Antonio F. Marín entretiempo Antonio F. Marín 1 Entretiempo Dibujo de la portada: José Lucas Director de la edición: José Luis Vergara Jiménez © Antonio F. Marín González, 2004 © Ediciones vermont, 2006 Primera edición: diciembre de 2006 Printed in Spain - Impreso en España ISBN: Depósito legal: Gráficas Cieza cxcxcxcxc Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, Internet y el tratamiento informático. Antonio F. Marín González RPI - MU-360-2004 de 8 junio de 2004 [email protected] http://aefemarin.blogspot.com Apartado 258 - 30530 CIEZA (Murcia) 2 Antonio F. Marín entretiempo Antonio F. Marín Ediciones Vermont 3 Entretiempo 4 Antonio F. Marín A mis padres, Piedad y Juan María 5 Entretiempo 6 Antonio F. Marín “Por supuesto que no cree en Dios, porque quiere pasar por hombre de luces» Mariano José de Larra XI.- La vida da muchas vueltas, pero es que a algunos siempre nos pilla debajo, vuelta tras vuelta, que debe de ser cosa del amaño de algún bergante para que la rueda siempre nos toque en la peor parte que el muy fullero parte y reparte. Que va a ser eso, me he dicho mientras me acerco a la ventana para asomarme a este escenario de asfalto y hormigón por donde la ciudadanía anda improvisando esa obra tan vanguardista y transgresora en la que los protagonistas comen, follan, duermen, trabajan, cagan y se reproducen como en la vida misma que uno, por cierto, ya tiene vista y vivida, en cabeza ajena, entre una muerte antes de nacer y otra muerte después de morir, vuelta tras vuelta, quedándonos sólo en el entretiempo la añagaza de echar mano de la imaginación, dejarse llevar por la imaginación, vivir de la imaginación siempre y cuando no te pases de iluso como ya nos tienen dicho y encomendado. - Tú lo que tienes es mucha imaginación. - Sí, es que de pequeño me he masturbado mucho. Pero ahora será mejor que me calce la sonrisa de más vestir para enmascarar que la única esperanza que nos queda radica en encontrar un lugar en el que nadie te salude por tu 7 Entretiempo nombre. Excepto las mujeres, claro. Aunque quizás no, sabe usted, porque ellas te mirarán primero a los ojos, luego a los zapatos, sumarán, dividirán entre dos y extraerán la puntuación, el algoritmo neperiano del número (e) y el resultado final: «Con éste ni a misa», se dirán, mientras se apartan para que pases. Los hombres no, claro, porque los hombres somos más nobles, menos enrevesados y miramos siempre al mismo sitio. Y desde el primer momento. Aunque tengamos que volvernos por la calle para mirárselo. Somos menos falsos, mucho más sinceros. Al menos un servidor, desde luego, porque cuando sólo te guareces bajo unas pocas certezas como que te vas a morir, que Dios existe y que la tortilla de patata es con cebolla parece más atinado seguir tachando un día más en el calendario, vuelta tras vuelta, aunque caigas otra vez debajo porque ya sabes que en el desierto no hay atajos y que la dicha solo te la permiten alguna vez, con reparos, cuando estrenas las botas de agua y las metes en todos los charcos; de niño, mayormente, porque de mayor se te encaran malmirados. Y entonces volvemos a donde estábamos; es decir, a aquello tan ordinario de andar uno dándose a la perquisición metafísica sobre si la vida tiene sentido o si después de la muerte viene más muerte. O quién ha sido el que ha convencido a las mujeres de que las leyes físicas quedan suspendidas en el interior de los armarios y que en ellos caben todo lo que ellas quieran meter, que esa es otra, claro, además de todas esas cuestiones de mucha miga y cuantía que te enfoscan, te hartan y te incitan a bajar a la vida, a la calle, por la que poco después camino entre adoquines y bolardos hacia aquella plaza catedralicia que, una vez que he cruzado, me asoma a una de las gran8 Antonio F. Marín des avenidas con las que la ciudad se encajona con brochazos tendidos de asfalto y empinadas pinceladas de erizado hormigón en el que 600.000 ciudadanos insisten en comer, dormir y cagar, mientras algunos de sus congéneres escriben de ello en verso endecasílabo y lo llaman poesía. Y he seguido por la acera abriéndome paso entre una concurrencia que viene apretada y ceñuda con sus papeles, sus teléfonos móviles o con los atiborrados carritos de la compra que me obligan a apartarme para seguir mi camino amparado en la hospitalidad de los fraternos consejos de Zara, El Corte Inglés, Cocacola o Vodafone que me amparan filantrópicos de vuelta al piso pues había pensaba visitar a la madre de la que fue mi chica por si sabía algo de ella, pero por el camino me he desdicho de mis propósitos porque de pronto he caído en que es probable que ella ya ni se acuerde de mí, de cuando anduvimos por la localidad de el Argaz y «fuimos lo que fuimos», según he oído cantar al dúo Maldeamores por la ventanilla de ese coche junto al que he pasado, de vuelta a casa, decía, donde sólo me recibe el perro que ladra y mueve la colita mientras me acomodo en el sofá con otra certeza apilada a las que ya amontonan polvo. A saber: que mañana será el mismo día y que quizás sería de más avío cultivar la resignación laica volteriana de trabajar y no pensar como única forma de hacer la vida llevadera mientras te rebozas con un pizca de fútbol, un puñado de trabajo, una miaja de sexo, un pellizco de toros, otra cucharadita de trabajo, un buchito de Lexatin, un toque de playa y una tacita de eutanasia. Y FIN de la cadena de producción animal, con esquela mortuoria que nos hace por fin humanos. Así que uno prefiere la pócima 9 Entretiempo de la poesía del poeta ciezano Aurelio Guirao: Pero a mí, ¿qué me importa que suban mis despojos por la savia de un árbol y asomarme en cerezas? No hallaré mi sabor en ajena garganta ni hallará mis paisaje perdidos quien las muerda. Una poesía que te puede reconfortar mientras viajas hacia la muerte amenizado con esa otra orquesta filarmónica del programa de televisión conocido como Gran Hermano en el que la ciudadanía se encierra en una casa para que sus papatostes vidas sean retransmitidas en directo a los demás mindangos que las miran maravillados desbordando todas las marcas de audiencia bajo el epígrafe de la telerealidad, la cultura popular que siempre hemos exigido a los gobiernos, y que uno no entiende porque no atino a explicar cuál es el cominillo, la inquietud intelectual, por ver a unos medianías que de encontrártelos a tu lado en una mesa de una cafetería les dirías que bajaran la voz, por favor, bajad la voz, porque molestáis con vuestras anodinas vacuidades garbanceras de monos humanos que siguen vivos y encantados de la vida cultivando su jardín, tal y como postulan algunos filósofos o escritores cuando nos acunan con el arrullo de que la vida no tiene porque tener sentido. Cierto, sabe usted, porque viendo a la ciudadanía televisiva de Gran Hermano se acredita el agüero pues estos nenes tampoco le buscan sentido a su existencia: la viven y tan felices en su anodina felicidad animal como la de esos otros papahuevos que procuran siempre encontrarle un sentido al sinsentido para no encontrarse en cueros, y sin tabiques, pues el razonamiento es obvio: si después de la muerte sólo hay más muerte la vida no tiene sentido y 10 Antonio F. Marín habría que plantearse el problema filosófico del suicidio (Camus), por lo que estos cursiprogres de los que se descojonaba Larra porque no creen en Dios al querer aparentar que son hombres de luces, se ven obligados a encontrárselo para justificarla, para que la renumeración esté en esta vida. Y es entonces cuando aparece esa valeriana de que la vida es maravillosa y hay que apurarla hasta el último segundo porque «la vida sabe bien», tal que nos aconsejaba la Cocacola, sabe usted, porque se conoce que no hay forma de razonar con estos gurripatos sin que lleguemos a los publicistas de la Cocacola.Tantas alforjas filosóficas con Aristóteles, Platón, Pascal, Kierkegaard, Heidegger, Nietzsche, Kafka, Camus, Sartre, Beckett y demás tropa cariacontecida, para que por fin arribemos a Itaca: a que el marketing de la Cocacola nos lo explique todo de un brochazo y muy clarito: La vida sabe bien. - Deberías hacer caso a Woody Allen cuando en Hanna y sus hermanas, se pregunta qué pasa si no existe Dios y sólo vivimos una vez, ¿no te interesa esa experiencia?, ¿no te interesa disfrutar la vida mientras dure? - Sí, con un matasuegras. Voy ahora mismo a comprármelo. En un entrever, claro, doctora, pero no me interrumpa que me descarrilo y se me pierde el hilo, el ovillo y hasta las agujas del ganchillo, porque además no es completamente cierto todo esto que digo porque uno si ha visto un atisbo de claridad junto a aquella chica a la que había conocido en el Argaz, cuando acudí a aquel rincón de la región de Murcia, en la entrada del Valle de Ricote, para desenmarañar el enigma de un tesoro que parece que había 11 Entretiempo quedado oculto bajo una Chinica que cayó del monte y aplastó una casa partiéndola por la mitad. Pero eso fue entonces, hace tiempo, porque no había vuelto a saber nada de ella y a la sazón me entretenía tirándole unos cacahuetes a la ciudadanía encerrada en la jaula de Gran Hermano aunque chocaran contra el televisor y no les llegaran. Una lástima, porque hubieran gozado una enormidad con su felicidad animal de no buscarle sentido a la vida porque la vida no tiene porque tenerlo, joer, que mejor le devolvemos al perro la caricia y cambiamos de canal a este otro en el que nos informan de que sigue cundiendo otra enfermedad que es más mortífera que el cáncer (el hambre), sin que la Ciencia haya dado aún con la medicina/mendrugo que la palie. Y entonces, en el entretiempo, apagaremos la televisión, correremos el telón, abriremos la cama y rezaremos otra oración más oportuna que aquélla otra de cuatro angelitos tiene mi cama. Veamos: No dejar sentimientos entrañables, importantes legados culturales, desconsolados pésames, ni recuerdos imborrables. Amén. Y ahora dormir; quizás ensoñarte con aquella chica del pasado para revivir cuando anduviste con ella por el hotel de Las Delicias del Argaz en el que solías quedarte embobalicado de su peculiar atractivo con el pelo cortito a lo chico que te gustaba lavarle y secarle, para llevarla luego en brazos a la cama donde le ponías la música de Leavin’ on Your Mind de Patsy Cline, antes de sentarte a su 12 Antonio F. Marín lado para peinárselo con los dedos y olérselo hasta lo más profundo del mar. Y decirle que la querías, que ese día, hoy, se te ha olvidado decirle que la quieres, y mucho, mientras le besas la nuca y las mejillas, y le sigues acariciando su pelo negro cortito para seguir soñando que no amanece, aunque algunos se empecinen en que mañana puede ser otro día. Igual que este, por cierto, porque al despertarte adviertes que te han echado otro día más al costillar y que, como siempre, no será ni bueno ni malo: sólo otra calcomanía del anterior en la que tendrás que acudir al trabajo para ocupar la misma mesa frente al mismo cuadro, si no tienes que acudir a entrevistar a los vecinos de un joven que ha muerto en accidente de tráfico para que te digan aquello de que era una bellísima persona, un chico muy trabajador y amigo de sus amigos, que quería mucho a su madre, que estaba al corriente de las cuotas del partido y que estaba ahorrando para casarse con su novia de toda la vida. Una historia conmovedora, como la vida misma, que suele gustar mucho por este solar en el que un día te pondrán el aire acondicionado y meses después te lo quitarán. Otro día mirarás para la ventana y verás pasar a la banda de música que loa al Patrón. Otro día verás desfilar a los niños que cantan villancicos y días después pasarán las bandas de tambores y cornetas que pregonan la Semana Santa, antes de que enciendan otra vez el aire acondicionado y de que meses después te lo vuelvan a quitar porque tenemos que limpiar el panteón por lo de Todos los Santos. Luego adelantarán la hora. Y meses después la atrasarán. Van como locos. ¡Luz, más luz!, pedía Goethe en su lecho de muerte; 13 Entretiempo pero mientras nos llega el candil, en el entretiempo, habrá que esconder las botellas de whisky por la cisterna del váter o quizás llevarlas a casa para dejarlas bajo la cama y que cuando despiertes y te acucien los temblores, puedas calmarte en la farmacia de guardia y empezar de nuevo el círculo vicioso, aunque sin vicio, que te llevará a la realidad de unas calles por las que todavía lucen las farolas, según ves cuando has bajado a desayunar en el primer bar que encuentres abierto y que suele localizarse por las afueras, por las estaciones de servicio que abren antes para atender a los trabajadores que madrugan, si la ansiedad y los temblores de las manos no te han precipitado y tienes incluso que esperar a que las abran aquí mismo, apoyado en la pared, mientras esa jovencita tan guapetona que pasa cargada con cubos de la limpieza te mira fijamente sin que te sonrojes por su ojeada porque ya sabes que no se fija en ti porque seas guapo, porque estés muy bueno o porque quiera tener un hijo tuyo, sino que te mira porque es probable que lleves la bragueta abierta. Y bajas la cabeza. Y sí, llevas la bragueta abierta, qué contrariedad, mientras oyes el estrépito al subir la persiana y entras al bar para tomártela de un trago, sí, gracias, póngame otra, por favor, que he de acudir sereno al trabajo donde me sentaré frente a la ventana, miraré el reloj, maldita sea, porque todavía falta para bajar de nuevo al bar y tendré que roncear con los papeles, mirar el reloj y ver que todavía falta para bajar, joder, joder, mientras sigo traslapando carpetas indiferente al tute que se traen los demás, sabe usted, porque cuando te esfuerzas en seguir vivo, en el entretiempo, no reparas en el aguachirle de cómo se han de distribuir las 14 Antonio F. Marín revistas en esta sala de espera a la que llaman vida y en la que aguardas el trasbordo hacia la muerte, puerta a puerta, mientras trabajas para comprarte una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y ganar más para poder ahorrar más y comprarte una cama mejor en la que morir descansado y cumplido. - O sea, que no somos nadie. - Sí, más o menos, porque como decía Juan Carmelo del Carmelo, la verdad está en cagar en cuclillas en el campo y en limpiarse el culo con un piedra. Pero eso fue antaño, decía, en aquel viaje al Argaz en el que lo había conocido y en el que por primera vez había sido dichoso sin proponérmelo. Sin intención ninguna de serlo, me he dicho mientras bajo otra vez al bar para tomarme el aperitivo, que va a ser un whisky solo y en copa, por favor, que es más discreto si la resguardas entre las manos y puedes bebértela de un trago sin que se noten los temblores, aunque resoples mientras esperas su farmacológico efecto para sentirte entonado, ¿otra?, sí, por favor, gracias, que bebes, deprisa, deprisa, y que te hace sentirte más sereno porque poco a poco se va comprendiendo todo, pues ahora no ves la sobria realidad que parece que tú solo ves, sino la que los demás quieren ver como una monísima postal navideña, Feliz Navidad, próspero año y felicidad. Y otra más, gracias, aunque después de beber tengas que resoplar mientras levantas la vista hacia el televisor para quedarte despatarrado al ver que un avión se ha estrellado contra una de las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York, eso parece, porque todavía no se puede concretar más, según dice ahora la locutora, aunque 15 Entretiempo todo parece indicar que tras el accidente se ha producido un incendio en las plantas superiores, otra copa gracias, porque esto es una calamidad, tiene usted razón, y suba el volumen de la tele, por favor, para que podamos oír lo que dicen de esas imágenes tan espeluznantes en las que una enorme fumarada se escapa de las plantas de los edificios, debido a un accidente, pues la presentadora añade ahora que un Boeing 767 de American Airlines que volaba desde Boston hacia Nueva York, se ha estrellado contra una de las dos Torres Gemelas, la denominada Norte, mientras vemos en las imágenes en directo de la CNN cómo se produce otra explosión en la torre de al lado, y esto ya no es un accidente, claro, qué me va usted a decir, pero póngame otra copa, gracias, porque la cosa es grave, sí, yo también lo creo, y además la periodista nos confirma ahora que otro avión de la misma compañía aérea ha impactado contra la segunda torre, la Sur, por lo que teníamos razón y todo parece indicar que no es un accidente sino un atentado terrorista, joer, y usted no me empuje, por favor, porque si nos apretujamos un poco podremos ver cómo se derrumba la segunda torre del World Trade Center, la que llaman Norte y la primera que sufrió el atentado, pero sin empujar, por favor, no empujen porque ahora también se desploma la segunda torre mientras la isla de Manhattan queda envuelta por una densa nube de humo provocada por el hundimiento de los edificios en los que pueden haber muerto unas 6.000 personas que claman justicia, según dicen ahora los políticos norteamericanos, por supuesto, pero déjeme pasar, por favor, que me marcho pues tampoco sé qué quiere usted decir con eso de que la guerra contra los terroristas se ha de hacer de acuerdo a la legalidad interna16 Antonio F. Marín cional: ¿Quizás que se lancen las bombas con póliza y con un notario que las compulse? ¿O quizás que se los ametralle con sellos de caucho de la ONU? O quizás se refiera usted a que se les declare la guerra en papel timbrado, en plan protocolario y todo eso, como pretendía aquél colega de la Marina, el Cándido Guirado y de la Zarzamora, cuando se negaba a disparar el cañón porque decía, no sin razón, que si disparaba la bala podía lisiar al enemigo, mi comandante, que aquí va a salir alguien lisiado y luego vienen las madres mías que vinieron, mayormente cuando lo echaron por poco apto para el servicio, junto a un servidor al que también licenciaron pero por otras motivaciones, principalmente por pegarle una hostia a un teniente de navío y tirarlo por la borda al través del faro de Cabo de Palos por una cuestión de principios, faltaría más, pues él decía muy ufano que los tenía pequeñicos y pegaos al culo, como los tigres. Y servidor que grandes y colgando como los leones. Y nos tuvimos que pegar, claro. Cosas de hombres. Aunque entre tigres y leones la novia común que manteníamos anduviera sin barrer. Y he salido a la calle para despejarme, creo recordar, entre una concurrencia que al torcer la esquina con la calle salón, se agolpa frente a los escaparates de las tiendas de electrodomésticos para seguir en las televisiones los últimos menudillos del suceso de Nueva York, mientras que otros se arraciman en las aceras con unas ediciones especiales de los periódicos que ojean, apostillan y acotan pues, según dicen, los americanos no se quieren enterar de que son odiados por su chulería prepotente. Y eso se paga, claro, si no con la derrota sí al menos con la falta de cariño porque son muchos los pueblos que no soportan esa alta17 Entretiempo nería bravucona; un matonismo democrático que uno también reprueba, porque queda feísimo que ellos no atiendan a los resoluciones de Naciones Unidas cuando les vienen duras (como son las referidas a Palestina, el Sahara o Gibraltar), y si acaten con suma complacencia cuando les vienen maduras (que es casi siempre, vaya), porque si tú aceptas que el pleito se diligencie en el juzgado por medio de la ley y éste falla a tu favor y la sentencia no se ejecuta, pierdes la fe en la justiciay sólo te queda echar mano a la fuerza para clamar por ella porque si la Justicia no aplica sus propias leyes se acaba la razón. Pero qué razón, qué justicia y qué ética: ¿La del científico que hace siglos sostenía que el planeta Tierra era ligeramente plano o la del científico que decía que era muy plano? ¿La del caníbal que según su razón se niega a comer carne humana o la del psiquiatra de su tribu que, según su razón, lo persigue por irracional para obligarlo a que la coma? La Razón, no frost, de Garnier, París. Y pare usted de contar. Aunque ahora será mejor que vuelva a casa para olvidar con el sueño que al día siguiente será otro día, igual que este, valga el truismo de Perogrullo, porque tendrás que despertarte una vez más a la realidad y percatarte, ¡oh cielos!, de que sigues con la condena y tienes que pechar con otro día más, con otra esquina más de la biografía como la que he doblado cuando me he levantado, me he duchado, he evitado mirarme al espejo y he bajado apresurado a una calle salón muy concurrida pues quiero acercarme a un quiosco y comprar los periódicos, todos, sí, gracias, aunque una vez que me he guarnecido con ellos bajo el brazo he tenido que pararme de nuevo porque no puedo pasar entre la vecindad. 18 Antonio F. Marín Y habrá que entrometerse. Atreverse a cruzar entre un gentío que se arracima en grupos por los portales de los edificios y en las puertas de los bancos, y que no me dejan pasar obligándome a bajar de la acera mientras oigo sus comentarios y proverbios. - Los americanos sólo buscan petróleo- dicen. - Sí, son como los hombres que siempre piensan en lo mismo -les contesta una mujer al pasar. Porque tienen razón, claro, pues uno había oído que los 221.484 norteamericanos que murieron para liberar Europa (9.387 sólo en el desembarco en Normandía), en realidad lo que buscaban era instalar un oleoducto, aunque ya que estaban por allí aprovecharon para cargarse el fascismo y el comunismo porque ya no te puedes fiar de nadie, sabe usted, que es que vienen a instalarte una tubería y encima se meten en política. Es que parecen nuevos ricos, he mascullado al alejarme de allí sin echarle cuentas a lo que comentan los que van pasando sobre alianzas de civilizaciones y demás picatostes, qué va, porque si todas las civilizaciones y culturas son iguales, la Revolución Francesa y la Ilustración han sido un fracaso, o sea, que opto por bajar la vista a este artículo que escribe un prójimo de aquéllos que cuando ellos critican lo hacen en ejercicio de la libertad de expresión y que cuando los critican a ellos se trata de una caza de brujas para provocar la crispación. Un ejemplar ciudadano que nos previene de que por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, «principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel», concluye el tipo plagiándole el titular a 19 Entretiempo Voltaire cuando se refiere al «efecto Dios» que según él provocó la masacre de 11S. ¿Efecto Dios? Y sacas la libreta de notas y escribes una carta al director como recurso al abucheo pues crees que no tiene toda la razón pues olvida, señor director, el «efecto ateo»; las matanzas de Stalin (ateo), Idi Amin Dada (ateo), Pol Pot (ateo), Ceausescu (ateo), Mao (ateo), Mengistu (ateo), Honecker (ateo), Hoxha (ateo), Duvalier (ateo), Kim Jong-I1 (ateo), Hitler (pagano), suma y sigue, de donde se deduce testimonio de que los ateos han sido los mayores criminales contra la humanidad (89 millones de muertos más que la Inquisición y todavía no han perdido perdón como ha hecho la Iglesia). Porque cualquier persona honesta reconoce que bestias y fanáticos inquisidores los hay en todas las familias, en todos los pueblos y en todos los clubes de fútbol, tanto entre los ateos como entre los que se creen piadosos, sin serlo, porque el que cree en Dios no mata y el que lo hace suele ser un psicópata que echa mano de Él para justificar su tiranía por la gracia de Dios, cuando Él nos tiene dicho que no tomemos su nombre en vano para justificar nuestro egoísmo verrugo e incluso nuestros crímenes. Ni en nombre de Dios, ni en nombre de la omnipotente Razón. Y relees la carta y la rompes, porque es inútil seguir razonando: los daltónicos siempre tienen razón. Y entonces uno se borra, no participa y os ruega encarecidamente que no me apuntéis a vuestras cabildeos de partido porque una manada de cisnes, tan bonita, no por ello deja de ser un rebaño. Pero es espeluznante lo de Nueva York, es cierto, 20 Antonio F. Marín caballero, y puede usted sentarse en este banco pues no se espera a nadie y yo también he sabido de lo del atentado de las torres, faltaría más, aunque me barrunte, si me lo permite, que a esta recua de secuaces les irrita pensar aparte, por tu cuenta, porque entonces tienes que arriesgarte y decidir por ti mismo que puedes romper las estampitas del santoral, del Che Guevara, Mahoma, Maradona o Ferragamo sin que pase nada, sin que te salgan granos, y, entonces, sólo entonces, puedes hacerte hombre, hijo mío, y huir del cálido cobijo de la placenta y de la papilla ya pensada por otros que te evita zozobras y da seguridad, calor y compaña, por lo que no se trata de un choque de civilizaciones como dicen algunos, sino del encontronazo de la teocracia contra la democracia, del cerrilismo contra la razón y de la palangana contra el bidet pues estos paletos matasiete le hubieran puesto también una bomba a Voltaire, Maimónides o a Ibn Arabi porque le tienen miedo a la Ilustración y a la democracia que hace más cultos y libres a los demás, a la mujer, en una actitud capón que a uno lo emberrenchina y mucho, claro, aunque no tanto como para que tenga usted que marcharse, oiga, porque quiero suponer que no se irá usted porque no comparte mi parecer pues advierto que frunce mucho el entrecejo y eso no es recomendable pues provoca arrugas, adiós, adiós, que éste menda se queda aquí leyendo este artículo de un prójimo que dice que los ataques terroristas de los islamistas se deben a la injusticia y al hambre que hay en el mundo. Y puede ser, es cierto, pero ocurre que de los países pobres no ha salido jamás un terrorista y que en sus mensajes reivindicativos estos cerriles dominguillos no se refieren nunca a los pobres, sino a «yihad», «cruzados», «sionistas» o «in21 Entretiempo fieles», pero nunca aluden a los menesterosos en sus reivindicaciones, no los incluyen en su causa contra los infieles. - ¿Incluidos los infieles que pasan hambre? Pues sí, doctora, se supone, claro. Aunque ellos no necesitan perigallos para recolectar su odio burriciego porque son como el cerdo que ni sabe que es un cerdo, ni que se reboza en la mierda. Y odian la libertad que hace libres a los demás, pues ese multimillonario cobarde inquisidor islámico que envía a la muerte a 19 muchachitos después de encerrizarlos desde muy pequeños con paraísos, estampitas y escapularios del Islam, no es un Ché Guevara oriental que galopa a lomos de un caballo blanco para luchar por la justicia, sino un pepito chulopiscinas de aquellos que braman «usted no sabe con quién está hablando» y que envía después a los hijos de los demás a morir por él, por su otro mundo posible, porque este paleto también tiene otro mundo posible como todo semejante de esos que se apoyan en la barra del bar con una cerveza en la mano y lo solucionan todo, incluido el problema del hambre y la carestía de la vivienda, «!si a mí me dejaran mandar…!», claro, querido Pangloss, porque, ¿otro mundo es posible para que sea así el mejor de los mundos posibles?... Y sí, señor guardia, ya me bajo del banco y usted perdone por la soflama pero es que a uno ciertas cosas lo encalabrinan y mucho, aunque no es menester que saque el talonario porque ya me marcho sí, pues creo que será de más provecho dejar de elucubrar sobre el particular pues pensar es sufrir, desde luego, y convendría entonces darse a la anestésica modorra de cultivar el jardín de la resigna22 Antonio F. Marín ción laica volteriana para no pensar y trabajar con el fin de olvidar que todo consiste en un efímero relámpago de vida en medio de la inmensa oscuridad de la muerte que va de una oscuridad antes de nacer a otra oscuridad después de morir. ¿Y en el entretiempo? Nada. Vivir, que no es poco, curándote la pupita de los sabañones. O buscar a la chica aquélla con la que había notado un soplo de dicha en aquel Rosebud del Argaz en el que una enorme roca que había caído del monte sepultó una casa, a un carretero y sus dos bueyes, y enterró un tesoro que parece que contenía joyas, monedas y documentos antiguos. E invocarla con la magdalena de Prada, digo con sus braguitas de Proust, digo con sus braguitas de Prada que por aquí guardo y que traen añoranzas de la infancia, digo de ella, porque son las que te había regalado después de besarte ávida en los labios y de darte un chupetón en el cuello para marcarte como suyo, para hacerte mío y que todas las mujeres sepan que lo eres al verte el moretón, según te susurraba al oído una vez que se había cerciorado de que la huella era visible en tu cuello y de que sus braguitas andaban eficientemente mojadas e impregnadas de ella, porque entonces la muy zorra se sacaba la mano de la braguita, se las quitaba y las aguantaba con un dedo ante tu cara para ofrecértelas pérfida mientras canturrea aquello de «para que no me olvides, ni siquiera un momento y sigamos unidos, gracias a los recuerdos». Eso dijo la muy pécora, ¿recuerdas?, antes de empujarte sobre el borde de la cama para subirse a horcajadas sobre ti y clavarse despacio, muy despacio, mientras tú miras embelesado la transparente blusa blanca que siempre se ponía sin sujetador cuando quedaba contigo, pues ya sabía, y sabe, que a ti te enardece ver que la 23 Entretiempo tela le trasluce en altorrelieve las oscuras aureolas de unos pezones que tú sigues mirando ahora embebecido hasta que ella te coge del mentón, te besa, te pellizca las tetillas con los dedos y te susurra perversas maldades de lo que te espera como no la obedezcas en todo sin preguntar nunca por qué has de hacerlo. ¿Aceptas?, te pregunta mientras se refriega sinuosa sobre tu regazo y sube y baja, apretándote y soltándote con los músculos de su vulva. ¿Aceptas?, insiste de nuevo mientras sigue pellizcándote los pezones con fruición hasta que consigue que claudiques y que aceptes, por supuesto que sí, le dices cabeceando sin ningún pudor ante su complaciente mirada de satisfacción pues al oírte ha sonreído, te ha besado con ternura y te ha dicho que te quiere. Que te quería, y mucho. Y quizás por eso ha pegado su mejilla a tu mejilla, te ha prohibido que te corras sin su permiso y ha seguido amándote hasta que una vez ahíta de placer se ha echado a tu lado sudorosa y exhausta, para quedarse dormida junto a ti. Y tú te has quedado cautivado mirando como duerme y has aprovechado su sueño para besarla y sobrevolar ligero sus mejillas, sus párpados y sus labios, procurando no despertarla con tus besitos. Aunque de vez en cuando ella se desvele, te mire, sonría y vuelva luego a ensoñarse con una dulce sonrisa que tú miras abobado hasta que ya cercano el amanecer te quedas dormido abrazado por detrás a su cintura en la posición de «cucharita» que a ella tanto le gustaba, con su culo pegado a tu dura entrepierna que sientes embutida entre sus nalgas. Olía tan bien. Pero desde entonces no la has vuelto a ver y has seguido viviendo como si nada y con el cartel de frágil, no tocar colgado del cuello, procurando sonreír mucho para 24 Antonio F. Marín no levantar sospechas, seguir de canto y acceder a los bares pocos concurridos como este de aquí al que entro para tomarme un whisky solo y sin hielo, gracias, que me bebo de un trago, y otra copa sí, gracias, que van dos, cóbrese, haga el favor; aunque quizás me haya tomado algunas más porque al día siguiente he despertado a cuatro patas buscando la botella por debajo de la cama y he tenido que recurrir a los chicles para no dar más pormenores del pestuzón a alcohol que pregonan todos los egregios borrachos. Y así, un día con otro, y un día más otro, hasta que algún tiempo después ya andaba otra vez por el acogedor y soleado jardín del recinto psiquiátrico, por esta casa madre, donde después de pasar la preceptiva bienvenida, la requisa del frasco de colonia y la pócima pertinente de Distraneurine, se nos volvió a reprochar aquello de que no sabíamos sufrir. Y no, no sabíamos claro, pero estábamos en el bancal dispuestos a aprender, o al menos a intentarlo. ¿Otra vez? Sí, otra vez, doctora, se lo prometo. Aprenderemos a sufrir. En la calle, sí, por la que quince días después he aparecido más reparaico, según me dicen algunos conocidos que en mi ausencia se han entretenido cambiando las pesetas por euros. Uno no tiene nada que cambiar, y nada que perder, por lo que he vuelto al despacho para tirar las botellas de whisky que tenía escondidas en la cisterna del lavabo, pues ya está uno harto de ganar más para poder comprar una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y poder ganar más para comprar una cama mejor en la que descansar más… - ¡Para! - Paro, y además de verdad, porque me despedí del 25 Entretiempo trabajo, lo siento, pero me marcho, sin esperar a que me dieran el finiquito; la cantinela aquélla tan corriente de que eres un inmaduro que nunca vas a sentar la cabeza, porque tienen razón y uno sólo está dispuesto a sentarla en el regazo de ella, entre los muslazos de aquella chica que había conocido en aquella localidad del Argaz a donde me gustaría volver. Aunque sepa que es improbable que la encuentre de nuevo pues la había conocido de chamba cuando se había trasladado allí para seguir un curso, tierra adentro, de la Universidad del Mar. Pero unos días después llegaba al pueblo en tren. Y mientras el vagón se acerca a la estación me he asomado a la ventanilla y he visto cómo el cerro de la Atalaya se agiganta poco a poco mientras va rotando para quedar frente a mí con su mastodóntica joroba que señorea una vega del Segura por la que viene sinuoso el río entre pelados y ocres cabezos para rodear la ciudad por el casco antiguo y elevarla sobre una fértil huerta que riega con acequias de origen árabe o romano, antes de alejarse de nuevo hacia Murcia, por el Valle de Ricote. Una ciudad que se achica como villa por el casco viejo en el que se amontonan las casas bajas de techumbres entretejidas, teja a teja, que se van cruzando en diferentes alturas hacia la torre de basílica de La Asunción, por la plaza del Ayuntamiento, que es el único remanso que clarea en medio de la maraña de estrechas y sinuosas calles que van a dar a la huerta o que confluyen hacia el ensanche que se extiende en simétricas manzanas a partir de la divisoria de la Esquina del Convento, donde las sencillas casas de planta baja y principal se empiezan a apoyar sobre los soberbios y aplastantes bloques de hormigón de cuatro a diez plantas que 26 Antonio F. Marín van emergiendo erizados por esta parte más moderna y cuadriculada que ya conocía de mi anterior visita, cuando vine a interesarme por la historia aquélla de una Chinica que había caído del monte y había sepultado una casa, a un carretero y a sus dos bueyes. Pero eso fue antaño, por aquéllos tiempos en los que anduve prendado de aquélla chica de pelo cortito a la que volvía a buscar, pues uno intuye que es el único clavo ardiendo que aún me queda para sentirme vivo; la única ilusión que todavía no he derrochado manirroto como pueda ser ruborizarme como un crío al cogerla de la mano. Aunque sea cursi, sí. No importa. Lo cursi abriga, según Gómez de la Serna. Y uno está aterido. Solo eso. Muy aterido. Aunque mientras bajas al andén te quieras convencer de que regresas para reemprender aquella otra historia del tesoro bajo la Chinica que no pudiste concluir en su día. Y también para buscarla a ella, claro, pese a saber que es improbable que la encuentres de nuevo y que, en ese venturoso albur, lo más natural es que proceda a enviarte a lijar la pana pues se marchó muy enfurruñada y no había contestado a la carta que le habías enviado a la casa de su madre para decirle que aún la querías. Y mucho. Pero no importa. No tienes mucho que perder, poca cosa, cuando vives abocado a que llegue pronto la noche para dormirla y dejar de soñar despierto, que es la peor de las pesadillas. Unas pesadillas muy reales, me he dicho mientras bajo de la estación y me encamino decidido hacia la ciudad dispuesto a fracasar de nuevo porque uno además no escarmienta, nunca aprende de los descalabros y debería tener en cuenta aquello que me advirtió Juan Carmelo del Carmelo para que me cuidara muy mucho del embeleso amoroso, por27 Entretiempo que todos los paisajes bonitos tienen cuestas. Y después de los castillos de fuegos artificiales siempre caen las cañas, añadía mientras se calaba la boina. Pero creo recordar que cuando llego a aquella localidad de El Argaz corre ya el mes de enero, por largo, porque las dependientas de los comercios limpian los cristales de los escaparates abrigadas con guantes. De eso si me acuerdo, con reparos, porque se me traslapan las imágenes de mis dos visitas al lugar, y también pudiera haber llegado un poco antes, por San Antón, porque creo que por las calles se amontonan los viejos muebles que los niños habían recogido por las casas para quemarlos al anochecer en las lumbres de San Antón que arden por las encrucijadas de las calles, según la tradición que purifica lo viejo con el fuego para alumbrar una nueva vida, que se repite año tras año. O quizás fue por San Blas, sabe usted, pues también me acuerdo de que los niños lucen unas pequeñas figuras de barro del santo pintadas con colorines muy vivos que las madres les cuelgan del cuello para que según estipula la tradición, no se atraganten sí además comen pan o tortas bendecidas que se dispensan en las panaderías y tiendas de comestibles como la de La Pastora (casa fundada en 1903), de vieja raigambre y de gran tradición en productos de la tierra como los melocotones, la oliva mollar y el queso de cabra. O quizás llegué por Carnaval, no sé bien, aunque en todo caso fue cuando las mujeres aprovechan las tardes de sol invernal para acercarse paseando a la ermita del Santo Cristo que se alza en una loma de las afueras o para garbear a pares por la orilla del río Segura, según he visto cuando después de bajar andando de la estación, he querido acercarme paseando al hotel y he llegado el Puente de 28 Antonio F. Marín Hierro que cruza con sus arcos de mampostería el río y sus frondosos y verdes cañaverales que antaño lo encauzaron y que ahora yacen vencidos, secos y pajizos por unas riberas en las que los agricultores los cortan y apilan hasta que por la Candelaria las cañas rebroten en sus márgenes y pillen mejor color con el cromático festival de la floración de unas huertas escalonadas en terrazas que me van acompañando a ambos lados mientras subo por el camino asfaltado de la olmeda del Maripinar y llego resoplando al Hotel de las Delicias pues tenía que haber subido en taxi, claro, he tenido que convenir con Pajolero Repajolerito cuando ha salido a recibirme a la puerta con una gentil bajada de cabeza, buenas tardes tenga usted, señorito, y se ha dispuesto a sujetarme la bolsa de viaje, déjalo, Pajolero, que no es menester, se le dice, aunque se le da un euro, para los vinos, y se le pregunta si sabe algo nuevo sobre la Chinica. ¿La Chinica el Argaz? Sí, la Chinica aquélla que cayó del monte y aplastó una casa y a un carretero y sus dos bueyes, partiéndola por la mitad y dejando oculto un tesoro, según decían. Pues no sabe; él no sabe nada nuevo, según me aclara, porque los políticos de Murcia siguen estudiando si la declaran patrimonio histórico o algo así, ya que la multinacional MacMarguer aún anda detrás de comprarle los terrenos a Doña Urraca, la propietaria, para instalar allí una hamburguesería y crear muchos puestos de trabajo, según dicen ellos para empalicar a las autoridades, que a mí no me engañan. Aunque no todo siga igual, señorito, añade Pajolero, porque él se ha enterado de que algunos vecinos planean cavar un túnel a cierta distancia de la Chinica para acercarse al tesoro bajo tierra y evitar así a la policía que la custodia, que es una noticia sorpren29 Entretiempo dente, Pajolero, sin duda, pero ahora he de subir a la habitación para darme una ducha, adiós, adiós, deshacer los pertrechos y sentarme luego en un butacón para descansar, no pensar, quizás leer la prensa que traía del viaje o quedarme colgado con el recuerdo de aquella chica tan inteligente, melosa y posesiva de pelo cortito y algunas traviesas pecas a la que no había vuelto a ver desde que me atacó un repentino exceso de dignidad y me marché del lugar sin mirar para atrás. Aunque se enfadara, como se enfadó, porque uno andaba escarmentado en cabeza propia y tenía la certeza de que las mujeres adoran a los tíos duros que se lo montan de canto y huyen de los facilones, de los que pueden gobernar, pues les van más los canallas que no las llaman, los que no las buscan y se hacen de rogar para mantenerlas en vilo, hasta que finalmente se rinden, se entregan y te dicen aquello de soy tuya golfo, haz conmigo lo que quieras, que te confesaba Paula, ¿recuerdas?, aquélla chica tan simpática que quería ser tuya, completamente tuya, según te susurraba cuando bajaba por la noche a recibirte al portal de la calle ataviada solo con un abrigo de pieles que se abría para ofrecerse en público completamente desnuda y exhibida bajo las pieles, aunque a esa hora no se vieran muchos transeúntes por la calle y sólo tú pudieras admirar su hermoso cuerpo expuesto y ofrecido para tu disfrute. Y entonces habrá que hacerles caso y procurar que no se te desperfile la pose, mintiéndoles y mintiéndoles sin balbuceo alguno, no vaya a suceder que te dejen por otro tío que les mienta más y mejor. Y aunque este continuo pulir la posturita sea agotador, sabe usted, pues da mucha fatiguita andar siempre de figurín carilindo y uno 30 Antonio F. Marín prefiere ser natural y sonrojarse al cogerla de la mano, por supuesto, he murmurado mientras me levanto para acicalarme pues he decidido salir a buscar a Juan Carmelo del Carmelo, un lugareño muy ducho en las cosas de su pueblo por si puede darme razón de lo acaecido con el asunto de la Chinica, cuando sean horas, eso sí, porque según veo en el reloj no lo son, vaya, y entonces será mejor esperar escuchando las noticias de la radio porque parece que en Porto Alegre (Brasil), más de 60.000 prójimos de 130 países, representando a 5.000 ONGs, se han reunido para reivindicar que se condone la deuda externa a los países pobres, se impidan los paraísos fiscales, se graven los movimientos especulativos de capital o que la globalización se desarrolle al amparo de unas normas que puedan ser participadas por todos los ciudadanos. Y que, además, (añade uno), se globalice primero el bienestar y después todo lo demás, como ya pasó con España que en la dictadura era una autarquía de calzados Segarra, la antiglobalización más estricta, y con la democracia, la globalización y la modernidad europea alcanzó años después un cierto bienestar, pues se supone que debe de ir parejo lo uno con lo otro para no provocar más desigualdades, claro, porque uno oye la radio, escucha ahora a los tertulianos políticos y como taxista en ejercicio de su función jurisdiccional, también da su opinión sin que se la pidan. - ¿Y cuál es? - Pues que no sé si coincido con aquel que dijo que aunque sepamos que las cosas no tienen arreglo deberíamos estar dispuestos a cambiarlas. - Eso lo ha dicho el Papa, seguro, porque es una obviedad manifiesta. 31 Entretiempo - No, doctora, lo dijo Scott Fitzgerald. - Ah, bueno, ya me extraña a mí, porque es genial. - Sí, pero eso de estar dispuesto a cambiar las cosas aunque sepamos que no tienen arreglo, lo suelen practicar muchos los mecánicos de coches. Y luego te pasan la factura, claro, porque aunque uno no coincida con Scott Fitzgerald (y con los mecánicos de coches), también reconoce que es cierto que gracias a los soñadores (y a una guerra) se abolió la esclavitud, pero también es cierto que esos esclavos que fueron liberados en América cuando llegaron a Liberia en 1821 para formar un nuevo país independiente, en otro mundo posible, instauraron un régimen de esclavitud en el que ellos que eran esclavos liberados, se convirtieron en los amos de los nativos a los que esclavizaron salvajemente en otro mundo posible, en otra prepóstera realidad que nos resulta inexplicable. Otra más. Otra cuestión ininteligible como saber cuál es la naturaleza y cantidad de la materia oscura del universo, o por qué las mujeres te preguntan en qué piensas cuando no piensas en ellas, y cuando por fin piensas en ellas, te reprochen que siempre pienses en lo mismo. No hay quien las entienda. En fin. Porque entonces, decía, quedan pocas esperanzas y será mejor huir, emprender un viaje hacia otro lugar, igual que este, pero en otro sitio. - ¿Solo? - Bueno, doctora, había pensado llevarme una banda de música. - Una banda hace mucho bulto. - Sí, y tendría que fletar un autobús. 32 Antonio F. Marín Pero fueraparte bromas, uno tiene que reconocer que gracias a los idealistas se consiguió en Francia la igualdad mediante el asesinato en masa y la guillotina, eso también, porque probablemente fue el rey Luís XVI uno de los primeros en gritar aquello de paz sí, guerra no cuando fueron a cortarle el cuello. Cierto. Como también lo es que se ha conseguido avanzar mucho y que hoy vivimos mejor que ayer, por supuesto, porque Suecia que en 1850 era el país más pobre de Europa y donde la gente se moría de hambre, unos cuantos años después era ya uno de los países más ricos, prósperos e igualitarios del mundo (sin petróleo, sin explotar al tercer mundo y con democracia y libertad), mientras que Venezuela que tenía petróleo seguía ocupando un puesto muy mediocre en el Índice de Desarrollo Humano. Pero algo habrá que hacer, decía, aunque sólo sea tirar una y otra vez tabiques para reformar la casa. Y en el entretiempo será mejor no pensar, pasarratarte, cultivar el jardín y salir a dar una vuelta por el pueblo bajando por la olmeda del Maripinar hasta el Puente de los Nueve Ojos donde me he detenido para apoyarme en la baranda y ver cómo la ermita del Santo Cristo aparece recogida a los lejos en el interior del barranco de los Grajos de una sierra de Ascoy que asoma detrás de la ermita entre secos y pelados cabezos que contrastan con la fecunda huerta de abajo y con la eflorescencia temprana de los ciruelos que, a ambos lados del puente, se han anticipado a los melocotoneros y los albaricoqueros que estallarán más tarde en una cromática floración que ya empieza a asomar por la punta de las ramas y que nos preludian un festival impresionista en el que los frutales tempranos chisporrotearán con sus flores rosas y blancas por las escalonadas terrazas de la 33 Entretiempo vega del río Segura y bajo el otro puente de Hierro, al que me acerco, en cuyo extremo se alza el enorme eucalipto que se eleva frondoso frente al barrio antiguo y la fortaleza cristiana que lo rodea, y abriga, como pórtico de entrada a los que allegándose por Mula o Calasparra pueden recrearse con la deflagración del color que se avecina pues por esta calendas o quizás por San Cándido, comienza a crepitar la primavera con las primeras flores blancas o rosáceas de la huerta que nos preludian los soleados días primaverales en los que las mujeres mudan de piel, se quitan las medias, y aparecen lozanas las carnes blancas que anuncian vísperas de Semana Santa que por esta barroca región de Murcia y de Salzillo es de mucho sentir, de mucho jolgorio y de mucho vestir para ver y a dejarse ver, acompañando a la cerveza. ¿O es al revés? Vaya usted a saber, he exclamado mientras subo al barrio antiguo pues quiero acercarme al pueblo paseando por su casco viejo y aprovechar el sosiego de estas estrechas y sinuosas calles para enchufarme a la pequeña radio portátil y enterarme de qué han hecho con el mundo en mi ausencia. Nada. No se advierte primicia alguna pues nos dicen que el Gobierno estudia la posibilidad de que los pacientes vuelvan a co-pagar la sanidad pública. O que una madre de Alcobendas ha arrojado su bebé recién nacido a la basura. O que un marido separado de Benidorm ha degollado a sus dos hijos. O que las tropas americanas han invadido Afganistán para buscar al terrorista Bin Laden a cañonazos; es decir, lo de siempre, lo corriente, he concluido mientras cruzo la adoquinada plaza del Ayuntamiento y me doy con algunos críos que se han echado a la calle vestidos de máscaras, por lo del carnaval, me supongo, cuando los niños se disfrazan de 34 Antonio F. Marín niños, y los mayores de mamarrachos, para celebrar todos juntos una festividad que les dura tres días, hasta que el tercero o día grande de la fiesta, se procede al reglamentario reventón engullendo buñuelos o tortas fritas elaboradas artesanalmente con masa de harina que se suelen mojar en chocolate para zamparlos hasta reventar, antes de que al día siguiente, Miércoles de Ceniza, los vecinos acudan a una multitudinaria tamborrada conocida por la rompida del tambor que proclama y retumba que ya nos cae la lívida Cuaresma preparatoria de la primavera, porque esto más que una celebración religiosa es una fiesta profana de exaltación a la vida después de un hosco y desaborío invierno que a uno le suele poner de tan mal ánimo como el que lucen esos dos que se apoyan en el coche y que creo que son Pepe y Pepe; dos intelectuales de pelo en pecho que suelen compartir sus opiniones y criterios para alcanzar el necesario diálogo que allane el camino hacia el consenso. - No voy a discutir más contigo, porque ya decía Kant que con los idiotas no se debe dialogar porque los demás te pueden confundir con él. - Eso te digo yo: que no voy a discutir más contigo porque, efectivamente, Kant tenía razón y con los idiotas es inútil dialogar porque además todos te pueden confundir con él. Y los dos tienen razón, claro, he concluido cuando me alejo de allí apresurado porque no quiero que me confundan con ellos. Y además llevo prisa porque las farolas comienzan a encender la noche y quiero buscar a mi niña pues antes de venir había llamado a su madre y me había 35 Entretiempo dicho que iba a preparar el curso de la Universidad del Mar, que se seguía celebrando en esta localidad de El Argaz por la que sigo ahora callejeando para acercarme a la moderna y asfaltada zona de las tascas que se ubica comarcana al jardín del Parque, donde los más jóvenes se aparroquian a ciertas horas de la noche, principalmente festivos y vísperas de guardar, aprovechando que las calles aledañas bullen con el cónclave de los chitos y chitas que según veo andan vestidos de modosito carnaval oficial con sus clásicas máscaras, o de más descarada mojiganga con los pelos de punta, los piercing en las narices y unos vaqueros rotos que arrastran por el suelo mientras se apoyan en las paredes con los vasos de plástico en la mano que han sacado del interior de unos disco-bares por cuyas puertas voy pasando procurando que no me arrastre la bullaranga de los jóvenes que salen en tropel arrastrando tras de si una música que me suena a Escuela de calor de Radio Futura, pues el bajo de la guitarra zumba magistral por encima del bullebulle rumoroso entre el que me cuelo a codazos para buscarla a ella por si estuviera por aquí, pero sin entrar a los garitos porque uno ya no suele recurrir a tomárselas para que los demás no te molesten con sus puerilidades y huyan de ti al verte a cuatro patas a las nueve de la mañana, cuando regresas a casa. Pero andaba abriéndome paso entre aquella rebujina, decía, cuando la he visto a ella, digo, cuando he visto un culo que me recuerda al de aquella morenaza de pelo cortito con la que había sido tan dichoso y que he seguido entre la espesura de la concurrencia procurando no perderlo. A ella. Y su culo, claro, porque mientras procuraba abrirme paso entre el gentío había visto que torcía por una 36 Antonio F. Marín calle que se alejaba de la algarabía y por ella me había encaminado para poder seguirla hacia esta parte más recoleta de la noche en la que comienzan a caer estrepitosas las persianas mientras la acecho con sigilo, esquina tras esquina, hasta que la he visto girar por aquella de allí a la que he llegado resollando para asomarme y ver que no está, maldita sea, que la he vuelto a perder pues sólo aparecen algunos jóvenes que vienen a la algazara que ya suena tibia a mi espalda y algún que otro mozo que se ha parado en la acera para apoyar la mano en la pared y echar una vomitera que evito pisar cuando paso junto a él, lo dejó atrás y me cruzo con los faranduleros de las peñas y charangas apostados en la puerta de unos bares que a media persiana, aún siguen abiertos si te agachas para entrar y pides el favor de picar algo pues «andan muertos» después de haber participado en el desfile de la tarde y aún tienen que subir al autobús que los lleve con la murga a otra parte, a su lugar de origen, tal y como debería de hacer un servidor pues no la veo a ella, no aparece, y entonces conviene que regrese al hotel porque allí podré cenar si encuentro el comedor todavía abierto, que no lo está, y dormir y esperar a mañana para volver a buscarla, si era ella y no la había confundido con otra. Que también puede ser, claro, me he dicho al día siguiente cuando he salido del hotel, he bajado por la olmeda del Maripinar y me he quedado prendado de la feraz huerta que los agricultores cruzan a través de las veredas que la separan, sino se afanan con la azada o se encaraman con perigallos a los frutales para podarlos con esa placidez cotidiana que se haraganea sin querer, sin echarle cuentas, como los recién nacidos que viven pero sin saber que viven porque luego no 37 Entretiempo recuerdan nada, no recordamos nada, como un servidor, sabe usted, que sólo atisba entre la nebulosa del recuerdo retales aislados que no forman lienzo, bandera, infancia o patria, pues son sólo brochazos dispares de un patio de cemento, un babi a rayas, la leche en polvo americana o el solar en el que nos apedreábamos a peñascos con bandos y trincheras, para acudir luego a la Casa de Socorro a que nos pusiera las lañas. Nada más, porque quieres recordar pero no puedes. Escarbas con las uñas el pajizo yeso del recuerdo pero sólo asoma la tiricia que cementa el olvido, el pasado, mientras el presente se asoma por la ubérrima huerta que se extiende en terrazas junto al hotel de las Delicias y entre cuyo fecundo verdor descolla el azulado molino Teodoro que antaño molía la harina bajo el collado de la Atalaya. O el farallón del castillo del que cuelgan los restos del que fuera baluarte árabe y que por aquí abajo tiene su replica cristiana en la fortificación del balcón del Muro, la vieja muralla que encierra el barrio antiguo. Una fortaleza a la que me acerco una vez que he pasado el Puente de los Nueve Ojos que cruza los bancales de la huerta y que he seguido luego por el otro puente, el de hierro, para cruzar el río y subir hacia el barrio antiguo por el camino que circunda esta muralla y acercarme cantoneando por sus estrechas calles hacia la parte más amplia y moderna del centro del pueblo, donde poco después he comprado los periódicos y me he sentado en una cafetería con amplios ventanales por los que veo que la gente ha recuperado la marcialidad cotidiana del almanaque laboral y se encamina presurosa a sus avíos, sus compras y sus bancos, si no han sido jubilados y mandados a dar un paseo por ahí fuera que por aquí estorbas y es mejor que vayas a 38 Antonio F. Marín pasear con tus amigos o a sentarse en los bancos de la plaza donde ya hace bueno y podrás incluso sestear al tibio recuelo del sol, ajeno a las noticias que uno lee ahora en los periódicos referidas al curso corriente de los acontecimientos; es decir, a las nuevas declaraciones de guerra y a las nuevas conversaciones de paz. Nada nuevo. Lo ordinario, si exceptuamos esta noticia que nos informa de que diversas asociaciones dedicadas al intercambio de parejas han presentado una querella en un juzgado para que se condene a Jesucristo por haber predicado contra el adulterio, pues su actitud evangélica contra el amor libre constituye un denigrante ejemplo de desprecio a los ideas y creencias de los demás y una evidente incitación pública al sectarismo, a la intolerancia y a la discriminación de todo un colectivo de personas que vulnera la Declaración Universal de los Derechos Humanos que estipula, bien clarito, que nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, ni padecer ataques a su honra o reputación. A esta denuncia se ha sumado la de una asociación de multimillonarios que también considera que el constante desprecio de Jesucristo hacia los ricos constituye un flagrante atentado al principio de respeto, tolerancia y no discriminación establecido en una doctrina del Tribunal Constitucional que ha sentenciado, reiteradamente, que ni el ejercicio de la libertad ideológica, ni el de expresión, puede amparar expresiones destinadas a menospreciar a determinados grupos étnicos, inmigrantes, religiosos o sociales. Y los millonarios somos un grupo social, y de los más importantes, han añadido en la demanda que se ha unido a la de las asociaciones de intercambio sexual, según nos indican en la noticia que ahora pasamos para vérnoslas con 39 Entretiempo esta otra en la que se nos dice que un preboste de izquierdas, que se confiesa católico, acaba de declarar que Dios es amor y que nos ama a todos. Cierto, pero sólo un pormenor: ¿Cuándo empieza Dios a amar al hombre?, ¿a partir de qué semana? No se sabe. Uno no lo sabe, Santo Tomás, por lo que he cerrado bruscamente el periódico porque por un instante me ha parecido que la chica aquella que andaba buscando había cruzado la plaza y el corazón me ha dado una voltereta que me ha precipitado a levantarme y seguirla con discreción, eso sí, pero procurando no volver a perderla porque allí está, parada frente a aquel escaparate en el que se ofertan trajes de comunión de marineritos lerés y de Mariquita Pérez de prematura tarta de bodas, junto a los que a ella aparece muy elegante con su pelo negro cortito cortado en capas hacia la nuca, muy en el estilo de la Valentina de Guido Crepax. O quizás de Winona Ryder. O quizás de Sharleen Spiteri, la vocal del grupo Texas. O quizás de ella misma, por supuesto, porque se la intuye elegante y natural hasta en la ducha, como tiene que ser, vaya, por lo que sacas la máquina de fotos y la retratas para llevártela, secuestrarla y tenerla luego a tus anchas pues se la ve muy atractiva tanto de frente como de perfil. Y otra vez de frente, con esas gafitas que parecen de los años cincuenta y que ahora se agrandan ante la cámara porque viene hacia aquí, oh cielos, y no sabes qué hacer, ni qué decirle pues tú tienes tan poco remate y celebridad con las mujeres; sueles ligar tan poco que cuando en alguna ocasión has salido a cenar con ellas y las has acompañado cortésmente a la puerta de su casa, no has sabido qué decir si alguna de ellas te ha invitado a subir a su piso. ¿Yooo…? Y luego les has preguntado cuánto y si 40 Antonio F. Marín el precio incluye la cama. Pero se ha parado, menos mal, qué alivio, y qué extraño que te desazones así porque en realidad no tienes motivos para tanto respingo porque ya la conocías, habías salido con ella y a su lado no habías tenido que fingir nada, ni pensar en qué decirle, ni preocuparte de cómo aparentar lo que no eres pues todo había sido muy natural: tú te dejabas querer y ella quería, claro, porque era muy melosa y posesiva y no permitía ciertas cosas que la enfurecían muchísimo como descubrir que le gustabas a sus amigas porque eso ella no lo iba a consentir. Nunca. Y sí se creen que me van a quitar el novio lo llevan claro, añadía muy farruca mientras te empujaba a la cama y se encaramaba sobre tu regazo para besarte y chuparte arrebatada el cuello, una y otra vez, hasta que lo veía con un moretón muy escandaloso y entonces lo palpaba, y lo palpa con los dedos, lo mira con deleite y sonríe satisfecha porque ahora todas sabrán que eres mío. Sólo mío. Y lo supieron, claro, porque al día siguiente ellas se fijaron en el chupetón y a partir de entonces se mostraron algo hoscas contigo pues se conoce que ya supieron que eras suyo, sólo de ella. Y para ti fue un orgullo. Que ellas lo supieran, sí; aunque eso fue antaño, decía, porque ahora no te atreves ni a saludarla pues la última vez que anduviste con ella se fue muy añusgada y quizás ande ya con otros novios o quizás no quiera volver a verte, que suele pasar, ya se sabe, aunque lo correcto sería que te arrimaras, le dijeras: hola, qué tal, y que luego le dieras un beso en la mejilla para decirle que te gustaría volver a verla porque sientes lo que pasó (que es mentira). Y que a su lado nunca habías querido estar en otro sitio (que es verdad). Y que te agradaría mucho que 41 Entretiempo ella te preguntara en qué piensas (que es mentira). Y que te agradaría volver a ir de compras con ella pues te diviertes mucho a su lado mirando escaparates (que es verdad). Y que no te molesta que te hable mientras lees el periódico (que es mentira). Y que te gustaría que ella se vistiera muy elegante y sofisticada (que es verdad). Y que no te da cuidado que te diga que no te fijas cuando se cambia de peinado (que es mentira). Y que te gustaría mucho que ella te preguntara si la quieres (que es verdad). Y que no te importa que ella se ponga tus camisas (que es verdad). Y que… …y que mejor no, vaya, porque si lo sopesas con el debido detenimiento verás que es más oportuno que no te acerques de sopetón pues podrías dar una mala impresión porque ellas son muy enrevesadas y se chiflan por lo rajabroqueles que se lo hacen de duros, por los que no les hacen