abel naranjo villegas

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GENERACIONES COLOMBIANAS
(Un capítulo)
EL PAÍS DEL “NO ME DA LA GANA”
ABEL NARANJO VILLEGAS
Artículos extraídos del libro:
EL ENSAYO EN ANTIOQUIA
Selección y prólogo de
JAIME JARAMILLO ESCOBAR
© 2003 Primera edición
Alcaldía de Medellín
-Secretaría de Cultura Ciudadana de MedellínConcejo de Medellín
Biblioteca Pública Piloto
de Medellín para América Latina
© 2003
Jaime Jaramillo Escobar
Por el prólogo y la investigación
Colombia nace biológicamente en el año de 1760; socialmente en 1790 y
políticamente en 1819.
He distribuido, el nacimiento biológico de los hombres representativos y el que pudiera
llamarse nacimiento social, es decir, cuando empiezan a emitir vigencia, al cumplir treinta años. De
ahí que las zonas biológicas generacionales abarcan las siguientes fechas de a 15 años:
nacidos de 1760 a 1775. De 1775 a 1790. De 1790 a 1805. De 1805 a 1820. De 1820 a 1835. De
1835 a 1850. De 1850 a 1865. De 1865 a 1880. De 1880 a 1895. De 1895 a 1910. De 1910 a 1925.
De 1925 a 1940. De 1940 a 1955. De 1955 a 1970. Es decir los nacidos dentro de esas fechas y
cuya vigencia se contará treinta años después de nacer. Y las zonas de vigencia, a partir de
1800 que son de 30 años normalmente, excepto en las aceleraciones que tienen menos años.
Para comprender el sistema hay que tener en cuenta que la influencia sobre cada
período la hacen tres generaciones a partir de los 30 años de edad de sus miembros que,
hasta los 45 hace su entrenamiento. Esto es lo que Ortega y Pinder llaman la iniciación. En
los 15 años subsiguientes, es decir, hasta que lleguen los 60, consolidan su período de
predominio, y la generación de relevo la de los que pasan de los 60 años. Coexisten así, a un
mismo tiempo, emitiendo vigencia social, tres generaciones simultáneas: la que ha alcanzado
a los sesenta años, la que va de los 30 a los 45 años y la de los que tienen de 45 a 60 años.
Esto quiere decir que, esas zonas cronológicas de influencia, con oscilaciones que no
afectan la exactitud histórica, aun cuando no coincidan con la exactitud matemática, hay que
retrotraerse, más o menos, unos treinta años. Así se habla más bien del nacimiento histórico
que del biológico. Si Camilo Torres nace en 1766, su aparición como emisor de vigencias
sociales se realizará hacia 1796, cuando se destaca como uno de los más eminentes
jurisconsultos del Virreinato y se le ofrece y rechaza el privilegio de litigar ante la Corona. A
partir de 1796, hasta 1811, período de iniciación, y de esta fecha en adelante, hasta 1826,
período de predominio, habría sido una constante generacional, si no hubiera perecido en el
conflicto (1816). Sin embargo se ve claro cómo aparece gobernando desde 1812, hasta 1816.
Cada generación aporta, pues, un tono de vida, un estilo con especificaciones precisas en
conceptos, sensibilidad, criterios sobre la sociedad y temas fundamentales que la in- forman. En la
zona de fechas que van desde 1760 a 1775, se encontrará el nacimiento biológico de toda la
generación que emitió vigencias sociales desde 1790 hasta 1820, trenzándose, naturalmente,
con la generación que nace biológicamente entre 1775 y 1790, y cuya irradiación comienza
desde 1815. Al producirse los hechos del 20 de julio hay, pues, unos a quienes les toca
tardíamente
asumir
un papel heroico, más afín con la juventud, y a otros a quienes les
corresponde precozmente un papel de estadistas. Pero esto no afecta el cuadro de preferencias
generacionales porque la independencia es un hecho extraordinario que transforma violentamente
el proceso de vigencias sociales.
