Colección Rara Avis Francisco Umbral Joaquina Gª de Fagoaga Konrad Lorenz Manuel Hidalgo Luis Alberto de Cuenca Javier Memba Colección Aqueronte Antonio López Alonso Fernán Caballero Pedro A. de Alarcón La República Bananera USA Putas de España El anillo del rey Salomón El cutis de las monjas De Gilgamés a Francisco Nieva Mi adorada Nicole y otras perversiones Stendhal Alcalá Galiano Aurelia María Romero Coloma Carlos II, El Hechizado La mitología contada a los niños Diario de un testigo de la guerra de África Enanos en El Quijote y en el arte A Miguel Hernández lo mataron lentamente Vida de Mozart Literatura española del siglo XIX Goya; el ocaso de los sueños Novísima Biblioteca Francisco Legaz Isabel María Abellán José Melero Carmen Matutes Gustavo Vega Carmen Matutes Sasi Alami José Antonio Rey Santiago García Tirado Guillermo Sastre Eva Mª Cabellos José Manuel Fernández Argüelles Adelia Navarro Manuel Cortés Blanco Juan A. Piñera Antonio García Montes Enrique Galindo César Romero Jon Obeso Ruiz de Gordoa Un viaje hacia el abismo El último invierno y otros relatos La soledad del húsar Andrea(s) Diccionario Analfabético De cháchara Fragmentos de un sueño insomne Un instituto con vistas Un preso que hablaba de Stanislavsky La Xpina Perdidas en la selva Entre animales Proceso Ligspea Cartas para un país sin magia El escotillón de Águeda Los nuevos proscritos Pelirrojas españolas Todo suena Las edades del agua Antonio López Alonso Antonio López Alonso Colección de teatro Francisco Nieva Lourdes Ortiz Catalina del demonio La Guarida 8 Goya; el ocaso de los sueños es una novela histórica en un sentido estricto; novela, porque desarrolla una propuesta de ficción, histórica porque se ciñe a la realidad del personaje y del tiempo sin subterfugios que desvirtúen los hechos en beneficio de una trama inventada. La novela se centra en cinco aspectos de la vida y la obra del genial artista aragonés Francisco de Goya; su controvertida relación con la Duquesa de Alba; su relación con Asensio Juliá, la relación con su esposa Josefa Bayeu, la relación de Goya con el rey de España, Carlos IV, marcada por un diálogo entre el monarca y el pintor difícil debido a la necesidad imperiosa del artista de pintar como él quiere, sin imposiciones, lo cual le lleva a luchar contra los dictados pictóricos de la Academia y las exigencias del rey español. Por último se trata de la relación de Goya con la mujer que le acompañó hasta el final de sus días: la enigmática Leocadia Weiss (o Zorrilla), cuando ya el artista era bastante anciano. Este último aspecto de la vida de Goya y, en concreto, toda la temática referida a las denominadas Pinturas Negras, es analizado obra por obra con una interpretación y valoración personalísima de estas pinturas demoníacas y brujeriles. Es la historia de una vida atormentada. Aurelia María Romero Coloma nace en Jerez de la Frontera (Cádiz), en el seno de una familia de profundas raíces literarias. Se doctora en Historia del Arte con su Tesis sobre “Estudio histórico-artístico de la imaginería procesional jerezana”, en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla. Publica artículos como “Goya y su obra”, “Goya y los retratos”, “Goya y las pinturas negras”, así como trabajos dedicados a Velázquez y El Greco. Trabaja en Publicaciones del Sur, publicando fichas monográficas sobre temas como “Historia y Patrimonio de las Cofradías penitenciales de Jerez”, “La imaginería procesional pasionista de la ciudad de El Puerto de Santa María” y “La iconografía del Crucificado a lo largo de los Siglos.” Destacan sus libros “La escultura andaluza en el Siglo XVII”, y “Estudio históricoartístico de los Crucificados de Jerez”. Ganadora del Premio Fundación Montero Galvache en 2.005, por su labor investigadora histórica-artística. En 2.005 gana el Primer Premio de la Fundación Escritor Francisco