ARL VII Domingo de Pascua B

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Contiene:
- ARL VII Domingo de Pascua B, La Ascensión del Señor
- PAGOLA 7 Domingo de Pascua B
- Semana del 17 al 23 de mayo de 2015
ARL VII Domingo de Pascua B
La Ascensión del Señor
“El Señor Jesús, después de hablar con ellos se elevó al cielo y se sentó a la derecha de Dios”;
con pocas palabras san Marcos, que nos acompaña este año cada domingo, da noticia de la
ascensión del Señor al cielo; ninguna descripción del acontecimiento como, en cambio, leemos en el
relato de san Lucas en el libro de los Hechos, que escuchamos hoy en la primera lectura. Marcos,
con su estilo sobrio y esencial, encierra el acontecimiento en solo dos expresiones: “se elevó al
cielo”, y “se sentó a la derecha del Padre”, dos acciones en las que se concentra simbólicamente el
significado profundo de la Pascua: Cristo, por el poder divino que hay en él ha vencido la muerte y
ha entrado en la eternidad, de la cual había venido enviado por el Padre, para la redención del
hombre; ahora la misión del Hijo se ha cumplido, y se ha cumplido también el tiempo de su
presencia visible entre los hombres y él regresa al Padre.
En el discurso de despedida, durante la última cena con los suyos, Jesús les había dicho: “Hijitos
míos, todavía un poco estaré con ustedes. Me buscarán, pro donde yo voy ustedes no pueden
venir” (Jn 13, 33); el Cristo histórico, el hombre Jesús, como todo otro hombre, debía dejar el
escenario de este mundo para regresar allá de donde había venido; allá, en la plenitud de Dios, hasta
donde no puede alcanzar la mirada del hombre; en el eterno infinito, el absolutamente Otro, que es
solamente la gloria, la gloria que el Hijo tenía antes de que el mundo fuera creado, y en esta gloria
divina e inefable, él está ahora con la humanidad tomada en el tiempo de la Virgen María y que es
también nuestra propia humanidad.
Es una verdad importante para nosotros, una verdad consoladora que ilumina nuestra existencia
humana, de peregrinos en el tiempo, que en Jesucristo, hombre y Dios ya hemos alcanzado la gloria
eterna; dice san Agustín: “…El bajó del cielo por su misericordia, y no subió sino él, mientras
nosotros, sólo por gracia hemos subido con él… para que la unidad del cuerpo no sea separada de la
cabeza” (sermón sobre la Ascensión). Así, nuestro destino ya se ha cumplido en Cristo aunque si
nosotros todavía vivimos en el tiempo, pero no separados de él, siempre invisiblemente presente
entre nosotros, según la promesa hecha de permanecer con nosotros, todos los días, hasta el fin del
mundo (Mt 28, 30).
En este tiempo de Pascua hemos hablado de la vid, la mística y fecunda vid que es Cristo mismo, al
que nosotros permanecemos unidos, como los sarmientos; hemos hablado de una morada donde
establecernos y la hemos encontrado en el amor que Dios nos ofrece; sabemos pues, que no estamos
solos sino íntimamente unidos al Señor Jesús, el Salvador resucitado, nuestra cabeza, en quien el
Padre eterno nos ha escogido, y nos ha escogido como escuchamos el domingo anterior, para que
vayamos por los caminos del mundo a llevar un fruto duradero como lo es el anuncio de la
salvación y las obras del amor; es lo que el pasaje del Evangelio de hoy nos recuerda con las
palabras del Señor: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.
Se concluye ahora el tiempo de la presencia visible de Cristo, y se abre el de su nueva presencia, a
través de la obra y de la acción de la Iglesia, de la que él es la cabeza; una cabeza gloriosa, mientras
sus miembros todavía viven en el tiempo, en la historia, donde lo manifiestan vivo y operante; y
estos miembros somos nosotros que cumplimos las mismas obras de nuestro Señor Jesucristo;
nosotros hoy somos sus testigos y los anunciadores del Evangelio que salva, que libera, que
ilumina, que sana. “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”; es el
compromiso del amor que actúa, de la caridad en los hechos, atenta a todos, sin discriminación
alguna; es la tarea de la santa Iglesia, de la que somos miembros vivos, la Iglesia que es madre y
que se inclina hacia los últimos, que cura toda herida del cuerpo y del espíritu, que socorre toda
necesidad, que escucha, que conforta, que corrige y que indica el camino seguro, la que sigue las
huellas de los pasos de Cristo redentor, único camino de salvación.
