TRABAJO, GÉNERO Y ECONOMÍA POPULAR. Construyendo una alternativa al desarrollo capitalista. Álvarez, Álvaro y Rey, María Paz Eje 4: Economía Social y Solidaria Palabras Clave: Economía Popular. Productivismo. Desarrollo. Capitalismo. Acumulación. Mujeres. Trabajo. Autorizamos la publicación de este trabajo. Este trabajo se propondrá estudiar a la Economía Popular como una forma alternativa de producción y consumo que aporta a la construcción de una nueva relación entre el hombre y la naturaleza y de los hombres entre sí, poniendo el foco de la investigación en la condición de la mujer como trabajadora en el marco de la economía capitalista y su desarrollo como clave en los proyectos de economía popular. Para hacerlo pasaremos a describir las características centrales de la acumulación capitalista pos reestructuración global del capital en la década del `70. La acumulación por desposesión: David Harvey (2004) desarrolló el concepto de “Acumulación por Desposesión” para explicar el comportamiento internacional del capitalismo en sus diferentes momentos históricos. Tanto Lenin como Rosa Luxemburgo consideraban que el imperialismo era la respuesta a la larga supervivencia de capitalismo pese a las múltiples crisis. Para Harvey el imperialismo esta relacionado con la idea de “ajuste” espacio – temporal. La sobreacumulación en un determinado sistema territorial supone un excedente de trabajo y excedente de capital. Estos excedentes pueden ser absorbidos por: el desplazamiento temporal a través de la inversión de capital a largo plazo y el desplazamiento espacial con la apertura de nuevos mercados, nuevas capacidades productivas y nuevas posibilidades de recursos y de trabajo en otros lugares. El ajuste espacio – temporal es una metáfora de las soluciones de la crisis capitalista a través del aplazamiento temporal y la expansión geográfica. La apertura de nuevos y más baratos complejos de recursos y de nuevos espacios dinámicos de acumulación de capital en formaciones sociales preexistentes brinda diversos modos de absorber los excedentes de capital y de trabajo. Harvey vuelve así hacia la acumulación originaria del capital, para explicar que es ese proceso de expropiación de recursos preexistentes el que el capitalismo repite ante las sucesivas crisis de sobre acumulación. La acumulación originaria incluye la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión forzada de las poblaciones campesinas; la eliminación de los derechos de propiedad comunal, colectiva o estatal y la imposición de la propiedad privada; la supresión del derecho a bienes comunes, la mercantilización de las fuerzas de trabajo y la supresión de formas de producción y consumo alternativas; los procesos coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos, incluyendo los recursos naturales; la monetización de los intercambios y la recaudación de impuestos, particularmente de la tierra. A esto se agrega que han aparecido en la actual dinámica de acumulación y reproducción del capital mecanismos nuevos de acumulación por deposición como: 1- Los derechos de propiedad intelectuales, en las negociaciones de la OMC y en diferentes TLC. 2- La mercantilización de las formas culturales, las historias y la creatividad intelectual. 3- La total mercantilización de los bienes ambientales globales y su depredación (agua, aire, tierra). 4- La corporativización y privatización de los activos públicos. 5 - La vuelta al dominio privado del derecho de propiedad común, como la pensión estatal, la educación y el sistema sanitario, ganado a través de la lucha de clases. La acumulación por desposesión es omnipotente, sin importar las etapas históricas, y se acelera cuando ocurren crisis de sobre acumulación. Hoy el motor de esta acumulación lo constituyen las empresas transnacionales que operan en los diferentes puntos del planeta, y los flujos financieros de capitales que por su volatilidad son la fuente más certera de inestabilidad y despojo. Desarrollo y progreso: Ha sido objeto de profundas investigaciones en el campo de las Ciencias Sociales el hecho de que los conceptos y categorías tienen un anclaje histórico y una trayectoria en la cual se observan continuidades y rupturas. El concepto de Desarrollo, el cual es heredero de la idea de progreso de la modernidad, connota algo positivo y deseable, sin embargo, con los cambios en la conciencia histórica, se ha descubierto como un proceso no lineal ni seguro, aún menos como un mecanismo que genere automáticamente beneficios. Sobre las