Montero Galvache. Es Doctora en Derecho por la Universidad de Sevilla. Académica de Ciencias, Artes y Letras de la Real de San Dionisio, de Jerez. Ha publicado veintitrés Monografías jurídicas. En Marzo de 2.007 publicó su primera Novela, “Surcos de soledad”. www.edicionesirreverentes.com Aurelia María Romero Coloma Miguel Mihura José Antonio Amorós Ramón de España Alfred de Musset Ignacio Soret Longo de Lesbos José L. Alonso de Santos Álvaro Díaz Escobedo Pedro Antonio Curto Antonio López del Moral Alberto Castellón Rafael Dominguez Manuel Villa-Mabela La Imbecilidad minuciosa Las hazañas de un joven don Juan El chalet de Madame Renard Un mundo imperfecto Europa mon amour Gamiani, dos noches de pasión Fray Gerundio de Campazas Dafnis y Cloe Dígaselo con Valium Esencia de mujer Los viajes de Eros Cuando fuimos agua Victoria y el fumador La firma cristiana como marca Un degustador de fútbol de los de antes Colección de Narrativa Miguel Angel de Rus Europa se hunde Miguel Angel de Rus Dinero, mentiras y realismo sucio Ana María Matute En el tren Francisco Umbral Diccionario para pobres Augusto Monterroso Amores que matan Miguel Angel de Rus Malditos Fernando Savater Episodios Pasionales Mario Benedetti Del amor y del exilio Fernando Savater El dialecto de la vida Juan Patricio Lombera La rebelión de los inexistentes Francisco Nieva Manuscrito encontrado en Zaragoza Ramón de España La vida mata Ramón J.Sender Donde crece la marihuana José Luis Alonso de Santos El Romano Francisco Umbral Carta abierta a una chica progre Miguel Ángel de Rus Evas Pío Baroja Susana José Enrique Canabal El vidente Juan Patricio Lombera Bestiario chicano Antonio López Alonso La noche en que el pueblo me Marcel Proust La raza de los malditos quiso matar Goya; el ocaso de los sueños Colección Incontinentes José María Forte Guillaume Apollinaire Mendicutti, de Rus y Gómez Rufo Pasiones fugaces Antonio Martín Morales Torrevela Francisco Nieva La mutación del primo mentiroso Antonio López Alonso Tierra de sombras y de luna Antonio López del Moral El cuaderno de los reflejos rotos Henryk Sienkiewicz Liliana Miguel Ángel de Rus Bäsle, mi sangre, mi alma Fernando Savater Último desembarco Pedro Antonio de Alarcón El amigo de la muerte José Enrique Canabal Marea baja Horacio Vázquez Rial La isla inútil Antonio Gómez Rufo El señor de Cheshire A n a Mª Díaz Álvarez Indianos Antonio López Alonso Ecos de un dios lejano Juan Antonio Bueno Álvarez La noche marcada Varios autores Antología del relato español Miguel Ángel de Rus Donde no llegan los sueños Antonio López Alonso Soledad de otoño, infancia de silencio goya 22/6/07 12:44 Página 3 AURELIA MARÍA ROMERO COLOMA Goya; el ocaso de los sueños Colección Aqueronte Ediciones Irreverentes goya 22/6/07 12:44 Página 5 Prólogo Goya: el ocaso de los sueños, es tanto una obra histórica como una novela. Se trata en este libro la relación de Francisco de Goya –no siempre fácil- con Francisco Bayeu y con Asensio Juliá; su relación sentimental con la Duquesa de Alba, controvertida y difícil, vista por el artista aragonés como un cúmulo de desengaños y frustraciones; se estudia su matrimonio con Josefa Bayeu; y de una forma seria y exenta de complacencia su relación con el rey de España, Carlos IV y la necesidad del artista de libertad, la misma que no puede tener en contacto con la Corona de España; por último, Aurelia María Romero Coloma escribe sobre la relación que Francisco de Goya mantuvo con la mujer que le acompañó hasta el final de sus días: la misteriosa Leocadia Weiss, cuando el pintor ya era un hombre anciano. Y todo ello enmarcado en una España que padece una profunda crisis, la España de finales del S.XVIII y principios del XIX, invadida por el ejército de Napoleón, dividida, a punto de caer en manos de un rey negrísimo para la historia de nuestro país, Fernando VII. La novela arranca