En las fechas de 1760 a 1775 nacen: José Félix Restrepo, 1760, José Miguel Pey, 1763;
Joaquín Camacho, 1766; Antonio Nariño, 1765; Jorge Tadeo Lozano, 1771; Camilo Torres, 1766;
Antonio Villavicencio, 1775; y desde 1775, a 1790 nacen: José María del Castillo y Rada, 1776; José
Fernández Madrid, 1789; Custodio García Rovira, 1780; Manuel Rodríguez Torices, 1788;
Liborio Mejía, 1792; Domingo Caicedo, 1788. Sobre estas dos generaciones recae toda la
responsabilidad del movimiento para las graves tareas del mando y las trágicas del
exterminio. Como epopeya que fue es mucho más precipitado el influjo de vigencias y explica por
qué no actúan solos esos dos grupos sino que aparecen precozmente confundidos en la batalla
los menores de treinta años en 1810, es decir, los nacidos con posterioridad a 1790, como
Santander, 1792; que en 1810 tendrá 18 años.
Estilo vital y estilo oficial. Desnivel de vigencias
Naturalmente que el estilo vital de cada generación no aparece súbitamente para
imponer sus vigencias. Tiene un período de incubación en el seno de la antigua vigencia. La
generación que llegó en 1810 a su florecimiento tenía ya una incubación que la haría
presumir, recibida oficialmente de la propia España, a través de sus instituciones, en este
caso la educativa. Aquí se plantea un problema colateral y es el de que, generalmente, los
sistemas educativos están a contrapelo de la vida. Quiere decir que, cuando un sistema
pedagógico está vigente en la escuela ya por fuera hay vigencias que se le adelantan y
penetran en las zonas escolares como una atmósfera proveniente de la sociedad circundante.
Por eso han establecido los psicólogos que el porcentaje de personalidad le viene al niño
así: el 60% del hogar, el 25% de la escuela y el 15% de la sociedad. Para el caso, pues habría
que hacer un estudio casi geológico sobre las capas sociales criollas para buscar el
porcentaje con que presionaban sobre el débil quince por ciento que daría la escuela a esa
generación criolla que se educaba de 1760 a 1810. Como toda generación contó, pues, con
un margen de espontaneidad destinado integralmente a imponer su vigencia, condicionada a
perfeccionar, modificar y mezclar con las recibidas las anteriores. La cuota de espontaneidad
es la medida del vigor o desidia con que una generación se impuso o avasalló a las vigencias
anteriores.
Por lo general, la generación que está consolidada como predominio de los cuarenta y cinco a
los sesenta años, tiene una influencia compartida con la que está en la iniciación, treinta a
cuarenta y cinco. Pero también está subordinada a la que ha pasado y que, generalmente continúa
viva en personalidades venerables. Es, pues, una generación bifronte, influida por la que ya se
ha relevado de tareas de mando y por la que viene buscando su predominio.
La zona de fechas generacionales se reparte, pues, de quince años de nacimiento, pero la
zona de vigencias sociales en zonas de treinta en treinta. Esto explica que se confunden a veces los
hombres de dos generaciones seguidas. Por anticipo de unos y por permeabilidad de otros que, no
obstante pertenecer a generación más antigua, funcionan sincrónicamente con la más nueva, sin
dificultad de anacronismo.
Anacronismos nacionales
De ahí la dificultad de clasificar un período según la nomenclatura perpetua de la
generación más antigua o de la más reciente. Yo he preferido cubrirla con la nomenclatura
de la más reciente porque es realmente la que suele tener el poder decisorio universal, aun
cuando no lo tenga institucionalmente. Estos son los períodos de anacronismo nacional.
