Capítulo 1

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Texto en bruto extraído del manuscrito original del libro Las teorías de la comunicación
en España: un mapa sobre el territorio de nuestra investigación (1980-2006) (Editorial
Tecnos, 2007, autora Leonarda García Jiménez). Este documento de Word se
corresponde con el Capítulo I (El punto de partida: definiendo el objeto de estudio de la
investigación en comunicación) de la página 35 a la 50.
I PARTE. CLAVES EPISTEMOLÓGICAS Y CONTEXTUALES DE LAS TEORÍAS DE LA
COMUNICACIÓN
Antes de desarrollar las principales tendencias seguidas por la investigación
Española (II parte), quisiera dedicar un primer bloque a la reflexión sobre la propia
Teoría de la Comunicación con el fin de sentar las bases epistemológicas sobre las que he
construido la propuesta clasificatoria y su aplicación al caso concreto español (capítulos
IV y V). Este bloque I cumple varias funciones que creo esenciales. Ante todo, nos
ayudará a entender mejor qué es ‘eso’ de las Teorías de la Comunicación: qué estudian,
su carácter científico, principales tradiciones teóricas seguidas, rasgos identificativos, etc.
En este sentido, resulta paradójico cómo mis alumnos asisten atónitos a esa primera clase
de Teoría de la Comunicación en la que expongo que es posible conocer científicamente
a la comunicación, sorprendidos porque antes nadie les había hablado de la existencia de
las Ciencias de la Comunicación. Pero además de esta función de carácter
epistemológico, este primer bloque mejorará nuestra comprensión de la sociedad
contemporánea (capítulo III) y del individuo, del ser humano como sujeto comunicativo
que es (capítulo I). Conocernos mejor a nosotros mismos y conocer mejor a la sociedad
en que vivimos son dos retos apasionantes que pueden ser brillantemente respondidos
desde la Teoría de la Comunicación. Esto no es nada nuevo. Hace ya tiempo alguien dijo
que “no hay nada tan práctico como una buena teoría”: no hay nada tan útil para
comprender(nos) como la reflexión teórica.
CAPÍTULO I. EL PUNTO DE PARTIDA: DEFINIENDO EL OBJETO DE
ESTUDIO DE LA INVESTIGACIÓN EN COMUNICACIÓN
La comunicación humana: definición y niveles
Resulta vital clarificar las diferencias entre los conceptos de información y de
comunicación. “Mientras la primera consiste en la transmisión unidireccional de
mensajes, en cambio, no hay comunicación sin construcción conjunta del sentido por el
emisor y el receptor, es decir, sin un mínimo de interacción entre ambos. La información
no sólo se distingue de la comunicación sino que forma parte de ella en cuanto es
necesaria como paso previo para que la comunicación funcione: la comunicación es el
resultado de tratar dialógicamente la información. Sin información no puede darse
comunicación, pero sin comunicación -o mejor aún, reducida ésta a su nivel mínimo- sí
puede subsistir y hasta desplegarse con más fuerza la dinámica informativa” (Méndez
Rubio, 2003: 100 y 101). Así que la comunicación en general es el intercambio de
información entre seres humanos (haya o no una intermediación tecnológica), pero no es
una puesta en común cualquiera, sino que su finalidad, o al menos, su razón de ser es el
entendimiento entre las partes implicadas en el proceso comunicativo. Como queda
enunciado por Martín Algarra (2003: 100): “Sólo es posible hablar de comunicación
cuando lo que se expresa es interpretado y no de cualquier forma, sino correctamente
según fue formulado por la fuente u origen del mensaje”. Como señala este mismo autor
(Martín Algarra, 2003: 135), “la comunicación se da cuando lo que se expresa es
comprendido, cuando se supera el aislamiento y se produce la integración”. En la misma
dirección, expone Romano (1993: 10), que la comunicación no sólo se trata del “proceso
y el resultado de la relación, mediada por el intercambio de informaciones y sentimientos,
entre individuos (humanos), sus grupos y organizaciones (...) sino que también se trata
del proceso de comprensión entre individuos y grupos sociales, el cual se desenvuelve
con el objetivo de facilitar la actividad social y transformadora del ser humano”.
Ahora bien, “una comunicación perfecta es imposible, aunque sí puede alcanzarse
un alto grado de éxito en la comunicación a través del uso de signos con un alto grado de
estandarización” (Martín Algarra, 2003: 162). De esta manera, la comunicación no va a
estar integrada por una expresión de cualquier tipo, sino que será la expresión social cuya
finalidad principal es dar a conocer algo a un interlocutor, que debe interpretar el mensaje
bajo unos condicionantes más o menos establecidos, consensuados socialmente. “Por eso
habrá comunicación, sólo si se interpreta la acción expresiva correctamente” (Martín
Algarra, 2003: 156). Continúa el autor, describiendo algunas de las condiciones de
posibilidad para que haya comunicación: los esquemas interpretativos del comunicador y
el receptor deben coincidir sustancialmente, pues “es imposible que coincidan
absolutamente, ya que el esquema interpretativo está determinado por la situación
biográfica, y no hay dos individuos que tengan la misma situación biográfica (...) Por lo
tanto, una comunicación perfecta es imposible, aunque sí que puede alcanzarse un alto
grado de éxito” (Martín Algarra, 2003: 161-162).
En este apartado, intentaré defender la idea de que se dará la comunicación, sólo si
se interpreta la acción expresiva de una forma lo suficientemente correcta -grado de
entendimiento mínimo entre los actores del proceso comunicativo para que consigan en
mayor o menor medida compartir el estado de conciencia que ha sido expresado e
interpretado-. Ni tan siquiera se habla del “alto grado de éxito” que defiende Manuel
Martín. La expresión aquí utilizada suficientemente correcta pone en evidencia que la
mayor parte de los procesos comunicativos se van a desarrollar en un umbral de
incertidumbre: cuando éste es muy elevado, cuando la incomprensión en la transmisión
de contenidos es alta, se llega a la incomunicación. De tal manera que el proceso
comunicativo se va a desarrollar en un umbral de incertidumbre, dónde como mínimo
para hablar de éxito en el proceso, debe haber una comunicación suficiente. Ejecutar la
misma, descodificando el mensaje con unas pautas o códigos al menos similares a los del
emisor, es una cuestión que entraña un elevado grado de complejidad. Eco (2000: 77)
alerta sobre el hecho de que los códigos del destinatario pueden diferir totalmente o en
parte de los códigos del emisor, puesto que éstos no son entidades simples, sino que a
menudo se trata de un complejo sistema de sistemas de reglas, pues el código lingüístico
no es suficiente para entender un mensaje, sino que son necesarias, aparte, otras
competencias circunstanciales, para poner en práctica ciertas presuposiciones, reprimir
idiosincrasias, superar prejuicios o estereotipos e incluso tomar conciencia de que mi
sistema de valores no es el único (Vattimo, 1998). Por ello, no existe la comunicación
meramente
lingüística,
sino
que
existen
reforzamientos
extralingüísticos
y
procedimientos de redundancia y feed back, que hacen de la comunicación una actividad
semiótica en sentido amplio, en la que varios sistemas de signos se complementan entre
sí (Eco, 2000: 78). Dependiendo del tipo de comunicación que se establezca
(interpersonal o mediática), habrá unos u otros tipos de refuerzos extralingüísticos como:
gestos, modulaciones de voz, tipo de letra utilizada (tipografía, tamaño), diseño del texto,
imágenes etc.
Eco (2000: 80) aboga por prever al lector modelo (aquí, interlocutor modelo) en
nuestro caso en un sentido más general, al interlocutor modelo: consiste en anticiparse a
la propia expresión, intentando cooperar a la actualización textual de la manera que está
prevista por el receptor. El que expresa prevé cómo interpreta el destinatario, se mueve
generativamente en función de cómo el otro (el receptor) lo hará interpretativamente.