caso, por los chulos que castigan del tontódromo a Vistabella y que evitan exteriorizar sus sentimientos para no aparecer débiles, o sea, fíjate y escarmienta, en fin, ya sabes, porque entonces será mejor que no le digas nada y que sigas escudriñándola desde lejos pues es más discreto, juicioso, y no se corren riesgos de que te descalabre el alma. Así que te has escondido en un portal para no vértelas cara a cara con ella y cuando te has vuelto a asomar has reparado en que se ha marchado, que no te ha visto y que la has vuelto a perder, maldita sea. Y entonces… …y entonces, será mejor comer algo para templar el ánimo en este bar de aquí que llaman El Gato Negro, donde me sentaré al fondo, frente al televisor, para ponerme al tanto de las últimas noticias mientras procuro decantarme por algún plato de los que anuncian en la carta, ¿cuál?, pues uno al que llaman minchirones, o michirones, gracias 42 Antonio F. Marín por corregirme, pues si es cierto eso que dice usted de que se trata de unas habas granás cocidas con especias, ñoras y chorizo, se me antoja que deben de estar muy ricas, gracias, y mientras me lo trae aprovecharé para meterme en el ordenador portátil, abrir el correo electrónico y ver que, efectivamente, no nos ha escrito nadie pues sólo se reciben correos basura, virus adjuntos, algunos noticias de actualización de páginas web y un mensaje publicitario que nos anima a ser nosotros mismos. Sé tú mismo, dicen. Pues sí, porque esto de ser «tú mismo» te lo suelen encomendar los amigos, los curas y los pedagogos políticamente correctos. Sé tú mismo, insisten. A mí eso de ser tú mismo también me lo decía el padre de una novia hasta que me pilló metiéndole mano en la cena de Nochebuena y me obligó, por cojones, a que dejara de ser yo mismo. Hitler también se ponía ante el espejo y se decía que tenía que ser él mismo. Así que a veces creo que es mejor que no seas tú mismo, por favor. Modérate, ¿quieres?, me he dicho mientras abro el último correo y veo que es de la de la asociación Hands Off Cain (Que nadie toque a Caín) en el que nos proponen suscribirnos a una campaña para abolir la pena de muerte que uno secunda, claro, porque estamos contra toda pena de muerte y sin excepciones que confirmen reglas, he murmurado mientras cierro el ordenador y cojo el periódico de la casa para leer la diatriba que un ciudadano ha escrito al director con el fin de quejarse de la publicación de un reportaje sobre la guerra civil: Ni perdono, ni olvido: La noche de del 10 de noviembre de 1936 mi abuela acababa de traer al mundo a su quinto hijo; horas después, su marido, moría asesinado por los fascistas contra las tapias del cementerio de Cala43 Entretiempo tayud. Ya sé que España está abonada con la sangre de miles que murieron como ellos y que todo respondía a un plan genocida y de exterminio fríamente trazado. Yo tengo 32 años y no perdono ni olvido. Y espero que algún día se le hará justicia y con ello, a nosotros. Hay que recuperar la memoria histórica. Como decía Celaya ya va siendo hora de pasearnos a cuerpo. Y un poco más abajo la carta de otro lector que también se queja por el mismo reportaje: Yo ni perdono, ni olvido: La mañana del 10 de mayo de 1931 los socialistas y comunistas le pegaron fuego a la iglesia de mi barrio, sacaron los esqueletos del mortuorio, y violaron a las monjas que tuvieron que huir vestidas de paisano (El Sol, 11 de mayo de 1931). Al resto de los hombres de mi familia los persiguieron los comités y luego los internaron en la checa donde fueron torturados y asesinados por las milicias populares, después de darles un «paseo». Ya sé que España está abonada con la sangre de miles que murieron como él y que todo respondía a un plan genocida y de exterminio fríamente estudiado. Pero yo tengo 34 años y no perdono ni olvido. Espero que algún día se les haga justicia y con ellos, a todos los demás. Hay que recuperar la memoria histórica, porque como decía Celaya ya va siendo hora de pasearnos a cuerpo. Y pasamos la historia, sin comentarios, porque éste es el único país del mundo que se merece todo lo que le pase. Y sorteamos la página, decía, a esta otra donde escribe un ciudadano de esos que cuando no gobiernan los suyos todo es despotismo antidemocrático y que cuando ellos llegan al poder y se corrompen, silban para disimular 44 Antonio F. Marín y, alehop, lo que procede es criticar a la Iglesia que da mucho pisto; ridiculizar a los yanquis, que viste mucho, o criticar lo caras que están las hipotecas que son las culpables de que su Gobierno no se luzca y no pueda hacer más. Y a otra cosa, mariposa, en fin, ya sabes, como esta otra de aquí en la que aparece una foto de una familia de color sentada en la puerta de su choza, en una aldea del África subsahariana de la que han salido tantos jóvenes camino de Europa para buscar un trabajo que les permita alcanzar nuestra propia dignidad, trabajando más para ahorrar más y poder compararse una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y ganar más para poder así cruzar de vuelta el estrecho de Gibraltar a bordo de un flamante coche y viajar a su aldea para instalar agua corriente, luz, teléfono, antena parabólica y demás guarnición de la modernidad, del bienestar y del progreso, claro, aunque su familia pierda entonces el atractivo que tenía para los turistas occidentales que viajamos a África para contemplar la vida sencilla tal y como es en los pueblos indígenas que no se han desnaturalizado en su acendrada forma de ser y que se conservan puros en sus laudables y envidiables valores eternos que deberíamos custodiar junto a su folclore, su artesanía, su pintoresca miseria y sus ecológicas moscas, para que nosotros podamos recrearnos al contemplar cómo fueron de excelsos los pueblos en su vida primigenia sin adulteraciones de la sociedad occidental. Y que podamos admirarlos a través de los reportajes de National Geographic, porque si se acaba con esos pintorescos paisajes de chozas y cabañas tan genuinos y primitivos, qué vamos a ver por la tele mientras nos merendamos las hamburguesas con tomate. Sería un desastre. Hay que mantener estas re45 Entretiempo giones puras y vírgenes, tal y como ya ocurre con las miserables chabolas o favelas brasileñas, que deberíamos proteger para que sus moradores no las cambien por unas nuevas viviendas que serán más dignas, no le digo a usted que no, pero sin el virginal sabor del tipismo que tanto gusta a los turistas y que ya forma parte de unas genuinas señas de identidad de Brasil que habría que declarar Patrimonio Cultural de la Humanidad con el fin de obligar a los que las habitan a que sigan viviendo en ellas para que puedan preservarlas del esperpéntico progreso y que los turistas podamos admirar su patrimonio cultural: su typical miseria en su salsa, al alioli y con piojos. Aunque en el entretiempo, mientras la Unesco se pronuncia, será mejor que doble el periódico, que me apure con los michirones y que salga a la calle a buscar a mi chica porque desde que la había conocido no había podido relacionarme con otras mujeres, con ninguna, pues sólo había tenido algún trato ligero con alguna chica en noches de una sola vez, un solo desayuno, quizás una cerveza y hasta más ver. Excepto con Ursula Tate Gallery, claro, aquella chica que pintaba mucho y bonito, y mayormente sobre un lienzo blanco en el que colgaba y pegaba los mocos que se había extraído con el dedo índice en el instante mismo de la creación, en caliente, que decía ella, para darle más fuste, esencia y verisimilitud al diálogo que nos proponía porque según algunos de sus catalogados críticos, el lenguaje inequívoco de la artista era el instrumento indisociable del que ella se valía para vincular creación plástica y cotidianeidad, en un continuo diálogo entre las inquietudes de la artista y las de la sociedad, recurriendo para ello a toda suerte de lenguajes expresivos. Y ella asentía, 46 Antonio F. Marín se sacaba un nuevo moco y lo pegaba en el acto sobre el lienzo para corroborar lo del lenguaje y lo del permanente diálogo porque es que ella no paraba de dialogar. Y por los codos. Aunque mayormente por las narices. Ursula Tate Galery era pues una joya de chica, una muchacha muy moderna y puesta, que uno andaba loco por presentársela a su madre. A la nuestra sí, porque la suya ya tendría noticias. Cumplidas referencias. Lo que no sabíamos era si antes de llevarla a casa era más propio envolverla primero en papel de regalo. Para darle más emoción, todavía, claro. Pero Úrsula Tate estaba sola, tú estabas solo y juntos amontonabais una soledad con otra, aunque no la misma soledad. Y no se trata de eso, me he dicho mientras salgo a la calle para buscar a mi chica o averiguar algo más sobre el tesoro oculto bajo la Chinica, sin prisas y si me dejan, porque cuando he salido de la cafetería me he dado con Heliodoro Rodríguez, vaya por Dios, que se me ha parado delante para decirme algo que ya me barrunto pues Heliodoro Rodríguez es un ciudadano políticamente correcto de esos que dejan a sus hijos salir por la noche hasta altas horas de la madrugada y que, sin embargo, exigen que Dios los vigile para que no hagan el mal, sabe usted, que es que Heliodoro viene siempre preguntándose por esa cuestión que tanto abruma a los niños cuando en la adolescencia descubren que algún día se van a morir y exigen saber por qué si Dios es tan bueno permite que exista el mal en la Tierra. - No lo sabemos, Heliodoro, se le dice para calmarlo. Pero tienes razón porque es obvio que si Dios fuera omnipotente y misericordioso podría haber creado un mundo 47 Entretiempo más justo en el que, por ejemplo, las mujeres siempre quisieran follar, siempre estuvieran disponibles para follar con todos y que nunca les doliera la cabeza, en vez de condenar a muchos inocentes a matarse a pajas que es crudelísimo, vaya, poco pío por su parte, pues provoca unos desequilibrios psíquicos que también podría haber evitado creándonos sin deseo sexual, como los eunucos, y todos tan de maravilla, aleluya, aleluya, porque yo más no sé, Heliodoro, nadie lo sabe ni lo sabrá, hazme caso, le digo, sin que él atienda a razones porque lo que lo desazona no es esa cuestión, qué contrariedad, sino lo que reseñan en un recorte de prensa que señala contumaz con el dedo, porque dice que la Ciencia está camino de descubrir el origen de la vida y de demostrar la inexistencia de Dios, y eso será terrible para algunos porque se desmoronarían todas las religiones, los mitos, las filosofías y para ellos será el acabose porque necesitan una esperanza para poder soportar el no saber de dónde vienen, cuál es su destino y cuál es el sentido de su vida; aunque a lo mejor no, Heliodoro, ¿sabes?, porque de descubrirse todo eso estaríamos tal cual que los animales y seguiríamos viviendo como ellos que tampoco parece que se preocupen mucho por resolver todas esas inquietudes y viven en su felicidad animal de olerle el coño a la perra que pasa, follar, reproducirse, comer, dormir y vivir el gozoso regocijo de no cuestionarse nada, de no hacerse preguntas, de no esperar nada, de no tener religiones, esperanzas, mitos, ni creencias, en un comportamiento muy racional de los animales irracionales. Paradojas de la vida. ¿Decías algo? Nada, Heliodoro, que sí, vale, que tienes razón porque el hombre cada día sabe más, que sabe 48 Antonio F. Marín menos, y ahora tengo que marcharme pues llevo prisa ya que quiero vérmelas con el alcalde, cuando sean horas, adiós, Heliodoro, porque no lo son y entonces tendré que seguir desempedrando por el barrio antiguo para esperar y ver si el corregidor me aclara si va o no a autorizar la compraventa de los terrenos en los que se afinca la Chinica. O si va a proceder a la búsqueda del tesoro bajo la piedra. O si va a permitir la faena turístico empresarial que maquinaba Al Martínez Capone, pues había leído que quería comprar la barca del Menjú con el propósito de establecer un servicio discrecional de viajeros que los cruzara al otro lado del río para que pudieran admirar el jardín y la Chinica con la casa partida. Si le permitían el proyecto, por supuesto, porque como decía mi lúcido amigo Matías Camacho «millones tiene, pero no es millonario». Y para confirmarlo tendrían que volver a acercarme al Ayuntamiento por si el alcalde anduviera por allí, que no está, según me dicen, y entonces tendré que seguir cantoneando por la ciudad para jalar del tiempo y ver, ya de paso, si coincido con aquella chica del pelo cortito que le daba un aire a la Juliette Binoche de Azul, porque si me diera con ella podría acercarme y decirle… …y decirle nada, sabe usted, porque después de dar algunos barzones por calles y plazas no la he visto y sólo me he cruzado con algunos residentes que se apremian de sus papelorios con corbata a sus recados con chándal deportivo. O con esos otros prójimos que me han adelantado precipitados y que parece que siguen a aquel otro tipo que oculta una tela roja y amarilla bajo el brazo en un extraño proceder que me lleva a acelerar el paso para no perderlos y ver de qué van, buscavidas que es uno, 49 Entretiempo porque el que los precede se ha detenido en un portal y ha mirado a un lado y al otro, y de nuevo allí y hacia aquí, hasta que parece que ha quedado conforme y le ha hecho gestos a los demás para que lo sigan al interior del edificio en el que ahora entran con sigilo con su tela roja y amarilla bajo el brazo porque deben de ser novilleros espontáneos que se preparan para hacer la luna, para saltar al toro por los campos de Albacete y coger así experiencia ante los cuernos de verdad. Será eso, me he dicho cuando he asomado por la explanada de la Esquina del Convento, donde la iglesia de San Joaquín, ante la que me he parado para ojearla con detenimiento pues aunque es un austero edificio de construcción franciscana fechado en 1603, sabía que tenía un gran valor sentimental pues en él tomó los hábitos el primer historiador de la villa, Fray Pasqual Salmerón, del que ya había tenido noticias en mi anterior visita cuando anduve indagando si era cierto que había quedado enterrado un tesoro en la casa partida en dos tras caer una enorme roca del monte. Y sin mucho tino, esa es la verdad, porque sólo había podido esclarecer que la noticia sobre esos pergaminos, joyas y monedas antiguas sepultados bajo la roca, provenía de la confesión que el antiguo propietario de la casa le había hecho a un monje del convento franciscano que lo había dejado escrito en un pergamino que, años después, se había encontrado un albañil mientras participaba en las obras de remodelación de la plaza aneja al convento. - Eso suena a contubernio masónico. - No creo, doctora, porque las cosas son siempre tan sencillas como parecen y eso de la masonería nos suena mucho a una especie de cristianismo sin Cristo y sin sota50 Antonio F. Marín nas, pero con mandil y sociedad secreta que nos recuerda a un club infantil con contraseñas y entradas ocultas, sin luz y taquígrafos no vaya a ser que se les vele el negativo, en fin, decía, porque además uno había averiguado que aquel albañil le había dado ese documento a unos colegas suyos que habían intentado llegar al tesoro a través de un túnel cavado bajo la casa partida por la piedra. Un túnel que se les vino abajo cuando un terremoto retembló la comarca y los forzó a huir sin que se supiera más de ellos, pues el único que los había tratado había muerto de Sida y la investigación quedó cegada en él sin que hubiera por donde tirar, ni investigar. Así que una vez que he cruzado la explanada me he sentado en la terraza de una cafetería que abre frente al convento para tomarme un agua no muy fría, por favor, que una vez que me han servido he bebido de un trago mientras me pregunto por qué la mayor parte de los coterráneos del lugar andan convencidos de que debajo de la piedra sigue enterrado el tesoro, cuando no había pruebas congruentes de ello. O al menos uno no había podido hallarlas pues se había cruzado en mis pesquisas aquella chica tan femenina, melosa y posesiva que me había trastornado el juicio y a la que había perdido para siempre cuando se enfurruñó, se fue y no me atreví a llamarla quizás por orgullo o quizás por miedo a saber la verdad, o sea, que lo más probable es que ya anduviera con otro. Y en esa desventura uno no envida y huye, porque no nos va todo ese rollo de conquista, celos y rivalidad pues eso sólo queda bien en las películas francesas y en los documentales del mundo animal en los que los protagonistas muerden, disputan, ladran y persiguen a la perra para montarla en 51 Entretiempo una evidente porfía con los demás animales en la que uno no concursa, gracias, otra vez será, porque no nos va todo ese rollo pues efectivamente no sabemos sufrir, doctora, y entonces… …y entonces, será mejor que vuelva a embragarme en el trabajo que me había traído al lugar y que procure desentrañar todos los detalles concernientes al tesoro bajo la chinica con los que podría redactar un reportaje que podría vender a alguna revista y conseguir así algunas perras pues ya anda uno justito y todavía tenía que pagar el hotel y el billete de vuelta. Y en el entretiempo esperar para ver al alcalde mientras escudriño el convento franciscano que parece que ha sido restaurado para convertirlo en un Centro de Cultura por cuya enrejada fachada veo pasar a las jóvenes mamás que aprovechan el solecito invernal para ventilar a sus nenes y que les dé el sol con esa placidez de la vida burguesa, con araucaria esteparia, que uno ya envidia para poder disfrutar viendo crecer al nene o la nena, e incluso al tener que madrugar para dejarle los juguetes de los Reyes Magos, ver su cara de alborozo al abrirlos y disfrutar de todos esos protocolos tan saludables y profilácticos, tan burgueses y convencionales como comprarle las aventuras de Guillermo Brown. Sólo eso, porque la única esperanza que nos queda suelta por los bolsillos consiste en seguir la senda de los elefantes y buscar la muerte en la infancia; en esa sociedad burguesa tan apacible y templada que se desea feliz año nuevo todos los fines de año y hasta la próxima, adiós muy buenas y a mandar que para eso estamos, y estaremos, en esta sociedad moderna y civilizada que nos esmerilan los psiquiatras de guardia para servirle a la Ciencia y a usted, gracias, pues se 52 Antonio F. Marín desviven por ti a fin de centrarte en tu neurosis y que no desentones en la acuarela pastel que te tienen preparada como ya hicieron, por cierto, con Claude Eatherly, el comandante de la operación que arrojó la bomba sobre Hiroshima y que cuando regresó a su país con el avioncito, hogar dulce hogar, fue encerrado, medicado y declarado oficialmente como un neurótico que no aceptaba la realidad, al mostrar arrepentimiento y sentimiento de culpa por haber matado a 200.000 personas, según le diagnosticó la Ciencia. Y lo mandaron a casa, hogar dulce hogar, decía, donde puedes cobijarte en esas cálidas y felices aventuras en pañales de los Rugrats que te ayudan a esquinar la amargura, sedarte y no provocar a fin de ser un buen ciudadano que no remueve insolente la convivencia; la placidez del fango del fondo que permite que el agua no se enturbie, quede prístina y que los demás no se alarmen con tus escándalos, porque El grito del óleo de Munch no va con ellos pues el que siempre chilla es el vecino de al lado que es un crispador muy castizo, porque la gente moderna, progresista, sedosa, satinada y sutil no grita, rediós; los cursiprogres nunca gritan porque estos páparos nuevos ricos quieren pasar por finos y entonces la réplica de El Grito de Munch que compraron al peso en la tienda de antigüedades es como el arte que se oye llover. Y date por contento, decía, porque ahora mejor me distraigo ojeando los diarios para saber qué han hecho en mi ausencia, cómo se las han apañado sin mi concurso, que se conoce que mal, muy mal, porque según leo un tipo que se llama Kevin Nadal se ha casado consigo mismo en Nueva York delante de 125 personas. No está mal. Yo lo comprendo porque me he casado conmigo mismo desde que tengo uso de 53 Entretiempo razón, pues ya nací casado conmigo mismo. Luego me divorcié de mí mismo porque me eché una novia formal que siempre me preguntaba qué pensaba. Las mujeres es que siempre te preguntan en qué piensas, mayormente cuando tú estás pensado en el culo de su mejor amiga. Parecen adivinas. No te preguntan en qué piensas cuando estás comiendo con sus padres, por ejemplo, sino precisamente cuando estás pensando en el culo de su amiga más íntima. Son malas, crueles y retorcidas. Pero decía que aquella novia con la que me uní después de divorciarme de mí mismo, siempre me preguntaba en qué pensaba en los momentos más inoportunos. Pues pienso, cariño, en que a lo mejor un día de estos me animo, busco trabajo y nos casamos, le respondía yo para reconfortarla. Pero no coló y nos separamos, para volver a casarme otra vez conmigo mismo, aunque como me encontré repetido y seguía dejando la tapa del váter subida, me divorcie de nuevo de mí mismo para unirme a otra novia que curiosamente se había divorciada también de ella misma. Al poco tiempo lo dejamos porque no nos llevábamos bien, ya que ella recordaba que yo había estado casado conmigo mismo y tenía celos de mí mismo, o sea, del yo mismo con el que yo había estado casado. A las mujeres es que es muy difícil entenderlas, sabe usted. Y pasó el tiempo y a punto de cumplir las bodas de plata conmigo mismo, me divorcié de mí mismo porque estaba cansado de oírme roncar a mí mismo y me eché esta vez una novia que nunca se había casado con ella misma, según pude averiguar al poco de conocerla. Eres gilipollas o qué, me contestó ella cuando se lo pregunté. No, cariño, es que hay tipos que nos casamos con nosotros mismos. Son manías. Pues esto se acabó, me espetó ella, porque yo no 54 Antonio F. Marín me voy a casar nunca contigo mismo. Pues vale, porque yo tampoco me voy a casar nunca contigo misma, que lo sepas. Y nos separamos, para casarme yo otra vez conmigo mismo y ella con un oficinista del Banco de Bilbao que pasó por allí y que se conoce que tampoco se casaba consigo mismo porque se casó con ella. Creo que tuvo un hijo con ella misma, pero no estoy seguro. Eso creo recordar, aunque en la terraza de aquella localidad del Argaz, decía, he dejado de desbarrar, he cerrado el periódico y me he levantado para acercarme a la iglesia de San Joaquín aneja al convento, pues me había parecido ver que salía un entierro y que entre sus condolientes aparecía un tipo que le daba un aire a Juan Carmelo del Carmelo, pues lucía su clásica chaqueta gris por encima de un jersey a cuadros. Podría ser él, casi seguro que es él porque cuando me ha visto me ha hecho señas para que me espere pues ya viene hacia aquí para darme un abrazo, cuánto tiempo, hombre, me dice, antes de husmear el sabor del tiempo porque hoy va a hacer piches, piches, me aventura docto, pues él anda muy cursado en el arte de oler el tiempo cuando no se ocupa de informar a los forasteros de que un día cayó una enorme roca del monte que sepultó una casa, a un carretero y a sus dos bueyes. ¿Solo eso?..., ¿no sabe nada nuevo? Pues no, no hay más noticias, me aclara, mientras me anima con la mano para que lo acompañe detrás del féretro, por un amigo que se ha muerto, insiste, pues la verdad es que él sólo había oído que Doña Urraca seguía emperrada en vender los terrenos de la Chinica a la multinacional MacMarguer para que abriera allí un comercio de hamburguesas, aunque algunos políticos no la dejaban porque son parajes protegidos, según dicen ellos, pero cumpliendo con 55 Entretiempo su altruista deber, según digo yo, señor Carmelo, porque la política es el más abnegado empleo al que se puede dedicar un ser humano y sólo hay que asistir al comité que reparte los puestos en las listas electorales para percatarse de su nobleza. ¿Quieres pipas?, me ha dicho brindándome la bolsa abierta. ¿Pipas?, pues sí, venga, unas pocas, gracias, que le he aceptado en la palma de la mano mientras seguimos detrás del féretro que los parientes cargan a hombros y lo animo a que me cuente si sabe algo nuevo sobre el asunto de la Chinica, porque algo tiene que saber, eso es seguro, ¿no?, pues no, no creas, porque sólo se oyen rumores sin fundamento, aunque lo que si lo tiene, y mucho, es la certeza de que hay mucho hijo de puta suelto, y que no son políticos precisamente, porque parece ser que los de las mutuas privadas le han negado a su sobrina el tratamiento contra la leucemia que necesitaba porque les salía muy caro y ha tenido que recurrir a la sanidad pública, como siempre pasa cuando el problema es grave, porque el Gobierno sigue sin hacer nada para obligar a las compañías a que los contratos sean vitalicios y cubran todas las prestaciones, incluidas las no rentables para ellos, claro, y aún así harían marañas porque los hijos de puta nunca duermen y siempre trampean para llenar la bolsa y quitarse los muertos de encima. Pero cuando vengan los míos todo esto se acaba, y ya vienen por Hellín, exclama ufano antes de ofrecerme de nuevo la bolsa de pipas por si quiero más, sí, gracias, unas pocas que he cogido en la palma mientras seguimos entre el gentío detrás del muerto y me convenzo de que lleva toda la razón en eso que dice de las mutuas sanitarias; aunque también sepa que eso no tiene enmienda 56 Antonio F. Marín porque los suyos llevan ya años, quizás siglos, viniendo por Hellín, por la población más al Norte del Argaz, y no se tienen más noticias de ellos; quizás porque los buenos nunca vienen por Hellín, ni por Tobarra, ni por Abarán, ni por Calasparra, sabe usted, que es que eso de que el bueno mata al malo, salva el planeta y se casa con la muchacha sólo ocurre en las películas americanas aquéllas que veíamos en tecnicolor en cines de barrio como el Teatro Galindo, cuando pateábamos y bufábamos al saltar en la pantalla los estúpidos cortes de la censura o cuando venían los inevitables lapsos para cambiar el rollo, porque los buenos nunca suelen venir por ningún lado, porque los buenos, como los Reyes Magos, son los papás, y esto no tiene enmienda ni remienda. ¿Decías algo? No, nada; que tiene usted razón, se le dice a Juan Carmelo pues anda uno misericordioso como San Manuel Bueno, mártir y no quiere despecharlo quitándole la esperanza mientras seguimos caminando entre la muchedumbre detrás del féretro, sí, gracias por las pipas, don Juan, porque lo que me acucia ahora es averiguar si es cierto que Al Martínez Capone pretende comprar la barca del Menjú ya que tenía oído que pretendía establecer un servicio turístico para cruzar a los forasteros al otro lado del río, pasearlos por los ubérrimos jardines y conducirlos luego por tierra a los aledaños de la piedra por si gustaban tomarse un piscolabis en la hamburguesería que MacMarguer proyecta construir en la zona. Pues no sé. ¿No? Pues no, pero no me extraña, porque Al Martínez Capone sólo quiere ganar más y más perras, porque no tiene hartura, aunque Doña Urraca se opone a que la multinacional le compre la finca a sus dueños que viven en la capital, pues ella linda con los terrenos y no permite 57 Entretiempo que un nuevo rico disponga de un paraje que sólo saben admirar los espíritus muy finos, como el de ella, que anda además de pleitos con la Confederación Hidrográfica porque dice que las orillas del río son suyas, pues lindan con sus tierras, y ella no deja pasar a nadie por allí que no sea de Dios, lo que se traduce por todo aquél que no se retrate, vamos, como está mandao. ¿Mandado? Es un decir, hombre, no seas tan susceptible, me reprocha cuando sobrepasamos el Bar Olimpia del cruce con la avenida de Abarán, vaya por Dios, porque entre unas pipas y otras andábamos ya muy cerca de la Plaza de Toros y, entonces, joder, joder, lo siento pero me tengo que ir, le he dicho a Juan Carmelo antes de salirme del cortejo y de plantarme de espaldas al coso taurino para pensar qué es lo mejor. Qué hacer. Porque según veo los condolientes siguen con la caja a hombros camino del Tanatorio o del cementerio de las afueras y, sin embargo, uno no sabe qué hacer, adónde ir, o por dónde empezar a currarme aquella historia de la Chinica que es lo que nos urge, porque antes de despedirme de Juan Carmelo me había insistido en que la policía local había levantado acta, atestado o aviso a la superioridad, de que una asociación de estudios esotéricos se reunía los jueves de luna llena para invocar a los espíritus del bosque, mediante el procedimiento de desnudarse, cogerse de la mano y darle vueltas a la chinica el Argaz cantando el corro de la patata, tachín, tachín; al corro de la patata, tachán, tachán. O que doña Cordelia Benítez de Aceituno y Sainz de la Carrasquilla había sido vista repartiendo fotocopias en las que volvía a ahincar sobre aquello de que la Chinica tapaba el agujero de la fin del mundo y que como la levantaran se iban a venir todos los males a la tierra. O que el alcalde 58 Antonio F. Marín había manifestado y reiterado su voluntad política para remediar todo aquel gatuperio y que para tal menester ya se estaban aunando esfuerzos, que es una empresa de mucho encomio que uno comparte pues siempre nos hemos descornado y desvivido en ese empeño de aunar esfuerzos, aunque las mujeres, que son muy suyas, suelen negarse categóricas al menester con la pueril excusa de que sólo hace tres minutos que te conocen. Y lo siguen haciendo, claro, aunque en El Argaz y de espaldas a la plaza de toros, he mirado a un lado, y al otro, y he decidido seguir en línea recta por la amplia avenida Juan XXIII que sube hasta la plaza de San Juan Bosco por donde asoma a lo lejos una chimenea metálica a la que ya me encamino cuando me he dado con Nicanor Tocando el Tambor que viene por la acera repicando su bombo sin venir a qué pues no se oyen tracas, trompetas ni cohetes y, entonces, ¿dónde vas Nicanor tocando el tambor si no es feria, ni Semana Santa, ni nada?... ¿es que no te has enterado del atentado de Nueva York? - ¿Yes? - Del choque de civilizaciones. - Ah, sí, claro; pero yo toco mi tambor porque me gusta, que hay otros que coleccionan botellas de Cocacola. Y me he quedado maravillado viendo como se aleja altanero tocando su tambor, joder con el Nicanor, y me he vuelto para seguir mi camino por esta amplia avenida comercial en la que los niños se apretujan en los portales y juegan a enviarse mensajes por el móvil, ¿has recibido mi mensaje Marta?, sí, y eres un marrano, le reprocha ella riéndose, mientras uno percibe que la vida se repite a sí misma, 59 Entretiempo que cambia el medio pero que el mensaje es el mismo desde que el australopiteco aquél descubrió el culo de la Lucy. Y que le gustaba, claro, me he supuesto mientras enciendo la pequeña radio portátil para saber qué se anda trajinando la Policía del Pensamiento Políticamente Correcto; esa elite de sabios-ignorantes orteguianos que se despezuña para decidir por nosotros qué es lo que nos conviene y qué debemos pensar, de serie, para ser unos éticos ciudadanos con matrícula de honor y diploma acreditativo rubricado por fulanos bienpensantes, y solventes, como el que ahora nos advierte de que para reformar la Constitución y dar la independencia a las regiones u/o nacionalidades del país, sólo hace falta que lo decida la mitad más uno de la población, porque no hacerlo sería seguir lo que dicta la mitad menos uno. Que es cierto. Pero ese mismo razonamiento sería también aplicable, ídem de ídem, para reformar la Constitución y suprimir las regiones autónomas (o implantar la pena de muerte), si así lo quiere la mitad más uno de los ciudadanos, porque no hacerlo sería seguir lo que dicta la mitad menos uno; además de aplicar tu razonamiento sólo cuando a ti te interesa y suprimirlo cuando no te conviene que es precisamente la doctrina de los dictadores, o sea, que sí, que parece que, efectivamente, hasta el más tonto encuaderna los prospectos de las medicinas. Así que no hay nada nuevo en el corral, decía, que nos sirva para elaborar un nuevo ensayo de acuerdo con esa casta que le viene al galgo porque por estos páramos se opina de todo pues nos han parido en un país de ensayistas/opinadores en el que sin embargo no se tiene ningún criterio ya que todas las opiniones vienen de fuera pues los pensadores españoles se murieron en el siglo anterior y hasta 60 Antonio F. Marín la historia la escriben los forasteros. Y entonces no pensar, cultivar mamarón la resignación laica volteriana y apagar la radio para bajar a la Tierra, a la acera, donde me he dado con Guanamino Aguas Salinas que viene andando a pasitos cortos, muy cortos, como sin querer y a cámara lenta. Un pasito, otro pasito y se para. - Por qué andas así Guanamino - le he preguntado. - Porque no tengo prisa, joder, que pareces tonto. Guanamino Aguas Salinas anda a pasitos cortos y reparte todos los folletos que le encargan tanto si son de alguna oferta comercial, como de información municipal; aunque en esta ocasión los que ofrece son los del Circo Ática, el coloso de tres pistas, gracias Guanamino, que parece que ha emplazado en las afueras y al que quisiéramos acudir porque nos trae remembranzas de la infancia, cuando las lonas y los mástiles de los circos despuntaban entre el polvo o el barro y los niños corríamos a ver a los famélicos leones que se alimentaban con la carne de unos burros que habían matado allí mismo a hachazos y que les habían comprado por cuatro duros a los lugareños pues estaban enfermos o eran ya viejos. Muy viejos. Aunque lo que a uno lo afogara ahora no es volver al circo de la infancia, sino encontrar a mi Becky Thatcher; a aquella chica de la que había amado hasta las cosas que tocaba, las prendas que vestía y el agua que la bañaba, según le decías embebido cuando ella se levantaba para entrar en el cuarto de baño, y tú aprovechabas para pegar la mejilla a las cálidas sábanas que había ocupado y arrullarte a la tela para sentirla través del aroma que había quedado de ella y que te calmaba, y calma, como la araucaria al Lobo estepa61 Entretiempo rio, tu araucaria, con la que ahora no puedes seguir ensimismándote, vaya por Dios, pues por las calles de El Argaz tropiezas de pronto con unos vecinos que parece que arrugan sus trámites y negocios en el ceño y te obligan a bajar a la tierra; a esta plaza a la que acabas de llegar en la que se ubica la nave-iglesia de San Juan Bosco y en cuya rotonda central se alza la rimbombante chimenea metálica que da paso al moderno bulevar de José Antonio Camacho en el que los jubilados se sientan junto a algunos inmigrantes que han huido de la miseria pagando a las mafias 1.500 dólares para poder acercarse a la decadente y capitalista civilización occidental en la que coco con codo y solidarios con nuestra causa, bregarán por conseguir su dignidad de seres humanos para que se les permita trabajar más para ganar más y poder comprarse una cama mejor en la que descansar más, para ganar más y convertirse así en unos ejemplares ciudadanos que cagan, comen, follan, duermen, trabajan, van al fútbol, ven la telebasura y vuelven a trabajar más para ganar más y poder comprarse una cama mejor, etcétera, etcétera. Toda una proeza cultural que nos lleva a darles la bienvenida a Isla Capital, a la explotadora sociedad capitalista que uno desprecia pero a la que los demás se matan literalmente por llegar para alcanzar su dignidad de ciudadanos y poder ser así explotados como los naturales, en igualdad de condiciones, pues la Constitución ampara que todos somos iguales ante la explotación y no se puede discriminar a nadie por razón de religión, sexo, raza o tamaño del pene; es decir, todos debemos ser igual de explotados e integrados en la sociedad con paridad de derechos de explotación para que, según veo, puedan entablar ahí mismo tratos comerciales con Al 62 Antonio F. Marín Martínez Capone; aquel vecino que luce el cinturón por debajo de la barriga o la barriga por encima del cinturón y que suele exigir, dando palmas por bares y tabernas, que el Estado no intervenga en el mercado para que se regule él mismo con libertad pues cree que la sociedad debe librarse de él con el mismo criterio, sintonía y hermandad que profesaba Al Capone, su padrino compadre americano, al que también le molestaba mucho el Estado porque le impedía prosperar y hacer lo suyo, de las suyas, como parece que le ocurre a Martínez Capone, su homólogo español, que para tan venerable menester de crear riqueza y repartirla (como él ya ha hecho entre sus múltiples cuentas bancarias), parece que ha comprado la mayor parte de las tierras comarcanas a El Argaz para que cuando se las recalifiquen con los planes de ordenación urbana pueda crear riqueza y empleo para todos, según se ufana en plan franciscano por bares y terrazas, si además, claro, se le permitiera pagar menos impuestos porque en esto también comulga con su cofrade americano y no quiere que éstos amenacen sus inversiones y la creación de riqueza. Sobre todo eso, he exclamado mientras doy la vuelta a la rotonda frente a la iglesia de San Juan Bosco y el instituto de secundaria Diego Tortosa, de donde veo salir bulliciosos a los adolescentes que aprovechan el recreo para correr en busca de las tiendas cercanas a fin de comprarse los bocadillos que engullirán en el paseo de José Antonio Camacho que parte de esta plaza circular en cuyo centro emerge priápica la chimenea metálica que, según veo al pasar, se sustenta en una base lacada con azulejos de colores de un estilo Gaudí que también ha inspirado los bancos que se reparten por las aceras que circundan esta rotonda y en los que se arre63 Entretiempo molinan unos jóvenes que parece que aguardan en cola para subir a un autobús con el propósito de manifestarse, según deduzco al ver que cargan con unas pancartas que espolean ese peculiar olfato periodístico del que uno ya dio señas a muy corta edad cuando redactó un primer reportaje en el colegio en el que informaba de quién fumaba en los lavabos, y quién hacía novillos, con un gran rigor y veracidad periodística: expulsaron a tres. Aunque estos muchachos de aquí parece que se manifiestan para salvar el planeta pues según me dice la niña que me da el folleto, resulta que no lo estamos cargando con la contaminación y el calentamiento global, ¿de verdad?, sí, claro, me dice ella sin dudar, cuando uno duda y no sabe qué decir porque conviene recordar que el hombre es hombre gracias a un desastre ecológico pues todos procedemos de un cataclismo de la naturaleza que permitió que desaparecieran los dinosaurios y que fueran sustituidos por los mamíferos, por nosotros, que somos el resultado de la extinción de una especie, de los cambios climáticos y de las sucesivas catástrofes ambientales que permitieron la desaparición de los bosques, que el mono se pusiera en pie y que avanzara hacia una nueva civilización, pues si alguien se hubiera opuesto a la extinción de los dinosaurios nosotros no estaríamos aquí, no seríamos seres humanos, por lo que si nos oponemos reaccionarios a que pueda haber una nueva evolución nos estamos negando a que pueda surgir un nuevo hombre más avanzado pues nadie echa de menos a los extintos neardentales y nosotros quizás seamos sólo un paso más en la etapa de la evolución hacía ese nuevo ser humano más logrado, en fin, ya sabes, por lo que no podemos ser tan retrógrados y 64 Antonio F. Marín cavernícolas para negarnos al progreso y a la evolución. ¿Verdad que sí?, le he preguntado a la chica para saber su opinión, contrastar pareces y aunar esfuerzos que posibiliten el diálogo si fuera posible, que parece que no, porque como he visto que frunce el ceño y aprieta los puños, he deducido que los esfuerzos que uno hace por dialogar y establecer pautas de consenso no son correspondidos por ella, ni por sus compañeros de aventura que hacen ademán de echar mano de los extintores con propósitos poco claros o que, en su defecto, tengan algo que ver con la extinción de incendios, por lo que me he visto constreñido a rememorar la sabiduría de Mark Twain, el genial escritor, que cuando supo que el tipo con el que se había citado para un duelo era un experto tirador, se montó en una diligencia y salió corriendo sin dar más explicaciones. Así que uno echa a correr, por aquello de las moscas, sí, hasta que al llegar a una esquina me he detenido resollando y me he asomado para ver si los puntillosos niños me siguen todavía por las calles pues parece que no vienen, de frente, porque a mí espalda oigo un ruido que me hace volverme, vaya por Dios, cuánto tiempo, le he dicho a uno de ellos con voluntad de dialogar y animarlo a que se siente en este pollo de aquí, ¿vale?, donde podremos realizar un ejercicio de terapia de grupo respirando hondo, así, así, antes de cerrar los ojos, tragar saliva y volver a respirar profundamente…así, …así…, respira hondo. Y ahora repite conmigo: hay alguien que no piensa como yo y tengo que aceptarlo; hay alguien que no piensa como yo y tengo que aceptarlo, le he insistido al muchacho antes de largarme de allí escopetado para ponerme a salvo. Aunque se conoce que como diría el clásico, escapé del trueno y di 65 Entretiempo con el relámpago, joer, porque una vez que me he alejado de la plaza hacia las afueras, por la avenida que conduce a la Estación de Autobuses, he advertido que un sujeto me hace señas a lo lejos agitando un trapo desde lo alto de un cabezo en forma de maceta invertida al que conocen por el Cabecico Raya y por cuyas peladas laderas los niños se tiran montados en cartones como si se tratara de una pista de esquí, polvorienta, claro, porque nieve, por esta zona de Dios y de los Nazaríes, no se estila, no cae, no se conoce, no se recuerda, porque estás son tierras de secano, de secarral bendito cuando corre el agua que fertiliza, da vida y ofrece unos buenos frutos como las lechugas murcianas que ya se mencionan en El Lazarillo, suponiendo que pueden regarlas, claro, porque por aquí el agua corre poco, sabe usted, y de ahí la brega de estas buenas gentes por conseguirla para sus lechugas, sus frutales o la hierba para el golf, tal y como ya hicieron a la sazón otras regiones del Norte cuando construyeron las pistas de esquí en el Pirineo catalán o aragonés para atraer a los turistas y poder así sacarle fruto a lo que daba su tierra, ya sean alcachofas, nieve o una hierba para el golf que a los de estas tierras se les niega porque en este país de cuchufleta, cantimpalo y chichinabo sólo pueden construir campos de golf los cursiprogres nuevos ricos que se colocan en los primeros bancos del altar mayor del templo de la Kultura políticamente correcta. Sólo los millonarios progresistas y las elites cursiprogres, a los que no hay que buscar por la Casa del Pueblo, sino por los ranking de la revista Forbes. Que va a ser eso, he concluido mientras me acerco al cabezo aislado de las afueras bajo cuya falda discurre la vía férrea MadridCartagena donde he podido corroborar que el sujeto que 66 Antonio F. Marín gesticula con la camisa en la mano es el Cabo Machichaco; aquél vecino que se subía a la rama de un árbol para proclamarla independiente de otra rama del mismo árbol, del mismo bosque, del mismo páramo, de la misma Región y del mismo planeta, según suele postular el susodicho, que ahora arrecia los gestos para que me acerque a la ladera de su cabezo, me supongo que para declararlo independiente y cacarearme su prurito reivindicativo que no estoy dispuesto a volver a oír, Machichaco, pues me recuerdas a Rigoberto Cejijunto; aquél colega del Norte con el que uno trabajó en una revista y que siempre andaba renegando de la obligatoriedad de ser español porque él se sentía ciudadano de su país natural, de su región autónoma y no del conjunto del Estado, según solía objetar con un criterio que uno suscribe, claro, faltaría más, porque mientras aquel pelafustán rezongaba de su origen, el genial pianista y director de orquesta, Daniel Barenboim, pedía la nacional española pues decía sentirse orgulloso de ser español; de donde se trasvina que el quiera salir que salga y el que quiera entrar que entre, puertas abiertas al campo y cada que uno cague donde mejor le pete o no le dé el relente. Y a ti Machichaco que te vayan dando, se le dice sin ánimo de menoscabo, u ofensa, porque no nos va a oír, sabe usted, pues ya me he alejado del cabezo y he vuelto al paseo de Camacho donde me he sentado en un banco para decidir qué hacer, por ejemplo... ...por ejemplo acercarme al Centro de Cultura para papeletear en la biblioteca la historia de la localidad redactada por el padre Salmerón (aquel monje que habitó en el Convento franciscano) y ver si me aclaraba aquel asunto 67 Entretiempo de la Chinica del Argaz. Es lo que procede, me he convencido mientras me levanto y me acerco callejeando a un edificio que se asemeja a una nave fabril pues en realidad se trata del inmueble que a la sazón albergó una industria catalana textil que se conoció por Géneros de Punto y que tras su cierre empresarial fue rescatada como Centro de Cultura para albergar el auditorio-cine Aurelio Guirao y diversas dependencias municipales como oficinas, salas de estudio y una biblioteca pública en cuya puerta me he tropezado con dos chitos que parece que abusan de otros tres niños inmigrantes norteafricanos que, asustados, asienten con la cabeza a la extorsión de estos pequeños ciudadanos que se aprovechan de la inseguridad de los recién llegados para obligarlos a que no hagan nada, no lean cuentos, ni jueguen en los ordenadores de dentro sin que ellos lo sepan y den su permiso, ¿entendido?, le dice el pequeño chuloputas arrimando la cabeza contra uno de ellos que procura zafarse, sin conseguirlo, obligándome a inmiscuirme entre ellos para separarlos y llevarme dentro a los extranjeros sin hacer caso a las amenazas de uno de aquellos pequeños bravucones que, por supuesto, se lo va decir a su padre. Y éste me va a partir la cara, me ha amenazado el matasietes cuando ya entraba en la Biblioteca y dejaba dentro a los asustados inmigrantes para enfrascarme en mis negocios, cuanto antes, pues quería consultar la historia del Padre Salmerón e incluso la posterior de Ramón María Capdevila si no estaban en uso, claro, que si lo están, en fin, porque cuando he atravesado la amplia sala guarnecida de estanterías en las que convive desde hace siglos un singular multiculturalismo, he visto, maldita sea, que no están en su sitio pues se conoce que alguien los ha reclama68 Antonio F. Marín do. Y entonces… …y entonces será mejor que pida la vez en los ordenadores para navegar por Internet y buscar más información de la «Chinica del Argaz», o quizás de la «Chinica el Argaz», según le he pedido al buscador Google que al instante me ha devuelto la reseña de una página web del Ayuntamiento en la que se da cuenta de que el pleno de la corporación municipal había aprobado en 1.999 el Plan Especial de Protección de la Sierra de la Atalaya y el Menjú, que entre otras cuestiones impedía la autorización de actividad alguna en los lugares en los que existan razones que permitan suponer la existencia de yacimientos o restos arqueológicos enterrados que pueda acarrear su destrucción o deterioro, sin que previamente se hayan realizado las oportunas investigaciones arqueológicas. Y entre esos lugares protegidos se especifica el despoblado islámico de Medina Siyâsa, las pinturas rupestres de Los Cuchillos, la ermitica del Santo, las infraestructuras hidráulica de El Menjú, el Molino de Teodoro, la balsa de Herradura (o antiguo molino de Viento), la Casa de Rovira, el Puente de los Nueve Ojos, los jardines de El Menjú, el Puente de Alambre, el puente de la acequia Andelma, la vereda del Puente y también, ¡aleluya!, la Chinica del Argaz, vaya, o sea, que no se podía construir, edificar o instalar allí industria, negocio o actividad alguna sin el preceptivo visado municipal, por lo que todo aquella historia de la venta del terrenos, la ubicación de una hamburguesería, el levantamiento de la piedra para sacar el tesoro o los proyectos turísticos de Al Martínez Capone tendrían que ser revisados y avalados por la administración municipal. Se supone, claro. Sobre el papel. 69 Entretiempo Tenía que ver al alcalde, eso era crucial, pero antes podía aprovechar para leer los periódicos que todavía no había leído y me he sentado en las mesas bajas de los niños que son más cómodas, procurando que estos no me distraigan con sus juegos, mayormente, cuando le meten a sus amigos en las carteras algún libro de las estanterías para que al salir piten en el detector de hurtos de la entrada y se sofoquen en la puerta de vergüenza en plan Bart Simpson, «yo no he sido, yo no he sido», que suelen exclamar abochornados entre un relincho infantil que en realidad no me importuna pues lo que de verdad me distrae es la actitud de una preciosa chica morena con el pelo recogido en una cola de caballo que se sienta frente a mí y que ha levantado la vista de los folios, me ha mirado con sus rutilantes ojos negros y me ha saludado con una esplendente sonrisa que me ha henchido el alma, y algo más, pues se la ve muy seductora con su piel morena natural, su pelo lacio recogido en una coleta que deja libre su esbelto cuello en el que aparece un pequeño lunar, y, sobre todo, por su dulce sonrisa que le marca un gracioso hoyuelo en la barbilla. Es preciosa. Y cuando me ha vuelto a sonreír, me he levantado, la he saludado y he sabido que se llama María, que estudia segundo de Matemáticas en la Universidad de Murcia y que, ¡oh cielos!, tiene 19 añitos, madre mía, casi una niña. Y las niñas no suelen gastar esa orfebrería textil en lencería que a uno, fetichista confeso, tanto le gusta desde siempre, desde aquélla novia que tuve que siempre se ponía para mí las medias con costura y talón («talón cubano»), que su madre me daba de recuerdo y que yo le regalaba a ella para que las luciera porque así todo quedaba en familia. Es que tenía mucha confianza con ella. Con las dos. 70 Antonio F. Marín Pero también con la hija. Y eso une mucho, se piensa uno en aquella biblioteca del Argaz, donde me he dejado de chanzas, me he despedido de aquella chica, adiós, adiós, y he regresado a mi mesa para enfrascarme en la lectura de esta columna de opinión de un pureta muy conspicuo que durante la dictadura fascista cobraba por escribir unos artículos muy aseados en los periódicos del Régimen en los que protestaba subversivo por lo sucios que estaban los arcenes de las carreteras y que años después, cuando el dictador se murió en la cama, se nos apareció de sopetón como demócrata de toda la vida, junto a otros colegas, también demócratas de toda la vida, con los que se suele reunir en su bar predilecto para tomarse unos whiskyses y arreglar la injusticia del mundo «porque los problemas hay que solucionarlos en esta vida y no en los paraísos de la otra como prometen las religiones», según pontifica con mucho tino porque eso que dice es inapelable y a ello se dedican las decenas de misioneros que son asesinados cada año, en esta vida, por desvivirse por los demás en los países pobres sin cobrar un duro, sin cámaras de televisión y sin esperar a que el paraíso en la otra vida solucione los problemas. Ni tampoco a que los solucione el reputado columnista y sus amiguetes mientras apuran el whisky, porque se conoce que los misioneros comulgan con que hay que solucionarlos aquí, en esta vida, en el tajo, predicando con el ejemplo y dando la vida por el prójimo viviendo entre el SIDA, la guerra, el hambre y la lepra, porque no me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido, según el clásico. Así que no nos priva tu solidaridad satinada baja en calorías, decía, y digo, mientras cierro el periódico y salgo del Centro de Cultura pues 71 Entretiempo quiero acercarme al consistorio para vérmelas con el alcalde; si puedo, claro, porque cuando he cruzado la Esquina del Convento ha comenzado a lloviznar y he optado por desistir de mis propósitos y volver al hotel pues me da el agüero de que se avecina un día de esos que se apagan ventosos y cenizos entre nubes de plomo y algodón que pesan, y mucho, según veo cuando me he asomado al Balcón del Muro y he visto que la huerta parece como nevada pues las flores blancas de los frutales yacen esparcidas por el suelo después de que el aire las haya desparramado al albur de la ventolera. Así que he buscado cobijo en el hotel y he subido a la habitación para echarme vestido y exhausto sobre la cama, donde me he quedado ensoñado con la arrulladora imagen de la chica aquella tan mona a la que había venido a buscar y que había suavizado la aspereza de estar vivo cuando se levantaba de la cama para poner la canción What a Difference a Day Makes de Dinah Washington, y se volvía hacia ti sonriendo para cogerte de las manos, levantarte de la cama y sacarte a bailar mejilla con mejilla, mientras os movéis abrazados por la habitación dando vueltas al compás de la música, vuelta tras vuelta, hasta que de pronto te despiertas y compruebas, maldita sea, que había sido un sueño y que has debido de dormir durante horas. Sin interrupción. Sin los bruscos despertares de antaño cuando caías desparramado en someras dormidas tras noches de alcohol y madrugadas de buscar bares todavía abiertos por las afueras o por las gasolineras que no cierran. Y si quieren servirte, claro, porque en la mayoría de ellos no lo hacen y has de sobrellevar que los que se apoyan a tu lado en la barra te escruten de perfil malmirados porque ellos han 72 Antonio F. Marín madrugado para trabajar y se recelan que tú vienes a la cama en la que al día siguiente te despertarás al ritual de saberte otra vez vivo y con la certidumbre de que tendrás que echar mano de la botella de debajo de la cama, aún en ayunas, si queda, que no queda, joder, joder. Y entonces habrá que buscar alguna taberna abierta por las afueras donde aún no te conozcan porque no has dejado la trampa y donde el poco dinero que te queda cunde más y te da para más tragos; unos pocos en ayunas para paliar las otras ayunas del alma y, mayormente, los tembleques mañaneros que esta vez no se sienten, desde luego, porque cuando me he levantado vestido y arrugado, me he sentido mas templado y resuelto a seguir trabajando así que me dé una ducha, me cambie y baje a desayunar si son horas, que no lo son porque es muy tarde y toca el almuerzo. Y entonces… …y entonces será mejor comer algo más consistente, gracias, pongamos que ese primer plato que he visto anunciado en el menú de la entrada que creo que llaman «ensalada de col», o «picantosa», por favor, pues había leído que consistía en una ensalada de col con pimentón y ajos secos que debía de estar riquísima; aunque de segundo preferiría el potaje ciezano pues me han dicho que se cocina en olla con alubias, patatas, acelgas y bacalao. ¿Y de postre? Pues café sólo, gracias, a ver si me despabila y puedo seguir indagando lo del tesoro de la Chinica y aprovechar, ya de paso, para buscar a la chica aquélla que había visto por las calles de la localidad. Suponiendo que sea ella, claro, me he planteado poco después cuando he bajado del hotel y me he encaminado hacia la ciudad por el Paseo de Ronda que circunda el barrio antiguo y que separa a un lado la 73 Entretiempo frondosa huerta y al otro el casco viejo en el que las humildes casitas parecen que se apoyan en las casonas que antaño poseían los señoritos y que ahora ocupan los nuevos señoritos que antaño fueron pobres, que es que se conoce que la vida da muchas vueltas, sabe usted, aunque a algunos siempre los pille debajo, vuelta tras vuelta, que debe de ser cosa del amaño de algún bergante para que la rueda siempre les toque en la peor parte que el muy fullero parte y reparte, que va a ser eso, porque los menesterosos siguen apilados en las viviendas sociales o en las humildes casas y casones del Cabezo de la Fuensantilla, vuelta tras vuelta, que a algunos siempre les pilla debajo, decía, mayormente por los ejíos y las casitas que se arriman teja con teja en diferentes alturas hasta la misma torre de la basílica de la Asunción, desde cuyo campanario se tocaban antaño las horas a los agricultores para que se recogieran, para que volvieran pronto porque estaba a punto de anochecer y hay que volver, echarse la azada al hombro y regresar al pueblo cruzando el Puente de Alambre, o de Hierro, para subir luego por las cuestas que lo elevan sobre la huerta como esta de aquí que se conoce por la de Cosme, y por la que he subido resoplando para aparecer poco después por la calle Hontana que según veo campa en alto sobre los ejios de la huerta y desemboca en la plaza de la Esquina del Convento, frente a la iglesia y convento franciscano, donde me he parado para saludar a Rosario Lucas Benavides; un anciano que se sienta en las escalinatas de la iglesia vestido con su chaqueta gris marengo y las pantuflas con las que ha salido de casa, mientras acuna en su regazo un pequeño transistor de radio con el que sigue los partidos de fútbol ya que no le queda más remedio, según 74 Antonio F. Marín me explica, porque ahora todo es de paga, hasta el fútbol, y él con su pensión no puede suscribirse a los canales de televisión privada, ni acudir a un bar porque consume poco y no le dejan sitio en las mesas o en la barra, por lo que apela a lo que ya hacía su abuelo hace años: buscar un banco o unas escaleras y pegarse a la radio, porque ya ves tú, niño, toda la vida trabajando y a la vejez viruelas, joder, claro, porque se conoce que vamos progresando, he convenido con él, y volvemos a las mañas del siglo pasado pues es probable que dentro de poco le cobren a usted también un canon por oír la radio porque todo no puede ser gratis y hay que costearlo, cotizarlo y pagarlo todo desde que naces hasta que te entierran. Y darte por pagado porque el estado del bienestar te permita recoger las cáscaras de altramuces que algunos van tirando con sus tributos y no enfurruñarte nunca porque haya otros pobres, más ricos que tú, que recogerán las cáscaras de langostino que otros van dejando caer con sus impuestos porque siempre habrá clases en la recogida de las cáscaras del conde Lucanor, verdad usted, le he comentado a Rosario Benavides antes de preguntarle por su compadre Juan Carmelo, del que dice no saber nada aunque cree que lo más probable es que esté con su sobrina que anda algo pachucha. ¿Sí? Sí, eso he oído, me comenta mientras señala con la barbilla a una moza que pasa y que, según dice, es muy trabajadora pues se emplea en limpiar las escaleras de varios edificios y además es muy vivaracha porque con tan solo trece años se quedó preñada de un operario forastero que cavaba zanjas para una empresa de cable y al que ella no quiso volver a ver porque en realidad el que le gustaba era su otro compañero de trabajo, el Telesforo, pues con el Jonathan sólo se 75 Entretiempo había acostado para darle celos a éste. Eso decía. Y luego se quedó preñada de un pipiolo mecánico fresador del que también se enamoró porque parecía un galán de cine, pero al que también largó poco después porque conoció a un encofrador cachitas del que se volvió a quedar preñada. - Es que la Lorena es una chica muy moderna –me aclara. - Sí, lo que pasa es que ella todavía no lo sabe. Me supongo claro, le he dicho al despedirme de él precipitado porque de pronto, oh cielos, me ha parecido ver a la chica aquella a la que andaba buscando y he corrido para acercarme al principio del bulevar pues la había visto entremezclarse con los vecinos que lo cruzan para ir de este bar a la caja de ahorros; de ese bar al Registro de la Propiedad; de este bar al Juzgado de allí enfrente, o de aquel bar a la asesoría laboral de más allá por cuya puerta la he vuelto a ver pasar mientras corro detrás de ella, de su culo mayormente que no tiene pérdida, hasta que al llegar al final del bulevar ha girado por la carreterica de Posete y lo he perdido pues al asomarme no lo he visto, joder, que otra vez se me ha vuelto a escapar, suponiendo que fuera ella, claro, maldita sea. Y entonces… …y entonces será mejor volver al hotel porque hay días en que no está una para nada y además de no saber qué ponerse, no sabes a qué atenerte pues parece que se avecina un día de esos tan aciagos en los que no sólo que no te aguantas a ti mismo, sino que se te hacen insoportables los demás y procuras huir de su compañía. De todos, sin excepción, ya sean nativos, inmigrantes e incluso extraterrestres, claro, porque si por ahí dicen que no estamos 76 Antonio F. Marín solos, uno se espeluzna de que de verdad eso sea cierto porque sería añadir a la insoportable levedad de los terrícolas, la insoportable levedad de los extraterrestres; demasiada pesadez para ser cierta porque ya no sabe uno dónde va a tener que esconderse, se siente, porque por ahora sólo se añora la compañía de aquella chica tan femenina, melosa y posesiva con la que solía quedarme eclipsado cuando se sentaba en el borde de la cama para ponerse las braguitas, la falda y unas medias con costura que uno le arrebataba de las manos, déjame, por favor, le decías, para arrodillarte entre sus muslos y colocárselas con mimo, porque eres la fantasía hecha carne de cualquier hombre, añades embelesado mientras se las pones meticuloso para que no le hagan arrugas y la miras a los ojos para decirle que la quieres, que la querías, y mucho, como aún crees que sigues queriéndola pues la ves reflejada en todas las mujeres con las que te cruzas y eso no es normal, hombre, porque deberías dejar de soñar despierto como un botarate y aceptar de una vez que es improbable que ella esté de nuevo por aquí porque la última vez que la viste se fue muy encorajinada y lo más probable es que no quiera saber nada de ti, claro, me he pensado mientras me paro y doy la vuelta, para acercarme a la plaza del Ayuntamiento porque después de todo casi es preferible que no sea ella porque si la volviera a ver quizás me quedaría de nuevo patidifuso y farfullaría boberías, sabe usted, que es que uno es algo apocado y con ellas no sabe a qué atenerse desde que a los once años, o así, una niña se acercó a mí en el colegio y se sentó a mi lado en el banco en el que merendaba. - Oye, que somos novios. - ¿Sí? 77 Entretiempo - Sí. - Bueno. Y se fue con sus amigas que se sentaban en el banco de enfrente para cuchichear con ellas y volver en seguida para informarme de los planes que había proyectado para el futuro y de cómo sería el devenir de vuestros días a partir de ese momento. - Oye, que ya no somos novios. - ¿No? - No. - Bueno. Así que desde muy temprana edad uno tuvo una conciencia muy evidente e inequívoca de qué era aquello que los adultos llamaban enigmáticamente como eterno femenino y que de enigma no tenía nada. En absoluto. Estaba muy clarito. O al menos tan claro como la certidumbre que puedes tener ahora de que aquélla chica que cruza por la plaza Mayor se parece ella, oh cielos, y entonces será conveniente que te serenes y que te escondas detrás de la esquina para que no te vea si se vuelve para mirar, que no mira, porque cuando has asomado de nuevo la nariz has visto que ya no está y que la has vuelto a perder, una vez más, sin que puedas explicar tal malaventura dado el notorio y celebérrimo éxito que siempre has tenido con las mujeres. Con las feas, sí, porque las guapas se iban con el guapo y te dejaban a ti al cuidado de su mejor amiga. «Que os divirtáis», decía la muy zorra mientras se iba del brazo del otro. - Es que en la mujer hay que buscar la inteligencia. 