Fundamentos hermenéuticos de la ética de Paul Ricoeur The hermeneutical basis of Paul Ricoeur’s ethics Resumen El lugar filosófico de lo justo en Paul Ricoeur se encuentra en la intersección de los dos ejes que conforman la “Pequeña Ética” inaugurada en Soi même comme un autre (1990): el “eje horizontal”, relativo a la constitución dialógica del sí mismo (ipseidad) frente a la mismidad; y el “eje vertical”, referente a la constitución jerárquica de los predicados que califican la acción humana en términos de moralidad. También el tratamiento de lo justo nos muestra la vecindad de la ética y la hermenéutica del sí mismo. El tiempo de la hermenéutica discursiva termina en Paul Ricoeur en el mismo momento en el que comienza la preocupación por los temas relativos a la filosofía práctica: la justicia, la memoria y el olvido, el reconocimiento, etc. Pero la hermenéutica está presente, como mostramos en el presente artículo, en la fundamentación de esa filosofía práctica que surge a partir del año 1990. Palabras clave hermenéutica; ética; justicia; hermenéutica de sí; hermenéutica de la acción. Abstract The philosophical place given to justice by Paul Ricoeur is at the intersection of the two axes that form the “Little Ethics” inaugurated in Oneself as another (1990): the “horizontal axis” concerning the dialogical construction of oneself (selfhood) in report to sameness, and the “vertical axis” relating to the hierarchical constitution of predicates that describe human action in terms of morality. The treatment of justice also shows the vicinity between ethics and the hermeneutics of the self. Discursive hermeneutics comes to an end in Paul Ricoeur’s thought just when he starts worrying about issues related to practical Philosophy: justice, memory and oblivion, acknowledgement, etc. But hermeneutics is present, as shown in this paper, in the grounds of this practical philosophy that emerges in 1990. Keywords hermeneutics; ethics; justice; hermeneutics of self; hermeneutics of action. Todo era más fácil cuando la hermenéutica era una techné, un ars interpretandi que se ocupaba de la correcta interpretación de un texto, fuese éste literario, jurídico, sacro o filosófico. Cada autor podría tener mayor o menor acierto en la interpretación realizada, e incluso en la adopción de las reglas y métodos técnicos Marcelino Agís Villaverde Universidad de Santiago de Compostela (USC - España) [email protected] que le servían de apoyatura, pero la hermenéutica no era más que una disciplina auxiliar, ancilla philosophiae en nuestro caso, aplicada a esa tecnología punta que es la escritura. La praxis hermenéutica podría ser mejor o peor, buena o mala, pero ambos calificativos no afectaban al plano moral sino únicamente al plano técnico-gramatical de una actividad que andando el tiempo se hermanaría con otras ciencias del lenguaje. El problema hermenéutico [tal como nos recuerda Ricoeur en el primer ensayo de su célebre Conflicto de las Interpretaciones titulado “Existencia y hermenéutica”] se sitúa primeramente en los límites de la exégesis, es decir, en el marco de una disciplina que se propone comprender un texto. (RICOEUR, 1969, p. 7). Queremos comprender y para ello necesitamos conocer el significando del texto, la intención del autor y cerrar todos aquellos aspectos inherentes al carácter abierto de la obra. Todo va a cambiar a partir del siglo XX cuando filósofos como Martin Heidegger se percatan de que la interpretación tiene una dimensión existencial que coimplica al autor y al intérprete en el acto comprensivo. Nadie como Gadamer ha acertado a resumir esta nueva dimensión existencial que posee la hermenéutica heideggeriana. La analítica temporal del estar ahí humano en Heidegger [escribió Gadamer en el Prólogo a la segunda edición de Verdad y Método] ha mostrado en mi opinión de una manera convincente, que la comprensión no es uno de los modos de comportamiento del sujeto, sino el modo de ser del propio estar ahí. (GADAMER, 1988, p. 12). No sólo comprendemos sino que la comprensibilidad es una parte sustancial de nuestro ser y, por ello, al comprender nos com- 46 prendemos. “Comprender es