Por lo tanto, se matiza la aseveración de Martín Algarra (2003: 59) cuando apunta
que la comunicación es un peculiar modo de “compartir sin pérdida”: efectivamente para
que la comunicación continúe in crescendo, debemos seguir compartiendo, pero ello
implica que en esa continua participación se perderán, de manera casi inevitable, al
menos algunos matices de los estados de conciencia transmitidos.
Así, la comunicación es un acto social en sí misma (implica la necesaria
intervención de varios interlocutores, un estado de comprensión del mensaje y de
interpretación del mismo), lo que obviamente requiere de la presencia de varios
individuos, así como de la “capacidad de transformar el mundo en conocimiento
expresable de manera que pueda ser compartido, esto es, capacidad de producir
símbolos” (Martín Algarra, 2003: 59). Se trata de una transmisión de contenidos que
primeramente han debido ser percibidos, racionalizados y transmitidos por un emisor, y
que por lo tanto representan un verdadero acto social. La comunicación es además
compartida, su incremento es directamente proporcional a su difusión; es comprendida,
es decir, el receptor interpreta el mensaje bajo pautas similares (compartiendo también un
referente similar) con las que el emisor ha codificado el contenido, por lo tanto es además
asimilada e interactiva.
Gifreu (1991: 67-68), desde una aproximación más amplia, define a la
comunicación humana como “un proceso histórico, simbólico e interactivo por el cual la
realidad social es producida, compartida, conservada, controlada y transformada”.
Efectivamente, sería un proceso porque es un episodio dinámico que tiene un comienzo y
un final; histórico, porque la comunicación hay que entenderla en un contexto
sociocultural concreto; interactivo, dado que es una relación entre sujetos sociales que
comparten un mismo juego y por tanto compartido; simbólico por la propia interacción
que está basada en símbolos cargados de significación (son los códigos paralingüísticos
que ya hemos citado anteriormente).
Señala el autor (Gifreu, 1991: 67) que la realidad social es producida, en tanto que
las estructuras profundas de la sociedad resultan de procesos y relaciones de
comunicación. En este sentido, Berger y Luckmann (2001: 41) hablan de una
construcción social de la realidad, gracias a la cual la sociedad comparte una serie de
significados, un sentido común de la realidad del mundo, que, en parte, estaría
conservada por las instituciones de la comunicación. Por ello, también destaca el papel
de los medios de comunicación en la construcción del mundo de la vida cotidiana –
mundo intersubjetivo, aquél que comparto con los otros y que queda así diferenciado del
mundo de mis sueños (Berger y Luckmann, 2001: 40)- y en la conservación del mismo.
Además, en la aproximación conceptual expuesta, la comunicación no tendría una
naturaleza estática, al contrario, su propia dinamicidad conllevaría su constante
renovación y transformación, en un proceso de continua adaptación a las nuevas
realidades emergentes. Por último, Gifreu (1991: 67) indica que todo proceso de
comunicación tiene una dimensión de control o responde a unas estrategias de control y
de interés por influir en el grupo o la colectividad. Quizá sea éste el único supuesto que
plantea el autor catalán que puede suscitar una mayor polémica, dado que no debo
descartar la posibilidad de que un proceso comunicativo se inicie y desarrolle por el mero
placer de los interlocutores de llegar a un entendimiento.
Para finalizar, otro rasgo que puede terminar de completar esta aproximación a la
comunicación, es que ésta se da en presente vivido: “La acción de expresar se lleva a
cabo siempre en presente; la acción de interpretar también se lleva a cabo en presente. Sin
embargo en la comunicación, ambos presentes no tienen por qué coincidir en el tiempo
estándar u objetivo. En la comunicación, la sincronización de la acción expresiva y de la
interpretativa se da en el presente interior. En una situación de comunicación cara a cara,
tiempo estándar e interior serán difíciles de distinguir. Pero cuando los copartícipes se
encuentran separados por el tiempo y el espacio la diferencia de ambas dimensiones
temporales es más clara. También en ese caso se da la comunicación en tiempo presente
interior: se comparte el flujo de experiencia por medio de los productos expresivos”
(Martín Algarra, 2003: 67).
1.3 La comunicación como objeto formal
Una vez tratado el objeto material, destaca que en la investigación en
comunicación, tradicionalmente, se han apuntado unos niveles de análisis que ayudarán a
concretar y perfilar el concepto de comunicación como objeto formal de la teoría que
lleva el mismo nombre. Estos niveles de análisis, aunque, junto a los objetos de estudio
serán tratados con una mayor profundidad en el capítulo IV, en éste van a ser una útil
herramienta para perfilar el objeto de estudio de la Teoría de la Comunicación.
El objeto de estudio de la disciplina que tratamos es por tanto “la comunicación
humana” (Rodrigo Alsina, 2001: 45). Pero no cualquier tipo de comunicación humana,
sino aquella que cumpla en mayor o menor medida los rasgos que esbozaré a lo largo del
presente apartado.
En las Ciencias de la Comunicación y por ende en la Teoría de la Comunicación, el
objeto de estudio es la comunicación como objeto formal, pues sino resultaría un objeto
inabarcable para cualquier disciplina científica. Por lo tanto, nuestras investigaciones no
estudiarán cualquier tipo de comunicación humana, sino aquella que se circunscriba a la
aproximación conceptual que se expone en los siguientes párrafos.
A pesar de que algunas tradiciones teóricas críticas “parten de la base de que si su
objeto de estudio es la sociedad o la comunicación, están ante entidades que se resisten a
ser delimitadas en un sentido estricto, pues al contrario, lo que las definiría sería su
capacidad para articular en un todo los elementos más dispares de la vida individual y
colectiva, económica, política y cultural” (Méndez Rubio, 2004: 59), en este apartado se
pretende esbozar, de manera muy general, el concepto de comunicación como objeto
formal. Esta acción puede que resulte útil a nuestra ciencia dado que un objeto de estudio
de carácter ilimitado, desbordaría cualquier posibilidad de aproximación investigadora.
Ahora bien, cuando se trata de una definición, en este caso concreto, de delimitar el
objeto de estudio, se introducen sesgos en la investigación. Este hecho es casi inevitable,
pero de lo contrario, si todo fuera comunicación, en realidad nada lo sería, por lo que se
cuestionaría no ya el estatuto científico de la Teoría de la Comunicación como un campo
de investigación más, sino la legitimidad de esta ciencia. Además, una de las críticas más
acuciantes esgrimidas hacia las perspectivas críticas (precisamente por abarcar la
comunicación y la sociedad de manera holística) es la falta de concreción en sus teorías y
propuestas: “Reconocer limitaciones en este enfoque no supone una especie de enmienda
a la totalidad, lo que sería de hecho reproducir la visión excesivamente totalizante que
Adorno y Horkheimer aplican a la realidad que están analizando” (Méndez Rubio, 2004:
76)
“Por medio del objeto formal se alcanza el material” (Ferrater Mora, 2001: 2604),
es decir, por medio de la delimitación del concepto de comunicación como realidad a
estudiar por la ciencia, se alcanzará en mayor o menor medida el conocimiento sobre la
propia comunicación, como objeto “indeterminado”, en palabras de Ferrater Mora, que
es. “El objeto formal es aquello que es alcanzado primariamente y por sí mediante el
saber en el objeto material, o sea, la razón por la cual la cosa es alcanzada por el
intelecto” (Ferrater Mora, 2001: 2607). Así, en nuestro ámbito de estudio, la
comunicación como objeto formal es lo que permitirá alcanzar el saber sobre la
comunicación a través de la razón.