bases epistemológicas planteadas en la Modernidad se sustentan las principales teorías de desarrollo del siglo XX. La episteme moderna, de los siglos XVII y XVIII, desde el racionalismo de Descartes al idealismo trascendental de Kant, si bien no constituye una modernidad monolítica sino modernidades, se vuelve definitivamente hegemónica en las ciencias naturales y sociales dado que configura y cruza todo el pensamiento mediante ideas fuerza (Seoane, 2003). Tales concepciones se constituyen en un metarelato mediante el cual se legitiman los discursos a nivel ideológico, social, político y científico. Estas ideas que se estructuran como denominador común son las de: Razón, Sujeto, Ciencia, Tecnología, Historia, Progreso, Tolerancia, Ética racional y Emancipación, conforman una totalidad orgánica que resulta constitutiva de los diferentes discursos o campos hegemónicos de las prácticas científicas, culturales e ideológicas del mundo moderno y que los legitima como discursos verdaderos, vale decir, científicos. La Historia y el Progreso son entendidos en sentido evolutivo de fases cuyo fin último, que se realizará necesariamente, es la Modernidad. Para la visión del progreso, la otredad cultural es concebida atrasada. El eurocentrismo, bajo teorías sociales evolucionistas, se considera a sí mismo como el máximo exponente de la modernidad avanzada. La modernidad como forma cultural, adopta un pensamiento político democrático bajo una concepción igualitarista del hombre. La razón es una facultad producto de la investigación. El centro ético es un individuo racional (para Kant) autónomo y por efecto de su saber racionalista, se reconoce en sociedad y procura el bienestar social, concibiendo la posibilidad de hallar una Ética científica, racional y universal a partir del conocimiento de las ciencias sociales (para Comte y Durkheim) y de la concepción ético-política del Estado (para Hegel), su legalidad e institucionalidad en defensa de la libertad humana. La idea de Emancipación en la matriz discursiva se halla bajo la lógica del dominio sobre la naturaleza concebida como hostil en la lucha por la existencia. Este dominio sobre la naturaleza asume características depredatorias en la lógica de acumulación capitalista, las nociones de progreso–desarrollo–evolución encubren la sumisión del trabajador y el territorio a la ilimitada reproducción del capital desde la modernidad a nuestros tiempos, dado que el progreso en la sociedad capitalista es una analogía de productivismo, y el productivismo se materializa mediante el aumento ilimitado de la productividad. Considerada históricamente la expansión de la reproducción del capital se sostiene en dos procesos entrelazados: la explotación hecha efectiva por la apropiación del producto excedente bajo la forma de plusvalor 1, y el despojo entendido como la apropiación violenta o encubierta bajo formas de apariencia legal de bienes naturales, comunales o públicos. Como postula Fabio Mascaro Querido (2009) desde mediados de la década de 1970, la reorganización de los parámetros de acumulación y reproducción ampliada del capital anunció la emergencia de una crisis ecológica sin precedentes, revelando el ímpetu destructivo que preside la lógica capitalista. Desde el crecimiento exponencial de la polución del aire, el agua potable y el medio ambiente a la destrucción vertiginosa de las selvas tropicales y la biodiversidad, desde el agotamiento y la desertificación del suelo a la drástica reducción de la biodiversidad por la extinción de millares de especies, son varios los ejemplos del carácter destructivo del modelo civilizatorio capitalista. Desde entonces, las amenazas contra las condiciones físicas de reproducción de la vida alcanzaron, en numerosos países, y hasta en regiones enteras, una dimensión mucho más trágica que a comienzos del siglo XX. Si hasta entonces los defensores del “progreso” capitalista aún podían ensalzar su poder de “destrucción productiva”, ahora, más que nunca, el aspecto predominante es el de la “producción destructiva cada vez mayor y más irremediable”, activando la posibilidad de eliminación de las condiciones de reproducción sociometabólica del capital. El cuadro sugiere, por ende, la eclosión de una verdadera “crisis civilizatoria” caracterizada por el “agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y cultural” 1 Marx define la plusvalía en “El Capital” (capitulo IX) como el tiempo de trabajo extra realizado por un obrero. Es decir, es la parte de la jornada de trabajo