“Un viejo que leÃ−a novelas de amor” CapÃ−tulo I

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“Un viejo que leÃ−a novelas de amor”
CapÃ−tulo I
Los pocos habitantes de El Idilio más aventureros varios en la cercanÃ−a del muelle, esperaban turno para
sentarse en la temida sillón portátil del doctor Rubicundo LoachamÃ−n, el dentista que mitigaba los
dolores más fuertes a sus pacientes con su famosa anestesia oral y que venÃ−a dos veces al año, al igual
que el correo. Odiaba al Gobierno, le echaba la culpa a éste de que el pueblo tenga los dientes podridos.
Hijo ilegÃ−timo de un emigrante ibérico, del que ha heredado su aborrecimiento al gabinete ecuatoriano.
Vociferaba contra el gobierno de turno.
El Sucre zarparÃ−a cuando el doctor terminase de arreglar quijadas, para luego navegar por muchos rÃ−os,
para luego de 4 dÃ−as arribar al puerto de El Dorado.
La única gente sonriente a las orillas de la consulta eran los “jÃ−baros”, los que eran indÃ−genas
rechazados por su propio pueblo y vestidos con harapos blancos, éstos tenÃ−an dientes filudos, con piedra
de rÃ−o.
Al terminar de secar sus instrumentos y guardarlos, listo para irse; le dicen - Tenemos que esperar, doctor.
Traen a un gringo muerto.
No le agradó para nada la noticia, pero luego al llegar al puerto lo esperaba su amigo Antonio José
BolÃ−var Proaño, un viejo de cuerpo correoso al que parecÃ−a no importarle el cargar con tanto nombre
de prócer.
CapÃ−tulo II
Mientras recordaban sus años mozos llega el Alcalde (babosa), máxima autoridad del pueblo, odiado por
los lugareños debido a que cobra impuestos por todo; vivÃ−a con una mujer a la que golpeaba salvajemente
acusándola de haberle embrujado al momento de haber arribado al pueblo hace siete años atrás.
Cada lunes lo miraban izar la bandera.
Llegó el gringo, se trataba de un hombre joven, no más de 40 años, rubio y de contextura fuerte. Los
insectos ya le habÃ−an devorado el ojo. Por la herida aparecÃ−an sus arterias y uno que otro gusano. La
babosa altiro culpó a los shuar. Hasta el momento en que el viejo se acercó al cadáver y deducÃ−a de
que el gringo murió por un zarpazo de tigrillo. Bajo esta hipótesis: el gringo mató a los cachorros de la
tigresa e hirió al macho. En el momento en el que la hembra buscaba alimento para que después
amamantara a los tigrecitos. Ahora la tigresa anda furiosa buscando al asesino de su familia y para ella todos
los hombres somos el responsable del fatal desenlace.
Antonio José BolÃ−var Proaño leÃ−a novelas de amor a sus sesenta y tantos años, pero según sus
papeles irÃ−an para los setenta, y en cada viaje el dentista le traÃ−a una que otro novelilla. ¿Son tristes?,
preguntaba el viejo. Para llorar a mares, “decÃ−a el doctor.
Cuando el doctor visitaba a su dama de compañÃ−a Josefa, ésta le seleccionaba las novelas de mayor
sufrimiento para que luego el Viejo las lea en su choza frente al RÃ−o Nangaritza.
CapÃ−tulo III
1
Antonio José BolÃ−var Proaño sabÃ−a leer, pero no escribir. LeÃ−a lentamente juntando sÃ−labas y
murmurándolas a medias, hasta completar la frase y con ayuda de lupa. Habitaba una choza de cañas.
Alguna vez tuvo una mujer llamada Dolores Encarnación del SantÃ−simo Sacramento Estupiñán
Otavalo dueña de una brillante cabellera negra con partidura al medio; conocidos de niños en San Luis,
fueron comprometieron a los 13 años. Sus primeros años fueron vividos en la casa de la mujer. Al morir el
padre heredaron unas tierras.