Tal y como se justificará en el capitulo III, las instituciones mediáticas adquieren,
desde su emergencia en la modernidad hasta la actualidad, una importancia que requiere,
sean analizadas e investigadas desde un estatuto científico propio. De esta manera, la
época actual se caracteriza por el predominio de los medios terciarios, es decir “aquellos
que requieren aparatos técnicos tanto para la emisión como para la distribución y
recepción de comunicación” (Romano, 1993: 7).
Una vez aclarado qué es la comunicación (apartado 1.2), falta por determinar si
cualquier tipo de comunicación es objeto de estudio de nuestra disciplina. Lo que hace la
comunicación como objeto formal es delimitar, seleccionar una serie de rasgos de la
comunicación como objeto material, para poder llevar a cabo estudios científicos y pueda
convertirse en una realidad abarcable desde la ciencia. Según Igartua y Humanes (2004:
34), uno de los motivos de la fragmentación y la discrepancia dentro de la investigación
en comunicación reside en el hecho de que aún no se ha definido claramente el objeto de
estudio. Esta acción es muy complicada debido a los cambios sociales y tecnológicos a
los que asistimos en la contemporaneidad; además los objetos de estudio de las ciencias
sociales se caracterizan por su gran mutabilidad: “En las Ciencias de la Comunicación
una de las primeras dificultades es establecer las características del objeto de estudio,
sobre todo en relación con la denominada comunicación de masas. El objeto se resiste de
alguna manera a ser caracterizado. Las nuevas tecnologías dan lugar a nuevas realidades
sociales y comunicativas que obligan a los estudiosos a actualizar, permanentemente, la
construcción de su objeto de estudio. Es como intentar subirse a un tren en marcha.
Desgraciadamente, a veces, uno tiene la sensación de que el tren va demasiado rápido.
Esto provoca una cierta perplejidad y una crisis conceptual que marca, en parte, el
espíritu del tiempo actual” (Rodrigo Alsina, 2001: 17).
1.3.1 De la comunicación de masas a la comunicación mediática o mediada
A la hora de abordar a la comunicación como objeto formal es ineludible la alusión
a la comunicación de masas. Históricamente, existe una deuda de los estudios en
comunicación con la misma: es improbable que sin la investigación en esta área, se
hubiera llegado a plantear la necesidad de unos fundamentos más sólidos para la Teoría
de la Comunicación (Martín Algarra, 2003: 50). Quizá por ello, con frecuencia se ha
entendido que el objeto de estudio de la Teoría de la Comunicación era la propia
comunicación de masas: “La Teoría de la Comunicación se define como una teoría de la
comunicación de masas, conjuntamente con la interpersonal que se produce en el proceso
de la recepción y excluye otras formas sociales de comunicación y discurso” (Saperas,
1998: 4).
A día de hoy esta aseveración despierta no pocos recelos, tanto por los cambios que
están imprimiendo los nuevos entornos tecnológicos, que no se ven reflejados en el
concepto comunicación de masas; como por el ámbito que abarca la misma, que no
termina de plasmar el proceso comunicativo de una forma completa, como se expone en
las líneas que siguen.
La expresión comunicación de masas empieza a mostrarse insuficiente para definir
no ya sólo al panorama comunicativo contemporáneo, sino incluso a los procesos
comunicativos mediáticos. “Parece que hay un cierto consenso entre los investigadores de
la comunicación en que la definición tradicional de la comunicación de masas ha
quedado superada por las más recientes tecnologías de la comunicación y por las nuevas
realidades sociales” (Rodrigo Alsina, 2001: 58). A esto, Igartua y Humanes (2004: 36)
añaden que el adjetivo “masivo o de masas remite a una conceptualización del individuo
y de su actuar comunicativo ya superada”.
Para exponer tanto cómo es la comunicación contemporánea, dado que ahora debe
definir también a los nuevos entornos tecnológicos; como las razones que llevan a
afirmar la pérdida de vigencia de la acepción comunicación de masas, recurriré a la
aproximación al objeto de estudio que hace Saperas (1998). Lo haré por dos razones: en
primer lugar, porque es más completa que las clásicas (supera el concepto tradicional de
comunicación de masas), pues hace alusión no solamente al proceso comunicativo en sí
gestado en torno a los media, sino al resto de formas de comunicación social relacionadas
con dicho proceso central y vertebrador. En segundo lugar, la conceptualización de
Saperas (1998: 59) sirve para detectar aquellas cuestiones que caracterizaban a la
comunicación de masas que deben ser actualizadas, puesto que han sufrido una
importante transformación como fruto de la incidencia de las nuevas tecnologías. En
relación a esto último, habría que tener en cuenta la aseveración de Pineda (2003: 6)
cuando señala que "aunque, todavía, Internet no puede ser considerado como un nuevo
medio de comunicación social, sí es hoy un poderoso instrumento para ayudar a
desarrollar formas híbridas de comunicación y nuevos modos de contactos humanos que
fomentan las relaciones sociales entre grupos culturales diversos, a escala planetaria”.
Volviendo a la fundamentación teórica de Saperas, es posible que perfilando algunos
aspectos (principalmente actualizando algunos supuestos) lleguemos a concretar la
comunicación como objeto formal en la actualidad. Todo ello (tanto la superación del
concepto tradicional de comunicación de masas, como la transformación de alguno de sus
elementos) nos lleva a que de ahora en adelante parezca más acertado tildar a uno de los
objetos de estudio principales de las Ciencias de la Comunicación como comunicación
mediática (Igartua y Humanes, 2004: 36) o mediada (Rodrigo Alsina, 1997 y 2001).
Saperas (1998: 51) dirá que la Teoría de la Comunicación tiene como objeto de
estudio el proceso de comunicación de masas que se establece entre un comunicador
industrial y un receptor masivo. De manera más concreta, el autor (Saperas, 1998: 59)
define a la comunicación como objeto formal de la siguiente manera: “La Teoría de la
Comunicación tiene como objeto de estudio propio el proceso de comunicación de masas
que implica una pluralidad de formas comunicativas, desde las más simples (la
comunicación interpersonal) hasta las formas más complejas (la opinión pública). Si
definimos la comunicación como un proceso básico podemos afirmar que se trata de un
proceso que se establece entre un comunicador (agente intencional) y un receptor (agente
individual, grupal, organizacional o colectivo que recibe, interpreta y retiene el mensaje)
(...) En el caso de la comunicación de masas el comunicador es institucional. El receptor
está formado por agrupaciones diversas de individuos. El canal consiste en una
mediación técnica compleja. El contenido está formado por mensajes producidos
industrialmente y distribuidos comercialmente a un mercado comunicativo según
determinadas formas de argumentación destinadas a informar, a crear ficción, a
promocionar bienes de consumo o ideas o a entretener en tiempo de ocio. Los códigos
comunicativos utilizados son de una gran variedad y se articulan en una sola forma
discursiva”.
Cuando Saperas (1998: 59) afirma que el “proceso de comunicación de masas
implica una pluralidad de formas comunicativas, desde las más simples (la comunicación
interpersonal) hasta las formas más complejas (la opinión pública)”, parece que ya está
superando la concepción tradicional de la comunicación de masas, dado que menciona no
únicamente al paradigma clásico de Lasswell, es decir, el proceso de transmisión y
recepción del mensaje (momento en el que de manera general se habían quedado las
definiciones clásicas de comunicación de masas), sino a un proceso más complejo, con
imbricaciones de índole personal (comunicación interpersonal) e incluso social (opinión
pública). Recordemos que una de las definiciones tradicionales sobre comunicación de
masas la aportaba Wright en 1959, en la que señalaba que la comunicación de masas
estaba definida por la naturaleza de la audiencia (grande, heterogénea y anónima); la
experiencia comunicativa (pública, rápida y transitoria) y por un comunicador que era
una organización compleja y costosa (Wright, 1978: 9-15). Y por lo tanto, no hacía
alusión a los niveles que recoge Saperas (desde el interpersonal, hasta la opinión pública).
