Comentario al trabajo “El poder del psicoanálisis”

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Comentario al trabajo “El poder del psicoanálisis”
de Jorge Winocur
Un psicoanálisis que quiere seguir siendo psicoanálisis
Un modo de pensar
Stella M.Onetto1
Este trabajo salió publicado en la Revista de Psicoanálisis del año 1996 en el número
especial Internacional sobre “El Poder”. No fue fácil el camino. Fue rechazado en primera
instancia. Parecía que un “cierto tono panfletario” truncaba las posibilidades de darlo
a luz. Es que por esos tiempos, J. Winocur ya empezaba a sentir cierta preocupación
por los destinos del psicoanálisis, disciplina a la que le había dedicado su vida, su interés,
sus escritos, su capacidad docente en seminarios a los que tantos acudimos por sugerencia de colegas de su generación que conocían la pasión de Winocur por la obra de
Sigmund Freud expresada a la vez en una lectura minuciosa, fiel y personal.
Identificado profundamente con Freud, no iba a abandonar su interés de expresarse
en las páginas de la Revista, a pesar de los tropiezos de las primeras dificultades. Como
en otras ocasiones semejantes, lo revisó y reelaboró, sin excluir lo esencial, y así “de los
fracasos y de la adecuada elaboración de los mismos” como hizo Freud con su instrumento psicoanalítico, “El poder del psicoanálisis” pudo alcanzar la meta: la publicación.
J. Winocur sentía que el psicoanálisis era un arma poderosa que había nacido del
rechazo de las histéricas a la hipnosis y así lo transmitía en sus escritos y en sus clases.
El trabajo del psicoanálisis actúa per vía de levare, levantando represiones y transformando las resistencias en aliados “que reman en el mismo bote”, como gustaba decir
de la transferencia.
No temía la pérdida del poder del psicoanálisis, siempre que siguiera siendo psicoanálisis. Decía Jorge Winocur:
“Más de una vez escuché decir: ‘Freud no alcanza’. La última vez fue en una reunión
psicoanalítica en la que colegas de distintas corrientes realizaban sus exposiciones. Me
pareció que quien lo decía, paradójicamente, esperaba que Freud lo hubiese dicho todo.
Mi particular insistencia en y con Freud, no significa desconocer los desarrollos posteriores. Pero siempre he creído y lo sigo creyendo que la obra de Freud sigue siendo
nuestro principal referente. Podemos acordar o no, pero no podemos dejarla a un lado
como algo obsoleto o perimido, como a veces pareciera pretenderse. Pienso que, y al
menos por un tiempo, todo progreso y toda innovación, tendrá que seguir siendo, y
1. [email protected] / Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
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esa es la manera de mantenerlo vivo, a partir de, o en contradicción con Freud, porque
una teoría —en este caso la teoría psicoanalítica— en tanto no esté aún terminada de
armar, pero en tanto tenga la pretensión de seguir siendo ella misma, se va construyendo
con lo nuevo, pedazo por pedazo, a partir de lo conocido previamente. A mi criterio,
no de cualquier manera, como algo descolgado, sino en algún tipo de continuidad o
relación crítica con lo anterior... Y si en algún momento surgiese algún nuevo paradigma,
capaz de romper con todo lo anterior, entonces sí habremos dado el gran salto epistemológico, como en su momento lo hizo Freud. Pero ya no será psicoanálisis, será otra
teoría y tendrá otro nombre (Winocur, 1999.).
Jorge Winocur estaba dispuesto a dialogar y debatir con cuestionamientos que se le
hacían a su línea freudiana desde otras perspectivas. Lo hizo con A. Garma, con M.
Klein, con W. Baranger, con J. Laplanche, con A. Green, con J. Lacan. Debates psicoanalíticos dentro de la infinidad de líneas abiertas que brindaba la obra y por donde
él mismo desarrolló sus lecturas personales en lo que insistía, mantenía el espíritu
del fundador. Pero también mostraba preocupación porque observaba como en los
últimos tiempos de la llamada era postmoderna (el ideal cultural actual) volvía a insistir, con nuevos ropajes y viejas recetas, en la renuncia pulsional y el progreso hacia
la espiritualidad.
Fiel a Freud respecto de su filiación al enfoque empírico, no desdeñaba su formación
médica original. Al igual que otros autores consideraba como un cambio externo y
un tanto superficial, la insistencia en el enfoque lingüístico —narrativo— hermenéutico, en el lenguaje por encima de la observación (Ahumada, 1995).
