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LA HERENCIA DEL RÉGIMEN
NEOLIBERAL COLOMBIANO Y LOS
CRIMINALES “APORTES” DEL
FASCISMO URIBISTA.
En celebración del Bicentenario del Grito de Independencia
y del Aniversario 46 de la Promulgación
del Programa Agrario de los Guerrilleros.
Jesús Santrich, integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP.
“Seremos para siempre libres, iguales e independientes”.
(BOLÍVAR, S. Proclama a los caraqueños.
Tuy, 9 de enero de 1817).
“La igualdad es la reina de las virtudes republicanas
y con ella se sostiene la justicia y la libertad
que son las columnas de este edificio”.
(BOLÍVAR, S.: Discurso con motivo de la incorporación
de Cundinamarca a las Provincias Unidas.
Bogotá, 23 de enero de 1815).
1. EL PROBLEMA DE LA TIERRA.
Estudiar o referirse al menos a los profundos problemas sociales que aquejan al pueblo
colombiano, pasa obligadamente por tomar como aspecto fundamental el problema de la
tenencia y explotación de la tierra, como problema económico de primer orden que subyace
como causa cardinal de los conflictos de clase que hoy se han desbordado en la guerra
sangrienta impuesta por las oligarquías en el poder.
Especialmente desde 1964, año en que se promulgó el Programa Agrario de los Guerrilleros
hemos reafirmado lo dicho durante décadas por los humildes en lucha, y sobre todo por los
socialistas y comunistas, en cuanto a que es el derecho a la tierra una reivindicación
esencial de los colombianos, aún hoy en que la violencia estatal -que propició el despojo
sangriento a los campesinos a favor del latifundismo-, ha hecho de nuestro país un territorio
desagrarizado y caóticamente urbano.
La extraña oligarquía feudal que pulula en nuestra América, no le es ajena a la realidad
colombiana. Aquí también supervive un régimen latifundista ampliado a sangre y fuego
desde los días en que con el asesinato del libertador han pretendido enterrar su proyecto de
justicia social, en detrimento del desarrollo mismo de la economía capitalista nacional.
Pero como ya hemos señalado, ese latifundismo, ligado al despojo que ha empujado a las
masas campesinas hacia una urbanización caótica del país, va aparejado a la pauperización
de la gran mayoría de nuestros compatriotas en campos y ciudades, a su esclavización en el
mundo infame de las precarias e indignas condiciones laborales que rodean la llamada
población ocupada (en el mejor de los casos), a la miserabilización de la enorme masa de
desocupados, y a la indigencia en que han sumido a más de 8 millones de compatriotas, y
sobre todo a la mayoría de quienes habitan las áreas rurales en condiciones de servidumbre
infame.
He ahí la herencia latente del régimen colonial que trató de derrotar definitivamente la
primera gesta independentista, he ahí sus indigeribles formas feudales, o semi-feudales y
esclavas que pretenden perpetuar los gamonales aristócratas del presente, colocando las
variantes aún más nefastas del neoliberalismo que entrega con prisa la soberanía al capital
trasnacional y hace más risible la “Independencia” que decimos disfrutar los hijos de la
República, mientras cargamos con las cadenas de la recolonización imperial que impone
Washington mediante la tiranía del dólar y las estrategias militaristas del Comando Sur.
Y ¿por qué referirnos al asunto de la tierra ligandolo a los coceptos de libertad y soberanía?
Sencillamente porque es una verdad de Perogrullo que, en los países de Nuestra América, el
régimen político y social está determinado históricamente por el régimen de propiedad de la
tierra. Y especialmente en Colombia, las raíces del conflicto político, social y armado se
hunden en los terrenos del problema agrario que padecemos desde nuestro surgimiento
republicano.
Así como sobre un régimen colonialista que impuso la esclavitud y la servidumbre como
sus bases económicas fundamentales, sobre la economía semifeudal, de un sistema
capitalista deformado y enrevesado que depende enteramente de las estrategias
recolonizadoras de las trasnacionales, no surgirá jamás una institucionalidad democrática y
ni siquiera liberal.
Desde 1938, cuando la población rural representaba el 69.1% del total de la población,
hasta 1993, ya había descendido al 31.0%. Coetáneamente se daba la reducción drástica de
los recursos públicos destinados al sector, que pasaron del 4.8 % del presupuesto nacional
en 1990, por ejemplo, al 0.8% en el 2000, aún presentándose la situación de que los
sectores agropecuario y agroindustrial contribuían con el 22% del PIB. Estas políticas
económicas generaron un retroceso productivo en el decenio de 1990 que sacó de la
producción más de un millón de hectáreas, ocasionando 442 mil desempleados rurales, con
su consecutivo empobrecimiento que llevaba a estimar que más del 80 % de la población
del campo esteba por debajo de la línea de pobreza. Pero los estudios actuales al respecto
son diversos según la fuente que los trate, ocurriendo que la mayoría de las cifras oficiales
son manipuladas con el fin de presentar avances ficticios en la superación de los problemas;
así, se han trenzado polémicas derivadas además de la interpretación de las cifras regionales
y locales de las que se deduce que, en las zonas rurales, entonces, según quien aborde el
análisis, la población que está bajo la línea de pobreza se calcula en una margen que va
desde datos que asignan el 68,2% y datos que se aproximan al 83 %. En todo caso,
cualquiera de ellos es alarmante.
En la Colombia de hoy, la lucha por la tierra tiene mayor vigencia que en cualquier otro
tiempo, pues los problemas derivados de la forma injusta de su tenencia y explotación se
han profundizado. Y en la primera línea de las dificultades está la desmesurada
concentración de la propiedad de la tierra en muy pocas manos, instalándose tal situación
como causal preponderante del prolongado y cruento conflicto de índole social que
padecemos, por el injusto tipo de relaciones económicas, políticas y sociales, que tales
circunstancias entrañan en un país de enorme tradición agraria.
Como complemento del desastre, las políticas neoliberales profundizaron la pauperización
de los pequeños y medianos productores agropecuarios, empujando a una amplia franja de
los mismos hacia el narcotráfico, al tiempo que se configuraba una contrarreforma agraria
que potenció la ya desmedida concentración de la tierra en unas cuantas manos, al costo de
masacrar cerca de 200 mil campesinos y precipitar el desplazamiento forzoso de más de
cuatro millones y medio.
Con la ofensiva violenta del Estado hacía el campo se ampliaron los caminos para que las
transnacionales y los viejos terratenientes fortalecidos, en alianza con narco-paramilitares y
capitalistas favorecidos por el Estado, transitaran, además, hacia la gran producción de
maíz, caña, palma africana y otros productos destinados a fines industriales que no
priorizaban la autosuficiencia alimentaria de Colombia.
Dependencia económica, enriquecimiento rápido por concepto de la irrupción del
narcotráfico, acumulación de capital en confluencia con la acumulación de poder político
para los latifundistas, y el cierre de los espacios de verdadera participación democrática, se
han mesclado como aspectos característicos del régimen social y político en Colombia. Es
decir, poder económico y poder político en el plano del latifundismo se han concentrado,
mediante la aplicación de la violencia, en manos de las aristocracias tradicionales, que sin
asco han cooptado y hasta le ha dado prioridad a los sectores emergentes de la burguesía
mafiosa que hoy pulula en el seno de la clase dominante.
La concentración de la tierra, que especialmente a partir de los años ochenta sirvió también
para ejecutar el lavado de activos generados por el narcotráfico, incrementó la ganadería
extensiva, en detrimento de la agricultura y por ende, del autoabastecimiento alimentario.
De tal manera que el crecimiento en tamaño de las propiedades ha ido en relación
inversamente proporcional con el incremento de la agricultura, lo cual se puede deducir del
estudio de los índices de importaciones que no merman sino que se incrementan. Hecho
que también va de la mano de las funestas consecuencias derivadas de la llamada apertura
económica ordenada por los tiranos del capital financiero en el marco del neoliberalismo.
Así las cosas, lo que ha sobrevenido es la crisis en los renglones primarios de la economía,
el aumento del desempleo agropecuario y la desolación de los campos; hecho este último,
que ha sido consecuencia directa tanto del terrorismo económico que aniquiló la
rentabilidad de las actividades agropecuarias sobre todo de los pequeños y medianos
productores, como ha sido consecuencia de la guerra sucia derivada del terrorismo de
Estado en general, ordenado por Washington.
Entre principios y finales de la década anterior, el área agrícola sembrada disminuyó en 1.5
millones de hectáreas; de cada 100 propietarios de tierra abierta 10 concentraban 9 de
cada 10 hectáreas; es decir, que una hectárea de cada 10, se la tenían que repartir entre 90
de cada 100 propietarios (Obviamente los beneficiados son los ricos latifundistas).
Alrededor de ocho millones de habitantes del campo viven en miseria total, los cuales se
suman a más de la mitad de colombianos que viven en la pobreza extrema (…)
Los mismos organismo gubernamentales han detallado que mientras los cultivos
semestrales, por lo general alimentarios, decrecieron en 6,2% el área de cultivos
permanentes aumentó en 2,2%, y si en efecto la frontera agraria -para bien o para malcreció en más del 30 por ciento en doce años, colocándose en un nivel superior al de 50
millones de hectáreas. Lo concreto es que ahora hay más campesinos sin tierra y el aumento
es de la gran propiedad en muy pocas manos.
Según un estudio del IGAC y CORPOICA [2002] el área predial rural registrada en 2001 es
de 47.147.680 hectáreas, y presenta reducción respecto a la superficie registrada en 1996,
que es de 50.710.066 hectáreas. Pero en todo caso crece la concentración. Al respecto los
índices que se registran son los siguientes:
- En 1984, las fincas mayores de 500 hectáreas correspondían al 0,5% de los propietarios y
controlaban el 32,7% de la superficie; en 1996, este rango correspondía al 0,4% de los
propietarios y controlaba el 44,6% de la superficie. En el 2001, las fincas de más de 500
hectáreas correspondían al 0,4% de los propietarios que controlaban el 61,2% de la
superficie.
- Simultáneo con la mayor concentración en menos propietarios se produjo disminución en
las áreas dedicadas a la agricultura y aumento de las áreas dedicadas a ganadería extensiva
y pastos para alimentar los rebaños. Esto conlleva a la disminución de la exportación de
productos agrícolas y al aumento de la importación de alimentos (…).Desde principios de
los años ochenta, si bien se registra una expansión de la frontera agraria, su crecimiento
favorece a la ganadería extensiva y la gran propiedad, que en si es usufructuada por los
potentados en detrimento de las masas populares, dentro de una formulación en la que la
característica fundamental radica en que la gran propiedad se extiende en menoscabo de la
mediana y la fragmentación creciente de la pequeña propiedad a punta de violencia,
amenazas de los latifundistas, asesinatos, masacres, desplazamiento forzado de los
campesinos e indígenas, etc. que ejecutan las fuerzas estatales y paraestatales que a sangre
y fuego garantizan la acumulación independientemente de que se trate de tierras con menor
o mayor potencial productivo.
Todo ello hace impensable una solución a los profundos problemas económicos, políticos y
sociales del país si se sigue bajo la tiranía de un régimen que persista en las políticas de
ruina para el campo y dentro de la misma dinámica, empuja a la miseria a las mayorías
nacionales. ¿Dónde sumar los más de 4 millones y medio de desplazados de la última
década de destierro generado por la guerra impuesta por el régimen?
Como factores que se acumulan con consecuencias adversas para el pueblo tenemos,
entonces, la eliminación de los instrumentos de protección a la producción interna, la
irregularidad o descontrol en los costos de producción, en las tasas de interés y la renta del
suelo…, en medio de condiciones dramáticas que se desprenden de la guerra desbocada por
el régimen sobre todo en el campo, ocasionando desplazamientos forzados, masacres,
desapariciones, destrucción de cultivos y cementeras, etc. La mengua en la producción y su
baja rentabilidad insubsidiada, han ido ocasionando la crisis estructural de la producción
agrícola en Colombia(…).
Históricamente en Colombia, el monopolio de la tierra, su control como forma de fortalecer
y expandir el poder político en manos de los latifundistas ha forzado al campesino y al
indígena a convertirse, en el mejor de los casos y cuando no hay absoluto despojo, en
pequeño propietario de tierras (por lo general las de menor calidad), y en jornalero sin
parcela expuesto a ofrecer fuerza de trabajo barata a los grandes terratenientes en
condiciones desfavorables, mediante relaciones semi-coloniales de explotación.
No obstante es creciente la desagrarización del empleo, la merma en las tierras destinadas a
la agricultura, la desindustrialización del campo, la informalización del trabajo agrario y de
los trabajadores que deben salir a las ciudades ya por desplazamiento forzado o como
manera de complementar en el rebusque su sobre vivencia que depende solo de temporadas
agrícolas en que es enganchado, como se ha expresado, en las más desfavorables
condiciones laborales.
