PDF (351.7 kibibytes)

Anuncio
1
Los orígenes del marxismo en América Latina
Cátedra Libre Karl Marx
sumario
UNLP - 2003
marxismo y revolución
en américa latina
3 ESQUEMA DE LA EVOLUCIÓN
ECONÓMICA
13 ELPROBLEMA DEL INDIO
21 EL PROBLEMA DE LA TIERRA
EN CLAVE ROJA - PTS
Humanidades y Cs. de la Educación
Periodismo y Cs. de la Comunicación
Ciencias Naturales
EL BLOQUE
Arquitectura y Urbanismo
CONTRAIMAGEN
Bellas Artes
INSTITUTO KARL MARX
2
Los orígenes del marxismo en América Latina
45 ANIVERSARIO Y BALANCE
43 CARTA DEL GRUPO DE LIMA
53 CARTA A EUDOCIO RAVINES
57 PROGRAMA DEL PARTIDO
SOCIALISTA PERUANO
61 PUNTO DE VISTA
ANTIIMPERIALISTA
67 LA ODISÉA DE MARIÁTEGUI
83 JULIO ANTONIO MELLA Y LAS
RAÍCES DEL COMUNISMO
DISIDENTE EN CUBA
MARIATEGUI
JOSE CARLOS
esquema
de la evolución económica
Escrito: En 1928.
Primera Edición:En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana,
Biblioteca Amauta, Lima, 1928.
I. LA ECONOMÍA COLONIAL
EN EL PLANO DE LA ECONOMÍA se
percibe mejor que en ningún otro hasta que
punta la Conquista escinde la historia del
Perú. La Conquista aparece en este terreno,
mas netamente que en cualquiera otro, como
una solución de continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del
suelo y la gente peruanos. En el Imperio de
los Inkas, agrupación de agrícolas y sedentarias, lo mas interesante era la economía.
Todos 1os testimonios históricos coinciden
en la aserción de que el pueblo inkaico -laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo- vivía con bienestar material. Las subsistencias
abundaban; la población crecía. El Imperio
ignoró radicalmente el problema de Malthus.
La organización colectivista, regida por los
Inkas, había enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos en provecho de este
régimen económico, el habito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social.
Los Inkas sacaban toda utilidad social posible de esta virtud de su pueblo, valorizaban
el vasto territorio del Imperio construyendo
caminos, canales, etc., lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas el trabajo colectivo, el esfuerzo común se empleaban fructuosamente en fines sociales
Los conquistadores españoles destruyeron sin poder naturalmente remplazarla,
esta formidable máquina de producción la sociedad indígena la economía incaica, se descompusieron y anonadaron completamente
al golpe de la Conquista rotos los vínculos
de su unidad la nación se disolvió en comu-
Los orígenes del marxismo en América Latina
3
nidades dispersas el trabajo indígena cesó
de funcionar de un modo solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi
sino de distribuirse y disputarse el pingüe
botín de guerra despojaron los tempos y los
palacios de los tesoros que guardaban; se
repartieron las tierras y los hombres , sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción.
El Virreinato señala el comienzo del
difícil y complejo proceso de formación de
una nueva economía. En este periodo, España se esforzó por dar una organizaci6n
política y económica a su inmensa colonia.
Los españoles empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata. Sobre las minas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una
economía feudal.
Pero no envió España al Perú, como
del resto no envió tampoco a sus otras posesiones, una densa masa colonizadora. La
debilidad del imperio español residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica mas que política
y económica. En las colonias españolas no
desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas de pioneer.
A la América Española no vinieron casi sino
virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos,
doctores y soldados. No se formó, por esto,
en el Perú una verdadera fuerza de colonización. La población de Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos 1 . El pioneer español carecía, además, de aptitud para crear
4
núcleos de trabajo. En lugar de la utilización
del indio, parecía perseguir su exterminio. Y
los colonizadores no se bastaban a si mismos para crear una economía s6lida y orgánica. La organización colonial fallaba por la
base. Le faltaba cimiento demográfico. Los
españoles y los mestizos eran demasiado
pocos para explotar, en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para el trabajo
de las haciendas de la costa se recurrió a la
importación de esclavos negros, a los elementos y características de una sociedad
feudal se mezclaron elementos y características de una sociedad esclavista.
Sólo los jesuitas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en el Perú como
en otras tierras de América, aptitud de creación económica. Los latifundios que les fueron asignados prosperaron. Los vestigios de
su organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto experimento de los jesuitas en el Paraguay, don de tan
hábilmente aprovecharon y explotaron la tendencia natural de los indígenas al comunismo, no puede sorprenderse absolutamente
de que esta congregación de hijos de San
Iñigo de Loyola, como los llama Unamuno,
fuese capaz de crear en el suelo peruano
los centros de trabajo y producción que los
nobles, doctores y clérigos, entregados en
Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon nunca de formar.
Los colonizadores se preocuparon
casi únicamente de la explotación del oro y
la plata peruanos. Me he referido mas de una
vez a la inclinación de los españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de res-
Los orígenes del marxismo en América Latina
peto y de desconfianza que les inspiraron
siempre los Andes, de los cuales no llegaron jamás a sentirse realmente señores.
Ahora bien. Se debe, sin duda, al trabajo de
las minas la formación de las poblaciones
criollas de la sierra. Sin la codicia de los
metales encerrados en las entrañas de los
Andes la conquista de la sierra hubiese sido
mucho mas incompleta.
Estas fueron las bases hist6ricas de
la nueva economía peruana. De la economía
colonial -colonial desde sus raíces- cuyo proceso no ha terminado todavía. Examinemos
ahora los lineamientos de una segunda etapa. La etapa en que una economía feudal
deviene, poco a poco, economía burguesa.
Pero sin cesar de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial.
II. LAS BASES ECONÓMICAS DE LA
REPÚBLICA
Como la primera, la segunda etapa de
esta economía arranca de un hecho político
y militar. La primera etapa nace de la Conquista. La segunda etapa se inicia con la Independencia. Pero, mientras la Conquista
engendra totalmente el proceso de la formación de nuestra economía colonial, la Independencia aparece determinada y dominada por ese proceso.
He tenido ya -desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en el estudio
del hecho económico la historia peruanaocasión de ocuparme en esta faz de la revolución de la Independencia, sosteniendo la
siguiente tesis: «Las ideas de la revolución
francesa y de la constitución norteamericana encontraron un clima favorable a su difusión en Sud-América, a causa de que en SudAmérica existía ya aunque fuese
embrionariamente, una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor
revolucionario de la burguesía europea. La
Independencia de Hispano-América no se
habría realizado, ciertamente, si no hubiese
contado con una generación heroica, sensible a la emoci6n de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos
una verdadera revolución. La Independencia,
bajo este aspecto, se presenta como una
empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los
caudillos, los ideólogos de esta revolución no
fueron anteriores ni superiores a las
premisas y razones económicas de este
acontecimiento. El hecho intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico”.
La política de España obstaculizaba y
contrariaba totalmente el desenvolvimiento
económico de las colonias al no permitirles
traficar con ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo exclusivamente, el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios.
El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las
embrionarias formaciones nacionales de
América necesitaba imperiosamente, para
conseguir su desarrollo, desvincularse de la
rígida autoridad y emanciparse de la
medioeval mentalidad del rey de España. El
hombre de estudio de nuestra época no puede dejar de ver aquí el mas dominante factor
histórico de la revolución de la independencia sudamericana, inspirada y movida, de
modo demasiado evidente, por los intereses
de la población criolla y aun de la
española,mucho mas que por los intereses
de la población indígena.
Enfocada sobre el plano de la historia
mundial, la independencia sudamericana se
presenta decidida por las necesidades del
desarrollo de la civilización occidental o, mejor
dicho, capitalista. El ritmo del fenómeno capitalista tuvo en la elaboración de la independencia una función menos aparente y ostensible, pero sin duda mucho mas decisiva y
profunda que el eco de la filosofía y la literatura de los enciclopedistas. El Imperio Británico destinado a representar tan genuina y
trascendentalmente los intereses de la civilización capitalista, estaba entonces en formación. En Inglaterra, sede del liberalismo y
el protestantismo, la industria y la maquina
preparaban el porvenir del capitalismo, esto
es del fenómeno material del cual aquellos
dos fenómenos, político el uno, religioso el
otro, aparecen en la historia como la levadura espiritual y filosófica. Por esto le toco a
Inglaterra -con esa clara conciencia de su
destino y su misión históricas a que debe su
hegemonía en la civilización capitalista-, jugar un papel primario en la independencia de
Sudamérica. Y, por esto, mientras el primer
ministro de Francia, de la naci6n que algunos anos antes les había dado el ejemplo de
su gran revolución, se negaba a reconocer a
estas jóvenes republicas sudamericanas que
podían enviarle «junto con sus productos sus
ideas revolucionarias”2 , Mr. Canning, traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba con este reconocimiento el derecho
de estos pueblos a separarse de España y,
anexamente, a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado,
se habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres que con sus prestamos no por usurarios menos oportunos y eficaces-, habían financiado la fundación de las
nuevas republicas.
El Imperio español tramontaba por no
reposar sino sobre bases militares y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de
eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas mas practicas y necesidad de instrumentos mas nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia
Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros, colonizadores de nuevo tipo, querían
a su turno enseñorearse en estos mercados,
cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía como creación de una
economía manufacturera y librecambista.
El interés económico de las colonias
de España y el interés económico del Occidente capitalista se correspondían absolutamente, aunque de esto, como ocurre frecuentemente en la historia, no se diesen
exacta cuenta los protagonistas históricos de
una ni otra parte.
Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo impulso
natural que las había conducido a la revolución de la Independencia, buscaron en el trafico con el capital y la industria de Occidente
Los orígenes del marxismo en América Latina
5
los elementos y las relaciones que el incremento de su economía requería. Al Occidente
capitalista empezaron a enviar los productos de su suelo y su subsuelo. Y del Occidente capitalista empezaron a recibir tejidos,
maquinas y mil productos industriales. Se
estableció así un contacto continuo y creciente entre la América del Sur y la civilización occidental. Los países mas favorecidos
por este trafico fueron, naturalmente, a causa de su mayor proximidad a Europa, los
países situados sobre el Atlántico. La Argentina y el Brasil, sobre todo, atrajeron a su territorio capitales e inmigrantes europeos en
gran cantidad. Fuertes y homogéneos aluviones occidentales aceleraron en estos países la transformación de la economía y la
cultura que adquirieron gradualmente la función y la estructura de la economía y la cultura europeas. La democracia burguesa y liberal pudo ahí echar raíces seguras, mientras en el resto de la América del Sur se lo
impedía la subsistencia de tenaces y extensos residuos de feudalidad.
En este período, el proceso histórico
general del Perú entra en una etapa de diferenciación y desvinculación del proceso histórico de otros pueblos de Sud-América. Por
su geografía, unos estaban destinados a
marchar mas de prisa que otros. La independencia los había mancomunado en una
empresa común para separarlos mas tarde
en empresas individuales. El Perú se encontraba a una enorme distancia de Europa. Los
barcos europeos para arribar a sus puertos,
debían aventurarse en un viaje larguísimo.
Por su posición geográfica el Perú se encontraba mas vecino y mas acercado al Orien-
6
te. Y el comercio entre el Perú y Asia comenzó
como era lógico a tornarse considerable. La
costa peruana recibió aquellos famosos contingentes de inmigrantes chinos destinados
a sustituir en las haciendas a los esclavos
negros, importados por el Virreinato, cuya
manumisión fue también en cierto modo una
consecuencia del trabajo de transformación
de una economía feudal en economía mas o
menos burguesa. Pero el tráfico con Asia,
no podía concurrir eficazmente a la formación de la economía peruana. El Perú
emergido de la Conquista, afirmado en la Independencia, había menester de máquinas,
de los métodos y de las ideas de los europeos de los occidentales.
III. EL PERÍODO DEL GUANO Y DEL
SALITRE
El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el descubrimiento de la riqueza del guano y del salitre y
se cierra con su pérdida, explica totalmente
una serie de fenómenos políticos de nuestro
proceso histórico que una concepción
anecdótica y retórica mas bien que romántica de la historia peruana se ha complacido
tan superficialmente en desfigurar y contrahacer.
Pero este rápido esquema de interpretación
no se propone ilustrar ni enfocar esos fenómenos sino fijar o definir algunos rasgos
sustantivos de la formación de nuestra economía para percibir mejor su carácter de
economía colonial. Consideremos sólo el
hecho económico.
Los orígenes del marxismo en América Latina
Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias humildes y groseras, les tocó jugar en la gesta de la República un rol que había parecido reservado al oro
y a la plata en tiempos mas caballerescos y
menos positivistas. España nos quería y nos
guardaba como país productor de metales
preciosos. Inglaterra nos prefirió como productor de guano y salitre pero este diferente
gesto no acusaba, por supuesto, un móvil
diverso. Lo que cambiaba no era el móvil;
era la época. El oro del Perú perdía su poder
de atracción en una época en que, en América, la vara del piooner descubría el oro de
California. En cambio el guano y el salitre –
que para anteriores civilizaciones hubieran
carecido de valor pero que para una civilización industrial adquirían un precio extraordinario- necesitaba abastecerse de estas materias en el lejano litoral de sur del Pacífico.
A la explotación de los dos productos no se
oponía, de otro lado, como a la de otros productos peruanos, el estado rudimentario y
primitivo de los transportes terrestres. Mientras que para extraer de las entrañas de los
Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se
tenía salvar ásperas montañas y enormes
distancias, el salitre y el guano yacían en la
costa casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos.
La fácil explotación de este recurso
natural dominó todas las otras manifestaciones de la vida económica del país el guano y
el salitre ocuparon un puesto desmesurado
en la economía peruana. Sus rendimientos
se convirtieron en la principal renta fiscal. El
país se sintió rico. El Estado uso sin medida
de su crédito. Vivió en el derroche hipotecan-
do su porvenir a la finanza inglesa.
Esta es a grandes rasgos toda la historia del guano y del salitre para el observador que se siente puramente economista. Lo
demás a primera vista pertenece al historiador. Pero en este caso, como en todos el
hecho económico es mucho mas complejo
y trascendental de lo que parece.
El guano y el salitre ante todo cumplieron la tarea de crear un activo tráfico en el
mundo occidental en un período en que el
Perú, mal situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo
las corrientes colonizadoras y civilizadoras
que fecundaban ya otros países de la América indo-ibera. Este tráfico colocó nuestra
economía bajo el control del capital británico
al cual, a consecuencia de las deudas contraídas con la garantía de ambos productos
debíamos entregar mas tarde la administración de los ferrocarriles, esto es de los resortes mismos de la explotación de nuestros recursos.
Las utilidades del guano y del salitre
crearon en el Perú, donde la propiedad había conservado hasta entonces un carácter
aristocrático y feudal, los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario.
Los profiteurs directos e indirectos de as riquezas del litoral empezaron a constituir una
clase capitalista. Se formó en el Perú una
burguesía, confundida y enlazada en su origen y su estructura con la aristocracia, formada principalmente por los sucesores de
los encomenderos y terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar
los principios fundamentales de la economía
y la política liberales. Con este fenómeno -al
cual me refiero en varios pasajes de los estudios que componen este libro-, se relacionan las siguientes constataciones: «En los
primeros tiempos de la Independencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece
como una consecuencia de la falta de una
burguesía orgánica. En el Perú, la revolución
hallaba menos definidos, mas retrasados que
en otros pueblos hispanoamericanos, los elementos de un orden liberal burgués. Para que
este orden funcionase mas o menos
embrionariamente tenia que constituirse una
clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el poder estaba a merced
de los caudillos militares. El gobierno de
Castilla marco la etapa de solidificación de
una clase capitalista. Las concesiones del
Estado y los beneficios del guano y del salitre crearon un capitalismo y una burguesía.
Y esta clase, que se organizó luego en el
«civilismo», se movió muy pronto a la conquista total del poder».
Otra faz de este capitulo de la historia
económica de la Republica es la afirmación
de la nueva economía como economía
prevalentemente costeña. La búsqueda del
oro y de la plata obligo a los españoles, -contra su tendencia a instalarse en la costa-, a
mantener y ensanchar en la sierra sus puestos avanzados. La minería -actividad fundamental del régimen económico implantado
por España en el territorio sobre el cual prosperó antes una sociedad genuina y típicamente agraria-, exigió que se estableciesen en la
sierra las bases de la Colonia. El guano y el
salitre vinieron a rectificar esta situación.
Fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo en la
tierra baja. Y acentuaron el dualismo y el conflicto que hasta ahora constituyen nuestro
mayor problema histórico.
Este capitulo del guano y del salitre no
se deja, por consiguiente, aislar del desenvolvimiento posterior de nuestra economía.
Están ahí las raíces y los factores del capitulo que ha seguido. La guerra del Pacifico,
consecuencia del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias del descubrimiento y la explotación de estos recursos,
cuya perdida nos reveló trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada casi exclusivamente sobre
la posesión de una riqueza natural, expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo
extranjero o a la decadencia de sus aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones producidas en el campo industrial por
los inventos de la ciencia. Caillaux nos habla
con evidente actualidad capitalista, de la inestabilidad económica e industrial que engendra el progreso científico3 .
En el periodo dominado y caracterizado por el comercio del guano y del salitre, el
proceso de la transformación de nuestra economía, de feudal en burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi juicio,
indiscutible que, si en vez de una mediocre
metamorfosis de la antigua clase dominante, se hubiese operado el advenimiento de
una clase de savia y elan nuevos, ese proceso habría avanzado mas orgánica y seguramente. La historia de nuestra postguerra
lo demuestra. La derrota -que causó, con la
perdida de los territorios del salitre, un largo
colapso de las fuerzas productoras- no trajo
como una compensación, siquiera en este
Los orígenes del marxismo en América Latina
7
orden de cosas, una liquidación del pasado.
IV. CARACTER DE NUESTRA ECONOMÍA ACTUAL
El ultimo capitulo de la evolución de la
economía peruana es el de nuestra postguerra. Este capitulo empieza con un periodo de
casi absoluto colapso de las fuerzas productoras.
La derrota no solo significo para la economía nacional la perdida de sus principales
fuentes: el salitre y el guano. Significo, además, la paralización de las fuerzas productoras nacientes, la depresión general de la
producción y del comercio, la depreciación
de la moneda nacional, la ruina del crédito
exterior. Desangrada, mutilada, la nación
sufría una terrible anemia.
El poder volvió a caer, como después
de la Independencia, en manos de los jefes
militares, espiritual y orgánicamente inadecuados para dirigir un trabajo de reconstrucción económica. Pero, muy pronto, la capa
capitalista formada en los tiempos del guano y del salitre, reasumió su función y regresó a su puesto. De suerte que la política de
reorganización de la economía del país se
acomodo totalmente a sus intereses de clase. La solución que se dio al problema monetario, por ejemplo, correspondió típicamente a un criterio de latifundistas o propietarios,
indiferentes no solo al interés del proletariado sino también al de la pequeña y media
burguesía, únicas capas sociales a las cuales podía damnificar la súbita anulación del
billete.
Esta medida y el contrato Grace fue-
8
ron, sin duda, los actos mas sustantivos y
mas característicos de una liquidación de las
consecuencias económicas de la guerra,
inspirada por los intereses y los conceptos
de la plutocracia terrateniente.
El contrato Grace, que ratifico el predominio británico en el Perú, entregando los
ferrocarriles del Estado a los banqueros ingleses que hasta entonces habían financiado la Republica y sus derroches, dio al mercado financiero de Londres las prendas y las
garantías necesarias para nuevas inversiones en negocios peruanos. En la restauración del crédito del Estado no se obtuvieron
los resultados inmediatos. Pero inversiones
prudentes y seguras empezaron de nuevo a
atraer al capital británico. La economía peruana, mediante el reconocimiento practico
de su condición de economía colonial, consiguió alguna ayuda para su convalecencia.
La terminación del ferrocarril a La Oroya abrió
al transito y al trafico internacionales, el departamento de Junín, permitiendo la explotación en vasta escala de su riqueza minera.
La política económica de Pierola se
ajusto plenamente a los mismos intereses.
EI caudillo demócrata, que durante tanto
tiempo agitara estruendosamente a las masas contra la plutocracia, se esmeró en hacer una administración «civilista». Su método tributario, su sistema fiscal, disipan todos
los equívocos que pueden crear su fraseario
y su metafísica. Lo que confirma el principio
de que en el plano económico se percibe
siempre con mas claridad que en el político
el sentido y el contorno de la política, de sus
hombres y de sus hechos.
Las fases fundamentales de este ca-
Los orígenes del marxismo en América Latina
pitulo en que nuestra economía, convaleciente de la crisis post-bélica, se organiza lentamente sobre bases menos pingues, pero
mas sólidas que las del guano y del salitre,
pueden ser concretas esquemáticamente en
los siguientes hechos:
1. La aparición de la industria moderna. EI establecimiento de fabricas, usinas,
transportes, etc., que transforman, sobre
todo, la vida de la costa. La formación de un
proletariado industrial con creciente y natural tendencia a adoptar un ideario clasista,
que siega una de las antiguas fuentes del
proselitismo caudillista y cambia los términos de la lucha política.
2. La función del capital financiero. EI
surgimiento de bancos nacionales que financian diversas empresas industriales y comerciales, pero que se mueven dentro de un
ámbito estrecho, enfeudados a los intereses
del capital extranjero y de la gran propiedad
agraria; y el establecimiento de sucursales
de bancos extranjeros que sirven los intereses de la finanza norteamericana e inglesa.
3. EI acortamiento de las distancias y
el aumento del trafico entre el Perú y Estados Unidos y Europa. A consecuencia de la
apertura del Canal de Panamá que mejora
notablemente nuestra posición geográfica,
se acelera el proceso de incorporación del
Perú en la civilización occidental.
4. La gradual superación del poder británico por el poder norteamericano. EI Canal de Panamá, mas que a Europa, parece
haber aproximado el Perú a los Estados Unidos. La participación del capital norteamericano en la explotación del cobre y del petróleo peruanos, que se convierten en dos de
nuestros mayores productos, proporciona
una ancha y durable base al creciente predominio yanqui. La exportación a Inglaterra
que en 1898 constituía el 56.7% de la exportación total, en 1923 no llegaba sino al 33.2%.
En el mismo periodo la exportación a los
Estados Unidos subía del 9.5% al 39.7%. Y
este movimiento se acentuaba mas aun en
la importación, pues mientras la de Estados
Unidos en dicho periodo de veinticinco anos
pasaba del 10.0 al 38.9%, la de la Gran Bretaña bajaba del 44.7 al 19.6%4 .
5. EI desenvolvimiento de una clase
capitalista, dentro de la cual cesa de prevalecer como antes la antigua aristocracia. La
propiedad agraria conserva su potencia; pero
declina la de los apellidos virreinales. Se
constata el robustecirniento de la burguesía.
6. La ilusión del caucho. En los años
de su apogeo el país cree haber encontrado
EI Dorado en la montaña, que adquiere temporalmente un valor extraordinario en la economía y, sobre todo, en la imaginación del
país. Afluyen a la montaña muchos individuos
de “la fuerte raza de los aventureros». Con
la baja del caucho, tramonta esta ilusión bastante tropical en su origen y en sus características.
7. Las sobreutilidades del periodo europeo. El alza de los productos peruanos
causa un rápido crecimiento de la fortuna
privada nacional. Se opera un reforzamiento
de la hegemonía de la costa en la economía
peruana.
8. La política de los empréstitos. El restablecimiento del crédito peruano en el extranjero ha conducido nuevamente al Estado a recurrir a los prestamos para la ejecu-
ción de su programa- de obras publicas 5 .
También en esta función, Norteamérica ha
reemplazado a la Gran Bretaña. Pletórico de
oro, el mercado de Nueva York es el que ofrece las mejores condiciones. Los banqueros
yanquis estudian directamente las posibilidades de colocación del capital en prestamos
a los Estados latinoamericanos. Y cuidan, por
supuesto, de que sean invertidos con beneficio para la industria y el comercio norteamericanos.
Me parece que estos son los principales aspectos de la evolución económica del
Perú en el periodo que comienza con nuestra postguerra. No cabe en esta serie de sumarios apuntes un examen prolijo de las anteriores comprobaciones o proposiciones. Me
he propuesto solamente la definición esquemática de algunos rasgos esenciales de la
formación y el desarrollo de la economía peruana.
Apuntaré una constatación final: la de
que en el Perú actual coexisten elementos
de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa que, por
lo menos en su desarrollo mental, da la impresión de una economía retardada.
V. ECONOMIA AGRARIA Y
LATIFUNDISMO FEUDAL
El Perú, mantiene, no obstante el incremento de la minería, su carácter de país
agrícola. El cultivo de la tierra ocupa a la gran
mayoría de la población nacional. El indio, que
representa las cuatro quintas partes de esta,
es tradicional y habitualmente agricultor. Desde 1925, a consecuencia del descenso de
los precios del azúcar y el algodón y de la
disminución de las cosechas, las exportaciones de la minería han sobrepasado largamente a las de la agricultura. La exportación
de petróleo y sus derivados, en rápido ascenso, influye poderosamente en este suceso. (De Lp. 1’387,778 en 1916 se ha elevado
a Lp. 7’421,128 en 1926). Pero la producción
agropecuaria no esta representada sino en
una parte por los productos exportados: algodón, azúcar y derivados, lanas, cueros, gomas. La agricultura y ganadería nacionales
proveen al consumo nacional, mientras los
productos mineros son casi íntegramente
exportados. Las importaciones de sustancias alimenticias y bebidas alcanzaron en
1925 a Lp. 4’148,311. El mas grueso renglón
de estas importaciones, corresponde al trigo, que se produce en el país en cantidad
muy insuficiente aun. No existe estadística
completa de la producción y el consumo nacionales. Calculando un consumo diario de
50 centavos de sol por habitante en productos agrícolas y pecuarios del país se obtendrá un total de mas de Lp. 84’000,000 sobre
la población de 4’609,999 que arroja el cómputo de 1896. Si se supone una población
de 5’000,000 de habitantes, el valor del consumo nacional sube a Lp. 91’250,000. Estas
cifras atribuyen una enorme primacía a la
producción agropecuaria en la economía del
país.
La minería, de otra parte, ocupa a un
numero reducido aun de trabajadores. Con-
Los orígenes del marxismo en América Latina
9
forme al Extracto Estadístico, en 1926 trabajaban en esta industria 28,592 obreros. La
industria manufacturera emplea también un
contingente modesto de brazos 6 . Sólo las
haciendas de caña de azúcar ocupaban en
1926 en sus faenas de campo 22,367 hombres y 1,173 mujeres. Las haciendas de algodón de la costa, en la campaña de 192223, la última a que alcanza la estadística publicada, se sirvieron de 40,557 braceros; y
las haciendas de arroz, en la campaña 192425, de 11,332.
La mayor parte de los productos agrícolas y ganaderos que se consumen en el
país proceden de los valles y planicies de la
Sierra. En las haciendas de la costa, los cultivos alimenticios están por debajo del mínimum obligatorio que señala una ley expedida en el periodo en que el alza del algodón y
el azúcar incitó a los terratenientes a suprimir casi totalmente aquellos cultivos, con
grave efecto en el encarecimiento de las subsistencias.
La clase terrateniente no ha logrado
transformarse en una burguesía capitalista,
patrona de la economía nacional7 . La minería, el comercio, los transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas se han contentado con servir de
intermediarios a este, en la producción de
algodón y azúcar. Este sistema económico,
ha mantenido en la agricultura, una organización semifeudal que constituye el mas
pesado lastre del desarrollo del país.
La supervivencia de la feudalidad en la
Costa, se traduce en la languidez y pobreza
de su vida urbana. El numero de burgos y
ciudades de la Costa, es insignificante. Y la
10
aldea propiamente dicha, no existe casi sino
en los pocos retazos de tierra donde la campiña enciende todavía la alegría de sus parcelas en medio del agro feudalizado.
En Europa, la aldea desciende del feudo disuelto8 . En la costa peruana la aldea no
existe casi, porque el feudo, mas o menos
intacto, subsiste todavía. La hacienda, -con
su casa mas o menos clásica, la ranchería
generalmente miserable, y el ingenio y sus
colcas-, es el tipo dominante de agrupación
rural. Todos los puntos de un itinerario están
señalados por nombres de haciendas. La ausencia de la aldea, la rareza del burgo, prolonga el desierto dentro del valle, en la tierra
cultivada y productiva.
Las ciudades, conforme a una ley de
geografía económica, se forman regular
mente en los valles, en el punto donde se
entre cruzan sus caminos. En la costa peruana, valles ricos y extensos, que ocupan
un lugar conspicuo en la estadística de la
producción nacional, no han dado vida hasta
ahora a una ciudad. Apenas si en sus cruceros o sus estaciones, medra a veces un burgo, un pueblo estagnado, palúdico, macilento, sin salud rural y sin traje urbano. Y, en
algunos casos, como en el del valle del
Chicama, el latifundio ha empezado a sofocar a la ciudad. La negociación capitalista se
torna mas hostil a los fueros de la ciudad que
el castillo o el dominio feudal. Le disputa su
comercio, la despoja de su función.
Dentro de la feudalidad europea los elementos de crecimiento, los factores de vida
del burgo, eran, a pesar de la economía rural, mucho mayores que dentro de la
semifeudalidad criolla. El campo necesitaba
Los orígenes del marxismo en América Latina
de los servicios del burgo, por clausurado
que se mantuviese. Disponía, sobre todo de
un remanente de productos de la tierra que
tenia que ofrecerle. Mientras tanto, la hacienda costeña produce algodón o caña para
mercados lejanos. Asegurado el transporte
de estos productos, su comunicación con la
vecindad no le interesa, sino secundariamente. El cultivo de frutos alimenticios, cuando
no ha sido totalmente extinguido por el cultivo del algodón o la caña, tiene por objeto
abastecer al consumo de la hacienda. El
burgo, en muchos valles, no recibe nada del
campo ni posee nada en el campo. Vive, por
esto, en la miseria, de uno que otro oficio
urbano, de los hombres que suministra al trabajo de las haciendas, de su fatiga triste de
estación por donde pasan anualmente muchos miles de toneladas de frutos de la tierra. Una porción de campiña, con sus hombres libres, con su comunidad hacendosa,
es un raro oasis en una sucesión de feudos
deformados, con maquinas y rieles, sin los
timbres de la tradición señorial.
La hacienda, en gran numero de casos, cierra completamente sus puertas a
todo comercio con el exterior: los “tambos”
tienen la exclusiva del aprovisionamiento de
su población. Esta práctica que, por una parte, acusa el habito de tratar al peón como
una cosa y no como una persona, por otra
parte, impide que los pueblos tengan la función que garantizaría su subsistencia y desarrollo, dentro de la economía rural de los
valles. La hacienda, acaparando con la tierra y las industrias anexas, el comercio y los
transportes, priva de medios de vida al burgo, lo condena a una existencia sórdida y
exigua.
Las industrias y el comercio de las ciudades están sujetos a un contralor, reglamentos, contribuciones municipales. La vida y los
servidos comunales se alimentan de su actividad. El latifundio, en tanto, escapa a estas reglas y tasas. Puede hacer a la industria y comercio . urbanos una competencia
desleal. Están en actitud de arruinarlos.
El argumento favorito de los abogados
de la gran propiedad es el de la imposibilidad
de crear, sin ella, grandes centros de producción. La agricultura moderna, -se arguye-, requiere costosas maquinarias, ingentes inversiones, administración experta. La
pequeña propiedad no se concilia con estas
necesidades. Las exportaciones de azúcar
y algodón establecen el equilibrio de nuestra
balanza comercial.
Mas los cultivos, los “ingenios” y las
exportaciones de que se enorgullecen los
latifundistas, están muy lejos de constituir su
propia obra. La producción de algodón y azúcar ha prosperado al impulso de créditos
obtenidos con este objeto, sobre la base de
tierras apropiadas y mana de obra barata.
La organización financiera de estos cultivos,
cuyo desarrollo y cuyas utilidades están regidas par el mercado mundial, no es un resultado de la previsión ni la cooperación de
los latifundistas. La gran propiedad no ha
hecho sino adaptarse al impulso que le ha
venido de fuera. El capitalismo extranjero, en
su perenne búsqueda de tierras, brazos y
mercados, ha financiado y dirigido el trabajo
de los propietarios, prestándoles dinero con
la garantía de sus productos y de sus tierras. Ya muchas propiedades cargadas de
hipotecas han empezado a pasar a la administración directa de las firmas exportadoras.
La experiencia mas vasta y típica de la
capacidad de los terratenientes del país, nos
la ofrece el departamento de La Libertad. Las
grandes haciendas de sus valles se encontraban en manos de su aristocracia latifundista. El balance de largos años de desarrollo capitalista se resume en los hechos notorios: la concentración de la industria azucarera de la región en dos grandes centrales,
la de Cartavio y la de Casa Grande, extranjeras ambas; la absorción de las negociaciones nacionales por estas dos empresas, particularmente por la segunda; el acaparamiento del propio comercio de importación por
esta misma empresa; la decadencia comercial de la ciudad de Trujillo y la liquidación de
la mayor parte de sus firmas importadoras 9 .
Los sistemas provinciales, los hábitos
feudales de los antiguos grandes propietarios de La Libertad no han podido resistir a la
expansión de las empresas capitalistas extranjeras. Estas no deben su éxito exclusivamente a sus capitales: lo deben también
a su técnica, a sus métodos, a su disciplina.
Lo deben a su voluntad de potencia. Lo deben, en general, a todo aquello que ha faltado a los propietarios locales, algunos de los
cuales habrían podido hacer lo mismo que
la empresa alemana ha hecho, si hubiesen
tenido condiciones de capitanes de industria.
Pesan sobre el propietario criollo la
herencia y educación españolas, que le impiden percibir y entender netamente todo lo
que distingue al capitalismo de la feudalidad.
Los elementos morales, políticos, psicológicos del capitalismo no parecen haber encon-
trado aquí su clima1 0. El capitalista, o mejor
el propietario, criollo, tiene el concepto de la
renta antes que el de la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu de creación,
el poder organizador, que caracterizan al
capitalista autentico, son entre nosotros casi
desconocidos.
La concentración capitalista ha estado
precedida por una etapa de libre concurrencia. La gran propiedad moderna no surge,
por consiguiente, de la gran propiedad feudal, como los terratenientes criollos se imaginan probablemente. Todo lo contrario, para
que la gran propiedad moderna surgiese, fue
necesario el fraccionamiento, la disolución
de la gran propiedad feudal. El capitalismo
es un fenómeno urbano: tiene el espíritu del
burgo industrial, manufacturero, mercantil.
Por esto, uno de sus primeros actos fue la
liberación de la tierra, la destrucción del feudo. El desarrollo de la ciudad necesitaba nutrirse de la actividad libre del campesino.
En el Perú, contra el sentido de la
emancipación republicana, se ha encargado al espíritu del feudo -antitesis y negación
del espíritu del burgo- la creación de una economía capitalista.
1
Comentando a Donoso Cortes, el malogrado critico italiano
Piero Gobetti califica a España como «un pueblo de colonizadores, de buscadores de oro, no ajenos a hacer de esclavos en caso de desventura», Hay que rectificar a Gobetti
que considera colonizadores a quienes no fueron sino conquistadores. Pero es imposible no meditar el juicio siguiente:
«El culto de la corrida es un aspecto de este amor de la
diversión y de este catolicismo del espectáculo y de la forma: es natural que el énfasis decorativo constituya el ideal
del haraposo que se da el aire de señor y que no puede
Los orígenes del marxismo en América Latina
11
seguir ni la pedagogía anglo-sajona del heroísmo serio y
testarudo, ni la tradición francesa de la fineza. El ideal español de la señorilidad confina con la holgazanería y por esto
comprende como campo propicio y como símbolo la idea de
la corte».
2
«Si Europa es obligada a reconocer los gobiernos de
hecho de América -decía el Vizconde de Chateaubriandtoda su política debe tender a hacer nacer monarquías
en el nuevo mundo, en lugar de estas republicas que nos
enviaran sus principios con los productos de su suelo».
3
de Lima con mucha objetividad y ponderación, las causas y
etapas de esta crisis. Aunque su critica recalca sobre todo
la acci6n invasora del capitalismo extranjero, la responsabilidad del capitalismo local -por absentismo, por imprevisi6n y
por inercia- es a la postre la que ocupa el primer término.
10
EI capitalismo no es sólo una técnica; es además un
espíritu. Este espíritu, que en los países anglo-sajones alcanza su plenitud, entre nosotros es exiguo, incipiente, rudimentario.
J. Caillaux, Ou va la Francel Ou va l’Europel, p. 234 a 239.
4
Extracto Estadístico del Perú. En los anos 1924 a 26, el
comercio con Estados Unidos ha seguido aventajando mas
y mas al comercio con la Gran Bretaña. El porcentaje de la
imporaci6n de la Gran Bretaña descendía en 1926 a 115.6
de las importaciones totales y el de la exportación a 28.5. En
tanto, la importaci6n de Estados Unidos alcanzaba un porcentaje de 46.2, que compensaba con exceso el descenso
del porcentaje de la exportación a 34.5.
5
La deuda exterior del Perú, conforme el Extracto Estadístico de 1926, subía al 31 de diciembre de ese año a Lp.
10’341,906. Posteriormente se ha colocado en Nueva York
un empréstito de 50 millones de dolares, en virtud de la ley
que autoriza al Ejecutivo a la emisión del Empréstito Nacional
Peruano, a un tipo no menor del 86% Y con un interés no
mayor del 6%, con destino a la cancelación de los empréstitos anteriores, contratados con un interés del 71/2 al 8%.
6
El Extracto Estadístico del Perú no consigna ningún dato
sobre el particular. La Estadística Industrial del Perú del Ing.
Carlos P. Jiménez (19221 tampoco ofrece una cifra general.
7
Las condiciones en que se desenvuelve la vida agrícola
del país, son estudiadas en el ensayo sobre el problema de
la tierra, págs. 68 a 107 de este volumen.
8
«La aldea no es -escribe Lucien Romier- como el burgo o
la ciudad, el producto de un agrupamiento: es el resultado
de la desmembración de un antiguo dominio, de una señoría,
de una tierra laica o eclesiástica en torno de un campanario.
El origen unitario de la aldea transparece en varias supervivencias: tal el «espíritu de campanario», tales las rivalidades inmemoriales entre las parroquias. Explica el hecho tan
impresionante de que las rutas antiguas no atraviesen las
aldeas: las respetan como propiedades privadas y abordan
de preferencia sus confines» (Explication de Notre Temps).
9
Alcides Spelucín ha expuesto recientemente, en un diario
12
Los orígenes del marxismo en América Latina
JOSE CARLOS
MARIATEGUI
el problema del indio
Escrito: En 1928.
Primera Edición:En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana,
Biblioteca Amauta, Lima, 1928.
I. SU NUEVO PLANTEAMIENTO
TODAS LAS TESIS SOBRE el problema indígena, que ignoran o eluden a este como
problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos, -y a veces
solo verbales-, condenados a un absoluto
descrédito. No las salva a algunas su buena
fe. Prácticamente, todas no han servido sino
para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La critica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su
dualidad o pluralidad de razas, ni en sus
condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía.
Tiene sus raíces en el régimen de propiedad
de la tierra. Cualquier intento de resolverla
con medidas de administración o policía, con
métodos de enseñanza o con obras de
vialidad, constituyen un trabajo superficial o
adjetivo, mientras subsista la feudalidad de
los «gamonales»1 .