con el fracaso de Francisco de Goya al pintar, al fresco, la cúpula del Pilar de Zaragoza –fracaso simplemente por la incomprensión de los otros- y su llegada a Madrid en una época en la que se le harán muchos encargos de obras religiosas, como las pinturas para San Francisco el Grande en 1781, las del convento de Santa 5 goya 22/6/07 12:44 Página 7 Ana de Valladolid en 1787, los frescos de la madrileña Capilla de San Antonio de la Florida, o las de la catedral de Valencia en 1788. El comienzo de sus trabajos para la Casa Real en 1786 supuso un periodo de estabilidad económica y al mismo tiempo de falta de libertad, aunque él procure reunirse con los círculos ilustrados de la capital, especialmente con Jovellanos y con Cea Bermúdez. ¿Qué lleva a Francisco de Goya, siendo pintor de Cámara de Carlos IV, a la infelicidad y la amargura? Sobre ellos medita Aurelia María Romero, y muestra retazos de su vida que nos dan pistas a seguir. Cuando en 1792 cae enfermo y queda sordo, se vuelve más ácido su carácter y su genio se verá fortalecido, convirtiéndose más que nunca en introvertido y malhumorado, y se abre paso a la que quizá sea su etapa creativa más gloriosa. Le atormentarán seres oníricos, -brujas, asnos profesores, viejas comiendo sopa, cadáveres en la guerra- pero quizá esos seres no sean sino la representación más real posible de su época. La autora ha tratado de encontrar entre tanta amargura de sus últimos años –incomprensión y exilio- las señales de felicidad de los últimos tiempos de la vida de Francisco de Goya y los ha encontrado en el amor y en su descendencia. Ha escrito una novela intimista extrayendo fragmento de realidad de una vida de lucha y al mismo tiempo que nos muestra los momentos estelares de la vida del genial pintor, juega con los claros y las sombras, escondiendo cuanto conviene, para que el lector desee ir más allá. 7 goya 22/6/07 12:44 Página 9 Cuanto ocurre entre 1746 y 1828, nacimiento y muerte de Francisco de Goya, es esencial para comprender la España actual. Aurelia Mª Romero hará revivir ese tiempo al lector en compañía de un Francisco de Goya humano, dolido y con razones para el cansancio y el abatimiento. Miguel Angel de Rus 9 goya 22/6/07 12:44 Página 13 Goya; el ocaso de los sueños El 11 de Febrero de 1.781, Goya termina de pintar, al fresco, la cúpula del Pilar de Zaragoza. El 10 de Marzo, los bocetos que había realizado para las pechinas de dicha cúpula fueron rechazados; el 17 de Abril presentó otros. El 4 de Julio ya estaba terminada la pintura de las pechinas. Pero Francisco Bayeu, su cuñado, y su ámbito académico, desaprobaron la obra del Pilar. Goya regresó a Madrid. 13 goya 22/6/07 12:44 Página 15 I Francisco Bayeu, en actitud pensativa, y con unos documentos en la mano derecha, pasea por la Basílica del Pilar, en Zaragoza. A su lado, Goya parece esperar. “Temo que soy portador de malas noticias, Goya.” “No tengo mucho tiempo. Quisiera saber ya qué tenéis que decirme y por qué esa urgencia.” Bayeu despliega un documento ante la mirada, que ya empieza a tornarse furiosa, de Goya. Con un tono de voz que irradia un cierto deje de petulancia, lee: “Nosotros, don Francisco Bayeu, y los artistas academicistas de su círculo, declaramos, por este documento, que no aceptamos los bocetos realizados por don Francisco de Goya y Lucientes para la Basílica del Pilar de Zaragoza, al no haberse ajustado el mencionado artista a las directrices académicas y clásicas que se exigían en este concurso. Firmado en Zaragoza, a Día 9 de Marzo de 1.781.” Goya, que ha escuchado con atención cada palabra del documento, no reprime ahora su furia ante el desdén del que se le está haciendo objeto. “¿Queréis decirme, Bayeu, que mi trabajo, todo mi esfuerzo, ha sido inútil? Vos y vuestros pintores academicistas juzgáis lo que no estáis en condiciones de juzgar.” “No se os nuble