Como tampoco lo hace López Escobar cuando define la comunicación colectiva (opta por
esta denominación en vez de comunicación de masas) de la siguiente manera: “Aquél
fenómeno social caracterizado por la presencia institucionalizada de organizaciones que
se dedican a producir, recoger, tratar y difundir los mismos mensajes de un modo
potencialmente ilimitado y tendencialmente simultáneo, a través de los medios de
difusión, a un público heterogéneo y disperso” (López Escobar, 1997: 17). Vemos como
en esta última aseveración de nuevo aparece la figura del público heterogéneo, cuestión
que no termina de incluir el fenómeno creciente de especialización-homogeneización de
la audiencia.
Por lo tanto, esta sería la primera razón por la que se apunta a la superación de la
comunicación de masas, pues ésta heredó la influencia del paradigma tradicional de la
fórmula lasswelliana -“quién, dice qué, por qué canal, a quién, con qué efecto” (Mcquail
y Windahl, 1997: 41)-, pero sólo mostraba una parte del proceso comunicativo (es cierto
que la principal, pero no la única). Saperas (1998: 59) recoge en su aportación las otras
formas de comunicación social que existen (interpersonal, grupal, organizacional...) que
complementan al proceso de la comunicación de masas, ahora, como se ha apuntado,
mediática o mediada. Con ello se reconoce que la comunicación como objeto formal, no
coincide únicamente con la comunicación de masas, sino que llega más allá, e incluye
otras formas comunicativas. Por ello Rodrigo Alsina (2001: 17) nos hace la siguiente
propuesta: “Lo que sostengo es que, aunque las Teorías de la Comunicación tienen como
objeto de estudio prioritario la comunicación de masas, no puede dejarse de lado todas las
formas de comunicación social. De hecho, en todo proceso comunicativo se produce una
sinergia de distintas formas de comunicación (...) El campo de investigación no se puede
limitar a la comunicación de masas, aún cuando ella sea el eje vertebrador de la mayoría
de los estudios” (Rodrigo Alsina, 2001: 17 y 45).
En esta misma línea, algunas de las aproximaciones más tradicionales al fenómeno
de la comunicación de masas han segmentado el proceso comunicativo, en el sentido de
que lo han aislado en cierta manera, pues se han obviado las interrelaciones que la
comunicación mediática tiene con una teoría social más amplia, o por el contrario, las
interrelaciones de dicha comunicación mediática con los procesos de recepción,
altamente complejos. En relación a estos últimos, Thompson dirá que la recepción es una
actividad más, en la que los individuos dan sentido a los productos mediáticos en función
de su bagaje social y sus circunstancias, y que por tanto, “si queremos comprender la
naturaleza de la recepción, entonces debemos desarrollar un tipo de aproximación que sea
sensible a los aspectos rutinarios y prácticos de la actividad receptora” (Thompson, 1998:
61 y 62).
En segundo lugar, decíamos que debido, entre otras razones, a la incidencia de las
nuevas tecnologías, se produce una transformación en los elementos que definían a la
comunicación de masas (emisor, receptor, canal y contexto).
En relación al emisor, parece ser que cuando Saperas alude al mismo se refiere a un
“comunicador institucional” (Saperas, 1998: 51), figura que no termina de definir, por
ejemplo, al individuo que comunica (de manera profesionalizada) a través de la red de
redes. Desde una perspectiva más general, el emisor profesionalizado que inicia los
procesos comunicativos contemporáneos no tiene por qué ser una institución o, como
señala Wright (1978: 9-15), una institución compleja y costosa. Este planteamiento
también es compartido por Rodrigo Alsina (2001: 26) quien opina que la complejidad de
la organización y la costosa financiación encuentran de nuevo excepciones en las
experiencias de las televisiones locales y las radios libres. Por tanto, el comunicador no
tiene por qué ser institucional, dado que puede tratarse, gracias a las posibilidades que
brindan las nuevas tecnologías, de un comunicador individual o colectivo, sin llegar a ser
una institución compleja. Además, debido a la incidencia de las nuevas tecnologías,
aumentan el número potencial de emisores, con el consiguiente aumento en la
competencia, así como la cantidad de recursos disponibles.
Tampoco la cuestión del “receptor masivo” parece plasmar las realidades
emergentes como fruto de la multiplicación de los canales de la comunicación. Por
ejemplo, la televisión pasa de ser un medio basado en la oferta (televisión tradicional) a
otro basado en la demanda (televisión digital), situación que abre el abanico de
posibilidades para que el telespectador construya una televisión a la carta (Bustamante,
2002). Se plantea la duda de hasta qué punto la expresión utilizada por Saperas (1998:
51) “receptor masivo” reflejaría a las audiencias especializadas en función de las
diferentes áreas temáticas que cada vez más se están ofertando desde los entornos
televisivos digitales. En el caso de Internet, se acentúa la cuestión planteada en torno a la
televisión digital sobre la existencia de un receptor no masivo. A día de hoy, cuando la
proliferación de sitios webs que tratan las más diversas cuestiones informativas y/o
comunicativas está produciendo una considerable fragmentación y especialización en las
audiencias, hablar de “receptor masivo”, como lo hace la comunicación de masas, parece
un poco arriesgado. En palabras de López Escobar (1997: 17) se trata “de un público
heterogéneo y disperso”. En este sentido, es posible que los receptores tiendan más hacia
la homogeneización que hacia la heterogeneización, como plantea Rodrigo Alsina (1995:
25): “Por lo que hace referencia a la heterogeneidad del auditorio, los últimos estudios de
la audiencia detectan una segmentación cada vez mayor de la misma. A medida que
aumenta la oferta y se especializa la producción comunicativa, se produce una
diversificación de la audiencia en grupos con estilos de vida semejantes”. Además, el
receptor, ahora usuario, de los nuevos entornos tecnológicos presenta una naturaleza más
activa que el de los entornos tradicionales, dado que será el propio usuario el que inicie el
proceso comunicativo. Aparte dicho usuario dispone de unas mayores posibilidades de
elecciones de fuentes.
De esta forma, como el propio receptor puede iniciar el acto (e incluso adoptar los
roles del emisor), se habla de una desjerarquización del proceso comunicativo, en el
sentido de que la distancia que se establecía ente ambas figuras en la comunicación de
masas, queda ahora un tanto desdibujada. El receptor, dado que también puede volver a
expresar, puede interpelar a la institución mediática desde una posición privilegiada y
más igualitaria que la que le profería el anterior modelo de comunicación.
Con respecto al canal, dice Saperas (1998: 59) que se trata de una mediación
técnica compleja. De nuevo nos volvemos a encontrar con que otro de los elementos
tradicionales del proceso comunicativo, debido a la incidencia de las nuevas tecnologías,
no termina de poseer las mismas características que en la comunicación de masas. La
complejidad del canal desciende en el caso de los medios locales. Este rasgo se pronuncia
más aún con los productos informativos configurados en torno a las redes virtuales y,
sobre todo, Internet.
En relación a los medios de comunicación audiovisuales tradicionales, su
digitalización (televisión digital y radio digital) implica considerables mejoras en la
calidad de la imagen y en el sonido, así como un aumento en el número de servicios
adscritos al mensaje.
De la misma manera, en la comunicación mediática o mediada nos encontramos
con una determinada tipología de mensajes que no están producidos industrialmente,
puesto que en ocasiones los productos mediáticos van a ir dirigidos a un tipo de receptor
muy concreto, específico y minoritario, y por tanto la cuestión de la producción industrial
es menos clara y evidente que en la comunicación de masas.