78 Antonio F. Marín - Sí, doctora, y sigo buscando. No desfallezco. A ella, claro, pues uno aún cobija la esperanza de volver a su lado si no nos hemos dejado llevar por el llamado síndrome de Clérambault que hace creer al que lo padece que su amada le habla exclusivamente a él a través de sus miradas, sus conferencias o sus escritos en los que el infeliz ve unos mensajes crípticos amorosos que sólo van dirigidos a él y que lo hacen sentirse ridículamente correspondido. Grotesco, sí. Y entonces sé precavido, aléjate de allí y métete en este bar que se llama 4 Esquinas (desde 1892), para tomar un café y entrar ya de paso en los aseos donde puedes estar meando cara a la pared y leer la pintada de un fulano que ha escrito: «Iglesia fascista». Puede. Quizás. No sé, porque no hay tonto que no sueñe con pintarle unos bigotes a la Mona Lisa. Aunque uno no sabe, ni se pronuncia, porque no es objetivo en el particular pues esa «Iglesia fascista» es la única institución de la que nunca nos han echado. Cosa curiosa. Nos han expulsado del colegio, del instituto, de las organizaciones juveniles, de la Marina y hasta se nos ha querido prohibir el regreso al psiquiátrico, joder, qué cosas, pero esa Iglesia católica fascista siempre nos ha amparado aunque fuésemos impertinentemente borrachos y nos ha absuelto con infinita paciencia acogiéndonos sin pedirnos explicaciones, ni echarnos en cara ningún reproche, lo cual que nunca han hecho los presuntos antifascistas que nos han censurado, marginado, amenazado, injuriado y vuelto a censurar. De forma laica, eso sí, todo un detalle. ¿Hablamos de fascismo?... Aunque mejor lo dejamos correr porque esta agua no la vamos a beber y, mayormente, porque esto de andar 79 Entretiempo meando y dándole a la perquisición metafísica no parece muy canónigo, vaya, por lo que te la escurres, te lavas las manos y sales de prisa para acabar el café y volver a la calle donde me he cruzado con algunos vecinos que cargan con papeles en los brazos o con carteras de mano, cuando no tiran de los carritos de la compra o se paran para vocear por el teléfono móvil en una actitud que uno comprende, y comparte, porque también me he enchufado a la radio portátil para comunicarme y oír a un tertulio que aboga por la legalización del matrimonio entre hermanos, padres e hijos, porque es un vínculo que se ha dado en muchas culturas como la Egipcia, se da en el mundo animal, era habitual en los relatos del Antiguo Testamento, los estudios de ADN demuestran que no existen problemas consanguíneos y sólo lo condena la Iglesia (ergo, tiene que ser bueno). Así que no cabe denostarlo ya que cada cual es muy libre de hacer con su vida lo que le venga en gana y no se obliga a nadie a ser incestuoso, en fin, o sea, que lo que tienen que hacer los que están en contra del incesto es no casarse con su hija, con su madre o con su hermano, pero ha de dejar a los demás la libertad de tomar sus decisiones. Ta chulo. Un razonamiento de una lógica aristotélica. A lo menos. Tanto o más que las cuestiones que debaten en esta otra emisora y que parece que son de mucha enjundia y vuelillo. - Quién puede poner límites a mi libertad sin que yo deje de ser libre – se pregunta un prójimo. - Un semáforo - ¿Cómo dices? No, nada; no decimos nada porque se supone que en una democracia soleada y con muchos armarios, uno tiene 80 Antonio F. Marín el derecho a callar, a que no te pidan tu opinión cuando no tienes nada nuevo que decir, además de poder elegir quién te opina cambiando de emisora a esta otra en la que un tipo al que conocen por Juanete Tira Millas, se nos desparrata quejicoso porque el cacique de su jefe que a la sazón posee el periódico y la radio más oída, una cadena de televisión local, el monopolio de la televisión digital y algunos periódicos deportivos y económicos, no disponga también de la televisión en abierto más vista pues eso atenta contra la libertad de expresión, según nos bravea el fulano muy flamenco y bravucón, se conoce que porque se recela que todo aquél que no esté de rodillas a su lado lamiéndole el culo a su jefe, usted me manda, señorito, es un reaccionario que viola esa libertad de expresión al no emplearse marranilla en el oficio más viejo del mundo que en este país no es el de puta, sino el de lameculos cursi y repulido que bien podría haber figurado en el sórdido y grotesco mundo de Solana o en las pinturas negras de Goya con el título de el gran cabrón lameculos. Desagradable, muy desagradable, sabe usted. Y tanto o más que lo que nos notician ahora sobre Bangla Desh donde hay meses de hambruna en los que el remedio para que los niños no sufran es rezar para que se duerman y que dejen así de llorar y de padecer por el hambre, porque pese a las frontispicias declaraciones de derechos humanos no pueden ejercer como personas al no haber nacido en el lugar correcto y tienen ya de partida privado el derecho a la igualdad de oportunidades por un simple accidente biológico, en fin, que se supone que deberíamos hacer algo como facilitarles que planten maíz y que suscriban el Tratado de Libre Comercio para que ellos mismos puedan 81 Entretiempo vendernos su maíz. Si pueden, claro, que no podrán, porque como el nuestro está subvencionado y tendrá mejor precio que el suyo, tendrán que comprarnos el nuestro que es más barato si tienen los dineros para ello, que no lo tendrán porque no habrán podido vendernos el suyo, y entonces tendremos que darles trabajo en nuestras tierras para que puedan ganarlo trabajando nuestro maíz y que así puedan comprarnos estos vaqueros Perquís 501 con los que podrás ligarte a la chica/o más guapa y casarte con él/ella para trabajar más y poder así ganar más para comprarte unos pantalones de mucha mejor calidad porque como nos desvivimos por ti y por saciar tus necesidades, ya hemos pensado que necesitarás unos Perquis 501 etiqueta roja para distinguirte carrancudo de tu vecino que sólo luce la naranja, pues todavía hay clases, distinción y maneras. Es muy sencillo: libertad de elección. No seas tonto y haznos caso porque somos custodios de tu bienestar y para eso nos desvivimos por ti, por el Estado del Bienestar que te abastece adecuadamente merced al próvido flete de estos camiones que aparcan en la acera y que me impiden pasar pues andan descargando las viandas para las tiendas de comestibles frente a la Plaza de Abastos, a fin de proveer a una ciudad en la que los vecinos procuran vivir como ciudadanos mientras cagan, duermen, follan y vuelven a comer como cerdos para poder trabajar más y ganar más, joder, joder, he exclamado mientras me alejo de allí pues creo haber visto de nuevo mi verdadero linaje y estirpe; el culo de aquélla chica tan posesiva, melosa y femenina que sigo a distancia pese a que empieza a chispear y me veo obligado a refugiarme bajo los balcones de los edificios, maldita sea, porque me estoy mojando y por añadidura no suena 82 Antonio F. Marín la música de Moon River que me hubiera animado a acercarme para ofrecerle el paraguas. Pero no lo he hecho. Porque no llevo paraguas y porque de pronto he recordado el comentario que hizo la otra noche Kay Rush, una norteamericana que presenta en la televisión No sólo música, cuando se refirió a que su programa te enamoraba como los hombres difíciles, porque nunca te enamoras de un hombre fácil. Es verdad. Tiene razón la mujer y, entonces, más vale que dejes de seguirla y que te vuelvas cabizcaído y abochornado porque ella no se merece que la sigas y además es probable que pase mucho de ti porque parece muy creída, muy segura de que la ibas a seguir para ofrecerle el paraguas. ¡Que espere sentada!, te dices, mientras buscas un sitio donde comer algo porque siempre es bueno alimentarse para curar las pesahombres con un plato de arroz y conejo, por ejemplo, acompañado de caracoles serranos de concha oscura que se aliñan con tomillo y romero, según nos advierten en la carta que poco después he leído en el bar Mediterráneo del bulevar del Paseo. ¿Y tras el gaudeamus? Sí, café cortado, gracias, y si es tan amable me trae el periódico que he recogido y leído con detenimiento pues aquí mismo nos dicen que Robert Kilroy-Silk, el líder de un partido inglés que propugna que Inglaterra abandone Europa, ha confirmado que adora a las españoles pero que no quiere que ellos le manden. Una actitud que uno comparte porque a un servidor también adora a los españoles pero no quiere que ellos lo gobiernen y, entonces, parece que por fin uno piensa lo mismo que alguien más, lo cual que es preocupante, joder, porque de ahí a un congreso fundacional sólo hay unas copichuelas y unas palmaditas en el hombro. Y entonces mejor cultivamos el jardín de la re83 Entretiempo signación laica volteriana y dejamos el periódico porque por los ventanales asoma un tropel de jóvenes que se manifiestan a favor de la utopía, claro, faltaría más, pero qué utopía: ¿La de Bin Laden, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de Sacher Masoch, la del marqués de Sade o la de Tom Cruise y su new age?... Porque entonces… …porque entonces «cambiemos el mundo antes de que el mundo nos cambie a nosotros», que se debió de decir Hitler antes de invadir Polonia. Y tan pimpante. Aunque sí, venga; seamos unos pajareros ilusos y demos paso a la única utopía universal que parece viable, la del amor que predicó Jesucristo, pero si a él lo mataron siendo divino y fracasó en el intento, que levante la mano, por favor, aquel ser humano que se crea más que él para conseguir lo que él no pudo pues hoy en día continúa predicando en el desierto del interés turístico desde que lo han convertido en Patrimonio de la Humanidad, como las pirámides de Egipto. Al menos eso parece, le podríamos redargüir a los niños que también parece que se manifiestan por la paz, claro, y Feliz Navidad y próspero año, en fin, ya sabes, pues la inmensa mayoría de los ciudadanos quieren la paz en una misma proporción y cuantía de aquéllos que durante la dictadura de Franco también querían la paz porque «lo que es menester es que haya paz y trabajo pa’ tos», según decían entonces para excusar su anuencia cómplice y cobarde con los veinticinco años de paz que permitieron que el dictador se muriera en la cama, porque a este país los dictadores se le suelen morir en la cama con cura, hisopo y criada. Y una vez muerto y bien muerto, se derriban heroicamente sus estatuas. Con baladronada fan84 Antonio F. Marín farria, eso sí, porque podemos comprende a aquellos dóciles pacifistas que consentían la dictadura porque bastante tenían con buscarse el sustento, «el pan de mis hijos», y seguir así sobreviviendo pues después de todo un valiente no es más que un tipo que no dispone de servicio de espionaje. Se supone, claro. Aunque este parecer mejor te lo callas y ni se te ocurra proclamarlo en alta-voz porque te borrarán de las fotos y declararán tu muerte civil, tu excomunión laica que a uno, por cierto, no le da cuidado porque un servidor reniega de arrascarse en grupo, de despiojarse en peña futbolera, en Iglesia, en sindicato o en partido político. O en plataforma cívica de esas que buscan la verdad, precio a convenir. Y es que por aquí no se cincelan metopas, no se bordan entorchados, no se pintan grecas, ni se diseñan orlas, lo sentimos, porque aunque todos convenimos en que la única paz posible es la de la justicia, antes tendríamos que mirar el catálogo para preguntarnos qué paz y qué justicia: ¿La del gozoso marido esquimal que te ofrece hospitalidad sexual para que te folles a su mujer o la del cornudo occidental que sufre con los cuernos?... Porque entonces… …porque entonces será mejor cultivar el jardín y no menearlo, sabe usted, porque en aquella localidad de El Argaz uno comprendió, y comprende, que será de más provecho volver al hotel para dormir, soñar y vivir, si nos dejan los tambores que por ahí atruenan pues creo recordar que andábamos ya por Viernes de Dolores; una festividad en la que la fiel infantería se echa a la calle al son del tambor para pregonar que ya llega el mayor espectáculo del mundo, el festival del Domingo de Ramos, hoy mismo, 85 Entretiempo sin ir más lejos, que creo recordar que he bajado del hotel de Las Delicias paseando por el camino del Maripinar, y me he entretenido para apreciar los centenarios olmos que lo flanquean y que procuro abrazar, sin poder abarcarlos porque no llego a tocarme las puntas de los dedos y he desistido de la empresa para seguir mi camino hacia el puente de Hierro, donde me he parado para contemplar la vega que luce ya con muy buen color, muy reparaica, pues los brillos satinan los cañaverales que refrescan la huerta con su abanico mientras bandadas de golondrinas zigzaguean a ras del agua para cazar los mosquitos que van saliendo en tropel de unos cañizos que, desde aquí arriba, se ven ya despuntar en las márgenes mientras sigo cruzando el puente y subo al barrio antiguo entre el retronar de los tambores y el restallar estridente de las cornetas de las bandas que salen a la calle a notificar que viene la fiesta del Señor, la de Pascua y la otra; la de la cerveza con peana y agua bendita, según he visto cuando he callejeado por un barrio que se aprieta tras la muralla medieval con sus humildes casitas arrimadas entre si para arroparse y encajonar unas estrechas calles de trazado sinuoso con pequeñas tiendas de ultramarinos en cuyos escaparates advierten que «se cambian pilas a los mandos a distancia»; un servicio que agradecerán, sobre todo, esas señoras con toquilla y pelo cano que salen a la calle al reclamo de un forastero que tira de una motocicleta con dos grandes bidones a los lados en la que trae rica miel de romero y arrope calabazate, !al rico arrope calabazate!, según le oigo vocear mientras ellas se arremolinan en torno a la motocicleta con una parsimonia que echo en falta poco después cuando he aparecido por la parte más edificada de la ciudad que se ensancha a 86 Antonio F. Marín partir de la Esquina del Convento, con sus soleadas plazas, paseos y terrazas por donde se advierte y huele que es tiempo de pasión y azahar pues la huerta respira y exhala el aroma de la floración de los frutales y los balcones se engalanan con las colgaduras bajo las que caminan los adolescentes enjaezados hasta la gomina o los adultos con niños que se paran ante los tenderetes ambulantes que ofertan globos, caramelos, palomitas y regaliz para los nenes, toma y calla, porque hemos de marcharnos y pasar entre esa emperifollada multitud con túnicas de raso o apergaminados trajes de domingo de boda y/o fiesta de guardar, con los que el gentilicio se avía para participar en los desfiles o para empacinarse de cerveza por los bares y terrazas antes de que salga la procesión de Ramos, la burrica, y que no quede hueco ante la barra del bar en la que vocear los recados de cerveza con gambas, marchando un montadito de lomo con anchoas y otra de mojama para concelebrar la fiesta del Señor que festeja la entrada de Jesús en el bar, digo en Jerusalén, porque los que no desfilan en procesión con palmas lo hacen estelares por calles y paseos almidonados con corbatas, túnicas de aterciopelados colores, globos, cervezas y langostinos con parada en el bar de Jerusalén, para sacar fuerzas de las gambas y poder cargar con el santo de la entrada triunfal de Jesús en el bar, digo en Jerusalén, digo en este bar en cuya puerta se aposta Pancho Panceta Martínez Arrieta, el concejal de Políticas y Problemáticas, mientras departe con sus acólitos y les imparte doctrina con la palmera seca en una mano y la cerveza en la otra pues, según le oigo comentar, debemos esforzarnos en la creación de las plataformas sociales que nos den la adecuada perspectiva para impulsar el dialogo 87 Entretiempo social que nos permita explorar las posibilidades de progresar en el consenso y establecer una postura aceptada por todas las partes que mejore la calidad de vida mediante la responsabilidad ambiental solidaria que nos conduzca a una convivencia cívica en un mundo globalizado que articule las adecuadas políticas para vehiculizar las soluciones a las problemáticas de los ciudadanos. - ¿Qué ha dicho? –le ha preguntado uno de sus acólitos cuando Pancho Panceta se ha metido dentro del bar a por más cerveza. - No sé; pero supongo que es el discurso anual de la Federación de Asociación de Vecinos. - O de la Asociación de Padres de Alumnos. - O del Club de Amigos de la Petanca. - O de la ONU, ya puestos, que todo aprovecha. Aunque eso fue por la mañana, creo recordar, porque por la tarde acudí al traslado o bajada del Santo Cristo del Consuelo desde su ermita en la afueras a la basílica de la Asunción, ya que quería aprovechar esta efemérides tan concurrida para buscar a Juan Carmelo del Carmelo pues sabía de su devoción por el santo al que respetaba con inusual fervor, porque aunque él fardaba de descreído y consideraba a los demás santos como muñequitas lindas, el Santo Cristo era el Santo Cristo. Otro santo, otro Cristo, según decía. Otro Cristo al que por cierto veo venir en andas sobre las cabezas de la multitud custodiado por dos ángeles que lo guardan a los pies de una dorada cruz en la que se enclava vestido con un tonelete rojo del mismo color que la sangre que mana de las espinas de su cabeza inclinada que nos mira, desde arriba, custodiado por unas 88 Antonio F. Marín ráfagas doradas tras las que se mece el sudario, suave, muy suave, según se acuna el trono al compás del paso del tambor o de la música de la banda que lo acompaña mientras se aleja ornado de flores y la muchedumbre lo sigue hacia la iglesia cantando «desde la cumbre airosa, el cristo nos protege con singular afán». Eso creo haber oído que cantan, ya a lo lejos, porque por aquí sólo pasan ahora algunos vecinos rezagados y el Miljan Miljánovic que tira de su carrito de milojas y que cierra un cortejo en el que no he visto a Juan Carmelo del Carmelo, ni a la chica aquélla a la que andaba buscando pues sólo he divisado a Inmaculada Traviata de Pérgola y Concepción de María; una señora de hablar por hablar, porque da mucho gusto, y que no ha sabido darme razón de Juan Carmelo del Carmelo, excepto que cree haber oído que su familia había denunciado su desaparición porque salió de su casa el Viernes de Dolores y aún no había vuelto. ¿No? No señor; aunque es probable que se haya ido de picos pardos como suele y que todavía ande por ahí, y quizás mañana, Lunes Santo, asome por fin la cabeza. Y es que por Lunes Santo los vecinos se despiertan con más pachorra tras la zambra y boruca del domingo de Ramos pues por la mañana toca además ocuparse de cumplimentar en los Bancos los asuntos más formales, de diligenciar los trámites en las peluquerías o de despachar el acopio de viandas para la semana entrante pues por estas fechas regresan los amigos y familiares que se residencian fuera y que acuden todos los años al Argaz para ver a la familia, salir en las procesiones y alternar por bares, cafeterías, mesones, tabernas, tascas y restaurantes, porque rezar poco, sabe usted, que tampoco es cuestión de exagerar. Y 89 Entretiempo además no están los tiempos para malbaratarlos y derrochar las fiestas pues hay que darle a cada cosa su tiempo y su momento que aluego, aluego, habrá que trabajar y hoy toca libranza, pues ya es Martes Santo, cuando en la localidad se celebra el Prendimiento que es la escenificación en la plaza Mayor del apresamiento de Jesús previo sermón del cura don Antonio Salas en una representación muy correcta del auto sacramental que tiene sus orígenes en el siglo XVI, según había leído en el programa antes de acercarme a la Plaza Mayor donde me he tenido que poner de puntillas para asomarme al proscenio de las escaleras de la basílica en el que se tramita el apresamiento y se inicia la posterior procesión que suele ser más corta que las habituales y que desfila entre un público apretujado de pie en las aceras o sentados en las sillas que desde días antes de la efemérides se han reservado en las puertas de las casas mediante la formalidad de tender una cuerda de aquí hasta allí, de esta caja de fruta a aquélla otra, para marcar el territorio que posteriormente ocuparan las sillas que cada vecino se trae de su casa o que saca a la calle para sentarse a ver la procesión, sin que tal añagaza evite que en alguna ocasión se haya entablado algún pleito entre los vecinos por los límites territoriales delimitados por las sogas y por la titularidad de la jurisdicción señalada de silla a silla con las cuerdas. Pero creo recordar que tras la procesión regresé al hotel cansado, ceñudo y con cierto desgaire pues no había visto a mi chica y si ella no andaba por allí en fechas tan principales en las que toda la vecindad se aboca a la calle, lo más probable es que hubiera vuelto a la capital hasta que pasaran las fiestas, y, entonces, qué hacer, me he pregunta90 Antonio F. Marín do mientras ceno algo rápido y decido esperar al día siguiente, Miércoles Santo, en el que las panaderías se verán abordadas por unos vecinos que se apiñarán ante el mostrador y porfiarán por conseguir las tortas de pan dormido que se conocen por monas u hornazos que llevan un huevo duro esclafado en el centro y que se suelen llevar para la merienda de las tardes que siguen al Domingo de Resurrección, en las que los jóvenes y los niños disfrutan de la merendola por los parajes más típicos del lugar como la Atalaya o por las orillas del río, en una especie de colofón a la Semana Santa de pasión y chocolate con churros, que el Miércoles Santo, decía, se cumplimenta con las procesiones infantiles que los niños sacan por la tarde con unos tronos de su tamaño para que vayan cogiendo afición y se preparen para el futuro, cuando crezcan y puedan participar en las procesiones de los mayores, como la de la noche de este mismo Miércoles Santo a la que asistí desde una tribuna en la que vi desfilar a los cofrades alienados en dos filas a ambos lados de la calzada vestidos con lujosas túnicas de colores a tono con la hermandad, mientras apretaban en sus enguantadas manos unos báculos de luz con los que se apoyaban para caminar y que suelen ser forjados en hierro por los artesanos con la misma pulcritud que los tronos que vienen detrás y que parece labrados en purpurina repujada que brilla en la noche mientras los veo pasar a hombros de los anderos que lo cargan al paso de los tambores con un suave vaivén que mece los faldones de los tronos, las flores, las túnicas e incluso los brazos con las tulipas que iluminan las esculturas de Sánchez Lozano, García Mengual, Sánchez Araciel, Solano, Planes o Carrillo. Una barroca representación que veo desfilar con 91 Entretiempo sumo recogimiento delante de la tribuna en la que me siento y desde cuya altura procuro escudriñar por encima de las cabezas de los que se sientan en las sillas de la calzada por si, por un casual, veo a la chica aquélla que andaba buscando o al mismísimo Juan Carmelo del Carmelo y me daba alguna razón sobre el tesoro oculto bajo la Chinica. Pero no, doctora, no vi a ninguno de los dos y sólo atiné a ver a la preciosa chica de 19 añitos que había conocido en la biblioteca y que al verme me sonrío con una esplendente sonrisa que correspondí levantándome para devolverle el saludo y volver a sentarme al lado de Juan Polvorosa Manganeso que acababa de ocupar la silla de al lado, buenas noches tenga usted, y que tras la formalidad habitual me ha ofrecido un cigarro, no gracias, es que no fumo, y me ha participado su opinión de que toda la cabalgata que pasa no es más que puro teatro porque es probable que Jesucristo sólo fuera un pobre diablo y que de las alucinaciones de un loco nos haya venido todo este carnaval, pues él cree que aunque sea cierto que existió y que es verdad lo que cuentan los evangelios, tampoco es para armar tanto tostón porque ya lo habían dicho antes otros pensadores orientales y el tal Jesús sólo se limitó a recoger lo que habían predicado en otras religiones previas, claro, que si eso fuera cierto, se piensa uno, sería muy curioso porque mientras las religiones orientales piden el perdón a los enemigos (y adiós muy buenas), Jesús pedía el amor a los enemigos que obviamente no es lo mismo, o sea, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen, rezar por los que os ultrajan para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos y que hace 92 Antonio F. Marín salir el sol sobre buenos y malos, según una prédica que él cumplió hasta la muerte y que le supuso la tortura y la crucifixión, un desliz, porque Buda murió en la cama de una indigestión tras una opípara comida en una actitud bastante diferente a la de Jesucristo que pudo huir y evitar así la dolorosa y cruel muerte y que, sin embargo, aceptó mansamente perdonando incluso a los que lo habían matado. Y eso es precisamente lo que hace divino porque nadie que sea humano lo aguanta como no tenga muy claro por qué y para qué… …se supone, claro, porque su mensaje es tan profundo que aún hoy es imposible imitarlo, sabe usted, que es que uno ha intentado seguirlo en varias ocasiones pero en seguida se pierde de vista. Y nos da flato, qué se le va a hacer, se conoce que porque uno es sólo un pobre ser humano que procura no perderse con los derechos de autor de lo que vino a recordarnos para ser felices en este planeta, pues lo demás sólo es el decorado, la policromía del bafle y solo los necios se fijan en lo bonito del mueble o en la cantidad de vatios, y se olvidan del mensaje que sale por él altavoz, decía, porque cuando desaparezcan los lignum crucis, el santo sudario o el grial de la ultima cena, nos quedará la palabra, la auténtica fe de los que no se obstinan en la disquisición de si Jesucristo era alto, chepado, rubio, tuerto, casado, negro o imitador de Buda, porque lo que importa es la palabra, lo que vino a recordarnos y no lo que los demás quieren que diga «victimas de la letra» (tanto si sus adeptos son conservadores, progresistas o del Betis manque pierda). Porque si él era un revolucionario que decía que no se puede adorar a dios y al dinero, también era un conservador que reconocía que no había venido 93 Entretiempo para cambiar la ley sino a darle cumplimiento, porque hay que coger el lote completo y no reinterpretar lo demás al gusto de la clientela para que no oprima la taleguilla y actualizarlo y ponerlo en su contexto, que dicen, tanto los que echan mano a lo de los talentos como lo que se sirven del camello y el ojo de la aguja. - ¿Decías algo? - No nada, que tiene usted razón, señor Polvorosa. - Otro mundo es posible –añade mientras se hurga con el dedo en la nariz, se saca un moco y procede reglamentariamente a pegarlo debajo de la silla. - Sí, desde luego; no le quede a usted la menor duda. Porque es posible, claro, aunque habría que empezar por dejar de pegar mocos debajo de la mesa, por no aparcar en la acera o por no tirar papeles en la calle para cumplir en lo pequeño y llegar luego, sumando, a cumplir en lo grande tal y como nos decía ese que nos traen ahí crucificado en cartón piedra para gloria de los que creen más en el Jesucristo muerto que en el vivo, en la imagen más que en la palabra. Aunque lo que nos interesa ahora es saber de Juan Carmelo del Carmelo, de su paradero, y el Polvorosa dice no saber mucho ya que sólo había oído comentar que la Guardia Civil de Cieza había informado a la del Argaz de que por allí no había sido visto y que se había alertado a Protección Civil para que lo buscaran por el río y los alrededores, pero no se sabía nada más a fecha de hoy, claro, miércoles anterior al día de Jueves Santo en el que creo recordar que he bajado del hotel, he subido al pueblo y me he cruzado con las manolas que acechan las iglesias em94 Antonio F. Marín perejiladas hasta la peineta, engalanadas y cuellierguidas con la mantilla de la tía Enriqueta a fin de hacer la visita a los altares sacros que se instalan en todas las iglesias para compartir fraternas la mantilla y el palmito, antes de seguir con lo del amor fraterno por bares y plazas porque con las cervezas y el marisco la liturgia baja mejor, hasta la mismísima madrugada, sobre la medianoche, en la que el reloj de la basílica de la Asunción tañe las doce campanadas y se abren los portones para que salga el cristo de la Agonía que inicia la procesión del Silencio, la de más fervor, con un Cristo que desfila con la ciudad apagada en una silente oscuridad que retiembla con el parpadeo de las velas de los cofrades vestidos con túnica y capuz negro a los que veo llegar frente al convento de las Claras entre el murmullo sigiloso del respetable que se aprieta, murmura y susurra en la acera, hasta que alguien sisea por allí, otros chistan por aquí, y cunde el silencio que sólo se quiebra con el seco repique del tambor que lo acompaña o con la dulce música de los violines que interpretan a Bach, Pachelbel o Albinioni para acompasar la agonía de un Cristo cuya sombra se crucifica sobre las fachadas mientras se aleja bajo la luna llena seguido por los vecinos que atajan por las calles adyacentes para verlo entrar en la basílica, una vez más, si no van a tomarse un chocolate con churros, ya de recogida, para cumplir con la tradición y la usanza que al día siguiente, por Viernes Santo, se vuelve a cumplimentar cuando los semanasanteros se echan a la calle a primeras horas de la mañana con sus capuces, tambores y túnicas pues a las nueve sale la procesión del penitente, o de las cruces, con catorce hermandades que se lucen por el recorrido con otros tantos tronos, santos, cofrades, tambo95 Entretiempo res, bandas, estandartes, confalones, pendones, divisas y demás complementos que he admirado en la tribuna pues es un acontecimiento de mucho relumbre por estas tierras, incluido el desfile de los armaos, el Tercio Romano que asoma detrás del Nazareno, y que de pronto escenifica en medio de la calle una caracola que se inicia cuando suena el cornetín de mando, redoblan los tambores y se rompe la formación en tres columnas al avanzar las dos filas de los laterales a paso ligero hasta un extremo para cruzarse entre ellas, girar, y formar todos ellos dos filas paralelas que siguen avanzando, al redoble del tambor, hasta el otro extremo para cruzarse de nuevo, girar, y conseguir así volver a la formación inicial de partida en tres ordenadas columnas que ahora veo pasar de nuevo sobrias y garridas, mientras el público aplaude la marcial caracola y un servidor aprovecha para buscar entre él a la chica aquella que andaba buscando pues la echo de menos, sabe usted, que es que uno añora su compañía y mayormente su dulzura cuando ponía Country Waltz de Angelo Badalamenti, sonreía y se sentaba junto a ti, ¿te acuerdas?, para apoyar la cabeza en tu hombro, acercar su mano a tu nuca y llevar tus labios a sus labios para besarte y mirarte a los ojos porque me gustan mucho tus ojos tristes, te musitaba muy dulce cuando volvía a apoyar la cabeza en tu hombro. Y tú suspirabas. - Los chicos no suspiran –solía decir. - Bueno. Eso fue antaño, claro, porque en aquella localidad de El Argaz sigo sin verla por más que escudriñe entre los vecinos que se sientan en la tribuna, en las sillas de las 96 Antonio F. Marín aceras o entre las concurrencia que una vez que ha terminado la procesión, se encamina a los bares para sentarse en las terrazas y tomarse las cervezas y los aperitivos que sirven de almuerzo, pues a primeras horas de la tarde todavía se ven las mesas y sillas repletas de túnicos y paisanos que siguen empacinándose de cervezas y engollipándose de tapas antes de ir a dormirla con la túnica puesta, atentos al quite para la procesión de la noche, Dios mediante una buena siesta que un servidor también se ha dado para esperar a la otra procesión, la que saldría por la noche, y volver a buscarla si encuentro en la tribuna un lugar que no esté ocupado, que parece que sí, porque cuando al anochecer he bajado a la ciudad y he llegado a las gradas, he conseguido sentarme y ver la procesión del Santo Entierro que desfila solemne con la mayor parte de los hermanos y cofrades alineados en dos filas paralelas delante de unas preciosas tallas ornadas con flor natural que se mecen al compás de una música del maestro Gómez Villa que acuna los tronos con las imágenes de Capuz, González Moreno, Carrillo, Pinazo o Palma Burgos en una escenificación de retablos andantes que miro absorto hasta el mismísimo remate con la llegada de las autoridad y del plantel de políticos que participan en el evento, año tras año, porque es una tradición del pueblo, claro, pero mayormente para mercarse sus favores y sus votos sin pararse a considerar que Jesucristo los hubiera echado de las procesiones porque Él se juntó con las putas pero echó a los hijos de puta del templo. Así que me he bajado de la tribuna para evitar berrinches, y rechinas, y me he acercado a las sillas de la acera en las que se sienta Timorata Timorata y Sáenz de las An97 Entretiempo gustias pues quiero preguntarle si sabía algo nuevo de Juan Carmelo del Carmelo, del que dice no saber nada porque los guardias lo seguían buscando por los alrededores de la Chinica del Argaz ya que solía acudir por allí para buscar vinagrillos; una planta silvestre de flores amarillas cuyos tallos chupan los zagales porque sabe amargo y con los que Juan Carmelo preparaba cataplasmas y brebajes para curar los dolores de la artrosis y la reuma. Aunque con mucho cuidado, sabe usted, porque si se abusa de los vinagrillos pueden ser venenosos, ha añadido Timorata frunciendo el ceño mientras se saca un pañuelo del sujetador, se suena y se lo vuelve a meter entre las tetas. No sabía nada más, según me ha dicho antes de despedirme de ella, adiós, adiós, y de encaminarme al hotel para esperar al día siguiente, Sábado Santo, para volver a buscarlo zancajeando por unas calles ya más tranquilas pues este día no hay programada procesiones alguna y los vecinos aprovechan para descansar mientras yo busco a Juan Carmelo del Carmelo, sin encontrarlo, y decido esperar al día siguiente, Domingo de resurrección, en el que el pueblo vuelve a la castañuela festiva y se reengancha presto a la marcha del paso, la banda, los tambores y la tamborrada que por la mañana de este domingo suena estridente desde primeras horas convocando a la procesión del Resucitado en la que la vecindad pasea bailongos los santos al compás de la música y del jolgorio que rebulle con la batalla de caramelos que se entabla entre los procesionistas y los vecinos de las aceras y los balcones que se han de tapar las manos con los brazos o guarecerse dentro de las casas para burlar los caramelazos que los túnicos de abajo cargan, acumulan y guardan en el buche de los ropones de la 98 Antonio F. Marín hermandad que casi abomban más que la propia barriga, mientras la chavalería se regocija y agacha para recoger los caramelos, y el resto del vecindario y los forasteros se pasean por terrazas, calles y plazas prestos a ver la cortesía en la que los santos se juntan en círculo frente a la atiborrada plaza y se saludan con una inclinación que los anderos le dan a los tronos al agacharse los de delante para que la imagen se recline y escenifique así el saludo y el alborozo de todos ellos por la resurrección… …por una resurrección en la que nadie cree (excepto los niños y los que se hacen niños para creer), y que es una cuestión de fe y de confianza porque como nos advertía Juan Guitón, aunque un notario hubiera estado en la habitación en la que Jesús se apareció a sus discípulos, no hubiera visto nada, no se hubiera enterado de nada porque sólo pueden ver los que creen. Eso cree él, porque los demás sólo quieren ver la resurrección de retablo, pandereta y cuchipanda, aunque se vayan luego todos juntos de jarana pues el cirio de la mañana hay que sofocarlo por la tarde con el romeraje conocido por la mona (o excursión al río y a los montes cercanos), a la que suelen acudir mayormente los jóvenes que dejan la ciudad quieta y calma, según he visto cuando he salido a darme un garbeo por unas calles solitarias que todavía recuerdan la ceremonia de los días pasados porque de los balcones y ventanas aún flamean las colgaduras que se han dispuesto para ver las procesiones y que nos traen el mismo regusto melancólico que se siente cuando una vez pasada la Navidad, ves que todavía cuelgan por las paredes las bolitas y guirnaldas, pues sabes que lo que fue ya no es y que lo que ha sido es ya hojarasca. 99 Entretiempo Así que al día siguiente creo recordar que salí precipitado del hotel dispuesto a buscar al alcalde y, mayormente, a la chica aquélla por si había vuelto al pueblo una vez pasada la fiesta. Aunque cuando he llegado al consistorio he corroborado que lo de día feriado «de mona» también afecta a la autoridad porque el alcalde no está, no se encuentra, lo siento de verás, quizás el miércoles esté ya por aquí, gracias, ya volveré, porque ahora me marcho a pasear y dar tiempo buscando en el entretanto a la chica aquella a la que uno echa en falta, y mucho, porque ahora ya no tienes tanta convicción en aquello que le dijiste de que la felicidad consiste en disfrutar, para ti solo, de una aburrida tarde de domingo. Qué va. Y deberías dárselo a entender. Si la encuentras y quiere saber de ti, claro, me he dicho cuando he llegado al Rincón de los Pinos, he accedido a la calle Larga, he pasado por la bocacalle de callejón de la Virgencica y me he parado bajo un enorme sombrero que anuncia la tradicional sombrerería Eslava, porque creo haber visto a una chica que le da un aíre a ella y la he seguido con un poco de repulgo por si me pilla y me veo abocado al ridículo que es el mayor miedo que uno puede sentir pues el otro, el que se supone que hemos de tener a los monstruos, los muertos y demás faralá tremebunda, es irrisorio comparado con otros miedos reales como el espeluzne que uno siente cuando sales de una confitería con una bandeja de dulces y te encuentras en la puerta con un niño que te mira fijamente. A ti y a los dulces. Pero mayormente a los dulces. Y con cara de dulce. Espantoso. Aunque lo que me apremia ahora es seguirla con cautela de portal en portal, hasta que la he visto entrar en la zapatería Marquina, me supongo, porque desde donde 100 Antonio F. Marín estoy no se puede ver con nitidez y quizás debería acercarme a hurtadillas para asomarme desde este escaparate al interior en el que se la ve atendida por una dependienta que le enseña unos zapatos que ella se prueba, y desecha, hasta que elije unos que parecen unas sandalias con alto y fino tacón que se sujetan al tobillo con delgadas cintas y que…en fin… tanto nos cautivan porque le quedan monísimo y porque uno es un fetichista clásico de la inimitable escuela de la adorable Bettie Page y los pies no nos dicen nada, son tan neutros e inocentes como las manos, pero cuando están calzados en unos zapatos de alto y fino tacón nos dicen muchas cosas, muchísimas, pues nos hablan de otros embrujos o sortilegios del cine de Hollywood con gildas enlucidas con zapatos de tacón de aguja, medias con talón y costura y faldas de tubo muy ajustadas que la aprietan a ella dentro, por supuesto, con la mujer dentro de las telas porque uno es un purista de la fiesta y no le va ese otro rollo de algunos heterodoxos presuntos fetichistas que despiden a la mujer para quedarse ellos a solas con las telas. Hay que ser perversos y fetichistas, claro, pero dentro de un orden, por favor, como lo pueda ser el genial director de cine Luís García Berlanga que también profesa en la devoción a los ligueros, corsés y medias con talón y costura pues son unos deliciosos fetiches a los que uno añadiría los zapatos spike heels de lados abiertos, las braguitas tanga, los ligueros, las faldas de tubo, las medias de rejilla fina, los botines y las joyas colocadas sobre la piel desnuda. Y los zapatos de tacón que cuelgan de la punta de los dedos, claro, y demás orfebrería textil con encajes de blonda y chantilly, acompañados de velos, tules, rejillas, satenes, puntillas y sedas que se suele lucir por encima de unos 101 Entretiempo altos y finos tacones de aguja. De cine. Y sin plataforma, claro, que si Dalí odiaba las jirafas por antiestéticas, uno repudia las plataformas de los zapatos por los mismos motivos, en fin, porque no son elegantes y les falta la delicadeza de los que mi chica se prueba ahora en la zapatería pues ella es exquisita hasta en la elección de sus braguitas, por cierto, que ahora uno saca para embebecerse con la magdalena de Proust, digo de ella, pues saben a ella y te permiten evocarla cuando andabais los dos vestidos de noche, de esmoquin y traje largo esperando para acudir a una fiesta y ella te propuso que jugarais a recordar los guateques de la infancia con aquellas canciones como Torneró de I Santo California o De amor ya no se muere de Gianni Bella, que te permitían abrazarla y llevarla de la cintura al son de la música mientras ella te besaba, apoyaba su cabeza en tu hombro y aprovechaba para contarte sus cosas que tú escuchabas atento porque a ti te gustaba mucho oírla, atender a lo que decía, a lo que contaba, aunque lo que te dijera no te interesara lo más mínimo. Pero qué interesante era contándote cosas que no te interesaban. Tan interesante como verla abrazada a ti en un espejo que tenía en su habitación y en el que se solía mirar con la misma elegancia con la que ahora lo hace en el de la zapatería en el que la ves reflejada, mientras sigue mirando como le quedan los zapatos y tú te recriminas por ser tan apocoyado, maldita sea, por comportarte como un crío inmaduro que no se atreve y que se pone cara a la pared para no ser visto, porque una persona adulta dejaría de escudriñar a través del cristal, entraría, la saludaría y le diría que no la has olvidado, que te sigue gustando y que ahora sí que hace ilusión guardarle las llaves y el móvil 102 Antonio F. Marín cuando vayáis a alguna fiesta si ella no quiere llevar el bolso, porque te sentirías muy dichoso si te permitiera llevarle sus cosas…, sí te atrevieras a hablar con ella, claro, porque no te arrancas, y te apoquinas, pues temes que al saber que ella te sigue gustando se ahueque engreída y se comporte como aquélla amiga de una amiga que decía de su novio que él la quería y la doraba mucho. «O sea, todo un pesado», añadía, dándole con ello la razón a Juan Carmelo del Carmelo cuando te prevenía para que te arrimaras a las mujeres de puntillas porque las tías son muy enrevesadas y necesitan admirar a su hombre, y en cuanto te ven rendido y saben que te tiene seguro y cogido como un pollerudo, te desmerecen y desprecian aunque ellas no se den cuentan, no lo hagan adrede y no sepan por qué. Así que una de cal, otra de cal y una pizca de arena sí, pero por las bodas de plata. Eso es injusto. ¿Injusto? Lo jodido es que ellas sean tan retorcidas mientras los hombres sigan siendo tan primarios, simplotes y previsibles, pues todos tienen la misma fantasía aquella de ver a su mujer besando y follándose a su mejor amiga, mientras ellos miran y se la cascan sentados en una butaca, porque los tíos suelen ser muy clásicos y siempre piensan en lo mismo. Pues sí, vale, don Carmelo. Pero no nos vale, decía, porque aunque él pudiera tener algo de razón, como todos, con aquella chica no servían sus alegatos ya que ella era distinta y no se parecía en nada a las otras, a Paula, por ejemplo, aquella otra niña con la que saliste hacía ya algunos años y que bajaba a recibirte al portal desnuda bajo un abrigo de pieles, porque con ella sí que sabías cómo manejarte ya que ella misma te lo dejaba muy clarito en sus cartas que te enviaba desde la oficina antes de encontrarte con 103 Entretiempo ella y que todavía guardas, y recuerdas, porque tenía muy claro cómo quería que te comportaras. Y así te lo exigía constantemente mientras pensaba en ti, según escribía, porque cuanto más me entrego más feliz soy y más libre me siento y ahora que estoy aquí sentada escribiéndote me excito sólo con pensar en ti y puedo sentir como mis pezones se endurecen sin tocarlos. Y siento en ellos una pequeña molestia, pero estoy relajada y mi sexo empieza a sentir cosquilleos. Así que separo ligeramente las piernas y dejo que esa sensación me llene por completo hasta que no resisto mas y cierro los muslos con todas mis fuerzas para poder apretar el clítoris con los labios y mantenerme así un rato mientras me relajo, me tenso toda y repito la operación varias veces, una y otra, hasta que no puedo mas... necesito tocarme... Y entonces miro a mi alrededor y si no mira nadie, me siento debajo de algún objeto muy pequeño y me froto hasta llegar porque es una sensación suprema mientras pienso que voy a volver a verte para arrodillarme ante ti y lamerte y chuparte, antes de sentirte en mis entrañas. Y entonces me corro en público porque sé que tú me lo has ordenado. Te quiero amor mío, haz conmigo lo que quieras. Paula, tu puta perra. Aunque tú no le habías ordenado nada, claro, pues era ella la que se lo decía todo, la que lo requería de ti por aquello de la ya conocida tiranía del sumiso que te manda que le mandes y te domina para que lo domines. Como ella exigía. Todo lo contrario de aquella otra chica de la zapatería que te había gobernado a secas. Sin más. Por su placer. Sin más explicaciones y sin proferir ni un solo grito de verdulera. Sólo una mirada y ya sabías qué hacer. Dis104 Antonio F. Marín tinto método para un mismo resultado, porque tanto la una como otra, a su manera, querían que hicieras lo que ellas querían. Y lo hiciste. ¿La del término medio? No la ha habido, pero por ahí dicen que anda la virtud y en este caso no es cuestión. O eso parece, se dice uno en El Argaz mientras sigue escudriñando a la chica a través del escaparate de la zapatería porque no me atrevo a entrar; no te atreves, te ahuevas y no te arriesgas pues temes que ella no quiera saber nada de ti, o que esté ya con otro novio, o que crea que tú estás ya con otra y eso, en tu caso, no es cierto, desde luego, porque no había habido otra mujer y no precisamente por razones técnicas de índole moral, sino más bien por pura cuestión estética pues eso de engañar a una mujer con otra es una ordinariez de perullos nuevos ricos que lo primero que hacen cuando bajan del andamio y diligencian su nueva empresa de encofrado, es cacarear su poderío agenciándose el Mercedes, el peluco de oro y la querida. Y eso no se estila, vaya, por los mismos fundamentos por los que un marino jamás lleva paraguas, por elegancia y buenas maneras, como las que tú tienes ahora al apartarte del escaparate para dejar pasar a unas señoras que parece que porfían sorrostradas porque una de ellas no se dignó aparecer por el entierro de su padre. No, porque yo tampoco te vi a ti por el del mío, le afea la aludida mientras me bajo de la acera para dejarlas pasar sin prestarles mayor atención pues lo que me preocupa, mayormente, es encontrarme con la chica aquella que anda por el interior de la zapatería pues cuando salga pienso pararla y hablar con ella. Si puedo, que no puedo, sabe usted, porque las mujeres se han parado en medio de la acera y no he podido seguir espiando hasta que ellas se han marchado y he podi105 Entretiempo do abalanzarme hacia el escaparate para llevarme el chasco al ver que ver ella no está, que ya había salido y que se había debido de marchar por la parte opuesta a donde me encontraba. ¿Dónde estará?, ¿dónde está?, me he preguntado mirando a un lado y al otro de la acera sin encontrarla, sin verla, hasta que al final de la calle he divisado una chica que lleva en la mano una bolsa de zapatos y me he supuesto que es ella porque la bolsa debe de contener los zapatos que ha comprado en la tienda ya que ella calza unas zapatillas deportivas con las que ha doblado la esquina hacia la que he corrido para asomarme con cuidado y seguirla luego con disimulo, a lo lejos, de calle en calle y agazapándome tras los vecinos que se paran en las aceras para darle a la parola y gesticular efusivos con las manos. - Me gusta mucho el diálogo, -le dice un vecino a otro-, porque suelo intentar entender otras posturas y moverme siempre en la moderación, que es hija de la Ilustración, para alejarme de los extremismos. No estoy nunca inclinado a reflexionar partiendo de sentimientos. Siempre prefiero aproximarme a los temas desde la razón, porque me encuentro incómodo ante la penumbra y la oscuridad, al igual que ante la excesiva claridad. Me muevo a gusto en los claroscuros de un pensamiento no anclado en lo absoluto. - Sí, papá, pero, ¿me vas a dejar el coche sí o no? -le contesta el niño. Pues no se sabe, verdad usted. No lo he sabido porque he seguido mi camino detrás de ella amparándome de nuevo tras los coches, y en los portales, hasta que hemos dejado atrás el casco urbano y hemos llegado a las afueras, 106 Antonio F. Marín por las inmediaciones del Puente de Alambre, donde he sido más precavido porque por aquí no abundan los escondites donde parapetarme y es más juicioso dejar que se aleje un poco pues no tiene pérdida si se toman las debidas referencias residenciadas primordialmente en su hermosísimo culo que parece que habla mientras sus nalgas se mueven rítmicas conforme lo va contoneando al caminar. Un culo hermosísimo que lo cuenta todo con esa locuacidad que poseen los culos recios, dulces, maduros y alcolaos que hablan en primera persona. Y por los codos. Hasta el punto de que embebecido en su belleza interior, en su verborreica grandilocuencia, en lo que cuenta lenguaraz el muy golfo y en cómo lo cuenta, no me he percatado de que la gente me saluda al pasar porque desde pequeños se nos ha inculcado que hemos de aprender a dilucidar entre lo principal y lo accesorio, siendo ecuánimes, y en este caso uno tiene muy claro qué es lo primordial y qué es lo anecdótico, pues cuando andas abismado con un asunto de tanto cogollo, concentrado en un culo tan hermoso e insolente que te lo cuenta todo facundo sin ningún recato, debes evitar otros chipirrinchis pues la evolución humana, la capacidad intelectual y la elevación del homo -inis sobre la querencia animal, se sustancia en ese académico discernir entre lo sustancial y lo episódico; en la clarividente elección entre la trascendencia mística de un hermoso culo y las demás minucias mundanas que la vida nos va sirviendo, pecata minuta, como la de esos adolescentes que gallardean sobre el Puente de Alambre de su eterno masculino y que se pompean delante de las chicas por ver quién de ellos tiene más cojones para tirarse antes al río, con el concurso de unas copadas niñas que sonríen, se dan codazos y 107 Entretiempo los miran ruborizadas cuando ellos hacen tientos de saltar por el grueso alambre que sirve de pasamanos, sin saltar, claro, porque los zagales siguen enviscándose para maravilla de unas hembras, aún niñas, que alardean de su eterno femenino y ríen, suspiran y gritan alborozadas alrededor de unos mozuelos que siguen encizañándose girochos para saltar al río porque «tú no tienes cojones», mientras se acarician los bíceps, los tríceps (y los huevos), y me impiden pasar al otro lado del río, cruzar el puente de madera y cable, y poder seguirla, maldita sea, porque una vez que los he apartado y que he llegado al otro lado, me he percatado de que la he perdido pues por el Paseo Ribereño que serpentea el río y enlaza con el puente, sólo aparece Heliodoro Rodríguez con el que no quiero encontrarme pues no anda uno con coraje para refriegas teológicas como las que él se gasta, pues Heliodoro es de esos tipos que sólo creen en Dios, en que existe, para culparlo de las catástrofes que ocurren en el planeta y presentarlo como cruel, o impotente, al permitirlas, ya que contempló sin hacer nada cómo se deshelaban los polos, cómo se producían inundaciones y calamidades, cómo se extinguían los dinosaurios y neardentales, cómo surgieron los mamíferos, y cómo apareció por fin el ser humano fruto de tanta catástrofe, desolación y muerte. - Porque podría habernos creado directamente –nos reprochará. - ¿De una costilla? –le podríamos responder. Si tuviéramos tiempo, que no tenemos, por lo que me he parapetado tras el muro que soporta los cables del puente y cuando ha pasado me he levantado para mirar y ver 108 Antonio F. Marín que no, que ella no está por aquí pues sólo asoman algunos jóvenes que pasan al trote junto a algunas madres que pasean con los carritos de los niños por la acera de este paseo o malecón que está franqueado por olmos, álamos o chopos, y que se separa del río Segura mediante un petril de mampostería y verjas de hierro en el que se apoyan algunos ancianos o se sientan algunas mujeres maduras que han salido a cumplimentar la receta del médico de «andar, mucho andar», ataviadas con unas zapatillas de andar por casa y unas sencillas faldas por debajo de la rodilla. ¿Qué hacer?, me he preguntado mientras sigo por el Paseo Ribereño en dirección al Molino Teodoro por si anduviera por aquí, que parece que no, porque tras caminar un rato sólo he visto a algunos pescadores que inclinan sus cañas en el río y a otros vecinos que juegan al fútbol en el campo de la era de la otra orilla, en la que unos inmigrantes lavan sus coches el mismo remanso en el que hace años lo hacían los nativos más humildes que no podían gastarse los cuartos en un lavadero y que ahora, con mejor fortuna, le han dejado el sitio en el escalafón a los nuevos menesterosos, sabe usted, que es que la vida da muchas vueltas pero a algunos siempre les pilla debajo, vuelta tras vuelta, que debe de ser cosa del amaño de algún bergante para que la rueda siempre les toque en la peor parte que el muy fullero parte y reparte, porque los coches que lavan los inmigrantes son los que les han de comprado a aquellos otros que han prosperado y que, a su vez, los han vendido para comprarse un coche mejor con el que acudir al curro para trabajar más y comprarse un coche mejor con el que sentirse mejor para trabajar más y ganar más para comprarse un coche mejor, y… 109 Entretiempo …y paro, sí, porque no la veo a ella y parece que la he perdido pues por esta parte del Paseo no está y quizás haya girado hacia el otro lado del camino, que es lo más probable, me he supuesto mientras me vuelvo de nuevo hacia el Puente de Alambre y aprieto el paso entre los vecinos que pasean o corren, sin verla, sin otear su hermoso culo, hasta que he sobrepasado este puente y me he acercado al otro, al del Argaz, donde me ha parecido verla, y he corrido hacia él para no perderla, para llegar a tiempo, si es que llego, que no llego, porque cuando he llegado al puente he visto que no está por aquí pues ha debido seguir el camino que se aleja hacia el paraje del Menjú ya que no la había visto cruzar el río. ¿Qué hacer? No sabes, porque si calzaba zapatillas de deporte es probable que hubiera seguido por el camino que bordea el río en dirección al Menjú para dirigirse a alguna finca particular, en vez de cruzar el Puente para volver a la ciudad por aquella replaceta al otro lado del río en la que se sientan unos ancianos que quizás pudieran decirme adónde conducía aquel camino que partía del puente. Al Menjú, me ha dicho uno de ellos cuando he cruzado, aunque si quiere usted ir allí, me aclara, ha de volver a cruzar el puente, girar a la izquierda y seguir todo recto porque no tiene pérdida y podrá llegar hasta la caseta de la luz. No más lejos pues la senda que sigue está llena de zarzas y no se puede pasar. Aunque también se puede ir por el otro lado del río, por la parte de la barca que se coge en la carretera de Abarán. Y le he dado las gracias, adiós, adiós, y he optado por volver a cruzar el puente de cemento con algunas farolas en los balaustres metálicos que permite pasar de la ciudad a una huerta por donde veo que a lo lejos aparece la 110 Antonio F. Marín Chinica el Argaz, junto a la ladera de la Atalaya, mientras sigo por el camino junto al río Segura que corre entre álamos y verdes cañaverales que lo encauzan y conducen hacia aquélla sierra bermeja que se conoce por Menjú, frente al cerro de Bolvax del otro lado del río, y a la que poco después he llegado una vez que he accedido a una estrecha senda que corre bajo la rojiza montaña y que conduce hasta una caseta que cierra el camino y que según leo en un cartel pertenece a la Comunidad de Regantes de la Acequia de Charrara. «Prohibido el paso, propiedad privada», he leído en otro aviso que me ha obligado a buscar una salida, que no veo, porque sólo atisbo una senda que sigue tortuosa entre zarzas y que me disuade de seguir. Y entonces habrá que volver, joder, porque tenían razón los lugareños y tampoco es cuestión de arriesgarse por seguir a una chica que probablemente ni se acuerde de mí o que esté ya casada, o con novio, o con querido. Porque además, ¿qué ha hecho hecha?, ¿ha demostrado algún interés por ti? No, ninguno. Y eso indica que te ha olvidado, dalo por seguro, y tú no querrás verte reflejado en el personaje de La mujer y el pelele de Pierre Louys, ¿verdad?, porque una cosa es amar, entregarse sin miedo al amor y otra muy distinta el ridículo. Antes muerto que ridículo, porque el sentido del ridículo no es otra cosa que un repentino ataque de lucidez. Y entonces mejor te vuelves sí… …que me vuelvo, ¡maldita sea!, he exclamado rumiándome resquemores y desquites, mientras borro con mucho coraje las fotos que le había hecho a escondidas, porque esta niña tiene muchos humos y quiero borrarla para no dejar huella de su paso, ninguna, aunque esa huella exista, esté viva, muy viva, si recuerdas que con ella se volvían 111 Entretiempo fascinantes hasta las pequeñas minucias como mirar cómo se vestía, se duchaba, se depilaba, escribía en el ordenador o se entretenía desordenando los armarios porque además de melosa, elegante y posesiva, tenía una fuerte personalidad y un dulce carácter que asomaba a su cara y la retrataba muy atractiva y exquisita en cualquier circunstancia; incluso cuando se ponía a cuatro patas para desatrancando los lavabos. Así que llegado el caso podrías incluso atreverte a decir «sí quiero» en el altar, por la Iglesia, de blanco, con coro y Ave María de Schubert, ya puestos, porque si decides casarte lo haces con el lote completo y en el más estricto sentido de la tradición. Y como en tu pueblo es una rigurosa tradición que el padre de ella pague la boda y el convite, no hay problema. Todo OK. No problema. A la sazón, claro, porque ella se había enfadado, había desaparecido y no sabía más de ella, maldita sea, he mascullado atribulado mientras decido volver al pueblo e intentarlo luego por el otro lado del río, por la parte en la que se amarra la barca del Menjú. Y en el entretiempo, en el viaje de vuelta, puedes encender la radio para solazarte en otros negocios de más bizcocho como el que nos sugiere un tipo que se opone a los trasvases de agua entre regiones porque cree que el agua ha de ser para el que le llueva (no para el que se la trabaja),con el mismo andamiaje argumental de aquéllos que dicen que la tierra ha de ser para el que la hereda, para el que le llueve la herencia, sabe usted, porque se supone que la selva es para los leones y las lianas pueden ser para los que las alquilan, en fin, porque entonces mejor pasamos a esta otra emisora en la que se nos dice que la última moda erótica consiste