LA COMPETENCIA LEGISLATIVA AUTONÓMICA EN MATERIA DE PROFESORADO UNIVERSITARIO CONTRATADO José María Miranda Boto Universidad de Santiago de Compostela Mi temor es que el tipo humano del profesor vaya siendo otro, más próximo al técnico, al "ejecutivo", al funcionario. Sin contar con el peligro de que se deslice hacia las funciones de adoctrinamiento o proselitismo. Las causas de estas variaciones son muy diferentes, según los países y las fases de un proceso iniciado hace cosa de medio siglo. Seria interesante preguntarse por ellas, pero lo primero es tener una imagen clara de la realidad cuestionable. (Julián Marías, 1983) 1. Una universalidad de fuentes universitarias La Ley de Bases de 17 de julio de 1857, que daría lugar a la de Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857, establecía rotundamente que la enseñanza superior sólo se daría en establecimientos públicos, caracterizando éstos como “aquellos cuyos Jefes y profesores son nombrados por el Gobierno y sus delegados”. El régimen que para su personal fijaba era controlado, no podía ser de otra manera, por el Estado en todos sus aspectos. Las normas que la siguieron en el tiempo, desde el Decreto de 21 de octubre de 1868, hasta la Ley de Ordenación de la Universidad Española de 1942, conservaron este monopolio, aunque el primero amparara la libertad de enseñanza y la segunda diera cobijo a la creación de las que serían las primeras Universidades privadas en España. El paréntesis en esta trayectoria centralista lo representó la II República, cuya Constitución establecía en su artículo 50 que “las regiones autónomas podrán organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas, de acuerdo con las facultades que se concedan en sus Estatutos. Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, y ésta se usara también como instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y secundaria de las regiones autónomas. El Estado podrá mantener o crear en ellas instituciones docentes de todos los grados en el idioma oficial de la República” 1 . En desarrollo de esta previsión, el artículo 7 del Estatuto de Autonomía para Cataluña de 1932 recogía que “si la Generalidad lo propone, el Gobierno de la República podrá otorgar a la Universidad de Barcelona un régimen de autonomía. En tal caso, ésta se organizará como Universidad única, regida por un Patronato, que ofrezca a las lenguas y a las culturas castellana y catalana las garantías recíprocas de convivencia y de igualdad de derechos para profesores y alumnos”. Tal posibilidad se plasmó en el Decreto de 1 de junio de 1933, sin incluir, no obstante, actuación alguna en lo referente al régimen de su profesorado. Establecida ya la democracia en España, la Ley de Reforma Universitaria de 1983 anunciaba un nuevo modelo de organización, como ponía de manifiesto su exposición de motivos: “la Constitución Española ha venido a revisar el tradicional régimen jurídico administrativo centralista de la Universidad española, al reconocer en 1 Ortega y Gasset y Unamuno, miembros en el momento de las Cortes Republicanas, expresaron un profundo desagrado ante este precepto. el número 10 de su artículo 27 la autonomía de las Universidades. Por otra parte, el Título VIII de la Constitución y los correspondientes Estatutos de Autonomía han efectuado una distribución de competencias universitarias entre los distintos poderes públicos. Esta doble referencia constitucional exige efectuar un nuevo reparto de competencias en materia de enseñanza universitaria entre el Estado, las Comunidades Autónomas y las propias Universidades”. En el desarrollo que seguía a propósito de la autonomía universitaria, no se hacía mención alguna del régimen del profesorado, entonces dividido únicamente entre los cuerpos funcionariales docentes y la figura del profesor asociado, que conocería una notable perversión en los años venideros. El último mojón en la materia ya se enclava en el siglo XXI, con la aprobación de la Ley Orgánica de Universidades de 2001 (LOU). Su exposición de motivos no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones: “a las competencias de las Comunidades Autónomas se añaden, entre otras, la regulación del régimen jurídico y retributivo del profesorado contratado, la capacidad para establecer retribuciones adicionales para el profesorado, la aprobación de programas de financiación plurianual conducentes a contratos programa y la evaluación de la calidad de las Universidades de su ámbito de responsabilidad”. La plasmación de esta voluntad se recogía señeramente en el artículo 48.1 (“En los términos de la presente Ley y en el marco de sus competencias, las Comunidades Autónomas establecerán el régimen del personal docente e investigador contratado de las Universidades. Éstas, podrán contratar, en régimen laboral, personal docente e investigador entre las figuras siguientes: ayudante, profesor ayudante doctor, profesor colaborador, profesor contratado doctor, profesor asociado y profesor visitante”) y en el artículo 55.1 (“Las Comunidades Autónomas regularán el régimen retributivo del personal docente e investigador contratado en las Universidades públicas”). La reforma de la Ley Orgánica de Universidades llevada a cabo por medio de la Ley Orgánica 4/2007 (LOMLOU) mantuvo intacta la redacción del artículo 48.1, pero la desplazó al último párrafo de dicho precepto. Lo que antes era encabezamiento se transformó así en colofón, sin consecuencia alguna en apariencia. Nada decía la Exposición de motivos, que se limitaba a señalar, con carácter general, la detección de deficiencias en el funcionamiento de la Ley y la necesidad de armonía y una relación clara y fluida entre el Estado y las Comunidades Autónomas, un amable eufemismo para disimular la carrera normativa en la que se habían embarcado los entes infraestatales. A los niveles de poder territorial descritos se unen dos potestades normativas amparadas por la Constitución, la autonomía universitaria y la autonomía colectiva. En cuanto a la primera, descrita irónica pero terriblemente como “un mito que tergiversa la realidad (…), que ha conciliado la adhesión de amplios círculos sociales, un mito también movilizador pues que ha conducido a la acción política y aun a expresiones de pasión callejera en personas de natural circunspecto y mesurado” 2 , se traduce legislativamente, conforme al artículo 2.2.e LOU, en la capacidad de cada Universidad para regular “la selección, formación y promoción del personal docente e investigador y de administración y servicios, así como la determinación de las condiciones en que han de desarrollar sus actividades”. 