Una de las consecuencias subyacentes es el conflicto armado, de tal manera que en la
búsqueda de soluciones a los problemas de injusticia social en Colombia, uno de los
factores a resolver como razón o causa más profunda de la confrontación es el problema de
la tierra, de su tenencia, uso y explotación estableciendo nueva distribución, formas de
explotación, créditos y demás factores que mejoren las condiciones del campo y de la
producción agropecuaria, como la preservación de los recursos naturales y el entorno.
Garantizando la satisfacción de los derechos fundamentales, dando solución a las
necesidades básicas y acceso a la opción y decisión política, en todos los niveles sociales,
con educación, recreación, salud, vivienda, etc. y con castigo a los responsables de los
crímenes cometidos, indemnizando a los afectados y otorgándoles plenas garantías para su
retorno al campo.
Una transformación agraria en Colombia implicará acabar radicalmente con la tendencia
expansiva del poder territorial del latifundio que en últimas, como factor de poder de la
oligarquía, es el que ha generado los desplazamientos y los crímenes contra la población
rural; deberá trazar líneas estratégicas que restablezcan la economía campesina acabando
con la concentración de la propiedad no sólo entregando tierra sino también garantías
sociales mediante un reordenamiento territorial y político que racionalice la ocupación y
uso del espacio en términos de conservación del medio ambiente.
Se trataría de un trasformación agraria, donde un nuevo Estado coloque las lealtades del
ejército, ya no en compromiso con el poder del latifundismo, según ocurre en nuestro
presente, en que ese poder va de la mano de la Doctrina de la Seguridad Nacional gringa y
de su nuevo formato la Política de Seguridad Democrática de Uribe, dentro de la cual uno
de los propósitos ciertos y fundamentales es el de la defensa enconada de los intereses de
los grandes terratenientes y de las trasnacionales que encabezan los llamados
megaproyectos, con las Fuerzas Armadas convertidas en ejército de ocupación que actúa
de manera terrible con sus abominables y sanguinarias fuerzas paramilitares, aplicando una
guerra sucia sin precedentes.
Habrá que vislumbrar una solución política al tremendo problema social del narcotráfico
sin continuar dándole un trato militar que solo afecta al campesino y no a los grandes
narcotraficantes quienes tienen sus tentáculos metidos en lo más profundo de la podrida
institucionalidad del Estado burgués, con todo y sus redes de comercialización, distribución
y consumo beneficiándoles. Solamente a las economías de Estados Unidos y Europa, el
negocio del narcotráfico les genera por lo menos 680 mil millones de dólares.
A la población forzada por las circunstancias sociales a optar por los cultivos proscritos,
deberá dársele un trato diferente, una solución política y social, acabando con la narcocracia imperante desde la oligarquía dominante y que todo lo ha contaminado en la
paramilitarizada institucionalidad del presente.
El latifundio como sistema económico y de poder que implica un monopolio de tierra y de
conducción social, deberá ceder paso a la democratización de la tierra, del crédito y del
poder político como preámbulo a la solución del conflicto político, social y armado
ocasionado por estas injusticias.
Es hora de una trasformación agraria que de solución a los graves problemas sociales
producidos por la concentración de la propiedad de la tierra, y abra camino a la seguridad y
soberanía alimentaria, pues de momento cada día somos más dependientes y sometidos a la
dictadura de las importaciones.
No debe seguir creciendo la reducción de las áreas sembradas en cultivos semestrales
porque ello implicará mayor desempleo, más importaciones y mayor dependencia, pues
desde los años noventa el nivel de las importaciones nos ha colocado a los pies del
imperialismo. En menos de una década, en los albores del siglo XXI, en el tránsito de siglo,
pasó a estar del menos del 7% a casi el 50% del PIB, mientras que las exportaciones no
sobrepasaron el ritmo anual del 7.4 % de crecimiento, decreciendo la producción agrícola
casi en todos sus factores. Ejemplifica el caso de los alimentos, pues comenzando el siglo
Colombia importó 6 millones de toneladas en las que se incluían productos que
tradicionalmente siembran nuestros campesinos e indígenas, lo cual al lado del aumento en
ocho veces respecto a una década atrás, significa también destrucción de nuestra autonomía
alimentaria.
Hoy, a doscientos años de iniciada la vida republicana, Colombia tiene un área cultivada de
4.8 millones de hectáreas de los más variados productos agropecuarios; pero se trata de un
área que no tiende a su crecimiento ni a su consolidación en pro del autoabastecimiento y la
autonomía alimentaria, sino que es la cifra derivada del proceso de declive descrito, y
aunque ahora el Estado colombiano proyecte, para diez años, ampliar la producción agraria
en 7.3 millones de hectáreas nuevas, ello no está orientado a atender las necesidades
alimentarias de la población, sino a llenar de dinero a los nuevos detentadores del campo
que desde ya adecúan las tierras soñando con la aprobación del TLC con los EEUU., pero
en miras a colocar a disposición de ese país, con las mínimas o nulas cargas arancelarias,
lo que ha de ser el biocombustible que necesitan como consecuencia de la crisis del
petróleo.
Así nos explicamos la prisa del gobierno colombiano para poner a producir 3.8 millones de
hectáreas sembradas en caña con destino a la obtención de alcohol carburante y
biocombustibles y 3.5 millones de hectárea en palma aceitera con fines industriales; y
aunque el ministerio de agricultura no lo haya manifestado públicamente, se intuye que
con el maíz, para la producción de etanol, va a pasar otro tanto.
En noviembre del año pasado, en la comisión 5ª del Senado, fue denunciada la disminución
que presenta el país en cuanto a producción alimentaria. Por entonces, desde el gobierno se
afirmó que de los 114 millones de hectáreas que tiene el país 42 están dedicados a sostener
28 millones de reses, lo cual pone de manifiesto que lo que se ha desarrollado es la
ganadería extensiva, pero de manera ineficiente, pues lo que hay es un promedio de 0,6
reses por hectárea. De este argumento se deduce la inexistencia de políticas adecuadas para
tecnificar la ganadería, a fin de lograr un hectareaje que pudiera permitir la ampliación de la
productividad agrícola sin devastar los bosques. Pero en la mentalidad del gobierno
neoliberal lo que existe es la idea de que la producción de alimentos no es un buen negocio,
así que sin pensar siquiera en la autonomía y en la soberanía alimentaria lo que se mira es
en hacer ampliaciones pero para acceder al mercado mundial de los bio-combustibles,
especialmente pensando no en subsanar el hambre de los pobres de Colombia sino en
atender a que Estados Unidos planea para 2017 y la Unión Europea para 2020, utilizar este
tipo de energía hasta en 20 %. Para justificar tal despropósito, el gobierno colombiano
argumenta la fantasía de que la venta de materiales para la producción de bio-combustible
le generará divisas suficientes para comprar alimentos a bajos precios, supuestamente
aprovechando que los agro-industriales yanquis y europeos cuentan con enormes subsidios
de producción.
Tal mentalidad no mira en la vulneración de la soberanía alimentaria, en que los agroindustriales extranjeros establecerán las imposiciones de monopolio, que someterán a la
población al consumo de con conservantes y residuos tóxicos, que se perderá la tradición
agrícola y la posibilidad de consumir alimentos orgánicos, frescos, naturales, que acabar
con la actividad agricola generará mayor desempleo en el campo sin una planificación
cierta que de la posibilidad al campesino de no quedar sumido en la miseria o en manos del
rentismo de los latifundistas locales y de las trasnacionales agro-industriales. Mucho menos
miran los gobernantes cipayos en los daños ambientales o contra la salud humana que
sobrevendrían, o en la degradación de los suelos y las aguas.
Los diferentes gobierno que hasta ahora han pasado por la casa de Nariño no han querido y
no querrán resolver el grave conflicto de la tierra en Colombia, pues se trata de un
problema que subyace en las entrañas del poder económico y político; es decir, un
problema esencial en la lucha de clases, pero que necesariamente habría de abordarse con
soluciones de justicia si en verdad se quiere resolver el terrible conflicto que nos desangra.
Ello obliga a pensar en una alternativa donde un nuevo poder con carácter popular, de tinte
democrático y bolivariano acometa, entre otras, la inmensa tarea de una verdadera
transformación agraria, radical, estructural, que vaya más allá de una reforma tibia.
Nota: Varias de las cifras y argumentos que respecto al problema de la tierra se consignaron
en este punto, fueron tomados del documento LA NECESIDAD DE UNA
TRANSFORMACIÓN AGRARIA REVOLUCIONARIA. Un enfoque desde las FARC-EP,
elaborado por Jesús Santrich y Rodrigo Granda en Octubre 12 del 2008.
2. EMPOBRECIMIENTO
COLOMBIANO.
E
INDIGENCIA
DEL
PUEBLO
El despojo de la tierra al pueblo y su acumulación en pocas manos, es principal causa del
empobrecimiento de treinta millones de los 42.888.592 habitantes que, según las cifras
oficiales tiene nuestro país. Esa es la realidad que se deriva de los mismos indicadores del
gobierno, por más que disfracen las cifras con eufemismos y mentiras. Las condiciones de
vivienda, para quienes la tienen, su equipamiento y servicios, la ocupación, la seguridad
social, etc. dan la noción que les permite a los malabaristas de las estadísticas oficiales
caracterizar la población en estratos que lo que muestran es la profunda desigualdad social
trivializada en números que pretenden hacer sentir como normal las inconmensurables
distancias que existen entre las mayorías que sufren y sobreviven la miseria de los estratos
1 y 2 y quienes disfrutan la opulencia del estrato 6. Caracterizan la situación en estratos de
1 a 6 en los que, sin duda, las inmensas mayorías están ubicadas en los estratos uno y dos.
Los del submundo tragados por la pobreza y los de la estratosfera de la riqueza bendecidos
por el Estado que existe para proteger sus intereses, asesinando, torturando, intimidando,
desapareciendo…, a quienes consideran un peligro para su opulencia, al punto que para el
caso de la población rural y semi-rural, al menos 4.600.000 personas han sido desplazadas
de manera forzosa como consecuencia de la guerra declarada contra el pueblo.
Y dicen no entender los voceros de los de arriba, los voceros del mundo “sideral” del
estrato 6, los oligarcas, por qué se queja y protesta el pueblo. Como si no supieran que en
esta década primera de los albores del siglo XXI, las cifras menos drásticas derivadas de los
estudios que ha hecho su propio Departamento Nacional de Planeación (DNP), contrastadas
con cifras logradas por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad Nacional y otros organismos especializados como el CINEP,
describen una situación polémica que fluctúa entre la oficial del 49,2%, y las no oficiales pero bien fundamentadas y más creibles-, que alcanzan y suelen sobrepasar, según el
método que utilice, el 66 %.
En conclusión, lo más creíble es que en el presente al menos el 27,7% de la población
colombiana tiene sus Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), lo cual corresponde a unos
12 millones de habitantes, cifra que crece incesantemente en la medida en que por atender
el desbordado despilfarro militarista de represión, el régimen acrecienta la deuda social.
Pero tras de estas cifras que de por si son infamantes se ocultan terribles realidades
regionales como las de Chocó: 70,2%; Guajira: 65,1%; Vichada: 66,8%; Amazonas:
44,1%..., que significan condiciones inadecuadas de vida, hacinamiento crítico, servicios
deplorables o inexistentes, niños desnutridos sin posibilidad de ir a la escuela, etc.
Se nos dice que se considera pobre al hogar integrado por cuatro personas que tienen
ingresos mensuales inferiores a 1,1 millones de pesos, y que es indigente aquel hogar de
cuatro personas cuyos ingresos no alcanzan los 450.000 pesos mensuales; como si
ignoraran los gobernantes que, en nuestro país, cerca del 75% de la fuerza laboral recibe un
salario mínimo generalmente inferior al que hasta el año 2009 sólo era de alrededor de los
500 mil pesos y que para el año 2010 es de 515.000 pesos. Como quien dice: si 6 de cada
10 trabajadores son informales y la mayoría de estos reciben menos del salario mínimo,
casi todos estamos a menos de 70 mil pesos de estar en la indigencia (menos de 37 dólares).
Pero aún si consideráramos plenamente admisible lo que dicen las misiones de expertos de
Naciones Unidas dedicadas a medir el Índice de Desarrollo Humano, se tendría que calcular
que no menos de 20 millones de colombianos estamos en situación de pobreza y que
existen alrededor de 8 millones de indigentes. Aún así los indolentes y cínicos gobernantes
se ufanan de ir en franco crecimiento económico, un crecimiento que cada día concentra la
riqueza en menos manos, de tal suerte que si de índices de Desarrollo Humano hablamos
para medir el nivel de la esperanza de vida al nacer, educación, salud, cuidado del medio
ambiente, tasa de alfabetización y escolaridad en los diferentes niveles, acumulación social
del capital humano, nivel de vida según los ingresos, etc. no podremos pasar por alto otros
análisis más objetivos que, como el del Centro de Investigaciones y Desarrollo de de la
facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional sostiene que la pobreza ha
alcanzado niveles del 66 % de la población; es decir, 29 millones de personas. Es lógico,
entonces, que los estudios de la Universidad de los Andes y del Instituto de Estudios para el
Desarrollo y la Paz INDEPAZ, concluyan que el principal problema del país es la pobreza.
