la inclusion de la solidaridad en el pensamiento economico tradicional

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LA INCLUSION DE LA SOLIDARIDAD EN EL PENSAMIENTO ECONOMICO
TRADICIONAL
HUGO D. FERULLO (*)
Universidad Nacional de Tucumán y Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
(*) e-mail: [email protected]
Resumen: La pregunta central que este trabajo plantea es la siguiente: ¿es la
posición originariamente individualista del pensamiento económico compatible con la
solidaridad que toda sociedad necesita para mantener su cohesión? El pensamiento
económico actual propone dos tipos de respuestas a nuestra pregunta. Una excluye de la
problemática específicamente económica a todas las cuestiones que no pueden abordarse
sin abandonar el presupuesto individualista del pensamiento económico tradicional, mientras
que la otra propone la creación de nuevos modelos, capaces de incluir en la ciencia
económica el tratamiento de cuestiones y situaciones en las que los sujetos económicos
individuales no actúan con la racionalidad típica del individuo maximizador. Clasificación
JEL: B4, A13.
Abstract: The main purpose of this paper is to answer the following question: Is the
individualistic position of economics compatible with the solidarity, needed for social
cohesion? To answer it we will assume two frameworks. The first considers solidarity as a
separated topic from economic science because ignores all the assumptions abaut the
“homo economicus”. The other proposes the construction of new economics models with
individuals who are able to participate in different activities motivated for a social
commitement and a society responsability.
As we will see, despite they arrive to an affirmative answer to the original question,
the two frameworks discussed are really different. JEL Classification: B4, A13.
Introducción
En la base misma del pensamiento económico moderno se encuentra la figura del
homo economicus, dotado de una racionalidad instrumental predefinida y cuya conducta se
guía por la búsqueda del máximo bienestar individual. Sin embargo, los valores que la gente
pone en juego en sus relaciones económicas son muchas veces de índole social, y no
tienen por qué responder necesariamente al individualismo característico del pensamiento
económico de nuestro tiempo. De esta constatación elemental surge la cuestión básica
referida a la forma en que la economía se las arregla para entender las relaciones entre el
individuo y la sociedad, entre la búsqueda de la ventaja personal y la solidaridad necesaria
para mantener el orden y la cohesión social de la comunidad, de la que todo sujeto
económico forma parte.
En el marco del gran problema que plantea al pensamiento económico moderno la
inclusión de nociones de índole eminentemente social, el primer paso del presente trabajo
está destinado a conceptualizar, de manera esquemática y resumida, la noción de
solidaridad, ubicada entre los extremos individualista y colectivista del pensamiento social.
Una vez definida esta noción, aparece la pregunta central que este escrito plantea: ¿es la
posición originariamente individualista del pensamiento económico compatible con la
solidaridad que toda sociedad necesita para mantener su cohesión?
Buscar una respuesta a esta pregunta nos condujo a distinguir, dentro de la temática
compleja planteada por la relación individuo-sociedad, entre dos posiciones claramente
diferentes asumidas en el seno del pensamiento económico actual. Las dos posiciones
permiten responder nuestra pregunta de manera positiva, pero una excluye de la
problemática específicamente económica a todas las cuestiones que no pueden abordarse
sin abandonar el presupuesto individualista del pensamiento económico tradicional, mientras
que la otra propone la creación de nuevos modelos, capaces de incluir en la ciencia
2
económica el tratamiento de cuestiones y situaciones en las que los sujetos económicos
individuales no actúan con la racionalidad típica del individuo maximizador.
En la segunda parte de este trabajo se aborda la primera de estas posiciones, que
restringe el campo de estudio del pensamiento económico con pretensiones científicas a la
esfera de los modelos construidos sobre la base del respeto estricto de los supuestos del
homo economicus racional. Aceptar esta respuesta significa, en principio, dejar fuera del
análisis científico de esta disciplina a una serie de actividades económicas que no pueden
explicarse sin apelar a la idea de solidaridad, o a alguna otra noción relacionada con el
bienestar común.
Finalmente, la tercera parte de nuestro trabajo está destinada a analizar la respuesta
alternativa planteada por la segunda de las posiciones apuntadas arriba. Esta respuesta
equivale a una verdadera renovación de las bases mismas del pensamiento económico,
sustituyendo la figura del homo economicus individualista por un nuevo sujeto, capaz de
actuar en diferentes circunstancias movido por actitudes y valores que se explican por una
lógica que no excluye el compromiso comunitario y la responsabilidad individual sobre el
bien común, diferenciándose así de una racionalidad que lo obliga a decidir toda cuestión
económica en términos de sus propias preferencias, exógenamente definidas.
3
1. La noción de solidaridad y el pensamiento económico
En el pensamiento social, la noción de solidaridad se enfrenta de manera simultánea
al individualismo y al colectivismo, posiciones extremas que se oponen simétricamente entre
sí, acentuando cada una el polo de la relación individuo-sociedad que la otra descarta. Sin
otro ánimo que el de resumir de manera elemental este gran debate de índole claramente
extra-económico, revisaremos aquí algunos puntos salientes de las diferentes posiciones en
juego.
Según el principio individualista, en la vida del hombre en sociedad lo único
verdaderamente real es el individuo. Es claro que para esta concepción extrema, cualquier
asociación de individuos permite definir sociedades de distinto grado de complejidad, pero
de ninguna de estas sociedades puede decirse que tiene una existencia real; no son más
que la suma de actos individuales, por medio de los cuales los seres humanos se relacionan
entre sí. En el otro extremo, el colectivismo afirma que lo propiamente real, en la relación
individuo-sociedad, está constituido por las totalidades sociales, como el pueblo o la clase
social.
Entre el individualismo y el colectivismo, negando de manera simultánea a ambas
posiciones extremas, aparece el principio de la solidaridad. De acuerdo con este principio,
los individuos son personas cuya realidad no se agota en su participación en complejos
sociales, y estos complejos sociales son a su vez algo diferente del resultado de la mera
suma de las relaciones entabladas entre los miembros individuales. De este modo, en la
vida humana en sociedad, “corresponde a la persona particular una individualidad
completamente original en el sentido eminente de la palabra, ...pero a la vez dicha persona
está constituida no menos originalmente como ser social...y con todo su comportamiento
interno y externo se halla indisolublemente ligada a un inmenso complejo de influjos
recíprocos con otras personas”1.
En la concepción individualista, donde lo social está reducido a una mera suma de
individuos, no cabe propiamente introducir nociones que engloben a toda la comunidad o
sociedad de hombres, tales como el interés público o el bienestar general. Aquí, cualquier
exigencia de bien común, aquél exigido por una sociedad en su totalidad, resulta negada. En
el extremo opuesto, el colectivismo, al aceptar que los individuos sólo existen como
engranajes del complejo social, define que el bien de cada uno sólo puede consumarse en
el bien colectivo. En la concepción solidaria, en cambio, las exigencias del bien individual y
del bien común coexisten, y ambos bienes deben ser tenidos debidamente en cuenta en la
vida humana en sociedad.
La posición solidarista reza, en síntesis, que la sociedad está compuesta por
personas primigeniamente individuales e irrepetibles, pero que participan de manera
ineluctable en vivencias y acciones que se entrecruzan, de lo que resulta un entramado
social tan primigenio como la individualidad esencial del hombre. El ser humano así definido,
individual y comunitario, es responsable no sólo de sus propios actos, sino que resulta
también co-responsable de los actos comunitarios. La vida social del hombre individual está,
de este modo, signada por la solidaridad, por deberes y obligaciones para con otros, que no
pueden ser abandonados de manera masificadora en manos del Estado o de otros grandes
complejos sociales.
La pregunta que nos formulamos en este trabajo tiene que ver con la ubicación de la
noción de solidaridad en el pensamiento científico de la economía moderna. Para responder
esta cuestión, tenemos primero que precisar el alcance de la postura individualista asumida
por la economía, tema del que nos ocuparemos en el punto siguiente.
1
MONZEL N.: “Doctrina Social”, Ed. Herder, Barcelona 1972, T I, pág. 282.