2 Vid. F. SOSA WAGNER, El mito de la autonomía universitaria, 3ª edición, Thomson-Civitas, Madrid, 2007, pp.14-5. La segunda es la consecuencia obvia de la laboralización de parte del profesorado, con la consiguiente aplicación de las reglas generales del Derecho del Trabajo en lo que al papel de la negociación colectiva se refiere3 . Con estos cuatro actores se completa el cuadro de potenciales reguladores del trabajo de los profesores universitarios contratados en régimen laboral, cuya articulación no deja de suscitar problemas, al menos teóricos. 2. La competencia estatal en materia de legislación laboral y la competencia autonómica en materia de Universidades Toda la actividad descrita hasta ahora del Estado Constitucional ha tenido como marco los artículos 149.1.1ª, 15ª, 18ª y 30ª de la Carta Magna: la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales; fomento y coordinación general de la investigación científica y técnica; las bases del régimen jurídico de las Administraciones públicas y del régimen estatutario de sus funcionarios; y, por último, la regulación de las condiciones de obtención, expedición y homologación de títulos académicos y profesionales y normas básicas para el desarrollo del artículo 27 de la Constitución. Sin embargo, nada se ha dicho, ni en la LOU ni en la LOMLOU, de la habilitación competencial del artículo 149.1.7ª, relativo a la legislación laboral, que debería justificar la intervención de regulación del régimen de esta clase de personal 4 . No cabe duda alguna de que el profesor de Universidad laboral tiene un contrato de trabajo, y es un trabajador, sui generis pero trabajador al fin y al cabo 5 : “como ha dejado sentado la jurisprudencia constitucional, legislación laboral no es la que se refiere genéricamente al mundo del trabajo, sino, en un sentido concreto y restringido, la que regula directamente la relación laboral, es decir, la relación que media entre los trabajadores que presten servicios retribuidos por cuenta ajena y los empresarios a favor de los que y bajo la dirección de quien se prestan estos servicios (TCo 35/1982, f.j. 2)” 6 . Esta falta de invocación carece, en principio, de verdadera trascendencia material. Ha señalado el Tribunal Constitucional que “del principio de Ley formal en la determinación de las bases (...) no se deriva para el legislador la obligación de invocar expresamente el título competencial que ampara sus Leyes (...). Las competencias son indisponibles e irrenunciables, tanto para el legislador del Estado como para el de las Comunidades Autónomas; operan ope Constitutionis, con independencia de que uno u otro legislador hagan invocación explícita de las mismas” (STC 233/1999). 3 Vid. J. MORENO GENÉ, “El tratamiento del personal investigador contratado en la negociación colectiva de las universidades”, Aranzadi Social, 9, 2007. 4 Cfr. J. GÁRATE CASTRO, Lecturas sobre el régimen jurídico del contrato de trabajo, 3ª edición, Netbiblo, A Coruña, 2009, p.32: “En cualquier caso, se está ante normas que forman parte de la legislación laboral, que es competencia exclusiva del Estado (149.1.7ª CE); por lo tanto, la posible intervención normativa de las Comunidades Autónomas no comprende la creación de otras modalidades de contrato o la modificación de la estructura de las que prevé la Ley aquí contemplada o la legislación laboral”. 5 Extensamente, vid. J. P. MALDONADO MONTOYA, El contrato de trabajo del profesor de Universidad, Thomson-Civitas, Madrid, 2008. 6 Vid. M. ALONSO OLEA y M. E. CASAS BAAMONDE, Derecho del Trabajo, 18ª edición, Civitas, Madrid, 2000, p.768. Con todo, no deja de ser chocante la omisión 7 . El legislador no se ha mostrado cicatero en el uso de este título competencial, y puede rastrearse en numerosas leyes periféricas al núcleo de la relación laboral. Sin ánimo de exhaustividad, pueden señalarse en los últimos años la Ley del Cine de 2007 (sistemas de representación de los trabajadores e implantación sindical), la Ley de Arrendamientos Rústicos de 2003 (a propósito de la aparcería), o el más reciente Real Decreto-Ley 1/2010, de 5 de febrero, por el que se regula la prestación de servicios de tránsito aéreo, se establecen las obligaciones de los proveedores civiles de dichos servicios y se fijan determinadas condiciones laborales para los controladores civiles de tránsito aéreo. En la otra orilla, hay que señalar que tras la aprobación de la LRU, se inició el traspaso de competencias en materia de Universidades hacia las Comunidades Autónomas, a través de una larga serie de Reales Decretos 8 en la que sólo están ausentes la Comunidad Foral de Navarra 9 y las Ciudades Autónomas de Ceuta y 7 Cfr. J. M. GOERLICH PESET, “Modalidades y duración de los contratos laborales del profesorado. Normas estatales, autonómicas y universitarias”, en VV.AA. (A. V. Sempere Navarro, dir.), El personal docente e investigador (PDI) laboral de centros universitarios, 2ª edición, Laborum, Murcia, 2006, p.126: “La propia norma que protagoniza la decisión de sujetarlo al régimen contractual laboral se muestra, paradójicamente, interesada en meterlo en una burbuja que quede al margen de las normas laborales”. 8 Real Decreto 1014/1985, de 25 de mayo, sobre traspaso de funciones y servicios del Estado a la Comunidad Autónoma del País Vasco en materia de Universidades; Real Decreto 305/1985, de 6 de febrero, sobre traspaso de servicios de la Administración del Estado a la Generalidad de Cataluña en materia de Universidades; Real Decreto 1754/1987, de 18 de diciembre, sobre traspaso a la Comunidad Autónoma de Galicia de los Servicios e Instituciones y medios personales, materiales y presupuestarios en materia de Universidades; Real Decreto 1734/1986, de 13 de junio, sobre traspaso de servicios de la Administración del Estado a la Junta de Andalucía en materia de Universidades; Real Decreto 557/1990, de 27 de abril, de modificación de medios adscritos a los servicios de la Administración del Estado traspasados a la Comunidad Autónoma de Andalucía en materia de Universidades; Real Decreto 848/1995, de 30 de mayo, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado al Principado de Asturias en materia de Universidades; Real Decreto 1382/1996 de 7 de junio, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de Cantabria en materia de Universidades; Real Decreto 95/1996, de 26 de enero, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de La Rioja en materia de universidades; Real Decreto 948/1995, de 9 de junio, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia en materia de Universidades; Real Decreto 2633/1985, de 20 de noviembre, sobre traspaso de servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Valenciana en materia de Universidades; Real Decreto 96/1996, de 26 de enero, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de Aragón en materia de universidades; Real Decreto 324/1996, de 23 de febrero, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha en materia de Universidades; Real Decreto 2802/1986, de 12 de diciembre, de traspaso de funciones y servicios a la Comunidad Autónoma de Canarias en materia de Universidades; Real Decreto 634/1995, de 21 de abril, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de Extremadura en materia de Universidades; Real Decreto 2243/1996, de 18 de octubre, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares en materia de Universidades; Real Decreto 942/1995, de 9 de junio, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad de Madrid en materia de Universidades; y Real Decreto 907/1995, de 2 de junio, sobre traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad de Castilla y León en materia de Universidades (B.O.E. 01-08-1995). 