El «gamonalismo» invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de protecci6n
indígena. El hacendado, el latifundista, es un
señor feudal. Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el habito, es impotente
la ley escrita. El trabajo gratuito esta prohibido par la ley y, sin embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el
latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están
enfeudados a la gran propiedad. La ley no
puede prevalecer contra los gamonales. El
funcionario que se obstinase en imponerla,
seria abandonado y sacrificado por el poder
central, cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que
Los orígenes del marxismo en América Latina
13
actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra vía con la misma eficacia.
El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho menos de
los lineamientos de una legislación tutelar que
de las consecuencias del régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A.
Encinas (Contribución a una legislación
tutelar indígena) inicia en 1918 esta tendencia, que de entonces a hoy no ha cesado de
acentuarse2 . Pero, por el carácter mismo de
su trabajo, el Dr. Encinas no podía formular
en el un programa económico-social. Sus
proposiciones dirigidas a la tutela de la propiedad indígena, tenían que limitarse a este
objetivo jurídico. Esbozando las bases del
Home Stead indígena, el Dr. Encinas recomienda la distribución de tierras del Estado
y de la Iglesia. No menciona absolutamente
la expropiación de los gamonales latifundistas. Pero su tesis se distingue por una reiterada acusación de los efectos del
latifundismo, que sale inapelablemente condenado de esta requisitoria3 , que en cierto
modo preludia la actual critica económicosocial de la cuestión del indio.
Esta critica repudia y descalifica las
diversas tesis que consideran la cuestión
como uno u otro de los siguientes criterios
unilaterales y exclusivos: administrativo, jurídico, étnico, moral, educacional, eclesiástico.
La derrota mas antigua y evidente es,
sin duda, la de los que reducen la protección
de los indígenas a un asunto de ordinario administración. Desde los tiempos de la legislación colonial española, las ordenanzas sabias y prolijas, elaboradas después de con-
14
cienzudas encuestas, se revelan totalmente
infructuosas. La fecundidad de la Republica,
des de las jornadas de la Independencia, en
decretos, leyes y providencias encaminadas
a amparar a los indios contra la exacción y
el abuso, no es de las menos considerables.
El gamonal de hoy, como el «encomendero»
de ayer, tiene sin embargo muy poco que
temer de la teoría administrativa. Sabe que
la practica es distinta.
El carácter individualista de la legislación de la Republica ha favorecido,
incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el latifundismo. La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada con mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica no tiene mas valor practico que la reforma
administrativa, frente a un feudalismo intacto en su estructura económica. La apropiación de la mayor parte de la propiedad comunal e individual indígena esta ya cumplida. La experiencia de todos los países que
han salido de su evo-feudal, nos demuestra,
por otra parte, que sin la disolución del feudo
no ha podido funcionar, en ninguna parte, un
derecho liberal.
La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del mas
envejecido repertorio de ideas imperialistas.
El concepto de las razas inferiores sirvió al
Occidente blanco para su obra de expansión
y conquista. Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza
aborigen con inmigrantes blancos, es una
ingenuidad antisociológica, concebible solo
en la mente rudimentaria de un importador
Los orígenes del marxismo en América Latina
de carneros merinos. Los pueblos asiáticos,
a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio, han asimilado admirablemente la
cultura occidental, en lo que tiene de mas
dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal.
La tendencia a considerar el problema
indígena como un problema moral, encarna
una concepción liberal, humanitaria,
ochocentista, iluminista, que en el orden político de Occidente anima y motiva las “ligas
de los Derechos del Hombre». Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que en
Europa han denunciado mas o menos
infructuosamente los crímenes de los colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha
confiado siempre con exceso en sus llamamientos al sentido moral de la civilización.
González Prada no se encontraba exento de
su esperanza cuando escribía que la «condición del indígena puede mejorar de dos
maneras: o el corazón de los opresores se
conduele al extremo de reconocer e1 derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para
escarmentar a los opresores»4 . La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) represento,
ante todo, la misma esperanza, aunque su
verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e inmediatos de defensa del indio que
le asignaron sus directores, orientación que
debe mucho, seguramente, al idealismo
practico, característicamente sajón, de Dora
Mayer5 . El experimento esta ampliamente
cumplido, en el Perú y en el mundo. La pre-
dica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo ni ha bonificado sus métodos. La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino en la solidaridad y
en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas coloniales. Este concepto preside en la Europa contemporánea
una acción antiimperialista, a la cual se adhieren espíritus liberales como Albert Einstein
y Romain Rolland, y que por tanto no puede
ser considerada de exclusivo carácter socialista.
En el terreno de la razón y la moral, se
situaba hace siglos, con mayor energía, o al
menos mayor autoridad, la acción religiosa.
Esta cruzada no obtuvo, sin embargo, sino
leyes y providencias muy sabiamente inspiradas. La suerte de los indios no varió
sustancialmente. González Prada, que como
sabemos no consideraba estas cosas con
criterio propia o sectariamente socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña económica de la cuestión: «No podía suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba la explotación; se pretendía que humanamente se cometiera iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para
extirpar los abusos, habría sido necesario
abolir los repartimientos y las mitas, en dos
palabras, cambiar todo el régimen Colonial.
Sin las faenas del indio americano se habrían
vaciado las arcas del tesoro español»6 . Mas
evidentes posibilidades de éxito que la predica liberal tenia, con todo, la predica religiosa. Esta apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras aquella intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo criollo.
Pero hoy la esperanza en una soluci6n
eclesiástica es indiscutiblemente la mas rezagada y antihistórica de todas. Quienes la
representan no se preocupan siquiera, como
sus distantes -¡tan distantes!- maestros, de
obtener una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas autoridades y
ordenanzas, sino de encargar al misionero
la función de mediar entre el indio y el gamonal7 . La obra de la Iglesia no pudo realizar en
un orden medioeval, cuando su capacidad
espiritual e intelectual podía medirse por frailes como el padre de Las Casas, ¿con que
elementos contaría para prosperar ahora?
Las misiones adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero católico,
cuyos claustros convocan cada día menor
suma de vocaciones de evangelización.
El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y
autónomamente pedagógico. La pedagogía
tiene hoy mas en cuenta que nunca los factores sociales y económicos. El pedagogo
moderno sabe perfectamente que la educación no es una mera cuestión de escuela y
métodos didácticos. El medio económico
social condiciona inexorablemente la labor
del maestro. El gamonalismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio:
su subsistencia tiene en el mantenimiento de
la ignorancia del indio el mismo interés que
en el cultivo de su alcoholismo8 . La escuela
moderna, -en el supuesto de que, dentro de
las circunstancias vigentes, fuera posible
multiplicarla en proporción a la población
escolar campesina-, es incompatible con el
latifundio feudal. La mecánica de la servidum-
bre, anularía totalmente la acción de la escuela, si esta misma, por un milagro inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera conservar, en la atmósfera del feudo,
su pura misión pedagógica. La mas eficiente y grandiosa enseñanza normal no podía
operar estos milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a
desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la mas elemental
concepción progresista o evolucionista de las
cosas. Cuando se comprende a medias esta
verdad, se descubre la fórmula salvadora en
los internados indígenas. Mas la insuficiencia clamorosa de esta fórmula se muestra
en toda su evidencia, apenas se reflexiona
en el insignificante porcentaje de la población
escolar indígena que resulta posible alojar en
estas escuelas.
La solución pedagógica, propugnada
por muchos con perfecta buena fe, esta ya
hasta oficialmente descartada. Los
educacionistas son, repito, los que menos
pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social. No existe, pues, en
la actualidad, sino como una sugestión vaga
e informe, de la que ningún cuerpo y ninguna
doctrina se hace responsable.
El nuevo planteamiento consiste en
buscar el problema indígena en el problema
de la tierra.
II. SUMARIA REVISIÓN HISTÓRICA
La población del Imperio Inkaico, conforme a cálculos prudentes, no era menor
de diez millones. Hay quienes la hacen subir a doce y aun a quince millones. La Con-
Los orígenes del marxismo en América Latina
15
quista fue, ante todo, una tremenda carnicería. Los conquistadores españoles, por su
escaso número, no podían imponer su dominio sino aterrorizando a la población indígena, en la cual produjeron una impresión
supersticiosa las armas y los caballos de
los invasores, mirados como seres sobrenaturales. La organización política y económica de la Colonia, que siguió a la Conquista, no puso término al exterminio de la raza
indígena. El Virreinato estableció un régimen
de brutal explotación. La codicia de los metales preciosos, orientó la actividad económica española hacia la explotación de las
minas que, bajo los inkas, habían sido trabajadas en muy modesta escala, en razón
de no tener el oro y la plata sino aplicaciones ornamentales y de ignorar los indios, que
componían un pueblo esencialmente agrícola, el empleo del hierro. Establecieron los
españoles, para la explotación de las minas
y los «obrajes», un sistema abrumador de
trabajos forzados y gratuitos, que diezmó la
población aborigen. Esta no quedó así reducida sólo a un estado de servidumbre
como habría acontecido si los españoles se
hubiesen limitado a la explotación de las tierras conservando el carácter agrario del país
_ sino, en gran parte, a un estado de esclavitud. No faltaron voces humanitarias y civilizadoras que asumieron ante el Rey de
España la defensa de los indios. El padre
de Las Casas sobresalió eficazmente en
esta defensa. Las Leyes de Indias se inspiraron en propósitos de protección de los indios, reconociendo su organización típica en
«comunidades». Pero, prácticamente, los
16
indios continuaron a merced de una
feudalidad despiadada que destruyó la sociedad y la economía inkaicas, sin sustituirlas con un orden capaz de organizar progresivamente la producción. La tendencia de
los españoles a establecerse en la Costa
ahuyentó de esta región a los aborígenes a
tal punto que se carecía de brazos para el
trabajo. El Virreinato quiso resolver este problema mediante la importación de esclavos
negros, gente que resulto adecuada al clima y las fatigas de los valles o llanos cálidos de la costa, e inaparente, en cambio,
para el trabajo de las minas, situadas en la
Sierra fría. El esclavo negro reforzó la dominación española que a pesar de la
despoblación indígena, se habría sentido de
otro modo demográficamente demasiado
débil frente al indio, aunque sometido, hostil
y enemigo. El negro fue dedicado al servicio
doméstico y a los oficios. El blanco se mezcló fácilmente con el negro, produciendo este
mestizaje uno de los tipos de población costeña con características de mayor adhesión
a lo español y mayor resistencia a lo indígena.
La Revolución de la Independencia no
constituyó, como se sabe, un movimiento
indígena. La promovieron y usufructuaron los
criollos y aun los españoles de las colonias.
Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena. Y, además, algunos indios ilustrados
como Pumacahua, tuvieron en su gestación
parte importante. El programa liberal de la
Revolución comprendía lógicamente la redención del indio, consecuencia automática
de la aplicación de sus postulados
Los orígenes del marxismo en América Latina
igualitarios. Y, así, entre los primeros actos
de la República, se contaron varias leyes y
decretos favorables a los indios. Se ordenó
el reparto de tierras, la abolición de los trabajos gratuitos, etc.; pero no representando
la revolución en el Perú el advenimiento de
una nueva clase dirigente, todas estas disposiciones quedaron sólo escritas, faltas de
gobernantes capaces de actuarlas. La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del
poder, conservó intactos sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre el indio. Todas las disposiciones aparentemente enderezadas a protegerlo, no han
podido nada contra la feudalidad subsistente hasta hoy.
El Virreinato aparece menos culpable
que la República. Al Virreinato le corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de
la miseria y la depresión de los indios. Pero,
en ese tiempo inquisitorial, una gran voz cristiana, la de fray Bartolomé de Las Casas,
defendió vibrantemente a los indios contra
los métodos brutales de los colonizadores.
No ha habido en la República un defensor
tan eficaz y tan porfiado de la raza aborigen.
Mientras el Virreinato era un régimen
medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes
que no tenía el Virreinato. A la República le
tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha
pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se
ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En una raza de costumbre y de alma
agrarias, como la raza indígena, este despojo ha constituido una causa de disolución
material y moral. La tierra ha sido siempre
toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que «la vida viene de la
tierra» y vuelve a la tierra. Por ende, el indio
puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La
feudalidad criolla se ha comportado, a este
respecto, más ávida y más duramente que
la feudalidad española. En general, en el
«encomendero» español había frecuentemente algunos hábitos nobles de señorío. El
«encomendero» criollo tiene todos los defectos del plebeyo y ninguna de las virtudes del
hidalgo. La servidumbre del indio, en suma,
no ha disminuido bajo la República. Todas
las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha
sido dada siempre una respuesta marcial.
El silencio de la puna ha guardado luego el
trágico secreto de estas respuestas. La República ha restaurado, en fin, bajo el título de
conscripción vial, el régimen de las «mitas».
La República, además, es responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La causa de la redención del
indio se convirtió bajo la República, en una
especulación demagógica de algunos caudillos. Los partidos criollos la inscribieron en
su programa. Disminuyeron así en los indios
la voluntad de luchar por sus reivindicaciones.
En la Sierra, la región habitada principalmente por los indios, subsiste apenas
modificada en sus lineamientos, la más bárbara y omnipotente feudalidad. El dominio de
la tierra coloca en manos de los gamonales,
la suerte de la raza indígena, caída en un grado extremo de depresión y de ignorancia.
Además de la agricultura, trabajada muy primitivamente, la Sierra peruana presenta otra
actividad económica: la minería, casi totalmente en manos de dos grandes empresas
norteamericanas. En las minas rige el
salariado; pero la paga es ínfima, la defensa
de la vida del obrero casi nula, la ley de accidentes de trabajo burlada. El sistema del
«enganche», que por medio de anticipos falaces esclaviza al obrero, coloca a los indios
a merced de estas empresas capitalistas.
Es tanta la miseria a que los condena la
feudalidad agraria, que los indios encuentran
preferible, con todo, la suerte que les ofrecen las minas.
La propagación en el Perú de las ideas
socialistas ha traído como consecuencia un
fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación peruana siente y
sabe que el progreso del Perú será ficticio, o
por lo menos no será peruano, mientras no
constituya la obra y no signifique el bienestar
de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este
mismo movimiento se manifiesta en el arte
y en la literatura nacionales en los cuales se
nota una creciente revalorización de las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una
mentalidad coloniales españolas. La litera-
tura indigenista parece destinada a cumplir
la misma función que la literatura «mujikista»
en el período pre-revolucionario ruso. Los
propios indios empiezan a dar señales de
una nueva conciencia. Crece día a día la articulación entre los diversos núcleos indígenas antes incomunicados por las enormes
distancias. Inició esta vinculación, la reunión
periódica de congresos indígenas, patrocinada por el Gobierno, pero como el carácter
de sus reivindicaciones se hizo pronto revolucionario, fue desnaturalizada luego con la
exclusión de los elementos avanzados y la
leva de representaciones apócrifas. La corriente indigenista presiona ya la acción oficial. Por primera vez el Gobierno se ha visto
obligado a aceptar y proclamar puntos de vista indigenistas, dictando algunas medidas
que no tocan los intereses del gamonalismo
y que resultan por esto ineficaces. Por primera vez también el problema indígena, escamoteado antes por la retórica de las clases dirigentes, es planteado en sus términos sociales y económicos, identificándosele
ante todo con el problema de la tierra. Cada
día se impone, con más evidencia, la convicción de que este problema no puede encontrar su solución en una fórmula humanitaria. No puede ser la consecuencia de un
movimiento filantrópico. Los patronatos de
caciques y de rábulas son una befa. Las ligas del tipo de la extinguida Asociación ProIndígena son una voz que clama en el desierto. La Asociación Pro-Indígena no llegó
en su tiempo a convertirse en un movimiento. Su acción se redujo gradualmente a la
acción generosa, abnegada, nobilísima, per-
Los orígenes del marxismo en América Latina
17
sonal de Pedro S. Zulen y Dora Mayer. Como
experimento, el de la Asociación Pro-Indígena sirvió para contrastar, para medir, la insensibilidad moral de una generación y de
una época.
La solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico. Los
congresos indígenas, desvirtuados en los
últimos años por el burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A los indios les falta vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en gran parte, a
su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su número,
no desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras
no son sino una masa orgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de decidir
su rumbo histórico.
1
En el prólogo de Tempestad en los Andes de Valcarcel,
vehemente y beligerante evangelio indigenista, he explicado
así mi punto de vista:
«La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de «occidentalización» material de la tierra quechua.
No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que
levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución
socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas
razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal
18
tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante.
¡Por que ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el mas
desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial! La consanguinidad del movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales
es demasiado evidente para que precise documentarla. Yo
he dicho ya que he llegado al entendimiento y a la valorización justa de lo indígena por la vía del socialismo. El caso de
Valcarcel demuestra lo exacto de mi experiencia personal.
Hombre de diversa formación intelectual, influido por sus
gustos tradicionalistas, orientado por distinto genero de sugestiones y estudios, Valcarcel resuelve políticamente su
indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, entre otras
cosas, que «el proletariado indígena espera su Lenin». No
sena diferente el lenguaje de un marxista. La reivindicación
indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un piano filosófico o cultural. Para adquirirla esto es
para adquirir realidad, corporeidad- necesita convertirse en
reivindicación económica y política. EI socialismo nos ha
enseñado a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como
problema étnico o moral para reconocerlo concretamente
como problema social, económico y político. Y entonces lo
hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado.
Los que no han roto todavía el cerco de su educación liberal
burguesa y, colocándose en una posición abstractista y
literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del
problema, olvidan que la política y, por tanto la economía, lo
dominan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudoidealista para escamotear la realidad disimulándola bajo sus
atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica revolucionaria un confuso galimatías critico, conforme al cual la solución del problema indígena no puede partir de una reforma o
hecho político porque a los efectos inmediatos de este escaparía una compleja multitud de costumbres y vicios que
solo pueden transformarse a través de una evolución lenta
y normal.
La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y
desvanece todos los equívocos. La Conquista fue un hecho
político. Interrumpió bruscamente el proceso autónomo de la
nación quechua, pero no implico una repentina sustitución
de las leyes y costumbres de los nativos por las de los
conquistadores. Sin embargo, ese hecho político abrió, en
todos los ordenes de cosa, así espirituales como materiales, un nuevo periodo. EI cambio de régimen bastó para
mudar desde sus cimientos la vida del pueblo quechua. La
Independencia fue otro hecho político. Tampoco correspondió a una radical transformación de la estructura económica
y social del Perú; pero inauguro, no obstante, otro periodo
de nuestra historia, y si no mejoró prácticamente la condición del indígena, por no haber tocado casi la infraestructu-
Los orígenes del marxismo en América Latina
ra económica colonial, cambio su situación jurídica, y franqueó el camino de su emancipación política y social. Si la
Republica no siguió este camino, la responsabilidad de la
omisión corresponde exclusivamente a la clase que
usufructuó la obra de los libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores:
El problema indígena no admite y a la mitificación a que perpetuamente lo ha sometido una turba de abogados y literatos, consciente o inconscientemente mancomunados con
los intereses de la casta latifundista. La miseria moral y
material de la raza indígena aparece demasiado netamente
como una simple consecuencia del régimen económico y
social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen
sucesor de la feudalidad colonial, es el «gamonalismo». Bajo
su imperio, no se puede hablar seriamente de redención del
indio.
El termino «gamonalismo» no designa solo una categoría
social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fenómeno. EI gamonalismo
no esta representado solo por los gamonales propiamente
dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. EI indio alfabeto se
transforma en un explotador de su propia raza porque se
pone al servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la
política y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es
sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere
atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no
contemplar sino las expresiones episódicas o subsidiarias.
Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, podía
haber sido realizada por la Republica dentro de los principios liberales y capitalistas. Pero por las razones que llevo
ya señaladas estos principios no han dirigido efectiva y
plenamente nuestro proceso histórico. Saboteados por la
propia clase encargada de aplicarlos, durante mas de un
siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que constituía un hecho absolutamente solidario con
el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy, que
estos principios están en crisis en el mundo, adquieran repentinamente en el Perú una insólita vitalidad creadora.
El pensamiento revolucionario, y aun el reformista, no puede
ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de moda,
como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que mientras, de un lado, los que
profesamos el socialismo propugnamos lógicamente y coherentemente la reorganización del país sobre bases socialistas y -constatando que el régimen económico y político
que combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización del país por los capitalismos imperialistas
extranjeros-, proclamamos que este es un instante de nues-
tra historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista, de otro lado no existe en el Perú, como no ha existido nunca, una burguesía
progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y
democrática y que inspire su política en los postulados de
su doctrina».
2
Gonzalez Prada, que ya en uno de sus primeros discursos de agitador intelectual había dicho que formaban el verdadero Perú los millones de indios de los valles andinos, en
el capitulo «Nuestros indios» incluido en la ultima edición de
Horas de Lucha, tiene juicios que lo señalan como el precursor de una nueva conciencia social: «Nada cambia mas
pronto ni mas radicalmente la psicología del hombre que la
propiedad: al sacudir la esclavitud del viente, crece en cien
palmos. Con solo adquirir algo el individuo asciende algunos
peldaños en la escala social, porque las clases se reducen
a grupos clasificados por el monto de la riqueza. A la inversa del globo aerostático, sube mas el que mas pesa. AI que
diga: la escuela, respóndasele: la escuela y el pan. La cuestión del indio, mas que pedagógica, es económica, es social» .
3
»Sostener la condición económica del indio -escribe Encinas- es el mejor modo de elevar su condición social. Su
fuerza económica se encuentra en la tierra, allí se encuentra toda su actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda y peligrosamente, ancestrales tendencias de la raza. No
hay como el trabajo de la tierra para mejorar sus condiciones económicas. En ninguna otra parte, ni en ninguna otra
forma puede encontrar mayor fuente de riqueza como en la
tierra» (Contribución a una legislación tutelar indígena, p.
39). Encinas, en otra parte, dice: «Las instituciones jurídicas
relativas a la propiedad tienen su origen en las necesidades
económicas. Nuestro Código Civil no está en armonía con
los principios económicos, porque es individualista en lo que
se refiere a la propiedad. La ilimitación del derecho de propiedad ha creado el latifundio con detrimento de la propiedad indígena. La propiedad del suelo improductivo ha creado la enfeudación de la raza y su miseria» (p. 13).
4
mismo interesante balance de la Pro-Indígena, Dora Mayer
piensa que esta asociación trabajó, sobre todo, por la formación de un sentido de responsabilidad. «Dormida estaba
-anota- a los cien años de la emancipación republicana del
Perú, la conciencia de los gobernantes, la conciencia de los
gamonales, la conciencia del clero, la conciencia del publico
ilustrado y semi ilustrado, respecto a sus obligaciones para
con la población que no solo merecía un filantrópico rescate
de vejámenes inhumanos, sino a la cual el patriotismo peruano debía un resarcimiento de honor nacional, porque la
Raza Inkaica había descendido a escarnio de propios y extraños». El mejor resultado de la Pro-Indígena resulta sin
embargo, según el leal testimonio de Dora Mayer, su influencia en el despertar indígena. «Lo que era deseable que
sucediera, estaba sucediendo; que los indígenas mismos,
saliendo de la tutela de las clases ajenas concibieran los
medios de su reivindicación».
6
Obra citada
7
«Solo el misionero -escribe el señor José León y Bueno,
uno de los lideres de la «Acción Social de la Juventud»puede redimir y restituir al indio. Siendo el intermediario incansable entre el gamonal y el colono, entre el latifundista y
el comunero, evitando las arbitrariedades del Gobernador
que obedece sobre todo al interés político del cacique criollo; explicando con sencillez la lección objetiva de la naturaleza e interpretando la vida en su fatalidad y en su libertad;
condenando el desborde sensual de las muchedumbres en
las fiestas; segando la incontinencia en sus mismas fuentes
y revelando a la raza su misión excelsa, puede devolver al
Perú su unidad, su dignidad y su fuerza» (Boletín de la A. S.
J., Mayo de 1925).
8
Es demasiado sabido que la producción -y también el
contrabando- de aguardiente de cana, constituye uno de
los mas lucrativos negocios de los hacendados de la Sierra.
Aun los de la Costa, explotan en cierta escala este filón. EI
alcoholismo del peón y del colono resulta indispensable a la
prosperidad de nuestra gran propiedad agrícola.
Gonzalez Prada, Horas de Lucha, 2a. edición, «Nuestros
indios».
5
Dora Mayer de Zulen resume así el carácter del experimento Pro-Indígena: «En fría concreción de datos prácticos
la Asociación Pro-indígena significa para los historiadores
lo que Mariátegui supone un experimento de rescate de la
atrasada y esclavizada Raza Indígena por medio de un cuerpo protector extraño a ella, que gratuitamente y por vías
legales ha procurado servirle como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado». Pero, como aparece en el
Los orígenes del marxismo en América Latina
19
20
Los orígenes del marxismo en América Latina
JOSE CARLOS
MARIATEGUI
el problema de la tierra
Escrito: En 1928.
Primera Edición: En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana,
Biblioteca Amauta, Lima, 1928.
EL PROBLEMA AGRARIO
Y EL PROBLEMA DEL INDIO
QUIENES DESDE PUNTOS de vista socialistas estudiamos y definimos el problema del
indio, empezamos por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que, como una
prolongación de la apostólica batalla del padre de Las Casas, se apoyaba la antigua
campaña pro-indígena. Nuestro primer esfuerzo tiende a establecer su carácter de
problema fundamentalmente económico.
Insurgimos primeramente, contra la tendencia instintiva -y defensiva- del criollo o «misti»,
a reducirlo a un problema exclusivamente
administrativo, pedagógico, étnico o moral,
para escapar a toda costa del plano de la
economía. Por esto, el más absurdo de los
reproches que se nos pueden dirigir es el de
lirismo o literaturismo. Colocando en primer
plano el problema económico-social, asumimos la actitud menos lírica y menos literaria
posible. No nos contentamos con reivindicar
el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su
derecho a la tierra. Esta reivindicación perfectamente materialista, debería bastar para
que no se nos confundiese con los herederos o repetidores del verbo evangélico del
gran fraile español, a quien, de otra parte,
tanto materialismo no nos impide admirar y
estimar fervorosamente.
Y este problema de la tierra -cuya solidaridad con el problema del indio es demasiado evidente-, tampoco nos avenimos a
atenuarlo o adelgazarlo oportunistamente.
Todo lo contrario. Por mi parte, yo trato de
plantearlo en términos absolutamente in-
Los orígenes del marxismo en América Latina
21
equívocos y netos.
El problema agrario se presenta, ante
todo, como el problema de la liquidación de
la feudalidad en el Perú. Esta liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen
demo-burgués formalmente establecido por
la revolución de la independencia. Pero en el
Perú no hemos tenido en cien años de república, una verdadera clase burguesa, una
verdadera clase capitalista. La antigua clase
feudal -camuflada o disfrazada de burguesía republicana- ha conservado sus posiciones. La política de desamortización de la propiedad agraria iniciada por la revolución de
la Independencia -como una consecuencia
lógica de su ideología-, no condujo al desenvolvimiento de la pequeña propiedad. La vieja clase terrateniente no había perdido su
predominio. La supervivencia de un régimen
de latifundistas produjo, en la práctica, el
mantenimiento del latifundio. Sabido es que
la desamortización atacó más bien a la comunidad. Y el hecho es que durante un siglo
de república, la gran propiedad agraria se ha
reforzado y engrandecido a despecho del liberalismo teórico de nuestra Constitución y
de las necesidades prácticas del desarrollo
de nuestra economía capitalista.
Las expresiones de la feudalidad sobreviviente son dos: latifundio y servidumbre.
Expresiones solidarias y consustanciales,
cuyo análisis nos conduce a la conclusión
de que no se puede liquidar la servidumbre,
que pesa sobre la raza indígena, sin liquidar
el latifundio.
Planteado así el problema agrario del
Perú, no se presta a deformaciones equívo-
22
cas. Aparece en toda su magnitud de problema económico-social -y por tanto político- del dominio de los hombres que actúan
en este plano de hechos e ideas. Y resulta
vano todo empeño de convertirlo, por ejemplo, en un problema técnico-agrícola del dominio de los agrónomos.
Nadie ignora que la solución liberal de
este problema sería, conforme a la ideología
individualista, el fraccionamiento de los latifundios para crear la pequeña propiedad. Es
tan desmesurado el desconocimiento, que
se constata a cada paso, entre nosotros, de
los principios elementales del socialismo,
que no será nunca obvio ni ocioso insistir en
que esta fórmula -fraccionamiento de los latifundios en favor de la pequeña propiedadno es utopista, ni herética, ni revolucionaria,
ni bolchevique, ni vanguardista, sino ortodoxa, constitucional, democrática, capitalista y burguesa. Y que tiene su origen en el
ideario liberal en que se inspiran los Estatutos constitucionales de todos los Estados
demo-burgueses. Y que en los países de la
Europa Central y Oriental -donde la crisis
bélica trajo por tierra las últimas murallas de
la feudalidad, con el consenso del capitalismo de Occidente que desde entonces opone precisamente a Rusia este bloque de países anti-bolcheviques-, en Checoslovaquia,
Rumania, Polonia, Bulgaria, etc., se ha sancionado leyes agrarias que limitan, en principio, la propiedad de la tierra, al máximum de
500 hectáreas.
Congruentemente con mi posición
ideológica, yo pienso que la hora de ensayar
en el Perú el método liberal, la fórmula indivi-
Los orígenes del marxismo en América Latina
dualista, ha pasado ya. Dejando aparte las
razones doctrinales, considero fundamentalmente este factor incontestable y concreto
que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico
en la agricultura y la vida indígenas.
Pero quienes se mantienen dentro de
la doctrina demo-liberal -si buscan de veras
una solución al problema del indio, que redima a éste, ante todo, de su servidumbre-,
pueden dirigir la mirada a la experiencia
checa o rumana, dado que la mexicana, por
su inspiración y su proceso, les parece un
ejemplo peligroso. Para ellos es aún tiempo
de propugnar la fórmula liberal. Si lo hicieran, lograrían, al menos, que en el debate del
problema agrario provocado por la nueva
generación, no estuviese del todo ausente el
pensamiento liberal, que, según la historia
escrita, rige la vida del Perú desde la fundación de la República.
COLONIALISMO = FEUDALISMO
El problema de la tierra esclarece la
actitud vanguardista o socialista, ante las supervivencias
del
Virreinato.
El
«perricholismo» literario no nos interesa sino
como signo o reflejo del colonialismo económico. La herencia colonial que queremos
liquidar no es, fundamentalmente, la de «tapadas» y celosías, sino la del régimen económico feudal, cuyas expresiones son el
gamonalismo, el latifundio y la servidumbre.
La literatura colonialista -evocación
nostálgica del Virreinato y de sus fastos-, no
es para mí sino el mediocre producto de un
espíritu engendrado y alimentado por ese régimen. El Virreinato no sobrevive en el
«perricholismo» de algunos trovadores y algunos cronistas. Sobrevive en el feudalismo, en el cual se asienta, sin imponerle todavía su ley, un capitalismo larvado e incipiente. No renegamos, propiamente, la herencia española; renegamos la herencia feudal.
España nos trajo el Medioevo: inquisición, feudalidad, etc. Nos trajo luego, la
Contrarreforma: espíritu reaccionario, método jesuítico, casuismo escolástico. De la
mayor parte de estas cosas, nos hemos ido
liberando, penosamente, mediante la asimilación de la cultura occidental, obtenida a
veces a través de la propia España. Pero de
su cimiento económico, arraigado en los intereses de una clase cuya hegemonía no
canceló la revolución de la independencia,
no nos hemos liberado todavía. Los raigones
de la feudalidad están intactos. Su subsistencia es responsable, por ejemplo, del retardamiento de nuestro desarrollo capitalista.
El régimen de propiedad de la tierra
determina el régimen político y administrativo de toda nación. El problema agrario -que
la República no ha podido hasta ahora resolver- domina todos los problemas de la nuestra. Sobre una economía semifeudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones democráticas y liberales.
En lo que concierne al problema indígena, la subordinación al problema de la tierra resulta más absoluta aún, por razones
especiales. La raza indígena es una raza de
agricultores. El pueblo inkaico era un pueblo
de campesinos, dedicados ordinariamente a
la agricultura y el pastoreo. Las industrias,
las artes, tenían un carácter doméstico y rural. En el Perú de los Inkas era más cierto
que en pueblo alguno el principio de que «la
vida viene de la tierra». Los trabajos públicos, las obras colectivas más admirables del
Tawantinsuyo, tuvieron un objeto militar, religioso o agrícola. Los canales de irrigación
de la sierra y de la costa, los andenes y terrazas de cultivo de los Andes, quedan como
los mejores testimonios del grado de organización económica alcanzado por el Perú
inkaico. Su civilización se caracterizaba, en
todos sus rasgos dominantes, como una civilización agraria. «La tierra -escribe Valcárcel
estudiando la vida económica del
Tawantinsuyo- en la tradición regnícola, es
la madre común: de sus entrañas no sólo
salen los frutos alimenticios, sino el hombre
mismo. La tierra depara todos los bienes. El
culto de la Mama Pacha es par de la
heliolatría, y como el sol no es de nadie en
particular, tampoco el planeta lo es. Hermanados los dos conceptos en la ideología aborigen, nació el agrarismo, que es propiedad
comunitaria de los campos y religión universal del astro del día»1 .
Al comunismo inkaico -que no puede
ser negado ni disminuido por haberse desenvuelto bajo el régimen autocrático de los
Inkas-, se le designa por esto como comunismo agrario. Los caracteres fundamentales de la economía inkaica -según César
Ugarte, que define en general los rasgos de
nuestro proceso con suma ponderación-,
eran los siguientes: «Propiedad colectiva de
la tierra cultivable por el ‘ayllu’ o conjunto de
familias emparentadas, aunque dividida en
lotes individuales intransferibles; propiedad
colectiva de las aguas, tierras de pasto y
bosques por la marca o tribu, o sea la federación de ayllus establecidos alrededor de
una misma aldea; cooperación común en el
trabajo; apropiación individual de las cosechas y frutos 2 «.
La destrucción de esta economía -y
por ende de la cultura que se nutría de su
savia- es una de las responsabilidades menos discutibles del coloniaje, no por haber
constituido la destrucción de las formas
autóctonas, sino por no haber traído consigo
su sustitución por formas superiores. El régimen colonial desorganizó y aniquiló la economía agraria inkaica, sin reemplazarla por
una economía de mayores rendimientos.
Bajo una aristocracia indígena, los nativos
componían una nación de diez millones de
hombres, con un Estado eficiente y orgánico cuya acción arribaba a todos los ámbitos
de su soberanía; bajo una aristocracia extranjera, los nativos se redujeron a una dispersa y anárquica masa de un millón de hombres, caídos en la servidumbre y el
«felahísmo».
El dato demográfico es, a este respecto, el más fehaciente y decisivo. Contra todos los reproches que -en el nombre de conceptos liberales, esto es modernos, de libertad y justicia- se puedan hacer al régimen
inkaico, está el hecho histórico -positivo,
material- de que aseguraba la subsistencia
Los orígenes del marxismo en América Latina
23
y el crecimiento de una población que, cuando arribaron al Perú los conquistadores, ascendía a diez millones y que, en tres siglos
de dominio español, descendió a un millón.
Este hecho condena al coloniaje y no desde
los puntos de vista abstractos o teóricos o
morales -o como quiera calificárseles- de la
justicia, sino desde los puntos de vista prácticos, concretos y materiales de la utilidad.
El coloniaje, impotente para organizar
en el Perú al menos una economía feudal,
injertó en ésta elementos de economía
esclavista.
LA POLÍTICA DEL COLONIAJE:
DESPOBLACIÓN Y ESCLAVITUD
Que el régimen colonial español resultara incapaz de organizar en el Perú una
economía de puro tipo feudal se explica claramente. No es posible organizar una economía sin claro entendimiento y segura estimación, si no de sus principios, al menos
de sus necesidades. Una economía indígena, orgánica, nativa, se forma sola. Ella misma determina espontáneamente sus instituciones. Pero una economía colonial se
establece sobre bases en parte artificiales
y extranjeras, subordinada al interés del colonizador. Su desarrollo regular depende de
la aptitud de éste para adaptarse a las condiciones ambientales o para transformarlas.
El colonizador español carecía radicalmente de esta aptitud. Tenía una idea, un poco
fantástica, del valor económico de los tesoros de la naturaleza, pero no tenía casi idea
alguna del valor económico del hombre.
La práctica de exterminio de la población indígena y de destrucción de sus insti-
24
tuciones -en contraste muchas veces con
las leyes y providencias de la metrópoliempobrecía y desangraba al fabuloso país
ganado por los conquistadores para el Rey
de España, en una medida que éstos no eran
capaces de percibir y apreciar. Formulando
un principio de la economía de su época, un
estadista sudamericano del siglo XIX debía
decir más tarde, impresionado por el espectáculo de un continente semidesierto: «Gobernar es poblar». El colonizador español,
infinitamente lejano de este criterio, implantó
en el Perú un régimen de despoblación.
La persecución y esclavizamiento de
los indios deshacía velozmente un capital
subestimado en grado inverosímil por los colonizadores: el capital humano. Los españoles se encontraron cada día más necesitados de brazos para la explotación y aprovechamiento de las riquezas conquistadas.
Recurrieron entonces al sistema más antisocial y primitivo de colonización: el de la
importación de esclavos. El colonizador renunciaba así, de otro lado, a la empresa para
la cual antes se sintió apto el conquistador:
la de asimilar al indio. La raza negra traída
por él le tenía que servir, entre otras cosas,
para reducir el desequilibrio demográfico
entre el blanco y el indio.
La codicia de los metales preciosos absolutamente lógica en un siglo en que tierras tan distantes casi no podían mandar a
Europa otros productos-, empujó a los españoles a ocuparse preferentemente en la
minería. Su interés pugnaba por convertir en
un pueblo minero al que, bajo sus inkas y
desde sus más remotos orígenes, había sido
Los orígenes del marxismo en América Latina
un pueblo fundamentalmente agrario. De este
hecho nació la necesidad de imponer al indio la dura ley de la esclavitud. El trabajo del
agro, dentro de un régimen naturalmente feudal, hubiera hecho del indio un siervo vinculándolo a la tierra. El trabajo de las minas y
las ciudades, debía hacer de él un esclavo.
Los españoles establecieron, con el sistema de las mitas, el trabajo forzado, arrancando al indio de su suelo y de sus costumbres.
La importación de esclavos negros que
abasteció de braceros y domésticos a la
población española de la costa, donde se encontraba la sede y corte del Virreinato, contribuyó a que España no advirtiera su error
económico y político. El esclavismo se arraigó en el régimen, viciándolo y enfermándolo.
El profesor Javier Prado, desde puntos de vista que no son naturalmente los
míos, arribó en su estudio sobre el estado
social del Perú del coloniaje a conclusiones
que contemplan precisamente un aspecto de
este fracaso de la empresa colonizadora:
«Los negros -dice- considerados como mercancía comercial, e importados a la América, como máquinas humanas de trabajo,
debían regar la tierra con el sudor de su frente; pero sin fecundarla, sin dejar frutos provechosos. Es la liquidación constante siempre igual que hace la civilización en la historia de los pueblos: el esclavo es improductivo en el trabajo como lo fue en el Imperio
Romano y como lo ha sido en el Perú; y es
en el organismo social un cáncer que va corrompiendo los sentimientos y los ideales
nacionales. De esta suerte ha desaparecido
el esclavo en el Perú, sin dejar los campos
cultivados; y después de haberse vengado
de la raza blanca, mezclando su sangre con
la de ésta, y rebajando en ese contubernio el
criterio moral e intelectual, de los que fueron
al principio sus crueles amos, y más tarde
sus padrinos, sus compañeros y sus hermanos»3 .
