ORIGINALES Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. IX, n.º 3 (134-141), 1989 EL JUEGO SIMBÓLICO EN NIÑOS SORDOS * Por F. Navarro Martínez Colaboradora de Investigación del Departamento de Psicología de la Universidad de Málaga R. A. Clemente Estevan Profesora de Psicología Evolutiva en el Departamento de Psicología y en los Cursos de Logopedia de la Universidad de Málaga L juego es uno de los comportamientos más naturales y frecuentes que se dan en la infancia. A través de los años, numerosos estudios del desarrollo infantil han centrado sus investigaciones en la observación y análisis de tan particular conducta, con el objeto de adquirir mayor información sobre un período de desarrollo donde el niño amplía su conocimiento del mundo físico y social así como los sistemas de comunicación. El estudio del juego simbólico ha encontrado en los últimos años un gran interés por parte de los investigadores de la primera infancia. A partir de estos estudios, se han derivado varias líneas de investigación coincidiendo sus resultados en que el juego refleja el desarrollo cognitivo y socioafectivo del niño: E - El juego de los niños pequeños sigue una secuencia en el desarrollo, de forma que va aumentando en complejidad con la edad, desde acciones que son meramente sensoriomotoras a aquellas que ———– * Trabajo realizado gracias a la ayuda concedida por la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica Pa-85-343. Agradecemos la ayuda prestada en el análisis y recogida de datos de las colaboradoras de investigación: Inmaculada Quintana García y Pilar Sánchez López. son claramente simbólicas (Piaget, 1946; Nicolich, 1977; etc.). - Se trata de una conducta evolutiva que merece ser considerada como reflexión conductual del desarrollo social y cognitivo: social, puesto que las conductas de juego de pretensión suelen ser grupales, en las que se establecen lazos y relaciones socioafectivas; así como conflictos cognitivos, ya que el niño, en el momento de jugar plasma estrategias de actuación, de uso de esquemas representativos, de regulación de la propia acción, etc. (Rubin, 1980; Bretherton, 1984; Cohen, 1987). - El juego parece servir como un medio para la consolidación y asentamiento de habilidades o destrezas adquiridas recientemente y desarrolladas por el niño; especialmente se afianzan gran número de habilidades de carácter social, como por ejemplo: respeto de turnos, intercambio de información, hábitos sociales, actividad cooperativa, etc. (Fein y Apfel, 1979; Curry y Amaud, 1984). - El juego puede ser utilizado para discriminar niños con algún tipo de problema o deficiencia. Los cambios, en cuanto a las formas de juego que reflejan la capacidad para nuevas adquisiciones, están asociados con el curso del desarrollo y la maduración. Si el juego no evoluciona haciéndose más complejo y diferenciado suele ser debido a la presencia de problemas relativos al desarrollo. Así, por ejemplo, los tras- Correspondencia: Rosa Ana Clemente Estevan. Facultad de Filosofía y Letras. Departamento de Psicología. Universidad de Málaga. Campus de El Ejido. 29013 Málaga. 134 tornos en el desarrollo del juego simbólico han sido detectados en niños autistas (Ungerer y Sigman, 198 1); niños problemáticos (Gould, 1986); niños retrasados en lenguaje (Graig y Gallaghe, 1986), deficientes (Lombardino y Sproul, 1984). Como es nuestro interés en este trabajo, y se ha demostrado en otros antecedentes (Higgenbotham y Baker, 1981; Gregory y Mogford, 1981; Marchesi, 1987), la sordera profunda en la infancia afecta la manifestación de acciones simbólicas a través del juego. - Por su relación con otras conductas simbólicas, como el lenguaje, el conocimiento del nivel de simbolización del niño puede servir como herramienta para evaluar el lenguaje y la comunicación (McCune Nicolich, 1981; Volterra y cols. 1979; Fenson y Ramsay, 1980, entre otros). EL DESARROLLO DEL JUEGO SIMBÓLICO A partir de la teoría expuesta por Piaget (1946), así como de los aportes interactivos derivados de las teorías de Vigotsky (1934) y Bruner (1972) principalmente, han surgido investigaciones longitudinales y empíricas sobre la evolución del juego espontáneo del niño (Nicolich, 1977; Bates, Benigni, Bretherton, Camaioni y Volterra, 1979; Lowe y Costello, 1976; etc.), evidenciando que el juego de éste muestra un orden jerárquico, cambiando de acuerdo con la edad. Así, en un principio, el niño alrededor de los nueve meses simula actividades cotidianas, lavarse, comer,... a medida que la habilidad para simbolizar avanza, proyecta en sus juegos actividades que ve realizar a otros y aplica esquemas de pretensión a muñecas y otros participantes; estos juegos son integrados más tarde en secuencias de pretensión y, alrededor de los dos años, comienza a indicar (verbalmente o no) que los juegos se construyen mentalmente antes de la acción (planificación); es decir, se puede observar que el niño busca el material que necesita para un determinado juego, realiza preparativos antes de iniciarlos y/o anuncia verbalmente el juego que va a llevar a cabo. Durante esta etapa del desarrollo del niño, también empiezan a observarse en los comportamientos cotidianos del pequeño otras conductas simbólicas tales como la imitación diferida, la imagen mental, el dibujo y el lenguaje (Piaget, 1946), conductas que reflejan la capacidad del niño para distanciarse de lo inmediatamente percibido y de expresar la realidad a través de formas observables que representan esa misma realidad. Centrándonos en el juego simbólico y en el lenguaje se puede anotar que ambas conductas comparten características durante esta etapa (función semiótica, según Piaget). En el juego se utilizan esquemas representativos, de imitación, de conceptualización y, fundamentalmente, de sustitución de una realidad concreta por otra imaginada, instrumentos éstos que son los mismos que se utilizan en el lenguaje. Otros autores (McNeill, 1970) suponen que el desarrollo del lenguaje es enteramente independiente y, por tanto, no depende de transiciones dentro de otras áreas. Sin embargo, trabajos teóricos y empíricos más recientes sugieren que la base para simbolizar influye o está ligada al desarrollo del lenguaje, así como a una variedad de áreas relacionadas. Así, Piaget (1946) y Werner y Kaplan (1963) argumentan que el juego simbólico y el lenguaje reflejan el desarrollo de la habilidad simbólica subyacente. Sobre estas bases teóricas varios investigadores han supuesto que ambos procesos (lenguaje y juego simbólico) pueden desarrollarse de forma paralela con transiciones a niveles más avanzados, ocurriendo cercanos en el tiempo. Es de destacar las correspondencias entre ambas conductas descritas tanto por Volterra y cols. (1979), como por McCune Nicolich (1981). En suma, buen número de estudios relacionan juego simbólico y lenguaje, al tiempo que ofrecen datos y evidencias de que existe una relación de dependencia entre la capacidad para simbolizar y el desarrollo del lenguaje. EL JUEGO SIMBÓLICO EN LOS NIÑOS SORDOS A partir de estas consideraciones generales acerca del juego simbólico y el lenguaje, se ha pretendido centrar el presente trabajo de investigación en las características de estas conductas en niños sordos. Los niños sordos congénitos mantienen un comporta135 ORIGINALES miento muy semejante al de los niños oyentes en períodos previos a la aparición del lenguaje; es conocido que la falta de lenguaje ocasiona retrasos cognitivos en edades medias y adolescentes (Oleron y Herren, 1961); pero si el lenguaje tiene bases representativas compartidas con otras conductas, es posible que se encuentre un funcionamiento diferente o retrasado en las formas de jugar en estos niños sin audición. La escasa literatura al respecto coincide en afirmar que los niños sordos son capaces de realizar juego simbólico, y sus comportamientos se pueden comparar con los niños oyentes, pero se produce retraso respecto a la edad y muchas limitaciones en el ejercicio de acciones simbólicas de carácter lúdico (Darbyshire, 1977; Sisco, Kranz, Lund y Shwartz, 1979; Gregory y Mogford, 1981; Casby y McCormarck, 