en disfrazarse de peluche, porque miles de personas de todo el mundo 112 Antonio F. Marín disfrutan disfrazándose de «furrys» (peludos, en inglés), adoptando sus características y «frotándose» con otros «amiguitos». No sé. A mí no me convence, porque una vez me disfrace de hombre y me acerqué a una chica y ella no quiso frotarse. Dijo no sé qué historia de que fuera a frotarme con mi madre, la muy pécora, que por lo visto no sabía que eso es incesto. Son malas, retorcidas y perversas. No me extraña que Dios las pusiera a vender manzanas en el paraíso. Y luego invité a una chica a disfrazarse de ninfómana y no quiso porque prefería a Maria Antonieta (una ninfómana más recatada), y quería que yo me disfrazara de Napoleón, a lo que me negué con toda autoridad porque si tenía la mano en el pecho no podía tocarle el culo. Se había creído que yo era idiota. Ya no saben que inventar para que no les toques el culo. Al final se disfrazó de ejecutiva y yo de butanero (ya se sabe, lo clásico). Pero fueraparte bromas, decía, mejor dejamos de desvariar y cambiamos a esta otra emisora, más seria, en la que un tertulio se muestra convencido de que detrás de toda violencia hay un fondo de verdad y una causa justa provocada por una injusticia. Que es cierto. Pero en los casos de Torquemada, Hitler, Pinochet, Stalin, Al Capone o los cabrones que le pegan a sus mujeres, ¿cuál es su causa justa? No se sabe y, entonces, será mejor apagar la radio porque estoy llegando al pueblo y he de subir desde la huerta al casco urbano, donde poco después me he dado con Rafael Rodríguez Pérez que se sienta en la puerta del mesón el Sotanillo y que me invita a acomodarme a su lado para compartir unas cervezas, que he aceptado, gracias, pues sabía de mi anterior visita que él andaba muy puesto en las cosas de su pueblo y quizás tuviera alguna noción 113 Entretiempo sobre la famosa piedra. ¿Sobre la Chinica? Sí, sobre la Chinica del Argaz. Pues no, no sabe mucho, excepto que cayó un día rodando del monte y aplasto la casa, a un carretero y sus dos bueyes, cuando iban de romería. ¿De romería? Sí, y debido a las lluvias, porque esos días llovió mucho y el desprendimiento se produjo después de replanarse el terreno debido a la humedad, lo que provocó que se ablandara la tierra y que cayera rodando en el preciso momento en el que pasaba el carretero con sus bueyes. ¿Has dicho? Sí, claro que sí, porque además no hace mucho otra gran roca se había precipitado montaña abajo pero esta vez por la cara Norte de La Atalaya, por la parte más cercana al pueblo, arrastrando a su vez otras rocas más pequeñas y llevándose por delante más de ochenta pinos; un percance del que un servidor ya había tenido noticias por la página web del portal Cieza.net, se le dice, pues en ella se había informado de que esa roca de más de 12.000 kilos había caído de lo alto del monte bloqueando uno de los caminos próximos al casco urbano, aunque la circunstancia de la romería y de las lluvias torrenciales que me apuntaba Rafael Rodríguez era nueva, no lo conocía y me permitía precisar algo más de aquel suceso que tiempos atrás me había traído al pueblo. Un dato nuevo que no conocía, le he comentado, antes de interesarme por aquel libro que se traía entre manos en el que recogía el apelativo que el habla popular le da a ciertas palabras comunes como coño, por ejemplo, al que también se conoce en el lugar por ferrete, cernacho, tonto, chumino, almanaque, pámpano, cicamocho, higo, mondongo, estropajo, cepa (del coño), y otros decires muy propios del lugar a las que uno añade nuevas acepciones, don 114 Antonio F. Marín Rafael, principalmente las que se cuentan por Iberoamérica como bollo, chocha, panocha, concha, papaya o cuchara. Y también puchita, maravedí, cuquita, chuchita o sapo, he añadido mientras lo veo reírse y aprovecho para preguntarle por Juan Carmelo del Carmelo, del que no dice saber mucho porque hacía ya algunos días que se le echaba en falta y quizás pudiera estar por Murcia jugando al bingo o requebrando a alguna viuda, aunque es raro que no haya dejado ninguna razón de adónde iba, ¿sí? sí, eso cree, porque más no se sabe, claro, qué se le va a hacer, le he dicho para despedirme de él porque llevo prisa, Rafael, y necesito entrar en el mesón para acudir a unos aseos en los que poco después uno se encuentra cara a la pared cuando he leído la parrafada que alguien ha rayado en el yeso para aviso de ignorantes e ilustración de zotes: «La existencia del hombre, es precisamente lo que demuestra la inexisten de Dios», ha garabateado un bobo después de mirarse en el espejo, claro, y que pase el siguiente, por favor. Aunque por la pared no aparecen más leyendas, frasecitas hechas, estrujados tópicos y manoseadas apelaciones habituales de Manual de citas célebres de Carrefour que te churrascan, y mucho, porque tanta pampirolada da mucho quebranto y te dejan alobado, sin ganas de echarle arrestos a la vida para seguir caminando, sin fin, aunque no sea para avanzar, sino para mantenerte en el mismo sitio. - Eso se te pasa si te echas novia. - Sí, se esta en ello, doctora, pero es que a uno lo que le va es el romanticismo de tener novia formal para entrar en la casa de sus padres, hablar con ellos y meterle mano a su hija bajo la mesa en la cena de nochebuena. Es decir, lo tradicional, lo de siempre. Soy un clásico. Y sin embrago, 115 Entretiempo he leído en las encuestas que todas las mujeres tiran más a la fantasía de que se las follen contra la pared, porque se conoce que algún listo les ha dicho que el punto G está en la espalda. Aunque en aquellos aseos de el Argaz, decía, me la escurrí, me lave las manos y salí a al mostrador para ver qué tenían, que tienen, porque por encima de la barra he visto alineados unos recipientes que contienen tallos, tápenas, caparrones, olivicas y tomate con lechuga bien aliñados con aceite de oliva y vinagre que podría pedir para picar algo antes de seguir camino hacia la barca del Menjú, donde había desaparecido aquella chica tan lista y melosa que le daba un aire a Winona Ryder y a la que quizás pudiera volver a ver si conseguía acercarme a la finca por la parte pública, por la carretera comarcal que conducía a Abarán, en vez de hacerlo por el otro lado, por la zona privada por la que ya lo había intentado. Es lo más correcto, claro, me he supuesto mientras me decido por una ensalada murciana con cebolla y huevo. Es lo más acertado porque si ella está por aquella finca lo más probable es que conociera al propietario, que fuera amiga de alguna de sus hijas y que se hubiera alojado en el caserón que dicen que hay al final de ubérrimo y exquisito jardín que Al Martínez Capone quería comprar para su negocio turístico en el que incluía a la Chinica. Estaba en ello, según decía, pese a la oposición de buena parte de los vecinos que creían que si era cierto que bajo la piedra había quedado escondido un tesoro, éste pertenecería al patrimonio del pueblo. Y he ahí el dilema: ser o no ser, o tener o no tener, me he cuestionado muy metafísico mientras levanto la vista ha116 Antonio F. Marín cia la estridente voz del televisor que acaban de encender, pues he oído a un tipo que dice que hay que conocerlos antes de juzgarlos porque por lo que haga uno de ellos no se debe juzgar a todos los demás. - ¿Se refería a los católicos? - No, doctora, a los gitanos. Al menos eso han comentado en la tele, joder qué cosas, porque tras la ensalada nos apetece… ¿qué?, pues sí, unas patatas al vapor con laurel, gracias, que me han dicho que son propias de esta tierra y que disfruto acompañadas de la oliva mollar que me sirven en plato aparte, mientras advierto que a mi lado unos jubilados aluden a Juan Carmelo del Carmelo y pego la oreja por si me daban alguna razón de él, por si sabían algo nuevo que parece que no, vaya, porque sólo comentan que hace días que no se le veía y que algunos creían que podría estar en la casa de su hija. ¿Sí?, sí, eso dicen, aunque lo que si parece cierto, según comentan, es que la Plataforma a favor del levantamiento de la piedra se va a manifestar el mismo día y hora que la Plataforma en contra del levantamiento de la piedra; cuestión ésta que a un servidor no lo pasma porque convivimos en una manifestocracia en la que las leyes se aprueban por tres manifestaciones a dos, cuatro manifestaciones a cero o tres manifestaciones a una. Y sin derecho a prórroga, aunque algunos, como el Alcoyano, la pidan fuera de las urnas. - Eso no es razonable. - No lo sé, porque desde luego no es la razonable razón de la que echaba mano aquel vecino que tuvo una colisión con otro coche y que en vez de reclamar los daños 117 Entretiempo a la aseguradora, les pidió disculpas y no acudió a los tribunales porque, según dijo el abogado de la compañía, era un tipo «muy razonable». - ¿Razonable de razón? - No, de sumisión. Pero los vecinos siguen trasegando en la barra con el vino y las olivicas mientras aluden a la próxima celebración de la Fiesta del Escudo, “La invasión”, que parece que incluye un desfile de moros y cristianos con más de 15 cabilas y mesnadas, y un mercadillo medieval en el barrio antiguo con unos 50 puestos que no saben si van a caber por unas calles tan estrechas, según dicen, pues para esos días también se anuncian las protestas a favor, y en contra, del levantamiento de la piedra para buscar bajo ella el tesoro aquel que había quedado oculto y del que había sabido en mi anterior visita, cuando anduve con aquella chica a la que ahora volvía a buscar porque ella había alejado de mí esa amarguilla sensación de que todo lo que te prometen ya lo tienes vivido. Y que lo único que te queda por vivir es la muerte. Pero con ella no, decía, porque a su lado todo era distinto pues besarla y decirle «mi vida» era muchísimo más que una frase retórica de facunda palabrería pues significaba vivir sin echarle cuentas al almanaque, tal y como hacías cuando te invitaba a su casa de la capital y salíais luego a pasear por la calle cogidos de la mano si tú no metías la pata y la enfadabas al quedarte mirando a otra chica; al mirar el culo de otra chica que pasaba porque entonces ella se soltaba enfurruñada y tenías que ir detrás de ella pidiéndole perdón y sin conseguir su absolución hasta 118 Antonio F. Marín que llegabais a su casa, se metía en su habitación y aparecía ante ti desnuda con el abrigo de pieles echado sobre sus hombros para recostarse en su chaise-longue, clavar sus ojos en tus ojos y hacerte ver qué es lo que quiere para hacerse perdonar. Y tú ya sabes, no lo dudas y te arrodillas entre sus muslos para posar tus labios sobre su sexo y arrullarte a él con besitos ligeros que posas sobre su rajita mientras le dices que la quieres; un besito, un te quiero, un besito y un te quiero, pues sabes que la excita sobremanera tenerte entre sus muslos dándole tiernos besitos en su sexo mientras gime, juega con tu pelo y echa un pie sobre tu nuca para acuciarte a que aceleres las caricias y la beses y lamas de arriba abajo y de abajo a arriba, una y otra vez, hasta que gime, se estira y se corre sobre tu cara. Y tú te relames goloso y le besas el último te quiero. - ¿Qué droga me has dado? -le preguntas embelesado. - Ninguna; sólo lo que te faltaba: cariño, ternura y amor. Sólo eso, había añadido mientras se levantaba y te hacía gestos para que te arrodillaras entre sus muslos, venga, ven, porque quiere rozarte los pezones con las yemas de los dedos y jugar con ellos pellizcándotelos una y otra vez, hasta que ve que te has puesto otra vez duro. Y entonces te coge de las pelotas, de «sus» pelotas según insiste, para acariciarlas, palparlas, palmearlas y arañarlas ligeramente con las uñas antes de sopesarlas para chequear que siguen llenas, para ver si te has satisfecho por tu cuenta. Y cuando ha verificado romanera que pesan, que andan igual de llenas de «su» simiente y en «su» despensa, según te dice, sonríe complacida y te lleva a la cama donde se ha 119 Entretiempo echado sobre ti a lo largo para aplastarte y aprisionarte con el peso de sus muslos sobre tus muslos, sus caderas sobre tus caderas, sus pechos sobre tu pecho y su mejilla junto a tu mejilla mientras te musita que te quiere. Y mucho. Y cuando se cerciora de que estás a punto de ebullición, te la coge, se la coloca y se clava lentamente dejándose caer despacio, muy despacio, hasta que se queda quieta y clavada a horcajadas sobre ti, pero apretando y soltando los labios de su vulva sobre tu dura verga; apretando y soltando, cerrando y abriendo, mientras permanece quieta para impedirte el roce, el usual mete y saca, y que no puedas correrte. Eres mala, balbuceas sin mucha convicción. Y ella sonríe y te dice que sí, mientras cabecea y prosigue apretándote y soltándote, una y otra vez, hasta que toma aire, se estira hacia atrás y se viene hacia adelante para quedarse exhausta sobre ti pues se ha vuelto a correr la muy zorra dejándote a ti envirotado, y al pairo. Porque tú sigues tieso dentro de ella mientras jadea sobre ti sudorosa y exhausta. Olía tan bien. A hembra satisfecha que ahora además te besa en el pecho y te da mordisquitos en los pezones mientras comienzas a deshabitarla, a encogerte y a sentirte dichoso al verla feliz porque la quieres y mucho, como ella también te quiere, según te dice mientras se levanta para vestirse pues tiene que irse y le gustaría que tú la ayudaras a ponerse guapa, ¿quieres?, claro que quieres, le has respondido mientras le eliges y pones las braguitas, y le aconsejas qué ropa le queda mejor, además de peinarla y elegirle los zapatos que luego le calzas para mirarla desde abajo y verla bellísima y elegante. Preciosa. 120 Antonio F. Marín Pero eso fue antaño, claro, porque ahora te conformarías con encontrarla para volver a pasear con ella cogido de su mano. Nada más. Por el momento. Suponiendo, claro, que puedas dar con ella porque debe de estar por la localidad en algún Curso de la Universidad Internacional del Mar o visitando a alguna amiga, pero está, eso es seguro, y por la finca del Menjú, por cierto, a donde pensaba encaminarme una vez que deje de enjugascarme con los recuerdos, joder, qué tarde es, me he dicho cuando en el bar del Argaz pago la cuenta y salgo a la calle con los auriculares de la radio puestos para entretenerme durante el camino y oír, ya de paso, lo que se andan trajinando los conducator de guardia como Leopoldo Lúter Anastasio; un profesor de universidad muy comprometido con la sociedad y que suele iluminar nuestra ignorancia revelándonos, por ejemplo, que las cigüeñas viajan de un lado a otro sin ninguna traba fronteriza. Y es cierto, porque también las langostas viajan sin papeleo, como las cigüeñas, y nadie les pide pasaporte. Aunque ésto no lo dice Leopoldo Lúter Anastasio, o lo tergiversa, porque él es uno de esos licenciados que cuando viajan en avión le comentan a su compañero de asiento que desde las alturas se comprueba que lo de las fronteras entre los países es un invento del hombre porque desde allí arriba se ve claramente que no existen. Que es cierto. Aunque la contrariedad radica mayormente en que las fronteras que si existen, que si se ven bien marcadas, son las de la verja que él instaló en su chalet para rodearlo y evitar así que nadie se le inmigre que ya se sabe que to’ el mundo e’ güeno mientras no se meen en mi piscina, faltaría más, joder, porque es cierto que las fronteras son un invento del hombre, pero hay que 121 Entretiempo ser coherente y empezar por suprimir las de la puerta de tu casa, las de tu jardín y las de tu finca, para dar ejemplo, antes de eliminar las de los países porque los edificios se construyen desde abajo, por los cimientos, por lo pequeño, y es sabido que el que no cumple en lo pequeño difícilmente cumple en lo grande, según nos decía con mucho tino aquél al que crucificaron por metomentodo. El que iba hecho un cristo, sí. Aunque se conoce que a Leopoldo Lúter Anastasio estos razonamientos no lo encandilan porque después de oírlos se pone de morritos, te acusa de fascista y a otra cosa, mariposa; a las banderas, por ejemplo, a las que también desdeña al creer que son sólo unos vulgares trapos, según se ufana con el mismo énfasis categórico de los que dicen que el dinero es sólo papel, claro, porque es cierto que las banderas sólo son trapos, al igual que las bragas de su mujer también son sólo trapos sin importancia y, sin embargo, él le dio una zurribanda a uno que quería robarlas para manosearlas, porque aunque Leopoldo Lúter Anastasio se gloríe como librepensador y revolucionario no es más que un pobre papamoscas que se cree antisistema y subversivo, cuando antisistema, trasgresor, gamberro, subversivo y vanguardista lo fue el maestro Marqués de Sade o Leopold von Sacher-Masoch, que lo siguen siendo incluso hoy en día, pues Picasso es ya más clásico que las Meninas y todo lo demás son chirigotas de unos zascandiles pintureros de la España eviterna roja y gualda (o roja, gualda y morada), campeona mundial en la donación de órganos y en las manifestaciones contra la crueldad de la guerra, pero que luego cuelga la pancarta, se compra un puro y se va rozagante a los toros para ver, personalmente, como se torea, pica, banderillea y mata san122 Antonio F. Marín grientamente a un animal mientras se merienda un lomito, sí, gracias, con vino, estocada, longaniza, más vino, gracias, «no a la guerra», vino y banderillas que para rematar llevamos en la capaza unas habicas tiernas a volapié con bacalao «no a la guerra» y un buchito de tradición por verónicas de la costumbre social que se hace incluso política, verdad usted, porque por la mañana habíamos sabido por una encuesta en Internet que el 56% de los consultados votan siempre al mismo partido, el 16% cambia según la oferta y el 28% según el tipo de elecciones (se supone que municipales o generales), de donde se trasvina que en este país de Larra y de las caparras, todavía anda muy enraizado el recurso, uso y abuso del perejil de «los míos», «los nuestros» y «los demás», para todas las salsas. - Te veo un poco don Prejuicio. - Sí, doctora, es que uno tiene muchos prejuicios y mayormente contra el hambre, las guerras, la pederastia, el tráfico de órganos, las minas anti-persona, la miseria, la evasión de capitales, los niños soldado, la especulación, la corrupción política, la esclavitud infantil, el empleo precario, la carestía de la vivienda, el tráfico de órganos, la prostitución infantil, el maltrato a la mujer, la explotación del medio ambiente, el acoso sexual, etcétera, etcétera, suma y sigue hacia la infamia, que me churrasca y mucho, joder, qué cosas, he refunfuñado mientras llego a la avenida de Abarán y me doy con José Luis Vergara, el que fuera fundador y director de los periódicos El Mirador y La Prensa Local, muy buen cronista de los aconteceres de su pueblo y que, tras el saludo, me ha explicado que para llegar a la finca del Menjú tendré que cruzar el río en una barcaza que es fácil de gobernar si una vez que te has subido en ella 123 Entretiempo colocas los pies separados y tiras del cable que cruza el río para que así la barca se mueva y avance hasta la otra orilla. Y de Juan Carmelo, ¿qué se sabe? No mucho, porque parece que lo habían visto en la estación cuando se subió al Talgo con destino a Madrid, acompañado por una mujer de la que no se sabía nada más, aunque es probable que sepamos pronto de él. Y uno también lo cree, claro, le he dicho ante de despedirme y de meter las manos en los bolsillos para seguir mi camino sin ningún prejuicio por llevarlas en semejante sitio pues uno no concursa en ese precepto tan canónigo de la elegancia que dictamina que metérselas en semejante lugar no es propio de caballeros. Depende, sabe usted, pues ese canon lo debió de inventar un tipo que la tenía muy pequeña y que no tenía ninguna necesidad de tapársela cuando se veía en un apuro. Si el novio de ella anda por allí cerca, por ejemplo, que sí que es un asunto de caballeros, me he supuesto mientras sigo por la avenida de Abarán en dirección al Menjú, rogando además porque la desaparición de Juan Carmelo haya sido por los motivos que él me acababa de explicar y que no le haya ocurrido como a esos otros ancianos de la ahíta sociedad occidental que agonizan solos en las ciudades rodeados de vecinos sin que nadie les eche de menos, porque suele ocurrir que exigimos una muerte digna para todos, pero los ancianos se nos mueren en la más completa indignidad, en la más flagicia soledad que es aquélla que se arrostra en medio de la muchedumbre sin nadie que te atienda porque tus vecinos saben más de los paletos que acuden a los programas de telerealidad, que de la tuya, tabique con tabique, hasta que al otro lado de esa pared el vecino advierte que la vivienda de al lado huele mal, que huele raro y que no se 124 Antonio F. Marín oyen ruidos desde hace días. Y llama a la policía para participarles su angustia porque al pobre viejo le haya pasado algo, con lo bueno que es, que nunca se mete con nadie. Y se encuentran al muerto, muerto. «Yo me lo maliciaba; me daba el pálpito que le pasaba algo», exclamará la vecina cuando sacan el cadáver. Y luego aprovechará el suceso para enlucirse y acudir a los programas nocturnos de televisión en los que volverá a menudear que el muerto era muy buena persona, que siempre saludaba en el portal y que tenía el panteón muy limpio, muy limpio. Una ciudadana con una gran responsabilidad cívica, decía, como la de Pepe y Pepe que, según veo, insisten en su proverbial diálogo junto al puente de la rambla del Realejo, frente a la iglesia de San José Obrero. - No he de callar, por más que con el dedo silencio avises o amenaces miedo –le dice Pepe a Pepe citando a Quevedo. - Eso te digo yo: que no he de callar por más que con el dedo silencio avises o amenaces miedo. Y he pasado junto a ellos sin prestarles más atención porque de pronto me han sobrepasado unos vecinos que esconden debajo del brazo una tela roja y amarilla que supongo que usarán por hacer la luna por las tierras de Albacete; para lidiar clandestinos al toro pues andan sigilosos por la acera y miran mucho para atrás por si alguien los sigue, aunque no los siga nadie, según veo. Y mucho menos un servidor que no está de ánimo para hacerse ninguna Cuaresma porque he visto que la preciosa chica de 19 añitos que había conocido en la biblioteca, viene por la acera del colegio El Zaraiche con su pelo moreno recogi125 Entretiempo do en una graciosa coleta que despeja su cara y acentúa su hoyuelo en la barbilla que me sonríe al pasar y me alientan a pararme de pronto… para volverme y admirar sus amplias caderas y sus recios muslazos que le dan firmeza al caminar con cierta arrogancia, mientras se aleja hacia la ciudad luciendo un coqueto top que descubre su espalda en la que veo un precioso lunar en medio de sus omóplatos. Es preciosa, me he dicho con cierta reserva porque es muy joven, claro, y porque ando embelesado con la otra chica, eso también. Pero mayormente porque uno está ya muy rescaldado con las mujeres desde aquel día en el que entré algo bebido en un pub por ver si por allí, que no me conocían, podía por fin encontrar la mujer de mi vida, la madre de mis hijos, por ejemplo aquella chica tan mona a la que poco después saqué a bailar, le recité poesías de Neruda y la acaramelé con halagos, gentilezas y zalemas. - ¿Tú estudias o trabajas? -le pregunté todo henchido de dicha. - Yo mayormente trabajo, y son 500 euros incluida la cama. Así que desde entonces uno anda resabiado y ya sabe que no hay que entrar en los pub con bombillas de colores que además estén cerca de las carreteras. Pero en aquella localidad de El Argaz, decía, lo que uno pretende es acercarse a la barca del Menjú para buscar a aquella chica con la que no había habido ningún equívoco pues habíamos congeniado desde el primer momento: ella decía sí y tú también decías sí. Ella decía no y tú también decías no. Una conciliar compenetración, desde luego, me he dicho mientras llego al Hospital Comarcal, sobrepaso la casa 126 Antonio F. Marín de las tres palmeras y me doy cuenta de que por aquí el paisaje se contrasta bastante pues a un lado asoman los ocres cerros pelados salpicados de palmeras y paleras silvestres, mientras que al otro se aprecian los verdes frutales que jalonan el río Segura, a la derecha de la carretera por la que subo al poblado de Bolvax en el que me he parado poco después para mirar hacia el río que corre abajo entre fértiles terrazas, junto al camino que lo serpentea y que ya conocía del día anterior cuando me acerqué a las inmediaciones de la barca del Menjú por el otro lado, por la otra orilla por la que no había podido pasar al encontrarme el camino cercado. Y he bajado de la cima de Bolvax hacia la vereda del Menjú en la que he visto atracada una barca junto a un vado en la misma curva de la carretera, que me supongo que es la que buscaba. Aunque en realidad se trate más bien de una balsa que se han apañado colocando unas tablas sobre unos bidones en cuyo extremo sobresale un hierro vertical con unos rodillos por los que circula el cable que parte de una orilla, cruza el río y se ata al otro embarcadero de allí enfrente por donde, ¡oh cielos!, acabo de ver pasar a la chica del pelo negro cortito que andaba buscando. O al menos se parecía mucho a ella mientras la he visto pasar y desparecer tras los altos parterres del jardín que hay al otro lado. ¿Era ella? Sí, bueno, casi seguro porque me es ya familiar su forma de andar, su pelo cortito y su perfil tan dulce. Y tendrías que cruzar, pero entonces… …pero entonces no. Mejor que no cruces porque no puedes, no debes, ya que es propiedad privada y además tampoco estás muy seguro de que quieras volver a verla porque te daría un respingo y en vez de decirle que te 127 Entretiempo sigue gustando, dirías alguna sandez y meterías la pata. Suele suceder. A ti te suele suceder. Y además, ¿qué ha hecho ella por ti?, ¿te ha llamado?, ¿se ha interesado por ti? Y entonces... …y entonces será mejor que seas cuerdo, aunque te cueste, y que esperes al sestero en esta orilla amparado en la sombra y en la brisa que refriega las ramas de los árboles que crecen allí enfrente entre unas palmeras de gran copa y pequeño tronco cuyos brazos rozan el río y cubren parte del rústico embarcadero donde se yerguen algunos eucaliptos, y donde se supone que debe de atracar la barcaza una vez que se la ha llevado a la otra orilla tirando del cable que cruza el río y que permite atravesar este apartado vergel en el que había leído que abundan los abejarucos, los mochuelos, los martín pescador y las garzas reales. Será mejor esperar por si ella aparece. Y esperas amodorrado con el arrullo del agua al correr entre las cañas que sólo se quiebra con el estridente ruido de alguna moto que rechina veloz por la carretera cercana conducida generalmente por agricultores que acuden al campo o por jóvenes encampanados en su estrépito metálico a los que habría que parar, fiscalizar y multar por no llevar casco, claro, pero también por no llevar condones, que es más grave y de mayor estropicio social, digan lo que digan los purpurados y obispones que después de todo no son más que los representantes en la tierra del Cristo que cuando hace dos mil años dijo «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», no se refería a palacios vaticanos como se creyeron ellos «víctimas de la letra», qué va, sino los cristianos de parroquia, pues se supone que los prelados no son más que los delegados de clase del maestro que debe128 Antonio F. Marín rían dedicarse a traer la tiza en vez de arrogarse atribuciones, lecciones y castigos que solo le corresponden al profesor, y no a sus delegados, ya sean éstos conservadores o teólogos de la liberación, pues uno sería disidente de todos ellos. Sin duda, joder, cuánto tiempo tendré que aguantaros. A todos. Aunque ahora será de más provecho encender la radio para cambiar de parecer y oír el de este prójimo que milita en el movimiento bright americano y que no cree en la religión ni en Dios porque, según dice, seguir sus dictados le priva de obrar con libertad y lo hace devoto. ¿Eso es amor?, se pregunta el sujeto con el mismo berrenchín de los hijos que acusan a sus padres de no quererlos porque éstos le niegan dinero para comprar las chuches, cuando a simple vista parece que eso no es cierto pues la religión católica, pongamos por caso, es la única institución que si matas a alguien y te arrepientes, te perdona en el acto, te limpia completamente, te borra el delito de por vida, no te denuncia y jamás te lo tendrá en cuenta, mientras que la sociedad laica se chiva, te juzga, te condena, te priva de tus derechos civiles, te encierra en una cárcel y cuando salgas años después verás que tus vecinos huyen de ti y no te perdonan de por vida. ¿Hablamos de amor?... …porque además no te prohíbe que disfrutes del sexo, como insiste el tipo de la radio, sino que te aconseja que lo hagas bonito, y con amor, y no por instinto animal como hizo Picasso al follarse a la mujer de su mejor amigo provocando además que éste se suicidara por ese despecho. O que ames lo imperfecto y no abandones a tu hija de dos años enferma de hidrocefalia, como hizo Pablo Neruda, al creerla un ser «perfectamente ridículo», pues son actitu129 Entretiempo des que probablemente también reprobaría una religión de ética laica y no por fundamentos morales sino porque es una ordinariez de paletos macarrillas con camiseta de tirantes. Pero no simplifiquemos y dividamos todo entre buenos y malos. No es justo. No todos son buenos o malos. Cierto. Te ha quedado en technicolor, porque también los hay avariciosos, cobardes, ruines, miserables y gurruminos como esos que, según nos dicen ahora, se dedican a utilizar a los niños como mercancía humana para trasplantes de órganos. Una infamia, según denuncia el informe El progreso de las naciones de UNICEF, pues los pequeños con los que trafican proceden de las regiones más pobres de Iberoamérica, Asia, África y Este de Europa donde son vendidos al por mayor y con rebajas, pues un niño se puede comprar por unos diez mil euros en Brasil, Tailandia, República Dominicana, Filipinas, Colombia o Ecuador; aunque en Perú procuran que los niños sean menores de 14 años para destinarlos al servicio de la ciudadanía, a la prostitución que «contratan» unos güenos crápulas pederastas occidentales que han ido a la escuela, tienen estudios y que además suelen justificar sus asechanzas pedófilas amparándose en el arte y en cúrsiles estampitas de efébicos andróginos que danzan entre gasas para uso y disfrute de una ciudadanía que tiene otras muchas opciones para elegir sin meter por medio a los niños indefensos, como por ejemplo perforarte un piercing Príncipe Alberto en la mismísima polla. O arregostarte en otros pasatiempos para adultos que van desde el trono de la reina a husband feminization, pasando por slave of lesbians, shoejob, lactating, femdom strap-on, male chastity device (CB-2000 y CB-3000), ass worship, girls kissing, femdom domestic 130 Antonio F. Marín discipline, beso negro, cock trample, male maid/french maid, lluvia dorada, forced feminization, pasillo francés o femdom lifestyle 24/7, etcétera, suma y sigue. Y los hay más raros aún que tocan el ukelele (como el escritor Malcolm Lowry), pues se conoce que haberlo haylo para todos los gustos y de todos los colores, entre mayores, entre adultos a los que todo les está permitido si ambos consienten y se quieren, claro, aunque no todo aproveche si se le hace daño a alguien, a un menor por ejemplo, que parece que hay que volver a explicar lo obvio una y otra vez, y me retrasáis al resto de la clase. Porque entonces… ….porque entonces será mejor no pensar, cultivar el jardín de la resignación laica volteriana, sacar las pilas de la radio y tirarlas a los carrizos para huir del ruido y profesar silenciario en el sosiego de este recoleto lugar del río donde sólo se oye el repicar de los pájaros y el rumor del cauce mientras la tarde se remansa y aquieta. A bonico. Suponiendo que no aparezca la trouppe de algún vuelatules con el propósito de tirar sus cenizas al río, o al viento, y nos lo estropicien todo con sus cursiladas laicas de este tronío, pues debería estar «prohibido arrojar escombros», digo «arrojar cenizas, bajo multa». Y en el entretiempo esperar a que ella aparezca de nuevo por el embarcadero de enfrente mientras te solazas con su recuerdo, con la ventura de estar con ella cuando ponías el Nessun dorma de Puccini y le preparabas el baño metiendo el codo en el agua para ver si quemaba, hasta que la notabas en sazón y volvías al dormitorio para cogerla en brazos, llevarla al cuarto de baño y bañarla con mimo procurando que el champú no le caiga en los ojos, estate quieta, no seas mala y no hagas olas, mientras le das un tierno 131 Entretiempo beso en los labios y una palmada en el culo para que no alborote y puedas ahora secarla con la toalla y llevártela a la cama; a las sábanas limpias donde la besas con ternura, rozas tu mejilla con su mejilla y hueles su húmedo pelo para sentirla dentro, a lo hondo, y decirle que la quieres; que la querías, y mucho, como crees que aún la sigues queriendo aunque no sepas nada de ella excepto que podría estar por la finca del otro lado del río. Por allí enfrente. Y entonces es mejor esperar y procurar esclarecer entretanto si es posible que exista un tesoro oculto bajo la Chinica, porque de no haberlo no podría escribir el reportaje, no podría venderlo a la revista con la que lo tenía concertado y otra vez volvería a fracasar. Una vez más. Y menos mal que uno va por libre y no tiene que dar explicaciones a nadie, a los jefes, porque un servidor nunca se he llevado bien con ellos porque todos son como las novias y quieren conocerte antes de echar un polvo o de contratarte. Pero es que cuando me conozcas vas a salir corriendo, les suele uno explicar a los jefes (y a las novias), sin mucho éxito, sobre todo con ellas que son más tiquismiquis. Así que uno nunca se he llevado bien con los jefes, decía, porque nada más que los tratas descubres que quieren hacerte trabajar. ¿Tú que sabes hacer?, te suelen preguntar nada más conocerte entrometiéndose en tu intimidad. Son unos descarados. Aunque ahora será mejor que me centre en otros afanes más principales, de más enjundia y proscenio, dejando a un lado otros chipirrinchis y castañuelas como dilucidar de dónde vengo, adónde voy o cuál es la velocidad de giro de la tortilla de patata y su relación matemática con la raíz cuadrada del número pi. O por qué ellas aprietan la pasta 132 Antonio F. Marín de dientes por los extremos, que esa es otra. - ¿Me pasa usted al otro lado? – preguntan a mi espalda. Y uno se vuelve, vaya por Dios, porque el que reclama mis servicios es el Flaviano Frutos Capilla; un vecino que anda muy malquisto con sus paisanos porque corta la acequia que pasa por su tierra situada en la parte alta de la loma para que los de abajo no puedan regar porque el agua es suya, sólo suya, según vocea antes de cortarla. Flaviano Frutos Capilla es muy tempestuoso y cuando la autoridad confedereográfica le dice que eso no es así, que el agua es para todas las tierras por las que corre la acequia, él se arma de argumentos, y de azada, mayormente de azada, y replica muy maño que él tiene derechos históricos, que los demás caven pozos o que la compren con camiones cisternas, pero que de abrir la cieca na’ de na’ porque el agua es suya, de Flaviano Frutos Capilla, hijo por cierto de Flaviano Frutos, el Zórraster, al que así conocen por ser muy dado a leer novelas del Oeste. Aunque a su hijo, al Flaviano Frutos Capilla, no lo conocen por el hijo de Flaviano Frutos, ni por el hijo del Zórraster, ni por el Maño, sino más bien por el hijo de puta de la loma de arriba. - Es que yo no soy el barquero –se le dice al hijo de Zórraster. - ¿Pero me pasa? - Bueno, vale, pero, ¿qué hay al otro lado? - Un precioso jardín -contesta, mientras se ajusta la gorra verde con visera americana que publicita un insecticida o un abono agrícola. - ¿Usted lo ha visto? 133 Entretiempo - No, pero eso se sabe desde siempre. Y entonces me he agarrado al cable, he afianzado los pies en el suelo y he tirado de él según me había aconsejado José Luis Vergara, hasta que la barcaza comienza a moverse y cruza el río pues no es difícil gobernarla y se deja llevar por la inercia del empuje sobre la maroma, digo sobre el cable, hasta que al llegar al otro lado la he atracado para que el tipo se baje. ¿Le debo algo? No, no debe nada, gracias, ha sido un placer, le he dicho al hijo de Zórraster antes de volverme de nuevo al otro lado del río porque a uno no le place pegotear en los sitios en los que no he sido convidado y prefiero quedarme a la vera del río a esperar a que aparezca la chica aquélla, mi Rosebud, mi límpida araucaria burguesa de lobo estepario y el confortable «templo lleno de decencia y salud» que ella representaba. Suponiendo que por fin te atrevas a decirle que quieres volver a estar a su lado porque ya has madurado y no tienes miedo a quedarte al desayuno y a compartir con ella una aburrida y soleada mañana de domingo, mientras cogéis a vuestra hija de la mano y os sentáis en una terraza para ver cómo se toma una Cocacola con patatas fritas. Más sencillo imposible, si fuera posible, que puede ser que no, que todo sean imaginaciones tuyas y que las cosas no sean como crees que son porque una cuestión son los deseos y otra muy distinta la realidad ya que en las fantasías los azotes no duelen. Aunque algunos no sepan diferenciarlas, sabe usted, porque esa misma mañana había leído que las feministas y progresistas de izquierda habían montado un pifostio para exigir la quema de un libro de relatos titulado Todas putas, 134 Antonio F. Marín en un acto reflejo de inquisidores medievales que es lo que a veces todos llevamos dentro pues el primero que dijo lo de «todas putas» fue un ateo de izquierdas llamado Cesare Pavese y habría que censurar su Oficio de Vivir, porque a estos panarras se les había olvidado el detalle de que censurar ese libro es censurar también a Pavese, S.G. Clo’zen, Titian Beresford, Henri Raynal, Pauline Reage, Marc Cholodenko, Sacher Masoch, Annich Foucault, Marqués de Sade, Gaia Servadio o Jean de Berg por citar a unos pocos, cuando ese afán debería emplearse en educar a los jóvenes para que cuando sean adultos ilustrados sepan diferenciar la fantasía de la realidad y no sean tan proclives a la telebasura y la literabasura que es tan pegajosa, y cargante, como este calor que a la sombra de aquí amodorra y que por la solanera de allí abrasa, precisamente por donde asoma Javier Permanganato Potásico; un cursiprogre de esos que sólo consideran obras maestras aquellas creaciones artísticas que no comprenden, porque es sabido que el cursi adora todo lo que no entiende, ya sean libros, cuadros o películas. Un páparo de aquéllos que critican el casticismo de los escritores españoles pero que luego se refugian en el casticismo americano de Faulkner, en el casticismo francés de Proust o en el casticismo irlandés de Joyce, porque son de esos cursis aguachirles que reniegan de los español porque «sabe a ajo» pero que se desmayan melifluos por la insípida prosa sin adjetivar o por la tortilla francesa acompañada con unas verduritas hervidas, unas patatas al vapor y un pescadito a la plancha para que no se les indigeste un pirotécnico atracón de ideas, colores y sabores, que su agudeza senil no digiere porque para ellos son indigestas y prefieren la plomiza paja foránea tan postiza como un ja135 Entretiempo ponés bailando sevillanas, ea, porque el muy rizatules me ha saludado y me ha dado a leer un relato que uno ya sabe, sin saberlo, que versará sobre la guerra civil y su posguerra, intuición femenina, porque en este país de cachiporra y chichinabo la mitad de los autores escriben de la guerra civil, la otra mitad de la posguerra y el resto del Egipto de los faraones. Pero mayormente de la guerra civil y su posguerra donde a semejanza de los guiñoles infantiles (y de las novelas de Marcial Lafuente Estefanía), los buenos son buenísimos y los malos son malísimos, sin grises, cuando ya sabemos que lo único que parece blanco y negro, es que la vida no parece que tenga mucho sentido. - Algunos dicen que el concepto del sentido de la vida es sólo un concepto cultural. - Sí, doctora, aunque uno podría entonces concluir que sólo los muy lúcidos pueden percibir ese sentido o sinsentido de la vida, pues los panarras se limitan a comer, cagar, follar, dormir, consumir, ver la telebasura y FIN, sin encararse nunca con otras cuestiones y/o adversidades como aquéllas con las que uno porfía cuando por ejemplo la mujer de tus sueños quiere desquitarse porque no te has dado cuenta de que ha ido a la peluquería y no te dice que la tienes más grande que la de todos los hombres que ha conocido. O más gorda y hermosa que la de su novio, la muy cruel, que las mujeres no tienen sentimientos, ya se sabe. Pero en el Argaz decía, he rehusado leer el manuscrito de Javier Permanganato Potásico porque además ya sabía que es un prohombre muy célebre por su soflamas en revistas y tertulias en las que pregona apodíctico que ya no tiene tanta importancia la libertad de expresión, el poder 136 Antonio F. Marín decir lo que se piensa, porque lo interesante, lo creativo, lo pedagógico, es poder pensar lo que se dice; es decir, pensar «correctamente» lo que él piensa y lo que él cree que es lo mejor para nosotros según la doctrina de esos licenciados chisgarabís que pretenden salvarnos de nosotros mismos e iluminar nuestra inopia en una misión salvífica por nuestro bien, claro, porque el echacuervos nos seguirá predicando que la democracia es esclava del poder económico y que aquélla no consiste en que puedas echar tu voto en la urna sino en que ese voto esté bien pensado, ilustrado y educado con arreglo a la Razón (educar conciencias que nos decían antes en las sacristías). Quiere decirse, y se dice, que ese voto hay que educarlo según su criterio que es fruto de la ilustración, de la libertad de pensamiento, de la justicia y de la solidaridad, por lo que para ser libre deberás «educarte» en lo que él te diga, votar lo que él vote y pensar lo que él piensa con el loable empeño de que ejerzas y cultives la verdadera democracia porque si no serás un inculto, una marioneta que no piensa libremente, según había proclamado Javier Permanganato Potásico en uno de sus artículos que había publicado en un periódico relamido hasta en los ladillos; uno de esos papeles cursiprogres que se dan mucho pisto con el debate y el análisis plural para que todos piensen ese mismo «plural», mientras nos adoctrinan sobre qué hemos de pensar, cómo hemos de vivir y qué hemos de votar para ser unos buenos demócratas y unos éticos ciudadanos en una dictadura de nuevos madelman, hombres nuevos, que siempre votan al mismo partido, al mismo líder y a la misma secta que lee las consignas de la Policía del Pensamiento en los editoriales de «su» periódico, de siempre, porque la libertad de 137 Entretiempo expresión sin medida puede ser una «verdadera arma de destrucción masiva», según ellos dicen en consonancia con lo que argüía el dictador Francisco Franco antes de volar el diario Madrid, pongamos por caso, pues ese es el protocolo que siguen a rajatabla los dictadores para imponer la censura y privarnos de la libertad de expresión. - ¿Me pasa al otro lado? –nos pregunta. - Bueno, aunque yo no soy el barquero y no sé si debería. Pero, dígame, ¿es verdad que al otro lado hay un paraíso? - No hay nada, monte bajo y esparto, o quizás limoneros. Todo lo demás son paparruchas y habladurías de comadres. - ¿Usted lo ha visto? - No, pero eso se sabe; ahí no hay nada de nada porque todo es cuento, superstición y magia. Y lo cruzamos al otro lado con algún esfuerzo esa es la verdad, porque el hombre pesa y me cuesta agarrarme al cable que cruza el río y del que ahora tiro para mover la barcaza, sacarla del embarcadero y llevarla al otro lado halando de la maroma para arrastrarla sobre la corriente hacía aquélla otra orilla a la que he llegado jadeante para dejar a Javier Permanganato Potásico, despedirme de él, volver, y sentarme a descansar bajo un árbol, si puedo, que no he podido porque creo recordar que me ha sobresaltado un golpe junto a las cañas y tras hurgar entre ellas me he encontrado un vencejo que se ha debido de quedar atrapado entre los carrizos sin posibilidad de remontar el vuelo, presto a morir, porque uno sabe desde niño que si estos pájaros caen al suelo no pueden volver a elevarse y se que138 Antonio F. Marín dan allí quietos hasta que mueren como nos los eches de nuevo a volar cogiéndolos de las alas para que puedan coger aire y elevarse de nuevo zigzagueantes por las alturas a donde uno logra ahora enviarlo antes de volver a sentarme para esperar a que aparezca la chica aquélla con la que fui tan dichoso hacia ya algún tiempo, ¿recuerdas?, pues además de dulce y melosa, también era muy celosa y posesiva y no permitía que otra mujer te rondara aunque se tratara de su mejor amiga. Y cuando estabais en una cafetería o en algún pub y llegaba alguna que sabía que se sentía atraía por ti, esperaba a que ella estuviera cerca para empujarte contra la pared, besarte y cogerte de la entrepierna en un arrebato que no pretendía demostrarte a ti nada, pues no hacía ninguna falta, sino demostrarle a ella que eras suyo, completamente suyo y que no tenía, ni tiene, nada que hacer contigo, pobre bambarria enamorado que te has dejado hacer mientras miras a la otra chica por encima de su hombro, le sonríes y procuras ocultar que entre sus manos te has puesto duro debido a su fervor posesivo al cogerte del alma, digo de las pelotas, porque ella parece que se ha percatado de tu envaramiento y aprieta pérfida con más fuerza para hacerte más suyo, según te susurra al oído antes de girarse para mirar con altivez hacia su amiga y presumir gallarda de su trofeo: de ti pobre boquirrubio amartelado que te sientes orgulloso (y empalmado), de que te quiera tanto y de que te luzca en su palmarés ante las demás mujeres, pues se conoce que eso la excita. Y mucho, porque cuando sus amigas se han marchado carilargas, se ha vuelto hacia ti sonriendo triunfal para besarte con ardor mientras te dice que te quiere y que no va a permitir que le quiten el novio porque tú eres suyo, sólo 139 Entretiempo suyo. De ella. Y tú te dejabas querer, claro, porque además te sentías tan dichoso al verla feliz que no le negabas nada y cuando ella insinuó que le gustaría que llevaras en el culito la colonia Verino que ella te había regalado, tú te la pusiste con sumo agrado para gustarle más porque eras, y eres, un tipo muy sensible, claro, tan sensible como para esperar aquí a que ella aparezca en este apacible lugar en el que la cálida brisa olea las cañas al compás de un fragor del río que te relaja e invita a escribir algo, cualquier cosa, lo que se te ocurra a renglón seguido y sin orden ni concierto porque los pensamientos son arbitrarios, van de una cosa a otra saltando de aquí para allá, sin orden, ton ni son, pero me he quedado en blanco, sin pensar en nada, como mirando sin mirar los eucaliptos del otro lado del río, junto a las frondosas y bajas palmeras a las que no se les ve el tronco pues sus hojas se abren como una piña y caen sobre el extremo del embarcadero de ahí enfrente, donde parece que el fresco corre más que por esta orilla en 140 Antonio F. Marín la que me siento pues por aquí sólo entra una ligera ventolina que viene de la huerta, ya fecunda, pues por San Felipe los árboles aparecen con sus frutos, todavía verdes, pero con la mitad del calibre que tendrán por el verano, cuando maduren y se coloreen rebosantes de ese jugo que al morder una ciruela, un albaricoque o un melocotón «chato», te resbalará por la comisura de los labios. Pero eso será por la canícula, claro, cuando es de ley dormir la siesta para vadear la tarde, que uno no duerme porque prefiere estar despierto por si aparece mi chica, si es que aparece, porque no había vuelto a saber de ella desde que se marchó enfurruñada del hotel después de demostrarle que uno podía ser suyo, sí, muy suyo en cuerpo y alma (y todo eso tan litúrgico en estos besamanos), pero también muy hombre si era menester porque bromas con eso ninguna, ¿estamos?, que uno lo tiene claro, muy clarito, desde que leyó aquella novela de Unamuno, (Niebla, creo recordar), en la que una protagonista decía que un hombre enamorado «es una cosa, un animalito...Y una hace de él lo que quiere». Y entonces… …y entonces es mejor ser precavido y esperar aquí a ver si aparece por el embarcadero de allí enfrente, mientras que por aquí asoma Juan López Aranguren vestido con vaqueros de pata estrecha y zapatillas deportivas con calcetines blancos que es casi su mono de trabajo, pues López Aranguren se maneja atracando bancos con mucho oficio, como un trabajo más en el que emplearse sin tener nada personal contra nadie porque unos se enganchan el lunes a la oficina, se excusa, y otros al atraco pues de todo tiene que haber en la viña del señor. Juan López Aranguren se ofende mucho cuando la policía lo persi141 Entretiempo gue, lo crispa y juega con el «pan de sus hijos» obstaculizándole que se gane el jornal, porque él tiene dicho que no le gusta la violencia y que nunca ha sido violento, pero que cuando algún valiente se pone por medio de su trabajo (un cliente del banco que se hace el héroe), él no tiene más remedio que darle un cacharrazo con la pistola o pegarle un tirito en una pierna si no hay más remedio, por «listo», porque Juan López Aranguren llama a los atracos «solucionar un problema» y los dineros que saca de los trabajos los usa para comprar más material para el menester: una pistola mejor que le permita atracar más para comprarse una pistola mejor que le facilite atracar más para sacar más dinero y comprarse una pistola mejor con la que atracar más para… - Qué hay al otro lado –le preguntamos. - Nada; de pasta no hay nada, que lo sé yo muy bien Y lo he cruzado al otro lado, he vuelto con la barcaza a esta orilla y me he sentado de nuevo junto al árbol por ver de descansar mientras espero, sin que pueda emplearme en el solaz pues de pronto he oído un rumor de pasos sobre la gravilla y he advertido que por la carretera se acerca Juan Cornudo Consentidor; un vecino que suele abogar por la paz y el diálogo porque según dice todo en la vida se arregla hablando y el diálogo conduce siempre a una paz que él predica con el ejemplo, desde luego, porque como el fulano que se folla a su mujer delante de sus napias (el dueño de la fábrica en la que trabaja) también está por el diálogo y por la paz, pues todo se desenvuelve en una armónica convivencia, en una ejemplar avenencia y concordia que permite aunar esfuerzos para lograr la convivencia pacífi142 Antonio F. Marín ca de la ciudadanía. Así que Juan Cornudo Consentidor le abre la puerta al amante de su mujer y como buen conde Don Julián, lo lleva cortésmente al dormitorio, sale de la habitación, se desnuda, se atavía con un minúsculo delantal de doncella francesa y vuelve a entrar con las bebidas que les sirve arrodillado a los pies de la cama si no le toca prosternarse y oficiar de mamporrero a petición de su propia esposa que es un arte que él ejerce solícito, y ganapán, porque lo importante es la convivencia, el diálogo y el consenso en el que él concursa con un singular celo que le ha llevado a arrodillarse por voluntad propia ante la polla que lo hace cornudo para besarla y darle las gracias por tan gentil ministerio, por hacerlo cornudo, en una beatífica actitud que nos viene a convalidar que el diálogo y el entendimiento son los verdaderos artífices de la paz. Aunque la actitud de Juan Cornudo Consentidor no sea muy comprendida por parte de la sociedad y por sus propios compañeros de correrías, pues cuando pidió el ingreso en el Club de Cornudos Sumisos fue rechazado por sus colegas porque, según le argumentaron, una cosa es ser cornudo sumiso consentido y gozar con ello porque te va la sumisión y la humillación sadomaso, y otra muy distinta ser un cornudo forzoso, «porque entonces no eres un cornudo feliz, sino un cabrón que no goza». Aunque eso, claro, son sólo matices porque lo importante es la paz, la paz de don Julián, la paz del matrimonio, la paz del cornudo. - ¿Es verdad que por ahí enfrente hay un paraíso? –le preguntamos mientras cruzamos la barca al otro lado del río. - No lo sé, porque eso nunca se sabe, desde luego, pero sí a la paz. 143 Entretiempo - Sí, claro, estoy de acuerdo porque para usted la paz sí que es el camino.. Y le he dado un cordial y fraterno abrazo antes de despedirlo, para animarlo, mayormente, porque se le ve pachucho, algo timorato y muy cornudo, con perdón, mientras lo veo desaparecer bajo las palmeras y decido volver con la barca rumiándome qué habrá sido del mundo sin mi concurso pues al no disponer de la radio no había podido echarme al coleto alguna noticia con la que opinar al gusto pues un servidor suele opinar de corrido, como los taxistas, y no le va eso de ser tan asépticos como la Disney, y algunos tipos, que sobrevuelan por la vida con optimismo y bienaventuranza sin enfangarse nunca en la acequia que otros mondan, mismamente que la Banca que siempre gana, siempre obtiene réditos ya sea en la democracia o en el tiempo de silencio de la dictadura franquista, pongamos por caso, en la que los españoles condescendieron con el dictador pues eran tiempos de silencio en los que la inmensa mayoría de los ciudadanos (excepto Julián Grimau y unos pocos más) andaban muy empeñados en ganarse «el pan de mis hijos» y enfrascados en la política de comprarse un Seat 600 y el alquiler del pisito en Benidorm que quedaba tan mono en aquél tiempo de cobardes, digo de silencio, digo del «pan de mis hijos», en el que el mayor peligro revolucionario lo representaba un robagallinas conocido por El Lute, mientras el pueblo callaba en el silencio aquiescente porque el pueblo español siempre calla, siempre asiente, siempre consiente sumiso ante los dictadores y caciques posmodernos,¡vivan las caenas!, hasta que un día grita y, entonces, se va cantando a la guerra civil. 