que traspasa los límites del trabajo necesario para la subsistencia del obrero, que es apropiada por el capitalista. (Fabio Mascaro Querido, 2009). Más que de una crisis cíclica de tipo “clásico”, se trataría de una crisis global de la civilización capitalista, cuya expresión más dramática es la degradación absolutamente destructiva del ecosistema, indispensable para sustentar los absurdos índices de consumo de los países más ricos. No por azar, hoy en día, detrás de palabras tales como “ecología” y “medio ambiente”, se esconde nada menos que la continuidad de las condiciones de reproducción social de ciertas clases, de ciertos pueblos e incluso de ciertos países (Fabio Mascaro Querido, 2009). Una critica marxista a la noción de progreso y una critica al marxismo productivista: En el Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1989), Marx resume las tesis fundamentales de la concepción materialista de la historia, concepción asentada sobre la idea de progreso. En él se plantean, entre otras, las relaciones y los vínculos dialécticos que unen a las fuerzas productivas con las relaciones sociales de producción. Anunciaba Marx que dentro de esas relaciones y vínculos dialécticos, el elemento dinámico, el motor impulsor del desarrollo social son las fuerzas productivas desarrolladas a partir del progreso en la producción. El análisis de esta relación dialéctica hace que el desarrollo de la historia aparezca como algo coherente y explicable. Es evidente que en la medida en que el hombre se ve obligado a luchar contra la naturaleza para arrancarle sus riquezas y poder subsistir y desarrollarse, se ve obligado a dominar más la técnica y a asimilar mejor las experiencias que va adquiriendo en el trabajo; de aquí que vaya enriqueciendo sus conocimientos en el proceso productivo. En esta lucha por evitar que la sociedad se estanque y perezca, se ve obligado también a perfeccionar los medios con los cuales produce, es decir, los medios de producción. De esta forma se va produciendo lenta pero ineludiblemente el desarrollo de lo que Marx llamó las fuerzas productivas materiales de la sociedad que en determinado momento de su desarrollo encuentran en las relaciones sociales de producción, determinadas por la propiedad de los medios de producción, obtáculos reales a su desarrollo. Para la teoría marxista sólo es posible el paso de un modo de producción a otro cuando se haya agotado el desarrollo de las fuerzas productivas en su vinculación dialéctica con las relaciones sociales de producción. De aquí que Marx expresó lo siguiente: Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de una sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos lenta o rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. (Marx C, 1989, Pág. 8) Para la teoría revolucionaria del marxismo el progreso de las fuerzas productivas, la sumisión de la naturaleza y el trabajador a la dinámica productiva en rápida transformación, no es sólo inevitable sino también absolutamente necesaria para el paso al socialismo. Autores del marxismo clásico como Walter Benjamín (2009) y otros más recientes como Michael Löwy (2011) cuestionan esta visión del progreso inevitable y plantean que hay que revertir esta lógica productiva en el mismo proceso en el que se construye el cambio social. Es decir, frenar el productivismo destructivo en el propio proceso en el que se construyen otras lógicas productivas. Es en este sentido que la economía popular es entendida como una práctica que prefigura esa sociedad distinta portadora de esas otras lógicas productivas basadas en el respeto a la naturaleza y en la valorización del trabajo, el trabajador y la trabajadora. Para Michael Löwy (2011), ante los desafíos establecidos por el carácter destructivo del “progreso” capitalista en los tiempos contemporáneos, el marxismo precisa, para enfrentar los problemas actuales, radicalizar su crítica de la modernidad, del paradigma de la “civilización moderna/burguesa”. En un contexto de crisis civilizatoria, del que la crisis ecológica tiene su expresión más sintomática, el marxismo necesita romper con su culto al progreso, a las fuerzas productivas y a la tecnología generada por el capitalismo Si, como se sabe, el capitalismo es necesariamente destructivo y, por tanto, “insustentable” desde el punto de vista ecológico, el socialismo se mantiene como la “utopía concreta” revolucionaria que apunta al futuro. Pero, actualizándose, se trata de un socialismo en ruptura con el progreso, en el cual