el juicio, Goya. Vos sabéis, tan bien como yo, que, para pintar, hay unas normas, unas reglas inviolables. Y las habéis quebrantado. Habéis pintado a 15 goya 22/6/07 12:44 Página 16 vuestro aire, sin pensar en el pasado artístico, sin tener en cuenta los dictados de los artistas más afamados, postergando el dibujo, abocetando sin colorear, en fin, descuidando los más elementales principios del arte de la pintura. Me pregunto por qué lo habéis hecho, qué pretendéis con esto. ¿Pensáis acaso que ibais a salir bien parado de este trance?” Goya parpadea, enojado, antes de replicar. “Escuchad, Bayeu. No hay, en este mundo, ningún ser humano, ninguna persona, oídlo bien y tomad buena cuenta de ello, que pueda decirme a mí lo que he de hacer, y lo que no he de hacer. Mi pintura es como el alma de mi existencia, la luz en medio de las tinieblas. Pintando, soy libre. Y pintando lo que quiero, y como quiero, siento que mi espíritu se expande, que unas bocanadas de aire fresco me rozan la piel. No hay nada como pintar siguiendo solamente los dictados de la libertad, es decir, ningún dictado, ningún postulado, ninguna tesis irrebatible o irrefutable. No, Bayeu, no sois quien para decirme que mi pintura no es buena, o recta, o clásica. No admito esos calificativos para lo que hago, para mi arte. Vos pintáis de una manera, yo lo hago de otra muy distinta. Vos sólo os ocupáis de rememorar, una y otra vez, como si de un estribillo se tratara, lo clásico: el dibujo, la perfección en el color, la simetría en los rasgos, la perspectiva... Pero, ¿quién os ha mandado ser juez y árbitro, a un tiempo, de mi pintura? ¿Quién os da derecho a rechazar mis bocetos? Nadie me forzará jamás a hacer aquello que en pintura no quiera hacer. NO hay poder humano sobre esta tierra que pueda otorgarse tal derecho.” La expresión, ahora escandalizada, de Bayeu es patente. 16 goya 22/6/07 12:44 Página 17 “Vuestra soberbia y arrogancia, Goya, me dejan perplejo. Decís que no hay poder humano sobre la tierra que os ordene lo que tenéis que hacer en la pintura. ¿Estáis seguro de esa afirmación?” “No entiendo a donde queréis llegar a parar. Hablad claro. No me gustan lo subterfugios.” Los ojos de Bayeu denotan ahora un brillo triunfal. “Pensad un poco. El año pasado se produjo vuestro ingreso en la Academia de San Fernando. A pesar de vuestras ansias de libertad pictórica, ingresasteis en una institución que preconiza, como postulado esencial, el clasicismo del que tanto abomináis ahora.” Goya escruta el rostro de su cuñado. “Ése es un golpe bajo, y vos lo sabéis.” “¿De verdad? Yo creo que no. Y el Crucificado que pintasteis para el ingreso es una buena muestra de lo que estoy diciendo.” Goya guarda silencio unos segundos. Después sonríe con sarcasmo. “Como siempre, Bayeu, como en tantas otras ocasiones, no sabéis interpretar la pintura, desconocéis la valoración que hay que dar a cada obra pictórica. ¿Y sabéis por qué os sucede esto? Pues es muy sencillo: porque opináis sobre cuadros cuya interpretación sólo corresponde a su autor.” “Sin embargo, no me negaréis que la Academia, a pesar de algunas pequeñas reticencias por parte de los más clasicistas, admitió la pintura del Crucificado. Eso quiere decir que les pareció, a pesar de tanta “libertad”, suficientemente clásica, ¿no creéis?” 