Nacido el 4 octubre de 1931, en Nueva York, Richard Mckay Rorty es llamado el renovador de la filosofía estadounidense dentro de la corriente del neopragmatismo, en la que emprendió un revolucionario trabajo que insta a los filósofos a abandonar la búsqueda de verdades absolutas. Apegado a los problemas concretos y diarios de nuestra sociedad, efectuó una crítica moderna a la metafísica y sostuvo que las ideas (la teoría) deben estar siempre al servicio de la acción (lo concreto), y no a la inversa. No obstante sus grandes aportaciones en el campo de la filosofía, Rorty consideraba que esta disciplina no puede ni debe ser una actividad primaria y exclusiva, e incluso desacralizó el lenguaje de la misma al considerarlo "un lenguaje más", homologándolo con la literatura. De allí que se asumiera en primer lugar como profesor de literatura que tenía a la filosofía como segunda actividad. La filiación política de Rorty, hijo de militantes trotskistas, estuvo del lado del pensamiento crítico y progresista, lo cual se plasmó en varios escritos sobre cómo acortar la brecha de ingresos, reducir la pobreza y luchar contra las injusticias sociales. Entre sus libros clásicos se encuentranContingencia, ironía y solidaridad, en el que el pensador analizó la autodeterminación del individuo y la posibilidad de implementar una sociedad basada en la equidad, y La filosofía y el espejo de la naturaleza. Rorty asistió a la Universidad de Yale. Pasó el inicio de su carrera tratando de conciliar sus creencias e intereses personales con la búsqueda platónica de la verdad. En su disertación doctoral, The concept of Potentiality y en su primer libro (como editor), The Linguistic Turn (1967), prevalecía el modo analítico. Sin embargo, gradualmente se puso al tanto con el movimiento filosófico estadounidense conocido como pragmatismo, particularmente con los escritos de John Dewey, al igual que con el notable trabajo hecho por filósofos postanalíticos como W.V.O. Quine y Wilfrid Sellars, quienes produjeron un cambio en su pensamiento. Los pragmáticos generalmente sostienen que la importancia de una idea debe ser medida por su utilidad o eficacia para lidiar con un problema dado. Esta noción se remite, especialmente, a William James, quien, en su libro Pragmatismo, estableció que las ideas deben ser consideradas no cómo válidas en sí mismas sino como "guías para la acción". La postura de William James significó un gran cambio dentro del pensamiento occidental. Su premisa fundamental es el "integralismo". James afirmó (hacia 1906) que la filosofía occidental no había hecho sino vivir yendo de un extremo a otro en el entendimiento de la existencia: de Parménides (como algo siempre estático) a Heráclito (como algo siempre cambiante), de Aristóteles (con su insistencia en lo material como criterio de verdad) a Platón (con su insistencia en las ideas como parámetro de lo cierto), de Hegel (con su idealismo) a Comte (con su materialismo). Y así sin jamás lograr una concepción mesurada de la existencia, donde lo cambiante y lo estable, lo material y lo abstracto, armonizaran. Las críticas de Rorty se centraron en cuestionar la filosofía basada en la metafísica que parece obsesionada con ponerse en un lugar privilegiado desde el cual someter y limitar toda la realidad bajo el juicio soberano de una razón omnipotente (crítica que inauguró con su best seller de 1979 La filosofía y el espejo de la naturaleza). Ese modo de hacer filosofía es el que para Rorty termina divorciándose de la realidad y es el que, finalmente, genera una filosofía que sólo habla de sí misma y que gira sobre sí misma en una especie demetalenguaje. Rorty aclaró que el problema lo tienen incluso aquellos que quieren escapar a la metafísica (como Derrida) y que asumen esta tarea con un dramatismo innecesario. "Derrida habla como si este elegante dilema de manual fuese real", como si este problema estuviera "haciendo la vida imposible no sólo a los ingeniosos aficionados a los juegos de palabras como él, sino al conjunto de la sociedadLas críticas de Rorty se centraron en cuestionar la filosofía basada en la metafísica que parece obsesionada con ponerse en un lugar privilegiado desde el cual someter y limitar toda la realidad bajo el juicio soberano de una razón omnipotente (crítica que inauguró con su best seller de 1979 La filosofía y el espejo de la naturaleza). Ese modo de hacer filosofía es el que para Rorty termina divorciándose de la realidad y es el que, finalmente, genera una filosofía que sólo habla de sí misma y que gira sobre sí misma en una especie demetalenguaje. Rorty aclaró que el problema lo tienen incluso aquellos que quieren escapar a la metafísica (como Derrida) y que asumen esta tarea con un dramatismo innecesario. "Derrida habla como si este elegante dilema de manual fuese real", como si este problema estuviera "haciendo la vida imposible no sólo a los ingeniosos aficionados a los juegos de palabras como él, sino al conjunto de la sociedad Filosofía literaria Así aparece el lado más irónico de Rorty cuando desacraliza el lenguaje de la filosofía y lo empieza a considerar como un lenguaje más, incluso homologándolo con la literatura. Por ejemplo, Rorty planteó que, en vez de pensar un tratado sistemático sobre la moral, en la propia literatura ya es posible encontrar fuentes que sirven para inspirar moralmente. Para ello tomó como modelo a escritores como Henry James, Marcel Proust y el poeta americano Walt Whitman (no por nada Rorty tenía una cátedra de literatura en Stanford). Pero estos temas literarios también tienen que ver con la fuente de la cual se nutre Rorty: el filósofo Ludwig Wittgenstein. Sin él, no podría haber dicho frases como la siguiente: "La física y metafísica que han sido importantes y revolucionarias han sido siempre 'literarias' en el sentido de que han abordado el problema de introducir una nueva jerga y han dejado de lado los 'juegos de lenguaje' vigentes" (Essays on Heidegger and others: philosophical papers, 1991, página 99) Para Rorty, la expresión 'juegos de lenguaje' le permite hacer comprender que la filosofía de corte metafísico (la que estudia las grandes preguntas que buscan distinguir y zanjar lo verdadero de lo aparente) está destinada al fracaso por culpa de interrogantes e intenciones que no conducen a nada. Finalmente, para Rorty y para Wittgenstein, los humanos simplemente nos movemos en el lenguaje y en las prácticas sociales que lo generan: Preguntarse por los límites o si existe una entidad fuera del tiempo que sostiene y le da sentido a esos 'juegos de lenguaje' es, o bien, una práctica inútil, o bien, sólo un juego más. Ideas como estas son las que hicieron de Rorty un pragmatista que actuaba como una suerte de terapeuta (como Wittgenstein) dedicado a quitarle a los filósofos el afán de preguntarse por asuntos inefables que están más allá de la temporalidad. En lugar de enredarse en eso, Rorty pensaba que el fin de toda investigación debiera ser "hacernos más felices permitiéndonos afrontar con más éxito el entorno físico y la convivencia". La infancia del pragmatista Rorty no fue del todo tranquila ni en su natal Nueva York ni en Nueva Jersey. Sus padres, simpatizantes deltrotskismo, sufrieron toda una paranoia cuando comenzó la persecución estalinista contra Trotski y después al vivir de cerca la cacería que hizo el macartismo al comunismo. Esta herencia ideológica explica en parte que Rorty fuera crítico del giro que ha tenido la política norteamericana hacia la derecha. Junto con rechazar la invasión de Irak, reconoció que eventos como los ataques terroristas del 11 de septiembre son la excusa perfecta para que personajes como Bush puedan llevar a que Estados Unidos sea dominado por un nuevo fascismo. APORTES FILOSOFICOS DE RICHARD RORTY Rorty, fue profesor de Filosofía en la Universidad de Princeton, hasta que desilusionado con la mezquindad intelectual de las cátedras de filosofía, renunció a la suya para ocupar el puesto de profesor de Humanidades en la Universidad de Virginia, y es precisamente el antiesencialismo y el antifundamentalismo —esto es la renuncia a toda pretensión de poseer un método o una posición privilegiada para acceder a la «verdad»— lo que está en la base de esta renuncia. Rorty concluyó su larga carrera académica mudándose a la cátedra de Letras de Stanford, en 1998. Allí llegó a ser un profesor muy querido por colegas y alumnos, sus cursos estaban siempre atestados de jóvenes estudiantes ansiosos de oír a este deportista de la buena fe y del buen tono, cosa tan poco habitual en las implacables arenas del debate intelectual contemporáneo. Rorty admiraba profundamente a las personas, prestaba atención a sus alumnos, amaba la literatura con pasión y gozaba profundamente de su trabajo. Rorty optó por situar a la filosofía junto con la crítica literaria, la poesía, el arte y otras formas de las así llamadas humanidades y yo que por aquel entonces me integraba a un Departamento Universitario de Artes y Humanidades no pude sino terminar prestando atención a este intelectual atípico, lleno de entusiasmo pese a los más de 70 años que llevaba a cuestas y la carga de ser el último pensador norteamericano. Rorty, gracias a su formación en la tradición de la filosofía analítica angloamericana y su vinculación con el pensamiento centroeuropeo, lograba como ningún otro filosofo contemporáneo convocar a estudiantes con intereses diversos, desde la analítica dura a la literatura y la poesía. Para él, integrar diversas corrientes en sus investigaciones filosóficas le resultaba natural, estaba particularmente dotado para resistir ante la amenaza constante que acecha a toda filosofía (desde dentro) de convertirse en ideología, en una militancia totalitaria y sesgada. Rorty, en cambio, concedía a sus ideas el carácter de modestas descripciones, provisorias y contingentes, aún cuando se esforzaba por seducir a sus interlocutores, jamás rozó el dogmatismo ni hizo adoctrinamiento ni proselitismo de lo que ya se dejaba entrever como una Filosofía de nuevo cuño, un nuevo estilo de encarar las cosas, lo que luego vendría a ser el neo-pragmatismo, donde hablar del mundo —más allá de toda ingenuidad realista— vino a ser simplemente valerse de las metáforas favoritas de uno para realizar un arreglo del mundo, para construir una narrativa exitosa, una que funcione, estamos, no hay que olvidarlo, ante el heredero de la tradición pragmatista norteamericana. Rorty desde este suelo ha dialogado con las grandes corrientes filosóficas contemporáneas, desde la filosofía analítica a la teoría crítica, y con sus grandes autores, desde Martin Heidegger hasta John Rawls. Rorty realizaba además una atractiva apuesta por la literatura como fuente de una ética de la solidaridad, apuesta que refrendó con su biografía, la misma que acaba de cerrar su última página con su fallecimiento en la Universidad de Stanford hace poco más de un mes, el pasado 8 de junio, a los 75 años. Lo que sigue es la transcripción de un artículo que fue publicado originalmente en el Nº 27 de Revista Philosophica —publicación oficial del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Rorty: el giro narrativo o la filosofía como género literario de la ética HECHOS MÁS IMPORTANTES DE SU VIDA Rorty nació en Nueva York, en 1931. Fue profesor de filosofía en la Universidad de Princeton hasta que en 1983 renunció a su cátedra de filosofía para ocupar el puesto de profesor de Humanidades en la Universidad de Virginia y posteriormente el de Literatura comparada en Stanford. Dicho cambio profesional no es ajeno a sus tesis sobre el papel de la filosofía. Rorty rechaza la filosofía como una búsqueda privilegiada