144 Antonio F. Marín Así que… …así que será mejor remachar los clavos ardiendo y volver a nuestros asuntos, si nos dejan, porque la carretera anda ahora muy transitada por vehículos, motos, furgonetas y camiones de pequeño tonelaje cargados con cajas de fruta que me ensordecen y me impiden reposar en este recoleto remanso del río al que ahora se acerca don Antonio Salas; aquel cura del convento de las Clarisas tan versado en las cuestiones teológicas y al que he ayudado a subir a la barcaza para cruzarlo al otro lado. - ¿Es verdad que al otro lado está el paraíso? –le he preguntado mientras tiro del cable. - No lo sé: eso no se sabe ni se sabrá hasta que doblemos la última curva del camino; pero si sé que Jesucristo dijo que en el cielo, en la casa del padre, hay muchas habitaciones para todos, una salvación para todos sin excepción. Y uno también cree que de haberla debe de ser generosa, como si la repartiera Dios que para eso lo es, y para eso cobra, pues cada uno llega a él, si llega, por sus propios atajos. Y tanto si lo han conocido como si no lo han conocido, he concluido una vez que lo he dejado en la otra orilla y me he dispuesto a volver a esta otra para atracar la balsa, sentarme a esperar y ver cómo pasa una garza real que sobrevuela el cauce de este río en el que la naturaleza no se recoge y abre hasta el amanecer, entre palmeras, chopos, álamos, acacias, olmos, plátanos y unos cañaverales a los que me acojo para cerrar los ojos y dejarme llevar por el rumor del río y el trino de los mirlos, lavanderas y oropéndolas que cruzan el cauce con una placi145 Entretiempo dez que de pronto se estropicia con un golpe seco que proviene del embarcadero y que me despabila y me obliga a levantarme para acercarme al lugar de donde creo que procede el ruido, por aquí, por debajo de la barcaza por donde asoma un cuerpo humano boca abajo que aparece hinchado y ennegrecido con un gran parecido a Juan Carmelo del Carmelo, ¡maldita sea!, aquel vecino del pueblo tan amable que había desparecido hacia algunos días y que ahora aparece flotando en el río. Y muerto. Qué hacer. Habrá que acudir a denunciar la aparición de su cadáver y ya veríamos luego a la chica aquella, pues ahora lo juicioso es recoger las pilas y encender la radio para escarcuñar entre las emisoras si tenían alguna información sobre el suceso que aclarara la extraña circunstancia de que hubiera subido al tren para viajar a Madrid y que ahora aparezca por aquí muerto, porque es increíble, vaya. Aunque después de trastear entre varias emisoras sólo he podido averiguar que un detergente parece que lava más blanco que otro, que ha estallado una nueva guerra, que la banca ha vuelto a ganar este ejercicio milmuchocientos miles de millones o que algunas organizaciones, partidos y sindicatos han patentado las palabras «pobres», «paz» y el lema «no a la guerra», para que sólo puedan hacer uso de ellas los que estén legitimados. No dicen nada más y he optado por sacudirme el polvo de las posaderas y disponerme para volver al pueblo, si puedo, porque de pronto creo haber visto entre los árboles de la otra orilla a la chica aquella que andaba buscando y me ha parecido que me gesticulaba para que cruzara al otro lado. No puede ser ella. Qué va.Y vuelvo a escudriñar entre los árboles para ver que sí, que es 146 Antonio F. Marín ella, joder, joder, por lo que he saltado a la barcaza y me he agarrado al cable para tirar de él con frenesí, con premura, porque según veo ella sigue con esa elegante feminidad tan singular e irrepetible, única, pues es bajita como Gillian Anderson y su perfecto 1,58 de estatura, pero aún más sensual y atractiva que ella porque ésta no es de celuloide, sino de carne y butaca con su pelo negro cortito a lo garçon y sus pizpiretas pecas que le dan un sensual atractivo que no es sólo físico porque también me había atraído de ella su perspicaz inteligencia y su lúcido ingenio muy al estilo de Djuna Barnes o de Anaïs Nin. Explosiva. Peligrosísima, porque solo con verla ya comienzas a oír música, pongamos que el Creep de Radiohead que tarareas mientras la barca se acerca. Pero parece seria. Y con los brazos en jarras. Malo. Peor, porque una vez que has bajado de la barcaza y que le has dado un beso te ha reprochado que la hayas seguido sin decirle nada, sin atreverte a acercarte, porque te había visto en Semana Santa desde el balcón de la casa de una amiga y aunque te había llamado tú no habías hecho caso porque como es habitual en ti ibas siguiendo el culo de una chica y no mirabas para arriba. O no querías saber nada de ella, que es lo que había pensado cuando seguiste por la calle sin volverte siquiera, por lo que no había insistido pese a que te había visto cuando te escondías como un crío para seguirla con esa timidez que ahora parece que te sigue encogiendo, porque no sabes qué decirle, tartamudeas, balbuceas que quieres volver a verla porque ya no tienes casi ninguna duda de que la felicidad consiste en 147 Entretiempo compartir con ella lo que depare la vida y en disfrutar de las cosas sencillas como llevártela al cine para besarla en la oscuridad de la sala, solo eso, ya ves tú qué sencillito, en fin, ya sabes, le dices procurando que te crea, créeme, por favor, si pudiera, que no puede, porque sonríe con cierto sarcasmo ya que no confía en ti pues hace unos días te había visto volviéndote para mirar a una cría que pasaba y eso la lleva a creer que no la quieres de verdad y que sigues tan inmaduro como siempre. Nunca vas a cambiar, te ha espetado mientras clava el talón en el suelo y da golpecitos con la punta de la suela. Y tú, claro, no sabes qué decirle, porque esa chica que ella menciona sólo era una amiga que habías conocido por causalidad en la biblioteca, es cierto, pero con ella no había nada porque es casi una niña, muy mona, eso sí y muy simpática, pero nada más. No había nada. Pero a ella parece que no le preocupa lo que tú mires, sino cómo te miraba ella, cómo te devolvió la mirada, pues las mujeres sabemos cuando otra va a por tu hombre y eso ella no lo permite porque antes de que eso ocurra soy yo la que te la quito y me la llevo. ¿Ella? ¿cómo?...no puede ser, qué va, porque además no hay nada con esa chica, de verdad, créeme, le dices juntando las palmas de las manos. Te lo juro. Pero ves que sigue en jarras y te aturullas, balbuceas, callas y bajas los ojos al suelo porque no sabes qué decirle para que te crea. Y cuando levantas de nuevo la cabeza ves que se abre el botón de su elegante camisa blanca y que coge con los dedos una cadenita de la que cuelga una llavecita de oro encerrada en un círculo del que sale una cruz hacia arriba. Y te la muestra, aunque tú ya la conoces porque se la habías regalado cuando ella te dijo que la había visto en Internet y que le 148 Antonio F. Marín gustaba. Y juega con ella entre sus dedos para mostrártelo y darte a entender algo, ¿qué?, sí, claro, que la llave la tiene ella, ¿la llave?, sí, la llave que te obliga a cumplir aquello que le prometiste y que luego incumpliste de que no tendrías ningún placer sin compartirlo con ella y que mantendrías tus pelotas llenas para ella, sólo para ella, pues sólo ella tendría la llave para abrirlas cuando quisiera, según ya habías aceptado antaño cuando le escribiste enardecido y arrobado un correo electrónico diciéndole que los tenías duros, pesados, muy pesados; porque ni tan siquiera me masturbo para guardar en ellos lo que ahora es tuyo, como si fuera tu despensa de la que sólo tú tienes la llave y sólo tú puedes abrir cuando quieras, como quieras y donde quieras. Soy tuyo, le confesabas entonces muy arrobado y rendido. Tan enamorado que ella te tomó el juramento y ahora vuelve a cogerte la palabra, a dejarte claro que ella es la que tiene la llave y que no puedes gozar sin su permiso para estar otra vez atrapado en sus deliciosa trampa. Pero bendita trampa, bendita tramposa, bendita ella y bendito todo lo que toca, porque a su lado no habías necesitado encontrarle un porqué a la vida pues ella corregía incluso a Unamuno cuando decía que la existencia no tiene razón de ser, porque está por encima de todas la razones. A su lado sí que podría tener alguna razón de ser, aunque ahora sigas teniendo miedo porque hace tiempo que no la tratas y porque como había escrito la columnista Rosa Belmonte en el ABC, «el enamoramiento ha sido siempre la única forma de dominio sobre los hombres del que han podido disfrutar las mujeres de toda condición». Porque es cierto, y porque te da mucho respeto que al saberte tan seguro se desencante porque sabes que a ellas hay que dejarlas que te 149 Entretiempo gobiernen un poquito, es cierto, pero sin dejar de dar de vez en cuando un rugido para que las leonas no olviden que sigues siendo su hombre, convéncete, porque ellas anhelan que las adoren como reinas pero no soportan a los alfeñiques, ni a los babosos complacientes y si no, recuerda lo que te dijo la amiga de aquella novia a la que en la adolescencia le enviabas poseías y que nunca te quiso por ser demasiado cariñoso, según le confesó después a su amiga. Y entonces tú te acuerdas de aquello y no sabes qué decirle, callas, dibujas extrañas figuras geométricas en el suelo con la puntera del zapato, sí, claro, porque te da miedo entregarte así y perderla, en fin, ya sabes. Y cuando levantas la cabeza para decirle que sí, que aceptas, te das cuenta de que ya se ha marchado, que debe haberse molestado por tu silencio y que debe de haber regresado al pueblo, ¡maldita sea! La has vuelto a perder, aunque al menos ya tienes la certeza de que está por aquí, por El Argaz, y quizás puedas volver a verla, otro día, sí, porque lo que ahora apremia es avisar de la aparición del cadáver de Juan Carmelo del Carmelo. Eso es lo que cuenta, me he dicho mientras cruzo de nuevo a esta orilla y me apresto a recoger las cosas para marcharme pues la luz se ha encogido, las nubes se cierran ennegrecidas y parece que va a llover, es muy probable, porque había oído comentar a unos agricultores que temían aquellas nubes negras porque si llovía podría peligrar la cosecha pues al estar los albercoques ya a punto, pero aún colgados del árbol, si se mojaban y luego salía el sol se abrirían como la boca de un pez, se estropearían y sólo valdrían para la conserva a unos precios muy bajos, lo que significaba una amenaza evidente de descalabro que un servidor comprende muy bien ya 150 Antonio F. Marín que también lo ha frecuentado en reiteradas ocasiones. Y desde muy pronto, pues uno se propuso morir joven y ha fracasado en el empeño. Es que soy muy inconstante. Pero el fracaso es muy popular, decía, cuando trabajas por libre, no consigues colocar tus historias en las revistas y pones en riesgo el condumio que, por ahora, no parece estar en entredicho, sabe usted, pues cuando poco después he llegado a la recepción del hotel de las Delicias no se me ha hecho ninguna mención a la factura y he subido más entero a la habitación para llamar a la Guardia Civil y denunciar la aparición del cadáver de Juan Carmelo del Carmelo. Una amarga gestión que he diligenciado con mucha desazón pues le había cogido cariño al anciano. Y una vez cumplimentada la formalidad me he metido en la ducha, me he acicalado y he bajado al comedor para dar parte de un plato al que conocen por Encebollado y que se cocina friendo coles con cebollas cocidas. ¿Y de postre?, nada, gracias, que vengo muy cansado y tengo prisa por irme a dormir, por encender la televisión, ya en la habitación, y averiguar si tenían noticias sobre el cadáver de Juan Carmelo del Carmelo, que parece que no, porque tras zapear y zapear entre los canales he advertido que no hay nada nuevo excepto los malos infortunios de siempre pues parece que se conmemora el Día contra la esclavitud infantil que nos recuerda que en el mundo existen más de 400 millones de niños esclavos menores de 15 años que se dedican a trabajar en las minas de oro y mercurio de Perú, o en las fábricas de juguetes de las multinacionales ubicadas en China, produciéndose la dramática paradoja de que mientras los padres de los países desarrollados llevan a sus hijos a una tienda de juguetes, miles de adolescentes 151 Entretiempo están esclavizados en los países en desarrollo fabricando esos juguetes o trabajando por los vertederos de otros países recogiendo desechos que venden en las fábricas para seguir subsistiendo en el vertedero, en su infancia, en su patria, que sería su vertedero, según Rilke, con la bandera por basura y el himno nacional entre los sones de las latas de mierda acumulada, mientras nosotros exigimos a nuestros políticos que nos acomoden una miaja más el «Estado del bienestar» para que podamos exprimir la felicidad con un producto del mercado para cada necesidad que nos permita atildar cada rincón de nuestra patria, digo de nuestro hogar, con un limpiador distinto y específico para el espejo, otro plus para los muebles, otro súper para el baño, otro ultra para los cristales, otro súper plus para los azulejos, otro súper ultra plus para el inodoro. Y si se apura y le falta alguno, no se espante porque estamos trabajando muy duro por su bienestar, y ya tenemos preparado el súper ultra plus requeteplús al cuadrado (s+u+p+r)² con tensioactivos aniónicos, solventes orgánicos y petróleos destilados que harán de su vida un harén limpio y aséptico, según nos instruyen en este canal del que huyo para quedarme en este otro que nos ofrece la película Annie Hall de Woody Allen que ya había visto, y que vuelvo a ver una vez más porque es genial y porque me hace gracia la escena en la que Alvyn y su madre acuden al médico porque el niño está deprimido y no le come, pues parece que ha leído que el universo se expande y que como siga así un día explotará. Eso no es asunto tuyo, le reprocha la madre, porque «Brooklyn está aquí, y Brooklyn no se expande». «Tu barrio no expande», le viene a decir ella con un razonamiento sanchopancesco que nos queda monísimo, bordado 152 Antonio F. Marín con lentejuelas, pues nos invita a no preocuparnos porque haya hambre en el mundo si en nuestro barrio no la hay. Así que mejor apagamos la radio y nos disponemos a dormir para esperar al día siguiente en el que te despertarás, te levantarás, te ducharás y al buscar qué ropa te vas a poner advertirás que no ha servido de nada que te hayas pasado la vida bregando para que nadie te imponga su ideología, su creencia, su ética, su moral o su doctrina porque ahora, años después, no tienes más remedio que ponerte lo que te impone un desconocido modisto francés. Antes muerto que ridículo, por lo que me he vestido con lo más clásico que he encontrado porque a cierta edad o eres clásico o pareces una fallera. Y luego he acudido al ordenador para conectarme a Internet y averiguar en los medios digitales si tenían noticias sobre el fallecimiento de Juan Carmelo del Carmelo, el pobre, cuyo cadáver, según leo, había sido levantado por el juez de guardia y estaba a la espera de que se le hicieran la preceptiva autopsia. No se sabe nada más, excepto un detalle que un servidor ya conocía: que el difunto llevaba una crecida barba y eso podría facilitar que se averiguara la fecha más cercana a la que, vivo o muerto, había caído al río ya que esos pelos crecen un milímetro diario y con el microscopio se podría calcular con más precisión cuando fue el último afeitado. No añaden nada nuevo, por lo que he recogido mis trastos y he bajado a la recepción para pedir un taxi, gracias, al que poco después he subido porque pretendo acercarme al Ayuntamiento, por favor, pues quiero ver al alcalde, ¿al alcalde?, sí, al alcalde, le he indicado al conductor antes de repantigar la cabeza en respaldo del asiento de atrás y convenir con él en que sí, desde luego que el mundo anda muy malamente 153 Entretiempo y que no sabemos adónde vamos a ir a parar en este pequeño planeta azul habitado por unos seres humanos compuestos de microbios y células contenidas en el envoltorio de una piel muy débil que nos hace ser muy frágiles e inseguros porque todos andamos a tientaparedes buscando la luz, que es una actitud más interesante y divertida que las hórridas certezas absolutas que te llevan a invadir Polonia, a inmolarte estrellando un avión contra una torre o a trepar al púlpito de la Ciencia, palabrita de ciencia Jesús, para apostolar con el catecismo de las verdades objetivas que nos revelan, por ejemplo, que al ser la gran explosión del Big Band el inicio del universo y del tiempo (una idea originaria del cura Lemaître), no tiene sentido preguntarse qué había antes ya que antes de la explosión no hay antes, al igual que no hay más Norte al Norte del Polo Norte. Una obviedad de parvulario que es cierta en sentido geográfico, aunque confunda la superficie con el espacio, o eso parece, porque cuál es el Polo Norte de una esfera metida dentro de otra esfera que también tiene Polo Norte, te puedes preguntar, pues si las dos tienen el mismo Polo Norte, o tienen dos Polo Norte distintos, resulta que una esfera de un centímetro en el centro de la tierra también tiene el mismo Polo Norte que la grande, ergo, el centro de la Tierra es el Polo Norte, lo cual que es muy novedoso, verdad usted, de donde se trasvina que… ¿decías algo? nada, señor taxista, hablaba solo conmigo mismo, porque creo suponer que a partir del Big bang empieza nuestro tiempo, en nuestro espacio y con nuestro tocino y nuestra velocidad de la luz, pues nadie ha preguntado qué hay más allá del Polo Norte, sino que se nos explique 154 Antonio F. Marín por qué el universo no explotó 10-32 segundos antes y si no lo pudo hacer antes al no existir el espacio ni el tiempo y lo hizo cuando se produjeron las condiciones adecuadas, qué fue lo que ocurrió para que se dieran esas condiciones adecuadas y por qué se produjeron, pues ya sabemos que sólo los tontos hacen las cosas sin saber porqué las hacen, según se nos ha inculcado en el colegio con mucho magisterio, tenacidad y pescozón. Porque eso de negarse a profundizar en los porqués y las causas porque en la mecánica cuántica se pueden producir fenómenos sin causa, es difícil de aceptar si consideramos que los fenómenos que no tienen causa se les llama poltergeist. Y eso nos parece poco serio y riguroso, incluso a aquellos que somos analfabetos científicos como un servidor que el único contacto que ha tenido con la física fue en la infancia cuando me echaron del colegio por caérseme siempre el lápiz en presencia de la profesora más estupenda y sin que ella se creyera que estaba verificando empíricamente si era cierto, o no, lo de la ley de la gravedad. - Newton no tiene nada que ver con mis bragas –decía la muy escéptica con la investigación científica, que debía de ser una fascista de mucho cuidado. Pero los listillos de la clase nos dirán que una canica sobre la punta de un sombrero mexicano está en un escenario simétrico porque es igual en todas direcciones y, sin embargo, la simetría se romperá y la canica caerá hacia un lado. Hacia un punto concreto. Cierto. Pero entonces la pregunta que nos inquieta es porque hay millones de puntos en los que no se rompe esa simetría, qué ha ocurrido en ese punto concreto que no ha ocurrido en los otros y por qué se 155 Entretiempo produce en ese punto precisamente. Porque sí, porque sí y porque sí, nos dirán. Porque se ha producido una «rotura espontánea de la simetría», añadirán los muy licenciados para ilustrarnos y dejarnos más tranquilos porque parece que la Ciencia también escribe con renglones torcidos y que sus caminos son inescrutables mediante una singularidad, fluctuación, borrosidad cuántica, hipo, incertidumbre de los hechos aleatorios o roturas espontáneas de la simetría que después de todo podría ser compresibles para explicar el cómo pero nunca el porqué. Y no se puede pasar de puntillas por los porqués pues es como querer acabar con la pobreza sin preguntarse por qué se produce la miseria. ¿decías algo? nada, señor taxista, es que suelo hablar solo, porque si antes del big band sólo había simetría y un equilibrio perfecto entre la energía negativa y la positiva, los profanos nos podemos preguntar por qué se rompe esa simetría sin saber por qué, pues se supone que el Otro lo hizo por amor o por el placer estético gratuito de la creación que llevan todos los artistas, pero no entendemos por qué lo hace el efecto mecano-cuántico pues al ser racional no le vale el porque sí, porque sí y porque sí. O porque la Ciencia escribe con renglones torcidos. O porque los designios de la Ciencia son inescrutables para hacernos comulgar con la fe del carbonero científico pues sabemos el qué, el quién, el cómo, el cuándo y el dónde, pero nos falta el «porqué» periodístico de su explosión. O por qué tras miles de millones de años de evolución sin inteligencia aparece de pronto la inteligencia. O por qué los animales no tienen noción de la muerte y nosotros sí. O por qué las 156 Antonio F. Marín mujeres creen que los almohadones se han inventado para que nadie se siente en ellos… ¿decías algo? no, señor conductor, cosas mías, hablo solo, no tiene importancia, porque eso de la rotura espontánea de la simetría es precisamente la excusa que uno argüía cuando las chicas se extrañaban de que sólo habían transcurrido cinco minutos desde el inicio de la película y sin embargo ellas ya tenían las bragas por los tobillos. Una rotura espontánea de la simetría, ya sabes. Aunque la circunstancia de que nunca pudieran explicarse los porqués tampoco nos arroja (por descarte), en los brazos de otras Altas Instancias pues se supone que a Dios hay que acercarse huyendo de la ignorancia y sin la superchería del Azar o de los designios inescrutables, porque ya nos advertía María Zambrano, la discípula de Ortega y Gasset, que «Dios es la idea más racional de la historia de la filosofía». Y entonces no, señor taxista, no decía nada porque tiene usted razón y, efectivamente, el mundo anda muy malamente y mejor me deja aquí mismo, junto al enorme álamo a los pies del Muro, pues prefiero subir andando por la cuesta que circunda la muralla cristiana para acceder al barrio viejo en cuyas sinuosas y estrechas calles adoquinadas me paro poco después junto a la puerta del bar Minuto para mirar unos grandes frascos repletos de caracoles recogidos en el campo y que se tuestan al sol remojados en agua para matarlos a sol lento y que asomen la cabeza y la molla para que se puedan succionar una vez cocinados, porque ya se ha dicho que son chupaeros y que 157 Entretiempo se sirven en cazuela condimentados con una salda picante que está casi más rica que los mismos caracoles. Una delicia. Pero ahora andan al sol en la acera, frente a esas mozas que se sientan y abanican en las puertas de sus casas y que miramos sin pudor, pero con sentimiento, porque uno ya sabe que erotismo es cuando tú la desnudas y esculpes con los ojos, y pornografía cuando ellas se desnudan y desparraman. Pero ahora se sientan en sus mecedoras y se entretienen cosiendo y charlando, sin tregua, porque la mujeres son el único animal del mundo que pueden estar 24 horas seguidas hablando de lo mismo y sin repetirse. Aunque de vez en cuando ojean de reojo a sus zagales que ataviados con el traje regional de Adidas y Nike, ocupan los pollos de las casas y se entretienen enviando mensajes cortos, de portal a portal, con los coloridos móviles que parece que lucen ufanos pues uno de ellos le pregunta a las niñas del portal de enfrente si lo han recibido, tía, si has recibido el mensaje porque «esto es una pasada», que lo es, obviamente, aunque uno no entienda de esas pasadas porque tiene el móvil exclusivamente para el trabajo, para la conexión a Internet con el ordenador portátil. Y ya se lo habíamos reiterado a un comercial que quería imponernos sus bondades, sus bonos, sus brevas y sus gangas, porque en realidad no hacíamos mucho gasto en llamadas de móvil a móvil. - ¿No tiene usted a quién llamar? - Sí, cuento con mucha gente a la que podría llamar, pero es que no tengo nada que decir. Nada. Absolutamente nada, sabe usted, porque resulta que uno es un pobre idiota que no tiene padrino, que158 Antonio F. Marín rida que le ladre, ni cura que sea su padre. Uno es un pobre imbécil que en El Argaz deja atrás a los niños y sus móviles, para quedarse ahora prendado de una pareja de novios que se besan y meten mano en medio de la calle. Qué envidia. Es que hace años que uno no le mete mano a la novia en la calle. Una vez lo hice oficiosamente en el tren de la bruja y salió mal porque había un tipo con una careta que al vernos abrazados nos daba escobazos, que se conoce que era un fascista de esos que le molestan que los demás disfruten. O que tenía envidia, vaya usted a saber. Porque lo del tren de la bruja no era por buscarle más emoción al asunto, qué va, sino porque no teníamos otro sitio más apañado pues antes lo habíamos intentado también de una manera más clásica en el dormitorio de sus padres y de allí tuvimos que salir escopetados pues apareció el progenitor alardeando de títulos de propiedad sobre la cama, cuando nosotros no habíamos puesto en tela de juicio su titularidad, sino su uso, que era otra cuestión jurisdiccional bien distinta a todas luces, en fin, cuestión de criterios. Aunque en el Argaz, decía, he tenido que dejar de mirar a los novios porque de pronto he visto venir un coche funerario con el recado, a voces, de que ha fallecido Juan Carmelo del Carmelo, el sobrino-nieto del Chato melocotón que estaba en la Fabrica La golosina. Su sepelio tendrá lugar, dios mediante, esta tarde en el tanatorio del Cristo Crucificado, sala 1B, por cuya asistencia la familia les quedará muy agradecida, a Dios gracias, según zurra el altavoz del coche mientras se aleja en sentido contrario y me deja el camino expedito para arrimarme al quiosco y comprar un periódico regional, uno, este mismo de aquí sí, gracias, por el que me entero de que el cadáver de Juan 159 Entretiempo Carmelo del Carmelo había sido levantado en día anterior por el juez de guardia que supervisó la diligencia judicial y su posterior trasladado al Instituto de Medicina Legal de Murcia para su autopsia. El cadáver, hinchado y ennegrecido, presentaba un avanzado estado de descomposición que parecía indicar que llevaba varios días sumergido en el río; así como unas marcas en el rostro que en un primer momento no se había podido determinar si se debían a lesiones sufridas antes de la muerte o a resultas de los golpes que se pudo dar con las cañas y las rocas del cauce. Pero no daban ningún dato que explicara por qué había aparecido muerto en el río cuando había sido visto subiendo al tren con destino a Madrid. Un misterio que a uno lo acuciaba y que estaba dispuesto a desarrebujar cuanto antes, dejando a un lado, por ahora, aquel otro del tesoro de la Chinica si antes conseguía concertar una cita con el alcalde en el Ayuntamiento, al que ya me acerco con premura cuando me he tenido que parar porque una gitana se ha plantado delante de mí con la palma de la mano extendida. - Señorito, déme usted una solidaridad. - No, te debería hacer Justicia. - Eso, eso; déme usted un subsidio. Mejor una solidaridá, que le he dado antes de seguir hacia el Ayuntamiento eludiendo por las calles a un tropel de vecinos que se agolpan en las aceras esperando que pase algo que parece que todavía no llega; quizás una carrera ciclista, un desfile de carrozas, o la procesión del Corpus, según veo ahora sorprendido, porque no tenía noticias de la efemérides y entonces, claro, es inútil ir a ver al alcalde, me he mascullado mientras me orillo en la acera junto 160 Antonio F. Marín a unos vecinos que lucen traje de domingo y cartón piedra, para ver pasar a los niños atergalados con sus trajecitos de marineritos lerés que han descolgado de la tintorería después de haber tomado la comunión como corresponde, porque toca, y sin saber en que comulgan pues a sus padres les luce mucho ver a sus hijos en las fotos de este convite ya que la Iglesia asiente, consiente y dispensa parrandas con mucha soltura y reparte con el garbo de un crupier las romerías y demás ceremonias de más vestir para tenerlos a todos contentos, mientras pone la mano a los Gobiernos para recibir financiación vendiendo a Jesucristo a cambio de unas monedas. Sin ser libres. Un paripé que uno respeta pero que no acata, porque en mi Iglesia no se encargan misas, ni se compran indulgencias, ni se alquilan botafumeiros, ni se dan cencerradas al viudo que casa. Así que uno podría creer en otra Iglesia, que existe, como la que ha propiciado a los largo de los tiempos una ingente cantidad de obras de arte. O la Iglesia que alberga a las decenas de religiosos y laicos católicos que mueren todos los años ayudando a los demás en el más absoluto anonimato porque creen que primero van las obras y luego el Credo, tal y como hacía el misionero católico Pedro Opeka que convirtió un basurero de Madagascar en el que vivían 800 familias en unas viviendas dignas para 17.000 personas. O incluso la Madre Teresa de Calcuta que entregó su vida por los marginados y que cuando la criticaron por dar el pescado a los necesitados y no la caña para pescar, le contesto al periodista que a los que ella atendía (leprosos, ancianos inválidos y deficientes mentales) no podían ni tan siquiera levantarse para coger la caña. «Primero les recupero a la vida para que usted pueda darles la caña», le contestó al 161 Entretiempo periodista con muy mala leche. O la Iglesia de los laicos de Cáritas que se sacrifican por el prójimo todos los días del año, sin darse pisto, cuidando alcohólicos, presos, «sin techo», emigrantes, ancianos o discapacitados. Y sin cobrar nómina alguna como hacen otros solidarios onegerosos, pues de lo contrario se trataría sólo de ejercer una profesión más como la de médicos o enfermeros que también se cuidan del prójimo, bajo nómina. Esa Iglesia que no es de nadie, pero que es de todos, según se cree un servidor que la critica porque la quiere, pues si no pasaría de largo y adiós muy buenas. - Haces bien, porque dicen que es mejor encender una luz que atacar las tinieblas. - Sí, doctora, es cierto, pero sin pasarse con el lapidismo que a mí eso de «encender la luz para atacar las tinieblas» me recuerda a lo que decía en mi adolescencia un tipo que llevaba una linterna y que se paseaba con la luz entre las butacas del cine, precisamente cuando tú ya tenías las braguitas de la novia por las rodillas. - Es que hay algunos que no tienen sentimientos. - Sí, porque el tipo de la linterna no paraba de gritar: «luz, más luz». Y aunque algunos lo apodaban «Goethe», la mayoría lo llamábamos hijoputa. O sea, que no, vaya, porque en El Argaz, decía, parece que no puedo ver al alcalde y entonces debería aprovechar para buscar a mi chica por el Mercadillo de los Frailes pues es probable que ande por allí ya que el lugar suele andar muy concurrido los días festivos. Completamente lleno, según he visto al llegar a este mercadillo artesanal en el que los tenderetes se distribuyen por los latera162 Antonio F. Marín les de la explanada aneja al edificio de la Plaza de Abastos para ofrecer los productos de la tierra como la oliva mollar, el melocotón, los embutidos o los trabajos artesanos mayormente de esparto, según he visto mientras paso por los puestos acompañado por la música de los Coros y Danzas Francisco Salzillo que bailan en el centro de la plaza para unos vecinos que deambulan por delante de los puestos o se arremolinan alrededor de los coros para oír y ver bailar el Chipirrin chipirrinchi, la danza típica del lugar. Pero no la veo a ella por más que me ponga de puntillas para otearla entre el gentío y opto por esperar al día siguiente, es lo prudente, en el que me levantaré más animado, bajaré del Hotel y al llegar al Puente de Hierro me asomaré al río para ver si por el remanso anda El Pescatero y le puedo preguntar si sabía algo de la extraña muerte de Juan Carmelo pues eran muy amigos. Suponiendo que esté, claro, que si está, según he visto al llegar al puente en el que anda de cháchara con otros jubilados que se sientan al cobijo del enorme eucalipto que se eleva frente a la muralla cristiana, en la entrada al pueblo por la carretera de Calasparra. Y al verme se ha guardado las gafas de sol que suele lucir sobre la frente y se ha acercado célere porque se ha enterado de lo de Juan Carmelo y es una desgracia, es cierto, porque hacía sólo unos días que lo habían visto subir al tren y ahora ha aparecido muerto en el río, aguas abajo. Tanto trajín para luego estrellarse, añade compungido. ¿Estrellarse? Sí, en un accidente de tren por Chinchilla según había oído; aunque como no me sabe dar más pormenores me he despedido de él apresurado y mohíno porque no anda uno muy fino y todos se enteraban de las noticias antes que un servidor, cuando debería ser al revés 163 Entretiempo que para eso se cobra, o se pretende, pues se conoce que la chica aquella me estaba atolondrando, sabe usted, que es que uno no puede precisar si te vuelves estúpido por estar enamorado o eres estúpido por enamorarte. Imposible saberlo, he refunfuñado mientras subo apremiado al pueblo buscando la sombra bajo los aleros y balcones del barrio antiguo pues quiero acercarme cuanto antes a la biblioteca del centro cultural Géneros de Punto para leer todos los periódicos regionales y nacionales, y ceñir más la información que me había dado El Pescatero, si me dejan, claro, que parece que no, pues una vez que me he allegado al centro he tenido que porfiar con los jubilados para conseguir un diario y sentarme en las mesas bajas junto a los niños que leen sus cuentos, tan dichosos ellos en su mundo de fantasía de algodón glasé que no tiene nada que ver con la mugrienta estopa que uno gasta, qué va, porque parece que el accidente del tren Talgo 226 Madrid-Cartagena con destino a Murcia, se había producido cerca de Chinchilla después de chocar frontalmente contra un tren mercancías que se dirigía hacía Madrid. Un infausto accidente que empotró la locomotora contra la máquina del Talgo, según veo en la foto, mientras el resto del tren se quebró y retorció pues el aparatoso choque y el posterior descarrilamiento, había incendiado los primeros vagones del Talgo y había provocado la muerte de 14 viajeros y de 5 trabajadores de RENFE, además de causar heridas a 39 viajeros que estaban siendo atendidos en los hospitales de Albacete. ¿Dónde está Dios, dónde está Dios?, he oído imprecar a mi espalda. ¿Dios?... Y me he vuelto y he visto que se trata, cómo no, del Heliodoro Rodríguez que me inquiere, ¿dónde esta Dios?, ¿dónde está Dios?, mientras 164 Antonio F. Marín señala la dramática foto con un dedo. Y uno se encoge de hombros porque no lo sabe, Heliodoro, porque aquí se ve la mano del hombre ya que parece ser que el accidente se había producido porque el Talgo 226 que viajaba a Cartagena salió sin previo aviso de la estación de Chinchilla en el momento en el que por esa misma vía subía en dirección contraria un tren de mercancías, sin que todavía se pueda determinar por qué el Talgo había abandonado la estación sin el pertinente permiso del jefe de circulación. El choque todavía podría haber sido más espeluznante, según dicen, si los conductores de las dos locomotoras no hubieran activado los frenos para procurar parar los trenes, sin conseguirlo, por lo que ambos supieron que iban a morir. ¿Y? Nada, Heliodoro, no se sabe nada más porque todos los periódicos repiten los mismos datos, pero por la fecha y el origen del Talgo deduzco que podría haber sido al que había subido Juan Carmelo del Carmelo. Aunque cualquiera sabe porque no añaden nada más, excepto que se habían vendido 84 billetes para ese tren de los que 14 correspondían a los pasajeros muertos, 29 a los que habían resultado ilesos o con heridas leves, y 39 a las víctimas que andaban ingresados en los hospitales, lo que nos suma un total 82 viajeros. Y nos faltan dos para completar los 84 billetes que se habían vendido. Así que esos dos viajeros o bien se habían bajado en algún punto de la línea entre Cartagena y Chinchilla o se habían volatilizado debido a las temperaturas cercanas a los 1.800 grados centígrados que se produjeron en los vagones a causa del incendio. Más no sé, Heliodoro, aunque a ti no te interesan estos datos, según veo, porque te has ido dejándome aquí hablando solo entre las risas de esos niños que me señalan con el dedo y que se 165 Entretiempo regodean de un humilde servidor que no tiene más remedio que defenderse empuñando sus propias armas, pues que uno recuerde también ha sido niño y tiene sus mañas para hacerles ver que ese Harry Potter que andan leyendo es una nenaza que se mea en la cama; quizás como ellos que también tienen pinta de ser unos mamoncetes meones. ¡Y viva Guillermo Brown!, he añadido, cariparejo, ante el coro de llantos ¡bua, bua!, ¡mamá, mamá!, de estos retoños de ciudadanos, aún capullos, a los que he ignorado en su maleducado berrinche mientras salgo escopetado de la Biblioteca y me detengo en la entrada para mirar en el tablón de anuncios los carteles que pregonan la celebración de la Muestra Nacional de Cortos CZine+korto que organiza el Cine Club Delicatessen y el Concurso de Persecución y Captura de Grillos Zapateros con Reclamo, que patrocina la Asociación de Amigos de las Oliveras. Un concurso éste que parece divertido, pero que no consigue ponerme cascabelero porque pesa, y mucho, la muerte de Juan Carmelo del Carmelo, es cierto, aunque también me remusgo que ya que nosotros seguimos vivos, lo correcto es aprovechar la circunstancia para comer y disfrutar del ágape sin reproche alguno, pues no hacerlo sería tan estúpido como «acudir a un club de putas sólo a oír música», según nos tiene advertido la columnista Yolanda Alcántara. Y una vez ahíto de vida, acudir luego al entierro de Juan Carmelo en la sala 1B del Tanatorio ubicado junto al campo de fútbol de las afueras en el que, ya por la tarde, me he tropezado con una nutrida concurrencia que se agolpa encopetada en la entrada y por las salas del Tanatorio, dispuesta a escenificar aquello tan emoliente de que «la vida sigue» y otras pajaritas litúrgicas de semejante calibre que uno se 166 Antonio F. Marín cuida mucho de prodigar pues no somos duchos en tales suertes y quebrantos. Uno es que no sabe consolar, sabe usted, porque si le tienes miedo al dentista, también se lo tienes a la muerte ya ella te puede matar y todo. No te escapas, porque sólo los tontucios se la saltan a la torera mientras sobreviven con esa filosofía de manual de autoayuda que les permite aceptar la muerte sin reserva alguna, en una especie de justificación leguleya que evita pensar en ella y dejarla así para septiembre (como los malos estudiantes), cuando la morfina eutanásica les dé esa inconsciencia que les quite el miedo. Y en el entretiempo, acudir de nuevo al manual de autoayuda para vivir la vida «tanto mejor si no tiene sentido», mientras se cultiva el jardín, tralarí, tralará, barro mi casita, y te arrocinas con la telebasura que tenga a bien echarte, antes de madrugar para trabajar más y ganar más para poder comprarte una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y ganar más para saborear así la dicha de «saberte vivo y encantado de la vida» con el reglamentario polvo del sábado, la formalidad de la lotería de Navidad y la complacencia del buen comer y mejor cagar con la inestimable ayuda del último alarde científico: la hidroterapia del colon que te permitirá cultivar la resignación laica volteriana muy al socaire de la otra receta del médico del seguro, el Sigmund Freud, cuando nos prevenía de que si quieres poder soportar la vida, debes estar dispuesto a aceptar la muerte, claro, Sigmund, tómate algo, que yo te invito, porque para recetas obvias ya tenemos a la abuela, y porque uno prefiere aceptar que la vida es un efímero relámpago de luz en medio de la inmensa oscuridad de la muerte y poner cara de mucho péname mientras los demás comentan la vida y obra 167 Entretiempo del difunto, lo mucho que sienten su muerte, su «más sentido pésame», y demás requilorios en boga que obviamente son una gran patraña, sobre todo si la viuda es joven y está de buen ver, pero que conviene decir mucho a toda la familia tal y como yo hago en el tanatorio antes de buscar un lugar recóndito al fondo de la sala en el que esconderse para pasar desapercibido y evitar así que se me considere un desaborio malasangre y/o un sieso, que no contesta a sus preguntas, qué tal te va, qué es de tu vida. O que lo hace con evasivas, pues es sabido que por estos corrales no se suele atender a razones y cuando procuras argüir y exponer tus argumentos sobre por qué haces esto o por qué necesitas lo otro, no se te suele entender y te ves constreñido a recurrir al único lenguaje universal que todos comprenden: «Porque me sale de la punta del capullo», que les habrás de decir para abreviar, mayormente, porque entonces, oh, magia potagia, todos te comprenderán y correrán céleres a atender tu petición ya sea para diligenciar un expediente o para encontrar el recibo del agua que no debes; suponiendo, claro, que no te veas forzado a recurrir al otro idioma ecuménico que por estos solares también resulta muy expeditivo y que se refiere a un «¡por cojones!», que nada más que es oído provoca una aceleración compulsiva en la tarea y a una agilización administrativa que nos lleva a recomendarlo a todos aquellos extranjeros que quieran abrirse paso en el proceloso y sestero andamiaje social español, ya sea para llamar al fontanero o para pagar un tributo, aconsejándose incluso obviar la primera providencia del proceso en relación con los argumentos, razonamientos o peticiones y, tras llamar a la ventanilla, pasar sin más dilaciones o entremeses al segundo trámite del procedimien168 Antonio F. Marín to cagándose en los muertos del susodicho hijo de puta que remolonea con tu expediente. Mano de santo, porque por estos solares de ciudadanos, siervos y caciques posmodernos (ahora no es menester comprar votos pues les vale con comprar partidos), no se entienden consideraciones o alegatos, ni otros razonamientos que no vaya acompañados y/ o aludan a salidas de los cojones o de la mismísima puntita del capullo, por ser algo intrínsico a una ciudadanía que ahora mismo se arremolina por los pasillos y salas mortuorias del Tanatorio, y entre la que me abro paso, decía, para buscar un recoleto lugar al fondo de la sala 1B donde no haya mucha concurrencia y se esté tranquilo. Aunque atento a lo que se dice a nuestro lado, a lo que se cuenta del finado sobre si había muerto al caer al río o si lo habían empujado pues presentaba algunas magulladuras en el cuerpo. El bueno de Juan Carmelo, claro, porque ni que decir tiene que era una excelente persona (con sus defectos, como todos), y además era merecedor de todas esas valías post mortem que se suelen prodigar con desparpajo por estos convites cuando no se elucubra sobre lo fugaz de la vida tal y como hacen estos otros de ahí con pinta y planta de profesores de secundaria y/o abogados en paro. - Decía Epicuro que no hay que preocuparse porque cuando somos, la muerte no es; y cuando estamos muertos, no somos.. - Sí, eso es precisamente lo que dicen los que reclutan voluntarios para la guerra. - Es que cuando estás vivo estás vivo y cuando estás muerto estás muerto, me ha comentado una señora que ha pasado junto a ellos y que ahora se sienta a mi lado golpeándose sus abultadas mamas con un abanico, mientras 169 Entretiempo con la otra mano procede a levantar las gafas para afilar la vista y escrutar a todo aquel que entra, sale o se queda de pie cotorreando sobre política, fútbol o religión, que son cuestiones en las que uno no porfía pues nos parece poco educado hablar de ellas en velorios, cócteles y demás pipiripaos. Así que sólo se atiendo cuando alguien comenta que parece casi seguro que el jefe de circulación de Chinchilla, en cuyas inmediaciones se había producido el accidente de tren, había reconocido que dio paso al Talgo 226 por error ya que el semáforo estaba en verde, cuando debía estar en rojo, aunque él aduce que no le dio permiso al maquinista del Talgo para que arrancara porque esta señal se ha de dar reglamentariamente desde el anden y con una bandera roja plegada. ¿Y de los muertos desaparecidos qué se sabe? Nada, no se sabía nada más excepto que los dos que faltaban se podían haber bajado antes de llegar a Chinchilla o por el contrario, se habrían quedado carbonizados debido a las altas temperaturas que se produjeron en los vagones, pero… …pero no atino a oír más, sabe usted, porque el runrún arrecia y el jabardillo aumenta ya que la vecindad entra y sale de la sala y se apiña y mezcla en el pasillo con los que acuden a la sala 1A de enfrente en la que entierran a otro prójimo, pues hoy tenemos entierro frente a entierro y corros con corros, entre los que, oh cielos, veo de pronto a aquella chica a la que andaba buscando; a la fiera de mi niña, o una chica que se parece a ella, casi seguro, por lo que me he levantado, he tirado la mesita baja en la que se apoyan los prospectos del Tanatorio y he cruzado la sala, usted perdone por el pisotón, para acceder a la de enfrente donde tras algún que otro trompicón, me he percatado de 170 Antonio F. Marín que no está, ya que no se la ve entre tanta gente que por aquí anda de pie o se sienta en las butacas porque quizás haya seguido hacia la cafetería donde poco después he entrado para mirar entre los que se apoyan en la barra o se sientan en las sillas junto a las mesas, sin que pueda verla pues quizás ha podido meterse en la capilla a la que me he acercado para asomarme a la puerta y buscarla de puntillas entre la concurrencia por si estuviera por aquí, que no lo parece pues no la veo entre los dolientes que me dan la espalda, maldita sea, porque entonces no sé qué hacer y quizás sea más acertado sentarme a esperar, y ver, detrás de Doña Urraca Arístides y Martínez de la Trapisonda que parece que reza, que murmura de rodillas sobre su reclinatorio de maderas nobles y forro de terciopelo que se ha hecho traer de su capilla de la iglesia, mientras entrelaza los dedos de las manos, baja la cabeza y parece que se encomienda al Señor, Dios mío, porque ante ti comparezco y digo, que yo, la ilustrísima doña Urraca Arístides y Martínez de la Trapisonda, esposa de don Segismundo Albricias y Tolosa de los Muelles, me he ganado el cielo a pulso porque he pasado la vida con mucho sacrificio pues nací para princesa, para estar viviendo en palacios, y me he tenido que conformar, como buena cristiana, con una casona en el pueblo, una casa de campo, un chalet en la sierra y otro en La Ribera del Mar Menor, además de unas perras en el banco que me dejó la abuelita Luisa Fernanda que no me han librado del sacrificio de ver cómo otras hacen corte por Madrid presumiendo de duquesas, Dios mío, que yo nunca te he pedido un ducado y ya sabes que me conformaba humildemente con que me hicieras marquesa porque siempre he sido muy sencilla y no me hiciste caso, y cuando 171 Entretiempo vaya a darte cuentas y esté delante de ti te vas a enterar, porque no has sido justo y tienes que ser justo porque yo creo en un Dios justo, porque si no, no serías Dios y si no eres Dios ¿cómo voy a creer en ti?, ¿eh?, le he oído preguntarse a doña Urraca mientras permanece arrodillada en su reclinatorio que campa muy cerca del altar, delante del banco del que ahora me levanto precipitado porque he oído un runrún en la parte de atrás de la capilla y he visto pasar a mi chica detrás del féretro del otro entierro que se conoce que se llevan camino del cementerio. ¿Era ella? No lo sé, pero he salido atrabancado de la capilla para seguirla detrás del cortejo fúnebre que ahora llega al pasillo, sobrepasa la sala de estar del entierro de Juan Carmelo y encara la puerta principal para encaminarse al cementerio. ¿Pero de verdad era ella? Bueno, su culo si que era; eso es cierto porque uno siempre ha sido muy buen fisonomista y no se equivoca nunca con estas señas. Así que cuando el féretro sale a hombros del Tanatorio uno se va detrás del culo, digo del muerto, aunque… …aunque esto de entrar con un entierro y salir con otro muerto distinto al tuyo, de cambiarse de entierro y de muerto, parece poco serio, poco cumplido, se siente, pero lo que a uno lo apura es volver a verla, estar con ella; con aquella niña tan elegante y femenina que antaño te había tenido encandilado con sus buenas artes pues sabía cómo mantener el interés de su hombre, según decía, mayormente cuando aprovechaba que estuvierais en un local público, en medio de la calle o en un concurrido pub atestado de gente, para pegarse a ti, meter las manos debajo de polo y rozarte y pellizcarte los pezones hasta que te tenía a punto, excitado delante de todos, y tú te rendías y contestabas que 172 Antonio F. Marín sí, que de acuerdo, que querías ir a donde ella quería; a su habitación en la que poco después se repantigaba sobre la chaiselongue y se quedaba allí echada como una velazqueña Venus del Espejo, mientras tú te ponías de hinojos entre sus piernas y no precisamente con el lírico propósito de tirar tus tristes redes a sus ojos oceánicos, según recomendaba Neruda (lo tuyo no es la poesía), sino con la más épica intención de verle las bragas, la braguita transparente que la muy aviesa siempre solía lucir cuando estaba contigo porque había intuido que te colabas por sus prendas íntimas, mayormente después de haberse corrido con ellas puestas, con sabor a ella en esa braguita tanga que mirabas embebecido, y sigues mirando, pues los labios de la vulva le aparecen nítidos bajo la transparente tela ya que se los recorta por abajo para que se le vea la rajita mientras que por arriba deja que el vello negro abulte su monte de Venus. La muy zorra. Y es que está tan espléndida en su pose que acercas tu cabeza a sus muslos y metes la cara entre ellos para besarla por encima de la braguita con besitos leves, por encima, como dejándolos caer livianos sobre su sexo mientras te mueres por quitarle la braguita con los dientes para lamerla y beberla de arriba a abajo y de abajo a arriba. Y empecinarme de ti, le has dicho mirándola a los ojos, porque te la comerías entera, de arriba abajo, si no fuera porque ella te aparta, todavía no, para mirarte de hito en hito porque quiere saber si la vas a querer de verdad. Si vas a ser bueno, te recalca, mientras tú asientes a cabezazos y ella aprovecha para abrirte la bragueta con la mano, descalzarse y pasarte el pie desnudo por tu sexo para acariciártelo y jugar con él entre sus pies, despacio, muy despacio, cociéndote a fuego lento con sua173 Entretiempo ves caricias pero sin permitir que te corras, qué va, porque cuando te ve a punto de ebullición, para de golpe y sonríe malévola, antes de volver remisa a iniciar la tortuosa caricia sobre tu pene duro, envarado y tieso. Muy tieso entre sus pies, porque inexplicablemente eso te excitaba, y te excita, so crápula, pues te has puesto duro bajo los pantalones con sólo recordarlo. Y en medio de un entierro. Un entierro que además no es el tuyo, no es el de Juan Carmelo, y eso parece poco serio si consideramos que una vez que has aparecido por la carretera detrás del muerto te has percatado, y te percatas, de que ella no va en la comitiva, que por aquí no está pues no aparece entre una populosa concurrencia que de pronto se aprieta, se empuja y corre despavorida sin que un servidor pueda percatarse del porqué de tanto apremio pues, tras huir de la carretera, los vecinos se han adentrado campo a través y se han parapetado tras las oliveras. ¿Qué ocurre?, me he preguntado muy empirocríptico, mientras me vuelvo atónito para averiguar la causa de semejante zaragata y advierto que los cuernos de una vaquilla me rondan y acechan y me obligan a dejar de lado las conjeturas epistemológicas sobre el porqué de las causas y concentrarme raudo en saltar de caballón en caballón para correr hacía una olivera y subirme a ella, por fin, mientras observo a los desconsolados parientes que pretenden colocar la caja a modo de burladero muy cerca de la rama en la que cuelgan mis pies, y con los que pateo y repateo para evitar que dos ancianos muy zamacucos se suban a ella y vayamos todos al suelo, pues se conoce que, pese a su edad, quieren seguir viviendo porque parece que no han tenido bastante, que no tienen hartura, se les razona a los jubilados que insisten marrulleros en 174 Antonio F. Marín pedir prórroga para seguir aferrándose a la vida, mientras se les atiza las patadas con más coraje y se les razona que la verdadera felicidad, según nos enseñó Epicuro, consiste en lograr esa serenidad que resulta del dominio del miedo a los dioses, a la vida futura y a la muerte porque lo importante es conseguir acabar con esos temores para ser felices. - El Epicuro ese y tú, sois los dos unos hijos de puta –exclaman los viejecitos, mientras insisten en agarrarse a la vida dándome bastonazos en los pies. No lo entienden, según deduzco por sus golpes para tirarme de la rama, por lo que pretendo argumentarles desde la objetiva serenidad que da el ver las cosas desde arriba, con altura de miras, y procuro hacerles entender que quizás tengan ellos razón al hacer caso omiso de Epicuro porque después de todo los animales suelen dominar el miedo a los dioses y a la muerte, pues se limitan a vivir al día como animales pues bastante tienen con su vida animal sin plantearse ninguna cuestión y sin tener ningún miedo, mientras duermen, comen y follan como si fueran animales, los muy animales, por lo que si hiciéramos caso a Epicuro abandonaríamos siglos y siglos de discurrir y volveríamos al pensamiento primitivo, a la filosofía animal de no pensar, cultivar el jardín y olerle el coño a la primera perra que pase; un razonamiento que, según veo, parece que ustedes no comparten porque insisten procaces en arrearme bastonazos con el malévolo propósito de tirarme de la rama y que sea embestido por una vaquilla que ahora se entretiene volteando a un mozo que se conoce que debido a la malas influencia del cine americano, gusta de ha175 Entretiempo cerse el héroe y ha acudido al socorro del muerto pues debe de ser pariente del difunto, según colijo por sus gritos ciertamente histriónicos que profiere en alusión a salvar al muerto, proteger a mi tío, que exclama estremecido cuando de nuevo es rebozado por el suelo y embestido contra un caballón, mientras los viejos prosiguen arreándome bastonazos con la porfiada empresa de tirarme de la rama, en un obsceno propósito al que uno tendría nada que objetar si no fuera, o fuese, porque en la clases prácticas de física del colegio se nos enseñó, con contumacia y pescozón, que el lugar que un cuerpo ocupa en el espacio no puede ser ocupado por otro, y menos aún por dos, por lo que a tenor de los principios que rigen estas leyes fundamentales y con el propósito de hacérselas comprensibles mediante la aplicación empírica de su formulación práctica, uno recurre a un ardid muy útil en estos envites y que se fundamenta en la constatación fehaciente de que los viejecitos aman más su cartillita de la caja de ahorros que su propia integridad física, y que lo congruente en este caso es quitarles las gorras y tirárselas a la vaquilla para fustigarlos a que salgan zumbando a su rescate con el fin de evitarse el gasto de comprarse unas nuevas y que, ya de paso, me dejen tranquilo sentado como estoy en esta rama desde la que pateo de nuevo la cerviz del animal y me acuerdo de los antepasados del responsable de que el animal ande suelto, ya de paso, porque por estos solares de España, y de las caparras, nada más que arrecian las calores se procede a la suelta de una vaquilla para torearla o correr delante de ella, previa embriaguez compulsiva, claro, porque sobrios no hay cojones y es precisamente cuando se anda ajumado cuando se osan y perpetran tamañas gallar176 Antonio F. Marín días que, como es natural, terminarán haciendo gasto en el servicio de urgencias con moratones y cornás como las que ahora le mete la vaquilla al muerto pues la ha emprendido con el féretro, o con lo que queda de las maderas, después de que los desconsolados que lo cargaban lo hayan abandonado a su suerte para solaz de la vaquilla que ahora se envisca con él hasta que consigue abrirlo y sacar a un muerto que nos mira con mala cara. Con cara de muerto. Y uno aprovecha que la vaquilla se ofusca con el finado para bajar de la rama, sacudirme el polvo y alejarme de allí regresando por el camino del Cementerio para seguir buscando a la chica aquella pues me malicio que ha debido volver al pueblo por una avenida denominada camino de Murcia, que poco después me conduce a las calles aledañas a la Plaza de Toros, mismamente por donde organizan todos los miércoles el mercadillo semanal al que he llegado algo mustio y con el barrunto de que la había vuelto a perder. Y me he parado abismado ante una multitud que se cruza y se mezcla entre los tenderetes impidiéndome pasar. Y habrá que pasar, desde luego, por lo que tras mirar a un lado, y al otro, he llegado a la conclusión de que tendré que aventurarme entre el torrente de vecinos que circula en las dos direcciones o que se apretujan ante los puestos que se alinean junto a las aceras, mientras los oyes cotorrear o discutir cuando se paran en medio de la calle con el carrito provocando el arremolinamiento de la concurrencia y el consiguiente atranque que has de sortear con pericia, con pie derecho para pisarles el callo a fin de dejar expedito el paso y conseguir detenerte ante un puesto de frutas en el que simulas que sopesas si el melón 177 Entretiempo de año está lo suficientemente maduro y aprovechas para agudizar el oído y enterarte de lo que chismorrean las comadres porque según dicen, se ha muerto Juan López Aranguren; aquel vecino al que un servidor ya conocía porque lo había cruzado en la barca del Menjú. Eso dicen. Y añaden que la autopsia de Juan Carmelo había descubierto que tenía los pulmones encharcados, lo que significaba que había caído vivo al río porque intentó respirar y al hacerlo le había entrado el agua, aunque eso sí, Pascuala, no se sabe si se ha caído por un accidente o porque lo tiraron, que me temo lo peor, pues no se llevaba bien con el Flaviano Frutos Capilla, con el que había tenido pleitos por el riego de la acequia, ya que el Flaviano decía que debajo de él no regaba nade más porque la cortaba. Eso oigo comentar mientras me malicio lloraduelos que todos los vecinos saben más que yo y que de nuevo vuelvo a fracasar. Una vez más. - Te veo un tanto neurótico, por qué no te echas novia a ver si te sosiegas. - Estoy en ello, doctora, pero es que a mí me van más los amores sublimes porque lo bueno de los amores platónicos es que no roncan. Y porque es peliagudo echarse novia ya que las mujeres son muy complicadas y es difícil entenderlas pues siempre te preguntan en qué piensas, mayormente, cuando tú estás pensado en el culo de su mejor amiga. Parecen adivinas. No te preguntan en qué piensas cuando estás comiendo con sus padres, por ejemplo, sino precisamente cuando estás pensando en el culo de su amiga más íntima. Son malas, retorcidas y depravadas. Pero en el Mercadillo de El Argaz, decía, sigo atento a los diversos discreteos de los vecinos que aluden a que el 178 Antonio F. Marín alcalde ha tenido que ordenar a la Policía Local que cerque la zona próxima a la Chinica, después de que hubieran visto a algunos individuos merodeando por el lugar con palas y azadas, presumiblemente al acecho para cavar al anochecer bajo la piedra y buscar aquél tesoro que quedó escondido en la casa aplastada por la enorme piedra. Es que lo quieren to’ para ellos, según comenta una vecina mientras se mete el pañuelo en el sujetador. Y eso tiene que ser para tos’, añade malcarada ante la perpleja mirada de la vecina que la acompaña que cree, por el contrario, que ese tesoro debería ser para el que lo encuentre pues para eso ha hecho to‘ el trabajo, según le replica muy chuscarrá mientras se ajusta la faja por encima de su ligero traje estampado y procede a tirar del carrito para alejarse del puesto del que un servidor también se aparta para seguir abriéndome paso entre el aluvión que va y viene formado principalmente por mujeres, y algunas pandillas de adolescentes que curiosean entre los puestos entoldados espigando los trapos entre los montones de ropa o buscándolos entre los que cuelgan y flamean de las perchas de los tenderetes, y que me impiden ver a la chica aquélla a la que venía buscando porque si la encuentro la pienso parar para decirle que me sigue gustando, y mucho, porque es inteligente, posesiva y dulce, muy dulce. Y además no suele tener ningún recato para mostrar sus sentimientos, ninguno, e incluso le quitaba a los demás el miedo a revelar los suyos porque cuando a ella le recomendaron usar gafas y se echó a llorar porque se veía mal con ellas, tú le dijiste que sí, que quizás ella creyera que no le quedaban bien, pero que tú eras un pervertido que se excitaba al ver a las mujeres con gafas y que se las debería poner incluso cuan179 Entretiempo do hicierais el amor porque a ti te excitaban mucho, muchísimo, verla desnuda con ellas puestas. Porque era cierto. Y porque se lo piensas volver a decir en cuanto la veas, si la ves, que parece que no, porque creo recordar que había ya recorrido la mayor parte de las calles adyacentes a la Plaza de los Toros en las que se sitúa el mercadillo semanal y no la había visto entre la concurrencia que abarrotaba calles y puestos, por lo que decidí regresar al hotel para darme una ducha y bajar luego al comedor para pedir el menú del día que había visto anunciado en el tablón de la entrada. A saber: sopa de cebolla de primero y Pebre de segundo, por ser un plato más pesado que se cuece con cordero y se acompaña de pimientos verdes y tomates fritos. ¿De postre? Sí, melocotón de Cieza y café cortado, gracias, le he dicho al camarero una vez que he dado cuenta de la comida y que me he dispuesto a ordenar los apuntes que tenía recopilados, antes de salir de nuevo a currarme la información porque lo de Juan Carmelo del Carmelo no estaba nada claro. Y queda mucho por desarrebujar, me he rumiado mientras bajo del hotel por el camino del Maripinar para cruzar el Puente de Hierro, subir por la calle conocida como Bajada al Puente y acceder al Rincón de los Pinos; una replaceta en la que confluyen las mayor parte de las calles de un casco antiguo que según cuentan las crónicas, fue el origen de la actual ciudad allá por los finales del siglo XIII, cuando el abandono de la población musulmana de la ciudad de Siyâsa, acarreó una nueva repoblación cristiana que prefirió asentarse en esta parte del río en detrimento de la antigua Siyâsa de lo alto de la montaña. Un pequeño casco viejo que recorro por sus adoquinadas calzadas y unas estrechas aceras de las que te has de 180 Antonio F. Marín bajar si viene otra persona para dejarla pasar y seguir por ellas al amparo de la sombra de los balcones forjados en hierro de los que cuelgan las persianas de madera, según veo cuando me voy parando para contemplar los portones de madera con aldabas, más grandes o más pequeños según los posibles de la familia que habita las casas y que voy comparando mientras sigo por la calle que se conoce por Larga y que conduce al barrio más moderno que se abre a escuadra y cartabón más allá de la explanada de la Esquina del Convento, donde precisamente me he encontrado poco después con Angelino «el cabra» que viene por la calle con el pantalón abrochado hasta los sobacos y haciendo la trompetilla con un matasuegras, pues Angelino el Cabra suele tocar el pito por las calles, los plenos municipales y las misas de las iglesias. Angelino el Cabra es muy célebre en el pueblo porque cuando viene la televisión a cubrir alguna información, se asoma a las cámaras para trompetear con el matasuegras y saludar a todo el mundo agitando vehemente la mano, porque a Angelino le gusta mucho saludar y por eso cuando se ha parado frente a mí, se ha subido el pantalón y me ha ofrecido la mano para que se la apriete. - Mi barrio no se expande, mi barrio no se expande me ha dicho sonriendo alborozado mientras me la aprieta. Claro, Angelino, tú barrio no se expande y nunca se expandirá, he convenido con él antes de despedirme con premura porque he visto venir a María, la preciosa niña de 19 añitos que ya conocía de la biblioteca y que me ha sonreído con el radiante hoyuelo de su sonrisa que he valorado en su justa medida, pues cuando ha pasado me he vuelto 181 Entretiempo para ver cómo se aleja desenvuelta con un ligero traje que le cae como una tela de agua sobres sus amplias caderas y que perfila y realza sus recios muslazos y sus protuberantes pantorrillas que le transmiten una soberbia firmeza al andar, al clavar el tacón, mientras bambolea su hermoso culo que me distrae, y mucho, del menester que me traía entre manos. Y no puedo atolondrarme. No es conveniente, porque además puede que la otra chica me vuelva a pillar mirándola y no es cuestión de enfadarla más todavía, por lo que he optado por encender la radio para abstraerme en el trabajo y ponerme al día de lo que va aconteciendo que es mucho, según parece, porque Estados Unidos y Rusia han acordado acabar con los arsenales heredados de la guerra fría y van a desmantelar unas 9.000 cabezas nucleares de los misiles de largo alcance en un acuerdo que nos parece una empírea hazaña de mucho laurel si consideramos que esta gentil reducción no es debida a que se haya puesto de moda la causa pacifista o por mor de la desaparición de la guerra fría, sino porque ambos países van a artillarse en su lugar con pequeñas bombas atómicas de uso táctico; las pequeñas bombas de bolsillo que permiten darle al gatillo nuclear con más alegría, con mayor locuacidad ante países pequeños sin ningún efecto secundario para los grandes. Todo un avance. Seguimos progresando, claro, aunque no se atreverán a volar el planeta de una vez, como soñamos los anarcorománticos para darnos la oportunidad de construirlo todo de nuevo. Igual de mal. O peor. Porque «otro mundo es posible», desde luego, según había leído en un cartel de la organización católica Manos Unidas. Y ojalá que lo fuera, aunque ya fue posible cuando los emigrantes europeos huyeron de la corrompida Europa y 182 Antonio F. Marín arribaron en el Mayflowers al nuevo mundo de América del Norte, al nuevo país que empezaron a construir de nuevo y donde volvieron a caer en los mismos vicios de los que huían, o peores, sabe usted, porque exterminaron a los indios, ocuparon sus tierras, instauraron la pena de muerte, legalizaron la venta de armas, ejecutaron a niños deficientes en la silla eléctrica y terminaron por no adherirse al Tribunal Penal Internacional, suma y sigue, porque resulta que EEUU es consecuencia de otro mundo posible como también lo fue la Cuba comunista de Fidel Castro donde se empezó luchando contra una despreciable dictadura con un proyecto de dignidad a través de la educación, la sanidad y la cultura, pero donde se acabó en otra repugnante dictadura en la que esclavizaron al pueblo, exiliaron a un tercio de la población, encarcelaron y ejecutaron a los disidentes, reprimieron a los escritores, persiguieron a los homosexuales, quemaron libros y fusilaron a los que no pensaban como ellos en su otro mundo posible que no es posible con los actuales inquilinos, con estos seres humanos tal y como somos, porque aunque uno sueñe con la anarquía como fin de la historia, también se ve forzado a reconocer que a ella hay que acercarse de puntillas después de haberte cultivado. De uno en uno, y sin aglomeraciones, ni empujones, porque un borrego, más un borrego, más otro borrego resulta una manada, un partido, una Iglesia, una peña futbolera o un pepito de ternera, ya puestos, pero nunca un proyecto social utópico serio. Y entonces… …y entonces será mejor sintonizar otra emisora local para ver si sabían algo nuevo de la muerte de Juan Carmelo del Carmelo, aunque tras recorrer el dial sólo he al183 Entretiempo canzado a saber que se ha convocado el Certamen Internacional de Pintura «Toledo Puche» que homenajea al brillante pintor local. O que el Cabo Machichaco seguía encaramándose al Cabecico Raya sin hacer caso a los requerimientos de los policías locales que se acercaban al lugar para conminarlo a que desista. - Machichaco baja, que tú mujer te llama para que comas. - Sí, pero