La competencia legislativa autonmica en materia de profesorado

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LA COMPETENCIA LEGISLATIVA AUTONÓMICA EN MATERIA DE
PROFESORADO UNIVERSITARIO CONTRATADO
José María Miranda Boto
Universidad de Santiago de Compostela
Mi temor es que el tipo humano del profesor vaya siendo otro, más próximo al técnico, al
"ejecutivo", al funcionario. Sin contar con el peligro de que se deslice hacia las funciones
de adoctrinamiento o proselitismo. Las causas de estas variaciones son muy diferentes, según
los países y las fases de un proceso iniciado hace cosa de medio siglo. Seria interesante
preguntarse por ellas, pero lo primero es tener una imagen clara de la realidad cuestionable.
(Julián Marías, 1983)
1. Una universalidad de fuentes universitarias
La Ley de Bases de 17 de julio de 1857, que daría lugar a la de Instrucción
Pública de 9 de septiembre de 1857, establecía rotundamente que la enseñanza superior
sólo se daría en establecimientos públicos, caracterizando éstos como “aquellos cuyos
Jefes y profesores son nombrados por el Gobierno y sus delegados”. El régimen que
para su personal fijaba era controlado, no podía ser de otra manera, por el Estado en
todos sus aspectos. Las normas que la siguieron en el tiempo, desde el Decreto de 21 de
octubre de 1868, hasta la Ley de Ordenación de la Universidad Española de 1942,
conservaron este monopolio, aunque el primero amparara la libertad de enseñanza y la
segunda diera cobijo a la creación de las que serían las primeras Universidades privadas
en España.
El paréntesis en esta trayectoria centralista lo representó la II República, cuya
Constitución establecía en su artículo 50 que “las regiones autónomas podrán organizar
la enseñanza en sus lenguas respectivas, de acuerdo con las facultades que se concedan
en sus Estatutos. Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, y ésta se usara
también como instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y
secundaria de las regiones autónomas. El Estado podrá mantener o crear en ellas
instituciones docentes de todos los grados en el idioma oficial de la República” 1 .
En desarrollo de esta previsión, el artículo 7 del Estatuto de Autonomía para
Cataluña de 1932 recogía que “si la Generalidad lo propone, el Gobierno de la
República podrá otorgar a la Universidad de Barcelona un régimen de autonomía. En tal
caso, ésta se organizará como Universidad única, regida por un Patronato, que ofrezca a
las lenguas y a las culturas castellana y catalana las garantías recíprocas de convivencia
y de igualdad de derechos para profesores y alumnos”. Tal posibilidad se plasmó en el
Decreto de 1 de junio de 1933, sin incluir, no obstante, actuación alguna en lo referente
al régimen de su profesorado.
Establecida ya la democracia en España, la Ley de Reforma Universitaria de
1983 anunciaba un nuevo modelo de organización, como ponía de manifiesto su
exposición de motivos: “la Constitución Española ha venido a revisar el tradicional
régimen jurídico administrativo centralista de la Universidad española, al reconocer en
1
Ortega y Gasset y Unamuno, miembros en el momento de las Cortes Republicanas, expresaron un
profundo desagrado ante este precepto.
el número 10 de su artículo 27 la autonomía de las Universidades. Por otra parte, el
Título VIII de la Constitución y los correspondientes Estatutos de Autonomía han
efectuado una distribución de competencias universitarias entre los distintos poderes
públicos. Esta doble referencia constitucional exige efectuar un nuevo reparto de
competencias en materia de enseñanza universitaria entre el Estado, las Comunidades
Autónomas y las propias Universidades”. En el desarrollo que seguía a propósito de la
autonomía universitaria, no se hacía mención alguna del régimen del profesorado,
entonces dividido únicamente entre los cuerpos funcionariales docentes y la figura del
profesor asociado, que conocería una notable perversión en los años venideros.
El último mojón en la materia ya se enclava en el siglo XXI, con la aprobación
de la Ley Orgánica de Universidades de 2001 (LOU). Su exposición de motivos no
dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones: “a las competencias de las Comunidades
Autónomas se añaden, entre otras, la regulación del régimen jurídico y retributivo del
profesorado contratado, la capacidad para establecer retribuciones adicionales para el
profesorado, la aprobación de programas de financiación plurianual conducentes a
contratos programa y la evaluación de la calidad de las Universidades de su ámbito de
responsabilidad”. La plasmación de esta voluntad se recogía señeramente en el artículo
48.1 (“En los términos de la presente Ley y en el marco de sus competencias, las
Comunidades Autónomas establecerán el régimen del personal docente e investigador
contratado de las Universidades. Éstas, podrán contratar, en régimen laboral, personal
docente e investigador entre las figuras siguientes: ayudante, profesor ayudante doctor,
profesor colaborador, profesor contratado doctor, profesor asociado y profesor
visitante”) y en el artículo 55.1 (“Las Comunidades Autónomas regularán el régimen
retributivo del personal docente e investigador contratado en las Universidades
públicas”).
La reforma de la Ley Orgánica de Universidades llevada a cabo por medio de la
Ley Orgánica 4/2007 (LOMLOU) mantuvo intacta la redacción del artículo 48.1, pero
la desplazó al último párrafo de dicho precepto. Lo que antes era encabezamiento se
transformó así en colofón, sin consecuencia alguna en apariencia. Nada decía la
Exposición de motivos, que se limitaba a señalar, con carácter general, la detección de
deficiencias en el funcionamiento de la Ley y la necesidad de armonía y una relación
clara y fluida entre el Estado y las Comunidades Autónomas, un amable eufemismo
para disimular la carrera normativa en la que se habían embarcado los entes
infraestatales.
A los niveles de poder territorial descritos se unen dos potestades normativas
amparadas por la Constitución, la autonomía universitaria y la autonomía colectiva. En
cuanto a la primera, descrita irónica pero terriblemente como “un mito que tergiversa la
realidad (…), que ha conciliado la adhesión de amplios círculos sociales, un mito
también movilizador pues que ha conducido a la acción política y aun a expresiones de
pasión callejera en personas de natural circunspecto y mesurado” 2 , se traduce
legislativamente, conforme al artículo 2.2.e LOU, en la capacidad de cada Universidad
para regular “la selección, formación y promoción del personal docente e investigador y
de administración y servicios, así como la determinación de las condiciones en que han
de desarrollar sus actividades”.
2
Vid. F. SOSA WAGNER, El mito de la autonomía universitaria, 3ª edición, Thomson-Civitas, Madrid,
2007, pp.14-5.
La segunda es la consecuencia obvia de la laboralización de parte del
profesorado, con la consiguiente aplicación de las reglas generales del Derecho del
Trabajo en lo que al papel de la negociación colectiva se refiere3 . Con estos cuatro
actores se completa el cuadro de potenciales reguladores del trabajo de los profesores
universitarios contratados en régimen laboral, cuya articulación no deja de suscitar
problemas, al menos teóricos.