comprenderse delante de un texto”, escribirá Ricoeur confirmando la sospecha de que en ese trabajo técnico de interpretar no sólo conquistamos un significado sino un sentido que nos afecta existencialmente. Un descubrimiento que Ricoeur realiza en la misma década prodigiosa de los años sesenta en la que Gadamer había publicado su Verdad y Método, con la clara conciencia de sentar los fundamentos de una hermenéutica que pudiésemos considerar filosófica en sentido pleno. El trabajo mismo de la interpretación revela un diseño profundo: el de vencer una distancia, un alejamiento cultural, de igualar el lector a un texto que ha devenido extraño, y así incorporar su sentido a la comprensión presente que un hombre puede tener de sí mismo. (RICOEUR, 1969, p. 8). La hermenéutica, como muy certeramente nos advierte Ricoeur, no atañe únicamente al problema técnico de la interpretación, perfeccionado a lo largo de muchos siglos en la filosofía occidental, sino al problema, más amplio y ambicioso desde el punto de vista filosófico, de la comprensión. En un primer momento, Ricoeur dirá que tal es la primera y más originaria relación entre el concepto de interpretación y el de comprensión: comunica los problemas técnicos de la exégesis textual con los problemas más generales de la significación y del lenguaje (RICOEUR, 1969, p. 8). La experiencia demostraría a Ricoeur que se quedaba corto en esta apreciación, pues la profundización en el lenguaje traería consigo un desplazamiento de la hermenéutica hacia el corazón de la filosofía en tres ámbitos fundamentales: el gnoseológico, pues buscábamos razonablemente hallar la verdad y no solo el significado al interpretar un texto; Impulso, Piracicaba • 24(59), 45-50, jan.-abr. 2014 • ISSN Impresso: 0103-7676 • ISSN Eletrônico: 2236-9767 DOI: http://dx.doi.org/10.15600/2236-9767/impulso.v24n59p45-50 el ontológico, en segundo lugar, pues apetecíamos descubrir el sentido del ser a través del lenguaje, siguiendo la propuesta del segundo Heidegger de que “el lenguaje es la morada del ser” (HEIDEGGER, 1975, p. 29); y, en tercer lugar, la dimensión existencial ya que al comprender ampliábamos notablemente nuestro autoconocimiento, nuestra autocomprensión. Efectivamente, el lenguaje resultó ser una sorprendente caja de Pandora de donde surgía como por arte de magia nuestro conocimiento del mundo, del otro y de nosotros mismos. Y no solo eso pues los filósofos analíticos y a su zaga los filósofos del lenguaje anglosajones habían descubierto en sus análisis del lenguaje ordinario que éste implicaba de forma directa o indirecta, según los casos, la intervención sobre el mundo o incluso la realización de una acción a partir de la formulación de un enunciado. El ejemplo que Ricoeur tomó como prototipo de esta dimensión lingüística de la acción humana fue el defendido por John L. Austin en su conocido ensayo How to do thing with words? (¿Cómo hacer cosas con palabras?), publicado póstumamente en 1962. Austin ponía en solfa la consideración general de que a través del lenguaje expresábamos únicamente hechos o estados de cosas. Al presentar su teoría de los actos de habla defendió de manera convincente, a través de ejemplos (“te apuesto tres peniques a que mañana lloverá”, etc.), que determinados enunciados implicaban la realización de una acción: con el lenguaje realizábamos acciones. En realidad, la cosa era bastante más compleja y sutil, como Ricoeur demostraría al hablarnos del discurso de la acción, pues ésta, lo mismo que un texto, puede materializarse a través de un elemento externo, a través de un discurso; dando lugar a un conjunto de efectos; y puede ser interpretada por un número indeterminado de espectadores, o lectores, si quedaba fijada a través de la escritura. Esto dio pie a Ricoeur a construir una teoría de la acción en paralelo al discurso textual y al discurso histórico (RICOEUR, 1986, p. 161 ss; AGÍS, 2012, p. 161 ss.). La dimensión discursiva de la acción trae consigo la existencia de un sujeto de la acci- ón que es también responsable de las consecuencias que la acción desencadena. Este recorrido sintetizado aquí en unos breves párrafos, en los