9 En el artículo 47 de la Ley de Amejoramiento del Fuero de Navarra se establece, no obstante, que “es de la competencia plena de Navarra la regulación y administración de la enseñanza en toda su extensión, niveles y grados, modalidades y especialidades, sin perjuicio de lo establecido en los preceptos constitucionales sobre esta materia, de las Leyes Orgánicas Melilla 10 . La descripción de lo traspasado era muy similar en todos los Decretos, largas relaciones nominales de bienes y personal que cambian de una potestad a otra, pero escasa literatura jurídica: “la competencia plena para la regulación y administración de la enseñanza en toda su extensión, niveles y grados, modalidades y especialidades, en el ámbito de sus competencias” 11 . Tras la entrada en vigor de la LOU, algunas Comunidades Autónomas aprobaron textos de rango legislativo sobre su personal universitario 12 , recurriendo la mayor parte de ellas a decretos 13 . Consecuencia añadida, el nuevo panorama dio lugar a una abundante literatura jurídico-laboral. Tomando como ejemplo únicamente los Estatutos de Autonomía vigentes en el momento de aprobación de dichas leyes, puede constatarse que éstos otorgaban la competencia para “la regulación y administración de la enseñanza” (Cataluña y Andalucía) y para el “desarrollo legislativo y ejecución de la enseñanza” (Aragón). Ha sido la última hornada de Estatutos de Autonomía, encabezados por el de Cataluña, la que ha reflejado un nuevo panorama y un nuevo modo de plasmar las competencias autonómicas, el llamado “blindaje competencial” 14 . Así, el artículo 172.1.h de la Ley Orgánica 6/2006 recoge la competencia exclusiva en materia de “régimen retributivo del personal docente e investigador contratado de las universidades y el establecimiento de las retribuciones adicionales del personal docente funcionario”, mientras que el 172.2.e recoge la competencia compartida entre el Estado y la Comunidad Autónoma para “la regulación del régimen del profesorado docente e investigador contratado y funcionario”. El mismo texto se encuentra en los artículos 53.1.h y 53.2.e de la Ley Orgánica 2/2007, del Estatuto de Autonomía de Andalucía. De más modestas dimensiones son los artículo 73 de la Ley Orgánica 5/2007, del Estatuto de Autonomía de Aragón (“la ordenación, coordinación y descentralización del sistema que los desarrollen y de las competencias del Estado en lo que se refiere a la regulación de las condiciones de obtención, expedición y homologación de títulos académicos y profesionales y de la alta inspección del Estado para su cumplimiento y garantía”. 10 Los establecimientos universitarios en las Ciudades Autónomas pertenecen a la Universidad de Granada 11 Con más detalle, vid. J. TUDELA ARANDA, Derechos constitucionales y autonomía política, Civitas, Madrid, 1994, pp.66 y ss. 12 Ley 1/2003, de 19 de febrero, de universidades de Cataluña; Ley 15/2003, de 22 de diciembre, Andaluza de Universidades; Ley 3/2004, de 25 de febrero, del Sistema Universitario Vasco; Ley 5/2005, de 14 de junio, de Ordenación del Sistema Universitario de Aragón. 13 La lista completa en A. NOGUEIRA LÓPEZ, “Distribución de competencias y organización administrativa en materia de Universidades”, en VV.AA. (J. V. González García, dir.), Comentario a la Ley Orgánica de Universidades, Civitas-Thomson-Reuters, Madrid, 2009, pp.143-4. 14 Cfr. A. L. SANZ PÉREZ, La Reforma de los Estatutos de Autonomía, Aranzadi, Cizur Menor, 2006, pp.99-100: “Este sistema fue característico de todos los Estatutos de Autonomía, en el sentido de que en todos hubo referencias a materias entendidas como un bloque de la realidad. Sin embargo, esto deja de ser así en el peculiar sistema de distribución de competencias del nuevo Estatuto de Cataluña, que atribuye a la Generalidad [sic] la competencia exclusiva en materias, subdividiéndolas a continuación. Todo ello se hace con la indisimulada intención de impedir (o cuando menos dificultar) que el Estado pueda ejercer o ni siquiera interferir en el ejercicio de las competencias catalanas, aprobando normas básicas en ejercicio de competencias de las denominadas horizontales: es el famoso blindaje de las competencias (…). Esta técnica es ciertamente novedosa, pero de lo que cabe dudar es tanto de su legitimidad constitucional como de su eficacia”. En defensa de este procedimiento, vid. M. IZQUIERDO CARRASCO, “Marco general de las competencias de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el nuevo Estatuto de Autonomía”, en VV.AA. (M. Agudo Zamora, coord.), El Estatuto de Autonomía de Andalucía de 2007, Centro de Estudios Andaluces – Consejería de la Presidencia, Sevilla, 2008, pp.202 y ss. universitario de Aragón con respeto al principio de autonomía universitaria”), y el mismo número de la Ley Orgánica 14/2007, de reforma del Estatuto de Autonomía de Castilla y León (“el régimen retributivo del personal docente e investigador contratado en las Universidades públicas”). El texto valenciano continúa recogiendo la referencia a “la regulación y administración de la enseñanza”. El problema puede residir, obviamente, en la constitucionalidad de la atribución. Ha de ponerse de manifiesto, en este sentido, que el artículo 172 del Estatuto de Cataluña está siendo analizado por el Tribunal Constitucional en el marco del recurso de inconstitucionalidad interpuesto por Diputados del Partido Popular (8045/2006). La argumentación no es especialmente afortunada y curiosamente se centra en el poder menor, la capacidad de determinar las retribuciones, y no en el mayor, la competencia compartida sobre el régimen del profesorado: “Si lo anterior puede afirmarse con carácter general de todas las letras del art. 172.1, alguna de ellas presenta causas de inconstitucionalidad adicionales aún más graves. Es el caso, sobre todo, de la letra g) que atribuye la competencia exclusiva sobre “el régimen retributivo del personal docente e investigador de las universidades y el establecimiento de las retribuciones adicionales del personal docente funcionario”. Es cierto que algo de esto está ya en la Ley Orgánica de Universidades pero ni llega a tanto ni, en cualquier caso, puede asumirse esta competencia como exclusiva estatutariamente, negando al Estado para siempre toda