Los ciento cuarenta y cuatro mil

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Los ciento cuarenta y cuatro mil
Presencian esta reunión los ángeles que lloraron por la caída de Adán y se regocijaron cuando
Jesús, una vez resucitado, ascendió al cielo después de haber abierto el sepulcro para todos
aquellos que creyesen en su nombre. Ahora contemplan el cumplimiento de la obra de redención
y unen sus voces al cántico de alabanza.
Delante del trono, sobre el mar de cristal, -ese mar de vidrio que parece revuelto con fuego por lo
mucho que resplandece con la gloria de Dios- hállase reunida la compañía de los que salieron
victoriosos "de la bestia, y de su imagen, y de su señal, y del número de su nombre." Con el
Cordero en el 707 monte de Sión, "teniendo las arpas de Dios," están en pie los ciento cuarenta y
cuatro mil que fueron redimidos de entre los hombres; se oye una voz, como el estruendo de
muchas aguas y como el estruendo de un gran trueno, "una voz de tañedores de arpas que tañían
con sus arpas." Cantan "un cántico nuevo" delante del trono, un cántico que nadie podía aprender
sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil. Es el cántico de Moisés y del Cordero, un canto de
liberación. Ninguno sino los ciento cuarenta y cuatro mil pueden aprender aquel cántico, pues es
el cántico de su experiencia -una experiencia que ninguna otra compañía ha conocido jamás. Son
"éstos, los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere." Habiendo sido trasladados de la
tierra, de entre los vivos, son contados por "primicias para Dios y para el Cordero." (Apocalipsis 15:
2, 3; 14: 1-5.) "Estos son los que han venido de grande tribulación;" han pasado por el tiempo de
angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación; han sentido la angustia del tiempo de la
aflicción de Jacob; han estado sin intercesor durante el derramamiento final de los juicios de Dios.
Pero han sido librados, pues "han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del
Cordero." "En sus bocas no ha sido hallado engaño; están sin mácula" delante de Dios. "Por esto
están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre
el trono tenderá su pabellón sobre ellos." (Apocalipsis 7: 14, 15.) Han visto la tierra asolada con
hambre y pestilencia, al sol que tenía el poder de quemar a los hombres con un intenso calor, y
ellos mismos han soportado padecimientos, hambre y sed. Pero "no tendrán más hambre, ni sed,
y el sol no caerá sobre ellos, ni otro ningún calor. Porque el Cordero que está en medio del trono
los pastoreará, y los guiará a fuentes vivas de aguas: y Dios limpiará toda lágrima de los ojos de
ellos." (Apocalipsis 7: 14-17.)
En todo tiempo, los elegidos del Señor fueron educados y disciplinados en la escuela de la prueba.
Anduvieron en los senderos angostos de la tierra; fueron purificados en el horno 708 de la
aflicción. Por causa de Jesús sufrieron oposición, odio y calumnias. Le siguieron a través de luchas
dolorosas; se negaron a sí mismos y experimentaron amargos desengaños. Por su propia dolorosa
experiencia conocieron los males del pecado, su poder, la culpabilidad que entraña y su maldición;
y lo miran con horror. Al darse cuenta de la magnitud del sacrificio hecho para curarlo, se sienten
humillados ante sí mismos, y sus corazones se llenan de una gratitud y alabanza que no pueden
apreciar los que nunca cayeron. Aman mucho porque se les ha perdonado mucho. Habiendo
participado de los sufrimientos de Cristo, están en condición de participar de su gloria.
Los herederos de Dios han venido de buhardillas, chozas, cárceles, cadalsos, montañas, desiertos,
cuevas de la tierra, y de las cavernas del mar. En la tierra fueron "pobres, angustiados,
maltratados." Millones bajaron a la tumba cargados de infamia, porque se negaron
terminantemente a ceder a las pretensiones engañosas de Satanás. Los tribunales humanos los
sentenciaron como a los más viles criminales. Pero ahora "Dios es el juez." (Salmo 50:6.) Ahora los
fallos de la tierra son invertidos. "Quitará la afrenta de su pueblo." (Isaías 25: 8.) "Y llamarles han
Pueblo Santo, Redimidos de Jehová." El ha dispuesto "darles gloria en lugar de ceniza, óleo de
gozo en lugar del luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado." (Isaías 62: 12; 61: 3.) Ya
no seguirán siendo débiles, afligidos, dispersos y oprimidos. De aquí en adelante estarán siempre
con el Señor. Están ante el trono, más ricamente vestidos que jamás lo fueron los personajes más
honrados de la tierra. Están coronados con diademas más gloriosas que las que jamás ciñeron los
monarcas de la tierra. Pasaron para siempre los días de sufrimiento y llanto. El Rey de gloria ha
secado las lágrimas de todos los semblantes; toda causa de pesar ha sido alejada. Mientras agitan
las palmas, dejan oír un canto de alabanza, claro, dulce y armonioso; cada voz se une a la melodía,
hasta que entre las bóvedas del cielo repercute el clamor: "Salvación a nuestro Dios que está
sentado sobre el 709 trono, y al Cordero." "Amén: La bendición y la gloria y la sabiduría, y la acción
de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás."
(Apocalipsis 7: 10, 12. )
En esta vida, podemos apenas empezar a comprender el tema maravilloso de la redención. Con
nuestra inteligencia limitada podemos considerar con todo fervor la ignominia y la gloria, la vida y
la muerte, la justicia y la misericordia que se tocan en la cruz; pero ni con la mayor tensión de
nuestras facultades mentales llegamos a comprender todo su significado. La largura y anchura, la
profundidad y altura del amor redentor se comprenden tan sólo confusamente. El plan de la
redención no se entenderá por completo ni siquiera cuando los rescatados vean como serán vistos
ellos mismos y conozcan como serán conocidos; pero a través de las edades sin fin, nuevas
verdades se desplegarán continuamente ante la mente admirada y deleitada. Aunque las
aflicciones, las penas y las tentaciones terrenales hayan concluido, y aunque la causa de ellas haya
sido suprimida, el pueblo de Dios tendrá siempre un conocimiento claro e inteligente de lo que
costó su salvación.
La cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la eternidad. En el Cristo
glorificado, contemplarán al Cristo crucificado. Nunca olvidarán que Aquel cuyo poder creó los
mundos innumerables y los sostiene a través de la inmensidad del espacio, el Amado de Dios, la
Majestad del cielo, Aquel a quien los querubines y los serafines resplandecientes se deleitan en
adorar -se humilló para levantar al hombre caído; que llevó la culpa y el oprobio del pecado, y
sintió el ocultamiento del rostro de su Padre, hasta que la maldición de un mundo perdido
quebrantó su corazón y le arrancó la vida en la cruz del Calvario. El hecho de que el Hacedor de
todos los mundos, el Árbitro de todos los destinos, dejase su gloria y se humillase por amor al
hombre, despertará eternamente la admiración y adoración del universo. Cuando las naciones de
los salvos miren a su Redentor y vean la gloria eterna 710 del Padre brillar en su rostro; cuando
contemplen su trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá
fin, entonces prorrumpirán en un cántico de júbilo: "¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado,
y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!"
El misterio de la cruz explica todos los demás misterios. A la luz que irradia del Calvario, los
atributos de Dios que nos llenaban de temor respetuoso nos resultan hermosos y atractivos. Se ve
que la misericordia, la compasión y el amor paternal se unen a la santidad, la justicia y el poder. Al
mismo tiempo que contemplamos la majestad de su trono, tan grande y elevado, vemos su
carácter en sus manifestaciones misericordiosas y comprendemos, como nunca antes, el
significado del apelativo conmovedor: "Padre nuestro."
Se echará de ver que Aquel cuya sabiduría es infinita no hubiera podido idear otro plan para
salvarnos que el del sacrificio de su Hijo. La compensación de este sacrificio es la dicha de poblar la
tierra con seres rescatados, santos, felices e inmortales. El resultado de la lucha del Salvador
contra las potestades de las tinieblas es la dicha de los redimidos, la cual contribuirá a la gloria de
Dios por toda la eternidad. Y tal es el valor del alma, que el Padre está satisfecho con el precio
pagado; y Cristo mismo, al considerar los resultados de su gran sacrificio, no lo está menos. 711
(conflicto de los siglos)
En este tiempo de sellamiento Satanás está valiéndose de todo artificio para desviar de la verdad
presente el pensamiento del pueblo de Dios y para hacerlo vacilar.-PE 42-43 (1851).
Vi que ella [la Sra. Hastings] estaba sellada, que se levantaría y se pondría en pie sobre la tierra, y
estaría con los ciento cuarenta y cuatro mil, Vi que no necesitábamos afligirnos por ella;
descansada durante el tiempo de angustia.-2MS 301 (1850). 227
Los 144.000
Cantan "un cántico nuevo" delante del trono, un cántico que nadie podía aprender sino aquellos
ciento cuarenta y cuatro mil. Es el cántico de Moisés y del Cordero, un canto de liberación.
Ninguno sino los ciento cuarenta y cuatro mil pueden aprender aquel cántico, pues 273 es el
cántico de su experiencia -una experiencia que ninguna otra compañía ha conocido jamás. Son
"éstos, los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere". Habiendo sido trasladados de la
tierra, de entre los vivos, son contados por "primicias para Dios y para el Cordero" (Apoc. 15: 2-3;
14: 1-5). "Estos son los que han venido de grande tribulación"; han pasado por el tiempo de
angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación; han sentido la angustia del tiempo de la
aflicción de Jacob; han estado sin intercesor durante el derramamiento final de los juicios de Dios.CS 707 (1911).
No es su voluntad que entren en controversias por cuestiones que no los ayudarán
espiritualmente, tales como: ¿Quiénes han de componer los 144.000? Fuera de duda, esto lo
sabrán dentro de poco los que sean elegidos de Dios.-1MS 205 (1901).
El verdadero pueblo de Dios, que toma a pecho el espíritu de la obra del Señor y la salvación de las
almas, verá siempre al pecado en su verdadero carácter pecaminoso. Estará siempre de parte de
los que denuncian claramente los pecados que tan fácilmente asedian a los hijos de Dios.
Especialmente en la obra final que se hace en favor de la iglesia, en el tiempo del sellamiento de
los ciento cuarenta y cuatro mil que han de subsistir sin defecto delante del trono de Dios,
sentirán muy profundamente los yerros de los que profesan ser hijos de Dios. Esto lo expone con
mucho vigor la ilustración que presenta el profeta acerca de la última obra, bajo la figura de los
hombres que tenían sendas armas destructoras en las manos. Entre ellos había uno vestido de lino
que tenía a su lado un tintero. "Y díjole Jehová: Pasa por medio de la ciudad, por medio de
Jerusalem, y pon una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas
las abominaciones que se hacen en medio de ella." (Eze. 9:4.)
(joyas de los testimonios tomo 1 pag. 335)
El remanente despreciado queda vestido de gloriosos atavíos, que nunca han de ser ya
contaminados por las corrupciones del mundo. Sus nombres permanecen en el libro de la vida del
Cordero, registrados entre los fieles de todos los siglos. 179 Han resistido los lazos del engañador;
no han sido apartados de su lealtad por el rugido del dragón. Ahora están eternamente seguros de
los designios del tentador. Sus pecados han sido transferidos al originador de ellos.