que la hermenéutica practicada y defendida por Ricoeur entronca con la ética, supuso un recorrido de 30 años. Los que van desde la publicación del segundo volumen de su Filosofía de la voluntad, y en particular de la parte bautizada como Finitud y culpabilidad, que concluye con un alegato en favor de una hermenéutica primaria para desvelar el mensaje simbólico titulado “Le symbole donne à penser” (1960), hasta la publicación de Soi-même comme un autre (1990). Esta obra, como he defendido en otras ocasiones, es la transición entre la etapa hermenéutica y la etapa ética. Si bien el discurso ético en Ricoeur implica también una hermenéutica del sujeto, en relación consigo mismo, con el otro y con el mundo. Se aprecia en los temas que desarrolla y en la propia terminología que emplea en las obras de esta última etapa. Paul Ricoeur continúa hablando de hermenéutica pero no ya de la hermenéutica simbólica, textual, metafórica, etc., sino de la “hermenéutica del sí mismo” (herméneutique du soi). Se trata de una hermenéutica del sujeto que supera las antinomias de lo que él llama las “filosofías del sujeto”, del sujeto ensalzado y el sujeto humillado, del cogito y del anti-cogito. La diferencia es apreciable, pues, como nos recuerda el autor, “decir sí no es decir yo. El yo se pone, o es depuesto. El sí está implicado de modo reflexivo en operaciones cuyo análisis precede al retorno hacia sí mismo” (RICOEUR, 1990, p. 30), Para a continuación informar que “sobre esta dialéctica del análisis y de la reflexión se injerta la del ipse y la del idem”. A partir de ahora la hermenéutica de sí ocupa un nuevo lugar epistémico e incluso ontológico, tal como defiende en el estudio décimo de Soi-même comme un autre titulado de forma significativa “¿Hacia qué ontología?”. El hilo conductor de esta hermenéutica del sí mismo que entronca con la ética es la cuestión ¿quién?, formulada a través de cuatro subconjuntos que se corresponden a cuatro maneras de interrogar: ¿Quién habla? (el sujeto del dis- Impulso, Piracicaba • 24(59), 45-50, jan.-abr. 2014 • ISSN Impresso: 0103-7676 • ISSN Eletrônico: 2236-9767 DOI: http://dx.doi.org/10.15600/2236-9767/impulso.v24n59p45-50 47 curso); ¿quién actúa? (el sujeto de la acción), ¿quién narra? (el sujeto del relato), y ¿quién es el sujeto moral de imputación? (el sujeto moral) (Cf. RICOEUR, 1990, p. 29). No voy a repetir lo desarrollado por Ricoeur en esta obra porque ha sido ampliamente estudiado, pero sí quisiera poner el acento en el hecho de que cada una de estas preguntas envuelve una perspectiva filosófica muy particular que nos va llevando hacia el corazón de la filosofía práctica que presidirá sus últimas obras. En el primer caso, al afrontar la pregunta ¿Quién habla?, la hermenéutica pasa por el rodeo de la filosofía analítica para establecer de manera clara dos cuestiones gemelas: “¿de quién hablamos cuando designamos según el modo referencial a la persona como distinta de las cosas? Y ¿quién habla designándose a sí mismo como locutor (que dirige la palabra a un interlocutor)?” (RICOEUR, 1990, p. 29). En el segundo caso, ¿quién actúa?, nos encontramos con una sana competencia entre la hermenéutica y la filosofía analítica porque, en realidad, como ya me he anticipado a decir, en la filosofía de la acción de tradición analítica que Ricoeur revisa e incorpora a sus planteamientos, las preguntas ¿quién habla? y ¿quién actúa? están íntimamente relacionadas. En el tercer caso, ¿quién narra?, descubrimos dimensiones insospechadas de la narración como artífice de la propia identidad personal del sujeto que narra y que se narra a sí mismo. Ricoeur c y enriquece un tema que ya había sido esbozado en el tercer volumen de Temps et récit (Tiempo y narración en la traducción española) vinculando la identidad personal con la identidad narrativa, probablemente uno de los aspectos más sugerentes. Por otra parte, nos dice el autor, “la acción narrada comenzará a igualarse con el concepto de hombre que actúa y que sufre”. Lo que de nuevo vuelve a trasladar el campo de análisis desde la hermenéutica hasta la ética. En el cuarto y último caso, ¿quién es el sujeto moral de