Este sistema va a permitir una claridad más grande en la dirección auténtica y objetiva del
movimiento de emancipación. Sin el prejuicio doctrinario que permite adjudicarle a posteriori un
programa a la historia, va a permitir también, por comparación con otros países similares al
nuestro, los hispanoamericanos, determinar en qué generación se detuvo un proceso, en que
líneas se adelantó a esos otros países, y, finalmente, en cuáles líneas hemos sido isocrónicos
con el movimiento del espíritu europeo y en cuáles nos retrasamos y hasta por culpa de quién.
Este será objeto de estudios más especializados que no están en la perspectiva de mi
trabajo.
Se despeja también la idea confusa de muchos de nuestros humanistas que parten de un
supuesto equivocado: el de que venimos de una unidad, la española y que nuestro destino
histórico, en consecuencia, está comprometido en el de esa nación matriz. A la inversa, queda
desnudo el problema de que somos, dentro de profundas analogías una diversidad a la cual no
sé si será o no posible buscarle una dirección hacía una unidad.
La emancipación política resulta así reducida a sus pro- porciones reales, sin ufanías ni
pesimismos exagerados. Lo esencial es que hubo un instante en que se rompieron las
vigencias sociales españolas sobre nuestra sociedad y que siguieron otras de dirección y modo
completamente distintas al entrar en órbita de nacionalidades diversas, merced a un impulso
histórico universal. El hecho de que, en el curso de esa evolución social, de pronto vuelvan a irrumpir
vigencias españolas en algunas líneas de nuestra sensibilidad y más bien que en nuestra
inteligencia, no implica que se vuelvan a confundir como una totalidad los destinos de los dos
pueblos. El impacto, por ejemplo, de la generación literaria española del 98 en la sensibilidad de
nuestros escritores y poetas no significa que podamos empalmar la totalidad de las vigencias sociales nuestras con las españolas, mejores o peores que las nuestras. Me limito a señalar las
congruencias o incongruencias que denuncian dos vocaciones históricas distintas.
Parálisis de movimientos
Hay, por lo demás, problemas de gravedad insospechada que
puedan
plantearse
a
generaciones más desprevenidas de las actuales para que las encaren con objetividad y
denuedo. Un caso es, por ejemplo, la ruptura del movimiento filosófico que empalma nuestra
independencia con la inquietud del espíritu europeo en ese instante mismo y se detiene
después, hacía 1850, cuando el país deja otra vez de filosofar, posponiendo los problemas y
quedándose anacrónicamente en la exposición o refutación de los que había vigentes en el
momento de la emancipación.
Explica eso el hecho de que Méjico, Cuba, Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia, ofrezcan
figuras originales en la filosofía en ese siglo, mientras los nuestros son epígonos literarios de
divulgadores europeos pero no de filósofos de primera magnitud. Lafinur y Alcorta en Argentina,
Varle y José de la Luz Caballero, Salvador Ruano de Uruguay, Ventura Marín en Chile,
Gabino Barreda en Méjico, Benjamín Fernández en Bolivia, Deusto en Perú, fueron
dedicados sistemáticamente a la filosofía y con obras publicadas sobre los problemas de
ese momento sembraron una tradición que mantiene continuidad en el actual pensamiento
filosófico de esos pueblos. Aceptable o no su pensamiento es el hecho que le dieron el
espíritu de sistema.
Los desajustes de vigencias explican el ambiente de disturbio que se respira en casi todos
nuestros períodos históricos. Ocurre que al acelerarse la velocidad de los ritmos históricos se
abren paso vigencias urgentes siempre subordinadas a otras antiguas que controlan
principalmente las instituciones políticas y, sin las cuales, se hace difícil el predominio político que
demandan las nuevas. Hay, pues, un conflicto entre el anacronismo oficial, pudiéramos decir,
y la vitalidad, y contemporaneidad de una generación que tiene que pactar o resolverse a
permanente rebeldía. De ahí que aparezca, en mi criterio, la llamada generación clásica,
solamente influyendo de 1880 a 1905, desbordada por la generación republicana, que
aparece
en
la
superficie
en
1905,
imponiendo
su
estilo
hasta
1920.