es imprescindible el componente ecosocial, que requiere una nueva forma de entender y asumir las relaciones no sólo entre los seres humanos, sino entre éstos y la naturaleza (Mascaro Querido Fabio, 2009) La tesis mas significativa a la hora de reconstruir la idea benjaminiana del progreso es la Tesis IX, conocida como Angelus Novus: Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso (Benjamín Walter, 2009, Pág 80). La crítica central al concepto del progreso es que éste constituye un lastre para la historia a la que convierte en un camino recto y eterno que no sirve sino para mantener las posiciones de vencedores y vencidos. La subsistencia de esa idea, en la filosofía de la historia y en todas las corrientes contemporáneas -incluido particularmente el materialismo histórico-, tiene como efecto principal producir una seguridad falsa en el futuro que convierte a éste en algo ya prefigurado y que adquiere un valor providencial. La historia se presenta como inevitable y esta inevitabilidad imposibilita visualizar el cambio social necesario para evitar la sumisión total del trabajador y la naturaleza a las necesidades de reproducción del capital que sumergen a la humanidad en una profunda y destructiva crisis civilizatoria. Mundo del trabajo. Para analizar las características fundamentales que asume el productivismo capitalista y su particular impacto en el mundo del trabajo, los trabajadores y las trabajadoras, tomaremos como caso ejemplo su configuración en el modelo de desarrollo de la Argentina reciente. Para ello, nos centraremos en la caracterización de los rasgos más salientes que asume el mundo del trabajo en la Argentina reciente a partir de la exploración y el análisis de los datos que se encuentran en el INDEC, Ministerio de Economía y Finanzas, Ministerio de Trabajo nacional y provincial y consultoras privadas. Los datos oscilan entre fines del año 2010 y principios de 2012 de acuerdo a su actualización en los organismos a los cuales recurrimos. Para fines del año 2010, según la EPH-INDEC, la tasa de actividad en Argentina es de un 45,8%, mientras que la tasa de empleo se ubica en el 42,4%. para el mismo periodo. En relación a la ocupación por sector, para el último trimestre de 2010, podemos decir que de 6.074.828 trabajadores ocupados, 2.844.870 se ocupaban en el sector de servicios y 1.090.626 en el comercio mientras que las actividades productivas más relevantes del modelo económico como la minería (65.443) y la agricultura (358.634). Queda de manifiesto así la tercerización de la economía y los déficit estructurales en la generación de trabajo genuino. La industria incluso, pese a la recuperación económica emplea a 1.228.889 trabajadores un porcentaje sin mucha significación si atendemos a la pretensión industrialista del modelo de desarrollo argentino. Según estimaciones oficiales (EPH, INDEC, 2012), la desocupación del primer trimestre del 2012 se ubicó en 7,1% (equivalente a 1.159.000 trabajadores y trabajadoras), una baja de 0,3 puntos porcentuales en relación con el mismo período de 2011. Es necesario hacer referencia, al gran porcentaje de trabajo informal observado que se ubica en un 34,2%, según los datos del INDEC correspondientes al último trimestre de 2011. En particular, en algunas regiones del país, como el Noroeste y Nordeste, el empleo en negro alcanza al 41,9 y 41,0 por ciento, respectivamente. De esta manera, de los 11.800.000 asalariados que se computan hasta el momento, 7,8 millones se registran en el sector formal y 4 millones en el informal. Según el último informe del EDI, el salario promedio sobre el que se realizan los aportes jubilatorios llega a los 5.500 pesos, pero el 55% de esos trabajadores percibe hasta 4.000, muy alejado de la canasta familiar estimada entre 5.000 y 6.000 pesos. En el otro extremo 1.4 millones gana entre $7.000 y 30.000 o más pesos al mes. Los trabajadores no registrados ganan como mínimo un 30% menos que los registrados. Esta fragmentación se percibe también al interior de los trabajadores del sector público, entre los del Estado nacional y los que laboran en los Estados provinciales y municipales. (Fuente: INDEC y Dirección Nacional de Programación Económica) Durante la última década ha sido significativa la consolidación de la fractura del mercado laboral iniciada en los ’90, no sólo entre los trabajadores formales e informales, sino también al interior de la estructura formal. Siendo que la precarización se extiende por el conjunto. Según informes proporcionados por