1985). Los datos obtenidos por estos autores indican, en líneas generales, las siguientes conclusiones: a) Su nivel de coordinación y organización del juego (integración) es menos maduro y avanzado que el juego de niños oyentes de la misma edad (Casby y McCormarck, 1985). b) La diferencia de juego del niño sordo se manifiesta en su habilidad para realizar secuencias de juego previamente planificadas (Gregory y Mogford, 1981; Marchesi, 1987). c) Tienen dificultad para sustituir objetos, por ejemplo, el hacer que un plátano sea un avión (Darbyshire, 1977; Marchesi, 1987). d) Se observa una clara preferencia por los juegos constructivos más que por los socio-dramáticos (Higgenbotham y Baker, 1981). Gregory y Mogford (1981), por ejemplo, indicaron que los niños sordos de quince a treinta meses podían jugar simbólicamente, pero con diferencias respecto a los oyentes de su misma edad, las diferencias se centraban en la dificultad de planificar su propia acción y, por tanto, en hacer secuencias largas y coherentes. Estos autores apuntan a las dificultades de comunicación con los adultos y los iguales que impiden la posibilidad de planificar y de mejorar el simbolismo presente en el juego. Darbyshire (1977) también concluyó que las dificultades comunicativas 136 gravemente presentes en algunos sordos les impedía exhibir comportamientos simbólicos de carácter complejo. Por último, destacar la investigación recientemente llevada a cabo por Marchesi (1987) quien, con niños españoles de entre diez y treinta y ocho meses, encontró estrecha relación entre el desarrollo del juego simbólico, concretamente entre sus dimensiones de sustitución de objetos y planificación de acciones lúdicas, y el desarrollo del lenguaje. Por el contrario, en este trabajo se indica que las dimensiones de descentración e integración no parecen estar relacionadas con el desarrollo lingüístico. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA El trabajo que a continuación se expone tiene como objetivo principal comprobar, entre otras variables, en qué medida los niveles de actuación de juego simbólico del niño sordo difieren de los del niño oyente. Los sujetos que compusieron la muestra fueron diez, divididos en dos submuestras (formadas respectivamente por cinco niños sordos la primera submuestra, y cinco normo-oyentes la segunda). Los rangos de edad de los niños fueron los siguientes: en los normo-oyentes de tres a cuatro años y dos meses, con una media de tres años y cuatro meses; y en los sordos de cuatro a cuatro años y medio, con una media de edad de cuatro años y dos meses. Los niños sordos recibían rehabilitación oral desde al menos un año antes de la realización de este trabajo. La muestra se seleccionó de acuerdo con el nivel alcanzado en los ítems manipulativos de la escala de desarrollo psicomotriz de la primera infancia de Brunet-Lézine y en pruebas clásicas piagetianas. Todos los niños eran preoperatorios y alcanzaron un valor medio en cociente de desarrollo de cuatro años y un mes. Los sujetos fueron filmados en vídeo durante veinticuatro minutos en cinco situaciones de juego distintas (todas ellas en interacción con un adulto): 1: Juego de construcción y arrastre (3 minutos). 2: Juego de peluquería (3 minutos). 3: Juego de cocina-dormitorio (10 minutos): 4: Materiales ambiguos (3 minutos). 5: Juego libre (5 minutos). El crite- rio de selección de la grabación real fue el de los mejores tres minutos seguidos (situaciones 3 y 5) y los mejores dos minutos seguidos (situaciones 1, 2 y 4). El juicio de los observadores presenciales determinó los minutos seguidos de análisis. El nivel de juego simbólico se evaluó atendiendo a las cuatro dimensiones principales para su estudio: a) descentración, b) integración, c) sustitución de objetos, y d) planificación (Fein, 1981; Mc-Cune Nicolich y Fenson, 1984; Marchesi, 1987). a) Descentración: Dentro de esta dimensión consideramos tanto acciones de autopretensión (que se puntuaron con un punto por cada una de ellas) como las acciones simbólicas de descentración, donde