“Entonces ellos partieron y predicaban por todas partes…”; con estas palabras el Evangelista nos
hace una indicación preciosa: la ascensión de Jesús, su ascensión en la gloria, es si, un grande
acontecimiento que abre a nuestro corazón los espacios infinitos de la contemplación, pero esta, si
es auténtica, no es una evasión de las tareas que comporta la fe en Cristo; también nosotros, como
los Once, somos llevados, y estamos felices de fijar nuestra mirada en el Señor plenamente
glorificado al lado del Padre, pero también a nosotros, como a ellos, alguien nos dice: “ Hombres de
Galilea, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que les ha dejado para subir
al cielo volverá como le han visto marcharse.” (Hech 1, 11); Cristo regresará, para recoger el fruto
de aquella simbólica siembra de salvación que ahora pasa a través de nuestras manos de discípulos
y misioneros, fieles y atareados.
La mirada vuelta a Cristo que asciende hacia el Padre es una mirada que se arraiga en el pedazo de
historia en el que vivimos, con la tarea de combatir el mal que se encuentra en ella mediante la
palabra del Evangelio, ayudados por la fuerza del Espíritu, animados por el amor que proviene de él
y que tiene el poder no solo de neutralizar las insidias sino también de iluminar las mentes y
transformar los corazones para que se abran a la fraternidad y a la solidaridad, las únicas capaces de
establecer en el mundo la justicia y la paz.
Esta es nuestra “ascensión”, nuestra subida a ese monte simbólico que nos eleva de la tierra al cielo,
una subida que a veces es fatigosa pero que siempre es animada por la alegría y por la fe en la
palabra de Jesús, que nos ha dejado como herencia el mandamiento del amor que no conoce límites,
amor que a veces cuesta pero que nos lleva a Dios, que nos hace sentir a Jesús presente y actuando
con nosotros, y nos da la gracia de testimoniarlo a tantos que tal vez no alcanzan a verlo pero que
tienen todavía una grande necesidad de él.
Fr. Arturo Ríos Lara, OFM
Roma, 17 de mayo de 2015
CONFIANZA Y RESPONSABILIDAD
Al evangelio original de Marcos se le añadió en algún momento un apéndice donde se recoge este
mandato final de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». El
Evangelio no ha de quedar en el interior del pequeño grupo de sus discípulos. Han de salir y
desplazarse para alcanzar al «mundo entero» y llevar la Buena Noticia a todas las gentes, a «toda la
creación».
Sin duda, estas palabras eran escuchadas con entusiasmo cuando los cristianos estaban en plena
expansión y sus comunidades se multiplicaban por todo el Imperio, pero ¿cómo escucharlas hoy
cuando nos vemos impotentes para retener a quienes abandonan nuestras iglesias porque no sienten
ya necesidad de nuestra religión?
Lo primero es vivir desde la confianza absoluta en la acción de Dios. Nos lo ha enseñado Jesús.
Dios sigue trabajando con amor infinito el corazón y la conciencia de todos sus hijos e hijas, aunque
nosotros los consideremos «ovejas perdidas». Dios no está bloqueado por ninguna crisis.
No está esperando a que desde la Iglesia pongamos en marcha nuestros planes de restauración o
nuestros proyectos de innovación. Él sigue actuando en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Nadie vive
abandonado por Dios, aunque no haya oído nunca hablar del Evangelio de Jesús.
Pero todo esto no nos dispensa de nuestra responsabilidad. Hemos de empezar a hacernos nuevas
preguntas: ¿Por qué caminos anda buscando Dios a los hombres y mujeres de la cultura moderna?
¿Cómo quiere hacer presente al hombre y a la mujer de nuestros días la Buena Noticia de Jesús?
Hemos de preguntarnos todavía algo más: ¿Qué llamadas nos está haciendo Dios para transformar
nuestra forma tradicional de pensar, expresar, celebrar y encarnar la fe cristiana de manera que
propiciemos la acción de Dios en el interior de la cultura moderna? ¿No corremos el riesgo de
convertirnos, con nuestra inercia e inmovilismo, en freno y obstáculo cultural para que el Evangelio
se encarne en la sociedad contemporánea?