También se introduce la posibilidad de editar un tipo de mensaje con unas
características novedosas. En primer lugar, se trata de un mensaje multimedia, que
incluye a la vez texto, imagen y sonido. Frente a este mensaje multimedia se ubica el
mensaje del modelo de la comunicación tradicional asociado principalmente a uno o dos
soportes (texto para prensa; sonido para radio; e imagen y sonido para televisión, con una
menor presencia del texto). Es un mensaje que tiende a la personalización y tiene una alta
diversificación, mientras que en el modelo de comunicación de masas el mensaje emitido
era más homogéneo y destinado a un gran volumen de individuos. En tercer lugar es un
mensaje con posibilidades interactivas, dado que permite al usuario ejercer la capacidad
de respuesta con el medio. Por último, emerge una tipología de mensajes de naturaleza no
secuencial, ni lineal, basados en otros tipos de lenguaje (por ejemplo HTML), en
constante evolución y con un mayor volumen de información y posibilidades de
actualización.
Además, otra de las diferencias que subrayamos entre la comunicación de masas y
la mediática o mediada la señalamos a través de una aseveración de López Escobar. Para
el profesor (López Escobar, 1997: 18) la comunicación colectiva (de masas)
contemporánea tiene un carácter centrífugo, es decir, su rasgo esencial radica en que es el
mensaje el que se desplaza desde un centro al encuentro de los componentes de la
audiencia. En relación a esta aseveración, cabría plantearse si en el caso de las
posibilidades que permiten los nuevos entornos tecnológicos se puede seguir hablando de
fuerza centrífuga, o al contrario, debería plantearse la opción de la emergencia de una
fuerza centrípeta, dado que hay que tener en cuenta la posibilidad de que ahora sea el
propio usuario el que se ‘desplace’ hasta el mensaje, iniciando el proceso comunicativo y
protagonizando un papel que no se le reconocía desde la comunicación de masas. Gracias
a las nuevas tecnologías, del broadcasting característico de la comunicación de masas, se
pasa a un near video on demand más propio de la era digital, es decir, de unos contenidos
cuyo ritmo de emisión viene marcado por la institución mediática (broadcasting), a una
programación en la que es el propio usuario el que decide qué ver y cuándo hacerlo (near
video on demand).
Vemos como algunas de las cuestiones que caracterizaron a la comunicación de
masas han evolucionado adquiriendo unos rasgos distintos. Quizá por ello algunos
autores apuestan por comenzar a derogar la expresión comunicación de masas a favor de
comunicación mediada o mediática. Por tanto, quizá sea más acertado comenzar a hablar
de comunicación mediada o mediática, en vez de comunicación de masas, porque se ha
superado el término debido a la incidencia de las nuevas tecnologías y a su interrelación
con el resto de procesos comunicativos.
En concreto Rodrigo Alsina (2001: 61 y 62) propone el de comunicación mediada.
Ésta tendría cinco características: en primer lugar se trata de una comunicación
tecnológicamente mediada; en segundo, el comunicador puede ser un sujeto de la
enunciación individual o colectivo; se produce una mediación en la producción del
mensaje, hay una gramática de la producción. Una cuarta característica es la aparición del
tiempo y/o ‘espacio plusmediático’: “Quizá podríamos apuntar que los mass media han
permitido que entre el espacio o entorno próximo y el lejano haya aparecido un tercer
espacio vicarial que sería el aproximativo (...) Esto es, los medios nos permiten estar en
otros espacios, en los que no estamos realmente y vislumbrar ‘otros’ tiempos,
constatando así la existencia de los múltiples tiempos distintos y concurrentes a escala
mundial” (Rodrigo Alsina, 2001: 61). El último rasgo de esta comunicación mediada que
plantea el autor es el de la “separación entre los sistemas de producción y recepción”
(Rodrigo Alsina, 2001: 62). Efectivamente, esta característica también puede hacer
alusión a los procesos comunicativos gestados en torno a la red de redes, no así, la
matización que de la misma hace el catedrático de la Autónoma de Barcelona cuando
alude a los sistemas de producción. Para Rodrigo éstos están vinculados a las industrias
de la comunicación que distribuyen un contenido, principalmente, a partir de criterios
comerciales. Pero en el caso de los medios de comunicación digitales el sistema de
producción no tiene por qué estar ligado a una industria de la comunicación, puesto que
como ya se ha tratado en los párrafos anteriores el comunicador puede ser, incluso,
individual.
La comunicación mediática queda definida por Igartua y Humanes (2004: 36) de la
siguiente manera: “Análisis de los procesos de producción, transmisión y recepción de
contenidos simbólicos a través de las instituciones de los medios”. A pesar de que unas
líneas más adelante, los propios autores reconocen que no se aborda el fenómeno de la
comunicación en toda su complejidad, esta aproximación, aunque general, se presenta
con una mayor validez que la antigua de la comunicación de masas, puesto que habla de
procesos en plural y por lo tanto se entienden varios procesos (de producción, transmisión
y recepción) que convergen entre sí, con lo que ya no se produce el aislamiento que del
proceso comunicativo hacía el paradigma de Lasswell. Esta aproximación define a la
comunicación mediática (otrora de masas), pero la comunicación como objeto formal,
como se expone más adelante, incluye otros procesos comunicativos aparte del de masas.
1.3.2 El objeto de estudio: desde lo interpersonal a lo cultural
Si bien es cierto que la comunicación como objeto formal tendría como principal
línea de investigación a la comunicación mediada o mediática, no lo es menos que se
debe tener en cuenta que el estudio de la misma abarca también otras formas de
comunicación asociadas (como ha apuntado Saperas (1998: 59), desde la comunicación
interpersonal hasta la opinión pública). De esta manera, aunque la aproximación
conceptual que esboza McQuail (1991: 57) a la comunicación de masas no recoge las
transformaciones que imprimen los nuevos entornos tecnológicos, sí que resultan muy
válidos los procesos de comunicación en la sociedad que señala el teórico, los cuales
pueden ayudar a perfilar la comunicación como objeto formal en la misma línea que
apuntaba Saperas (1998) y que he recogido unos párrafos antes. De hecho, McQuail
(1991: 26) indica los diferentes niveles del proceso de comunicación que tienen lugar en
una sociedad: intrapersonal (como el procesamiento de la información); interpersonal
(grupo de dos); intragrupo (por ejemplo la familia); intergrupo o asociación (se da en el
caso de una comunidad local); institucional/organizacional (sistema político o empresa
comercial) y la sociedad global, en cuyo nivel se ubica a la comunicación de masas.
Si exceptuamos a la comunicación intrapersonal, dado que ya se ha justificado que
la comunicación es ante todo una realidad social (apartado 1.2), el resto de acepciones
representarían a todos los procesos de comunicación posibles en una sociedad.
Evidentemente, para McQuail la comunicación de masas es tan sólo uno de los procesos
de comunicación que operan en el nivel de la sociedad global (McQuail, 1991: 26).
Ahora bien, tras las matizaciones apuntadas en las líneas precedentes, parece evidente
que la comunicación mediada se encuentra íntimamente relacionada con todos estos
niveles comunicativos gestados en torno a lo que McQuail denomina como comunicación
de masas.
Una vez aclarado este aspecto, no se debe pasar por alto que según afirma Rodrigo
Alsina (2001: 45), “el campo de investigación no se puede limitar a la comunicación de
masas, aún cuando ella sea el eje vertebrador de la mayoría de los estudios”. Con otras
palabras Martín Algarra (2003: 49) dirá que “el fenómeno de los medios de
comunicación de masas es en nuestros días el más llamativo e influyente de los
fenómenos comunicativos”, pero no el único.
Por tanto, la comunicación como objeto formal, aunque tiene como línea de
investigación prioritaria a la comunicación mediada o mediática, debe ser una
aproximación conceptual más amplia. Desde una perspectiva general Muñoz (1989: 419
y 420) apunta que la “Teoría de la Comunicación de masas es el análisis de la formación
de los procesos simbólicos de las sociedades postindustriales (...) y asume la
problemática de las clasificaciones de los imaginarios colectivos y su discursividad”.