Más cerca de la humildad que de la soberbia, J. Winocur propuso en sus textos,
desarrollos referidos a una continuidad entre lo animal y lo humano, el instinto y la
pulsión, la neurosis y la psicosis, el yo y el ello (Buchner-Onetto, 1994).
No le otorgaba al lenguaje un lugar de privilegio, como paradigma de ruptura o de
clivaje. Sí como transformador y complejizador del aparato psíquico. Como instrumento
para elaboración de conflictos. Privilegio soberano, no. Una cita de J. Ahumada en
consonancia con J. Winocur: “Se ha vuelto natural otorgar al lenguaje autonomía e incluso soberanía. La psicología del individuo pasa a ser aquello que le permite comprender el lenguaje. Tal como es, en tanto que el mundo pasa a ser lo que se requiere
para que sean verdad los asertos verdaderos del lenguaje” (Blackburn S. 1985 Pp5-6
Ahumada J: Rev. de Psicoanálisis- 1985 Número especial internacional: El cuerpo).
Como autor de numerosos trabajos, Winocur no estaba dispuesto a reducir el psicoanálisis a una postura que propusiese ceñir la investigación a la relación entre los
hablantes y el lenguaje. Al contrario confiaba profundamente en el poder del psicoanálisis como arma para liberar al debilitado yo de alguna de sus ataduras y vasallajes.
Confiaba en su fuerza impulsora, actualizando con relecturas permanentes su capacidad de penetración. Así lo transmitía a través del análisis de los sueños, los síntomas,
los recuerdos, la transferencia y las enfermedades psicosomáticas. Señala en “El cuerpo
del psicoanálisis” (1996):
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Intentaré, en primer lugar, incluir el cuerpo dentro del cuerpo teórico-clínico del
psicoanálisis, principalmente del pensamiento de Freud… mi interés actual es mostrar el trabajo del aparato psíquico con el cuerpo y la cualidad plástica de este
último como significante material de los procesos psíquicos inconscientes…El lenguaje es primitivamente lenguaje corporal. El cuerpo habla en un lenguaje simbólico
y arcaico. Pero el lenguaje, ya que él mismo es lengua -y lengua en el más puro sentido
corporal-, utiliza la palabra también de un modo simbólico, pero en un nivel más
evolucionado y abstracto. Y la palabra, y el pensamiento mismo, no dejan de ser
una partícula de acción e inervación corporal
De modo que el lenguaje, que fue originariamente puro lenguaje corporal, nunca
podrá dejar de seguir siéndolo -aun el más esquizofrénico o abstracto- mientras
subsista el mínimo vestigio de representación-cosa inconsciente capaz de echar
alguna sombra sobre la representación-palabra.
Así como la investigación y el tratamiento de las psicosis nos podrían permitir,
un atisbo “por encima del muro narcisista”, también pensó que quizá la hipocondría
y la enfermedad orgánica nos permitirían entrever algo más allá de ese otro muro
narcisista que es el cuerpo.
Amante de los debates interdisciplinarios, J. Winocur no dejaba de alertarnos
acerca de las discusiones estériles que se alejaban de la cosa, de la representación de
cosa, anclaje necesario para no perder pie. Su clínica estaba interesada en develar lo
oculto, lo perdido, lo apartado y allí, donde no quedaban ya recuerdos, ir a buscar
en el análisis de los sueños y las transferencias.
En los años ochenta, un grupo de jóvenes en formación fuimos convocados por
él para investigar y discutir los enigmas de la transferencia. J. Winocur coordinaba
el grupo esa vez, con el objetivo de producir un trabajo que luego tituló: “La transferencia es un delirio; su elucidación requiere trabajo interpretativo, deductivo y de
construcción”. Ese título, al modo de un haiku, condensa una de sus ideas fuertes
sobre cómo leer la clínica cuando el vínculo transferencial estimula el surgimiento
de recuerdos y actúa como disparador de una escena importante de la historia del
paciente, la que retorna idéntica o distorsionada en el setting analítico, como prefería
decir en lugar de encuadre. (Winocur, 1982)
Una paciente con colitis ulcerosa que pudimos seguir en supervisiones con Jorge
nos ilustró su modo de pensar la clínica: Luego de un período de progresos en su
sintomatología, comenzó otro, de impasse en el tratamiento. Winocur nos comentó
un sueño de la paciente:
Mientras dormía una siesta en la reposera del patio de su casa de la infancia despertó
molesta porque la estaba picando un tábano. Riendo asoció que el tábano era yo, su
analista, que no la dejaba dormir tranquila. Reflejaba así ese período resistencial en
el que se defendía del análisis como de sus impulsos que la llevaban del encierro en
la casa materna y el cuerpo doliente, a conquistas en la vida amorosa y el mundo ex-
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terior. Sus resistencias al servicio de la pulsión de muerte peleaban por el poder y así
se oponía a avanzar en el desasimiento de las represiones y despertar a la vida. Además,
aquel patio del sueño había sido escenario de juegos sexuales infantiles con sus primos
(el analista en la transferencia) su primeras investigaciones conscientes que recordaba
con placer y de las que se sentía muy culpable. Esa culpa la había guiado luego en su
adolescencia a una equívoca elección por la vida religiosa, donde comenzaron sus síntomas ulcerosos por primera vez.