4
2. El Individualismo en Economía
Desde sus orígenes, la base del pensamiento económico de raíz clásica fue el sujeto
individual, cuya conducta constituye el fundamento último sobre el que se edificó el aparato
teórico de las modernas economías de mercado. En ellas, el funcionamiento ideal de los
mercados competitivos tiene adjudicada la noble y silenciosa misión de conducir
espontáneamente a la sociedad entera a un orden no sólo natural y justo, sino también
sistemáticamente posible y comparativamente más eficiente e innovador que cualquier otro.
Todo lo que se exige del sujeto económico individual, para que el maravilloso y
espontáneo mecanismo de mercado se ponga en marcha y conduzca a la sociedad entera
a un punto de solución óptima del problema básico de la escasez de recursos, es que siga
su propio interés individual, sin ningún aditamento moral que le imponga solidaridad alguna
con sus semejantes. El individuo puede entregarse tranquilamente al hedonismo, puesto
que así contribuye, tenga o no conciencia de esto, al bienestar de todos2.
Vista desde la perspectiva de cada sujeto, la economía se apoya en el diseño, desde
uno mismo, de un proyecto vital propio, reduciéndose el reconocimiento de los otros a
acentuar la libertad que tienen todos para entablar transacciones libres. Por encima del
reconocimiento elemental de la libertad de los otros, la imagen tranquilizadora de la “mano
invisible” permite que el individuo económico se desentienda de las consecuencias que su
conducta racional puede acarrear a terceros. En este sentido es que se acostumbra decir
que la economía no tiene moral. En todo caso, con una suave coacción, puede esperarse
que los participantes en el mercado se conviertan en pacíficos ciudadanos que satisfacen su
afán de ganancia máxima individual de una manera moralmente aceptable, desde el
momento que la persecución racional de fines personales a través de los mercados,
conduce a la práctica de determinados comportamientos y actitudes que resultan ser
virtudes indispensables para actuar exitosamente en el campo de las economías modernas:
apacibilidad, probidad, confiabilidad, solvencia, lealtad, honestidad, disposición al
compromiso. En su ideal, el mercado libre se convierte así en una fuente de donde mana no
sólo el bienestar económico, sino también la moral y la virtud de los individuos participantes.
El pensamiento económico moderno se construyó, en definitiva, sobre la idea de un
equilibrio social que se consigue a través del arbitraje neutro e imparcial del mercado. En
teoría, es este mecanismo de mercado el que logra que los diferentes objetivos individuales
de los participantes resulten compatibles entre sí, y que las conductas individuales converjan
hacia una situación de máximo bienestar para el conjunto de la sociedad3. Pero lo cierto es
2
Las modernas economías de mercado son portadoras de una verdadera utopía, configurada por profecías
optimistas que se consolidaron durante los siglos XVII y XVIII, sobre todo en Escocia, Inglaterra y Francia. En
esta visión alentadora del orden social, los individuos esclarecidos, que persiguen su propio interés, pueden
transformar sus vicios privados en virtudes públicas, como lo muestra de manera ejemplar B. Mandeville en su
fábula de las abejas. Un orden tal de individuos libres, resultaría no sólo beneficioso para el bienestar económico
de la sociedad en su conjunto, sino que ejercería también una influencia favorable en la moral de los ciudadanos
y de los gobernantes. La acción de los individuos que persiguen todos y cada uno su propio interés conduce, de
este modo, a una vida social donde la ilustración ideológica, el bienestar económico, la libertad política y la
moral individual se armonizan naturalmente. De esta manera, el autointerés y la racionalidad hacen surgir en las
modernas economías de mercado un orden social en el que es posible la convivencia y cooperación beneficiosas
para todos, sin que haya que oprimir la naturaleza egoísta del hombre. En estas sociedades, el bienestar
económico se produce en virtud del milagro del mercado, que motiva a los individuos para que, en la
persecución de su ventaja personal, utilicen sus recursos de la forma más ventajosa para la sociedad en su
totalidad. El poder económico de los individuos libres sirve aquí de contrapeso del poder de los gobernantes,
garantizando una conducción política moderada y prudente. Finalmente, la moral y las virtudes individuales se
consiguen con obligaciones mínimas impuestas al intercambio comercial, que educa por sí solo al individuo, en
tanto participante en el mercado, para que sea un socio honesto y confiable.
3
La visión idílica acerca de las consecuencias sociales beneficiosas que surgen de la conducta individual, guiada
por el interés personal, no está exenta de matices de cierto escepticismo, presentes ya en los escritos clásicos de
Adam Smith. Para este autor, las ventajas del comportamiento egoísta se daban fundamentalmente en el ámbito
de lo económico, y aún aquí resultaba necesario frenar el afán desmedido por el interés propio, propiciando otras
virtudes y sentimientos morales. Como lo muestra la historia económica posterior, con el advenimiento de las
modernas economías de mercado surgieron grandes problemas socioeconómicos, agravados en épocas de crisis:
5
que una sociedad donde los individuos persiguen exclusivamente su interés estrictamente
individual, no tiene garantizada ni siquiera la cohesión social mínima necesaria para su
existencia estable. En el funcionamiento concreto de la vida humana en sociedad, el
comportamiento individual atomista solo permite predecir acciones de los sujetos
económicos que afectan a su propio bienestar, pero que son en general demasiado
insignificantes como para afectar a la sociedad entera. Como lo reconoce muy bien R.
Lucas:
“La basura que yo tiro en las calles supone una contribución insignificante al resto,
entonces ¿por qué molestarse en usar un contenedor?; lo que yo doy al pobre no tiene un
efecto significativo comparado con la pobreza total del mundo, entonces ¿por qué dar algo?;
mi voto no afectaría al resultado de una elección, entonces ¿por qué gastar mi tiempo
esperando la cola para votar? Esta opinión seduce porque tiene mucho de verdad. Pero una
sociedad en la que todo el mundo enfoca todos los asuntos de esta manera, no podría
continuar”. Esta pequeña cita resume claramente las dificultades insalvables que se
plantean en la vida social si la conducta de todos sus componentes obedeciera a una guía
de acción salida exclusivamente de las enseñanzas individualistas de la ciencia económica.
La cita continúa de esta manera: “Necesitamos vernos a nosotros mismos como una parte
del todo y creo que la mayoría de nosotros lo hacemos, pero este importante aspecto de la
vida no tiene realmente un sitio en la teoría económica”4. El remate del párrafo citado
sugiere sin ambages que la cohesión social es un tema ajeno al campo científico de lo
económico.
Analizado a la luz de la relación individuo-sociedad, vieja y perdurable cuestión
planteada por la economía en tanto ciencia social, buena parte del pensamiento económico
se inscribe en la tradición del utilitarismo, según la cual lo que hace que la sociedad funcione
es básicamente la satisfacción de las preferencias individuales, reduciéndose las relaciones
sociales a servir de instrumento al servicio de la maximización de las utilidades individuales5.
En este sentido puede aceptarse que la teoría social que se corresponde con la ciencia
económica moderna es individualista.
Esta posición individualista no niega, por supuesto, que en la vida en sociedad
resulta necesario equilibrar dos dimensiones que surgen, en tensión, de la interacción
económica de los individuos: la tendencia a apropiarse de la cantidad máxima de los
recursos escasos que les resulte posible, por un lado, y, por otro lado, la necesidad de
cooperación entre los sujetos individuales para aumentar la eficacia de sus trabajos. Pero
sobre la cooperación entre individuos, lo que esta postura predica es que la economía solo
debe ocuparse, en rigor, de las relaciones que surgen espontáneamente de la dinámica
misma del funcionamiento libre de los mercados. De esta manera, si nos preguntamos por la
forma de regular la cooperación entre los individuos, entendiendo regulación como el
conjunto de reglas, procesos e intermediaciones capaces de dotar al sistema
socioeconómico de la estabilidad y la flexibilidad necesarias para adaptarse a circunstancias
diversas, manteniendo la cohesión y la unidad, la única regulación estrictamente económica
el desarraigo de millones de personas, la depresión económica acompañada por el desempleo y la miseria social
en gran escala. Todos estos problemas contribuyeron a minar las esperanzas en los efectos beneficiosos de la
mano invisible, incluso aquellos restringidos a la órbita estricta de la economía.
