“Hoy no te pido que nos mandes vocaciones” Fernando Torres, MSPS “Señor, ¡mándanos vocaciones!”. Ésta es una petición que con frecuencia escuchamos en las celebraciones litúrgicas. Desde luego que orar por las vocaciones para el sacerdocio ministerial y la vida religiosa es algo bueno, pues el mundo tiene gran necesidad de personas que sean sacramentos vivos de Jesucristo y que trabajen a favor de los demás. Pero, en muchos casos, a pesar de tanta oración, las vocaciones son pocas o, de plano, por ninguna parte aparecen. ¿Será que Dios ha dejado de escuchar la oración de su pueblo?¿Será que, al orar, nos falta fe?¿Será que a los jóvenes de hoy les falta generosidad para responder a la llamada de Dios? Entonces, ante la escasa respuesta vocacional, nos enojamos y le reclamamos a Dios: “te hemos pedido insistentemente vocaciones, y Tú no las envías”, o nos deprimimos y dejamos de trabajar en la pastoral vocacional. Es claro que si una persona ora por las vocaciones es porque quiere que haya vocaciones. Pero, con frecuencia me da la impresión de que quien ora tiene la idea de que Dios no quiere enviar vocaciones, y que es necesario insistirle para que “se digne” enviar alguna. Necesitamos cambiar de registro: Dios sí quiere enviar vocaciones. “Entonces – nos preguntamos-, ¿qué sentido tiene orar por las vocaciones? Basta con que Dios las envíe y ya”. La cosa es más compleja; veamos. En una de las oraciones de la misa por las vocaciones sacerdotales, pedimos a Dios: “Haz, Señor, madurar las vocaciones que a manos llenas sembraste en el campo de la Iglesia”. Esta maduración es obra del Espíritu Santo, pero él la realiza a través de la Iglesia, de nosotros. Lo primero, entonces, es creer que Dios ya ha sembrado la semilla de la vocación en muchos jóvenes, aunque ellos lo ignoren, aunque se sientan lejos de Dios o enemistados con la Iglesia. Más aún, la gracia de la vocación es anterior al don de la vida. Así se lo hace saber Dios al profeta Jeremías: “Antes de haberte formado en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones” (Jr 1,5). Y lo segundo es que, para que esa semilla de la vocación germine y crezca, Jesucristo necesita de nuestra ayuda. Quiere servirse de nosotros para hacer llegar al corazón de los jóvenes el agua que hará germinar la semilla. ¿Y cuál es la fórmula de esa “agua”? No es H2O sino RCT: Rostro, Comunidad y Trabajo. ROSTRO. La mejor propaganda vocacional no es el portal de Internet, el Facebook, el cartel, la revista, el tríptico…; la mejor propaganda es nuestro rostro. Obviamente no se trata de un asunto de fingimiento, maquillaje o cirugía plástica, sino de la irradiación espontánea de lo que llevamos en el corazón. En nuestro rostro se manifiestan la autenticidad o la falsedad de nuestro seguimiento de Jesucristo, la pasión o la apatía que sentimos por Dios y por los demás, la ilusión o la desesperanza que anida en nuestro interior, el grado de satisfacción que experimentamos en nuestra vida y apostolado. Y los jóvenes saben leer intuitivamente el mensaje de nuestro rostro: si ven signos de que somos personas enamoradas de Dios, decididas, maduras y felices, entonces se harán la pregunta vocacional y comenzará a germinar en ellos la semilla de la vocación. COMUNIDAD. No basta con que los jóvenes vean que los religiosos y los ministros ordenados somos coherentes, también necesitan ver que entre los miembros de la comunidad hay amor y colaboración, que enfrentamos los conflictos y estamos dispuestos a perdonarnos; es necesario que vean que nos impulsamos unos a otros a seguir a Jesucristo, a anunciar el Evangelio, a servir a los demás y a entregar la vida. Además, la comunidad ha de acoger con gusto y de manera sencilla a los jóvenes que se acerquen a ella. “Vengan y vean” (Jn 1,39), les dijo Jesús a unos que querían conocerlo. Esta invitación “sigue siendo aún hoy la regla de oro de la pastoral vocacional” (VC 64). El reto, entonces, está en hacer que los jóvenes vengan a nuestras comunidades o a nuestros centros de pastoral; y de lo que allí vean dependerá que les nazca el deseo de quedarse o