Las supervisiones con Jorge y su pasión contagiosa en la tarea volvían interesante la
clínica de todos los días, favoreciendo la transferencia con el psicoanálisis tanto del
paciente como de los analistas que a su consultorio acudíamos, convirtiéndose así,
él también, en ese tábano curioso e insistente, que nos estimulaba a despertar.
Seguramente de allí surgió la inspiración para crear un Centro de Supervisiones
Clínicas para la formación psicoanalítica de jóvenes profesionales, en el que coordinó
un entusiasta grupo de estudio con psiquiatras, psicólogos, psicopedagogos y pediatras
sobre la obra de S. Freud durante el período 2005-2014.
La metapsicología sostenía la práctica de J. Winocur como un instrumento que
en su lectura y elaboración se volvía más y más atractivo, útil y necesario, orientando
al analista con la luz del aparato psíquico de la primera tópica, al que describía como
narcisista y bidimensional, diseñado para apartarse de los estímulos, incapaz de
tolerar cualquier incremento de tensión funcionando de un modo reflejo como el
del caso que acabo de presentar y otras patologías graves.
Subrayaba Winocur que el aparato psíquico formulado de la segunda tópica adquiere corporeidad, estructura tridimensional, profundidad: “No solo a través del
descubrimiento de que el yo es también inconsciente, sino también, en el sentido de
ir desplegándose en la dimensión de un escenario interior” Y continúa afirmando:
“La conceptualización del superyó exigió teóricamente la consideración del conflicto
como interiorizado, como un conflicto entre instancias, descriptas cada vez más
como personas; como por ejemplo el diálogo figurado que entabla el yo con el ello
cuando le dice: ‘Mira, puedes amarme también a mí; soy tan parecido al objeto’”.
Esa metapsicología del 15, la que está cumpliendo 100 años, la veíamos funcionar
en las supervisiones, dándole marco teórico a cada crisis transferencial, a los impasse
entendidos como el retorno de las escenas pasadas en lo actual de la transferencia con
el analista, presentándose unas veces como recuerdo , otras como sueños, otras como
delirios, como lo siguió sosteniendo en uno de los últimos trabajos que tuvimos el
placer de firmar con él y presentar en el Congreso Argentino de 2012, celebrado en
Mendoza: “Transferencia, sexualidad y represión. Vigencia de los conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Revisitamos allí el caso Anna O, sus analogías con Breuer,
los dos con la misma vocación de curar y asistir, lo que favorecía la transferencia tanto
en su componente amoroso como de rivalidad. La sorpresa de Breuer cuando ella con
fuertes dolores abdominales dijo: “Va a nacer el hijo del Dr. Breuer”. Él no reconocía
en Anna ningún componente sexual y asustado abandonó el tratamiento. Luego, Freud
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señaló: “Las dificultades transferenciales de Breuer en el caso Anna O atrasaron el desarrollo de la terapia psicoanalítica en su primer decenio” (1915).
Decíamos en aquel trabajo que para Freud, lo íntimo y la sexualidad era lo que
diferenciaba al psicoanálisis de aquella otra ciencia, la psicología, cuya pureza le permitía ser más aceptada por la cultura. Coincidíamos allí con A. Green (Green, 1998)
cuando habla del puritanismo actual en las formulaciones psicoanalíticas. Al revés
de Breuer decimos allí que hoy nos sorprenden las pocas referencias a la sexualidad
en muchos trabajos psicoanalíticos:
La reticencia y los eufemismos, y el uso de un lenguaje sofisticado que pretende sustituir
el lenguaje directo y franco. Esta modalidad abstinente a poner el cuerpo de la transferencia a trabajar, produce en la actualidad, tratamientos psicoanalíticos con un tipo
de setting en el que predomina lo superficial, lo escaso, lo rápido, en acuerdo con el
discurso cultural, la resistencia de los pacientes y de los analistas. Las limitaciones en
la frecuencia de las sesiones y en el despliegue de la situación transferencial, expresan
el temor a la dependencia del objeto, dependencia que a su vez se ansía, defendiéndose
así del miedo a quedar atrapados a expensas del analista vivido como intrusivo, evitando la intimidad del encuentro (Winocur y otros, 2012).