Continúa
institucionalmente la clásica pero con la vigencia social de la generación modernista.
Sobrevive así mucho más del tiempo histórico que le hubiera correspondido dentro de esta
concepción, debordando las auténticas vigencias que trae la generación correspondiente. Por
ejemplo, la de los nacidos entre 1890 y 1905, y la de 1905 a1920, se alían con otra
generación posterior, la de los nacidos entre 1920 y 1935, acabando por ser absorbidas por
los modos de la republicana o del centenario, se frustran en cierta manera, las posibilidades de
aquellas generaciones intermedias que no han logrado imponer institucionalmente sus
vigencias.
En fin, creo que los cuadros que siguen ilustrarán mejor las tesis y servirán para que
en cada línea se promuevan posteriormente estudios más especializados. La actualidad o
anacronismo, la isocronía y el utopismo, podrán ser mejor analizados a la vista de tales
cuadros. Además, permiten aplicar el llamado método negativista para ver no solo quiénes
influyen y, sobre todo, quiénes no influyen en cada generación. A qué incitaciones fue
abierto o cerrado el espíritu de los hombres de cada generación.
Períodos de gravitación trigeneracional
La tesis que se deduce de las anteriores pesquisas y que será la que propongo para hacer
claridad sobre la historia de nuestro país y acaso para los de América, es la de que las
generaciones históricas son las que actúan de 1800 a 1830. Desde 1830 a 1860. Desde
1860 con aceleración de ritmo, hasta 1880. Desde 1880 a 1910. Desde 1910 hasta 1940.
Desde 1940 a 1970.
De las que llevamos ya corridas la primera, es decir, de 1800 a 1830, impondría una
vigencia social de emancipación política, con un estilo imperial de existencia y su problema o
tema la formación de un ejército nacional. La de 1830 a 1860, que llamo generación
fundadora, impuso una vigencia social de ciudadanía militante, con caudillos empeñados en
un igualitarismo democrático y un estilo romántico y teatral de existencia. Su tema central
fue la lucha contra la esclavitud y educación de dirigentes. La de 1860 a 1880, generación
costumbrista, con una actitud y vigencia social ingenua, estilo patriarcalista y sentido mágico
y sobrenatural de existencia. Su tema fue la organización administrativa del país.
La generación que llamo clásica, la que actúa de 1880 a 1910, impone una vigencia social
de autoritarismo, una ideología dogmática, con una vuelta de aproximación a España,
intelectual y sentimental. Su estilo fue la austeridad con sentido individualista y el tema
nacional que asumió fue el de la reforma política, traspaso de la educación nacional a las
comunidades religiosas.
La generación republicana que le sucede y que actúa, más o menos, hasta 1940, desde
1910 impone una vigencia social
de
esteticismo
integral,
un
estilo
vital
hedonístico,
caracterizado, en cierto modo por un sentido individualista. Su tema nacional fue el de la
incomunicación regional. Con ella empieza el país a integrarse en una red de vías.
La de 1930 a 1950 es la que impone vigencias sociales que he llamado modernista,
empeñada en imponer el in- conformismo. Su estilo vital es una bohemia rebelde, el
preciosismo, la erudición. Su sentido de la vida vivencial.
Desde 1950 y, sospecho hasta 1980 prevalece y prevalecerá la generación que he
llamado socializadora, consciente o inconscientemente, como actitud profunda de todos los
estratos sociales, cuya vigencia social es el antiburguesismo. Su estilo vital es el reformismo
social, la secularización filosófica, la densidad intelectual y reacción contra la retórica. El
problema nacional que encaran es el desequilibrio económico, la agitación de masas, la
desintegración de partidos, la planificación administrativa, la educación popular. Su sentido es
el existencial.