La responsabilidad de que se puede
acusar hoy al coloniaje, no es la de haber
traído una raza inferior -éste era el reproche
esencial de los sociólogos de hace medio
siglo-, sino la de haber traído con los esclavos, la esclavitud, destinada a fracasar como
medio de explotación y organización económicas de la colonia, a la vez que a reforzar
un régimen fundado sólo en la conquista y
en la fuerza.
El carácter colonial de la agricultura de
la costa, que no consigue aún librarse de esta
tara, proviene en gran parte del sistema
esclavista. El latifundista costeño no ha reclamado nunca, para fecundar sus tierras,
hombres sino brazos. Por esto, cuando le
faltaron los esclavos negros, les buscó un
sucedáneo en los culis chinos. Esta otra
importación típica de un régimen de
«encomenderos» contrariaba y entrababa
como la de los negros la formación regular
de una economía liberal congruente con el
orden político establecido por la revolución
de la independencia. César Ugarte lo reconoce en su estudio ya citado sobre la economía peruana, afirmando resueltamente que
lo que el Perú necesitaba no era «brazos»
sino «hombres»4 .
EL COLONIZADOR ESPAÑOL
La incapacidad del coloniaje para organizar la economía peruana sobre sus naturales bases agrícolas, se explica por el tipo
de colonizador que nos tocó. Mientras en
Norteamérica la colonización depositó los
gérmenes de un espíritu y una economía que
se plasmaban entonces en Europa y a los
cuales pertenecía el porvenir, a la América
española trajo los efectos y los métodos de
un espíritu y una economía que declinaban
ya y a los cuales no pertenecía sino el pasado. Esta tesis puede parecer demasiado simplista a quienes consideran sólo su aspecto
de tesis económica y, supérstites, aunque lo
ignoren, del viejo escolasticismo retórico,
muestran esa falta de aptitud para entender
el hecho económico que constituye el defecto
capital de nuestros aficionados a la historia.
Me complace por esto encontrar en el reciente libro de José Vasconcelos Indología, un
juicio que tiene el valor de venir de un pensador a quien no se puede atribuir ni mucho
marxismo ni poco hispanismo. «Si no hubiese tantas otras causas de orden moral y de
orden físico -escribe Vasconcelos- que explican perfectamente el espectáculo aparentemente desesperado del enorme progreso
de los sajones en el Norte y el lento paso
desorientado de los latinos del Sur, sólo la
comparación de los dos sistemas, de los dos
regímenes de propiedad, bastaría para explicar las razones del contraste. En el Norte
no hubo reyes que estuviesen disponiendo
de la tierra ajena como de cosa propia. Sin
mayor gracia de parte de sus monarcas y
más bien en cierto estado de rebelión moral
contra el monarca inglés, los colonizadores
del norte fueron desarrollando un sistema de
propiedad privada en el cual cada quien pagaba el precio de su tierra y no ocupaba sino
la extensión que podía cultivar. Así fue que
en lugar de encomiendas hubo cultivos. Y en
vez de una aristocracia guerrera y agrícola,
con timbres de turbio abolengo real, abolengo cortesano de abyección y homicidio, se
desarrolló una aristocracia de la aptitud que
es lo que se llama democracia, una democracia que en sus comienzos no reconoció
más preceptos que los del lema francés: libertad, igualdad, fraternidad. Los hombres
del norte fueron conquistando la selva virgen,
pero no permitían que el general victorioso
en la lucha contra los indios se apoderase, a
la manera antigua nuestra, ‘hasta donde alcanza la vista’. Las tierras recién conquistadas no quedaban tampoco a merced del soberano para que las repartiese a su arbitrio y
crease nobleza de doble condición moral:
lacayuna ante el soberano e insolente y opresora del más débil. En el Norte, la República
coincidió con el gran movimiento de expansión y la República apartó una buena cantidad de las tierras buenas, creó grandes reservas sustraídas al comercio privado, pero
no las empleó en crear ducados, ni en premiar servicios patrióticos, sino que las destinó al fomento de la instrucción popular. Y así,
a medida que una población crecía, el aumento del valor de las tierras bastaba para
asegurar el servicio de la enseñanza. Y cada
vez que se levantaba una nueva ciudad en
medio del desierto no era el régimen de con-
Los orígenes del marxismo en América Latina
25
cesión, el régimen de favor el que privaba,
sino el remate público de los lotes en que
previamente se subdividía el plano de la futura urbe. Y con la limitación de que una sola
persona no pudiera adquirir muchos lotes a
la vez. De este sabio, de este justiciero régimen social procede el gran poderío norteamericano. Por no haber procedido en forma semejante, nosotros hemos ido caminando tantas veces para atrás»5 .
La feudalidad es, como resulta del juicio de Vasconcelos, la tara que nos dejó el
coloniaje. Los países que, después de la Independencia, han conseguido curarse de
esa tara son los que han progresado; los que
no lo han logrado todavía, son los retardados. Ya hemos visto cómo a la tara de la
feudalidad, se juntó la tara del esclavismo.
El español no tenía las condiciones de
colonización del anglosajón. La creación de
los EE. UU. se presenta como la obra del
pioneer. España después de la epopeya de
la conquista no nos mandó casi sino nobles,
clérigos y villanos. Los conquistadores eran
de una estirpe heroica; los colonizadores, no.
Se sentían señores, no se sentían pioneers.
Los que pensaron que la riqueza del Perú
eran sus metales preciosos, convirtieron a
la minería, con la práctica de las mitas, en
un factor de aniquilamiento del capital humano y de decadencia de la agricultura. En el
propio repertorio civilista encontramos testimonios de acusación. Javier Prado escribe
que «el estado que presenta la agricultura
en el virreinato del Perú es del todo lamentable debido al absurdo sistema económico
mantenido por los españoles», y que de la
26
despoblación del país era culpable su régimen de explotación6 .
El colonizador, que en vez de establecerse en los campos se estableció en las
minas, tenía la psicología del buscador de
oro. No era, por consiguiente, un creador de
riqueza. Una economía, una sociedad, son
la obra de los que colonizan y vivifican la tierra; no de los que precariamente extraen los
tesoros de su subsuelo. La historia del florecimiento y decadencia de no pocas poblaciones coloniales de la sierra, determinados
por el descubrimiento y el abandono de minas prontamente agotadas o relegadas, demuestra ampliamente entre nosotros esta ley
histórica.
Tal vez las únicas falanges de verdaderos colonizadores que nos envió España
fueron las misiones de jesuitas y dominicos.
Ambas congregaciones, especialmente la de
jesuitas, crearon en el Perú varios interesantes núcleos de producción. Los jesuitas asociaron en su empresa los factores religioso,
político y económico, no en la misma medida que en el Paraguay, donde realizaron su
más famoso y extenso experimento, pero sí
de acuerdo con los mismos principios.
Esta función de las congregaciones no
sólo se conforma con toda la política de los
jesuitas en la América española, sino con la
tradición misma de los monasterios en el
Medioevo. Los monasterios tuvieron en la
sociedad medioeval, entre otros, un rol económico. En una época guerrera y mística,
se encargaron de salvar la técnica de los oficios y las artes, disciplinando y cultivando elementos sobre los cuales debía constituirse
Los orígenes del marxismo en América Latina
más tarde la industria burguesa. Jorge Sorel
es uno de los economistas modernos que
mejor remarca y define el papel de los monasterios en la economía europea, estudiando a la orden benedictina como el prototipo
del monasterio-empresa industrial. «Hallar
capitales -apunta Sorel- era en ese tiempo
un problema muy difícil de resolver; para los
monjes era asaz simple. Muy rápidamente
las donaciones de ricas familias les prodigaron grandes cantidades de metales preciosos; la acumulación primitiva resultaba muy
facilitada. Por otra parte los conventos gastaban poco y la estricta economía que imponían las reglas recuerda los hábitos
parsimoniosos de los primeros capitalistas.
Durante largo tiempo los monjes estuvieron
en grado de hacer operaciones excelentes
para aumentar su fortuna». Sorel nos expone, cómo «después de haber prestado a
Europa servicios eminentes que todo el mundo reconoce, estas instituciones declinaron
rápidamente» y cómo los benedictinos «cesaron de ser obreros agrupados en un taller
casi capitalista y se convirtieron en burgueses retirados de los negocios, que no pensaban sino en vivir en una dulce ociosidad
en la campiña»7 .
Este aspecto de la colonización, como
otros muchos de nuestra economía, no ha
sido aún estudiado. Me ha correspondido a
mí, marxista convicto y confeso, su constatación. Juzgo este estudio, fundamental para
la justificación económica de las medidas
que, en la futura política agraria, concernirán
a los fundos de los conventos y congregaciones,
porque
establecerá
concluyentemente la caducidad práctica de
su dominio y de los títulos reales en que reposaba.
LA «COMUNIDAD» BAJO EL COLONIAJE
Las Leyes de Indias amparaban la propiedad indígena y reconocían su organización comunista. La legislación relativa a las
«comunidades» indígenas, se adaptó a la
necesidad de no atacar las instituciones ni
las costumbres indiferentes al espíritu religioso y al carácter político del Coloniaje. El
comunismo agrario del «ayllu», una vez destruido el Estado Inkaico, no era incompatible con el uno ni con el otro. Todo lo contrario. Los jesuitas aprovecharon precisamente el comunismo indígena en el Perú, en
México y en mayor escala aún en el Paraguay, para sus fines de catequización. El
régimen medioeval, teórica y prácticamente, conciliaba la propiedad feudal con la propiedad comunitaria.
El reconocimiento de las comunidades
y de sus costumbres económicas por las
Leyes de Indias, no acusa simplemente sagacidad realista de la política colonial sino se
ajusta absolutamente a la teoría y la práctica
feudales. Las disposiciones de las leyes coloniales sobre la comunidad, que mantenían
sin inconveniente el mecanismo económico
de ésta, reformaban, en cambio, lógicamente, las costumbres contrarias a la doctrina
católica (la prueba matrimonial, etc.) y tendían a convertir la comunidad en una rueda
de su maquinaria administrativa y fiscal. La
comunidad podía y debía subsistir, para la
mayor gloria y provecho del Rey y de la Iglesia.
Sabemos bien que esta legislación en
gran parte quedó únicamente escrita. La propiedad indígena no pudo ser suficientemente amparada, por razones dependientes de
la práctica colonial. Sobre este hecho están
de acuerdo todos los testimonios. Ugarte
hace las siguientes constataciones: «Ni las
medidas previsoras de Toledo, ni las que en
diferentes oportunidades trataron de ponerse en práctica, impidieron que una gran parte de la propiedad indígena pasara legal o ilegalmente a manos de los españoles o criollos. Una de las instituciones que facilitó este
despojo disimulado fue la de las ‘Encomiendas’. Conforme al concepto legal de la institución, el encomendero era un encargado del
cobro de los tributos y de la educación y
cristianización de sus tributarios. Pero en la
realidad de las cosas, era un señor feudal,
dueño de vidas y haciendas, pues disponía
de los indios como si fueran árboles del bosque y muertos ellos o ausentes, se apoderaba por uno u otro medio de sus tierras. En
resumen, el régimen agrario colonial determinó la sustitución de una gran parte de las
comunidades agrarias indígenas por latifundios de propiedad individual, cultivados por
los indios bajo una organización feudal. Estos grandes feudos, lejos de dividirse con el
transcurso del tiempo, se concentraron y
consolidaron en pocas manos a causa de
que la propiedad inmueble estaba sujeta a
innumerables trabas y gravámenes perpetuos que la inmovilizaron, tales como los
mayorazgos, las capellanías, las fundaciones, los patronatos y demás vinculaciones
de la propiedad»8 .
La feudalidad dejó análogamente subsistentes las comunas rurales en Rusia, país
con el cual es siempre interesante el paralelo porque a su proceso histórico se aproxima el de estos países agrícolas y
semifeudales mucho más que al de los países capitalistas de Occidente. Eugéne
Schkaff, estudiando la evolución del mir en
Rusia, escribe: «Como los señores respondían por los impuestos, quisieron que cada
campesino tuviera más o menos la misma
superficie de tierra para que cada uno contribuyera con su trabajo a pagar los impuestos; y para que la efectividad de éstos estuviera asegurada, establecieron la responsabilidad solidaria. El gobierno la extendió a los
demás campesinos. Los repartos tenían lugar cuando el número de siervos había variado. El feudalismo y el absolutismo transformaron poco a poco la organización comunal de los campesinos en instrumento de
explotación. La emancipación de los siervos
no aportó, bajo este aspecto, ningún cambio»9 . Bajo el régimen de propiedad señorial, el mir ruso, como la comunidad peruana,
experimentó
una
completa
desnaturalización. La superficie de tierras
disponibles para los comuneros resultaba
cada vez más insuficiente y su repartición
cada vez más defectuosa. El mir no garantizaba a los campesinos la tierra necesaria
para su sustento; en cambio garantizaba a
los propietarios la provisión de brazos indispensables para el trabajo de sus latifundios.
Cuando en 1861 se abolió la servidumbre,
los propietarios encontraron el modo de
subrogarla reduciendo los lotes concedidos
Los orígenes del marxismo en América Latina
27
a sus campesinos a una extensión que no
les consintiese subsistir de sus propios productos. La agricultura rusa conservó, de este
modo, su carácter feudal. El latifundista empleó en su provecho la reforma. Se había
dado cuenta ya de que estaba en su interés
otorgar a los campesinos una parcela, siempre que no bastara para la subsistencia de
él y de su familia. No había medio más seguro para vincular el campesino a la tierra, limitando al mismo tiempo, al mínimo, su emigración. El campesino se veía forzado a prestar sus servicios al propietario, quien contaba para obligarlo al trabajo en su latifundio si no hubiese bastado la miseria a que lo
condenaba la ínfima parcela- con el dominio
de prados, bosques, molinos, aguas, etc.
La convivencia de comunidad y latifundio en el Perú, está, pues, perfectamente
explicada, no sólo por las características del
régimen del Coloniaje sino también por la
experiencia de la Europa feudal. Pero la comunidad, bajo este régimen, no podía ser verdaderamente amparada sino apenas tolerada. El latifundista le imponía la ley de su fuerza despótica sin control posible del Estado.
La comunidad sobrevivía, pero dentro de un
régimen de servidumbre. Antes había sido la
célula misma del Estado que le aseguraba
el dinamismo necesario para el bienestar de
sus miembros. El coloniaje la petrificaba dentro de la gran propiedad, base de un Estado
nuevo, extraño a su destino.
El liberalismo de las leyes de la República,
impotente para destruir la feudalidad y para
crear el capitalismo, debía, más tarde, negarle el amparo formal que le había concedi-
28
do el absolutismo de las leyes de la Colonia.
LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA Y LA PROPIEDAD AGRARIA
Entremos a examinar ahora cómo se
presenta el problema de la tierra bajo la República. Para precisar mis puntos de vista
sobre este período, en lo que concierne a la
cuestión agraria, debo insistir en un concepto que ya he expresado respecto al carácter
de la revolución de la independencia en el
Perú. La revolución encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía. Los
elementos de una economía capitalista eran
en nuestro país más embrionarios que en
otros países de América donde la revolución
contó con una burguesía menos larvada,
menos incipiente.
Si la revolución hubiese sido un movimiento de las masas indígenas o hubiese
representado sus reivindicaciones, habría
tenido necesariamente una fisonomía
agrarista. Está ya bien estudiado cómo la
revolución francesa benefició particularmente
a la clase rural, en la cual tuvo que apoyarse
para evitar el retorno del antiguo régimen.
Este fenómeno, además, parece peculiar en
general así a la revolución burguesa como a
la revolución socialista, a juzgar por las consecuencias mejor definidas y más estables
del abatimiento de la feudalidad en la Europa
central y del zarismo en Rusia. Dirigidas y
actuadas principalmente por la burguesía
urbana y el proletariado urbano, una y otra
revolución han tenido como inmediatos usufructuarios a los campesinos. Particularmente en Rusia, ha sido ésta la clase que ha
cosechado los primeros frutos de la revolución bolchevique, debido a que en ese país
Los orígenes del marxismo en América Latina
no se había operado aún una revolución burguesa que a su tiempo hubiera liquidado la
feudalidad y el absolutismo e instaurado en
su lugar un régimen demo-liberal.
Pero, para que la revolución demo-liberal haya tenido estos efectos, dos
premisas han sido necesarias: la existencia
de una burguesía consciente de los fines y
los intereses de su acción y la existencia de
un estado de ánimo revolucionario en la clase campesina y, sobre todo, su reivindicación del derecho a la tierra en términos incompatibles con el poder de la aristocracia
terrateniente. En el Perú, menos todavía que
en otros países de América, la revolución de
la independencia no respondía a estas
premisas. La revolución había triunfado por
la obligada solidaridad continental de los pueblos que se rebelaban contra el dominio de
España y porque las circunstancias políticas
y económicas del mundo trabajaban a su
favor. El nacionalismo continental de los revolucionarios hispanoamericanos se juntaba a esa mancomunidad forzosa de sus destinos, para nivelar a los pueblos más avanzados en su marcha al capitalismo con los
más retrasados en la misma vía.
Estudiando la revolución argentina y por
ende, la americana, Echeverría clasifica las
clases en la siguiente forma: «La sociedad
americana -dice- estaba dividida en tres clases opuestas en intereses, sin vínculo alguno de sociabilidad moral y política. Componían la primera los togados, el clero y los
mandones; la segunda los enriquecidos por
el monopolio y el capricho de la fortuna; la
tercera los villanos, llamados ‘gauchos’ y
‘compadritos’ en el Río de la Plata, ‘cholos’
en el Perú, ‘rotos’ en Chile, ‘leperos’ en México. Las castas indígenas y africanas eran
esclavas y tenían una existencia extrasocial.
La primera gozaba sin producir y tenía el
poder y fuero del hidalgo. Era la aristocracia
compuesta en su mayor parte de españoles
y de muy pocos americanos. La segunda
gozaba, ejerciendo tranquilamente su industria o comercio, era la clase media que se
sentaba en los cabildos; la tercera, única productora por el trabajo manual, componíase
de artesanos y proletarios de todo género.
Los descendientes americanos de las dos
primeras clases que recibían alguna educación en América o en la Península, fueron
los que levantaron el estandarte de la revolución»10 .
La revolución americana, en vez del
conflicto entre la nobleza terrateniente y la
burguesía comerciante, produjo en muchos
casos su colaboración, ya por la impregnación de ideas liberales que acusaba la aristocracia, ya porque ésta en muchos casos
no veía en esa revolución sino un movimiento de emancipación de la corona de España.
La población campesina, que en el Perú era
indígena, no tenía en la revolución una presencia directa, activa. El programa revolucionario no representaba sus reivindicaciones.
Mas este programa se inspiraba en el
ideario liberal. La revolución no podía prescindir de principios que consideraban existentes reivindicaciones agrarias, fundadas en
la necesidad práctica y en la justicia teórica
de liberar el dominio de la tierra de las trabas
feudales. La República insertó en su estatuto estos principios. El Perú no tenía una clase burguesa que los aplicase en armonía con
sus intereses económicos y su doctrina política y jurídica. Pero la República -porque este
era el curso y el mandato de la historia- debía constituirse sobre principios liberales y
burgueses. Sólo que las consecuencias
prácticas de la revolución en lo que se relacionaba con la propiedad agraria, no podían
dejar de detenerse en el límite que les fijaban los intereses de los grandes propietarios.
Por esto, la política de desvinculación
de la propiedad agraria, impuesta por los fundamentos políticos de la República, no atacó al latifundio. Y -aunque en compensación
las nuevas leyes ordenaban el reparto de tierras a los indígenas- atacó, en cambio, en el
nombre de los postulados liberales, a la «comunidad».
Se inauguró así un régimen que, cualesquiera que fuesen sus principios, empeoraba en cierto grado la condición de los indígenas en vez de mejorarla. Y esto no era
culpa del ideario que inspiraba la nueva política y que, rectamente aplicado, debía haber
dado fin al dominio feudal de la tierra convirtiendo a los indígenas en pequeños propietarios.
La nueva política abolía formalmente
las «mitas», encomiendas, etc. Comprendía
un conjunto de medidas que significaban la
emancipación del indígena como siervo. Pero
como, de otro lado, dejaba intactos el poder
y la fuerza de la propiedad feudal, invalidaba
sus propias medidas de protección de la
pequeña propiedad y del trabajador de la tierra.
La aristocracia terrateniente, si no sus
privilegios de principio, conservaba sus posiciones de hecho. Seguía siendo en el Perú
la clase dominante. La revolución no había
realmente elevado al poder a una nueva clase. La burguesía profesional y comerciante
era muy débil para gobernar. La abolición de
la servidumbre no pasaba, por esto, de ser
una declaración teórica. Porque la revolución
no había tocado el latifundio. Y la servidumbre no es sino una de las caras de la
feudalidad, pero no la feudalidad misma.
POLÍTICA AGRARIA DE LA REPÚBLICA
Durante el período de caudillaje militar
que siguió a la revolución de la independencia, no pudo lógicamente desarrollarse, ni
esbozarse siquiera, una política liberal sobre
la propiedad agraria. El caudillaje militar era
el producto natural de un período revolucionario que no había podido crear una nueva
clase dirigente. El poder, dentro de esta situación, tenía que ser ejercido por los militares de la revolución que, de un lado, gozaban del prestigio marcial de sus laureles de
guerra y, de otro lado, estaban en grado de
mantenerse en el gobierno por la fuerza de
las armas. Por supuesto, el caudillo no podía sustraerse al influjo de los intereses de
clase o de las fuerzas históricas en contraste. Se apoyaba en el liberalismo inconsistente
y retórico del demos urbano o el
conservantismo colonialista de la casta terrateniente. Se inspiraba en la clientela de
Los orígenes del marxismo en América Latina
29
tribunos y abogados de la democracia
citadina o de literatos y rétores de la aristocracia latifundista. Porque, en el conflicto de
intereses entre liberales y conservadores,
faltaba una directa y activa reivindicación
campesina que obligase a los primeros a incluir en su programa la redistribución de la
propiedad agraria.
Este problema básico habría sido advertido y apreciado de todos modos por un
estadista superior. Pero ninguno de nuestros
caciques militares de este período lo era.
El caudillaje militar, por otra parte, parece orgánicamente incapaz de una reforma
de esta envergadura que requiere ante todo
un avisado criterio jurídico y económico. Sus
violencias producen una atmósfera adversa
a la experimentación de los principios de un
derecho y de una economía nuevos.
Vasconcelos observa a este respecto lo siguiente: «En el orden económico es constantemente el caudillo el principal sostén del
latifundio. Aunque a veces se proclamen enemigos de la propiedad, casi no hay caudillo
que no remate en hacendado. Lo cierto es
que el poder militar trae fatalmente consigo
el delito de apropiación exclusiva de la tierra;
llámese el soldado, caudillo, Rey o Emperador: despotismo y latifundio son términos
correlativos. Y es natural, los derechos económicos, lo mismo que los políticos, sólo se
pueden conservar y defender dentro de un
régimen de libertad. El absolutismo conduce fatalmente a la miseria de los muchos y
al boato y al abuso de los pocos. Sólo la democracia a pesar de todos sus defectos ha
podido acercarnos a las mejores realizacio-
30
nes de la justicia social, por lo menos la democracia antes de que degenere en los
imperialismos de las repúblicas demasiado
prósperas que se ven rodeadas de pueblos
en decadencia. De todas maneras, entre
nosotros el caudillo y el gobierno de los militares han cooperado al desarrollo del latifundio. Un examen siquiera superficial de los títulos de propiedad de nuestros grandes terratenientes, bastaría para demostrar que
casi todos deben su haber, en un principio, a
la merced de la Corona española, después
a concesiones y favores ilegítimos acordados a los generales influyentes de nuestras
falsas repúblicas. Las mercedes y las concesiones se han acordado, a cada paso, sin
tener en cuenta los derechos de poblaciones enteras de indígenas o de mestizos que
carecieron de fuerza para hacer valer su
dominio»11 .
Un nuevo orden jurídico y económico
no puede ser, en todo caso, la obra de un
caudillo sino de una clase. Cuando la clase
existe, el caudillo funciona como su intérprete y su fiduciario. No es ya su arbitrio
personal, sino un conjunto de intereses y
necesidades colectivas lo que decide su
política. El Perú carecía de una clase burguesa capaz de organizar un Estado fuerte
y apto. El militarismo representaba un orden elemental y provisorio, que apenas dejase de ser indispensable, tenía que ser sustituido por un orden más avanzado y orgánico. No era posible que comprendiese ni considerase siquiera el problema agrario. Problemas rudimentarios y momentáneos acaparaban su limitada acción. Con Castilla rin-
Los orígenes del marxismo en América Latina
dió su máximo fruto el caudillaje militar. Su
oportunismo sagaz, su malicia aguda, su
espíritu mal cultivado, su empirismo absoluto, no le consintieron practicar hasta el fin
una política liberal. Castilla se dio cuenta de
que los liberales de su tiempo constituían
un cenáculo, una agrupación, mas no una
clase. Esto le indujo a evitar con cautela todo
acto seriamente opuesto a los intereses y
principios de la clase conservadora. Pero los
méritos de su política residen en lo que tuvo
de reformadora y progresista. Sus actos de
mayor significación histórica, la abolición de
la esclavitud de los negros y de la contribución de indígenas, representan su actitud liberal.
Desde la promulgación del Código Civil se entró en el Perú en un período de organización gradual. Casi no hace falta remarcar que esto acusaba entre otras cosas la
decadencia del militarismo. El Código, inspirado en los mismos principios que los primeros decretos de la República sobre la tierra, reforzaba y continuaba la política de desvinculación y movilización de la propiedad
agraria. Ugarte, registrando las consecuencias de este progreso de la legislación nacional en lo que concierne a la tierra, anota
que el Código «confirmó la abolición legal de
las comunidades indígenas y de las vinculaciones de dominio; innovando la legislación
precedente, estableció la ocupación como
uno de los modos de adquirir los inmuebles
sin dueño; en las reglas sobre sucesiones,
trató de favorecer la pequeña propiedad»12 .
Francisco García Calderón atribuye al
Código Civil efectos que en verdad no tuvo o
que, por lo menos, no revistieron el alcance
radical y absoluto que su optimismo les asigna: «La constitución -escribe- había destruido los privilegios y la ley civil dividía las propiedades y arruinaba la igualdad de derecho
en las familias. Las consecuencias de esta
disposición eran, en el orden político, la condenación de toda oligarquía, de toda aristocracia de los latifundios; en el orden social,
la ascensión de la burguesía y del mestizaje». «Bajo el aspecto económico, la partición
igualitaria de las sucesiones favoreció la formación de la pequeña propiedad antes
entrabada por los grandes dominios señoriales»13 .
Esto estaba sin duda en la intención
de los codificadores del derecho en el Perú.
Pero el Código Civil no es sino uno de los
instrumentos de la política liberal y de la práctica capitalista. Como lo reconoce Ugarte, en
la legislación peruana «se ve el propósito de
favorecer la democratización de la propiedad
rural, pero por medios puramente negativos
aboliendo las trabas más bien que prestando a los agricultores una protección positiva»14 . En ninguna parte la división de la propiedad agraria, o mejor, su redistribución, ha
sido posible sin leyes especiales de expropiación que han transferido el dominio del
suelo a la clase que lo trabaja.
No obstante el Código, la pequeña propiedad no ha prosperado en el Perú. Por el
contrario, el latifundio se ha consolidado y extendido. Y la propiedad de la comunidad indígena ha sido la única que ha sufrido las consecuencias de este liberalismo deformado.
LA GRAN PROPIEDAD
Y EL PODER POLÍTICO
Los dos factores que se opusieron a
que la revolución de la independencia planteara y abordara en el Perú el problema
agrario -extrema incipiencia de la burguesía
urbana y situación extrasocial, como la define Echeverría, de los indígenas-, impidieron
más tarde que los gobiernos de la República desarrollasen una política dirigida en alguna forma a una distribución menos desigual e injusta de la tierra. Durante el período del caudillaje militar, en vez de fortalecerse el demos urbano, se robusteció la aristocracia latifundista. En poder de extranjeros el comercio y la finanza, no era posible
económicamente el surgimiento de una vigorosa burguesía urbana. La educación española, extraña radicalmente a los fines y
necesidades del industrialismo y del capitalismo, no preparaba comerciantes ni técnicos sino abogados, literatos, teólogos, etc.
Estos, a menos de sentir una especial vocación por el jacobinismo o la demagogia,
tenían que constituir la clientela de la casta
propietaria. El capital comercial, casi exclusivamente extranjero, no podía a su vez hacer otra cosa que entenderse y asociarse
con esta aristocracia que, por otra parte,
tácita o explícitamente, conservaba su predominio político. Fue así como la aristocracia terrateniente y sus ralliés resultaron usufructuarios de la política fiscal y de la explotación del guano y del salitre. Fue así también como esta casta, forzada por su rol económico, asumió en el Perú la función de clase burguesa, aunque sin perder sus resa-
bios y prejuicios coloniales y aristocráticos.
Fue así, en fin, como las categorías burguesas urbanas -profesionales, comerciantesconcluyeron por ser absorbidas por el
civilismo.
El poder de esta clase -civilistas o
«neogodos»- procedía en buena cuenta de
la propiedad de la tierra. En los primeros años
de la Independencia, no era precisamente
una clase de capitalistas sino una clase de
propietarios. Su condición de clase propietaria -y no de clase ilustrada- le había consentido solidarizar sus intereses con los de
los comerciantes y prestamistas extranjeros
y traficar a este título con el Estado y la riqueza pública. La propiedad de la tierra, debida al Virreinato, le había dado bajo la República la posesión del capital comercial. Los
privilegios de la Colonia habían engendrado
los privilegios de la República.
Era, por consiguiente, natural e instintivo en esta clase el criterio más conservador respecto al dominio de la tierra. La subsistencia de la condición extrasocial de los
indígenas, de otro lado, no oponía a los intereses feudales del latifundismo las reivindicaciones de masas campesinas conscientes.
Estos han sido los factores principales del mantenimiento y desarrollo de la gran
propiedad. El liberalismo de la legislación republicana, inerte ante la propiedad feudal, se
sentía activo sólo ante la propiedad comunitaria. Si no podía nada contra el latifundio,
podía mucho contra la «comunidad». En un
pueblo de tradición comunista, disolver la
«comunidad» no servía a crear la pequeña
Los orígenes del marxismo en América Latina
31
propiedad. No se transforma artificialmente
a una sociedad. Menos aún a una sociedad
campesina, profundamente adherida a su
tradición y a sus instituciones jurídicas. El
individualismo no ha tenido su origen en ningún país ni en la Constitución del Estado ni
en el Código Civil. Su formación ha tenido
siempre un proceso a la vez más complicado y más espontáneo. Destruir las comunidades no significaba convertir a los indígenas en pequeños propietarios y ni siquiera
en asalariados libres, sino entregar sus tierras a los gamonales y a su clientela. El latifundista encontraba así, más fácilmente, el
modo de vincular el indígena al latifundio.
Se pretende que el resorte de la concentración de la propiedad agraria en la costa ha sido la necesidad de los propietarios
de disponer pacíficamente de suficiente cantidad de agua. La agricultura de riego, en valles formados por ríos de escaso caudal, ha
determinado, según esta tesis, el florecimiento de la gran propiedad y el sofocamiento de
la media y la pequeña. Pero esta es una tesis especiosa y sólo en mínima parte exacta. Porque la razón técnica o material que
superestima, únicamente influye en la concentración de la propiedad desde que se han
establecido y desarrollado en la costa vastos cultivos industriales. Antes de que estos
prosperaran, antes de que la agricultura de
la costa adquiriera una organización capitalista, el móvil de los riegos era demasiado
débil para decidir la concentración de la propiedad. Es cierto que la escasez de las
aguas de regadío, por las dificultades de su
distribución entre múltiples regantes, favorece
32
a la gran propiedad. Mas no es cierto que
ésta sea el origen de que la propiedad no se
haya subdividido. Los orígenes del latifundio
costeño se remontan al régimen colonial. La
despoblación de la costa, a consecuencia de
la práctica colonial, he ahí, a la vez que una
de las consecuencias, una de las razones
del régimen de gran propiedad. El problema
de los brazos, el único que ha sentido el terrateniente costeño, tiene todas sus raíces
en el latifundio. Los terratenientes quisieron
resolverlo con el esclavo negro en los tiempos de la colonia, con el culi chino en los de
la república. Vano empeño. No se puebla ya
la tierra con esclavos. Y sobre todo no se la
fecunda. Debido a su política, los grandes
propietarios tienen en la costa toda la tierra
que se puede poseer; pero en cambio no tienen hombres bastantes para vivificarla y explotarla. Esta es la defensa de la gran propiedad. Mas es también su miseria y su tara.
La situación agraria de la sierra demuestra, por otra parte, lo artificioso de la
tesis antecitada. En la sierra no existe el problema del agua. Las lluvias abundantes permiten, al latifundista como al comunero, los
mismos cultivos. Sin embargo, también en
la sierra se constata el fenómeno de concentración de la propiedad agraria. Este hecho prueba el carácter esencialmente político-social de la cuestión.
El desarrollo de cultivos industriales, de
una agricultura de exportación, en las haciendas de la costa, aparece íntegramente subordinado a la colonización económica de los
países de América Latina por el capitalismo
occidental. Los comerciantes y prestamis-
Los orígenes del marxismo en América Latina
tas británicos se interesaron por la explotación de estas tierras cuando comprobaron
la posibilidad de dedicarlas con ventaja a la
producción de azúcar primero y de algodón
después. Las hipotecas de la propiedad agraria las colocaban, en buena parte, desde
época muy lejana, bajo el control de las firmas extranjeras. Los hacendados, deudores
a los comerciantes, prestamistas extranjeros, servían de intermediarios, casi de
yanacones, al capitalismo anglosajón para
asegurarle la explotación de campos cultivados a un costo mínimo por braceros esclavizados y miserables, curvados sobre la
tierra bajo el látigo de los «negreros» coloniales.
Pero en la costa el latifundio ha alcanzado un grado más o menos avanzado de
técnica capitalista, aunque su explotación repose aún sobre prácticas y principios feudales. Los coeficientes de producción de algodón y caña corresponden al sistema capitalista. Las empresas cuentan con capitales
poderosos y las tierras son trabajadas con
máquinas y procedimientos modernos. Para
el beneficio de los productos funcionan poderosas plantas industriales. Mientras tanto,
en la sierra las cifras de producción de las
tierras de latifundio no son generalmente mayores a las de tierras de la comunidad. Y, si
la justificación de un sistema de producción
está en sus resultados, como lo quiere un
criterio económico objetivo, este solo dato
condena en la sierra de manera irremediable el régimen de propiedad agraria.
LA «COMUNIDAD» BAJO LA REPÚBLICA
Hemos visto ya cómo el liberalismo
formal de la legislación republicana no se ha
mostrado activo sino frente a la «comunidad»
indígena. Puede decirse que el concepto de
propiedad individual casi ha tenido una función antisocial en la República a causa de
su conflicto con la subsistencia de la «comunidad». En efecto, si la disolución y expropiación de ésta hubiese sido decretada y
realizada por un capitalismo en vigoroso y
autónomo crecimiento, habría aparecido
como una imposición del progreso económico. El indio entonces habría pasado de un
régimen mixto de comunismo y servidumbre a un régimen de salario libre. Este cambio lo habría desnaturalizado un poco; pero
lo habría puesto en grado de organizarse y
emanciparse como clase, por la vía de los
demás proletariados del mundo. En tanto, la
expropiación y absorción graduales de la
«comunidad» por el latifundismo, de un lado
lo hundía más en la servidumbre y de otro
destruía la institución económica y jurídica
que salvaguardaba en parte el espíritu y la
materia de su antigua civilización15 .
Durante el período republicano, los escritores y legisladores nacionales han mostrado una tendencia más o menos uniforme
a condenar la «comunidad» como un rezago de una sociedad primitiva o como una
supervivencia de la organización colonial.
Esta actitud ha respondido en unos casos al
interés del gamonalismo terrateniente y en
otros al pensamiento individualista y liberal
que dominaba automáticamente una cultura
demasiado verbalista y estática.
Un estudio del doctor M. V. Villarán, uno
de los intelectuales que con más aptitud crítica y mayor coherencia doctrinal representa este pensamiento en nuestra primera centuria, señaló el principio de una revisión prudente de sus conclusiones respecto a la «comunidad» indígena. El doctor Villarán mantenía teóricamente su posición liberal, propugnando en principio la individualización de
la propiedad, pero prácticamente aceptaba
la protección de las comunidades contra el
latifundismo, reconociéndoles una función a
la que el Estado debía su tutela.
Mas la primera defensa orgánica y documentada de la comunidad indígena tenía
que inspirarse en el pensamiento socialista
y reposar en un estudio concreto de su naturaleza, efectuado conforme a los métodos
de investigación de la sociología y la economía modernas. El libro de Hildebrando Castro Pozo, Nuestra Comunidad Indígena, así
lo comprueba. Castro Pozo, en este interesante estudio, se presenta exento de
preconceptos liberales. Esto le permite abordar el problema de la «comunidad» con una
mente apta para valorarla y entenderla. Castro Pozo, no sólo nos descubre que la «comunidad» indígena, malgrado los ataques del
formalismo liberal puesto al servicio de un
régimen de feudalidad, es todavía un organismo viviente, sino que, a pesar del medio
hostil dentro del cual vegeta sofocada y deformada, manifiesta espontáneamente evidentes posibilidades de evolución y desarrollo.
Sostiene Castro Pozo, que «el ayllu o
comunidad, ha conservado su natural idio-
sincrasia, su carácter de institución casi familiar en cuyo seno continuaron subsistentes, después de la conquista, sus principales factores constitutivos»16 .
En esto se presenta, pues, de acuerdo con Valcárcel, cuyas proposiciones respecto del ayllu, parecen a algunos excesivamente dominadas por su ideal de resurgimiento indígena.
¿Qué son y cómo funcionan las «comunidades» actualmente? Castro Pozo cree
que se les puede distinguir conforme a la siguiente clasificación: «Primero.-Comunidades agrícolas; Segundo.- Comunidades agrícolas ganaderas; Tercero.- Comunidades de
pastos y aguas; y Cuarto.- Comunidades de
usufructuación. Debiendo tenerse en cuenta que en un país como el nuestro, donde
una misma institución adquiere diversos caracteres, según el medio en que se ha desarrollado, ningún tipo de los que en esta clasificación se presume se encuentra en la realidad, tan preciso y distinto de los otros que,
por sí solo, pudiera objetivarse en un modelo. Todo lo contrario, en el primer tipo de las
comunidades agrícolas se encuentran caracteres correspondientes a los otros y en éstos, algunos concernientes a aquél; pero
como el conjunto de factores externos ha
impuesto a cada uno de estos grupos un
determinado género de vida en sus costumbres, usos y sistemas de trabajo, en sus propiedades e industrias, priman los caracteres
agrícolas, ganaderos, ganaderos en pastos
y aguas comunales o sólo los dos últimos y
los de falta absoluta o relativa de propiedad
de las tierras y la usufructuación de éstas
Los orígenes del marxismo en América Latina
33
por el «ayllu» que, indudablemente, fue su
único propietario»17 .
