FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES, “El quitasol” (1777-78). Goya (1746-1828), comenzó a pintar cartones para la Real Fábrica de Tapices en 1774, poco después de llegar a Madrid, y bajo la protección de su suegro, Francisco Bayeu. Este cartón corresponde, pues, a su primera etapa como “cartonista” y a una fase inicial de su trayectoria como pintor. Su estilo se podía caracterizar por la síntesis de las tres vías en las que se basó su formación: • • • Del Neoclasicismo, recoge las composiciones equilibradas, los colores suaves, el escultoricismo de sus figuras y la suavidad en la pincelada. De la copia de grabados en el taller zaragozano de José Luzán, las influencias del barroco italiano (especialmente Tiépolo), con su riqueza cromática, De su viaje a Italia (1768-71) el conocimiento de la antigüedad y la amplitud de la pincelada (obsérvense los árboles y las nubes). Sobre estas características se plantearon tres exigencias de la Real Fábrica: 1/ Los cartones para tapices eran los modelos que los tejedores debían seguir para confeccionar los tapices. Ello implicaba tener en cuenta como las formas y los colores se plasman en los tapices. Es decir requería formas sencillas y planos de color relativamente claros y simples. No obstante, Goya tuvo bastantes problemas con estos tejedores, al mantenerse firme en la búsqueda de cualidades pictóricas en sus cartones, cualidades que ocasionaban mucho trabajo a los tejedores, cuando no eran imposibles de reproducir con los hilos entrelazados. 2/ La Real Fábrica de Tapices había hecho suya la moda de adaptar el neoclasicismo a “lo español”, dándole un matiz nacional que lo diferenciase de lo que se consideraba un excesivo “afrancesamiento”. Esta adaptación afectaba, sobre todo, al tratamiento de temas que se consideraban populares y se asociaban a “lo español”, pero adaptándolos a las reglas del buen gusto. Esto es, se utilizan personajes populares, pero en actitudes atildadas, vestidos de forma lujosa y eliminando todo aquello que pudiese afearlos. Así, tenemos unos temas y unos personajes que podemos definir como castizos y cortesanos. 3/ Los tapices de la Real Fábrica iban a ir destinados a los salones del Palacio Real o a los de la aristocracia, por ello, debían ser del gusto de este grupo social y representar temas que estuviesen de acuerdo con el sitio que iban a ocupar en los salones. Es más, la mayor parte de las veces, obedecían a un proyecto decorativo para todo el palacio. De esta forma, los pintores de cartones tenían escasa libertad a la hora de elegir temas, modelos y personajes. GOYA, “La boda” (1790-2). Este cartón corresponde al final de su segunda etapa en la Real Fábrica. Observamos dos cambios notables: 1/ En 1780, cuando accede al Palacio Real, Goya conoció directamente la obra de Velázquez, que le influyeron notablemente: riqueza cromática y compositiva y, sobre todo, una técnica abocetada que es utilizada como un medio para reducir los elementos superfluos y realzar la expresividad. 2/ Goya continúa con las temáticas castizas y típicas, pero observamos como aparece un matiz irónico que puede ser interpretado como de crítica social. La caricatura y la ridiculización son las armas que utiliza para plasmar esa ironía. Goya era un ilustrado que censuraba los excesos (esencialmente el “oscurantismo”, las costumbres irracionales, la doble moral, la ineficacia y la violencia, que conducían a la infelicidad) y buscaba mayor racionalidad, pero en ningún momento fue un revolucionario populista. . Es también muy significativo sobre este tema el cartón “El albañil herido” (1786-88). Tradicionalmente se venía interpretando como una crítica social a las pésimas condiciones en las que vivían y trabajaban las clases humildes, aunque ello no concordase mucho con el lugar en el que iba a ser colgado el tapiz para el que se pintó el cartón: un despacho de Carlos III. Hoy se sabe que por aquellas fechas, el rey había promulgado una “pragmática” por la que se señalaba la necesidad de utilizar fuertes andamios para evitar accidentes en la construcción, que eran demasiado frecuentes. Así, el cartón más parece ahora una glosa de la política real, que una crítica social, una alabanza