la vida de carlos finlay y la derrota de la bandera amarilla2

Anuncio
Perfil biográfico’
A VIDA
L
DE CARLOS FINLAY Y LA DERROTA
DE LA BANDERA AMARILLA2
Jonafhan Leonard3
Ya casi se ha olvidado lo que significaba la bandera amarilla. En cambio, cien
años atrás todo el mundo, desde los médicos
más ilustres hasta los pilluelos analfabetos,
entendía muy bien lo que querfa decir. Sabían
que la bandera amarilla era la seríal de cuarentena que se desplegaba para avisar a la
gente que no se acercara a los lugares donde
acechaba la fiebre amarilla. Sabían también
que esta enfermedad podía aparecer impre
vistan-tente, golpear con una fuerza devastadora y cobrar centenares o millares de víctimas en unas cuantas semanas. Temían, pues,
con justa razón a la bandera amarilla que era
para todos un presagio de epidemias deso
ladoras y mortandad.
Los síntomas eran tales que aguijoneaban aun más el temor. Las formas leves
del “vómito negro” -como llamaban a veces
1 Ocasionalmente se publicarán en esta revista perfiles bit+
gráficos de figuras de las Américas que se han destacado
por sus aportes extmordinarios a la salud pública intemacional.
’ Se publica en el Bulletin of the Pan Americm Hdth Oqaniaztim, Vol. 23, No. 4, con el título “Carlos Finlafs Life and
the Death of Yellow Jack”.
3 Fsaitor y conector independiente de artículos biomédicos
para el Bulktin of the Pan Arneriam Hdth
Or~anizatim.
a la fiebre amarilla- producían fiebre, dolores de cabeza, ictericia, postración y náusea.
Los casos más graves se acompaíiaban de
vómitos de “sangre negra”, hemorragias y
delirio. Según las cimmstancias, para una
cuarta parte o más de los adultos afectados,
el resultado sería la muerte.
-22
8
s
;8
229
a
z
2
E
B
$
.%
.P
vi
B
õ
m
230
La ignorancia acerca de la enfermedad exacerbaba la sensación de peligro.
Algunos sabían que en los países donde la
fiebre amarilla era endémica, los niños por lo
general sufrían episodios leves de la enfermedad, y casi todos estaban enterados de que
las personas que habían tenido fiebre amarilla
eran inmunes a episodios posteriores. Sin embargo, nadie sabía cuál era la causa de esta
enfermedad, cómo se propagaba o cómo se
podía evitar. La única certeza era que cuando
este antiguo flagelo de las Américas llegaba
a una población susceptible, como las de La
Habana en 1649 o Memphis, Tennessee, en
1878, arrasaba igual que la peste negra. Por
esa razón, cada vez que se producía una epidemia grave, la gente huía de la zona, portando consigo la enfermedad. Así, la fiebre
amar& aparecía en una ciudad portuaria, se
dispersaba con la ola de gente despavorida y
llegaba decenas o cientos de kilómetros tierra
adentro antes de detenerse.
Sin embargo, a fines del siglo pasado, aproximadamente, se pudo interrumpir
este ciclo de devastación periódica. En 1901
se llevó a cabo una intensa campaña de salud
pública que extinguió la enfermedad en La
Habana, zona de importancia decisiva, y con
una labor similar se liberó de este flagelo a
los trabajadores que estaban construyendo el
canal de knamá. En otros sitios también se
realizaron actividades que asestaron un duro
golpe a la enfermedad. Así se abolió el yugo
de la fiebre amar& y, si bien no se logró
erradicar el virus (en parte porque continuó
infectando a los monos en las selvas), estos
acontecimientos pusieron fin al reino de terror de la enfermedad y al uso de la bandera
amarilla.
Los conocimientos que condujeron a esta proeza se remontan a 1881. El 14
de agosto, un médico cubano llamado Carlos
Finlay leyó un tratado extraordinario titulado:
“EI mosquito hipotéticamente considerado
como agente de transmisión de la fiebre amarilla” ante una reunión de la Real Academia
de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de
La Habana. Finlay explicó la manera en que
el mosquito conocido actualmente como
Ae&s aegypti propaga la fiebre auwilla picando a personas infectadas, portando el
agente patógeno e inoculándolo posteriormente en otras personas.
No se trataba de una teoría descabellada. Finlay, que a la sazón tenía 47 años,
describió la fisiología y los hábitos del mosquito con lujo de detalles, reveló la notable
similitud entre las temperaturas y altitudes
que permiten la supervivencia del mosquito
o fomentan su reproducción, demostró que
la motilidad de A. aegypti explica la epidemiología peculiar de la fiebre amariUa, a diferencia de los transmisores inanimados, y
presentó los resultados de experimentos minuciosos que había llevado a cabo y parecían
respaldar su opinión.
Aun más notable que la exactitud
y minuciosidad de la teoría de Finlay fue su
visión de futuro. El caso es que Finlay presentó su teoría casi 20 años antes de tiempo.
La comunidad de expertos en salud pública
y de investigadores médicos sencillamente tu
davía no estaba preparada para recibirla. Por
eso, a pesar de que Finlay publicó una larga
sucesión de monografías defendiendo una
idea que no estaba en boga, no fue sino hasta
el 1900 que algunas personas con el poder y
los recursos necesarios demostraron que la
“teoría del mosquito” era correcta y se basaron en ella para adoptar las medidas que
derrotaron rápidamente la enfermedad.
Cabe preguntarse, entonces,
quién era Carlos Finlay, de dónde venía,
cómo fueron su crianza, su educación y su
vida personal, y qué lo motivaba. ¿Fue simplemente un investigador en el lugar y en el
momento apropiados, o tenía cualidades que
lo distinguían de los demás? Por encima de
todo, icómo descubrió el gran secreto de la
fiebre amarilla y de dónde sacó la tenacidad
necesaria para defender su teoría a pesar del
rechazo prolongado y prácticamente universal de sus colegas?
ELlkIUNDODEFINLAY
Carlos Juan Finlay nació en
Puerto Prfncipe (actualmente Camagüey),
Cuba, en 1¿3?L3.
Su padre, Edward Finlay, fue
un médico escocés que salió de Inglaterra a
principios de la década de 1820, cuando todavía era estudiante de medicina, para rmirse
a una fuerza expedicionaria británica que estaba luchando junto a Simón Bolívar por la
liberación de Venezuela. El buque en que viajaba naufragó y Edward terminó en Puerto
España, Trinidad. Allí comenzó a ejercer la
medicina y se casó con una muchacha de
ascendencia francesa llamada Eliza de Barres.
El matrimonio se mudó a Puerto Príncipe en
1831, y en 1834, un ano después del nacimiento de Carlos, se estableció en La Habana.
Allí, Finlay padre ejerció la medicina, espe
&lizándose en ofta.lmologfa, hasta su muerte
en 1872.
En esa época, Cuba era una colonia española. De hecho, fue la “isla fiel” y
el último bastión de España en las Américas
hasta la guerra de 1898 entre España y los
Estados Unidos de América. Sin embargo, no
todo andaba bien en el gobierno de la colonia.
Durante la mayor parte del siglo XIX se sucedieron vanos gobernadores generales que
administraron la colonia de forma más o
menos arbitrana, dada la falta de un control
efectivo por parte de España. Este gobierno
ineficiente condujo a un rreciente descontento.