17 goya 22/6/07 12:44 Página 18 “No. Mi Crucificado no era clásico o clasicista, como vos decís. Se ve que no os habéis dado cuenta de algunos detalles que a otra persona, más observadora que vos, no se le habrían pasado por alto. Pensad un momento: ¿recordáis el Crucificado de Velázquez, mi gran maestro? Cabría preguntarse: ¿era barroco, o era clásico? ¿Qué respuesta daríais a esa interrogante?” Bayeu intenta pensar rápidamente. Sabe que su cuñado le está tendiendo una trampa, pero no alcanza a comprender cómo puede salir del paso sin caer en alguna contradicción. “Velázquez era un pintor barroco. ¿Cabe acaso hablar de clasicismo dentro del barroco? Y, en cuanto a su Crucificado, sin lugar a dudas es una obra maestra de barroquismo.” El gesto de sorpresa de Goya es bien expresivo. “Bayeu, Bayeu, otra vez valorando e interpretando erróneamente la pintura de otros. La respuesta a la pregunta que os he planteado es más sencilla aún: el Crucificado de Velázquez es un ejemplo, clarísimo, de clasicismo dentro del barroquismo. Recordad que el genial artista sevillano vivió una época de esplendor de las artes caracterizada, precisamente, por la formas expresivas y emotivas, por el empleo del color como medio para provocar un fin pedagógico, en cuanto los postulados de la Iglesia Católica buscaban, ante todo, enseñar al espectador, conmoviendo su espíritu en orden a su mayor acercamiento a los misterios de la Religión y del cristianismo.” Bayeu niega repetidas veces con la cabeza, con expresión desdeñosa. 18 goya 22/6/07 12:44 Página 19 “Basta ya, Goya. Queréis confundirme y mezcláis los conceptos, unos con otros, para formar vuestra propia teoría. Y, sin embargo, no habéis podido contradecir mi tesis acerca de vuestro Crucificado.” Goya suspira con evidente cansancio. “Aunque tuvierais la verdad delante de vos, no podríais verla. Mi Crucificado se inspiró, precisamente, en Velázquez. Mi inspiración fue frenada, inhibida, por el modelo arquetípico que intenté recrear para poder ingresar en una institución en la que la libertad es una palabra que no existe. Tuve que doblegarme, pero sin abandonar mi estilo, sin renunciar completamente a mi forma de pintar. Por eso, aunque inspirado en Velázquez, y manteniendo algunas inevitables notas clasicistas, es un Crucificado que, desde mi punto de vista, refleja un movimiento, una expresividad y un brío ajenos al espíritu académico.” La expresión de sorpresa de Bayeu es ahora evidente. “¿Queréis decir que vuestro Crucificado, a pesar de sus notas anticlásicas, sigue un paradigma tradicional?” Goya asiente con la cabeza. “Naturalmente. ¿Qué pensabais? ¿Creíais, quizás, que yo iba a amoldarme a realizar una pintura estrictamente convencional, sin recurrir a la libertad y a la expresividad propias de mi estilo? No, Bayeu, no os equivoquéis de nuevo. Además, debo deciros que esos carcamales de la Academia bien que sospechaban que no era fácil doblegarme a sus dictados.” “Y ahora no queréis tampoco hacer lo que se os está pidiendo.” 19 goya 22/6/07 12:44 Página 20 “No se me pide, se me exige, y eso es algo que no admito. Romped los bocetos, si os place hacerlo. Probablemente, sentiréis satisfacción al destruirlos. Entre vos y yo no queda más que hablar.” Goya hace un ademán de saludo. Pero Bayeu le detiene. “Esperad. No seáis tan soberbio. Podéis hacer otros bocetos. En realidad, podéis pintar lo que queráis. Pero si, por fin, os decidís, por Dios, Goya, intentad dominar, aunque sea por esta vez tan sólo, vuestra veta brava.” Goya escruta el rostro de su cuñado. “Por el momento, vuelvo a Madrid. Me esperan mi esposa, vuestra hermana, y mi hijo Francisco de Paula. Como comprenderéis, no quiero demorar ya más mi estancia en esta bendita tierra.” Bayeu alarga su mano hacia Goya y, al final, después de un breve titubeo, éste estrecha la de su cuñado. “Quedad con Dios, Bayeu. Aunque nunca lograremos reconciliar nuestras ideas, podemos, al menos, seguir teniendo una relación familiar.” Bayeu duda un instante. Después, en sus ojos se refleja un brillo, sutil, de satisfacción. “Id con Dios y pensad lo que os he dicho. Podéis volver a pintar los bocetos.” Goya no contesta. Su silencio es interpretado por Bayeu como un asentimiento. 