4
LUCAS R. E., Jr.: “La ética, la economía política y la comprensión del desarrollo económico”, en ASPECTOS
ETICOS Y SOCIALES DE LA ECONOMIA, PPC Editorial, Madrid 1992.
5
La institución del matrimonio, por ejemplo, pude analizarse en este contexto como un arreglo acordado para
asegurar el beneficio mutuo del intercambio entre dos agentes con diferente dotación de recursos. De la misma
forma, la presencia del crimen puede explicarse a través del cálculo de costos y beneficios individuales, que
muestra lo que correspondería hacer si se pretende una acción que maximice la utilidad esperada de los sujetos
criminales. Las instituciones y la acción política se explican también con la misma lógica de acción individual,
que explica en este campo las coaliciones que aparecen como fruto del cálculo acerca de las políticas económicas
capaces de conducir, por ejemplo, a la reelección de autoridades. Todos estos ejemplos muestran claramente que
el campo que define el objeto del análisis económico moderno se reduce, de acuerdo a esta interpretación, a la
esfera de acción individual.
6
sería aquélla aportada por el mecanismo de mercado que nace de la acción libre de
individuos, guiados cada uno por su propio interés.
Desde una visión individualista extrema, puede afirmarse que la cooperación
intersubjetiva que se hace efectiva en el funcionamiento concreto de los mercados es todo lo
que la vida social necesita, puesto que la persecución racional del propio interés conduciría
a elegir un comportamiento cooperativo que tiene en cuenta también los intereses de los
demás. Pero, por poco que consideremos que, además del mercado, otros niveles de
cooperación entre los individuos de una sociedad resultan esenciales para mantener su
unidad y cohesión, esta visión extrema del individualismo económico necesita suavizarse.
Una vez aceptada la necesidad de un tipo de cooperación entre sujetos económicos
diferente del que impera en el modelo de mercado construido por el pensamiento
económico, la pregunta que surge de inmediato es si esta nueva forma de cooperación, a
desarrollarse en el interior de grupos voluntariamente constituidos, puede ser aprehendida
por un renovado pensamiento científico de la economía o debe, por el contrario, quedar
fuera de su órbita de interés. Mantener el presupuesto individualista significa elegir esta
última opción, como puede graficarse con este nuevo párrafo del texto de R. Lucas citado
más arriba:
“...las organizaciones de los mercados no son muy superiores (en todos los casos) a
otras organizaciones. Creo que es una ventaja del sistema capitalista que la gente sea libre
de formar otras organizaciones (diferentes a las empresas o firmas tipo), y hacer que ciertas
decisiones de asignación de recursos no tengan el control del mercado. La gente, en una
economía de mercado, puede tomar todas las decisiones no relacionadas con el mercado
que desee, puesto que se puede unir con otra gente en sus decisiones. Históricamente, en
los Estados Unidos ha habido una gran cantidad de experimentos con diferentes formas de
organización, desde comunidades utópicas organizadas con carácter religioso o ideológico,
hasta firmas modernas que experimentan con políticas de personal al estilo japonés6. Como
tenemos poco conocimiento teórico de los factores que determinan qué decisiones se deben
dejar al mercado y cuáles deberían formar parte de organizaciones no de mercado, yo creo
que este tipo de competencia de las organizaciones es preferible a cualquier otro tipo de
decisión que sea centralizada”7.
En definitiva, aunque las relaciones de intercambio en los mercados no fueran las
únicas relevantes para caracterizar al orden económico de las sociedades modernas, donde
los ciudadanos poseen la libertad para realizar todo tipo de asociaciones voluntarias, en el
campo de lo estrictamente económico, el fundamento del comportamiento y de la
disposición a la acción y cooperación de todos los sujetos debe enmarcarse, si aceptamos
esta concepción individualista de la economía, en la persecución racional de intereses
subjetivos. Dentro del campo económico así delimitado, la cooperación con los otros se
practica como parte de la propia utilidad de los individuos participantes, reflejando una
suerte de cooperación egoísta8 propia de las relaciones de estricta reciprocidad.
2.1. El homo economicus: un constructo creado por la metodología económica
Buena parte de los principios básicos de la ciencia económica moderna se refieren,
como hemos visto, a la conducta individual del sujeto económico. En este contexto, el homo
economicus emerge como base de todo el análisis teórico de la economía, y resulta
6
Ya en la primera mitad del siglo XIX, Alexis de Tocqueville observaba que “los norteamericanos de todas las
edades, de todas condiciones y del más variado ingenio, se asocian continuamente. Tienen no sólo asociaciones
comerciales e industriales en que todos toman parte, sino otras mil diferentes: religiosas, morales, serias, fútiles,
muy generales y muy particulares, enormes y muy pequeñas; los americanos se asocian para dar fiestas, fundar
seminarios, establecer albergues, levantar iglesias, distribuir libros, enviar misioneros a las antípodas; de esta
manera, construyen hospitales, prisiones, escuelas. Finalmente, cuando se trata de proclamar una verdad o de
promover un sentimiento con la ayuda de un gran ejemplo, fundan una asociación”. (Citado en: BAURMANN
Michael: “El mercado de la virtud. Moral y responsabilidad social en la sociedad liberal”, Gedisa Editorial,
Barcelona 1998).
7
LUCAS R. E., op cit.
8
Ver: PHELPS E. S.: “Altruism, Morality and Economic Theory”, Russell Sage Foundation, New York 1975.
7
interesante preguntarse si la construcción de este homo economicus responde a la propia
naturaleza humana, de la que resultaría un fiel reflejo, o constituye, por el contrario, un
constructo cuyo valor es meramente instrumental, circunscrito al ámbito particular de la
metodología científica. El pensamiento económico no ha dado una respuesta única a esta
vieja y trascendental pregunta, que sigue animando lo más profundo de las discusiones
acerca de la relación de la economía con el pensamiento sociológico, político y, sobre todo,
ético9.
Cuando la construcción del homo economicus se defiende con argumentos
meramente metodológicos, la posición que éste ocupa en el quehacer científico de la
economía es la de servir de unidad de análisis, sobre cuya base se construye todo el
aparato teórico posterior. En este caso, el homo economicus no tiene ninguna pretensión de
describir al hombre tal como éste es, en toda su complejidad, ni siquiera en sus
características esenciales. En realidad, lo que la economía requiere de la conducta humana
no son más que algunos supuestos, que permitan practicar el cálculo con precisión, y que se
resumen en un tipo específico de racionalidad10. De este modo, el homo economicus no
posee más que el estatuto metodológico de una hipótesis de trabajo que servirá de guía
para la práctica científica.
9
Ver FERULLO H.: “El Malestar de las Modernas Economías de Mercado. Sobre la Economía Social, el Tercer
Sector y la Sociedad Civil”, Ed. Macchi, Buenos Aires 2000 y “El Homo Economicus: ¿Posición Filosófica o
Apuesta Metodológica?”, en Estudios de Epistemología, Ed. U.N.T., Tucumán 2000.
10
Lo que se impone al sujeto económico es la obligación de ser racional en un sentido instrumental. La
racionalidad se refiere aquí a la relación medios-fines, sin cuestionarse el valor del fin en sí mismo. En el caso de
los modelos económicos más sencillos, el sujeto tiene sus preferencias completamente ordenadas, además de
contar con información perfecta y con un poder ilimitado para realizar cálculos. Dotado con estos atributos, el
sujeto económico se comporta de manera racional: nunca paga más de lo necesario, ni consigue menos de lo
posible, dados los precios de los mercados. Si se introduce el riesgo en el mundo del sujeto económico, al
permitir que sus acciones puedan tener consecuencias diversas, la conducta del homo economicus se torna un
poco más compleja, ante la necesidad de definir una distribución de probabilidades para estas diferentes
consecuencias posibles. El análisis se hace cada vez más complejo cuando se introducen nuevos elementos, tales
como los costos de información o la interacción con otros agentes, planteados, por ejemplo, por la teoría de los
juegos. Pero la visión básica del sujeto económico racional se mantiene, puesto que éste siempre trata de
maximizar una función objetivo, sujeto a diversas restricciones. Entre las restricciones, ninguna exige al homo
economicus una motivación específica para su acción. Puede buscar su propio placer allí donde lo encuentre,
motivado por preferencias éticas de cualquier tipo. Eso sí, persigue siempre su propio interés, en el sentido
amplio de que el único móvil de su acción es la satisfacción de sus propias preferencias, sin importar cuáles
fueran ni por qué resultan elegidas.