¿Pero, quién podría concluir lo contrario?
Respecto al “País del Sagrado Corazón de Jesús”, como le suelen llamar los mojigatos
oligarcas de los partidos tradicionales y sus derivaciones a Colombia, las Naciones Unidas,
mediante la FAO, al referirse a los niveles de alimentación, nutrición y hambre han dicho
que es uno de los que más presentan desnutrición. Pero agreguemos a ello que los expertos
han calculado que 5000 niños mueren por desnutrición anualmente; 12 de cada 100 niños
están desnutridos y en las zonas rurales, 17 de cada 100 niños presentan niveles de
desnutrición.
La terrible situación de hambre, entonces, es ostensible y atropella sobre todo a la
población infantil. Los datos que más recientemente nos han indicado la gravedad del
asunto, recogiendo el panorama de la población desplazada por efecto de la guerra desatada
por el régimen, aún soportando la manipulación de ocultamiento que suele hacer la
institucionalidad estatal; para el caso el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, revela
que La Costa Atlántica presenta la más alta tasa de desnutrición en niños de cero a cuatro
años de edad (60 %). Le siguen las regiones de Cauca y Nariño con 18,7 % y en tercer
lugar
los
departamentos
de
Cesar
y
Magdalena
con
16,5
%.
Estos problemas de desnutrición traen aparejados patologías como el retraso en el
crecimiento (entre infantes de 5 a 9 años el nivel es del 12,6 %). En este asunto, los
departamentos que presentan los más graves índices de crecimiento deficiente por causas de
desnutrición son Guajira, Cesar y Magdalena. Además, los estudios en referencia han
evidenciado que la tercera parte de los niños entre uno a cuatro años padecen anemia
también por causa de la mala alimentación. De tal situación, el nivel más crítico se presenta
en la Costa Atlántica y le sigue Bogotá.
El problema de desnutrición es tan profundo que se ha convertido en problema de salud
pública, sobre todo en el ámbito de la población desplazada, respecto a la cual el Programa
Mundial de Alimentos y el Instituto Colombiano del Bienestar Familiar, concluyeron en sus
estudios que el 23 % de la población infantil (entre menores de 2 años), no consume el
mínimo de proteínas requerida para su edad, repercutiendo ello negativamente en el
crecimiento y desarrollo.
Entre la población desplazada, el 76 % de los menores de 5 años, como consecuencia de la
desnutrición, presenta infecciones respiratorias y 78,5 % de los niños desnutridos padecen
anemia.
3. MÁS RASGOS DE LA MISERIA QUE PADECE EL PUEBLO.
Pero el rostro de la miseria que padece el pueblo colombiano tiene muchos otros terribles
rasgos: existe, por ejemplo, un enorme déficit de viviendas, con el inconveniente que poco
ha indagado el gobierno de manera seria sobre la proporción de tal carencia. Al respecto, el
Banco de la República de Colombia, consignó en el 2004 que “existe buena información y
preocupación por los factores de tipo financiero pero deficientes estadísticas e insuficiente
seguimiento al llamado déficit de vivienda y a las propias condiciones habitacionales”.
El DANE, cuyas cifras han sido muy cuestionadas por la manipulación que, sobre todo el
gobierno de Uribe, ha hecho para dar la impresión mediática de que está resolviendo con
eficacia los problemas sociales, en un dato del año 2008, el cual es compartido por el
gremio de constructores, indica, que el déficit podría ser de 2,3 millones de hogares sin
vivienda. Si estos hogares se promedian como grupos de 4 individuos, estaríamos hablando
de 9.200.000 entre los 42.888.592 habitantes; es decir, el 21, 45 % de la población nacional,
que es un porcentaje en crecimiento, en la medida en que el problema es agravado por la
inexistencia de políticas estatales tendientes a dar solución de vivienda a las nuevas
familias que surgen como consecuencia del crecimiento poblacional, o por la situación que
el crecimiento de la pobreza genera en cuanto a pérdidas de vivienda ocasionadas por
efecto del endeudamiento con el sistema financiero.
Pero agreguemos a esta terrible situación que, según el censo de 2005, las personas que
residen en viviendas inadecuadas era de 4.312.711; es decir de más del 10,5 % de la
población, refiriéndose ello a personas que usan como “viviendas” refugios naturales, se
ubican bajo los puentes, o en sitios cuyas “paredes” son de materiales de desecho como
cartón, latas, etc. y los pisos son de tierra. Consideran los estudios que 7,4 % de la
población habita en viviendas que no cuentan con servicios adecuados y que en condiciones
de hacinamiento, en el sentido en que más de tres personas habiten en un cuarto, está el
11,1 % de la población. No obstante, existen otros estudios que sostienen que el déficit
cuantitativo que requiere de unidades habitacionales nuevas es de 1.531.237 hogares, el
cual está referido, principalmente, a hogares que comparten vivienda con otros; es decir, lo
que se denomina cohabitación y que asciende a un nivel de 89,4 % del total (estos datos
corresponden con los estudios sobre condiciones habitacionales de los hogares en relación
con la pobreza hecho por Jorge Enrique Torres R., 2007)
Al observar en los servicios domiciliarios como energía, acueducto y alcantarillado, de
supuestas 9.742.928 viviendas ocupadas, cuentan con los servicios mencionados 6.949.904;
es decir, el 71,33 %. De ese total 6.602.879 están ubicadas en centros urbanos y 347.025 en
el campo. Indicando las cifras que, entonces, 2.793.024 viviendas no tienen instalado el
paquete de los tres servicios domiciliarios referidos. Y se grava el panorama si observamos
que 510.794 viviendas más, no cuentan con ninguno de los servicios (68.396 en la zona
urbana y 442.398 en la rural); siendo supremamente extrema la exclusión, sobre todo en el
campo.
Agreguemos que 6,40 % de la población nacional no tiene acceso a la energía eléctrica
(para el caso del campo, el 22,32% de las viviendas cuentan con el servicio); el 26,94% de
los colombianos no cuentan con servicio de alcantarillado (10,30% de la población urbana
y 82,24% de la población rural); el 16,60% no tienen acceso al servicio de acueducto
(5,67% en zonas urbanas y 52,89% en zonas rurales); no cuenta con servicio de gas natural
el 59,50% de población urbana y en el campo el nivel es del 97,56% de la población sin
este servicio; el 46,06% de las viviendas no cuentan con telefonía fija (32,95% de las
viviendas urbanas y 89,61% de las viviendas rurales). Cuadro este que descalifica la cifra
oficial del 7, 4 % asignado al renglón de habitantes en viviendas con servicios inadecuados.
Y no siempre que en los boletines sobre Necesidades Básicas Insatisfechas aparecen datos
sobre viviendas que sí poseen servicios públicos domiciliarios instalados, ello significa que
el servicio se esté recibiendo, pues como una constante ha permanecido el problema de la
desconexión, resultado de la morosidad derivada de las altas tarifas, que se mezcla con el
problema del desempleo y los bajos salarios.
La miseria que golpea al pueblo colombiano está también caracterizada por la deficiente
posibilidad, o por la imposibilidad, que tienen inmensos sectores de la población para
acceder al agua potable. En marzo de 2009, los medios de la oligarquía noticiaban que el
gobierno nacional reconocía que en Colombia mueren al año 2.600 niños por
“enfermedades de origen hídrico”. Se trataba de una referencia que ubicaba la causa en la
escasez y mala calidad del agua que se consume. A este dato se agregaba que 12 millones
de personas en Colombia, no cuenta con agua potable que sea suministrada mediante los
servicios de acueducto. Este dato del año 2009, nos reconfirma que en nada se avanza para
lograr los problemas de orden social, pues en un informe del año 2007 la Defensoría del
Pueblo, había afirmado que más de 16 millones de colombianos no tuvieron acceso a agua
potable.
El año pasado, con motivo de la celebración del Día Mundial del Agua, la UNICEF reveló
que la falta de agua potable es la segunda causa de muerte infantil en el mundo. Colombia
no escapa a esa realidad.
Pero hay otros rasgos crueles de la miseria que agobia a los colombianos: tras Bolivia, Perú
y Paraguay, Colombia es el país con más alto índice de mortalidad materna; hay una cifra
creciente de 4.600.000 desplazados, que no cuentan con ninguna garantía cierta en sus
derechos, comenzando por el derecho a la vida. Siendo todo esto consecuencia de la
iniquidad de la oligarquía que usurpó el poder para enriquecerse de manera mezquina
lanzando al pueblo a la miseria y el luto, hecho que ha sido agravado en dos décadas de
acentuado neoliberalismo y que hoy empeora más que por la crisis económica -cuyos
desastres jamás pagarán los ricos sino los pobres-, por cuenta del desaforado gasto militar
que el régimen destina en su guerra contra el pueblo.
Así las cosas, la preocupación del gobierno por buscar soluciones a los graves problemas
sociales no existe; lo que esgrimen como desvelo es una falacia: el caso de Familias en
Acción, que se presenta como iniciativa del gobierno nacional para subsidiar la nutrición y
la educación de niños cuyo tope de edad máxima no está esclarecido por el programa, es un
buen ejemplo para reforzar la afirmación. Los subsidios se destinan, al menos téoricamente,
a niños de familias ubicadas en el nivel 1 del SISBEN y familias en condición de
desplazamiento o familias indígenas. Pero lo cierto es que la ineficiencia de este programa
limosnero se denota en las colas que en todas las ciudades se ven, de gente por centenares a
a la espera de la mísera suma que entrega el gobierno al padre o madre cabeza de hogar.
Todo está diseñado con un calculo preciso para mantener a una multitud de personas
empobrecidas, expectantes, necesitadas, en subordinación a las pretenciones electorales de
quienes regentan el poder. Hablamos de millones de personas registradas en condiciones de
pobreza extrema.
El asistencialismo del gobierno Uribe y de sus posibles sucesores que comparten sus
políticas guerreristas y neoliberales, ha diseñado este esperpento dependiente del “Sistema
de Identificación de Beneficiarios de los Programas Sociales del Estado” (conocido como
SISBEN). Pero nunca ha tenido el famoso ente siquiera una base de datos creible sobre la
cantidad poblacional que debe atender. Alguna vez, en el 2006, se inventaron una
depuración que arrojó una base de datos con 31.351.000 colombianos “sisbenizados”.
Se supone que todos ellos son potenciales beneficiarios de los subsidios en programas
como el de Familias en Acción, restaurantes escolares, vivienda, salud, educación,
protección al adulto, etc. pero resulta que el mismo gobierno expresa que sólo logran
cobijar a 26.338.000 personas de los niveles uno y dos del SISBEN; lo cual, según
Planeación Nacional, le cuesta al Estado seis billones de pesos anuales. En todo esto, está
claro, además, que cerca de 3 millones de los colombianos más pobres no tienen posibilidad
de acceder a los programas subsidiados porque no cuentan con documento alguno que los
identifique. Entre ellos hay 1.018.000 adultos y 1.785.000 menores de edad sin
identificación de eningún tipo.
Volviendo al asunto específico de Familias en Acción, observemos que los datos oficiales
indican que el programa de subcidios de nutrición y educación al que venimos
refiriéndonos, ha pasado de beneficiar a 699.391 familias en 2006 a beneficiar 2.441.870
familias hasta finales de agosto de 2009, habiéndose planteado la meta de completar tres
millones de familias para el cierre del año, lo cual comprende a 6 millones 200 mil niños,
que serían atendidos con un presupuesto de 4 billones y medio de pesos (3 % del
presupuesto nacional aproximadamente), tasándose en ayudas de 60 mil pesos mensuales
por niño. Para algunos quizás este sea un emprendimiento que a simple vista podría parecer
altruista; pero día a día proliferan más y más denuncias sobre el tráfico de subsidios, ó
sobre la suplantación de beneficiarios apareciendo casos en que en el sistema se muestran
registros de pagos mensuales a familias que jamás han recibido nada. La corrupción
campea al lado de la práctica presidencial de aparecer en los Consejos Comunales con
dinero de los contribuyentes para regalar en anuncios de pequeñas obras públicas de
engaño. Lo que ha ocurrido es que el gobierno de Uribe se las ingenió para incluir en la Ley
del Plan de Desarrollo 2006-2010, el artículo décimo que establecía apoyos económicos e
incentivos del gobierno para familias de escasos recursos, y que en realidad es la patente
para que el gobierno disponga de multimillonarios recursos para repartir a su nombre a sus
amigos políticos y para manipular a la población más necesitada. Es decir, se garantizó
recursos para hacer politiquería desde su puesto como Presidente de la República. Y esta
posibilidad la explotó durante largo tiempo, hasta que la Corte Constitucional lo declaró
inexequible el 21 de mayo de 2009, al considerar que no es constitucional una norma que
estipule dejar una partida del presupuesto nacional para uso exclusivo y discrecional de la
Presidencia, y que para el caso correspondía a un billón de pesos por cuatrienio; es decir,
250 mil millones de pesos por año, configurando un modelo asistencialista que subordinaba
las gobernaciones y alcaldías a las limosnas presidenciales que, obviamente, estaban
condicionadas a favores electorales. He ahí el transfondo real de las Familias en Acción y
de las Familias Guardabosques, las cuales al lado de otros sectores empobrecidos han
estado cautivos como potenciales electores a disposición del capricho presidencial, el cual
ante la imposibilidad de lanzar su segunda reelección, encarriló su favorecimiento clientelar
hacia Juan Manuel Santos.