Estas diferencias se han venido elaborando no por evolución o degeneración natural de la antigua «comunidad», sino al influjo
de una legislación dirigida a la individualización de la propiedad y, sobre todo, por efecto
de la expropiación de las tierras comunales
en favor del latifundismo. Demuestran, por
ende, la vitalidad del comunismo indígena que
impulsa invariablemente a los aborígenes a
variadas formas de cooperación y asociación. El indio, a pesar de las leyes de cien
años de régimen republicano, no se ha hecho individualista. Y esto no proviene de que
sea refractario al progreso como pretende el
simplismo de sus interesados detractores.
Depende, más bien, de que el individualismo, bajo un régimen feudal, no encuentra las
condiciones necesarias para afirmarse y
desarrollarse. El comunismo, en cambio, ha
seguido siendo para el indio su única defensa. El individualismo no puede prosperar, y
ni siquiera existe efectivamente, sino dentro
de un régimen de libre concurrencia. Y el indio no se ha sentido nunca menos libre que
cuando se ha sentido solo.
Por esto, en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se
han extinguido los vínculos del patrimonio y
del trabajo comunitarios, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y
solidaridad que son la expresión empírica de
un espíritu comunista. La comunidad corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando
la expropiación y el reparto parecen liquidar
la comunidad, el socialismo indígena en-
34
cuentra siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla. El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la cooperación en el trabajo individual. Como escribe Castro Pozo: «la costumbre ha quedado reducida a las «mingas» o reuniones de
todo el ayllu para hacer gratuitamente un trabajo en el cerco, acequia o casa de algún
comunero, el cual quehacer efectúan al son
de arpas y violines, consumiendo algunas
arrobas de aguardientes de caña, cajetillas
de cigarros y mascadas de coca». Estas
costumbres han llevado a los indígenas a la
práctica -incipiente y rudimentaria por supuesto- del contrato colectivo de trabajo, más
bien que del contrato individual. No son los
individuos aislados los que alquilan su trabajo a un propietario o contratista; son
mancomunadamente todos los hombres útiles de la «parcialidad».
LA «COMUNIDAD» Y EL LATIFUNDIO
La defensa de la «comunidad» indígena no reposa en principios abstractos de justicia ni en sentimentales consideraciones tradicionalistas, sino en razones concretas y
prácticas de orden económico y social. La
propiedad comunal no representa en el Perú
una economía primitiva a la que haya reemplazado gradualmente una economía progresiva fundada de la propiedad individual. No;
las comunidades han sido despojadas de sus
tierras en provecho del latifundio feudal o
semifeudal, constitucionalmente incapaz de
progreso técnico18 .
En la costa, el latifundio ha evoluciona-
Los orígenes del marxismo en América Latina
do -desde el punto de vista de los cultivos-,
de la rutina feudal a la técnica capitalista,
mientras la comunidad indígena ha desaparecido como explotación comunista de la tierra. Pero en la sierra, el latifundio ha conservado íntegramente su carácter feudal, oponiendo una resistencia mucho mayor que la
«comunidad» al desenvolvimiento de la economía capitalista. La «comunidad», en efecto, cuando se ha articulado, por el paso de
un ferrocarril, con el sistema comercial y las
vías de transporte centrales, ha llegado a
transformarse espontáneamente, en una
cooperativa. Castro Pozo, que como jefe de
la sección de asuntos indígenas del Ministerio de Fomento acopió abundantes datos
sobre la vida de las comunidades, señala y
destaca el sugestivo caso de la parcialidad
de Muquiyauyo, de la cual dice que presenta
los caracteres de las cooperativas de producción, consumo y crédito. «Dueña de una
magnífica instalación o planta eléctrica en las
orillas del Mantaro, por medio de la cual proporciona luz y fuerza motriz, para pequeñas
industrias a los distritos de Jauja, Concepción, Mito, Muqui, Sincos, Huaripampa y
Muquiyauyo, se ha transformado en la institución comunal por excelencia; en la que no
se han relajado sus costumbres indígenas,
y antes bien han aprovechado de ellas para
llevar a cabo la obra de la empresa; han sabido disponer del dinero que poseían empleándolo en la adquisición de las grandes
maquinarias y ahorrado el valor de la mano
de obra que la parcialidad ha ejecutado, lo
mismo que si se tratara de la construcción
de un edificio comunal: por mingas en las
que hasta las mujeres y niños han sido elementos útiles en el acarreo de los materiales de construcción»19 .
La comparación de la «comunidad» y
el latifundio como empresa de producción
agrícola, es desfavorable para el latifundio.
Dentro del régimen capitalista, la gran propiedad sustituye y desaloja a la pequeña propiedad agrícola por su aptitud para intensificar la producción mediante el empleo de una
técnica avanzada de cultivo. La industrialización de la agricultura, trae aparejada la concentración de la propiedad agraria. La gran
propiedad aparece entonces justificada por
el interés de la producción, identificado, teóricamente por lo menos, con el interés de la
sociedad. Pero el latifundio no tiene el mismo efecto, ni responde, por consiguiente, a
una necesidad económica. Salvo los casos
de las haciendas de caña -que se dedican a
la producción de aguardiente con destino a
la intoxicación y embrutecimiento del campesino indígena-, los cultivos de los latifundios serranos son generalmente los mismos
de las comunidades. Y las cifras de la producción no difieren. La falta de estadística
agrícola no permite establecer con exactitud
las diferencias parciales; pero todos los datos disponibles autorizan a sostener que los
rendimientos de los cultivos de las comunidades, no son, en su promedio, inferiores a
los cultivos de los latifundios. La única estadística de producción de la sierra, la del trigo, sufraga esta conclusión. Castro Pozo,
resumiendo los datos de esta estadística en
1917-18, escribe lo siguiente: «La cosecha
resultó, término medio, en 450 y 580 kilos
por cada hectárea para la propiedad comunal e individual, respectivamente. Si se tiene
en cuenta que las mejores tierras de producción han pasado a poder de los terratenientes, pues la lucha por aquéllas en los departamentos del Sur ha llegado hasta el extremo de eliminar al poseedor indígena por la
violencia o masacrándolo, y que la ignorancia del comunero lo lleva de preferencia a
ocultar los datos exactos relativos al monto
de la cosecha, disminuyéndola por temor de
nuevos impuestos o exacciones de parte de
las autoridades políticas subalternas o recaudadores de éstos; se colegirá fácilmente que
la diferencia en la producción por hectárea a
favor del bien de la propiedad individual no
es exacta y que razonablemente, se la debe
dar por no existente, por cuanto los medios
de producción y de cultivo, en una y otras
propiedades, son idénticos»20 .
En la Rusia feudal del siglo pasado, el
latifundio tenía rendimientos mayores que los
de la pequeña propiedad. Las cifras en
hectolitros y por hectárea eran las siguientes: para el centeno: 11.5 contra 9.4; para el
trigo: 11 contra 9.1; para la avena: 15.4 contra 12.7; para la cebada: 11.5 contra 10.5;
para las patatas: 92.3 contra 7221 .
El latifundio de la sierra peruana resulta, pues, por debajo del execrado latifundio
de la Rusia zarista como factor de producción.
La «comunidad», en cambio, de una
parte acusa capacidad efectiva de desarrollo y transformación y de otra parte se presenta como un sistema de producción que
mantiene vivos en el indio los estímulos mo-
rales necesarios para su máximo rendimiento como trabajador. Castro Pozo hace una
observación muy justa cuando escribe que
«la comunidad indígena conserva dos grandes principios económico sociales que hasta el presente ni la ciencia sociológica ni el
empirismo de los grandes industrialistas han
podido resolver satisfactoriamente: el contrato múltiple del trabajo y la realización de
éste con menor desgaste fisiológico y en un
ambiente de agradabilidad, emulación y compañerismo» 22 .
Disolviendo o relajando la «comunidad», el régimen del latifundio feudal, no sólo
ha atacado una institución económica sino
también, y sobre todo, una institución social
que defiende la tradición indígena, que conserva la función de la familia campesina y
que traduce ese sentimiento jurídico popular
al que tan alto valor asignan Proudhon y
Sorel23 .
EL RÉGIMEN DE TRABAJO.
-SERVIDUMBRE Y SALARIADO
El régimen de trabajo está determinado principalmente, en la agricultura, por el
régimen de propiedad. No es posible, por
tanto, sorprenderse de que en la misma
medida en que sobrevive en el Perú el latifundio feudal, sobreviva también, bajo diversas formas y con distintos nombres, la servidumbre. La diferencia entre la agricultura
de la costa y la agricultura de la sierra, aparece menor en lo que concierne al trabajo
que en lo que respecta a la técnica. La agricultura de la costa ha evolucionado con más
Los orígenes del marxismo en América Latina
35
o menos prontitud hacia una técnica capitalista en el cultivo del suelo y la transformación y comercio de los productos. Pero, en
cambio, se ha mantenido demasiado estacionaria en su criterio y conducta respecto
al trabajo. Acerca del trabajador, el latifundio
colonial no ha renunciado a sus hábitos feudales sino cuando las circunstancias se lo
han exigido de modo perentorio. Este fenómeno se explica, no sólo por el hecho de
haber conservado la propiedad de la tierra
los antiguos señores feudales, que han
adoptado, como intermediarios del capital
extranjero, la práctica, mas no el espíritu del
capitalismo moderno. Se explica además por
la mentalidad colonial de esta casta de propietarios, acostumbrados a considerar el
trabajo con el criterio de esclavistas y
«negreros». En Europa, el señor feudal encarnaba, hasta cierto punto, la primitiva tradición patriarcal, de suerte que respecto de
sus siervos se sentía naturalmente superior,
pero no étnica ni nacionalmente diverso. Al
propio terrateniente aristócrata de Europa le
ha sido dable aceptar un nuevo concepto y
una nueva práctica en sus relaciones con el
trabajador de la tierra. En la América colonial, mientras tanto, se ha opuesto a esta
evolución, la orgullosa y arraigada convicción del blanco, de la inferioridad de los hombres de color.
En la costa peruana el trabajador de la
tierra, cuando no ha sido el indio, ha sido el
negro esclavo, el culi chino, mirados, si cabe,
con mayor desprecio. En el latifundista costeño, han actuado a la vez los sentimientos
del aristócrata medioeval y del colonizador
36
blanco, saturados de prejuicios de raza.
El yanaconazgo y el «enganche» no
son la única expresión de la subsistencia de
métodos más o menos feudales en la agricultura costeña. El ambiente de la hacienda
se mantiene íntegramente señorial. Las leyes del Estado no son válidas en el latifundio, mientras no obtienen el consenso tácito
o formal de los grandes propietarios. La autoridad de los funcionarios políticos o administrativos, se encuentra de hecho sometida
a la autoridad del terrateniente en el territorio
de su dominio. Este considera prácticamente a su latifundio fuera de la potestad del Estado, sin preocuparse mínimamente de los
derechos civiles de la población que vive
dentro de los confines de su propiedad. Cobra arbitrios, otorga monopolios, establece
sanciones contrarias siempre a la libertad de
los braceros y de sus familias. Los transportes, los negocios y hasta las costumbres
están sujetos al control del propietario dentro de la hacienda. Y con frecuencia las
rancherías que alojan a la población obrera,
no difieren grandemente de los galpones que
albergaban a la población esclava.
Los grandes propietarios costeños no
tienen legalmente este orden de derechos
feudales o semifeudales; pero su condición
de clase dominante y el acaparamiento ilimitado de la propiedad de la tierra en un territorio sin industrias y sin transportes les permite prácticamente un poder casi incontrolable. Mediante el «enganche» y el
yanaconazgo, los grandes propietarios resisten al establecimiento del régimen del salario libre, funcionalmente necesario en una
Los orígenes del marxismo en América Latina
economía liberal y capitalista. El «enganche»,
que priva al bracero del derecho de disponer
de su persona y su trabajo, mientras no satisfaga las obligaciones contraídas con el
propietario, desciende inequívocamente del
tráfico semiesclavista de culis; el
«yanaconazgo» es una variedad del sistema de servidumbre a través del cual se ha
prolongado la feudalidad hasta nuestra edad
capitalista en los pueblos política y económicamente retardados. El sistema peruano del
yanaconazgo se identifica, por ejemplo, con
el sistema ruso del polovnischestvo dentro
del cual los frutos de la tierra, en unos casos, se dividían en partes iguales entre el
propietario y el campesino y en otros casos
este último no recibía sino una tercera parte24 .
La escasa población de la costa representa para las empresas agrícolas una constante amenaza de carencia o insuficiencia
de brazos. El yanaconazgo vincula a la tierra a la poca población regnícola, que sin esta
mínima garantía de usufructo de tierra, tendería a disminuir y emigrar. El «enganche»
asegura a la agricultura de la costa el concurso de los braceros de la sierra que, si bien
encuentran en las haciendas costeñas un
suelo y un medio extraños, obtienen al menos un trabajo mejor remunerado.
Esto indica que, a pesar de todo y aunque no sea sino aparente o parcialmente25 ,
la situación del bracero en los fundos de la
costa es mejor que en los feudos de la sierra, donde el feudalismo mantiene intacta su
omnipotencia. Los terratenientes costeños
se ven obligados a admitir, aunque sea res-
tringido y atenuado, el régimen del salario y
del trabajo libres. El carácter capitalista de
sus empresas los constriñe a la concurrencia. El bracero conserva, aunque sólo sea
relativamente, su libertad de emigrar así
como de rehusar su fuerza de trabajo al patrón que lo oprime demasiado. La vecindad
de puertos y ciudades; la conexión con las
vías modernas de tráfico y comercio, ofrecen, de otro lado, al bracero, la posibilidad
de escapar a su destino rural y de ensayar
otro medio de ganar su subsistencia.
Si la agricultura de la costa hubiera tenido otro carácter, más progresista, más
capitalista, habría tendido a resolver de manera lógica, el problema de los brazos sobre
el cual tanto se ha declamado. Propietarios
más avisados, se habrían dado cuenta de
que, tal como funciona hasta ahora, el latifundio es un agente de despoblación y de
que, por consiguiente, el problema de los
brazos constituye una de sus más claras y
lógicas consecuencias 26 .
En la misma medida en que progresa
en la agricultura de la costa la técnica capitalista, el salariado reemplaza al
yanaconazgo. El cultivo científico -empleo de
máquinas, abonos, etc.- no se aviene con
un régimen de trabajo peculiar de una agricultura rutinaria y primitiva. Pero el factor
demográfico -el «problema de los brazos»-,
opone una resistencia seria a este proceso
de desarrollo capitalista. El yanaconazgo y
sus variedades sirven para mantener en los
valles una base demográfica que garantice
a las negociaciones el mínimo de brazos
necesarios para las labores permanentes. El
jornalero inmigrante no ofrece las mismas
seguridades de continuidad en el trabajo que
el colono nativo o el yanacón regnícola. Este
último representa, además, el arraigo de una
familia campesina, cuyos hijos mayores se
encontrarán más o menos forzados a alquilar sus brazos al hacendado.
La constatación de este hecho, conduce ahora a los propios grandes propietarios a considerar la conveniencia de establecer muy gradual y prudentemente, sin sombra de ataque a sus intereses, colonias o
núcleos de pequeños propietarios. Una parte de las tierras irrigadas en el Imperial han
sido reservadas así a la pequeña propiedad.
Hay el propósito de aplicar el mismo principio en las otras zonas donde se realizan trabajos de irrigación. Un rico propietario inteligente y experimentado que conversaba conmigo últimamente, me decía que la existencia de la pequeña propiedad, al lado de la
gran propiedad, era indispensable a la formación de una población rural, sin la cual la
explotación de la tierra, estaría siempre a
merced de las posibilidades de la inmigración o del «enganche». El programa de la
Compañía de Subdivisión Agraria, es otra de
las expresiones de una política agraria tendiente al establecimiento paulatino de la pequeña propiedad27 .
Pero, como esta política evita
sistemáticamente la expropiación, o, más
precisamente, la expropiación en vasta escala por el Estado, por razón de utilidad pública o justicia distributiva, y sus restringidas
posibilidades de desenvolvimiento, están por
el momento circunscritas a pocos valles, no
resulta probable que la pequeña propiedad
reemplace oportuna y ampliamente al
yanaconazgo en su función demográfica. En
los valles a los cuales el «enganche» de braceros de la sierra no sea capaz de abastecer de brazos, en condiciones ventajosas
para los hacendados, el yanaconazgo subsistirá, pues, por algún tiempo, en sus diversas variedades, junto con el salariado.
Las formas de yanaconazgo, aparcería o arrendamiento, varían en la costa y en
la sierra según las regiones, los usos o los
cultivos. Tienen también diversos nombres.
Pero en su misma variedad se identifican en
general con los métodos precapitalistas de
explotación de la tierra observados en otros
países de agricultura semifeudal. Verbigracia, en la Rusia zarista. El sistema del
otrabotki ruso presentaba todas las variedades del arrendamiento por trabajo, dinero o
frutos existentes en el Perú. Para comprobarlo no hay sino que leer lo que acerca de
ese sistema escribe Schkaff en su documentado libro sobre la cuestión agraria en Rusia:
«Entre el antiguo trabajo servil en que la violencia o la coacción juegan un rol tan grande
y el trabajo libre en que la única coacción que
subsiste es una coacción puramente económica, aparece todo un sistema transitorio
de formas extremadamente variadas que
unen los rasgos de la barchtchina y del
salariado. Es el otrabototschnaia sistema. El
salario es pagado sea en dinero en caso de
locación de servicios, sea en productos, sea
en tierra; en este último caso (otrabotki en el
sentido estricto de la palabra) el propietario
presta su tierra al campesino a guisa de sa-
Los orígenes del marxismo en América Latina
37
lario por el trabajo efectuado por éste en los
campos señoriales». «El pago del trabajo, en
el sistema de otrabotki, es siempre inferior
al salario de libre alquiler capitalista. La retribución en productos hace a los propietarios
más independientes de las variaciones de
precios observadas en los mercados del trigo y del trabajo. Encuentran en los campesinos de su vecindad una mano de obra más
barata y gozan así de un verdadero monopolio local». «El arrendamiento pagado por
el campesino reviste formas diversas: a veces, además de su trabajo, el campesino
debe dar dinero y productos. Por una
deciatina que recibirá, se comprometerá a
trabajar una y media deciatina de tierra señorial, a dar diez huevos y una gallina. Entregará también el estiércol de su ganado, pues
todo, hasta el estiércol, se vuelve objeto de
pago. Frecuentemente aún el campesino se
obliga ‘a hacer todo lo que exigirá el propietario’, a transportar las cosechas, a cortar la
leña, a cargar los fardos»28 .
En la agricultura de la sierra se encuentran particular y exactamente estos rasgos
de propiedad y trabajo feudales. El régimen
del salario libre no se ha desarrollado ahí. El
hacendado no se preocupa de la productividad de las tierras. Sólo se preocupa de su
rentabilidad. Los factores de la producción
se reducen para él casi únicamente a dos:
la tierra y el indio. La propiedad de la tierra le
permite explotar ilimitadamente la fuerza de
trabajo del indio. La usura practicada sobre
esta fuerza de trabajo -que se traduce en la
miseria del indio-, se suma a la renta de la
tierra, calculada al tipo usual de arrendamien-
38
to. El hacendado se reserva las mejores tierras y reparte las menos productivas entre
sus braceros indios, quienes se obligan a trabajar de preferencia y gratuitamente las primeras y a contentarse para su sustento con
los frutos de las segundas. El arrendamiento del suelo es pagado por el indio en trabajo
o frutos, muy rara vez en dinero (por ser la
fuerza del indio lo que mayor valor tiene para
el propietario), más comúnmente en formas
combinadas o mixtas. Un estudio del doctor
Ponce de León, de la Universidad del Cuzco, que entre otros informes tengo a la vista,
y que revista con documentación de primera
mano todas las variedades de arrendamiento y yanaconazgo en ese vasto departamento, presenta un cuadro bastante objetivo -a
pesar de las conclusiones del autor, respetuosas a los privilegios de los propietariosde la explotación feudal. He aquí algunas de
sus constataciones: «En la provincia de
Paucartambo el propietario concede el uso
de sus terrenos a un grupo de indígenas con
la condición de que hagan todo el trabajo que
requiere el cultivo de los terrenos de la hacienda, que se ha reservado el dueño o patrón. Generalmente trabajan tres días alternativos por semana durante todo el año. Tienen además los arrendatarios o ‘yanaconas’
como se les llama en esta provincia, la obligación de acarrear en sus propias bestias la
cosecha del hacendado a esta ciudad sin
remuneración; y la de servir de pongos en la
misma hacienda o más comúnmente en el
Cuzco, donde preferentemente residen los
propietarios». «Cosa igual ocurre en
Chumbivilcas. Los arrendatarios cultivan la
Los orígenes del marxismo en América Latina
extensión que pueden, debiendo en cambio
trabajar para el patrón cuantas veces lo exija. Esta forma de arrendamiento puede
simplificarse así: el propietario propone al
arrendatario: utiliza la extensión de terreno
que ‘puedas’, con la condición de trabajar en
mi provecho siempre que yo lo necesite».
«En la provincia de Anta el propietario cede
el uso de sus terrenos en las siguientes condiciones: el arrendatario pone de su parte el
capital (semilla, abonos) y el trabajo necesario para que el cultivo se realice hasta sus
últimos momentos (cosecha). Una vez concluido, el arrendatario y el propietario se dividen por partes iguales todos los productos.
Es decir que cada uno de ellos recoge el 50
por ciento de la producción sin que el propietario haya hecho otra cosa que ceder el uso
de sus terrenos sin abonarlos siquiera. Pero
no es esto todo. El aparcero está obligado a
concurrir personalmente a los trabajos del
propietario si bien con la remuneración acostumbrada de 25 centavos diarios»29 .
La confrontación entre estos datos y
los de Schkaff, basta para persuadir de que
ninguna de las sombrías faces de la propiedad y el trabajo precapitalistas falta en la sierra feudal.
«COLONIALISMO» DE NUESTRA
AGRICULTURA COSTEÑA
El grado de desarrollo alcanzado por
la industrialización de la agricultura, bajo un
régimen y una técnica capitalistas, en los
valles de la costa, tiene su principal factor
en el interesamiento del capital británico y
norteamericano en la producción peruana de
azúcar y algodón. De la extensión de estos
cultivos no es un agente primario la aptitud
industrial ni la capacidad capitalista de los
terratenientes. Estos dedican sus tierras a
la producción de algodón y caña financiados o habilitados por fuertes firmas
exportadoras.
Las mejores tierras de los valles de la
costa están sembradas de algodón y caña,
no precisamente porque sean apropiadas
sólo a estos cultivos, sino porque únicamente ellos importan, en la actualidad, a los comerciantes ingleses y yanquis. El crédito
agrícola -subordinado absolutamente a los
intereses de estas firmas, mientras no se
establezca el Banco Agrícola Nacional-, no
impulsa ningún otro cultivo. Los de frutos alimenticios, destinados al mercado interno,
están generalmente en manos de pequeños
propietarios y arrendatarios. Sólo en los valles de Lima, por la vecindad de mercados
urbanos de importancia, existen fundos extensos dedicados por sus propietarios a la
producción de frutos alimenticios. En las
haciendas algodoneras o azucareras, no se
cultiva estos frutos, en muchos casos, ni en
la medida necesaria para el abastecimiento
de la propia población rural.
El mismo pequeño propietario, o pequeño arrendatario, se encuentra empujado
al cultivo del algodón por esta corriente que
tan poco tiene en cuenta las necesidades
particulares de la economía nacional. El desplazamiento de los tradicionales cultivos alimenticios por el del algodón en las campiñas de la costa donde subsiste la pequeña
propiedad, ha constituido una de las causas
más visibles del encarecimiento de las subsistencias en las poblaciones de la costa.
Casi únicamente para el cultivo del algodón, el agricultor encuentra facilidades
comerciales. Las habilitaciones están reservadas, de arriba a abajo, casi exclusivamente al algodonero. La producción de algodón
no está regida por ningún criterio de economía nacional. Se produce para el mercado
mundial, sin un control que prevea en el interés de esta economía, las posibles bajas de
los precios derivados de períodos de crisis
industrial o de superproducción algodonera.
Un ganadero me observaba últimamente que, mientras sobre una cosecha de
algodón el crédito que se puede conseguir
no está limitado sino por las fluctuaciones
de los precios, sobre un rebaño o un criadero, el crédito es completamente convencional o inseguro. Los ganaderos de la costa
no pueden contar con préstamos bancarios
considerables para el desarrollo de sus negocios. En la misma condición, están todos
los agricultores que no pueden ofrecer como
garantía de sus empréstitos, cosechas de
algodón o caña de azúcar.
Si las necesidades del consumo nacional estuviesen satisfechas por la producción agrícola del país, este fenómeno no tendría ciertamente tanto de artificial. Pero no
es así. El suelo del país no produce aún todo
lo que la población necesita para su subsistencia. El capítulo más alto de nuestras importaciones es el de «víveres y especias»:
Lp. 3’620,235, en el año 1924. Esta cifra,
dentro de una importación total de dieciocho
millones de libras, denuncia uno de los problemas de nuestra economía. No es posible
la supresión de todas nuestras importaciones de víveres y especias, pero sí de sus
más fuertes renglones. El más grueso de
todos es la importación de trigo y harina, que
en 1924 ascendió a más de doce millones
de soles.
Un interés urgente y claro de la economía peruana exige, desde hace mucho tiempo, que el país produzca el trigo necesario
para el pan de su población. Si este objetivo
hubiese sido alcanzado, el Perú no tendría
ya que seguir pagando al extranjero doce o
más millones de soles al año por el trigo que
consumen las ciudades de la costa.
¿Por qué no se ha resuelto este problema de nuestra economía? No es sólo porque el Estado no se ha preocupado aún de
hacer una política de subsistencias. Tampoco es, repito, porque el cultivo de la caña y el
de algodón son los más adecuados al suelo
y al clima de la costa. Uno solo de los valles,
uno solo de los llanos interandinos -que algunos kilómetros de ferrocarriles y caminos
abrirían al tráfico- puede abastecer
superabundantemente de trigo, cebada, etc.,
a toda la población del Perú. En la misma
costa, los españoles cultivaron trigo en los
primeros tiempos de la colonia, hasta el cataclismo que mudó las condiciones
climáticas del litoral. No se estudió posteriormente, en forma científica y orgánica, la posibilidad de establecer ese cultivo. Y el experimento practicado en el Norte, en tierras del
«Salamanca», demuestra que existen variedades de trigo resistentes a las plagas que
Los orígenes del marxismo en América Latina
39
atacan en la costa este cereal y que la pereza criolla, hasta este experimento, parecía
haber renunciado a vencer30 .
El obstáculo, la resistencia a una solución, se encuentra en la estructura misma
de la economía peruana. La economía del
Perú es una economía colonial. Su movimiento, su desarrollo, están subordinados a los
intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y de Nueva York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por
eso, créditos y transportes sólo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los
grandes mercados. La finanza extranjera se
interesa un día por el caucho, otro día por el
algodón, otro día por el azúcar. El día en que
Londres puede recibir un producto a mejor
precio y en cantidad suficiente de la India o
del Egipto, abandona instantáneamente a su
propia suerte a sus proveedores del Perú.
Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que
se hagan de su independencia, no actúan en
realidad sino como intermediarios o agentes
del capitalismo extranjero.
PROPOSICIONES FINALES
A las proposiciones fundamentales,
expuestas ya en este estudio, sobre los aspectos presentes de la cuestión agraria en
el Perú, debo agregar las siguientes:
1.- El carácter de la propiedad agraria
en el Perú se presenta como una de las
mayores trabas del propio desarrollo del capitalismo nacional. Es muy elevado el por-
40
centaje de las tierras, explotadas por arrendatarios grandes o medios, que pertenecen
a terratenientes que jamás han manejado sus
fundos. Estos terratenientes, por completo
extraños y ausentes de la agricultura y de
sus problemas, viven de su renta territorial
sin dar ningún aporte de trabajo ni de inteligencia a la actividad económica del país.
Corresponden a la categoría del aristócrata
o del rentista, consumidor improductivo. Por
sus hereditarios derechos de propiedad perciben un arrendamiento que se puede considerar como un canon feudal. El agricultor
arrendatario corresponde, en cambio, con
más o menos propiedad, al tipo de jefe de
empresa capitalista. Dentro de un verdadero sistema capitalista, la plusvalía obtenida
por su empresa, debería beneficiar a este
industrial y al capital que financiase sus trabajos. El dominio de la tierra por una clase
de rentistas, impone a la producción la pesada carga de sostener una renta que no
está sujeta a los eventuales descensos de
los productos agrícolas. El arrendamiento no
encuentra, generalmente, en este sistema,
todos los estímulos indispensables para
efectuar los trabajos de perfecta valorización
de las tierras y de sus cultivos e instalaciones. El temor a un aumento de la locación,
al vencimiento de su escritura, lo induce a
una gran parsimonia en las inversiones. La
ambición del agricultor arrendatario es, por
supuesto, convertirse en propietario; pero su
propio empeño contribuye al encarecimiento de la propiedad agraria en provecho de los
latifundistas. Las condiciones incipientes del
crédito agrícola en el Perú impiden una más
Los orígenes del marxismo en América Latina
intensa expropiación capitalista de la tierra
para esta clase de industriales. La explotación capitalista e industrialista de la tierra, que
requiere para su libre y pleno desenvolvimiento la eliminación de todo canon feudal, avanza por esto en nuestro país con suma lentitud. Hay aquí un problema, evidente no sólo
para un criterio socialista sino, también, para
un criterio capitalista. Formulando un principio que integra el programa agrario de la burguesía liberal francesa, Edouard Herriot afirma que «la tierra exige la presencia real»31 .
No está demás remarcar que a este respecto el Occidente no aventaja por cierto al
Oriente, puesto que la ley mahometana establece, como lo observa Charles Gide, que
«la tierra pertenece al que la fecunda y vivifica».
2.- El latifundismo subsistente en el
Perú se acusa, de otro lado, como la más
grave barrera para la inmigración blanca. La
inmigración que podemos esperar es, por
obvias razones, de campesinos provenientes de Italia, de Europa Central y de los
Balcanes. La población urbana occidental
emigra en mucha menor escala y los obreros industriales saben, además, que tienen
muy poco que hacer en la América Latina. Y
bien. El campesino europeo no viene a América para trabajar como bracero, sino en los
casos en que el alto salario le consiente ahorrar largamente. Y éste no es el caso del
Perú. Ni el más miserable labrador de Polonia o de Rumania aceptaría el tenor de vida
de nuestros jornaleros de las haciendas de
caña o algodón. Su aspiración es devenir
pequeño propietario. Para que nuestros cam-
pos estén en grado de atraer esta inmigración es indispensable que puedan brindarle
tierras dotadas de viviendas, animales y herramientas y comunicadas con ferrocarriles
y mercados. Un funcionario o propagandista
del fascismo, que visitó el Perú hace aproximadamente tres años, declaró en los diarios
locales que nuestro régimen de gran propiedad era incompatible con un programa de
colonización e inmigración capaz de atraer
al campesino italiano.
3.- El enfeudamiento de la agricultura
de la costa a los intereses de los capitales y
los mercados británicos y americanos, se
opone no sólo a que se organice y desarrolle
de acuerdo con las necesidades específicas
de la economía nacional -esto es asegurando primeramente el abastecimiento de la
población- sino también a que ensaye y adopte nuevos cultivos. La mayor empresa acometida en este orden en los últimos años -la
de las plantaciones de tabaco de Tumbesha sido posible sólo por la intervención del
Estado. Este hecho abona mejor que ningún
otro la tesis de que la política liberal del laisser
faire, que tan pobres frutos ha dado en el
Perú, debe ser definitivamente reemplazada
por una política social de nacionalización de
las grandes fuentes de riqueza.
4.- La propiedad agraria de la costa, no
obstante los tiempos prósperos de que ha
gozado, se muestra hasta ahora incapaz de
atender los problemas de la salubridad rural,
en la medida que el Estado exige y que es,
desde luego, asaz modesta. Los requerimientos de la Dirección de Salubridad Pública a los hacendados no consiguen aún el
cumplimiento de las disposiciones vigentes
contra el paludismo. No se ha obtenido siquiera un mejoramiento general de las
rancherías. Está probado que la población
rural de la costa arroja los más altos índices
de mortalidad y morbilidad del país.
(Exceptúase naturalmente los de las regiones excesivamente mórbidas de la selva).
La estadística demográfica del distrito rural
de Pativilca acusaba hace tres años una
mortalidad superior a la natalidad. Las obras
de irrigación, como lo observa el ingeniero
Sutton a propósito de la de Olmos, comportan posiblemente la más radical solución del
problema de las paludes o pantanos. Pero,
sin las obras de aprovechamiento de las
aguas sobrantes del río Chancay realizadas
en Huacho por el señor Antonio Graña, a
quien se debe también un interesante plan
de colonización, y sin las obras de aprovechamiento de las aguas del subsuelo practicadas en Chiclín y alguna otra negociación
del Norte, la acción del capital privado en la
irrigación de la costa peruana resultaría verdaderamente insignificante en los últimos
años.
5.- En la sierra, el feudalismo agrario
sobreviviente se muestra del todo inepto
como creador de riqueza y de progreso. Excepción hecha de las negociaciones ganaderas que exportan lana y alguna otra, en los
valles y planicies serranos el latifundio tiene
una producción miserable. Los rendimientos
del suelo son ínfimos; los métodos de trabajo, primitivos. Un órgano de la prensa local
decía una vez que en la sierra peruana el
gamonal aparece relativamente tan pobre
como el indio. Este argumento -que resulta
completamente nulo dentro de un criterio de
relatividad- lejos de justificar al gamonal, lo
condena inapelablemente. Porque para la
economía moderna -entendida como ciencia objetiva y concreta- la única justificación
del capitalismo y de sus capitanes de industria y de finanza está en su función de creadores de riqueza. En el plano económico, el
señor feudal o gamonal es el primer responsable del poco valor de sus dominios. Ya
hemos visto cómo este latifundista no se preocupa de la productividad sino de la rentabilidad de la tierra. Ya hemos visto también
cómo, a pesar de ser sus tierras las mejores, sus cifras de producción no son mayores que las obtenidas por el indio, con su primitivo equipo de labranza, en sus magras
tierras comunales. El gamonal, como factor
económico, está, pues, completamente descalificado.
6.- Como explicación de este fenómeno se dice que la situación económica de la
agricultura de la sierra depende absolutamente de las vías de comunicación y transporte. Quienes así razonan no entienden sin
duda la diferencia orgánica, fundamental, que
existe entre una economía feudal o
semifeudal y una economía capitalista. No
comprenden que el tipo patriarcal primitivo
de terrateniente feudal es sustancialmente
distinto del tipo del moderno jefe de empresa. De otro lado el gamonalismo y el
latifundismo aparecen también como un obstáculo hasta para la ejecución del propio programa vial que el Estado sigue actualmente.
Los abusos e intereses de los gamonales
Los orígenes del marxismo en América Latina
41
se oponen totalmente a una recta aplicación
de la ley de conscripción vial. El indio la mira
instintivamente como una arma del
gamonalismo. Dentro del régimen inkaico, el
servicio vial debidamente establecido sería
un servicio público obligatorio, del todo compatible con los principios del socialismo moderno; dentro del régimen colonial de latifundio y servidumbre, el mismo servicio adquiere
el carácter odioso de una «mita».
1
Luis E. Valcárcel, Del Ayllu al Imperio, p. 166.
2
César Antonio Ugarte, Bosquejo de la Historia Económica del Perú, p. 9.
3
Javier Prado, «Estado Social del Perú durante la dominación española», en Anales Universitarios del Perú, tomo
XXII, pp. 125 y 126.
4
Ugarte, ob. citada, p. 64.
5
José Vasconcelos, Indología.
6
Javier Prado, ob. citada, p. 37.
Georges Sorel, Introduction à l’economie moderne, pp.
120 y 130.
8
Ugarte, ob. citada, p. 24.
7
9
Eugéne Schkaff, La Question Agraire en Russie, p. 118.
10
Esteban Echeverría, Antecedentes y primeros pasos de
la revolución de Mayo.
11
Vasconcelos, conferencia sobre «El Nacionalismo en la
América Latina», en Amauta Nº 4, p. 15. Este juicio, exacto
en lo que respecta a las relaciones entre caudillaje militar y
propiedad agraria en América, no es igualmente válido para
todas las épocas y situaciones históricas. No es posible
suscribirlo sin esta precisa reserva.
12
Ugarte, ob. citada, p. 57.
13
Le Pérou Contemporain, pp. 98 y 99.
14
Ugarte, ob. citada, p. 58
15
Si la evidencia histórica del comunismo inkaico no apareciese incontestable, la comunidad, órgano específico de comunismo, bastaría para despejar cualquier duda. El «despotismo» de los inkas ha herido sin embargo, los escrúpulos
42
liberales de algunos espíritus de nuestro tiempo. Quiero reafirmar aquí la defensa que hice del comunismo inkaico objetando la tesis de su más reciente impugnador, Augusto
Aguirre Morales, autor de la novela El Pueblo del Sol .
El comunismo moderno es una cosa distinta del comunismo
inkaico. Esto es lo primero que necesita aprender y entender, el hombre de estudio que explora el Tawantinsuyo. Uno
y otro comunismo son un producto de diferentes experiencias humanas. Pertenecen a distintas épocas históricas.
Constituyen la elaboración de disímiles civilizaciones. La de
los inkas fue una civilización agraria. La de Marx y Sorel es
una civilización industrial. En aquélla el hombre se sometía a
la naturaleza. En ésta la naturaleza se somete a veces al
hombre. Es absurdo, por ende, confrontar las formas y las
instituciones de uno y otro comunismo. Lo único que puede
confrontarse es su incorpórea semejanza esencial, dentro
de la diferencia esencial y material de tiempo y de espacio.
Y para esta confrontación hace falta un poco de relativismo
histórico. De otra suerte se corre el riesgo cierto de caer en
los clamorosos errores en que ha caído Víctor Andrés
Belaunde en una tentativa de este género.
Los cronistas de la conquista y de la colonia miraron el
panorama indígena con ojos medioevales. Su testimonio indudablemente no puede ser aceptado, sin beneficio de inventario. Sus juicios corresponden inflexiblemente a sus
puntos de vista españoles y católicos. Pero Aguirre Morales
es, a su turno, víctima del falaz punto de vista. Su posición
en el estudio del Imperio Inkaico no es una posición relativista.
Aguirre considera y examina el Imperio con apriorismos liberales e individualistas. Y piensa que el pueblo inkaico fue un
pueblo esclavo e infeliz porque careció de libertad.
La libertad individual es un aspecto del complejo fenómeno
liberal. Una crítica realista puede definirla como la base jurídica de la civilización capitalista, (Sin el libre arbitrio no habría libre tráfico, ni libre concurrencia, ni libre industria). Una
crítica idealista puede definirla como una adquisición del
espíritu humano en la edad moderna. En ningún caso, esta
libertad cabía en la vida inkaica. El hombre del Tawantinsuyo
no sentía absolutamente ninguna necesidad de libertad individual. Así como no sentía absolutamente, por ejemplo, ninguna necesidad de libertad de imprenta. La libertad de imprenta puede servirnos para algo a Aguirre Morales y a mí;
pero los indios podían ser felices sin conocerla y aun sin
concebirla. La vida y el espíritu del indio no estaban atormentados por el afán de especulación y de creación intelectuales. No estaban tampoco subordinados a la necesidad
de comerciar, de contratar, de traficar. ¿Para qué podría
servirle, por consiguiente, al indio esta libertad inventada
por nuestra civilización? Si el espíritu de la libertad se reveló
al quechua, fue sin duda en una fórmula o, más bien, en una
emoción diferente de la fórmula liberal, jacobina e individua-
Los orígenes del marxismo en América Latina
lista de la libertad. La revelación de la libertad, como la revelación de Dios, varía con las edades, los pueblos y los climas. Consustanciar la idea abstracta de la libertad con las
imágenes concretas de una libertad con gorro frigio -hija del
protestantismo y del renacimiento y de la revolución francesa- es dejarse coger por una ilusión que depende tal vez de
un mero, aunque no desinteresado, astigmatismo filosófico
de
la
burguesía
y
de
su
democracia.