que, defraudados, busquen otro camino. El testimonio comunitario es fundamental para hacer germinar la semilla de la vocación. TRABAJO. Jesús nos dijo: “Rueguen al dueño de los campos que envíe obreros a recoger su cosecha” (Mt 9,38). Sí, pero nunca dijo: “rueguen… y luego échense a dormir”. Para que las vocaciones maduren es necesario el trabajo vocacional: acercarnos a los jóvenes, visitar grupos juveniles y colegios, organizar retiros y momentos de oración, formar grupos de discernimiento vocacional, elaborar propaganda… es necesario tener frecuentes diálogos personales con los candidatos, mantener contacto con ellos mediante el teléfono o los medios electrónicos, llevarlos a visitar las casa de formación (noviciado, seminario…). El trabajo vocacional ha de ser creativo y diversificado: lo que funciona en un lugar es inútil en otro; lo que antes dio fruto ahora es estéril; lo que atrae a los jóvenes de 18 años deja indiferentes a los de 25. Además, ha de ser un trabajo paciente y lleno de esperanza. Sólo una pastoral vocacional bien planeada y realizada con perseverancia –los frutos pueden tardar años en aparecer- será mediadora de la acción de Dios para hacer germinar la semilla de la vocación. ¿Qué pedimos cuando oramos por las vocaciones? Entonces, si ya sabemos que Dios sí quiere enviar vocaciones, ¿qué pedimos cuando oramos por las vocaciones? En primer lugar, pedimos por nuestra conversión personal: que seamos coherentes seguidores de Jesucristo, personas apasionadas por Dios y por la humanidad; esto se manifestará en nuestro rostro. En segundo lugar, pedimos por nuestra conversión comunitaria: que formemos comunidades sanas, de relaciones evangélicas, comunidades en las que se haga presente Jesucristo. En tercer lugar, pedimos por nuestra conversión pastoral: que hagamos una buena planeación de la pastoral vocacional, y que invirtamos tiempo, energía, recursos y cariño en ese trabajo. Estos tres elementos –rostro, comunidad y trabajo- son el “agua” que hará germinar la semilla de la vocación. Así pues, antes de que nosotros le pidamos a Dios que nos envíe vocaciones, Jesucristo nos pide que le ayudemos a suscitarlas; nos dice: “Mi Padre quiere enviar al mundo obreros que trabajen a favor de los demás, obreros que incendien los corazones con el fuego del Espíritu Santo. Mi Padre ya sembró en el corazón de muchos jóvenes la semilla de la vocación; pero, para que germine, es necesario que alguien riegue esa semilla; y ese “alguien” puedes ser tú. Necesito de ti para llevarles el agua, necesito de ti para suscitar vocaciones: ¡Te pido que me ayudes! ¿Qué me dices?”. Ojalá que tu respuesta, al igual que la mía, sea “sí”; un sí rotundo e irrevocable. Ruega, sigue rogando a Dios por las vocaciones, pero ahora pide de manera diferente. Te propongo esta oración: PADRE BUENO. Hoy no te pido que nos mandes vocaciones, sino que me impulses, con tu Espíritu Santo, a seguir con pasión y alegría a tu Hijo Jesucristo, para que los jóvenes que encuentre en mi camino puedan ver en mi rostro lo bella y fascinante que es mi vocación. PADRE MISERICORDIOSO. Hoy no te pido que nos mandes vocaciones, sino que a mí y a mis hermanos nos llenes de tu Espíritu Santo, para que podamos amarnos, servirnos y perdonarnos, y así, los jóvenes que se acerquen a nuestra comunidad puedan sentir en ella la presencia de tu Hijo y se despierte en ellos el deseo de compartir nuestra vida y misión. PADRE FIEL. Hoy no te pido que nos mandes vocaciones, sino que nos enciendas con el fuego de tu Espíritu, para que nos decidamos a trabajar en la pastoral vocacional con generosidad y paciencia, creatividad y esperanza, y tomemos la iniciativa de acercarnos a los jóvenes en cuyos corazones tú ya sembraste la semilla de la vocación. PADRE AMADO. Y así, nuestro rostro, nuestra comunidad y nuestro trabajo serán como agua viva que haga germinar las vocaciones que a manos llenas sembraste en el campo de la Iglesia; así tendrás muchos obreros, sacramentos vivos de tu Hijo, que podrás enviar a trabajar a favor de los demás, para hacer presente en el mundo tu Reino de amor. Amén.