el CECSO en 2008 casi el 60% de los ocupados estaban empleados en modalidades precarias, lo cual incluye pero excede el empleo no registrado. Un porcentaje considerable de esta población remite a las formas de contratación estatal. La subocupación, es decir quienes trabajan menos de 35 horas semanales alcanzó en el primer trimestre del año un 7,4%. Mientras que el 32,4 % de la población se encuentra sobreocupada. En el sector formal el salario aumentó 285% en promedio entre diciembre del 2001 y julio 2010. Según el índice de inflación que se tome para realizar la comparación (INDEC, cálculos provinciales, estimaciones privadas), ese incremento se ubica por encima o por debajo de la pobreza. Pero en el mismo período se registró un aumento de la productividad muy superior al incremento de los salarios reales y por esta razón los costos salariales decayeron. El contraste es más significativo si la evaluación se realiza comparando con los beneficios. Las ganancias de las empresas se duplicaron en la última década y su patrimonio es 200% mayor que en el 2003. El escenario empeora si consideramos el fuerte impacto que tiene la inflación en el debilitamiento de los salarios reales, lo cual impacta directamente en los niveles de pobreza que según consultoras no oficiales, consultora Equis, a fines de 2011 rondaba el 17% de la población. Estimaciones privadas de distintos orígenes dan cuenta que el índice de inflación acumulada en el pasado año 2010 habría sido aproximadamente el doble del que mide el INDEC. Esto duplica por lo tanto el número de argentinos que no llegan a cubrir la canasta básica de alimentos y servicios. Así el modelo ha consolidado la categoría del “trabajador pobre” (que no cubre la canasta familiar), frente a la figura del “desocupado pobre” que prevalecía en la crisis del 2001. Alrededor del 20% de los argentinos (9.5 millones de personas) son pobres y cerca de 3 millones son indigentes porque no llegan a cubrir el costo de la canasta básica de alimentos. Estos son promedios dentro de un territorio donde la pobreza alcanza al 40% en la zona noreste y alrededor del 34% en el noroeste (Arencibia, 2011). A esta situación debemos agregar los datos en torno a la distribución de las riquezas en la Argentina. Según los porcentajes obtenidos en el último trimestre del año 2011, el 10 por ciento de los hogares más ricos concentra el 28,8% de los ingresos totales, mientras que el 10% más pobre apenas logra el 1,7%, esto se desprende de datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística y Censos. De acuerdo con este trabajo, el ingreso medio en los hogares de más altos ingresos es de 16.689 pesos, mientras que en el nivel inferior es de 1.014 pesos por mes. La relación muestra que los ingresos en el 10 por ciento de los hogares más ricos es 16,4 veces más que en los que están en la base inferior de la escala. Mientras que el 20% de los trabajadores mejor remunerados del sector privado capta el 52% de la masa salarial, el 20% ubicado en la base percibe el 5,2% de ese total . Los estudios oficiales intentan demostrar que “el modelo reduce la desigualdad”. Destacan que la diferencia entre el 10% más rico y el 10% más pobre se redujo de 37 a 16 veces (2003 -2010), que el índice Gini declinó de 0,54 a 0,39% y que la participación de los trabajadores en el ingreso mejoró de 34,5 a 44,9% (2003-2010). Estos cambios han seguido una pauta cíclica determinada por el nivel de actividad y los vaivenes del mercado laboral. Si se considera un período prolongado (y no la sesgada comparación tras el colapso del 2001) se verifica que el coeficiente Gini prácticamente no cambió entre 1994 y 2010. Mujer y trabajo: Nos abocaremos a caracterizar el lugar que ocupa la mujer en el mundo del trabajo en la Argentina reciente aseverando como rasgo fundamental que se observa en el periodo 2003/2006 un aumento del empleo y una disminución del desempleo femenino aunque la inequidad de género persiste. En el 2006 las mujeres continúan teniendo más posibilidad de estar desocupadas, en este año el 15,1% de las mujeres estaba desocupada y solo el 8,7% de los hombres. Según un informe de la OIT en nuestro país del total de la masa laboral un 45% son mujeres y de ese total la informalidad es más del doble y en materia de salarios hay una brecha media del 30% menos entre lo que reciben las mujeres relacionado con los hombres. Según el informe de SEL Consultores el trabajo en la economía informal entre los hombres se sitúa en torno al 37% mientras que entre