De la misma manera que los ropajes de la época visten y estimulan el surgimiento
de nuevas teorías dentro y fuera del psicoanálisis, también las presentaciones en la
clínica actual parecen coincidir en que hoy no hay tiempo para el psicoanálisis.
Dedicar varias sesiones a la investigación de uno mismo, y un dinero, que en moneda
extranjera podría dar rápidamente ganancias sustanciosas, es leído como una mala
inversión. Más inquietante aún, muchos aspirantes a analistas se resisten a entregarse
a un método que podrá variar en cantidad de sesiones, pero si quiere ser psicoanálisis
deberá mantener el valor de la observación, de la escucha, la hipótesis del inconsciente,
la importancia de la sexualidad, la represión y la transferencia.
Lo que has heredado de tus padres, hazlo tuyo
Algunos colegas le cuestionaban a J. Winocur sus permanentes referencias a Freud
y a su obra en sus escritos, como si no se atreviese a asumir sus propias ideas y autorizarse a sí mismo. Su modo de referenciar, por un lado, era muy freudiano y resultado de la identificación con el pensamiento psicoanalítico de Freud. Por otro, a
la identificación como proceso y resultado J. Winocur le dedicó gran parte de su interés teórico. Así lo hizo en “La identificación y su discriminación de la incorporación
y la introyección” presentado en el XXXVI Congreso Internacional. Roma 1989. En
“El trabajo de la identificación” señaló: “La identificación no es inocente, contiene
latentemente una intencionalidad: el tener (al objeto sexual) es la exteriorización de
la pulsión y su contenido es una fantasía filogenética que aspira a su actualización.
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Concebimos el proceso identificatorio en el marco de la estructura simbólica del
Edipo, única capaz de darle sentido y significatividad” (Winocur, 1995).
Esa intencionalidad inconsciente de la identificación hacía la cual Jorge Winocur
avanzara y profundizara hasta la apropiación de la letra viva del padre del psicoanálisis
y discutiera con y desde ella con una energía y habilidad no desprovistas de elegante
estilo. Aquí, otra de sus hipótesis fuertes después de años de investigación sobre el tema:
Consideramos entonces a la identificación como un trabajo del aparato psíquico y el
modo mismo en que este se estructura a partir de las experiencias de satisfacción y
dolor con el objeto de la pulsión. Dicho de otra manera: del trabajo identificatorio, que
representa la actividad básica del aparato psíquico, se va constituyendo tanto el sujeto
de la identificación, involucrado en la experiencia emocional con el objeto, como los
complejos representacionales de este último más las acciones e inervaciones emprendidas en el logro de la satisfacción a través de la acción específica, lo cual significa la
interiorización de un vínculo. Todos estos procesos van dejando huellas en los sistemas
mnémicos enlazadas entre sí de acuerdo a relaciones de simultaneidad, analogía, oposición, etc., lo cual no deja de ser una prueba de que al menos en la consideración de
Freud, este primitivo trabajo del aparato era uno de identificación y discriminación.
De este modo se van construyendo correlativamente el mundo representacional o
mundo interno y un mundo exterior, ambos más o menos fusionados, más o menos
separados entre sí (Winocur, 1995).
J. Winocur avanzaba y profundizaba con armas psicoanalíticas, dispuesto a dar
debates, no callar, ni hacer callar, como lo muestra en las múltiples mesas redondas
en las que participaba. Una de ellas, sobre” El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica” de la Revista de Psicoanálisis N°3 del año 2001, es una interesante muestra
de su tipo de pensamiento y de intervención.
En “El poder del psicoanálisis”, J. Winocur, señala la legitimidad de los planteos interdisciplinarios, pero advierte que quizás esa sensación de pérdida de espacio del psicoanálisis cómo interlocutor, que muchos psicoanalistas hoy manifiestan, más la atracción que otras disciplinas ejercen, y, en un intento de aggiornar el psicoanálisis, lo
hemos vuelto liviano, light, inocuo, transformándolo en recetas para consumo rápido.