Muchos críticos del narco-Presidente fascista Álvaro Uribe Vélez, como el caso de la ex
directora de Planeación Nacional Cecilia López, han dicho con razón que si Uribe plantea
que el número de familias en Acción crecería, es porque está admitiendo que el número de
pobres seguirá creciendo, y al mismo tiempo por cuenta de este sistema de asistencialismo
del Estado Comunitario uribista se desbordará la corrupción, el clientelismo y la
desinstitucionalización del Estado.
En este análisis del asistencialismo Uribista, podemos tocar también el Prrograma de
Desmovilización y Reincorporación, que es componente del Plan Colombia como plan del
intervencionismo yanqui en nuestro país, con oficina propia en la Embajada de los Estados
Unidos. No hubo respecto a este Plan de Guerra y contrainsurgencia una ayuda social real
para la población afectada por el desenvolvimiento de la confrontación militar. En lo
esencial, los programas productivos, en tanto sólo eran mampara del intervencionismo
bélico, fracasaron; simultáneamente los paramilitares “desmovilizados” se han reintegrado
a las “nuevas” bandas paramilitares (dirigidas por el mismo a´parataje militra del Estado), a
las llamadas bandas emergentes, o se han reactivado dentro del crimen organizado.
Situación terriblemente dramática padecen los desplazados. Según la Corte Constitucional,
la entidad del Estado encargada de atenderlos (Acción Social), no disponía de instrumentos
operativos ágiles para entregar la ayuda humanitaria que deben recibir: “no hay acciones
concretas que permitan salir del estado de inconstitucionalidad en el que se encuentran
los desplazados", dijo el presidente de la Corte, Nilson Pinilla, agregando que "la
unificación de los plazos solicitados por Acción Social no es el resultado de una voluntad
para superar la situación de los desplazados, sino un mecanismo para dilatar la respuesta
(subrayado nuestro). En forma reiterada Acción Social ha solicitado plazos para entregar
reportes".
Los magistrados de la Corte, fundamentándose en querellas de los afectados han dicho que
Acción Social no cumple con los fallos de la Corte en cuanto a realizar proyectos para
atender a menores de edad, indígenas, discapacitados y afrodescendientes desarraigados por
la violencia, ni existe avance en las políticas de tierras, vivienda y generación de ingresos
para la población desplazada.
Ocurre, podemos afirmar con absoluta certeza, que en contraste con la detención de los
desplazados, el gobierno esgrime una política agraria asquerosa que no sólo ha financiado a
los ricos sino que ha favorecido a los financiadores del narcoparamilitarismo. Al respecto,
no podemos pasar por alto situaciones criminales como la referida al escándalo de Agro
Ingreso Seguro (AIS),y las denuncias que hicieron diversos sectores políticos contra el
ministro de Agricultura, Andrés Fernández: dineros de Agro Ingreso Seguro se libraron
para financiar proyectos agrícolas de grandes ingenios en los que tenían intereses
económicos familias oligarcas de la costa, y de paso fluyeron hacia la financiación de
empresas del Urabá investigadas por haber fomentado el narcoparamilitarismo. Como
ejemplo, sonó mucho por los medios de comunicación el caso de El Convite S. A., empresa
que habría recibido en los últimos tres años 297.204.102 pesos en incentivos de AIS.
La historia criminal de El Convit. S. A. se puede referenciar a partir de la investigación que
la Fiscalía realiza a raíz de los vínculos que se han denunciado con la multinacional gringa
Chiquita Brands, la cual salió del país tras quedar en evidencia su terrible papel de
financiación a los paramilitares. Por tal motivo, la tal empresa bananera había sido
condenada a pagar en Estados Unidos 25 millones de dólares, que en nada resarcirán a los
dolientes de las víctimas, pero sí tal salida de Colombia le serviría para que mediante
enrevesadas y tramposas operaciones financieras, las firmas Invesmar S. A. y Olinsa
asumieran jugosos dividendos. Invesmar, domiciliada en el paraíso fiscal de las Islas
Vírgenes británicas, es la dueña del conglomerado empresarial al que pertenece El Convite
S. A., que al mismo tiempo es la empresa que recibió los dineros de Agro Ingreso Seguro,
pero además es empresa que aportó finanzas a los paramilitares entre 2004 y 2007.
Como quien dice, los financiadores de las masacres paramilitares y despojadores de tierras,
recibían subsidios del gobierno fascista de Álvaro Uribe Vélez.
Pero hay otras empresas vinculadas a Invesmar que coadyuvaron a la financiación
paramilitar, como son los casos de las empresas Agrícola El Carmen S. A., Río Cedro S.
A., Centurión S. A. y Agrícola El Retiro, las cuales, hasta el mes de agosto de 2008 habían
recibido de Agro Ingreso Seguro algo más de 17 mil millones de pesos.
Así, por el mismo repugnante estilo, hay casos de favorecimiento descarado a los
auspiciadores del parmamilitarismo, como ocurre con la firma Clamasan S. A.,
representada legalmente por Santiago Gallón Henao (“incentivos” recibidos en cantidad de
143.612.640 pesos ), o el caso de Mario Uribe, el asesino primo del Presidente.
El contraste de la injusticia es inocultable: por concepto de Agro Ingreso Seguro el país ha
despilfarrado favoreciendo a los oligarcas financiadores del paramilitarismo con un billón
4.000 millones de pesos en los tres años que tiene de vida, pero a favor de la reparación de
víctimas en los pocos meses de su vigencia a entregado por vía administrativa sólo 19.000
millones de pesos.
Muy diciente como ejemplo de esta afirmación, es también el caso Carimagua, el cual
denota además la enorme corrupción que carcome al régimen. Pretendió el gobierno
entregar al empresariado agrícola el predio Carimagua que en principio estaba destinado a
socorrer a las familias campesinas desplazadas por el paramilitarismo. Para ello, el sínico
Ministro de Agricultura esgrimió el argumento de que los empresarios tenían “músculo
financiero” mientras los pobres campesinos no, y que entonces los primeros podían
adelantar proyectos que luego generarían empleo a los segundos.
El Estado nada ha hecho ni hará para restituir las tierras despojadas a los campesinos; no
está en su agenda la lucha contra el latifundio ni la transformación del campo en beneficio
de su población. Casos como los de Carimagua y La Macarena, donde en vez de entregar la
tierra a los desposeídos lo que se ha hecho es entregársela, o al menos intentar hacerlo en
beneficio de las grandes empresas agroindustriales,
evidencia el favorecimiento
gubernamental a los grandes propietarios. En la misma perspectiva, se han adjudicado
millares de hectáreas en el Vichada y otras regiones del país.
Volviendo al tema específico de Carimagua, digamos que lo que se plantea allí es lo que
algunos expertos han denominado como modelo “desplazador” en el problema del acceso a
la tierra. En él encaja la entrega de las tierras del predio mencionado y que se ubica en el
Meta, lo que beneficiaría a cultivadores privados de palma, luego de primero haber sido
prometidas a los desplazados.
Luego de escuchar las excusas y justificaciones inaceptables del gobierno, se conoció que
detrás del negocio estaban personas cercanas al Ministro de Hacienda, Óscar Iván Zuluaga
y al coordinador de Acción Social, Luis Alfonso Hoyos. Es decir, se estaban poniendo los
intereses personales de los funcionarios por delante de sus deberes para con los
desplazados.
La empresa que a nombre de los palmeros recibiría el predio era Sapuga, en la cual tiene
intereses Mario Escobar Aristizabal, tío del Ministro de Hacienda Óscar Iván Zuluaga, y al
mismo tiempo financiador político de Luis Alfonso Hoyos Aristizabal, actual coordinador
de Acción Social. Y estaba también como empresa interesada Palmasol, que ha sido
donante de la acción política de Álvaro Uribe Vélez.
Pero bien, estos asuntos graves en los que las organizaciones populares cada día tendrán
que ahondar más y más, a fin de hacerse a un conocimiento profundo que permita
emprender a conciencia acciones decisivas de cambio revolucionario, sin duda son mucho
más amplias y complejas. Existen aspectos que caracterizan la miseria alrededor de los
cuales hay que auscultar para ir más allá de las cifras oficiales que maquillan o esconden la
verdad. Por ejemplo, el régimen tampoco ha cumplido el mandato constitucional que
establece la educación gratuita y obligatoria entre los 5 y los 15 años (el mínimo de un año
de preescolar y nueve de educación básica). Por otra parte, otras normas aprobadas en 2007
han dificultado y seguirán negando en las áreas rurales, el derecho de propiedad a la
población desplazada. Pero, entre tanto, se sigue desbordando el despilfarro militar del
régimen fascista.
4. EL INJUSTO PRESUPUESTO MILITARISTA DEL RÉGIMEN.
El presupuesto aprobado para la vigencia fiscal que corre es el reflejo claro de la
determinación guerrerista del régimen, dispuesto a aplastar a sangre y fuego la
inconformidad popular en beneficio de sus propios intereses y sobre todo los intereses del
imperialismo al que han vendido sus almas para mantener sus privilegios. Se trata de un
presupuesto que acrecienta la injusticia social, que desboca el clientelismo en las diversas
instancias del Estado y que ha favorecido el aparataje montado para sostener en el poder a
la mafia oligárquica de extrema derecha que hoy nos gobierna.
El presupuesto para 2010, denominado por el gobierno “Sostenibilidad de la inversión en
medio de la crisis”, y que contempla un monto de 148.3 billones de pesos, sólo permite
augurar mayores calamidades para el pueblo. Son aproximadamente 73 mil millones de
dólares cargados de belicismo y acrecentamiento de la enorme deuda social, que se
describen así:
A. 83 billones para funcionamiento. Siendo estos recursos destinados a gastos de personal
del Estado, su mayor parte se invierten en la guerra, en tanto están asignados al creciente
número de integrantes de la policía y el ejército que depende de ellos. Y se suman los
llamados gastos generales, las trasferencias corrientes, gastos de comercialización y
producción. Rubros todos que de una u otra forma derivan en gran parte hacia la
confrontación militar.
B. 40 billones para servicio y pago de la deuda pública cuyo objeto por ley es el de “atender
el cumplimiento de las obligaciones correspondientes al pago de capital, los intereses, las
comisiones, los imprevistos y los gastos de contratación originados en operaciones de
crédito público”. Tomemos en cuenta que la deuda externa se eleva a la cifra de 49.000
millones de dólares. Hasta agosto de 2009 el sector público debía 33.674 millones de
dólares, mientras que el privado 15.328 millones de dólares, lo cual como conjunto
significa el 22,3% del Producto Interno Bruto (PIB); pero en el miso mes la deuda se
incrementó en 4,29%. Lo cual significa la hipoteca de nuestras vidas y de nuestra
soberanía al capital financiero trasnacional, es decir al imperialismo.
C. 25.3 billones de pesos para inversión. Rubro con denominación eufemística que si bien
en teoría plantea “erogaciones susceptibles de causar réditos o de ser de algún modo
económicamente productivas, o que se materialicen en bienes de utilización perdurable…”,
o también gastos destinados a crear infraestructura social, tras la idea de que tales
asignaciones permiten acrecentar la capacidad de producción y la productividad derivada
del fomento de la infraestructura física, económica y social, en ellos se esconde la
posibilidad real de que, por ejemplo, un “aeropuerto comunitario” se convierte en
“estratégico para la defensa nacional”; es decir, más gasto militar, efectivamente.
Así las cosas, la publicitada asignación sectorial de 24.4 billones de pesos para programas
de inversión social y 21 billones de pesos para la defensa y seguridad del Estado, en la
práctica transitan hacia la prioridad guerrerista del régimen fascista que se comprende en la
política de “Seguridad Democrática”, tan procelosamente defendida por los voceros de los
partidos de derecha que sólo atienden a los manuales dictados por el Fondo Monetario
Internacional.