de fundamentos. En este sentido se sitúa, por una parte, en la línea que entronca con el pragmatismo americano, especialmente en la tradición de Dewey; y por otra, en la línea de la filosofía postnietzscheana de Wittgenstein y Heidegger que retoman el impulso poético como camino a la reflexión y, finalmente, entronca con la crítica de filósofos como Quine, Sellars y Davidson al esencialismo y al dogma del representacionismo. Richard Rorty parte en Contingencia, ironía y solidaridad de la contingencia del lenguaje, del yo y de la comunidad liberal. Basándose en la actitud wittgensteiniana desarrollada por Davidson, Rorty afirma la historicidad del lenguaje. El lenguaje y la cultura europea no son más que una contingencia, en expresión de Rorty el resultado de «miles de pequeñas mutaciones». Precisamente lo que los románticos expresaban al afirmar que la imaginación, y no la razón, es la facultad humana fundamental era el descubrimiento de que el principal instrumento de cambio cultural es el talento de hablar de forma diferente respecto del «mundo» y sus instituciones, más que el talento de argumentar bien. El cambio de «juegos de lenguaje» y de otras prácticas sociales puede producir seres humanos de una especie que antes nunca había existido. Este último «método» de la filosofía es igual al «método» de la política utópica o de la ciencia revolucionaria (como opuesta a la política parlamentaria). El método consiste en la redescripción de nuevas «formas de vida», hasta que se logre crear una pauta de conducta lingüística que la generación en ciernes se siente tentada a adoptar, haciéndoles así buscar estas nuevas formas de conducta no lingüística: por ejemplo, la adopción de nuevo enfoque científico o la conformación de nuevas instituciones sociales. Sugiere que, por ejemplo, podríamos proponernos dejar de hacer ciertas cosas y comenzar a hacer otras. Pero, como debe advertirse, no se trata de argumentar en favor de esa sugerencia sobre la base de los criterios precedentes comunes al viejo y al nuevo juego del lenguaje. Pues en la medida en que el nuevo lenguaje sea realmente nuevo, no podrá haber tales criterios. De acuerdo con esta estrategia, no habrá de ofrecerse argumentos en contra del léxico que nos proponemos sustituir. En lugar de ello se intentará hacer que el léxico que preferimos se presente atractivo y deseable, mostrando el modo en que se puede emplear para describir nuevos «modos de ser humano» o de organizar la convivencia. Es en este contexto que, para Rorty, se da una férrea concatenación entre verdades —léxicos— y «formas de vida», de suerte que si hay verdades es porque hay lenguajes y si hay nuevos lenguajes habrá nuevos tipos de seres humanos. La verdad, como reinvención del mundo, depende de los léxicos, de la construcción de nuevas ficciones, esto es, de léxicos que no pueden ser sino construcciones de los seres humanos. Según esto no poseemos una conciencia prelinguística a la que el lenguaje deba ajustarse, no tenemos una percepción profunda de cómo son las cosas, lo que tenemos es simplemente una disposición a emplear el lenguaje de nuestros ancestros, a venerar los cadáveres de sus metáforas. El lenguaje cobra aquí una importancia capital. La ciencia, así como la ética, aparecen en Rorty como un género literario y la literatura como un género de investigación. Entre los enunciados de hecho y los enunciados de valor no hay ninguna distinción absoluta e independiente de acuerdos históricos y contextuales de los seres humanos, ni tampoco entre la verdad y la ficción. Por ello el que Rorty haya aceptado la solicitud de la Universidad de Stanford para enseñar literatura comparada no constituye un cambio sólo académico, sino fundamentalmente programático, una declaración de principios. Ya en la Universidad de Virginia enseñó, la mayor parte del tiempo, filosofía no-analítica (Nietzsche, Heidegger, Derrida, etc.) a estudiantes de literatura que eran los que mayoritariamente leían sus libros. Para Rorty no tiene mayor relevancia el hecho de que le hayan llamado para ocupar un puesto en la especialidad de literatura comparada y no en la de filosofía; como mucho muestra el abismo entre la filosofía no-analítica y la analítica en los departamentos de filosofía de las universidades norteamericanas. Rorty propone así realizar una eliminación de la distinción entre géneros, pensar el conjunto de la cultura, de las ciencias exactas a la poesía como una actividad única, continua y sin fisuras, en la que las divisiones sean sólo practicas, institucionales y pedagógicas. En el concepto de Rorty no hay ni jerarquía ni diferencia radical entre las disciplinas o géneros discursivos, tanto en las así llamadas humanidades como en las ciencias positivas. Una y otra componen un todo de continuidad en el cual es necesario poner la filosofía, la poesía, la novela, la crítica literaria, la sociología, el ensayo, la mitología, la historia y las ciencias en general, incluidas las ciencias matemáticas y naturales. Todo ello es «juego de lenguaje» o de prácticas sociales variadas y diversamente relacionadas. Rorty ha sostenido en reiteradas ocasiones que la dedicación a la literatura en muchos aspectos es más importante que la dedicación a la filosofía. La literatura es más importante en un aspecto muy concreto, esto es, cuando se trata de conseguir un progreso moral. La literatura contribuye a la ampliación de la capacidad de imaginación moral, porque nos hace más sensibles en la medida en que profundiza nuestra comprensión de las diferencias entre las personas y de la diversidad de sus necesidades. La filosofía es útil cuando se trata de resumir en principios los resultados de la propia comprensión moral, pero no es de gran ayuda en la ampliación de esta comprensión. Las reflexiones filosóficas sobre cuestiones de moral no han contribuido mucho a la eliminación de la esclavitud; al contrario de algunas narraciones sobre la vida de los esclavos. Así Rorty sostendrá que es en realidad la literatura, y no la filosofía la que puede promover un sentido genuino de la solidaridad humana, esto a partir de la lectura de novelistas como Orwell y Nabokov. Se busca la descripción ya no de formulaciones abstractas, sino de experiencias humanas concretas, como el dolor o la traición, las que al ser compartidas, generen la necesaria empatía desde la cual se geste la solidaridad y la compasión. Este proceso de llegar a concebir a los demás seres humanos como «uno de nosotros», y no como «ellos», depende de una descripción detallada de cómo son las personas que desconocemos y de una redescripción de de cómo somos nosotros. Ello no es tarea de una teoría, sino de géneros tales como la etnografía, el informe periodístico, el drama documental, el cine y, especialmente, la novela. Ficciones como las de Dickens o Richard Wright nos proporcionan detalles acerca de formas de sufrimiento padecidas por personas en las que anteriormente no habíamos reparado. Ficciones como las de Henry James o Nabokov nos dan detalles acerca de la crueldad de la que somos capaces y, con ello, nos permiten redescribirnos a nosotros mismos. Esa es la razón por la cual la novela, el cine y la televisión poco a poco, pero ininterrumpidamente, han ido reemplazando al sermón y al tratado como principales vehículos del cambio y del progreso moral. La razón literaria, en la medida en que es una razón «estética», es una razón «sensible» al sufrimiento del otro o, en otras palabras, es una «razón compasiva». Sin una imaginación literaria no es posible conmoverse ante el mal. La educación sentimental y literaria busca formar individuos que sean capaces de indignarse ante el horror. La razón educativa desde el punto de vista literario es una razón perturbadora, es una razón sensible a la humillación del otro. Vivimos en un tiempo en el que la razón instrumental (mediosfines) amenaza con imponerse. Esto todavía resulta más relevante con la aparición de la moderna ciencia económica, que, junto a su principal instrumento técnico, la estadística, se ha convertido en la ciencia social por excelencia. La realidad es inseparable de la ficción porque es inseparable del lenguaje o de los lenguajes, de la palabra o de las palabras y de los silencios. La realidad es inseparable de la ficción porque vivimos en un «mundo interpretado», un mundo que muda y acerca del cual realizamos múltiples redescripciones. La filosofía no hace más que mostrarnos la contingencia de nuestros relatos —el hecho que dependen de prácticas sociales compartidas— y facilitar una conversación con otros. Es más un género literario, una novela en serie, que una disciplina que permita que sus cultores accedan a una realidad que quedaría más allá de la historicidad de las prácticas compartidas. En términos de Bloom, esto no es otra cosa que la conciencia de que las convicciones más profundas que uno tiene son el resultado de un logro poético y creador del pasado. A ello se añade el reconocimiento de que nunca habrá un último poema, nunca un final del proceso de confrontación con la historia. Siempre habrá espacio para la creación de sí mismo, pero ninguna creación de sí mismo puede ser ratificada por algo que se halle fuera de ella. La Ética se constituye como reflexión y disciplina precisamente porque la razón humana es incierta, porque los seres humanos estamos conviviendo en un mundo interpretado, en un universo simbólico, en el que todo lo que hacemos y decimos se eleva sobre un horizonte de provisionalidad. En el giro narrativo de la Ética propuesto por Rorty se asume, pues, que no existe ninguna instancia metateórica que legitime sus enunciados, ningún punto de vista trascendental, ningún metaléxico, ningún dogma que consiga escapar a las figuras de las que nos servimos para construir sentido. 2. Rorty, cabe aclarar, no se limita a sostener que el único logro de la literatura sea la sensibilización ante las necesidades de otros seres humanos, lo que sería en última instancia una reducción de la misma a la calidad de mero instrumental. Sus logros son muy diversos y sería imposible hacer una lista completa de sus funciones. A veces, las obras literarias cumplen la misma finalidad que los proyectos de sistemas filosóficos: por ejemplo, Kafka y Orwell desarrollan algo así como una «visión del mundo», son creadores de sentido, aunque nadie los calificaría como filósofos. Los novelistas y poetas amplían nuestro lenguaje usando metáforas o parábolas que después, en algún momento, se convierten en giros establecidos. En este aspecto específico, la filosofía es conservadora y tremendamente sobria, mientras que la poesía es radical y exploradora. Cuando los filósofos declaran:«Nosotros tenemos argumentos razonables, los poetas no los tienen», de hecho están diciendo: «Nosotros nos dedicamos a aquello que ya está sobre la mesa». Los poetas pueden replicar a ello: «Sí, pero nosotros, en ocasiones, ponemos algo nuevo sobre la mesa». Rorty se instala así en el proyecto de la filosofía como metáfora. Donde ésta viene a ser «el punto de crecimiento del lenguaje». Según Rorty la metáfora permite concebir el espacio lógico como ámbito de la posibilidad. A este respecto es que Nietzsche puede ser considerado como precursor de la posición rortyana, a saber, la de la indisoluble unión entre creación de metáforas y constitución de verdades. En varios pasajes de sus obras, pero sobre todo, en un pequeño escrito: Sobre Verdad y Mentira en sentido extramoral (publicado póstumamente en 1903), Nietzsche ha sostenido, como lo hará Rorty posteriormente, que la fuente original del lenguaje y del conocimiento no está en la lógica sino en la imaginación. En la capacidad radical e