Es probable que ello no haya
constituido un problema para Carlos Finlay
durante su juventud, ya que rara vez se encontraba en Cuba. Su padre continuó viajando después de establecerse en La Habana
y Carlos viajó con él de niño a vanos lugares
de las Arrullas y de América del Sur. En 1844,
cuando tenía 11 anos, lo enviaron a una escuela francesa de Le Havre. Dos anos después, un ataque de corea que lo dejó con un
problema permanente de lentitud y confusión del habla lo obligó a volver a Cuba para
recuperarse. No obstante, en 1848 volvió a
Europa, pasó un tiempo en Inglaterra y Alemania, y comenzó los estudios universitarios
en Rouen, Francia. Allí estudió hasta 1851,
pero ese ano un episodio de fiebre tifoidea lo
obligó una vez mas a regresar prematuramente a su hogar sin un titulo universitario.
Según las leyes españolas, para
estudiar medicina se necesitaba un titulo de
licenciado en letras, de manera que Finlay no
permaneció mucho tiempo en Cuba, sino que
fue a estudiar medicina en los Estados Unidos, donde el nivel académico era inferior,
desde el punto de vista de los eruditos de La
Habana, las normas de ingreso eran menos
estrictas y no se necesitaba una licenciatura.
Felizmente para sus estudios posteriores sobre la fiebre amar&, Carlos Finlay
ingresó en el Jefferson Medical College, de
Filadelfia, donde estudió con el profesor John
Kearsly Mitchell, uno de los primeros que
sostuvo sistemáticamente la teoría de la función de los gérmenes en las enfermedades, y
su hijo, el Dr. S. Weir Mitchell, que tema
apenas cuatro anos mas que Finlay y fue su
principal instructor en la facultad. Jo que Finlay aprendió de estos dos hombres fue importante, especialmente porque la comprensión de la relación entre los gérmenes y las
enfermedades sería fundamental para sus trabajos posteriores sobre la fiebre amanlIa.
Ambos maestros tuvieron en él una gran influencia. Weir Mitchell, que más tarde sería
muy conocido como médico y escritor, era
tan capaz como expresivo. Finlay y él se hicieron grandes amigos. ‘Trate en vano”, escribió Weir Mitchell anos más tarde, “de convencer a Finlay, que estudió conmigo durante
tres años -de
hecho, fue mi primer
alumno- de que se estableciera en Nueva
York, donde habfa muchos esparioles y cubanos. Afortunadamente, no siguió mi consejo”.
En un principio, esta decisión tal
vez no le haya parecido muy acertada al propio Finlay porque, poco después de regresar
a Cuba, encontró un obstáculo en su carrera:
2
k
5
su
.
-E
E
3
231
8c-(
2
5
LJL
un examen oral que tenía que pasar para revalidar su titulo de médico. En esa ocasión,
su problema del habla, las dificultades idio
máticas resultantes de su formación en
idioma inglés y la poca estima que los profesores de La Habana tenfan por la enseñanza
de la medicina en los Estados Unidos conspiraron en su contra. Reprobó el examen, tras
lo cual viajó al Perú y a otros países de América del Sur con su padre durante un ano, en
parte para trabajar en el campo de la medicina
y en parte para recuperarse del revés sufrido.
Rn marzo de 1857 se presentó a
examen nuevamente (una de las cualidades
de Finlay era la persistencia), y esta vez
aprobó. En 1860 y 1861 trabajó en centros
médicos de París mientras se especialimba en
oftalmología. Este período marcó el fin de sus
viajes de juventud por el mundo. En 1864, a
los 31 anos, abrió un consultono de medicina
general y cirugfa oftálmica cerca de la capital
de Cuba, y en 1865 se casó con Adela Shine,
natural de Trinidad. Carlos Finlay y su esposa
tuvieron tres hijos y formaron una familia que
más tarde llegó a ser muy conocida y respetada en La Habana.
Cuando Finlay se estableció en
Cuba, ya había adquirido algunas cualidades
sorprendentes. Internacionalista inveterado,
hablaba inglés, francés y alemán con fluidez,
además de español, que era su idioma matemo, y practicaba todos estos idiomas. (Entre
otras cosas, acostumbraba desayunar, almorzar y cenar con gente que hablaba uno de
esos idiomas extranjeros, alternándolos).
Ademas, como se educó en distintos medios
culturales, llegó a conocer esas culturas extranjeras. Debido a ese conocimiento, combinado con su gran afabilidad y su habilidad
para llevarse bien con la gente, era siempre
la persona preferida para trabajar con norteamericanos y europeos en cuestiones de salud
internacional.
Al mismo tiempo que adquiría
esta formación internacional, Finlay cultivó
un intelecto sumamente activo y penetrante.
Todo le interesaba. Aunque dedicó la mayor
parte de su energía a la medicina, jugaba muy
bien al ajedrez y de vez en cuando abordaba
problemas de filologfa, cosmología y matemáticas avanzadas. Una vez descifró un antiguo manuscrito en latín (lengua que conocía
bastante bien) y recopiló los datos históricos,
heráldicos y filológicos necesarios para demostrar que la biblia en que figuraba el manuscrito databa del siglo XVI y había pertenecido al emperador Carlos V del Sacro
Imperio Romano Germánico.
Rn vista de su pasión por la labor
intelectual, no causa sorpresa que en 1864,
año en que comenzó a ejercer la medicina,
solicitara entrada en calidad de socio supernumerario en la principal asociación científica
cubana, la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Debido en parte a que en ese entonces todavía
no se había forjado una buena reputación profesional en Cuba, sus primeros intentos de
convertirse en socio fracasaron. Sin embargo,
con el correr del tiempo sus colegas se dieron
cuenta de sus dotes y cuando se produjo una
vacante en 1872, Finlay fue propuesto como
Miembro de Numero de la Academia. Su candidatura fue aprobada por unanimidad.
Ese tal vez haya sido el acto mas
productivo de la Real Academia de Ciencias.
Esta institución ofreció a Finlay un foro donde
comenzó a presentar una monograffa tras otra
(un promedio de seis al ano entre 1873y 1887)
sobre mas de 30 temas, tanto médicos (la aclimatación y la salud de los europeos, la anestesia, los vendajes, el cáncer, las cataratas, el
cólera, la corea, la electroterapia, los leucocitos, la lepra, el sarampión, la septicemia, el
tétanos y la fiebre amanlIa) como de otra fndole (la fuerza de gravedad, instalación de un
laboratorio de bacteriología, la reglamentación del alumbrado de gas, enfermedades de
las plantas, la veracidad científica y la fabricación de jabón).
Lo increffle es que Finlay hizo
casi todos estos trabajos solo, durante su
tiempo libre y sin percibir remuneración alguna, es decir, en las horas que no dedicaba
al ejercicio de la medicina o a la familia. Durante mucho tiempo colaboró con él Claudio
Delgado, un colega medico con conocknientos de bacteriología, pero no tuvo una red de
colaboradores, equipos de ayudantes, fuentes
de financiamiento ni un gran laboratorio.
Tenía un consultorio en su casa, pero la
mayor parte de los informes que presentó a
la Real Academia de Ciencias se basaban ikicamente en sus agudas dotes de observación
y análisis. En otras palabras, al igual que muchos otros destacados pensadores del siglo
XIX, el principal laboratorio científico de Finlay era su cerebro.
Hoy día se destinan miles de millones de dólares a las investigaciones, hay
laboratorios deslumbrantes que ocupan acres
de terreno y el acervo de conocimientos médicos es tan vasto, que a duras penas podría
encontrarse a una persona que domine una
gama tan amplia de disciplinas médicas. En
la época de Finlay, tanto el sistema de apoyo
a las investigaciones como los conocimientos
médicos eran más limitados. La teorfa de los
gérmenes como agentes patógenos estaba comenzando a ganar aceptación; no existían las
vacunas, los antibióticos ni las técnicas quirúrgicas modernas, y la mayor parte de los
medios verdaderamente útiles para diagnosticar y tratar las enfermedades eran relativamente sencillos comparados con los actuales.
Por estas razones, en esa época un médico
como Finlay, con una formación liberal y un
intelecto brillante, todavía podfa explorar nuevos horizontes en muchos campos.