competencia al respecto. Entre otras cosas, además del art. 149.1.30ª CE, se vulnera, en cuanto al personal contratado laboral, el art. 149.1.7ª CE”. No existe argumentación alguna sobre la inconstitucionalidad del apartado 2º, cuya nulidad se pide igualmente. A tal argumentación ha contestado la Abogacía del Estado que “la constitucionalidad de esta submateria competencial en los términos estatutariamente previstos resulta también de lo preceptuado en la LOU que mientras que, por una parte, dispone en su art. 55.1 que “las Comunidades Autónomas regularán el régimen retributivo del personal docente e investigador contratado en las Universidades públicas” y añade en su apartado 2 que “podrán, asimismo, establecer retribuciones adicionales ligadas a méritos individuales docentes, investigadores y de gestión”; por otra, en cuanto al profesorado funcionario de los cuerpos docentes universitarios, establece en el art. 69.3 que “las Comunidades Autónomas podrán, asimismo, establecer retribuciones adicionales ligadas a méritos individuales docentes, investigadores y de gestión”. Por su parte, el Defensor del Pueblo también ha solicitado la declaración de inconstitucionalidad del precepto. No ha entrado en detalles específicos, sino que tal petición se encuadra de modo general en el Apartado Sexto del Recurso (8675-2006), relativo al modo de fijación de las competencias: “son inconstitucionales siempre que se trata de materias previstas en la Constitución cuyo contenido abstracto y general sólo puede ser definido por el propio constituyente y, en su caso, por el Tribunal Constitucional, pues suponen una violación de las previsiones al respecto de la Constitución. El legislador orgánico especial de reforma estatutaria puede decidir, dentro del marco previsto en la Constitución, cuáles son las competencias de la Comunidad Autónoma cuya norma institucional básica es objeto de reforma, pero no tiene competencia para determinar cuál es el contenido concreto de cada una de esas materias, labor que sólo corresponde al constituyente e, interpretando su voluntad, al Tribunal Constitucional. El que la fijación de tales contenidos concretos sea llevada a cabo por el legislador (formalmente) estatal con alcance inevitablemente general con ocasión de la reforma de un Estatuto de Autonomía supone, además, reconocer a un legislador totalmente inidóneo para ello, el legislador de reforma estatutaria, que es por definición un legislador material de dimensión territorial limitada, una competencia que lo convierte objetivamente en legislador general, lo que predetermina – y, por tanto, invade - de hecho la potestad estatuyente de las restantes Comunidades Autónomas españolas”. Los recursos promovidos por los gobiernos de La Rioja, Murcia, Islas Baleares y Aragón no han incluido este punto en sus pretensiones. 3. La articulación entre ambos títulos Habiendo intentado formar una imagen más o menos clara de esta realidad legislativa, se plantean, en definitiva, dos escenarios, en función de la declaración de inconstitucionalidad del artículo 172 del Estatuto de Cataluña: la construcción de legislación autonómica con el amparo estatutario o la situación anterior a la reforma y presente en los distintos Estatutos no modificados, sobre el apoyo del artículo 48 LOU. En este trabajo no se abordará la espinosa cuestión de cuál es la correcta, pues tal tarea sólo corresponde al Tribunal Constitucional. En el primer escenario, se parte de la erradicación del precepto, y por lo tanto de la habilitación en materia de enseñanza que ya existía antes de 2006 y que generó algunas de las disposiciones autonómicas antes mencionadas. Ha sido analizado extensa y detalladamente por la doctrina laboralista desde la entrada en vigor de la LOU y en líneas generales sigue una misma corriente: la ausencia de competencias sustantivas en la materia de las Comunidades Autónomas 15 . El argumento central para ello es la poderosa exclusividad del artículo 149.1.7ª y la situación de quiebra del monopolio estatal que se produciría. La consecuencia que de ello se desprendería es la inconstitucionalidad de las normas laborales que vayan más allá de este aspecto. Doctrinalmente, se ha venido defendiendo desde época muy temprana 16 . Más allá del papel, se ha reproducido una vez más el clásico Allá van leyes, do quieren reyes, con las distintas regulaciones autonómicas gozando de impecable salud. 15 Cfr. M. ÁLVAREZ DE LA ROSA, La contratación laboral del profesorado en la Ley Orgánica de Universidades, Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, La Laguna, 2002, p.21: “La afirmación contenida tanto en la exposición de motivos como en el artículo 48 de la LOU, acerca de que la regulación y el régimen jurídico del personal docente e investigador contratado serán competencia de las Comunidades Autónomas, es, al menos, una exageración o, de buena fe, una tautología: las competencias laborales de las Comunidades Autónomas son las que constitucionalmente correspondan, ni una más ha podido dar la LOU”. 16 Cfr. C. MOLINA NAVARRETE, “Una nueva e inaudita relación laboral especial: la difícil reconstrucción del sistema de fuentes reguladoras de los contratos de PDI”, en VV.AA., Ordenación y gestión del personal docente e investigador contratado: problemas y soluciones, Publicaciones de la Universidad de Jaén, Jaén, 2003, p.26: “Queda claro que la C.A. no tienen [sic] competencia legislativa sino de ejecución por lo que entrar a ordenar las condiciones de contratación, aún en el marco de figuras previstas por la LOU, está fuera de su ámbito. Las normas autonómicas que han traspasado estos límites (…) estarían viciadas de inconstitucionalidad, al haber invadido ámbitos competenciales del Estado Central. A este compete corregir tal situación promulgando una norma reglamentaria que concrete el desarrollo normativo de las figuras previstas en la LOU, al margen del costo político que ello pueda tener ya, consumada la legislación autonómica”. Dejando a un lado la Realpolitik y centrando la cuestión en el mundo del deber ser, la competencia autonómica en estos casos habrá de limitarse a la ejecución y desarrollo de lo dispuesto por la norma estatal, con un alcance mínimo, que en modo alguno podría incidir en la regulación de los contratos de trabajo de los profesores universitarios, sino únicamente en ámbitos circundantes 17 . Existen, con todo, voces discordantes, frente a este planteamiento que han apoyado desde la doctrina, fuera del ámbito laboralista, la actividad legislativa de las Comunidades Autónomas, recurriendo a la validez de las normas sobre legislación civil foral o sobre la figura laboral del guarda de caza: “la competencia autonómica en materia de universidades constituiría el título competencial concurrente que justificaría una normación – o ejecución, paradójicamente – que, sin alterar o desfigurar