Y ese residuo no sólo es perdonado y aceptado, sino honrado. Una "mitra limpia" es puesta sobre
su cabeza. Han de ser reyes y sacerdotes para Dios. Mientras Satanás estaba insistiendo en sus
acusaciones y tratando de destruir esta hueste, los ángeles santos, invisibles, iban de un lado a
otro poniendo sobre ellos el sello del Dios viviente. Ellos han de estar sobre el monte de Sión con
el Cordero, teniendo el nombre del Padre escrito en sus frentes. Cantan el nuevo himno delante
del trono, m himno que nadie puede aprender sino los ciento cuarenta y cuatro mil que fueron
redimidos de la tierra. "Estos, los que siguen al Cordero por donde quiera que fuera. Estos fueron
comprados de entre los hombres por primicias para Dios, y para el Cordero. Y en sus bocas no ha
sido hallado engaño; porque ellos son sin mácula delante del trono de Dios." (Apoc. 14: 4, 5.)
(joyas de los tetimonios tomo 2 pag. 178, 179)
En santa visión el profeta vio el postrer triunfo de la iglesia remanente de Dios. Esto fue lo que
escribió:
"Y vi así como un mar de vidrio mezclado con fuego; y los que habían alcanzado la victoria . . .estar
sobre el mar de vidrio, teniendo las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y
el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso;
justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos." (Apoc. 15:2, 3.)
"Y miré, y he aquí, el Cordero estaba sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil,
que tenían el nombre de su Padre escrito en sus f rentes." (Apoc. 14: 1.) En este 472 mundo
habían consagrado sus mentes a Dios; le habían servido con la inteligencia y el corazón; y ahora él
puede poner su nombre "en sus frentes." "Y reinarán para siempre jamás." (Apoc. 22:5.) No
entrarán y saldrán como quienes mendigan un lugar. Pertenecerán a aquellos de los cuales Cristo
dijo: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación
del mundo." Les dará la bienvenida como a hijos, diciéndoles: "Entra en el gozo de tu Señor." (Mat.
25:34, 2I.)
"Estos, los que siguen al Cordero por dondequiera que fuere. Estos fueron comprados de entre los
hombres por primicias para Dios y para el Cordero." (Apoc. 14:4, 5.) La visión del profeta los coloca
frente al Monte de Sión, ceñidos para un servicio santo, vestidos de lino blanco, que es la
justificación de los santos. Pero todo el que siga al Cordero en el cielo, primeramente tiene que
seguirle en la tierra, no con inquietud o caprichosamente, sino con confianza, amor y obediencia
voluntaria; como la oveja sigue al pastor.
"Y oí una voz de tañedores de arpas que tañían con sus arpas: y cantaban como un cántico nuevo
delante del trono, . . . y ninguno podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro
mil, los cuales fueron comprados de entre los de la tierra. . . . En sus bocas no ha sido hallado
engaño; porque ellos son sin mácula delante del trono de Dios." (Apoc. 14:2-5.) (hechos de los
apóstoles pag. 471, 472)
Los juicios de Dios están en la tierra. Las guerras y los rumores de guerras, la destrucción por fuego
e inundación, dicen claramente que el tiempo de angustia, el cual irá en aumento hasta el fin, está
cerca, a las puertas. No tenemos tiempo que perder. El mundo está perturbado por el espíritu de
la guerra. Las profecías del capítulo once de Daniel casi han alcanzado su cumplimiento final.
El viernes pasado, de mañana, justamente antes de levantarme, se presentó delante de mí una
escena muy impresionante. Me parecía que me había despertado de dormir, pero no en mi hogar.
Por las ventanas yo podía observar una terrible conflagración. Grandes esferas de fuego se
desplomaban sobre las casas, y desde esas bolas de fuego, saetas ígneas volaban en toda
dirección. Era imposible dominar los incendios que se iniciaban y muchos lugares estaban siendo
destruidos.*
Las ciudades de las naciones serán tratadas con estrictez, y sin embargo, no serán visitadas con la
extrema indignación de Dios, porque algunas almas renunciarán a lo engaños del enemigo, y se
arrepentirán y convertirán, mientras que las masas estarán atesorando ira para el día de la ira.* 24
(maranatta pag. 23, 24)
La gran masa de cristianos profesos sufrirá una amarga desilusión en el día del Señor. No tienen en
sus frentes el sello del Dios vivo. Por ser tibios e indiferentes deshonran a Dios mucho más que el
incrédulo declarado. Se mueven a tientas, en tinieblas, cuando podrían andar en la claridad
meridiana de la Palabra, guiados por Aquel que jamás se equivoca.
Aquellos a quienes el Cordero conducirá hacia fuentes de agua viva, y de cuyos ojos enjugará toda
lágrima, son los que ahora están recibiendo el conocimiento y la sabiduría revelados en la Biblia, la
Palabra de Dios. . .
No hemos de imitar a ningún ser humano. No existe ningún hombre suficientemente sabio que
pueda servirnos de ejemplo. Debemos contemplar al Hombre Cristo Jesús, en quien habita
plenamente la perfección de la justicia y la santidad. El es el Autor y el Consumador de nuestra fe.
El es el Hombre modelo. Su experiencia es la medida de la experiencia que nosotros debemos
obtener. Su carácter es nuestro modelo. Por lo tanto, apartemos nuestra mente de las
perplejidades y las dificultades de esta vida, y fijémosla en él, para que mediante la contemplación
podamos ser transformados a su semejanza. Podemos contemplar a Cristo con un fin elevado.
Podemos volvernos a él con seguridad pues es omnisapiente. A medida que lo contemplemos y
pensemos en él, se formará en nosotros él, la esperanza de gloria.