Al tiempo la mujer no se embarazaba, el viejo se negaba a ser padre de la fiesta de San Luis, entonces
decidió emigrar a El Idilio. Donde construyeron una precaria choza.
Al segundo año Dolores Encarnación del SantÃ−simo Sacramento Estupiñán Otavalo se marchó
al más allá gracias a fiebres altÃ−simas y consumida hasta los huesos por la malaria.
Por el orgullo a no volver a San Luis, aprendió en idioma shuar participando con ellos en cacerÃ−as y
andaba semidesnudo.
Todo compartÃ−a con ellos frutos, cigarros de hoja y charlaban cientos de horas. Sembraban maÃ−z y papas.
Un dÃ−a vieron al viejo medio enfermo por una fuerte mordedura de equis, entonces llevaron un brujo shuar
que le devolvió la salud. En poco tiempo formó una amistad con Nushiño, los que recorrÃ−an por todos
lados. El viejo era ya como uno de ellos, deseban escucharlo, verlo, pero también deseaban sentir su
ausencia hasta para entonar los anents, poemas nasales que describÃ−an la belleza.
Un dÃ−a Antonio José………. Descubrió que envejecÃ−a por errar un tiro de cerbatana y también de
que era el momento de irse.
Decidió irse a El Idilio y vivir de la caza. Ya en la despedida los shuar le entregaron la mejor canoa, lo
abrazaron y le dijeron que ya no era más bienvenido, por haberle dado un dardo envenenado en el ojo de su
compadre Nushiño, entonces tuvieron que elegir entre el viejo y Nushiño. El viejo tuvo que marcharse ya
que no era uno de ellos.
CapÃ−tulo IV
A cinco dÃ−as de navegación arribó a EL IDILIO, donde se encontraba una veintena de casas.
En ese lugar llegaban grupos de gringos portando armas para cazara hembras con sus tigrillos.
El viejo se ocupaba de mantenerlos a raya, mientras los colonos destrozaban la selva convirtiéndola el un
desierto.
Un pueblerino le ha preguntado si sabÃ−a leer, como el no sabÃ−a, cogió un papel y lo leyó, apenas
juntando las sÃ−labas; y ha descubierto que sabe leer, pero no triste reflexiona que no tiene que leer.
Decidió salir de EL IDILIO para dirigirse para el DORADO sólo para poder leer y comprar sus novelas,
de vuelta ya a EL IDILIO halló un par de guacamayos que no dudó en meterlos en su jaula.
Durante su travesÃ−a charló con su amigo Rubicundo LoachamÃ−n y lo puso al tanto de las razones de su
viaje. Entonces el doctor le dijo que si hubiera sabido le hubiera comprado en Guayaquil las novelas de
género romántico.
De todas formas el Dorado no era una gran cuidad pero para Antonio…. Luego de cuarenta años viviendo
en la selva, el Dorado era una gran urbe.
2
Luego de vender los loros, la maestra de la escuela le enseñó la biblioteca del pueblo.
CapÃ−tulo V
Antonio José BolÃ−var Proaño dormÃ−a poco, cinco horas por la noche y dos a la siesta; el resto se los
dedicaba a sus novelas y a imaginarse las locaciones donde ocurrÃ−an las historias.
Bajaba las comidas con café tostado endulzado con panela y los fortalecÃ−a con Frontera (ron).
Un dÃ−a llegó una canoa con un cadáver que era de Napoleón Salinas, un buscador de oro, que tenÃ−a
la boca tapada de oro.
El alcalde (babosa) vació sus bolsillos en los que encontró su identificación y veinte pequeñas pepitas
de oro.
-Y bien, experto ¿qué opina?, - lo mismo que usted, que Napoleón salió borracho, lo pilló el aguacero
y ahÃ− lo atacó la hembra y desangró rápidamente. Ese es el gran riesgo de salir de noche y borracho por
la selva.
El fiambre ya sin ojos y medio comido por los animales se buscó la muerte indirectamente.