Nadie sabe cómo será la fe cristiana en el mundo nuevo que está emergiendo, pero, difícilmente
será «clonación» del pasado. El Evangelio tiene fuerza para inaugurar un cristianismo nuevo.
José Antonio Pagola
Semana del 17 al 23 de Mayo de 2015 – Ciclo B
Ascensión del Señor
Domingo 17 de mayo de 2015
Ascensión del Señor
Pascual Bailón
Hch 1,1-11: Se elevó a la vista de ellos
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas
Ef 1,17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo
Mc 16,15-20: Subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios
El tema protagonista de este domingo es, indiscutiblemente, «la Ascensión», la subida misma
de Jesús al cielo. Un segundo tema es el de «el mandato misionero» que el autor de los Hechos de
los Apóstoles que compuso aquella escena puso en boca de Jesús.
En el primer tema, «la ascensión misma», no serán pocos los predicadores que simplemente la
darán por supuesta, como indubitablemente histórica en su literalidad textual; habrá creyentes
sencillos, de los que de hecho todavía creen que Jesús emprendió una ascensión real, una subida
física y vertical, «hacia el cielo», que saldrán de la misa con la misma fe de siempre en la
Ascensión, la misma que tuvieron nuestros abuelos, y los abuelos de sus abuelos.
Otros predicadores tratarán el tema de la ascensión con una calculada ambigüedad en sus
palabras, de forma que no afirme explícitamente la historicidad literal de «la subida», pero tampoco
la cuestione; simplemente, dejarla ahí, y saltar por encima de ella para centrarse en el segundo tema,
el del mandato misionero.
Una tercera actitud sería la de abordar el tema «agarrando el toro por los cuernos», es decir,
haciendo caer en la cuenta a los fieles, explícitamente, de que hoy día, ser cristiano no implica en
absoluto la necesidad de creer en una «subida física de Jesús» hacia ninguna parte. No vamos a
extendernos aquí en un tema que requiere una explicación clara y detallada. Recomendamos
vivamente el texto también para utilizarlo en la reunión de estudio bíblico, o incluso para el estudio
personal.
El tema del mandato misionero está asociado a la Ascensión por tradición. El final del
evangelio de Marcos es el que asocia un mandato misionero de Jesús en el momento de «su
despedida antes de partir para el cielo». Hoy sabemos que tal despedida-subida no es histórica, sino
una genial composición literaria de Lucas, y que el capítulo final del evangelio de Marcos es
añadido posterior, no original. Nada de ello daña en nada a la Misión, que no recibe su fuerza de
que realmente fuera proclamada precisamente en la escena de la Ascensión. La Misión tiene otro
fundamento, ajeno a la historicidad de la escena de la Ascensión. Por eso no beneficia a la Misión
justificarla con un procedimiento mítico: «Jesús, antes de subir al cielo para irse al lugar de donde
habría venido, al despedirse, pidió a sus amigos asumir la misión, ahora en una nueva etapa, hacia
los confines del mundo». Proceder así, con esta argumentación «mítica» -que ha sido una
argumentación bien radicional, empequeñece la misión, porque rebaja sus fundamentos hasta la
categoría del mito. Qué sea la misión y qué fundamento tenga, habrá de definirse desde otros
fundamentos.
Podemos proclamar aquí, muy oportunamente, un principio conocido en el ámbito de «los
nuevos paradigmas»: no necesitamos nuevas interpretaciones elaboradas desde los viejos
presupuestos, sino propuestas nuevas pero desde presupuestos realmente nuevos. No refritos de los
ingredientes de siempre, sino una teología realmente nueva, desde presupuestos nuevos, aunque
pueda resultar chocante de entrada.
Para la revisión de vida
¿Estoy asumiendo la misión propia de mi identidad como bautizado/a en Cristo Jesús? ¿En qué doy
verdadero «testimonio» de Jesús y de su Causa, y en qué no lo doy aún?
¿Qué me falta para madurar más en la fe? ¿Conozco suficientemente el Proyecto de Jesús? ¿Busco
vivir por su Causa con la fuerza de su Espíritu y su experiencia de Dios Padre-Madre?