¿Dónde están las soluciones reales a los problemas de desigualdad social, a la pobreza, a la
indigencia en ascenso, a la pauperización y humillaciones vertidas sobre el pueblo
colombiano?
La realidad es tozuda y cruel para con los pobres de Colombia:
El presupuesto para educación, aún en la formalidad engañosa en que se presenta, tiene
asignaciones que están al menos 20 billones de pesos por debajo del presupuesto de guerra.
Asunto que se agrava si se toma en cuenta que sólo un billón de su total está destinado para
inversión, porque el resto está destinado en gran medida a mantener la nómina de docentes
a los que se obliga, en consecuencia, a tener que protestar para que se les cumpla con sus
salarios y prestaciones que cada vez son más mermados. De hecho para las derruidas
universidades públicas sólo se ha anunciado asignaciones por 160 mil millones de pesos, y
ya todas las protestas estudiantiles que se generaron durante la discusión del proyecto
fueron señaladas por el gobierno como terroristas.
Ninguna perspectiva de mejoría se vislumbra, entonces, en lo que respecta a la
optimización de la derruida cobertura de educación. Mucho puede cacarear el gobierno
hablando, por ejemplo, sobre la ampliación de esa cobertura en cuanto a la educación
superior (incluyendo la educación técnica, tecnológica y profesional), cuando se trata de
una ficción, pues en la realidad desde el año 2008 se vienen presentando deserciones que
han alcanzado el 50 %. Además, de entre quienes logran terminar sus estudios secundarios
sólo uno de cada tres logra iniciar estudios de otro nivel superior, pero sólo el 16 % alcanza
su culminación. ¿Pero qué factores median para que se de tal fracaso?: las mismas que dan
origen a la pobreza y a la miserabilización del pueblo colombiano.
Vale anotar que el sólo contraste entre los 160 mil millones de pesos destinados para las
universidades y los casi dos billones de pesos destinados para el SENA, muestran el diseño
de un modelo de educación que privilegia la formación tecnológica encaminada a generar
la mano de obra barata que requiere el imperio para el impulso de su recolonización
económica.
La ruina de la salud y otros asunto. El sistema público de salud ha sido lanzado a su
ruina total, mientras el gobierno permite y proteje el enriquecimiento de los intermediarios
en la prestación del servicio; es decir, el enriquecimiento de las llamadas EPS.
La Ley 100 que reglamenta la salud, no es sino la prueba fehaciente de la desprotección a
que están sometidos los trabajadores y el pueblo en general. Ya no es la salud un servicio
sino un criminal negocio para seguir enriqueciendo a los oligarcas. De esa condción deriva
la terrible realidad que han denominado el “paseo de la muerte” , que consiste en el
peregrinaje que le toca hacer a un enfermo, de clínica en clínica sin que nadie le atienda
porque no tiene un carnet que certifique que está al día con los pagos correspondientes. Al
final lo que sobreviene es la muerte consecuenciada por la privatización de la salud.
Es una verdad incuestionable que el Estado no estimula la prestación de servicios con
calidad, sencillamente por que los considera caros y de ese punto de vista mezquino y
usurero es que depende la práctica de contratar al que oferte precios más bajos, sin importar
la calidad.
La salud, según los expertos, atraviesa su crisis más profunda de los últimos 15 años, y
frente al enorme déficit de casi 600 mil millones de pesos que presentan los departamentos
para cubrir los servicios que no están incluidos en el Plan Obligatorio de salud (POS) y que
son reclamo cotidiano de los usuarios, lo que plantea el gobierno es declarar el estado de
emergencia social para proceder a definir reformas tributarias que permitan meterle mano a
los impuestos que perciben los departamentos por el consumo de licores y tabaco.
Lo concreto en todo este asunto, es que los recursos no son suficientes para cubrir los
servicios que obligatoriamente deben prestarse a la ciudadanía. Mientras se invierte en la
guerra, el gobierno se niega a asumir soluciones que resuelvan los problemas estructurales,
o que al menos den salida al Plan Obligatorio de Salud. Lo cual no se resuelve, como ya
está visto, con una opinión de la Corte Constitucional ni con ninguna determinación
judicial.
Con el régimen contributivo que se maneja através d elas EPS, el sistema de salud tiene
deudas por 900 mil millones de pesos.
Los afiliados al régimen subsidiado que supuestamente está destinado para quienes no
tienen capacidad de pago,cada día crece por que aumenta la pobreza y el desempleo, pero
no hay cubrimiento estatal del sistema de la situación de salud de quienes están empleados.
En la medida en que se amplía el régimen subcidiado sin que el Estado se conduela de sus
usuarios los recursos limitados con que cuenta deben distribuirse entre más personas
conllevando el hecho a que las EPS expresen que están colmadas de deudas que sobre todo
afectan a los entes territoriales. En conclusión se calculaba, hasta fines del año pasado, un
deficit por 200 mil millones de pesos.
Las Instituciones Públicas de Salud y los hospitales privados, por su parte, argullen, que los
entes territoriales y las EPS les adeudan unos tres billones de pesos, lo cual indica que
trabajan al debe y al borde del colapso en tanto están casi imposibilitados para adquirir
insumos y costear gastos de funcionamiento y salarios.
Y hemos mencionado ya el déficit de los 600 mil millones de pesos que tienen los
departamentos como consecuencia de que deben asumir el POS que reclaman los afiliados
al sistema. Esa deuda deviene de una orden que se desprende de la ley 715 de 2001 en
cuanto a que tienen que asumir el pago de los servivios que no cubra el POS.
Agreguemos que, al respecto del registro cierto de los colombianos que están y no están
afiliados al sistema, o que han fallecido hay un verdadero despelote de cifras, en tanto que
las bases de datos del Sisbén, la Registraduría y el Sistema de Salud no coinciden, lo cual
coadyuva a justificar la ineficiente planeación y financiamiento en un sector caracterizado
porque no se trabaja en base a la promoción y la prevención de las enfermedades sino a su
precaria curación.
Se cree que los criterios con que se ha estructurado el sistema son tan lamentables, que no
se prioriza la calidad de quienes prestan el servicio sino los bajos bajo precios en las
ofertas. Ese es el comportamiento de un Estado cantinero que desde finales del 2009 ha
cifrado sus esperanzas de solución en el manejo de los impuestos provenientes de los
licores y cigarrillos.
Para finalizar este complejo y deprimente tema, agreguemos que la participación de quienes
hacen parte del régimen contributivo de salud es triste ( son 17 millones de personas, de las
cuales aporta ménos del 48 %; es decir, unas ocho millones de personas), y que el gobierno
deja por fuera del sistema a 15 % de la población. En el régimen subsidiado están
supuestamente incluidas 22.8 millones de personas, frente a lo cual hay que precisar que
esta cobertura se amplía, pero en detrimento de la calidad del servicio.
Pero, ¿son acaso las EPS víctimas de esta situación? Las víctimas son los pacientes, el
pueblo que debe padecer las consecuencias de la privatización de la salud. Respecto a las
EPS no debemos olvidar su perfidia en la “prestación” del servicio. Es excepcional que
brinden debida atención a sus susuarios. Al respecto, en un estudio realizado por la
Universidad Nacional se esclareción que a instancias de las Empresas Prestadoras de Salud
(EPS), el 24 % de los pacientes recibió negativas en cuanto a beneficiarse de exámenes de
laboratorio que debían realizarse y a un 45 % se les negó los tratamientos requeridos. Al 19
% se le negó la atención por barreras administrativas y a otra gran cantidad no se les brindó
la atención médica especializada, o para ellos no hubo los equipos propios para el
tratamiento necesitado, o por que el paciente no tuvo los recursos para cubrir los gastos del
tratamiento; llegándose a la conclusión de que la Ley 100 no es un respaldo para el paciente
sino un apoyo para que las EPS no presten el servicio con el argumento de que los
tratamientos requeridos “no están incluidos dentro del Plan Obligatorio de Salud (POS)”.
Como si fuera poco este conjunto de desafueros, la Universidad Nacional reveló en su
estudio, que a los médicos de las EPS generalmente “los emplean bajo contratos temporales
y existe el sistemas de premios y castigos”, en el sentido de que si exceden los límites en
cantidad de medicamentos otorgados, se les cancela el contrato. Por complemento se
presenta la situación de que las personas deben hacer lárgos trámites para que se les
atienda, presentándose casos en que durante la espera muchas fallecen.
Los presupuestos sub-regionales. Tenemos un presupuesto de guerra que en lo miserable
de su prospecto social, al momento de definir los presupuestos sub-nacionales persiste en
los desequilibrios regionales que conllevan a la mayor pauperización de las zonas más
empobrecidas del país.
Tránsito hacia la indigencia. El mismo PNUD ha concluido algo que ya es obvio: que no
hay avance en la lucha contra la pobreza, y que cada día vamos transitando hacia la
indigencia. En ese sentido, dos de los prioritarios aspectos a superar y que son metas
relevantes que se fijaron los 189 países de Naciones Unidas se ven muy lejanas para
Colombia: pobreza e indigencia.
Traslado a los entes sub-nacionales. Como si fuera poco el doloso abandono Estatal,
ahora se ha trasladado responsabilidades a los entes sub-nacionales, pero con una falás
descentralización fiscal de la que queda al desnudo su ineficiencia cuando los gobernadores
en sus cumbres han dicho al gobierno nacional que sencillamente no habrá recursos para la
salud, de tal suerte que por más que exista una orden de la Corte Constitucional en cuanto a
que se deben cubrir los gastos de las enfermedades catastróficas o de alto costo que sufran
los pacientes de pocos recursos económicos y las que no están cobijadas por el Plan
Obligatorio de Salud, esto quedará como letra muerta.
El oscuro panorama de endeudamiento. Con la excusa de cubrir las necesidades
presupuestales se acrecentará el endeudamiento y las privatizaciones. Pero ni aún así se
resolverá el déficit fiscal que está rodeado de fenómenos graves de recesión, baja de la
producción, merma en ventas y exportaciones, reducción profunda de las remesas como
producto de la crisis capitalista mundial que ha disparado el desempleo en el contexto
internacional, la evasión de impuestos y la metástasis de la corrupción. No extraña,
entonces, que el Ministerio de Hacienda haya calculado que para el 2010 el déficit fiscal
consolidado del sector público alcanzará la cifra de 18.3 billones de pesos, lo cual
equivaldría al 3,4 % del PIB. Y a esto agregan que para enfrentar la crisis y cubrir gran
parte del déficit fiscal, acudirán a un endeudamiento externo por US 3.750.000.000 (tres
mil setecientos cincuenta millones de dólares), que emitirán títulos valores por 26 billones
100 mil millones de pesos y privatizarán empresas como ISAGEN, quizás por 3 billones de
pesos. Pero en medio de todo, el gobierno se ha dado el lujo de promover pactos ya
firmados, llamados de estabilidad tributaria que libran de pagos de impuestos por tiempos
que aún no han sido publicitados, pero que con seguridad significan ventajas por 7.3
billones de pesos para los más ricos, blindándolos de cualquier reforma tributaria.
En Colombia, entonces, en vez de incrementarse la inversión social, lo que crece es el gasto
militar. Pero ese desmadre de tal polítca militarista propio del régimen colombiano esté
gobernando uno u otro representante de la oligarquía, en el caso de los dos períodos de
gobierno del narco-presidente Álvaro Uribe, se ha desbordado en extremo: en 2002, el
gasto militar representó el 4,8 % del Producto Interno Brutopor, y en el 2010 ya alcanzó el
5,6 %, al cual habría que sumarle el gasto de los “aportes” yanquis hechos para subsidiar el
apátrida “Plan Colombia”, y que según analistas políticos serios no es de 10 sino de 16 mil
millones de dólares, para incrementar la guerra y la represión social. Ningún interés cierto
hay de resolver los problemas de miseria que padece el pueblo; de hecho el gasto social, su
representación en el PIB descendió del 16 % que alcanzó en 1996 al 11,9 % que sería su
ficticia representación actual, pues tras la cifra –como ya hemos explicado- se esconden
rubros que fluyen hacia la guerra. Tomemos en consideración que en Nuestra América esa
representación se promedia en 17 %.
5. ¿QUIEBRA DEL CAPITALISMO EN COLOMBIA?
A. Exportaciones:
El “milagro económico” anunciado por el uribismo en Colombia se tradujo en
profundización de la crisis económica nacional y el deterioro de las condiciones de vida de
las mayorías. Mediante la observación de algunos factores podemos ejemplificar para dar
piso a una afirmación irrefutable: ha fracasado el neoliberalismo:
Casi veinte años de aplicación de esta ilusión anunciada como la solución de los males que
padecemos de manera secular; casi dos décadas de su imposición a sangre y fuego,
sometiéndonos a la dependencia mediante la guerra sucia y forzados procedimientos de
“apertura económica” y privatizaciones, ajustes fiscales, liberación financiera, etc. en el
período uribista ha tomado características más nefastas y criminales que se extreman sólo
para favorecer los intereses del imperialismo y de privilegiados grupos económicos
nacionales.