Una serie de voces críticas se han levantado contra la ambición totalizante de las teorías social y ética implícitas
en la figura del homo economicus, basadas en el comportamiento hedonista y racional. Se cuestionó, por
ejemplo, el supuesto de que los agentes puedan ser considerados totalmente transparentes, teniendo en cuenta las
influencias históricas y sociales que lo pautan de manera irremediable, y que no son para nada fáciles de
desentrañar. Desde la perspectiva metodológica, una de las mayores dudas aparece cuando se plantea la cuestión
de la falsación de la hipótesis que indica que el individuo económico busca siempre los medios más efectivos
para satisfacer sus preferencias. Desde el punto de vista empírico, cualquier contra-ejemplo puede ser
considerado como una simple evidencia de que las preferencias del individuo han cambiado. Desde el momento
que las preferencias son inobservables, sólo pueden ser verificadas si se presupone que el modelo funciona
correctamente. En el terreno estrictamente económico, una de las críticas más substanciales está referida al
problema de la información del sujeto. Puesto que la información no es nunca perfecta ni completa, y desde el
momento en que resulta harto difícil calcular con precisión los costos y beneficios marginales resultantes de la
adquisición de información adicional, la pregunta básica que surge en este contexto es: ¿cómo decide el sujeto
económico cuándo detener, de manera racional, la búsqueda de mayor información? De acuerdo a la opinión de
autores como H. Simon, la racionalidad del sujeto que busca información para resolver un problema económico
propio, lo lleva a frenar la búsqueda cuando entiende que tiene una solución para el problema que puede
considerarse buena, aunque sabe que no es ésta necesariamente la mejor solución. En este caso, la racionalidad
limitada del sujeto lo lleva a buscar un procedimiento satisfactorio para resolver sus problemas económicos
reales, centrándose mucho más en la organización de su trabajo que en la maximización abstracta.
8
El sujeto económico individual, una vez reducido a un conjunto limitado de
características elementales, no tiene por qué mostrar su correspondiente referente en
términos de naturaleza humana. Como lo expresa cabalmente la tesis clásica del
instrumentalismo metodológico defendido por Milton Friedman11, los supuestos presentes en
el homo economicus no necesitan ser exhaustivamente realistas; la utilidad de estos
supuestos reside, más bien, en la fertilidad que tienen para generar y deducir hipótesis y
teorías, que pueden ser luego verificadas en el mundo real. En última instancia, la defensa
metodológica de la simplificación practicada en el ser humano por la economía, hasta
convertirlo en una caricatura que actúa constantemente siguiendo una racionalidad
predefinida, se relaciona con la licitud de la vieja y extendida práctica científica de razonar
en términos de modelos.
Nadie puede admitir seriamente que la conducta “egoísta” del individuo económico
“racional” responde a una suerte de antropología filosófica completa. En realidad, el
presupuesto económico de la conducta individual no tiene tamaña pretensión de
exhaustividad descriptiva; solo se afirma que el hombre es así, al menos en su
comportamiento económico. En este marco, la defensa del homo economicus con
argumentos metodológicos resulta absolutamente aceptable desde la perspectiva científica
de la economía.
2.2. El homo economicus: ¿un modelo ético de conducta humana?
La complejidad creciente de las relaciones económicas que todo el mundo entabla en
la vida cotidiana de las sociedades modernas, ha convertido al comportamiento tipo del
homo economicus en una guía de conducta poco menos que universal, fruto de la extensión
del razonamiento económico sobre virtualmente todos los campos del obrar humano en
sociedad. Después de todo, en cualquiera de estos campos es posible encontrar
condiciones de escasez, frente a las cuales los individuos pueden reaccionar a través de la
conducta típica del homo economicus. De esta forma, al expandirse cada vez más, la
racionalidad propia de la economía amenaza con reducir toda intersubjetividad a una
relación social contenida por el esquema de compraventa, donde cada sujeto activo que
practica el intercambio es igual en derechos a cualquier otro, y cuenta con oportunidades
similares a la del resto.
Asentado en la caricatura del homo economicus, el pensamiento económico puede
brindar a los sujetos de las sociedades modernas un sinnúmero de enseñanzas que cuentan
con una gran dosis de realismo. En todo caso, sustituir en la base del edificio teórico de la
economía al homo economicus actual por un sujeto individual cuya conducta normal esté
movida principalmente por el altruismo, constituye una apuesta de dudoso crédito en
términos de predicciones científicas. Pero el reconocimiento de la evidente validez que tiene
el razonamiento económico en términos de modelos simplificadores, asentados en una
conducta humana continuamente maximizadora del propio interés, no significa desconocer
que la vida humana en sociedad ofrece múltiples ejemplos de conductas abnegadas, donde
la solidaridad y el altruismo se practican siguiendo las exigencias de un deber que nada
tiene que ver, en principio, con la satisfacción de una utilidad o placer propios.
La noción de sociedad de mercado, edificada sobre la base del homo economicus,
es una construcción teórica propia del razonamiento en términos de modelo. Si estos
modelos, fundándose en rasgos observables de la vida humana en sociedad, terminan
elaborando una conceptualización implícitamente normativa, lo que se consigue no es una
explicación científica sino una ideológica. En este caso, so pretexto de explicar la realidad, lo
que se estaría escogiendo de la realidad humana en los modelos económicos serían
únicamente aquellos elementos idóneos para formular una regla social de acción que resulte
compatible con la ideología que se pretende defender. El individualismo metodológico que
hemos defendido en el punto anterior exige, en consecuencia, una continua cautela, capaz
de resguardarnos del riesgo cierto que corremos de cambiar de perspectiva de análisis,
11
Ver FRIEDMAN Milton: “Essays in Positive Economics”, Univerity of Chicago Press, Chicago 1953.
9
pasando del campo metodológico al filosófico, del homo economicus como hipótesis de
trabajo al homo economicus como descripción antropológica.
Razonar con la ayuda de modelos instrumentalmente cada vez más complejos,
permite sin dudas realizar avances regulares en el saber económico. Pero, como lo sabían
muy bien los economistas clásicos, el análisis de la acción económica necesita situarse en
el marco social, histórico y cultural en que la acción individual se desarrolla. No se trata
entonces de presentar a las formalizaciones propias de los modelos económicos como
teorías puras, perfectamente neutras y capaces de amparar toda suerte de motivaciones y
de conductas del individuo y del conjunto social.
La conducta del homo economicus es, por definición, una conducta estrictamente
economicista, puesto que el único valor que éste persigue es el valor económico. Y cuando
una antropología de raíz economicista se divulga y se extiende, termina efectivamente
configurando a las personas, “puesto que modifica sus imágenes de sí, sus proyectos y sus
acciones y, por último, lo que efectivamente son, en virtud de la capacidad del hombre de
hacerse a sí mismo en uso de su libertad moral”12. Claro que si el valor estrictamente
económico se convierte, para las sociedades modernas, en lo más profundo de su cultura,
desplazando a todo otro valor ético fundado en la solidaridad, resultaría totalmente excesivo
atribuir esta degradación moral y cultural a la tarea científica de los economistas que
razonan en términos de modelos simplificados, donde el ser humano se reduce a un mero
individuo interesado exclusivamente en su propio bienestar. Las actitudes y valores que
definen lo más profundo de la cultura de las sociedades actuales son el resultado de una
compleja dinámica del obrar humano, y no puede decirse que sean los economistas los que
establecen las reglas de funcionamiento de esta dinámica, ni los valores en los que
descansa. Pero nadie puede negar que la visón individualista de la economía ha contribuido
a la formación de “la imagen dominante del ser humano en nuestro mundo, el individuo
solitario en busca de sus propios deseos y de su propio bien privado”13.