¿Tendrá que ver con nuestras propias resistencias que nos llevan al alejamiento del
objeto de deseo, nuestra disciplina, como le ocurrió a Breuer? Recordemos el sueño del
“hijo que arde” que Freud trae en La interpretación de los sueños, en su capítulo “La psicología de los procesos oníricos”. J. Winocur hizo un análisis que contradijo la interpretación freudiana del sueño; los comentarios al mismo, estimularon a A. Garma a ocuparse
también de su estudio, ambos publicados en la Revista de Psicoanálisis (1978, N°6).
Dice Garma:
Mi interés por este sueño, (el del niño ardiendo) se incrementó a raíz de una interesante exposición de J. Winocur”. Este sueño fue comunicado a Freud por una
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paciente que lo escuchó en una conferencia y luego ella misma lo soñó.
Veamos los antecedentes de este sueño que llamó prototípico: Un individuo había
pasado varios días sin descanso en la cabecera de la cama de su hijo enfermo. Muerto
el niño, el padre se acuesta en una habitación contigua y deja la puerta entreabierta
permitiendo el paso del resplandor de los cirios, mientras un anciano velaba al niño.
Luego de unas horas, sueña que su hijo se acerca y le reprocha: “Padre ¿no ves que estoy
ardiendo?”. Se despierta y encuentra al anciano dormido y uno de los cirios caído sobre
el ataúd, quemando las telas y el brazo del cadáver de su hijo.
Para Freud, la interpretación se presentaba muy sencilla: en el sueño el niño se comporta
como si estuviese vivo, por lo tanto se inserta en la teoría del cumplimiento de deseos.
Lo que impactó a Garma fueron las conclusiones de Winocur: el hijo, representado
en este sueño elegido por Freud, simbolizaría las valiosas investigaciones y deducciones
sobre sueños realizadas hasta ese momento por él; y el hecho de estar quemándose,
el que ellas estarían siendo parcialmente destruidas por el propio Freud, al traer como
“prototípico” un sueño de un desconocido, del cual dice: “No plantea a la interpretación
labor ninguna y cuyo sentido está dado sin el menor disfraz” lo cual es imposible en
el caso del sueño de un adulto, basado siempre en contenidos reprimidos. También
de acuerdo con Winocur, este sueño que estaba sobredeterminado para quien lo soñó,
lo estaría también para Freud que lo seleccionó para su presentación. El acababa de
entregar el manuscrito para su publicación y se encontraba en un estado de profunda
depresión. ¿Significaría una percepción inconsciente por parte de Freud de que tal
como estaba escrita La interpretación de los sueños no expresaba acabadamente lo que
eran los sueños?; ¿y que su teoría general de que los sueños son una satisfacción enmascarada de deseos reprimidos era insuficiente y desorientadora para explicar lo
que él había descubierto acerca del significado de los sueños? (Garma, 1978).
El mismo A. Garma, no acordaba con la teoría de los sueños como realizaciones
de deseos. Luego, años después y en consonancia con estas ideas, en 2013, J.
Winocur señaló:
En Tres ensayos de teoría sexual (1905), solo cinco años después, Freud ya no hablaba de deseos sino de instintos, sin embargo mantuvo a lo largo de su obra
dicha fórmula hasta que en 1937, pág. 239 escribe: “La desfiguración del texto
es obra de una censura tendenciosa; esa tendencia está subrogada en vasta medida
por la compulsión del principio del placer”. Y continua en la p 268: “Ahora bien
¿el proceso dinámico no podría ser, en cambio que la pulsión emergente de lo
reprimido aprovechase el extrañamiento respecto de la realidad objetiva para
imponer su contenido a la consciencia, en lo cual las resistencias excitadas por
este proceso y la tendencia al cumplimiento de deseo compartieran la responsabilidad por la desfiguración y el desplazamiento de lo vuelto a recordar? Y en
efecto, es este el consabido mecanismo del sueño, que una antiquísima vislumbre
ha equiparado al delirio”.
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Es decir, que del lugar preponderante que tenía el deseo en 1900, pasó a ocupar
un puesto secundario en la desfiguración en 1937.Este subrayado, no ha sido tomado
con interés por la población psicoanalítica en general.