La tesis de Aguirre, negando el carácter comunista de la
sociedad inkaica, descansa íntegramente en un concepto
erróneo. Aguirre parte de la idea de que autocracia y comunismo son dos términos inconciliables. El régimen inkaico constata- fue despótico y teocrático; luego -afirma- no fue
comunista. Mas el comunismo no supone, históricamente,
libertad individual ni sufragio popular. La autocracia y el comunismo son incompatibles en nuestra época; pero no lo
fueron en sociedades primitivas. Hoy un orden nuevo no
puede renunciar a ninguno de los progresos morales de la
sociedad moderna. El socialismo contemporáneo -otras épocas han tenido otros tipos de socialismo que la historia designa con diversos nombres- es la antítesis del liberalismo;
pero nace de su entraña y se nutre de su experiencia. No
desdeña ninguna de sus conquistas intelectuales. No escarnece y vilipendia sino sus limitaciones. Aprecia y comprende todo lo que en la idea liberal hay de positivo: condena y ataca sólo lo que en esta idea hay de negativo y temporal. Teocrático y despótico fue, ciertamente, el régimen
inkaico. Pero este es un rasgo común de todos los regímenes de la antigüedad. Todas las monarquías de la historia se
han apoyado en el sentimiento religioso de sus pueblos. El
divorcio del poder temporal y del poder espiritual es un hecho nuevo. Y más que un divorcio es una separación de
cuerpos. Hasta Guillermo de Hohenzollern los monarcas han
invocado su derecho divino. No es posible hablar de tiranía
abstractamente. Una tiranía es un hecho concreto. Y es real
sólo en la medida en que oprime la voluntad de un pueblo o
en que contraría y sofoca su impulso vital. Muchas veces,
,
en la antigüedad un régimen absolutista y teocrático ha encarnado y representado, por el contrario, esa voluntad y
ese impulso. Este parece haber sido el caso del imperio
inkaico. No creo en la obra taumatúrgica de los Inkas. Juzgo
evidente su capacidad política, pero juzgo no menos evidente que su obra consistió en construir el Imperio con los
materiales humanos y los elementos morales allegados por
los siglos. El ayllu -la comunidad-, fue la célula del Imperio.
Los Inkas hicieron la unidad, inventaron el Imperio; pero no
crearon la célula. El Estado jurídico organizado por los Inkas
reprodujo, sin duda, el Estado natural pre-existente. Los
Inkas no violentaron nada. Está bien que se exalte su obra;
no que se desprecie y disminuya la gesta milenaria y
multitudinaria de la cual esa obra no es sino una expresión y
una consecuencia.No se debe empequeñecer, ni mucho
menos negar, lo que en esa obra pertenece a la masa.
Aguirre, literato individualista, se complace en ignorar en la
historia a la muchedumbre. Su mirada de romántico busca
exclusivamente al héroe. Los vestigios de la civilización inkaica
declaran unánimemente, contra la requisitoria de Aguirre
Morales. El autor de El Pueblo del Sol invoca el testimonio
de los millares de huacos que han desfilado ante sus ojos. Y
bien. Esos huacos dicen que el arte inkaico fue un arte
popular. Y el mejor documento de la civilización inkaica es,
acaso, su arte. La cerámica estilizada sintetista de los indios no puede haber sido producida por un pueblo grosero
y bárbaro.James George Frazer -muy distante espiritual y
físicamente de los cronistas de la colonia-, escribe: «Remontando el curso de la historia, se encontrará que no es
por un puro accidente que los primeros grandes pasos hacia la civilización han sido hechos bajo gobiernos despóticos
y teocráticos como los de la China, del Egipto, de Babilonia,
de México, del Perú, países en todos los cuales el jefe supremo exigía y obtenía la obediencia servil de sus súbditos
por su doble carácter de rey y de dios. Sería apenas una
exageración decir que en esa época lejana el despotismo
es el más grande amigo de la humanidad y por paradojal que
esto parezca, de la libertad. Pues después de todo, hay más
libertad, en el mejor sentido de la palabra -libertad de pensar
nuestros pensamientos y de modelar nuestros destinos-,
bajo el despotismo más absoluto y la tiranía más opresora
que bajo la aparente libertad de la vida salvaje, en la cual la
suerte del individuo, de la cuna a la tumba, es vaciada en el
molde rígido de las costumbres hereditarias» (The Golden
Bough, Part. I ).
Aguirre Morales dice que en la sociedad inkaica se desconocía el robo por una simple falta de imaginación para el mal.
Pero no se destruye con una frase de ingenioso humorismo
literario un hecho social que prueba, precisamente, lo que
Aguirre se obstina en negar: el comunismo inkaico. El economista francés Charles Gide piensa que más exacta que la
célebre fórmula de Proudhon, es la siguiente fórmula: «El
robo es la propiedad». En la sociedad inkaica no existía el
robo porque no existía la propiedad. O, si se quiere, porque
existía una organización socialista de la propiedad.
Invalidemos y anulemos, si hace falta, el testimonio de los
cronistas de la colonia. Pero es el caso que la teoría de
Aguirre busca amparo, justamente, en la interpretación,
medioeval en su espíritu, de esos cronistas de la forma de
distribución de las tierras y de los productos.
Los frutos del suelo no son atesorables. No es verosímil,
por consiguiente, que las dos terceras partes fuesen acaparadas para el consumo de los funcionarios y sacerdotes
del Imperio. Mucho más verosímil es que los frutos que se
supone reservados para los nobles y el Inka, estuviesen
destinados a constituir los depósitos del Estado.
Y que representasen, en suma, un acto de providencia social, peculiar y característico en un orden socialista.
16
Castro Pozo, Nuestra Comunidad Indígena.
ro recordar otro concepto de Sorel: «El trabajo depende, en
muy vasta medida, de los sentimientos que experimentan
los obreros ante su tarea».
24
Schkaff, ob. citada, p. 135.
17
25
Ibíd., pp. 16 y 17.
18
Escrito este trabajo, encuentro en el libro de Haya de la
Torre Por la emancipación de la América Latina, conceptos
que coinciden absolutamente con los míos sobre la cuestión
agraria en general y sobre la comunidad indígena en particular. Partimos de los mismos puntos de vista, de manera
que es forzoso que nuestras conclusiones sean también
las mismas.
19
Castro Pozo, ob. citada, pp. 66 y 67.
20
Ibíd., p. 434.
21
Schkaff, ob. citada, p. 188.
22
Castro Pozo, ob. citada, p. 47. El autor tiene observaciones muy interesantes sobre los elementos espirituales de la
economía comunitaria. «La energía, perseverancia e interés
-apunta- con que un comunero siega, gavilla el trigo o la
cebada, quipicha (Quipichar: cargar a la espalda. Costumbre indígena extendida en toda la sierra. Los cargadores,
fleteros y estibadores de la costa, cargan sobre el hombro)
y desfila, a paso ligero, hacia la era alegre, corriéndole una
broma al compañero o sufriendo la del que va detrás halándole
el extremo de la manta, constituyen una tan honda y decisiva diferencia, comparados con la desidia, frialdad, laxitud
del ánimo y, al parecer, cansancio, con que prestan sus
servicios los yanaconas, en idénticos trabajos u otros de la
misma naturaleza; que a primera vista salta el abismo que
diversifica el valor de ambos estados psico-físicos, y la
primera interrogación que se insinúa al espíritu, es la de
¿qué influencia ejerce en el proceso del trabajo su
objetivación y finalidad concreta e inmediata?»
23
Sorel, que tanta atención ha dedicado a los conceptos de
Proudhon y Le Play sobre el rol de la familia en la estructura
y el espíritu de la sociedad, ha considerado con buida y
sagaz penetración «la parte espiritual del medio económico». Si algo ha echado de menos en Marx, ha sido un insuficiente espíritu jurídico, aunque haya convenido en que este
aspecto de la producción no escapaba al dialéctico de
Tréveris. «Se sabe -escribe en su Introduction a l’economie
moderne- que la observación de las costumbres de las familias de la plana sajona impresionó mucho a Le Play en el
comienzo de sus viajes y ejerció una influencia decisiva
sobre su pensamiento. Me he preguntado si Marx no había
pensado en estas antiguas costumbres cuando ha acusado al capitalismo de hacer del proletario un hombre sin familia». Con relación a las observaciones de Castro Pozo, quie-
No hay que olvidar, por lo que toca a los braceros serranos, el efecto extenuante de la costa cálida e insalubre en el
organismo del indio de la sierra, presa segura del paludismo,
que lo amenaza y predispone a la tuberculosis. Tampoco
hay que olvidar el profundo apego del indio a sus lares y a
su naturaleza. En la costa se siente un exiliado, un mitimae.
26
Una de las constataciones mas importantes a que este
t6pico conduce es la de la intima solidaridad de nuestro
problema agrario con nuestro problema demografico. La concentración de las tierras en manos de los gamonales constituye un freno, un cancer de la demografia nacional. Solo
cuando se haya rota esa traba del progreso peruano, se
habra adoptado realmente el principio sud-americano: «Gobernar es poblar» .
27
EI proyecto concebido por el Gobierno con el objeto de
crear la pequeiia propiedad agraria se inspira en el criterio
económico liberal y capitalista. En la costa su aplicación,
subordinada a la expropiación de fundos y a la irrigación de
tierras eriazas, puede corresponder atin a posibilidades mas
o menos amplias de colonización. En la Sierra sus efectos
serian mucho mas restringidos y dudosos. Como todas las
tentativas de dotación de tierras, que registra nuestra historia republicana, se caracteriza por su prescindencia del
valor social de la «comunidad» y por su timidez ante el latifundista cuyos intereses salvaguarda con expresivo celo.
Estableciendo el pago de la parcela al contado o en 20 anualidades, resulta inaplicable en las regiones de sierra donde
no existe todavia una economia comercial monetaria. EI pago,
en estos casos, deberia ser estipulado no en dinero sino en
productos. EI sistema del Estado de adquirir fundos para
repartirlos entre los indios manifesta un extremado miramiento por los latifundistas, a los cuales ofrece la ocasión
de vender fundos poco productivos o mal explotados, en
condiciones ventajosas.
28
Schkaff, ob. citada, p. 133, 134 Y 135.
29
Francisco Ponce de León, Sistemas de arrendamiento de
terrenos del cultivo en el departamento del Cusco y el problema de la tierra.
30
Los experimentos recientemente practicados, en distintos puntos de la Costa, por la Comisión Impulsora del Cultivo
del Trigo, han tenido, según se anuncia, exito satisfactorio.
Se ha obtenido apreciables rendimientos de la variedad
«Kappli Emmer» -lnmune a la «roya»- aún en las «lomas».
31
Herriot, Creer.
Los orígenes del marxismo en América Latina
43
44
Los orígenes del marxismo en América Latina
JOSE CARLOS
MARIATEGUI
aniversario y balance
Escrito: Por José Carlos Mariátegui con motivo del 3er aniversario de la revista Amauta que él
dirigía.
Primera edición: Amauta Año III, N° 17. Lima, setiembre de 1928.
AMAUTA LLEGA CON este número a su
segundo cumpleaños. Estuvo a punto de
naufragar al noveno número, antes del primer aniversario. La admonición de
Unamuno -»revista que envejece, degenera»- habría sido el epitafio de una obra resonante pero efímera. Pero Amauta no había nacido para quedarse en episodio, sino
para ser historia y para hacerla. Encarar
con esperanza el porvenir. De hombres y
de ideas, es nuestra fuerza.
La primera obligación de toda obra,
del género de la que Amauta se ha impuesto, es esta: durar. La historia es duración.
No vale el grito aislado, por muy largo que
sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta,
absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale
la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movi-
miento. Amauta no es una diversión ni un
juego de intelectuales puros: profesa una
idea histórica, confiesa una fe activa y
multitudinaria, obedece a un movimiento
social contemporáneo. En la lucha entre
dos sistemas, entre dos ideas, no se nos
ocurre sentirnos espectadores ni inventar
un tercer término. La originalidad a
ultranza, es una preocupación literaria y
anárquica. En nuestra bandera inscribimos
esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con este lema afirmamos nuestra
absoluta independencia frente a la idea de
un Partido nacionalista, pequeño burgués y
demagógico.)
Hemos querido que Amauta tuviese
un desarrollo orgánico, autónomo, individual nacional. Por esto, empezamos por
buscar su título en la tradición peruana.
Amauta no debía ser un plagio, ni una tra-
Los orígenes del marxismo en América Latina
44
ducción. Tomábamos una palabra incaica,
para crearla de nuevo. Para que el Perú
indio, la América indígena, sintieran que
esta revista era suya. Ypresentamos a
Amauta como la voz de un movimiento y
de una generación. Amauta ha sido, en estos dos años, una revista de definición
ideológica, que ha recogido en sus páginas
las proposiciones de cuantos con títulos de
sinceridad y competencia, han querido hablar a nombre de esta generación y de este
movimiento.
El trabajo de definición ideológica nos
parece cumplido. En todo caso, hemos
oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate se abre
para los que opinan, no para los que callan.
La primera jornada de Amauta ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya
llamarse revista de la «nueva generación»,
de la «vanguardia», de las «izquierdas».
Para ser fiel a la revolución, le basta ser
una revista socialista.
«Nuestra generación», «nuestro espíritu», «nuestra sensibilidad», todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que
decir de estos otros rótulos: «vanguardia»,
«izquierda», «renovación», Fueron nuevos
y buenos en su hora. Nos hemos servido de
ellos para establecer demarcaciones provisionales, por razones contingentes de topografía y orientación. Hoy resultan ya demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo estos
rótulos, empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente nueva sino en la medida en que
sepa ser, en fin, adulta, creadora.
46
La misma palabra revolución, en esta
América de las pequeñas revoluciones, se
presta bastante al equívoco. Tenemos que
reivindicarla rigurosa e intransigentemente.
Tenemos que restituirle su sentido estricto
y cabal. La revolución latinoamericana será
nada más y nada menos que una etapa,
una fase de la revolución mundial. Será
simple y puramente la revolución socialista.
A esta palabra agregad, según los casos,
todos los adjetivos que queráis:
«antiimperialista», «agrarista», «nacionalista-revolucionaria». El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.
A Norteamérica capitalista,
plutocrática, imperialista, sólo es posible
oponer eficazmente una América latina o
íbera, socialista. La época de la libre concurrencia en la economía capitalista ha terminado en todos los campos y todos los
aspectos. Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los
países latinoamericanos llegan con retardo
a la competencia capitalista. Los primeros
puestos están ya definitivamente asignados. El destino de estos países, dentro del
orden capitalista, es de simples colonias.
La oposición de idiomas, de razas, de espíritus no tiene ningún sentido decisivo. Es
ridículo hablar todavía del contraste entre
una América sajona materialista y una
América latina idealista, entre una Roma
Rubia y una Grecia pálida. Todos estos son
tópicos irremisiblemente desacreditados.
El mito de Rodó no obra ya -no ha obrado
nunca- útil y fecundamente sobre las almas. Descartemos, inexorablemente, to-
Los orígenes del marxismo en América Latina
das estas caricaturas y simulacros de
ideologías y hagamos las cuentas, seria y
francamente, con la realidad.
El socialismo no es, ciertamente, una
doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es
ni puede serlo. Y el socialismo, aunque
haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial,
al cual no sustrae ninguno de los países
que se mueven dentro de la órbita de la
civilización occidental. Esta civilización
conduce, con una fuerza y unos medios de
que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden
mundial, puede y debe tener individualidad
y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. Hace cien, años debimos nuestra
independencia como naciones al ritmo de
la historia de Occidente, que desde la colonización nos impuso ineluctablemente su
compás. Libertad, Democracia, Parlamento, Soberanía del Pueblo, todas las grandes
palabras que pronunciaron nuestros hombres de entonces procedían del repertorio
europeo. La historia, sin embargo, no mide
la grandeza de esos hombres por la originalidad de estas ideas, sino por la eficacia
y genio con que las sirvieron. Y los pueblos
que más adelante marchan en el continente son aquellos donde arraigaron mejor y
más pronto. La interdependencia, la solidaridad de los pueblos y de los continentes,
eran sin embargo, en aquel tiempo, mucho
menores que en éste. El socialismo, en fin,
está en la tradición americana. La más
avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica.
No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe
ser creación heroica. Tenemos que dar vida,
con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano.
He aquí una misión digna de una generación nueva.
En Europa, la degeneración parlamentaria y reformista del socialismo ha
impuesto, después de la guerra, designaciones específicas. En los pueblos donde
ese fenómeno no se ha producido, porque
el socialismo aparece recién en su proceso histórico, la vieja y grande palabra conserva intacta su grandeza. Lo guardará
también en la historia, mañana, cuando las
necesidades contingentes y convencionales de demarcación que hoy distinguen
prácticas y métodos, hayan desaparecido.
Capitalismo o socialismo. Éste es el
problema de nuestra época. No nos anticipamos a la síntesis, a las transacciones,
que sólo pueden operarse en la historia.
Pensamos y sentimos como Gobetti que la
historia es un reformismo mas a condición
de que los revolucionarios operen como
tales. Marx, Sorel, Lenin, he ahí los hombres que hacen la historia.
Es posible que muchos artistas e
intelectuales apunten que acatamos absolutamente la autoridad de maestros irremisiblemente comprendidos en el proceso
por la trahison des clercs. Confesamos sin
escrúpulo, que nos sentimos en los dominios de lo temporal, de lo histórico, y que
no tenemos ninguna intención de abandonarlos. Dejemos con sus cuitas estériles y
sus lacrimosas metafísicas a los espíritus
incapaces de aceptar y comprender la época. El materialismo socialista encierra todas las posibilidades de ascensión espiritual, ética y filosófica. Y nunca nos sentimos más rabiosa y eficaz y religiosamente
idealistas que al asentar bien la idea y los
pies en la materia.
Los orígenes del marxismo en América Latina
47
48
Los orígenes del marxismo en América Latina
JOSE CARLOS
MARIATEGUI
carta del grupo de lima
«COMPAÑEROS»:
«Consideramos necesario informar a ustedes sumariamente sobre nuestros puntos de
vista respecto de principios y métodos de
acción adoptados por el grupo de deportados peruanos que trabajan en Méjico y que
sin una explicita declaración nuestra, pasarían como positivamente aceptados por nosotros que constituimos el núcleo que tiene
aquí la responsabilidad de nuestra obra».
«Estamos seguros de que ustedes
mismos se dan cuenta de la necesidad de
que la acción del Apra en el Perú no sea
resuelta por un comité establecido en
Méjico, sino amplia y maduramente deliberada con principal intervención de los elementos que actúan en el país. Cuantos se
coloquen en el terreno marxista, saben que
la acción debe corresponder directa y exac-
tamente a la realidad. Sus normas, por consiguiente, no pueden ser determinadas por
quienes no obran bajo su presión e inspiración».
«La definición del carácter y táctica del
Apra nos parece, de otro lado, fundamental
para la existencia de una disciplina orgánica. Pensamos que, conforme a la idea que
original mente la inspiró, y que su propio nombre expresa, el Apra debe ser, o es de hecho, una alianza, un frente único y no un partido. Un programa de acción común e inmediato no suprime las diferencias ni los matices de clase y de doctrina. Y quienes desde
nuestra iniciación en el movimiento social e
ideológico, del cual el Apra forma parte, nos
reclamamos de ideas socialistas, tenemos
la obligación de prevenir equívocos y confusiones futuras. Como socialistas, podemos
colaborar dentro del Apra o alianza o frente
Los orígenes del marxismo en América Latina
49
único, con elementos mas o menos
reformistas o social-democráticos -sin olvidar la vaguedad que estas designaciones tienen en nuestra América- con la izquierda
burguesa y liberal, dispuesta la verdad a la
lucha contra los rezagos de feudalidad y contra la penetración imperialista; pero no podemos, en virtud del sentido mismo de nuestra
cooperación, entender el Apra como partido,
esto es, como una facción orgánica y
doctrinariamente homogénea».
«Profesamos abiertamente el concepto de que nos toca crear el socialismo indoamericano, de que nada es tan absurdo
como copiar literalmente fórmulas europeas,
de que nuestra praxis debe corresponder a
la realidad que tenemos delante. Pero este
principio no nos aconseja adoptar apresuradamente fórmulas que, por el momento, pueden tener absoluta precisión en la mente de
quienes las conciben como medio táctico
pero que mañana, bajo la presión de proselitismos mas adoctrinados, y al influjo de la
mentalidad burguesa y pequeño-burguesa incorporada fatalmente en el movimiento, pueden prestarse a confusionismos infinitos. La
experiencia del Kuo Min Tang es preciosa
para el movimiento antiimperialista de
Indoamérica, a condición de que se le aproveche integralmente. El alejarnos de las formas europeas, no debe conducirnos a una
estimación exagerada de las fórmulas asiáticas y de su posible eficacia en nuestro
medio. No debemos olvidar que, en todo
caso, las fórmulas europeas nos son mas
inteligibles, que nos llegan directamente a
través de los idiomas y pueblos en que se
50
expresan, mientras de las fórmulas chinas
no tenemos sino la versión europea. Tampoco podemos olvidar el ascendiente y la función que en la ideología del movimiento nacionalista chino tienen las ideas occidentales. El Kuo Min Tang, finalmente, se encuentra en crisis, y en gran parte por no haber
sido explicita y funcionalmente una alianza,
un frente único. Sus rumbos estaban subordinados al predominio de sus elementos de
derecha, centro e izquierda que correspondían al de sus respectivos sentimientos e
interés de clase. Las ultimas deliberaciones
del Kuo Min Tang, según «Internationale
Presse Correspondenz» y otras publicaciones recientes -entrañan una rectificación total de sus principales puntos de vista, en lo
concerniente al proletariado y a las organizaciones de clase. El Kuo Min Tang fue Sun
Yat Sen; pero es también Chang Kay Shek.
El Kuo Min Tang además, se desarrolló no
continental sino nacionalmente, cosa en la
que el Apra se diferencia necesariamente de
aquel movimiento».
«La colaboración de la burguesía, y aun
de muchos elementos feudales, en la lucha
anti-imperialista china, se explica por razones de raza, de civilización nacional, que
entre nosotros no existen. El chino noble o
burgués se siente entrañablemente chino. AI
desprecio del blanco por su cultura
estratificada y decrepita, corresponde con el
desprecio y el orgullo de su tradición
milenaria. El anti-imperialismo en la china
puede, por tanto, descansar fundamentalmente en el sentimiento y en el factor nacionalista. En Indoamérica las circunstancias
Los orígenes del marxismo en América Latina
no son las mismas. La aristocracia y la burguesía criollas no se sienten solidarizadas
con el pueblo por el lazo de una historia y de
una cultura comunes. En el Perú, el aristócrata y el burgués blancos, desprecian lo
popular, lo nacional. Se sienten, ante todo,
blancos. El pequeño burgués mestizo imita
este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza
con los capitalistas yankis, y aun con sus
simples empleados, en el Country Club; en
el tenis y en las calles. El yanki desposa sin
inconveniente de raza ni de religión a la señorita criolla, y esta no tiene escrúpulo de
nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tienen este escrúpulo la muchacha de la clase media. La huachafita que
puede atrapar un yanki empleado de Grace
o de la Foundation, lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición
social. El factor nacionalista por estas razones objetivas, que a ninguno de Uds. escapa seguramente, no es decisivo ni fundamental en la lucha anti-imperialista de nuestro
medio. Solo en los países como en la Argentina, donde existe una burguesía numerosa
y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder
de su patria, y donde la personalidad nacional tiene por muchas razones contornos mas
claros y netos que en estos países retardados, el anti-imperialismo puede penetrar fácilmente en los elementos burgueses, pero
por razones de expansión y crecimiento capitalista y no por razones de justicia social y
de doctrina socialista como es nuestro
caso».
«Estas consideraciones nos mueven a so-
meter a Uds. las siguientes conclusiones».
«1.- El Apra debe ser oficial y categóricamente definida y constituida como una
alianza o frente único y no como partido».
«2.- Los elementos de izquierda que
en el Perú concurrimos a su formación,
constituimos de hecho -y organizaremos formalmente- un grupo o Partido Socialista, de
filiación y orientación definidas que colaborando dentro del movimiento con elementos
liberales o revolucionarios de la pequeña
burguesía y aun de la burguesía, que acepten nuestros puntos de vista, trabaje por dirigir a las masas hacia las ideas socialistas» .
samos, por esto, emplearlo. Las noticias propaladas sobre la candidatura de Haya no producen el efecto, que Uds. suponen, en la opinión. La gente -distante de toda preocupación electoral- las recibe perpleja e irónica».
«Recomendamos a la célula, en todo
lo tocante a cuestiones de acción, la correspondencia oficial y centralizada. Las cartas
particulares de los compañeros no deben
traer iniciativas ni instrucciones individuales.
Por nuestra parte, nos comprometemos al
mismo procedimiento».
«Con sentimientos de solidaridad y
afecto, que ninguna discrepancia momentanea esperamos- de criterio, puede
disminuir, los saludamos cordialmente».
«Es evidente que estas conclusiones
no nos permiten prestar nuestra cooperación
a la creación del Partido Nacionalista que las
comunicaciones de algunos compañeros, y
aun de la célula oficialmente, anuncian como
una decisión del grupo de Méjico. Ese partido puede fundarse dentro del Apra; pero además de que nos parece que su biología natural exige que se decida su oportunidad y
necesidad en el Perú y no desde Méjico, su
organización toca en todo caso a los elementos de pequeña burguesía que quieran
dar vida a un partido propio; pero no a nosotros que leales a los principios que, sin duda
alguna, constituyen nuestra mayor fuerza
moral, no asumimos ni la responsabilidad ni
el encargo de organizarlo. Desaprobamos
toda campaña que no descanse en la verdad. El procedimiento del bluff sistemático
llevara al descrédito nuestra causa. Rehu-
Los orígenes del marxismo en América Latina
51
52
Los orígenes del marxismo en América Latina
JOSE CARLOS
MARIATEGUI
carta a eudocio ravines
«NO LE HE ESCRITO EN espera de conclusiones definitivas que comunicarle. Pero
usted sabe lo difícil que es aquí conducir algo.
Por otra parte, el trabajo diario me embarga
con una tiranía extenuante. Debo hacer frente a obligaciones innumerables: las de mi trabajo personal, las de mis colaboraciones en
las revistas, las de mis estudios y cien mas.
Todo esto sin olvidar la de «manager» mis
fuerzas, siempre propensas a fallar. Como
si «Amauta» no me diera bastante trabajo,
nos hemos metido en la empresa de «Labor», periódico al que vamos dando poco a
poco su fisonomía, con la idea de transformarlo en semanario apenas su economía lo
consienta. Quiero ver en él el germen de un
futuro diario socialista. ¿Cuando se realizara esta intención? En mi trabajo, en mis proyectos, los plazos, el tiempo, han contado
siempre poco. Es, probablemente, por eso,
que no comparto esa absoluta impaciencia
de algunos de nuestros amigos. Se que el
temperamento criollo es así y me parece que
hay que lamentarlo. Nos falta, como pocas
cosas, el tesón austero, infatigable de los
europeos. Nuestro temperamento ardoroso,
vehemente, repentista, es el mas propenso
a los desfallecimientos desesperados».
«Estoy completamente de acuerdo con
usted en lo sustancial. Cualquiera que sea
el sesgo que siga la política nacional, y en
particular la acción de los elementos con que
hasta ayer habíamos colaborado identificados en apariencia -hemos descubierto ahora que era en apariencia- los intelectuales
que nos hemos entregado al socialismo,
tenemos la obligación de reivindicar el derecho de la clase obrera a organizarse en un
partido autónomo. Por parte de Haya y los
amigos de Méjico hay una desviación evi-
Los orígenes del marxismo en América Latina
53
dente. Negarse a admitirla, por motivos puramente sentimentales, seria indigno no solo
de una inteligencia critica, sino hasta de una
elemental honradez. Haya sufre demasiado
el demonio del caudillismo y del personalismo. En el fondo tienen un arraigo excesivo
en su animo las seducciones del
irigoyenismo y del alessandrismo, que han
influido, mas de lo que el sin duda se imagina, en su entrenamiento para el combate y
la propaganda. Yo Ie escribí a fines de noviembre a New York haciendo serios reparos al carácter personalista de su acción y,
sobre todo, a la tendencia a constituir el Apra
como partido y no como alianza y abandonar cada vez mas la teoría y la práctica del
socialismo. Bazan puede decirle algo de
esta carta porque se la dicte a él y ambos
nos preguntamos la reacción que podía provocar en Haya. Convinimos en que ya tenia
absolutamente el deber de tomar posición
franca y netamente. Sin embargo, como
Bazan recordara, suprimí de la carta todos
los términos que pudiesen dar a la carta un
tono inamistoso. No tuvo ninguna respuesta. Haya y los amigos de Méjico se entregaron a una propaganda insensata, que desaprobé enérgicamente y de la que nadie en
el país hace caso, lo que demuestra el realismo de mis razones doctrinarias. Cuando
escribí a Méjico rechazando sus métodos
respecto al Apra y la candidatura, supuse
que tal vez mi carta no había llegado a manos de Haya y le envié entonces la copia.
Recibí la respuesta que, con el objeto de que
usted conozca exactamente los términos de
nuestro dialogo, le acompaño en copia. Res-
54
puesta impertinente, absurda, de «jefe»
ofendido, que rehusaba toda discusión y que
demostraba definitivamente que considerábamos las cosas desde posiciones mentales distintas. He cortado, desde esa carta,
mi correspondencia con Haya. ¿ Para que
escribirnos? Si yo le devolviese sus ironías
y sus puyasos, llegaríamos a una ruptura
desagradable por su carácter personal. Me
parece que la mejor prueba de estimación y
esperanza que puedo dar todavía a Haya es
no contestarle».
«Yo no he venido al socialismo por el
camino de la U.P. y menos todavía de la camaradería estudiantil con Haya. No tengo por
que atenerme a su inspiración providencial
de caudillo. Me he elevado del periodismo a
la doctrinal, el pensamiento, a través de un
trabajo de superación del medio que acusa
cierta decidida voluntad de oponerme, con
todas mis fuerzas dialécticamente, a su atraso y a sus vicios. Se que el caudillismo puede ser aun útil, pero solo a condición de que
este férreamente subordinado a una doctrina, a un grupo. Si hay que adaptarse al medio, no tenemos nada que reprocharle a la
vieja política. No se imagina usted cuanto he
sufrido con esos manifiestos del supuesto
comité central de un supuesto partido nacionalista. A Haya no le importa el lenguaje; a
mi si; y no por preocupación literaria sino ideológica y moral. Si al menos en el lenguaje
político no nos distinguimos del pasado, temo
fundadamente que, a la postre, por las mismas razones de adaptación y mimetismo,
concluyamos por no diferenciarnos sino en
los individuos, en las personalidades».
Los orígenes del marxismo en América Latina
«No suscribo, por otra parte, la esperanza en la pequeña burguesía,
supervalorizada por el aprismo. La pequeña
burguesía es la base política del leguiísmo,
que le habla bien su idioma, se apropia de
sus mitos,
conoce y explota sus resortes sentimentales y mentales. ¿Que cosa sino demagógico
pequeño burgués es el confuso fraseario o
ideario del leguiísmo? No vamos a negar sin
caer en la mas clamorosa falta de realismo,
las raíces populares del movimiento del 4 de
julio. De esas raíces, el régimen conserva la
raíz pequeño-burguesa. La Ley del Empleado, es la única ley social de este gobierno. Es también el único acto que el capitalismo nacional no le aprueba, acechando la
oportunidad de revisarlo y anularlo. De diez
individuos de la clase media que usted interrogue, cinco son leguiístas latentes, si no
manifiestos, no por adhesión a las personas
del gobierno, sino a sus conceptos y métodos. Nuestro fenómeno alessandrista o
irigoyenista se ha producido ya: es el
leguiísmo. Tiene, como corresponde al medio, las limitaciones y las gazmonerías de un
criterio clerical, conservador; no ha tocado
al capital, ni siquiera a la vieja aristocracia;
ha mantenido todos los prejuicios; pero es,
en parte, nuestro motín pequeño-burgués
rápidamente usufructuado por el gran capital y, sobre todo, por la finanza extranjera. La
clase que frente a esta política puede decir
una palabra propia, autónoma, distinta, es la
clase obrera, la única que puede constituir
además la vanguardia, y ser la guía del proletariado indígena».
«Tenemos que trabajar, por consiguiente, si queremos edificar algo sólido,
sobre bases netamente socialistas. Si hay
otros que quieren un método original, pequeño-burgués, caudillista, perfectamente. Que
vayan por su cuenta. Yo no los acompaño ni
los apruebo. Y creo que estoy mas cerca de
la realidad y mas cerca del Perú que ellos, a
pesar de mi presunto europeísmo y de mi
supuesto excesivo doctrinarismo».
«En este sentido se orienta nuestra
actividad en el Perú, como habrá usted podido observarlo en «Amauta» y «Labor». No
me arrepiento de haber reivindicado mi independencia frente a Haya. He descubierto que
no estaba solo; que mis puntos de vista correspondían a la clase que me interesa: la
clase obrera. Juzgo, naturalmente, por lo que
piensan sus elementos con conciencia clasista. Ya lo informaré a usted cuidadosamente. Si usted encontrara posibilidad de venir,
nos aportaría un refuerzo precioso. Si prefiere usted continuar en París estudiando, o
pasar a otro centro mejor, también trabajaría
usted eficazmente por nuestra causa. En
cuanto a los compañeros divergentes, creo
que si en ellos la adhesión al socialismo es
una cosa seria, vendrán al fin a nuestro camino». “Lo abraza fraternalmente».
Los orígenes del marxismo en América Latina
55
56
Los orígenes del marxismo en América Latina
MARIATEGUI
JOSE CARLOS
programa del
partido socialista peruano
Escrito: Redactado por José Carlos Mariátegui en octubre de 1928, y aprobado en el Comité
Central del partido, a comienzos de 1929.
Fuente: José Carlos Mariátegui, La organización del proletariado, Comisión Política del
Comité Central del Partido Comunista Peruano (eds.). Lima: Ediciones Bandera Roja, 1967.
EL PROGRAMA DEBE SER una declaración doctrinal que afirme:
1.-El carácter internacional de la economía contemporánea que no consiente a
ningún país evadirse de las corrientes de
transformación surgidas de las actuales condiciones de producción.
2.-El carácter internacional del movimiento revolucionario del proletariado. El
Partido socialista adapta su praxis a las circunstancias concretas del país, pero obedece a una amplia visión de clase, y las mismas circunstancias nacionales están subordinadas al ritmo de la historia mundial. La
revolución de la independencia hace más de
un siglo, fue un movimiento solidario de todos los pueblos subyugados por España; la
revolución socialista es un movimiento mancomunado de todos los pueblos oprimidos
por el capitalismo. Si la revolución liberal,
nacionalista por sus principios, no pudo ser
actuada sin una estrecha unión entre los
países sudamericanos, fácil es comprender
la ley histórica que, en una época más acentuada de interdependencia y vinculación de
las naciones, impone que la revolución social, internacionalista en sus principios, se
opere con una coordinación mucho más disciplinada e intensa de los partidos proletarios. El manifiesto de Marx y Engels condensó el primer principio de la revolución proletaria en la frase histórica: «¡Proletarios de
todos los países, unios!».
3.-El agudizamiento de las contradicciones de la economía capitalista. El capitalismo se desarrolla en un pueblo semifeudal
como el nuestro; en instantes en que, llegado a la etapa de los monopolios y del imperialismo, toda la ideología liberal, correspondiente a la etapa de la libre concurrencia, ha
Los orígenes del marxismo en América Latina
57
cesado de ser válida. El imperialismo no
consiente a ninguno de estos pueblos semicoloniales, que explota como mercados de
su capital y sus mercancías y como depósitos de materias primas, un programa económico de nacionalización e industrialismo;
los obliga a la especialización, a la
monocultura (petróleo, cobre, azúcar, algodón, en el Perú), sufriendo una permanente
crisis de artículos manufacturados, crisis
que se deriva de esta rígida determinación
de la producción nacional, por factores del
mercado mundial capitalista.
4.-El capitalismo se encuentra en su
estadio imperialista. Es el capitalismo de los
monopolios, del capital financiero, de las guerras imperialistas por el acaparamiento de
los mercados y de las fuentes de materias
brutas. La praxis del socialismo marxista en
este período es la del marxismo-leninismo.
El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo, y de
los monopolios. El Partido socialista del Perú
lo adopta como método de lucha.
5.-La economía pre-capitalista del Perú
republicano que, por la ausencia de una clase burguesa vigorosa y por las condiciones
nacionales e internacionales que han determinado el lento avance del país por la vía
capitalista, no puede liberarse bajo el régimen burgués, enfeudado a los intereses capitalistas, coludido con la feudalidad
gamonalista y clerical, de las taras y rezagos
de la feudalidad colonial. El destino colonial
del país reanuda su proceso. La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proleta-
58
rias, solidarias con la lucha antiimperialista
mundial. Sólo la acción proletaria puede estimular primero y rea lizar después las tareas de la revolución democráticoburguesa
que el régimen burgués es incompetente para
desarrollar y cumplir.
6.-El socialismo encuentra, lo mismo
en la, subsistencia de las comunidades que
en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la
explotación de la tierra por los pequeños agricultores, ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomienden dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la
gestión colectiva de la agricultura, las zonas
donde ese género de explotación prevalece.
Pero esto, lo mismo que el estímulo que se
presta al libre resurgimiento del pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus
fuerzas y espíritu nativo, no significa en lo
absoluto una romántica y antihistórica tendencia de construcción o resurrección del
socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas completamente superadas y del cual sólo quedan como factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de
cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone la
técnica, la ciencia, la etapa capitalista, y no
puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización
moderna, sino, por el contrario, la máxima y
metódica aceleración de la incorporación de
estas conquistas en la vida nacional.
7.-Sólo el socialismo puede resolver el
Los orígenes del marxismo en América Latina
problema de una educación efectivamente
democrática e igualitaria, en virtud de la cual
cada miembro de la sociedad reciba toda la
instrucción a que su capacidad le dé derecho. El régimen educacional socialista es el
único que puede aplicar plena y
sistemáticamente los principios de la escuela
única, de la escuela del trabajo, de las comunidades escolares y, en general, de todos los ideales de la pedagogía revolucionaria contemporánea, incompatible con los privilegios de la escuela capitalista, que condena a las clases pobres a la inferioridad cultural y hace de la instrucción superior el monopolio de la riqueza.
8.-Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene, en sus objetivos y su doctrina, revolución proletaria. El
partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo
de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa
del orden socialista.
9.-El Partido socialista del Perú es la
vanguardia del proletariado, la fuerza política
que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus
ideales de clase.
REIVINDICACIONES INMEDIATAS
Reconocimiento amplio de la libertad
de asociación, reunión y prensa obreras.
Reconocimiento del derecho de huelga para todos los trabajadores. Abolición de
la conscripción vial.
Sustitución de la ley de la vagancia
por los artículos que consideraban
específicamente la cuestión de la vagancia
en el anteproyecto del Código Penal puesto
en vigor por el Estado, con la sola excepción
de esos artículos incompatibles con el espíritu y el criterio penal de la ley especial.