No todas las ideas de Finlay
daban en el blanco. Aunque estaba dispuesto
a presentar teorks lógicas pero no comprobadas, sabía que disponía de pocos recursos
para verificar la multitud de ideas brillantes
que se le ocmrfan. Por lo tanto, presentaba
teorías nuevas cuando creía que valían la
pena, tras un proceso de elaboración que las
alistaba para debates, pruebas y análisis por
otros investigadores.
Sin embargo, las ideas de Finlay
eran en general muy acertadas. Considérese,
por ejemplo, su trabajo sobre las temibles epidemias de cólera que azotaban periódicamente a La Habana. En 1867Finlay ya estaba
al tanto de los trabajos realizados en Londres
con respecto a la salud pública, en los cuales
se indicaba la relación entre la transmisión del
cólera y el agua contaminada. Anticipándose
a muchos de sus contemporáneos, Finlay empezó a buscar la manera de interrumpir la
transmisión de esta enfermedad.
Ese ano se produjo un brote de
cólera más intenso que de costumbre y Finlay
notó que muchas de las vktimas vivfan en
los alrededores de la Zanja Real, que era una
vía de agua municipal. Basándose en esta observación, escribió una carta al director de un
periódico local, el Dzirti de la Matirz~, recomendando que se cubriera la Zanja Real y
que la gente no usara de esa agua durante la
epidemia.
Lamentablemente, el censor oficial considero que las recomendaciones de
Finlay constituían una crftica de lo que el gobierno español estaba haciendo para combatir
el cólera y la carta nunca se publicó. Algunos
anos después, a principios de la década de
1870, Finlay bosquejó sus ideas sobre la transmisión del cólera ante la Real Academia de
Ciencias,4 lo cual a pesar de su valor, llegó
demasiado tarde para combatir el brote.
z
r-4
8
.
4 Carlos Finlay. Transmisión del cókra por medio de las aguas
comentes cargadas de prinlipios espeáficos. Anaks de la Rpnl
Academia de Ciencias Medicas, Físicas y Naturala de h tina
10:15%170,1873.
233
L AS INVESTIGACIONES
SOBRE LA FIEBRE
AMARILLA
8
22
g
’
5
E
2
cl
.s
234
(18!%-1881)
Finlay no tropezó con obstáculos
de esa índole en sus investigaciones sobre la
fiebre amar&. Al parecer, esta enfermedad
había existido en las Américas, particularmente en los alrededores de Darién (Panamá)
y Veracruz (México), desde la época de los
aztecas. Se propagó también por el Caribe,
posiblemente transmitida por los aguerridos
caribes 0 por otros navegantes, e invadió la
isla de Santo Domingo poco después de su
descubrimiento por los españoles. (Se dice
que en 1494 Cristóbal Colón sufrió un episodio benigno de fiebre amarilla en Santo Domingo.)
Cuba se mantuvo exenta de la
enfermedad hasta 1649, pero ese ano la fiebre
amanlIa se difundió por toda la isla y causó
la muerte de un tercio de la población. El
azote de la fiebre amar& continuó en forma
intermitente hasta 1653, ano en que desapareció, presuntamente debido a que ya no
había nadie que no hubiese quedado inmunizado por un episodio de la enfermedad.
Durante un siglo, aproximadamente, Cuba permaneció libre de fiebre amarilla, como una isla encantada de un libro de
cuentos. Sin embargo, en 1761 se produjo
otro brote. Esta vez la enfermedad se arraigó
en la isla, probablemente debido a que Cuba
se estaba convirtiendo en un puerto importante por el que pasaba una corriente incesante de inmigrantes y transeúntes no inmm-res.
Por consiguiente, en la época de
Finlay prácticamente todos los habitantes naturales de La Habana habían estado expuestos a la enfermedad durante la infancia, y si
bien algunos morfan (probablemente menos
del 5%), los demás quedaban inmunizados
de por vida. La situación de los adultos no
inmunes recién llegados era muy distinta.
Muchos de ellos morían cuando contraían la
enfermedad. En consecuencia, los que se
oponían a la inmigración a veces decfan cínicamente que la bandera amar& era su
amiga, en tanto que el rechazo y la enfermedad por lo general causaban horror a aquellos que llegaban a Cuba sin haber estado
expuestos previamente a la fiebre amar& (y
a veces sin saber el peligro que corrfan).
Carlos Finlay dijo que se interesó
por primera vez en el problema de la fiebre
amar& en 1858, tres anos después de concluir sus estudios de medicina y uno después
de ser habilitado para ejercer la medicina en
Cuba. Es lógico pensar que, debido a su formación internacional y a sus conocimientos
de vanos idiomas, haya estado en contacto
con inmigrantes y viajeros susceptibles de infección.
En esa época, los médicos no teman idea de cuál era la causa de la fiebre
amarilla. Arreciaba el debate entre aquellos
que creían que la enfermedad era transmisible
y los que creían que no lo era, grupos que
fueron denominados, con muy poca imaginación, “contagionistas” y “no contagionistas”, respectivamente. Al principio, Finlay
trató de establecer una relación entre la prevalencia de la fiebre amarikr y las condiciones
atmosféricas. Sus primeros dos trabajos sobre
el tema -su discurso de ingreso como Miembro de la Real Academia de Ciencias publicado en 1873 y otro publicado en 1879- se
titulaban “Alcalinidad atmosférica observada
en La Habana” e “Informe sobre la alcalinidad
de la atmósfera observada en La Habana y
otras localidades de la isla de Cuba (parte de
un informe de la Comisión sobre Fiebre Amarilla de La Habana)“.
La teoría de que las condiciones
atmosféricas pudiesen influir en la prevalencia de la fiebre arnarik pareáa razonable, teniendo en cuenta los conocimientos de la
época. No obstante, para la fecha en que su
segundo informe apareáa en letra de molde
en 1879, Finlay ya había cambiado drásticamente de opinión.
El motivo indirecto de ese cambio
fue la epidemia de fiebre amariUa que se produjo en los Estados Unidos en 1878. La enfermedad no era endémica en ese país, pero
algunos veranos se producían brotes, y si
existía una combinación adecuada de mosquitos vectores y pobladores no inmunes, se
propagaba rápidamente. El brote de 1878,que
fue muy grave, causó la muerte de millares
de personas, devastó las ciudades de Nueva
Orleáns y Memphis, entre otras, y llegó hasta
Gallipolis, en Ohio.
Enfrentado con este desastre, el
Gobierno de los Estados Unidos envió una
comisión especial a La Habana para estudiar
la enfermedad en esa importante zona endémica. La comisión tenía seis integrantes:
tres destacados expertos en fiebre amar& (el
bacteriólogo George Sternberg, el epiden&
logo Stanford Chaille y el patólogo Juan
Guiteras), un ingeniero sanitario (Thomas
Hardy), un estudiante de medicina (Rudolph
Mata) y un auxiliar (Abraham Morejón). Los
miembros de la comisión permanecieron en
Cuba alrededor de un ano, llevaron a cabo
numerosas actividades y trabajaron con colegas cubanos designados por el gobernador
general. Uno de ellos era CarIos FinIay.
Finlay se llevaba bien con los norteamericanos. Anos más tarde, Rudolph
Mata, quien a la sazón se había convertido
en una eminente autoridad de salud en los
Estados Unidos, dijo lo siguiente refiriéndose
a su relación con Finlay: “En el Hotel San
Carlos, donde residía la comisión, él [el Dr.