¿Qué señales doy de interés por los demás y por su liberación de esclavitudes o angustias, de
sufrimientos, marginación, opresión o depresión?
Para la reunión de grupo
- La ascensión del Señor, ¿fue un hecho histórico, físico, espiritual, teológico...?
- Cuál es el mensaje fundamental del «misterio» de la ascensión?
- La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo... Comentar esta célebre sentencia del
famoso misionólogo P. Charles.
- [El "texto complementario", de Boff, que referido más arriba, se presta muy fácilmente a ser
utilizado como una sesión de estudio bíblico que involucre a varios temas fundamentales de la
comprensión de la Biblia, así como otros respecto a la cosmovisión -cielo, tierra, tiempo,
eternidad...-.]
- Dice Lucas en Hch 1,3, que Jesús, después de resucitar, se dedicó con insistencia a hablar a sus
discípulos acerca «del Reino de Dios»: ¿qué creemos que significaba eso para Jesús entonces, y
para aquellos primeros discípulos; y qué significa para nosotros hoy? Compartamos nuestra
opinión personal sobre ello.
- En Mc 16,15-18 aparece esta promesa de Jesús: quienes crean el anuncio del Evangelio y se
bauticen, ejercerán «poderes mesiánicos» liberadores, para destruir lo que amenaza y mata la
vida. El texto simboliza esos poderes en estas «señales»: «expulsarán demonios, hablarán lenguas,
agarrarán serpientes y, aunque beban veneno no les hará daño; curarán enfermos». ¿Qué pueden
significar hoy los «demonios», las «lenguas», las «serpientes», los «venenos» y también la
«imposición de manos»? ¿Cuáles deben o pueden ser las «señales» que hemos de dar hoy?
Para la oración de los fieles
- Por las Iglesias, por el Papa, obispos, presbíteros, religiosas y religiosos y laicos y laicas, para
que todos los bautizados en Jesucristo seamos fieles testigos suyos y de su Causa del Reino con la
fuerza de su Espíritu: Oremos
- Por todos los miembros de las comunidades cristianas, para que busquemos la madurez en la fe y
en la gracia, a la medida de Jesús crucificado y resucitado, constituido Cabeza de la Iglesia:
Oremos
- Por los que viven y anuncian el Evangelio del Reino en las fronteras del dolor de los pueblos y de
los sectores humanos más sufridos y excluidos de la vida, para que les apliquen el poder de Cristo,
Mesías sufriente y resucitado, en signos de liberación e inclusión en la vida digna, justa y solidaria
propia del Reino de Dios: Oremos
- Por los más sufridos, olvidados y excluidos en nuestro país y en todo el mundo, para que la fuerza
del amor del Espíritu de Jesús nos lleve a vivir una solidaridad que les abra caminos de esperanza
real: Oremos
- Por nuestro pueblo, para que todo él supere las injustas desigualdades y los odios, y crezcamos
en paz verdadera, en puestos de trabajo y en vida justa y solidaria según el Proyecto del Dios de
Jesús: Oremos
- Por todas las personas que participamos en esta celebración, para que la ascensión del Señor sea
nuestra victoria y todos vivamos la experiencia del poder transformante de Cristo resucitado:
Oremos
Oración comunitaria
- Dios Padre nuestro, al celebrar con gozosa esperanza la exaltación de tu amado Hijo Jesús, que
fue crucificado por ser fiel a tu voluntad de vida digna para todos y todas, te pedimos que, con la
fuerza del amor del Espíritu, le sigamos al servicio de tu Reino de justicia, de amor y de paz.
Nosotros te lo pedimos inspirados en Jesús de Nazaret, hijo tuyo y hermano nuestro.
Lunes 18 de mayo de 2015
Rafaela María Porras, Juan I
Hech 19,1-8: ¿Recibieron el Espíritu Santo al aceptar la fe?