Tomando como punto de partida esta conceptualización y parafraseando a Muñoz, podría
decirse que la comunicación como ente a estudiar por la ciencia, incluye todos aquellos
análisis de la formación de los procesos comunicativos simbólicos de la sociedad de la
información.
Teniendo todo ello en cuenta, una posible aproximación a la comunicación como
objeto formal sería la siguiente:
Proceso comunicativo que consiste en la producción y (o) transmisión y (o)
recepción y (o) circulación de contenidos simbólicos, que a su vez genera y se encuentra
interrelacionado con otras formas comunicativas y donde todas ellas están enmarcadas en
un contexto sociocultural e histórico determinado.
Más detalladamente, la comunicación como objeto formal, es decir, la
comunicación como objeto de estudio más general de las ciencias homónimas sería el
proceso comunicativo gestado en torno a las instituciones y (o) agrupaciones y (o) grupos
de individuos y (o) individuos, que elaboran y (o) difunden y (o) reciben y (o) mantienen
en circulación materiales simbólicos; acciones todas ellas (elaboración, emisión,
recepción y circulación) que se desarrollan en situaciones únicas e irrepetibles, y que a su
vez, normalmente generan simultáneamente de manera paralela y (o) tangencial, diversos
procesos comunicativos, que tienen lugar y están directamente relacionados con un
contexto sociocultural determinado, en nuestro caso, en una emergente sociedad de la
información o capitalismo cultural. Estos procesos implican un cierto grado de
entendimiento entre los actores participantes y, además, gran parte de los mismos, en
mayor o menor medida, estarán directa o indirectamente asociados a unos medios
técnicos, o como apunta Thompson (1998: 43) soportes técnicos de comunicación.
Comento esta conceptualización de manera pormenorizada en 6 subapartados:
1. “La comunicación es un proceso”. En primer lugar, destaca el que toda
comunicación es un proceso, circular si se quiere, que incluye las siguientes acciones: la
expresión (emisión de un mensaje), la interpretación (captación y descodificación del
mensaje) y la interacción (capacidad de respuesta o interacción textual, acción que
permite llegar al entendimiento con el otro, completando así el proceso comunicativo).
Dirá Gifreu (1991: 67), que se trata de un “episodio que comienza y acaba y sigue
un determinado desarrollo. Esta característica procesual vale tanto para el individuo como
para los grupos, colectividades o sociedades”.
2. Este proceso está gestado en torno a las “instituciones y (o) agrupaciones y (o)
grupos de individuos y (o) individuos1, que elaboran y (o) difunden y(o) reciben y (o)
mantienen en circulación contenidos simbólicos”. De nuevo pueden darse todas las
acciones al mismo tiempo o únicamente algunas de ellas. Es muy probable que el nivel
mediático las incluya a todas; no así el interpersonal que con más asiduidad estará
centrado sólo en algunas de ellas.
Para Infante, Cabrera y Womack (2003: 9) la comunicación es ante todo una
actividad humana simbólica. “Los símbolos son deliberadamente creados para representar
algo”.
El símbolo no sería más que una clase de signo, entendido este último como toda
aquella realidad perceptible por los sentidos que remite a algo que no es él mismo; el
signo no es más que un mecanismo de representación. Así, el símbolo es aquél signo que
hace referencia a la relación de dicho signo con el referente, es decir, el objeto material
que representa a un objeto perteneciente al mundo espiritual o en general, al mundo
abstracto. El símbolo por tanto representa una realidad que está ausente. Este concepto ha
sido tratado por las más diversas disciplinas científicas, de tal manera que nos
encontramos con que su definición varía notablemente dependiendo de la escuela teórica
que lo trate. Así, Pierce clasificó los signos en función de la relación que el significante
mantenía con el significado, distinguiendo entre icono, indicio y símbolo. Concretamente
el símbolo traslada al receptor a un significado concreto establecido por convención entre
los diferentes integrantes del proceso comunicativo. Así ocurre con la música o la
palabra, donde la relación establecida entre significante y significado no es natural.
De esta manera, Gifreu (1991: 67) define a la comunicación como un proceso
simbólico, dado que la interacción se produce por medio de símbolos cargados de
significación y ordenados en forma de texto o discurso.
1
Los procesos comunicativos incluyen con cierta frecuencia a todos estos actores. Se expone a
continuación un ejemplo con el que ilustrar este supuesto. Sería el caso de Fátima Elidrisi, una niña
marroquí que reclamó, en su centro educativo español, poder asistir a clase con el velo islámico tradicional
de su cultura (http://www.el-mundo.es/cronica/2004/435/1076938437.html, página consultada el 15 de
marzo de 2005. Elmundo.es). En este proceso comunicativo, en el que intervinieron varias instituciones
sociales (políticas y judiciales) se vieron implicados: la propia niña (individuo) y allegados (grupo de
individuos); la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en España (ATIME) (agrupación), así
como responsables del centro (la escuela como institución cultural). El caso se dio a conocer mediante los
medios de comunicación (institución mediática).
Por su parte, Geertz (1997) expone que el hombre es un animal suspendido en
tramas de significado que él mismo ha urdido, es decir, en procesos simbólicos creados
para la comunicación con los otros.
Una vez aclarado esto, según Thomspon (1998: 26) los símbolos son materiales
significativos, tanto para quienes los producen, como para quienes los reciben.
Por tanto, la vida tiene una dimensión simbólica trascendental, dado que como
hemos expuesto en la introducción a este capítulo, la comunicación es una actividad clave
para el ser humano y precisamente es, ante todo, simbólica, pues los hablantes
consensúan los materiales que se intercambian en los múltiples procesos comunicativos,
con el fin de alcanzar el entendimiento.
Y precisamente, una de las instituciones sociales que tienen un destacado papel en
los procesos comunicativos es la de los media. De esta manera, la dimensión simbólica de
la vida queda protagonizada por los medios de comunicación, pero éstos no son los
únicos actores de dicha dimensión, puesto que se reconocen más instituciones creadoras
de símbolos.
A pesar de la importancia y el papel trascendental que desempeñan los medios de
comunicación en la generación de procesos comunicativos simbólicos, no son éstas las
únicas instituciones con esta clase de poder. También se reconoce a otras instituciones
culturales, como la Iglesia, la escuela o la universidad (Thompson, 1998: 35).
Evidentemente, el grupo de instituciones sociales es más amplio, lo que sucede es que
aquellas que tienen un poder claramente simbólico son las que se han apuntado. A pesar
de ello, hay más instituciones con otras clases de poder, que de una u otra manera
también van a ser generadoras de contenidos simbólicos, puesto que “las formas
diferentes de poder se solapan con frecuencia detrás de complejas formas cambiantes”
(Thompson, 1998: 30). Los diferentes tipos de poder ejercido por esas otras instituciones
sociales son: el político (como los Estados), el económico (empresas comerciales) o el
coercitivo (instituciones militares, penitenciarias, la policía...) (Thompson, 1998: 35).
También se recogen como fuentes generadoras de contenidos simbólicos a
agrupaciones (asociaciones, minorías étnicas, culturales, religiosas, sexuales o de
cualquier tipo); así como grupos de individuos, que conllevarían una menor organización
y tendrían un menor índice de representación que las agrupaciones. Por último, y debido
entre otras cuestiones a las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, comienza a
generalizarse el hecho de que un único individuo inicie procesos comunicativos
generadores de este tipo de materiales. Dichas instituciones, agrupaciones, grupos de
individuos o individuos no son únicamente creadores de los materiales simbólicos, sino
que también los van a difundir e intercambiar. Además, del fruto de sus interacciones los
contenidos serán mantenidos en circulación por la sociedad.
3. “Acciones todas ellas (elaboración, emisión, recepción y circulación) que se
desarrollan en situaciones que son únicas”.