Establecimiento de los Seguros Sociales y de la Asistencia Social del Estado.
Cumplimiento de las leyes de accidentes de trabajo, de protección del trabajo
de las mujeres y menores, de las jornadas
de ocho horas en las faenas de la agricultura.
Asimilación del paludismo en los valles de la costa a la condición de enfermedad profesional con las consiguientes responsabilidades de asistencia para el hacendado.
Establecimiento de la jornada de siete horas en las minas y en los trabajos insalubres, peligrosos y nocivos para la salud de
los trabajadores.
Obligación de las empresas mineras
y petroleras de reconocer a sus trabajadores de modo permanente y efectivo, todos
los derechos que le garantizan las leyes del
país.
Aumento de los salarios en la industria, la agricultura, las minas, los transportes
marítimos y terrestres v las islas guaneras,
en proporción con el costo de vida y con el
derecho de los trabajadores a un tenor de
vida más elevado.
Abolición efectiva de todo trabajo forzado o gratuito, y abolición o punición del régimen semi-esclavista en la montaña
Dotación a las comunidades de tie-
rras de latifundios para la distribución entre
sus miembros en proporción suficiente a sus
necesidades.
Expropiación, sin indemnización, a
favor de las comunidades, de todos los
fundos de los conventos y congregaciones
religiosas.
Derecho de los yanaconas, arrendatarios, etc., que trabajen un terreno más de
tres años consecutivos, a obtener la adjudicación definitiva del uso de sus parcelas,
mediante anualidades no superiores al 60%
del canon actual de arrendamiento.
Rebaja al menos en un 50% de este
canon, para todos los que continúen en su
condición de aparceros o arrendatarios.
Adjudicación a las cooperativas y a
los campesinos pobres, de las tierras ganadas al cultivo por las obras agrícolas de irrigación.
Mantenimiento, en todas partes, de
los derechos reconocidos a los empleados
por la ley respectiva.
Reglamentación, por una comisión
paritaria, de los derechos de jubilación en
forma que no implique el menor menoscabo
de los establecidos por la ley.
Implantación del salario y del sueldo
mínimo.
Ratificación de la libertad de cultos y
enseñanza religiosa al menos en los términos del artículo constitucional y consiguiente derogatoria del último decreto contra las
iglesias no católicas. Gratuidad de la enseñanza en todos sus grados.
Estas son las principales reivindicaciones por las cuales el Partido socialista lu-
chará de inmediato. Todas ellas responden
a perentorias exigencias de la emancipación
material e intelectual de las masas. Todas
ellas tienen que ser activamente sostenidas
por el proletariado y por los elementos conscientes de la clase media.
La Libertad del Partido para actuar públicamente, al amparo de la constitución y
de las garantías, que ésta acuerda a los ciudadanos para crear y difundir sin restricciones su prensa, para realizar sus congresos
y debates, es un derecho reivindicado por el
acto mismo de la fundación pública de esta
agrupación.
Los grupos estrechamente ligados que
se dirigen hoy al pueblo por medio de este
manifiesto, asumen resueltamente, con la
conciencia de un deber y una responsabilidad históricas, la misión de defender y propagar sus principios y mantener y acrecentar su Organización, a costa de cualquier
sacrificio. Y las masas trabajadoras de la ciudad, el campo y las minas y el campesinado
indígena, cuyos intereses y aspiraciones representamos en la lucha política, sabrán
apropiarse de estas reivindicaciones y de
esta doctrina, combatir perseverante y esforzadamente por ellas y encontrar, a través
de esta lucha, la vía que conduce a la victoria final del socialismo.
¡Viva la clase obrera del Perú!
¡Viva el proletariado mundial!
¡Viva la revolución social!
Los orígenes del marxismo en América Latina
59
60
Los orígenes del marxismo en América Latina
MARIATEGUI
JOSE CARLOS
punto de vista
antiimperialista1
1.- ¿HASTA QUE PUNTO puede asimilarse la situación de las repúblicas latinoamericanas a la de los países semi-coloniales? La condición económica de estas repúblicas, es, sin duda, semicolonial, y, a
medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economía. Pero las burguesías nacionales, que
ven en la cooperación con el imperialismo
la mejor fuente de provechos, se sienten lo
bastante dueñas del poder político para no
preocuparse seriamente de la soberanía
nacional. Estas burguesías, en Sud América, que no conoce todavía, salvo Panamá,
la ocupación militar yanqui, no tienen ninguna predisposición a admitir la necesidad de
luchar por la segunda independencia, como
suponía ingenuamente la propaganda
aprista. El Estado, o mejor la clase domi-
nante no echa de menos un grado mas
amplio y cierto de autonomía nacional. La
revolución de la Independencia esta relativamente demasiado próxima, sus mitos y
símbolos demasiado vivos, en la conciencia de la burguesía y la pequeña burguesía.
La ilusión de la soberanía nacional se conserva en sus principales efectos. Pretender
que en esta capa social prenda un sentimiento de nacionalismo revolucionario, parecido
al que en condiciones distintas representa
un factor de la lucha anti-imperialista en los
países semi-coloniales avasallados por el
imperialismo en los últimos decenios en
Asia, seria un grave error.
Ya en nuestra discusión con los dirigentes del aprismo, reprobando su tendencia a proponer a la América Latina un Kuo
Min Tang, como modo de evitar la imitación
europeísta y acomodar la acción revolu-
Los orígenes del marxismo en América Latina
61
cionaria a una apreciación exacta de nuestra propia realidad sosteníamos hace mas
de un año la siguiente tesis:
«La colaboración con la burguesía, y
aun de muchos elementos feudales, en la
lucha antiimperialista china, se explica por
razones de raza, de civilización nacional que
entre nosotros no existen. El chino noble o
burgués se siente entrañablemente chino. Al
desprecio del blanco por su cultura
estratificada y decrepita, corresponde con el
desprecio y el orgullo de su tradición
milenaria. El anti-imperialismo en la China
puede, por tanto, descansar en el sentimiento
y en el factor nacionalista. En Indo-América
las circunstancias no son las mismas. La
aristocracia y la burguesía criollas no se
sienten solidarizadas con el pueblo por el
lazo de una historia y de una cultura comunes. En el Perú, el aristócrata y el burgués
blancos desprecian lo popular, lo nacional.
Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño
burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza con los capitalistas
yanquis, y aun con sus simples empleados,
en el Country club, en el Tennis y en las calles. El yanqui desposa sin inconveniente de
raza ni de religión a la señorita criolla, y esta
no siente escrúpulo de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tiene este
escrúpulo la muchacha de la clase media.
La «huachafita» que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Foundation lo
hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social. El factor nacionalista, por esas razones objetivas que a nin-
62
guno de ustedes escapa seguramente, no
es decisivo ni fundamental en la lucha
antiimperialista en nuestro medio. Solo en los
países como la Argentina, donde existe una
burguesía numerosa y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder en su patria, y donde
la personalidad nacional tiene por estas razones contornos mas claros y netos que en
estos países retardados, el anti-imperialismo puede (tal vez) penetrar fácilmente en los
elementos burgueses; pero por razones de
expansión y crecimiento capitalista y no por
razones de justicia social y doctrina socialista como en nuestro caso».
La traición de la burguesía china, la
quiebra del Kuo Min Tang, no eran todavía
conocidas en toda su magnitud. Un conocimiento capitalista, y no por razones de justicia social y doctrinaria, demostró cuan poco
se podía confiar, aun en países como la China, en el sentimiento nacionalista revolucionario de la burguesía.
Mientras la política imperialista logre
«manéger» los sentimientos y formalidades
de la soberanía nacional de estos Estados,
mientras no se sea obligada a recurrir a la
intervención armada y a la ocupación militar,
contará absolutamente con la colaboración
de las burguesías.
Aunque enfeudados a la economía imperialista, estos países, no mas bien sus burguesías, se consideraran tan dueños de sus
destinos como Rumania, Bulgaria, Polonia y
demás países «dependientes» de Europa.
Este factor de la psicología política no debe
ser descuidado en la estimación precisa de
las posibilidades de la acción anti-imperia-
Los orígenes del marxismo en América Latina
lista en la América Latina. Su relegamiento,
su olvido, ha sido una de las características
de la teorización aprista.
2.- La divergencia fundamental entre los elementos que en el Perú aceptaron en principio el Apra -como un plan de frente único,
nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva- y los que fuera
del Perú la definieron luego como un Kuo Min
Tang latinoamericano, consiste en que los
primeros permanecen fieles a la concepción
económico-social revolucionaria del anti-imperialismo, mientras que los segundos explican así su posición: «Somos de izquierda
(o
socialistas)
porque
somos
antiimperialistas». El anti-imperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a si mismo y que conduce,
espontáneamente, no sabemos en virtud de
que proceso, al socialismo, a la revolución
social. Este concepto lleva a una desorbitada
superestimación del movimiento anti-imperialista, a la exageración del mito de la lucha
por la «segunda independencia», al romanticismo de que estamos viviendo ya las jornadas de una nueva emancipación. De aquí la
tendencia a reemplazar las ligas antiimperialistas con un organismo político. Del
Apra, concebida inicialmente como frente único, como alianza popular, como bloque de
las clases oprimidas, se pasa al Apra definida como el Kuo Min Tang latinoamericano.
El anti-imperialismo, para nosotros, no
constituye ni puede constituir, por si solo, un
programa político, un movimiento de masas
apto para la conquista del poder. El anti-imperialismo, admitido que pudiese movilizar
al lado de las masas obreras y campesinas,
a la burguesía y pequeña burguesía nacionalista ( ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo
entre las clases, no suprime su diferencia
de intereses.
Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista. Tenemos la experiencia de México, donde la pequeña burguesía ha acabado
por pactar con el imperialismo yanqui. Un
gobierno «nacionalista» puede usar, en sus
relaciones con los Estados Unidos, un lenguaje distinto que el gobierno de Leguía en el
Perú. Este gobierno es francamente,
desenfadadamente pan-americanista,
monroista; pero cualquier otro gobierno burgués haría, prácticamente, lo mismo que él,
en materia de empréstitos y concesiones.
Las inversiones del capital extranjero en el
Perú crece en estrecha y directa relación
con el desarrollo económico del país, con la
explotación de sus riquezas naturales, con
la población de su territorio, con el aumento
de las vías de comunicación. ¿Qué cosa
puede oponer a la penetración capitalista la
mas demagógica pequeña burguesía? Nada,
sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por
el antiimperialismo, como movimiento
demagógico populista, si fuese posible, no
representaría nunca la conquista del poder,
por las masas proletarias, por el socialismo.
La revolución socialista encontraría su mas
encarnizado y peligroso enemigo, -peligroso
por su confusionismo, por la demagogia-, en
la pequeña burguesía afirmada en el poder,
ganado mediante sus voces de orden.
Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación antiimperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores
sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y
demostrar a las masas que solo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera.
3.- Estos hechos diferencian la situación de
los países Sud Americanos de la situación
de los países Centro Americanos, donde el
imperialismo yanqui, recurriendo a la intervención armada sin ningún reparo, provoca
una reacción patriótica que puede fácilmente ganar al anti-imperialismo a una parte de
la burguesía y la pequeña burguesía. La propaganda aprista, conducida personalmente
por Haya de la Torre, no parece haber obtenido en ninguna otra parte de América mayores
resultados.
Sus
predicas
confusionistas y mesiánicas, que aunque
pretenden situarse en el plano de la lucha
económica, apelan en realidad particularmente a los factores raciales y sentimentales, reúnen las condiciones necesarias para
impresionar a la pequeña burguesía intelectual. La formación de partidos de clase y poderosas organizaciones sindicales, con clara conciencia clasista, no se presenta destinada en esos países al mismo desenvolvimiento inmediato que en Sud América. En
nuestros países el factor clasista es mas
decisivo, esta mas desarrollado. No hay ra-
zón para recurrir a vagas formulas populistas tras de las cuales no pueden dejar de
prosperar tendencias reaccionarias. Actualmente el aprismo, como propaganda, esta
circunscrito a Centro América; en Sud América, a consecuencia de la desviación populista, caudillista, pequeño burguesa, que lo
definía como el Kuo Min Tang latinoamericano, está en una etapa de liquidación total. Lo
que resuelva al respecto el próximo Congreso Anti-imperialista de París, cuyo voto tiene
que decidir la unificación de los organismos
anti-imperialistas y establecer la distinción
entre las plataformas y agitaciones antiimperialistas y las tareas de la competencia
de los partidos de clase y las organizaciones sindicales, pondrá término absolutamente a la cuestión.
4.- ¿Los intereses del capitalismo imperialista coinciden necesaria y fatalmente en
nuestros países con los intereses feudales
y semifeudales de la clase terrateniente? ¿La
lucha contra la feudalidad se identifica forzosa y completamente con la lucha anti-imperialista? Ciertamente, el capitalismo imperialista utiliza el poder de la clase feudal, en tanto
que la considera la clase políticamente dominante. Pero, sus intereses económicos no
son los mismos. La pequeña burguesía, sin
exceptuar a la mas demagógica, si atenúa
en la práctica sus impulsos mas marcadamente nacionalistas, puede llegar a la misma estrecha alianza con el capitalismo imperialista. El capital financiero se sentirá mas
seguro, si el poder esta en manos de una
clase social mas numerosa, que, satis-
Los orígenes del marxismo en América Latina
63
faciendo ciertas reivindicaciones apremiosas
y estorbando la orientación clasista de las
masas, está en mejores condiciones que la
vieja y odiada clase feudal de defender los
intereses del capitalismo, de ser su custodio y su ujier. La creación de la pequeña propiedad, la expropiación de los latifundios, la
liquidación de los privilegios feudales no son
contrarios a los intereses del imperialismo,
de un modo inmediato. Por el contrario, en la
medida en que los rezagos de feudalidad entraban al desenvolvimiento de una economía
capitalista, ese movimiento de liquidación de
la feudalidad, coincide con las exigencias del
crecimiento capitalista, promovido por las
inversiones y los técnicos del imperialismo;
que desaparezcan los grandes latifundios que
en su lugar se constituya una economía agraria basada en lo que la demagogia burguesa
llama la «democratización» de la propiedad
del suelo, que las viejas aristocracias se vean
desplazadas por una burguesía y una pequeña burguesía mas poderosa e influyente -y
por lo mismo mas apta para garantizar la paz
social-, nada de esto es contrario a los intereses del imperialismo. En el Perú, el régimen leguiísta, aunque tímido en la practica
ante los intereses de los latifundistas y
gamonales, que en gran parte le prestan su
apoyo, no tiene ningún inconveniente en recurrir a la demagogia, en reclamar contra la
feudalidad y sus privilegios, en tronar contra
las antiguas oligarquías, en promover una
distribución del suelo que hará de cada peón
agrícola un pequeño propietario. De esta demagogia saca el leguiísmo, precisamente,
sus mayores fuerzas. El leguiísmo no se atre-
66
ve a tocar la gran propiedad. Pero el movimiento natural del desarrollo capitalista -obras
de irrigación, explotación de nuevas minas,
etc.- va contra los intereses y privilegios de
la feudalidad. Los latifundistas, a medida que
crecen las áreas cultivables, que surgen nuevos focos de trabajo, pierden su principal
fuerza: la disposición absoluta e incondicional de la mano de obra. En Lambayeque,
donde se efectúan actualmente obras de regadío, la actividad capitalista de la comisión
técnica que las dirige, y que preside un experto norteamericano, el ingeniero Sutton, ha
entrado prontamente en conflicto con las
conveniencias de los grandes terratenientes
feudales. Estos grandes terratenientes son,
principalmente, azucareros. La amenaza de
que se les arrebate el monopolio de la tierra
y el agua, y con el medio de disponer a su
antojo de la población de trabajadores saca
de quicio a esta gente y la empuja a una actitud que el gobierno, aunque muy vinculado
a muchos de sus elementos, califica de subversiva o anti-gobiernista. Sutton tiene las
características del hombre de empresa capitalista norteamericano. Su mentalidad, su trabajo, chocan al espíritu feudal de los latifundistas. Sutton ha establecido, por ejemplo,
un sistema de distribución de las aguas, que
reposa en el principio de que el dominio de
ellas pertenece al Estado; los latifundistas
consideraban el derecho sobre las aguas
anexo a su derecho sobre la tierra. Según
su tesis, las aguas eran suyas; eran y son
propiedad absoluta de sus fundos.
5.- ¿Y la pequeña burguesía, cuyo rol en la
Los orígenes del marxismo en América Latina
lucha contra el imperialismo se superestima
tanto, es como se dice, por razones de explotación económica, necesariamente
opuesta a la penetración imperialista? La
pequeña burguesía es, sin duda, la clase
social mas sensible al prestigio de los mitos
nacionalistas. Pero el hecho económico que
domina la cuestión, es el siguiente: en países de pauperismo español, donde la pequeña burguesía, por sus arraigados prejuicios
de decencia, se resiste a la proletarización
;donde esta misma, por la miseria de los
salarios no tiene fuerza económica para
transformarla en parte en clase obrera; donde imperan la empleomanía, el recurso al
pequeño puesto del Estado, la caza del sueldo y del puesto «decente»; el establecimiento de grandes empresas que, aunque explotan enormemente a sus empleados nacionales, representan siempre para esta clase
un trabajo mejor remunerado, es recibido y
considerado favorablemente por la gente de
clase media. La empresa yanqui representa
mejor sueldo, posibilidad de ascensión,
emancipación de la empleomanía del Estado, donde no hay porvenir sino para los
especuladores. Este hecho actúa, con una
fuerza decisiva, sobre la conciencia del pequeño burgués, en busca o en goce de un
puesto. En estos países, de pauperismo español, repetimos, la situación de las clases
medias no es la constatada en los países
donde estas clases han pasado un periodo
de libre concurrencia, de crecimiento capitalista propicio a la iniciativa y al éxito individuales, a la opresión de los grandes monopolios.
En conclusión, somos antiimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismo los
extranjeros cumplimos nuestros deberes de
solidaridad con las masas revolucionarias de
Europa.
Lima, 21 de mayo de 1929.
1
Tesis presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929). Se ha reproducido de El Movimiento Revolucionario Latino Americano
(Editado por La Correspondencia Sudamericana). La misma
versión aparece en el Tomo II de la obra de Martínez de la
Torre (Págs. 414 a 418). Fue leída por Julio Portocarrero en
circunstancias en que se debatía «La lucha antiimperialista
y los problemas de táctica de los Partidos Comunistas de
América Latina». AI termino de su lectura, el delegado peruano señalo: «Compañeros: Así escribe el compañero José
Carlos Mariátegui cuando formula su tesis sobre antiimperialismo, analizando antes el estado económico y social
del Perú...».
Los orígenes del marxismo en América Latina
65
66
Los orígenes del marxismo en América Latina
DAL MASO
JUAN
la odisea de mariátegui1
ensayo de interpretación marxista
“No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a
la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en
potencia y capaz de movimiento”.
José Carlos Mariátegui, Aniversario y Balance, 1928.
I. INTRODUCCIÓN
EN BUSCA DE MARIÁTEGUI
Se ha tornado habitual el buscar afinidades
electivas entre José Carlos Mariátegui y
Antonio Gramsci. Pero entre los muchos
puntos de contacto que mantienen ambos
intelectuales marxistas es necesario señalar uno indispensable para ubicarnos en las
dificultades que nos plantea todo intento de
recuperación del pensamiento del marxista
peruano: al igual que el marxista italiano,
Mariátegui ha sido desde su muerte objeto
de múltiples “usos”.
Difamado luego de su muerte por no ser lo
suficientemente stalinista por la fracción
Ravines, sindicado como “populista” por
los historiadores soviéticos 1 , transformado
durante los años 40 en un stalinista furio-
so2 , recuperada su obra por el impulso de
la revolución cubana, reinterpretado en los
70 en clave maoísta3 , disputado por las
corrientes del movimiento indígena; su figura es hoy una sombra difusa, una sombra
que es necesario asir y volver a delinear en
su contenido concreto.
Esta es la tarea que nos proponemos en
este trabajo: recuperar el pensamiento de
José Carlos Mariátegui para el marxismo
revolucionario de nuestros días, para enriquecer la teoría-programa de la revolución
permanente elaborada por León Trotsky y
para contribuir a un debate que se viene
desarrollando desde distintas posiciones
entre los marxistas acerca del contenido
filosófico del marxismo y del aporte hecho
por Mariátegui respecto de esta problemática4 . Este último aspecto implica volver a
poner sobre el tapete las relaciones del
Los orígenes del marxismo en América Latina
67
marxismo con la cultura occidental.
Por último, nos proponemos hacer una
contribución para responder a una exigencia que nos plantea el tiempo histórico que
nos toca vivir: la de pensar los marxistas
con nuestra propia cabeza para recrear el
pensamiento marxista revolucionario contra la canonización y el esquematismo.
DOS RIESGOS DE LA INTERPRETACIÓN
Y NECESIDAD DE UNA LECTURA
MARXISTA
Partiendo de la premisa de que, como
hemos dicho antes, la figura de Mariátegui
es utilizada por corrientes políticas de todo
signo es necesario identificar claramente
dos riesgos que aunque parecen opuestos
son plenamente complementarios: la
apropiación oportunista y el doctrinarismo
estéril.
En nuestro caso una apropiación
oportunista, consistiría en resaltar todos los
aspectos “permanentistas” de Mariátegui
sin señalar las que creemos son sus
limitaciones, lo cual resultaría en una
amalgama teórica, donde “trotskizamos” a
Mariátegui, en lugar de recuperar el hilo de
su pensamiento auténtico e incorporar lo
que sea pertinente y esencial para
nuestras propias ideas políticas.
Contrariamente a toda amalgama o fraude
teórico, nuestro lema podría ser
(parafraseando al propio JCM)
“mariateguizemos a Mariátegui” como condición indispensable para recuperarlo
68
críticamente desde el trotskismo.
Ahora bien, tan nociva como la apropiación
oportunista es la crítica del doctrinarismo
estéril.
Bien decía Lucien Goldman que una teoría
es superior a otra si es capaz de explicarla
desde su propia perspectiva ligando sus
características a las relaciones sociales
que le dan origen. Pero invertir esta ecuación partiendo de la superioridad de la teoría propia como un a priori, reduce el contrapunto a una contraposición formal de
perspectivas, donde se termina criticando
al interlocutor por lo que “no llegó” a decir
antes que por lo que positivamente dijo lo
cual deja nuestro bagaje teórico exactamente igual que antes de emprender la crítica.
Esa figura es la que mejor caracteriza lo
que aquí a falta de una definición mejor llamaremos doctrinarismo estéril y es justamente la ubicación teórica que queremos
evitar, la cual consistiría en criticar a
Mariátegui desde la Teoría de la Revolución
Permanente como si ésta fuera un esquema cerrado y quedarnos conformes y satisfechos porque “ajustamos cuentas”.
Por el contrario para enriquecer nuestra
propia teoría con lo que Mariátegui tiene
para decir, es necesario estudiarlo y criticarlo “desde adentro” para comprender la
práctica política del revolucionario latinoamericano.
¿Qué queremos decir? Que es necesario
estudiar hasta dónde Mariátegui, en la realidad peruana y latinoamericana que le tocó
vivir, hasta donde, decíamos, logró recrear
Los orígenes del marxismo en América Latina
el marxismo como un pensamiento original
y operante. Eso es estudiar contenido y
forma de su pensamiento y no sólo ésta
última. Es decir hay que estudiar hasta
dónde las respuestas que dio fueron tales y
hasta dónde no, tomando en cuenta que su
vida política activa en el marxismo abarca
un breve período de 6 años, desde su vuelta de Europa hasta su muerte.
Aquí no llegaremos a un examen tan profundo. Simplemente queremos señalarlo
para dejar sentada nuestra aspiración hacia la totalidad. Aquí esbozaremos algunas
cuestiones que nos permitan entender y
ubicar su pensamiento teórico-político y
rescatar de él lo que mantiene vigencia.
MARIÁTEGUI COMO TRADUCTOR Y
RECREADOR DEL MARXISMO REVOLUCIONARIO
En este sentido y para ir a lo esencial de
esta introducción, nuestro abordaje del problema consiste, siguiendo la idea de
Gramsci5 en estudiar a Mariátegui como
traductor y recreador del marxismo. Buscamos estudiar la originalidad de su pensamiento, dando cuenta de su relación orgánica con la historia del Perú y del mundo de
entreguerras.
Mariátegui realizó una densa labor de traducciones, en el sentido señalado por
Gramsci:
De la Europa de la primera posguerra, devastada por la crisis económica y la marea
revolucionaria a la realidad del Perú, hundi-
do bajo la dominación imperialista y la miseria de las masas indígenas.
De la Revolución Rusa, la Revolución Alemana, y la Italia de los consejos obreros de
Turín, el surgimiento del Partido Comunista
italiano y el ascenso del fascismo al Perú
de la Reforma Universitaria, la vanguardia
estudiantil de izquierda y el movimiento
obrero dando los primeros pasos firmes de
organización clasista.
De El Manifiesto Comunista y El Capital a
los Siete Ensayos, que marcan el surgimiento del pensamiento marxista en América Latina, en una época en que la III Internacional recién decía haber “descubierto”
desde un esquematismo de corte
eurocéntrico y antimarxista nuestro continente.
Del nuevo idealismo de la filosofía moderna
(sobre todo Croce) a una lectura del marxismo centrada en la praxis histórica de los
hombres, contraria al mecanicismo y positivismo socialdemócrata, que abundaba en
estas tierras en los primeros años del siglo
XX.
Desde aquí, Mariátegui acometió la empresa de crear una tradición nacional revolucionaria en el Perú en profunda ligazón con
la realidad internacional, uniéndose (aunque en los comienzos de su declinación) a
la mayor organización revolucionaria de la
clase obrera internacional: La Tercera Internacional.
En esta dialéctica de lo nacional e internacional es donde Mariátegui, no obstante
sus méritos presenta, como veremos en
este trabajo, gruesas limitaciones.
AMÉRICA LATINA: DE OBJETOS A SUJETOS DE LA HISTORIA
Hay dos aristas centrales para pensar la
importancia del planteamiento de
Mariátegui en el desarrollo del marxismo en
América Latina.
Antes de Mariátegui, los primeros
divulgadores del marxismo y fundadores de
los círculos y partidos socialistas, desde
una filosofía de la historia de corte
marcadamente eurocéntrico y
evolucionista propio de la socialdemocracia
alemana, preveían un esquema del desarrollo histórico calcado del de los países
capitalistas avanzados, recreando una
ideología del progreso, coincidente en lo
esencial con el punto de vista positivista,
que los ubicaba como una suerte de ala
izquierda de la modernización liberal-burguesa6 .
La primera ruptura de importancia capital
que introduce Mariátegui es ubicar la propia
historia del Perú en el centro del análisis
marxista.
En lugar de la historia de la modernización
capitalista desde fuera, Mariátegui estudia
la historia de la formación económico-social peruana en sus relaciones con la totalidad capitalista. América Latina es sujeto de
su propia historia y el pensamiento marxista se decide a incorporarla definitivamente
en el campo de sus preocupaciones teórico-políticas. De las vicisitudes de la historia
peruana, subordinada al ritmo de la historia
mundial y no de un esquema de aplicación
universal es que se van gestando las condiciones y el sujeto para la revolución socialista.
En la misma senda de pensamiento audaz
y original Mariátegui rompe con la concepción “romanticista” de la “cuestión indígena” tan propia de la intelectualidad peruana
de la época. El problema del indio es el
problema de la tierra. El nuevo planteamiento, el planteamiento marxista de la
problemática indígena parte de esta verdad
fundamental y revolucionaria. No se podrá
jamás solucionar la “cuestión indígena” sin
una lucha sin cuartel contra el latifundio y
los gamonales, lucha en que la burguesía
liberal ha claudicado y queda en manos del
proletariado en alianza con las masas indígenas.
Así uno de los aspectos más audaces de
su traducción es el referido al rol del Ayllu
en la lucha por el socialismo.
En el terreno filosófico, Mariátegui
independizó al marxismo latinoamericano
del positivismo. Esta labor tiene una importancia de primer orden si tomamos en
cuenta el rol nefasto que jugó esta corriente de ideas, por poner dos ejemplos conocidos, tanto en el sostenimiento del Régimen de Porfirio Díaz en México como en la
constitución del pensamiento social
higienista de finales de siglo XIX y principios del siglo XX en Argentina7 . A su vez
desarrolló una visión del marxismo centrada en la praxis histórica del hombre, expresada en una constante unidad de sujeto y
objeto, estructura y superestructuras, eco-
Los orígenes del marxismo en América Latina
69
nomía, política y cultura8 , no exenta de importantes contradicciones, la cual deja
planteada un problemática recurrente desde Marx hasta la actualidad: la relación del
marxismo con la cultura occidental.
II. TEORÍA DE LA REVOLUCIÓN
LA III INTERNACIONAL Y AMÉRICA LATINA
La III Internacional se distinguió desde sus
orígenes por una posición tajante y contundente en apoyo de las luchas de liberación
de los pueblos coloniales, opuesta por el
vértice al esquematismo eurocéntrico y
pro-imperialista de la socialdemocracia. No
obstante esta distinción fundamental, las
posiciones de Bujarin y Stalin en el VI Congreso de la Internacional Comunista significaron un retroceso respecto de los cuatro
primeros Congresos. En este contexto se
nos plantea indagar acerca del tratamiento
que hacía el personal dirigente de la IC en
los años 1928-29 de los problemas de la
revolución latinoamericana y sus conexiones con la revolución mundial.
La III Internacional, “descubrió” según las
propias palabras de sus dirigentes, a América Latina en 1929. Ante la emergencia del
poderío norteamericano, empezó a considerarse importante América Latina, en la
cual los E.E.U.U. avanzaban en desmedro
del imperialismo británico.
Como notará cualquier lector atento el término “descubrimiento” es toda una confe-
70
sión de partes acerca de cómo se representaban los altos mandos de la Internacional Comunista (IC) el desarrollo posible de
la revolución mundial1 .
Veamos la génesis de este “descubrimiento”.
La IC empieza a poner la vista en América
Latina, mientras se consolida la teoría
reaccionaria del socialismo en un solo país
como doctrina de la Internacional y la
consigna metafísica de “dictadura
democrática de obreros y campesinos”
para los países coloniales y
semicoloniales, basándose en erróneas
conclusiones de la desastrosa experiencia
encabezada por Bujarin y Stalin en la
revolución china (25-28) y en una
caricaturización completamente
esquemática y antidialéctica del
pensamiento de Lenin.
En el pensamiento de Stalin y Bujarin, los
países atrasados no estaban “maduros”
para el socialismo y debían pasar por un
necesario e inevitable período de desarrollo
burgués. La revolución latinoamericana era
burguesa y por lo tanto no estaba
planteada la lucha por la dictadura del
proletariado. Pero después de la “traición”
del Kuomintang en China, la burguesía colonial y semicolonial era caracterizada
como contrarrevolucionaria por quienes
apenas unos meses atrás la
caracterizaban como revolucionaria. La
burguesía no era la clase llamada a dirigir
la revolución democrático burguesa.
Pero como en esta revolución burguesa sin
burguesía estaba prohibido cometer el
Los orígenes del marxismo en América Latina
pecado trotskista de “saltar las etapas”, no
quedaba otra retirada ordenada para este
embrollo teórico que la fantasmagórica
“dictadura democrática de obreros y
campesinos”, ni burguesa ni proletaria, ni
capitalista ni socialista, que consumara la
revolución democrático-burguesa
latinoamericana como un mero apoyo o
soporte de la revolución socialista mundial.
IMPORTANCIA Y ORIGINALIDAD DEL
PLANTEO DE MARIÁTEGUI
Es sabido que Mariátegui tuvo oportunidad
de enfrentar estos planteos a través de los
delegados del PS del Perú (organización
simpatizante de la III Internacional) que participaron de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, realizada en Bs As
en 1929, con dos documentos de su
autoría: Punto de vista Anti-imperialista y El
problema de las razas en América Latina.
Aquí no entraremos en detalle sobre los
debates de dicha conferencia, sino que señalaremos a grandes rasgos cuáles son
los puntos centrales que hacen de la posición de Mariátegui una posición original y
revolucionaria, ya que aunque el peruano
no se planteara superar de conjunto la estrategia de la III Internacional, sí cuestionó
la visión de ésta sobre la revolución latinoamericana, en un sentido que está contenido en la Teoría de la Revolución Permanente y que Trotsky desarrollaría años después
en su exilio mexicano. Aclaremos que aquí
haremos un reordenamiento conceptual de
textos diversos.
Mariátegui se basa en la teoría del imperialismo de Lenin. Sostiene que el carácter
internacional de la economía capitalista “no
consiente a ningún país evadirse a las corrientes de transformación surgidas de las
actuales condiciones de producción”.
Desde este fundamento teórico, defiende el
carácter socialista de la revolución,
argumentando que propia historia del Perú
ha demostrado que la burguesía es
incapaz de asumir la realización de las
tareas democrático-burguesas. Estas
quedan en manos del proletariado
organizado en partido revolucionario y
aliado a las masas campesinas e
indígenas, transformándose la revolución
burguesa en socialista.
A su vez, plantea la relación de la
revolución latinoamericana con la
revolución mundial en términos inversos al
planteo de la IC. Mariátegui no propone
esperar a la revolución en los países
avanzados, sino luchar por la revolución
proletaria, uniendo al proletariado de los
países centrales y a la clase obrera y los
pueblos latinoamericanos, las dos
corrientes principales de lucha contra el
imperialismo2 .
Si tomamos el proyecto de Programa del
PS del Perú redactado en 19293 es indudable que hay un importante resabio etapista
en el modo cómo Mariátegui se prefigura la
dialéctica de la revolución socialista en el
Perú (Tesis V y VIII) Pero es importante señalar que en las tesis VI y VII Mariátegui señala que sólo el socialismo resolverá el
problema de la tierra y de la educación, en
lugar de proponer una solución “por etapas” de los mismos.
Y esto es así porque la clave del
pensamiento de Mariátegui no está en la
separación de las etapas, sino en el
devenir una en la otra, siendo el
proletariado organizado en partido
revolucionario la clase dirigente del
proceso en su conjunto.
La limitación más importante de este planteamiento es que Mariátegui no explicita
cual es el régimen4 que dirigiría esta combinación de tareas democráticas y socialistas, lo cual deja abierta la puerta a diversas
interpretaciones. Pero en lo esencial la formulación es cercana al planteo de la Revolución Permanente5 y está en las antípodas
del planteo de la IC, que determinaba
apriorísticamente el carácter democráticoburgués del proceso revolucionario.
Partíamos recién de la imposibilidad de la
burguesía de resolver sus tareas históricas
como un fundamento del carácter obrero y
socialista de la revolución, más allá de sus
etapas episódicas.
El otro pilar de las ideas de Mariátegui que
fortalece los aspectos permanentistas de
su lectura es el rol que asigna al Ayllu o
Comunidad. Mariátegui ve que distintos elementos de la vieja comunidad agraria se
han ido manteniendo de diversas formas
durante la colonia y la república y que en
esa tradición comunitaria y colectiva hay
fuertes elementos de socialismo práctico.
Es decir que el modo de vida del campesino indígena y su tradición comunitaria son
contrarias a la “solución liberal” del problema de la tierra, es decir, la partición individual y al contrario son mucho más cercanos a la colectivización de las tierras propia
del programa socialista.6 .
Desde aquí Mariátegui señala que no es
necesario un período obligado de desarrollo
capitalista en el campo, a través del
surgimiento de pequeña propiedad individual, sino que bajo la dirección del
proletariado organizado en partido
revolucionario es posible pegar un salto del
Ayllu a la colectivización socialista, en la
misma sintonía, aunque es poco probable
que las haya conocido, que Marx en sus
discusiones con Vera Zasúlich.7 :
Esta es uno de sus aportes más audaces
para integrar el marxismo en la tradición
política y cultural latinoamericana.
“...en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y del trabajo comunitarios, subsisten aún, robustos
y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un
espíritu comunista. La comunidad corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la comunidad, el socialismo indígena
encuentra siempre el medio de rehacerla,
mantenerla o subrogarla. El trabajo y la
propiedad en común son reemplazados
por la cooperación en el trabajo individual.
Como escribe Castro Pozo: ‘la costumbre
ha quedado reducida a las mingas o reuniones de todo el ayllu para hacer gratuitamente un trabajo en el cerco, acequia o
Los orígenes del marxismo en América Latina
71
casa de algún comunero, el cual quehacer
efectúan al son de arpas y violines, consumiendo algunas arrobas de aguardientes
de caña, cajetillas de cigarros y mascadas
de coca’. Estas costumbres han llevado a
los indígenas a la práctica -incipiente y rudimentaria por supuesto- del contrato colectivo de trabajo, más bien que del contrato
individual. No son los individuos aislados
los que alquilan su trabajo a un propietario
o contratista; son mancomunadamente
todos los hombres útiles de la ‘parcialidad’”8 .
Notemos que aquí Mariátegui no sostiene la
quimera de una comunidad que se mantiene inmutable desde la época de los Incas,
sino la supervivencia de una cosmovisión y
de costumbres comunitarias que hacen al
indígena refractario al individualismo burgués y más permeable, a condición de tener los marxistas una política correcta, al
colectivismo socialista.
Una década antes, la misma Revolución
mexicana había encontrado en la Comuna
de Morelos una gran experiencia que combinara los ingenios estatales en manos de
los obreros con el reparto de tierras a partir
de criterios que iban desde la propiedad
individual hasta formas colectivas, según
las costumbres indígenas.9
Dos ejes centrales de la traducción operada por Mariátegui: La incapacidad de la burguesía de llevar adelante las tareas de la
revolución democrático-burguesa y la persistencia de la Comunidad como un punto
de apoyo para la lucha proletaria revolucionaria.10
72
Partiendo de una evaluación seria de estas
formulaciones salta a la vista que
Mariátegui no es en modo alguno asimilable al esquematismo del Kremlin.
No sólo tiene una visión distinta y en gran
parte opuesta acerca del carácter de la
revolución latinoamericana y su relación
con la revolución mundial, sino que
defiende el rol dirigente de la clase obrera
en la resolución socialista de las tareas
democrático-burguesas, apoyándose a su
vez en la tradición comunitaria indígena.
Cabe señalar que en lo referente a América
Latina Trotsky se ocupó directamente de la
realidad de nuestro continente casi diez
años después que Mariátegui y hay
importantes puntos de contacto entre
ambas lecturas en lo que hace a las
fuerzas motrices y mecánica de la
revolución en América Latina11 .
Pero no obstante lo dinámico y sugerente
de su pensamiento respecto de la revolución latinoamericana en relación con la revolución mundial, claramente diferenciada
respecto del curso bujarino-stalinista,
Mariátegui no buscará estructurar una teoría de la revolución internacional opuesta a
la política del socialismo en un solo país,
sino que intentará conciliarlas.
III. POLÍTICA NACIONAL E
INTERNACIONALISMO
Mariátegui es el marxista latinoamericano
que más profundamente se ha ocupado de
los problemas internacionales. Basta leer
Los orígenes del marxismo en América Latina
las memorables páginas de La Escena
Contemporánea, entre las que se destacan
“Biología del Fascismo” y “Hechos e Ideas
de la Revolución Rusa” para comprobarlo.
Asimismo las Conferencias que dictó en la
Universidad Popular González Prada,
recogidas en el volumen Historia de la Crisis Mundial, demuestran la preocupación
de Mariátegui a su vuelta de Europa, por
recrear el internacionalismo en su propio
país.