Fijando las categorías aproximadas de cada uno de estos impulsos se entiende mejor
la función de cada generación, contando por ejemplo, que la generación que llamo socialista,
la que actúa de 1950 hacia 1980, comprende dos generaciones biológicas. Las nacidas
treinta años antes de esa fecha y la nacida quince después, es decir, la nacida entre 1920 y
1935 y la nacida entre 1935 y 1950, que en el año de 1965 tendrán éstos últimos nacidos en la línea
divisoria, 30 años y en 1980, 45, cuando empezarán su período de predominio, después, de
caducar el de iniciación.
Debemos admitir que el coetáneo de todas las generaciones es el hombre superior.
Para los otros no hay escape posible. En la generación vamos inmersos como la gota de agua en
la nube viajera. Cada una tiene su estilo de amar, de pensar, de escribir, de hablar, de trabajar y
hasta de orar.
En el empeño de darle la máxima objetividad a este trabajo seguramente quedan muchas
lagunas, pero estoy seguro de que el método funciona y que el aparato investigativo de las
generaciones nos suscitará problemas mucho más hondos de los que nos imaginamos. En
cada actividad de la inteligencia, la sensibilidad o en la órbita política de la moral, aparecen
así problemas y por lo tanto, soluciones insospechadas.
La toma de conciencia de lo que ha significado cada generación es la condición
necesaria para que las recientes se afirmen como variedad humana, adquieran perfil
auténtico y conozcan los nuevos valores que deben aportar para no repetir fanfarronamente
problemas exhaustos. Cada generación implica una versión distinta del devenir histórico. Para
comprenderla a cabalidad es imprescindible conocer la misión de las anteriores para no caer
en un vago mesianismo insurgente.
Detrás de su ámbito mental y sensitivo hay un mundo que quiere nacer y no puede
hacerlo sin su ayuda.
PAÍS DEL “NO ME DA LA GANA”
Pereza e indolencia son distintos estados psicológicos, porque sucede que la sinonimia en
realidad no existe. En cada palabra, tomada como sinónimo de otra, existe algún matiz difícil de
captar si no se apropia el hablante o lector de un finísimo sentido de la semántica. Tal puede
decirse del mito establecido por tantos observadores de nuestra psicología nacional y hasta
continental, al describir como pereza la actitud anímica de nuestras gentes.
No debe haber sorpresa de que nos ocupemos en este tema tan aparentemente baladí. Los
que escribimos en estos países latinoamericanos tenemos obligación de ir más allá de una
vocación estricta. El ocultamiento y la mentira que han caracterizado nuestra historia no nos
confieren el privilegio de no decir tampoco lo que oculta y que la historia no dirá en su
nombre.
Uno de esos ocultamientos es el de la indolencia, cuyo profundo contenido de
inapetencia lo hemos disfrazado elegantemente con una especie de manto británico que es el
de la pereza. Así nos atribuimos petulantemente una participación en su aburrido spleen, tan
ajeno a nuestras numerables falencias. Sin embargo la indolencia y la pereza tienen
esenciales matices diferenciales, no obstante que el diccionario de la lengua las inventaríe
como sinónimas, con la apatía, la indiferencia, la desidia, etc. Conviene, pues, aclarar de entrada,
que la pereza se opone a la actividad porque no la necesita, mientras al contrario, la
indolencia se opone a la actividad porque, además, no la apetece.
No es, como se ha creído falsamente, que los hombres del trópico disfrutan de un
abundante repertorio de facilidades que desata en ellos la pereza para la actividad. Esa tesis
que tendría, si acaso, validez para los demasiado ricos, es completamente inválida para la gente
desposeída porque en esta última lo que ocurre es que su organismo está adormecido por
el hambre y los parásitos. Ya no siente ni siquiera el apetito, como tan sabiamente lo
analiza el brasileño Josué de Castro, en su Geopolítica del Hambre.