Esforcémonos con todo el poder que Dios nos ha dado para hallarnos entre los ciento cuarenta y
cuatro mil. Únicamente los que reciban el sello del Dios vivo obtendrán el salvoconducto para
entrar por las puertas de la Santa Ciudad.* 240 (maranatta pag. 239)
LOS CIENTO CUARENTA Y CUATRO MIL
Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta
y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente. (Apoc. 14: 1).
Delante del trono, sobre el mar de cristal -ese mar de vidrio que parece mezclado con fuego por lo
mucho que resplandece con la gloria de Dios-, hállase reunido el grupo de los que salieron
victoriosos de "la bestia y su imagen, y su marca, y el número de su nombre". Con el Cordero en el
Monte de Sion, "teniendo las arpas de Dios", están en pie los ciento cuarenta y cuatro mil que
fueron redimidos de entre los hombres; se oye una voz, como el estruendo de muchas aguas y
como el estruendo de un gran trueno, "una voz. . . como de arpistas que tocaban sus arpas".
Cantan "un cántico nuevo" delante del trono, un cántico que nadie podía aprender sino aquellos
ciento cuarenta y cuatro mil. Es el cántico de Moisés y del Cordero, un cántico de liberación.
Ninguno sino los ciento cuarenta y cuatro mil pueden aprender aquel cántico, pues es el cántico
de su experiencia -una experiencia que ningún otro grupo ha conocido jamás. "Estos son los que
siguen al Cordero por dondequiera que va". Habiendo sido trasladados de la tierra, de entre los
vivos, son contados por "primicias para Dios y para el cordero" (Apoc. 15: 2, 3; 14: 1-5). "Estos son
los que han salido de la gran tribulación", han pasado por el tiempo de angustia cual nunca ha sido
desde que ha habido nación; han sentido la angustia del tiempo de la aflicción de Jacob; han
estado sin intercesor durante el derramamiento final de los juicios de Dios. Pero han sido librados,
pues "han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero".
"En sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mácula" delante de Dios. "Por esto están
delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el
trono extenderá su tabernáculo sobre ellos" (Apoc. 7: 14, 15).
Han visto la tierra asolada con hambre y pestilencia, el sol que tenía el poder de quemar a los
hombres con su intenso calor, y ellos mismos han soportado padecimientos, hambre y sed. Pero
"no tendrán hambre, ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno" (Apoc. 7: 14-16). *
327
LA GRAN MULTITUD DE LOS REDIMIDOS
Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y
tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos
de ropas blancas, y con palmas en las manos. (Apoc. 7: 9).
Todas las clases, todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas estarán ante el trono de Dios y del
Cordero con sus vestidos inmaculados y sus coronas adornadas con piedras preciosas. Dijo el
ángel: "Estos son los que han venido de grande tribulación, y han lavado sus ropas y las han
emblanquecido, mientras los amadores de placeres más que de Dios, los sensuales y
desobedientes, han perdido ambos mundos. No tienen las cosas de esta vida ni la vida inmortal".
Aquella multitud triunfante con cantos de victoria, coronas y arpas, ha pasado por el horno de
fuego de la aflicción terrena cuando estaba caldeado y ardía intensamente. Vienen de la miseria,
el hambre y la tortura, de la abnegación profunda y los amargos desengaños. Miradlos ahora
como vencedores, no ya pobres, ni apenados, ni afligidos y odiados de todos por causa de Cristo.
Contemplad sus atavíos celestiales, blancos y resplandecientes, más preciosos que cualquier
vestido real. Mirad por fe sus coronas adornadas con piedras preciosas; nunca una diadema
semejante engalanó la frente de ningún monarca terreno.
Escuchad sus voces cuando cantan resonantes hosanas mientras agitan las palmas de la victoria.
Una música hermosa llena el cielo cuando sus voces entonan estas palabras: "Digno, digno es el
Cordero que fue inmolado y resucitó para siempre. Salvación a nuestro Dios que está sentado en
el trono, y al Cordero". Y la hueste angélica, ángeles y arcángeles, querubines cubridores y
gloriosos serafines, repiten el estribillo de aquel canto gozoso y triunfal diciendo: "Amén. La
bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a
nuestro Dios por los siglos de los siglos" (Apoc. 7: 12). *
¡Oh!, en ese día quedará a la vista de los justos fueron sabios, en tanto que los pecadores fueron
necios . . .Su paga será humillación y desprecio eternos. Los que hayan sido colaboradores de
Cristo estarán entonces junto al trono de Dios, revestidos de pureza y del manto de la justicia
eterna. * 328 (maranatta pag.326, 327)
SERAN LLAMADOS EN UNA RESURRECCION ESPECIAL
Mensaje a un esposo y a unos hijos en ocasión de la pérdida de la esposa y madre
ESTIMADO HERMANO:
Casi no sé qué decirle. La noticia de la muerte de su esposa fue abrumadora para mí. Casi no pude
creerla, y ahora a duras penas puedo admitirla. Dios me dio una visión el último sábado de noche,
y se la voy a referir... 301 Vi que ella estaba sellada, que se levantaría y se pondría en pie sobre la
tierra, y estaría con los ciento cuarenta y cuatro mil. Vi que no necesitábamos afligirnos por ella;
descansaría durante el tiempo de angustia; lo único que debería afligirnos debería ser nuestra
pérdida experimentada al ser privados de su compañía. Vi que su muerte seria para bien.
Le advierto a F y al resto de los niños que deben prepararse para encontrarse con Jesús, y
entonces volverán a encontrar a su madre, para no apartarse más. Oh, niños, ¿obedeceréis las
fieles advertencias que os dio vuestra madre mientras estaba con vosotros, y haréis vuestra parte
para que todas las oraciones que ella ofreció a Dios por vosotros no sean como aguas derramadas
sobre la tierra? Preparaos para encontraros con Jesús, y todo estará bien. Entregad vuestros
corazones a Dios y no descanséis ni un solo día hasta saber que Dios os ama.