innovadora que tiene la mente humana de crear metáforas, enigmas y modelos: «¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal». Estos supuestos dan la clave de la respuesta de Nietzsche a la pregunta por el impulso a la verdad. El hombre es un animal social y ha adquirido el compromiso moral de «mentir gregariamente», pero con el tiempo y el uso inveterado «se olvida [...] de su situación [...] por tanto miente inconscientemente y en virtud de hábitos seculares y precisamente en virtud de esta inconsciencia [...] de este olvido, adquiere el sentimiento de verdad». Debe recordarse que aquí mentir ha dejado de ser algo que pertenezca a la moralidad y se convierte en «desviación consciente de la realidad que se encuentra en el mito, el arte y la metáfora». Mentir, en el terreno de la estética, es simplemente el estímulo consciente e intencional de la ilusión. Nietzsche nos desconcierta al sugerir que «lo que llamamos “verdades” son sólo mentiras útiles». La misma confusión se halla ocasionalmente en Derrida allí donde, de «no existe una realidad como la que los metafísicos han tenido la esperanza de descubrir», se infiere que «lo que llamamos “real” no es en realidad real». Con tales confusiones Nietzsche y Derrida se exponen, en opinión de Rorty, a la objeción de inconsistencia autorreferencial, es decir, de que declaran conocer lo que ellos mismos declaran que no es posible conocer. Esta necesidad de metáfora Nietzsche la extrapola a todos los campos del quehacer humano, tanto los del saber como los del lenguaje. Convirtiéndose así en un impulso fundamental del hombre, aún cuando esté produciendo conceptos para la ciencia. «...conocer es simplemente trabajar con la metáfora favorita de uno... porque la construcción de metáforas es el instinto fundamental del hombre». Estamos pues, con Nietzsche y Rorty, instalados en un nuevo tipo de razón. La «razón narrativa». La metáfora permite una nueva visión, una nueva organización del universo, un nuevo orden, pero lo realmente nuevo son las asociaciones que permiten ese nuevo orden. Inventar una metáfora es crear asociaciones nuevas, es inventar nuevos modos de ser hombre y de organizar la convivencia, así dar lugar a una metáfora es crear sentido, abrir un lugar, convertir la vida en una «faena poética». La explicación que, por su parte, Freud da de la fantasía inconsciente nos muestra de qué modo es posible ver la vida de todo ser humano como un poema; o, más exactamente, la vida de todo ser humano no tan oprimida por el dolor que sea incapaz de adquirir un lenguaje ni tan hundido en el trabajo que no disponga de tiempo para generar una descripción de sí mismo. De ahí que se diga, como lo expresa Rieff, que Freud democratizó el genio dando a cada cual un inconciente creador. Freud nos mostró que la imaginación —nuestro talento ficcional— pertenece a la constitución misma de la mente, que ésta es, en un sentido fundamental, una facultad productora de poesía. Freud nos enseñó a ver toda la vida como un intento de revestirnos de nuestras propias metáforas. Las explicaciones psicoanalíticas de los sueños o de las fantasías tienen por objeto revelarle al propio sujeto de estas cuál es el sentido secreto acerca de su propia existencia que estas «metáforas» comportan. Toda realidad exige ser descifrada de un modo tan nuevo como nueva es la forma de presentarse la realidad en cada momento de ahí que la razón que la descifre habrá de se una razón creadora. Freud, ve así, toda vida como un intento de revestirse de sus propias metáforas. Rorty reconoce en Freud el mérito de haber introducido, de haber hecho visible y aceptable la idea nietzscheana de la verdad como «un ejército móvil de metáforas», estableciendo esta idea como un verdadero a priori del habla empírica, como un lugar común de la cultura. Freud, incluso más aún que la de Proust, fue la mentalidad mitopoética de nuestra era; fue tanto nuestro teólogo y nuestro filósofo moral como nuestro psicólogo y principal hacedor de ficciones. Podemos empezar a comprender el papel de Freud en nuestra cultura concibiéndolo como el moralista que contribuyó a des divinizar el yo haciendo remontar la consciencia a sus orígenes, situados en las contingencias de nuestra educación. Lo extraordinario de la concepción freudiana, según cabe notar, es su afirmación de que nuestro «yo» inconciente no es un animal mudo, retraído y tambaleante, sino más bien la vigorosa contraparte de nuestro «sí mismo» conciente, el posible interpelador de nuestro «yo». Esta idea de que hay una o más personas astutas, expresivas e inventivas operando detrás de la escena —guisando nuestros sueños, disponiendo nuestras metáforas, tramando nuestros sueños, disponiendo nuestros deslices y censurando nuestros recuerdos— es lo que cautiva la imaginación del lector profano de Freud. Como señala el propio Freud, si el psicoanálisis se hubiese limitado a las neurosis, nunca habría atraído la atención de los intelectuales. Así, según la interpretación rortyana de Freud, su obra nos permite construir narrativas más ricas y verosímiles porque cubren todas las acciones que realizamos en el curso de nuestra vida, incluso las acciones absurdas, crueles y autodestructivas. Freud nos ayudó en el intento de articular semejante narrativas, un intento que no minimiza la contingencia de nuestros relatos. De allí que para Rorty sea indiferente el objeto o suceso articulador de las explicaciones con que intentamos dotar de sentido al mundo y a nuestros hechos, el entramado del mundo no necesita ser una ciencia positiva, filosóficamente es irrelevante si el mundo está poblado por objetos duros o blandos, más aún, es filosóficamente inesencial que esté poblado; de ahí que Rorty, epistemológicamente democrático, considere todos los objetos que pueblan el mundo, desde los quarks hasta las instituciones democráticas, simétricamente, sin distinciones epistemológicas entre objetos «duros», los de la ciencia, y objetos «blandos», los de las humanidades, que legitimen la jerarquía entre los saberes. Todo objeto, sea un átomo o el teatro de Beckett, es como un número; no hay nada que saber sobre él excepto las infinitas relaciones que mantiene con otros objetos. En este sentido, «desde un punto de vista abiertamente pragmatista, no hay una diferencia importante entre mesas y textos, protones y poemas. Para un pragmatista, todas estas cosas son simplemente permanentes posibilidades de uso, y por consiguiente, de redescripción, reinterpretación y manipulación». Es en razón de este «panrelacionalismo» que se impone la recontextualización; si la única «esencia» de cualquier elemento es la de encontrarse en relación contingente y holística con los demás, la de formar parte de un contexto cambiante que es lo que le otorga, como sucede con el signo saussuriano, significación; la recontextualización, esto es, la modificación, el retejido quineano de las relaciones y contextos previos, aparece como el medio más apropiado, primero, de concebir toda investigación, de alterar, segundo, las relaciones heredadas por la tradición con un cambio radical de posición de los elementos, con la creación de un nuevo contexto en el que subsumir lo familiar o con la incorporación de nuevas instancias que cambien y aumenten el espectro de relaciones que afrontamos. La re contextualización sustituye la metafórica de la verticalidad por la metafórica de la amplitud. Si vemos la indagación intelectual a la manera de una re descripción a gran escala consciente y deliberada, la ciencia pasará a ser vista como la empresa caracterizada por una meta; la inclusión de un número cada vez mayor de datos que haga posible la formulación de descripciones más útiles de la realidad. En moral, la re contextualización se mueve con el fin de aumentar la simpatía, la incorporación de nuevos grupos humanos al pronombre «nosotros» que aminoren la exclusión. En uno y otro caso el «criterio de validez» de los vocabularios es la capacidad inclusiva que ostentan, y no su presunta aproximación a la naturaleza del mundo o del hombre. Frente a los espacios lógicos inalterados, que no admiten ningún nuevo candidato a creencia, el caso de las matemáticas, se alzan los contextos gobernados por la imaginación, en los que la irrupción de metáforas e invención de neologismos ocupan el papel principal. Reordenar el material previo implica, frente a la inferencia y deducción, propias de la epistemología, la puesta en acto de la imaginación y la inventiva, la restauración de las virtudes que el romanticismo reivindicó como contrapunto a la dominante soberanía de la matriz cartesiana. RORTY Y LA FILOSOFÍA COMO ESPEJO DE LA NATURALEZA En la introducción de su famosa obra “La filosofía como espejo de la naturaleza”, publicada en 1979, el filósofo estadounidense Richard Rorty (1931 – 2007) traza las líneas generales que sigue con dicha obra. Considera que ya desde Kant la Filosofía se ha visto a sí misma como la disciplina a la que corresponde determinar la legitimidad de todas las pretensiones de conocimiento, tanto de la ciencia, como de la moral, el arte o la religión, debido a que se atribuye a sí misma una comprensión especial de la naturaleza del conocimiento y de la mente. La aspiración de conocer los fundamentos mismos del conocimiento llevó a la Filosofía a investigar los “procesos mentales”, así como las “actividades de representación” que a su juicio los hacen posibles. Su preocupación central fue elaborar una teoría general del conocimiento, posibilidad que descansa sobre la idea de que conocer es representar con precisión en nuestra mente lo que está fuera de ella. Por ello la idea de filosofía como “espejo de la naturaleza”, que contiene representaciones susceptibles de ser estudiadas mediante métodos puros, no empíricos. Es en este sentido en que la noción de “mente” como “espejo” hace posible la de “conocimiento” como representación precisa del mundo. Como elemento adicional, debe tenerse en cuenta también la estrategia que de Descartes a Kant intentó depurar las representaciones inspeccionando, reparando y limpiando el espejo. Sin estos conceptos, los intentos de la filosofía del siglo 20, desde el análisis conceptual de los analíticos al análisis fenomenológico de Husserl, carecen de todo sentido. En palabras de Rorty: “El objetivo del libro es socavar la confianza del lector en “la mente” como algo acerca de lo cual debemos tener una visión filosófica, en “el conocimiento” como algo acerca del cual debemos tener una teoría y que tiene cimientos, y en la “filosofía” como ha sido concebida desde Kant. RICHARD RORTY, EL PENSADOR QUE QUISO MATAR A LA FILOSOFÍA ÉTICA Y CONSTRUCCIÓN DE LA UTOPÍA LIBERAL Seguidor, o más bien continuador de la tradición pragmática de James y Dewey que pone especial énfasis en la reflexión democrática de las sociedades y de los individuos; un carácter democrático de la reflexión pública que ha perdido las esperanzas, en la falsa ilusión de encontrar una filosofía que sea capaz de fundar una sociedad construida o fundada en la racionalidad que nos permita enfrentar el mundo. La filosofía rortyana señala el papel que debe tener la filosofía en la sociedad; una filosofía que nos permita enfrentar la contingencia y superar el sufrimiento del aquí y ahora a partir o mediante la solidaridad. Véase que Rorty apuesta por una filosofía inmanente que permita solucionar la contingencia, lo temporal-concreto, ha perdido las esperanzas en encontrar una filosofía que pueda prepararnos para la trascendencia, de hecho niega la trascendencia al rechazar que la ética pueda basarse en un discurso metafísico de lo común de los seres y deba basarse más bien en una ética del