasta comprobar que se ajustaba a los espacios que debía cubrir. A
la vez íbamos resolviendo los temas prácticos: qué
tipo de pintura usaríamos, cómo conseguiríamos los
andamios, de qué modo simplificaríamos mediante el
uso de plantillas el trazado de las orlas geométricas,
qué haríamos con la instalación eléctrica, etc. etc.
Quince días después ya teníamos los andamios colocados y comenzaban a aparecer en los muros las figuras de los frailes, de los guerreros y de las campesinas medievales. Lo que no esperábamos era pasar
cuatro años con la clase invadida por los andamios y
con los pupitres repartidos entre los amarillos tubos
metálicos que sostenían las plataformas desde las
que pintábamos por la tarde.
Un proceso largo y laborioso
Quizá si hubiéramos sabido que iba a ser tan largo no
habríamos empezado. Fuimos optimistas. Dijimos:
esto en Navidad está acabado. Trabajábamos dos
tardes cada semana, fuera del horario escolar, desde
las cuatro hasta las ocho, a veces hasta las nueve.
Solíamos acudir tres o cuatro profesores y algunos
alumnos, unos días dos, otros tres o cuatro, a veces
media docena. En los días inmediatamente anteriores
a las vacaciones, esas jornadas tan difíciles de organizar porque ya se ha hecho la evaluación y aún no ha
comenzado el nuevo trimestre, reunimos a veinte
alumnos y alumnas en los andamios durante seis horas cada día. Se avanzó mucho, pero fue insuficiente:
las vacaciones llegaron y no habíamos cubierto ni una
octava parte de la superficie. No importa, dijimos,
para el verano estará acabado todo. Pero al llegar junio sólo habíamos pintado una cuarta parte del total.
Estaba ya la majestuosa figura del Cristo de Taull y los
doce apóstoles, estaban los guerreros y las campesinas, los cazadores, los pastores, Adán y Eva, San
Miguel pesando las almas y algunos diablos. Pero todavía faltaba mucho.
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A pie de aula
nos de la rama profesional de electricidad que se imparte en el mismo instituto, dirigidos por el profesorado de la especialidad. Finalmente el alumbrado estuvo listo y el proyecto se dio por concluido. Los focos supusieron el mayor gasto. Lo demás no había
costado apenas nada. Cien euros para pintura. Eso
fue todo.
Multidisciplinar y transversal
El cuarto año hubo un momento de peligro. La obra
parecía eterna y comenzábamos a estar hartos de colores y de figuras con rostro hierático. No teníamos
ganas de seguir pintando caras con enormes ojos
inexpresivos y manos acartonadas. Pero estábamos
decididos a acabar la obra iniciada. Cambiamos de
tema. En lugar de los oficios artesanales y de la vida
en las ciudades medievales, que figuraban en el programa planteado para el cuarto muro, decidimos pintar dos trampantojos de arquitectura: una portada románica y un claustro. Todo en colores suaves, en una
gama de ocres y de grises que permitiera descansar
la vista y creara una sensación de continuidad espacial, de profundidad. La idea resultó oportuna: infundió nuevos ánimos a los pintores y permitió acabar el
proyecto.
La iluminación
La instalación eléctrica original del aula había sido
arrancada porque las conducciones estorbaban para
realizar las pinturas. Era necesario colocar nuevas luces que cumplieran la doble función de servir a los
usuarios habituales del aula y de alumbrar las pinturas. La tarea no resultaba fácil: los haces de luz que
servían para una cosa estorbaban para la otra. Del
proyecto y de la instalación se encargaron los alum-
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El impulso inicial de proyecto fue sólo eso: un impulso. Teníamos ganas de hacer algo, nos seducía la
idea de transformar el espacio, queríamos notar la
sensación de vernos envueltos en colores y en formas
aprovechando la amplitud del espacio y la calidad de
la luz. Nada más. No hicimos cálculos acerca de
cuánto tiempo podía costar cubrir con figuras casi
doscientos metros cuadrados de muro, no se realizó
una programación exhaustiva donde se descompusieran explícitamente los objetivos, ni se redactó un
cronograma realista. Sabíamos que realizaríamos tareas muy diversas, que aprenderíamos –todos, el
alumnado y el profesorado– muchas cosas y que invertiríamos mucho tiempo. Nada más.
Hay cosa que son fáciles de programar y de evaluar:
cómo se emplearán las imágenes para trabajar el estudio de la mentalidad y de la sociedad medievales,
qué uso se hará de las mismas para explicar el arte románico o cómo contribuirán al conocimiento de la
historia de las religiones. Todo eso se pensó al programar la actividad y sigue teniendo vigencia. Pero la
obra tuvo otros valores con incidencia particular en
quienes participaron en la realización, en aquellos
profesores y alumnos que pasaron muchas horas en
los andamios pintando, debatiendo acerca de los
problemas que se iban presentando, fabricando colores, elaborando plantillas de cartón, dibujando siluetas a lápiz, manejando taladros, amasando yeso,
moviendo y montando andamios, planificando las tareas, modificando las previsiones. Fue un aprendizaje
no previsto, algo muy instructivo no planificado: la
suma de competencias que exige la culminación de
un proyecto amplio y complejo. Y la audacia. A veces
va bien ser audaces en los proyectos, implicar a mucha gente, imaginar tareas grandes. Las cosas que
parecen sólo juegos no acaban de atrapar a algunos
alumnos y a muchos profesores. Los más entusiastas
quieren hacer cosas de verdad. Hasta cuando juegan.
Las pinturas quedaron concluidas. El aula se ha empleado con normalidad para dar clases de geografía y
de historia. A veces han venido grupos escolares de
otras ciudades a verla. A quienes pintamos nos gusta
mirar la cara que ponen los que llegan a contemplarla
por primera vez: muestran en los ojos cierto asombro
y un poco de incredulidad. Les parece raro que en la
obra participaran alumnos y alumnas como ellos.
También en eso hay una lección que aprender: con entusiasmo, constancia, laboriosidad y trabajo en equipo
pueden hacerse más cosas de las que uno se imagina.
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