SUPERPODER Necesito un poder que me empuje a

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SUPERPODER
Para R. que me enseño el verdadero superpoder.
Necesito un poder que me empuje a levantarme de la cama. Un poder no, un superpoder.
Quizás como Darth Vader, una fuerza, usar “la fuerza” para hacer que mis piernas, tronco, brazos
y cabeza se dirijan sin titubeos a la escuela. Solo eso. Mi fuerza, mi superpoder, no serviría para
dominar galaxias ni herir a otros.
Sus manos rodean mi cuello y siento que me empieza a faltar el aire. Hoy, el motivo de la
pelea ha sido que mi cabeza tapaba una parte de la pizarra. Ha sido con Pedro. Intento sacármelo
de encima pero no tengo fuerza, vuelvo a pensar por un segundo en un superpoder. Desaparecer.
Desaparecer del patio y volver a casa. Cuando no es Pedro, es Tomás y cuando no otro chaval o
también las niñas, que se ríen de mi. Cuando no es por mi cabezón (mamá córtame el pelo, por
favor), es porque me he reído fuera de tiempo o porque no me he reído a tiempo y sobretodo,
sobretodo, porque pierdo los nervios cuando me miran demasiado, oigo chismorreos o se ríen de
mi. Pierdo los nervios e insulto y grito y pataleo y a veces los libros y libretas vuelan por los aires.
Como Hulk. Que se transforma en otro. Pero ese no es el superpoder que yo quiero tener. Yo
quiero ser yo y que los demás me dejen en paz.
Sus manos rodean mi cuello y yo hago un último esfuerzo por escabullirme de debajo de
Pedro. Sus manos se aflojan. ¿Estoy ganando? No, claro que no. La profesora que vigila el patio
ha oído el barullo y se ha acercado. Pedro me suelta. Conozco la película a la perfección:
reprimenda y castigo para el villano del día. Yo respirando atropelladamente para recuperar la
compostura y para no empezar a gritar. No quiero llorar. La psicóloga me dice que no pasa nada si
lloro, pero que no debo gritar, que intente explicarme con calma. Yo respiro atropelladamente. Y
los títulos de crédito: la profesora de guardia del patio le dice a la profesora: “otra vez lo de
siempre”. Porque esta es una de estás películas trilladas que pasan cada verano, navidad o
semana santa en la tele.
Un día saliendo de la psicóloga, le digo a mi madre que quiero hacer cine. Me gusta la idea
de esconderme detrás de una cámara y rodar pelis de superhéroes. Me apunta a teatro. No se si
no me ha entendido, no me escucha o sencillamente habla a mis espaldas con la psicóloga.
Extraescolar. Genial. El teatro será mi fin. ¿Hacer el bobo delante de mis compañeros de clase?
Lo que me faltaba.
Me niego a participar en los ejercicios, me siento en un rincón e intento pasar
desapercibido. Si alguien se ríe de mi, exploto y hago un auténtico numerito. ¿No queríais teatro?
Tomad teatro. Los demás de divierten. Hacen improvisaciones. Pequeñas historias. Inicio-NudoDesenlace. Pedro quiere hacer de Capitán Espagueti y salvar a Natalia. Hacen la escena entre
gritos, saltos y patadas voladoras. Es un rollo. “¿Qué opináis del trabajo de los compañeros?“
pregunta el profesor a los que observamos la escena. No levanto la mano pero empiezo a hablar:
“No sabemos porqué el malo es malo, ni porqué quiere acabar con el mundo, ni que pinta Natalia
en medio de todo. Hace falta un plan. Presentamos a los personajes y vemos sus poderes,
después vemos al Capitan Espagueti preparar su plan para salvar al mundo y al final se resuelve
la situación. Si todos habláis a la vez y dais patadas al aire no se entiende nada.” Respiro porque
me he quedado sin aire después de lo que acabo de soltar. Nadie más respira. Se han quedado
atónitos. Pedro me mira con ira. Va a ser mi fin. El profesor me dice que seria un buen
dramaturgo, pero yo ni sé que es un dramaturgo ni quiero estar más allí. Bajo la cabeza y me
escondo. Cuando salimos de clase el profesor se acerca y me felicita otra vez por mi comentario.