Querido hermano, hemos orado a Dios para que lo reconforte y lo fortalezca, a fin de que pueda
soportar su pérdida. Dios lo acompañará y lo sostendrá. Tan sólo tenga fe. . .
No se aflija como los que no tienen esperanza. La tumba puede retenerla sólo por un poco de
tiempo. Espere en Dios y reanímese, querido hermano, y volverá a reunirse con ella dentro de
poco. No dejaremos de orar para que las bendiciones de Dios descansen sobre Ud. y su familia.
Dios será su sol y su escudo. Estará junto a Ud. en ésta, su gran aflicción y prueba. Soporte bien la
prueba y recibirá la corona de gloria juntamente con su compañera a la venida de Jesús. Aférrese a
la fe, y Ud. y ella serán coronados de gloria, honra, inmortalidad y vida eterna (Carta 10, 1850).
(mensajes selectos tomo 2)
Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que
tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel,
clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de
segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube
metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada. Salió otro ángel del templo que está en el cielo,
teniendo también una hoz aguda. Apoc. 14:14-17.
Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Heb. 4:9.
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una
esposa ataviada para su marido. Apoc. 21:2.
Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta
y cuatro mil que tenían el nombre de él y el de su Padre, escrito en la frente. Apoc. 14:1.
Despues me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del
trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el
árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto, y las hojas del árbol eran para
la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en
ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más
noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los
iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos. Apoc. 22:1-5. 32
( primeros escritos pag. 31)
EL SELLAMIENTO
Al principiar el santo sábado 5 de enero de 1849, nos dedicamos a la oración con la familia del
Hno. Belden en Rocky Hill, Connecticut, y el Espíritu Santo descendió sobre nosotros. Fui
arrebatada en visión al lugar santísimo, donde vi a Jesús intercediendo todavía por Israel. En la
parte inferior de su ropaje, llevaba una campanilla y una granada. Entonces vi que Jesús no dejaría
el lugar santísimo antes que estuviesen decididos todos los casos, ya para salvación, ya para
destrucción, y que la ira de Dios no podía manifestarse mientras Jesús no hubiese concluido su
obra en el lugar santísimo y dejado sus vestiduras sacerdotales, para revestirse de ropaje de
venganza. Entonces Jesús saldrá de entre el Padre y los hombres, y Dios ya no callará, sino que
derramará su ira sobre los que rechazaron su verdad. Vi que la cólera de las naciones, la ira de
Dios y el tiempo de juzgar a los muertos, eran cosas separadas y distintas, que se seguían, una a
otra. También vi que Miguel no se había levantado aún, y que el tiempo de angustia, cual no lo
hubo nunca, no había comenzado todavía. Las naciones se están airando ahora, pero cuando
nuestro Sumo Sacerdote termine su obra en el santuario, se levantará, se pondrá las vestiduras de
venganza, y entonces se derramarán las siete postreras plagas.
Vi que los cuatro ángeles iban a retener los vientos mientras no estuviese hecha la obra de Jesús
en el santuario, y que entonces caerían las siete postreras plagas. Estas enfurecieron a los
malvados contra los justos, pues los primeros pensaron que habíamos atraído los juicios de Dios
sobre ellos, y que si podían raernos de la tierra las plagas se detendrían. Se promulgó un decreto
para matar a los santos, lo cual los hizo clamar día y noche por su libramiento. Este 37 fue el
tiempo de la angustia de Jacob. Entonces todos los santos clamaron en angustia de ánimo y fueron
libertados por la voz de Dios. Los 144,000 triunfaron. Sus rostros quedaron iluminados por la gloria
de Dios. Entonces se me mostró una hueste que aullaba de agonía. Sobre sus vestiduras estaba
escrito en grandes caracteres: "Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto." Pregunté acerca
de quiénes formaban esta hueste. El ángel me dijo: "Estos son los que una vez guardaron el
sábado y lo abandonaron." Los oí clamar en alta voz: "Creímos en tu venida, y la proclamamos con
energía." Y mientras hablaban, sus miradas caían sobre sus vestiduras, veían lo escrito y
prorrumpían en llanto. Vi que habían bebido de las aguas profundas, y hollado el residuo con los
pies pisoteado el sábado- y que por esto habían sido pesados en la balanza y hallados faltos.
Entonces el ángel que me acompañaba dirigió de nuevo mi atención a la ciudad, donde vi cuatro
ángeles que volaban hacia la puerta. Estaban presentando la tarjeta de oro al ángel de la puerta,
cuando vi a otro ángel que, volando raudamente, venía desde la dirección de donde procedía la
excelsa gloria, y clamaba en alta voz a los demás ángeles mientras agitaba algo de alto abajo con la
mano. Le pregunté a mi guía qué significaba aquello, y me respondió que por el momento yo no
podía ver más, pero que muy pronto me explicaría el significado de todas aquellas cosas que veía.
El sábado por la tarde, enfermó uno de nuestros miembros, y solicitó oraciones para recobrar la
salud. Todos nos unimos en súplica al Médico que nunca perdió un caso, y mientras el poder
curativo bajaba a sanar al enfermo el Espíritu descendió sobre mí y fui arrebatada en visión.
Vi cuatro ángeles que habían de hacer una labor en la tierra y andaban en vías de realizarla. Jesús
vestía ropas sacerdotales. Miró compasivamente al pueblo remanente, y alzando las manos
exclamó con voz de profunda compasión: "¡Mi sangre, Padre, mi sangre, mi sangre, mi sangre!"