Una muestra de que la aceptación de los supuestos del homo economicus puede
tener no solo implicancias metodológicas sino también éticas, lo constituyen todo un cuerpo
de trabajos experimentales en economía, donde se intenta estimar las consecuencias
prácticas que tiene la enseñanza de esta disciplina en el comportamiento social de los
propios economistas. Se hicieron, con este fin, estudios empíricos de situaciones que
exigían donaciones o la contribución privada para financiar bienes públicos, por ejemplo,
preguntándose si la conducta de los economistas es, en estos casos, diferente a la de otros
profesionales. En experimentos que involucraban a estudiantes de diferentes carreras, se
encontró en los estudiantes de economía una propensión a actuar de manera menos
cooperativa que en el resto de los estudiantes involucrados14.
Ante el resultado de trabajos empíricos como los recién citados, que parecen mostrar
que los economistas actúan de manera más interesada en su exclusivo bienestar que el
resto, la interpretación de que este tipo de conducta está fuertemente influenciada por la
exposición profesional al razonamiento en términos de los modelos económicos estándares
puede resultar apresurada, puesto que una hipótesis explicativa alternativa puede asociar la
conducta diferencial de los economistas con una tendencia personal previa a sus estudios
de economía. Pero la literatura que existe acerca de esta cuestión parece inclinarse, aunque
sin llegar a conclusiones definitivas, por adjudicar una fuerte influencia de los estudios
mismos de economía en la conducta marcadamente individualista de muchos de los futuros
economistas15.
12
GONZALEZ FABRE Raúl: “La Cuestión Etica en el Mercado”, en ETICA Y ECONOMIA, Scannone J. C. Y
Remolina G. compiladores, Editorial Bonum, Buenos Aires 1998, pág. 57.
13
RADCLIFE T.: “El Manantial de la Esperanza”, Carta del Maestro General de la Orden de Predicadores,
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Tucumán 1999.
14
Cfr. MARWELL G. and AMES R.: “Economists free-ride, does anyone else?”, in Journal of Public
Economics, 15 (1981), 295 – 310; y CARTER J. and IRONS M.: “Are economists different, and if so, why?, in
Journal of Economics Perspectives, 5, Spring 1991.
15
Cfr. FRANK, R. H., GILIVICH T. and REGAN D. T.: “Does studying economics inhibit cooperation?”, in
www.gnu.org/philosophy/economics.
10
3. La acción colectiva en el pensamiento económico: inclusión en la ciencia
económica de nociones sociales como la solidaridad
El funcionamiento de los mercados, con su cadena infinita de acciones cooperativas
de intercambio, parece proveer a la sociedad de un mecanismo gratuito de coordinación
económica eficiente. Sin embargo, solo en las acciones dirigidas a producir e intercambiar
bienes privados a través del funcionamiento de mercados competitivos y con contratos
completos, el presupuesto individualista maximizador resulta ser una simplificación
cabalmente apropiada. En los otros casos, donde los contratos son incompletos, donde
existen fallas en los mercados y donde se involucra la producción de bienes públicos,
comprender la realidad económica y buscar soluciones efectivas para los problemas reales
que la gente enfrenta en las modernas sociedades de mercado, exige muchas veces
reconocer diferencias sustanciales que existen entre la racionalidad maximizadora individual
y la racionalidad colectiva, diferencias que amenazan con romper el vínculo causal entre la
búsqueda del bien individual y la obtención efectiva del máximo bienestar para el conjunto
de la sociedad16.
La economía acepta hoy que, en su mundo de modelos, el resultado que se consigue
cuando cada sujeto individual sigue su propio interés puede muy bien ser inferior al óptimo,
si se lo juzga de acuerdo con las preferencias del conjunto de individuos implicados. En
general, y siguiendo a la obra de Mancur Olson sobre la lógica de la acción colectiva17, la
ciencia de la economía ha terminado aceptando de manera explícita que, en situaciones
caracterizadas por la ausencia de información completa y perfecta, donde los individuos son
incapaces de anticipar las acciones de los demás y/o forzar el cumplimiento de lo acordado
en los diferentes intercambios, la racionalidad individual no es suficiente para alcanzar la
racionalidad colectiva. En este contexto, los programas de investigación nacidos con la
intención de ampliar el horizonte del análisis económico tradicional, de manera que pueda
éste ocuparse no solo de las decisiones juzgadas racionales desde el punto de vista del
individuo sino también desde la perspectiva de la acción colectiva, han dado lugar a una
verdadera proliferación de nuevas teorías18.
Que la racionalidad económica individual no coincida con el interés colectivo,
significa muchas veces que la realización de objetivos económicos, compartidos por un
conjunto de personas, resulta imposible aún cuando todos actúan respondiendo a intereses
y tomando decisiones individualmente racionales. Algo impide, en este caso, que lo
colectivamente racional pueda obtenerse a partir de conductas individuales racionales, y el
resultado de conjunto es la ausencia de cooperación, recíprocamente ventajosa, entre
socios potenciales de numerosos intercambios. La metáfora de la “pared invisible”, usada en
la siguiente cita como contracara de la acción benéfica de la “mano invisible”, resume con
claridad este punto:
“En la teoría social moderna, la atención se ha dirigido nuevamente, como resultado
de la aplicación de los nuevos instrumentos de la teoría de la decisión y de los juegos, a un
fenómeno cuyo conocimiento básicamente ya subyacía a la teoría de Hobbes y que fuera
subestimado por sus optimistas sucesores. Este fenómeno representa, en cierto modo, la
16
En rigor, el análisis económico individualista no puede abarcar un interés verdaderamente general, aquél que
corresponda a la sociedad toda. Las nociones asignadas al conjunto de la sociedad, tales como el interés o la
voluntad general, el pueblo o el bien común, no son más que entelequias para la economía individualista. Esta
reducción a la categoría de entelequia de las nociones sociales más globales, resulta inaceptable si se apuesta por
un ser humano solidario como base del pensamiento económico, lo que significa una apuesta por la construcción
voluntaria y posible de un verdadero bien común, aquél que se elige, que se desea y que se procura en común y
que concierne a todo el hombre y a todos los hombres.
17
Ver OLSON Mancur: “The Logic of Collective Action”, Cambridge Univerity Press, Cambridge,1965.
18
La nueva economía política, el análisis económico del derecho, la teoría de los derechos de propiedad, la
nueva economía institucional, son todas denominaciones de un programa general de investigación en las ciencias
económicas, asumido como una continuación consciente de la Economía Política Clásica, donde el análisis de las
condiciones institucionales, en tanto marco del comportamiento individual, estuvo siempre en el centro del
interés de los autores más renombrados.
11
contrapartida al efecto de la mano invisible. En tales situaciones, la lógica del autointerés
conduce a un abismo insuperable entre aquello que los actores racionales desean y aquello
que efectivamente pueden realizar a través de sus propias acciones y decisiones. Dado que
las situaciones con una tal estructura dilemática implican la vinculación estratégica de las
acciones de varios participantes, puede hablarse de un abismo entre la racionalidad
individual y la colectiva. Por lo tanto, justamente el desarrollo técnico ulterior de la economía
moderna condujo a que, junto a la mano invisible, se descubriera también una pared
invisible. Mientras que la mano invisible se encarga de que se cumplan los deseos sin
intervención adicional de quien los posee, esta pared invisible obstaculiza el cumplimiento
de los deseos también cuando quienes los alientan se preocupan racionalmente por su
realización y las circunstancias parecen ser, a primera vista, muy favorables, es decir,
cuando las personas participantes no persiguen deseos y propósitos divergentes sino que,
por el contrario, tienen un interés común identificable. En esta medida, no existe, pues,
ninguna situación de conflicto entre ellas... Y así como fue sorprendente y notable el
conocimiento de que una mano invisible podía encargarse gratuitamente de armonizar los
vicios privados y el bienestar general, así también tenía que ser desilusionante el hecho de
que la realización de objetivos compartidos - lo colectivamente racional - podía ser imposible
aún cuando cada uno de los participantes tuviera un interés fundamental en su realización y
tomara sus decisiones sobre la base de una reflexión inteligente, individualmente racional”19.