2. La competencia estatal en materia de legislación laboral y la competencia
autonómica en materia de Universidades
Toda la actividad descrita hasta ahora del Estado Constitucional ha tenido como
marco los artículos 149.1.1ª, 15ª, 18ª y 30ª de la Carta Magna: la regulación de las
condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de
los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales; fomento y
coordinación general de la investigación científica y técnica; las bases del régimen
jurídico de las Administraciones públicas y del régimen estatutario de sus funcionarios;
y, por último, la regulación de las condiciones de obtención, expedición y
homologación de títulos académicos y profesionales y normas básicas para el desarrollo
del artículo 27 de la Constitución.
Sin embargo, nada se ha dicho, ni en la LOU ni en la LOMLOU, de la
habilitación competencial del artículo 149.1.7ª, relativo a la legislación laboral, que
debería justificar la intervención de regulación del régimen de esta clase de personal 4 .
No cabe duda alguna de que el profesor de Universidad laboral tiene un contrato de
trabajo, y es un trabajador, sui generis pero trabajador al fin y al cabo 5 : “como ha
dejado sentado la jurisprudencia constitucional, legislación laboral no es la que se
refiere genéricamente al mundo del trabajo, sino, en un sentido concreto y restringido,
la que regula directamente la relación laboral, es decir, la relación que media entre los
trabajadores que presten servicios retribuidos por cuenta ajena y los empresarios a favor
de los que y bajo la dirección de quien se prestan estos servicios (TCo 35/1982, f.j. 2)” 6 .
Esta falta de invocación carece, en principio, de verdadera trascendencia
material. Ha señalado el Tribunal Constitucional que “del principio de Ley formal en la
determinación de las bases (...) no se deriva para el legislador la obligación de invocar
expresamente el título competencial que ampara sus Leyes (...). Las competencias son
indisponibles e irrenunciables, tanto para el legislador del Estado como para el de las
Comunidades Autónomas; operan ope Constitutionis, con independencia de que uno u
otro legislador hagan invocación explícita de las mismas” (STC 233/1999).
3
Vid. J. MORENO GENÉ, “El tratamiento del personal investigador contratado en la negociación
colectiva de las universidades”, Aranzadi Social, 9, 2007.
4
Cfr. J. GÁRATE CASTRO, Lecturas sobre el régimen jurídico del contrato de trabajo, 3ª edición,
Netbiblo, A Coruña, 2009, p.32: “En cualquier caso, se está ante normas que forman parte de la
legislación laboral, que es competencia exclusiva del Estado (149.1.7ª CE); por lo tanto, la posible
intervención normativa de las Comunidades Autónomas no comprende la creación de otras modalidades
de contrato o la modificación de la estructura de las que prevé la Ley aquí contemplada o la legislación
laboral”.
5
Extensamente, vid. J. P. MALDONADO MONTOYA, El contrato de trabajo del profesor de
Universidad, Thomson-Civitas, Madrid, 2008.
6
Vid. M. ALONSO OLEA y M. E. CASAS BAAMONDE, Derecho del Trabajo, 18ª edición, Civitas,
Madrid, 2000, p.768.
Con todo, no deja de ser chocante la omisión 7 . El legislador no se ha mostrado
cicatero en el uso de este título competencial, y puede rastrearse en numerosas leyes
periféricas al núcleo de la relación laboral. Sin ánimo de exhaustividad, pueden
señalarse en los últimos años la Ley del Cine de 2007 (sistemas de representación de los
trabajadores e implantación sindical), la Ley de Arrendamientos Rústicos de 2003 (a
propósito de la aparcería), o el más reciente Real Decreto-Ley 1/2010, de 5 de febrero,
por el que se regula la prestación de servicios de tránsito aéreo, se establecen las
obligaciones de los proveedores civiles de dichos servicios y se fijan determinadas
condiciones laborales para los controladores civiles de tránsito aéreo.
En la otra orilla, hay que señalar que tras la aprobación de la LRU, se inició el
traspaso de competencias en materia de Universidades hacia las Comunidades
Autónomas, a través de una larga serie de Reales Decretos 8 en la que sólo están
ausentes la Comunidad Foral de Navarra 9 y las Ciudades Autónomas de Ceuta y
7
Cfr. J. M. GOERLICH PESET, “Modalidades y duración de los contratos laborales del profesorado.
Normas estatales, autonómicas y universitarias”, en VV.AA. (A. V. Sempere Navarro, dir.), El personal
docente e investigador (PDI) laboral de centros universitarios, 2ª edición, Laborum, Murcia, 2006,
p.126: “La propia norma que protagoniza la decisión de sujetarlo al régimen contractual laboral se
muestra, paradójicamente, interesada en meterlo en una burbuja que quede al margen de las normas
laborales”.
8
Real Decreto 1014/1985, de 25 de mayo, sobre traspaso de funciones y servicios del Estado a la
Comunidad Autónoma del País Vasco en materia de Universidades; Real Decreto 305/1985, de 6 de
febrero, sobre traspaso de servicios de la Administración del Estado a la Generalidad de Cataluña en
materia de Universidades; Real Decreto 1754/1987, de 18 de diciembre, sobre traspaso a la Comunidad
Autónoma de Galicia de los Servicios e Instituciones y medios personales, materiales y presupuestarios
en materia de Universidades; Real Decreto 1734/1986, de 13 de junio, sobre traspaso de servicios de la
Administración del Estado a la Junta de Andalucía en materia de Universidades; Real Decreto 557/1990,
de 27 de abril, de modificación de medios adscritos a los servicios de la Administración del Estado
traspasados a la Comunidad Autónoma de Andalucía en materia de Universidades; Real Decreto
848/1995, de 30 de mayo, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado al
Principado de Asturias en materia de Universidades; Real Decreto 1382/1996 de 7 de junio, sobre
traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de
Cantabria en materia de Universidades; Real Decreto 95/1996, de 26 de enero, sobre traspaso de
funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de La Rioja en materia
de universidades; Real Decreto 948/1995, de 9 de junio, sobre traspaso de funciones y servicios de la
Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia en materia de
Universidades; Real Decreto 2633/1985, de 20 de noviembre, sobre traspaso de servicios de la
Administración del Estado a la Comunidad Valenciana en materia de Universidades; Real Decreto
96/1996, de 26 de enero, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la
Comunidad Autónoma de Aragón en materia de universidades; Real Decreto 324/1996, de 23 de febrero,
sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de
Castilla-La Mancha en materia de Universidades; Real Decreto 2802/1986, de 12 de diciembre, de
traspaso de funciones y servicios a la Comunidad Autónoma de Canarias en materia de Universidades;
Real Decreto 634/1995, de 21 de abril, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del
Estado a la Comunidad Autónoma de Extremadura en materia de Universidades; Real Decreto
2243/1996, de 18 de octubre, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la
Comunidad Autónoma de las Islas Baleares en materia de Universidades; Real Decreto 942/1995, de 9 de
junio, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad de Madrid
en materia de Universidades; y Real Decreto 907/1995, de 2 de junio, sobre traspaso de funciones y
servicios de la Administración del Estado a la Comunidad de Castilla y León en materia de Universidades
(B.O.E. 01-08-1995).