En el análisis de Winocur del sueño del niño que arde, vemos trabajar el método
de investigación de Freud sobre lo que este llamó el contenido manifiesto y el trabajo
engañoso de la elaboración secundaria. En su interpretación del texto freudiano,
Winocur nos guía en las que fueron relecturas que hizo el mismo Freud de su obra.
Lo observamos en esas últimas líneas de Construcciones en el análisis (1937) que
acabo de citar en las que finalmente y sin pudores, pudo desestimar sus propios conceptos anteriores, si la clínica y la misma evolución de la teoría así lo requerían.
¿No es acaso un antecedente de lo que luego y de la mano de Derrida (1967) ganó
interés como “deconstrucción”, concepto tomado de la arquitectura? “En su definición,
remite a un trabajo del pensamiento que consiste en deshacer…, un sistema de pensamiento hegemónico. Deconstruir es resistir la tiranía de lo uno, del logos”.
A propósito, leyendo con J. Winocur en un grupo pequeño el diálogo entre
Elizabeth Roudinesco y Jaques Derrida (Derrida y Roudinesco, 2002), este último señala: “El amigo del psicoanálisis en mí desconfía no del saber positivo, sino del positivismo y la sustancialización de instancias metafísicas o metapsicológicas: las grandes
entidades yo-ello-superyó; como las grandes oposiciones posteriores: lo real, lo imaginario y lo simbólico”.
Roudinesco le responde:
En mi opinión, por el contrario, hay que tener en cuenta el corte efectuado por Freud
y seguir trabajando con la metapsicología. Porque si se cede respecto de lo que Ud.
llama las grandes maquinarias teóricas, “se corre el riesgo de liquidar el principio
mismo de la subversión freudiana de su innovación y de volver a viejas nociones de
inconsciente (cerebral, neuronal, cognoscitivo, subliminal, etc., históricamente muy
interesante, pero de una enorme pobreza frente a la potencia inventiva del sistema
freudiano”, (el encomillado es mío) que engendró una riqueza interpretativa que no
se encuentra en ninguna otra parte”(2002).
No hay duda que la pregunta por el mañana del psicoanálisis está en la cabeza de
muchos de nosotros y vale, en la medida que la ponemos a trabajar desde el interior
mismo de nuestra disciplina. Pero si todo sentido debe ser deconstruido, ¿el inmenso
caudal de experiencia heredada y adquirida a través de nuestra formación y práctica
psicoanalítica debería perderse? Con J. Winocur diríamos que no.
Sus discípulos, aprendimos de él un modo de pensar el psicoanálisis, apasionado
y comprometido. La metapsicología en su lectura, respalda la comprensión de la clínica
contemporánea, y no desecha otras lecturas tanto freudianas como posfreudianas,
como las de M. Klein, H. Rosenfeld, D. Meltzer, D. Winnicott, A. Green, así como
también entre nosotros las de A. Garma, A. Rascovsky, W. Baranger, y sus amigos J.
Treszezamsky, J.L. Valls y S. Resnik.
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Winocur proponía favorecer el establecimiento de la neurosis de transferencia,
concebida como una puesta en escena de situaciones anteriores, fundamentalmente
de aquellas traumáticas y conflictivas. Desde esta concepción, lo que estuvo fuera,
vuelve a estarlo o a ser considerado como que está fuera. Los personajes retornan y
el analista debe estar dispuesto a jugar su papel, el que le sea asignado. Así se arma la
escena y el analista en su doble posición de actor y observador, quedará identificado
con uno o varios de los personajes en juego.
El psicoanálisis que J. Winocur nos transmitió es algo vivo que nos involucra en
cada escena, con cada paciente. Con la ayuda de la transferencia que vendrá a nuestro
encuentro, como en la metáfora del alcaucil en el sueño de la monografía botánica,
cada una de esas escenas se podrá ir desglosando, hoja por hoja, fragmento a fragmento, permitiendo conquistar así el territorio perdido u olvidado, que para el paciente
es un más allá de sus fronteras, de sus repeticiones y de sus sinsentidos.
Jorge Winocur desglosó una y otra vez el libro de Freud, hoja por hoja, párrafo por
párrafo, y a través del proceso de identificación con él, consiguió diferenciarse.
DESCRIPTORES: PSICOANáLISIS PODER / CLÍNICA / METAPSICOLOGIA / INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS POWER / CLINIC / METAPSYCHOLOGY / INTERPRETATION OF DREAMS
PALAVRAS-CHAVES: PSICANáLISE PODER / CLÍNICA / METAPSICOLOGIA / INTERPRETAçãO DOS SONHOS
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