Entonces 38 vi que de Dios, sentado en el gran trono blanco, salía una luz en extremo refulgente
que derramaba sus rayos en derredor de Jesús. Después vi un ángel comisionado por Jesús para ir
rápidamente a los cuatro ángeles que tenían determinada labor que cumplir en la tierra, y
agitando de arriba abajo algo que llevaba en la mano, clamó en alta voz: "¡Retened! ¡Retened!
¡Retened! ¡Retened¡ hasta que los siervos de Dios estéis sellados en la frente."
Pregunté a mi ángel acompañante qué significaba lo que oía y qué iban a hacer los cuatro ángeles.
Me respondió que Dios era quien refrenaba las potestades y que encargaba a sus ángeles de todo
lo relativo a la tierra; que los cuatro ángeles tenían poder de Dios para retener los cuatro vientos,
y que estaban ya a punto de soltarlos, pero mientras aflojaban las manos y cuando los cuatro
vientos iban a soplar, los misericordiosos ojos de Jesús vieron al pueblo remanente todavía sin
sellar, y alzando las manos hacia su Padre intercedió con él, recordándole que había derramado su
sangre por ellos. En consecuencia se le mandó a otro ángel que fuera velozmente a decir a los
cuatro que retuvieran los vientos hasta que los siervos de Dios fuesen sellados en la frente con el
sello de Dios. 39
EL AMOR DE DIOS POR SU PUEBLO
He visto el tierno amor de Dios por su pueblo, y es muy grande. Vi ángeles que extendían sus alas
sobre los santos. Cada santo tenía su ángel custodio. Si los santos lloraban desalentados o estaban
en peligro, los ángeles que sin cesar los asistían, volaban con presteza a llevar la noticia, y los
ángeles de la ciudad cesaban de cantar. Entonces Jesús comisionaba a otro ángel para que bajase
a alentarlos, vigilarlos y procurar que no se apartaran del sendero estrecho; pero si los santos
desdeñaban el vigilante cuidado de aquellos ángeles, rechazaban su consuelo y seguían
extraviados, los ángeles se entristecían y lloraban. Llevaban allá arriba la noticia, y todos los
ángeles de la ciudad se echaban a llorar y en alta voz decían: "Amén." Pero si los santos fijaban los
ojos en el premió que los aguardaba y glorificaban a Dios en alabanza, entonces los ángeles
llevaban a la ciudad la grata nueva, y los ángeles de la ciudad tañían sus áureas arpas, y cantaban
en alta voz: "¡Aleluya!" y por las bóvedas celestes repercutían sus hermosos cánticos.
En la santa ciudad hay perfecto orden y armonía. Todos los ángeles comisionados para visitar la
tierra llevan una tarjeta de oro que, al salir o entrar en la ciudad, presentan a los ángeles de la
puerta. El cielo es un lugar agradable. Yo anhelo estar allí y contemplar a mi hermoso Jesús que
por mí dio la vida, y ser transmutada a su gloriosa, imagen. ¡Oh! ¡quién me diera palabras para
expresar la gloria del brillante mundo venidero! Estoy sedienta de las vivas corrientes que alegran
la ciudad de nuestro Dios.
El Señor me mostró en visión otros mundos. Me fueron dadas alas y un ángel me acompañó desde
la ciudad a un lugar brillante y glorioso. La hierba era de un verde vivo y las aves gorjeaban un
dulce canto. Los moradores de aquel 40 lugar eran de todas estaturas; eran nobles, majestuosos y
hermosos. Llevaban, la manifiesta imagen de Jesús, y su semblante refulgía de santo júbilo, como
expresión de la libertad y dicha que en aquel lugar disfrutaban. Pregunté a uno de ellos por qué
eran mucho más bellos que los habitantes de la tierra, y me respondió: "Hemos vivido en estricta
obediencia a los mandamientos de Dios, y no incurrimos en desobediencia como los habitantes de
la tierra." Después vi dos árboles, uno de los cuales se aprecia mucho al árbol de vida de la ciudad.
El fruto de ambos era hermoso, pero no debían comer de uno de ellos. Hubieran podido comer de
los dos, pero les estaba vedado comer de uno. Entonces el ángel que me acompañaba me dijo:
"Nadie ha probado aquí la fruta del árbol prohibido, y si de ella comieran, caerían." Después me
transportaron a un mundo que tenía siete lunas; donde vi al anciano Enoc, que había sido
trasladado. Llevaba en su brazo derecho una esplendente palma, en cada una de cuyas hojas se
leía escrita la palabra: "Victoria." Ceñía sus sienes una brillante guirnalda blanca con hojas, en el
centro leía: "Pureza." Alrededor de la guirnalda había piedras preciosas de diversos colores que
resplandecían más vivamente que las estrellas y , reflejando su fulgor en las letras, las
magnificaban. En la parte posterior de la cabeza llevaba un moño que sujetaba la guirnalda, y en él
estaba escrita la palabra: "Santidad." Sobre la guirnalda ceñía Enoc una corona más brillante que el
sol. Le pregunté si aquel era el lugar adonde lo habían transportado desde la tierra. El me
respondió: "No es éste. Mi morada es la ciudad, y he venido a visitar este sitio." Andaba por allí
como si estuviese en casa. Supliqué a mi ángel acompañante que me dejara permanecer allí. No
podía sufrir el pensamiento de volver a este tenebroso mundo. El ángel me dijo entonces: "Debes
volver, y si eres fiel, tendrás, con los 144,000, el privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra
de las manos de Dios." 41 (primeros escritos)
Este residuo, existente en tiempo de las señales y los prodigios que anuncian el día grande y
terrible de Jehová, es sin duda el residuo de la simiente de la mujer que se menciona en
Apocalipsis 12:17: la 144 última generación de la iglesia en la tierra. "Entonces el dragón se llenó
de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que
guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo."