yo declaro el cabezo independiente. - Sí, y con elevalunas eléctrico. Eso dicen que dice, antes de pasar a informarnos de que la autopsia de Juan Carmelo había revelado que murió ahogado tras caer al agua porque presentaba el llamado hongo de espuma; unas segregaciones blanquecinas que se forman en los pulmones por la mezcla de agua y aire que se expulsa por la boca y la nariz en el momento del óbito y que, según los expertos, es un síntoma evidente de que falleció ahogado y de que estaba vivo cuando entró en el agua. Aunque no se había podido determinar si se había caído al río debido a un accidente, si había sido empujado o se había tirado para acabar con su vida. Sólo se tenía la certidumbre que había caído vivo al agua, por lo se había aconsejado que se realizara otra autopsia para desentrañar más la cuestión. Nada más. Que no es poco, porque descartaba que lo hubieran matado antes de caer al río, eso ya es seguro, he concluido más tranquilo mientras busco un lugar abierto y refrigerado donde buscar cobijo y tomar un tentempié pues por estas calendas las calles andan a la solana sin que nadie tenga a bien personarse pues huelga la comparecencia cuando ni la Justicia cita y el calor brilla 184 Antonio F. Marín y se escurre por el asfalto quemándote el culo si te sientas en unos bancos públicos en los que no me siento, desde luego, porque he visto venir al coche fúnebre La voz de los ángeles que pregona por sus altavoces que ha fallecido Javier Permanganato Potásico (el escritor que había cruzado en la barca), y que su entierro se verificará, Dios mediante, esta tarde a las cinco en la Iglesia de San Juan Bosco. ¿A qué hora?, ¿a qué hora?, inquiere aporreando el capó Pascual López Arruche, el Agonías, un vecino que recorre todos los días los rincones en los que se pegan las esquelas de papel publicitando los fallecimientos del día para anotarlos en una pequeña libreta y acudir a ellos por la tarde con el fin de dar el preceptivo pésame y verificar que, efectivamente, «no semos naide» porque el finado era muy buena persona que incluso pagaba todas las multas. Así que me he alejado del corrillo que se apretuja alrededor del coche porque me he fijado en unos tipos que parece que se encastillan en lo suyo de ocultar con celo una tela roja y amarilla bajo el brazo mientras caminan sigilosos por la acera mirando a un lado y al otro hasta que se paran, cuchichean, vuelven a mirar a un lado, y al otro, y entran con cautela en un portal en una actitud muy chocante, se recela uno, porque deben de ser novilleros de aquéllos que conspiran para hacer la luna, para lidiar clandestinos con algún toro por las fincas de más al Norte, allende las tierras de Albacete. Eso me he supuesto mientras decido acercarme a picar algo y posponer la visita al alcalde para el día siguiente. Aunque antes será mejor que me aleje de la tremolina del coche fúnebre, ya digo, sonriendo mucho a todos para pasar desapercibido y que no te vengan con pejigueras o murgas que no te competen, que 185 Entretiempo no son de tu jurisdicción, mientras sigues sonriendo mucho hasta que la risa se acartone en careta y te hagas invisible cuando pasas entre ellos, llegas a la Plaza de España y te detienes frente a la Casa de Anaya, que me ha llamado la atención pues sabía que databa de principios del siglo XX con su característico techo a dos aguas, sus ventanas en forma de pentágonos rectangulares terminados en pico y su mirador de estilo Gaudí con trozos de azulejos que asoma por encima de la verja que acota el jardín de la entrada y que le da al conjunto un encanto arquitectónico muy especial, pues parece la casa de un cuento de los hermanos Andersen o Grin de aquéllos que nos cautivaron en la infancia y que hoy en día, ya de mayor, aún sigo admirando mientras la observo desde la acera y me ladeo para dejar pasar a las ninfas adolescentes que han salido de casa todavía escurridas de la ducha, y con el ombligo al aíre, para sentarse por los bancos de mármol y cuchichear entre ellas frente a unos niños con los pelos erizados de gomina que parece que se zafan para sentarse al lado de la chica que les gusta; aunque ellas se levanten alborozadas para jugar al tú le gustas a ella, a mí me gusta aquél, y vuelta a empezar, mientras por el centro de la glorieta los más pequeños patean el balón, patinan o corren entre las mesas de la terraza en la que sus atildadas mamas se acomodan con las amigas para tomar el fresco y pasar la tarde por esta amplia plaza por la que he dado algunas vueltas sin encontrarla a ella. Ni por aquí, ni por el bulevar del Paseo, al que poco después he acudido por ver si la encontraba entre las jóvenes mamas que han sacado a pasear en cochecito a sus bebés o entre los jubilados que pasean con la cabeza gacha y las manos cogidas sobre la espalda, cuando no se sientan en 186 Antonio F. Marín corrillos por los bancos discutiendo de fútbol o de política (del importe de la pensión), según deduzco cuando paso junto a ellos y apuro el paso hacia la explanada de la Esquina del Convento porque de pronto, oh cielos, creo haberla visto sentada un banco frente a los juzgados pues aquella chica que se ve de espaldas hablando por el móvil con el pelito negro muy corto, le da un aire a ella, aunque si no se vuelve no podré saberlo y entonces… …y entonces será mejor que me esconda tras la columna mural del pintor de José Lucas desde donde puedo asomarme sin ser visto porque prefiero que no se vuelva, si se vuelve, que no se vuelve, ni se volverá, porque cuando me he asomado de nuevo he visto que se ha marchado, joder, joder, digo, córcholis, córcholis, y la he vuelto a perder, otra vez, precisamente cuando la tarde se desvanece, y apaga, y los vecinos suben las persianas y van sacando las sillas a las aceras para esperar a que llegue la fresca mientras saludan al que viene, buenas noches tenga usted, y te despiden con un adiós, adiós, cuando pasas por su saldo de vuelta al hotel pues es mejor descansar, cenar, ordenar un poco los papeles y dormir, principalmente dormir, porque al día siguiente tendría que madrugar si quería acudir pronto a la puerta de los juzgados por si ella volvía por allí pues esta vez me voy a atrever, seguro, me he dicho, y digo, al día siguiente mientras me acicalo para bajar a desayunar y me dispongo poco después a subir a la ciudad por el camino que contonea el Muro; la muralla cristiana que fue edificada sobre la barbacana de la antigua fortaleza medieval, por donde se alza la ermita del patrón San Bartolomé paredaña a la Casa de la Encomienda. Una ermita desde la que se exorcizaban las tormentas y se bende187 Entretiempo cía la vega del río Segura que abajo florece atiborrada de frutas cubriendo de verde el ocre sequedal del paisaje que uno admira una vez más, mientras subo por el camino que circunda la muralla y sobrepaso a unos jóvenes que por su pinta informal supongo que son los que han venido para participar en el Campo de Trabajo que se había organizado para investigar los orígenes e historia del poblado árabe de Medina Siyâsa y que ahora deben de venir del albergue en el que se hospedan junto al Molino Teodoro, pues el proyecto también incluía la visita cultural a los yacimientos paleolíticos del Barranco de los Grajos, los neolíticos de La Serreta y una visita a un reducido casco histórico por el que poco después aparezco campante pues me alegra que vayan a trabajar en las ruinas islámicas medievales ya que tenía noticias de que eran un monumento excepcional con más de 250 viviendas todavía sin excavar. Eso espero, al menos, me he dicho mientras sigo hacia el bulevar del Paseo para esperar a que ella aparezca de nuevo, si aparece, que por el momento parece que no porque sólo veo algunos jubilados sentados por los bancos y a Antonio Montiel, el Monti (y señora), que se agachan sobre un carrito de bebé pues parece que en mi ausencia y mientras uno andaba por ahí pindongueando de ningún sitio a ningún sitio y formulándome preguntas del jaez aquél de si la vida tiene sentido o por qué todos los vecinos viven en el quinto, ellos se habían divertido en otros menesteres más propios como tener una preciosa niña, Amparo Pilar, que llora cuando me asomo, como es natural, porque los niños a esa edad lloran mucho y no sueles saber por qué lo hacen, pues si una mujer ya crecidita se echa a llorar tienes la infalible convicción de que es por188 Antonio F. Marín que por fin ha comprendido que la talla 38 no es elástica, un suponer, pero con un bebé no sabes a qué atenerte. Pero en aquel bulevar del Paseo, decía, me he despedido de Antonio y Amparo, agradeciéndole su ayuda pues en mi anterior visita me había facilitado una información muy precisa sobre la Chinica del Argaz. Aunque lo que me apura ahora no es averiguar el entresijo sobre el tesoro bajo la piedra, sino buscar a mi niña por los bancos ubicados frente al Juzgado a los que me he acercado de nuevo para ver que sí ha venido, oh cielos, aunque no pueda arrimarme porque no está sola, sino acompañada por sus amigas que se sientan en el banco junto a ella y con las que charla muy animada. Y entonces… …y entonces es mejor aguardar a que se quede sola y en el entretiempo esconderme tras un monolito pictórico de los que jalonan el bulevar para acechar a hurtadillas y poder verla pues parece que sigue siendo exquisita hasta en los más pequeños detalles pues juega con el zapato en la punta del pie aguantándolo sólo con los dedos, mientras lo balancea en ese gesto tan femenino que muy pocas mujeres saber hacer con una calculada dejadez, pero también con una refinada distinción pues ella lo sujeta y baila con la punta del pie para que el zapato de alto tacón cuelgue mientras deja el resto desnudo, al aire, y sigue balanceándolo y jugando con él hasta que de pronto pone el colofón al maravilloso espectáculo al cogerlo para ponérselo y levantarse del banco pues parece que ella y sus amigas se marchan, maldita sea, cuando estaba en lo mejor; en una genuina escena fetichista «shoe dangling». Así que uno la sigue a lo lejos, aún a riesgo de perderla si se mete entre la concurrencia congregada frente a la puerta de la Iglesia fran189 Entretiempo ciscana que parece que espera a que salga una boda pues veo ristras de tracas por el suelo y todos ellos aparentan muy figurines con ropas que parecen recién sacadas del escaparate de Tejidos Amianto. Pero cuando he cruzado entre ellos he visto, maldita sea, que la he perdido, que no está, y que no puedo plantarme frente a ella para decirle… para decirle poco, sabe usted, porque creo recordar que he vuelto al Paseo para sentarme en un banco y plantearme qué hacer. Nada. Esperar un mejor momento y aprovechar entretanto para encender la radio y averiguar, al menos, si sabían algo nuevo sobre la muerte de Juan Carmelo del Carmelo que parece que no, porque tras revolver entre varias emisoras sólo he podido confirmar que el grupo de senderismo El Portazgo había organizado una macha nocturna por las sierras de la comarca. Nada más. No añaden nada más, excepto que se seguía investigando el accidente del tren al que podría haber subido Juan Carmelo, pero todavía no se conocía la identidad de los dos pasajeros que faltaban al no haber concluido el estudio dental y la prueba de ADN que se estaban realizando a los restos encontrados en los vagones carbonizados. Así que aún no se había podido precisar si los dos pasajeros que faltaban habían bajado en alguna estación o se habían evaporado por las altas temperaturas, tal y como había ocurrido con las víctimas de las Torres Gemelas de Nueva York. Nada más. No puedo averiguar nada más y he cabeceado y apagado la radio, porque me malicio que si faltan dos viajeros por localizar en el tren al que precisamente había subido Juan Carmelo, quedan aún muchas incógnitas por resolver que convendría apuntar en la libreta de trabajo para su posterior esclarecimiento: 1º Confirmar definitivamente si era 190 Antonio F. Marín el mismo tren al que había subido Juan Carmelo. 2º. Si eso era cierto, debería estudiar la posibilidad de que los dos viajeros que faltaban se hubieran bajado en algún punto del trayecto. 3º. Y en ese supuesto, debería indagar cómo es posible que Juan Carmelo del Carmelo hubiera aparecido muerto en el río Segura, unos cuantos kilómetros aguas abajo. Dudas, sí, que estoy dispuesto a esclarecer, si puedo, cambiando de emisora a esta otra en la que se nos notician las primicias culturales que se avecinan pues se ha estrenado una película que aborda la rehabilitación de un tipo que tras matar a tres ciudadanos (un policía, un guardia civil y un empresario), parece que se porta muy bien, ha cambiado de actitud, le manda flores a su mamá el Día de la Madre y sueña con formar una familia y todo; en una actitud que nos parece muy encomiable, claro, aunque también nos parezca digna de aclamación la actitud de todos esos millones de marginados que se rehabilitan todos los días limpiando la mierda de los servicios públicos y que también tienen su plausible benemerencia. Y su película. Aunque no hayan matado a nadie. Porque es cierto que la delincuencia es consecuencia de la falta de educación y del desprecio de la sociedad y que, por tanto, hay que estudiar las causas del delito para redimir al delincuente; pero también cabría sopesar, mi querido Juan Jacobo, qué le hizo la sociedad a Hitler, Videla, Stalin, Pinochet o Pol Pot para que fueran tan criminales, porque todos estos verdugos dictadorzuelos fueron a la escuela (Pol Pot cursó estudios en Paris). Y todos ellos gustaban mucho de la erudición y el discurrir metafísico hasta el punto de eran unos furibundos kantianos que siempre obraban como si la máxi191 Entretiempo ma de su acción pudiera ser convertida en ley universal. Y de hecho consiguieron imponer su acción a los demás como si fuera una ley universal. Y entonces … …y entonces mejor que no pienses jamás en convertir tus acciones en ley universal, por favor, estate quietecito con tus acciones y cuídate mucho de ejecutarlas porque se te ve perniciosamente kantiano. Muy kantiano, se piensa uno mientras decido volver al hotel para picar algo si llego a tiempo de encontrar la cocina abierta, que no lo está, es muy pronto, por lo que he tapeado «chapeo de pimientos» en la cafetería mientras advierto por los ventanales que empieza a llover, tormenta de verano, pasajera, pero que me obliga a esperar a que escampe para bajar de nuevo al pueblo y contemplar el remojado paisaje con sabor a huerta recién regada que remiro maravillado desde el Puente de Hierro antes de subir a un barrio antiguo en el que aún se sacan las macetas a la acera para que se mojen con el agua de lluvia, según veo al pasar. Y donde aún se cocina a perol y fuego lento, pues me ha llegado un delicioso aroma que me trae a la boca el sabor de la gachamiga blanda; ese plato típico al que se suele recurrir cuando llueve y que se cocina con harina, agua, aceite, ajos y ñoras, hasta que se consigue una especie de tortilla blanda cocida por dentro y dorada por fuera que se sirve caliente en los días de lluvia. Una gachamiga que he vuelto a saborear, a lo hondo, antes de percatarme de que por la estrecha calle acaban de aparecer Genaro y Bonifacio; dos vecinos jubilados que salen todos los días a tomarse los vinos, de uno en uno, pues se beben sólo uno en cada bar para que el cuerpo aguante hasta la hora de comer, o de cenar, ya que ellos acometen la ronda muy temprano, cuando salen a la calle 192 Antonio F. Marín bien planchados y aseados pues Genaro suele lucir gorra española con visera de color blanco y la camisa holgada que le rebosa el pantalón; mientras que Bonifacio que es alto, casi larguirucho, se atavía con un blusón azul claro y zapatos de rejilla con los que da unas largas zancadas camino del primer bar de la ronda, pongamos que el bar California del bulevar del Paseo, si no se tiene que parar para volverse y esperar a que Genaro llegue a su lado a fin de comentarle que lo de Juan Carmelo no tiene buena pinta pues parece que todo se debe a los celos de Pajolero Repajolerito que se hablaba con la misma mujer que él, pues además andaban por medio cuestiones de dinero por una venta de tierras. O sea, mala cosa, según concluye Bonifacio cuando pasa a mi lado junto a Genaro, adiós, adiós, y yo avivo el paso para acercarme a los juzgados a los que he llegado poco después con el afán de encontrarme con mi niña si aparece, que no aparece, ni aparecerá, por más que mire el reloj porque no viene, ni ha venido, ni vendrá y, entonces, claro, te sientes contrariado porque echas de menos su meloso y posesivo celo que te hacía sentirte querido, muy querido, como aquella vez que quisiste besarla, apartó la cara y besaste el aíre. ¿Besos al aire? Pero qué le pasa. Nada, no le pasa nada. Y le vuelves a coger la barbilla de su preciosa carita de niña pecosa con el pelo cortito estilo Valentina de Guido Crepax, pero ella vuelve a apartarse y tú no sabes por qué. Nada, no le pasa nada. ¿Nada? Nada. Y te separas, la vuelves a mirar y ves como se pasa un dedo bajo los ojos. Parece que llora. Y te acercas y le pides perdón, aunque no sabes por qué. Por nada, no es nada, pero es que en la cafetería te ha visto besar a una amiga suya. Sí, pero sólo era un beso en la 193 Entretiempo mejilla para felicitarla por su cumpleaños. Es igual, no quiere que te bese ninguna otra mujer. Y tú, claro, aceptas encantado y le prometes que no volverá a ocurrir, pues te sientes orgulloso de que ninguna otra mujer te bese porque eres o quieres ser sólo suyo. ¿De verdad? Sí, de verdad, le has dicho antes de abrazarla y de darle un tierno beso en los labios que ella ahora corresponde llevando su mano a tu nuca y apretando sus labios húmedos con los tuyos para besarte melosa, muy melosa. Olía tan bien. Pero en El Argaz, decía, he limpiado con la manga el vaho de los recuerdos y me he asomado al pedestre adoquinado de la calle porque por mi lado ha pasado de repente un coche fúnebre que pregona por su megafonía estridente el próximo entierro de Flaviano Frutos Capilla; aquél tipo al que había cruzado en la barca en el Menjú y que ha muerto de repente, «de un aire», según comentan a mi lado, mientras veo venir a Heliodoro Rodríguez con cara de querer pararse y pararme, claro, porque me para y me afea que algunos tengamos tanto miedo a la muerte que nos inventamos dioses y esperanzas para apaciguar esos miedos; un reproche sin mucho tino, Heliodoro, porque cabría preguntarse por qué el hombre sabe que va a morir y los animales no. Porque es racional ¿Y por qué es racional? Porque ha evolucionado de animal irracional a animal racional. Pues es un viaje muy extraño, Heliodoro, porque va de lo irracional originario a lo racional evolucionado, para volver a lo irracional de no anhelar nada como los animales, pero esta vez mediante la razón. Parece extraño. Pocas alforjas para tan largo viaje, aunque sí, pero no, arguye él, porque si tú asistes a un campo de fútbol o a una reunión de la comunidad de vecinos puedes comprobar lo 194 Antonio F. Marín «magnífica» que es la obra de Dios, que es un argumento muy peligroso, Heliodoro, porque al ver a esos vecinos también puedes perder la fe en la democracia tal y como argumentan todos los dictadores antes de dar el golpe de estado, vade retro, Satanás, digo, empate técnico a los puntos para in sécula seculórum, amén, que pase el siguiente, por favor, porque yo no estoy para más calandracas y me marcho de aquí, adiós, adiós, hacía la Plaza Mayor por ver si allí consigo entrevistarme con el alcalde si no está ocupado, que parece que si lo debe de estar porque al llegar a las calles aledañas me he tenido que parar detrás de un tropel de vecinos que taponan el acceso a la plaza y que me empujan hacia dentro del recinto en el que he tenido que buscarme un hueco para averiguar la causa de semejante zaragata, pues por las bocacalles sigue afluyendo más gente que se va apretujando bulliciosa ante el Ayuntamiento, esperando quizás que aparezca el esclarecido protagonista de la efemérides ya que por el balcón del consistorio asoma de vez en vez en cuando algún concejal, algún que otro guardasellos y significados personajes del lugar como Nicanor Tocando el Tambor que retumba con el bombo desde lo alto, mientras que un servidor porfía por impedir que los envites de los de atrás me arrimen contra los de delante y, más en particular, contra el hermosísimo culo de una morenaza que se refriega sobre mí mientras estiro el cuello por encima del gentío para saber qué sucede, que no lo sé, porque la concurrencia salta, agita unos trozos de telas pintados en vivos colores y se acompaña de pitos y trompetas, mientras botan y se bandean acompasados con ese alborozo festivo que sólo se suele vivir en aquéllas señaladas fechas en las que el pueblo se vincula solidario en una mani195 Entretiempo festación de fervor que vibra en loor de unanimidad, de pertenencia a un mismo anhelo compartido cuando los sentimientos sobrepasan al individuo y se engarzan en ese acervo común que ofrece la historia señera en un marco indescriptible e incomparable, pues de repente se inicia un murmullo que se acompasa al unísono y que se va expandiendo entre la muchedumbre como una brisa que se trasforma de pronto en un cántico que ya es coreado por la concurrencia conforme se va cogiendo la cadencia, la rima, la cantinela que los enardece y emociona porque los hace copartícipes del devenir histórico. - Oé, oé, oé, oéee -corean. - ¡Sí, sí, sí!; ¡la copa ya está aquí!-cantan. ¿La Copa? Sí, la copa que acaba de ganar el quipo de fútbol porque «semos campeones», nos aclara Tiburcio Pérez Gallardo, líder de la peña local El Ajoporro, que canta, salta y grita ante mi estupor porque no sabía nada, no se me había notificado por dónde hilaba el devenir histórico y vivía en una garrafal ignorancia, joder, que no me entero de nada, he exclamado mientras me planteo marcharme de allí porque no siento empatía con semejante «unión de lazos entrañables», y porque los apretujones de la gente me siguen arrimando contra el hermoso culo de la moza de delante a riesgo de ponerme en evidencia pues tras percatarse ella de la dureza, estiramiento y consistencia de mi entrepierna, se ha debido de sentir honrada por las consecuencias de su protuberante hermosura y ha aprovechado trapacera los empujones de la concurrencia para echarse aún más para atrás, sacar más el culo y refregarse más fuerte sobre mí abultada bragadura en una eventualidad que no 196 Antonio F. Marín tendría mayor relevancia si la muy indecente no hubiera seguido gloriándose por los efectos que producen sus sucesivos restregones y no se hubiera vuelto además para sonreírme con una radiante sonrisa digna de ser celebrada con el debido alborozo y las oportunas albricias, en el supuesto, claro, de que el mozo que está su lado no fuera, o fuese, su novio formal, o prometido, pues se ha vuelto muy trastornado y sañudo para ofrecerme una deshonesta invitación para vernos en algún recóndito lugar menos concurrido que uno, por supuesto, no está dispuesto a corresponder, claro, porque mi madre me dijo cuando era pequeño que no me fuera nunca con desconocidos. Y mucho menos con tipos que deben de estar aquejados de alguna extraña enfermedad tropical pues echan espumarajos por la boca. Y entonces… …y entonces, claro, lo siento, pero es mejor que siga mi camino porque después de todo la chica tenía pinta de ser de esas cursiprogres, Sexo en Nueva York, que se enjuagan con Listerine antes de chupártela. Y a un servidor, además, no le emocionan mucho esos aleluyas tribales pues uno es un triste imbécil, un renglón torcido de Dios, que huye de estas fraternidades tribales en loor de multitud y prefiere, por tanto, marcharse hacia el hotel donde poco después he dado parte, cuenta y razón de un exquisito plato de coles fritas y de un delicioso estofado de cordero y patatas al vapor con laurel, que son platos típicos del Argaz. Un pueblo donde todavía pasa el afilador de cuchillos, navajas y tijeras atronando con el altavoz que ata en el manillar de la moto, según he visto poco después cuando he vuelto al pueblo dispuesto a buscar a mi niña, a encontrarme con ella pues la añoro y echo de menos su fervor 197 Entretiempo meloso y posesivo cuando me invitaba a la capital para pasar la tarde y ella se metía en su habitación y dejaba la puerta entreabierta para que atendiera al repiqueteo de sus tacones al caminar por las baldosas del suelo, mientras se demoraba yendo y viniendo, tañendo con sus tacones para hacerse oír. ¿Qué pretendía? No lo sabía, pero pronto te harías una idea porque cuando te llamó para que entraras a su cuarto sólo vestía aquél abrigo de pieles que solía lucir sobre los hombros y que tanto te impresionaba y provocaba pues se la veía preciosa en su majestad desnuda de piel con pieles. Y mucho, porque fue entonces cuando sugirió, sólo sugirió, que le gustaría que siempre que estuvieras con ella permanecieras completamente desnudo para tenerte así más accesible y poder acariciarte siempre que a ella le apeteciera. Una proposición que tu aceptaste quitándote atrabancado la ropa para sentarte a los pies de su chaiselongue y ver como ella echaba sobre el sofá el abrigo de pieles y se recostaba sobre él vestida sólo con el collar de perlas que siempre solía lucir, y luce, cuando la miras embelesado mientras yace repantigada con esa elegancia y belleza natural que acentúa el contraste de su desnuda piel con la del abrigo sobre el que se ha recostado para estar más cómoda, según dice, aunque tú sepas que es una añazaga para mantenerte encandilado a ella, a la bellísima estampa que ves al recorrer las pieles y el triángulo natural de su monte de Venus en el que más abajo aparece recortada y nítida la rajita de su sexo que no dejas de admirar, pasmado, porque se la ve imponente mientras permanece allí echada sobre su chaiselongue con la respiración pausada que sube y baja las oscuras aureolas de sus pezones. Preciosa. Inmortal, o al menos presta para eternizarla 198 Antonio F. Marín en una glamourosa y vintage foto de Helmut Newton en la que os veríais tal y como estáis; tal y como te ves desnudo en el espejo de enfrente con la cadenita de oro en el cuello que ella te había regalado y con la marca en la nalga derecha que luces orgulloso porque era su deseo, su capricho, pues te había insinuado que le gustaría verte con ella, con una marca tatuada que representaba sus iniciales entrelazadas dentro de un círculo como los de los antiguos sellos de los anillos, para poder mirarla y acariciarla con sus dedos mientras hacíais el amor. Y que cuando vayas a la ducha en el gimnasio todos puedan saber que eres mío y me sienta así orgullosa de ti en público, delante de todos, añadió. Y tú asentiste complacido y te emocionaste cuando ella te cogió de la mano y te llevó a un profesional para que te tatuara su marca en el glúteo porque te sentías, y te sientes, muy honrado de llevarla y exhibirla pues aún la llevas dibujada indeleble en la nalga, bajo el pantalón, y casi la sientes ahí marcada mientras subes por el camino que circunda el Balcón del Muro de El Argaz y te preguntas sonrojado cuántos hombres que anduvieron enamorados anteriormente de ella habrían accedido a su deseo e irán también marcados de por vida con sus iniciales. Con la marca de su posesión. No lo sabes. Imposible saberlo, he concluido antes de pararme junto a la muralla para mirar los pájaros que entran y salen de los nidos que ocupan en los huecos de las grandes piedras y bloques que forman parte de esta antigua fortaleza del siglo XV por la que me acerco a un casco antiguo en el que todavía se cuelgan los pimientos a secar en balcones y ventanas. Al menos eso he visto mientras enciendo la radio para oír las últimas noticias y me doy con un grupo español que cantan algo que se 199 Entretiempo asemeja a un rap, eso dicen, y que me sabe igual de estrafalario que ver bailar flamenco a un japonés. Y entonces mejor paso a esta otra emisora en la que se nos avisa de que prosiguen las movilizaciones para conseguir que el 0,7% de los presupuestos públicos se dediquen a los países subdesarrollados; una cantidad que a uno le parece poco, muy poco, y que algún día se aumentará con creces aunque no sea debida a un estricto sentido de la justicia, sino porque se necesitará que ellos prosperen y tengan dinero para que puedan comprar nuestros espejitos mágicos tecnológicos pues un pobre no hace gasto, no consume, no adquiere nuestro menaje post-industrial que gentilmente les pasaremos a la venta en asequibles créditos. Por ejemplo está hermosa cama (anunciada en TV), en la que podrás descansar más para ir rozagante al trabajo y que puedas así trabajar más para ganar más y poder comprarte una cama mejor en la que descansar más para ganar más, ahorrar más y poder adquirir la última proeza de la investigación tecnológica; el maravilloso Parabounce que te permite flotar pues sólo hay que engancharse a un globo de seis metros de diámetro cargado con la cantidad justa de helio. Un invento que es capaz de hacer flotar a una persona como una pluma durante varios minutos, gracias a un sistema de arneses a los que se engancha el usuario y que le permite flotar tan plácido y campante. - ¿Qué haces por ahí arriba, Melquiades José? - Floto. - Pues cuando te cases de flotar, baja que tenemos que ir a pagar el impuesto del alcantarillado. Porque la sociedad de consumo vela por usted, por 200 Antonio F. Marín su bienestar, por su salud y su equilibrio emocional, y ya hemos diseñado el Parabounce 1b (mucho mejor que el 1a), pues dispone del dispositivo Westermech que le permite flotar y oír música al socaire del vaivén del globo y que es más wonderfull handerfull que los anteriores pues éste tiene manguitos policromados de acetato sódico que hemos pergeñado para usted en nuestras diligentes factorías industriales de tan acreditada eficiencia como las de la multinacional americana Lear Corporation, por ejemplo, que según nos dicen ahora acaba de cerrar su fábrica en Lleida para trasladar la producción a Polonia en busca de costes laborales más baratos, provocando que 1.280 trabajadores queden en la calle y que los sindicatos hayan convocado movilizaciones de protesta porque consideran que la decisión es un «atentado contra los trabajadores». Los sindicatos de Polonia, país que va a recibir la fábrica, no han dicho nada al respecto. Así que uno también calla, apaga la radio y aviva el paso pues están al caer los resultados de la autopsia de Juan Carmelo, y quería tomar un café y aprovechar para enterarme de ellos en los informativos de la televisión de algún bar, este mismo de aquí, donde me he sentado al fondo para mirar con más calma la televisión y pedir algo, ¿qué?, pues sí, un café cortado y agua mineral sin gas que no está uno para burbujas, digo para muchos respingos, alcoholes, cervezas y vivas a la República, porque a un servidor le trae mucho resabio el recuerdo de aquellos días de alcohol, porros, anfetas, tripis, speed y demás calmantes vitaminados de la desesperación, en los que había que buscar ya de mañana una discoteca que acabe de abrir o que esté próxima a cerrar, para poder estar a solas en la pista de baile dando vueltas con la 201 Entretiempo música de Talking in Your Sleep de The Romantics, o el My Bag de Lloyd Cole si puede ser, que si no, me vale el Walk Away de The Game, gracias colega, que luego te invito, porque ahora me voy a bailar siguiendo el bajo para dar una vuelta, y otra, hasta que todo gire, pierdas la noción y no estés, no seas, y no sueñes despierto que es la peor de las pesadillas. Horrorosa, aunque en tu caso puedas servirte del atenuante de que aún estando borracho de whisky en vena, jamás has despilfarrado cientos de millones como algunos políticos…, ni has atropellado a nadie dejándolo parapléjico…, ni has corrompido la libertad de expresión poniendo tu periódico servicio del partido que gobierna…, ni has alejado un petrolero provocando un desastre ecológico…, ni has organizado un grupo armado para secuestrar terroristas…, ni has preñado a ninguna mujer en un descuido…, ni has dorado la píldora a un Gobierno para que te dejen mangonear con tus monopolios informativos…, ni te han puesto ni una sola multa de tráfico…, ni has tenido en los juzgados pleito ni querella alguna…, ni has cambiado jamás un titular a petición de un alcalde…, ni has participado en la corrupción de los partidos políticos…, ni has vendido tu pluma al cacique editor a cambio de que publique tus naderías…, ni has criticado a la Iglesia para justificar que, aunque eres de derechas, también eres moderno…, ni has sido un critico de teatro que siempre ha elogiado a las vacas sagradas y has menospreciado a los débiles que empiezan… Porque entonces... ...porque entonces quizás convendría que todos aquéllos que si lo hacen se tomaran alguna copita por ver si así atinan pues estando sobrios no se pueden perpetrar tan hazañosas hombradas, en fin, porque en la televisión de arri202 Antonio F. Marín ba nos dicen ahora que se ha convocado a los vecinos para que acudan al auditorio Aurelio Guirao a fin de participar en la constitución de la Plataforma pro Defensa del Patrimonio que pretende vindicar la recuperación de los tesoros escondidos bajo la Chinica, si los hay, con el fin de que no sean expoliados por sus propietarios ya que serían de incalculable valor para el patrimonio local no sólo por los documentos antiguos, sino también por las joyas, las monedas y demás ornamentos que forman ya parte de la tradición secular de este pueblo de El Argaz, en el que, por cierto, se sigue sin saber nada de la autopsia de Juan Carmelo, según dicen ahora, aunque en los restos de sus ropas se haya encontrado tierra que no se había disuelto con el agua y que podría revelar por dónde andaba antes de caer al río, pues la sección de edafología de la Policía Científica iba a analizar esta tierra con el fin de determinar su procedencia ayudándose de la base de datos que dispone la Cátedra de Edafología de la Facultad de Farmacia de Granada, en la que se registran los distintos tipos de tierra que hay en todas las regiones para determinar por donde anduvo Juan Carmelo del Carmelo antes de caer al río. Y es posible que lo sepan, aunque a uno se barrunte que la diferencia de tierra en unos pocos kilómetros no puede ser mucha, claro, pero como doctores tiene la Iglesia para las cosas del alma y calibres los mecánicos para las de la tierra, lo que ahora me urge es averiguar de dónde viene el río Segura en el que encontré muerto a Juan Carmelo. Y he sacado el mapa, he recorrido con el dedo el curso del río y he llegado a Calasparra, la siguiente localidad más al Norte que aparece en el papel y que también dispone de estación de tren en la misma línea que cubre el trayecto Carta203 Entretiempo gena-Chinchilla donde se estrelló el Talgo. ¿Coincidencia? No lo sé, pero Juan Carmelo podría haberse bajado en Calasparra y caer allí al río para ser después arrastrado por la corriente aguas abajo hasta el paraje del Argaz en el que lo había encontrado muerto, si no fuera porque… …si no fuera porque el trayecto es largo y tendría que haber quedado atrapado en algún recodo o en alguna presa, que es lo más lógico. Eso parece. Aunque tal vez pudiera preguntar sobre este particular a Paco Hortelano, el responsable del departamento de Argaz.net pues debido a su ocupación en la elaboración de la página web de la localidad andaba muy puesto en todas las cosas de su pueblo y podría saber si esa circunstancia era posible, que si lo es, según me dice cuando he llegado poco después a su oficina en la calle del Barco, porque aunque en el trayecto de Calasparra al Argaz hay una presa que se conoce por La Mulata, el cadáver pudo rebasarla puesto que es de laminación y si hay un aumento de caudal, las aguas saltan libremente y podrían haberlo empujado río abajo y traerlo hacia la barca del Menjú. Así que esa podría haber sido la causa que explicara el porqué de que hubiera sido visto en la estación subiendo al tren Talgo y que hubiera aparecido días después aguas abajo. Aunque no explica cómo cayó al río, le he comentado consternado, antes de despedirme de él para volver al hotel de las Delicias pues uno anda algo aperreado y entonces no, gracias, no voy a cenar, le he dicho al chico de la entrada, antes de subir a la habitación para tumbarme vestido sobre la cama y fijarme en un puntito naranja que aparece por la ventana y que, según había sabido, debía de corresponder al planeta Marte pues por estas fechas se encuentra en el punto más cercano a la Tie204 Antonio F. Marín rra, a tan solo 55 millones de kilómetros. Una magnitud que te hace ver tu menudencia y que tus congojas son ajaspajas en la inmensa oscuridad del cosmos pues sólo eres una hormiga en un planeta hormiga, de una galaxia hormiga, en ese inconmensurable sinfín del Universo que tú reduces a la cama en la que te acurrucas para ensoñarte con algún lugar soleado en el que pueda estar ella, claro, porque ahora ya sabes que aunque la felicidad es la zanahoria del ser humano y el dinero el palo que la aguanta, lo que de verdad impide disfrutarla es andar todo el tiempo preguntándote si vas a conseguir alcanzarla mientras te olvidas de vivirla, que es algo que con ella no te ocurría, porque a su lado te bastaba con mirarla a los ojos, acariciarle la mejilla, darle un beso, apoyar tu cabeza en su pecho y suspirar amartelado mientras le decías «mi vida» con mucho sentido, pues aunque para otros puede ser un lugar común muy concurrido, para ti es una verdad apodíctica porque sin ella volvías de nuevo al desasosiego de buscar algo de bar en bar que no sabes qué es, pero que crees que ocurre y que te estás perdiendo. Pero a su lado no. A su lado ocurren todas las cosas que te interesan si consigues encontrarla, claro, supongamos que al día siguiente en el que tendrías que seguir indagando sobre lo acaecido con Juan Carmelo, tendrías que procurar entrevistarme con el alcalde y tendrías que acudir al Juzgado para ver si ella aparecía por allí, que no aparece, vaya, porque cuando he llegado al banco del Paseo frente a los juzgados, no la he visto, no la veo, porque no ha venido, ni viene, por más que mire en reloj para ver que no llega, que no ha venido, porque quizás vino y se fue, o ha venido, me ha visto y no quiere verme. O quizás se ha metido en el juzgado y no ha salido 205 Entretiempo aún, maldita sea, porque la echas de menos y añoras su celo posesivo cuando antaño te miraba a los ojos, te cogía de la mano y tiraba de ti para sacarte del pub atropellando a la gente, hasta que al llegar a la calle se paraba de pronto. ¿Qué ocurre? Nada, que nos vamos. Y tú la seguías solícito aunque no supieras por qué, pues por allí no andaban sus amigas con las que ya no se trataba y no tenía motivos para enfadarse, ¿estás enfadada?, no, no lo está, pero ya te lo dirá cuando lleguéis a su habitación a la que te lleva de la mano, sin decir nada más pues parece que sigue enfadada, eso es seguro, porque una vez que habéis subido se ha sentado en la butaca y se ha cruzado de brazos. ¿Está disgustada?, no, no lo está, pero lo parece, bueno, algo, porque en la cafetería te ha mirado otra chica, lo sé, porque las mujeres sabemos cuando una tía tiene malas intenciones con tu novio, y yo lo sé y si se creen que me lo van a quitar lo llevan claro. ¿El qué? El novio, tonto, a ti, que pareces bobo. Y tú debes ser bobo, es cierto, porque te has conmovido, la has desnudado con mimo, y te has quedado dormido abrazado a ella en «cucharita», con tu pene embutido entre los glúteos de su hermoso culo. Pero en el Argaz, decía, he preferido sentarme en un banco del bulevar para esperar a ver si ella sale del juzgado mientras aprovecho para sacar el periódico y ponerme al cabo de lo que ocurre porque por esta página de aquí se nos dice que un hombre que coincidía con la descripción de Juan Carmelo se había bajado del tren en Calasparra en compañía de una mujer. ¿Una mujer? No dicen más, pero esa información corrobora la hipótesis de que se hubiera bajado del tren en esa localidad y que allí hubiera caído al río para ser arrastrado luego por las agua hasta el Menjú, 206 Antonio F. Marín algunos kilómetros aguas abajo. Es una conjetura que puede ser verosímil y que convendría ventear, dejando para después el encuentro con mi chica pues no tenía la certeza de que anduviera por los juzgados y en ese caso es más pertinente que me tomé un café para seguir luego con las pesquisas en el supuesto de que me queden perras, claro, porque cuando he buscado algo suelto por los bolsillos me he percatado, ¡maldita sea!, de que cuento con el dinero justo para no llamar la atención, y que necesito aviármelas para conseguir algunas perras que me permitan prologar mi estancia en el lugar o tendría que emplearme en otras suertes menos edificantes como escribir relatos porno para revistas eróticas o novelas del Oeste de aquéllas que se intercambian en los quioscos con seudónimos americanos que uno ya ha usado, como David Kérrigan, y que se venden a las editoriales al peso, digo a 30 euros el kilo de manuscrito. Aunque todavía no haya lugar para semejante matute, según veo, porque rebuscando por la bolsa he descubierto una tarjeta de crédito que oculto y olvido adrede para alguna inminencia y me he sentido más tranquilo mientras sigo por este Paseo y llego frente a un tipo que anda encaramado en un banco para sermonear a los vecinos que se han detenido para escucharlo, para oír lo que dice Emiliano Chacota; un vecino del que ya tenía noticias y que se suele subir a los bancos de paseos y plazas para alertar a grito pelado de los males que nos acechan. - Hay que hacer normal en la ley lo que la sociedad y la calle da por normal en la práctica -proclama abriendo los brazos. - Emiliano; bájate de ahí que te vas a hacer daño- le contesta una mujer que dice que es su vecina. 207 Entretiempo Pero tiene razón el espantanublados de Emiliano, sabe usted. Mucha razón. Aunque tendríamos que llevar cuidado con ese criterio porque no es nuevo, qué va, pues es precisamente lo que viene argumentado desde hace siglos el gobierno norteamericano para legalizar la pena de muerte y la venta libre de armas: lo pide la sociedad, entre los ciudadanos es «normal» desde el viejo Oeste y regulamos esa «normalidad» por medio de la ley, ya que lo importante es la soberanía popular que quiere armas y pena de muerte. E igual razonamiento podría argüir un partido racista que llegara al poder para ilegalizar a los inmigrantes si la soberanía popular lo pide. Que suele pedirlo, y mucho, me he supuesto mientras sigo mi camino para bajar luego por la Carreterica de Posete y llegar al Jardín del Partido, frente al Camino de Murcia, donde me he quedado mirando a los chitos que patean el balón o juegan en los balancines del parque, mientras sus mamás hacen punto, charlan, levantan la vista: «Manolito, estate quieto y no le levantes la falda a tu prima», y vuelven a bajar la vista a sus labores para seguir con su parola, porque es increíble que lo de Juan Carmelo sea por una cuestión a de faldas, según le dice la una a la otra mientras prosiguen con su cháchara sentadas en el largo banco en forma de semicírculo que se ve decorado con trocitos de azulejo y en cuyo extremo se recuesta un transeúnte que sólo se mueve para estirar la mano hacia el suelo y coger un cartón de vino que ahúcha en el suelo junto a su bagaje de manta, y cuerda, que se amontona detrás del platillo para que depositen las monedas, por favor, que le he hecho dejándole algunas que llevo sueltas para más vino, claro, porque uno también ha dado sablazos para bebérselas y sabe que él sólo busca el vicio 208 Antonio F. Marín de apaciguar la angustia, que no le duela el alma que también se desgarra, aunque no exista. O precisamente por eso, he murmurado mientras me alejo de allí para detenerme poco después junto a unos vecinos que se apelotonan ante los ventanales de la Oficina de Empleo pues según veo han colgado las listas de los desempleados agrícolas admitidos para trabajar en las faenas comunitarias durante el invierno, cuando el trabajo habitual de la fruta se acaba y una vez que pase la festividad de Todos los Santos, tengan que reengancharse a otras labores como limpieza de montes y arreglo de caminos forestales mientras esperan a que llegue la primavera y el clareo de los árboles, la poda y la recogida de frutas del año que viene, en la próxima campaña, para entonces, porque ahora lo que los arrea es saber si están incluidos en la listas que siguen mirando con atención mientras me alejo de allí y paso junto a Armandito Soplillo, un niño muy precoz que se sienta en el portal de su casa y que se dedica a soplar siempre que pasa una mujer, porque Armandito Soplillo tiene verificado por procedimientos empíricos que cuando sopla el viento a las mujeres se le levantan las faldas y se le ven las bragas; una perspectiva que se conoce que a él le da mucho gusto porque cuando pasa una chica con falda sopla mucho para levantársela y verle las braguitas. La actitud levantisca de Armandito Soplillo no sorprende a las mujeres, ni las enfada, porque incluso les hace gracia, qué gracioso es el Soplillo. Pero si ha espantado a su familia que lo han llevado a varios médicos para ver lo que le pasa. ¿No le come?, le suelen preguntar la primera vez que lo ven. No, doctor, si comer si come; lo que ocurre es que como está todo el día soplando se me ha quedado que parece una raspa. Porque chuchurri209 Entretiempo do y chupado si anda el Soplillo, según he visto cuando he pasado junto a él y he seguido hacia la biblioteca pública pues quiero indagar algo más sobre el accidente de Chinchilla y buscar luego a mi chica, si la encuentro, que parece que sí, oh cielos, porque creo haberla visto entrar en el portal de un bloque de edificios al que la he seguido sigiloso para asomarme al zaguán y ver que ha cogido el ascensor y que tendré entonces que subir de prisa por las escaleras al piso más alto para agazaparme allí y averiguar por el ruido del elevador en qué piso se ha bajado, que creo que es el segundo, y descender después con cautela hasta el rellano de esta planta para ver que entra en una vivienda y que deja la puerta entreabierta por la que me cuelo de puntillas para asomarme y fisgar cómo ella busca entre las ropas de las cajas; se supone que para cambiarse y marcharse de allí como debería hacer yo porque me va a ver, seguro, y es mejor que me esconda aquí junto al dintel de la puerta donde si me giro puedo mirar por la rendija y ver que sigue hurgando entre las cajas de cartón de embalaje en las que debe de haber traído sus ropas que todavía no ha tenido tiempo de ordenar en los armarios, porque se conoce que se va a quedar en el pueblo, suponiendo que el piso lo haya alquilado ella y no sea de alguna de sus amigas o de algún novio, cielo santo, mejor que no, por lo que uno recurre a una trampa que había aprendido en el psiquiátrico y que se fundamenta en meter papeles en el hueco de la cerradura del pestillo del botiquín (digo, de la puerta), para que cuando salga éste resbale y quede cerrada pero abierta con sólo empujarla, si ella sale, que sí va a salir porque se ha metido en el cuarto de baño, se conoce que para terminar de enlucirse y, entonces… 210 Antonio F. Marín …y entonces es mejor retroceder de puntillas, salir al rellano, subir al piso superior y esperar agazapado a que el ascensor descienda para bajar también a su piso y entrar en una vivienda que parece que todavía no ha sido ocupado pues por el suelo sólo veo algunas cajas y unas maletas abiertas que me llevan a suponer que hace poco que se ha trasladado pues todavía se ven llenas de ropa entre la que rebusco para sacar sus camisas, sus medias con talón y costura y una ropita interior que según veo es de un refinado gusto porque ella es elegante y exquisita hasta en la elección de su ropita interior; una virtud que se agradece pues uno es un fetichista confeso que se excita más con una mujer vestida que con una desnuda y, por tanto, se repapila y gloría con los satenes, las blondas, las rejillas y todos los demás churriguerescos encajes chantilly que siempre hemos admirado en la clásica revista Leg Show con los deliciosos dibujos de Eric Stanton, Bernard Montorgueil, Sardax o Bill Ward que completaban, junto a las fotos de Helmut Newton o Elmer Batters, un clásico homenaje al imaginario fetichista que era gloria bendita en papel cuché y glamouroso vintage con tacones altos, medias con costura y talón, faldas de tubo, corsés, bodystockings, bustier, medias de rejilla fina y toda esa parafernalia barroca de la liturgia fetichista con sedas, volutas, grecas, glifos, cenefas y roleos esculpidos a hilo en unas telas a las que uno siempre les ha tenido mucha devoción pues tienen mucho arte. Muchísimo. Un arte que no se pue’ aguantar. Este sí y no el de los toros. Aunque aquél pueda sea más peligroso que el de los cuernos pues es sabido que algunas mujeres con cosmética, lencería, inteligencia y tacones altos, mayormente con tacones de aguja, son capaces de rendirte 211 Entretiempo incondicionalmente tal y como hizo tu chica a la sazón, porque para gobernar a un tío a ella le sobraba hasta esa lencería que uno adora con fervor, decía, si es de ella, claro, si sabe a ella cuando ha gozado porque no es lo mismo las bragas de una tía cualquiera que las braguitas de lencería fina de tu chica recién duchada que se ha excitado al desearte y que las ha mojado con el rocío de su deseo. Por ti. Y entonces, sólo entonces…mmm…saben deliciosas, pues como ya versara Federico García Lorca: Que yo no tengo la culpa que la culpa es de la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas Pues eso. Poesía pura y sublime evocación de ella que de repente se esfumina porque has oído que han abierto la puerta de la calle y que unos tacones se acercan y se paran a tu espalda sorprendiéndote con las manos en la masa de las bragas. Qué vergüenza. Qué hacer. Nada. No haces nada, porque te quedas tieso. Estirado. Con las braguitas en la mano, sofocado y abochornado sin que te atrevas a moverte aunque no tengas motivos para sonrojarte porque ella ya te conoce y eso es precisamente lo que te inquieta: que te conozca. Y mucho. Y quizás por eso permanece callada, no dice nada. Aunque te toca en el hombro. Y cuando te vuelves azorado quieres decirle que sí, que la entiendes, pero que Cesare Pavese creía que quien no está celoso hasta de las bragas de su amada no está enamorado de verdad de ella. ¿Sí? Sí, estoy seguro, le dices 212 Antonio F. Marín justificándote sin que parezca que tal excusa sea menester porque ella te cierra la boca con un dedo, te dice que ahora tienes el original, que la tienes a ella, y te abraza y besa con una delicadeza que te estremece hasta sobrecogerte porque entre tiernos besos te dice que no le importa lo que pensaba Pavese sino lo que sientes tú, ¿yo?, sí, tú, porque tú siente algo, ¿verdad?, sí, mucho, sobre todo un gran regocijo porque ella se alegre de verte, pues no sólo que no te ha reprendido al sorprenderte trajinando con sus braguitas si no que, además, parece dispuesta a darte cariño, mucho cariño. Y algún azote en el culo si eres un niño malo, te ha susurrado ahora al oído para dejártelo todo muy claro porque quiere que la obedezcas en todo sin preguntar nunca por qué. ¿Aceptas?, sí, claro que sí, le has respondido entusiasmado porque te da igual todo con tal de estar a su lado. Y entonces ella te ha sonreído muy dulce y ha llevado su mano a tu nuca para atraerte y besarte con fruición mientras baja la mano al pantalón para cerciorarse de que estás excitado, empalmado, que lo estás, y mucho, vaya que sí. Y cuando lo verifica se aparta para sonreírte satisfecha y explicarte que se había separado de ti para darte un escarmiento porque le habías prometido que ibas a ser sólo suyo y no lo había cumplido. Había esperado a que fueras a buscarla pero no fuiste y te ha estado esperando desde entonces. Y aquí en el Argaz, añade, he visto como te escondías tras los coches y en los portales mientras me seguías como un crío inmaduro que no se atreve a dar la cara. ¿Es que te doy miedo?, te pregunta zalamera mientras mete las manos bajo el polo para pellizcarte los pezones. ¿Miedo?, no, que va. Algo, digo, mucho. Aunque ninguno, de verdad, porque lo que ocurre es precisamente lo contrario y cuando 213 Entretiempo estás a su lado es cuando no le tienes miedo a nada y eso es precisamente lo que te da miedo. ¿Lo entiendes? Sí, tonto, claro que sí, te ha respondido ellas mientras sigue rozándote los pezones con las yemas de los dedos y pellizcándotelos con delicadeza. Y entonces tú buscas sus labios para besarla porque sus caricias bajo el polo te están enardeciendo sobremanera, mucho, pero ella parece que se ha dado cuenta y saca las manos para plantarlas sobre tu pecho, apartarte y poder así mirarte a los ojos y decirte que sí, que está de acuerdo, pero que sólo serás suyo, ¿lo entiendes?, sólo mío porque no quiero que ninguna otra mujer te mire, ni que tengas placer sin mi permiso, añade muy seria mientras tú cabeceas, y cabeceas, porque sí, aceptas lo que ella quiera. Incluso que te vuelva a chupar con deleite en el cuello hasta que consigue un mayúsculo moratón que mira, repasa con la punta de los dedos y vuelve a mirar entusiasmada porque dice que quiere que lo luzcas a la vista de todos para que sea público y notorio que lo llevas. Y que así no tengan ninguna duda de que eres mío, ha añadido mientras lleva la mano a tu culo para palpar el lugar que ocupa la otra marca indeleble que también luces tatuada en la nalga. Y ante su insistencia le has vuelto a prometer que sí, que la obedecerás en todo sin preguntar nunca el porqué y le has prometido que volverías cuando acabes con el trabajo que tienes pendiente. Y has salido del piso silbando el Rock 'n' Roll de Lou Reed porque te sientes muy dichoso por haberla vuelto a encontrar. Y tan melosa, posesiva, elegante y femenina como siempre. O más aún, te dices mientras cruzas la calle y te apresuras porque has de seguir con las pesquisas de tu trabajo y ahora tienes la ilusión de volver a verla. Aunque hayas tenido que prometerle otra vez 214 Antonio F. Marín que no tendrías ningún placer sin su permiso, que guardarías tus pelotas llenas para ella, sólo para ella, porque sólo son mías, te había recordado. Y sólo yo decido cuando te has de vaciar y cómo. Y tú habías aceptado el juramento de que así sería porque el estar así por ella te daba cierta morbosa sensualidad de pertenencia, mientras esperas para volver a verla ya que no habías quedado a una hora concreta para provocar que sea ella la que te busque cuando quiera verte, pues sabes que es una mujer de carácter y no es, desde luego, como Paula; aquella otra chica con la que anduviste y que tras leer el libro Beacul de S.G. Clo’zen, se había entusiasmo y quería llevar a la práctica sus fantasías sin atender a tus consejos de que aunque todos los juegos de pareja son saludables si ambos los desean, disfrutan y no le hacen daño a nadie, algunas ensoñaciones no conviene descorrerlas a la realidad laboral porque desmerecen mucho cuando se las saca de la vitrina de la fantasía y se las enturbia con el polvo de la obra, pues en la imaginación son perfectas e inmaculadas porque son tuyas, exclusivamente tuyas, y tú diseñas el decorado, el vestuario, los personajes y hasta planificas el sonido y la iluminación convirtiéndolas en idílicas y con flamante brillo cuché, pero al llevarlas a la realidad cotidiana del dormitorio Ikea suelen desilusionar porque lo cotidiano esta reñido a veces con esa perfección edénica de la imaginación. Pero ella no hacía caso e insistía, e insistía, escribiéndote al trabajo para que la hicieras tuya, te lo suplico, golfo, hazme tuya – escribía-, porque quiero ser tu dócil perrita con la que puedes hacer a tu antojo pues tus caprichos son mi voluntad y quiero que me exhibas como tu posesión, que me toques, palpes, sobes y te des gusto conmigo pues quiero sentirme 215 Entretiempo siempre expuesta y abierta para tu exclusivo disfrute. Para mí el placer es ver que tú lo tienes. Y por eso quiero ser tu dócil perrita que ronronea cariñosa y suplica jugosa que la uses a tu antojo pues quiero ser tu puta 24/7; las 24 horas del día los 7 días de la semana. Y ahora mismo, mientras te lo confieso y escribo, noto un cosquilleo en el estómago, un calorcillo en mi entrepierna y cierro fuerte mis muslos para frotarme el clítoris y gozar mientras me siento abierta y ofrecida para que me goces a tu antojo, a tu capricho. Úsame, te lo suplico, porque soy tuya. Paula, tú puta por siempre. Pero eso fue antaño, decía, porque en el Argaz creo recordar que he bajado de las algodonosas ensoñaciones a la recia certidumbre del pegajoso asfalto, y me he puesto a silbar Perfect Skin de Lloyd Cole &The Commotions pues me siento muy jovial y presto a trabajarme el reportaje y entrevistar al alcalde a fin de concretar más sobre el tesoro bajo la Chinica, sobre la segunda autopsia de Juan Carmelo y sobre las pesquisas edafológicas para saber qué tipo de tierra era la que se había encontrado en sus ropas y por dónde había andado antes de caer al río, pues le había cogido cariño al anciano y me costaba resignarme a la palmaria realidad de que la muerte mata. Aunque se necesaria para la vida, según dicen, pues la misma Ciencia nos advierte de que morir es imprescindible para la evolución porque no podríamos vivir sin ella ya que al querer evitarla nos obligó a correr más para huir del león y evolucionar así hasta lo que somos, el ser humano actual que es el único animal que tiene remordimientos y conciencia de que va a morir. Aunque haya otros que crean que los animales 216 Antonio F. Marín sí tienen noción de la muerte y que la temen como los humanos, como nosotros mismos; un criterio que a uno le extraña porque sí nos atenemos a lo que sentenció Schopenhauer de que si no existiera la muerte no existiría la religión, uno se puede preguntar por qué si los animales también tienen respeto y conciencia de la muerte no tienen por el contrario religión o no parece que la tengan. Quizás porque son más serios y no comulgan con esos otros cicerones de la modernidad que nos advierten de que las religiones son cruzadas contra el sentido del humor. Que no es cierto, porque más bien nos parecen cabalgatas con mucha chunga porque toda la tropa celebra la juerga de la Navidad, se va de jarana para festejar el santoral, acude a la juerga de la romería del santo y aprovecha la Semana Santa para la celebración y la vacancia, que algo tendrá la fiesta, digo el agua, digo el santoral cuando lo bendicen, o sea, porque ante estos festivales, chacotas y parrandas mejor sería que la religión fuese más seria, hombre, con menos bodorrios, bautizos, comuniones, procesiones o romerías. Y que insistiera más en el sexo como don de Dios para el disfrute de las personas que se quieren, «ama y haz lo que quieras» (San Agustín), porque no hay nada más divino que el erotismo humano pues en este solaz el Azar lo tiene crudo con su cúpula biológica animal de ordenanza reglamentada aquí te pillo, aquí te huelo el coño, aquí te follo y aquí te preño, joder, que no es sólo eso, hombre, decía, y digo, mientras subo por una avenida de amplias aceras arboladas a la que conocen por Camino de Murcia y en la que según veo se suceden las tiendas de ropa, las papelerías, los estancos, los salones recreativos y alguna panadería como esa de ahí de la que sale una madre tirando de su 217 Entretiempo niño pequeño que anda emperrechinado en que ella le compre un dulce. - No, que luego no comes –se excusa ella. - Fascista, que eres una fascista –le reprocha él. - Bueno, pero sólo un dulce. Uno solo. Y uno se ladea para dejarlos pasar y aprovecha la parada para sacar la radio y enchufarse a la actualidad informativa por si hubiera alguna novedad sobre Juan Carmelo del Carmelo o sobre el tesoro de la Chinica que parece que no, sabe usted, porque tras recorrer el dial sólo he podido averiguar que María del Amor Hermoso Marín González y Paco Vázquez, el Psicólogo, han convocado el I Certamen de Arreglo y Engalanamiento de Panteones y Nichos que se celebrará, dios mediante, la víspera de Todos los Santos previa inspección y evaluación en el cementerio de todos aquellos panteones que se inscriban en el concurso que además ofrece un sustancioso premio: un jamón para el mejor. Nada más. Así que creo recordar que he apagado la radio porque tras sobrepasar el parterre donde se planta una centenaria olivera, he llegado a la explanada de la esquina del Convento y me he sentado en un banco de piedra para descansar en esta plaza que se ve poco frecuentada pues las gentes no se echan a la calle hasta que las bombillas no apaguen la tarde, porque será con las primeras luces de la noche cuando asome el bullicio de los niños y niñas que, recién duchados, acudirán a buscarse por el Paseo aledaño o por esta misma glorieta que se explana frente a la iglesia y su anejo convento franciscano edificado a finales del siglo XVIII. Un convento que se 218 Antonio F. Marín alza con la misma austeridad arquitectónica con la que fue construido hace siglos por los frailes, según he visto cuando me he levantado camino de la terraza de una