CapÃ−tulo VI
Luego de saborear camarones decidió leer una de sus novelas. LeÃ−a sus pasajes varias veces. Recordó
haber besado muy pocas veces apasionadamente a Dolores Encarnación del SantÃ−simo Sacramento
Estupiñán Otavalo.
Besó solamente a su mujer porque entre los shuar es una costumbre desconocida, existÃ−an las caricias y en
el momento de amar las mujeres preferÃ−an sentarse encima del hombre y ser poseÃ−das.
Se acordó también a un buscador de oro tumbando a una jÃ−bara, porque el que tenÃ−a ganas de poseer a
una jÃ−bara la arrinconaba y la hacÃ−a suya, aunque en este caso la mujer desmontó al hombre.
Hace años llegó una novedosa embarcación al pueblo, llegaron cuatro norteamericanos, obviamente el
gordo se acercó con los gringos hasta la choza del viejo, al que nombró como amigo y colaborador.
Sin pedir permiso entraron a la choza y tomar un sinnúmero de fotos. Un gringo insistió en comprar una
foto colgada de la esposa del viejo, a tal punto de meter el retrato en su mochila y darle un fajo de billetes, el
viejo se enrabió y le dijo a la babosa - que el hijo de puta deje el retrato donde estaba o les vuelo los huevos
con mi escopeta. Los intrusos entendÃ−an castellano asÃ− que dejaron el retrato donde estaba y se
marcharon.
El alcalde enojado le dijo que se tenÃ−a que marchar, que ni el terreno ni la casa eran de él sino del Estado
y en el pueblo el Estado era él. Al ver al viejo enojado la babosa decidió marcharse.
Al dÃ−a siguiente la embarcación se fue. La babosa no llegó nuevamente a la choza pero sÃ− Onecón
Salmudio que le fue a decir que tenga cuidado con la babosa porque éste piensa botarle la casa.
Al poco rato llegó el gordo en son de paz, para decirle que como su casa se levanta en terreno del fisco,
tendrÃ−a que detenerlo por toma ilegal, pero como son amigos y como asÃ−, una mano lava la otra, tienen
que ayudarse.
3
Entonces el gordo se fue al grano y le dijo que un colono con los gringos han desaparecido en el interior del
bosque, porque éstos deseaban fotografiar a los shuar. Como no llegaron más se presume que los monos
han matado al colono y a un gringo; debido a que ellos portaban objetos brillantes que llaman profundamente
la atención de los primates.
Entonces quiere que se introduzca a los verdes parajes de la selva para ir a rescatar los restos del gringo. Y
asÃ− dejarÃ−a en paz al viejo.
Antonio José BolÃ−var Proaño llegó al lugar, para el le fue fácil porque se encontraban muchos
implementos dejados por ellos.
Primero encontró al colono y a los pocos metros al norteamericano. Las hormigas ya habÃ−an hecho su
trabajo impecablemente. Al regresar a El Idilio, entregó los restos y el alcalde lo dejó en paz, pero que no
durarÃ−a por mucho tiempo.
CapÃ−tulo VII
Un grupo de hombres se ha reunido, bajo órdenes del alcalde. Les ha entregado municiones de balas y
cigarros. El grupo ya internándose en la selva entre ellos el viejo para encontrar a la tigresa dolida por la
muerte de su familia buscando venganza y matando a todo hombre que encuentre en su camino pensando que
es el gran responsable de su desdicha y desgracia.
Bajo la lluvia el gordo y el grupo llegaron a un terreno plano en el que no pueden nisiquiera montar una fogata
una que esta llamarÃ−a la atención de felina. Los hombres poco a poco caÃ−an al sueño.
En el dÃ−a siguiente la babosa llamó a gritos a los hombres, el gordo ha atentado contra un oso mielero
pensando que era éste el gran responsable de la serie de muertes que han ocurrido en el último tiempo.
Todos los hombres enojados le han dicho al alcalde que como se atreve a matar al oso mielero, que es el
animal más inofensivo de la selva y matar a uno de ellos trae mala suerte.