Ante el resultado paradojal que arrojan estos casos en los que la realización de
objetivos compartidos –lo colectivamente racional- resulta imposible aún cuando todos los
individuos involucrados tienen un reconocido interés en su realización, algunos autores
piensan que, si bien se trata de situaciones que efectivamente ocurren en las sociedades
reales, no existe motivación alguna para intentar resolverlas por medio de la adopción de
una noción de racionalidad individual diferente. Pero existen también otras opciones teóricas
que intentan definir la racionalidad económica individual a partir de un conjunto de
supuestos constitutivos de un nuevo homo economicus20, que tiene en cuenta, en sus
decisiones, los valores intrínsecos incorporados como fruto de su vida comunitaria en
sociedades y culturas determinadas. Se busca, de esta manera, una ampliación del campo
de estudio de la economía, incluyendo entre sus tópicos las condiciones sociales y las
instituciones jurídico-políticas que configuran el marco en el que se desarrollan las acciones
maximizadoras de los sujetos económicos individuales. Con la ampliación del enfoque
económico, estas condiciones sociales e institucionales se convierten ellas mismas en
objeto primario de los análisis teóricos, llamados a explicar no sólo la conducta racional de
los individuos, sino también el origen y la conservación del orden social mismo, así como la
validez de las normas sociales, morales y jurídicas.
Es principalmente en el mundo de las preferencias de los sujetos económicos donde
puede observarse la forma vigorosa en que el campo de estudio de la economía se está
expandiendo. Por ejemplo, en lugar de considerar, siguiendo el viejo adagio “de gustibus
non est disputandum”21, que las preferencias individuales son exógenas, pueden éstas
analizarse como formando parte de un proceso durante el cual lo que se observa es una
forma de acción entre los individuos que, lejos de resultar completamente aleatoria, tiene
una estructuración que surge de la evolución cultural, las disposiciones psicológicas, las
actitudes y los valores propios de la comunidad22. De esta manera, nacidas de complejas
19
BAURMANN Michael, op. cit., pág. 33-34.
Se habla, por ejemplo, de la figura del homo reciprocans para subrayar un grado de reciprocidad en las
relaciones de los sujetos económicos que va más allá de lo que los supuestos tradicionales que definen la
conducta del homo economicus permiten deducir. Mientras el homo economicus coopera solo cuando esto sirve
a su estricto interés individual, el homo reciprocans tiene una mayor propensión a cooperar, sobre todo en
situaciones donde espera una conducta análogamente prosocial de los otros (Ver BOWLES S. and GINTIS H.:
“Is equality passé? Homo reciprocans and the future of egalitarian politics”, in Boston Review, Fall 1998)
21
Cfr. STIGLER G. J. and Becker g. s.: “De gustibus non est disputandum”, in The American Economic Review,
67-2, 1977.
22
Ver BOWLES S.: “Individual interactions, group conflicts and the evolution of preferences”, in S. Durlauf and
P. Young, Social Dynamics, Brookings Institution, Washington 1999.
20
12
interrelaciones entre estas distintas dimensiones de la vida humana en sociedad, las normas
sociales terminan engendrando una conducta individual caracterizada por regularidades,
cuya estabilidad se basa tanto en creencias y valores compartidos sobre cómo corresponde
actuar en diferentes circunstancias, como en las sanciones sociales que se imponen a los
que incumplen con las normas. Sobre esta base, la solidaridad puede resultar un elemento
clave en los intercambios que ocurren al margen de contratos o arreglos formalmente
perfeccionados. No sorprende entonces la aparición de la fórmula “economía solidaria”23,
utilizada para resaltar la importancia de estas normas sociales que actúan como
instrumentos que ayudan a garantizar el cumplimiento de los contratos.
La hipótesis del homo economicus estrictamente individualista resulta
completamente razonable solo en situaciones definidas por la presencia de contratos
completos, situación que dista mucho de constituir la norma en las economías actuales, en
particular en aquéllas menos desarrolladas24. En los otros casos, de hecho la mayoría, no
cabe ninguna duda de que la conducta humana resulta modelada por normas sociales que,
junto con las restricciones legales, presupuestarias y de información, configuran el marco de
referencia necesario para analizar el comportamiento económico individual. El mercado de
trabajo se presenta como un ejemplo claro de un tipo de relaciones económicas donde el
alcance de los contratos resulta altamente insuficiente, teniendo en cuenta que los
empleadores ofrecen muchas veces un salario por encima del costo de oportunidad del
trabajo empleado, y los trabajadores ofrecen un nivel de esfuerzo que está también por
encima del mínimo posible. En este caso, las relaciones entre sujetos económicos, que no
son completamente contenidas por la idea del intercambio oneroso, pueden muy bien
asociarse con la idea de una suerte de “economía del don o de la gratuidad”25.
Cualquiera sea el nombre que reciba este dispositivo o mecanismo social que ayuda
a la cooperación entre individuos, actuando como factor de coerción allí donde los contratos
son incompletos, lo cierto es que se trata de un elemento que puede ayudar a resolver
problemas económicos múltiples, en un mundo signado por la existencia de mercados que
actúan bajo condiciones de formalización y obligatoriedad contractual imperfectas. Por
ejemplo, en mercados que involucran bienes públicos, lo que se espera del homo
economicus es que actúe siempre como un free rider y que no se preocupe por sancionar a
los que actúan con una conducta oportunista, puesto que reprender es también un bien
público que reporta un dudoso beneficio personal al que intenta castigar a los que incumplen
con la norma. Estudios experimentales muestran, sin embargo, la propensión de los sujetos
económicos a actuar asumiendo en sus relaciones económicas un subyacente compromiso
con la justicia, lo que los lleva a exhibir una suerte de “reciprocidad ampliada”26, que implica
un grado de generosidad y de cooperación sustancialmente mayor que el que puede
esperarse de la conducta típica del homo economicus. Dicho de otra forma, en situaciones
donde esperan que los otros actúen de la misma manera, los sujetos económicos evitan
23
Ver LAVILLE Jean-Louis: “Economie solidaire et tiers secteur”, en www.globenet.org/horizonlocal/transver/5/ecosolid.html.
24
Douglas North ha llegado a afirmar que la diferencia en la capacidad que tienen las distintas sociedades de
garantizar el cumplimiento de los contratos constituye probablemente una de las causas más importantes para
explicar las diferencias que se observan en los niveles de crecimiento y bienestar económicos. (Cfr.
“Instituciones, Cambio Institucional y Desempeño Económico”, Fondo de Cultura Económica, México 1995).
25
En este contexto, G. Akerlof utiliza la expression “gift exchange” para referirse a la presencia del don en las
relaciones laborales (Cfr. “Labor contracts as partial gift exchange”, in Quarterly Journal of Economics, 97, pp.
543-69). En términos más generales, las donaciones caritativas en Estados Unidos, por ejemplo, representan un
gasto mayor que el destinado por la gente a electricidad, servicio de teléfono y seguros de automóviles (Ver:
ANDREONI J: “The economics of philanthropy”, in International Encyclopedia of the Social and Behavioral
Sciences, London 2001).
26
La expresión “strong reciprocity” está siendo usada para referirse a la propensión que tiene el sujeto
económico individual a cooperar con otros que demuestren una disposición similar, asumiendo los costos
personales involucrados en este tipo de acciones. En este marco, el sujeto individual se interesa también en velar
personalmente por el cumplimiento de las normas sociales de cooperación, incurriendo voluntariamente en los
costos implicados en las penas que se imponen a los que violan estas normas (Ver: BOWLES S., FONG C. and
GINTIS H.: “Reciprocity and the Welfare State”, University of Massachusetts, 2001).
13
muchas veces el comportamiento de tipo free rider y están incluso dispuestos a asumir los
costos de sancionar a los que exhiban una conducta oportunista. La fórmula “economía de
la reciprocidad”27 surgió del tratamiento de estas cuestiones.