Contra todo pronóstico falás que de parte del gobierno hablaba de la existencia de una
“economía blindada” y de que “en el país no habrá una catástrofe económica.”, tal como lo
propalaban Álvaro Uribe y su presidente del Banco de la República José Darío Uribe, al
finalizar las evaluaciones del primer trimestre del 2009, fente a la evidencia alarmante de la
caída de las exportaciones, de la inversión extranjera y de las remesas…, tuvieron que
admitir la existencia de la crisis y sus consecuencias.
Para entonces, el Ministerio de Hacienda proyectó que por la reducción de las
exportaciones se dejarían de percibir de cinco a seis mil millones de dólares en el año que
corría; las inversiones extranjeras caerían entre tres y cuatro mil millones de dólares; las
remesas dejarían de fluir en una dimensión que le restarían al país ingresos de unos 800 a
mil millones de dólares.
En abril de 2009, el Departamento de Estadística del gobierno colombiano, informó que
durante enero las exportaciones cayeron en 13,2 %, atribuyéndole las causas del fenómeno
a la crisis económica mundial, la cual golpeó sensiblemente la venta de productos
nacionales a Estados Unidos y a Venezuela, fundamentalmente. Siendo estos socios
comerciales principales, obviamente las consecuencias debían ser notorias. Pero más allá de
factores económicos, para el caso de las relaciones comerciales con Venezuela influyó la
legítima reacción decorosa de enfriar los canales de todo tipo debido a las agresiones y
provocaciones del gobierno de Álvaro Uribe contra la nación bolivariana.
Las estadísticas oficiales indican que en el primer mes del año las exportaciones alcanzaron
la cifra total de 2.461 millones de dólares; es decir, 363 millones menos que un año atrás.
Así, respecto a las ventas que se realizan hacia Estados Unidos, su caída fue del 34 % y
respecto a Venezuela, del 11,8 %.
Agreguemos que al aghravamiento de la crisis contribuyó la caída de los precios del
petróleo, por efecto de lo cual las exportaciones colombianas del crudo cayeron 42 %. Al
mismo tiempo cayeron las de ferroníquel 61 % y las cafeteras 15 %. Siéndo un paliativo a
tal situación el repunte en las ventas de carbón, las cuales de un año a otro aumentaron 88
% (de 324 millones de dólares crecieron a 610 millones de dólares).
Como consecuencia de todos estos desajustes, según el DANE, en el primer mes del 2009
Colombia registró un déficit en su balanza comercial por encima de los 166 millones de
dólares.
Con mucha “eficiencia”, el régimen uribista a empujado hacia la quiebra el comercio
exterior con el vecindario; es decir, especialmente con Venezuela y Ecuador que
respectivamente se ubican en el segundo y tercer lugar de entre los socios comerciales hacia
donde se orientan las exportaciones. En el fondo de las causales que generan el
distanciamiento está la sumisión del gobierno colombiano a los mandatos del Imperio
estadounidense, quien le asusa como perro de presa contra los países de la América
Nuestra. Ejemplifiquemos los casos:
Las exportaciones a Venezuela significaban en el año 2008 una cifra de 6.000 millones de
dólares. Ya para el año 2009, luego de diversos incidentes diplomáticos cayeron a 4.000
millones de dólares; situación esta que no ha mejorado aún.
Se afectan con la caída sectores alimentarios como la carne, la leche y sus derivados,
textiles, confección, autopartes, cosméticos, perfumería, y las llamadas exportaciones no
tradicionales. Especial atención merece lo ocurrido en el sector automotriz en el que
pasaron de 45.000 vehículos(carros y camiones), en 2007 a 0 vehículos en 2009; es decir
una caída del 100 %.
En el marco de la situación que sucitó una descompensación de 2000 millones de dólares
en las exportaciones con Venezuela, el gobierno colombiano recuperó a través de los
llamados “mercados sustitutos”, menos de 20 millones de dólares; lo cual implica que no
hubo medida de solución efectiva para el impacto que de tal fenómeno se desprende en
materia de desempleo.
Pero estas dificultades no se quedaron ancladas como características de la realidad
económica del año 2009. En el primer trimestre del año 2010, la caída de las exportaciones
con Venezuela ya alcanzaba el 80 %, hecho que influyó en el incremento del desempleo,
especialmente en regiones como Cundinamarca, Antioquia y Valle. A manera de ilustración
se puede observar la profundidad de la crisis en renglones económicos que no pudieron ser
subsanados, como el de la carne, cuyas ventas hasta iniciado el 2010 registraron
disminuciones del 92 %; y está el caso señalado por la Asociación de Autopartistas, que
reportó que la caída en ventas del año 2009 generó la pérdida de 30.000 empleos directos
en el sector.
Un renglón muy importante de las exportaciones que es el café, presenta una situación no
menos dramática: a octubre de 2009 las exportaciones de este renglón emblemático de la
economía colombiana había caído un 42 %, tomando como patrón de comparación la cifra
del mismo período para el año 2008, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros.
Esto significaba que en octubre la cosecha había llegado a un volumen no muy alagüeño de
544 mil sacos, sumándose a un total de producción entre enero y octubre, de 6 millones 231
sacos, que así en su conjunto significaba una caída del 34 %. Y aunque se confiaba en una
recuperación de la producción para el primer semestre del 2010, al cierre del 2009 sólo se
proyectaba lograr 8.3 millones de sacos.
Algunos estudiosos de la economía consideran que tanto las cosechas como las
exportaciones de café en el 2009 cayeron a los niveles más bajos de los últimos treinta
años; se compara por ejemplo, que en el año 2008 fueron cosechados 11.5 millones de
sacos, y en el 2009, cuando se esperaba que se cerraría con una cosecha de 8,3 millones de
sacos, sólo se lograron 7.8 millones (una caída global del 32 %). Las exportaciones del
grano cayeron de 11.1 millones de sacos en 2008 a 7,9 millones en 2009 (la reducción fue
del 29%). Y ya para el caso del 2010, en los datos del mes de enero se registra que la
producción cayó en un 41% en comparación con enero de 2009.
Hoy por hoy, Colombia ya no es el segundo productor mundial de café sino el cuarto
después de Brasil, Vietnam y Malasia, lo cual con las políticas económicas del régimen
neoliberal no tiene ninguna perspectiva de mejoría. Tomemos en cuenta que la producción
no es capaz de abastecer el mercado interno, que anualmente se compran 500.000 sacos de
café en el exterior para cumplir con las obligaciones comerciales; que entre tanto no hay
incentivos reales para los productores, que cada vez hay mayor deterioro de los cultivos y
ruina del renglón ecnómico agrario; que los pequeños caficultores han sido llevados a la
quiebra…, y todo por los efectos del libre comercio al que el uribis,mo ha levantado altar
sagrado para beneficiar a las multinacionales que son las que determinan el precio
internacional del grano, y no sólo. Pues la ruina deviene también del aumento en los precios
de los fertilizantes e insumos en general. Como si fuera poco, la solución propuesta por el
narco- Presidente es la firma de un Tratado de Libre Comercio con Europa, que permitiría
la entrada de café procedente de África y Asia. En conclusión, he ahí dibujado el patíbulo
de la economía cafetera, su ruina y el fin de su prosperidad, lo cual se pretende ocultar con
la baratija que han denominado Parque Nacional del Café.
Viendo la crisis económica en términos más amplios, debemos decir que esta ha sido
tomada como mampara con la que preten excusar los resultados de sus políticas
económicas neoliberales, de su mezquindad que frente a las dificultades prefieren entregar
subsidios al capital privado antes que dar soluciones a los sectores empobrecidos.
Sin inmutarse prosiguen la aplicación de medidas que han generado adversas situaciones de
vida para las mayorías:
Muchos analistas económicos coinciden en que es durante los dos períodos presidenciales
de Álvaro Uribe que más aumentó el índice de pobreza y el de pobreza extrema. Hasta en
las cifras oficiales el desempleo sobrepasó el 12, 8 %; las mujeres y la población indígena y
afrocolombiana son los sectores más atropellados por los problemas sociales que se derivan
de tal circunstancia; en el caso de los pueblos indígenas, sus organizaciones sociales han
denunciado que al menos tres decenas de grupos diversos están en peligro de desaparecer
(la misma Corte Constitucional ha admitido que 32 de los 102 pueblos reconocidos están en
“peligro de extinción”); pero la desaparición o la “extinción” no se da por arte de magia;
entre las causas hay una con nombre específico: el terrorismo de Estado que durante los los
períodos gubernamentales de Álvaro Uribe ha significado no menos de 5.000 amenazas,
1.200 muertos, 176 desapariciones forzadas, 633 detenciones infundadas, casi dos
centenares de violaciones sexuales y torturas denunciadas, alrededor de un centenar de
ejecuciones extrajudiciales conocidas, indefinido número de desplazados y arbitrariedades
de todo tipo entre las que se cuentan sinnúmero de bloqueos económicos a sus regiones de
habitación, que se producen con un marcado interés por despojarles de la tierra para
beneficiar a las trasnacionales mineras y gestores de los llamados macroproyectos que
maneja los grupos económicos más poderosos.
La violación pérfida de los derechos humanos se traduce en millones de desplazados,
millares de muertos en asesinatos y masacres, millares de desaparecidos e infinidad de
atropellos a los derechos económicos, culturales, sociales, ambientales, políticos, etc. en un
cúmulo de casos que nos son excepcionales sino una tendencia estructural que caracteriza
al Estado colombiano como terrorista. Respecto al asunto del desempleo para el primer
trimestre del 2010, la situación, según datos oficiales, es la siguiente: en febrero, la
población ocupada era de 18.9 millones de personas; los desocupados eran 2.7 millones, y
la población inactiva era de 13 millones.
No está demás reiterar que entre los ocupados, el sector con mayor concentración de
trabajadores es el de la informalidad. Esta realidad se ha mantenido como constante durante
muchos años, pero los datos más recientes referidos al trimestre que va de diciembre de
2009 a febrero de 2010 muestran que los llamados “trabajadores por cuenta propia” era del
43,5%. El DANE ha reconocido que en Colombia de cada 100 trabajadores ocupados, 58
son informales; es decir, que en tal situación puede haber unos 11 millones de trabajadores,
lo cual corresponde al 63,4 % de la Población Económicamente Activa. Este porcentaje de
trabajadores regularmente no cuentan con la seguridad social que describen las leyes y los
papeles hipócritas de los empresarios.
B. Otros aspectos de la quiebra capitalista.
Aunque el gobierno y sus analistas de derecha publiciten expectativas en torno a que el
crecimiento del PIB para este año, serán más “alentadoras” y sus proyecciones las han
presentado calculando que en 2010 el Producto Interno Bruto (PIB) superará el del cierre
del año anterior, la scifras del mes de enero estuvieron fluctuando entre el 2,5 y 3,0 %, lo
cual de ser cierto no indican que habrá recuperación.
Haciendo las referencia del año 2009, podemos indicar que en su primer trimestre el
Producto Interno Bruto (PIB) se redujo 0,6% en comparación con el mismo período del año
anterior; sectores como la industria, el comercio, el transporte, y la agricultura cayeron
respectivamente en menos 7,9%; menos 2,7%; menos 2% y menos 0,8; sin que ello tuviese
una mejora ostensible en los trimestres siguientes.
De hecho, desde el año 2008 los expertos habían asegurado que la economía colombiana
entraría en recesión, y en efecto el año 2009 es la ratificación irrefutable de estas
afirmaciones.
La revista Portafolio del 3 de junio de 2009, había ratificado que el PIB había caído el
0,7% entre enero y marzo de ese año, lo cual constituía una muestra muy clara de que el
país había entrado en recesión.
Pero bien, remitiéndonos a momentos de más actualidad, todo lo dicho ha influido para que
Colombia presente en el momento un alto índice de desempleo cifrado en una tasa de al
menos 14,6%; lo que se complementa con un aumento de la informalidad, que alcanza al
58% de la fuerza de trabajo, resultado de un deterioro sostenido por lo menos desde el mes
de junio de 2008 hasta marzo del año en curso. Pero observemos en que tras esta cifra que
de por si es lamentable, se esconde una situación más grave aún, en tanto hay un aumento
del desempleo maquillado en los niveles porcentuales de la informalidad; y eso,
corresponde, por ejemplo, con hechos como que en Colombia 45 de cada 100 trabajadores
están dedicados al rebusque diario, marañando en cualquier actividad que arroje la
casualidad.