las acciones del niño recaen o están relacionadas con otros participantes del juego, ya objetos, ya personas. Recibieron un punto las acciones simbólicas sobre agente pasivo; dos puntos las acciones simbólicas sobre agente activo (lavar a la muñeca pero considerándola objeto animado); tres puntos las acciones simbólicas dirigidas a objetos (llamar por teléfono) y cuatro puntos la interacción de diferentes agentes (dar de comer a dos muñecas que interactúan entre sí). b) Integración: Implica la capacidad del niño de ordenar y coordinar sus acciones en secuencias. Las categorías puntuadas fueron las siguientes: 1) Con un punto las acciones simbólicas aisladas (dar de comer al muñeco). 2) La integración propiamente de dos o más acciones, que se puntuó siguiendo la siguiente escala: la misma acción repetida con diferentes agentes y/o materiales (dar de comer sucesivamente a dos muñecas): 1 punto; la secuencia ilógica de dos o más acciones (primero seca a la muñeca y luego la lava): 2 puntos; la secuencia lógica de dos acciones: 3 puntos; la secuencia lógica de tres o más acciones: 4 puntos; la secuencia lógica de varias acciones en las que interactúan diferentes agentes: 5 puntos. c) Sustitución: Está referida a la capacidad del niño de utilizar un objeto con una función determinada, para otra función distinta. Las categorías puntuadas han sido: realización de acciones imaginarias con apoyo de objetos: 1 punto por cada acción; sustitución de un objeto ambiguo: 2 puntos; sustitución de diferentes objetos ambiguos en la secuencia de juego: 3 puntos; sustitución de un objeto realista por una función distinta a la suya: 4 puntos; realización de acciones simbólicas sin objetos: 5 puntos. d) Planificación: Expresa la capacidad del niño de anticipar mentalmente el juego que se va a realizar. Comprende los niveles de: 1) ausencia de planificación (el niño no prepara el juego antes de ser ejecutado), 2) preparación de secuencias aisladas (busca una cama antes de ponerla a dormir), 3) preparación de secuencias de acción (busca la cama y la manta y prepara los enseres de la cena), 4) identificación simbólica del cuerpo del niño con otra persona (adopción de un rol). Se puntuó con un punto al nivel 2 y con una bonificación de un punto progresivamente a cada uno de los niveles restantes. La puntuación de juego de cada sujeto se realizó por dos observadores a partir de las filmaciones previamente realizadas (la fiabilidad interobservador fue, tras un periodo de entrenamiento, de 0,87 %). La puntuación de una acción en una dimensión determinada no excluye su puntuación en las demás. RESULTADOS Los resultados tras el análisis cuantitativo de las conductas de pretensión muestran diferencias significativas entre ambas submuestras (tabla I). A tenor de estos datos, podemos constatar en líneas generales las siguientes diferencias entre los niños sordos y los normo-oyentes: a) Dimensión Descentración: Los niños oyentes realizaron más conductas de descentración (X = 96,00); es decir las acciones simbólicas se proyectaban sobre otros agentes y objetos, mientras que los niños sordos realizaron una media de 43,00. La significación obtenida es de 0,013. Sólo uno de los niños oyentes alcanzó a puntuar en el último nivel de los descritos (interacciones de diferentes agentes en la misma secuencia), por lo que se puede deducir que la descentración es sólo diferente cuantitativamente (tabla II). Sin embargo, ambas muestras realizaron de forma equiparable (no significativamente diferente) accio137 ORIGINALES Tabla I. — Puntuaciones medias y significación en las dimensiones del juego simbólico. Significación obtenida a partir de la U de Man-Whitney Ac. aisl. Integrac. Au-pret. Descentr. Sustituc. Planific. – Sordos (X) 7,20 18,00 * 0,60 43,00 * 3,00 * 0,60 * – Oyentes (X) 4,20 44,60 * 0,80 96,00 * 22,50 * 12,40 * nes de auto-pretensión, cuyas medias son respectivamente 0,60 para la población sorda y 0,80 para la oyente. Esto era de esperar, ya que las acciones que el niño realiza sobre su propio cuerpo son las primeras conductas de pretensión que aparecen en los comienzos de la representación lúdica del niño, concretamente alrededor de los trece meses. b) Dimensión Integración: Al analizar las secuencias de pretensión, tanto simples como multiesquemas, de todos los sujetos, las diferencias encontradas entre las dos poblaciones fueron significativas Tabla II. — Porcentajes de sujetos en los niveles máximos alcanzados Sordos Oyentes Dos acc. 20 X Tres acc. 80 40 Varios agentes X 60 Imaginar. 