consenso para la diferencia. Rorty quiere una filosofía que nos permita superar y solucionar el sufrimiento de la contingencia, aquí y ahora. El giro narrativo de la filosofía de Rorty, quiere decir que la filosofía ya no es una disciplinaexclusiva, como búsqueda privilegiada de fundamentos (discurso antimetafísico) y propone la “narrativa”, como la novela o la poesía y la literatura en general, como una representante que a través de la imaginación de las circunstancias son capaces de estimular la solidaridad a partir de las diferencias de las culturas y las sociedades. El discurso rortyano de la diferencia parte en cierto modo diciendo (si se me permite, en razón de nuestro autor, simplificar al máximo coloquial su planteamiento ético-político): Hemos decidido como sociedad que la solidaridad nos salvará de la contingencia y del sufrimiento de nuestras vidas pues en el mundo hay millones de personas, culturas y sociedades, que son diferentes a nosotros y con ellas hay que ser solidarios; y como podemos conocerlas: a través delInternet, la televisión, la literatura y el periodismo. A modo de presentar la teoría rortyana con mayor claridad, se tratará de explicar y de analizar las características principales del neopragmatismo de Richard Rorty, en los siguientes 10 apartados: La filosofía no es capaz de dar respuestas absolutas o verdaderas acerca del mundo. Esto es lo que algunos autores han llamado “La muerte de la filosofía”; se le ha relativizado, se le ha señalado como un discurso entre otros discursos. Se le ha negado la capacidad metafísica, trascendente y ética.) La filosofía no posee verdades inefables, o conocimientos metafísicos insondables. Rorty señala que el núcleo de la filosofía, como la hemos entendido hasta ahora, en la teoría del conocimiento en tanto noción de “espejo de la naturaleza” o de representación que a su juicio afecta de manera importante, incluso a las corrientes contemporáneas, por ser un conocimiento falso. La filosofía no posee ningún tipo de instrumental más apropiado, que otros saberes, para poder analizar, interpretar, diseccionar y menos para cambiar la realidad. La idea de que la filosofía pueda aprobar o no las pretensiones de verdad y de conocimiento de la ciencia debe ser rechazada. A través de la historia se le ha entregado a la filosofía un poder que le permitió enjuiciar la verdad o falsedad de a cultura pues se le ha entendido como “una compresión especial de la naturaleza del conocimiento y de la mente” de nuestras sociedades. La filosofía en nuestros días resulta ilegítima, según lo dicho anteriormente, pues incomoda a los distintos medios de información de nuestras sociedades informatizadas e inmediatizadas, que un saber humano tenga como patrimonio un conocimiento metafísico, racional, comprometido, trascendente, técnico, complejo y erudito. Como los giros narrativos o giros del lenguaje como han llamado los pensadores liberales postmodernos a sus teorías, no han sido capaces de superar el pensamiento metafísico solo queda desacreditarla a través de falacias de autoridad, y de proponer justamente todo lo contrario como si eso fuera una realidad “el pensamiento metafísico está superado”. Sin duda no es una técnica nueva; los medios de información liberales, neopragmáticos y progresistas nos cuentan cuentos haciendo aparecer mentiras como verdades dando la sensación colectiva que es algo que todos aceptamos y que ha ocurrido de manera objetiva, por lo tanto irrefutable (Ej. “El 70% de la población está a favor del aborto”) El neopragmatismo es por definición una corriente del pensamiento que se caracteriza por el desapego y el rechazo al discurso metafísico, de una oposición al positivismo, a la filosofía analítica y la fenomenología, en tanto filosofías europeas. El pensamiento rortyano es una corriente que se define por su rechazo a la noción de verdad objetiva (rechazo al aristotelismo, al tomismo). Rorty en el comienzo de su opus magna “Contingencia, ironía y solidaridad” escribe lo siguiente; el párrafo a continuación resume el pensamiento rortyano: “Hace unos doscientos años, comenzó a adueñarse de la imaginación de propala idea de que la verdad es algo que se construye en vez de algo que se halla. La revolución francesa había mostrado que la totalidad del léxico de las relaciones sociales, y la totalidad del espectro de las instituciones sociales, podían sustituirse casi de la noche a la mañana. Para el pragmatismo la verdad es circunstancial a la realidad histórico – cultural. La verdad es relativa, es finalmente y más precisamente, el resultado de un acuerdo o convención social. La verdad es una convención, una construcción del lenguaje, un traje a la medida solo las proposiciones son verdaderas o falsas, no sus conclusiones y menos los juicios de valor. Los seres humanos hacen las verdades a través del lenguaje, dentro del cual se formulan las proposiciones. Asistimos a una época de debilitamiento del pensamiento Asistimos a una época de desvinculación, falta de compromiso, de apariencia (todo compromiso se puede romper, si es que es una traba para la realización o más bien mi placer personal) El valor de la utilidad, por sobre el valor fundamental del ser Se puede utilizar cualquier medio para obtener mi fin La secularización El constructivismo epistemológico El constructivismo ético, o ética de la convención, la ética sin Dios Relativización de los valores absolutos y fundantes de una ética del bien trascendente Todo se puede construir, nada es o se descubre, todo se construye Nada es absoluto, todo se puede medir, cuantificar, soberbia humana La tolerancia confundida con el igualitarismo La realización íntima de la persona en cuanto tal no será posible bajo los parámetros de una ética de consenso El fin supremo, la caridad son un traje a la medida. El neopragmatismo rechaza la racionalidad que es capaz de definir lo moral o inmoral de antemano. Esto se desprende de lo inmediatamente anterior, acerca del relativismo epistemológico que se basa en lo circunstancial, convencional o histórico dentro del lenguaje en la proposición. Rechaza la objetividad de los hechos. La herencia nietzscheana y los enfoques postnietzscheanos de Wittgenstein Frente a las características del neopragmatismo y de su propuesta ético-política, cabe sin duda preguntarse ¿Qué clase de sociedad es capaz de ofrecernos el neopragmatismo de Rorty? ¿Es esta la sociedad que queremos? El sujeto ideal de Rorty es el ironista. Es lo que podemos entender, en el discurso de la filosofía clásica, como el concepto de hombre, según nuestro autor. El planteamiento y la solución al problema ético (el de la adaptación al bien y la verdad) el neopragmatismo rortyano lo resuelve a través del consenso. La verdad absoluta no cumple su función, en tanto parámetro fundante de la ética y de la conducta humana, sino que la construcción progresista social de lo conveniente. Desecha el discurso metafísico clásico de la filosofía y propone un giro lingüístico y más específicamente un giro narrativo donde tiene un papel fundamental: la imaginación y la literatura. La ética del consenso es salvada por la solidaridad, como bien supremo que aminora el sufrimiento de las personas en sociedad, y desde el planteamiento neopragmático, no se es solidario porque esa conducta sea buena en sí, y tenga esa explicación esa bondad en la tradición metafísicareligiosa, sino que la sociedad a través de la ética consensual ha llegado a la conclusión que ser solidario es bueno, el consenso de la comunidad lo dice, y no sobre la convicción de una ética trascendente que hunde sus raíces en la teología en la religión, sino que en el puro consenso. Queda sí, de manifiesto en Rorty el discurso anti-metafísico, descontructivista al más puro estilo de Foucault, de la caída de los metarrelatos, (en una época donde en las sociedades desarrolladas, postindustrializadas y postmodernas con la caída de los metarrelatos, estas sociedades se creen cada cuento) según la revisión del saber de François Lyotard; pues justamente en la ética-política de Rorty en su construcción de la solidaridad no busca lo común de los seres, sino que se funda en la diferencia de éstos y es la diferencia, según Rorty, la única manera de acercar a las personas. Estas diferencias son conocidas por todos gracias a los medios de comunicación e información globales que nos dan esta posibilidad, o sea ya no la filosofía la que tiene el acceso privilegiado, con su discurso, a la solución o definición del concepto de hombre, de la ética, de la política o en este caso de la solidaridad que nos aminora el sufrimiento humano, sino que medios diversos como el discurso periodístico, el graffiti, la televisión, la literatura, la televisión, la prensa y el Internet. Rorty sostiene en este mismo punto, que es la literatura y la poesía, y no únicamente la filosofía, (como discurso privilegiado de la ética-política) que puede promover el sentido de la solidaridad humana, a través de estos nuevos discursos, de este giro narrativo se busca más bien una descripción y no formulaciones abstractas. La ética rortyana es conjunto de conductas que carecen de todo fundamento que oriente la conducta de sus sujetos ideales. Es una ética ambigua que no se reconoce, ni siquiera a sí misma como fundamento; su único fundamento es que está en constante cambio por lo que nada es perenne y todo vale o no vale según las circunstancias. La ironía rortyana describe al sujeto contemporáneo en su decadencia, en ese afán de construir una ética del consenso sin saber cuanto durará y que validez tendrá el consenso. La ética rortyana no tiene afán universal ni pretende guiar conductas, sino que es circunstancial. Es una ética que no rea hábitos de conducta buenos, no está orientada hacia un fin trascendente, sino que por el contrario, y en definición es puramente contingente, ambigua, relativa y circunstancial. El giro narrativo de la ética, hace hincapié en la imaginación. Las situaciones concretas están en lo cotidiano ¿Cuál es la necesidad de buscarlas en la literatura? Rorty insiste en la necesidad de construir la solidaridad desde la diferencia, en lugar de descubrirla como cualidad natural en potencia que se radica en las personas; esto se produce a causa de que su discurso antimetafísico, luego, constructivista se define como un discurso donde nada se descubre, ni se halla, sino que todo se construye a la medida. Es un discurso que no busca lo común, sino sus diferencias (“este nosotros que es el estado”, que por lo demás es un nosotros muy reducido y sesgado Luego, la experiencia de la solidaridad se basa en la imaginación del lector, y en la imaginación del autor, en tanto que el último es capaz de narrar situaciones literarias donde lo contingente estimula el sentido de la solidaridad del hombre, para que ironista liberal rortyano supere el sufrimiento que en el fondo no le hace sufrir. La ética del consenso y el relativismo epistemológico rortyano quedan manifiestos en las dos siguientes citas (“Neopragmatismo y giro narrativo de la ética”, Adolfo Vázquez Rocca) “El giro narrativo de la ética propuesto por Rorty asume, pues, que no existe ninguna instancia metateórica que legitime sus enunciados, ningún punto de vista trascendental, ningún metaléxico, ningún dogma que consiga escapar a las figuras de que nos servimos para construir sentido.” “Uno de los propósitos de Rorty es sugerir la posibilidad de una utopía liberal: una utopía en la cual el ironismo, en el sentido pertinente del término, sea universal. Una cultura postmetafísica no parece más imposible que una cultura postreligiosa e igualmente deseable”. ¿De dónde nace el deseo, según Rorty, de