9
En el artículo 47 de la Ley de Amejoramiento del Fuero de Navarra se establece, no obstante, que “es de
la competencia plena de Navarra la regulación y administración de la enseñanza en
toda su extensión, niveles y grados, modalidades y especialidades, sin perjuicio de lo
establecido en los preceptos constitucionales sobre esta materia, de las Leyes Orgánicas
Melilla 10 . La descripción de lo traspasado era muy similar en todos los Decretos, largas
relaciones nominales de bienes y personal que cambian de una potestad a otra, pero
escasa literatura jurídica: “la competencia plena para la regulación y administración de
la enseñanza en toda su extensión, niveles y grados, modalidades y especialidades, en el
ámbito de sus competencias” 11 .
Tras la entrada en vigor de la LOU, algunas Comunidades Autónomas aprobaron
textos de rango legislativo sobre su personal universitario 12 , recurriendo la mayor parte
de ellas a decretos 13 . Consecuencia añadida, el nuevo panorama dio lugar a una
abundante literatura jurídico-laboral. Tomando como ejemplo únicamente los Estatutos
de Autonomía vigentes en el momento de aprobación de dichas leyes, puede constatarse
que éstos otorgaban la competencia para “la regulación y administración de la
enseñanza” (Cataluña y Andalucía) y para el “desarrollo legislativo y ejecución de la
enseñanza” (Aragón).
Ha sido la última hornada de Estatutos de Autonomía, encabezados por el de
Cataluña, la que ha reflejado un nuevo panorama y un nuevo modo de plasmar las
competencias autonómicas, el llamado “blindaje competencial” 14 . Así, el artículo
172.1.h de la Ley Orgánica 6/2006 recoge la competencia exclusiva en materia de
“régimen retributivo del personal docente e investigador contratado de las universidades
y el establecimiento de las retribuciones adicionales del personal docente funcionario”,
mientras que el 172.2.e recoge la competencia compartida entre el Estado y la
Comunidad Autónoma para “la regulación del régimen del profesorado docente e
investigador contratado y funcionario”. El mismo texto se encuentra en los artículos
53.1.h y 53.2.e de la Ley Orgánica 2/2007, del Estatuto de Autonomía de Andalucía. De
más modestas dimensiones son los artículo 73 de la Ley Orgánica 5/2007, del Estatuto
de Autonomía de Aragón (“la ordenación, coordinación y descentralización del sistema
que los desarrollen y de las competencias del Estado en lo que se refiere a la regulación
de las condiciones de obtención, expedición y homologación de títulos académicos y
profesionales y de la alta inspección del Estado para su cumplimiento y garantía”.
10
Los establecimientos universitarios en las Ciudades Autónomas pertenecen a la Universidad de
Granada
11
Con más detalle, vid. J. TUDELA ARANDA, Derechos constitucionales y autonomía política, Civitas,
Madrid, 1994, pp.66 y ss.
12
Ley 1/2003, de 19 de febrero, de universidades de Cataluña; Ley 15/2003, de 22 de diciembre,
Andaluza de Universidades; Ley 3/2004, de 25 de febrero, del Sistema Universitario Vasco; Ley 5/2005,
de 14 de junio, de Ordenación del Sistema Universitario de Aragón.
13
La lista completa en A. NOGUEIRA LÓPEZ, “Distribución de competencias y organización
administrativa en materia de Universidades”, en VV.AA. (J. V. González García, dir.), Comentario a la
Ley Orgánica de Universidades, Civitas-Thomson-Reuters, Madrid, 2009, pp.143-4.
14
Cfr. A. L. SANZ PÉREZ, La Reforma de los Estatutos de Autonomía, Aranzadi, Cizur Menor, 2006,
pp.99-100: “Este sistema fue característico de todos los Estatutos de Autonomía, en el sentido de que en
todos hubo referencias a materias entendidas como un bloque de la realidad. Sin embargo, esto deja de ser
así en el peculiar sistema de distribución de competencias del nuevo Estatuto de Cataluña, que atribuye a
la Generalidad [sic] la competencia exclusiva en materias, subdividiéndolas a continuación. Todo ello se
hace con la indisimulada intención de impedir (o cuando menos dificultar) que el Estado pueda ejercer o
ni siquiera interferir en el ejercicio de las competencias catalanas, aprobando normas básicas en ejercicio
de competencias de las denominadas horizontales: es el famoso blindaje de las competencias (…). Esta
técnica es ciertamente novedosa, pero de lo que cabe dudar es tanto de su legitimidad constitucional como
de su eficacia”. En defensa de este procedimiento, vid. M. IZQUIERDO CARRASCO, “Marco general de
las competencias de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el nuevo Estatuto de Autonomía”, en
VV.AA. (M. Agudo Zamora, coord.), El Estatuto de Autonomía de Andalucía de 2007, Centro de
Estudios Andaluces – Consejería de la Presidencia, Sevilla, 2008, pp.202 y ss.
universitario de Aragón con respeto al principio de autonomía universitaria”), y el
mismo número de la Ley Orgánica 14/2007, de reforma del Estatuto de Autonomía de
Castilla y León (“el régimen retributivo del personal docente e investigador contratado
en las Universidades públicas”). El texto valenciano continúa recogiendo la referencia a
“la regulación y administración de la enseñanza”.
El problema puede residir, obviamente, en la constitucionalidad de la
atribución. Ha de ponerse de manifiesto, en este sentido, que el artículo 172 del Estatuto
de Cataluña está siendo analizado por el Tribunal Constitucional en el marco del recurso
de inconstitucionalidad interpuesto por Diputados del Partido Popular (8045/2006). La
argumentación no es especialmente afortunada y curiosamente se centra en el poder
menor, la capacidad de determinar las retribuciones, y no en el mayor, la competencia
compartida sobre el régimen del profesorado: “Si lo anterior puede afirmarse con
carácter general de todas las letras del art. 172.1, alguna de ellas presenta causas de
inconstitucionalidad adicionales aún más graves. Es el caso, sobre todo, de la letra g)
que atribuye la competencia exclusiva sobre “el régimen retributivo del personal
docente e investigador de las universidades y el establecimiento de las retribuciones
adicionales del personal docente funcionario”. Es cierto que algo de esto está ya en la
Ley Orgánica de Universidades pero ni llega a tanto ni, en cualquier caso, puede
asumirse esta competencia como exclusiva estatutariamente, negando al Estado para
siempre toda competencia al respecto. Entre otras cosas, además del art. 149.1.30ª CE,
se vulnera, en cuanto al personal contratado laboral, el art. 149.1.7ª CE”. No existe
argumentación alguna sobre la inconstitucionalidad del apartado 2º, cuya nulidad se
pide igualmente.