80 20 Obj. reales 20 40 Sin objet. X 40 100 80 Dif. agent. X 20 Ausencia 60 20 Pl. aislada 20 X Pl. secuen. 20 80 Objetos Integrac. Sustit. Descent. 138 Planif. (p = 0,05); realizando una media de 44,60 los niños oyentes y 18,00 los sordos. Hay que anotar también, aunque el dato no es significativo estadísticamente, que los niños sordos, en cambio, realizaron mayor número de acciones simbólicas aisladas, las cuales indican un nivel de juego más primario, acciones que obviamente han desaparecido prácticamente en los niños oyentes. Las secuencias integradas son cualitativa y cuantitativamente diferentes, los niños sordos no llegan a realizar diversas acciones cambiando los agentes de actuación, mientras que los oyentes no sólo lo hacen, sino que las cadenas de organización de secuencias son muy largas, siendo frecuente la integración de bloques de decenas de acciones integradas en un núcleo común. c) Dimensión Sustitución: Los sujetos sordos mostraron también niveles más bajos en las distintas variables de sustitución dentro de esta dimensión. En total sólo realizaron una media de 3,00, significativo al 0,01 %, con respecto a la puntuación media de 22,50 puntos de acciones de sustitución realizados por los oyentes. La diferencia cualitativa en el caso de la sustitución es muy grande entre sordos y oyentes. Los niños sordos sólo alcanzan a puntuar en los primeros niveles de los descritos. Por ejemplo, únicamente un sujeto sordo realiza sustituciones con objetos realistas que tienen ya otra función, como una botella utilizada para representar simbólicamente a otra cosa. Probablemente por la misma dificultad sustitutiva, el material indefinido (tarea 4) no provoca en los sordos ninguna acción lúdica de sustitución. La tarea que más sustituciones provoca en ambos grupos de niños fue la de cocina, indudablemente porque estaba formada por elementos miniatura muy semejantes preceptivamente a los objetos reales. Ningún niño sordo hace acciones simbólicas sin objetos (como se refleja en el cuadro 2), la razón podría estar en que haría falta lenguaje en el que apoyar una posible simbolización que no puede crearse en el vacío. d) Dimensión Planificación: Las diferencias en esta dimensión fueron muy significativas. Con respecto a la población oyente la media de las puntuaciones fue de 12,40, mientras que en los sordos fue de 0,60. Los resultados difieren significativamente al 0,02. Como en la dimensión anterior, sólo un niño sordo planifica (busca objetos, prepara el escenario, etc.), siendo esta planificación muy frecuente en los niños oyentes, que lo hacen repetidamente en cada una de las secuencias en las que van organizando los minutos de juego. Por otro lado, los oyentes hacen también planificaciones verbales con registros lingüísticos de autorregulación y de órdenes dadas a los objetos, cosa evidentemente imposible (al menos imposible de registrar) en los niños sordos. CONCLUSIONES Y DISCUSIÓN Los niños sordos muestran mayor retraso en su capacidad de representación con respecto a los niños oyentes que cuentan con el mismo coeficiente de desarrollo. Es decir, la carencia de un sistema comunicativo convencional influye sobre la capacidad para simbolizar, reflejada en otras conductas semióticas, tales como el juego. Las acciones simbólicas jugando son mucho más frecuentes en los sujetos oyentes; los sujetos sordos invierten gran parte del tiempo analizado en actividades no consideradas simbólicas, como explorar objetos, preguntar sobre ellos o jugar sensoriomotrizmente. A diferencia de otros trabajos realizados con sordos muy