Pero queremos detenernos en el
posicionamiento político que realizara
Mariátegui alrededor de la lucha entre
revolución permanente y socialismo en un
solo país.
Mariátegui tuvo un conocimiento bastante
amplio sobre la lucha política al interior del
PCUS que no tardó en configurarse como
una lucha por el programa internacional de
la revolución. En diversos artículos 12 da
cuenta tanto de los debates encarados por
la Oposición de 1923 como de la
Oposición Unificada de 1925. Sabemos
porque él mismo le señalaba, que había
leído El Nuevo Curso de Trotsky. Aunque
sorprende la confianza ciega que
Mariátegui tenía en la marcha ineluctable
de la Revolución Rusa (ante el
desplazamiento de Trotsky por Stalin había
afirmado que las ideas eran más
importantes que los hombres sin reparar
en el contenido histórico y social de esa
lucha política) creemos que hizo una toma
de posición consciente.
En El exilio de Trotsky13 , publicado en
Variedades, el 23 de febrero de 1929
(donde demuestra malestar con la
deportación de Trotsky pero no se
pronuncia en contra de la misma)
retomando los análisis de 1925 y 1928,
Mariátegui apuntaba que Trotsky había
jugado un papel primordial en la política
soviética y que representaba la “ortodoxia
marxista” y el sentido “urbano, obrero e industrial” de la revolución socialista. Incluso
decía que sin la crítica vigilante el gobierno
soviético podía degenerar en un
burocratismo formalista y mecánico.
Pero en el aspecto “positivo” del debate
juzgaba inconsistente el programa de la
Oposición y apuntaba que la revolución
rusa estaba en un período de organización
nacional, en el cual no era lo central el
establecimiento del socialismo a escala
internacional, sino realizarlo en Rusia. A
pesar de su gran admiración por Trotsky,
que manifestaba en el artículo, para
Mariátegui Stalin representaba a y era parte
de una camada de hombres que captaban
más profundamente el carácter nacional y
los problemas políticos que en ese
momento tenía que afrontar la Revolución
Rusa.
Creemos necesario diferenciar dos planos
del debate. Uno es la valoración de Trotsky
por Mariátegui, porque a simple vista podría
sorprender que el mismo año en que se
manifestaba en contra de la Oposición publicara en la Escena Contemporánea
(compilación diversos artículos sobre la
política internacional, el mundo colonial y la
literatura que él mismo seleccionó) aquel
artículo donde decía que Trotsky era no
“sólo un protagonista, sino también un filósofo historiador, y crítico de la revolución”,
concordando con sus planteamientos sobre las consecuencias de la revolución en
el arte y la filosofía y resaltando su rol
como constructor y dirigente del Ejército
Rojo a la vez que desmintiendo el mito de
un Trotsky “napoleónico” 14 .
¿Cuál es entonces el misterio en este
asunto? Ninguno, porque Mariátegui reivindica al “Trotsky de octubre”, mientras que
se manifiesta contrario al “Trotsky
oposicionista” atribuyendo erróneamente
sus diferencias políticas a su distancia respecto de la “vieja guardia bolchevique” y a
su carácter “cosmopolita”.
Desde aquí puede entenderse como en
1929, seguía reivindicando la figura de
Trotsky a pesar de adherir en general, no
sin contradicciones como hemos visto en
el debate sobre la revolución latinoamericana, a la política de Stalin y Bujarin. A pesar
de que obviamente consideramos errónea
su toma de posición, es importante destacar de Mariátegui se mantuvo muy lejos de
los corifeos del Kremlin que agitaron la calumnia del “trotskismo
contrarrevolucionario” tan sueltos de cuerpo como años después pasarían de defender el pacto entre Hitler y Stalin a la reivindicación del “buen vecino” Roosevelt, de
acuerdo con los bandazos de la política
exterior moscovita.
En el terreno de la teoría y la estrategia
marxista creemos ver un doble error de
Mariátegui. Por un lado confundió un profundo proceso de reacción social al interior
de la URSS (al que los trotskistas, de
acuerdo con la definición de Trotsky aludimos como el Thermidor soviético) con una
retirada táctica de la arena internacional en
función de la reorganización nacional de la
Unión Soviética. El burocratismo que
Mariátegui veía posible en realidad estaba
en acto.
Por otra parte al ubicarse en el debate ruso
desde un punto de vista centralmente nacional (ruso), Mariátegui invertiría las relaciones entre los problemas internacionales
y los problemas internos que planteaba la
revolución rusa, creyendo posible solucionar los segundos sin ubicarse desde los
primeros. De hecho todos los análisis referidos a la lucha entre la Oposición de Izquierda y el stalinismo muestran un intento
de conciliar el hecho del socialismo en un
solo país con el ideal internacionalista1 .
Así no hay en el peruano ningún análisis
crítico de las desastrosas derrotas de la IC
durante los años 20. Mariátegui analiza el
desarrollo del movimiento obrero inglés, en
especial de la tendencia laborista, pero no
nombra la traición de la huelga minera por
la TUC, que el PCUS embelleció alegremente a través del Comité Anglo-Ruso entre la TUC y los sindicatos soviéticos. Las
denuncias a las masacres perpetradas por
Chang Kai shek contra los comunistas van
acompañadas de un notorio silencio acerca de la política seguida por el PC bajo dirección de Stalin y Bujarin.
Son estas ambigüedades y lagunas sobre
las que se apoyan diversas corrientes políticas latinoamericanas, particularmente el
Los orígenes del marxismo en América Latina
73
Partido Comunista Argentino para reciclarse en clave “socialista” pero desde una
perspectiva de colaboración de clases.
Los “ex-codovillistas”, ahora gradualistas
intentan construir a Mariátegui como referente de un frentepopulismo “alternativo” al
stalinismo. 2 En esto los “comunistas” argentinos no hacen más que seguir a los
intelectuales del PC cubano que buscan
rehacer a Mella y Mariátegui como exponentes de la vía nacional al socialismo y del
frenteamplismo burgués.
Por su parte Otto Vargas, quien critica esto
como el peor de los oportunismos socialdemócratas, se basa en un fraude teórico
similar que es afirmar que camino de
Mariátegui tenía un pleno acuerdo con la
burocracia moscovita.3
Para terminar, creemos haber ilustrado con
fundamentos suficientes la dialéctica trunca que Mariátegui estableciera entre
internacionalismo y política nacional.
Trotsky plantearía esta problemática en términos que se ajustan perfectamente al debate que nos ocupa:
“La hora de la desaparición de los
programas nacionales ha sonado
definitivamente el 4 de agosto de 1914. El
partido revolucionario del proletariado no
puede basarse más que en un programa
internacional que corresponda al carácter
de la época actual, la de máximo desarrollo
y hundimiento del capitalismo. Un
programa comunista internacional no es ni
mucho menos, una suma de programas
nacionales o una amalgama de sus
características comunes. Debemos tomar
74
directamente como punto de partida el
análisis de las condiciones y de las
tendencias de la economía y del estado
político del mundo, como un todo, con sus
relaciones y sus contradicciones, es decir,
con la dependencia mutua que opone sus
componentes entre sí. En la época actual,
infinitamente más que durante la
precedente, sólo debe y puede deducirse
el sentido en que se dirige el proletariado
desde el punto de vista nacional de la
dirección seguida en el dominio
internacional y no al contrario. En esto
consiste la diferencia fundamental que
separa, en el punto de partida, al
internacionalismo comunista de las diversas
variedades del socialismo nacional.” 4
Para utilizar las propias palabras de
Trotsky, el pensamiento de Mariátegui
tendrá una tensión constante entre el
internacionalismo comunista y el
“socialismo nacional”.
Esta contradicción es la que no permite a
Mariátegui desarrollar sus importantes
aportes teóricos sobre la revolución
latinoamericana hacia una teoría política
que aborde el problema de la revolución
contemporánea en sus múltiples
conexiones. En este sentido entendemos
que los puntos de vista de Trotsky
“explican” (en el sentido de Goldman que
citamos en la introducción) los de
Mariátegui pero no a la inversa5 .
Los orígenes del marxismo en América Latina
IV. MARIÁTEGUI Y LA FILOSOFÍA DEL
MARXISMO
El contenido filosófico del marxismo es un
tema controvertido, al que se han dado diversas respuestas desde diferentes matrices interpretativas. La heterogeneidad ya
presente en la generación posterior a Marx
y Engels se profundizaría con la Revolución Rusa y las corrientes marxistas posteriores a la III internacional.
Aquí nos interesa analizar cómo Mariátegui
se planteaba esta problemática, a la que
prestaba una gran atención. Tiene a su favor que su reflexión estaba ligada profundamente a otras definiciones que trascendían
el ámbito de la filosofía, tales como el carácter imperialista de la época y las condiciones históricamente concretas en que se
planteaba la lucha por la revolución obrera
y socialista.
UNA RECEPCIÓN “ITALIANA” DEL MARXISMO
Mariátegui se conoció el marxismo a través
del prisma del panorama político y cultural
de la Europa de la primera posguerra, en
especial de Italia. A eso nos referimos
cuando hablamos de una recepción “italiana” del marxismo.
Muchos autores han señalado las temáticas coincidentes del pensamiento de
Mariátegui y Gramsci. Otros marcan puntos de contacto con el joven Lukács6 . Lo
cierto es que hay algo que une a estos tres
marxistas: las especiales características
de su tránsito hacia el marxismo.
Tanto Mariátegui como Gramsci y Lukács
están ligados a lo que se ha dado en llamar
la reacción antipositivista de las primeras
décadas del siglo XX7 y su recepción del
marxismo ha sido hecha a través del tamiz
de distintas corrientes filosóficas ajenas a
la órbita cultural de las tradiciones alemana
y rusa, predominantes en la II y III Internacional respectivamente.
En el caso de Lukács, serán entre otros
Georg Simmel y Max Weber y en el caso
de Gramsci y Mariátegui Benedetto Croce y
Georges Sorel (éste último también influirá
en Lukács, vía Erwin Sazbó, según él mismo Lukács señala en el conocido prólogo
de 1967 a Historia y Consciencia de Clase)
Necesitamos aquí hacer una pequeña digresión.
De alguna manera la escena contemporánea, para tomar su propia expresión, se
presenta a Mariátegui como un vasto campo donde tiene lugar la emergencia de lo
nuevo. Un claro ejemplo de esto es el seguimiento que realiza de las vanguardias
artísticas. Unos años más tarde de su regreso al Perú, ya en la dirección de la revista Amauta intervendrá polémicamente
planteando la relación contradictoria entre
arte, revolución y decadencia8 .
El eje argumentativo será que no todo el
arte nuevo por el hecho de ser nuevo es
revolucionario, sino que en realidad expresa a la vez el rostro de la revolución y el de
la decadencia. Mariátegui toma el ejemplo
del futurismo y trae a colación el caso de
Bontempelli, quien el año de los consejos
de fábrica se había sentido casi comunista,
mientras que el año de la marcha sobre
Roma se había sentido casi fascista.
Traemos a la memoria esta cuestión porque nos parece que de alguna manera sirve para pensar un poco la relación que
Mariátegui se propone establecer con las
corrientes filosóficas que se ubican desde
la crítica del positivismo y el racionalismo.
Porque a pesar de la distancia crítica que
Mariátegui mantiene con la modernidad, no
participará de cualquier crítica de la misma
sino que buscará diferenciar las tendencias
revitalizantes de las decadentistas.
Mariátegui, que era un intelectual de gran
sensibilidad hacia los cambios culturales
considera que el mundo moderno se inclina después de la guerra hacia una “concepción heroica y voluntarista de la vida”.9
Es decir que considera tanto a la Revolución Rusa como a ciertos cambios culturales en la ciencia, el arte y la filosofía como
expresiones de un nuevo “espíritu del mundo”. Para Mariátegui hay una crisis del conjunto de la civilización occidental que une el
surgimiento de esas filosofías con el ascenso revolucionario del proletariado y por
tanto buscará establecer un diálogo entre
el marxismo y dichas corrientes, especialmente Sorel y Croce.
EL MITO DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL:
VOLUNTARISMO Y RACIONALIDAD HISTÓRICA
Los debates sobre las relaciones de
Mariátegui con las ideas de Sorel, van desde la afirmación de la identidad de ambas
perspectivas hasta la negación de dichas
relaciones 10 . Lo cierto es que Mariátegui no
se reivindicaba soreliano, sino que sostenía
que Sorel, apoyándose en la filosofía de
Bergson, había contribuido a la regeneración revolucionaria del marxismo con su
crítica del evolucionismo y pacifismo socialdemócrata.
Mariátegui se delimita de la socialdemocracia decretando el fin de todas las tesis
evolucionistas y analizando críticamente el
universo cultural de Marx y Engels 11 .
Sostiene que las convulsiones de la 1ra
Guerra Mundial y la primera posguerra
constituyen una crisis del conjunto de la
civilización occidental. Desde aquí se desarrolla su crítica de la filosofía de la historia y del positivismo propios de la ideología
burguesa del período anterior.
En este sentido jugará un rol central el
mito, idea tomada de Sorel. El mito de la
revolución social dará al movimiento revolucionario del proletariado la fe combativa
que el racionalismo y el evolucionismo burgueses han evaporado de la cultura occidental. Ahora bien, sería un error identificar
la reivindicación del mito exclusivamente
con una construcción ahistórica e
irracionalista12 . Porque si bien es innegable
un elemento irracionalista y ahistórico del
mito, entendido como una necesidad metafísica, igualmente innegable es que
Mariátegui sostiene la vitalidad del “mito de
la revolución social” desde una perspectiva
Los orígenes del marxismo en América Latina
75
historicista (a diversas épocas históricas
corresponden diversos mitos, sujetos a un
proceso de auge, decadencia y muerte),
donde el mito es una construcción colectiva destinada a realizar los fines de la clase
revolucionaria.
Toda esta construcción teórica está encaminada a afirmar la centralidad de la voluntad humana contra el “determinismo pasivo
y rígido” de los reformistas. Mariátegui sintetiza el carácter de la naciente marea revolucionaria en la fórmula que toma de
José Vasconcelos: “pesimismo de la realidad y optimismo del ideal”13 , de notoria similitud con la que Gramsci toma de
Romain Rolland: “pesimismo de la razón y
optimismo de la voluntad”.
Pero como Mariátegui no participa de cualquier crítica de la modernidad y se delimita
claramente de las tendencias más decididamente decadentistas, su “voluntarismo”
se recortará sobre un trasfondo de racionalidad histórica que contiene la acción
conciente de la clase obrera y el mito revolucionario. Contra la burguesía que se retracta de su pasado afirmativo y racionalista, cayendo en las más variadas formas de
misticismo, el proletariado reclama para sí
la continuidad de la empresa civilizadora,
superando la obra del capitalismo en la sociedad socialista.14
FILOSOFÍA DE LA PRAXIS Y MÉTODO
DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICA
Uno de los intelectuales que ha trabajado
76
con mayor rigor sobre el universo cultural
de Mariátegui interpreta de la siguiente manera las relaciones del marxista peruano
con el filósofo idealista Benedetto Croce:
“la influencia de Croce-sin duda es esto lo
que hace que resulte tan importante- no se
dejará sentir directamente; o, mejor dicho,
no lo será siempre como cabría esperar.
Mariátegui no será ‘crociano’, ni se verá
simplemente influido por ese idealismo
neohegeliano que elabora el pensador
napolitano. Más bien se tratará de una influencia mediatizada: ora a través de los
pensadores que como Gobetti pertenecen
a la corriente crociana, ora merced a ciertos temas sobre los cuales el propio Croce
se hace el mediador”.
Este rol de “mediador” que juega Croce en
la lectura mariateguiana del marxismo
abarca desde la polémica de Antonio
Labriola contra Aquiles Loria hasta la reivindicación (sorprendentemente errónea) de
las aristas “morales” de la teoría económica de Marx. Pero hay dos aspectos en los
que a nuestro entender muestra una influencia decisiva: el análisis historicista de
las fuentes filosóficas del marxismo y la
definición del marxismo como un método
de interpretación histórica, contrapuesta a
la visión del marxismo como cosmovisión
o al decir de Croce como “filosofía de la
historia”.
Así como Sorel será el anticuerpo contra el
evolucionismo y el positivismo, Croce será
de alguna manera el punto de referencia
contra aquellos que buscan asimilar el
marxismo con el materialismo vulgar. Aho-
Los orígenes del marxismo en América Latina
ra bien, cuánto ganó y perdió el “marxismo
de Mariátegui” en esa empresa es algo que
veremos en los párrafos que siguen.
No es cuestionable en sí mismo el hecho
de querer establecer un diálogo teórico con
corrientes filosóficas ajenas a la tradición
del marxismo, pero esta es un
problemática que reviste aristas complejas.
La primera de ellas: es el marxismo una
filosofía, o mejor dicho contiene el
marxismo una concepción filosófica
propia? Cuáles son los alcances de es
concepción? Qué respuestas da Mariátegui
a estas preguntas?
Nuestra lectura es que el marxismo no es
un sistema filosófico en el sentido
tradicional del término, es decir no es una
construcción teórica cerrada y
esquemática, sino una teoría en
permanente recreación y devenir, al ritmo
de los avances y retrocesos del
movimiento histórico y social del cual es
expresión consciente, pero sí contiene en
su cuerpo teórico todos los elementos de
una filosofía, vale decir de una concepción
del mundo, del hombre y de la historia.
Filosofía de la praxis la definió Antonio
Labriola, quien tuviera un importante lugar
en la formación ideológica del joven
Trotsky. Labriola señalaba la originalidad
del marxismo y su independencia respecto
del darwinismo y el positivismo e incluso
su hostilidad frente a este último,
remarcando tres aristas: una concepción
del hombre y de la historia, la crítica de la
economía política y de la sociedad
capitalista y la política revolucionaria para
subvertir dicha sociedad. Tres décadas
después Gramsci marcaba la necesidad
de seguir el camino trazado por Labriola,
afirmando la completa originalidad y
autosuficiencia del marxismo como una
concepción independiente de todas las
vertientes ideológicas burguesas, aunque
estableciera diálogos y luchas ideológicas
con las mismas.
Mariátegui por su parte, está embarcado en
la empresa de conciliar el marxismo con la
“concepción heroica y voluntarista de la
vida”a la que hacíamos alusión
anteriormente ¿Cómo estructurará sus
argumentaciones y que posiciones
expresará?
Mariátegui es contrario a la idea de que el
marxismo está superado junto con el
positivismo del siglo XIX. Buscará
demostrar que si bien es cierto que el
marxismo es una concepción
eminentemente moderna, mantiene una
distancia crítica tanto con el positivismo y
el cientificismo como con la filosofía de
Hegel.
En este sentido se apoyará en Benedetto
Croce: “El materialismo histórico no es,
precisamente, el materialismo metafísico o
filosófico, ni es una Filosofía de la Historia,
dejada atrás por el progreso científico. Marx
no tenía por qué crear más que un método
de interpretación histórica de la sociedad
actual. Refutando al profesor Stamler,
Croce afirma que ‘el presupuesto del
socialismo no es una Filosofía de la
historia, sino una concepción histórica
determinada por las condiciones presentes
de la sociedad y del modo como ésta ha
llegado a ellas’. La crítica marxista estudia
concretamente la sociedad capitalista.
Mientras el capitalismo no haya
trasmontado definitivamente, el canon de
Marx sigue siendo válido”1 .
Como vemos, Mariátegui afirma que la
vigencia del marxismo responde a la
existencia misma del sistema capitalista;
ahora bien, en su intento de “despegar” al
marxismo de la cosmovisión ochocentista,
no sólo cita sino que repite la interpretación
crociana del marxismo como método de
interpretación histórica. Pero el
planteamiento de Croce no será para
reivindicar la vigencia del marxismo sino
para reducirlo en el marco una filosofía
idealista de la historia: “[El materialismo
histórico] no debe ser una nueva
construcción a priori de filosofía de la
historia ni un nuevo método del
pensamiento histórico, sino simplemente
un canon de interpretación histórica (el
subrayado es nuestro, NdR). Este canon
aconseja prestar atención a lo que se
denomina el sustrato económico de las
sociedades para mejor comprender sus
configuraciones y sus vicisitudes 2 ”.
Esta posición de Croce, contra la que
Labriola y luego Gramsci en los Cuadernos
discutieran con dureza, es la que toma
Mariátegui en su intento de revitalizar al
marxismo frente al evolucionismo
socialdemócrata y la crítica idealista. No
sólo toma textualmente la definición
“método de interpretación histórica” sino
que usa la misma palabra “canon”, lo cual
hace innegable la presencia de Croce en
un problema teórico fundamental.
Incluso reivindicará las ideas de Croce
acerca de la plusvalía como categoría
moral3 .
Qué resulta de todo esto? Que en su
diálogo con Croce Mariátegui pierde más
de lo que gana, puesto que adscribe a una
lectura sobre el carácter del marxismo que
tiende a negar su independencia y
originalidad como concepción del mundo y
reducirlo a un criterio de interpretación
histórica, asimilable en el idealismo
neohegeliano.
Este punto del debate es fundamental,
porque si el marxismo es únicamente un
método de interpretación histórica, las
respuestas sobre los problemas filosóficos
que trascienden esa interpretación, tales
como cuál es la relación del hombre con la
naturaleza, cuál es el carácter concreto y
diferenciado de la realidad humano-social,
cuál es la relación entre determinaciones
objetivas y voluntad consciente, por tomar
sólo algunos
( y Mariátegui ha prestado al último en particular una atención enorme) de los que
constituyen una pregunta permanente en la
cultura occidental desde Homero hasta
nuestros días, esas respuestas decíamos,
habrá que ir a buscarlas a otras
concepciones filosóficas, con lo cual el
proletariado resultará dependiente en
última instancia de la cosmovisión
burguesa. En esto a Mariátegui se le
escapó la operación ideológica fundamen-
Los orígenes del marxismo en América Latina
77
tal de Croce, señalada con toda claridad
por Gramsci.
De esta manera la “mediación” de Croce
acercará a Mariátegui a todo un espectro
de posicionamientos teóricos de del
filósofo italiano que habían sido refutados
por un marxista clásico como Antonio
Labriola, casi treinta años antes 4 .
V. LA ODISEA DE MARIÁTEGUI Y EL
MARXISMO QUE QUEREMOS
(RE)CONSTRUIR
Posiblemente “odisea” no sea el término
que mejor se ajusta a la vida y obra de
Mariátegui. Sería mejor hablar de un aprendizaje. Pero lo cierto es que ambas figuras,
la primera previa a la escisión dolorosa de
la subjetividad y la segunda, propia del sujeto moderno, nos remiten a la doble enseñanza que nos deja el legado
mariateguiano.
Así como en Goethe y Hegel, constructores
poéticos y filosóficos de grandes recorridos
en los que el sujeto se hace a sí mismo
experimentando e interiorizando todas las
formas posibles de actividad humana y
arribando a la ansiada meta que es a la vez
una reformulación del punto de partida; la
vida y obra del revolucionario peruano a
quien la experiencia europea, que consideraba “su mejor aprendizaje” había instalado
en su interior la convicción de “peruanizar
el Perú” y “concurrir a la fundación del socialismo peruano”, nos remite al sentido de
ese mismo obrar humano donde se cons-
78
truye la historia y se realiza la filosofía.
Así cuando Mariátegui decía que su vida
era una saeta que tenía que llegar a hacer
blanco, intentaba, sin duda, restarle importancia a su figura y realzar el contenido
mismo de la acción, estrechando a través
de la historia su pensamiento y el de aquellos dos gigantes alemanes.
En ese recorrido, parafraseando la “frase
favorita” de Marx, nada de lo humano le fue
ajeno. El futurismo, el surrealismo, el grupo
Clarté, El Inca Gracilazo, José
Vasconcelos, Ricardo Palma, Manuel
González Prada, Haya de la Torre James
Joyce, Croce, Gobetti, Sorel, Gorki, Lenin,
Trotsky, Lunatcharsky, L’Ordine Nuovo, la
Revolución Rusa, la Revolución alemana,
la política italiana, las luchas anti-coloniales
en Turquía y la India, el fascismo y muchos
otros temas fueron parte del universo cultural en que Mariátegui se desempeñó y que
a su vez contribuyó a constituir en páginas
de fina prosa y ardor revolucionario.
Si para Engels el proletariado alemán sería
el heredero de la filosofía clásica alemana,
la propia acción política de Mariátegui al
interior de la clase obrera del Perú apuntaba a hacer del proletariado peruano, no
sólo un “receptor” de lo mejor de la cultura
occidental y de la experiencia revolucionaria internacional, sino un constructor activo
de su propia tradición en la lucha por una
sociedad sin opresión ni explotación.
Decíamos que vida y obra de Mariátegui
representan una doble problemática: Por
un lado el aprendizaje del intelectual revolucionario latinoamericano, que se sumerge
Los orígenes del marxismo en América Latina
de lleno en el drama humano en busca de
la síntesis entre lo más genuino de la tradición nacional y continental y el marxismo
como la formación teórica y la fuerza política de clase más avanzada de la arena internacional.
Por el otro, la propia odisea del marxismo
en sus complejas relaciones con la cultura
moderna, con la ciencia, la literatura, el arte
y el psicoanálisis, la cual nos plantea con
fuerza la pregunta acerca de qué marxismo queremos (re) construir.
Consideramos pertinente esta reflexión
porque en los inicios del siglo XXI, remontando largas décadas de reacción política e
intelectual, ningún marxista serio puede
pensar la reconstrucción del marxismo revolucionario como una mera restauración
del pensamiento de la III Internacional antes
de su burocratización. Esto no sólo sería
una ingenuidad sino que sería un crimen de
lesa historicidad que despojaría al marxismo de su carácter vivo y dialéctico.
Y aquí es dónde el pensamiento de
Mariátegui mantiene una profunda vitalidad,
poniendo sobre la palestra no sólo los nudos centrales de la problemática latinoamericana sino también la convicción de
que el desarrollo teórico político e ideológico del marxismo sólo es posible en estrecha conexión con la lucha de clases y en
diálogos y polémicas con lo más sugerente
y avanzado de la filosofía, las ciencias y la
cultura mundial.
Este diálogo con el pensamiento de
Mariátegui apunta a prefigurar y contribuir a
esa reconstrucción revolucionaria y anti-
dogmática que será la mejor recreaciónrealización de su legado.
1
Una primera versión de este artículo ha sido publicada
en Rebelión el 10 de diciembre de 2002, firmado con el
seudónimo Gabriel Lanese. Hemos hecho correcciones
sustanciales y otras modificaciones. Si bien hemos mantenido muchos aspectos señalados en la primera versión
introdujimos otros que no estaban presentes. Así también
hemos ampliado las fuentes bibliográficas.
2
Ver V. M. Miroshevski, El populismo en el Perú. Papel
de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano (1941) en José Aricó, Mariátegui y los
orígenes del marxismo latinoamericano, segunda edición
corregida y aumentada, México DF, 1980, Ed Pasado y
Presente, pgs 55 a 70.
3
Ver Jorge Del Prado, Mariátegui, marxista-leninista,
fundador del Partido Comunista Peruano(1943), en José
Aricó, op cit. pgs 71 a 90.
4
Comité Central del Partido Comunista del Perú, octubre
de 1975, “Retomemos a Mariátegui y reconstituyamos su
partido”, versión electrónica.
5
Entre los autores argentinos Néstor Kohan, Marx en su
(Tercer) mundo, Bs As 1998, Ed Biblos. Del mismo autor
De Ingenieros al Che, Bs As 2000, Ed Biblos. El mismo
tema está tomado en el libro de Horacio Tarcus El marxismo olvidado en Argentina. Del mismo autor ver Mariátegui
en Argentina o las políticas culturales de Samuel
Glusberg, Bs As 2001, Ed El Cielo por Asalto.
Como nuestra perspectiva es muy distinta a la de ambos
autores creemos necesario introducir una aclaración al
respecto.
En el caso de Kohan señalamos tres aspectos sustanciales que nos distancian profundamente de su perspectiva:
en primer lugar que el “linaje” del marxismo latinoamericano que intenta construir incluye curiosamente a figuras
con posiciones divergentes respecto del stalinismo criollo
y otras que, como Héctor Agosti fueron siempre intelectuales orgánicos del stalinismo argentino. De aquí que si
bien Kohan asume una posición crítica frente al stalinismo,
no dedica la menor atención a las corrientes trotskistas
que, con sus aciertos y errores se opusieron de conjunto
a la burocracia staliniana.
Por último, partiendo de que “...en Stalin, Mao y Trotskymás allá de sus evidentes diferencias políticas- subyace
una misma interpretación de la filosofía marxista...” la
lucha de los trotskistas por el programa y la estrategia
marxistas aparece en el nivel de “disputas y rencillas
políticas” las cuales habrían jugado el papel de ocultar “los
fuertes lazos comunes que la vertiente stalinista y la trotskista mantuvieron en torno de la filosofía del marxismo”.
(Marx en su (Tercer) Mundo, pg 39 y 47-48 respectivamente)
Ahora bien la inconsistencia del planteo del autor es que
en un párrafo pinta a Trotsky como una partidario de la
ontología mecanicista y en el párrafo siguiente reivindica
la ley del desarrollo desigual y combinado formulada por
Trotsky. La única forma de salir de este embrollo es aplicar el criterio gramsciano de buscar la filosofía de los
hombres políticos en su praxis (vale decir en su acción y
en sus ideas políticas), criterio que Kohan aplica en todos
los casos posibles menos en el de Trotsky, quien dicho
sea de paso, hizo aportaciones fundamentales para comprender la realidad latinoamericana y ubicar a la clase
obrera en la vanguardia de la lucha anti-imperialista. En
cuanto a Horacio Tarcus nos basta con su propia confesión de partes: terminar con la izquierda leninista dogmática y entrar en la era de la “capacidad de gestión”, como
los “trotskistas” brasileños que están en el PT (La izquierda vive y sobrevive de los homenajes, Página 12, 06/02/
2003).
Curiosamente lo medular del pensamiento mariateguiano
apunta en la dirección contraria. El odio visceral de Tarcus
hacia la militancia revolucionaria no puede ocultar que su
“marxismo humanista” es un velo (no tan) sutil y sobre
todo engañoso para la reivindicación lisa y llana del reformismo y la subordinación al estado burgués. En esto está
muy por detrás de Kohan, que reivindica la perpectiva de
la revolución y la lucha anticapitalista.
6
Ver El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto
Croce, pgs 72 a 80, Bs As 1984, Ed. Nueva Visión.
7
Ver José Aricó, La Hipótesis de Justo, Escritos sobre
el socialismo en América Latina, Bs As 1999, Ed Sudamericana. Este juicio no incluye ni a Recabarren ni a
Mella.
8
Ver el primer capítulo de Restos Pampeanos de Horacio
González, Bs As 1999, Ed Colihue.
9
Durante los dos primeras décadas del S XX, el senador
socialista argentino Enrique Del Valle Iberlucea, escribió
algunos ensayos de divulgación donde defendía el planteamiento de Antonio Labriola en polémicas con Aquiles
Loria e Ives Guyot. Después de la revolución rusa promovió la adhesión del PS a la III Internacional, liderando el
sector “tercerista”, pero al ser derrotado en la lucha interna del PS, decidió quedarse en el mismo a pesar de que
un importante sector de la base “tercerista” rompió con el
PS para entrar al PSI. Ver Emilio Corbiére, El marxismo de
Enrique del Valle Iberlucea, Bs As 1987, Centro Editor de
América Latina. Ver también en Néstor Kohan, op cit.
10
Los documentos publicados por la IC en 1921 y 1923
referidos a América Latina pueden consultarse en Michael
Löwy, El marxismo en América Latina. Dichos documentos esbozan una posición distinta de la expresada por
bujarinistas y stalinistas al momento que estamos comentando y más cercana a las posiciones de Mariátegui y
Mella.
11
Aniversario y Balance, Obras , Tomo II, pgs 240-243.
12
JCM, Principios programáticos del Partido Socialista,
Obras , Tomo II, pgs 216-220.
13
En El problema de las razas en América Latina utiliza
la formulación “gobierno de obreros y campesinos” un
tanto ambigua, pero más cercana por el contenido a la
dictadura del proletariado que la fórmula de la IC que era
esencialmente contra la dictadura del proletariado.
14
“(Tesis 8) La dictadura del proletariado, que sube al
poder en calidad de caudillo de la revolución democrática,
se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante
objetivos relacionados con profundas transformaciones
del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente.” León Trotsky, La Teoría
de la Revolución Permanente (compilación), pgs 520-521,
Bs As 2000, Ed. CEIP León Trotsky.
15
“Congruentemente con mi posición ideológica, yo pienso que la hora de ensayar en el Perú el método liberal, la
fórmula individualista, ha pasado ya. Dejando aparte las
razones doctrinales, considero fundamentalmente este
factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la
comunidad y de elementos de socialismo práctico en la
agricultura y la vida indígenas” JCM, El Problema de la
Tierra, en Siete Ensayos de Interpretación de la realidad
peruana, versión electrónica.
16
“Analizando la génesis de la producción capitalista
digo: En el fondo del sistema capitalista está, pues, la
separación radical entre productor y medios de producción... la base de toda esta evolución es la expropiación
de los campesinos. Todavía no se ha realizado de una
manera radical más que en Inglaterra... Pero todos los
demás países de Europa occidental, van por el mismo
camino (El Capital, edición francesa, p. 316).
La “fatalidad histórica” de este movimiento está, pues
Los orígenes del marxismo en América Latina
79
expresamente restringida a los países de Europa occidental. El por qué de esta restricción está indicado en este
pasaje del capítulo XXXII:
La propiedad privada, fundada en el trabajo personal... va
a ser suplantada por la propiedad capitalista fundada en la
explotación del trabajo de otros, en el sistema asalariado
(ob cit, p. 340).
En este movimiento occidental se trata, pues de la transformación de una forma de propiedad privada en otra
forma de propiedad privada. Entre los campesinos rusos,
por el contrario, habría que transformar su propiedad
común en propiedad privada.
El análisis presentado en El Capital no da, pues, razones,
en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero
el estudio especial que de ella he hecho y cuyos materiales he buscado en las fuentes originales, me ha convencido de que esta comuna es un punto de apoyo de la regeneración social en Rusia, mas para que pueda funcionar
como tal será preciso eliminar primeramente las influencias deletéreas que la acosan por todas partes y a continuación asegurarle las condiciones normales para un
desarrollo espontáneo.” Carta de Carlos Marx a Vera
Zasúlich, en Néstor Kohan, Marx en su (Tercer) Mundo,
pag 263, Bs As 1998, Ed Biblos. José Aricó señala que si
bien este texto había sido publicado en vida de Mariátegui,
es poco probable que este lo hubiese conocido, por lo
cual en esto actuó según sus propios criterios.
17
JCM, La “comunidad” bajo la república. El problema
de la Tierra. Siete Ensayos .
18
Adolfo Gilly analiza detalladamente este proceso y la
importancia de las tradiciones indígenas en el mismo “Su
trayectoria ( la del campesino indígena mexicano, NdR)
social y cultural es propia y específica. Lo opone al mundo
capitalista otra línea de defensa diversa de la del campesino propietario europeo. Y sus tradiciones comunales, en
una época de revoluciones sociales, pueden cumplir una
triple función: servir como parte de la estructura y sostén
de los organismos de la lucha revolucionaria; enlazar la
comprensión individual con la perspectiva colectiva; y
servir de apoyo para la transición a una organización
productiva y social superior (la cursiva es nuestra) y
continúa el autor “Esta misma argumentación expone para
Perú, en 1928, José Carlos Mariátegui en sus Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana.” La Revolución Interrumpida, pg 70, México 1994, Ed. Era. Es importante señalar que los procesos latinoamericanos de lucha
de masas tuvieron de Chiapas en adelante una fuerte
impronta de los pueblos originarios, demostrando la potencialidad de sus tradiciones y reivindicaciones, las cuales
han sido en más de una oportunidad llevadas a callejones
sin salida en función de alianzas con sectores burgueses
80
o militares nacionalistas (Ecuador), políticas de presión
sobre los partidos “democráticos” (México), o mesas de
negociación donde las bases ven frustradas sus expectativas (Bolivia). No es casualidad que una política constante de direcciones como el EZLN, Vargas o Morales y
Quispe haya sido la nula búsqueda de la unidad con el
movimiento obrero. Las sucesivas encerronas en que se
ha visto el movimiento de los pueblos originarios sin esa
unidad son una prueba fehaciente de la necesidad de la
misma y de la vigencia de las posiciones de Mariátegui al
respecto.
bloque de las cuatro clases y tributario del “Pensamiento
Mao-Tsetung”.
27
León Trotsky, Crítica del Programa de la IC, en La
Teoría de la Revolución Permanente (compilación) pg
309, Bs As 2000, Ed CEIP
28
Es importante destacar la potencialidad que hubiera
tenido en América Latina la confluencia de Mariátegui y la
Oposición de Izquierda, si el marxista peruano hubiese
desarrollado un planteo crítico del conjunto de la
estrategia de la Comintern.
29
Ver Robert Paris, op cit, pgs 144 y 148.
19
30
Estos son dos ejes claros de los Siete Ensayos. Diversos autores coinciden en señalar la influencia de Piero
Gobetti y su Il Rissorgimiento senza eroi , en este abordaje de la defección de la burguesía ante sus tareas históricas. Ver Robert Paris La formación ideológica de José
Carlos Mariátegui, Pasado y Presente, México, 1981, pgs
154 a 175.
20
Ver León Trotsky, Escritos Latinoamericanos, Bs As
1999, Ed CEIP.
21
El partido bolchevique y Trotsky (1925), Trotsky y la
oposición comunista (1928), en JCM, Obras , Tomo 2, La
Habana 1982, Casa de las Américas.
22
Versión electrónica en www.marxists.org
23
“ JCM, La Escena contemporánea, pg 92-96, Lima
1988, Ed Amauta.
24
En esto no coincidimos con Michael Löwy quien sostiene que “Mariátegui no toma partido en el conflicto entre
Stalin y la oposición de izquierda”. M. Löwy, op cit, pg 20.
25
El PCA ha “descubierto” recientemente que la “creación
heroica” de la que hablaba Mariátegui se frustró en China
con el intento de Mao Tse-tung de “copiar el modelo
soviético” mientras que Deng Xiao Ping, el iniciador de la
restauración capitalista habría sido un exponente de la
“audacia leninista”. La adulación no termina ahí sino que
continúa en el “socialismo” de Jiang Zeming y Hu Jintao, el
mismo que ha incluido a los capitalistas como miembros
plenos del PCCh y su flamante sucesor (Athos Fava,
China, un largo camino, Nuestra Propuesta Nº 606, 10 de
octubre de 2002). Y este vergonzoso y rastrero
contrabando ideológico pretende disfrazarse de...
“marxismo creador”!!!!????
26
Ver Otto Vargas, El marxismo y la revolución
argentina, Tomo II, pgs 524 a 535, Bs As 1999, Ed Agora.
El secretario general del PCR hace suya la forzada
interpretación del CC del PCP a que hacemos alusión en la
nota 4, donde se transforma a Mariátegui en un teórico del
Los orígenes del marxismo en América Latina
“Si hubiera que encontrar, entre tantos otros, un rasgo
para definir la crisis cultural del Novecientos ese podría
ser el sentimiento, en la conciencia de la intelectualidad de
la pérdida de la noción de totalidad de la vida [...] si
entendemos la confusa palabra positivismo como
sometimiento al determinismo evolucionista, en una
atmósfera cultural dominada por el ‘darwinismo social’, la
revuelta intelectual de principios de siglo puso, en su
conjunto, las bases conceptuales para fundar una teoría
de la acción despojada de residuos utilitaristas y
naturalistas, cuyo último y paradigmático representante
habría sido el inglés Herbert Spencer”. J.C Portantiero,
“Gramsci y la crisis cultural del Novecientos en Los Usos
de Gramsci, pgs 171 y 184. Es necesario destacar que
los artículos más recientes publicados en este libro dan
cuenta de un intento del autor por adscribir a Gramsci al
“marxismo occidental” en lugar de a la III Internacional
(como sostenía en el ensayo de 1975 publicado apenas
unas páginas antes). Toda una confesión de partes de un
intelectual que ha hecho el trayecto con que Leopoldo
Lugones se describía a sí mismo en su madurez: a los
dieciocho rompía vidrios, a los 30 los colocaba y a los
cuarenta se decidió a fabricarlos.