al rey que una crítica. GOYA, "Don Gaspar Melchor de Jovellanos" En esta obra, Goya representa al perfecto ilustrado y hombre de estado: estudioso, reflexivo, preocupado por el devenir de los acontecimientos y el bienestar del pueblo, aparece el personaje, retratado en su despacho, al dado de la efigie de Atenea, diosa griega de la sabiduría. Observemos que en este retrato Goya utiliza su percepción psicológica sin fines críticos, sino para realzar la “calidad” del personaje, de su amigo. La vida social de Goya es muy significativa: era amigo y contertulio de los más importantes ilustrados (Moratín, Iriarte, Jovellanos, Olavide, Floridablanca, etc.), de banqueros (Cea Bermúdez, Cabarrús, etc.), estaba preocupado por el dinero y la posición social, invirtió en joyas e inmobiliaria, y ambicionaba entrar al servicio del rey como pintor de cámara. GOYA, “Familia de Carlos IV” (1800) En 1792, durante un viaje hacia Sevilla, Goya cayó gravemente enfermo (una congestión cerebral) y durante un tiempo quedó paralítico, ciego, sordo y mudo. Su recuperación fue lenta y duró prácticamente dos años (1793-94) y marca una nueva evolución en su estilo. Progresivamente sus obras van siendo más y más abocetadas y la pincelada, suelta y grande, es utilizada para dar ritmo y mayor expresividad a las figuras. Goya pinta este magnífico retrato de la familia real (es nombrado primer Pintor de Cámara en 1799) con este bagaje técnico, pero también intentando emular el retrato de la familia real (Las Meninas) de Velázquez. Esto se observa en: • • La composición del cuadro a la de las Meninas, aunque aquí no encontremos el complicado juego velazqueño. Goya pintando una escena que acontece fuera del cuadro, mientras el grueso de la familia real contempla la escena. La fuente de iluminación principal parte de la derecha. • En la pared del fondo aparecen dos grandes cuadros colgados. La Familia de Carlos IV no tiene, pues, la riqueza compositiva de las meninas, pero tiene otras cosas: es capaz de mostrar una extraordinaria sutileza en la crítica: • • El eje del cuadro es la reina, que aparece como el personaje principal de la familia, relegando a un segundo papel al rey. Goya representa a todos personajes vestidos con ricos trajes y en actitudes muy dignas y propias del cargo que ostentan, pero sus rostros adoptan un sutil matiz caricaturesco que nos enseña la decrepitud de la familia real (de la que sólo se salvan los niños), la vaciedad de sus personas, que contrasta con la dignidad de su cargo (de sus vestidos) y que es resaltada por esa luz lateral que ilumina sus rostros. Esta crítica le sirvió para que en 1801 perdiese el favor del rey, que no le encargó ya más obras. GOYA, El tres de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío El 2 de mayo se produjo el levantamiento popular de Madrid contra las tropas napoleónicas de ocupación. El motivo fue una confusión: el pueblo creyó (o se le hizo creer) que la salida de la reina y el infante hacia Bayona, al encuentro del rey, que las reclamaba a su lado, era un secuestro perpetrado por los esbirros napoleónicos. Murat, general francés, utilizó las tropas para reprimirlo. Los choque más duros se produjeron en la Puerta del Sol, donde un escuadrón de mamelucos realizó una sangría. Al día siguiente, en la zona de Moncloa, ante las noticias sobre la represión francesa, resucitó el motín, que sofocado, acabó con sus cabecillas arrestados y fusilados. No obstante, este cuadro fue pintado en 1814, seis años después de los acontecimientos y “de oídas”, dado que Goya no presenció las escenas. Para abordar el comentario de estas obras es necesario tratar antes el tema de la actitud de Goya en la Guerra de Independencia. Del tema de estos cuadros se puede deducir un ardor antifrancés que Goya jamás mostró. Por el contrario, continuó siendo amigo del grupo de ilustrados que confió en las promesas de reforma de José, y que tradicionalmente venimos definiendo como “afrancesados” (colaboracionistas con el régimen napoleónico). Es más, juró fidelidad, aunque en un acto protocolario (suponemos que obligado), al nuevo rey, José I. Todo ello nos llevaría a pensar en un Goya afrancesado, si no fuese porque en ese mismo período