las instituciones jurídico-laborales, permitiese adaptar la configuración del régimen jurídico del profesorado contratado a la política autonómica de universidades” 18 . En cambio, el segundo escenario, que abriría el camino a potenciales reformas de otros Estatutos, exige delimitar el alcance de la nueva competencia autonómica, que nada tiene que ver con la legislación laboral del 149.1.7ª, sino que se mueve en otros derroteros. Con la entrada en vigor de los Estatutos con una atribución tal recogida en ellos, y habiendo sobrevivido al examen del Tribunal Constitucional 19 , el esquema recogido en la LOU y más concretamente en su artículo 48 cobra sentido. En primer lugar, ha de abordarse la competencia exclusiva sobre el régimen retributivo, reflejo del artículo 55.1 LOU, principal campo de actuación de las Comunidades Autónomas 20 . De acuerdo con el artículo 110 del Estatuto, esto implica “de forma íntegra la potestad legislativa, la potestad reglamentaria y la función 17 Cfr. C. MOLINA NAVARRETE y A. I. CARO MUÑOZ, “Dos modelos de regulación y un solo destino: la relación laboral de PDI contratado y el servicio público universitario”, cit., p.79: “Tan exigente o agotadora es esta competencia que no sólo se limita a la regulación legislativa de los aspectos básicos, sino que integra todos los aspectos, incluidos los típicos de desarrollo normativo reglamentario. A las Comunidades Autónomas sólo les queda la ejecución, esto es, el ejercicio de poderes de organización interna y de control de la regulación estatal, pero sin alcance regulador alguno, al menos en el plano sustancial”. También, J. M. GOERLICH PESET, “Modalidades y duración de los contratos laborales del profesorado. Normas estatales, autonómicas y universitarias”, cit., p.142: “De este modo, los aspectos colaterales y ajenos al régimen contractual (políticas de plantilla en su caso, sistemas de acceso, etc.) quedan, de este modo, al alcance de las CC.AA. Ahora bien, en el momento en que se abra la posibilidad de que las CC.AA. recojan materias relacionadas con la ordenación contractual, se incurre en inconstitucionalidad. Y no cabe duda de que la LOU abre esta posibilidad; y que las CC.AA. la han utilizado profusamente”. 18 Vid. A. NOGUEIRA LÓPEZ, “Distribución de competencias y organización administrativa en materia de Universidades”, cit., pp.142-3. 19 Tal es el presagio de G. CÁMARA VILLAR, “Universidades”, en VV.AA. (F. Balaguer Callejón, dir.), Reformas estatutarias y distribución de competencias, Instituto Andaluz de Administración Pública, Sevilla, 2007, p.536. 20 Cfr. J. MORENO GENÉ, “Ámbitos de aplicación de los convenios colectivos del personal docente e investigador laboral”, en VV.AA. (J. Moreno Gené y L. Fernández Villazón, coords.), La negociación colectiva del personal docente e investigador laboral de las Universidades Públicas, Tirant lo Blanch, Valencia, 2010: “Con toda seguridad, las competencias autonómicas en materia universitaria y, consecuentemente, el importante papel que las comunidades autónomas juegan en la fijación de las condiciones de trabajo del personal docente e investigador laboral de las universidades públicas, han desempeñado un papel decisivo a la hora de determinar el ámbito territorial de los respectivos convenios colectivos de las universidades públicas”. ejecutiva. Corresponde únicamente a la Generalitat el ejercicio de estas potestades y funciones, mediante las cuales puede establecer políticas propias”. Recuérdese así mismo que esta potestad en el campo retributivo alcanza también a los complementos salariales del personal funcionario. Si sólo las Comunidades Autónomas que posean tal competencia pueden entrar en este campo, podrían perder sentido los complementos estatales, puesto que serían susceptibles de interpretarse como una invasión de tal terreno. Desaparecerían así quinquenios y sexenios, con el consiguiente problema derivado de la extinción de los segundos, que más allá de su función remuneradora han ganado hoy en día un papel más determinante en la composición de comisiones de selección del profesorado. Sería necesario, pues, crear algún sistema de articulación, entre las distintas categorías retributivas creadas por las Comunidades Autónomas, su exportabilidad, su equivalencia en términos de formación de tribunales, etc., que sólo puede ser asumido por el Estado en una función directora. El peligro de creación de espacios estancos es evidente, a pesar de la supletoriedad del Derecho estatal frente al autonómico prevista en el artículo 149.3 CE; una vez iniciada la dinámica del café para todos, rara sería la Comunidad Autónoma que aceptara seguir sometida al régimen común 21 . Ahora bien, relativizando la noción de competencia autonómica exclusiva 22 , no sería difícil encontrar un título competencial para que el Estado mantuviera quinquenios y sexenios con carácter general, ya sea en el 149.1.15ª (Fomento y coordinación general de la investigación científica y técnica) o en cualquier otro. En cuanto a los trienios, como propios de todo el empleo público y no únicamente del personal docente e investigador universitario, puede sostenerse que perdurarán en el tiempo. Mayor enjundia incluso puede llegar a tener la competencia compartida en materia de “régimen” del profesorado. El hecho de que la atribución se haya hecho a través de la reforma del Estatuto de Autonomía sobre el título de Universidades y no a través de una de las posibilidades del artículo 150 CE rompe con la línea de pensamiento más clásica 23 , plasmada entre otras en la STC 56/1990 24 . Elimina, así 21 Cfr., para la situación anterior a 2006, C. MOLINA NAVARRETE y A. I. CARO MUÑOZ, “Dos modelos de regulación y un solo destino: la relación laboral de PDI contratado y el servicio público universitario”, en VV.AA. (C. Blasco Delgado, coord.), Estudios sobre régimen jurídico universitario, Universidad de Burgos, Burgos, 2006, p.78: “El elevado margen regulador concedido a las CCAA ha llevado a que ninguna Comunidad Autónoma se privase del regusto de contar con su propia regulación, consiguiendo una posición de agotamiento regulador en materia personal que antes quedaba básicamente agotado en la retribución”. 22 Cfr. F. BALAGUER CALLEJÓN, “Competencias exclusivas”, en VV.AA. (F. Balaguer Callejón, dir.), Reformas estatutarias y distribución de competencias, cit., p.31: “El bloque de constitucionalidad se ha definido de tal manera que la calificación estatutaria de una materia como exclusiva no implica, necesariamente, una exclusión obligada de la actividad estatal (…). Esta situación no parece que vaya a cambar con los nuevos Estatutos (…). Estas previsiones nuevas de los Estatutos no pueden suponer, sin embargo, un obstáculo a la intervención estatal sobre la materia cuando tenga títulos habilitantes para ello. Títulos habilitantes que pueden derivar directamente de la Constitución o de los propios Estatutos, habida cuenta de que se sigue manteniendo en ellos un doble concepto de exclusividad y se definen como exclusivas competencias que no lo son en sentido estricto”. 