A tal argumentación ha contestado la Abogacía del Estado que “la
constitucionalidad de esta submateria competencial en los términos estatutariamente
previstos resulta también de lo preceptuado en la LOU que mientras que, por una parte,
dispone en su art. 55.1 que “las Comunidades Autónomas regularán el régimen
retributivo del personal docente e investigador contratado en las Universidades
públicas” y añade en su apartado 2 que “podrán, asimismo, establecer retribuciones
adicionales ligadas a méritos individuales docentes, investigadores y de gestión”; por
otra, en cuanto al profesorado funcionario de los cuerpos docentes universitarios,
establece en el art. 69.3 que “las Comunidades Autónomas podrán, asimismo, establecer
retribuciones adicionales ligadas a méritos individuales docentes, investigadores y de
gestión”.
Por su parte, el Defensor del Pueblo también ha solicitado la declaración de
inconstitucionalidad del precepto. No ha entrado en detalles específicos, sino que tal
petición se encuadra de modo general en el Apartado Sexto del Recurso (8675-2006),
relativo al modo de fijación de las competencias: “son inconstitucionales siempre que se
trata de materias previstas en la Constitución cuyo contenido abstracto y general sólo
puede ser definido por el propio constituyente y, en su caso, por el Tribunal
Constitucional, pues suponen una violación de las previsiones al respecto de la
Constitución. El legislador orgánico especial de reforma estatutaria puede decidir,
dentro del marco previsto en la Constitución, cuáles son las competencias de la
Comunidad Autónoma cuya norma institucional básica es objeto de reforma, pero no
tiene competencia para determinar cuál es el contenido concreto de cada una de esas
materias, labor que sólo corresponde al constituyente e, interpretando su voluntad, al
Tribunal Constitucional. El que la fijación de tales contenidos concretos sea llevada a
cabo por el legislador (formalmente) estatal con alcance inevitablemente general con
ocasión de la reforma de un Estatuto de Autonomía supone, además, reconocer a un
legislador totalmente inidóneo para ello, el legislador de reforma estatutaria, que es por
definición un legislador material de dimensión territorial limitada, una competencia que
lo convierte objetivamente en legislador general, lo que predetermina – y, por tanto,
invade - de hecho la potestad estatuyente de las restantes Comunidades Autónomas
españolas”.
Los recursos promovidos por los gobiernos de La Rioja, Murcia, Islas Baleares y
Aragón no han incluido este punto en sus pretensiones.
3. La articulación entre ambos títulos
Habiendo intentado formar una imagen más o menos clara de esta realidad
legislativa, se plantean, en definitiva, dos escenarios, en función de la declaración de
inconstitucionalidad del artículo 172 del Estatuto de Cataluña: la construcción de
legislación autonómica con el amparo estatutario o la situación anterior a la reforma y
presente en los distintos Estatutos no modificados, sobre el apoyo del artículo 48 LOU.
En este trabajo no se abordará la espinosa cuestión de cuál es la correcta, pues tal tarea
sólo corresponde al Tribunal Constitucional.
En el primer escenario, se parte de la erradicación del precepto, y por lo tanto de
la habilitación en materia de enseñanza que ya existía antes de 2006 y que generó
algunas de las disposiciones autonómicas antes mencionadas. Ha sido analizado extensa
y detalladamente por la doctrina laboralista desde la entrada en vigor de la LOU y en
líneas generales sigue una misma corriente: la ausencia de competencias sustantivas en
la materia de las Comunidades Autónomas 15 . El argumento central para ello es la
poderosa exclusividad del artículo 149.1.7ª y la situación de quiebra del monopolio
estatal que se produciría.
La consecuencia que de ello se desprendería es la inconstitucionalidad de las
normas laborales que vayan más allá de este aspecto. Doctrinalmente, se ha venido
defendiendo desde época muy temprana 16 . Más allá del papel, se ha reproducido una
vez más el clásico Allá van leyes, do quieren reyes, con las distintas regulaciones
autonómicas gozando de impecable salud.
15
Cfr. M. ÁLVAREZ DE LA ROSA, La contratación laboral del profesorado en la Ley Orgánica de
Universidades, Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, La Laguna, 2002, p.21: “La
afirmación contenida tanto en la exposición de motivos como en el artículo 48 de la LOU, acerca de que
la regulación y el régimen jurídico del personal docente e investigador contratado serán competencia de
las Comunidades Autónomas, es, al menos, una exageración o, de buena fe, una tautología: las
competencias laborales de las Comunidades Autónomas son las que constitucionalmente correspondan, ni
una más ha podido dar la LOU”.
16
Cfr. C. MOLINA NAVARRETE, “Una nueva e inaudita relación laboral especial: la difícil
reconstrucción del sistema de fuentes reguladoras de los contratos de PDI”, en VV.AA., Ordenación y
gestión del personal docente e investigador contratado: problemas y soluciones, Publicaciones de la
Universidad de Jaén, Jaén, 2003, p.26: “Queda claro que la C.A. no tienen [sic] competencia legislativa
sino de ejecución por lo que entrar a ordenar las condiciones de contratación, aún en el marco de figuras
previstas por la LOU, está fuera de su ámbito. Las normas autonómicas que han traspasado estos límites
(…) estarían viciadas de inconstitucionalidad, al haber invadido ámbitos competenciales del Estado
Central. A este compete corregir tal situación promulgando una norma reglamentaria que concrete el
desarrollo normativo de las figuras previstas en la LOU, al margen del costo político que ello pueda tener
ya, consumada la legislación autonómica”.
Dejando a un lado la Realpolitik y centrando la cuestión en el mundo del deber
ser, la competencia autonómica en estos casos habrá de limitarse a la ejecución y
desarrollo de lo dispuesto por la norma estatal, con un alcance mínimo, que en modo
alguno podría incidir en la regulación de los contratos de trabajo de los profesores
universitarios, sino únicamente en ámbitos circundantes 17 .
Existen, con todo, voces discordantes, frente a este planteamiento que han
apoyado desde la doctrina, fuera del ámbito laboralista, la actividad legislativa de las
Comunidades Autónomas, recurriendo a la validez de las normas sobre legislación civil
foral o sobre la figura laboral del guarda de caza: “la competencia autonómica en
materia de universidades constituiría el título competencial concurrente que justificaría
una normación – o ejecución, paradójicamente – que, sin alterar o desfigurar las
instituciones jurídico-laborales, permitiese adaptar la configuración del régimen jurídico
del profesorado contratado a la política autonómica de universidades” 18 .