Tampoco el clima resulta suficiente para explicar, como se ha creído, esa indolencia o
apatía más bien porque está demostrado que con una nutrición balanceada, la actividad en
estos climas tropicales alcanza los mismos niveles de otras latitudes climáticas. Esa apatía es
atribuible concretamente a la incapacidad de acción por falla de la salud. Sin ella no hay pasión, ni
ambición por dominar la realidad y es esa falta de ambición lo que caracteriza realmente la
apatía.
Tenemos así tres elementos radicales para diferenciar pereza, indolencia y apatía, como
son la pereza por renuncia a la actividad fundada en razones sociales; la indolencia por
carencia de apetito y la apatía por carencia de ambición, atribuible a la mala salud y falta
de pasión.
Raza en formación
La indolencia hay que centrarla, pues, en la carencia de apetito y, por tanto, a lo
innecesaria de toda actividad que lo satisfaga, así sea material o espiritual. El que es
víctima del hambre ya no tiene apetito para alimentarse, es decir, no tiene necesidad de
nutrirse, y ocurre lo
mismo en el orden cultural. El que no tiene apetito por la cultura no
tiene necesidad de esa nutritiva satisfacción del espíritu. De ahí que sea tan válida la tesis
de Ortega y Gasset que, desventuradamente, no desarrolló como prometió hacerlo, cuando,
al desgaire, en uno de sus radiantes ensayos, habló de la cultura del ocio como la
característica de la estirpe ibérica.
Era la oposición a la llamada cultura de la abundancia, de la pobreza, de la miseria, del
bienestar, etc. Hay que penetrar en las dificultades del sistema educativo para adiestrar las mentes
en el análisis y su metodología desde las materias elementales hasta las superiores. El principio del
placer, del goce de la cultura que se incardina precisamente en ese ejercicio, no es el que rige por
desuso en nuestra psicología.
Esa facultad está atrofiada lamentablemente, privando a la estirpe de uno de los más
auténticos goces del espíritu que es el de la búsqueda y no el resultado. Un notable filósofo
diseñó gráficamente el fenómeno contraponiendo la conducta de ibéricos y germanos ante
dos invitaciones, así: una invitación para ir al cielo y otra para una conferencia sobre el cielo. Los
ibéricos, dice, se inscribirían en totalidad para el viaje al cielo, mientras los germanos se
inscribirían todos a la conferencia sobre el cielo.
Hay, pues, en la pereza una deliberada conciencia de la renuncia voluntaria de la
actividad. Esta renuncia no existe en el estado de indolencia, porque en ésta no existe el
apetito para renunciar a algo. En la pereza el apetito se siente pero se renuncia a
satisfacerlo por saciedad. La pereza es un estado transitorio coyuntural para determinada
actividad; la indolencia es un estado permanente, estructural, de abstención. No se siente
necesidad de ser activo puesto que no hay apetito y, por lo tanto, no existe el objeto al cual
se aspira. En cambio, la pereza se condensa en aburrimiento que es definido por el
psicólogo Revers, como la aspiración sin finalidad. Tampoco debe confundirse pereza con
abulia, enfermedad de la voluntad e indolencia del conocimiento.
Fue el filósofo báltico Hermann de Keyserling el que definió nuestro género humano
suramericano como .el de la gana.. Lo ubicó como el continente del tercer día de la creación, algo
así como una raza en formación que, como todos los seres en ese proceso, son cartílagos
esperando apropiarse de la razón. Esa expresión tan suramericana de “no me da la gana” le
sirvió a ese filósofo de la creación y del sentido, para edificar toda una teoría seductora que se
ajusta a la presente reflexión.
Y el filósofo mexicano José Vasconcelos nos definió como .la raza cósmica., tomada en
su momento como una desmesurada pretensión, y que hoy se revela como un atisbo
antropológico, por cuanto, en realidad, cada uno de los hombres de este continente es un
resumen de posibilidades ocultas, que pugnan por manifestarse y esperan un despertador
desconocido. Ese inconsciente colectivo, como lo denomina Jung, está en cada uno de nosotros
tratando dificultosamente de expresarse.