pequeños, nuestros datos demuestran diferencias significativas en las cuatro dimensiones evolutivas en que hemos analizado el juego simbólico. Al igual que otros trabajos clásicos (Higgenbothan y Baker, 1981) hemos registrado muchas acciones clasificables como juego de acción o de construcción (que no era puntuado) en los sujetos sordos, sobre todo en las tareas 1,4 y 5. Por ejemplo, en la tarea 4, que elicitaba juego simbólico mediante material ambiguo (botellas, grapas, trapos, viruta, etc.) era frecuente que los sordos no hicieran acciones simbólicas (usar las grapas como comida), sino constructivas (enlazar las grapas en cadenas, o llenar la botella de virutas, etc,). Los niños oyentes, por el contrario, solían crear un escenario y distribuir los objetos realizando secuencias simbólicas. Los análisis parciales por dimensiones demuestran que el mejor nivel (sin tener en cuenta su frecuencia) se consigue en descentración, dimensión con logros semejantes en ambas poblaciones. La descentración se concretiza en la capacidad del sujeto jugador en distanciarse simbólicamente de los objetos de juego. Según nuestros datos, tanto los sordos como los oyentes usan los objetos simbólicamente (hacer la comida en cocinas miniatura o lavar los platos sin agua), pero ningún sordo y sólo un oyente alcanza a descentrarse lo suficiente como para organizar núcleos de varios agentes con secuencias simbólicas entre ellos. En las otras tres dimensiones, los niveles son diferentes en cantidad de acciones y en complejidad de las mismas. La imposibilidad de referirse lingüísticamente a significados complejos ocasiona problemas en el juego simbólico, que en ciertos niveles requiere organización estructural semejante a la de las narraciones orales, amén de fantasía, capacidad de anticipación y previsión de secuencias. En nuestra opinión el nivel de palabra aislada (máximo nivel de organización morfosintáctica de nuestros niños) si no imposibilita, sí al menos hace muy difícil el tipo de organización lingüístico-cognitiva necesario para avanzar en los niveles más complejos de juego simbólico. En suma, se puede destacar que los niños sordos muestran con menos frecuencia que los normo-oyentes conductas simbólicas. Con algunas discrepancias con la literatura que estudia las diferencias entre el juego simbólico y el lenguaje de los niños sordos (Gregory y Mogford, 1981; Marchesi, 1987), las variaciones más importantes se producen, según nuestros datos, no sólo en las dimensiones de Sustitución y Planificación, sino que probablemente al tratarse 139 ORIGINALES de niños mayores, las otras dos dimensiones parecen estar también afectadas. Los niños preescolares sordos, según nuestros datos, son también menos capaces que los oyentes de avanzar en la integración, en la que se muestran poco capaces de realizar acciones simbólicas enlazadas. Únicamente la descentración muestra niveles máximos de desarrollo semejantes. RESUMEN El juego simbólico del niño sordo se trata de una actividad evolutiva importante o poco estudiada. En el trabajo se estudia en qué medida los niveles de actuación del juego simbólico del niño sordo difieren de los del oyente. Se encuentran diferencias significativas en los casos estudiados estableciéndose diferencias en algunos aspectos del juego. BIBLIOGRAFÍA Bates, E.; Beningni, L.; Bretherton, T.; Camaioni, L., y Volterra, V.: «The emergence of symbols: cognition and comunication in infancy». New York, Academic Press, 1979. Bruner, J. S.: «La inmadurez: su naturaleza y usos», en: American Psychologist, 1972, 271-22 (versión castellana en Linaza, J. (Rec.) Jerome Bruner: Acción, pensamiento y lenguaje. Madrid, Alianza, 1984. Bretherton, I.: «Symbolic play: The development of social understanding». Londres, Academic Press, 1984. Casby, M., y McCormack, S.: «Symbolic play and early communication development in hearing-impaired children». Journal of communicative Disorders, 1985, 18, 67-76. Cohen, D.: The development of play. Londres, Croom Helm, 1987. 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