cafetería en la que busco repantigarme y pedir algún tentempié, ¿qué?, pues un café con hielo, gracias, mientras aprovecho para descansar, escrutar a la gente que pasa y acariciar a este perro que se ha acercado y que me husmea el pantalón moviendo el rabo y buscando una caricia, un mimo y quizás hasta un amo porque pese a que anda un poco tiznado se le nota que lo ha tenido, que pese a ello aún no ha escarmentado y que busca a otro con el que compartir su alegría. Eso parece, porque si no le prestas atención se va y se acerca al que pasa para mover el rabo, trotar a su lado o tumbarse zalamero ofreciendo la barriga para que se la rasques pues pide poco: cariño, comida, cuidado, protección y una caricia de vez en cuando que le prodigo una vez que ha vuelto a la mesa en la que aguardo sentado por si aparece mi niña pues no conviene precipitarse y es mejor esperar, ser paciente, tener esa serenidad en la que uno ya cursó, a la fuerza, cuando de pequeño acudía a bañarme al río y tras ser capuzado varias veces por los bravucones de pesas con tanga, descubrí que lo más pertinente cuando estos matasiete querían capuzarte no era procurar zafarte o patalear para salir a la superficie, sino esperar a que te hundieran y cogerle entonces la mano y tirar de él para llevártelo al fondo y aguantar allí hasta que él mismo saliera apresurado a la superficie porque así el tiempo corre para los dos pero uno no tiene prisa y él otro anda más apurado para salir a flote pues esta batalla, como en la Bolsa, el amor y el póquer, la pierde el que tenga más necesidad y no sepa esperar, ni comprender, que del tiempo no se pue219 Entretiempo de tirar porque se escurre y te quema entre la manos. Paciencia pues. Y aguardar en esta terraza donde la espera se hace plácida saboreando un buen café helado mientras miras en la pared de enfrente los pasquines que invitan a acudir al próximo Festival de Corales que se celebrará en el Cine Capitol con la participarán de la agrupación Magna Fábula, la Asociación de Amigos de la Música y la coral Ars Nova, además de la actuación de la cantautora local María Esperanza. Una excelente programación cultural, según he leído en estos carteles que cuelgan junto a una pintada que pide que «no se olvide nunca Bhopal». ¿Bhopal? Me suena, pero no sé de qué y quizás debería consultarlo en Internet donde después de abrir el ordenador portátil he encontrado en Google una referencia a la página de Greenpace España en la que se nos recuerda que la noche del 2 al 3 de diciembre de 1984 se produjo un escape de 40 toneladas de gases letales en la fábrica de pesticidas de la Union Carbide en Bhopal (India), que mató a más de 8.000 personas por exposición directa, aunque las consecuencias todavía se padecen en el lugar porque la multinacional abandonó la fábrica y dejó atrás grandes cantidades de sustancias peligrosas, un suministro de agua contaminada y un legado tóxico que aún causa calamidades. Una tragedia humana que ni se les antojó a los clásicos griegos pues ellos se entretenían principalmente con las emociones más mundanas de las página de sucesos tipo «madre mata a sus hijos y se suicida». O «hombre se enamora de su madre y mata a su padre», porque se conoce que les iba mucho más la crónica negra y las telenovelas venezolanas, aunque con dioses por medio para darle más intríngulis. Porque la tragedia a palo seco está en Bhopal muchos años 220 Antonio F. Marín después, ya digo, pues se sigue representando el drama todos los días en sesión continua, lo que obliga a que Greenpeace haya vuelto a pedir que se establezcan acuerdos internacionales que responsabilicen a las corporaciones por los desastres industriales. Una reclamación que sabe a poco, la verdad, porque lo correcto es llevarlos al Tribunal Penal Internacional por delitos contra la humanidad, como mínimo, para que sirva de escarmiento y prevención contra otros nefarios sacamantecas como Al Martínez Capone, por cierto, que por ahí asoma campechano, como siempre, y que levanta los brazos para saludar efusivo y se prodiga en palmadas para llamar al camarero e invitar obsequioso a todos los parroquianos mientras mira el reloj de oro y ofrece empleos a destajo, mismamente a tu hijo, Isidoro, que me llame y mañana mismo la meto en la oficina de la fábrica. Eso ha prometido espléndido, mientras saca el móvil para comprar hectáreas de frutas «en el árbol» que revende luego a las fábricas de conservas con el fin de crear riqueza y que haya trabajo para tos’, según ha recalcado frotándose las manos antes de marcharse y de que los demás aprovechen su ausencia para encuerarlo vivo porque le va mal en su negocio para llevar turistas a la Chinica el Argaz a través de la barca del Menjú, ya que Doña Urraca se niega a venderle los terrenos pues ella prefiere la hamburguesería MacMarguer que le da más réditos. ¿Y él que dice? Nada, espera a que la breva caiga madura mientras le alquila a su hija un apartamento en la playa que ha pagado con dinero negro y aguanta rechinando los dientes que la compañía aseguradora le haya suspendido la póliza del seguro del hogar que tenía contratado porque su mujer se dedicaba a quemar las sayas viejas de la mesa camilla para que le com221 Entretiempo praran unas nuevas. Con mucho morro, porque la han pillado y ahora ya no entran en el seguro. Y nos han jodido a todos que no podemos ya quemarlas, joder, se ha quejado uno a este lado de la mesa, mientras que al otro se refieren a que la policía ha detenido a algunos vecinos que cavaban bajo la Chinica buscando el tesoro y les ha requisado un yugo de madera que podría corresponder con el que llevaban los bueyes del carretero al ser aplastados por la piedra que cayó del monte. Pero no he podido precisar más sobre este particular pues de pronto se han callado todos cuando han visto venir a una moza que marca tacón, mueve la cadera y bambolea el pandero que uno mira al pasar sin mucho interés, la verdad, porque servidor ya va cumplido con su morenaza de pelo negro cortado en capas hacia la nuca, a la que, por cierto, no sabía cuando volvería a ver porque no le había pedido cita, ninguna, porque aunque uno no participe de esa posturita tan estudiada de los que «no quedan», no le había preguntado a qué hora nos volveríamos a ver para dejarla libre y que fuera ella la que me buscara si de verdad quería estar conmigo, si de verdad quería estar contigo y no prefería estar con sus amigas, por ejemplo, aunque ella hubiera dejado claro que tú eras su mejor amiga. ¿Sí? Sí, tonto, de verdad, había dicho acariciándote la nuca. Y entonces tú te enterneciste y le dijiste arrebatado que la querías y admirabas tanto que si hubieras nacido mujer te hubiera gustado ser ella, no como ella, no, qué va, sino ella misma para vivir bajo su piel y pensar lo que ella piensa, ver lo que ella ve, respirar el aire que respira y ser ella misma, vamos, con su pelo cortito, sus pecas, sus muslazos, sus pechitos púberes como dos limoncitos y… 222 Antonio F. Marín - ¿Y enamorarte de mi mismo? No, de ella. Sin ninguna duda. Pero mejor que revivirla en el pasado es vivirla cerca, muy cerca, me he dicho en el Argaz mientras me levanto, dejo la prudencia a un lado y me acerco a su casa por si está, que si está y muy contenta de que haya vuelto, según me ha dicho por el telefonillo al abrir la puerta para que suba al piso en el que he advertido algunos cambios pues se ven algunas sillas y se ha traído de la capital su sofá chaiselongue en la que la he encontrado echada con la mano sobre la frente pues parece que no se encuentra bien y que tiene algo de fiebre. ¿Fiebre? No, no será nada, aunque le he puesto la mano en la frente y está caliente, muy caliente, y entonces es mejor quedarse junto a ella y abrirle la cama, desnudarla con mimo, cogerla en brazos, acostarla y taparla hasta la barbilla como si fuera una niña, tu niña, a la que ahora besas en la nariz, en los labios y en los ojos para despedirte y salir corriendo en busca de un médico, de Pascual Lucas, por ejemplo, que suele parar por el bar Tifanny’s para pedirle consejo y saber si es bueno que sude o hay que hacer algo más. Abrígala con una sábana, no lo dudes, pues los resfriados de verano son los peores y puede coger incluso una neumonía, me ha dicho cuando me he encontrado con él. Así que he vuelto apresurado al piso, la he metido en la cama, me he desnudado y me he metido bajo las sábanas para abrazarme a ella, darle más calor y sudar con ella. - Te vas a contagiar –me ha musitado al oído.. - No me importa. Porque es verdad y no te importa quedarte dormido 223 Entretiempo abrazado a ella con el muslo metido entre sus muslos, su mejilla junto a tu mejilla y tus brazos rodeando su cintura hasta que al día siguiente ha amanecido entre tus brazos con mejor color, más reparaica, porque cuando has puesto la mano sobre la frente para saber cómo está te ha parecido que ya anda más templada después de haber sudado durante toda la noche acurrucada entre tus brazos. Pero ha merecido la pena, aunque no hayas podido dormir plácidamente porque cuando se ha movido te ha despertado y has tenido que volver a abrigarla mientras le besabas la frente, le secabas el sudor y le musitabas al oído que la querías, que la quieres, y mucho, como vuelves a decirle ahora antes de darle un beso y de levantarte con cuidado para no despertarla pues quieres darte una ducha rápida y salir pronto a la calle con el propósito de zanjar de una vez la historia que te traes entre manos y entrevistarte además con el alcalde si se aviene a la audiencia, claro. Aunque antes de salir le has puesto el cedé de María Dolores Pradera con los temas «Amarraditos» y «La flor de la canela», pues sabes que le gustan y que así tendrá un agradable despertar. Y se acordará de ti, seguro, te has dicho convencido cuando te has vuelto desde la puerta para cerciorarte de que sigue dormida boca abajo con su carita de niña pecosa apoyada sobre la almohada y la sábana enredado entre sus hermosos muslazos que deja a la vista la braguita que dibuja en altorrelieve la rajita de su sexo. Está de muerte. Preciosa. Para preñarla. Otro día, porque ahora mejor la vuelves a arrebujar con la sábana, le das un beso en la frente y bajas a la calle para acercarte al bulevar del Paseo y sentarte en un banco, junto al Pescatero, por cierto, para decidir por dónde se224 Antonio F. Marín guir con el trabajo pues no lo tenías muy claro y quizás él supiera algo nuevo de Juan Carmelo del Carmelo. ¿De Juan Carmelo? Pues no, no sabe mucho, aunque le han contado un chiste muy bueno que uno agradece que no le cuente, por favor, porque no estoy de humor pues no están los tiempos para chanzas ya que todo va de mal en peor. - Sí, eso decían mi abuelo y mi padre. - No, de verdad; es que el mundo está muy mal porque estamos en crisis. - ¿Como el teatro? Y uno lo mira, claro, y desiste porque no hay manera de desencaminarlo, quizás porque la humanidad siempre ha estado en crisis, de evolución en evolución y de glaciación en glaciación hasta lo que somos, que no semos naide, por cierto, porque según el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, se le dice, no podemos medir simultáneamente y con precisión la trayectoria y la velocidad de una partícula porque el observador modifica el objeto observado. - O sea, que la partícula es ella y sus circunstancias, que decía el filósofo. - Sí, pero con fórmula. - Claro, como el culo de esa mujer que va por ahí, porque si ella ve que lo miras lo mueve más, o menos, y entonces es cierto que al mirarlo cambias su trayectoria y que influyes en su movimiento. Y uno se ríe, claro. Y luego mira el culo de la chica, aunque sin la desfachatez con la que él lo ojea, según uno le hace ver. ¿Si? Sí. No importa, porque le da igual que ella lo pille pues nunca se reprime. Nunca, porque es lo que le recomendaba su padre cuando salía de trabajar de 225 Entretiempo menaor en la fábrica de esparto de Los Mengajos y lo llevaba de putas al Benidorm Seco de Hellín. ¿Sin reprimirse? Sí, porque lo obligaba a que se masturbara primero antes de entrar con ellas para que así fuera ya corrido, porque así cuando estás con ellas aguantas más y no te vas a la primera embestida, que es que si no, te controlan y dominan cuando ellas te ven con tantas ganas. ¿Las putas? Las mujeres ya sean putas o monjas, porque así te manejan y gobiernan al tenerte siempre caliente. ¿Has dicho? Sí, hazme caso, que me lo dijo mi padre, que en paz descanse, cuando me insistía en que al vino y a la mujer hay que ir ya comido. Y a mí me vale, concluye ahora mientras se levanta, se mete la camisa por el pantalón y se aleja dejándome allí plantado y zurumbático porque eso que dice me suena de algo, de haberlo ya vivido, aunque ahora no recuerde de qué, por más que lo intente mientras me encamino a un bar para desayunar, para tomar un vaso de leche. ¿Qué leche quiere?, me pregunta el camarero mientras seca con parsimonia un vaso. - Pues leche. - Es que la tenemos desnatada, con Omega2, con fitoesteroles, con vitaminas A, C y D, con ácidos olegionosos, con Folic B, con jalea real, con L.Acidophilus, con soja y con oligoelementos de isoflavonas. - ¿Y no tiene de vaca? Sí, de vaca, le he preguntado sin ánimo de deshonra alguna, de veras, lo que ocurre es que la gente es muy picajosa y se toma las cosas por la tremenda, por lo que renuncio a la leche y salgo de allí arreando para evitar los improperios que el muy quisquilloso profiere mientras me 226 Antonio F. Marín pongo a salvo en la calle apresurando el paso hacia el hotel con el fin de recoger la cámara de fotos que me había dejado olvidada. Otra vez, sí. Porque es cierto que algún día me voy a dejar la cabeza, según me recriminaba la maestra en el colegio cuando uno respondía que un ladrón me había robado la cartera y se había llevado los deberes. Los ladrones no roban esas carteras, me reprochó ella convencida de que no los había hecho. Aunque en el Argaz, decía, me he tenido que apartar de pronto para dejar pasar a unos vecinos que vienen por la calle con muda limpia y con unas bolsas de plástico por las que asoman radiografías y análisis clínicos, a los que creo reconocer porque los acompaña Arturo López Rufalfa, un vecino achaparrado, calvo, con barba cana y que trae pinta y planta de usurero de Crimen y castigo, del que dicen que ha tenido tratos con el Partido Socialfascista que se dedica a presionar desde la oposición al Gobierno democrático con manifestaciones, pantarcadas, algaradas callejeras y soflamas en sus medios adictos, con el fin de exasperar a la sociedad, hacer imposible la convivencia y que los votantes que apoyan al partido que gobierna, comprendan y asuman que es mejor para ellos, y para todos, votar al Partido Socialfascista de la oposición y que así vuelva la tranquilidad, la paz y el sosiego sin crispación que ellos prometen y provocan. Eso murmuran de él tanto unos como otros, aunque yo no le he prestado más atención al personaje porque me acucian otros apretones, y empresas, y he seguido mi camino aprovechando para enchufarme a la radio y enterarme de las últimas noticias que nos afectan, pues en esta emisora se nos dice que ha cundido la alarma por el aumento de las patentes pues se corre 227 Entretiempo el riesgo de que la tabla periódica pase a manos privadas, que es una circunstancia que uno considera un atentado contra los Derechos Humanos, ¿otro más?, porque alguien podría patentar incluso la fórmula del H2O y deberíamos defender lo que es patrimonio de la humanidad, las semillas o los productos autóctonos que son herencia común para que ningún «biopirata» se lucre con ellos y prohíba a los demás su uso, voto a bríos, que dan ganas de echarse al monte porque uno se encalabrina al oír estas noticias y es aconsejable no trastornarse y cambiar de emisora a esta otra en la que se nos dice que los expertos no pueden confirmar por dónde anduvo Juan Carmelo antes de morir pues los análisis edafológicos de la tierra que se le encontró en la ropa no habían desvelado nada. Aunque parece que sí se confirma que el cuerpo andaba escaso de sales minerales y oligoelementos que son imprescindibles para el buen funcionamiento de las cédulas y por añadidura de los órganos vitales, sobre todo del músculo cardiaco, pues su ausencia podría causar un fallo en el corazón aunque, según añaden, esta carencia podría ser debida a otras causas como la ingesta de agua destilada que al estar libre de iones absorbe todos los minerales que encuentra a su paso. Porque un litro de esta agua puede extraer casi todas las reservas minerales y podría provocar que se debiliten las cédulas y los órganos vitales como el corazón. Y aunque no es suficiente para matar, aclaran, puede provocar su infarto si el individuo padeciera del corazón. Eso dicen ahora mientras uno se pregunta patidifuso si Juan Carmelo padecía del corazón, y de ser así ¿quién le habría podido dar de beber agua destilada en lugar de la del grifo? Dudas que me he ido rumiando mientras saco el telé228 Antonio F. Marín fono para llamar a mi chica porque lo que ahora me produce picazón es saber cómo está, que parece que bien, mucho mejor, según me dice por el aparato, por lo que me he despedido de ella y he seguido mi camino tan resuelto y girocho que he tropezado, usted perdone, con una madre que le saca la minina a su hijo y le orienta el chorrito para que el muchacho orine. Qué buenas que son las madres, verdad usted. Todo lo contrario de las hijas que son unas desaborías sobre todo para los que nos hemos criado con tata porque eso influye y te traumatiza para incorporarte con normalidad al «mundo sin tata»; es decir, al inhóspito mundo de la novia. Es que la tata se cuidaba de ti y cuando tú la llamabas siempre acudía solícita. «Tata, pipí», decías tú. Y ella acudía célere al socorro para sacártela y que pudieras mear. Ahora tú le dices a tu novia «pipí», y ella te contesta que la minina te la saque tu madre. Son malas. Y crueles. Y no se preocupan por ti, decía, y digo, mientras me alejo de la mamá y su niño, y me aparto para dejar pasar a un tipo que esconde un trapo rojo y amarillo bajo el brazo y que apremia a los que caminan detrás de él para que lo sigan al zaguán de una casa en la que se ha detenido para mirar a un lado y al otro. Hacia allí y hacia aquí. Y de aquí hacia allí, una y otra vez, hasta que asiente con la cabeza para indicarles a los demás que ya pueden entrar en el portal que se ubica puerta con puerta con esos otros en los que venden ciruelas, albaricoques y melocotones que son ofrecidos en cajas dispuestas en la entrada de las casas para que las vecinas los ojeen y los calibren mientras se interesan, ya que estamos, por lo de Juan Carmelo del Carmelo pues parece que han oído comentar que se había liado con una muchacha muy joven. Sí, el muy viejo verde, 229 Entretiempo añade otra vecina muy chuscarrá mientras paso por su lado y me bajo de la acera para dejar pasar a Pepe y Pepe; dos intelectuales que dialogan, intercambian criterios y comparten ideas para aunar esfuerzos y conciliar las iniciativas a fin de establecer los cauces del diálogo que fortalezcan la convivencia pacífica de la ciudadanía. - El nuevo mundo posible lo voy a diseñar yo. - No, lo voy a diseñar yo. - He dicho que no, que lo voy a diseñar yo - Que no, que no; que lo voy a diseñar yo. Y me he alejado de allí algo apesadumbrado porque no se trata de empeñarse en posturas tan drásticas y excluyentes. Qué va. No es eso. Aunque también haya que cuidarse mucho de los grises equidistantes porque eso de que las cosas no son blancas o negras, y que hay grises, lo podría haber argumentado, para excusarse, el que le daba a la manivela de las cámaras de gas de Auswitch, por poner un ejemplo y sin ánimo de ofender y/o epatar, claro, decía, y digo, mientras me alejo de allí arreado porque por la calle viene el coche fúnebre La Voz de los Ángeles que trompetea por el altavoz la muerte de Juan Cornudo Consentidor; aquel tipo al que había cruzado a la otra parte del río en la barca del Menjú y cuya pérdida uno siente mucho, ¿se dice así?, porque un servidor es un pobre imbécil sentimental que sin güisqui llora mucho, por nada, pero sobre todo por las víctimas, por los perdedores, por el marido cornudo de Madam Bovary, pongamos por caso, pues uno se pregunta qué hubiera ocurrido, mi querido Maclujan, si Madame Bovary hubiera estado casada con un obrero del metal y los amantes que ella se trajina hubiesen sido los 230 Antonio F. Marín acaudalados dueños de la fábrica... ¿Sería entonces una mujer liberada que lucha por su derecho al placer y contra la opresión de la sociedad y de la Iglesia, o más bien un vulgar putón verbenero?... Porque entonces… …porque entonces dejemos muertos a los muertos y atengámonos a los vivos, pues camino del hotel me he enterado por la radio de que la Corte Superior de la Sharia del estado de Futua, en Nigeria, ha ratificado la pena de muerte para la joven Amina Lawal, que va a ser lapidada por haber tenido un hijo fuera del matrimonio pues los llamamientos de ONG y gobiernos occidentales no han podido parar la ejecución de una atroz sentencia que ha sido recogida con albricias y aleluyas por los demás miembros de su comunidad, en su mayoría hombres, que al enterarse del salvaje veredicto han gritado: «!Ala es grande!», como si Alá, Yahvé, Jehová o Pepito Rodríguez, pudiera estar de acuerdo con que sus discípulos mataran su creación, un ser humano, su obra, porque suena a algo así como si los discípulos de Picasso se arrogaran el derecho a romper un cuadro en la creencia de que es una obra fallida del maestro; de donde se infiere que a muchos «creyentes» lo único que les puede salvar es precisamente que Dios no exista porque de haberlo justiciero tal y como ellos lo profesan (o permanentemente cabreado según lo muestra Lars von Traer en Rompiendo las Olas), va suponer su perdición porque será inclemente con su causa. Terrible, en fin, porque lo de Amina, además, se ejecuta en nombre del folclorismo tipical salvaje, de las costumbres inmemoriales, del culturalismo extremo y de la obediencia ciega a unas ideas manipuladas por los hombres en nombre de no se sabe qué Dios, cuando el único Dios admisible es el Dios del amor, 231 Entretiempo del perdón y de la libertad incluso para no creer en él. Ni más ni menos. Y en los mejores cines. Aunque eso no es todo, sabe usted, porque la locutora añade que un nigeriano compatriota de Amina ha sido también condenado a morir lapidado por violar a una niña de nueve años, en un veredicto que nos parece también salvaje porque cuando se está en contra de la pena de muerte se está siempre, sin excepciones que confirmen reglas, aunque sea por un crimen infame como este pues el amor al prójimo lo abarca todo y a todos, incluidas esas toxicómanas de dientes carcomidos y huesudos pellejos que por las calles de El Argaz persiguen a los viejos jubilados para llevárselos a las afueras y chuparles la polla al destaje de tres euros con condón y de seis sin goma; poca sustancia, más la caridad, pero suficiente para una parte de la dosis de heroína que las libere de pensar por unos minutos y que puedan así cultivar el jardín de la resignación laica volteriana en la que uno también se asila, y amadriga, cuando opto por pararme un momento para llamar a mi chica y saber cómo está, cómo se encuentra de su constipado. Bien, mucho mejor, porque se ha levantado e incluso ha salido a la calle a tomar algo porque tiene apetito. Te espera. Y tú también la esperas; tú también esperas verla pronto, adiós, nos vemos, porque antes te has de acercar al hotel para recoger la cámara y dar fe de vida, suponiendo que consigas pasar entre el gentío que abarrota la Plaza Mayor pues parece que he dado con una boda que sale del Ayuntamiento y que me impide pasar entre tanta concurrencia de almidón satinado que se arremolina en torno a los dos jóvenes protagonistas del casamiento que se han detenido en la puerta del consistorio para recibir los parabienes de los 232 Antonio F. Marín amigos y echar a volar dos palomas entre el recreo de los convidados que vitorean a la pareja mientras les arrojan el preceptivo arroz en este tipo de brindis y diligencias. Aunque no todos, sabe usted, porque a mi lado he advertido que un achaparrado invitado se ha quedado mirando el vuelo de las palomas y el arroz que llueve sobre los novios, mientras se relame los labios con cara de arroz y alubias, pues se conoce que ha atado cabos y cazuelas. Si se divorcian echarán a volar buitres, me ha comentado cuando ya me disponía a marcharme de allí callejeando por este barrio antiguo de estrechas y adoquinadas calles por las que he seguido hacia el hotel donde poco después he llegado cansado, muy cansado, sin fuerzas para plantearme por dónde coger la historia de Juan Carmelo del Carmelo, porque si ya se sabía que su cuerpo estaba falto de sales minerales y que esa carencia podría producir un infarto, cabría preguntarse si padecía del corazón y si había bebido agua destilada que le hubiera provocado esa disminución de sales en el organismo. O quién se la había dado. Era imposible saberlo, todavía, por lo que creo recordar que me he metido en Internet para procurar averiguar algo más sobre el particular; aunque sólo me he encontrado con una noticia que alude a que Winona Ryder y la actriz Brittany Murphy habían sido fotografiadas por las calles de Beverly Hills cogidas de la mano y en actitud cariñosa; algo que quizás no llamaría la atención, insisten en el texto, de no ser porque al finalizar el paseo las actrices se introdujeron en el coche de Winona y se dieron un beso en la boca ante los fotógrafos que estaban al acecho y que también pudieron comprobar que Winona lucía en el cinturón el nombre grabado de Murphy. ¿De Murphy? Joder, joder, se dice uno patidifu233 Entretiempo so (perdón: caramba, caramba, se dice uno cariacontecido), pues Winona había declarado que era bisexual pero que no quería hablar de ello porque los periodistas no entraban en los matices de lo bello que puede ser amar también a otra mujer. Y tiene razón, porque es cierto y resulta que a uno también le parecen extraordinariamente bellos esos matices, muy bellos, y si cierras los ojos y te los imaginas se te pone de aquélla manera. Y entonces será mejor pasar a otra página, preferentemente de política que te la enfríe, y mucho, porque en esta otra web parece que justifican que el terrorismo surja en algunos países pues, según dicen, estas gentes no tienen dinero para comprar barcos y aviones y tienen que recurrir a él para hacerse valer, para combatir por la justicia, claro, aunque sea un razonamiento falaz que insulta a Gandhi, el apóstol de la no violencia, que consiguió acabar con la dominación inglesa y la expoliación de la India sin pegar ni un tiro. Y ultraja a todos aquellos que bregan todos los días contra la injusticia, con la palabra que nos queda y sin tener que matar a niños o adultos inocentes, se supone, claro, porque la revolución francesa nos trajo sangre, guillotina y burguesía. Y la abolición de la esclavitud en Norteamérica se consiguió por medio de la ley pero también con el apoyo de las armas, de la guerra que se conoce que a veces es necesaria porque la libertad se conquista. Y se defiende. Aunque entonces me contradigo, sí, luego existo, porque no existe nada más coherente que un paranoico que no duda jamás. - No sé, pero dicen los expertos que hay que estar con la resistencia y contra el terrorismo. - Sí, doctora, pero no sé si se refieren a la resistencia cubana contra Castro. O a la del pueblo saharaui. O a la 234 Antonio F. Marín Palestina. - A la que busca la paz. - Sí, pero qué paz: ¿la del Nobel de la paz Yasser Arafat o la del también Nobel de la Paz Shimon Peres?; ¿la del Nobel Saramago o la del Nobel Solyenitsin?; ¿la del Nobel Teresa de Calcuta o la del Nobel a Adolfo Pérez Esquivel?; ¿la del Nobel Sadat o la del Nobel Begin?; ¿la del Nobel Martin Luther King o la del Nobel Henry Kissinger?... - Eso es un dilema; pero quién empezó todo esto. - Pues no sé, pero creo recordar que todo este pifostio comenzó con Caín y con el maldito plato de lentejas porque, efectivamente, al final va a ser verdad eso de que todo ha sido propiciado por al hambre, por la jodías lentejas, joder, joder, he exclamado en la habitación del hotel mientras pongo en el cedé Another Day de Within Temptation y me asomo a la ventana para aislarme de tanto parloteo y mirar al fondo de la huerta por donde asoma la muralla cristiana y la calle adoquinada que la circunda por la que bajan los vecinos que se dirigen a faenar en la huerta y algunos abuelos que parece que van a dar un garbeo por el río pues cruzan el robusto Puente de Hierro y se encaminan por el Paseo Ribereño hasta el otro puente, el «de alambre» que cuelga alabeado a lo lejos muy cerca de la Atalaya que cierra el paisaje como decorado de un belén en el que el portal podría ser el azulado Molino Teodoro (que data de 1507), con su rueda de moler que se ubica en la parte de abajo, por donde corría la acequia de la Andelma antes de desembocar en el escorredor del río para seguir aguas abajo hacia el Menjú y entrar en el Valle de Ricote que es un enorme bancal atravesado por el Segura entre 235 Entretiempo casitas y palmeras que quería volver a visitar, desde luego, aunque ahora acompañado por la preciosa chica que había dejado en el piso y que era la única, y lo único, que por momentos me sacaba de la permanente tristeza sin causa, que es la más cruel de las congojas. Y entonces quizás deberías volver a buscarla, salir del hotel, comprar un ramo de flores y acercarte a su casa para saber cómo se encuentra del resfriado, ¿del resfriado?, mucho mejor, desde luego, te ha explicado poco después cuando ha abierto la puerta y te ha llevado de la mano a su habitación para que la esperes pues quiere arreglarse en el cuarto de baño al que se ha metido mientras que tú aprovechas para hurgar fisgón entre sus armarios abiertos y desordenados en un totum revolutum que te has dispuesto a recoger prenda a prenda, con sumo cuidado, y mimo, porque te las llevas a la cara para besarlas y tenerlas cerca, muy cerca, pues huelen a fresca lavanda, a trenzas lorquianas y sobre todo a ella; al rocío de su cuerpo que te sabe a pan recién cocido. Un aroma que disfrutas sin pudor y recato alguno, hasta que oyes unos tacones a tu espalda y te vuelves para ver que ella está en la puerta sonriendo cuca porque te ha visto besando sus braguitas recién dobladas, joder, joder, aunque tú en realidad sólo estabas mirando la lencería nueva que se ha comprado porque es monísima, le has querido explicar azorado para justificarte, para explicar lo que no necesita explicación porque ella te ha abrazado, te ha dado un profundo beso y se ha separado de ti para mirarte muy seria y preocupada porque dice que te ve más delgado, más flacucho y quizás se deba, le dices, a que desde que has vuelto a estar con ella has perdido el apetito porque además tienes miedo hasta de que se resfríe. Y entonces ella te ha sonreí236 Antonio F. Marín do muy dulce y te ha dicho que te va a comer a besos. Y luego te desabrocha el pantalón, te baja los calzoncillos y te acaricia la entrepierna para cogértelas y sopesar que siguen llenas, que lo están y mucho, porque has cumplido la promesa que le habías hecho. Sí, es cierto, lo sabe porque lo nota en su peso y tamaño, pero sobre todo porque estás más romántico y tierno que nunca, ha añadido mientras sigue acariciándolas, sopesándolas, arañándolas ligeramente con las uñas y palmeándolas para ver sí están llenas, a su gusto, que si lo están, y mucho. Y ella lo celebra besándote con ternura, musitándote que te quiere y empujándote luego sobre la cama para echarse sobre ti a horcajadas, rozar sus labios con los tuyos y lamerlos ávida, mientras tú te dejas querer, besar y amar a su peculiar manera, a su gusto, porque ahora sujeta con la mano la llavecita de oro encerrada en un círculo que cuelga de su cuello y te la ofrece para que la beses y veneres. Bésala, cariño, bésala, porque la llave de tu placer la tengo yo. Y tú la has besado una y otra vez, y otra, hasta que ella se ha sentido satisfecha y ha vuelto a decirte que te quiere, que te quiere comer a besos, mientras tú balbuceas que no te importa dejarte comer. ¿Sí? Sí, de verdad. Pues no lo parece. A ella no le debe de parecer que eso es cierto porque de pronto se ha apartado y ha fruncido el ceño, maldita sea, qué le pasa. Nada, pero parece que se ha acordado de algo que la enoja y sigue seria. ¿Qué le ocurre? No lo sabes. ¿Has dicho algo inconveniente y se ha molestado?... …no, no está enfadada, no te asustes, pero es que de pronto se ha acordado de algo que la fastidia, y mucho, y salta de la cama, coge tu bolsa de trabajo, hurga en ella y saca un álbum de fotos que mira y repasa saltando de una 237 Entretiempo hoja a otra hasta que parece que encuentra lo que buscaba porque ha señalado con el dedo una foto y te mira circunspecta y enfadada. ¿Todavía la guardas? Es sólo una exnovia, le aclaras. Ya, pero entonces por qué la conservas, te ha reprochado mientras la rompe con mucho coraje porque no quiere que tengas fotos de otras aunque sean de una vieja amiga, pues para ti sólo existe y ha existido ella. Que es muy cierto, le reconoces, antes de levantarte para poner Contigo aprendí de Armando Manzanero pues quieres cogerla de la cintura para bailar con ella si le apetece, que parece que no porque se ha soltado del abrazo ya que prefiere oír Adoro de Olga Guillot. Y luego se ha sentado en la cama y te ha hecho gestos para que te acerques. Ven que tengo que hablar contigo, te ha dicho cogiéndote de la mano para tirar de ti y obligarte a que te arrodilles en la alfombra, entre sus muslos, quietecito, ¿qué pretende?, nada, no lo sabes pero no importa porque desde que aquí abajo se la ve hermosísima con su braguita tanga traslúcida y con el triángulo púbico recortado y arreglado a tijera para que los labios y la rajita de su sexo aparezcan diáfanos, protuberantes y muy evidentes, pues es tan pícara y tan deliciosamente zorra que se lo recorta a tijera para que nada se los tape, para que aparezcan nítidos bajo la braguita y que así se le vean y marquen en altorrelieve cuando la tela se mete en su vulva dibujándolos por la transparente tela negra a la que ahora pegas férvido tus labios para besarla y lamerla de arriba a bajo y de abajo a arriba, mientras ella acaricia tu nuca con la mano y tú acrecientas las caricias a través de la transparente braguita para rebañar la tela y bebértela entera, una y otra vez; suponiendo que te deje, claro, porque de pronto te aparta, se levanta, se 238 Antonio F. Marín quita la braguita, coge de la mesita una rodaja de limón y te la muestra para que la cojas. Métetela en la boca, te dice, poniéndotela en los labios. ¿Sí? Sí, por favor. Y tú no sabes por qué y para qué lo hace, qué va, pero como le habías prometido que la obedecerías en todo sin preguntar nunca por qué, callas, te la metes en la boca y la chupas mientras ella te explica que es para que se te ponga la lengua áspera y rugosa con el amargor del limón y que ella pueda así sentir más placer cuando la acaricies. Para que me hagas más feliz, te ha dicho mientras lleva su mano a tu nuca, te ensortija el pelo con los dedos y empuja tu cabeza sobre su sexo. - !Lame¡ -te dice. Y tú metes la lengua en su vulva y lames su rajita encantado y dichoso porque quieres enterrar tu cabeza en ella para lamerla y beberla entera de arriba abajo y de abajo a arriba. Y empacinarme de ti, según le chapurreas entre sus muslos mientras ella los aprieta contra tus mejillas para aprisionarte contra su sexo y que puedas seguir lamiéndola, una y otra vez, hasta que se arquea, te agarra del pelo y se corre entre gemidos sobre tu cara. Y tú te relames jugoso con la lengua y la miras cautivado porque se la ve bellísima con ese encanto natural de la mujer después de haber gozado de su hombre, de su macho, según ella misma te ha dicho cuando se ha erguido y te ha sonreído con ese gesto suyo tan cuco, casi infantil, pero dulce, muy dulce, que te invita a subir a su cama y recostarte a su lado, a su espalda, pues se conoce que quiere descansar. Y tú la abrazas por detrás, pegas la mejilla a su mejilla, y te refriegas sobre su culo cuidando de no correrte porque se 239 Entretiempo lo habías prometido, ¿recuerdas? Así que te quedas quieto pegado a sus nalgas y con tu envarado miembro embutido entre sus glúteos hasta que se ha vuelto, se ha abrazado a ti y te ha cogido de las pelotas para acariciártelas y sopesarlas mientras tú suspiras, una y otra vez. - Mira que eres raro -te dice melosa. Se supone que es la chica la que suspira y no el chico. Pero es que tú eres raro, es cierto, muy raro, le has admitido antes de darle un beso en la mejilla para despedirte, ¿ya te vas?, sí, lo sientes, pero tienes que volver al trabajo, si ella quiere, claro, que no quiere, por favor, no te vayas, porque no quiere dejarte solo para que algún pendón te pille por ahí pues quiere atarte en corto, cortarte las alas, porque aunque se fía de ti, no confía en las demás mujeres. Los tíos sois los tíos, pero las mujeres son todas unas putas y como alguna te mire me la follo y te la quito, quedas avisado, dice ahora farruca cuando ya te pones los calzoncillos, y ella aprovecha para levantarse, cogerte el pantalón y registrarte los bolsillos de los que saca el llavero y la cartera que mira y curiosea porque dice que todo lo que tienes es muy bonito; aunque tu sepas que es un pretexto para registrártelo todo porque siempre lo ha hecho buscando no sabes qué, que nunca encuentra. No importa. No te importa que lo haga e incluso te agrada ese celo posesivo con el que te obliga a que no tengas nada oculto para ella y que siempre estés desnudo y no tengas ningún entresijo en el que ella no pueda entrar, incluidas tus cuentas de correo electrónico, por cierto, de las que te había pedido las claves para leer tu correspondencia por si ella quiere registrarla tal y como hace ahora con tu agenda hasta 240 Antonio F. Marín que se convence de que no le escamoteas nada, que ella lo sabe todo de ti y de que no tienes ningún secreto que ella no sepa, ni privacidad en la que ella no pueda entrar. Todo está bien, te dice mientras sonríe satisfecha y te empuja sobre la cama para cogerte de los calzoncillos y tirar de ellos para quitártelos. No me gustan, te ha dicho antes de bajarse del lecho y salir de la habitación con ellos en la mano, vaya, qué apuro, para regresar poco después sonriendo porque dice que los ha tirado a la basura pues los que usas tan apretados no son buenos para unas partes tan delicadas. Los que aprietan mucho producen congestión y que el semen pierda calidad, te ha explicado antes de darte unos nuevos que ha comprado para ti porque a partir de ahora ella se encargará de ponértelos a su gusto, según su criterio, ha añadido satisfecha mientras acerca su cara a tu cuello para darte un chupetón y marcarte; para dejarte su huella y que cuando vayas por la calle y te cruces con las demás mujeres ellas sepan que eres suyo, exclusivamente suyo. Y que a ti tampoco se te olvide, que no se te olvida, claro. No se te olvida tu bella Calipso, la ninfa Calipso que en la mitología Griega secuestro a Ulises en la isla de Ogigia al estar profundamente enamorada de él. Como mi chica, te has dicho poco después cuando te disponías a bajar a la calle dichoso y campante, esa es la verdad, porque si lo piensas detenidamente el que ella sea tan posesiva parece incluso un halago pues si quiere que tu semen tenga más calidad significa… …significa que mejor no te hagas ilusiones, nene. Y que sigas con tu trabajo y bajes rápido las escaleras para retomar pronto el trabajo. Cuanto antes. Aunque nada más salir del portal me he tenido que parar para dejar pasar a 241 Entretiempo María; la preciosa niña con coleta de 19 añitos que estudia matemáticas en la universidad de Murcia y que me ha saludado con el hoyuelo de su sonrisa que ilumina su preciosa cara en contraste con su piel morena natural y con la blusa blanca que luce sin sujetador, dejando entrever las oscuras aureolas de sus pezones que miro sin recato al pasar porque me recuerdan a mi chica y me inducen a volver a pensar en ella mientras me encamino al hotel para picar algo y tomar refresco, si puedo, porque cuando he llegado el comedor he constatado que aún no está abierto y he subido a la habitación para descansar y hacer bolillos con el tiempo viendo un canal de la televisión en el que un político recién llegado al cargo anuncia que va a adoptar un ajuste de personal en su departamento para lograr más eficacia en las enérgicas medidas que piensas adoptar para solucionar el problema de la sequía que nos acucia. Una encomiable determinación que nos recuerda a esos otros talcualillos que cuando llegan al poder y cesan a alguien, se debe a la potestad de organizar su departamento, pero cuando son ellos los cesados se trata de una caza de brujas, de una depuración. O a esos otros perenganos que cuando toman posesión de su cargo deciden tomar un resolución «contundente» para demostrar autoridad y «hacerse respetar», como expropiar una gran empresa, embarcarse en una guerra o retirar tropas de algún lugar, con el fin de que «se visualice» (eso dicen los cursis) su golpe de autoridad, su poder de decisión y su coraje político en un decisión «valiente», pero que a lo que de verdad nos recuerda es a esos militares medrosos que cuando llegan a un nuevo destino arrestan a toda la plantilla para que se le coja miedo, «para hacerse respetar», tal cual el político chusquero que acaba242 Antonio F. Marín mos de mencionar y del que sus sacristanes de amén dicen que es el típico muchacho que todas las madres quieren para marido de sus hijas. Un criterio que uno comparte porque también es el marido que todos queremos para nuestras amantes. Coincidimos. Y mi enhorabuena al muchacho, decía, porque ahora cambiamos de canal a este otro en el que se nos anuncia que Canadá ha autorizado la caza a palos de trescientas mil focas en una espeluznante estampa que ensangrienta el blanco paisaje como en un vermouth rojo con hielo picado hasta el borde de vísceras sanguinosas, más unas gotas de angostura y una cáscara de piel de foca en forma de pescuezo de caballo. Agitar y servir muy frío en una lenta agonía con el cráneo abierto que nos repugna, porque el hombre nace mono y se va haciendo humano conforme establece unas normas éticas, morales o de conducta. Unas normas que impiden tener el mal gusto de matar a los animales a palos para volver a ser monos en una orgía de sangre, dolor y repugnancia que nos obliga a cambiar de un canal a otro. Y de otro a otro, pues en este nos anuncian un detergente que lava más blanco… …y que los científicos sostienen que el universo podría ser esférico y con forma de parches unidos como en un balón de fútbol, con lo que no sería infinito… …pues la compañía Crisol asegura tu vejez… …y Marcelo D’ Eil Branco, coordinador del proyecto brasileño Software Livre RS, ha destacado la importancia de desarrollar este software en los países del tercer mundo… …porque cuando eres feliz del primero que te acuerdas es de mí: Champagne Frenillex. ¡Aunque no te toque la lotería!… 243 Entretiempo …y con las tarifas telefónicas móviles más baratas del mercado… … porque «España ya es mejor», según se ufana el presidente del Gobierno… … y unos 800.000 españoles viven bajo el umbral de la pobreza y 30.000 de ellos deambulan sin techo por España, según advierte Cáritas… … cuando el real Madrid quiere ganar la próxima Copa de Europa… ….y Reporteros sin Fronteras ha iniciado una campaña para denunciar la censura y los encarcelamientos de treinta periodistas en Cuba… … mientras los norteamericanos mantienen secuestrados en la base de Guantánamo a más de 800 presuntos militantes de la red terrorista Al Qaeda detenidos tras el ataque terrorista a los Torres gemelas de Nueva York y la posterior guerra de Afganistán, amparándose en la impudicia jurídica de que no son combatientes regulares, una vileza, porque si no son militares se los juzga por lo civil y si no son civiles y son militares, se les aplica la Convención de Ginebra para los presos de guerra pues la presunción de inocencia existe también en la estación espacial o en el centro de la Tierra. O sea. Y porque a todo el mundo se le debe aplicar el mismo sistema métrico decimal, los mismos valores humanos, nos guste o no nos guste, y aunque ellos no sean recíprocos con nosotros pues tenerlos confinados, incomunicados y sin defensa posible atenta contra la dignidad de la persona, es una tortura encubierta y sitúa al que lo hace en la más baja estima humana haciéndole perder la poca razón que tuviera, joder, vuelta a explicar lo obvio, una vez más, que a mí me cansa y me retrasáis al 244 Antonio F. Marín resto de la clase. Que pase el siguiente, por favor, porque uno prefiere ahora repantigarse en el recuerdo de mi chica; de la única mujer que me había dejado un aniversario porque las demás habían pasado como las hojas del almanaque, por pasar, de una en una, ligeras y esporádicas. Aunque ahora será más conveniente que encienda de nuevo la tele para ojear este canal de contenido local en el que se nos dice que Doña Urraca ha presentado un recurso en el Ayuntamiento en el que alega que como las tierras de la Chinica son suyas, el tesoro que pueda haber en ellas también lo es por lo que demanda que se llame al ejército para proteger sus bienes y que nadie se lo robe, que para eso está y para eso paga ella sus impuestos. Y no para que desfilen como si fueran modelos, ha añadido adusta en un escrito que no ha sido tomado en consideración por los grupos políticos municipales que han decidido que sea la Guardia Civil la que se cupe de impedir que los vecinos se acerquen por allí con picos y palas para cavar y buscar el tesoro bajo la piedra. No añaden nada más, excepto que Juan Carmelo del Carmelo había sido visto en compañía de una mujer por la Venta Reales, muy cerca de la presa de la Mulata, aguas arriba, pues el camarero que los había atendido había declarado que les sirvió un plato de conejo al ajo cabañil y que les había oído comentar que pensaban visitar el bosque de ribera de esta parte del río y acudir luego al Cañón de Almadenes que se inicia a partir de la referida presa, pues desde el precipicio se puede admirar una preciosa vista de una garganta por la que las aguas bajan torrenciales, y con un ruido ensordecedor, muy propicias para la aventura y para el riesgo que suele gustar mucho a los jóvenes que en verano organizan un peligroso 245 Entretiempo descenso de balsas rústicas en el que ya han muerto varios de ellos debido a la peligrosa torrentera de las aguas que se precipitan entre grandes piedras por un sinuoso, estrecho y escarpado pasadizo por el que Juan Carmelo podría haber caído en el supuesto, claro, de que se hubiera bajado en Calasparra del tren que luego se había estrellado en Chinchilla. O que allí lo hubieran empujado al río, que también podría haber ocurrido, aunque esto sólo sea una conjetura que uno no pude concretar porque no añaden nada nuevo sobre el particular y he optado por apagar la televisión y consultar los diarios de Internet que en grandes titulares nos advierten de que va a comenzar en Roma una Cumbre Mundial de la Alimentación (patrocinada por la FAO), que debatirá en los lujos hoteles de Vía Veneto el problema de la alimentación mundial. Un guateque muy pertinente pues los últimos datos revelan que a pesar de que en el mundo hay alimentos suficientes para dar de comer a todos sus habitantes, cada día mueren de hambre 24.000 personas (veinticuatro mil). Qué espanto. Y abres el programa de correo electrónico y redactas una carta al director del medio, pues es espantoso, señor director. la imagen siniestra de estos niños muertos de hambre que nos inducen miedo, mucho miedo, porque el terror no está en las películas de asesinos en serie con sangre y vísceras, sino en la estampa de esos niños huesudos con la barrigas hinchadas por la indigencia que se encuentran en vías de extinción, como el lince ibérico, y a los que habrá que llevarles comida y cañas para que pesquen, pero mayormente cultura y educación que les aproveche, porque la ignorancia lleva a la sumisión; porque la verdad os hará 246 Antonio F. Marín libres» (Jesucristo) o porque la educación «nos acerca a la perfección de nuestra naturaleza» (Kant). A la perfección de nuestra naturaleza caníbal, por ejemplo, si no sabemos la verdad de que somos caníbales, porque eso es precisamente lo que enseñan los maestros a los niños en las escuelas de las tribus caníbales antes de repartirles la merienda con el bocadillo de solomillo del vecino de tribu. Pero desvarío, me he salido del asunto y no lo envío, porque además es probable que no lo publiquen y no sirve de nada querer salvar al mundo si no puedes salvarte primero a ti mismo apremiándote en tus quebrantos y quehaceres, en lo tuyo, abriendo por ejemplo el correo electrónico por ver si tienes noticias del editor con el que habías concertado la historia de la Chinica. Pero no. No hay noticias de él, ninguna, aunque he recibido un correo anónimo que me emplaza para que acuda a un viejo almacén de aperos junto al río que me remusgo que es la casita desvencijada que ya conocía de otra cita que había tenido en aquel lugar en mi anterior viaje. ¿Qué hacer?... Acudir a la cita, desde luego, por si conseguía noticias para desarrebujar el asunto de la muerte de Juan Carmelo y del tesoro de la Chinica. Y he bajado del hotel por el camino del Maripinar y me he detenido luego en el Puente de Hierro porque he visto que unos niños saltan al río cuan intrépidos tarzanes, balanceándose de una cuerda que cuelga de la parte superior del viaducto. Y me he acercado para verlos mejor porque una vez que los chitos se encaraman a la repisa del arco que sustenta el puente, se cuelgan de la cuerda, se lanzan al vacío y se columpian para coger así impulso y soltarse cuando llegan a la parte del río más pro247 Entretiempo funda, donde hay agua salvar, en una pirueta que es muy arriesgada porque, según uno mismo les explica, el balanceo de la cuerda a la que se agarran les puede empujar contra la misma pared del puente o dejarlos caer sobre un lugar en el que corre poco caudal debido, mayormente, a la fuerza de atracción de la gravedad de la que ya se percatara Newton que, por cierto, se fijaba mucho en estos detalles. - ¿Newton?..., ¿quién es ese? –dice el más farfantón. Y uno se encoge de hombros y vuelve sobre sus pasos para girar a la izquierda y seguir por el Paseo Ribereño que me conduce al Molino Teodoro donde me he detenido porque me ha llegado un peculiar olor a ova que achaco a que el río debe de bajar con poco caudal, sabe usted, que es que cuando el Segura viene con poca agua deja al descubierto los pedregales que, según veo, asoman repletos de ova verde que sabe a río, cañas y huerta mientras unas palomas beben agua por el remanso de «las Zarzas» y una pequeña garza palmea en la orilla antes de emprender el vuelo para remontar el curso de la corriente buscando peces por aquí abajo, por donde una oropéndola pía a su pareja para que acuda a la formalidad de la coyunda en las verdes cañas si consigue hacerse oír entre las campanadas de la iglesia de la Asunción cuya torre despunta a lo lejos entre el mar rizado de tejas de las casas bajas del casco antiguo. Un tañido que me saca del embeleso y me animan a sobrepasar el albergue rural junto al azulado Molino Teodoro y a seguir por este Paseo Ribereño que serpentea el río para buscar la mencionada casa que ya conocía de mi anterior visita, pues creo recordar que para encontrarla había que llegar frente al campo de fútbol de «La 248 Antonio F. Marín Era» del otro lado del río y alinear allí la torre de la iglesia con la primera farola de la izquierda tal y como he hecho una vez que he llegado frente al campo y que me he ido moviendo para enfilarlas, poco a poco, así, así, hasta que las he tenido ahiladas y me he vuelto para ver, maldita sea, que la casita de los aperos de de labranza no está, porque sólo aparece un frondoso árbol que no deja ver lo que hay detrás. Y entonces… …y entonces quizás debería ladearme para mirar y ver que sí, que si aparece, porque cuando vine la otra vez el árbol era pequeño y dejaba ver, mientras que ahora anda ya frondoso y tapa una desvencijada caseta a dos aguas que parece sacada del cuento de Hansel y Gretel. Una pequeña caseta a la que me tendré que acercar saltando la verja, que salto, para llegar a la desvencijada puerta en la que he visto clavado un sobre que contiene una nota en la que se me emplaza para acudir al Auditorio Gabriel Celaya ubicado en el Parque, por el ensanche de la ciudad, porque quieren comprobar si de verdad estoy interesado. ¿Qué hacer? ¿Todo aquello era serio o se están mofando de mí llevándome de aquí para allá? No lo sé, pero he optado por volver al pueblo siguiendo por el Paseo Ribereño que conduce al puente de Alambre donde me he detenido para mirar los cañaverales y plátanos de la ribera que se desbordan y abren exuberantes sobre los caminos ribereños y obligan a apartarlos con la mano para poder pasar pues por estas calendas de solana, fruta y chicharra, las cañas ya copan las veredas y crecen feraces junto al río hasta alcanzar el puente desde el que los jóvenes aprovechan las pozas del río para saltar al agua y bañarse, porque será ya por la romería de la patrona, allá por finales de septiembre, 249 Entretiempo cuando las cañas se entorchen con un plumero proclamando que viene el otoño y que se han de apagar pajizas, secas y vencidas por su propia naturaleza. Pero eso será por el otoño, porque ahora lucen pujantes y verdes como la misma huerta que se desborda a los caminos pues las ramas de los árboles saltan por encima de las cercas y se desparraman sobre las veredas rebosantes de fruta como los de esa finca de ahí donde los jornaleros se suben a un perigallo para coger melocotones mientras que otros cargan las atiborradas cajas y las sacan al camino para que luego las recojan los camiones con los que me cruzo cuando he seguido por la vereda del Puente Alambre hacia la confluencia con el Paseo de Ronda que circunvala el casco antiguo y lo separa de la huerta. Una intersección que me obliga a detenerme para mirar hacia arriba, queda cuesta, y subir hacia el pueblo por la ya adoquinada Cuesta Cosme en cuyo final, por la calle de la Hontana, me he encontrado con algunas mujeres mayores que han salido de sus casas con pañuelos en la cabeza para sentarse en un banco junto a la verja sobre los ejios y charlar con las vecinas que andan de negro riguroso o de informal colorido en sus ligeros delantales, buenos días, te dicen amables cuando pasas por su lado y te asomas a los ejios para ver desde este altozano la huerta que el río parte en dos bajo la chepa de la Atalaya y el farallón del castillo en el que se atisba un pequeño vestigio del que fuera en su día baluarte musulmán de la ciudad de Medina Siyâsa que se ubica detrás de la montaña y que quería visitar, otro día, porque ahora me apremia acercarme al auditorio Gabriel Celaya callejeando por la parte más moderna del ensanche de la ciudad que se ve tiralineada a escuadra y cartabón con manzanas rec250 Antonio F. Marín tangulares que van creciendo poco a poco porque los vecinos van tirando sus casitas de planta baja y principal para sustituirlas por tiesos edificios de hormigón de cuatro plantas con altillo y antena parabólica, que cuadriculan esta parte de la ciudad atravesada en canal por la Gran Vía; una espaciosa avenida de amplias aceras que separa esta parte moderna de aquella otra más sencilla con casas unifamiliares por donde se ubica el Instituto de Secundaria Diego Tortosa y las viviendas sociales más conocidas por «casas blancas» que sólo lo son por fuera, de fachada, porque por dentro se ven muy sombrías con las bombillas reventadas, los meados espatarrados por las escaleras y las tuberías arrancadas al desamparo más truculento pues los predicadores de la solidaridad por aquí no asoman, ni de vista, porque bastante tienen los nuevos señoritos con despotricar contra el hambre del siglo pasado, contra la miseria de la posguerra civil, mientras domicilian sus muy despampanantes nóminas para el pan de sus hijos, pues se conoce que encamarados en los pulpitos de la docencia burguesa no se atreven a bajar de la tarima para llevarles la escuela redentora a esta miserable famélica legión de prostitutas sin dientes que se la chupan a los viejos por tres euros (sin IVA) no vaya a ser que nos salpique la mierda, la sangre de las jeringuillas y el yeso de las paredes que los aborígenes de estos cuchitriles de hormigón rascan para meterlas en papelinas y venderlas como droga a los incautos con posibles a fin de pincharse con la buena y seguir tirando de esta penuria con dientes podridos y SIDA que está aquí mismo sin necesidad de escarbar en la Guerra Civil, ni en la posguerra del siglo anterior, porque la miseria y la marginación está en este siglo XXI con gobiernos de izquier251 Entretiempo das y a tres palmos de su cátedra, a tres justitos palmos de sus narices de burguesitos pudientes pues se conoce que, efectivamente, la vida da muchas vueltas, claro, aunque a algunos siempre los pille debajo, vuelta tras vuelta, que debe de ser cosa del amaño de algún bergante para que la rueda siempre les toque en la peor parte que el muy rufián parte y reparte, decía, porque estos modélicos funcionarios numerarios pagan gustosos sus impuestos para que Servicios Sociales obre como corresponde en la sociedad del bienestar y reparta las cáscaras de sus altramuces entre estos pobres marginales sin conciencia de clase, pero con hambre, mierda y miseria mientras los cables de Internet pasan por su puerta. Un paisaje de posguerra lo que se ve por esta zona y por los casones de la Fuente, decía, y digo, mientras atravieso la Gran Vía y llego al parque por la entrada ubicada junto al Hogar de la Tercera Edad, donde me he detenido para ver como algunos vecinos juegan a la petanca en unos rectángulos con arena, mientras los chitos corretean bajo las palmeras y algunos inmigrantes se sientan por los bancos, se conoce que para descansar después del curro. Bienvenidos a Isla Capital, al edén capitalista, al capitalismo explotador, pues han navegado y volado miles de kilómetros jugándose incluso la vida para poder trabajar, ahorrar y comprarse una cama mejor en la que descansar más para trabajar más, etcétera. Y ganarse así un jornal que uno también pretende agenciarse cuando me acerco al auditorio al aire libre en el que me habían citado y que aparece a lo lejos a ras del suelo pues se asemeja a un pequeño teatro romano hundido en el terreno en el que las gradas más altas están al mismo nivel del parque. Así que tendré que 252 Antonio F. Marín bajar para acercarme a los camerinos donde he recogido un sobre que asoma bajo la puerta y del que he sacado una fotocopia del informe de la autopsia de Juan Carmelo en el que se refleja que el estómago del cadáver contenía ácido oxálico y oxalatos. ¿Oxalatos? ¿Qué es eso? Tendría que averiguarlo, claro, porque el sobre dejado allí por aquel vecino anónimo no me aclaraba nada más. Y me he sentado en la grada, he sacado el ordenador portátil para enchufarme a Internet y he tecleado las palabritas en un buscador web que me ha devuelto la información referida a una página del Instituto Los Albares en la que se nos especifica que los oxalatos los contienen las plantas Oxalis pescaprae conocidas vulgarmente como vinagrillos, que son unas hierbas perennes que abundan en la región de Murcia con unas flores amarillas dispuestas en umbelas que florecen entre las malas hierbas de los cultivos de frutales pues esta planta sirve para alimentar el ganado e incluso es recogida por algunas personas para chupar los pedúnculos por su sabor agridulce y de ahí su nombre vulgar de vinagrillos pues contienen ácido oxálico y oxalatos que en cantidades excesivas puede causar envenenamientos. ¿Envenenamiento? ¿Quiere esto decir que Juan Carmelo había muerto envenenado? ¿Y por quién? No tenía sentido. Nada tiene sentido y menos que alguien hubiera querido acabar con él porque pese a ser algo cervigudo, también lucía ese sentido común tan frecuentado por las gentes sencillas y que provoca recelos y enconos pues no hay nada que se desprecie tanto como la claridad. Y entonces… …y entonces será mejor que vuelva a revisar el sobre para ver si contiene algún otro documento, alguna información de aquella otra investigación sobre la ausen253 Entretiempo cia de sales minerales en el cuerpo de Juan Carmelo que le podría haber provocado un infarto si padecía del corazón y le hubieran dado para beber agua destilada. Pero no; no veo nada más y me lo he guardado para volver de nuevo al centro de la ciudad rumiándome sobre el particular pues no le encontraba explicación a lo de su muerte y es probable que nunca lo supiera, en fin, me he mascullado algo aliquebrado mientras vuelvo apremiado por la Gran Vía para subir luego por el Camino de Murcia pues quiero acercarme al Ayuntamiento si consigo llegar, claro, porque de pronto me he tenido que parar pues por la calle viene un grupo de jóvenes