En cambio, el segundo escenario, que abriría el camino a potenciales reformas
de otros Estatutos, exige delimitar el alcance de la nueva competencia autonómica, que
nada tiene que ver con la legislación laboral del 149.1.7ª, sino que se mueve en otros
derroteros. Con la entrada en vigor de los Estatutos con una atribución tal recogida en
ellos, y habiendo sobrevivido al examen del Tribunal Constitucional 19 , el esquema
recogido en la LOU y más concretamente en su artículo 48 cobra sentido.
En primer lugar, ha de abordarse la competencia exclusiva sobre el régimen
retributivo, reflejo del artículo 55.1 LOU, principal campo de actuación de las
Comunidades Autónomas 20 . De acuerdo con el artículo 110 del Estatuto, esto implica
“de forma íntegra la potestad legislativa, la potestad reglamentaria y la función
17
Cfr. C. MOLINA NAVARRETE y A. I. CARO MUÑOZ, “Dos modelos de regulación y un solo
destino: la relación laboral de PDI contratado y el servicio público universitario”, cit., p.79: “Tan exigente
o agotadora es esta competencia que no sólo se limita a la regulación legislativa de los aspectos básicos,
sino que integra todos los aspectos, incluidos los típicos de desarrollo normativo reglamentario. A las
Comunidades Autónomas sólo les queda la ejecución, esto es, el ejercicio de poderes de organización
interna y de control de la regulación estatal, pero sin alcance regulador alguno, al menos en el plano
sustancial”. También, J. M. GOERLICH PESET, “Modalidades y duración de los contratos laborales del
profesorado. Normas estatales, autonómicas y universitarias”, cit., p.142: “De este modo, los aspectos
colaterales y ajenos al régimen contractual (políticas de plantilla en su caso, sistemas de acceso, etc.)
quedan, de este modo, al alcance de las CC.AA. Ahora bien, en el momento en que se abra la posibilidad
de que las CC.AA. recojan materias relacionadas con la ordenación contractual, se incurre en
inconstitucionalidad. Y no cabe duda de que la LOU abre esta posibilidad; y que las CC.AA. la han
utilizado profusamente”.
18
Vid. A. NOGUEIRA LÓPEZ, “Distribución de competencias y organización administrativa en materia
de Universidades”, cit., pp.142-3.
19
Tal es el presagio de G. CÁMARA VILLAR, “Universidades”, en VV.AA. (F. Balaguer Callejón, dir.),
Reformas estatutarias y distribución de competencias, Instituto Andaluz de Administración Pública,
Sevilla, 2007, p.536.
20
Cfr. J. MORENO GENÉ, “Ámbitos de aplicación de los convenios colectivos del personal docente e
investigador laboral”, en VV.AA. (J. Moreno Gené y L. Fernández Villazón, coords.), La negociación
colectiva del personal docente e investigador laboral de las Universidades Públicas, Tirant lo Blanch,
Valencia, 2010: “Con toda seguridad, las competencias autonómicas en materia universitaria y,
consecuentemente, el importante papel que las comunidades autónomas juegan en la fijación de las
condiciones de trabajo del personal docente e investigador laboral de las universidades públicas, han
desempeñado un papel decisivo a la hora de determinar el ámbito territorial de los respectivos convenios
colectivos de las universidades públicas”.
ejecutiva. Corresponde únicamente a la Generalitat el ejercicio de estas potestades y
funciones, mediante las cuales puede establecer políticas propias”. Recuérdese así
mismo que esta potestad en el campo retributivo alcanza también a los complementos
salariales del personal funcionario.
Si sólo las Comunidades Autónomas que posean tal competencia pueden entrar
en este campo, podrían perder sentido los complementos estatales, puesto que serían
susceptibles de interpretarse como una invasión de tal terreno. Desaparecerían así
quinquenios y sexenios, con el consiguiente problema derivado de la extinción de los
segundos, que más allá de su función remuneradora han ganado hoy en día un papel
más determinante en la composición de comisiones de selección del profesorado. Sería
necesario, pues, crear algún sistema de articulación, entre las distintas categorías
retributivas creadas por las Comunidades Autónomas, su exportabilidad, su
equivalencia en términos de formación de tribunales, etc., que sólo puede ser asumido
por el Estado en una función directora.
El peligro de creación de espacios estancos es evidente, a pesar de la
supletoriedad del Derecho estatal frente al autonómico prevista en el artículo 149.3 CE;
una vez iniciada la dinámica del café para todos, rara sería la Comunidad Autónoma
que aceptara seguir sometida al régimen común 21 . Ahora bien, relativizando la noción
de competencia autonómica exclusiva 22 , no sería difícil encontrar un título competencial
para que el Estado mantuviera quinquenios y sexenios con carácter general, ya sea en el
149.1.15ª (Fomento y coordinación general de la investigación científica y técnica) o en
cualquier otro. En cuanto a los trienios, como propios de todo el empleo público y no
únicamente del personal docente e investigador universitario, puede sostenerse que
perdurarán en el tiempo.
Mayor enjundia incluso puede llegar a tener la competencia compartida en
materia de “régimen” del profesorado. El hecho de que la atribución se haya hecho a
través de la reforma del Estatuto de Autonomía sobre el título de Universidades y no a
través de una de las posibilidades del artículo 150 CE rompe con la línea de
pensamiento más clásica 23 , plasmada entre otras en la STC 56/1990 24 . Elimina, así
21
Cfr., para la situación anterior a 2006, C. MOLINA NAVARRETE y A. I. CARO MUÑOZ, “Dos
modelos de regulación y un solo destino: la relación laboral de PDI contratado y el servicio público
universitario”, en VV.AA. (C. Blasco Delgado, coord.), Estudios sobre régimen jurídico universitario,
Universidad de Burgos, Burgos, 2006, p.78: “El elevado margen regulador concedido a las CCAA ha
llevado a que ninguna Comunidad Autónoma se privase del regusto de contar con su propia regulación,
consiguiendo una posición de agotamiento regulador en materia personal que antes quedaba básicamente
agotado en la retribución”.
22
Cfr. F. BALAGUER CALLEJÓN, “Competencias exclusivas”, en VV.AA. (F. Balaguer Callejón, dir.),
Reformas estatutarias y distribución de competencias, cit., p.31: “El bloque de constitucionalidad se ha
definido de tal manera que la calificación estatutaria de una materia como exclusiva no implica,
necesariamente, una exclusión obligada de la actividad estatal (…). Esta situación no parece que vaya a
cambar con los nuevos Estatutos (…). Estas previsiones nuevas de los Estatutos no pueden suponer, sin
embargo, un obstáculo a la intervención estatal sobre la materia cuando tenga títulos habilitantes para
ello. Títulos habilitantes que pueden derivar directamente de la Constitución o de los propios Estatutos,
habida cuenta de que se sigue manteniendo en ellos un doble concepto de exclusividad y se definen como
exclusivas competencias que no lo son en sentido estricto”.