imputación?, entramos de lleno en el ámbito de lo que Ricoeur bautizará, con una gran dosis de humildad intelectual, como la Pequeña ética (La petite éthique, desarrolla- 48 da en los estudios siete, ocho y nueve de Soi même comme un autre) pues analiza “las determinaciones éticas y morales de la acción, relacionadas, respectivamente, con las categorías de lo bueno y de lo obligatorio. Así, se esclarecerán las dimensiones éticas y morales de un sujeto a quien puede imputarse la acción, buena o no, hecha por deber o no” (RICOEUR, 1990, p. 30). La dialéctica entre el sí mismo y el otro, presente en el título de la obra, aunque no ha estado ausente de ninguna de las tres cuestiones precedentes, encontrará su pleno desarrollo en las reflexiones que caen bajo el signo de la ética y la moral, dando lugar al advenimiento de temas de largo recorrido en la historia de la filosofía a los que Ricoeur dotará de un tratamiento singular: la autonomía de sí unida a la solicitud por el prójimo y a la justicia. Dos aspectos sustanciales de lo que denomina la “intencionalidad ética”: “intencionalidad de la ‘vida buena’ con y para otros en instituciones justas” (RICOEUR, 1990, p. 202). El lugar filosófico de lo justo, según afirma Ricoeur en su libro Le Juste de 1995, completado después con la publicación de Le Juste II (2001), se encuentra en la intersección de los dos ejes que conforman la pequeña ética inaugurada en Soi-même comme un autre (Estudios 7, 8 y 9): el “eje horizontal”, relativo a la constitución dialógica del sí mismo, esto es, de la ipseidad frente a la mismidad; y el eje vertical, referente a la constitución jerárquica de los predicados que califican la acción humana en términos de moralidad (RICOEUR, 1995, p. 13-14). También en este caso, el tratamiento de lo justo nos muestra la vecindad de la ética y la hermenéutica del sí mismo. Un aspecto que he tratado con cierta amplitud en mi reciente libro Conocimiento y razón práctica (AGÍS, 2012, p. 183-200), realizando incluso una presentación esquemática de este paralelismo. Sin embargo, una cosa queda clara para mí: el tiempo de la hermenéutica discursiva, el tiempo de ese largo rodeo para saber del hombre a través de su discurso termina en el mismo momento en el que comienza la preocupación por los temas relativos a lo que yo he llamado la filosofía práctica que arranca Impulso, Piracicaba • 24(59), 45-50, jan.-abr. 2014 • ISSN Impresso: 0103-7676 • ISSN Eletrônico: 2236-9767 DOI: http://dx.doi.org/10.15600/2236-9767/impulso.v24n59p45-50 con Soi-même comme un autre: la justicia, la memoria y el olvido, el reconocimiento, etc. ¿Por qué después de treinta años de un fructífero trabajo en el ámbito de la teoría hermenéutica, Ricoeur desplaza su interés filosófico hacia la ética o, en general, hacia los temas inherentes a la filosofía práctica? Él nos había explicado en el Conflicto de las interpretaciones que, frente a la vía corta de Heidegger para llegar al ser, su hermenéutica era una vía larga. Y fiel a esta posición filosófica en las tres décadas que van de 1960 a 1990 nos legó un conjunto de publicaciones que hoy son consideradas obras clásicas de la hermenéutica del siglo XX: La symbolique du mal y Finitude et culpabilité (1960), De l’interprétation. Essai sur Freud (1965), Le conflit des interprétations. Essais d’herméneutique (1969), La métaphore vive (1975) o los tres volúmenes de Temps et récit (1983-1985), que junto con el segundo volumen de sus Ensayos de hermenéutica, titulados Du texte à l’action (1986), conforman una enciclopedia del saber filosófico y la fidelidad a la promesa de perseverar en una vía larga para adentrarse en el discurso humano, en un intento de desvelar su sentido, difícil de reconstruir de otra manera. Ahora bien, esta vía larga de la hermenéutica para llegar a lo que Ricoeur llamó en varias ocasiones el “discurso humano” resultó inabarcable y una vez recorrido un buen trecho del camino y demostrada su efectividad, Ricoeur deja el testigo para que otros continúen y prolonguen esta senda. Un camino que lejos de ser un viaje hacia ninguna parte nos acerca de manera tangible hacia el conocimiento del