de tiempo también pintó a Wellington (general británico que mandaban las tropas que luchaban contra Napoleón en la Península Ibérica), a guerrilleros antifranceses o al general Palafox. Para entender la posición de Goya ante la guerra es necesario recurrir a su serie de grabados “Los Desastres de la Guerra”, donde nos muestra de forma clara su actitud: está en contra de la guerra, de la violencia, que sólo genera brutalidad y males para el hombre. Así, vemos que crítica los sinsentidos cometidos tanto por franceses, como por españoles. Los mamelucos y Los Fusilamientos, no obstante, parecen exaltar el heroico esfuerzo de los resistentes madrileños frente a la “maquinaria de muerte” francesa. Para entender esta aparente contradicción es necesario conocer cómo y porque se pintaron estos cuadros. El 7 de mayo de 1814, derrotado el ejército francés, hacía su entrada triunfal en Madrid Fernando VII, “el deseado”. El concejo madrileño había preparado ornatos y decoración para realzar el carácter triunfal de este regreso. Entre estos elementos ornamentales destacaban varios arcos triunfales, dos de ellos estaban decorados con estos cuadros de Goya, que quería hacerse perdonar sus coqueteos con los “afrancesados”, previendo el cariz represivo que iban a adoptar los acontecimientos. Este es el motivo por el que estos cuadros parecen apartarse de la visión que Goya tenía de la guerra: están pintados para exaltar la victoria frente a Napoleón. No obstante, aún se puede rastrear la visión goyesca en la forma de enfocar la guerra: la muerte del pueblo a manos de la milicia. El cuadro más claro es el de “Los Fusilamientos”, en el que la iluminación se dirige a resaltar los brazos en cruz del fusilado principal, que afronta con dignidad su suerte, y que cobija al resto de hombres, cuyos rostros expresan el dolor de la muerte, la impotencia ante el terror. Por el contrario, los “fusiladores”, sin rostro, aparecen como una “máquina ciega de matar”. El tema más parece, pues, la crítica a la violencia contra el pueblo, que la exaltación del heroísmo del mismo. La restauración fernandina trajo consigo un régimen represivo de liberales y afrancesados y la vuelta a los modos absolutistas del autoritarismo. En palacio, se llevó a cabo una campaña de purga y purificación y todos los servidores, incluido Goya, que acabó “apto”, fueron “examinados”. No obstante, el ambiente comenzaba a hacerse irrespirable para nuestro pintor, que veía como sus amigos eran encarcelados o tenían que exiliarse y como los ambientes intelectuales de Madrid se empobrecían y volvían cada vez más reaccionarios. Un nuevo acontecimiento vino a “asustar” aún más a Goya. En 1814, salió a la luz la colección privada de pintura de Godoy, en la que se encontraban las dos majas. La inquisición incoo expediente de inmediato, que aunque no llegó a nada, sirvió para amedrentar aún más a nuestro Goya, que ya contaba con 68 años, y que ya no volvería a contar con el favor real. Comienza, así, una etapa sombría en su vida y en su obra. GOYA, “Saturno” (1819-20) El 27 de noviembre de 1819, Goya adquirió la Quinta del Sordo, una finca de 10 Ha, con una casa de un piso, en la orilla derecha del Manzanares, a las afueras de Madrid. Allí se trasladó a vivir huyendo del ambiente represivo madrileño (la Inquisición le había abierto otro expediente) y “escondiendo” su convivencia con Leocadia Weis (Josefa Bayeu había fallecido en 1812). Poco después, aún en 1819, Goya vuelve a recaer en su enfermedad, pero ahora agravada por sus setenta y tres años. La recuperación será lenta y estará marcada por la visión nítida de la muerte que Goya ha tenido: esa vena onírica que ya aparecía en los Caprichos, y que ha sido una constante en la obra que el pintor realizó para sí mismo (no de encargo), ahora se exacerba y se convierte en el centro de su creación artística. Efectivamente, durante esa convalecencia (1919-20), Goya va a decorar las paredes de la Quinta del Sordo con unas pinturas destinadas a ser contempladas únicamente por él y que, por tanto, nos señalan explícitamente cual es su gusto, cual es su concepto de la pintura en ese momento. Se trata de la “pinturas negras”, de entre las que destaca “Saturno”. El tema