Finlay] fue aceptado con la mayor consideración y al mismo tiempo con la confianza
que se dispensa solo a un estrecho colaborador y valioso asesor. [. . .] En ese entonces
tenfa unos 49 anos [en realidad Finlay tenía
45 en ese momento] y ya tenía fama de ser
un investigador original, penetrante, tenaz e
incansable [. . .] dedicado al arduo problema
etiológico de la fiebre amar&. [. . .] Para un
joven como yo, Don Carlos simbolizaba un
mentor digno de ser imitado por cualquiera
que tuviese vocación por la ciencia y la humanidad”.s
A pesar de ello, cualquier efecto
que Finlay pueda haber tenido en la comisión
fue mucho menor que el efecto que la comisión tuvo en él. Si bien esta no realizó grandes progresos en el camino hacia la prevención de la fiebre amariUa o el descubrimiento
de su causa, convenció a Finlay de que las
condiciones atmosféricas por sí solas no explicaban la fiebre amarilla y que la enfermedad era causada por un agente infeccioso.
Segín el mismo Finla~,~ al recibir
el informe de la comisión en 1879efectuó una
revisión de los datos recopilados desde 1853
y dedujo lo siguiente: primero, que la fiebre
amarilla es una enfermedad causada por gérmenes que se transmite tan solo en lugares
con ciertas condiciones topográficas y climáticas; segundo, que la enfermedad no se contrae por medio del contacto con pacientes o
sus secreciones ni por medio del aire, aJimentos o bebidas contaminados; y tercero,
que las lesiones patológicas en las paredes de
los vasos capiIa.resde los enfermos de fiebre
amadla, así como las hemorragias que comúnmente acompañan a la enfermedad, indican que las paredes de los vasos sanguíneos
tal vez constituyan una buena fuente del
agente infeccioso.
Eso llevó a Finlay a pensar que
se necesitaba un factor especial para transmitir el agente de la enfermedad, y que lo
más probable era que se transmitiera por inoculación, tomando material infeccioso de la
sangre o de las paredes de los vasos capilares
de un persona infectada e inyectándolo en Ios
vasos capilares de una persona no inmune.
’ Rudoiph Mata. My menor& of Carlos J. Fiiy.
In: Minishy
of Healtb and Hospitals Asistance. Dr. Carlos 1. Finlay una’
the ‘Hall ofhm” ofi’kw York. La Habana, Cuba, 1959. Folleto
sobre Historia del Saneamiento No. 15, pp. E-89.
6 CMOS Fiiy.
Yellow fever Histoiical .sketch of tbe dit%ase,
its etiology, and mode of propa@ion. Referente b7nuiL& of
Medical sciolce (Nueva York) &322-332,1%4.
2
z
8
5!
u
.
T
s
3
235
E?
z
3
N
!5
z
236
“Así pues, llegué a la conclusión”, dice Finlay, “de que la transmisión se
efectuaba por medio de un insecto que chupaba sangre y que era caracterfstico de los
países donde existía la fiebre amar&. [. . .]
Al buscar un insecto con esas características
encontré el mosquito diurno de La Habana
(mosquito Culex Desv., StegorrzykfaSnata Theo
[conocido actualmente como A. aegypt~),y
observé que presentaba ciertas peculiaridades
en el desove y en la prontitud con que volvía
a picar apenas había terminado de digerir la
sangre que había ingerido previamente.
Ambas peculiaridades parecían distingmrlo
de otras especies de mosquitos y lo hacían
especialmente apto para la propagación de
una enfermedad en forma de epidemia. Continué las investigaciones y descubrí que este
insecto se entumecía y no podfa picar cuando
la temperatura bajaba a 15 grados centígrados
(59 grados Fahrenheit) y que, en Nueva Orleáns, Río de Janeiro y La Habana, las epidemias de fiebre amar& habían cesado al
bajar la temperatura a esa cifra y que después
de mantener al insecto un rato en una atmósfera enrarecida como la que existe a una
altitud de cuatro mil a seis mil pies, donde la
fiebre amar& es intransmisible, el insecto
perdía en gran medida la capacidad para perforar la piel,r.7
Esa fue la idea que permitió posteriormente derrotar la enfermedad. Sin embargo, Finlay procedió con cautela. El concepto se oponía a las creencias populares y
Finlay careáa de pruebas experimentales.
Cuando lo nombraron delegado especial de
Cuba a la Conferencia Sanitaria Internacional
de 1881 que se celebro en Washington, DC,
tuvo la oportunidad de hablar a los presentes
sobre la fiebre amarilla, pero no dijo nada
sobre los mosquitos.
No obstante, dio algunos indicios
bastante firmes. Dijo que, en su opinión, la
transmisión de la fiebre amarilla requerfaz
“1) la existencia previa de un caso de fiebre
amar& en un período determinado de la
enfermedad, 2) la presencia de un sujeto apto
para contraer la enfermedad y 3) la presencia
de un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del
enfermo, pero necesaria para transmitir la enfermedad del individuo enfermo al hombre
SZIJ.lO”.s
Eso fue en febrero de 1881. En
agosto del mismo ano, Finlay recibió autorización para experimentar y comenzó a exponer a personas susceptibles a mosquitos
que habían picado a enfermos de fiebre amadla. Los resultados fueron alentadores. De
las cinco personas susceptibles expuestas, tres
comenzaron muy pronto a presentar síntomas que fueron diagnosticados como una fiebre amar& leve o “abortiva”.
Con estas pruebas preliminares,
Finlay decidió informar sobre sus observaciones. En consecuencia, el 14 de agosto de 1881
presentó a la Real Academia de Ciencias lo
que se convertiría en su trabajo más famoso:
‘El mosquito, hipotéticamente considerado
como agente de transmisión de la fiebre amarilla”. Esta vez fue específico. Ademas de explicar la relación entre los hábitos del mosquito sospechoso y la transmisión de la fiebre
amada y de describir los resultados de los
casos estudiados, Finlay dijo: “Tres condiciones serían necesarias para que la fiebre amarilla se propague. Primero: existencia de un
enfermo de fiebre amarilla, en cuyos capilares
el mosquito pueda clavar sus lancetas e impregnarlas de partfcuIas virulentas, en el perfodo adecuado de la enfermedad. Segundo:
prolongación de la vida del mosquito entre la
picada hecha en el enfermo y la que deba
producir la enfermedad. Tercero: coincidencia
’ Confemn& Sanitaria Internacional de Washington, hotocolo No. 7, sesión del 18 de febrero de 1881, p. 34. Reims
en: Academia de Ciencias de Cuba, Museo Histórico de las
Ciencias Médicas Carlos J. Finlay. Cinhs J. Finlay Obras mm#tas, Vol. 1. La Hatm-m, 1965, pp. 197-198.
de que sea un sujeto apto para contraer la
enfermedad alguno de los que el mismo masquito vaya a picar después”.’
La respuesta a esta afirmación
clara y directa fue impresionante, pero en un
sentido negativo. Simplemente hicieron caso
omiso de la declaración. Muy pocos participantes se mostraron interesados, nadie hizo
preguntas y prácticamente nadie, fuera de
Finlay y su colaborador Claudio Delgado,
continuó los trabajos. La respuesta al anuncio
de salud pública más importante de la década
fue el silencio, como si el árbol más grande
del bosque hubiese caído sin que nadie oyese
el estruendo.
Aunque en retrospectiva ello
causa sorpresa, había razones perfectamente
buenas para no dar oídos a la tesis de Finlay.