Ante todo se produce una distinción entre la elaboración y emisión en la
comunicación como objeto formal, porque los estudios enmarcados en nuestra ciencia
podrán abordar o no todo el proceso comunicativo. De tal manera que, por ejemplo, las
investigaciones centradas en las rutinas profesionales del periodista, así como los factores
que condicionan su trabajo, serán estudios centrados principalmente en la producción del
mensaje periodístico y en menor medida abordarán la temática de la transmisión o
difusión del mensaje. Así, las fases del proceso de la comunicación como objeto formal
quedarían de la siguiente manera: producción, transmisión (emisión), recepción y
circulación.
Por otra parte, la circulación se refiere a cómo los materiales simbólicos difundidos
por el emisor son intercambiados entre los individuos que viven en sociedad. La
circulación sería un concepto íntimamente relacionado con la construcción social de la
realidad que apuntan Berger y Luckmann (2001), dado que precisamente gracias a la
circulación de materiales simbólicos se produce la construcción social de la realidad, la
construcción del mundo de la vida cotidiana.
Además se apunta a que las acciones se llevan a cabo en situaciones que son
únicas. Esto es así por dos razones principalmente: en primer lugar porque la
comunicación implica la interpretación individual y en segundo porque la comunicación
ocurre en un contexto determinado (Infante, Cabrera y Womack, 2003: 10 y 11). Cuando
se habla de la existencia de la interpretación individual lo que se pone en evidencia es que
el conocimiento que se transmite no siempre es idéntico porque las experiencias,
intereses y perspectivas de los interlocutores nunca coinciden plenamente (ibídem).
Además, el contexto en el que tiene lugar el proceso es determinante, puesto que una
misma situación comunicativa adquirirá un significado u otro dependiendo del espacio
sociotemporal en el que se desarrolle: “La comunicación en un contexto tendrá diferentes
características que la comunicación en otro contexto” (Infante, Cabrera y Womack, 2003:
11).
4. “Y que a su vez, normalmente generan simultáneamente de manera paralela y/o
tangencial, diversas procesos comunicativos”.
Como se ha apuntado, existen diferentes niveles en el proceso comunicativo:
intrapersonal,
interpersonal,
intragrupal,
intergrupal
o
asociación,
institucional/organizacional y global (Mcquail, 1991: 26). Una distinción similar sería la
esbozada por Saperas (1998: 113 y ss): intrapersonal, interpersonal, organizacional,
institucional y macrosocial; o Rodrigo Alsina (2001: 52 y ss) (intrapersonal,
interpersonal, grupal, en las organizaciones, de masas y cultural). Como queda reflejado,
todos ellos reconocen a la comunicación intrapersonal como un nivel más; ahora bien, tal
y como ha quedado desarrollado en el apartado 1.2, la comunicación ante todo es un
fenómeno social, por lo que en esta obra no se contemplará dicho ámbito.
Sea como fuere, hay distintos niveles de análisis aparte del de masas, donde cada
uno de ellos: “Identifica un determinado tipo de actor social o institucional que actúa en
un ámbito que se define como propio; establece una variedad de contenidos de los
mensajes transmitidos; caracteriza una red y unos canales; se define como un ámbito de
objetivos y especifica las posibilidades de relación que se pueden establecer con su
ambiente más inmediato” (Saperas, 1998: 112 y 113).
Por lo tanto, se reconocen otros niveles y dimensiones, de ahí que se apunten
diversas espirales comunicativas gestadas en torno a un proceso comunicativo
vertebrador. Tradicionalmente, dicho eje central ha sido el nivel global (McQuail, 1996:
26) o de masas (Rodrigo Alsina, 2001: 26), pero ahora sabemos que “cualquier forma de
comunicación se encuentra interrelacionada con otras formas del proceso comunicativo
de mayor o menor complejidad” (Saperas, 1998: 111). Así, el eje central de la
investigación no tiene por qué ser únicamente la ‘antigua’ comunicación de masas, en la
misma medida, la interpersonal, grupal etc. podrán actuar como niveles articuladores, que
igualmente estarán interrelacionados con el resto de procesos de la comunicación.
Las interrelaciones de todos ellos conforman la realidad a estudiar por nuestra
ciencia, es decir, la comunicación como objeto formal. De hecho, Valbuena (1997: 74),
cuando describe el plan general que va a seguir su obra Teoría General de la Información
expone la siguiente cuestión: “Cruzaré el nivel intrapesonal, interpersonal, de grupo,
organizacional, institucional y cultural con los diversos aspectos de la comunicación
colectiva. Por eso, cuando examine las diversas teorías, los aspectos de la comunicación
interpersonal se ajustarán a los de la comunicación colectiva con naturalidad”.
De esta manera, en el caso de la comunicación global o de masas, el eje
vertebrador, evidentemente, será la misma, aunque estará vinculada con otros procesos
comunicativos (interpersonales, grupales etc.). Ahora bien, en el eje de ese proceso
comunicativo puede estar una institución o individuo que no sea un medio de
comunicación. El eje vertebrador del proceso comunicativo puede nacer en un nivel
interpersonal, grupal... que tendrá como uno de sus puntos de apoyo a la comunicación de
masas, pero ésta actuará como ‘actor secundario’, mas no ‘principal’.
Precisamente, hay una interrelación directa entre todos los niveles de la
comunicación: la presencia de la comunicación mediática, que será en la mayoría de las
ocasiones una constante, según queda desarrollado en el capítulo III con la
institucionalización de la comunicación mediática. Pero ésta no es siempre la principal.
Por eso en la delimitación de la comunicación como objeto formal, se supera el concepto
propio de la comunicación de masas (o las expresiones más actualizadas de comunicación
mediada o mediática). Porque en ésta el actor principal de la investigación era el nivel
global y el resto podían, o no, aparecer en el análisis. Pero no siempre sucede así. La
producción, emisión, recepción y circulación de los procesos simbólicos puede nacer
desde otro nivel, a pesar de la importancia de la comunicación mediática.
Teniendo todo esto en cuenta, con relativa frecuencia el eje central de la
comunicación como objeto formal ha sido el papel que desempeñan las instituciones
mediáticas como creadoras de materiales simbólicos. Pero para el estudio de este tronco
vertebrador será necesario atender a otras dimensiones comunicativas: desde la
comunicación interpersonal, grupal u organizacional en la que se enmarca la recepción o
emisión del mensaje, a las condiciones en las que ha sido elaborado dicho contenido;
desde las cualidades específico técnicas del medio, al contexto social, cultural y político
del momento histórico en el que se realiza el estudio. Luego, evidentemente, cada una de
estas realidades pueden convertirse en el objeto de estudio específico de una
investigación, aunque cada vez parece más claro que no se debe desatender al resto de
dimensiones. Por lo tanto, no es que sea un error señalar que la comunicación de masas es
el objeto de estudio específico de la Teoría de la Comunicación, sino que es una
aseveración incompleta, un tanto sesgada.
Además, en los próximos años podemos asistir al cambio en esta tendencia, debido
a la emergencia de los procesos comunicativos gestados en torno a la red de redes.
Así, pueden desarrollarse diferentes posibilidades: que el nivel principal sea el
interpersonal y el mediado, grupal, institucional etc. ocupen un papel secundario (pero no
menos importante) en el proceso; que la ‘comunicación principal’ sea la mediada y la
grupal, institucional, interpersonal sean secundarias.... y así sucesivamente.
5. “Que tienen lugar y están directamente relacionadas con un contexto
sociocultural determinado, en nuestro caso, en una emergente sociedad de la información
o capitalismo cultural”.
Este rasgo está referido a lo que Gifreu (1991: 67) denomina como proceso
histórico, dado que la comunicación no se produce en abstracto, “sino en concreto; todos
los fenómenos comunicativos se producen en la historia y en una historia particular de los
pueblos y de las culturas”.