hombre y de su mundo. Pero hay, desde luego, otros caminos para intentar dar una respuesta práctica a los problemas del hombre. Entre ellos la ética, preocupada desde antiguo en descubrir la senda que conduce a ese desiderátum abstracto que llamamos la felicidad, ideal substituido, como hemos visto, por lo que Ricoeur denomina la conquista de una “vida buena, con y para con otros en instituciones justas”. La teoría y la práctica hermenéutica es un trabajo en paralelo con el de la “razón práctica”, al que Ricoeur no quiso substraerse. De este modo, según confiesa el autor en un breve ensayo titulado precisamente “Razón práctica”, “si la razón práctica es el conjunto de medidas tomadas para preservar o para instaurar la dialéctica de la libertad y de las instituciones, la razón práctica encuentra una función crítica al perder su pretensión teórica de ser un saber” (RICOEUR, 1986, p. 238). Este momento crítico de la razón práctica caracterizó, en opinión de Ricoeur, la aportación de la crítica de ideologías desarrollada por Habermas y otros autores de la Escuela de Fráncfort, bautizada por Horkheimer justamente como teoría crítica. “Al liberarse de los límites de la sola comprensión del discurso por el discurso, la crítica de las ideologías se vuelve capaz de aprehender otra función de las ideologías” (RICOEUR, 1986, p. 238). Un aspecto que Ricoeur valora y hasta cierto punto asume en su propio viraje desde la hermenéutica hacia la filosofía práctica pues solo “la razón práctica puede pasar del saber a la crítica” (RICOEUR, 1986, p. 239), para lo cual conviene “hablar menos de crítica de la razón práctica que de razón práctica como crítica”. Y, por supuesto, evitar que la crítica vuelva a erigirse en un saber, perdido en la historia interminable de una vía larga en la que los problemas del hombre queden siempre un poco más allá de donde nos encontramos. Todo hubiera sido desde luego más sencillo si la hermenéutica del siglo XX se hubiera desarrollado dentro de los límites de una ciencia del lenguaje, auxiliar de la filosofía, destinada a la correcta interpretación de los textos. Pero no fue así. La hermenéutica fue una vía eficaz para las filosofías con ambición de alcanzar el conocimiento y el sentido del ser a través del lenguaje. Y también para la ética, cuyo punto de partida es la realización de una hermenéutica del sujeto y cuyo punto de llegada es la conquista de una vida realizada, acaso también de una vida feliz. No sé si es fácil o incluso si vale la pena establecer donde termina la hermenéutica y dónde comienza la ética en Paul Ricoeur. Quizás lo más justo sería hablar de una cierta intersección de discursos entre la hermenéutica y la ética: una hermenéutica profundamente ética y una ética profundamente hermenéutica. Impulso, Piracicaba • 24(59), 45-50, jan.-abr. 2014 • ISSN Impresso: 0103-7676 • ISSN Eletrônico: 2236-9767 DOI: http://dx.doi.org/10.15600/2236-9767/impulso.v24n59p45-50 49 Referencias AGÍS VILLAVERDE, M. Conocimiento y razón práctica. Un recorrido por la filosofía de Paul Ricoeur. Madrid: Fundación/Mounier, 2012. GADAMER, H. G. Verdad y método. Fundamento de una hermenéutica filosófica. Salamanca: Sígueme, 1988. HEIDEGGER, M. Brief über dem humanismus. 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Prof. Visitante de la Universidad de Perugia (Italia, 1995). Prof. Visitante Universidade Presbiteriana Mackenzie (Sâo Paulo, 2005). Prof. Invitado en la Technische Universität Berlin, Coimbra, Oporto, en el Instituto Superior de Psicología Aplicada de Lisboa, Universidade do Minho (Braga), Universidad de Tenri (Japón), Universidade de Sâo Paulo, Univ. di Roma III,.Istituto Italiano per gli Studi Filosofici (Nápoles). Profesor Titular de Filosofía desde 1996 en la Facultad de Filosofía de la USC. Vicerrector de Tercer Ciclo y Extensión Docente desde junio de 2002 hasta marzo de 2006. (http://www.usc.es/posgrao/posteoria/ profesorado/agis/agis.html) Recebido: 13/11/2013 Aprovado: 06/02/2014 50 Impulso, Piracicaba • 24(59), 45-50, jan.-abr. 2014 • ISSN Impresso: 0103-7676 • ISSN Eletrônico: 2236-9767 DOI: http://dx.doi.org/10.15600/2236-9767/impulso.v24n59p45-50