Pero, para quienes están laborando, aunque su situación no sea tan deprimente como la de
los desempleados, precisemos en que los salarios no alcanzan a cubrir el costo de la canasta
familiar. Quizás más de tres millones de personas son las que alcanzan a percibir el penoso
salario mínimo ($515.000); es decir, alrededor de 270 dólares mensuales al valor de $1900
por dólar, luego del aumento salarial de 18.100 pesoso que decretó el gobierno para el año
2010 (3,64 % de aumento respecto al salario mínimo del año 2009).
Desempleo, bajos salarios, deterioror de las condiciones en que los trabajadores realizan sus
actividades, precarización de la seguridad social, etc., son algunos de los factores que
caracterizan la realidad heredadada de la “reforma laboral” uribista de 2002, la cual en su
búsqueda mezquina de “flexibilizar”, reduciendo “costos laborales” y aumentando las horas
y la intensidad del trabajo, siempre pensando en no pagar una sóla hora extra o recargos
nocturnos, que es lo que más regocija al empresariado, impide la generación de nuevos
empleos y arruina las condiciones físicas y económicas de los trabajadores.
Para completar, durante este régimen se mantuvo la persecución, hostigamiento y asesinato
de sindicalistas y opositores o críticos del gobierno. Se cree que durante los dos períodos de
gobierno han sido asesinados no menos 13.600 personas por motivaciones políticas. Entre
2002 y 2009 se cree que fueron asesinados 587 sindicalistas.
C. Otros aspectos sobre la crisis capitalista en Colombia
los resaltamos diciendo que esta no depende solamente de los problemas propios de la crisis
capitalista mundial; depende en gran medida de las desacertadas políticas neoliberales
implementadas para beneficiar las exigencias de las trasnacionales. Y sus consecuencias
son palpables en el crecimiento desbocado del desempleo, la pobresa y la indigencia,
mientras los sectores financieros llenan sus arcas.
Han miserabilizado al pueblo. Sin acudir a los análisis más pesimistas, reiteremos que el
año 2009 terminó con aumento del desempleo. La revista Portafolio del 30 de enero de
2010 señalaba que el desempleo había mantenido un crecimiento ininterrumpido durante
año y medio. Agregaba que cuatro de cada diez trabajadores laboran por cuenta propia y
seis de cada cien lo hacen gratis. Y que la tasa de desempleo durante el año se promedio en
12 %; es decir, 0,7 puntos más que el promedio del 2008.
El DANE admite que en el año 2009 hubo 297.000 desempleados más que en el 2008. Así,
en diciembre de 2009 habían en Colombia, según estas cífras oficiales, 2.434.000
trabajadores desocupados (335.000 más que en diciembre del 2008).
Textualmente, la revista Portafolio citada explica: “La desocupación del pasado diciembre
es la más alta para ese mes desde el 2006, cuando marcó 11,8 por ciento. Al mismo tiempo,
el Dane reportó que 19'101.000 personas tenían alguna ocupación en diciembre, 1,4
millones más que en igual mes del 2008. El empleo creció 8 por ciento, la mitad de lo
reportado para el aumento de la desocupación.
El aumento simultáneo del número de ocupados y de desempleados ocurre porque ante la
difícil situación económica más personas -jóvenes, amas de casa, pensionados-, salen a
trabajar y muchos de ellos que se ocupan en el rebusque o en actividades de la familia,
incluso sin remuneración, se consideran como nuevos empleos.
Sin embargo, como lo anota un reciente informe de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), en las economías en desarrollo la ocupación total ha crecido y, como en el
caso particular de Colombia, las mayores cifras tienen que ver con el empleo precario:
rebusque e informalidad”.
Agreguemos a esta reflexión bastante conservadora, que también en Colombia aumentó el
Subempleo. En el año 2009 tomado conjuntamente, el subempleo objetivo pasó de 9,6 % a
10,9 %.
En el caso de las areas metropolitanas principales, con el incremento del último trimestre
del año 2009, la cifra promedio de desocupación de todo el año fue de 13 %; es decir, 1,5
puntos más que en el 2008. Precisando que del total de 9.135.000 personas ocupadas que se
registraban a finales del año pasado, el 26,5 % lo hacían dentro de esa amplia franja
denominada por la OIT como empleo precario, ya en la actividad comercial, restaurantes y
hoteles; o, sin salir de la precariedad, en servicios comunales, sociales y personales (19,3
%); o en agricultura, ganadería, caza, silvicultura y pesca (18,4 %) y en la industria
manufacturera (13,4 %).
Una de las más lamentables conclusiones de la situación laboral en Colombia radica en que
el crecimiento de la ocupación total está encabezado por el aumento de los trabajadores
familiares sin remuneración, los cuales suman mán del millón, y los trabajadores por cuenta
propia y los del servicio doméstico podrían ser 714.000.
El aumento salarial del 2008, surgido de un regateo inmundo en el que sólo se aumentaron
35.400 pesos (7.67%), para llevar el salario mínimo a un monto de 496.900 pesos, que al
sumar también el subsidio de transporte que significó un monto de 4.200 pesos, avanzaría a
un monto total de 501.100 pesos, sería el salario con el que sobrevivieron las familias de los
trabajadores colombianos durante el año 2009. ¿cómo justifica el gobierno tan bajo
incremneto? Simplemente argumentando el descenso de los precios del petróleo y la crisis
económica mundial. Bien, pero escencialemnte se trata de la portección de la plusvalía y la
ganancia de los potentados, y el mayor empobrecimiento de la clase trabajadora que con el
salario de habmbre que para este año se tasa en 515.000 pesos, según las centrales obreras,
sólo pueden cubrir el 45 % de la famélica canasta familiar cuyo costo se estima en 972.000
pesos.
Por lo demás, digamos que las lesivas reformas laborales, como lo hizo la ley 50 de 1994, o
la de Uribe del año 2002, han generado deslaboralización y defenestrado el sindicalismo
cada día en que incrmentan nuevas medidas neoliberales.
Del total de la población colombiana, casi 43.000.000 de habitantes, 33.633.000 pertenecen
al rango de Población en Edad de Trabajar (PET); es decir, personas de 12 años y más en la
zona urbana y de 10 y más en la zona rural.
La PET está clasificada en Población Económicamente Inactiva (PEI) y Población
Económicamente Activa (PEA) 19.494.000 de personas. De esta cifra referida a la PEA, la
población ocupada es de 17.253.000 personas. La población desocupada se elevaría a una
cifra de 2.242.000 personas. Precisemos, en todo caso, que el miserable salario mínimo
jamás cubre al universo de todos quienes ficticiamente aparecen como colombianos, pues
en esta cifra se incluyen los llamados trabajadores por cuenta propia que regularmente en
esta primera década del siglo veintiuno a rodeado la cifra de 6 trabajadores informales por
cada 10 ocupados condenados a trabajar regateando la seguridad social o generalmente sin
ella, bajo las normas de la ley de la sobrevivencia a cualquier costo, de la que de alguna
manera comparten consecuencias jornaleros, aparceros, obreros y obras particulares,
empleados y empleadas domésticas; y sumemos a la miseria laboral que se describe somera
pero cruelmente a quienes asumen el llamado trabajo familiar sin remuneración,
acrecentando la miseria y la deuda social que ya no aguantan los pobres de Colombia.
Pero desde la caída notoria de la industria en el 2008, el gobierno mismo vino
pronosticando el aumento del desempleo. FEDESARROLLO calculaba que sería hasta
alcanzar el 13 % tal aumento en el 2009 y mantendrá esa proyección en el presente año.
Pero ya el DANE en el mes de enero del 2009 había calculado que la tasa nacional de
desempleo había pasado de 9.9 % y los factores de su crecimiento se incrementaban en el
2007 a 10,6 % en el 2008, lo cual significaba que el número de ocupados disminuyó en 237
mil personas y la Población Económicamente Activa en 106 mil. Pero ciertamente en en lo
que fuera la zona cafetera del país se registró el mayor índice de desempleo urbano,
llegando la cifra a superar el 15,2 % como promedio de la ciudades de Ibagué, Manizales y
Pereira.
Las condiciones laborales indignas en que se desenvuelven los trabajadores y el pueblo
colombiano en general, en las que el neoliberalismo a suscitado reformas laborales
nesfastas, casi han erradicado las contrataciones que permitan al trabajador aspirar a una
jubilación con pensión; lo que proliferan son las empresas que se dedican a contratar
trabajadores temporales y multiplican la tercerización laboral.
6. ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE DERECHOS HUMANOS:
Existen disímeles datos sobre desaparición forzada y asesinatos políticos producto del
terrorismo de Estado en Colombia. Lo concreto es que es total y terriblemente cierto que el
régimen oligárquico utiliza métodos de sangre y fuego, de hachaa y motosierra, de
represión y terror en general para tratar de acallar a sus opositores y aplastar la
inconformidad popular frente a tanta iniquidad gubernamental.
Hay coincidencia entre las organizaciones de derechos humanos más creibles sobre el
asunto del notorio aumento de las denuncias por desapariciones forzadas, durante los años
2008 y 2009. No obstante las cífras son disímiles como también lo es la asignación de
responsables de los hechos. Es común por ejemplo, que en los datos de instituciones
estatales se asigne responsabilidad a “organizaciones armadas al margen de la ley”, o se les
impute a grupos “paramilitares”, sin que ello conlleve reconocimiento que en tal
circunstancia la responsabilidad fundamental deviene de las políticas de terror que
implementa el estado, como ocurre en el caso de los crímenes que eufemísitcamente han
sido bautizados con la denominación de “falsos positivos”.
Para el caso de los registros de desapariciones forzadas, referidos a períodos que se
remontan al año 1982, mientras las Naciones Unidas reportan 17 mil denuncias, las
organizaciones de derechos humanos hablan de 24 mil y la Fiscalía General de la Nación de
50 mil. Se advierte que el mayor número de casos ocurrieron en los períodos que van de
1982 a 1986 y de 2002 a mayo de 2009. La Fiscalía también ha reconocido, respecto a los
“Falsos Positivos”, que en sus despachos se han documentado más de 1200 denuncias.
Hasta octubre de 2009, La Fiscalía General de la Nación había recibido, sumados los datos
de los tres años anteriores a la fecha en mención, reportes sobre 27.384 desaparecidos, que
según su apreciación fueron “víctimas de grupos armados al margen de la ley”.
En realidad se trata de gente humilde, campesinos, desempleados, personas dedicadas a
oficios de baja remuneración, desempleados, etc. y que fueron victimados por aparatos
armados del Estado, como los paramilitares mayoritariamente. Casos como la existencia de
la macro fosa común de la Macarena, en la que se habla de 2500 a 3000 cadáveres lanzados
ahí desde los helicópteros de las Fuerzas Militares después de cada una de sus operaciones
de tierra arrasada que se ejecutan en desenvolvimiento del “Plan patriota”, nos dan otra
clave más para señalar al principal responsable de crímenes tan horrendos, tras de los
cuales hay –como en los llamados “falsos positivos”-, tantos casos de desaparecidos como
muertos se puedan sumar.
Según los datos de la Fiscalía, entonces, encontramos que el departamento con mayor
número de denuncias de desapariciones es Antioquia (7.178 casos), seguido en su orden por
Cesar (2.203 casos), Magdalena (2.076 casos), Meta (1.633 casos) y Santander (1.539
casos).
Aunque es demasiado incompleta y falseada la información que puedan dar los
paramilitares “desmovilizados” (quienes de una u otra manera tienen sobre de si la
manipulación del Estado), no debe perderse de vista que han admitido ante la Fiscalía
haber asesinado más de 24 mil personas en los últimos 22 años, y haber desaparecido
forzosamente 2.047 personas.
Pero reiteremos que estos son datos que constituyen apenas la punta del iceberg, pues de
acuerdo con los datos de la Fiscalía, desde finales del 2005 han sido exhumadas 2.043 fosas
comunes con base en información suministrada por los “ex paramilitares”. En tales fosas
fueron encontrados 2.492 cadáveres. Pero ¿Cuántas fosas hay sin denunciar, cuántos
cadáveres tendrá concretamente la fosa que los militares abrieron en la Macarena, cuántos
las fosas de la Finca El Palmar en Sucre, cuantos cuerpos fueron lanzados a los caimanes o
a las corrientes de los ríos, tal como hicieron los generales Montoya y Gallego con los
cadáveres que sacó de la Comuna 13 de Medellín?