Evidentemente, la comunicación en la sociedad contemporánea debe ser entendida
en una sociedad de la información emergente. Este hecho es importante pues los rasgos
del contexto incidirán directa o indirectamente en el desarrollo de los procesos
comunicativos. Esta cuestión no es novedosa, puesto que a lo largo de la historia,
evidentemente, los acontecimientos acaecidos han estado determinados por el contexto
sociohistórico. Ahora bien, lo que sí es novedoso es que la sociedad contemporánea viene
definida por su gran capacidad en la generación de información y por la multiplicación de
los canales comunicativos. Esta cuestión hay que tenerla muy presente a la hora de
entender la comunicación contemporánea, ya que en la sociedad de la información los
procesos comunicativos presentan notables modificaciones con respecto a épocas
anteriores.
6. “Además, estos procesos, en mayor o menor medida, estarán directa o
indirectamente asociados a unos medios técnicos, o como apunta Thompson (1998: 43),
soportes técnicos de comunicación”.
Hemos apuntado que la comunicación mediática no tiene por qué ser el eje central
de la investigación en comunicación. Ahora bien, debido a la importancia de los media en
la sociedad contemporánea, en la línea de la exposición que desarrolla Thompson (1998),
la modernidad no puede ser entendida sin otorgar un destacado papel en su desarrollo a la
eclosión de los medios de comunicación de masas. Así, la presencia de medios técnicos
en los procesos comunicativos con frecuencia deberá ser tenida en cuenta, precisamente
porque la comunicación mediática incide en los procesos de formación del yo y ha
transformado el espacio público, así como la tradición (Thompson, 1998), cuestiones
desarrolladas en el capítulo III. Hasta tal punto que Sfez (1995) habla de que en la
contemporaneidad se debe comenzar a hablar de tecnocomunicación, dado que no
podemos entender la comunicación sin la intermediación tecnológica.
Esta relación de la comunicación como objeto formal con el medio técnico, viene
dada porque “generalmente los individuos para producir y transmitir formas simbólicas
emplean un technical medium” (Thompson, 1998: 36). Dirá Thompson (1998: 36) que el
medio técnico es el sustrato material de las formas simbólicas, esto es, los elementos
materiales con los que, y a través de los cuales, la información o el contenido simbólico
se fija y transmite de un emisor a un receptor.
Evidentemente, las formas simbólicas también pueden transmitirse sin dicha
mediación tecnológica (como ocurre en la comunicación interpersonal) pero dado el
protagonismo que tiene el estudio de la comunicación mediática en nuestra ciencia, el
medio técnico se presenta como una referencia habitual en la investigación. A grandes
rasgos, se reconocen tres características del medio técnico: su capacidad de
almacenamiento; el grado de reproducción que posibilita y la separación espacio
temporal que suele permitir (Thompson, 1998: 37-40). Algunos de estos ‘soportes
técnicos de comunicación’ serán “los libros, periódicos, programas de radio y televisión,
películas, cassettes, discos compactos y otras cosas” (Thompson, 1998: 44). En la
expresión ‘y otras cosas’ entrarían aquellos nuevos soportes técnicos que nacen unidos a
las tecnologías de la información y de la comunicación.
La aproximación que acabamos de esbozar, no hace referencia únicamente a la
comunicación de masas tradicional, ya que la circulación de materiales simbólicos no es
una nota exclusiva de la modernidad. Lo que sucede es que a raíz de la aparición de los
primeros medios de comunicación de masas, el proceso comunicativo gestado en torno a
estos materiales simbólicos sufrió una importante transformación, dado que, comenzaron
a construirse representaciones simbólicas en mayor cantidad e influencia que las
difundidas hasta el momento. Hasta tal punto, que unas de las mayores instituciones
creadoras de símbolos son los medios de comunicación.
Por tanto, el objeto de estudio de la Teoría de la Comunicación, o lo que es lo
mismo, la comunicación como objeto formal no es únicamente la comunicación de masas
o mediática, ya que se trata de una realidad a estudiar más amplia.
Lo que sucede es que sabemos que el paradigma de Lasswell se mostraba
insuficiente porque se presentaba como el modelo canónico: emisor/mensaje/receptor,
“que prescribía campos temáticos congelados en una dudosa objetividad y no siempre
bien definidos” (Abril, 1997: 9). El modelo de Lasswell aislaba en cierta manera al
proceso comunicativo, dado que no reflejaba la incidencia del entorno (el contexto socio
histórico), las condiciones en las que es elaborado el mensaje o la propia situación (única)
que se da en la recepción del mismo. Esta cuestión la expone Thompson (1998: 60)
afirmando que muchas veces el análisis de textos es parcial porque son analizados sin
considerar de manera sistemática y detallada las condiciones bajo las que fueron
producidos y recibidos. De ahí, la recuperación de los enfoques interpretativos, es decir,
aquellos que atienden a los procesos sociales del sentido y al hacer de los sujetos que, al
tratarlo, se ven tratados por él (Abril, 1997: 9).
En este sentido, cada vez más se busca un espacio intermedio entre las teorías
funcionalistas americanas y las sociales europeas, dado que se detecta la presencia, o al
menos la intención de avanzar hacia un nuevo paradigma interesado en la integración
teórica, metodológica y de los niveles de análisis. Parece existir desde los años 90 una
crítica generalizada hacia el reduccionismo de las teorías anteriores debido a su
incapacidad para explicar convenientemente los fenómenos comunicativos. La necesidad
de esta revisión tiene su origen en los avances tecnológicos, los cambios en la relación
audiencia-medios y el incremento del poder del sector de las comunicaciones en la
economía (Lang y Lang, 1983). Existe el convencimiento de que cualquier teoría sobre
los medios de comunicación debe estar relacionada con una teoría social y cultural que le
sirva de fundamento y a la que al mismo tiempo pueda contribuir (Igartua y Humanes,
2004: 30).
Si tomamos la perspectiva de que los medios de comunicación tienen unos efectos
profundos y a largo plazo; que los medios de comunicación no son las únicas
instituciones creadores de símbolos; que a la hora de estudiar un proceso comunicativo
cuyo emisor genere materiales simbólicos, el análisis debe ir más allá de la mera
investigación de la comunicación mediática (hasta la personal o grupal, por ejemplo)...
nos encontraremos con una comunicación como objeto formal amplia, pero cuya
aproximación ha quedado en mayor o menor medida esbozada, y por lo tanto, ya no es
válida la aseveración de que todo es comunicación o de que todo es objeto de estudio de
las Ciencias de la Comunicación, puesto que se han esbozado unos rasgos muy generales,
que pueden ayudar a perfilar la comunicación como objeto formal.
En resumen, la Teoría de la Comunicación tiene una deuda histórica con los
estudios en comunicación de masas, de hecho, es poco probable que sin estos últimos se
hubiera producido el desarrollo de nuestra disciplina científica. Ahora bien, el objeto de
estudio de la Teoría de la Comunicación va más allá de la comunicación de masas:
1.
En primer lugar, porque la expresión comienza a mostrarse
insuficiente para definir no ya al panorama comunicativo contemporáneo en
general, sino incluso a los procesos comunicativos mediáticos.
2.
En segundo lugar, porque la comunicación de masas o colectiva
sólo hace alusión a una parte del proceso comunicativo. Emerge una necesidad
de relación por un lado con el contexto que propone Thompson; y por el otro
con el resto de procesos comunicativos.
3.
En tercer y último lugar, porque el nivel de análisis mediático no
ha de ser obligatoriamente el eje central de la comunicación como objeto
formal, dado que la investigación puede estar vertebrada en torno a otro nivel,
aunque con frecuencia debido a la influencia de los media en la sociedad y el
individuo, la comunicación de masas será tenida en cuenta.
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