23 Cfr. E. GARCÍA DE ENTERRÍA, “La significación de las competencias exclusivas del Estado en el sistema autonómico”, Revista Española de Derecho Constitucional, 5, 1982, p.66: “Estas materias «exclusivas» del Estado sólo podrán transferirse o delegarse a las Comunidades Autónomas por virtud de una Ley orgánica unilateral (y, por ende, revocable ad nutum) del Estado, por su «exclusiva» decisión mismo, algunos de los obstáculos de fondo más serios que la doctrina laboralista venía considerando tradicionalmente para la ruptura del monopolio competencial en materia laboral 25 . En cualquier caso, la hipotética aceptación por el Tribunal Constitucional de las disposiciones del artículo 172.2 del Estatuto implica que la anterior teoría sobre la capacidad mínima de actuación autonómica ha quedado superada. No puede defenderse que existiendo una declaración estatutaria válida sobre la existencia de una competencia compartida no haya variado el escenario de reparto de poderes. Cobraría así pleno sentido lo reflejado en la exposición de motivos de la LOU y se iniciaría una dinámica de actuación que debería regirse por los principios de cooperación y de lealtad constitucional. El dilema que se plantea es establecer si la relación se adscribirá a la dinámica “bases-desarrollo” o a la dinámica “legislación-ejecución”. Tradicionalmente, se venía señalando que “la calificación estatutaria de una competencia no es determinante para su encuadre dentro del ámbito de las competencias de ejecución” 26 . Ahora bien, dentro de la línea de garantizar el blindaje competencial de las Comunidades Autónomas, el artículo 111 del Estatuto de Cataluña da una definición muy precisa del significado de competencia compartida. Corresponde a la Comunidad “la potestad legislativa, la potestad reglamentaria y la función ejecutiva, en el marco de las bases que fije el Estado como principios o mínimo común normativo en normas con rango de ley, excepto en los supuestos que se determinen de acuerdo con la Constitución y el presente Estatuto. En el ejercicio de estas competencias, la Generalitat puede establecer políticas propias”. Dejando constancia añadida de que este precepto ha sido impugnado en dos recursos de inconstitucionalidad 27 , en el escenario que se está manejando, de plena organizatoria, como precisa el artículo 150, 2, siendo ya común aceptar que es una vía que no resulta suplible por los Estatutos, que no son decisiones ni unilaterales, ni exclusivas ni libremente revocables”. 24 “Los Estatutos de Autonomía (…) no son instrumentos ni útiles ni constitucionalmente correctos (…) para realizar las trasnferencias o delegaciones de facultades de una materia de titularidad estatal permitidas por el artículo 150.2 de la Constitución”. 25 Entre otros, cfr. L. E. DE LA VILLA GIL y A. DESDENTADO BONETE, “Delimitación de competencias Estado-Comunidades Autónomas en la Constitución Española de 1978 (las relaciones laborales y la Seguridad social), en VV.AA., Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Constitución, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1980, p.428: “Entendemos que la técnica de la ley marco no podrá ser utilizada para atribuir facultades legislativas a las Comunidades Autónomas, a salvo de que se trate de materias laborales no expresamente constitucionalizadas, lo que sólo podría tener lugar, seguramente, respecto de derechos o deberes laborales no contemplados en la Constitución o respecto de los principios rectores que no se positivicen en derechos subjetivos”; M. C. PALOMEQUE LÓPEZ, “El principio constitucional de unidad del orden económico nacional y el reparto de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas en materias de trabajo y seguridad social”, en Derecho del Trabajo y razón crítica, Salamanca, 2004, p.156: “La legislación laboral y la legislación básica y el régimen económico de la seguridad social, en la medida que componen la disciplina necesaria para la ordenación general de los sistemas de relaciones laborales y de seguridad social, deben predicarse uniformemente para todo el Estado, sin que, en consecuencia, puedan ser por naturaleza objeto de transferencia o delegación en bloque en los término del art. 150 CE”. 26 Vid. R. JIMÉNEZ ASENSIO, Las competencias autonómicas de ejecución de la legislación del Estado, Civitas – IVAP, Madrid, 1993, p.257. 27 Según el recurso presentado por los Diputados del Partido Popular, “de ahí que los artículos 110, 111 y 112 del Estatuto sean inconstitucionales, por trascender y no ajustarse su contenido al que el artículo 147.2.d) CE asigna a los Estatutos de Autonomía, y, asimismo, por oponerse a la configuración de las conformidad con la Carta Magna, el artículo 111 es indiscutiblemente el hilo de Ariadna que resuelve, en una primera aproximación, el reparto de poderes: el Estado fija las bases y las Comunidades Autónomas se ocupan de su desarrollo y no de la simple ejecución. Se ha defendido, con todo, una plenitud competencial autonómica, optando por ignorar el modelo de colaboración y posicionándose en una óptica reduccionista que parte, aunque no se exprese abiertamente, de la idea de que Constitución y Estatuto están a la misma altura y no es uno emanación de la otra 28 . Descartando esta interpretación de imposible encaje constitucional, conviene adentrarse en la delimitación entre uno y otro centro de poder. Para comprender el artículo 111 es necesario acercarse a la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, que ha señalado el carácter material de la noción de bases, como denominador normativo común, pero sin alcanzar un grado de desarrollo tal que deje vacías de contenido las competencias autonómicas 29 , doctrina que se mantiene a pesar de las modificaciones estatutarias 30 . En este escenario, la LOU asumiría el papel de legislación básica, siendo obligatoria la existencia de un espacio propio para cada Comunidad Autónoma. La cuestión obvia es qué materias son básicas y cuáles en las propias de cada territorio. La respuesta está en la propia LOU. Habiendo sido concebida la LOMLOU en la misma legislatura e inmediatamente después de la aprobación del Estatuto de Cataluña, parece lógico sostener que ha sido diseñada en unidad de pensamiento con éste. Lo recogido expresamente en la redacción actual de la LOU es la traducción de lo básico en materia de profesorado contratado. De esta manera, serían básicos los tipos de figuras31 y su contenido esencial (i.e., la denominación, la duración y el requisito de acceso), la posibilidad del recurso al competencias del Estado resultante de las previsiones del artículo 149.1 CE”. El recurso presentado por el Defensor del Pueblo tiene una orientación parecida. 