La última fórmula económica asociada directamente a la idea de solidaridad que
trataremos brevemente en este trabajo está referida al llamado tercer sector28, formado por
las organizaciones no gubernamentales, las cooperativas, las mutuales, las fundaciones y
las demás instituciones privadas sin fines de lucro. El rasgo general, común a todos los tipos
organizacionales que forman el tercer sector, desde el punto de vista institucional, es una
suerte de hibridación que combina características tanto del sector privado como del sector
público29. Con el sector privado, las empresas del tercer sector comparten la organización y
el control que se ejerce a través de incentivos privados, además de la incapacidad para
obtener ingresos mediante impuestos. Como el sector público, no pueden las empresas del
tercer sector distribuir las ganancias entre sus dueños o administradores y tienen, en
general, la capacidad de recibir donaciones que los particulares pueden deducir de sus
obligaciones fiscales, en especial de los impuestos a la propiedad y a las ganancias.
Además de la participación activa del voluntariado en la provisión del factor trabajo, las
características básicas que permiten distinguir a las organizaciones del tercer sector de las
empresas privadas con fines de lucro responden a un conjunto de reglas o principios formales
básicos que, en conjunto, son poco compatibles con los supuestos más extremos del
individualismo económico. Por ejemplo, el primero de estos principios, al enfatizar la gestión
democrática de estas organizaciones, otorga primacía sobre el capital al hecho de constituir
una asociación de personas, por lo que cada una de ellas participa de las decisiones con un
voto igualitario. De esta manera, la dirección de la empresa no se asienta en el poder del
capital aportado, sino en la simple regla de “un hombre, un voto”.
Otro de los principios que definen a las organizaciones del tercer sector puede
enunciarse como principio de indivisibilidad del capital y las reservas sociales. De acuerdo
con este precepto, como se trata de un emprendimiento colectivo, el capital y las reservas
acumuladas durante la vida activa de la empresa no puede ser objeto de apropiación total
por parte de los asociados. Una vez creada, la asociación no pertenece totalmente a sus
miembros, hayan o no aportado parte del capital inicial de la empresa; por el contrario, se
trata de una creación colectiva pensada desde sus inicios con la intención de sobrevivir a
sus miembros y sus familias.
Finalmente, también el principio básico que limita la finalidad de lucro constituye una
regla que pretende subrayar, en consonancia con los principios anteriores, el espíritu
comunitario de estas empresas, cuyo sentido se encuentra en la producción de un bien o
servicio capaz de llenar una demanda de la sociedad que, por distintas razones, no es
satisfecha ni por el Estado ni por el sector privado de la economía. En sus aspectos
instrumentales, este último principio tiene una gran flexibilidad: no se pretende, por ejemplo,
que estas organizaciones renuncien a la obtención de lucro o ganancia extraída de sus
operaciones comerciales; ni siquiera se prohibe la distribución parcial de esas ganancia a
27
Ver FEHR E. And GACHTER S.: “Fairness and Retaliation: The Economy of Reciprocity”, in Journal of
Economic Perspectives, 14-3, Summer 2000.
28
A finales del siglo XX, este sector sin fines de lucro se ha constituido en una considerable fuerza económica
que, en sólo veintidós países que cuentan con datos comparables, emplea cerca de 30 millones de trabajadores.
En este mismo grupo de países, las cifras productivas de valores agregados permiten evaluar el impacto
económico global del tercer sector en más de un billón de dólares, siendo su importancia relativa en nuestro país
similar a la que se observa en los países de Europa occidental (Ver SALAMON, Lester M. et al.: “Global Civil
Society: Dimensions of the Nonprofit Sector”, The John Hopkins Center for Civil Society Studies, Baltimore
1999).
29
La forma institucional de las asociaciones o empresas sin fines de lucro no es única; a través de distintos tipos
de estatutos jurídicos y de objetivos específicos, configuran un grupo que dista mucho de ser homogéneo. En los
Estados Unidos, por ejemplo, el campo del tercer sector se restringe al sector privado sin fines de lucro
configurado básicamente por las asociaciones, las organizaciones no gubernamentales y las fundaciones. En
Francia y en buena parte de Europa, el tercer sector se corresponde con la vieja “economía social”, que integra,
además de las instituciones mencionadas para el caso de los Estados Unidos, a las cooperativas y mutuales.
14
los asociados, como se practica habitualmente en las cooperativas. Pero, en todos los
casos, la retribución al capital de estas empresas se encuentra limitado por el sentido último
de la existencia de estas instituciones, que va siempre más allá del beneficio exclusivo de
sus miembros.
Para dar cabida al tercer sector en la teoría económica, las características
funcionales de estas organizaciones fueron asociadas a tres tipos de espacio social
distintivo, situados todos entre los mercados y el Estado. Como telón de fondo de cada uno
de estos espacios, pueden rastrearse distintos enfoques o marcos teóricos usados para
interpretar los hechos relacionados con la existencia del tercer sector en las economías de
mercado. El primero de estos espacios sugiere que la función principal de las
organizaciones del tercer sector en las economías modernas es producir bienes públicos o
colectivos. Este enfoque puede asociarse a la perspectiva teórica desarrollada por autores
como Burton Weisbrod30, cuya raíz se remonta al pensamiento económico clásico, más
particularmente a sus observaciones generales relacionadas con las “fallas de mercado”.
Algunas de estas fallas aparecen con la existencia de los llamados bienes públicos y, como
Weisbrod argumenta, el gobierno y las organizaciones sin fines de lucro están mejor
preparadas para ofrecer este tipo de bienes. Cuando la característica de los electores o
ciudadanos deriva en una demanda heterogénea de bienes públicos, son las organizaciones
del tercer sector las que proveen estos bienes con mayor eficiencia. La heterogeneidad de la
población origina aquí una suerte de “falla del Estado”, nacida de las dificultades que
aparecen en estas circunstancias para generar los apoyos mayoritarios que requiere la
provisión de bienes públicos por parte de los gobiernos democráticos. E incluso si las
demandas no son muy heterogéneas, el gobierno puede preferir subsidiar la provisión de
bienes públicos a través de las organizaciones del tercer sector.
La segunda línea de pensamiento acerca de las funciones de las organizaciones del
tercer sector sugiere que éstas difieren de las empresas del sector privado y de la empresas
del Estado, básicamente en términos de eficiencia y efectividad en la provisión de bienes y
servicios, en circunstancias de manifiesta dificultad por parte de los sujetos económicos para
obtener toda la información necesaria para conocer la calidad de los bienes y servicios
involucrados. En casos como estos, aparece lo que H. Hansmann denomina “fallas en los
contratos”, y sobre estas fallas se construye la justificación de la supremacía de las
organizaciones del tercer sector en la provisión a los consumidores de estos bienes y
servicios31. Los problemas ocasionados por la existencia de información asimétrica en el
intercambio, o el hecho de centrarse éste en bienes y servicios cuya calidad solo puede
juzgarse durante o después de su consumo32, requieren de un grado de confianza por parte
de los consumidores que las empresas que persiguen la maximización de sus propias
ganancias parecen no estar en condiciones de asegurar. Por el contrario, los consumidores
temen verse perjudicados por la conducta oportunista por parte de las empresas, que las
lleve a usar la información asimétrica en su exclusivo beneficio. En estos casos, la limitación
que tienen las organizaciones del tercer sector en la distribución de las ganancias actúa
para los consumidores como una señal efectiva de los motivos e intenciones del proveedor,
minimizando la existencia del “riesgo moral”33.
30
Cfr. WEISBROD Burton A.: “The Non-profit Economy”, Harvard Univerity Press, Cambridge, Massachusetts
(1988).
31
Cfr. HANSMANN Henry B.: “Economics Theories of Non-profit Organizations”, in The non-profit sector: a
research handbook, Yale University Press, New Haven and London (1987).
32
Esta característica de los bienes o servicios da lugar a lo que algunos autores denominan “bienes
experimentales”.