23
Cfr. E. GARCÍA DE ENTERRÍA, “La significación de las competencias exclusivas del Estado en el
sistema autonómico”, Revista Española de Derecho Constitucional, 5, 1982, p.66: “Estas materias
«exclusivas» del Estado sólo podrán transferirse o delegarse a las Comunidades Autónomas por virtud de
una Ley orgánica unilateral (y, por ende, revocable ad nutum) del Estado, por su «exclusiva» decisión
mismo, algunos de los obstáculos de fondo más serios que la doctrina laboralista venía
considerando tradicionalmente para la ruptura del monopolio competencial en materia
laboral 25 .
En cualquier caso, la hipotética aceptación por el Tribunal Constitucional de las
disposiciones del artículo 172.2 del Estatuto implica que la anterior teoría sobre la
capacidad mínima de actuación autonómica ha quedado superada. No puede defenderse
que existiendo una declaración estatutaria válida sobre la existencia de una competencia
compartida no haya variado el escenario de reparto de poderes. Cobraría así pleno
sentido lo reflejado en la exposición de motivos de la LOU y se iniciaría una dinámica
de actuación que debería regirse por los principios de cooperación y de lealtad
constitucional.
El dilema que se plantea es establecer si la relación se adscribirá a la dinámica
“bases-desarrollo” o a la dinámica “legislación-ejecución”. Tradicionalmente, se venía
señalando que “la calificación estatutaria de una competencia no es determinante para
su encuadre dentro del ámbito de las competencias de ejecución” 26 . Ahora bien, dentro
de la línea de garantizar el blindaje competencial de las Comunidades Autónomas, el
artículo 111 del Estatuto de Cataluña da una definición muy precisa del significado de
competencia compartida. Corresponde a la Comunidad “la potestad legislativa, la
potestad reglamentaria y la función ejecutiva, en el marco de las bases que fije el Estado
como principios o mínimo común normativo en normas con rango de ley, excepto en los
supuestos que se determinen de acuerdo con la Constitución y el presente Estatuto. En
el ejercicio de estas competencias, la Generalitat puede establecer políticas propias”.
Dejando constancia añadida de que este precepto ha sido impugnado en dos
recursos de inconstitucionalidad 27 , en el escenario que se está manejando, de plena
organizatoria, como precisa el artículo 150, 2, siendo ya común aceptar que es una vía que no resulta
suplible por los Estatutos, que no son decisiones ni unilaterales, ni exclusivas ni libremente revocables”.
24
“Los Estatutos de Autonomía (…) no son instrumentos ni útiles ni constitucionalmente correctos (…)
para realizar las trasnferencias o delegaciones de facultades de una materia de titularidad estatal
permitidas por el artículo 150.2 de la Constitución”.
25
Entre otros, cfr. L. E. DE LA VILLA GIL y A. DESDENTADO BONETE, “Delimitación de
competencias Estado-Comunidades Autónomas en la Constitución Española de 1978 (las relaciones
laborales y la Seguridad social), en VV.AA., Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la
Constitución, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1980, p.428: “Entendemos que la técnica de
la ley marco no podrá ser utilizada para atribuir facultades legislativas a las Comunidades Autónomas, a
salvo de que se trate de materias laborales no expresamente constitucionalizadas, lo que sólo podría tener
lugar, seguramente, respecto de derechos o deberes laborales no contemplados en la Constitución o
respecto de los principios rectores que no se positivicen en derechos subjetivos”; M. C. PALOMEQUE
LÓPEZ, “El principio constitucional de unidad del orden económico nacional y el reparto de
competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas en materias de trabajo y seguridad social”,
en Derecho del Trabajo y razón crítica, Salamanca, 2004, p.156: “La legislación laboral y la legislación
básica y el régimen económico de la seguridad social, en la medida que componen la disciplina necesaria
para la ordenación general de los sistemas de relaciones laborales y de seguridad social, deben predicarse
uniformemente para todo el Estado, sin que, en consecuencia, puedan ser por naturaleza objeto de
transferencia o delegación en bloque en los término del art. 150 CE”.
26
Vid. R. JIMÉNEZ ASENSIO, Las competencias autonómicas de ejecución de la legislación del
Estado, Civitas – IVAP, Madrid, 1993, p.257.
27
Según el recurso presentado por los Diputados del Partido Popular, “de ahí que los artículos 110, 111 y
112 del Estatuto sean inconstitucionales, por trascender y no ajustarse su contenido al que el artículo
147.2.d) CE asigna a los Estatutos de Autonomía, y, asimismo, por oponerse a la configuración de las
conformidad con la Carta Magna, el artículo 111 es indiscutiblemente el hilo de Ariadna
que resuelve, en una primera aproximación, el reparto de poderes: el Estado fija las
bases y las Comunidades Autónomas se ocupan de su desarrollo y no de la simple
ejecución.
Se ha defendido, con todo, una plenitud competencial autonómica, optando por
ignorar el modelo de colaboración y posicionándose en una óptica reduccionista que
parte, aunque no se exprese abiertamente, de la idea de que Constitución y Estatuto
están a la misma altura y no es uno emanación de la otra 28 . Descartando esta
interpretación de imposible encaje constitucional, conviene adentrarse en la
delimitación entre uno y otro centro de poder.
Para comprender el artículo 111 es necesario acercarse a la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional, que ha señalado el carácter material de la noción de bases,
como denominador normativo común, pero sin alcanzar un grado de desarrollo tal que
deje vacías de contenido las competencias autonómicas 29 , doctrina que se mantiene a
pesar de las modificaciones estatutarias 30 . En este escenario, la LOU asumiría el papel
de legislación básica, siendo obligatoria la existencia de un espacio propio para cada
Comunidad Autónoma.
La cuestión obvia es qué materias son básicas y cuáles en las propias de cada
territorio. La respuesta está en la propia LOU. Habiendo sido concebida la LOMLOU
en la misma legislatura e inmediatamente después de la aprobación del Estatuto de
Cataluña, parece lógico sostener que ha sido diseñada en unidad de pensamiento con
éste. Lo recogido expresamente en la redacción actual de la LOU es la traducción de lo
básico en materia de profesorado contratado.
De esta manera, serían básicos los tipos de figuras31 y su contenido esencial (i.e.,
la denominación, la duración y el requisito de acceso), la posibilidad del recurso al
competencias del Estado resultante de las previsiones del artículo 149.1 CE”. El recurso presentado por el
Defensor del Pueblo tiene una orientación parecida.