El resto o residuo de la iglesia evangélica ha de tener los dones. Se le hace la guerra porque guarda
los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesucristo. (Apoc. 12:17.) En Apocalipsis 19:10
se define el testimonio de Jesús como el espíritu de profecía. Dijo el ángel; "Yo soy consiervo tuyo,
y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús." En Apocalipsis 22:9, repite más o menos
lo mismo como sigue: "Soy consiervo tuyo," y "de tus hermanos los profetas." Comparando un
pasaje con otro notamos la fuerza de la expresión: "El testimonio de Jesús es el espíritu de la
profecía. " Pero el testimonio de Jesús incluye todos los dones de aquel Espíritu. Dice
Pablo:"Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo
Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así
como el testimonió acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os
falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo." (1 Cor. 1:4-7.) El
testimonio de Cristo fue confirmado en la iglesia de Corinto; y ¿cuál fue el resultado? En cuanto a
los dones nadie le llevaba la delantera, ¿No estamos, pues, justificados al concluir que cuando el
remanente o residuo esté del todo confirmado en el testimonio de Jesús, nadie le llevará la
delantera en cuanto a los dones, mientras aguarda la venida de nuestro Señor Jesucristo
(primeros escritos pag 143)
Mi primera visión*
como Dios me ha mostrado el camino que el pueblo adventista ha de recorrer en viaje a la santa
ciudad, así como 14 la rica recompensa que se dará a quienes aguarden a su Señor cuando regrese
del festín de bodas, tengo quizás el deber de daros un breve esbozo de lo que Dios me ha
revelado. Los santos amados tendrán que pasar por muchas pruebas. Pero nuestras ligeras
aflicciones, que sólo duran un momento, obrarán para nosotros un excelso y eterno peso de gloria
con tal que no miremos las cosas que se ven, porque éstas son pasajeras, pero las que no se ven
son eternas. He procurado traer un buen informe y algunos racimos de Canaán, por lo cual
muchos quisieran apedrearme, como la congregación amenazó hacer con Caleb y Josué por su
informe. (Núm. 14:10.) Pero os declaro, hermanos y hermanas en el Señor, que es una buena
tierra, y bien podemos subir y tomar posesión de ella.
Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me
pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra
para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo:
"Vuelve a mirar un poco más arriba." Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por
encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad que se
veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una
brillante luz, que, según me dijo ,un ángel, era el "clamor de media noche." Esta luz brillaba a todo
lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran.
Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros.
Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que
contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso
brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban:
"¡Aleluya!" Otros 15 negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era
Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba
detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a
Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto oímos la voz de
Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús.
Los 144,000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron
que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros
el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios,
como le sucedió a Moisés al bajar del Sinaí.
Los 144,000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente llevaban escritas estas
palabras: "Dios, nueva Jerusalén," y además una brillante estrella con el nuevo nombre de Jesús.
Los impíos se enfurecieron al vernos en aquel santo y feliz estado, y querían apoderarse de
nosotros para encarcelarnos, cuando extendimos la mano en el nombre del Señor y cayeron
rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de Satanás que Dios nos había amado, a
nosotros que podíamos lavarnos los pies unos a otros y saludarnos fraternalmente con ósculo
santo, y ellos adoraron a nuestras plantas. (Véase el Apéndice.)
Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra del
tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo
del hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose
cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior
parecía fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles
cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, 16
blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies
parecían de fuego; en la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta
de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban de par en par a sus hijos. Palidecieron
entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de aquellos a quienes Dios había
rechazado. Todos nosotros exclamamos: "¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin
manchas?" Después cesaron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio
cuando Jesús dijo: "Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos
mi gracia." Al escuchar estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos los
corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se
acercaba a la tierra.
Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él iba descendiendo en la nube,
rodeado de llamas de fuego. Miró las tumbas de sus santos dormidos. Después alzó los ojos y las
manos hacia el cielo, y exclamó: "¡Despertad! ¡Despertad! ¡Despertad los que dormís en el polvo, y
levantaos!" Hubo entonces un formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los
muertos revestidos de inmortalidad. Los 144,000 exclamaron "¡Aleluya!" al reconocer a los amigos
que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante nosotros fuimos transformados
y nos reunimos con ellos para encontrar al Señor en el aire.
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio, donde Jesús
sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano. Nos dio también arpas de oro y palmas de
victoria. En el mar de vidrio, los 144,000 formaban un cuadrado perfecto. Algunas coronas eran
muy brillantes y estaban cuajadas de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin
embargo, todos estaban perfectamente satisfechos con su corona. Iban vestidos con un
resplandeciente manto blanco desde los hombros hasta los pies. 17 Había ángeles en todo nuestro
derredor mientras íbamos por el mar de vidrio hacia la puerta de la ciudad. Jesús levantó su brazo
potente y glorioso y, posándolo en la perlina puerta, la hizo girar sobre sus relucientes goznes y
nos dijo: "En mi sangre lavasteis vuestras ropas y estuvisteis firmes en mi verdad. Entrad." Todos
entramos, con el sentimiento de que teníamos perfecto derecho a estar en la ciudad.
Allí vimos el árbol de la vida y el trono de Dios, del que fluía un río de agua pura, y en cada lado del
río estaba el árbol de la vida. En una margen había un tronco del árbol y otro en la otra margen,
ambos de oro puro y transparente. Al principio pensé que había dos árboles; pero al volver a mirar
vi que los dos troncos se unían en su parte superior y formaban un solo árbol. Así estaba el árbol
de la vida en ambas márgenes del río de vida. Sus ramas se inclinaban hacia donde nosotros
estábamos, y el fruto era espléndido, semejante a oro mezclado con plata.