una cultura postreligiosa? La ética se construye como reflexión y disciplina precisamente porque la razón es incierta dice Rorty, a lo que me opongo diciendo que más bien porque la voluntad es libre. (Dejando de criticar el constructivismo de los fundamentos de la ética). ONTOLOGIA El neo-pragmatismo teorizado por el que puede ser considerado como el pensador más leído e influyente de nuestro tiempo, Richard Rorty, presagia una cultura nueva en relación con la filosofía. El pensador americano se sitúa en el debate abierto, tolerante y flexible de toda la humanidad, negando que haya criterios absolutos, metafísicos, en los que basar la actividad humana. El criterio de justificación y elección entre diversas posturas o visiones del mundo vendrá determinado por los intereses de los miembros y no por correspondencia con la realidad, la naturaleza humana o cualquier principio ahistórico. Sin embargo, la tolerancia, la aceptación del pluralismo, la asimilación de nuevos vocabularios y metáforas… asumen un absoluto, un elemento totalitario, a saber: la contingencia. Aunque pudieran parecer la negación de toda metafísica, las tesis rortyanas albergan y encubren una teoría o metafísica extremadamente fuerte y simple: no hay nada necesario, todo es contingente. Richard RORTY es una de las figuras más destacadas del pensamiento filosóficopolítico norteamericano contemporáneo. Se le ubica en la tradición pragmática de William JAMES y John DEWEY. Su neopragmatismo forma parte de la filosofía analítica anglo-norteamericana. Muestra una radical postura antimetafísica. Para él no tiene sentido hablar de problemas de la filosofa o problemas del lenguaje. No busca fundamentar nada y posee una visión sui generis del carácter democrático de la discusión pública. Proclama la sustitución de lafundamentación ética por aquellas que considera prácticas sociales de las sociedades democráticas. Solo considera sociedades democráticas aquellas regidas por un fundamentalismo secularista. En él, el conocimiento es sustituido por la conversación; y en la conversación el vocabulario es opcional y mudable. Los vocabularios obedecen a representaciones. Su neopragmatismo puede servir a concepciones políticas no liberales ni democráticas. Ello se muestra en su visión de los derechos humanos, reducidos a construcciones de lenguaje por rechazar toda referencia ontológica a la persona. EL PRAGMATISMO, UNA EPISTEMOLOGÍA Y ÉTICA) VERSIÓN (ANTIAUTORITARISMO EN En el Prefacio de este libro señala que intenta vislumbrar cómo sería la filosofía si la cultura estuviera completamente secularizada, "si desapareciese toda obediencia a una autoridad no humana". Para él lo sublimees "irrepresentable, indescriptible, inefable" y la sublimidad "a diferencia de la belleza, es moralmente ambigua", lo cual equivale a decir poco o nada, porque lo que resulta de veras ambiguo es la moral o lo moral en RORTY. La idea platónica del bien es la idea "de algo admirable en una medida sublime". La idea cristiana del pecado es la idea "de algo malo en una medida sublime". Lo atractivo del bien y de la visión beatífica es el atractivo "de algo precioso de una medida inexpresable". Lo atractivo del mal radical es, para él, el atractivo de "algo depravado en una medida inexpresable". Ese mal radical es, para RORTY, algo semejante al pecado. Lo concibe como "voluntad deliberada de dar la espalda a Dios". Y añade, expresando un escepticismo radical, que supone ya ubicarse militantemente en un partido anti-teológico: "Es inconcebible que alguien pueda hacer esto (dar la espalda a Dios), cómo pudo ser que Satanás se rebelase. Pero igual de inconcebible es que alguien pueda ver el rostro de Dios y vivir" 16. Aparentemente hay en su estilo reminiscencias retóricas veterotestamentarias, como flecos de una fe perdida que solo hubiera dejado en él modos de expresión. Ello, sin embargo, es dudoso. En esas mismas páginas de entrada al libro, RORTY descarga su retórica critica contra la que llama "teologia cristiana ortodoxa", a la cual considera el "discurso religioso predominante en Occidente". Si es el predominante, y lo reconoce asi, su visión de la democracia, como intento de sustitución-demolición de la creencia, radicalizando planteamientos de DEWEY, supone la exaltación fideista de un sistema politico para la agresión más radical de la persona; más aún, de la mayoría de las personas. En efecto, si para él la creencia religiosa supone un criterio de exclusiónincompatible con la democracia de inclusión total que plantea, la manipulación retórica de RORTY queda a la vista: su democracia de inclusión total exige la exclusión de aquel que él mismo llama discurso religioso predominante de Occidente. RORTY, sin ningún tipo de fundamentación seria, considera como a priori incuestionable que el imaginario teológico de la "teologia cristiana ortodoxa" está tomado de la ilosofia griega en su intento de abstraerse de propósitos humanos initos. En RORTY aparece, pues, el planteamiento de un rechazo radical de la humana finitud. No plantea la infinitud humana. Su rechazo de Dios no va acompañado de una divinización del hombre; no le parece eso necesario ni útil. Solo evade, con exasperada desesperación, todo limitante material o espiritual de la persona humana. El ser humano solo debe ser visto en la pura horizontalidad de la inmanencia de lo natural, es un elemento más de la naturaleza, uno de sus componentes. Su naturalismo absoluto, teniendo nexos evidentes con el planteado por Nietzsche no alcanza, sin embargo, ni el rango trágico ni la dimensión plenaria que puede hallarse en el irracionalismo nihilista del filósofo alemán. Para RORTY, el ser humano resulta, en si mismo, una totalidad autorreferente. Lo germinalmente nietzscheano en RORTY no llega (de manera explicita) a la muerte de Dios, al superhombre, a la voluntad de poder, en términos semejantes a como planteó tales temas Nietzsche. Compartiendo con este el horizonte cultural de la total inmanencia, RORTY parece buscar en la secularización absoluta (de manera que luce imposible) un goce burgués consistente en la eliminación de la conflictividad. Si todo principio o valor es causa de conflicto, la tranquilidad, la comodidad, el disfrute, que él parece considerar como felicidad, encuentran su clave en la armonía procesal, sedicentemente democrática, como evocación adjetiva, transitoria y dinámica de la paz. Es llamativa la pirueta intelectual que lleva a RORTY, una y otra vez, a pasar como un cometa por encima de casi diez siglos de pensamiento filosófico de Occidente. Su menú intelectual es notable. Después de haberse detenido selectivamente en el pensamiento griego clásico, la siguiente estación de su subterráneo particular lo lleva, sin paradas intermedias, a los autores de la modernidad. Y, precisemos, no a todos: solo a aquellos de los cuales pueda extraer utilitariamente argumentos para su arsenal polémico. Asi, la atención central en las ciencias naturales es, para RORTY, efecto de Galileo y de Newton. Pero, a su entender, el prius de la cogitatio cartesiana, por el contrario, con su insuperable subjetivismo, llevó de nuevo a la filosofia a una nueva visión de lo Sublime; esta "nueva versión" era, a su modo de ver, "un vacio insalvable, infinito, abismal ante nuestra mentalidad pragmática o nuestros lenguajes de pacotilla y la realidad". Destaca que en su obra La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza señaló que toda la filosofia moderna "gira alrededor del intento imposible por salvar este vacio". Y declara, con la rotundidad del no creyente devorado por una ineludible atracción de la cuestión teológica: "La epistemologia vuelve a poner en escena la narrativa cristiana ortodoxa sobre la imposibilidad de imitar a Dios por parte de un alma que supone el lastre del Pecado Original; el intento imposible por parte de un ser condicionado de vivir de acuerdo con lo incondicionado" 17. Ciertamente, por las vias de la epistemologia no logra RORTY, ni logrará nadie, superar las paradojas que le parece descubrir en la teologia. Pretender abordar la teologia desde una perspectiva no teológica conduce siempre al absurdo. La superación del pecado original, para su adecuada comprensión desde una perspectiva que no es la de RORTY, exige la aceptación del misterio de la Redención. No es el hombre dejado a la finitud de sus propias y escasas fuerzas quien, en alarde de titanismo prometeico, imita a Dios y se eleva a su altura. Es Dios quien hace al hombre a su imagen y semejanza y busca su salvación. Es Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, el mediador perfecto, el único mediador, quien paga el precio de nuestro rescate haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Cristo, Redentor del Hombre, con su Pasión y Muerte, nos redime y nos libera del pecado y de la muerte, devolviéndonos la condición de hijos de Dios. Es el valor infinito y universal de la redención objetiva que necesita, sin embargo, de la libre aceptación y cooperación de cada uno de los redimidos para que la incoación de la vida divina en nosotros se haga realidad, para que los méritos infinitos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor irriguen la existencia singular y la coloquen, para decirlo en términos de lenguaje coloquial, en la órbita de Dios.Esa es la llamada redención subjetiva. La imitación de Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, mediador perfecto, y el vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, como regla de la auténtica felicidad y como cauce del plenario desarrollo perfectivo del ser humano en su tránsito terreno hacia la patria definitiva del Cielo, es algo que ningún sincero creyente se propone como logro por alcanzar con sus propias fuerzas. Lo finito, ciertamente, no puede, por si solo, alcanzar lo fininito. La vida cristiana es un esfuerzo permanente por dejar a Dios actuar en nosotros. Si Dios busca al hombre (alli está la autorrevelación que atisbó y mal comprendió, lamentablemente, el joven DEWEY, tan admirado por RORTY) no le niega la fuerza de su gracia donde abunda su flaqueza para, a pesar del pecado original y de los pecados personales que cada quien pueda cometer, llegar, en un proceso de conversión permanente, al paulino no soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal., 2, 20). La santidad, como meta del existir cristiano, no es una cuestión meramente epistemológica. Consiste, dicho en pocas palabras, en no poner obstáculos a la acción transformante de la gracia y en cooperar con ella, con plena libertad. RORTY no puede pretender encontrar las respuestas a las cuestiones que, en cascada, brotan desde el horizonte de la total inmanencia, desde un planteamiento cerrado a priori a toda trascendencia. Ni puede, tampoco, pretender un reduccionismo de los misterios teológicos al marco de los linderos de una filosofía, como el pragmatismo, en la cual la dimensión propiamente especulativa está muy limitada. ANTITEÍSMO Y CIUDADANIA Para Richard RORTY, Friedrich Nietzsche y John DEWEY nos llevaron a "dar la espalda a la Realidad Tal Como Es en Sí Misma". Destaca que si bien los dos filósofos son hostiles hacia cualquier ideal ascético y hacia toda religión, mientras Nietzsche era hostil hacia la democracia, DEWEY, por el contrario, veía en la democracia el sistema adecuado para lograr la felicidad para el mayor número de seres humanos18. Dice que si DEWEY hubiese leído al último HEIDEGGER no hubiera visto nada malo en la utopía tecnológica descrita y rechazada en Frage nach der Technik (La pregunta por la técnica). DEWEY habría, en su opinión, acogido los nuevos arreglos de lo humano y lo natural para hacer más plenas