de las pinturas es la vida y la muerte, que es representada como un mundo onírico, oscuro y fantástico, en el que habitan las aberraciones de lo irracional. Aberraciones (magia, brujería, violencia...) que ya han sido tratadas antes por Goya, pero que ahora adquieren un mayor protagonista, pues son despojadas de cualquier disculpa, son presentadas como tema exclusivo y todos los recursos técnicos de Goya son dispuestos para exaltar el carácter aberrante de lo representado. Sólo la figura de Leocadia (imagen de la vida, de la ingenuidad de la razón) contrasta en ese panorama de desolación y muerte. Leocadia, que estaba representada a la entrada de la estancia, y que aparece en el Aquelarre observando ajena el espectáculo. En el caso de Saturno, observamos el drama del padre que se ve obligado a devorar a sus hijos, sabiendo que así consume su tiempo: es la irracionalidad de un tiempo que disfrutamos y que nos envejece y nos mata. En cuanto al estilo, estas pinturas suponen también la exacerbación de lo que se había ido manifestando tímidamente desde que Goya conoció directamente la obra de Velázquez: la pincelada comenzó entonces a abocetarse, a alcanzar personalidad propia, siendo un instrumento más para representar. Lo que sucede es que en Velázquez y en el primer Goya esta pincelada se utilizaba con fines pictoricistas: veladuras, manchas y trazos ayudaban a plasmar calidades pictóricas (telas, gasas, mejillas, vellos...). Ahora, la pincelada busca expresar contenidos que van más allá de lo representado: generan ritmos y movimientos que nos transmiten la sensación de angustia, de espacio irracional que es el verdadero tema del cuadro. Así, el color se reduce u se ennegrece. Sólo se utiliza para resaltar lo mínimo significativo, es la pincelada lo que da dinamismo y significado a la obra, lo que constituye una red de signos que portan el mensaje del cuadro. Detalle de la pintura negra “Judith y Holofernes”, en el que se aprecia el nuevo uso del color y de la pincelada. Es el Goya expresionista. El Goya que ha dejado atrás sus virtudes coloristas, sus extraordinarias dotes para pintar lo bello, y se ha introducido en la lucha por transmitir algo que está más allá de lo representado, algo que afecta más al alma que a los sentidos. En las pinturas negras se ha pintado el dolor humano. GOYA, “La lechera de Burdeos” (1827) En 1920 se produjo la sublevación del general Riego, que trajo a España una etapa liberal (el Trienio Liberal), con la que el viejo Goya se identificó, y aún más Leocadia, su compañera, conocida por su radicalismo liberal. El 30 de agosto de 1923, las tropas de la Santa Alianza, los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis” penetraron en España y restauraron el régimen absolutista y represivo de Fernando VII. Goya, que ya contaba con 77 años, se sintió amenazado y se escondió durante un tiempo en casa de su amigo D. José Duaso y Latre, mientras preparaba su salida de España, su exilio. El dos de mayo de 1924, presentaba al rey una solicitud de permiso para ir a “tomar aguas” durante seis meses a Plombières (Francia). Se trataba de una excusa para iniciar su exilio sin perder sus derechos y rentas en España. Autorizado, atravesó la frontera el 24 de junio de ese año. Su primer destino fue París, donde fue calurosamente acogido por sus amigos exiliados y, sobre todo, visitó los monumentos y los museos más importantes y trabó contacto con el “nuevo estilo de moda”, el romanticismo. En agosto se instaló en Burdeos, a donde llegaron Leocadia y sus hijos, y donde residían sus amigos Moratín y Goicoechea, y donde pintaría, entre otras cosas, La Lechera, en la que se observa una continuidad de su etapa expresionista, pero ahora utilizando el colorido y dejando de lado los dramatismos de las pinturas negras. Si observamos, nos damos cuenta que se trata de un cuadro en el que predomina el azul, lo que junto con la utilización de una pincelada que refuerza la composición de la figura en formas envolventes, nos transmite una sensación de afecto hacia el personaje que manifiesta una tristeza ligeramente melancólica. El 16 de abril de 1928, con 82 años, fallecía Goya, rodeado de su familia, pero fuera de su querida España.