la población femenina supera el 49%. En la franja del 30% de los hogares más pobres el 77 por ciento de las mujeres se encuentra en situación de vulnerabilidad laboral esto quiere decir: sin trabajo, con empleo precario o con programas de asistencia social. Mientras que en mujeres de hogares con mayor nivel de ingreso las actividades precarias alcanza solo el 14 por ciento de las ocupadas, esto refleja la segregación del mercado laboral. Los diferentes niveles de ingreso, la inserción en el mercado laboral o la no pertenencia a él, los distintos perfiles ocupacionales se encuentran en estrecha relación con las disparidades existentes también en el acceso y la calidad del sistema previsional. La situación de las mujeres es particularmente critica ya que las desventajas y discriminaciones que se observan en el mercado de trabajo también se traducen en el sistema previsional (subestimación del trabajo reproductivo, trayectorias laborales femeninas intermitentes, sobrerepresentación femenina en economía informal). Otra problemática que atraviesan las mujeres particularmente las de menores ingresos es la concentración en segmentos de empleo que tienen menores beneficios y derechos que el resto de los trabajadores y trabajadoras asalariadas. Un ejemplo de esto es el servicio domestico no remunerado que en el periodo 2003 – 2006 explica el 18,7% de la ocupación femenina mayor de 14 años. Las mujeres trabajadoras del servicio domestico se caracterizan por ser en mayor proporción jefas de hogar y por tener edades más avanzadas – relativamente envejecidas- en relación con sus congéneres del sector privado. Por otra parte sus hogares tienen mayor presencia de menores en el hogar y el nivel de pobreza es más alto, estas trabajadoras se caracterizan por tener un nivel educativo significativamente mas bajo que las asalariadas del sector privado: mas de las tres cuartas partes no concluyó el nivel medio educativo. Finalmente, es mayor la proporción de migrantes internas y de otros países, en relación con el resto de las asalariadas (Gherardi, N. y Zibecchi, C. 2010, pág. 9) La mujer es el eslabón de la cadena más débil. A la sobre explotación del trabajo femenino, la precariedad laboral y la desventaja en relación a la valorización del trabajo del hombre se le suman los datos del Ministerio de Trabajo según los cuales las mujeres constituyen el 60% de las víctimas de violencia en el ámbito laboral. Valor de uso – Valor de cambio: En el marco de la economía capitalista, la reproducción social de la existencia del hombre y la mujer, su vinculación con la naturaleza, produce bienes en un doble propósito: uno estrictamente vinculado a la satisfacción de las necesidades humanas y otro a la reproducción del capital. La distinción entre valor de uso y valor de cambio de la mercancía se convierte en núcleo central del sistema capitalista. Y esto es así porque el capital no considera valor de uso y valor de cambio como separados, sino al contrario, subordinando radicalmente el primero al segundo. La creciente disyunción entre la producción orientada genuinamente a la satisfacción de las necesidades humanas y aquella orientada hacia la auto-reproducción del capital ha generado y acentuado de manera progresiva consecuencias destructivas que ponen en riesgo el presente y el futuro de la humanidad. Esta lógica destructiva, que se acentúa en nuestros días, permitió a Mészáros desarrollar una tesis central en su análisis, postulando que el sistema de capital no puede más desarrollarse sin recurrir a la tasa de utilización decreciente del valor de uso de las mercancías. Es esta misma lógica implícita en la propia realización del valor la que se encuentra en el corazón de la crisis crónica del capitalismo, según refiere Mészáros. Esta crisis en la realización del valor se expresa, como pudimos comprobarlo en apartados anteriores, directamente en la erosión de la mano de obrera contratada y reglamentada, que sumergida en la precariedad ve sesgada la posibilidad de transformación de las condiciones materiales de existencia social y, por otro lado y al mismo tiempo, en la destrucción de la naturaleza a escala global. De este modo, podemos observar que el modo de producción capitalista en su actual grado de desarrollo ha llevado hacia límites inimaginables la subordinación del hombre, la mujer y la naturaleza a las necesidades de reproducción del capital; ha socavado las posibilidades de construcción de sujeto-trabajador/a-colectivo atomizando y precarizando condiciones