las existencias de los seres humanos19. Para ese tipo de pensadores, agrega RORTY, el lugar adecuado de la Sublimidad "es la conciencia privada de los individuos" 20. Para HEIDEGGER, la justicia y la felicidad no son suficientes. Jacques Derrida (1930-2004), en opinión de RORTY, "adopta la sublimidad y la inefabilidad como temas centrales de su pensamiento". Aparece esto, también, en los autores en quienes influye "el objeto sublime de deseo" de Lacan —sobre todo en Slavoy Zizek (1949)—. Tanto Jacques Lacan (1901-1981) como Zizek, según RORTY, consideran que el arte y la política giran alrededor de una sublimidad inasequible (sublimidad no sustituible por la paz, la prosperidad y la felicidad). La deformación de RORTY queda clara cuando afirma que la búsqueda de "lo incondicionado, lo infinito, lo trascendente y lo sublime" es solo una inclinación natural humana que Sigmund Freud (1856-1939) ha ayudado a comprender con lasublimación del deseo sexual, es decir, como "condición previa de algunos logros individuales sorprendentes". La búsqueda de grandeza y sublimidad es, para RORTY, algo que quizá sea necesario "para satisfacer los deberes que tenemos para con nosotros mismos"21. La búsqueda de la justicia y felicidad es necesaria "para los deberes que tenemos para con los demás. [...] En las culturas religiosas —añade— se creía que además de estas dos clases de deberes existían también unos deberes para con Dios. En la cultura completamente secularizada que anticipo no habrá deberes de esta última clase: las únicas obligaciones que tendremos serán respecto a nuestros semejantes y a nuestras propias fantasias"22. El énfasis de RORTY en considerar cosas del pasado la relación del hombre con Dios resulta un fanatismo antiteista. Él se considera nada menos y nada más que el nuncio autorizado de la edad que vendrá (en la cultura completamente secularizada que anticipo) en la cual, según su avanzado y posmoderno criterio, no habrá espacio para Dios. No indica si su tolerancia "democrática" avanzará tal extirpación mediante la persecución de los creyentes o, simplemente excluyendo (por otras vías) de la sociedad de la plena inclusión que se goza en proclamar a quienes contradigan su credo inmanentista, y, a pesar de su diktat (más de voluntarista opresivo que de filósofo), deseen, en consonancia con su humana dignidad, seguir adhiriendo con su acto de fe y su vida entera, a la Verdad Sublime (para decirlo con sus mayúsculas) de Dios que se autorrevela. Aunque en el texto citado no se detiene a ejemplificar acerca de las obligaciones "respecto a nuestros semejantes" y a las "propias fantasias", parece claro que no se refiere a la mismidad del otro, sino a la pretensión de imponer con lasecularidad plenaria un cierto pensamiento único que lleve a considerar hors la loi y hors l'humanité (fuera de la ley y fuera de la humanidad) a quienes no compartan su visión de las cosas, los cuales, necesariamente, por ello, deberán ser tratados con una violencia al margen de la ley y con total inhumanidad. En la utopia tecnológica secularizada radicalmente no hay ni habrá margen para creyentes. El creyente, asi, debe y deberá ser perseguido, expurgado, eliminado incluso, si persiste en su terquedad no cónsona con el diseño del pragmatismo utilitarista. Lo que más llama la atención es que, en ningún momento, RORTY se esfuerza por razonar los postulados que lanza como verdades apodícticas. Sus tesis no necesitan demostración sino aceptación. Extrañamente quien se postula como heraldo de una democracia de ciudadanos maduros postula tesis que, en si mismas, entrañan la muerte de la ciudadanía. La "democracia" de RORTY, paradójicamente, postula el deshacer el camino andado por la modernidad, desde el siglo XVII hasta el XXI, en el lento y progresivo tránsito del súbdito al ciudadano, para plantear, como regresionismo histórico, la sustitución del ciudadano verdadero por un nuevo súbdito al cual habrá que llamar, decretalmente, ciudadano de la secularidad plena, un "ciudadano" sui generis, sin duda, pues deciudadano no tendrá casi nada y de súbdito tendrá casi todo, si las tesis de RORTY logran ser impuestas. El supuesto enemigo de todo dogma resulta, así, el enemigo de aquellos dogmas que no sean los suyos. La apariencia de tolerancia disfrazando la intolerancia; la negación de la creencia en Dios sustituida por la impuesta creencia en sus propios dictados; la fantasía propia como mercancía que se ofrece a cambio de la Verdad revelada. En síntesis, un manifiesto por la intolerancia envuelto en la apariencia de una sencillez profundamente humana. Su antiautoritarismo debe, pues, entenderse con criterio reductivo: niéguese, en efecto, todo criterio de autoridad que soporte cualquier tipo de orden normativo (religioso, moral o jurídico) que no vaya refrendado por la autoridad de la propia doctrina (de RORTY) del pragmatismo utilitarista. INMANENTISMO, UTILITARISMO Y FUNDAMENTALISMO En el rechazo de las "culturas teocráticas" y de los "Estados religiosos casi teocráticos del siglo XX"23, RORTY se muestra seguidor de un pragmatismo utilitario que sigue la senda trazada por DEWEY. "En lugar de creer —dice— que estas instituciones (las instituciones públicas) son ejemplificaciones de verdades eternas, deberíamos pensar —de acuerdo con el espíritu de DEWEY— que son unas herramientas que se justifican por el éxito que demuestran tener a la hora de realizar unas determinadas funciones"24. ¿Por qué deberíamos pensar? No da razón de tal imperativo. No explicita su claro mandato. De nuevo el a priorismo. No razona, no desarrolla: afirma, asienta, proclama. El espíritu de DEWEY sustituye a cualquier otra instancia generadora de principios. Las verdades eternas son sustituidas a placer por las verdades de DEWEY, en el sentido de las verdades de RORTY. La justificación por el éxito recuerda a la moral del éxito. RORTY pretende olvidar que éxito o fracaso, victoria oderrota no son categorías éticas sino circunstancias vitales, facta historica. Las instituciones públicas son ciertamente herramientas, pero en función de la finalidad política que él elude enfocar, su existencia se justifica en función de su capacidad de servicio al bien común y no a una simple estrategia exitosa de poder. Si esto último ocurriera, estaríamos en presencia de un descarnado maquiavelismo, lo cual suele ser planteamiento habitual de todo puro y duro pragmatismo utilitarista proyectado en la política práctica. Y añade RORTY, con rotundo apriorismo: "En lugar de verlas como ideas sobre la naturaleza de algo grande (la Sociedad, la Historia, la Humanidad), lo que deberíamos hacer es concebir los principios morales y políticos como abreviaciones de narrativas sobre exitosas utilizaciones de herramientas, como resúmenes de resultados de experimentos que han tenido éxito. Deberíamos ser tan suspicaces respecto al intento de fundamentar las propuestas políticas sobre grandes sistemas teóricos de la Naturaleza de la Modernidad, como lo somos respecto a los intentos de fundamentarlas sobre la Voluntad de Dios"25. Tales palabras deben ser leídas en el contexto del intento de RORTY de proyectar el pragmatismo americano por la vía de la absoluta inmanencia, obedeciendo a la sustitución formulada por DEWEY de la fe religiosa por la fe (política) democrática. Parten, tanto DEWEY como RORTY, de la supuesta antinomia entre fe (religiosa) y razón (científica). Por eso no vacila en declarar: "La explicación que ofrezco del pensamiento de DEWEY es una explicación en el intento de lograr que la participación en la política democrática realice la misma función espiritual que, en tiempos no tan esperanzadores, realizaba normalmente la participación en un culto religioso" 26. Así, pues, por la vía de la participación formal y procedimental, RORTY plantea la sustitución del fideísmo religioso (no alcanza a más en su visión de la religión) por el fideísmo político "democrático". Es cuestión, sin embargo, de Junciones, no de creencias o de principios. En el caso planteado, de función espiritual. En los tiempos históricos previos al secularismo plenario el culto religioso, la participación en él, otorgaba conciencia de la propia dignidad en el marco del existir comunitario. En el tiempo signado por el fundamentalismo secularista la propia dignidad derivará solo y exclusivamente de la participación en la política democrática. Pero que nadie se engañe: ella no surgirá por canales distintos a los ya previstos o que previere el pragmatismo utilitarista. La única política democrática valedera, es decir, aceptable y (a priori) exitosa es la que excluye (por inútil y, en su consideración singular, no exitoso) el culto religioso, no solo porque (a su entender) no contribuye a la dignidad de la persona humana, sino, más aún, porque él mismo supone (desde su óptica) la celebración de su indignidad. "La explicación freudiana del origen de la conciencia, del super ego, es, en mi opinión —dice RORTY—, otra versión de la línea del pensamiento antiautoritario que inspiró a DEWEY"27. Busca, con entusiasmo digno de mejor causa, su exaltación del pragmatismo como buena nueva y su crítica radical de la religión en la obra de Sigmund Freud (1856-1939)28 ("el último libro que escribió y el más descabellado de todos") Moisés y la religión monoteísta.Precisa RORTY que DEWEY nunca leyó a Freud29. LIBERTAD, CONSTRUCTOS Y CREENCIAS Habla RORTY de metafísica en un sentido que atribuye a HEIDEGGER (quien, según él, identifica metafísica yplatonismo)30. Plantea el pragmatismo como un politeísmo romántico. Según RORTY, ese politeísmo está sugerido por William JAMES31. Se refiere a un "cristianismo meramente ético", al estilo abstracto de gente como Thomas Jefferson (1743-1826), que podía (ese "cristianismo" pret-à- porter), a su entender, haberse deslastrado de la unión de lo humano y lo divino presente en la fe judeo-cristiana32. Así, pues, RORTY es insistente en pretender un cristianismo a la medida de sus cálculos u objetivos ideológicos. Un cristianismo meramente humano resulta, en el mejor de los casos, un remedo de aquel cristianismo en los límites de la mera razón o del cristianismo sin misterios que, tristemente, caracterizó algunas de las expresiones del deísmo inglés de fines del siglo XVII e inicios del XVIII, antecesoras de las manifestaciones de abierto ateísmo posterior. La ruptura de cualquier unión entre lo humano y lo divino señala, pues, el empeño de RORTY. Para lograrlo, aunque pretenda calificarlo no sin dejo caprichoso como cristianismo meramente ético, en realidad trata de eliminar el cristianismo por un sucedáneo que responda a exigencias sociales de tipo coyuntural. Más allá del uso semántico del término cristianismo, al cual vacía de toda referencia trascendente, RORTY añade la expresiónmeramente ético, la cual en su personal modo de ver las cosas no pasa de ser una etiqueta retórica, vocabulario de ocasión, nominalismo para evitar épater le bourgeoise (asombrar o escandalizar al burgués). Su politeísmo romántico, unido a ese cristianismo meramente ético, contribuye a ver su deseo de aniquilación de lo cristiano, colocando, cuando más, a este en el rango de adorno de dudoso buen gusto, en el nuevo olimpo prefabricado por los pragmatistas en su declarado afán de secularización radical en la plenitud del orden personal y social; todo ello, sin embargo, envuelto en el celofán de la grata calificación "democrática". Democracia suigeneris esta del fundamentalismo secularista de RORTY, pues, como queda dicho, exige la negación básica de la libertad de creencia y de cualquier relieve de culto con proyección social de esa misma creencia. Se refiere RORTY al intento de