Para comenzar, en 1881 todavía no se había
comprobado en ningún lugar del mundo que
un insecto pudiera servir de vector para transmitir una enfermedad de una persona a ~tra.‘~
Además, no todos pensaban que la fiebre
amar& era una enfermedad contagiosa, o de
lo contrario creían que se contagiaba por
medio de objetos contaminados, como la
ropa, 0 por parlícuIas flotantes en el aire. Por
úkirno, las pruebas que presentó Finlay no
demostraban su teoría. El mismo señaló que
si bien los experimentos ciertamente apoyaban su teorfa, no pretendía exagerar su valor
considetidolos definitivos y entendía muy
bien que se necesitarkn pruebas absolutamente irrefutables para que la mayorfa de sus
colegas aceptaran una teoría que se diferen&ba tanto de las ideas sobre la fiebre amar&
que habían prevalecido hasta la fecha. “Mi
única pretensión”, declaró, “es que se tome
nota de mis observaciones y que se deje a la
experimentación directa el cuidado de poner
en evidencia lo que hay de cierto en mis conceptos”. l1
En vista de los propios comentarios de Finlay, es comprensible que su trabajo no haya tenido mucho eco. Además, los
pocos que se interesaron en la teorfa de Fiiy
no quedaron convencidos con las pruebas
presentadas. Más tarde se descubrió que la
transmisión de la fiebre arnarik es un pro
ceso complicado y difícil, porque el virus
puede pasar de una persona infectada al mosquito solo durante los tres primeros días de
la enfermedad y el mosquito puede transmitir
el virus solo después de haber estado infectado durante 12 días. Ello explica por qué los
experimentos de Finlay no demostraban su
teorfa y por qué George Stemberg, influyente
autoridad sanitaria, bacteriólogo y experto en
fiebre amarilla de los Estados Unidos, miembro de la Comisión sobre Fiebre Amar& de
1879 y amigo personal de Finlay más tarde
nombrado inspector general de sanidad del
ejército de los Estados Unidos, no logró transmitir la fiebre amariUa con mosquitos y dejó
de prestar atención a la teoría de Finlay.”
Otra razón por la cual los resultados de Finlay eran sistemáticamente inconcluyentes es que Finlay tenía graves reservas
en cuanto a experimentos que pudiesen
poner en peligro la vida de seres humanos.
Siendo un médico dedicado a ayudar a la
gente, no vefa nada malo en la inoculatión
de sujetos a fin de inducir casos leves de la
enfermedad y así protegerlos contra la fiebre
anwilla, pero no estaba dispuesto a realizar
ensayos que produjesen casos agudos de fiebre amadla, a pesar de que esa era la verificación que necesitaba para demostrar la
transmisión.
2
” WUUam B. Bean. Walter Reed and yellow fever. IAMA
2!%@:65%&2,1983.
c4
8
$
u
.
qAm&sdelaRtnlAmdemia~C~,
17213,1831.
” En 1877 Patick Manson había setido
que los mosquitos
extmn miauWs
de los seres humanos al picados, pero
en Cuba muy pocas personas estaban al tanto de su trabajo,
y Manson no llegó a afirmar que los mosquitos inktados
iransmitían la fM
por medio de las picaduras.
‘l obras cYol?lp~, Val. 1, p. 41.
2
s
3
237
8
Además, existen pruebas de que
Finlay evitaba inocular a los voluntarios con
mosquitos que habían incubado la infección
mas de algunos días, precisamente porque
tenúa que eso produjese casos más graves.”
En un artículo inédito que escribió en 1891
dijo: ‘Es mi opinión que mientras que una 0
dos picadas de mosquitos recientemente infectados podrán ocasionar en una persona
susceptible, ya un ataque ligero, ya una inmunización sin fenómenos patológicos, resultaría, al contrario, un ataque grave, a consecuencia de un numero mayor de picadas;
y creo también que lo mismo sucederk a consecuencia de una sola picada de un mosquito
que haya sido alimentado exclusivamente de
dulces durante varios días o semanas después
de su contaminación“.‘4
Por consiguiente, continuó defendiendo la teoría incorrecta de que se podía
inducir una forma benigna de la enfermedad
y conferir inmunidad por medio de la picadura de insectos infectados poco antes. Así
pues, entre 1881y 1901inoculó a 103personas
con mosquitos infectados, y evitaba, acertadamente, el uso de mosquitos que hubiesen
incubado la infección durante períodos más
prolongados, a fin de proteger la vida de los
pacientes.
Eso no es lo único que hizo. Entre
otras cosas,continuó escribiendo. Desde 1881
hasta 1901, cuando se confirmó su teoría, escribió y publicó más de 40 monogmffas sobre
la fiebre amarilla. Un tercio de ellas, aproximadamente, trataban de la transmisión por
medio de mosquitos. Continuó también intentando aislar e identificar el agente causal
s
____
i
s
.3
8
s
3
238
l3 Fiiy
creía incorrectamente que los gkmenes de la fiebw
amanlIa se alojaban en la probóscide del mosquito y que la
infección se tmnsmiíía cuando esos gérmenes eran expulsados y penehaban en la persona suxeptiile durante otra
picadura. Aunque no se había percatado del pmceso de
indación
de 12 días, pensaba que los gérmenes podían
mukiplicarse en la probóscide si no se los pertmbaba y que
la hcuh5ón
de una persona susceptible con estos gérmenes más numerosos podría produti un caso más gmve
de la enfermedad.
l4 Traducción de C. Fiiy
(con una nota p~hninar de J.
Guiteras), del manuscrito original de 1891, “Tmnsmission
de la fièvre jaune par le moustique culex”. xarisfa de Medkim Tropiml4:134-143,1503.
de la fiebre amarilla, y apoyó y alentó a los
colegas que se mostraban interesados en sus
esfuerzos.
Lo más notable es que, basándose en parte en una monografía preparada
por Ronald Ross en 1897, en la que describía
la manera en que los mosquitos transmiten
la malaria, en 1898Finlay leyó en la Academia
de Ciencias un trabajo que contenía un plan
detallado de lucha contra la fiebre amarilla y
la malaria.
“En los Estados Unidos, durante
el verano, colócanse telas de alambre en las
puertas y ventanas, para evitar la incomodidad de los mosquitos; y, en el campo, háse
recomendado echar per-manganato de potasio en los pantanos, charcos ú otras aguas
estancadas, para matar las larvas de mosquitos y coartar la multiplicación de estos insectos. Todos esos recursos, con mayor motivo,
debieran intentarse en Cuba; pero hay una
precaución que interesa particularmente á los
habitantes de la Habana, y que, por ser al
mismo tiempo beneficiosa bajo otros conceptos, se recomienda especialmente á nuestra
atención. Me refiero á que la mayor parte de
los mosquitos que infestan nuestras casasparecen introducirse por las letrinas, sumideros
ú otras comunicaciones con las cloacas, donde
probablemente se crían sus larvas; sería,
pues, de toda necesidad, para el fin indicado,
velar á que se echen metódicamente en todos
esos criaderos sustancias desinfectantes
(como el permanganato ú otras), que resulten
al mismo tiempo venenosas para las larvas.
Mas, no siendo posible acabar con todos los
mosquitos, no se me ocurre sino un solo procedimiento para evitar la propagación de
las enfermedades por conducto de ellos:
preservar de sus picadas á los enfermos,
y desinfectar escrupulosamente todas las
deyecciones, etc., para prevenirse contra la
contaminación del mosquito.” ls
En la versión en inglés del mismo
trabajo, que se publicó el ano siguiente en el
NewYorkMedid Recurd,se añadfa la siguiente
información:
“Se deberfan construir hospitales
bien ventilados en lugares altos y alejados de
pantanos o aguas estancadas, con puertas y
ventanas protegidas con malla de alambre,
un buen sistema de desagüe y akantarillado,
e instalaciones para desinfectar todas las deyecciones sospechosas y destruir los mosquitos y las larvas que se encuentren en el
edificio. Debe alojarse a los enfermos en los
pisos superiores, y hospitalizar solamente a
los enfermos de fiebre amanlIa y a los enfermos de malaria que estén inmrrnizados contra
la fiebre amarilla. El examen previo a la hospitalización se debe realizar en un departamento separado, dedicado a casos sospechosos en observación.