de trabajo y de vida; ha mediado en la relación hombrenaturaleza imponiendo lógicas eficientistas y destructivas; ha consolidado y perpetuado una condición de explotación del hombre por el capital y, en particular, una superexplotación de la mujer trabajadora como último eslabón de la cadena de reproducción del capital. En definitiva, se ha profundizado y exacerbado la producción capitalista centrada en el lucro, el capital y el mercado como ejes de organización de la vida social en detrimento del cuidado de la vida, el desarrollo integral y pleno del hombre, la mujer y la naturaleza. Ahora bien, tal como plantea Antunes, Expansionista en la búsqueda creciente y desmedida de plusvalor, destructivo en su procesualidad pautada por lo descartable y la superfluidad, el sistema de capital se vuelve, en el límite, incontrolable. (...) La forma de una crisis endémica, acumulativa, crónica y permanente, (...) replantea, como imperativo global de nuestros días, dado el espectro de destrucción global, la búsqueda de una alternativa societaria apuntando a la construcción de un nuevo modo de producción y de un nuevo modo de vida cabal y frontalmente contrario a la lógica destructiva del capital hoy dominante. (Antunes, 2009) Economía Popular: En este contexto apostamos a la consolidación y desarrollo de una otra economía que asentada en otras prácticas, lógicas y valores se propone otra relación entre los hombres y con la naturaleza: la Economía Popular. Cuando se habla de Economía Popular generalmente se hace referencia a un sector que corresponde a las actividades económicas que han sido desarrolladas por las clases subalternas para intentar satisfacer sus necesidades básicas que se distingue por la especificidad de su lógica económica que es la reproducción de la vida y no la acumulación de capital. Entendemos que el campo de la Economía Popular es un campo en disputa. Por un lado, organizaciones sociales y populares asumen la lucha por la transformación de las condiciones socio-económicas que reproducen la exclusión, planteando la Economía Popular como una perspectiva superadora de las relaciones sociales capitalistas. Por otro, aquellas instituciones orientadas estructuralmente a garantizar la continuidad de la acumulación capitalista –como el Estado y los organismos financieros internacionales–, promueven la capacidad emprendedora de los sectores considerados vulnerables, financiando microemprendimientos, también bajo una retórica que apela a la Economía Social y Solidaria. Tal como afirma Razeto (1999), la Economía de Solidaridad no será un modo definido y único de organizar actividades y unidades económicas. Al respecto, Lía Tiriba (1999) afirma que la Economía Popular ha sido entendida de diferentes maneras, que en algunos aspectos se diferencian, contraponiéndose o complementándose. Sin embargo, los distintos conceptos se diferencian en función de distintas perspectivas y proyectos de sociedad. En este sentido es que entenderemos la Economía Popular como un repertorio de acción colectiva de las clases subalternas 2 que apunta a revertir la dominación del capital sobre el trabajo. Teniendo presente la necesidad de hacer un recorte propio de una investigación pero reconociendo que cada experiencia asume la características propias de cada proceso socio-histórico, haremos una aproximación a una descripción de los rasgos salientes de lo que creemos define a la Economía Popular en el marco de un proyecto societal emancipatorio: 2 Entendemos los repertorios de acción colectiva como un conjunto ilimitado de rutinas que son aprendidas, compartidas y ejercidas mediante un proceso de selección relativamente deliberado, una manera de actuar colectivamente en defensa o prosecución de intereses compartidos a lo largo del tiempo y del espacio (Tilly, 1996) 1- Tal vez el punto más importante a tener en cuenta es la disolución de la propiedad privada de los medios de producción en una propiedad colectiva. La disolución de la relación tradicional capital–trabajo por la fusión del trabajo y el capital es decir el trabajador es también el dueño colectivo de los medios de producción. Este es un principio fundamental en la desalienación del trabajo y en la construcción de un trabajador que es el dueño del fruto de su trabajo. La construcción de un trabajador “sujeto pleno”. 