Nietzsche de ver "la ciencia a través de la óptica del arte y el arte a través de la vida". Ve todo ello vinculado al esfuerzo —Matthew Arnold (1812-1888), John Stuart Mill (1806-1873)— desustituir la religión por la poesía y ver la poesía como complemento necesario de la ciencia 33. RORTY proclama (o decreta) con énfasis: "el amor a la Verdad no existe"34. Recuerda que Nietzsche despreció como debilidad la esperanza del amor a la Verdad35. Como no aspira, en realidad, a nada en positivo, su meta pragmática se resume más en destruir que en construir.Ideológica y sociológicamente (porque si algún planteamiento está bastante alejado de una aspiración formalista purista es el de Richard RORTY) pretende la conciliación imposible de fascismo y anarquismo. Quisiera ser, en su "libertad" entendida en sentido libertario, un anarquista sin referencia o vínculo de respeto a cualquier autoridad, pero carece de la "sinceridad" de un Robert Nozick (1938-2002) y, por ello, su antiautoritarismo resulta, paradójicamente, un fundamentalismo autoritario con veste secularista. Pretender hacer relativo lo absoluto provoca, y el caso de RORTY no es una excepción, la absolutización de lo relativo. Así, su universalización autonómica de lo individual es, a la postre, el barroco empeño de una nueva Babel: su alarde teórico, como expresión maximizada del pragmatismo utilitarista de JAMES y DEWEY, muestra una pretensión de novedad de la más antigua y estéril soberbia. RORTY —conviene subrayarlo cuantas veces sea necesario— pretende hacer de su ideología una filosofía a partir de un permanente divertimento del lenguaje. En sus desarrollos se encuentran, uno tras otro, los disfraces de la paradoja, o mejor dicho, las paradojas de vocabulario que llevan a nombrar caprichosamente a algo por su antítesis. De tal manera, pues, su fascismo lo denomina democracia; y su intento tiránico lo califica de antiautoritarismo. ¡Tinglado semántico de oportunismo nominalista! INMANENTISMO Y NATURALISMO DEWEY escribió A Common Faith, que RORTY describe como libro "poco ambicioso y débil". Este, según RORTY, plasma en ese texto el utilitarismo romántico que él (DEWEY) y JAMES aceptaron36. Recuerda cómo William JAMES37 cita "con clara aprobación" a JAMES Henry Leüba (1867-1946), filósofo de la religión quien dijo: "A Dios ni se le conoce ni se le comprende, se le utiliza: a veces como proveedor de alimentos; a veces como soporte moral; a veces como amigo; a veces como objeto de amor. Si prueba ser útil, entonces la conciencia religiosa ya no puede pedir más [...] En último término, el fin de la religión no es Dios sino la vida, más vida, una vida más grande, más rica, más satisfactoria"38. DEWEY sintió siempre aversión a la idea de autoridad. No aceptaba el pecado original y rechazaba cualquier cosa relacionada con la idea de autoridad 39. Este anarquismo inconsecuente —consecuente podría ser llamado el anarquismo de Mijaíl Bakunin (1814-1876)— necesariamente lleva a evocar la consideración que el padre del anarquismo, Bakunin, hace del relato del Génesis, exaltando al promotor de la desobediencia, Satanás, como elprimer revolucionario de la historia40. Cita a DEWEY: "La democracia no es ni una forma de gobierno ni una cuestión de conveniencia social, sino una metafísica de la relación del hombre y su experiencia con la naturaleza"41. DEWEY afirma (y RORTY recoge tal afirmación) que las únicas tres personas que entendieron su visión naturalista de la democracia fueron Maurice Maeterlinck (1862-1949), Walt WHITMAN (1819-1892) y Ralph Waldo Emerson (1803-1882)42. Walt WHITMAN (31 de mayo de 1819 - 26 de marzo de 1892) expresa un rechazo del materialismo que veía en la sociedad norteamericana, aunque proclama, con entusiasmo, su creencia en los valores universales de la democracia. En su poesía aparece, también, como rasgo distintivo, un tratamiento entonces no común del eroscomo impulso humano. En la primera (1855) de sus muchas ediciones de Leaves of grass (Hojas de hierba), WHITMAN incluyó solo doce poemas. En esa primera edición los poemas no tenían título. El más largo (y mejor estimado por la crítica posterior) fue el luego titulado Canto a mí mismo, en el que Walt WHITMAN realiza la exaltación de un Yo simbólico que lo lleva a proclamar su amor a todo semejante, como reflejo de un sublimado amor a sí mismo. Su visión de Dios carece de sentido trascendente y la relación del ser humano con Dios se mantiene en la poesía de WHITMAN en el plano de la total inmanencia: es un cuasi panteísmo. La singular filantropía poética de WHITMAN se encuadra en una idealización democrática que, en su opinión, debería generar un nuevo tipo de literatura. El Prefacio a la primera edición de Hojas de hierba saluda a esta nueva literatura que debía estar hecha a la medida y al alcance del pueblo. Véanse algunos versos de Hojas de hierba que ponen de relieve la singular empatía de Emerson con WHITMAN, y la posterior empatía de DEWEY y el mismo RORTY con el poeta: Creo en ti, alma mía, el otro que soy yo no debe humillarse ante ti ni tú debes humillarte ante el otro [...] [Hablando de los animales] Ellos no se impacientan, ni se lamentan de su situación [...] No me fastidian con sus discursos sobre sus deberes hacia Dios [...] No me pregunto quién eres, eso carece de importancia para mí. No puedes hacer ni ser más que aquello que yo te inculco [... ] Ya he dicho que el alma no vale más que el cuerpo. Y he dicho que el cuerpo no vale más que el alma. Y que nada, ni Dios, es más grande para uno que uno mismo [... ] Y digo a la humanidad: 'No te inquietes por Dios'br> Porque yo, que todo lo interrogo, no dirijo mis preguntas a Dios (No hay palabras capaces de expresar mi postura tranquila ante Dios y la muerte) Escucho y veo a Dios en cada cosa, pero no lo comprendo. Ni entiendo que haya nada en el mundo que supere a mi yo. Se entenderá por esos versos la cercanía de la concepción antropológica de WHITMAN con la de Nietzsche; y la de ambos con los autores principales del pragmatismo americano que inspiran la ruta intelectual de RORTY. Señala RORTY que Matthew Arnold pretendía liberarse de lo que llamaba "hebreísmo". DEWEY consideraba que la meta de Arnold (librarse del "hebreísmo") lo logra el panteísmo de William Wordsworth45. Si se concibe el ateísmo como una fórmula de antimonoteísmo —afirma RORTY— entonces DEWEY fue el ateo más agresivo que haya existido jamás"46. El antiteísmo es refinadamente estratégico. El politeísmo o el panteísmo, como fórmulas sofisticadas de ateísmo (pues terminan en el horizonte inmanentista y naturalista) no son problema. El problema es el monoteísmo y sobre todo el monoteísmo cristiano, propio de la fe mayoritaria de la sociedad en la cual nacen y viven los pragmatistas "históricos" (JAMES, DEWEY) y el mismo RORTY. LA REFORMULACIÓN LINGÜISTICA, EL PRAGMATISMO Y LOS DERECHOS HUMANOS RORTY sigue (críticamente) el análisis de Alan RYAN sobre DEWEY47. Se autocalifica (RYAN): "Como ateo agresivo que soy...". Pone en duda la eficacia de lo que, según él, hace DEWEY: se pregunta si es posible "utilizar un vocabulario religioso sin el añadido de las creencias supernaturalistas que DEWEY desea dejar de lado". Para DEWEY no existe ni pecado ni mal radical. La comparación que se esfuerza RORTY en realizar con Kierkegaard resulta bizantina, porque si algo distinguió a Søren Kierkegaard (1813-1855), y deja expresión de ello en toda su obra, es que fue un sincero creyente, crítico de la difusión del hegelianismo liberal en el seno de la teología luterana de su tiempo. Habla RORTY "del intento de apropiación del cristianismo que realiza DEWEY para satisfacer sus propósitos pragmáticos"48. Su nominalismo es reiterativo. "No creo que haya nada que entender correctamente o incorrectamente aqui — dice—. A este nivel de abstracción, conceptos tales como verdad, racionalidad o madurez pueden ser comprendidos de muy distintas maneras. Lo único que cuenta es qué forma de reformularlos será con el tiempo más útil para la politica democrática. Como nos enseñó WITTGENSTEIN, los conceptos son usos de palabras. Durante mucho tiempo los filósofos han tratado de comprender los conceptos; lo importante, sin embargo, es cambiarlos para que sirvan mejor a nuestros propósitos"49. Es difícil encontrar una expresión tan rotunda del utilitarismo pragmático y posmoderno. La utilidad se enlaza con el escepticismo radical. El cambio conceptual, al no obedecer a la comprensión de los conceptos mismos (siguiendo al positivismo lógico de WITTGENSTEIN son solo usos de palabras), tiene un simple sentido instrumental. La vinculación que RORTY pretende entre su utilitarismo pragmático radical, que debería caracterizar las sociedades en las cuales impera la secularización absoluta, y el sistema político democrático y su dinámica, no pasa de ser la afirmación apriorística de su nominalismo utilitarista. RORTY, con su fundamentalismo secularista, dista mucho de ser propiamente un demócrata. Lo que siempre se ha entendido por ciudadano demócrata ysistema democrático, en el caso de su pensamiento, no cuenta. Hay que entender los términos en el contexto del propio pensamiento de RORTY. El Estado de Derecho considerado democrático, de veras, por el pensamiento político moderno, posee dos características básicas: la separación de poderes y el respeto de los derechos humanos. Para que se vea con nitidez el cuestíonamiento del pensamiento de RORTY como democrático, véase, a continuación, su singular visión de los derechos humanos. Para todo aquel que no considere la temática de los derechos humanos flatus vocis (soplo de voz), como al parecer la considera RORTY, sus conceptos solo sirven para vaciar de toda dimensión propiamente humana a tal temática. "Desde un punto de vista pragmatista —dice— la noción de 'derechos humanos inalienables' es un eslogan no mejor ni peor que aquel otro de 'obediencia a la voluntad de Dios'. Lo que hacemos al invocarlos como motores inmóviles es expresar en otras palabras que hemos tocado fondo, que hemos agotado todos los recursos argumentativos a nuestra disposición. Estos discursos sobre la voluntad de Dios o los derechos del hombre, al igual que esos otros sobre 'el honor de la familia' o 'la patria está en peligro' no son objetivos demasiado adecuados para el análisis y la critica filosófica. El intento de ir a ver qué hay detrás de ellos no dará ningún fruto. Ninguna de esas nociones debería ser analizada, pues todas terminan por decir lo mismo: 'Aquí me detengo: no puedo hacerle nada'. Son menos razones para la acción que anuncios del hecho de que se ha estado meditando a fondo sobre el asunto y tomado una decisión" 50. Palabras tan asombrosas como decepcionantes. ¿Es, acaso, adecuado "para el análisis y la critica filosófica" el reiterado apriorismo de RORTY, quien no se detiene a fundamentar ninguna de las tesis sobre las cuales, simplemente, borra de su horizonte intelectual (y pide que todos hagan como él) nada menos que la creencia en Dios y la afirmación, teórica y práctica (en filosofía, en política, en derecho) de la plenaria dignidad de la persona humana? ¿Por qué no hay que ver cuáles principios, valores o Weltanschauung (concepción del mundo y de la vida) subyacen en toda perspectiva relativa a la persona y a la sociedad? ¿Por qué hacerlo "no dará ningún fruto"? ¿De dónde saca RORTY su jactanciosa sentencia de tautología? El utilitarismo del pragmatismo secularista de RORTY exige una actitud carente de capacidad de honesta investigación y profundo cuestionamiento. Si se analizan aquellas que él (RORTY) reduce a la sola condición de nociones posiblemente se verá el débil sustento de sus posiciones. Las