Salmo 67: Cantemos a Dios un canto de alabanza
Jn 16,29-33: Tengan valor: yo he vencido al mundo
Parecería que los discípulos han comprendido por fin el misterio de Jesús. Consideran que
habla claro y que no utiliza imágenes para enseñar. Manifiestan su fe en el Maestro. Sin embargo, la
respuesta de Jesús tiene un doble filo. Por una parte les cuestiona la claridad de su fe, y por otra, les
dice palabras de consuelo y esperanza. Jesús, consciente de que ha llegado la hora de “pasar de este
mundo al Padre” por el camino de la cruz, anuncia a los discípulos la incertidumbre y, como
consecuencia, la dispersión que van a sufrir por no comprender claramente el camino que ha
emprendido su Maestro. Sin embargo, hay una nota de esperanza: el Padre permanecerá siempre
con Jesús, sufrirá con él y le devolverá la vida. También los discípulos sufrirán la cruz, pero no
estarán solos, porque él les comunicará la paz. Ellos vencerán, como Jesús ha vencido. Cuando
perdemos el horizonte de la fe y nos hundimos en nuestras propias crisis, cuando no encontramos
las respuestas que quisiéramos para los problemas, grandes o pequeños, sólo nos quedan estas
palabras de Jesús: “para que tengas paz…, para que tengas valor…, yo he vencido al mundo”.
Martes 19 de mayo de 2015
Pedro Celestino
Hech 20,17-27: Cumplo el encargo que me dio el Señor Jesús
Salmo 67: Cantemos a Dios un canto de alabanza
Jn 17,1-11a: Padre, dame gloria junto a ti
Durante muchos días hemos venido leyendo el evangelio de Juan. Estos textos se han
caracterizado por el diálogo de Jesús con sus discípulos sobre su retorno al Padre, la promesa del
Espíritu Santo, la unidad con el Padre y entre ellos, la tristeza – alegría, etc. Ahora cambia el tono.
Este capítulo es lo que los especialistas han denominado “la oración sacerdotal u oración de Jesús
por el Pueblo Santo”. Jesús “da cuenta al Padre” de la misión realizada. Los discípulos actúan como
“testigos”. Ha llegado la hora de la glorificación. Jesús manifiesta que ha glorificado al Padre.
Ahora pide al Padre que lo glorifique nuevamente junto a él. Intercede por sus discípulos, porque es
consciente de que están en el mundo y, por lo tanto, expuestos a cualquier peligro y tentación. Pero
no pide que les exima de su responsabilidad, sino que les dé la fuerza para enfrentar, como él, las
adversidades del ambiente en que viven y actúan. Pidamos al Padre que también a nosotros nos dé
valor para no claudicar ante tantas amenazas de todo género que atentan contra nuestra fe y
nuestro compromiso evangelizador.
Miércoles 20 de mayo de 2015
Bernardino de Siena
Hech 20,28-38: Dios tiene poder para construirlos y darles parte en la herencia
Salmo 67: Cantemos a Dios un canto de alabanza
Jn 17,11b-19: Que sean uno como nosotros
Tres temas resuenan en esta oración, que están en continuidad con los textos anteriormente
comentados. Primero, la unidad: Jesús pide la unidad para sus seguidores. Pero no cualquier tipo de
unidad, sino de la misma naturaleza que la que él mantiene con el Padre. Sólo esa comunión íntima,
profunda, existencial, puede garantizar la fidelidad. Es indudable que en el trasfondo del texto nos
encontramos con una comunidad seriamente amenazada por rivalidades y fracturas a su interior. De
ahí la insistencia del evangelista en la unidad como un don divino. Está luego el gozo: desde luego
se trata del gozo que proviene del Espíritu; es decir, el gozo de sentirse plenamente hijo de Dios tal
y como lo ha prometido Jesús; el gozo de sentirse salvado; el gozo de saber que se cuenta con la
presencia “defensora” del Espíritu.
Y está, finalmente, la verdad: tema de gran relevancia en el evangelio de Juan. La verdad no
sólo como claridad mental, sino como fidelidad y autenticidad de vida. Eso es lo que nos ofrece y
nos pide el Señor hoy: unidad, gozo, verdad, fidelidad. En última instancia, es ser testigos fieles y
gozosos de la verdad y la unidad, en un mundo saturado de mentiras y egoísmo tanto personal
como estructural y colectivo.
Jueves 21 de mayo de 2015
Felicia y Gisela
Hech 22,30; 23,6-11: Tienes que dar testimonio en Roma
Salmo 15: Señor, me enseñarás el sendero de la vida
Jn 17,20-26: ¡Que también ellos sean uno en nosotros!