Para el caso de ese crimen de lesa humanidad que han denominado “Falsos Positivos”,
donde la responsabilidad directa del gobierno fascista de Álvaro Uribe Vélez y del
presidente electo Juan Manuel Santos, antes Ministro de Defensa del narco-presidente
Uribe, el comandante Iván Márquez, integrante del Secretariado nacional de las FARC-EP,
en un comunicado fechado en abril 24 de 2010, hace una precisa explicación al respecto de
su nefando sentido:
“En la jerga militar y policial de Colombia, un “positivo” significa captura o eliminación
de personas consideradas enemigas del Estado. Tales partes “positivos” siempre fueron
premiados con ascensos, recompensas en dinero y vacaciones. Fue este abominable
procedimiento del Estado, ligado a la Doctrina de la Seguridad Nacional, lo que detonó en
Colombia los “falsos positivos” o crímenes de lesa humanidad. Desde siempre, como antes
en Vietnam o en El Salvador, en Colombia se asesinan civiles para presentarlos como
guerrilleros.
Durante la administración del presidente narco-paramilitar Álvaro Uribe Vélez, estos
“falsos positivos” alcanzaron el máximo peldaño de la perfidia humana mediante el pago
de millonarias y desbordas sumas de dinero, ascensos en el escalafón y franquicias a
integrantes de las fuerzas armadas oficiales, por personas muertas o capturadas, material
incautado o información.
En el marco de su política de seguridad democrática o inversionista, Uribe dio luz verde al
Ministerio de Defensa para la aplicación de la directiva ministerial permanente, número
29, de noviembre de 2005 “que desarrolla criterios para el pago de recompensas por la
captura o abatimiento en combate de cabecillas de las organizaciones armadas al margen
de la ley, material de guerra, intendencia o comunicaciones e información que sirva de
fundamento para la continuación de labores de inteligencia y el posterior planeamiento de
operaciones”.
Dicha Directiva, firmada por su entonces Ministro de Defensa de Uribe, Camilo Ospina
Bernal, estableció montos para cancelar recompensas que abrieron las sed de riqueza en
unas Fuerzas Armadas formadas en la inhumanidad y el irrespeto a la población, que muy
pronto dispararon la criminalidad.
Agrega Iván Márquez: “Estas recompensas fueron difundidas en todas las unidades
militares con la lista de las personas incluidas en los niveles I y II.
Le quitaron valor a la vida y le pusieron precio a la muerte. Midieron el éxito de su
política criminal de seguridad en litros de sangre. Como consecuencia de esta Directiva
los noticieros de la radio y la televisión, y los titulares de la prensa se llenaron de muertos,
casi todos presentados por los militares como “jefes de finanzas” de la guerrilla, “mano
derecha” del comandante tal, o simplemente, “terroristas” muertos en combate…
Las Brigadas Militares accionaron sus gatillos para alzarse con las recompensas en
dinero, ascensos en el escalafón y las vacaciones remuneradas, ofrecidas por el gobierno.
Lo sucedido en la municipalidad de Soacha es emblemático: decenas de jóvenes
desempleados fueron recogidos por contactos del ejército en las esquinas con ofertas de
trabajo y en menos de 24 horas aparecieron en los titulares de los diarios como
guerrilleros muertos en combate, en otro extremo de la geografía nacional. Les habían
colocado uniformes y armas para hacer creíble la noticia. Lo raro es que mientras sus
uniformes aparecían intactos, los cuerpos de las víctimas semejaban un colador por efecto
de las balas. Esta luctuosa historia se repitió impunemente durante los últimos años
bañando con sangre inocente el territorio de la patria.
En sus comparecencias ante la Fiscalía General de la nación los capos paramilitares han
confesado que entregaron miles de personas asesinadas por ellos al ejército para que
cobraran la recompensa y mostraran eficacia en su lucha antisubversiva. Así fueron
tejiendo ante opinión la fábula de la derrota y del fin del fin de la guerrilla.
Cuando estalló el escándalo, cuando ya era imposible ocultar la barbarie, salió Uribe, el
cerebro y autor intelectual de la Directriz criminal, a rasgarse hipócritamente las
vestiduras, y con él hicieron lo mismo sus ministros de Defensa Camilo Ospina Bernal y
Juan Manuel Santos (hoy candidato a la Presidencia de la República), los generales
Padilla de León y Mario Montoya, comandantes de las fuerzas Militares y del ejército
respectivamente, y el Director de la policía nacional, general Oscar Naranjo.
Intentaron hacer creer que se trataba de hechos aislados que no comprometían a la
institución, para eludir así su responsabilidad penal. Sin embargo, la Directiva 29 del
Ministerio de Defensa, cuya copia adjuntamos, es un mentís incontestable a los asesinos y
una denuncia al mundo de que los “falsos positivos” son el resultado directo de una
política oficial y de terrorismo de Estado.
Ninguno de los inculpados está tras las rejas. Los militares de menor rango que estaban
siendo procesados por la Fiscalía, todos fueron liberados. Los generales involucrados
simplemente fueron destituidos, mientras su responsabilidad penal empieza a hundirse en
el olvido.
¿Dónde están los autores intelectuales de estos crímenes de lesa humanidad?
Los pagos fueron realizados con recursos de la nación y otros provenientes de la
cooperación económica nacional e internacional, como lo consigna la mencionada
Directiva (…).
Finalmente, el comandante Iván, precisa:
“(…) En el municipio de La Macarena, en un terreno colindante con la base militar del
lugar, ha sido descubierta recientemente una gran fosa común con más de dos mil
cadáveres. En los últimos años, en una ininterrumpida como ruidosa procesión de muerte,
los helicópteros del ejército descargaron allí a los asesinados. Esos muertos son el parte
de victoria de la política de seguridad de Uribe y de sus “falsos positivos”.
Durante el gobierno de Uribe Vélez las Fuerzas Armadas oficiales fueron convertidas en
una fría máquina de matar inocentes. Estos crímenes de guerra y de lesa humanidad tienen
como responsables a altos funcionarios del Estado colombiano. No hay pruebas en
contrario. Ellos constituyen un hecho notorio.
Estos crímenes fueron complementados con el encarcelamiento en el primer cuatrienio de
Uribe, a través de redadas masivas, de más de 150 mil personas bajo la falsa imputación
de apoyar a la insurgencia. El empapelamiento jurídico y los montajes de la inteligencia
militar obraron simultáneamente como falsos positivos judiciales.
El drama humanitario de Colombia y la degradación de la guerra como política de Estado
es el grito de un pueblo victimado que reclama la solidaridad de las naciones del mundo
Al respecto de estos delicados asunto referidos a crímenes de lesa humanida, debemos
recordar que con varios antecedentes similares, en abril de 2008, el Tribunal Internacional
de Opinión adelantó durante tres días cesiones en las que compiló información probatoria y
testimonios irrefutables que le permitieron reiterar lo que durante mucho tiempo han
denunciado las organizaciones políticas y sociales de los sectores populares: la desaparición
forzada es un crimen de Estado en Colombia.
Aquellas cesiones realizadas en Bogotá entre el 24, 25 y 26 de abril a instancias de la
Asociaciónn de Familiares Detenidos Desaparecidos (ASFADDES), El Proyecto Justicia y
Vida y el senador Alexander López de la comisión de Derechos Humanos del Senado de la
República se reflexionó sobre las profundas desigualdades sociales que existen en nuestro
país, apuntando que ellas están en la base del conflicto y en el desenvolvimiento de la
violencia, agregando que el desarrollo actual de la globalización productiva y financiera y
la presencia de empresas transnacionales, han acentuado aún más la brecha entre una
minoría beneficiada de este crecimiento y los otros grupos sociales sumidos en la miseria.
En este contexto, los sectores sociales y económicos dominantes que monopolizan el poder,
para mantener sus privilegios han utilizado los criminales métodos de eliminación física de
sus adversarios políticos, han asesinado líderes sociales, han reforzado con paramilitares y
otros aparatos armados del Estado la represión y la exclusión.
La oligarquía criolla, subordinada a los intereses económicos y geoestratégicos exteriores,
especialmente de los Estados Unidos, siempre con su concurso, o bajo sus órdenes agudiza
las tensiones sociales desencadenando el militarismo mediante el desmadre del presupuesto
de guerra y la implementación de planes bélicos como el “Plan Colombia” y el “Plan de
Patriota”, que son instrumentos para dar ejecución a la vieja y antipopular “Doctrina de
Seguridad Nacional”.
Son todas estas consideraciones, a las que hoy podemos agregar -como factor de la
recolonización imperialista, a la que se someten los gobernantes oligarcas de Colombia-, el
enclave de más de siete bases militares gringas o a su disposición plena, las que llevaron a
considerar al tribunal un veredicto que inculpa al Estado colombiano como un Estado
Terrorista.
Por la suma importancia que posee un dictamen de este tipo, que entre otras cosas, está
plenamente vigente, pasamos a consignar la totalidad de su contenido:
VEREDICTO
Sobre la base de todo lo considerado, en la parte motiva y en las pruebas recogidas (los
diferentes testimonios escuchados y su soporte documental), a propósito de las
desapariciones forzadas y con fundamento en las normas jurídicas internacionales y
nacionales invocadas el Tribunal condena:
1. Al Estado colombiano y sus representantes
§ por el incumplimiento de su mandato constitucional de garantizar la protección y el
respeto de los derechos y libertades fundamentales a los ciudadanos y ciudadanas, tanto
por omisión, permisión y acción directa.
§ Por utilizar la desaparición forzada como arma política para eliminar al contradictor
incurriéndose así en actos de terrorismo de Estado.
§ por los actos criminales y terroristas consideramos como crímenes de lesa humanidad
cometidos en la detención y desaparición forzada por el ejercito, la policía y el DAS.
§ por su participación en la creación, e impulso de grupos paramilitares y por la
complicidad en las acciones realizadas por estos grupos.
§ por establecer leyes que aseguran la impunidad de autores de las detenciones y
desapariciones.
§ por la violación directa de las normas del Derecho Internacional en materia de los
Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario.
2. A los paramilitares directamente implicados en las desapariciones forzadas y por
imponer un estado de terror contra la población civil.
3. A los terratenientes, grupos empresariales y las transnacionales por apoyar y financiar
los grupos paramilitares responsables en la detención y desaparición forzada.
4. Al gobierno de los Estados Unidos por el apoyo a políticas estatales violatorias a los
derechos humanos via Plan Colombia y plan patriótica; igualmente por financiar las
escuelas y programas a militares implicados en desapariciones forzadas y otros crímenes
de lesa humanidad.
En consecuencia este tribunal exige al Estado colombiano:
1. El cumplimiento y respeto de su mandato constitucional así como de los instrumentos
jurídicos internacionales que ha suscrito y a los cuales se haya vinculado .
2. La ratificación de manera inmediata y sin dilaciones de la Convención Interamericana
sobre desaparición forzada.
3. La reforma de la ley 589 del 2000 y del articulo 165 del código penal colombiano
conforme a la normativa internacional que regula y sanciona el delito de desaparición
forzada.
4. El juicio de todos los actores involucrados en la detención y desapariciones forzadas
según el código penal y las normas internacionales.
5. La reparación de los daños materiales y morales de las victimas.
6. El establecimietno de una Comisión de la verdad imparcial a la cual se le garantice los
medios necesarios para el desarrollo de su misión.
Este Tribunal hace directamente responsable al Estado colombiano en caso que alguna de
las personas que participaron dando su testimonio, organizando o representando las
victimas sea hostigada, perseguida o vulnerada en su integridad, vida o seguridad
personal.
Esas son las condiciones para restablecer la justicia en la sociedad colombiana y
reconstruir la esperanza de todos sus ciudadanos.
Dado a los 26 de abril de 2008.
Jueces del Tribunal:Dr. Francois Houtart (Presidente, Bélgica), Dra. Patricia Dahl
(Estados Unidos), Dra. Raquel Warden (Canadá), Dr. Eduardo López (Colombia), Dra.
Lelia Ghanem (Líbano), Dr. Omar Fernández (Fiscal, Colombia).
Finalmente, expresemos que los problemas sociales que padece el pueblo colombiano
jamás se erradicarán con procedimientos de fuerza. Legítimamente el pueblo mantiene una
resitencia heróica que, combinando las diversas formas de lucha, cumple varias décadas, y
que no cesará mientras persistan las causas de injusticia, que le dieron origen, todas
impuestas por el imperialismo y la oligarquía criolla en el poder, no se cesen.
En consecuencia, la insurgencia armada, no podrá ser derrotada por la vía militar y la
inconformidad y movilización popular no cesarán por más terrorismo de estado que se
desboque.
La salida está en establecer un régimen que respete la dignidad y los derechos del pueblo,
en el que se al volutad del soberano la que se exprese en condiciones de independencia,
democracia verdadera y libertad.
Enarbolando la espada y el pensamiento de Simón Bolíva, nuestro padre espiritual, por la
definitiva independencia y la construcción de la Patria Grande y el Socialismo, hemos
jurado vencer y venceremos.
Montañas de Colombia, julio 20 de 2010.
Año Bicentenario del Grito de Independencia y aniversario 46 de la promulgación del
programa Agrario de los Guerrilleros.
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