2- Íntimamente vinculado al punto anterior, la Economía Popular al no dividir las relaciones sociales de producción en propietarios y trabajadores enarbola una lógica democrática en el proceso de toma de decisiones, es decir, las decisiones que confieren a la producción, distribución y consumo recaen sobre un proceso colectivo que asumen los trabajadores en su totalidad. 3- Existe una reconceptualización de la relación hombre/naturaleza ya que la Economía Popular no se rige por la valorización del capital sino por criterios de producción que ponen en el centro al hombre y la mujer y no al capital. Es decir, la Economía Popular rompe con la lógica capitalista que hace imperar al valor de cambio por sobre el valor de uso y se sustenta en la producción de bienes socialmente significativos, es decir, pondera el valor de uso de las mercancías. 4- El cuarto punto esta íntimamente vinculado al anterior y es que en la Economía Popular se fomentan otras prácticas de consumo ya no vinculadas a las lógicas de producción capitalista y de auto-realización del capital sino un consumo responsable y vinculado a la satisfacción de las necesidades reales3 de la sociedad. 5- Se da una distribución proporcional de los ingresos en relación al tiempo de trabajo desarrollado, es decir anula el principio básico del capitalismo: la plusvalia. Ya no se produce un excedente cuyo destino sea la apropiación por parte de la clase propietaria sino que el resultado del trabajo se divide en forma proporcional al trabajo realizado entre los trabajadores. 6- Íntimamente vinculado a los puntos anteriores y subyaciendo en cada una de sus prácticas, se encuentran una serie de valores necesarios para su desarrollo pleno y que apuntan a la deconstrucción simbólica de la dominación del capital: justicia, honestidad, transparencia, responsabilidad social y cooperación. 3 Entendemos por necesidades reales como una conjunción socio-histórica determinada espaciotemporalmente. Conclusión: Frente a la lógica del capital, regida por la racionalidad económica y las leyes de mercado, cuyo fin último es la autorealización del valor de cambio necesario para garantizar la acumulación capitalista, está emergiendo una política territorializada (una política del lugar, del espacio y del tiempo), movilizada por el derecho a la identidad cultural de los pueblos, legitimando reglas plurales y democráticas de convivencia social. El territorio es el lugar donde se reafirma la identidad, no como un factor productivo, sino como el espacio social donde los actores sociales desarrollan proyectos autogestionados para satisfacer necesidades, aspiraciones y deseos de los pueblos que el modo capitalista de producción no puede cumplir. Cuando las fronteras de la dominación tocan las de la vida se multiplican las resistencias afirma Ana Esther Ceceña (2004). La profundidad alcanzada por los mecanismos de desposesión disminuye la capacidad de incorporación al sistema de un conjunto creciente de personas. Es la exclusión la que empuja a los pueblos a la construcción de otras pautas de socialización, otros modos de vida. La insubordinación de los excluidos, la insurrección, cuando la disputa es por elementos esenciales para la conservación de la vida (el territorio y los recursos para la subsistencia por ejemplo), se convierte en un mecanismo de supervivencia. Es la mujer un actor central en la construcción de estas otras pautas de sociabilidad, por su carácter marginal en el desarrollo de la sociedad capitalista. Alguna vez, la feminista anarquista Emma Goldman (2011) dijo: “La mujer es el obrero del obrero”, aludiendo a la doble explotación que viven las mujeres. Emma Goldman se refería a las exigencias de la maternidad y del trabajo doméstico, aportes visibles -invisibilizados- de la mujer a la economía, aunque sin ellos el costo de la producción de la fuerza de trabajo sería mucho más alto. En las últimas décadas, a la doble jornada (la doméstica y el trabajo remunerado) se ha sumado una tercera: el trabajo comunitario, ya que la mujer se abocó a la construcción de repertorios de lucha que en un triple proceso van garantizando la subsistencia y el sustento de las familias y van construyendo otras relaciones sociales, portadoras de ese cambio social necesario a la hora de pensar deconstruir la lógica de dominación del capital sobre la naturaleza y sobre el trabajador y la trabajadora. Bibliografía: Antunes, Ricardo: “La sustancia de la crisis” Revista Herramienta Nº 41, Ediciones Herramienta, Bs. As., 2009. Arencibia, Fabiana: “Profundizar cual modelo”, en Red Eco, 29/01/2011. Benjamin, Walter: “Estética y Política”, Las Cuarenta, Bs. 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