20 goya 22/6/07 12:44 Página 21 En 1.799, Goya comienza a elaborar los primeros ensayos para un retrato de grupo de la familia real española. El artista, que ya se ha visto a las puertas de la muerte, tras sufrir una gravísima enfermedad que le dejó aislado del mundo, intenta rehacer su existencia al lado de su esposa, Josefa Bayeu y de su mejor discípulo, Asencio Milá. Asencio Juliá entra en el taller de Francisco de Goya. El artista aragonés se encuentra ante el caballete. En el lienzo que está contemplando aparece el rostro de Su Majestad, Carlos IV. A su lado, la reina María Luisa de Parma. De espaldas a Goya, Asencio Juliá se detiene, abstraído, en la observación del retrato que su maestro está realizando. “Maestro Don Francisco, perdonad mi tardanza. Hubiera deseado estar con vos desde hace más de una hora, pero me he entretenido haciendo unos dibujos que creo serán de vuestro agrado. Asencio muestra a Goya unos dibujos de desnudos. Son muy bellos, hechos, en realidad, a imitación de los que el maestro realizó en su segunda estancia en Sanlúcar de Barrameda, al lado de la Duquesa de Alba. Goya no responde. Se limita a examinarlos uno por uno, con gesto huraño y mirada reservada. Tras analizarlos detenidamente, se vuelve a su discípulo y, tras larga pausa, se dirige a él con expresión escrutadora. “Se nota que habéis aprendido con gran provecho mis enseñanzas, hijo. Pero es preciso que aprendáis también a crear por vos mismo, sin recurrir nunca al fácil y tentador recurso de copiar. Tenéis talento y está en vuestras manos 21 goya 22/6/07 12:44 Página 22 llegar a ser un gran artista. Pero, para lograrlo, debéis fijaros, como meta primordial, crear. Recordad siempre que el maestro no ha de considerarse mejor que el discípulo. Por ello, inventad vuestra pintura, sin miedo a que la imaginación se desborde, sin replegaros en un mundo cerrado, académico y estrecho de miras. Tomad inspiración en la Naturaleza, que es sabia, pues nunca hallaréis motivos de inspiración más grandes y libres que los que ella misma ofrece.” Asencio toma asiento frente a Goya y medita. Esta postura la adopta siempre que quiere hablar con él. Si le diera la espalda, sabe que su maestro no le oiría, pues, desde hace algunos años, está completamente sordo. Su enfermedad le ha agriado el carácter, tornándole más introvertido y malhumorado. Pero Asencio sabe bien que no hay otro artista en el panorama pictórico español mejor que Goya. Por eso, y por sus geniales cualidades personales, poco apreciadas por el vulgo, sigue a su lado y no le abandonará jamás, digan lo que digan, pase lo que pase. También sabe que el maestro no es amigo de halagos ni de vanidades. Tampoco le gustan la sensiblerías aparatosas, ni expresar sus sentimientos y emociones, lo que no quiere decir que no los tenga. Nada de ello constituye un obstáculo para que su relación con el maestro sea, para él, lo más importante que le ha sucedido en la vida. Rápidamente, guarda los dibujos en la carpeta y acerca su sillón al de Goya. De este modo, encara con franqueza una conversación con él, sabiendo que cualquier charla con su maestro encierra una sabia trascendencia. “Maestro, para mí constituye un verdadero enigma vuestra inmensa sinceridad. Bien conozco que forma parte 22 goya 22/6/07 12:44 Página 23 de vuestra manera de ser, pero jamás dejaré de preguntarme cómo os atrevéis a hacer gala de esa sinceridad cuando pintáis al rey, nuestro señor. Su Majestad podría darse por ofendido y ello os acarrearía inevitables e indudable complicaciones.” Asencio señala con la mano a la figura del rey, tan solo esbozada. Es un lienzo que está sin terminar y en el que Goya está invirtiendo mucho tiempo. El genial artista aragonés mira, con afecto, a su discípulo. “Hijo mío, lo importante en la pintura no es decir las cosas, sino saber decirlas. Yo he conseguido expresar lo que llevo dentro a través de mi arte y, hasta ahora, ello no me ha reportado más que algún pequeño disgustillo. Claro que mi suerte puede cambiar rápidamente y, en cuestión de segundos, pasar de