“Con hospitales de este tipo, una
junta de sanidad eficiente que hiciese los arreglos necesarios para los pacientes que puedan
permanecer en su casa y mejoras sanitarias
generales en las principales ciudades y sus
alrededores, no cabe duda de que la fiebre
amxilla se podría erradicar de Cuba y Puerto
Rico y la malaria se podría reducir a un mínirr~o.“‘~ Era un plan bastante audaz. Cuando
Finlay lo redactó, casi todos sus colegas rechazaban la teorfa del mosquito; sin embargo,
el plan de lucha estaba completamente basado en esa teoría. Más sorprendente aun que
la audacia de este plan preparado en 1898 es
su utilidad, ya que las medidas generales que
recomendaba son básicamente las mismas
que pocos anos mas tarde adoptaron el mayor
William Gorgas y las autoridades sanitarias
de los Estados Unidos para akanzar los objetivos serialados por Finlay.
l5 C. Finlay. Los mosquitos considerados como agentes de la
hansmisión de la fiebre amilla
y de la malaria. Trabajo
leído en Ia Academia de CXmcias MÉdicas, Físicas y Nahmks de la Habana, el 13 de noviembre de 1898. Anales
delaRtwlAcz&=mia35:31yRmtlsta&la
de Medm.na
yFczrm&delalshdeCuba,2~.
l6 New York Miínl
Rmnd 45~737~739,189.
LBANDERAAMARKLA
A DERROTA DE Ji4
Como es bien sabido, en 1898
ocurrieron importantes acontecimientos políticos y militares en Cuba. En 1895, el descontento con el régimen colonial había desencadenado levantamientos en la isla y las
represalias de los españoles, entre ellas la reclusión de prisioneros no combatientes en
campamentos, habían causado grandes sufrimientos. A medida que la lucha se intensificaba, era evidente que los Estados Unidos
simpatizaban con los rebeldes. Las relaciones
entre este país y España se deterioraron y la
explosión del acorazado estadounidense
Maine, que estalIó el 15 de febrero de 1898
en el puerto de La Habana, precipitó la breve
Guerra de Cuba y la ocupación de la isla por
fuerzas estadounidenses.
Carlos Finlay, que a la sazón tenía
65 años, no fue un testigo ocioso, sino firme
partidario de los rebeldes, y en más de un
viaje a los Estados Unidos proporcionó servicios médicos a grupos de rebeldes emigrados.
De hecho, cuando comenzó la
Guerra de Cuba, él estaba ayudando a los
rebeldes cubanos en Tampa, Florida, y desde
allí viajó a Washington con el propósito de
ofrecerse como voluntario para la fuerza expedicionaria de los Estados Unidos. Su amigo
George Stemberg, que en ese momento era
inspector general de sanidad del ejército, no
logró disuadirlo, de manera que lo nombraron subinspector general de sanidad y se incorporó al servicio médico militar de la fuerza
expedicionaria el 22 de julio de 1898. Llegó a
Cuba poco después de la primera oleada de
tropas y comenzó a trabajar en la zona
de Santiago, supervisando al personal que
atendía a los soldados enfermos de malaria y
k
8
3
u
.
-E
E
65
239
8
z
3
5
E
E
.-g
õ
cq
240
fiebre amarilla, enfermedades que estaban cobrando muchas más vfctimas que el propio
combate.
En un plano más general, la ocupación estadounidense produjo cambios
enormes. Tenía ahora el poder un gobierno
que no careáa de energía, recursos y organización, ni estaba dispuesto a aceptar el statu
quo con respecto a la fiebre amarilla, especialmente en vista de que las principales vfctimas de la epidemia creciente eran una multitud de miembros no inmunes de la fuerza
expedkionaria.
No obstante, la aceptación de la
teoría del mosquito llevó tiempo, y las primeras medidas importantes de salud pública
que se tomaron en La Habana estaban centradas en el saneamiento.
La razón es fácil de comprender.
Poco después de la ocupación estadormidense, la Junta sobre Fiebre Tifoidea, entre
cuyos integrantes se encontraba Walter Reed,
inspector general de sanidad de las fuerzas
armadas, demostró que la falta de saneamiento (“las moscas, las heces, las manos sucias y la inmundicia”) era lo que causaba la
propagación de la fiebre tifoidea en los campamentos del ejército de ocupación y no la
leche o el agua contaminadas. Era un problema muy seno; perecieron debido a la fiebre
tifoidea cinco veces más soldados estadounidenses que los muertos en combate. De
manera que se inició una campana heroica de
limpieza para luchar contra la fiebre tifoidea
y la fiebre amarilla.
La campana, hábilmente dirigida
por William Gorgas, del cuerpo médico del
ejército de los Estados Unidos, prácticamente
eliminó la fiebre tifoidea, pero no pudo detener la fiebre amarilla. Según Gorgas, a medida que la población inmune aumentaba, la
enfermedad continuaba propagándose sistemáticamente, a pesar de los esfuerzos de sa-
neamiento y a fines del 1900 La Habana estaba en las garras de una grave epidemia de
fiebre amarilla. Evidentemente, era necesario
enfocar la situación desde otro ángtrlo.
Entretanto, los investigadores
que estudiaban la causa de la fiebre amar&
estaban siguiendo una pista falsa. Giuseppe
SanamIli, bacteriólogo italiano que trabajaba
en América del Sur, había afirmado erróneamente que una bacteria que llamaba Buci~lus
icteroides(‘bacilo causante de la ictericia”) era
la verdadera causa de la fiebre amar&. En
1898 el ejército de los Estados Unidos formó
una comisión de dos personas para que investigara el asunto. La comisión presentó un
informe que respaldaba a Sanarelli pero que
no convenció a Stemberg, inspector general
de sanidad, quien veía la afirmación de
Sanarelli con esceptickmo. Por lo tanto,
Stemberg despachó a Arístides Agramonte,
subinspector de sanidad militar, para que
fuera a La Habana a examinar la labor de la
comisión, y posteriormente formó otra comisión, encabezada por Walter Reed, quien
llegó a La Habana el 25 de junio de 1900 para
continuar el trabajo sobre la fiebre amarilla.
Esta nueva comisión, formada
por cuatro hombres (Reed, Agramonte y dos
subinspectores de sanidad, James Carroll y
JesseLazear), descartó en seguida el microorganismo indicado por Sanarelli como la causa
de la fiebre amarilla y se quedó sin teorfas
prometedoras. La comisión sabía que Stemberg rechazaba la teoría del mosquito, y solo
uno de sus integrantes (Lazear) estaba interesado en ella. Sin embargo, el único tipo de
estudio que podían emprender (un estudio
comparativo de la flora intestinal de los enfermos de fiebre amarilla) parecía tan poco
promisotio que decidieron examinar más a
fondo la idea de Finlay.
Fueron a verlo y él contestó todas
sus preguntas y les dio copias de los artkulos
que había publicado, así como huevos de los
mosquitos que usaba en sus investigaciones.
La comisión incubo los huevos, crió los mosquitos y los usó para continuar el estudio.
En agosto de 1900 comenzaron
los experimentos con voluntarios humanos,
entre ellos los propios miembros de la co-
misión. Al principio, los resultados fueron desalentadores. Ninguna de las personas que
habían sido picadas por mosquitos presuntamente infectados contrajo fiebre amarilla.
Sin embargo, continuaron la labor, y en septiembre un soldado llamado William Dean y
dos miembros de la comisión (Carroll y Lazear) contrajeron la enfermedad. Carro&
quien se había mantenido muy escéptico en
relación con la teoría del mosquito, y Dean
contrajeron casos bien definidos, pero se recuperaron. En cambio, Lazear, el único
miembro de la comisión que estaba de
acuerdo con la teoría de Finlay, contrajo un
caso grave y falleció.