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con el episodio de
Pablo acusado por las autoridades religiosas judías ante el comandante de la guarnición romana
acantonada en Jerusalén. El oficial se da cuenta de que está ante un caso muy difícil. Por eso hace
reunir al consejo judío, compuesto por saduceos y fariseos. Pablo aprovecha la composición
religiosa heterogénea del sanedrín y suscita una discusión entre ellos, ganando el favor de los
fariseos. El tema de la discusión es la resurrección de los muertos. Así, Pablo aprovecha las
circunstancias para dar testimonio de Jesús en Jerusalén, en Cesarea y, finalmente, en Roma.
Podemos decir que en Pablo se cumplen las palabras de Jesús que hemos venido reflexionando en el
evangelio de Juan: está en el mundo, pero no es del mundo. La unión íntima con Jesús se convierte
en fortaleza y sabiduría para enfrentar las acusaciones que le hacen sus adversarios.
Mantenernos unidos a Jesús, y en él al Padre, nos proporciona fuerza y valor para
enfrentar las dificultades en la misión que nos ha confiado el mismo Jesús: el anuncio y
testimonio del evangelio del reino.
Viernes 22 de mayo de 2015
Joaquina Vedruna, Rita de Casia
Hech 25,13-21: Pablo da testimonio de Jesús resucitado
Salmo 102: Bendigamos al Señor, que es el rey del universo
Jn 21,15-19: Sí, Señor, tú sabes que te quiero
Pablo se tiene que enfrentar ahora ante el rey Agripa II, amigo personal del gobernador Festo.
Este rey era hijo de Agripa I, que había perseguido a los cristianos de Jerusalén, y sobrino nieto de
Herodes Antipas, ante quien compareció Jesús. Tal como lo había dicho Jesús de la suerte de sus
seguidores, Pablo tiene que comparecer ante varios tribunales, tanto judíos como romanos. Pero
aprovecha las oportunidades que tiene de hablar, para anunciar a Jesús resucitado. Podemos
constatar cómo el Espíritu Santo actúa en la persona de Pablo para vivir la “pasión” que le
corresponde como verdadero discípulo de Jesús. Desde una perspectiva diferente pero
complementaria, Juan nos presenta la figura de Pedro como responsable de “cuidar las ovejas”. Pero
no como propietario, sino como “administrador fiel”. Pedro debe cuidar del rebaño del Señor con
solicitud, incluso hasta dar la vida como su maestro. El cristiano, como Pablo y como Pedro, está
convocado a seguir las huellas del Maestro; a dar testimonio de él aun en los momentos de
persecución, y estar dispuesto a entregar la vida por los que él le ha confiado. Como animador,
catequista, evangelizador, agente de pastoral…, está llamado/a a dar testimonio de Jesús
Resucitado.
Sábado 23 de mayo de 2015
Desiderio
Hch 28,16-20.30-31: Vivió en Roma, predicando el reino de Dios
Salmo 10: Los buenos verán tu rostro, Señor
Jn 21,20-25: Este es el discípulo que da testimonio
Pedro y Pablo son figuras máximas, ejemplares, modelos supremos para los discípulos de
todos los tiempos. Pablo, prisionero en Roma, por lo menos custodiado por un soldado romano,
aprovecha las circunstancias para anunciar el evangelio a los judíos que viven en Roma. Como ha
pasado en otras ocasiones, algunos aceptan su propuesta. Otros, por el contrario, se muestran
escépticos y se alejan. Pablo cita a Isaías 6,9-10 para describir esta situación de resistencia al
mensaje salvífico que les anuncia. Según la tradición, Pablo murió mártir en la persecución de
Nerón del año 66. Pedro también sigue los pasos de Pablo, aunque con un estilo diferente. Pablo es
el gran misionero itinerante, mientras que Pedro es la garantía de la estabilidad de la comunidad.
Pero los dos son piezas fundamentales en la tarea de la evangelización. Muchos hombres y mujeres
a lo largo de la historia del cristianismo han vivido experiencias similares a las de Pedro y Pablo, y
han confirmado con su vida la autenticidad de su anuncio. América Latina posee un patrimonio
martirial evangelizador sumamente valioso. Esta herencia de sangre mártir constituye un verdadero
desafío para nosotros en las diversas situaciones en que realizamos el anuncio de la buena nueva.
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