El camino de la contemplación

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La iluminación de la imaginación:
El camino de la contemplación
Segundo artículo de una serie de tres escritos por el Padre James Martin, SJ
Cuando yo era novicio jesuita, me enseñaron el maravilloso método de la oración
contemplativa.
En realidad, es más exacto decir que me presentaron la oración contemplativa y nada más,
porque fuera de la Misa y de rezar ocasionalmente a la hora de la cena, yo nunca había hecho
ninguna clase de oración, aparte de rezar ciertas plegarias católicas tradicionales y pedirle a San
Judas que me ayudara de vez en cuando. Pero jamás se me había ocurrido que la oración pudiera ser
algo más.
La forma de oración que aprendí, basada en técnicas popularizadas por San Ignacio de
Loyola, el fundador de los jesuitas, recibe varios nombres: oración imaginativa, contemplación
ignaciana y composición del lugar.” Aunque a los jesuitas nos enorgullezca considerarlo como de
nuestra propiedad, este método había existido en varias formas antes de que San Ignacio lo usara en
su clásica obra del siglo XVI, Los Ejercicios Espirituales.
Esencialmente, en la oración imaginativa uno procura situarse en la escena que describe el
texto bíblico usando la imaginación; luego uno reflexiona sobre lo que Dios le ha revelado a través
de la oración.
Hagamos el intento. Un modo sencillo de empezar es el siguiente. Comienza por escoger un pasaje
favorito del Evangelio. Toma, por ejemplo, el relato que hace San Marcos de la curación del
paralítico (Marcos 2,1- 12). En este maravilloso episodio, los amigos del paralítico abren un hueco
en el techo de la casa en la cual Jesús está predicando. Luego hacen bajar a su amigo frente al Señor
con la esperanza de que lo cure.
Como ha de hacerse en cualquier oración, primero le pides a Dios que esté contigo y te haga recordar
que cualquier gracia que recibas en la oración es, en sí misma, un regalo que Él te da. Después, lee el
pasaje y usa la imaginación para ir constituyendo poco a poco la escena; como lo diría San Ignacio,
“compones el lugar” en tu mente.
Luego te preguntas: ¿Quién soy yo en este relato del Evangelio? ¿Eres uno de los que forman el
gentío que se ha reunido para ver a Jesús? ¿Eres el dueño de la casa, que se enoja porque le han
destrozado el techo de su casa? ¿Eres uno de los amigos del paralítico, que te has subido a la azotea y
temes perder el equilibrio y caerte? ¿O eres el paralítico mismo, que espera ser curado con
desesperación, pero sin saber qué puede hacer realmente este carpintero de Nazaret?
Luego: ¿Qué veo? Te puedes imaginar cómo luce la casa, cuál es la expresión del rostro de Jesús, o
qué dicen las miradas de los numerosos presentes.
A continuación: ¿Qué oigo? El Evangelio dice que había mucha gente que se apretujaba en la casa:
Cuando ellos escuchan a Jesús, ¿reaccionan con entusiasmo y en voz alta o guardan un silencio
respetuoso? ¿Hay ruidos que vienen desde el patio exterior? ¿Puedes imaginarte el sonido de la voz
de Jesús?
Finalmente: ¿Qué huelo? Con tanta gente amontonada, tal vez la atmósfera se siente saturada de un
olor poco agradable. ¿Percibes otros olores o aromas, tal vez del horno que hay en el patio o de la
cabra u oveja que tiene la familia?
Entrar en la escena. Así es como se puede usar la imaginación y los sentidos para insertarse dentro
de la escena. Ahora, sólo falta dejar que el relato del Evangelio se vaya proyectando, casi como si
fuera una película.
Y aquí está la parte más importante: Cuando la escena se proyecta en tu imaginación, debes prestar
atención a cualquier reacción emocional o a nuevas formas de entendimiento que percibas. Por
ejemplo, tal vez podrías mirar al paralítico y sentir un profundo anhelo pensando “¡Yo también
necesito algo de curación en mi vida!” O tal vez te sientas feliz al contemplar los milagros que Jesús
hacía en esa época y que sigue haciendo en tu propia vida.
Uno puede igualmente lograr una nueva forma de comprensión, no tanto una reacción emocional,
sino intelectual. Hace poco, yo estaba rezando con este pasaje y me di cuenta de que el paralítico no
habría sido curado sin la ayuda de sus amigos. Y es cierto que muchas veces es la comunidad la que
nos lleva a Dios; que nos trae al lugar donde podemos recibir curación. Este conmovedor suceso nos
lleva a mirar con nuevos ojos a nuestros amigos, la familia, la comunidad y la propia Iglesia.
Hay que vivir los Evangelios. La oración imaginativa implica confi ar que Dios actúa a través de la
imaginación y de cualquier emoción o entendimiento que uno experimente. Al principio me costó
aceptar esto. Orar de esta forma me parecía algo bobo, y se lo dije a mi director espiritual en el
noviciado.
“¡No es más que mi imaginación!” “¿Acaso no lo estoy inventando yo mismo?” Su sabia respuesta
me libró de las dudas que tenía: “Tú crees que Dios puede actuar a través de cualquier cosa en la
vida, como tu mente, tu corazón, tu alma, ¿no es cierto?” “Sí, claro” tuve que reconocer. “Entonces,
¿por qué no puede Dios actuar a través de tu imaginación?”
Naturalmente, no todas las experiencias de la oración imaginativa resultarán satisfactorias ni
producirán resultados trascendentales. A veces la imaginación será estéril o difícil de lograr, sin que
al parecer suceda nada. Pero hasta en esos momentos de oración aparentemente áridos, permanecerás
en la presencia de Jesús en el mundo de los evangelios. La transformación espiritual se produce a un
nivel profundo, aun si uno no la perciba, porque el hecho de dedicarle tiempo y atención a Dios
siempre nos cambia.
Pero en otras ocasiones, esta clase de oración te sumerge directamente en uno de tus pasajes
preferidos del Evangelio. Allí estás en medio de la acción, observando cosas de las que jamás te
habías percatado antes, acerca de Jesús, de los apóstoles, de las personas que el Señor tocaba, de
cómo era la Palestina del siglo I, y de ti mismo. Y cuando suceda esto, nunca volverás a escuchar ese
relato del Evangelio como lo hacías antes.
El P. James Martin, SJ, es sacerdote jesuita y autor del libro Mi vida con los santos (Loyola Press).
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