33
En lugar de acentuar la provisión por parte de las organizaciones del tercer sector de la existencia implícita de
un seguro contra este tipo de riesgos, algunos autores subrayan que lo que este sector consigue es la
minimización de los llamados “costos de transacción” y de la conducta asociada al problema del “free rider”.
Otros autores enfatizan la existencia en estos casos de un interés simultáneo, tanto en la demanda como en la
oferta de este tipo particular de bienes y servicios, lo que otorga un evidente incentivo a favor de la calidad en la
provisión. Finalmente, se afirma también que la razón última de la eficiencia y efectividad de las organizaciones
15
La tercera categoría de funciones asignadas al tercer sector se centra en las
externalidades positivas que sus organizaciones se supone crean a la sociedad. Con este
argumento, el foco se desplaza del tipo de producto que ofrecen las organizaciones del
tercer sector al proceso mismo de producción, acentuándose en particular el grado de
participación voluntaria en relaciones que fomentan el contacto cooperativo entre asociados
y fortalecen el tejido social de la comunidad. Como el tercer sector se nutre de
organizaciones intencionalmente participativas, que facilitan los contactos sociales de
cooperación entre los miembros, la característica más saliente de estas organizaciones
radica en su capacidad de funcionar como una suerte de incubadoras capaces de engendrar
virtudes ligadas al fortalecimiento de la sociedad civil. Estas virtudes cívicas, referidas a las
redes de relaciones que vinculan a los individuos con las instituciones intermedias situadas
entre las familias y el Estado, se relacionan de manera directa con lo que se conoce hoy
como “capital social”. Con este concepto, que define una suerte de infraestructura informal
de cooperación, se pretende englobar una serie de rasgos de la organización social, tales
como la confianza y la configuración de redes solidarias, capaces de mejorar la asignación
eficiente de recursos en la sociedad a través de las acciones coordinadas que estas redes
facilitan34. En este mismo contexto puede ubicarse el rol de agentes de cambio asignado a
las organizaciones del tercer sector, capaces de influir en las decisiones de políticas de
gobierno que se relacionan con el bienestar colectivo35.
La fórmula “economía social”36 encierra el compromiso de respetar la solidaridad
como principio rector de las actividades económicas de las organizaciones del tercer sector,
donde el comportamiento económico de los sujetos se asienta en un principio comunitario
diferente al de la maximización de ganancias, propio de las empresas del sector privado.
Esta fórmula, junto con la “economía de la reciprocidad” y “la “economía de la solidaridad”,
representan en conjunto una propuesta, por el momento un tanto difusa pero con un
dinamismo creciente que permite alentar esperanzas ciertas sobre el resultado final, de
ampliar el objeto de estudio de la ciencia de la economía, hoy limitada, en buena medida,
por los supuestos individualistas del homo economicus.
del tercer sector radica en su capacidad de provisión de servicios a consumidores con claras desventajas de
índole financiera, personal o comunitaria.
34
Ver PUTNAM R. D. : “Bowling Alone: America´s Declining Social Capital”, in Journal of Democracy, 6, 6578 (1995).
35
La expresión “advocacy role” hace referencia a este rol de las organizaciones del tercer sector. Ver
SALAMON L. M., HEMS L. and CHINNOCK K.: “The Non-profit Sector: For What and For Who?”, The John
Hopkins Comparative Non-profit Sector Project, Working Paper Nº37 (2000)
36
Ver LIPIETZ Alain: “L’oportunité d’un nouveau type de société à vocation sociale”, rapport relatif a une lettre
de mission adressée par le Ministère de l’Emploi et de la Solidarité de la France.
16
Comentarios Finales
El punto de partida del presente trabajo puede resumirse en una verdad muy simple,
aunque a menudo olvidada: la gente es, a veces y en algún sentido, fuerte; y débil otras
veces y en otros sentidos. Y la vida humana en sociedad no se limita solo a las relaciones
de cooperación entre los más fuertes, en un juego en el que cada uno busca su propia
ventaja personal; es además una comunidad solidaria, donde los fuertes se ocupan también
de los más débiles. Esta verdad elemental, que asegura el orden y la cohesión social, no
tiene por qué contraponerse de manera irreductible a la individualidad sustancial de los
seres humanos, llamados cada uno a lograr su propia autonomía personal en el seno de la
sociedad. Pero entre estos dos polos constitutivos de la persona humana, su individualidad
sustancial y su ser social, se ha terminado instaurando, de hecho, una suerte de “tiranía del
dualismo”37. En esta situación de división tajante entre solidaridad y bienestar individual, el
pensamiento económico moderno, con su opción por el individualismo metodológico, parece
haber contribuido bastante, aunque pocas veces de manera explícita e intencionada.
En la primera parte de este breve trabajo hemos resaltado la observación elemental
de diversas clases de conductas de los sujetos económicos que no pueden ser
aprehendidas por los modelos tradicionales, situación que resulta absolutamente normal si
aceptamos que es demasiado pretensioso exigir que la teoría económica existente sea
capaz de explicar todas las actividades productivas que se realizan en un momento dado en
una sociedad. Dicho de otra manera, hay actividades económicas que no puede ser
captadas por el cuerpo teórico convencionalmente aceptado de la economía. El tercer sector
y las expresiones “economía social”, “economía de la reciprocidad”, “economía de la
solidaridad” y “economía de la gratuidad” constituyen sendos intentos de incluir en el
pensamiento económico moderno a una serie de actividades productivas que pueden ser
empíricamente observadas en las sociedades actuales, pero que encuentran serias
dificultades para insertarse en el saber económico tradicional, edificado sobre la figura del
homo economicus.
La reducción del campo de la economía a los límites impuestos por los supuestos del
individualismo metodológico ha dado muestras cabales, tanto de la enorme complejidad
formal que puede alcanzar el razonamiento económico, como de la evidente utilidad de sus
modelos para guiar la asignación eficiente de recursos. Sin salirse de esta dirección,
encaminada a apuntalar la fertilidad del análisis económico, el dinamismo de esta ciencia,
centrado en las últimas décadas en el mundo de las preferencias de los sujetos, está
mostrando con claridad que resulta posible abandonar la exclusividad otorgada a la forma
instrumental de la racionalidad económica, centrada en la oposición medios-fines, para
ocuparse también del análisis de las acciones humanas emprendidas con el fin de influir
sobre los resultados sociales del comportamiento económico de los sujetos individuales,
buscando perfeccionar el medio natural donde estos individuos despliegan su acción
económica.
Una ciencia económica que amplíe el molde del homo economicus tradicional,
buscando un mayor realismo en las condiciones psicológicas y socio-culturales que
condicionan sus decisiones, puede muy bien aportar su contribución en la búsqueda
interdisciplinaria de la combinación entre el interés individual y la cohesión social que las
modernas economías de mercado reclaman. Para esto, resulta necesario incorporar al
análisis económico una dimensión clave, cual es la comprensión sobre lo que realmente
significa para la vida económica de las sociedades modernas la coordinación y la
cooperación humanas.
37
Esta expresión ha sido utilizada por A. Etzioni en un contexto de búsqueda de una síntesis, muy necesaria en
las actuales economías de mercados, entre el orden social y la autonomía personal (Cfr. SCHILCHER B.:
”Etzioni´s new theory: a synthesis of liberal and communitarian views”, in Journal of Socio-Economics,
28,1999, 429-438).
17
En este trabajo hemos intentado mostrar que, si bien en algunos casos la
cooperación y coordinación pueden surgir espontáneamente, sin otro auxilio que el del
concurso de la decisión descentralizada de los interesados que participan en los mercados,
en muchos otros casos resulta imprescindible contar con determinadas instituciones
sociales, capaces, por ejemplo, de hacer cumplir los acuerdos a través de la amenaza de
coerción. Estas instituciones involucran en general al Estado, aunque también se puede
intentar descubrir bajo qué condiciones puede existir la cooperación voluntaria entre los
agentes económicos individuales, sin que medie la imposición coercitiva del Estado para
crear producciones cooperativas. Este ha sido justamente el marco dentro del cual este
trabajo ha sido escrito.
18
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