28
Pobremente, cfr. E. GRAU I COROMINAS, “Les competències en matèria d’Universitats i en matèria
de recerca, desenvolupament i innovació tecnològica a l’Estatut d’Autonomia de Catalunya de 2006”,
Coneixement i Societat, 12, 2006, p.114: “Superada per l’EAC aquesta doctrina restrictiva de les
competències autonòmiques, caldrà explorar les possibilitats que atorga al legislador català aquesta nova
atribució, però si ens atenem a la definició que fa el mateix EAC de les competències compartides, es pot
deduir que la Generalitat hauria de poder adoptar, en el marc dels principis bàsics, polítiques pròpies en
aquesta matèria (article 111 EAC)”. Muy reveladora la reseña inicial del propio texto: “Això no és estrany
si tenim en compte que el sostre competencial de l’Estatut vigent el continua marcant la Constitució
espanyola de 1978. Malgrat tot, no hi ha dubte que els nous mecanismes i les noves tècniques que empra
l’Estatut posen més difícil la intervenció de l’Estat en els àmbits que l’Estatut reserva a la Generalitat de
Catalunya”.
29
Vid., ampliamente documentado, L. ORTEGA ÁLVAREZ, “Competencias compartidas. Bases –
desarrollo”, en VV.AA. (F. Balaguer Callejón, dir.), Reformas estatutarias y distribución de
competencias, cit., pp.38 y ss. Sobre el desarrollo de esta doctrina tras los nuevos Estatutos, pp.46 y ss.
30
Ibidem, p.48: “De la redaccón final se desprende, de una parte, que las potestades autonómicas de
desarrollo quedan sometidas a las bases estatales ya se expresen indicativamente éstas en normas con
rango de ley como principios o mínimo común normativo, ya se expresen en todas las otras posibilidades
que la Constitución y, por consiguiente, la interpretación dada a la misma hasta ahora por la
jurisprudencia del Tribunal Constitucional, ha venido admitiendo”.
31
Cfr. D. CÁMARA DEL PORTILLO et al, “La reforma de la LOU en materia de profesorado”, en
VV.AA., VII Seminario sobre aspectos jurídicos de la gestión universitaria, Universidad de Burgos,
2007, p.473: “El borrador MEC de 2005 suprimía las figuras de profesor colaborador (…) y profesor
contrato de interinidad y al de obra o servicio determinado en determinados supuestos y
los porcentajes máximos de personal contratado 32 . La creación de nuevas figuras, la
modificación de la temporalidad, el establecimiento de plazos diferentes o similares
acciones estarían fuera del alcance, pues, de todo lo que no fuera legislación estatal.
Quedaría para la Comunidad Autónoma un amplio campo de delimitación de
aspectos particulares del estatuto de este personal, como son los procedimientos
concretos de acceso, el tiempo de trabajo, el régimen disciplinario, formación y
promoción profesional, procedimientos intrautonómicos e intrauniversitarios de
movilidad geográfica, medidas específicas de conciliación, seguridad y salud laboral,
mecanismos de representación y participación del personal… Ante el silencio de la
LOU, podría discutirse incluso si las legislaciones autónomicas tendrían terreno abierto
para su creatividad en el campo de la extinción del contrato de estos profesores,
estableciendo reválidas al modo de los médicos internos residentes.
Concluyendo, no deja de resultar irónico y casi surrealista que, en una práctica
estatutaria diseñada para limitar la intervención del Estado a través de sus competencias
transversales 33 , la actividad autonómica sobre los profesores contratados vaya a
derivarse de una competencia que responde a esa descripción. Adoptando una posición
estricta, es difícil justificar por qué de la competencia en materia de Universidades (que,
en puridad, no existe, sino que es un ramal desgajado de la sí constitucionalmente
presente Enseñanza), se va a derivar una capacidad para regular el trabajo que tiene
lugar en ese sector de actividad, lo que no sucede en ningún otro ámbito del
ordenamiento. Podría sostenerse que se trata de puro decisionismo 34 .
4. Autonomía universitaria y autonomía colectiva
contratado doctor (…). En su lugar, facultaba a las Comunidades Autónomas para regular otras figuras de
personal docente e investigador con carácter permanente o temporal, cuya denominación no podrá
coincidir con [las recogidas en la LOU (…), que eran las únicas categorías que a tenor del citado Borrador
de 2005 iban a permanecer reguladas con carácter estatal o nacional”. Es fácil interpretar la desaparición
de esta proyectada flexibilidad como una voluntad del legislador de cerrar el panorama de figuras
contractuales.
32
Cfr. A. BAYLOS GRAU, “El personal docente e investigador contratado en régimen laboral”, cit.,
p.476: “Se recupera en la LOU la función directiva de la norma estatal en el diseño de las modalidades de
contratación laboral que pueden realizarse para el sector del PDI. Las normas autonómicas y la
negociación colectiva no pueden por consiguiente escapar de esta precisión legal. Cabe desde luego que
se precise y desarrolle sus orientaciones, pero no puede alterarse el contenido y las funciones definidas en
la LOU ni tampoco crear nuevas formas de inserción diferentes a las que señala dicha norma”.
33
Cfr. L. ORTEGA ÁLVAREZ, “Competencias compartidas. Bases – desarrollo”, cit., p.50:
“Probablemente, en algunas Comunidades Autónomas se seguirá la práctica de estos últimos 25 años, de
partir del hecho de que los únicos ámbitos competenciales discutibles son los estatales, sin hacer una
reflexión sobre el propio ejercicio de sus competencias y de su posible flexibilización colaborativa tanto
con el Estado como con los entes locales (…). De ahí que el peligro de esta reforma estriba en un nuevo
alejamiento del deseable equilibrio que sólo puede lograrse desde una posición de federalismo
cooperativo al que le es indisociable una permanente función de articulación nacional ejercido desde la
instancia estatal, más aún en un continuo proceso de integración comunitaria”.
34
Cfr. R. ARON, Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial (trad. de A. Valiente), Seix Barral,
Barcelona, 1965, p.28: “Lo esencial es comprender que la ciencia jamás puede indicar cuáles son deben
ser las decisiones políticas, dado que cada una de ellas comporta un coste (…). En este sentido, tenía
razón Max Weber cuando decía que existe una diferencia de naturaleza entre las decisiones políticas que
comportan un engagement más allá de la ciencia, y de la ciencia misma”.
Se detendrá ahora la atención brevemente en las dos potestades normativas
inferiores a las expuestas, la autonomía universitaria y la autonomía colectiva.