Todos nos ubicamos bajo el árbol, y nos sentamos para contemplar la gloria de aquel paraje,
cuando los Hnos. Fitch y Stockman, que habían predicado el Evangelio del reino y a quienes Dios
había puesto en el sepulcro para salvarlos, se llegaron a nosotros y nos preguntaron qué había
sucedido mientras ellos dormían. (Véase el Apéndice.) Procuramos recordar las pruebas más
graves por las que habíamos pasado, pero resultaban tan insignificantes frente al incomparable y
eterno peso de gloria que nos rodeaba, que no pudimos referirlas y todos exclamamos: " ¡Aleluya!
Muy poco nos ha costado el cielo." Pulsamos entonces nuestras áureas arpas cuyos ecos
resonaron en las bóvedas del cielo.
Con Jesús al frente, descendimos todos de la ciudad a la tierra, y nos posamos sobre una gran
montaña que, incapaz de sostener a Jesús, se partió en dos, de modo que quedó hecha una vasta
llanura. Miramos entonces y vimos la gran ciudad con doce cimientos y doce puertas, tres en cada
uno de sus cuatro lados y un ángel en cada puerta. Todos 18 exclamamos: "¡La ciudad! ¡la gran
ciudad! ¡ya baja, ya baja de Dios, del cielo" Descendió, pues, la ciudad, y se asentó en el lugar
donde estábamos. Comenzamos entonces a mirar las espléndidas afueras de la ciudad. Allí vi
bellísimas casas que parecían de plata, sostenidas por cuatro columnas engastadas de preciosas
perlas muy admirables a la vista. Estaban destinadas a ser residencias de los santos. En cada una
había un anaquel de oro. Vi a muchos santos que entraban en las casas y, quitándose las
resplandecientes coronas, las colocaban sobre el anaquel. Después salían al campo contiguo a las
casas para hacer algo con la tierra, aunque no en modo alguno como para cultivarla como
hacemos ahora. Una gloriosa luz circundaba sus cabezas, y estaban continuamente alabando a
Dios.
Vi otro campo lleno de toda clase de flores, y al cortarlas, exclamé: "No se marchitarán." Después
vi un campo de alta hierba, cuyo hermosísimo aspecto causaba admiración. Era de color verde
vivo, y tenía reflejos de plata y oro al ondular gallardamente para gloria del Rey Jesús. Luego
entramos en un campo lleno de toda clase de animales: el león, el cordero, el leopardo y el lobo,
todos vivían allí juntos en perfecta unión. Pasamos por en medio de ellos, y nos siguieron
mansamente. De allí fuimos a un bosque, no sombrío como los de la tierra actual, sino
esplendente y glorioso en todo. Las ramas de los árboles se mecían de uno a otro lado, y
exclamamos todos: "Moraremos seguros en el desierto y dormiremos en los bosques."
Atravesamos los bosques en camino hacia el monte de Sión.
En el trayecto encontramos a un grupo que también contemplaba la hermosura del paraje. Advertí
que el borde de sus vestiduras era rojo; llevaban mantos de un blanco purísimo y muy brillantes
coronas. Cuando los saludamos pregunté a Jesús quiénes eran, y me respondió que eran mártires
que habían sido muertos por su nombre. Los acompañaba una innúmera hueste de pequeñuelos
que también tenían 19 un ribete rojo en sus vestiduras. El monte de Sión estaba delante de
nosotros, y sobre el monte había un hermoso templo. Lo rodeaban otros siete montes donde
crecían rosas y lirios. Los pequeñuelos trepaban por los montes o, si lo preferían, usaban sus alitas
para volar hasta la cumbre de ellos y recoger inmarcesibles flores. Toda clase de árboles
hermoseaban los alrededores del templo: el boj, el pino, el abeto, el olivo, el mirto, el granado y la
higuera doblegada bajo el peso de sus maduros higos, todos embellecían aquel paraje. Cuando
íbamos a entrar en el santo templo, Jesús alzó su melodiosa voz y dijo: "Unicamente los 144,000
entran en este lugar." Y exclamamos: "¡Aleluya!"
Este templo estaba sostenido por siete columnas de oro transparente, con engastes de
hermosísimas perlas. No me es posible describir las maravillas que vi. ¡Oh, si yo supiera el idioma
de Canaán ¡Entonces podría contar algo de la gloria del mundo mejor! Vi tablas de piedra en que
estaban esculpidos en letras de oro los nombres de los 144,000. Después de admirar la gloria del
templo, salimos y Jesús nos dejó para ir a la ciudad. Pronto oímos su amable voz que decía: "Venid,
pueblo mío; habéis salido de una gran tribulación y hecho mi voluntad. Sufristeis por mi. Venid a la
cena, que yo me ceñiré para serviros." Nosotros exclamamos: "¡Aleluya! ¡Gloria!" y entramos en la
ciudad. Vi una mesa de plata pura, de muchos kilómetros de longitud y sin embargo nuestra vista
la abarcaba toda. Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, almendras, higos, granadas, uvas y
muchas otras especies de frutas. Le rogué a Jesús que me permitiese comer del fruto y respondió:
"Todavía no. Quienes comen del fruto de este lugar ya no vuelven a tierra. Pero si eres fiel, no
tardarás en comer del fruto del árbol de la vida y beber del agua del manantial." Y añadió: "Debes
volver de nuevo a la tierra y referir a otros lo que se te ha revelado." Entonces un ángel me
transportó suavemente a este obscuro mundo. A veces me parece que no puedo ya 20
permanecer aquí; tan lóbregas me resultan todas las cosas de la tierra. Me siento muy solitaria
aquí, pues he visto una tierra mejor. ¡Ojalá tuviese alas de paloma! Echaría a volar para obtener
descanso. (primeros escritos) (testimonios selectos tomo 1
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