28 Pobremente, cfr. E. GRAU I COROMINAS, “Les competències en matèria d’Universitats i en matèria de recerca, desenvolupament i innovació tecnològica a l’Estatut d’Autonomia de Catalunya de 2006”, Coneixement i Societat, 12, 2006, p.114: “Superada per l’EAC aquesta doctrina restrictiva de les competències autonòmiques, caldrà explorar les possibilitats que atorga al legislador català aquesta nova atribució, però si ens atenem a la definició que fa el mateix EAC de les competències compartides, es pot deduir que la Generalitat hauria de poder adoptar, en el marc dels principis bàsics, polítiques pròpies en aquesta matèria (article 111 EAC)”. Muy reveladora la reseña inicial del propio texto: “Això no és estrany si tenim en compte que el sostre competencial de l’Estatut vigent el continua marcant la Constitució espanyola de 1978. Malgrat tot, no hi ha dubte que els nous mecanismes i les noves tècniques que empra l’Estatut posen més difícil la intervenció de l’Estat en els àmbits que l’Estatut reserva a la Generalitat de Catalunya”. 29 Vid., ampliamente documentado, L. ORTEGA ÁLVAREZ, “Competencias compartidas. Bases – desarrollo”, en VV.AA. (F. Balaguer Callejón, dir.), Reformas estatutarias y distribución de competencias, cit., pp.38 y ss. Sobre el desarrollo de esta doctrina tras los nuevos Estatutos, pp.46 y ss. 30 Ibidem, p.48: “De la redaccón final se desprende, de una parte, que las potestades autonómicas de desarrollo quedan sometidas a las bases estatales ya se expresen indicativamente éstas en normas con rango de ley como principios o mínimo común normativo, ya se expresen en todas las otras posibilidades que la Constitución y, por consiguiente, la interpretación dada a la misma hasta ahora por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, ha venido admitiendo”. 31 Cfr. D. CÁMARA DEL PORTILLO et al, “La reforma de la LOU en materia de profesorado”, en VV.AA., VII Seminario sobre aspectos jurídicos de la gestión universitaria, Universidad de Burgos, 2007, p.473: “El borrador MEC de 2005 suprimía las figuras de profesor colaborador (…) y profesor contrato de interinidad y al de obra o servicio determinado en determinados supuestos y los porcentajes máximos de personal contratado 32 . La creación de nuevas figuras, la modificación de la temporalidad, el establecimiento de plazos diferentes o similares acciones estarían fuera del alcance, pues, de todo lo que no fuera legislación estatal. Quedaría para la Comunidad Autónoma un amplio campo de delimitación de aspectos particulares del estatuto de este personal, como son los procedimientos concretos de acceso, el tiempo de trabajo, el régimen disciplinario, formación y promoción profesional, procedimientos intrautonómicos e intrauniversitarios de movilidad geográfica, medidas específicas de conciliación, seguridad y salud laboral, mecanismos de representación y participación del personal… Ante el silencio de la LOU, podría discutirse incluso si las legislaciones autónomicas tendrían terreno abierto para su creatividad en el campo de la extinción del contrato de estos profesores, estableciendo reválidas al modo de los médicos internos residentes. Concluyendo, no deja de resultar irónico y casi surrealista que, en una práctica estatutaria diseñada para limitar la intervención del Estado a través de sus competencias transversales 33 , la actividad autonómica sobre los profesores contratados vaya a derivarse de una competencia que responde a esa descripción. Adoptando una posición estricta, es difícil justificar por qué de la competencia en materia de Universidades (que, en puridad, no existe, sino que es un ramal desgajado de la sí constitucionalmente presente Enseñanza), se va a derivar una capacidad para regular el trabajo que tiene lugar en ese sector de actividad, lo que no sucede en ningún otro ámbito del ordenamiento. Podría sostenerse que se trata de puro decisionismo 34 . 4. Autonomía universitaria y autonomía colectiva contratado doctor (…). En su lugar, facultaba a las Comunidades Autónomas para regular otras figuras de personal docente e investigador con carácter permanente o temporal, cuya denominación no podrá coincidir con [las recogidas en la LOU (…), que eran las únicas categorías que a tenor del citado Borrador de 2005 iban a permanecer reguladas con carácter estatal o nacional”. Es fácil interpretar la desaparición de esta proyectada flexibilidad como una voluntad del legislador de cerrar el panorama de figuras contractuales. 32 Cfr. A. BAYLOS GRAU, “El personal docente e investigador contratado en régimen laboral”, cit., p.476: “Se recupera en la LOU la función directiva de la norma estatal en el diseño de las modalidades de contratación laboral que pueden realizarse para el sector del PDI. Las normas autonómicas y la negociación colectiva no pueden por consiguiente escapar de esta precisión legal. Cabe desde luego que se precise y desarrolle sus orientaciones, pero no puede alterarse el contenido y las funciones definidas en la LOU ni tampoco crear nuevas formas de inserción diferentes a las que señala dicha norma”. 33 Cfr. L. ORTEGA ÁLVAREZ, “Competencias compartidas. Bases – desarrollo”, cit., p.50: “Probablemente, en algunas Comunidades Autónomas se seguirá la práctica de estos últimos 25 años, de partir del hecho de que los únicos ámbitos competenciales discutibles son los estatales, sin hacer una reflexión sobre el propio ejercicio de sus competencias y de su posible flexibilización colaborativa tanto con el Estado como con los entes locales (…). De ahí que el peligro de esta reforma estriba en un nuevo alejamiento del deseable equilibrio que sólo puede lograrse desde una posición de federalismo cooperativo al que le es indisociable una permanente función de articulación nacional ejercido desde la instancia estatal, más aún en un continuo proceso de integración comunitaria”. 