A estas alturas vale la pena señalar ya las dos fuentes de nuestra indolencia, más bien que
de nuestra pereza. Y esas fuentes son la una cultural y la otra fisiológica. En ambas existe
un vacío inicial, que es la carencia de necesidad. Si no hay necesidad de alimento, ni
necesidad de cultura no hay apetito y, entonces, es lícito encontrar la causa de esos dos
vacíos. Sólo que ese ocio hereditario no corresponde al ocio creador a que se remitía el
peninsular sino al desgano total de actividad.
Continente sin historia
Otro gran pensador brasileño, Gilberto Freire, recientemente fallecido, construyó la
superación de ese determinismo biológico del pasado siglo, negativo y pesimista al extremo,
porque reproducía el mito de la inferioridad física de América, instaurada por Buffon,
ampliada astronómicamente por Paw y, finalmente, acuñada filosóficamente por Hegel:
“continente sin historia”. El continente que, según Buffon, no se había secado y, por lo tanto,
parecía inmaduro y sin sazonar en el logos engendrando seres inferiores, tanto en el orden
animal como el vegetal. Ese pensamiento positivista desplazaba su pesimismo desde el paisaje
hasta la raza.
Desde esa perspectiva fue fácil configurar lo que se llamó la .escala etnográfica. que,
según ese determinismo biológico, iba .degradándose. desde el mulato hasta la que llamaba
“la más baja escala”, que era la del indio.
Por eso Freire asumió lo que llamó .nuestro Edipo histórico. y rescató los valores ibéricos
impostados en el mestizaje del trópico para ofrecer una raza nueva, depositaria de una
culturología distinta de los patrones oficiales en que se había edificado la visión americana
del siglo pasado. Fue así como propuso la nueva ciencia de la Tropicología. Trasladó la
dimensión psicológica a la existencial, desalineándola del determinismo unilateral.
La superación de ese determinismo biológico se constituye, pues, en el rescate de esa
indolencia tan vecina de la borrachera narcótica que nos ha lanzado a ser fugitivos de la
realidad.
Alimentación desequilibrada
Los nutricionistas han establecido experimentalmente cómo el bajo contenido de
proteínas y la exagerada abundancia de carbonos en la alimentación de las clases sociales más
pobres, así como la parasitosis, eliminan el apetito. Josué de Castro afirma en la Geopolítica
del Hambre que, “no es que en los climas tropicales haya un mayor gasto de vitamina B1,
como se pensó durante mucho tiempo, ni que se produzca una pérdida exagerada de ese
principio nutritivo a través de la transpiración abundante, sino simplemente que la exagerada
carga de hidratos de carbono al ser metabolizada, exige mayor ingreso de vitaminas”.
Concluye diciendo que no existe esa famosa apatía tropical como consecuencia del clima,
sino falta de salud por las consecuencias aniquiladoras del hambre.
Más adelante agrega: “El organismo adormecido por el hambre, se sumerge en una
especie de letargo fisiológico, con sus reacciones nerviosas embotadas, debilitada la voluntad
y anulada la iniciativa. De que estas poblaciones ya no sienten apetito y comen casi
mecánicamente como si cumplieran una simple obligación, no cabe ya la menor duda”.
Exagerando hasta el máximo la tensión de estos factores, podría acogerse la
interpretación de la indolencia, como lo hace Corominas, como aquello que es ya indoloro, que
siente siquiera dolor, como aseguran que ocurre cuando ha llegado éste al máximo de su
intensidad. Y avanzando aún más, se debe imputar a esa situación la falta de atención que
es tan característica de nuestra naturaleza social.