Reed (que anteriormente se habfa
pronunciado en contra de la teoría del mosquito) había regresado a Washington y volvió
de inmediato a La Habana, pero los casos no
demostraban sin lugar a dudas la teoría de
Finlay. Tanto Carroll como Lazear podrían
haber estado expuestos de otra forma a la
fiebre amar& y el caso de Dean por sí solo
no constituía una prueba irrefutable para los
expertos que seguían manteniéndose escépticos. Sm embargo, Reed y los miembros de
la comisión que sobrevivieron los experimentos se habían convencido. Tras determinar
que se necesitaba un período de incubación
de unos 12 días para que un mosquito infectado pudiese transmitir la enfermedad a una
nueva víctima, estaban en condiciones de seguir adelante.
Por consiguiente, Reed planificó
una serie de experimentos bien diseííados y
cuidadosamente controlados, en los cuales
varios voluntarios que no habían tenido contacto con la fiebre arnariUa fueron expuestos
a mosquitos infectados o a fómites de enfermos de fiebre amar&.
La titima serie de pruebas se realizó en noviembre y diciembre de 1900. Siete
voluntarios no inmunes durmieron durante
20 noches con las sabanas, la ropa y las sedones
pestilentes de los enfermos de fiebre amarilla. Ninguno contrajo la enfermedad. Otros dos voluntarios no inmunes
durmieron en un edificio con mosquitos infectados durante 18 noches, protegidos contra
los insectos con maJlasde alambre, y ninguno
contrajo fiebre amar& Por último, un voluntario fue expuesto a mosquitos infectados
en el edificio durante tres días consecutivos
y al cuarto dfa presentó un caso inconfundible
de fiebre amar&
Ni siquiera estos resultados concluyentes convencieron a los círculos médicos
de que Finlay había estado en lo cierto, pero
convencieron al gobernador militar de Cuba,
general Leonard Wood, que era miembro del
cuerpo médico del ejército. Wood inmediatamente encomendó a Gorgas una nueva
campaña con cuatro objetivos principales:
mantener a la gente no inmune alejada de La
Habana, poner en cuarentena sin demora a
los enfermos de fiebre amariUa y aislarlos de
los mosquitos, eliminar todos los mosquitos
adultos que estuviesen cerca de los enfermos
de fiebre amañlla y eliminar las larvas de Stegmryti (A. uegyptz)en toda la ciudad. Estas
medidas eran muy similares a las que Carlos
Finlay había recomendado en 1898.
Debido en parte a que las medidas habíí sido bien planificadas y se llevaron
a la práctica eficientemente, los resultados
fueron decisivos. En 1900, antes de que se
iniciara la campana, se produjeron como mínimo 300 defunciones por fiebre amar& en
La Habana. Rn 1901 se notificaron solo 18
defunciones y para fines de septiembre la fiebre amar& había desaparecido. Además, la
eliminación de la gran endemia de La Habana
condujo a la desaparición de la enfermedad
en otros lugares de Cuba y redujo conside
rablemente los brotes causados por casos importados en otros lugares del Caribe.
Esta campana evidentemente no
logró erradicar la fiebre amar& en todas partes, pero sentó las bases para la eliminación
de la epidemia que se produjo en Panamá
durante la construcción del canal, la lucha
eficaz contra el último brote importante que
se produjo en Nueva Orleáns en 1905 y el
.
E
f3
241
E?
z
?‘
I
N
ii
e
.t-:
8
s
õ
cq
242
exorcismo del demonio de la fiebre amarilla
dondequiera que se presentara posteriormente. Finalmente, 20 anos después que Carlos Finlay describió su teoría, sus deducciones
asestaron un golpe mortal a la enfermedad.
El trabajo de Finlay no se detuvo
allí. En 1902, una vez concluida la ocupación
estadounidense, fue nombrado Jefe de la Sanidad de Cuba y presidente de la Junta Superior de Sanidad de la Isla de Cuba. Rn esos
cargos supervisó el comienzo de la vacunación nacional contra la viruela, la creación de
reglas de sanidad marítima y la redacción
de las Orde nanzas Sanitarias,incluido el primer
Código Sanitario Cubano. Además, participó
personalmente en trabajos innovadores para
reducir el numero de defunciones por tétanos
neonatal y continuó escribiendo artículos
sobre la fiebre amarilla y otros temas. En 1908
se retiró de la vida pública, y siete anos más
tarde, el 20 de agosto de 1915, falleció plácidan-rente a los 82 anos.
La teoría del mosquito, la contribución de Carlos Finlay a la salud pública y
su vida misma se caracterizan por una persistencia que difiere notablemente de la suerte
de los tres miembros estadounidenses de la
comisión Reed. Como ya se dijo, Lazear
murió de fiebre amarilla en el ano 1900, Reed
falleció de apendicitis en 1902y Carroll murió
de endocarditis en 1907, cuatro anos después
de declarar que era muy poco lo que Finlay
había hecho y que Reed merecía los laureles,
opinión que tuvo poco eco entre los sobrevivientes de los experimentos.
En retrospectiva, teniendo en
cuenta la importancia de la derrota de la fiebre
amarilla y la diversidad de los grupos que
participaron en la lucha contra la enfermedad,
resulta lógico que se haya disputado quién
era acreedor al mérito. Claramente, Finlay no
trabajó solo. A la derrota de la fiebre amarilla
contribuyeron también el talento de la comisión Reed para realizar investigaciones cuidadosas y precisas, la disponibilidad de abundantes recursos y la habilidad de William
Gorgas como organizador. Sin la concurrencia de las circunstancjas que proporcionaron
esos ingredientes adicionales, la derrota de la
fiebre amarilla se habría hecho esperar.
Además, existen razones para
creer que había llegado el momento propicio
para aceptar la función del mosquito como
vector. Carlos Finlay fue el primero en postular seriamente la transmisión directa de una
enfermedad de un hombre a otro por medio
de un mosquito. Sin embargo, cuatro anos
antes, en 1877, Patrick Manson había señalado que los mosquitos transmitían la filariasis, presuntamente al succionar la microfilaria
junto con la sangre y al morir después en el
agua, infectando a la gente que la bebía. En
1897Ronald Ross ofreció una explicación convincente de la transmisión de la malaria por
el mosquito Arzqddes.En retrospectiva es evidente que, una vez aceptada la teorfa de los
gérmenes como causa de enfermedades, el
descubrimiento de los insectos vectores de los
gérmenes era solo cuestión de tiempo.
Sin embargo, Finlay no podía ver
las cosas en retrospectiva y el acertijo de la
transmisión de la fiebre amarilla no era sencillo de resolver, como tampoco lo era el descubrimiento de Manson. Ademas, si la teoría
de Finlay no hubiese precedido la ocupación
de Cuba, los acontecimientos habrían tomado
un cariz diferente. Tal como dijo William
Gorgas en una carta a Finlay el 12 de agosto
de 1910, “pienso que fue gracias a tu labor y
a tu defensa personal de la teoría del mosquito que la junta estadounidense presidida
por Reed se sintió impulsada a investigarla y
que, si no fuera por el trabajo pertinente que
ya habías hecho en 1900, la junta estadounidense nunca habría iniciado una investigación de la teoría del mosquito”.‘7
” WUliam C. Gorgas. Carta al Dr. Carlos J. Finhy. In: h4in&y
of Health and Hospitals Assiitance. Dr. cmlos J. Finlay am’
fhe “Hall of Fam” of New York. La Habana, Cuba, 1959
Folleto sobre Historia del Sanmniento, No. 15, p. 73.
La razón principal de la proeza
de Finlay tal vez resida en que en su persona
se conjugaban la mayor parte de los conocimientos que requiere actualmente toda una
organización internacional de salud pública.