34 Cfr. R. ARON, Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial (trad. de A. Valiente), Seix Barral, Barcelona, 1965, p.28: “Lo esencial es comprender que la ciencia jamás puede indicar cuáles son deben ser las decisiones políticas, dado que cada una de ellas comporta un coste (…). En este sentido, tenía razón Max Weber cuando decía que existe una diferencia de naturaleza entre las decisiones políticas que comportan un engagement más allá de la ciencia, y de la ciencia misma”. Se detendrá ahora la atención brevemente en las dos potestades normativas inferiores a las expuestas, la autonomía universitaria y la autonomía colectiva. Es obvio que ambas se solapan con la descrita para las Comunidades Autónomas, e incluso con lo dispuesto para el Estado. No ha de olvidarse, en cualquier caso, que el Tribunal Constitucional ha señalado que “la competencia de las Universidades para elaborar sus propios Estatutos y demás normas de funcionamiento interno es, sin duda, una garantía de la autonomía universitaria pero ello no supone que pueda desorbitarse esa competencia del ámbito del funcionamiento interno que le es propio hasta el extremo de configurarla como una facultad tan absoluta que venga a constituir un obstáculo inseparable al ejercicio de las competencias [del Estado o de las Comunidades Autónomas” (STC 106/1990). Parece claro que, retomando la terminología autonómica, poco espacio le queda a cada Universidad en lo aquí discutido más que para la ejecución y el desarrollo de lo legislado por Estado y Comunidad Autónoma 35 . En cuanto a la segunda, desborda el espacio de este trabajo y ha sido objeto de meticulosos análisis recientes, por lo que carece de sentido extenderse aquí, remitiendo al lector a tan completos y exhaustivos trabajos 36 . Quede simplemente constancia de que, a la manera de la negociación colectiva ordinaria, la capacidad de las partes queda aquí limitada por la normativa de rango superior, salvo que ésta permita derogaciones expresas 37 . En el escenario descrito, parece claro que la competición se entablará entre negociación colectiva y normativa autonómica 38 , en el considerable ámbito señalado anteriormente. 5. Estrambote: sobre la dudosa concordancia de la figura de Ayudante Doctor con la normativa de la Unión Europea La pluralidad de fuentes en la materia universitaria no podría quedar completa sin una referencia al Derecho de la Unión Europea. Ciertamente, la organización internacional carece de competencia alguna en materia de Universidades y toda su acción se ha desarrollado a través de mecanismos similares al método abierto de coordinación. 35 Con carácter general, vid. I. TORRES MURO, La autonomía universitaria, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2005, pp.137 y ss. 36 Vid. VV.AA. (A. M. Romero Burrillo y J. Moreno Gené, coords.), El personal docente e investigador laboral de las universidades públicas: aspectos legales y negociación colectiva, Editorial Bomarzo, Albacete, 2010; y VV.AA. (J. Moreno Gené y L. Fernández Villazón, coords.), La negociación colectiva del personal docente e investigador laboral de las Universidades Públicas, cit. 37 Carecen de validez, pues, aberraciones como los Profesores contratados doctores sometidos a un delirante pseudo-periodo de prueba de 3 años que brotaron en alguna Comunidad Autónoma. 38 Cfr. A. BAYLOS GRAU, “El personal docente e investigador contratado en régimen laboral”, cit., pp.473-4: “La regulación en las CCAA del régimen de este personal docente e investigador contratado ha resultado muy extensa y compacta y por consiguiente alienta el posible conflicto, ya señalado, entre la autonomía territorial, autonomía universitaria y autonomía colectiva. Desde este punto de vista, por tanto, parecería que los gobiernos de las Comunidades Autónomas han querido asegurarse la primacía política en la determinación de las formas de empleo del PDI y en los requisitos de acceso a las mismas, antes que estos puntos se determinaran a través de la negociación colectiva. Este hecho ha llevado a alguna parte de la doctrina a que se ha ocupado del tema a manifestar su discordancia con una tendencia a apartar el proceso de regulación de estas cuestiones centrales para las condiciones de trabajo y empleo del profesorado contratado de las universidades del juego de la autonomía colectiva”. Pero en línea con lo aquí expuesto, las competencias en materia de contrato y condiciones de trabajo sí son relevantes. Nadie puede negar que la actividad del profesorado contratado encaja en la caracterización de “una relación laboral en la que la persona realice, durante un cierto tiempo, en favor de otra, y bajo la dirección de ésta, ciertas prestaciones, por las cuales percibe una remuneración, cualquiera que sea el campo en el que se desarrolla, siendo irrelevante el importe del salario y el carácter a tiempo parcial o intermitente de la actividad, en tanto se trate de actividades reales y efectivas” 39 . Siendo, de esta manera, el profesor un trabajador como otro cualquiera, le resulta aplicable el acervo de la Unión en materia de contratos de trabajo, y con especial relevancia la Directiva 1999/70/CE, sobre trabajos de duración determinada. En el considerando 7º de la Exposición de motivos del Acuerdo de los agentes sociales que incorporó, se puede leer que “la utilización de contratos de trabajo de duración determinada basados en razones objetivas es una forma de evitar abusos”. Con aún mayor relevancia, debe traerse a la luz la doctrina del Tribunal de Justicia interpretando esta Directiva. La sentencia Adeneler 40 estableció sin lugar para duda alguna que la Directiva era plenamente aplicable a los contratos en el sector público, al señalar que no contiene “indicación alguna de la que pueda deducirse que su ámbito de aplicación se limita exclusivamente a los contratos de duración determinada celebrados por los trabajadores con empresarios del sector privado”. Esta misma sentencia estableció, por añadidura, recalcando lo antes citado, que “aceptar que una disposición nacional pueda justificar, de pleno derecho y sin mayores precisiones, la utilización sucesiva de contratos de trabajo de duración determinada equivaldría a ignorar voluntariamente la finalidad del Acuerdo marco, que consiste en proteger a los trabajadores contra la inestabilidad en el empleo, y a vaciar de contenido el principio que establece que los contratos de trabajo de duración indefinida constituyen la forma general de relación laboral”. La consecuencia que de ello puede extraerse fácilmente es que es necesaria una causa objetiva para justificar la existencia de un contrato laboral. Sométase, pues, la figura del profesor Ayudante Doctor a este juicio. ¿Qué causa lo justifica? Ciertamente, podría alegarse que la propia Directiva prevé que no se aplique a “relaciones de formación profesional inicial y de aprendizaje”. Examinando el panorama universitario español, sin embargo, esta caracterización encajaría únicamente en el perfil del profesor Ayudante, que se encuentra en esa etapa inicial, paralela a los contratos formativos que recoge la legislación laboral ordinaria. Sostener que el Ayudante Doctor, que ha alcanzado el grado formativo máximo y ha superado una evaluación por parte de una Agencia estatal o autonómica, es una figura de iniciación parece un contrasentido con la descripción de sus funciones en el artículo 50 LOU: “la finalidad del contrato será la de desarrollar tareas docentes y de investigación”. Es la misma caracterización que la tarea del profesor Contratado Doctor, omitiendo la plena capacidad de éste. 39 Vid. C. SÁNCHEZ-RODAS NAVARRO, “El concepto de trabajador por cuenta ajena en el Derecho español y en el Derecho comunitario”, RMTAS, 37, 2002, p.55. 40 STJCE de 4 de julio de 2007, Adeneler, asunto C-212/04.