grande a villano. ¿A quién importaría semejante desaguisado? La vida es así y he de afrontar las consecuencias que mis actos puedan acarrearme, porque sólo de este modo podré sentirme libre y no olvideis, mi buen amigo, que la libertad es la más excelsa de todas las cualidades que hayan existido y puedan existir. Sin libertad, nada soy. Si debo encasillar mi pintura o mis dibujos en moldes estrechos y grises, vacíos de contenido y de sustancia, faltos de la savia espiritual de mis vivencias y del bagaje de mi experiencia vital, ¿qué me quedaría?” Goya, tras pronunciar estas palabras, hace un gesto de cansancio y fija sus ojos, tristes y escrutadores, en su discípulo. Hay muchas ideas que le gustaría inculcarle, pero, ante todo, desea respetar su libertad y su propio estilo pictórico, aunque bien sabe el maestro, en su fuero interno, que 23 goya 22/6/07 12:44 Página 24 Asencio podría aspirar a metas más elevadas en el arte, si se lo propusiera. “Para vos, la libertad es incluso más excelsa que el amor.” Goya rechaza esta afirmación con una expresión vehemente e impetuosa. “No me interpretéis mal, hijo. El amor y la libertad poco o nada tienen que ver el uno con la otra. El amor nos esclaviza y nos convierte en servidores de nuestras pasiones e impulsos más primarios. La libertad, en cambio, nos redime y enaltece.” “¿Habéis estado enamorado alguna vez, maestro?” La pregunta de Asencio flota en el aire, mientras Goya apoya su cabeza en el sillón. Un rictus de dolor ensombrece su semblante de repente. “Para contestaros a una pregunta tan compleja como ésta, he de haceros una confidencia, que espero que encuentre en vos la oportuna discreción.” “Tenéis mi palabra, don Francho. Nada de lo que digáis, a partir de este momento, saldrá de mis labios.” Goya estira las piernas, vacila unos segundos y, al fin, tras un largo suspiro, comienza a hablar. “Cuando era joven, no me detenía a pensar qué significado tenía, en realidad, la palabra amor. Ahí estaba y ahí quedaba. Al ir cumpliendo años y dejando atrás experiencias, me he dado cuenta de las hondas diferencias que existen entre el amor propiamente dicho y el hecho de estar enamorado.” Asencio se atreve a profundizar más en las vivencias de su maestro. Piensa que, al fin y al cabo, es una maravillosa oportunidad la que tiene, en este instante, para inda24 goya 22/6/07 12:44 Página 25 gar en las interioridades de este hombre, polifacético, al que admira más que a nadie en el mundo. “Vos habéis experimentado las dos caras del amor, ¿verdad?” Asencio se está refiriendo ahora al Capricho de Goya titulado “El sueño de la mentira y de la inconstancia”. El genial artista cierra los ojos un momento y reflexiona en silencio. Después, al volver a abrirlos, su mirada se pierde en un inmenso océano de frustración y desesperanza. “Una vez he amado y tan sólo una vez he estado enamorado. Os confiaré, hijo, que el amor que he sentido por mi esposa nunca he llegado a compartirlo con ninguna otra mujer. Pero no he sido capaz de guardarle fidelidad y esa incapacidad mía me ha hecho sentir infinitamente desgraciado. El dolor que causamos a las personas a las que amamos es el más grande, el más intenso, el más cruel, porque nos lo causamos a nosotros mismos. El dolor, componente básico del amor, nos recuerda que nuestra fragilidad es más intensa que nuestros propósitos e ideales. El ser humano es inferior a otros seres, por mucho que se especule sobre su nobleza y superioridad.” Asencio medita estas palabras, tan sinceras, tan francas. Pero no cede en su empeño por llegar al alma de su maestro. “Pero vos, don Francho, en modo alguno habéis perdido un ápice de vuestra nobleza por el hecho de haber sido infiel a vuestra esposa, pues eso es algo que sucede con mucha frecuencia y a nadie extraña.” Goya hace un gesto firme y negativo con la cabeza y su expresión se endurece. 25