preguntas que RORTY evita hacerse no son útiles para el utilitarismo del cual se pretende destacado profeta. Pero ellas sí lo son para la comprensión, afirmación y defensa de la dignidad de la persona humana, de toda persona humana. La visión de RORTY de los derechos humanos (de todo el hombre y de todos los hombres) solo puede ser calificada, benignamente, de deplorable. Continúa con su visión pragmatista de los derechos humanos, señalando lo siguiente: "Hablar de derechos humanos es explicar nuestra actuación identificándonos con una comunidad de personas que piensan como nosotros: aquellos que hallan natural actuar de un modo determinado" 51. Es decir, que el pragmatista, según RORTY, es, por principio, autorreferente. Es difícil encontrar un modo más vacuo y banalizante de referirse a los derechos humanos. Y para que se vea que no es este un juicio gratuito, léase la cita siguiente: "...en el tema de los derechos humanos, el pragmatista piensa que no deberíamos debatir la cuestión de si éstos existieron siempre, aunque nadie los reconociese, o si son tan solo unas construcciones sociales de una civilización influida por las doctrinas cristianas de la fraternidad humana y los ideales de la Revolución Francesa"52. Y añade: "Está claro que en un sentido de 'construcción social' los derechos humanos son construcciones sociales, pero en ese mismo sentido también lo son los neutrines y las jirafas"53. No debe, según él, debatirse el punto, porque una discusión sobre su fundamentación (de los derechos humanos) llevaría a una revalorización filosófica y política de la persona que el pragmatismo, en su secularismo absoluto, no contempla y le plantearía problemas insolubles desde su óptica. Hablar de los derechos humanos como construcciones sociales semejantes a las jirafas, es, para decirlo con claridad y brevedad, ignorar en realidad el tema. El utilitarismo de RORTY realiza, pues, en este tema, una grosera actitud de desprecio y abandono. Y más adelante, para no entrar nunca en una justificación de fondo de sus a priori, dice: "En cuanto abandonemos la idea de que la finalidad del discurso es representar con precisión la realidad dejaremos de interesarnos por distinguir las construcciones sociales de las demás cosas, y nos limitaremos a discutir acerca de la utilidad de los constructos sociales alternativos"54. Y llega al extremo de su posición avalórica (según la cual carece de sentido hablar de los derechos humanos) diciendo: "Discutir la utilidad de un conjunto de constructos sociales llamados 'derechos humanos' es debatir la cuestión de si los juegos de lenguaje que las sociedades inclusivistas ponen en juego son mejores o peores que aquellos que ponen en juego las sociedades exclusivistas" 55. Así, pues, para RORTY, un juicio acerca de esos juegos de lenguaje equivale a un juicio acerca de la sociedad en general. Y, para que no quepa la menor duda del alcance de sus afirmaciones, añade: "en vez de debatir el estatuto ontológico de los derechos humanos lo que uno debería hacer es debatir la cuestión de si las comunidades que fomentan la tolerancia de pequeñas e inofensivas desviaciones respecto a la normalidad son preferibles o no a aquellas otras comunidades cuya cohesión social depende de la conformidad con lo que es normal, de mantener a distancia a los extraños y de eliminar a los que tratan de pervertir a la juventud"56. Aquí RORTY pone de manifiesto una manipulación seudo-dialéctica de índole ideológica. Su concepción de la sociedad inclusivista no deja de ser una falacia, igual que su concepción de la democracia. Ni su paradigma social es en realidad inclusivista, ni su paradigma político es, en realidad, democrático. Para su utilitarismo, todo se reduce a un oportunista uso de vocabularios. Más aún, lleva su fundamentalismo ideológico a la negación de una posibilidad real de afirmación y defensa de los derechos humanos como criterio universal y absoluto del respeto a la persona humana. Muy a su manera, una vez que ha volatilizado los derechos humanos no vacila en referirse, de modo singular, a una verdadera cultura de respeto a los derechos humanos. "Tal vez —dice— el mejor signo del progreso hacia una verdadera cultura de respeto a los derechos humanos sea el dejar de interferir en los planes de matrimonio de nuestros hijos por culpa de la nacionalidad, religión, raza o fortuna de la persona elegida, o porque ese matrimonio sea homosexual en lugar de ser heterosexual"57. El pragmatismo utilitarista no resulta el mejor ejemplo de tolerancia, al menos respecto a la creencia religiosa de cualquier tipo. En relación a la distinción entre matrimonio heterosexual y homosexual, prefiero considerar como válida la definición de matrimonio del Digesto (consorcio de un hombre y una mujer para toda la vida). La unión homosexual será unión de hecho entre personas del mismo sexo, pero nunca matrimonio, si por tal se entiende, como siempre se ha entendido, el consorcio aludido por el Digesto en función de la formación de la sociedad familiar, uno de cuyos fines resulta la procreación y educación de los hijos. Aludo solo al Digesto, para no mencionar consideraciones teológicas o canonísticas que, posiblemente, provocarían una fuerte urticaria a quienes piensan como RORTY. Si bien para RORTY no hay problemas sino vocabularios, tendrá que admitirse que la diferencia entre un matrimonio verdadero (heterosexual) y una unión de hecho homosexual no es una simple cuestión de vocabulario. APRIORISMO Y SECTARISMO: LA DESAPARICION DE LA PERSONA El problema que se deriva de secularismos tan forzados y ultraistas como el de RORTY es que, pretendiendo ser el no-va-más-práctico de lo humano reducido a utilidad, termina por fagocitarse —de manera jactanciosa, irónica, con insaciable glotonería— la persona. La pretendida racionalidad neokantiana resulta, a la postre, un voluntarismo al servicio de lo pasional e instintivo, y de lo desordenado en esos campos. Y eso difícilmente puede ser comprendido, desde las luces de la racionalidad distintiva de lo humano, como auténtica utilidad. El extremo secularismo de RORTY combina apriorismo con sectarismo. El uso del vocabulario, su afán innovador, en realidad es un camouflage de la antitesis de lo que aparentemente proclama. Asi, su modelo de sociedad inclusiva como la máxima expresión de una democracia procesalista y formalista resulta, desenvueltamente, el prototipo fundamentalista de sociedad excluyente. De hecho RORTY excluye, con no oculto desprecio, como excluyentes, atodos aquellos (que son la mayoría) que no compartan su criterio de inclusión. No se trata de reconocimiento de derechos. Como evita, con deliberada y reiterada actitud sofista, plantearsedesde la persona la radicalidad de los derechos, su peculiar inclusión termina por ser la imposición a las mayorías de los prejuicios secularistas de una (numéricamente) relevante minoria, de una pseudo élite, de una oligarquía intelectual aliada, no pocas veces, con el poder económico y político (o que busca dicha alianza, en cuanto útil para sus fines). Asi, pretendiendo exaltar los supuestos derechos de minorías reales, termina por negar los auténticos y naturales derechos, los principios y valores, de las mayorías reales, simplemente porque, para el secularismo radical que proclama, tales derechos, principios y valores, en verdad, no existen. Extraña concepción de la democracia que permite, justifica y auspicia auténticos atropellos contra la dignidad de la persona, violaciones reiteradas contra sus más primarios derechos naturales o fundamentales, y sus lógicas derivaciones y consecuencias. La cultura dominante, al pretender unir el concepto de democracia al relativismo y postular dogmáticamente (¡oh paradoja!) ese relativismo como precondición de la libertad y de la convivencia armónica en un ámbito social signado por el pluralismo, realiza, por la via del vaciamiento de los valores morales, la erosión de la salud de la democracia: esos valores garantizan la sana vitalidad de la democracia haciéndola un sistema político capaz de alcanzar la dimensión ética del sistema de vida, en cuanto garante pleno del respeto a la persona y de las variadas manifestaciones de su pluralidad. Una democracia sin valores no es otra cosa que un sistema que expresa y postula un nihilismo moral. Y cuando el nihilismo moral se hace sistema, cualquier maximalismo nitzscheano (como ya ha ocurrido en los totalitarismos del siglo XX, y específicamente con el nazismo) puede hacer alarde de su capacidad destructora de la persona y de su dignidad. El nihilismo moral considera todo valor ético como un dogmatismo contra natura porque, ciertamente, la negación del vacuum (vacío) moral supone la negación del falso dogmatismo que proclama, con el recurso al formalismo o sin él, el necesario vacío de la libertad. Quienes, como RORTY, en nombre de la tolerancia y la inclusión pretenden proscribir y perseguir la verdad se inscriben, en realidad, en un fundamentalismo secularista que excluye de manera despreciativa a quienes no adopten su escepticismo. El nihilismo posmodernista ha terminado por ser la forma más barroca de antagonismo de lo humano. El relativismo absoluto ha llevado al rechazo de la posibilidad de la verdad como si ello supusiera necesariamente la intolerancia como amenaza antidemocrática. Rechazando cualquier verdad objetiva y absoluta pretenden convertir tal rechazo en una verdad objetiva y absoluta de obligatoria aceptación y acatamiento. La gran dictadura intelectual de los custodios de la llamada corrección política (political correctness) lleva a evadir el auténtico diálogo sobre estas patologías y a pretender la imposición forzosa de las mismas. La precisión del lenguaje es condición para expresar el pensar riguroso. Pero si el sentido de las palabras es subjetivo y todo resulta un constructo social, tal nominalismo termina por excluir la comprensión del otro, por asfixiar la dimensión verdaderamente relacional de la existencia. Es por ello que la fuga hacia adelante de la posmodernidad debe poner el énfasis en los procedimientos. La formalidad procedimental es el bastión pudoroso de la democracia sin valores. No es posible coherentemente revalorizar la persona y sus derechos fundamentales, los principios de rango moral como fundamento de la realidad jurídica y postular la sublimidad de la función judicial desde una perspectiva subjetivista y relativista, que necesariamente confluye en alianzas políticas y jurídicas (en la teoría y en la praxis)con escepticismos y nihilismos que están en la matriz de las miserias históricas del mundo contemporáneo. RORTY se inscribe en el intento reaccionario de proclamar como luces del mañana las sombras del ayer. Política y jurídicamente su pensamiento luce lastrado por la soberbia fanática de jugar a arquitecto supremo de lo humano y a autoconsiderarse con la capacidad de definir las dimensiones de lo comunitario y las reglas que deben regirlo; todo desde la plataforma de la absoluta inmanencia. El ethos dialógico de la democracia supone revalorizar la búsqueda de la verdad por parte de los ciudadanos que le dan vida. Revalorizar la búsqueda de la verdad supone, a su vez, reconocer que la consideración de la moral —con sus normas universales y objetivas— y de la razón moral resulta fundamento necesario de la razón política, si no se quiere que el ejercicio del poder y la aplicación de la justicia sean simples expresiones de la voluntad arbitraria del más fuerte. La democracia con valores exige, por tanto, un ordenamiento jurídico y una institucionalidad política que reconocen, proclaman y defienden la plena dignidad de la persona humana en su coexistir social.