31
JCM, Arte, Revolución y Decadencia (1926), versión
electrónica.
32
JCM, Defensa del Marxismo, 1985 Lima, Ed Amauta, pg
65.
33
Ver Luis Villaverde Alcalá Galiano El sorelismo de
Mariátegui y Robert Paris Mariátegui: Un “sorelismo”
ambigüo en José Aricó, op cit, pgs 145 a 161, donde
están ilustradas con claridad las diversas posiciones en
torno a este tema.
34
JCM, La crisis mundial y el proletariado peruano,
Historia de la Crisis Mundial , Obras , Tomo I, pgs 233235.
35
Ver R. Paris, op cit, pg 144. La problemática del mito en
Mariátegui será tratada con mayor amplitud en próximos
artículos.
36
JCM, Pesimismo de la realidad y optimismo del ideal,
en Obras, Tomo I, pgs 421-424.
37
JCM, Breve epílogo en Veinticinco años de sucesos
extranjeros, Obras , Tomo I, op cit, pg 317. También en
Defensa del marxismo está presente esta problemática.
38
JCM, Defensa del Marxismo, Lima 1985, Ed Amauta,
pgs 40 y 41.
39
Robert Paris, op cit, pg 165, tomado de Benedetto
Croce incorporando los desarrollos del materialismo premarxista. De lo contrario caeríamos en el absurdo de una
praxis no material, lo cual está más cerca de las
concepciones prehegelianas de la praxis como actividad
moral en los marcos del dualismo filosófico. En este
sentido han trabajado Labriola, Gramsci, Markovic, Kosik e
incluso Adolfo Sánchez Vásquez
Los orígenes del marxismo en América Latina
81
82
Los orígenes del marxismo en América Latina
TENNANT
GARY
julio antonio mella
y las raíces del comunismo
disidente en cuba1
1
Traducción especial para la Cátedra Libre Karl Marx por Guillermo Fernández, Instituto Karl
Marx. Este texto es un extracto de un resumen del trabajo del autor The Hidden Pearl of the
Caribbean. Trotskyism in Cuba, publicado originalmente en Revolutionary History Vol. 7 Nº 3,
2000
CONTEXTO
La República Cubana nació prácticamente como un apéndice de la economía
norteamericana. Su burguesía nativa, debilitada por la política española de «gobernar
o arruinar» hacia el final de la guerra de
1895-98, quedó dispuesta a comprarse por
las finanzas norteamericanas. Mientras las
inversiones norteamericanas capitalizaron la
economía de Cuba y produjeron una clase
obrera en gran escala, el desarrollo fue desigual. No cristalizó ningún tipo de burguesía
nacional y no pudo establecer instituciones
durables para promover su propio dominio
de clase. Por el contrario, excluida en gran
medida de las fuentes productoras de riqueza, el gobierno de la República cubana inicialmente fue disputado entre facciones
competidoras de una oligarquía cubana do-
minante que no tenían programa distinto alguno para promover el crecimiento de una
fuerte burguesía nacional. Mientras una facción disfrutaba los beneficios de gobernar,
la otra, en un intento por ganar una porción
del poder y los frutos de la corrupción, combinaba la exigencia de unas elecciones y un
gobierno honrados con la promoción de cierta rebelión para provocar la intervención del
ejército norteamericano.
La primera fisura en este modelo de
desarrollo surgió a mediados de los años
veinte luego de la llamada ‘Danza de los Millones’, cuando los precios del azúcar se fueron a las nubes para luego caer estrepitosamente, y con la penetración cada vez más
profunda de todos los sectores de la economía por parte del capital financiero norteamericano. El Presidente Gerardo Machado, representando la pequeña clase capitalista
Los orígenes del marxismo en América Latina
83
nativa, llegó al poder planteando un tibio programa nacionalista para regenerar Cuba sin
amenazar los intereses de Estados Unidos.
Sin embargo, la depresión mundial que siguió al crack de la Bolsa de 1929 tuvo efectos severos en el curso de los acontecimientos. La economía de Cuba, tan pesadamente atada a la exportación de azúcar a un solo
comprador, fue muy vulnerable a la imposición de medidas proteccionistas por parte de
Estados Unidos. Mientras Machado pagaba
obedientemente la deuda externa, recortaba
drásticamente los salarios, el empleo y el
gasto gubernamental arrojó tanto a los profesionales y obreros urbanos a las filas de
una miríada de grupos nacionalistasreformistas y revolucionarios.
Durante la Revolución que le siguió en
los años treinta, la movilización popular llevó
al poder al efímero gobierno reformista-nacionalista de Ramón Grau San Martín. Sin
embargo, al intentar hacer equilibrio entre
todos los sectores sociales, el gobierno de
Grau San Martín se derrumbó después de la
decisiva intervención del jefe del ejército
Fulgencio Batista, que tenía el apoyo del gobierno norteamericano. Las principales razones del éxito de Batista y el fracaso de la revolución fueron que: 1) a pesar de los recursos del Partido Comunista de Cuba (PCC) y
su grado de disciplina organizativa, tuvo una
actitud absolutamente sectaria frente al sector nacional revolucionario, y 2) el sector nacional revolucionario, principalmente Joven
Cuba, tenía escasos lazos organizativos con
el movimiento obrero. Superar estos problemas era la tarea central de los trotskistas
84
cubanos.
La tarea de Batista era restaurar la estabilidad social y proteger sin ambigüedades
el derecho de propiedad por sobre el trabajo.
Promovido por la política de la Internacional
Comunista (Comintern) de Frentes Populares antifascistas, la política del partido comunista oficial pasó a ser la de la colaboración de clases y el compromiso, y a través
de este partido, el movimiento obrero organizado fue llevado a entrar en un gobierno
pro-capitalista, de tipo bonapartista, desde
fines de los años 30 hasta el comienzo de la
Guerra Fría. Mientras el imperialismo había
debilitado la ya ineficiente burguesía nacional, y la Revolución de los años treinta había
acelerado el declive de la vieja oligarquía gobernante cubana, el giro al intervencionismo
estatal en las relaciones trabajo-capital debilitó el potencial para la actividad independiente de la clase obrera. Cuando la economía se estancó después de la Segunda Guerra Mundial, la actividad política de las dos
clases dinámicas ya se encontraba comprometida. Ninguna era lo suficientemente fuerte. Al final de una década en la que el partido
comunista oficial había llevado al movimiento obrero organizado hacia un orden político
nacional consensual y había despojado a la
clase obrera de una voz independiente desde su propia clase, había desaparecido un
programa social radical que emanaba de organizaciones obreras o grupos nacionalistas de izquierda que incluían un elemento de
antiimperialismo. Mientras numerosas bandas de pistoleros que operaban con una fachada política con sus nombres y alguna
Los orígenes del marxismo en América Latina
vaga adscripción a alguna ideología florecieron y eran toleradas, en gran medida porque
por medio de la violencia ayudaron a remover a los comunistas oficiales de sus puestos de dirección en el movimiento obrero, la
desilusión entre los elementos más radicales e idealistas en la coalición de los Auténticos dirigida por Grau San Martín frente a la
corrupción sólo llevó a que el centro de la
oposición al gobierno pasara a Eduardo
Chibás y su Partido Ortodoxo. Chibás y la
Ortodoxia destacaba únicamente la cuestión
de la anti-corrupción en los círculos del gobierno y la consigna de ‘vergüenza contra
dinero’ era en gran medida todo el alcance
de su programa.
Fue en medio de este ‘vacío’ que el
Ejército Rebelde llevó a Fidel Castro al poder el 1° de enero de 1959. Las fuerzas que
realmente aseguraron la revolución política
contra el régimen de Batista y el proceso que
seguidamente llevó al rápido trastocamiento
de las relaciones de propiedad es motivo de
controversia. Las explicaciones cubanas del
proceso revolucionario se concentran en una
alianza obrero-campesina que sostenía la
transformación socialista de la sociedad
como parte de un siglo de lucha. Las interpretaciones no-cubanas, por otro lado, se
disputan si acaso Fidel Castro no fue durante algún tiempo sido un comunista encubierto y simplemente estaba esperando el momento para revelar su verdadero ropaje, o si
él y el Gobierno Revolucionario, en cambio,
fueron empujados hacia el comunismo por
las presiones combinadas de la política de
Estados Unidos y la movilización de masas
de la clase obrera.
Otra categoría de interpretaciones que
resaltan las formaciones sociales excepcionalmente débiles y la ausencia de instituciones fuertes de gobierno en Cuba, plantean
que Fidel Castro mismo llenó el vacío estructural. En esencia, esta línea perceptiva de argumentación sostiene que sin la limitante influencia de instituciones conservadoras y procapitalistas con una historia bien fundada y
una perspectiva coherente para el presente
y el futuro, Castro, como comandante de la
única fuerza militar cohesionada de Cuba se
transformó en la única institución política
efectiva. Aprovechando el clima internacional, la dirección castrista pudo conducir el
desarrollo de la Revolución de una manera
inaudita por una combinación del logro del
apoyo popular y asegurándose de que el
movimiento popular no se organizara en instituciones políticas representativas. De esta
manera, la Revolución fue esencialmente el
reemplazo de una forma de bonapartismo
por otra que cada vez más se encuadraba
con las decisiones de la política del Kremlin
en condiciones caracterizadas por formaciones de clase relativamente débiles e inestables.
MELLA Y LAS RAÍCES DEL DISENSO DENTRO DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El primer retoño de oposición dentro
del Partido Comunista de Cuba (PCC) se
agrupó en torno a Julio Antonio Mella a fines
de los años ’20. Mella se había vuelto una
figura nacionalmente conocida como líder
del movimiento estudiantil en La Habana. Se
unió al PCC desde su formación en agosto
de 1925, pero fue separado de él a comienzos de 1926 a razón de su supuesta indisciplina y oportunismo táctico después de
declarar la huelga de hambre en prisión. Sólo
fue re-incorporado a las filas del partido en
mayo de 1927 luego de que la dirección de
la Comintern se pronunció contra la expulsión de facto de Mella, considerándola como
un acto de estupidez que sirvió para aislar
al PCC de las masas pequeñoburguesas
que seguían a la Liga Anti-Imperialista de las
Américas. Sin embargo, aunque Mella oficialmente volvió al PCC durante su exilio en
México, y luego se despeñó como Secretario Nacional Interino del Partido Comunista
de México (PCM) en 1928, sus escritos y
actividades demostraban las contradicciones que más tarde llegarían a definir a la
Oposición Comunista dentro del PCC.
El folleto más conocido de Mella ‘¿Qué
es el ARPA?’2 , en circulación en abril de 1928
poco después de su vuelta de una visita a
Moscú, fue quizás su mayor contribución escrita a la lucha por el socialismo. Como una
crítica del proclamado antiimperialismo de
Víctor Raúl Haya de la Torre y el movimiento
del APRA, afirmó por primera vez que aunque el proletariado pudiera trabajar con las
organizaciones de representantes de la burguesía en la lucha nacional contra el imperialismo, sólo la clase obrera era finalmente
el único garante de una revolución nacional
genuina. Haciéndose eco de la caracterización del APRA tanto de Trotsky como de José
Carlos Mariátegui como un Kuomintang3 la-
tinoamericano, Mella planteó que, al igual que
ocurrió con Chiang Kai-shek en China, la
pequeñoburguesía y la burguesía de los países coloniales traicionará finalmente a la clase obrera durante el curso de una lucha ostensiblemente antiimperialista, no importa
cuán revolucionarios aparenten ser los sectores no-proletarios. Escribió:
«Las pequeñas burguesías [.... n]o son
más fieles a la causa de la emancipación nacional definitiva que sus compañeros de clase en China u otro país colonial. Ellas abandonan al proletariado y se pasan al imperialismo antes de la batalla final.»
Con referencia a la lucha de liberación
nacional su conclusión era inequívoca:
«Para hablar concretamente: liberación
nacional absoluta, sólo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución
obrera.»
Sin embargo, aunque Mella desde entonces de tanto en tanto era considerado
como trotskista en las luchas contra los Derechistas dentro del PCM que adherían a la
línea sindical defendida a nivel internacional
por Bujarin4 , tales imputaciones oscurecían
la medida en que sus actividades encajaban
en gran medida dentro de las tradiciones de
liberación nacional revolucionaria y los movimientos sindicalistas de su Cuba nativa, tradiciones que la concepción de la lucha por el
socialismo del Segundo Período de la
Comintern era capaz de englobar. Es decir,
mientras que Mella planteaba la organización
independiente de la clase obrera en los sindicatos, que era evidente en su contribución
a la re-emergente cuestión sindical, al mis-
Los orígenes del marxismo en América Latina
85
mo tiempo promovía un frente multi-clasista
en el ambiente del exilio revolucionario cubano en México en 1928 sin plantear la independencia política de la fracción comunista.
Dentro de la comunidad de exiliados
cubanos en México en 1928, Mella fundó y
llegó a ser Secretario General de la Asociación Nacional de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC). Por fuera del
control de los aparatos del PCC y del PCM,
la ANERC apuntaba a unir las fuerzas antimachadistas que por entonces se encontraban en el destierro. Un objetivo inmediato era
la organización de una expedición de revolucionarios cubanos para partir hacia Cuba en
1928-29 para comenzar una insurrección
contra el régimen de Machado. La intención
declarada de Mella era en gran medida la de
encender una revolución democrática
antiimperialista, y subordinó la independencia política y organizativa de la fracción comunista dentro de la ANERC a este proyecto. Según una de las primeras ediciones de
‘¡Cuba Libre!’, el periódico de la ANERC, la
tarea que la ANERC se había impuesto era
la de esbozar «un programa de unificación
del pueblo cubano para una acción inmediata por la restauración de la democracia». En
el artículo ‘¿Hacia dónde va Cuba?’, el propio Mella hablaba de «una necesaria revolución, democrática, liberal y nacionalista». De
hecho, como planteó Olga Cabrera, mientras Mella se refería al socialismo en todas
partes, dentro de la ANERC no aludía a Lenin
ni al comunismo. En lugar de esto, hacía hincapié en la necesidad de la insurrección armada, la unidad con el movimiento naciona-
86
lista revolucionario, el programa democrático de la ANERC y las etapas en la revolución.
Entre la ronda de imputaciones falsas
y confrontaciones con los Derechistas en la
dirección del PCM, que se oponía a sus planes de una fuerza expedicionaria armada así
como a su línea sindical, Mella fue expulsado del partido antes de ser reintegrado en
diciembre de 1928, poco antes de su fusilamiento y muerte en las calles de Ciudad de
México en la noche del 10 de enero de 1929.
Aunque la Comintern y el PCM le adjudicaron su asesinato a Machado, entonces presidente de Cuba, varios autores han sugerido desde entonces que agentes de la
Comintern, principalmente Vittorio Vidali, estuvieron profundamente involucrados en el
asesinato, siendo el motivo las conocidas
‘desviaciones’ de Mella y sus presuntas simpatías por las opiniones de la Oposición de
Izquierda trotskista. Sin embargo, lo más probable parece ser que, a la luz de las buenas
relaciones del gobierno mexicano con el PCM
y su consecuente renuencia para actuar contra Mella, el gobierno cubano haya tomado a
su cargo la organización del asesinato.
De esta manera, aunque Mella había
advertido sobre los peligros de subordinar al
proletariado a los partidos del nacionalismo
burgués, como el Kuomintang, su compromiso con la preparación de un movimiento
insurreccional junto a las fuerzas del Partido
Unión Nacionalista demostró que no puede
considerarse para nada su disidencia como
la primera manifestación de trotskismo en el
medio comunista cubano. A diferencia de
Los orígenes del marxismo en América Latina
Trotsky y la Comintern en sus primeros años,
Mella no insistía en ningún punto con la independencia de la fracción comunista dentro
de la ANERC, ni tampoco aplicó la perspectiva de Trotsky de que sólo una revolución
proletaria antiimperialista podría lograr la genuina liberación nacional. De hecho, la imputación de trotskismo dirigida contra él era
una acusación falsa que disimulaba inmediatamente su énfasis unilateral en la lucha
de liberación nacional y su compromiso con
el desarrollo de una alianza acrítica con grupos socialmente conservadores dentro de la
ANERC. Sin embargo, fueron estas estrategias tan enérgicamente defendidas por Mella las que se encontrarían en la raíz de las
disputas teóricas que posteriormente definirían a la Oposición trotskista cubana dentro
del PCC.
LOS ORÍGENES DE LA OPOSICIÓN
COMUNISTA DE CUBA
Aunque en su fundación no se declarara como un grupo trotskista, la Oposición
Comunista de Cuba (OCC) fue el primer
grupo organizado en Cuba que establecería
relaciones con el movimiento trotskista internacional. Sin embargo, aunque la principal disputa de la OCC con la dirección del
PCC versaba sobre la naturaleza de la revolución cubana y la estrategia a emplear,
los oposicionistas defendieron en un principio un retorno a la política del Segundo Período del PCC, que el partido había abandonado a fines de 1930. Es decir, en el momento de su fundación, la OCC planteaba
en gran medida una estrategia por una amplia revolución democrática antiimperialista,
rechazando, de hecho, la insistencia de
Trotsky de que sólo una revolución proletaria antiimperialista podría conseguir una genuina liberación nacional. Sólo hacia mediados de 1933 se daría un giro hacia una estrategia más identificable con la de Trotsky
de la Revolución Permanente, que planteaba poner a la vanguardia proletaria en ‘perpetua competencia’ con el nacionalismo
pequeñoburgués por la dirección de las
masas urbanas y rurales. Este giro se desarrollaría bajo la influencia de un grupo de
miembros del centro de la OCC que intentaban orientar la Oposición Comunista Cubana hacia el movimiento trotskista internacional.
Después del asesinato de Mella en enero de 1929, mientras las relaciones entre el
PCM y los comunistas cubanos que trabajaban en la ANERC continuaron siendo tensas,
el problema de una posible alianza entre los
comunistas cubanos y la izquierda del movimiento nacionalista burgués cubano en la lucha contra Machado continuó siendo de una
importancia extraordinaria, y se volvió de cardinal importancia después de octubre-noviembre de 1930, cuando el Partido Comunista cubano adoptó la línea táctica
ultraizquierdista de la Comintern del Tercer
Período5 . El PCC abandonó su orientación
conspirativa junto a fuerzas no-proletarias,
considerando la oposición nacionalista burguesa como contra-revolucionaria. Los sindicatos reformistas y anarco-sindicalistas
fueron igualmente considerados ‘social-fascistas’. Toda posibilidad de cualquier tipo de
alianza con el sector revolucionario del movimiento nacionalista cubano en la lucha contra Machado fue, por consiguiente, descartada, y de esta forma las opiniones expresadas por Mella antes de su asesinato y apoyadas por dirigentes partidarios como
Sandalio Junco, fueron rechazadas formalmente. El propio Mella también fue criticado
seguidamente por el Buró Caribeño de la
Comintern por buscar poner al movimiento
obrero a la cola de la burguesía cubana. La
adopción por parte del Partido Comunista
cubano de la línea táctica del Tercer Período
de la Comintern provocó inicialmente disenso dentro del medio sindical y estudiantil del
PCC. La primera oposición interna coordinada, organizada en julio de 1931 bajo la dirección de Pedro Varela, rechazó la línea sindical del PCC de hacer Frentes Únicos sólo
por abajo. El mes siguiente, el PCC enfrentó
un nuevo disenso interno de la fracción comunista del Ala Izquierda Estudiantil (AIE) por
la insistencia de los comunistas oficiales
sobre la neutralidad pasiva durante la Revuelta comenzada por el Partido Unión Nacionalista en agosto de 1931.
Fue a estas alturas que probablemente se hayan vuelto conocidas las ideas del
trotskismo, en pequeña escala, y para un
número limitado de activistas comunistas
disidentes en estas organizaciones. El conducto de estas ideas provino de Juan Ramón Breá, un cubano exiliado en España, que
después de contactar con Andreu Nin6 y
otros trotskistas españoles se adhirió a las
opiniones de Trotsky. Él mismo envió literatura trotskista en español a varios militantes
en Cuba. Según Charles Simeón Ramírez,
el líder del Partido Bolchevique Leninista
(PBL) a fines de los años treinta, estos periódicos y revistas del grupo trotskista español, particularmente la revista Comunismo,
hicieron mucho para estimular la influencia
trotskista dentro del grupo de oposición relativamente aislado en Cuba.
Mientras crecía la represión dirigida
contra el movimiento revolucionario a comienzos de 1932, fueron encarcelados numerosos grupos de activistas del movimiento comunista y estudiantil. En los debates
que tuvieron lugar entre los comunistas encarcelados los oposicionistas empezaron a
actuar realmente como un grupo y empezó
a tomar forma el contenido del disenso. Mientras Carlos González Palacios, Marcos
García Villareal, Gastón Medina Escobar y
Juan Pérez de la Riva eran algunos de los
principales motivadores de estos eventos, la
contribución de Breá a estos debates, esta
vez desde dentro de una prisión cubana, les
dio un contenido diferenciadamente trotskista. Sin embargo, parece que fue Junco quien,
tras su retorno de la Unión Soviética, actuó
como el catalizador dándole alguna estructura organizativa a los desacuerdos originales dentro del PCC. Ya famoso a nivel nacional, Junco era el líder del Sindicato de Obreros Panaderos, y tenía una posición dirigente dentro del PCC. Mientras algunas versiones sin sustento plantean que fue ganado
para la Oposición de Izquierda durante su
estancia en Moscú por el propio Andreu Nin,
Los orígenes del marxismo en América Latina
87
entonces secretario de la Internacional Sindical Roja (Profintern), lo que hay documentado es que a su vuelta de la Unión Soviética
a comienzos de 1932, Junco dio pasos inmediatamente hacia el reagrupamiento de los
varios grupos oposicionistas dentro del PCC.
Habiéndosele asignado inicialmente varias
tareas en el PCC, Junco «se desconectó por
completo del Partido» hacia fines de marzo
de 1932. Arrestado por la policía entre comienzos y mediados de 1932, después de
su salida de prisión tuvo una reunión con el
Comité Central del PCC y les informó que
para él el problema en disputa no era el trabajo que se le había asignado como tal, sino
que las discordancias con la línea del PCC
se remontaban a 1930, la fecha en que el
PCC había adoptado la línea táctica del Tercer Período.
Fue, entonces, en agosto de 1932 que
los principales oposicionistas del Ala Izquierda Estudiantil (AIE) y la Federación Obrera
de La Habana (FOH), el centro sindical en la
capital, se propusieron fundar la Oposición
Comunista de Cuba como una organización
diferenciada dentro de las filas del PCC. La
formación de la OCC también coincidió con
los movimientos por parte de la dirección del
PCC para expulsar a los dirigentes
oposicionistas de las filas del partido, el primero de los cuales fue Marcos García
Villareal, el 24 de agosto de 1932. Cuando la
fracción comunista en la AIE se negó a aceptar la decisión de expulsar a García Villareal,
pidiendo en cambio que la cuestión de la línea política y sindical del PCC sea motivo
de una conferencia nacional partidaria o de
88
un congreso, el Comité Central del PCC dio
nuevos pasos para ejercer más control sobre sus organizaciones auxiliares. En un
esfuerzo por refrenar la autonomía de la Liga
Juvenil Comunista, sus líderes, ‘Miró ‘ y ‘Reyes ‘, fueron removidos de sus puestos.
Sin embargo, en esta primera etapa,
no fue fácil para la dirección del PCC aislar a
los primeros oposicionistas. Crucialmente,
esto se debió a que el PCC, después de
atraer a una variedad de activistas a la FOH
y al partido y sus organizaciones auxiliares
durante el amplio Segundo Período de los
comunistas oficiales, abruptamente empezaron a desalentar el movimiento de liberación nacional exactamente en el preciso
momento en que las demandas de liberación
nacional estaban planteándose cada vez con
más vigor en la creciente situación revolucionaria. Así, mientras la marea revolucionaria estaba empezando a expandir las filas de
los grupos oposicionistas en el espectro político, la OCC actuó inicialmente como un polo
de atracción para una variedad de activistas
que se habían afiliado al PCC y sus organizaciones de frente antes de octubre-noviembre de 1930, y que ahora rechazaban la línea táctica sectaria del Tercer Período del
PCC, sosteniendo que mantenía al partido
al margen de los eventos. Esto no fue más
evidente que en el apoyo que la Oposición
obtuvo inicialmente de medio sindical y de la
Defensa Obrera Internacional (DOI), una de
las organizaciones auxiliares del PCC. En el
movimiento sindical, la OCC se ganó el apoyo de la mayoría dentro de la FOH, la federación sindical de La Habana que, en 1932, se
Los orígenes del marxismo en América Latina
había vuelto un «punto de reunión para todas las corrientes sindicalistas que iban en
sentido opuesto a la ‘línea’ del PC». Mientras
esta mezcla heterogénea también aseguró
que los anarco-sindicalistas retuvieran su
influencia en la FOH, significativamente el
sindicato más grande de la Federación, el
Sindicato General de Empleados del Comercio de Cuba cayó bajo control de la Oposición. Con respecto a la DOI, habiendo pasado por un período de crecimiento significativo, sobre todo en La Habana, debido al influjo de los antiguos apristas, la DOI era una
organización heterogénea con orígenes en
las políticas multi-clasistas y de frentes
antiimperialistas del Segundo Período de la
Comintern. Como tal, aquéllos que estaban
a favor de la ruptura con la línea sectaria del
Tercer Período de la dirección del PCC siguieron dos caminos. En este caso, un sector, dirigido por los viejos apristas, se dirigió
hacia la pequeñoburguesía, mientras el segundo se unió a la OCC y se orientó al apoyo a las luchas sindicales de la FOH. Los
principales líderes de la DOI, incluyendo a
Gastón Medina, su Secretario Nacional en
1931, se alineó y luego se unió a la Oposición.
Durante 1932-33, la extendida simpatía que gozaba la Oposición en el medio revolucionario se reflejó en la extensión geográfica de la OCC. La Oposición armó Comités de Distrito en La Habana, Matanzas y
Santiago de Cuba en la provincia de Oriente.
En Oriente, también se formaron Comités
Seccionales en Holguín, Puerto Padre, Victoria de las Tunas y Guantánamo, y se esta-
blecieron regionales más pequeñas en varios centros rurales de producción de azúcar en Oriente como Gibara, Bayamo y Palma Soriano. Fue, sin embargo, en
Guantánamo donde la OCC tuvo su mayor
éxito en términos de fuerza numérica e influencia predominante dentro del movimiento revolucionario. Hacia fines de 1932 se llamó a una reunión de las fracciones pro-OCC
y pro-Comité Central del partido. Aníbal
Escalante representó la dirección central del
PCC y Junco y Breá asistieron en nombre
de la dirección nacional y regional de la OCC.
Después de casi dos días de debate, 38
miembros votaron por la línea de la OCC,
mientras que 8 permanecieron con el PCC.
Mientras la política del PCC de concluir un
pacto con Machado y su llamada a la vuelta
al trabajo durante la huelga general de agosto 1933 sirvió nacionalmente como un catalizador para el crecimiento de la OCC, en
Guantánamo los eventos que rodearon la
huelga simplemente confirmaron el papel dirigente de los oposicionistas.
La heterogeneidad de la base de la
OCC y sus débiles credenciales trotskistas
desde su fundación también se reflejó en la
primera dirección de la Oposición, que estaba compuesta de una variedad de activistas
surgidos de los movimientos estudiantil y sindical. A diferencia de otros grupos comunistas de oposición que aparecieron a comienzos de los ’30, la Oposición Comunista cubana era una corriente amplia que se había
formado casi completamente sobre la base
de argumentos locales. Como ellos mismos
admitieron a mediado de 1933, estaban ais-
lados de las luchas teóricas que ocurrían a
nivel internacional. Sin embargo, con el tiempo, la OCC, a iniciativa de un grupo pequeño
de dirigentes se orientó hacia el trotskismo y
la Oposición de Izquierda Internacional (OII).
Mientras el conducto principal para las ideas
explícitamente trotskistas había sido inicialmente Breá, el más prominente de los comunistas pro-Oposición de Izquierda durante el curso de 1932-33 fue García Villareal.
El alineamiento organizativo de la OCC junto con la Oposición de Izquierda Internacional, opuesta a la más heterogénea Oposición de Derecha, también fue facilitado por
los recuerdos hostiles de algunos
oposicionistas de las relaciones con los representantes de la Derecha en el PCM y la
Profintern. Las discusiones de Mella en Moscú y su lucha dentro del PCM sobre el problema de la expedición armada a Cuba habían sido dirigidas principalmente contra los
Derechistas.
Cuando la OCC se consolidó durante
1933 como una fracción diferenciada en el
medio comunista cubano y desarrollaron lazos con la oposición trotskista internacional,
También sus Estatutos, publicados en junio
de 1933, formalmente establecieron los principios organizativos y códigos de disciplina
que reflejaban fielmente los del modelo leninista de partido de 1917. Sin embargo, aunque la OCC adoptó principios bolcheviques
de organización, y se impuso la tarea de regenerar el partido comunista oficial, esta pensada regeneración inicialmente se centró en
hacer volver al PCC a su política del Segundo Período anterior a noviembre de 1930. Es
decir, a pesar de la imputación del PCC de
que el programa de la Oposición era similar
a la «plataforma contrarrevolucionaria de ‘la
revolución permanente’ del trotzkismo», los
oposicionistas no insistieron inicialmente en
la disputa de Trotsky de que sólo una revolución antiimperialista que llevara directamente al poder de la clase obrera y a medidas
contra los derechos de los capitalistas podrían lograr la liberación nacional. Los puntos de desacuerdo que distinguían a los
oposicionistas de la dirección del PCC en
1932 fueron planteados en el primer documento publicado por la OCC, el manifiesto
programático firmado por el Buró de Oposición Comunista en Santiago de Cuba en enero de 1933. En línea con la estrategia revolucionaria de Mella, este manifiesto daba énfasis al compromiso de la OCC de interpelar
el potencial revolucionario del movimiento
nacionalista radical desde un punto de vista
que no insistía en la independencia política
del proletariado en competencia con la burguesía nacional.
Es decir, mientras la declaración
programática reconocía claramente que la
burguesía nacional era incapaz de dirigir
exitosamente una revolución antiimperialista
para realizar las tareas mínimas de la democracia burguesa, el documento también
mostraba el compromiso de los
oposicionistas cubanos con una lucha que
ahora denominaba ‘Revolución Popular Agraria Anti-imperialista.’ Planteaban la formación
de una alianza popular armada con la
pequeñoburguesía radical para llevar a cabo
una revolución agraria, democrática, llaman-
Los orígenes del marxismo en América Latina
89
do en un momento dado a un retorno a las
tradiciones de lucha guerrillera en las montañas donde «otra vez la Sierra Maestra y el
camarada Mauser tendría la palabra.» El planteo de Trotsky de que la revolución sería proletaria en su carácter, aunque llevada a cabo
en una alianza con el campesinado pobre, o
caso contrario sería derrotada, no entró en
su primer esquema de 1933. En cambio, tendieron a limitar el objetivo inmediato de las
masas al de una revolución democrática
antiimperialista y, al hacer esto, ligaron el
destino del movimiento obrero de la
pequeñoburguesía.
Es decir, aunque los oposicionistas
continuaron planteando la consigna de Revolución Popular, Agraria y Anti-imperialista,
insistieron en que la revolución sólo podría
avanzar sobre una base proletaria, y hacían
hincapié en que el problema central, inmediato, para el proletariado era establecer su
independencia política y ganar la dirección
del campesinado y la pequeñoburguesía revolucionaria en las ciudades.
La OCC basaba su nuevo entendimiento en la percepción de que las distintas facciones de la burguesía nacional habían capitulado ante el deseo del imperialismo de reemplazar pacíficamente al gobierno de Machado con un «Gobierno neutral provisional».
En términos de estrategia y tácticas a la luz
de esta nueva situación, la OCC argumentaba que su tarea sería exponer el carácter
anti-democrático y anti-neutral de lo que sería un ‘Gobierno Provisional’. El objetivo era
trascender la etapa temporal democrático
burguesa rápidamente. Según la OCC, esta
90
lucha particular, que apuntaba a ganar la dirección del campesinado y otros sectores
oprimidos y descontentos del país, constituiría una etapa preliminar en la llegada al
poder de un gobierno obrero diferenciado.
Para la OCC, para poder confrontar la influencia de la oposición burguesa a Machado que esencialmente se organizaba tras la
consigna ‘¡Abajo Machado!’, era necesario
plantear lo que resultaba ser un programa
de demandas de transición que llevaran a las
masas detrás del proletariado en una lucha
por realizar e ir más allá de las tareas democráticas hacia aquellas abiertamente socialistas.
Revisando su objeción anterior a participar en las elecciones a una Asamblea
Constituyente organizada por Machado, los
oposicionistas primero exigieron el sufragio
universal para todos los hombres y las mujeres de más de dieciocho años. Sin embargo, reconociendo que cualquier asamblea
sería pensada para conciliar y pacificar, el
objetivo declarado de la OCC era evitar aislar a la vanguardia proletaria de las masas,
que depositaba sus ilusiones en una asamblea democrática de ese estilo. Según la
nueva perspectiva de la OCC, lograrían esto
planteando también un programa con sus
propias demandas pensado para que la clase obrera y los pobres del campo rompan
con la influencia del liberalismo burgués.
Más allá de estas demandas democráticas mínimas, los oposicionistas cubanos
elaboraron también una serie de demandas
más combativas diseñadas para dirigir las
tareas democráticas y antiimperialistas inme-
Los orígenes del marxismo en América Latina
diatas hacia las del socialismo y un gobierno
proletario. Estas incluían la confiscación sin
indemnización de la tierra poseída por los
grandes monopolios grandes, la nacionalización de los ferrocarriles y los servicios públicos, el control obrero de la industria y la regulación estatal de la economía. Según escribieron:
«La consigna central, invariable y firme
debe ser, la ‘intransigencia de la vanguardia
proletaria; su lucha política independiente, su
acción definida y audaz frente a los acontecimientos que se suceden’.»
Así, mientras el Comité Central de la
OCC adoptó una estrategia que en gran medida coincidía con las tesis de la Revolución
Permanente de Trotsky, el cambio cualitativo en la estrategia de los oposicionistas cubanos parece haber sido una decisión que
principalmente provino de la dirección de la
organización.
No se originó por presión de un cambio en la línea por parte de la base de la OCC,
ni ciertamente de los varios grupos de Distrito o Comités Seccionales que todavía estaban imbuidos en las tradiciones profundamente asentadas en Cuba del sindicalismo
y el nacionalismo revolucionario.
En el período posterior a mayo de 1933
hubo una serie de inconsistencias en por parte de los trotskistas cubanos en la aplicación
práctica de sus perspectivas planteadas en
el folleto ‘En el Camino de la Revolución’ que
sugieren que los oposicionistas de base en
líneas generales todavía planteaban la línea
defendida por Mella y no habían abandonado
totalmente las críticas que hacía la OCC en
el sentido de la línea del Segundo Período al
PCC sobre el proceso revolucionario. Principalmente, los oposicionistas no habían desarrollado una crítica totalizadora de la línea
del PCC anterior a octubre de 1930 de formar bloques antiimperialistas con los partidos nacionalistas burgueses como el
Kuomintang en China.
Notas del traductor
2
Según Néstor Kohan, Mella escribió “ARPA” en
vez de “APRA” “aludiendo irónicamente al instrumento musical, para reírse de la retórica
ampulosa y vacía”. Ver De Ingenieros al Che.
Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2000.
Pág. 92.
3 Kuomintang (Partido del Pueblo) de China:
organización nacionalista-burguesa fundada en
1911 por Sun Yat-sen y dirigida durante la segunda revolución china (19251927) por el militarista, Chiang Kai-shek. Cuando Chiang se volvió
contra la revolución y empezó a masacrar a los
comunistas y a los militantes sindicales, Stalin
y Bujarin proclamaron que el ala izquierda del
Kuomintang, establecida en Wuhan, era una
dirección revolucionaria, y subordinaron a ella el
PC Chino.
4 Bujarin, Nikolai (1888-1938): Líder bolchevique.
Considerado uno de los principales teóricos del
Partido Bolchevique, y es autor del famoso libro
El ABC del comunismo. Conoció a Trotsky en
Nueva York y ambos tuvieron relaciones amistosas hasta que Bujarin hiciera causa común con
Zinoviev, Kamenev y Stalin contra Trotsky en
1923. Fue editor de Pravda en 1918-1929 y VicePresidente de la Comintern 1926-1929. En 1928
rompió con Stalin y lideró la llamada «Oposición
de Derecha». En 1929 fue expulsado del partido
por sus opiniones, las cuales luego retrajo. En
1938 fue condenado en el segundo Juicio de
Moscú y fusilado. Años más tarde, bajo el gobierno de Gorbachov, la viuda de Bujarin reveló
que su confesión fue forzada y publicó su hasta
entonces inédita contradicción de aquella «confesión».
5
La política de “ultra-izquierda” de la Comintern
que se desarrolla entre el final de la Nueva Política Económica (NEP) en 1928 hasta la adopción
de las políticas de los ‘Frentes Populares’ en
1934. El ‘Primer Período’ sería el del capitalismo
anterior a la Primera Guerra Mundial, el segundo
sería el período corto después de la derrota de
las revoluciones de la posguerra cuando el capitalismo parecía haberse estabilizado. El ‘Tercer
Período’ siguió a la derrota del Partido Comunista en China durante la revolución de 1925-1927.
La Internacional Comunista, ya bajo el liderazgo
de Stalin, en su Sexto Congreso (1928) consideró que el capitalismo estaba entrando en su período de agonía y muerte; su ‘tercer’ período de
existencia. Como parte de esta teoría, la
Comintern exigió que sus secciones nacionales
atacaran a los otros grupos dentro del movimiento obrero que no consideraran a la Comintern
como la dirección de la revolución. Esto derivó
en ataques incluso físicos contra trabajadores
socialdemócratas u otros miembros de tendencias políticas no-stalinistas (como los trotskistas, los sindicalistas o los nacionalistas de izquierda en el caso de Cuba, por ejemplo) y la
expulsión de todo comunista que abogara por un
frente único con otros partidos de la clase obrera. Significó la expulsión de los sindicatos bajo
control de los PC de todos aquellos trabajadores
que no fueran miembros del Partido.
6 Andreu Nin ( 1892-1937): uno de los fundadores del PC español y secretario de la Internacio-
nal Sindical Roja, fue expulsado en 1927 por
pertenecer a la Oposición de Izquierda. Fue uno
de los fundadores de la Oposición de Izquierda
Internacional y dirigió la sección española que
rompió con la Oposición de Izquierda Internacional en 1935 para unirse a la Federación Catalana y fundar el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Durante un breve período fue ministro de justicia del gobierno catalán, pero los
stalinistas lo arrestaron y asesinaron.
Los orígenes del marxismo en América Latina
91
Los orígenes del marxismo en América Latina
92
Descargar