Al colono que se apellidaba Miranda, lo encontraron con su espalda abierta de dos zarpazos, era un veterano,
nunca fue in viejo miedoso.
Luego pillaron al segundo muerto que era Plascencio Puñán, un tipo más o menos introvertido que no se
dejaba ver mucho.
CapÃ−tulo VIII
A los muertos los envolvieron en una hamaca, que luego cosieron y tiraron por los alrededores.
Al viejo le tocaba su turno de vigilancia, entonces para que el tiempo pase más rápido cogió una de sus
novelas y empezó a deleitarse con el romance de ellas.
Un compañero de turno le pregunta que está leyendo y éste le dice que una novela. -De que trata, -de
amor.
Anda lee un poco más alto le dicen por la otra esquina.
El viejo les dice que empezará desde el comienzo para que sepan quien es el bueno y malo de la historia. El
viejo tenÃ−a una habilidad impresionante para explicar didácticamente las palabras.
4
El alcalde los trató de mamones por creer en ese tipo de patrañas ocurriesen en la realidad. Pero antes de
seguir con su sermón un gesto lo detuvo, un ruido de un cuerpo que se pegaba a las plantas, el cuerpo en
movimiento acorralaba al grupo. Parece que la bestia los ha olido, pese a la oscuridad vació el gordo el
revólver.
Al amanecer, salieron rastrear las proximidades, la lluvia no borró las huellas del animal. Regresaron a la
choza a beber café.
El alcalde le ha planteado la idea de que éste y los hombres se marchen al pueblo y que el viejo se quede en
la búsqueda del animal ya que es el experto y serÃ−a fácil tenderle una trampa al animal.
Su vida con los shuar le permitÃ−a ver un acto de justicia en esas muertes, porque el gringo le habÃ−a
asesinado las crÃ−as y al macho. Por otra parte buscaba la muerte acercándose a los hombres.
El viejo quedó conforme con la propuesta pero le tenÃ−an que dejar cigarros, cerillas y cartuchos, el gordo
le entregó dichoso las exigencias.
El viejo se impacienta, sabe que el animal n es tan necio, la hembra lo buscara a él. Los felinos sientes el
miedo y los enloquece. Luego planeó todos los preparativos para su encuentro con la felina, entre ellos beber
mucho café.
Comenzó siguiendo las huellas encontradas el dÃ−a anterior, descubrió muchas plantas aplastadas y
siguió buscando.
El viejo la imaginaba con sus ojos pardos y cuerpo flaco y dijo en sus adentros -bueno bicho, ya sé cómo
te mueves, sólo me falta saber donde estás. Poco a poco la vegetación se volvÃ−a baja y espesa.
De pronto la vio, se movÃ−a con lentitud, fácilmente medÃ−a dos metros, el viejo se metió un cigarro en
la boca y ella se dejó ver varias veces.
AquÃ− me tienes soy Antonio José BolÃ−var Proaño ha dicho el viejo, y le dice -¿por qué no me
rodeas o me atacas?, y el viejo luego dice que no es tan cojudo y ella no es tan inteligente. Estuvo a punto de
disparar pero no lo hizo, la fiera esperaba que oscureciese para atacar, quedaban quince metros para llegar a la
ribera, cuando el animal atacó.
Recibió un empujón y rodó, mareado se hincó y esperó el ataque final; sorprendido de que la hembra no
lo ataca y luego ésta se va hacia las plantas.
Luego de varias horas se reencontraron en ese momento la hembra tomó vuelo y en ese instante el viejo
tiró del gatillo y le dio con el perdigón.
Finalmente se acercó al cuerpo muerto y lo acarició, lloró avergonzado.
Tiró con furia la escopeta se quitó la dentadura postiza pero sin dejar de maldecir al gringo, al alcalde, a los
buscadores de oro y a todos los que alteraban la pureza de su amado Amazonas.
El viejo vuelve a su choza a leer sus queridas novelas de amor que lo hacÃ−an olvidar al menos por unos
breves momentos la triste realidad humana.
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