Es obvio que ambas se solapan con la descrita para las Comunidades
Autónomas, e incluso con lo dispuesto para el Estado. No ha de olvidarse, en cualquier
caso, que el Tribunal Constitucional ha señalado que “la competencia de las
Universidades para elaborar sus propios Estatutos y demás normas de funcionamiento
interno es, sin duda, una garantía de la autonomía universitaria pero ello no supone que
pueda desorbitarse esa competencia del ámbito del funcionamiento interno que le es
propio hasta el extremo de configurarla como una facultad tan absoluta que venga a
constituir un obstáculo inseparable al ejercicio de las competencias [del Estado o de las
Comunidades Autónomas” (STC 106/1990). Parece claro que, retomando la
terminología autonómica, poco espacio le queda a cada Universidad en lo aquí discutido
más que para la ejecución y el desarrollo de lo legislado por Estado y Comunidad
Autónoma 35 .
En cuanto a la segunda, desborda el espacio de este trabajo y ha sido objeto de
meticulosos análisis recientes, por lo que carece de sentido extenderse aquí, remitiendo
al lector a tan completos y exhaustivos trabajos 36 . Quede simplemente constancia de
que, a la manera de la negociación colectiva ordinaria, la capacidad de las partes queda
aquí limitada por la normativa de rango superior, salvo que ésta permita derogaciones
expresas 37 . En el escenario descrito, parece claro que la competición se entablará entre
negociación colectiva y normativa autonómica 38 , en el considerable ámbito señalado
anteriormente.
5. Estrambote: sobre la dudosa concordancia de la figura de Ayudante Doctor
con la normativa de la Unión Europea
La pluralidad de fuentes en la materia universitaria no podría quedar completa
sin una referencia al Derecho de la Unión Europea. Ciertamente, la organización
internacional carece de competencia alguna en materia de Universidades y toda su
acción se ha desarrollado a través de mecanismos similares al método abierto de
coordinación.
35
Con carácter general, vid. I. TORRES MURO, La autonomía universitaria, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, Madrid, 2005, pp.137 y ss.
36
Vid. VV.AA. (A. M. Romero Burrillo y J. Moreno Gené, coords.), El personal docente e investigador
laboral de las universidades públicas: aspectos legales y negociación colectiva, Editorial Bomarzo,
Albacete, 2010; y VV.AA. (J. Moreno Gené y L. Fernández Villazón, coords.), La negociación colectiva
del personal docente e investigador laboral de las Universidades Públicas, cit.
37
Carecen de validez, pues, aberraciones como los Profesores contratados doctores sometidos a un
delirante pseudo-periodo de prueba de 3 años que brotaron en alguna Comunidad Autónoma.
38
Cfr. A. BAYLOS GRAU, “El personal docente e investigador contratado en régimen laboral”, cit.,
pp.473-4: “La regulación en las CCAA del régimen de este personal docente e investigador contratado ha
resultado muy extensa y compacta y por consiguiente alienta el posible conflicto, ya señalado, entre la
autonomía territorial, autonomía universitaria y autonomía colectiva. Desde este punto de vista, por tanto,
parecería que los gobiernos de las Comunidades Autónomas han querido asegurarse la primacía política
en la determinación de las formas de empleo del PDI y en los requisitos de acceso a las mismas, antes que
estos puntos se determinaran a través de la negociación colectiva. Este hecho ha llevado a alguna parte de
la doctrina a que se ha ocupado del tema a manifestar su discordancia con una tendencia a apartar el
proceso de regulación de estas cuestiones centrales para las condiciones de trabajo y empleo del
profesorado contratado de las universidades del juego de la autonomía colectiva”.
Pero en línea con lo aquí expuesto, las competencias en materia de contrato y
condiciones de trabajo sí son relevantes. Nadie puede negar que la actividad del
profesorado contratado encaja en la caracterización de “una relación laboral en la que la
persona realice, durante un cierto tiempo, en favor de otra, y bajo la dirección de ésta,
ciertas prestaciones, por las cuales percibe una remuneración, cualquiera que sea el
campo en el que se desarrolla, siendo irrelevante el importe del salario y el carácter a
tiempo parcial o intermitente de la actividad, en tanto se trate de actividades reales y
efectivas” 39 .
Siendo, de esta manera, el profesor un trabajador como otro cualquiera, le resulta
aplicable el acervo de la Unión en materia de contratos de trabajo, y con especial
relevancia la Directiva 1999/70/CE, sobre trabajos de duración determinada. En el
considerando 7º de la Exposición de motivos del Acuerdo de los agentes sociales que
incorporó, se puede leer que “la utilización de contratos de trabajo de duración
determinada basados en razones objetivas es una forma de evitar abusos”.
Con aún mayor relevancia, debe traerse a la luz la doctrina del Tribunal de
Justicia interpretando esta Directiva. La sentencia Adeneler 40 estableció sin lugar para
duda alguna que la Directiva era plenamente aplicable a los contratos en el sector
público, al señalar que no contiene “indicación alguna de la que pueda deducirse que su
ámbito de aplicación se limita exclusivamente a los contratos de duración determinada
celebrados por los trabajadores con empresarios del sector privado”. Esta misma
sentencia estableció, por añadidura, recalcando lo antes citado, que “aceptar que una
disposición nacional pueda justificar, de pleno derecho y sin mayores precisiones, la
utilización sucesiva de contratos de trabajo de duración determinada equivaldría a
ignorar voluntariamente la finalidad del Acuerdo marco, que consiste en proteger a los
trabajadores contra la inestabilidad en el empleo, y a vaciar de contenido el principio
que establece que los contratos de trabajo de duración indefinida constituyen la forma
general de relación laboral”. La consecuencia que de ello puede extraerse fácilmente es
que es necesaria una causa objetiva para justificar la existencia de un contrato laboral.
Sométase, pues, la figura del profesor Ayudante Doctor a este juicio. ¿Qué causa
lo justifica? Ciertamente, podría alegarse que la propia Directiva prevé que no se
aplique a “relaciones de formación profesional inicial y de aprendizaje”. Examinando el
panorama universitario español, sin embargo, esta caracterización encajaría únicamente
en el perfil del profesor Ayudante, que se encuentra en esa etapa inicial, paralela a los
contratos formativos que recoge la legislación laboral ordinaria. Sostener que el
Ayudante Doctor, que ha alcanzado el grado formativo máximo y ha superado una
evaluación por parte de una Agencia estatal o autonómica, es una figura de iniciación
parece un contrasentido con la descripción de sus funciones en el artículo 50 LOU: “la
finalidad del contrato será la de desarrollar tareas docentes y de investigación”. Es la
misma caracterización que la tarea del profesor Contratado Doctor, omitiendo la plena
capacidad de éste.
39
Vid. C. SÁNCHEZ-RODAS NAVARRO, “El concepto de trabajador por cuenta ajena en el Derecho
español y en el Derecho comunitario”, RMTAS, 37, 2002, p.55.
40
STJCE de 4 de julio de 2007, Adeneler, asunto C-212/04.
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