Reuma el dominio de vanos idiomas, una formación multicultural, conocimientos generales, capacitación médica, dotes de diplomático, curiosidad intekctuaj y el deseo de
ayudar, que son los elementos imprescindibles para realizar una labor de buena calidad
en ese campo. Teniendo todo ello en cuenta,
quizá no deba sorprender que Finlay haya
desempeñado una función tan extraordinaria
en la labor de salud pública internacional de
su época o que en la actualidad su trabajo
todavía constituya un modelo de excelencia.
Por supuesto, Finlay, al igual que
Manson, no sabía todas las claves del acertijo.
Cabe destacar que estaba equivocado al creer
que la picadura de mosquitos recién infectados podía conferir inmunidad. Sin embargo,
conoáa la fiebre amarilla y el insecto vector
lo suficiente para estar razonablemente seguro de que la teoría del mosquito era correcta
y mantenerse a la vanguardia de sus colegas
durante 20 anos.
Cabe recordar también que Finlay realizó su trabajo sobre la fiebre amarilla
con sus propios recursos. No contaba con el
respaldo de una organización militar ni con
escuadrones de personal de salud a quien
dirigir. Fue, en cambio, uno de esos hombres
ilustrados cuyo liderazgo es intelectual y que
ayudó a ampliar los horizontes de la medicina
en el siglo XIX, cuando la medicina moderna
era muy joven y en todas partes la gente
consideraba la fiebre amarilla como maldición
misteriosa y terror divino.
BIBLIOGRAFÍA
Abascal, H. Finlay, panamericanismo, y día de la medicina americana. Reinsta de Medima y Cirugía de la
L5wmla 38:260-266,1933.
Academia de Ciencias de Cuba, Museo Histórico de
las Ciencias Médicas Carlos J. Finlay. Carlos 1. Finlay:
Obras Compktas, vals. 15. La Habana, 1965 (vals.
1 y 2), 1967 (VO]. 3), 1970 (val. 4) y 197l (vol. 5).
Agramonte, A. Dr. Carlos Fiiy:
A biographical
sketch. Transadions of fhe Amencan Society of Tropical
Medicine (Nueva Orleáns) 10:26-31, 1916.
Agramonte, A. Discurso del Dr. Arístides Agramonte
pronunciado en la ceremonia del descubrimiento
del busto del Dr. Carlos J. Finlay. Sanidad y Ben@
ti
20:112-116, 1918.
Bamet, E. B. Discoverer of the theory of hnsmission
of yellow fever by the mosquito. Cklijúrnia Sfafe ]ournal of Medicine 13(12):476478, 1915.
Bean, W. B. Walter Reed and yellow
250(5):659-662, 1983.
fever. JAMA
Bejarano, J. Vida y obra de Carlos Finlay. Rarista de la
Facultad de Medicina (Bogotá) 13(l)%-59, 1944.
Brifish Medica @wnul. Obituary: Carlos Finlay, M.D.,
Chief Sanitary Officer of Cuba. Br Med ] 2:626,1915.
Cárdenas, V. 0. Carlos J. Fiiy,
1 Int 2:55-57, 1939.
pioneer: 1833-1915.
Gosby, W. H. y Haubrich, W. S. The death of Walter
Reed. JAMA 248(11):1X2-1345, 1982.
Cuba, Ministerio de Sanidad y Asistencia a los Hospitales. Dr. Chrlos J. Finlay and fhe ‘Wall of Fame” of
New York. La Habana, 1959. Folleto sobrr Historia
de la Sanidad, No 15.
Dauer, C. C. y Carrera, G. M. Carlos Fiiy’s
contribution to the epidemiology of yeilow fever. Yale 1
Bi01Med 9585-588, 1937.
Domínguez, F. La verdad histórica de la obra de Finlay. Reuisfn de Mt&ina y Cirugía de La Haha 45251160,194O.
Duffy, J. Szwrd of Pestilente: The New Orkms Yellmu
Fwer Epidemic of 1853. Baton Rouge, Louisiana State
university rress, 1966.
Fernández, J. S. El Dr. Carlos J. Finlay. Sunichd y Beneficencia 20:14Z144, 1918.
8
L
8
3
u
l
2
E
3
243
Finlay, C. A plausible method of vaccination against
yellow fever. Philadelphia Medical Jourml, 11 de junio
de 1898.
Finlay, C. El mosquito hipotéticamente considerado
como agente de transmisión de la fiebre amar&.
Anales de la Real Academia de Ciencks Médicas, Físicas,
y iiuturu~s (La Habana) 18~147-169, 1881.
Fiiay, C. The mosquito hypothetically considered as
the agent of transmission of yellow fever. In: Academia de Ciencias de Cuba. G2rlos J. Finluy: Obras
Completas, vol. 1, 1965, pp. 263-276; traducido por
el autor, de El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla. Anaks de la Real Academti de Ciencias Médicas,
FrSicas,y Nufurules (La Habana) 18~147-169, 1881.
Fiiay, C. Yellow fever. Edinburgh M&cal
julio, octubre y noviembre de 1894.
Annals ofMediuzf His-
Gorgas, W. C. The practical mosquito work done at
Havana, Cuba, which resulted in the disappearance
of yellow fever from that locality. Washington Medical
Annuls 2:170-X30, 1903.
Guiteras, J. Correspondence: The work of Dr. Carlos
J. Fiiay in respect of w-borne
disease. The lanCL?,18 de junio de 1910, pp. 1715-1716.
244
Guiteras, J. Discurso del Dr. Juan Guiteras. Sanidad y
Benq?czncia20:117-Z& 1918.
Journnl of the Ameritan Medical Assxiufion. Carlos J. Finlay (X33-1915): Student of yellow fever. JAMA
198(11):1210-1211, 1966.
Le Roy y Cassa, J. Carlos J. Fiiay.
cen& 20~138, 1918.
Sanidad y Be@-
Le Roy y Cassa, J. Fiiay y su obra fundamental. Gacela
Médica de M&icn 63%5-177,1932.
Journal,
Finlay, C. Yellow fever immunity, modes of propagation, mosquito theory. In: Academia de Ciencias
de Cuba, Museo Histórico de Ciencias Médicas Carlos J. Fiiay. tilos J. Finlay: Obras Completas, vol. 2,
1965, pp. lKL135. Reimpreso con revisiones del
autor,*de Gnnptes Remi& et Mémoircs du HuiUme
Congr& lnternational d’Hy@ze et de Dénwgraphie (celebrado en Budapest, Hungría, del 1 al 9 de sep
tiembre de 1894), pp. 702-706.
Givhan, E. G., Jr. Carlos Fiiay.
fory 1:189-193, 1939.
Guiteras, 1. Biomphv of Dr. Carlos 1. Finlay: Biographic& no&.. in:‘Cuba, Ministerii de !&idad y
Asistencia a los Hosvitales. Dr. Carlos 1. Finlaw and
the “fil1 of Fume” of’New York. La Haíxma, cuba,
1959. Folleto sobre Historia de la Sanidad, No. 15.
Montero, 0. Carlos J. Finlay, el investigador de la
fiebre amar&~ Revista de Medicina y Cirugíb de la
Habana 46(6)251-275, 1941.
Norman, C. The unsung hero of yellow fever? Suixce
223:1370-1372, 1984.
Oficina Sanitaria Panamericana. Editoriales: En honor
de Fklay. Bol Of Sanit Panam 7991-992, 1928.
Reed, W., Carroll, J,, Agramonte, A. y Laxar,
The etiology of yellow fever: A preliminxy
Phitilphia Medical Jaurnal6:790-7!%,1900.
J. W.
note.
Wdiams & Wilkins. Carlos Juan Finlay. Medical Classics
(Baltunore) 2(6):541-649, 1938.
Descargar