Veo a mi madre acercarse con la bicicleta pero antes de irme me digo al profe: “Yo no seré
dramaturgo, seré director de cine.” Por primera vez le digo a mi madre que la clase de teatro ha
sido “Psaaa” y eso para mi… es mucho.
Quiero un superpoder, quiero ser invisible. He pasado por la pista de futbol cuando no
tocaba, un balón ha impactado directamente contra mi bocadillo de queso y antes de poder
agacharme para intentar salvar algo de mi desayuno un montón de manos calientes y sudadas
golpean mi nuca. “¡Tunel de collejas!” escucho a alguien gritar. Quiero desaparecer del patio.
Como sigue y acaba la peli ya lo sabéis.
Participo en algunos ejercicios de clase de teatro (aunque aprovecho la mínima ocasión
para suspirar exageradamente y dejar claro que me parecen un rollo), ayudo a los compañeros
con las improvisaciones y el profesor me deja grabar algunas escenas con una cámara y yo
después las monto en casa con el ordenador.
Quiero un superpoder y correr rápido como Flash para dar vueltas a la tierra y que pasen
los días y llegue el verano y mis padres me cambien de escuela como han acordado con la
directora del centro.
Me duelen las mandíbulas de apretarlas para no llorar. Tengo los ojos rojos. Lo sé. Sólo
espero que no me estén viendo los demás. Cuando entra el profesor de teatro me toca el hombro
y así, normal (si es que normal es la palabra) me dice que vaya a lavarme la cara. Normal, sin
pena, ni un cariño excesivo y falso, normal como le pedirías a alguien la hora. Agradezco el agua
fría en la cara y mi mandíbula se relaja. Cuando entro en clase de nuevo todos gritan como si se
acabara el mundo. “Voy a repartir los papeles de la obra de final de curso” dice el profesor. Tierra
trágame. ¿Una obra? ¿Delante de todos? Ni hablar. “Es una obra sobre la guerra de Troya. Pero
para reírnos un poco eh, nada de espadas ni patadas voladoras que os conozco.” He visto la peli y
si algo no hacía era risa. No entiendo nada. Pero es igual porque no pienso hacer ninguna obra.
“Yo no la voy a hacer” digo. Nadie me escucha porque están todos gritando, pero el profe si me
oye. “Claro que la vas a hacer. Eres Aquiles, te necesitamos para resolver el entuerto.” ¿Aquiles?
¿Soy Brad Pitt? Ni de coña. El profesor se acerca “No te preocupes. Si quieres solo saldrás en
una escena. Venimos a pasarlo bien, no?” Mi mandíbula se relaja de nuevo.
Me sé el papel de memoria. El mío y el de todos los demás. Como no me dejan jugar a
nada en el patio aprovecho para estudiarme el texto. El guión no, eso se utiliza en el cine, en
teatro es el texto. Me lo han enseñado. Empiezo a pasármelo bien. Me olvido de los demás,
aunque me siguen cayendo collejas y yo sigo lanzando libros como Hulk. Aquiles es un buen tipo.
Tiene su punto débil que es el talón pero como nadie lo sabe piensan que es invencible. Mi
problema es que todo yo soy un punto débil y todo el mundo lo sabe. Pero empiezo a pasarlo
bien. Un día le pido al profesor más réplicas (porque no se llaman frases, se llaman réplicas).
“Claro, tendrás más réplicas. Pero tendrás que ayudarme a escribirlas. Yo soy profesor de teatro,
no dramaturgo”. Vale, así que eso es un dramaturgo. Y empiezo a hacer de dramaturgo.
Los compañeros se abrazan y las niñas hacen grititos histéricos por los nervios.
Estrenamos. La sala está oscura y estamos esperando que empiece la música de la obra. El telón
aún está cerrado. A mi no me abraza nadie, claro. Me ajusto el cinturón de mi vestuario (que no
disfraz) de guerrero y respiro hondo. Voy a ser Aquiles. Entonces entiendo el superpoder. Ha
estado allí siempre. El superpoder de ser otro durante un rato. Me veo desde fuera, soy Aquiles.
No me reconozco. ¿En serio ese soy yo? Y cierro los ojos porque puedo verme igualmente. Y
sonrío. El telón se abre.
Me despierto. Hoy empiezo el colegio. nuevo. Voy a ser otro. Voy a hacer de dramaturgo
de mi mismo. Tengo un superpoder. El telón se abre.
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