Indolencia se opone así a condolencia, sentir con alguien, mientras en la indolencia hay
una tácita insensibilidad. La persona no se siente afectada, no por cansancio, ni fatiga, ni
hartazgo, ni pereza, sino por la total indiferencia hacia el contorno. Nuestro conflicto anímico
es originario de la heterogeneidad étnica que nos confiere un alma vacilante y desatenta, por
desinterés y total indiferencia. El gran mejicano Alfonso Reyes nos califica como .los anfibios
del mestizaje.. Convergen, pues, en nosotros las dos vertientes de la indolencia, en la
biología y la cultura. Desde cualquiera de los dos se explica nuestra esencial des- atención.
Facilismo cultural
Sin ánimo de trascendentalizar, vale la pena señalar cómo toda la anterior psicología de
la indolencia ha generado en mucha gente la expansión de un facilismo de la cultura,
mediante el cual se pretende eliminar todo esfuerzo de adquisición, desde los bienes
materiales hasta los culturales. La frivolización de la vida rechaza todo esfuerzo, en
condiciones tan significativas como la de aquel empleado de una agencia distribuidora de
máquinas sumadoras, que explicaba su manejo a un comprador, y cuando terminó su
explicación, el cliente preguntó: “¿luego para usarla hay que saber sumar?”.
Esa indolencia está encarnada en personas muy concretas, singularmente mezquinas,
taponadas para el humor por no desgastar su vacía solemnidad. Pero, en general, aquí se
ha complicado con una ideología que no existe en otras latitudes y es la ideología de la
ganancia. Abona esa ideología la propagación del narcotráfico, de la trampa en negocios,
hasta los fraudes educativos.
La esterilidad de la comunicación proviene de ese factor que los obliga a asumir ese
aire astuto de escepticismo para manifestar la inutilidad de cualquier manifestación de
inteligencia.
Ejercen una especie de ciencia para estar con otros, sin interesarse en su lenguaje, sin
usarlo, en un silencio lleno de espacio. Sin recursos para convertir la compañía en aquel arte
de volver excitante hasta lo inocuo, porque la asepsia inolora de su espíritu, su fastidio le
ufana en sustentar su desatención.
Esa ideología de la ganancia penetra por todas las grietas de esa cultura facilista.
El lector desprevenido puede atribuir legítimamente ese facilismo cultural a todo el ámbito
de nuestra actual civilización, orientada
por la tecnología más a la comodidad que al lujo.
El ideal de la automatización se ha desplazado también al espíritu, en el empeño de ahorrar
todo esfuerzo. El aparato de la actual civilización parece orientarse a hacer superflua toda
actividad mental. La misma dialéctica se aplica a la riqueza material que a la intelectual,
despilfarrándola parejamente y sin alegría.
Pero entre nosotros ese fenómeno universal del denominado Occidente, se duplica por los
factores anotados de la indolencia. Mientras menos exigibilidad impongan el patrono, el
profesor, el legislador, el moralista, el político, más alto nivel alcanza en calidad y
estimación. Pero, al revés, la exigencia se dirige hacia la cantidad, en el rendimiento económico,
la información, etc. La cuestión es la ganancia cuantitativa que facilite el derroche.
Contrariando una de las filosofías contemporáneas, paradójicamente, la lucha es contra la
dificultad. Esta es la que ensancha es espíritu porque éste no se da gratuitamente. Hay que
crearlo con la disciplina y no esperar que llegue fácilmente. Hay que asumir sin reparos el
amor a la teoría para darle el respaldo debido a la técnica con que aspiramos a ese
facilismo de la cultura, con la certeza de aquello que establece el Bhagavad-Gita, “nuestros
actos siguen a nuestros pensamientos como la huella del carro a la pezuña del buey”.
La expectativa del facilismo está penetrando como ideal universitario, en el que se instaura
como meta la escasez de pensamiento. La estrella polar a que se aspira se constituye en lo
contrario de lo que aconsejaba Spinoza; convertir las pasiones espirituales, intelectuales y
físicas, de pasiones pasivas en pasiones activas para darle la ascensión a la vida humana.
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