ataviados con camisetas de Harvard, Cambridge, Stanford, Berkeley, Oxford o Yale, y que parece que se manifiestan a favor de la enseñanza pública y en contra de la privada. Tienen razón. Aunque uno no note diferencia alguna entre una enseñanza y otra porque a un servidor lo han echado tanto de los colegios privados como de los públicos. Sin excepción. Así que he seguido mi camino por la acera y me he parado de nuevo, vaya por Dios, pues unos vecinos me impiden pasar mientras se apelotonan ante un cartel de la pared que no logro ver, maldita sea, hasta que me he puesto de puntillas para mirar por encima de sus cabezas y ojear que se trata del cartel que anuncia la Procesión del Azar promovida por la Plataforma Cívica y Laica de la Ciudadanía, que pretende rendir tributo al Azar del que proviene el hombre, el universo y la Tierra, mediante la procesión de una imagen esculpida por el insigne Antón Azurmendi. Una buena ofrenda, me he dicho, aunque uno se malicie que al Azar no hay que agradecerle nada porque si es azar no tuvo ningún propósito en particular y lo hizo todo sin saber por qué lo hacía, a lo tonto a lo tonto 254 Antonio F. Marín (que dicen los niños), porque como un buen sistema operativo informático sólo procesó y evolucionó sin saber por qué, ni para qué lo hacía, ya que el hacerse preguntas es una capacidad inteligente que tiene la virtud de querer saber por qué se inició este tonto proceso que no sabe porqué lo hace. Porque sí, te dicen los expertos truchimán. Porque no «semos naide». Aunque los vecinos no parece que se afogaren mucho por esta cuestión y siguen mostrándose muy agradecidos porque si venimos del Azar todo está muy claro y ya no hay que preguntarse el porqué, lo cual que reconforta y tonifica como el Agua del Azar, digo del Carmen, y entonces será mejor comer algo, picar algo en algún bar que me pille a mano; éste mismo de aquí de la esquina en el que he pedido Zarangollo que creo recordar que es un plato típico de la localidad que se fríe con calabaza chirigaita, cebolla y pimientos secos (ñoras), que le dan un toque dulzón a calabaza y que uno acompañará con unas patatas con pimienta molida, gracias, pues sé que están para chuparse los dedos, literalmente, mientras en la televisión de arriba un propio nos solfea y reprende instándonos al diálogo porque dice que el hombre se diferencia de los animales en que dialoga. Cierto. Y en que mata por placer. Y en que se viste, imagina, sueña, ríe y folla por algo más que por placer o por el placer de la creación. Y en que no tiene hueso en la polla. Y en que puede creer en Dios, aunque no lo vea. - Decía Freud que la religión es la neurosis infantil de la humanidad que impide el crecimiento adulto del hombre y negar al Dios-padre significa crecer, sanar y acceder a la propia autonomía. - Si, doctora, pero no me interrumpa que se me va el 255 Entretiempo hilván, porque antes que esa madurez que propugnó Freud, uno prefiere la neurosis infantil de personas que no negaban al Dios-padre, y creían en él, como Dostoievski, Petrarca, Giotto, Chésterton, Miguel Ángel, Graham Green, Pitágoras, Erasmo, Botticelli, Dante, Copérnico, Víctor Hugo, Pascal, Tomas Moro, Ticiano, El Greco, Capra, Juan Sebastián Bach, Goethe, Cervantes, Saint Exupery, T.S. Elliot, Mendel, Wim Wenders, Quevedo, Paul Schrader, Steiner, San Juan de la Cruz, Dreyer, Edison, Rilke, Gracián, Martin Luther King, Montaigne, Ampere, Bob Dylan, Lars von Trier, Gauss, Kieslowski, Bono (U2), Emmanuel Mounier (Esprit), Robert Bresson, Anthony Burgess, C.S. Lewis, Marconi, Plácido Domingo, Kepler, Norman Mailer, Andrei Tarkovsky, John Ford o los Sixpence None the Richer. Y el mismísimo Gaudí y tantos otros que no eran ignorantes, ni beatas con velo y rosario, en fin, porque el doctor Freud sería muy maduro, muy autónomo y muy ilustrado, pero dijo chuminadas como que todas las mujeres son histéricas y que todas ellas tienen envidia del pene, o sea, que a lo mejor le hacía falta una pasada por la religión para pillar una miaja de lucidez. Aunque en el Argaz, decía, he acabado el plato de zarangollo, he salido la calle y me he dado con Teodoro López Paniagua, un vecino que suele oficiar de educador de conciencia con placa a la calle, ya que Teodoro López Paniagua aprendió y heredó el oficio de educador de conciencias de su padre Teodoro Paniagua I, pues en este país la afiliación política y el oficio de actor se heredan por parte de padre y madre. Así que Teodoro Paniagua II sigue empleándose en educar conciencias porque cree que ésta hay que aleccionarla para que así podamos obrar bien; 256 Antonio F. Marín aunque él suele porfiar mucho con Alberto Retortillo que también ejerce de educador de conciencias, puerta con puerta, pues ambos se hacen la competencia en lo de educar conciencias y si uno las educa para allá, el otro las educa para este otro lado, claro, por aquello de no repetirse y de ofrecer una gama plural de conciencias. - Yo educo conciencias con arreglo al canon, mientras que tú vas por libre – le suele decir a su competidor. - ¿Qué canon? - El bueno, el mío. - No, el bueno es el mío. Aunque en el Argaz, decía, he saludado a Teodoro Paniagua, adiós, adiós, y he seguido mi camino para tropezarme de pronto con un chito que casi me atropella con su bicicleta y al que no he reprendido porque después de todo uno es un sentimental que también ha tenido bicicleta, y nueve años, es decir, vía libre para volar con ella y escalabrarse. Porque uno se ha caído mucho de la bicicleta coincidiendo siempre con la presencia de alguna chica mayor con falda a la que se le pudiera ver las bragas. Con perdón. Y cuando se agachaban para cogerte, ¿te has hecho daño?, les podías ver también la tetas o los pezones bajo la blusa. Algunas hasta llevaban tu cabeza a su pecho y decían probecico, que se ha hecho daño al caerse de la bici. Y te achuchaban, te daban besos y te acariciaban. Y si encima llorabas te comían a besos. Por eso yo sé llorar muy bien. Lloro con una facilidad pasmosa que aprendí en aquellos tiempos veraniegos de bicis, bragas, tetas y besos. Las bicicletas son para el verano, dijo uno que era un chuchatriste. Y para verles a las mujeres las bragas, eso tam257 Entretiempo bién, si sabes caerte a tiempo y aguantar luego el enjabone cuando llegues a tu casa con la bicicleta rota. Pero no importa, nadie ha ganado batallas sin hacerse un rasguño y las heridas de guerra honran, aunque mi bici siempre anduviera por el taller y sin que el tallerista, digo el bicicletista, digo el mecánico, se explicara aquélla anómala circunstancia. Pero en el Argaz, decía, he subido al crío a su bicicleta y he acelerado el paso pues llevo prisa por ventilar de una vez la historia del enigma de la muerte de Juan Carmelo y del tesoro bajo la Chinica, ya que el último noticiario de la tele local nos había informado de que el estudio forense del cadáver de Juan Carmelo había revelado que la falta de sales minerales no se debía a la ingesta de agua destilada con el propósito de provocarle un infarto, porque su ausencia era mínima. Y ésta no era la causa. Así que sigo en ascuas cuando me he ladeado para evitar a Mauricio Majagranzas; un vecino muy notorio en la localidad pues es de esos demócratas de primera línea de playa que cuando «los suyos» están en el poder y redactan leyes, dicen que hay que acatar la decisión soberana del Congreso. Sin rechistar. Aunque cuando pasan a la oposición y las promulgan «los otros», no hay tal respeto porque al no habérsenos permitido mangonearla, es autoritaria y no tiene consenso, joder, joder, otra vez no, digo, porque en el Argaz me he tenido que detener de nuevo pues por la calle vienen algunos vecinos que deben de ir de romería o quizás de procesión o quizás de manifestación o quizás de bullanga, porque entre el gentío veo a Angelino «el cabra» que trompetea con un matasuegras, como siempre, pues a Angelino el Cabra le gusta tocar el pito por las calles y los 258 Antonio F. Marín saraos multitudinarios para saludar a todo el mundo ya que él es muy sociable. Y cuando me ha visto se ha subido el pantalón, se ha acercado y me ha ofrecido la mano para que se la apriete. - Mi barrio no se expande, mi barrio no se expande insiste henchido de emoción. Angelino no viene sólo, decía, porque detrás de él aparece el Cabo Machichaco (que suele proclamar la independencia de su cabezo), y Doña Cordelia Ramírez Benítez de Aceituno y Sáez de la Carrasquilla que tiene dicho que si se levanta la Chinica del Argaz para sacar el tesoro, vendrán todos los males a la tierra pues la piedra tapa el agujero de la fin del mundo, según repite a todo aquel que quiera oírla, por ejemplo, María se le Pega el Arroz que camina a su lado delante del Pescatero, de Heliodoro Rodríguez, de Juan República y del Macareno, que ahora se vuelve para charlar con Pajolero Repajolerito que viene detrás ayudando a Miljan Miljánovic a tirar de su carrito de milojas porque el Miljánovic siempre cierra el cortejo de todo tipo de romerías, procesiones y cabalgatas. Y ésta además pasa en loor de unanimidad pues todos ellos parecen aunados en algún propósito que no logro dilucidar hasta que se acerca la pancarta que enarbolan para exigir que la Chinica, y el tesoro que se supone que se esconde debajo, sea declarado patrimonio municipal y se evite así que se haga con él Doña Urraca que decía que era suyo, la multinacional MacMarguer que alardeaba de tener una concesión para ubicar en el lugar un negocio de hamburguesas o el mismísimo Al Martínez Capone que pretendía tener los derechos de explotación turística de la piedra y que amena259 Entretiempo zaba con fundar un partido político para conseguirlo y para defenderse y propugnar, además, que el Estado se redujera a lo mínimo porque como a su homólogo americano, le molestaba mucho y lo quería pequeño, chico, para que no interfiriera en sus negocios y lo dejara a él en libertad para lo suyo, para sus trapicheos y conchabanzas. Y todos ellos pasan ahora con su pancarta camino del bulevar del Paseo, mientras un servidor decide acercare a buscar a mi chica por si tuviera suerte y aún anduviera por el piso, que si está, espera que ya bajo, me ha dicho por el telefonillo porque quiere que la acompañe, por favor, acompáñame a la cafetería a tomar algo, ¿quieres?, sí, claro que quieres, les has contestado antes de apoyarte en la pared para esperar a que baje y ojear mientras tanto a los que van y vienen de sus negocios a sus asuntos, entre los que veo venir a María, la chica aquella de 19 añitos, que al verme ha sonreído y ha seguido su camino mientras uno mira su culo que bambolea con el firme caminar de sus recios muslazos. ¿Tanto te gusta?, he oído de pronto a mi espalda. No, no puede ser; no puede ser ella en este preciso momento, joder, joder, me he mascullado al volverme para ver que sí, que es ella y que además me ha pillado mirando el culo de la otra cuando en realidad uno no estaba mirándola, ¿sabes?; tú no estabas mirando su culo porque a María la habías conocido hace unos días en la biblioteca, pero no había nada más, te lo aseguro, le has dicho acercando tu cara a la suya para darle un beso que ella ha dejado congelado en el aire porque se ha apartado y te ha cogido de la mano para llevarte al piso donde poco después se ha sentado malcarada en su chaiselongue. Muy seria y glacial. ¿Qué le pasa? Nada, excepto que esa chica te ha son260 Antonio F. Marín reído y ella no va a permitir que otra mujer te sonría, ¿queda claro?, sí, muy claro, respondes solícito mientras haces caso a su gesto con el dedo y te arrodillas entre sus muslos porque ya sabes que te has de sacar el polo del pantalón para que ella pueda meter las manos y rozarte y pellizcarte los pezones con las yemas de los dedos. La muy pécora. - Como te sonría otra mujer – insiste-, te vas a enterar porque yo misma te la quito y me la follo delante de tus narices. Y luego te dejo y no me vuelves a ver, y como soy emocionalmente más fuerte que tú podré soportar mejor la separación porque tú no podrás resistirlo y serás el que más pierda. Y ahora pídeme perdón - ¿Por qué? - Porque te ha sonreído otra mujer. - Perdóname, lo siento. Y luego callas, claro, porque ella se ha levantado para poner música, el We’ve Only Just Begun de los Carpenters, y ha vuelto a sentarse en la cama para seguir jugando con tus pezones, rozándolos y pellizcándole levemente una y otra vez, pues sabe que por ahí eres fácil, que enseguida se te pone dura y eso te delata, ay, porque al ver tu envaramiento ha sonreído pícara y te ha levantado la barbilla con la mano para besarte zalamera los labios. Olía tan bien que cierras los ojos para besarla mejor y sentirla dentro. Muy dentro. Pero ella se aparta y comienza a desnudarte impetuosa porque te quiere tener desnudo siempre que estés con ella, completamente desnudo, insiste ahora cuando ya lo estás y esperas a que ella se desvista recreándote en cómo deja caer la falda al suelo, cómo saca los tacones y sigue 261 Entretiempo luego desnudándose prenda a prenda para quedar ante ti vestida sólo con la braguita tanga traslúcida que tanto te gusta. Está preciosa, le has dicho. Pero ella te empuja sobre la cama y se echa sobre de ti para musitarte que te quiere y darte besitos tiernos, muy tiernos. Y luego se ha quedado adormilada sobre ti y tú has aprovechado para ahondarte más con el peso de su cuerpo que te hace sentirla plena, entera, con sus muslos sobre tus muslos, su sexo sobre tu sexo y sus pechos sobre tu pecho. Y aplastado por su peso has pasado la noche en duermevela hasta que al amanecer te ha despertado con un dulce beso, se ha levantado para ducharse y ha salido fresca y lozana, con el pelo todavía húmedo, mientras tú te quedas copado mirando cómo se viste, cómo se pone las braguitas, el sujetador y las medias porque lleva prisa, te dice, y hoy no puede dejar que la vistas como siempre hacía complacida desde aquel día en que te insinuó que le gustaría que la vistieras, que le pusieras el sujetador, las braguitas y la falda y que, arrodillado junto a la cama, le pusieras las medias y se las colocaras para que no le hicieran arrugas. Pero ahora no puedes hacerlo porque se ha marchado y quizás pudieras aprovechar su ausencia para lavarle las braguitas a mano, como te había pedido, por favor. Un favor que no era tal porque para ti son unas prendas delicadas, y fetiches, que han rozado su cuerpo y que saben a ella. Adorables. Unas braguitas de las que sientes celos, con mucho fundamento, porque están con ella más tiempo que contigo. Y más cerca. Muy cerca. Y por eso, claro, son como sagradas. O más aún que sagradas, te había aclarado ella un día cuando se anticipó a tus deseos y te sugirió, por favor, que si querías lavarlas a mano en el lavabo 262 Antonio F. Marín lo podías hacer si tenías cuidado. Mucho cuidado, volvió a insistir cuando te tenía arrodillado entre sus muslos para que le ajustaras las medias, porque lo que más rabia me da, te había dicho, es que aunque te haga mío jamás podré poseer tu cabecita porque tu pensamiento es demasiado libre y por ahí te me escapas. Y yo quisiera que estuvieras siempre pensando en mí, aunque sea al lavarme las braguitas. ¿Sí? Sí, tonto, cada segundo del día, había añadido mientras se llevaba la mano al cuello para coger la llavecita de oro encerrada en un círculo que te recordaba, y recuerda, que no puedes gozar sin su permiso. Sin ella. Que eres de ella. Y que lo sigues siendo aunque no estés con ella, según tú mismo reconoces ahora cuando pones a secar sus braguitas en el tendedero y sales de su piso para volver al trabajo porque tienes prisa por escarcuñar qué había sido de Juan Carmelo; si se había caído al Cañón de Almadenes después de bajarse del tren, quién era la extraña mujer que lo acompañaba y si era posible que se hubiera envenenado al chupar vinagrillos o que se los hubieran dado en cantidad abusiva para matarlo. Esa era la maeja que tenía que desovillar, además de todos los pormenores referidos al tesoro bajo la Chinica pues de este particular si había podido indagar que tras detener a unos vecinos que estaban cavando bajo la piedra, se les había encontrado un viejo trozo de tela que podría corresponder con un traje de huertano del carretero que fue aplastado por la Chinica cuando la conducía tirada por dos bueyes. Aunque ahora que caigo, maldita sea, no había pedido cita para ver al alcalde y entonces… …y entonces será mejor sentarse a esperar en esa terraza de ahí en la que me he acomodado para ver pasar a 263 Entretiempo los matrimonios mayores que han salido cogidos del brazo a dar una vuelta, otra vuelta, la misma vuelta de todos los días porque a cierta edad adulta todos los paseos diarios son de domingo, mientras que los jóvenes salen a buscarse atolondrados porque a esa edad cada noche es dispar, nueva, y todavía queda hueco para la vida porque la muerte sólo existe en cabeza ajena. Así que uno aprovecha para conectarse a Internet y entrometerse de web en web para saber cómo va el cotarro, porque parece que se ha clausurado la exposición Work de mi admirado Helmut Newton; ese estrafalario fetichista como nos, del mismo gremio y patria de la infancia, que procura reconstruir a la mujer para inventarla de nuevo pero esta vez no de una costilla de Adán, sino con finos tacones, encajes, corsés, fajas, rejillas, botines y todos esos atalajes femeninos que la recrean de nuevo como hizo Dios cuando tuvo que inventar la vergüenza para que la mujer se vistiera, se hiciera provocativa y pecara, coño, porque con la simple desnudez no había manera y el Adán se nos hacía maricón y todo, pues no hay nada más púdico que una mujer desnuda y nada más pecaminoso que una mujer vestida por el viento. Y por eso las playas nudistas nos parecen bucólicos jardines de infancia que uno ya ha conocido en Es Trench (Palma) o en las playas vírgenes de Formentera y que parecen maravillosas acuarelas de Sorolla, muy aptas y toleradas para un convento de jesuitas, en un caer en mientes y sin ánimo de ofender, porque el pecado, bendito pecado, nace de lo que no se ve, de lo que no existe, de lo que se pinta e inventa en el magín con los férvidos colores de la imaginación que permite crear en libertad sin la rémora de la realidad que no crea, sólo 264 Antonio F. Marín bosteza y eructa. Y donde esté una mujer vestida al trasluz del vapor que se quiten las desnudas, hombre, joder, en fin, ya sabes, porque entonces… …porque entonces será mejor que vuelva al hotel donde creo que me ducharé, arreglaré y pondré bonito pues uno bala por volver a verla, por encontrarme con ella y ya seguiría otro día indagando el quesiqués que me traía entre manos en relación con la Chinica. Aunque también haya de tener cuidado y no andarse muy campanero, porque todo puede empeorar, me he dicho precavido una vez que he llegado a la habitación del hotel y que he encendido la tele para escuchar las noticias mientras me ducho, pues parece que la sonda espacial Voyager 1 y 2 han llegado al confín del sistema solar cargada con un disco bañado en oro con la música de Bach, Bethoven y Louis Astrong, además del sonido del viento, del mar, los pájaros, las ballenas y un «hola» en 60 idiomas que no incluye (un inocente olvido), el informe de Naciones Unidas que advierte de que 104 millones de niños permanecen sin escolarizar; que la esperanza de vida de una niña en países como Sierra Leona se sitúa en los 36 años o que 842 millones de seres humanos andan desnutridos debido a la extrema pobreza. Una siniestra estampa que se escamotea a los extraterrestres porque se supone que los trapos sucios se lavan en casa, cuando se lavan, porque eso sí que son palominos que nadie quiere lavar, ni en su casa. Y si vienen los extraterrestres se los pasea por las habitaciones que ya estén limpias. Suponiendo que vengan, claro, que mejor no, por favor, porque estos también se adosan a nuestro faro y ya no sabe uno en qué desértico planeta esconderse. Con ella, claro, esconderte con ella, porque ahora 265 Entretiempo si que de verdad, palabrita del niño Jesús, te vas a acordar de todas las fechas, celebrarás todos los aniversarios y te pondrás para cenar jazmines en el ojal, aunque no se estile, que no se estila, decía, y digo, mientras salgo del cuarto de baño empapado en colonia para niños. Aunque guste que no es estile, sabe usted, porque uno se acurruca con la ilusión de tener una niña que se parezca a ella para acompañarla a la biblioteca y verla leer todos los cuentos. Y llevarla a ver los escaparates de los juguetes todas las vísperas de los Reyes Magos, ayudarla luego a escribir la carta e ir con ella cuando vaya a echarla. Porque entonces sí que se empieza a vislumbrar un poco de sentido pues lo que ya no lo tiene es andar por ahí a tientaparedes buscando quitapesares de bar en bar hasta que el whisky te arde en el estómago y comienza a estar todo muy claro, vaya que sí, porque con él se comprende todo muy bien aunque tengas que aguantar las moñas lloronas de otros prójimos, «mi mujer no me entiende», «mis hijos no me hacen caso» o «mi jefe me odia», con tal de que te sigan invitando porque tú ya no tienes perras, ni ganas de salir corriendo e irte sin pagar como tantas otras veces que te han pillado y que te han echado del bar obligándote a eludir al día siguiente ciertas calles para no pasar por la puerta de esos bares. O pasar corriendo. Evitándolos. Aunque ahora ya no sea menester esa magaña, decía, porque uno no necesita impermeables de alcohol para que todo te resbale pues todo te patina sin necesidad de emborracharte. Y se ahorra mucho. Te sale gratis. Así que cambio de canal y me doy con este otro en el que aseveran que no se puede ser fundamentalista democrático e ir por ahí imponiendo la democracia y los derechos humanos a los demás porque la 266 Antonio F. Marín libertad no se impone, claro, pero se impuso en la Francia jacobina a golpe de guillotina, a Dios gracias, porque no se trata de imponer la democracia y la libertad, de obligar a un niño a entrar en un barrio peligroso para que sea libre de circular por él, sino de detener a los matones chuloputas del barrio para que si el niño quiere entrar, quiere ser libre, que pueda serlo, y pueda entrar en ese barrio sin ningún miedo. Sólo eso, hombre, le he replicado al televisor mientras cambio de canal a este otro en el que un tipo defiende con vehemencia la necesidad de investigar sin límite alguno; una actitud que uno rubrica y aúpa, pero con cautela porque se nos viene a las mientes el avance que supuso la lobotomía del doctor Antonio Egas Moniz que años después le supuso el Premio Nobel pese a que dejó a los enfermos inválidos y en estado vegetativo mediante una investigación científica que empezó como ciencia y terminó en ciencia ficción. Y de quiosco. Porque nos sorprende, y mucho, que la Ciencia todavía no haya encontrado el remedio para enfermedades como la malaria, la enfermedad de Chagas, la leishmaniasis o la enfermedad del sueño que mata a millones de personas en los países pobres y que, por el contrario, si haya logrado la manipulación genética para prevenir la gota y que los cerdos humanos puedan seguir atiborrándose de carne. Porque entonces... …porque entonces que pase el siguiente, por favor, pues uno no sabe más ya que cada día tiene más dudas y sin embargo la Ciencia nunca duda y se afana intrépida en explicarlo todo. Absolutamente todo, como el físico doctor Crick cuando nos apostola con que el yo, la conciencia y el alma no existen puesto que surgen de una combinación bioquímica de azúcar y carbono ya que las alegrías, 267 Entretiempo las penas, los recuerdos, la avaricia, el sentido de la identidad y el libre albedrío, sólo son el resultado del comportamiento de un inmenso conglomerado de neuronas y sustancias químicas que interactúan con ellas. Quiere decirse, y dice, que nuestras neuronas trabajan como la memoria de un ordenador que sólo son 0 y 1 que procesan una foto bellísima, la guardan y la muestran, aunque sin saber que es bella. Y por ahí falla la lógica, porque un ordenador es un compuesto de ceros y unos neuronales pero no sabe que la foto es bella, ni se pregunta por su muerte ni por el sentido de su vida. No importa, nos dirán, porque todo es pura química, incluido el sentimiento religioso, el amor o el altruismo pues estas actitudes proceden de la evolución humana, de la necesidad de dar a los demás para poder recibir y sobrevivir así todos en el medio. Una proposición que puede ser cierta, aunque renquea, sino cojea, porque los egoístas y los avaros no servirían al proyecto común evolutivo, a esa necesaria solidaridad evolutiva para sobrevivir todos en el medio y, al ser inútiles, la misma evolución los habría eliminado. Porque si la evolución crea el bien para sobrevivir, también habría acabado con el mal para sobrevivir. Y sin embargo el egoísmo y la avaricia siguen ahí y aumentan cada día, se conoce que porque la evolución, como Dios, no pudo, ni puede, evitar el mal o lo cree necesario para la supervivencia de la especie. Y entonces… …y entonces que pase el siguiente, por favor, porque además resulta que si la conciencia no existe como tal, tampoco existe el «súper yo» freudiano y se acabó el psicoanálisis, FIN, lo cual que alegrará mucho a Woody Allen, se supone, claro, en fin, ya sabes, porque por aquí no se 268 Antonio F. Marín hacen metopas con la verdad, ni se fletan autobuses en su búsqueda pues de hacerlo habría que ir a ella con mochila, machete y en fila de uno para no enmarañarnos en la selva de las verdades objetivas (precio a convenir). Y entonces... …y entonces investiguemos sin límite alguno, sí, pero con responsabilidad civil subsidiaria, porque ya se sabe que los experimentos se han de hacer con gaseosa pues la ignorancia es muy atrevida y el tonto nunca se plantea la duda tal cual un servidor, sabe usted, que es un analfabeto científico al que nunca se le han dado bien lo de las ciencias porque cuando en el colegio nos preguntaron qué era eso de la ley de Boyle-Mariotte, uno contestó con toda su inocencia, que era el nombre de una cupletista del Liceo de Barcelona. ¿Sí? Sí. Pues que salgas de la clase y te presentes al director, claro. Qué tiempos. Qué tiempos aquellos de escolaridad forzosa en los que aprovechábamos el recreo para darle a las niñas el bocadillo a cambio de que se bajaran las bragas. Sí, vale, sólo lo hacia yo, pero no era culpa mía porque había una niña que me buscaba en el recreo y se plantaba ante mi para negociar sus trapicheos, enjuagues y cambalaches: Si me das tu bocadillo me bajo las braguitas y te dejo que mires. ¿Mirar?... qué era eso tan importante que había de mirar a cambió de un bocadillo, me preguntaba yo animado por ese espíritu de la investigación periodística que me ha espoleado desde muy niño. Así que accedí, claro, pero por deformación profesional. Dieciocho bocadillos después y tras varias visitas al médico porque me había quedado esmirriado, no tuve más remedio que ponérselo muy claro a aquella niña de mis desvelos y atribulaciones: Oye, que yo creo que eso que me enseñas no merece la pena cambiarlo por un bocadillo y 269 Entretiempo pasar hambre, porque Laurita me lo enseña gratis, que lo sepas, le dije yo mintiendo y propiciando un invento del marketing que luego los americanos me copiaron y llamaron «dumping». Bueno, pues vete a ver el de Laurita, me dijo ella muy segura de la calidad de su producto y anticipando lo que luego sería su colosal carrera profesional porque creo que ahora es directiva de una multinacional. Así que no tuve más remedio que acceder a su monopolio estructural y pasar por el aro, por el bocadillo y por su bajada de braguitas porque ella no accedía a mis razonables apelaciones como consumidor: Oye, que mis amigos se lo ven gratis a sus amigas cuando juegan a médicos y no pagan bocadillo, ¿por qué no jugamos nosotros a médicos? Porque a mí lo que me gusta es jugar a artistas de cine y y yo seré Cleopatra y tú serás mi esclavo, me dijo la muy lagarta. Y seguimos jugando a aquel juego de los artistas de cine en el que tuve que llevarle la cartera de su casa al colegio y del colegio a su casa durante todo el curso. Cosas del «eterno femenino». Y de la economía de mercado, claro, qué se le va a hacer, porque en el hotel del Argaz, decía, he optado por cambiar de canal a este otro en el que alguien nos explica que la libertad consiste en poder elegir. Puede, sí, quizás. Porque un indigente puede elegir entre una chabola con una habitación, otra con dos, otra con tres e incluso una chabola con garaje achabolado. Y no es libre pese a que puede elegir qué chabola quiere ocupar entre miles de ellas. Y tampoco somos libres nosotros, el resto del paisanaje, aunque podamos elegir libremente en qué banco queremos entramparnos con la hipoteca para el resto de nuestra vida. Y entonces que pase el siguiente, por favor, porque lo que a uno lo arrea ahora es buscarla a ella 270 Antonio F. Marín para compartir su misantropía con mi misantropía en una agradable compañía. Así que he bajado del hotel y he subido al pueblo por la calle Bajada al río que circunda la muralla cristiana y que me allega al Balcón del Muro donde he cruzado el pequeño arco que permite acceder a la Placeta del Santo que se encuadra entre casas bajas de portón y ventanas enrejadas junto a la pequeña ermita de san Bartolomé y la paredaña Casa de la Encomienda. Una pequeña replaceta que he atravesado para torcer luego por la calle del Cid en la que me aparece a lo lejos la torre de la Iglesia de la Asunción encajonada por el perfil de una estrecha calle que me acerca a la Plaza Mayor, donde el edificio del Ayuntamiento se esquina con la basílica y por donde me cruzo con algunos jubilados vestidos con chaqueta, jersey y zapatillas a cuadros que parece que van a dar un garbeo por las afueras, por el río o por las veredas de la huerta, con un pequeño transistor en la mano, adiós, adiós, te saludan, mientras sigo hacia la parte más moderna, por el bulevar del Paseo en cuyo final me he parado de pronto porque, ¡oh cielos!, creo haber visto que en una terraza lateral se sienta mi chica o una joven que le da un aire a ella. O a la Gudrun Landgrebe de La mujer flambeada y Berlín Affaire. Aunque una vez que me he acercado me he dado cuenta de que a quien realmente se asemeja es a Winona Ryder porque se la ve tan graciosa como ella bailando la legendaria My Sharona de Knack, en la película Reality Bites, ¿te acuerdas?...sí, claro, con su carita de ángel travieso que te hace oír música, que suene en tu cabeza el Behind Blue Eyes de Limp Bizkit, que también está bien, mientras piensas en acercarte y ofrecerle el mundo para que lo pise, 271 Entretiempo con garbo, porque adoro los zapatos que pisas, las prendas que te acarician, el aíre que respiras y las cosas que tocas. Preciosa. Aunque mejor que no te acerques, ten cuidado, pues anda con sus amigas y eso corta, y mucho, porque eres tímido para esta formalidad. Y eso no es normal, reconócelo, porque no es corriente que después de haber amanecido entre sus brazos, te siga dando un faritote cada vez que la ves y te encuentras con ella. No es normal. Aunque tú te digas que es para no agobiarla, claro, porque ya sabes que ellas son muy retorcidas y desprecian a los tíos solícitos que las complacen en todo y languidecen sumisas por los golfos que se lo hacen de duros, los «chicos malos» que las tienen en un sin vivir pues quien le descubre a una mujer que ella es más fuerte y que lo vuelve loco, será matemáticamente su esclavo. - Eso es machista y misógino. - Sí, doctora, pero resulta que lo dijo un ateo de izquierdas llamado Cesare Pavese, que además decía que todas las mujeres eran putas. - Bueno, lo suyo sería por una inocente rabieta infantil de un niño despechado porque además él no decía exactamente eso, sino que de cada 100 mujeres 99 eran putas que, obviamente, no son todas. Exacto, un cálculo escrupuloso, aunque sólo sea una lustrosa patochada proferida por un tipo que probablemente suscribiría aquel otro lugar común de que todo hombre busca en la mujer una madre que lo quiera y lo discipline, y una puta que le dé placer y satisfaga todas sus fantasías. Un tópico que uno ya ha experimentado con la madre de una novia que nos lo recordaba muy a menudo. 272 Antonio F. Marín - Ay, hijo; todos los hombres buscáis lo mismo: una madre que os quiera y os discipline, y una puta que os satisfaga todas vuestras fantasías. - Sí, pero mejor nos tapamos con la sábana o nos vamos a un hotel, no vaya a ser que nos pille su hija. Es que un servidor siempre ha buscado esa madre que lo quiera y se ha llevado muy bien con las mamás de las novias. Y con algunas de ellas incluso mejor que con las hijas. Aunque sería menester acotar, decía, que si eso de que todas las mujeres son putas lo hubiera proferido un tío talludo, calvo y con bigote no sería absuelto por las nenas de su capilla (como hacen con Pavese), por padecer un excusable trauma infantil a causa de una madre dominante , pobrecico mío, sino que sería baldonado y purgado por ser la repugnante conducta fascista de un asqueroso machista, o sea, Maclujan, en fin, ya sabes, pues todo depende del color de la bandera doctrinal con la que se mire o con el capote sectario con el que te arropas y resguardas. Aunque ahora uno no esté para semejantes carajadas, sabe usted, porque en el bulevar del Paseo sigo sin zafarme del miedo a acercarme a ellas para saludarlas, qué va, no te atreves, porque todavía rememoras aquel primer viaje al Argaz en el que la conociste, ¿recuerdas?... cuando te acercaste a saludarla a una terraza en la que también se sentaba con sus amigas y te recibió muy animada, espera que te las voy a presentar, mua, mua, encantado, encantada, mientras sus amigas sonreían y bisbiseaban entre ellas no sabías qué, pero que te pareció que se referían a que tú estabas muy bien, muy bueno y todo eso que suelen coma273 Entretiempo drear las chicas y que no ofende, qué va, porque bien mirado es un halago que te complace, y mucho, porque así tu niña podrá sentirse orgullosa de ti y podrá guapear de novio. Ya veremos y ya hablaremos, te había dicho ella muy seria cuando le diste el beso para despedirte porque te tenías que ir, claro, como haces ahora procurando evitar que te vean, para alejarte de allí por unas calles por las que de pronto te tropiezas con Pepe y Pepe que continúan dialogando en medio de la acera con un gran espíritu de concordia. - La paz verdadera no consiste en la victoria, sino en el acuerdo –le dice Pepe a Pepe. - Eso te digo yo –le replica Pepe-, que la paz verdadera no consiste en la victoria, sino en el acuerdo. - Pues yo voy a hacer que la verdad deje de defenderse para que pase al ataque, tal y como decía Bertolt Brech. - Eso te digo yo: que voy a dejar que la verdad deje de defenderse para que pase al ataque. -Qué verdad, ¿la tuya o la mía? –le contesta Pepe mientras trata de ponerle la zancadilla. - La verdad, y ven conmigo a buscarla; la tuya te la guardas -le replica Pepe a Pepe mientras lo sujeta del cuello. - Eso te digo yo: que vengas conmigo a buscarla y que la tuya te la guardes –le contesta Pepe a Pepe mientras procura zafarse de él. Y uno sigue su camino y los aparta, para pasar, porque ya tengo ciencia cierta de que cuando los demás braman, eructan o pintarrajean necedades por paredes y pe274 Antonio F. Marín riódicos, la razón está en el silencio, en callar y seguir tu camino sin pararte a tapear con ellos. Así que he seguido por la acera y sólo me he detenido para ver más de cerca el cartel de la Muestra de Cortometrajes CZine+Korto que organiza el Cineclub Delicatessen. Y luego el de una representación teatral de las asociaciones Cauce y Puente Alambre, que cuelga a su lado. Y también el cartel de la Semana de Cine Mágico que organiza el cineclub la Linterna Mágica en el Club Atalaya, un poco antes de la feria, según he leído antes de seguir por la acera de estas estrechas calles del barrio antiguo en las que me acompaña el volumen disonante de las televisiones de las casas pues las ventanas enrejadas que dan a la calle permanecen todo el día abiertas por las calores y sacan el vocerío de las teles a las estrechas aceras por las que uno pasa ahora, de reja en reja, hasta que me veo impuesto a bajar a los adoquines de la calzada porque he visto los floridos delantales de dos vecinas que parece que parlotean acaloradas en medio de la acera pues al pasar junto a ellas les oigo comentar que es una vergüenza que a la Lola, la Chicharra, la hayan metido en la residencia de ancianos para no limpiarle la mierda del culo, cuando resulta que luego van por la calle recogiendo la de sus perros, que yo no sé, Pascuala, a dónde vamos a ir a parar, le dice la una a la otra que asiente, se ajusta el sujetador por fuera y conviene con ella en que anda to’ mu’ malamente porque han venido muchos forasteros para seguir el follón del difunto y ese que acaba de pasar, Pascuala, está aquí por lo de Juan Carmelo, el pobre, que dicen que no se llevaba con sus yernas porque querían que él las pusiera en las cartillicas de la caja para poder luego gobernarse las perras cuando esté muerto sin tener 275 Entretiempo que pagar a Hacienda, ¿sí?, sí, lo que ocurre es que él no quería porque era muy suyo y aún no se sabe a dónde van a ir a parar los dineros pues se llevaba muy bien con una sobrina que tiene piso en Calasparra y que creo que padece leucemia y que va a ir a curarse al extranjero. ¿Has dicho? Sí, de verdad, lo que yo te diga, le contesta la una a la otra a mi espalda, mientras sigo mi camino para pararme poco después frente al antiguo Casino de la calle San Sebastián, ahora museo, donde en tiempos de la dictadura algunos vecinos se solazaban tan guapamente pues ellos vivían muy bien, la mar de bien, porque en su panzona justeza de miras eran incapaces de asomarse a los balcones opuestos a los de la espléndida fachada y mirar para abajo hacía los ejios o las cuestas del Chorrillo donde los demás vecinos vivían muy mal, en la miseria de remiendo, patatas con caldo y alpargata mientras que ellos bailaban, bebían y alternaban por los salones de arriba porque había seguridad, ellos podían salir a la calle sin que les robaran y las acciones de los bancos y las tajadas de los medieros rentaban lo suyo, lo cabal, para que pudieran vivir sin trabajar, «como está mandao», según la jactancia castiza que se decía entonces y que uno recuerda ahora, mientras sigue su camino y cruza la explanada de la Esquina del Convento en dirección al bulevar del Paseo, desde donde he oído la música estridente que proviene de las calles comarcanas a la Plaza de España en la que poco después he advertido que los vecinos se apretujan y amontonan para acceder al recinto y situarse frente al templete de la música pues parece que esperan algo que no llega ya que todos miran a un lado y al otro, y se preguntan y apechugan, mientras aguardan a que asome ese alguien y suceda lo que parece que 276 Antonio F. Marín les ha convocado a semejante zurriburri en una plaza que cada vez se ve más abigarrada pues tengo que ponerme de puntillas y levantar la cabeza por encima del gentío para ver que ocurre por el escenario del templete donde sólo aparece un micrófono solitario y unas gran caja en cuyo interior parece que han metido muchas papeletas porque quizás, eso va a ser, han convocado un referéndum para solventar alguna cuestión que a todos inquieta y esperan para saber el resultado que pronto averiguarán pues un tipo se ha acercado al micrófono, lo ha golpeado con los dedos y cuando ve que sí, que funciona, advierte de que hay que tener paciencia porque dentro de poco comenzará el evento. - ¿Va a revelar ya el resultado del referéndum? –le pregunto a María se le Pega el Arroz, que se sitúa a mi lado. - No, van a sortear un coche. ¡Un coche!, claro, ahora caigo en que la Asociación de Comerciantes tenía previsto rifarlo entre aquellos vecinos que hubieran comprado en los comercios de la localidad y que ahora se va a adjudicar precisamente cuando un servidor se marcha pues quiero acercarme al hotel para descansar un poco. Para refrescarme en la ducha y tumbarme luego en la cama donde me he quedado mirando a lo lejos, por encima del televisor apagado, procurando dilucidar si Juan Carmelo podría haber sido envenenado con los oxalatos de los vinagrillos. Suponiendo que pueda, claro, porque han llamado a la puerta, está abierta, pase, y ha entrado un empleado del hotel con no sé qué vaina de las tollas, sí, gracias, déjelas ahí y cierre la puerta al salir. Aun277 Entretiempo que antes de cerrarla ha vuelto a asomar la jeta y me ha preguntado si me encuentro bien pues estoy mirando una televisión que está apagada. Sí, es verdad, gracias por avisarme, le he dicho antes de levantarme súbito para conectarla no vaya a ocurrir que me tomen por loco, que no es cuestión. Y aunque al encenderla tenga que ver alguno de esos programas tan notorios en los que la ciudadanía se encierra en una casa Gran Hermana para que su vida de pelafustanes sea retransmita en directo al resto de una ciudadanía que la contemplará embebecido mientras se zampan las hamburguesas con tomate; en una actitud contemplativa que uno no entiende porque si estos panarras vivieran en el mismo edifico que uno habita cerraría la ventanas del patio interior e insonorizaría la vivienda para no verlos ni oírlos, por lo que no se entiende ese afán del respetable público para seguir su pueril vida en directo las 24 horas del día. O su apego por contemplar esos otros programas nocturnos de telerealidad en los que oficia un multimillonario conocido por Pepitillo Flátulo Flatulencia que evidencia su progresismo intelectual y su bahorrina televisiva presentándonos a unos tarados que enseñan el culo y nos cuentan sus andanzas, sus cuitas, sus folleteos, sus banalidades y sus esperpénticos rasgos castizos de un país casposo, tétrico, cutre, inculto y maloliente que nos quiere pasar por divertimento freak cuando hasta para ser freak hay que tener clase como la tenía Ignatus J. Relly en La conjura de los necios o Zoyd Wheeler en el Vineland de Thomas Pynchon, sabe usted, porque lo que nos muestra Pepitillo Flátulo Flatulencia no tiene nada que ver con el esperpento de Valle Inclán y se emparienta con las chabacanas andanzas de unos chirrichotes que se lucen en su 278 Antonio F. Marín ordinariez como los niños con la caca, para regusto de otros perullos que los contemplan maravillados porque la ordinariez, como la mierda, gusta mucho entre las moscas que acuden al montón para divertirse. Y mucho. Es puro divertimento, suelen decir estos páparos que en la dictadura gritaban y exigían «!cultura popular!, ¡cultura popular!» y que cuando llegó la democracia nos trajeron la «cultura popular» de un Pepitillo Flátulo Flatulencia que enaltece lo pueril y vulgar sin más merecimiento que serlo. Con primor. Porque en la dictadura para adquirir fama y relumbrón había que ser imbécil y torero, o imbécil y folclórica o imbécil y aristócrata. Ahora no. Ahora ya no es menester pues gracias a los nuevos espacios democráticos, a la participación ciudadana y a la igualdad de oportunidades sólo se requiere ser imbécil. Sin más. Seguimos progresando. Vamos a más, sí, ¡cultura popular!, ¡cultura popular!, gritábamos por las calles y nos vino la cultura popular que se enfanga en las fruslerías de un vulgar patio de vecinos para que los pazguatos se diviertan no vaya a ocurrir que se acostumbren a pensar por si mismos con el humor clásico e inteligente de Quevedo, el Lazarillo, Wenceslao Fernández Flores, J.D. Salinger o Eduardo Mendoza. O con las películas de Woody Allen, Billy Wilder, Lubitsch, los Hermanos Marx, Luís García Berlanga o José Luís Cuerda. O con las comedias de Howard Hawks, Capra, Preston Sturges o Cukor, ya puestos en este plan de divertir pero sin el palillo de la ordinariez entre los dientes mientras exhiben a papirotes maricones de feria enseñando el culo que es el no va más de la gamberrada intelectual y de una originalidad artística que rompe moldes, pura vanguardia de la clase obrera por fin emancipada. 279 Entretiempo Y lo dejamos estar, sí, porque después de todo como decía el doctor Pascual Lucas «todo es efímero, menos el conocimiento». Así que mejor pasamos a este otro canal en el que se nos advierte de que se ha firmado un acuerdo entre civiles para alcanzar la paz en oriente próximo que nos parece benemérito, entre otras razones porque ha sido rechazado por los extremistas de ambos bandos que probablemente lo desrielarán pues algunos seres racionales necesitan el odio para vivir, para sentirse víctimas, y la paz desmonta todos sus planes pacifistas. Mierda. Así que mejor deja uno de enredar en cubos ajenos y me franqueo a mis propias pupitas llamando a mi chica para saber qué es de ella, suponiendo que pueda, claro, porque cuando he encendido el teléfono móvil he visto que tengo un mensaje suyo en el que me advierte de que se ha marchado a Murcia y que regresará pronto, por lo que he optado por recostarme en la cama y ensoñarme con ella, con aquella primera vez que visité al Argaz y comencé a salir con ella, ¿te acuerdas?... sí, hombre, cuando ibais los dos por la calle y ella se paró de pronto, te empujó contra la pared y te metió las manos por debajo del polo para rozarte y pellizcarte los pezones sin importarle que anduvierais en un lugar público y que la gente pase por vuestro lado, pues eso parece que la excita más ya que no hace caso a tus advertencias y se pega más a ti para taparte y seguir rozando y pellizcando los pezones bajo el polo mientras te pregunta si te apetece que vayáis a su habitación, ¿a su habitación?, sí a su habitación del hotel porque quiere decirte algo sí tú quieres que ella te lleve, claro, que si quieres, y ella lo sabe porque ha bajado una mano a tu entrepierna y ha comprobado que estás duro y tieso bajo el pantalón. Y eso la 280 Antonio F. Marín excita mucho, por lo que te coge de la mano y te lleva a su cuarto del hotel donde poco después se sienta en el borde de la cama y te gesticula para que te arrodilles entre sus muslos, como siempre, en una invitación que tú aceptas placiente, como siempre, porque la quieres tanto, le confiesas alborozado, que para ti sería un orgullo besar el suelo que ella pisa. - Pues bésalo. - Bueno, es un decir, una frase hecha. - Ya, claro –contesta frunciendo los labios. Y tú le coges los pies, los mueves a un lado y besas el suelo que ella ha pisado pues no te abochorna hacerlo y además eres capaz de pomponearte de ello sin rubor alguno, porque no tiene importancia. Y porque crees que quizás a ella le ocurra como a la mujer que relataba José de Espronceda en «El diablo mundo»; esa mujer amorosa con su hombre, esquiva con los otros y altanera y fiera con las demás mujeres que está tan ancha de su gallardo amante «que hasta la tierra le parece estrecha». Y eso te enorgullece, tontuelo enamorado, porque para ti no existe otra, le has vuelto a decir, aunque no te oiga, mientras sigues en la cama del hotel de El Argaz rememorando el pasado y procuras quedarte dormido hasta el día siguiente, al alba, cuando te despierta un terremoto, joder, joder, que te levanta de sopetón pues las paredes retiemblan, la cama se mueve y uno se asusta un poco, sabe usted, porque dicen que en los grandes acontecimientos es cuando aparecen los héroes, cuando el hombre da la medida de sí mismo y, por eso, cuando veo temblar las paredes por un terremoto doy la medida exacta de mí mismo y quepo justo debajo de la 281 Entretiempo cama donde me escondo para aplaudir a los héroes que pasan por allí muy ajetreados. Yo admiro mucho a los héroes y respeto su trabajo, por lo que procuro no entrometerme y dejo que cumplan con su predestinación dando su vida por los demás. Es lo suyo. No seré yo el que se entrometa en su destino. Aunque en el Argaz, decía, no fue menester que aparecieran los héroes porque aunque el temblor tenía su epicentro en la cercana localidad de Bullas, no provocó males mayores aunque sí algunos desconchados en las paredes y sobre todo, cierto malestar entre los vecinos y los residentes en el hotel que mientras desayunan comentan alborozados todos esos formulismos protocolarios que se suelen proferir tras un terremoto. !Qué susto! y cosas así. Aunque la sacudida no ha debido de ser mayúscula porque cuando he bajado hacia el pueblo he visto que los jubilados siguen colgando sus cañas de pesca del Puente de Hierro, donde me he encontrado, por cierto, con Pajolero Repajolerito que me confirma que no ha sucedido nada grave, que todo anda más o menos bien, pero que la piedra de la Chinica se ha movido y ha dejado al descubierto algunas monedas y un esqueleto que parece que perteneció a un buey que podría ser el que tiraba de la carreta del huertano que quedó aplastado cuando cayó la piedra de lo alto de la montaña. Y sobre la muerte de Juan Carmelo, qué sabe. Nada, no sabe nada nuevo, excepto que habían localizado a una sobrina que trabajaba en el extranjero y que estaba muy unida a Juan Carmelo porque de vez en cuando lo invitaba a visitarla pues era soltera y vivía sola. Eso es lo que hay, porque él no sabe más, lo siente, claro, Pajolero, gracias, le he dicho al despedirme de él para buscar 282 Antonio F. Marín un bar donde tomar algo, un café cortado con leche natural, gracias, mientras aprovecho para averiguar por Internet qué había ocurrido pues me estaba enterando de todo el último cuando se suponía que debía ser el primero, sabe usted, que es que según leo en una página web parece que la sobrina de Juan Carmelo había declarado que ella era la desconocida mujer con la que lo habían visto por la venta Reales pues él la había acompañado en el tren a Calasparra, donde tenía el piso, para recoger las maletas y continuar viaje a Madrid porque volvía a su trabajo habitual en el extranjero; que Juan Carmelo la acompañaba para despedirla en el aeropuerto de Barajas pues quería aprovechar para pasar unos días en la capital y visitar a algunos amigos que había conocido cuando cumplía con el servicio militar. Y que antes de subir al tren habían acudido a la Venta Reales para comer y visitar aquel maravilloso paisaje del Cañón de Almadenes donde creía recordar que él había arrancado y comido algunos vinagrillos que quizás hubieran sido la causa de que se encontrara mal por lo que decidieron que era mejor que él no la acompañara a Madrid, que se quedara en la venta hasta que se le pasara el mareo y que luego cogiera un taxi para regresar a El Argaz. Y que ella, en fin, tampoco había subido al tren puesto que una vez en Calasparra había decidido que ya que él no iba a acompañarla, prefería ir a Madrid en avión en vez del tren y cambió el billete para salir del aeropuerto de Murcia al que se había trasladado en taxi, por lo que no sabía nada más porque él se había quedado en la venta para recuperarse de su malestar y desde entonces no lo había vuelto a ver porque no la había llamado como había prometido. No dicen nada más, y aunque ya queda confirma283 Entretiempo do que se había bajado del tren accidentado en compañía de su sobrina, me he quedado sin saber si había caído al río, si lo habían empujado o si había caído ya muerto tras ser asesinado, pues eran los flecos del asunto que no atinaba a carmenar ya que tampoco sabía quién era el que me había enviado los mensajes citándome en el Parque para entregarme los resultados de la autopsia con el fin de ayudarme. O de embarullarme para apartarme del asunto, que también podía ser, claro, porque sentado en aquel bar de El Argaz me recelo que estoy fracasando de nuevo, una vez más, pero esta vez a peor. Y quizás se deba a que la chica aquélla me tenía trastornado el discernimiento. Así que he salido de la cafetería y me he acercado al Paseo pues quiero que me dé el aíre y sentarme a discurrir sobre los entresijos del asunto para ver qué puedo hacer. Poco. O retirarme de este trabajo y meterme a fontanero, que hay mucha demanda, o espabilarme y procurar entrevistarme con el alcalde por si sabía algo más de la muerte de Juan Carmelo y del tesoro bajo la Chinica, que es lo que tengo que hacer, aunque antes tendré que vérmelas con Heliodoro Rodríguez, por cierto, que por ahí asoma con ánimo de pararse, porque se para frente a mí y me dice que lo que ahora lo abruma es saber por qué existe el mal, por qué tanto cielo para después de muerto y no ahora, aquí en la tierra, me increpa acusándome con el dedo. ¿Por qué tanto esperar?, insiste, mientras uno cabecea porque no lo sabe, Heliodoro, ya que nosotros sólo somos humanos y como los niños, no entendemos por qué hay que esperar al día de los Reyes Magos para abrir los regalos, aunque los padres sí lo sepan. Y además se supone que Dios no puede imponer el evangelio a punta de pistola, y por decreto ley, por284 Antonio F. Marín que eso sólo lo hacen los humanos con sus evangelios laicos ideológicos y sus dictaduras de «hombres nuevos»; cuando se nos antoja que el cielo no es más que la sublimación de la esperanza humana de que se pueda hacer justicia a las víctimas porque de no ser así se quedarían eternamente humilladas y serían eternamente víctimas. Aunque a mí lo que me gustaría, Heliodoro, es que haya cielo para menesteres más prosaicos como seguir tocándole eternamente el culo a mi niña pues una vida parece poco para el menester, sabe a poco y la eternidad está en su culo, mayormente, pues es un culo eterno, con valores eternos, que nos hace desear otra vida para seguir palpándoselo. - Es que allí se supone que su culo será incorpóreo. - Claro, y mi mano también. Aunque deberíamos dejar a Dios que juzgue el resultado que le ha dado su propia obra y que sigamos bregando para apuntarla vida antes de que se nos venga encima sin esperar a los milagros, que no existen, o al menos tal y como los querían los operarios que había visto por el Paseo Ribereño y que tras plantar unos árboles se habían retrepado en la baranda con las gorras sobre la cara, se supone que esperando a que les acarrearan el abono para rematar la plantación, que eso va a ser, ¿verdad?, les había preguntado al pasar junto a ellos. No, no es eso, porque esperan a que venga la procesión del patrón para las rogativas porque hay que regarlos para que germinen, sabe usted, porque si no, se secan, claro, es cierto, y entonces uno les hace ver que dada la circunstancia de que el río esté a sólo dos metros de allí quizás fuese más canónico que 285 Entretiempo bajaran al cauce con un cubo y que consiguieran así el agua para el riego en vez de esperar a que venga la procesión del patrón con las rogativas que podrían tardar un poco más, mayormente porque primero tendría que escucharlas Dios o el jefe del departamento de este ministerio, luego tendría que elevar el vapor de agua del río para que allí arriba se enfriara, se condensara y que finalmente cayera de nuevo a la tierra para que así recorriera los escasos dos o tres metros que es la distancia que hay desde el río a los parterres del Paseo Ribereño y que no parece que sea un trecho que requiera semejante denuedo; aunque ellos, claro, no lo crean así porque, según dicen, es mejor esperar a que llueva porque así la labor requiere menos trajín, en fin, que uno no sabe y por eso calló, y calla, porque desde muy niño sé que hay cosas inconmensurables que son ininteligibles según colegí cuando quise zanjar una cuestión que me inquietaba, y mucho, y le pregunté por el particular a aquel señor que metía unas cajas muy grandes en unos agujeros de la pared. - No te preocupes que los muertos no salen a hacer pipi –me contestó aquel tipo ilustrándome. Pero en el Argaz, decía, no he sabido qué decirle a Heliodoro porque uno también tiene sus dudas ya que lo de Dios es una cuestión personal y a él hay que acercarse sin intermediarios y en fila de a uno. - A mí me da igual, yo me voy a reencarnar. - ¿No has tenido bastante por aquí y quieres repetir? - No, porque yo esta vez quiero ser mujer. - Para tocarte el culo, claro. - ¿Cómo lo has adivinado? 286 Antonio F. Marín - Pues ya ves: intuición femenina. - Sí, y también para ser puta, porque tiene que ser muy divertido ya que puedes estar todo el día follando sin parar. - Y ver la cara de gilipollas que ponen los tíos cuando se corren. - Y puedes trabajar de dependienta en una tienda de lencería. - Y enseñarle las bragas a un conferenciante y ponerlo en un apuro. - Y enseñarle las tetas y los muslos a los guardias civiles de tráfico. - Y hacerles sufrir a los tíos preguntándoles, ¿pero me las ha metido ya? Claro, porque ser mujer es muy divertido, lo que ocurre es que ellas son muy sosas y no saben, Heliodoro, pero ahora me tengo que marchar, adiós, adiós, porque he de buscar a alguien que echo mucho en falta, suponiendo que ya haya regresado de Murcia, que creo que sí porque cuando he llegado a su piso y he abierto la puerta con la llave que ella me había dado, he advertido que hay más sillones por las habitaciones y que ha situado una lámpara de pie junto a la silla de la entrada a su cuarto donde sé que he de dejar la ropa una vez que me he desvestido porque últimamente quiere que siempre esté desnudo ante ella para poder meterme mano, me había dicho. Y uno había acatado su decisión de estar siempre desnudo delante de ella (aunque ella anduviera vestida), porque no tenía importancia, era su capricho y le veía incluso su toque voluptuoso, su toque personal, en fin, ya sabes, caprichos 287 Entretiempo de mujer, me he dicho mientras me quito la ropa con cuidado, la doblo, y entro en su cuarto para quedarme prendado al verla más guapa que nunca, casi divina con su pelo cortito a juego con las pecas que salpican sus mejillas y su dulce y traviesa sonrisa que a uno lo espolea a abrazarla, besarla, decirle que la quieres y que la has echado de menos pese a que te había dejado sus braguitas para que te sintieras menos solo pues la amas tanto, le dices, que adoras el aire que respira, las cosas que toca, las braguitas que la arropan y el agua que la baña. - ¿Sí? - Sí, claro que sí. - Entonces pídeme perdón. - Por qué, qué he hecho. - Nada, pero quiero que te acostumbres. Y tú le pides perdón, lo siento, y ella te sonríe maliciosa, te da un beso y comienza a desnudarse lasciva dejando caer sobre los tacones la falda de tubo que tú recoges y doblas. Y luego te va dando las prendas que se quita para que las coloques sobre la butaca, bien dobladas. Y cuando las has dejado sobre el respaldo, te ha felicitado con un beso muy dulce y te ha comentado que le ha gustado mucho eso que has dicho de que amas todo lo que ella toca. Y que te mereces un premio que te va a dar ahora mismo porque coge su bolso y saca unos calzoncillos que le gustan mucho porque son modernos y de encaje pues ahora se llevan las trasparencias de la colección Avantgarde. ¿Avant-garde? Sí, el modelo 3001 de HOM que he comprado para ti porque son finos y transparentes y me excita verte con ellos. Así te tendré más a mano, añade 288 Antonio F. Marín jocosa. Y te los pone con sumo cuidado, te da la vuelta, te mira para ver como te quedan y te da un azote en el culito para que te vuelvas y pueda seguir mirándote. Son modernos y estás monísimos con ellos, ha añadido sabiendo que no dirás nada, que la obedecerás sin preguntar por qué, pues es inteligente y quizás ya se haya percatado de que a ti te place que te provoque, que abuse de ese poder que tiene sobre ti y que haga contigo su santa voluntad obligándote casi a comer en su mano. Y eso debería preocuparte, hacerte reflexionar, porque aunque esa voluntaria y deliciosa capitulación sólo se la permitas a ella, únicamente a ella, como sigas así la puedes perder porque a ellas les van los golfos, los tíos duros, los chicos malos que nos las llaman por teléfono, que no quedan y a los que no acaban de conquistar. Es que ellas quieren que las adoren y respeten, es cierto (te había advertido Juan Carmelo), pero también que el hombre sea fuerte y esté en su sitio porque ellas no pueden amar a un tío al que gobiernan. Necesitan admirar y respetar al hombre que aman porque si no, se desenamoran y lo desprecian. Y en ese difícil equilibrio has de mantenerte. ¿Equilibrio? ¿Cuando has sido tú equilibrado?... …nunca. Así que cuando ves que ella se echa de bruces sobre la cama, doblas la almohada y la colocas bajo su sexo para que la cintura suba y quede con el culito en pompa. Y luego te acercas y le das besitos en las pantorrillas, en las corvas y en los muslos. Y al llegar a sus nalgas buscas con la lengua la hendidura entre sus glúteos para lamerla de arriba a abajo, perfilar con la lengua su agujerito y meterla en él para lamerlo, dibujarlo y lamerlo. Una 289 Entretiempo y otra vez, sin pausa, hasta que ella aprieta los glúteos, los cierra y se corre sobre la almohada refregando su jugoso sexo sobre la tela. Y una vez satisfecha se ha quedado quieta, gimiendo y respirando agitada mientras tú te acercas para darle un beso, decirle que la quieres y sacar la almohada de debajo de su sexo. Déjame que la vea, te dice sonriendo con deleite, porque se ha empapado precisamente en el lugar en el que tú apoyaras la cara para dormir esa noche, si duermes, claro, según te aclara. Aunque eso será luego, más tarde, porque ahora se ha vuelto para abrazarte y besarte en los labios, en las mejillas y en los ojos mientras te agarra de las pelotas, de «sus» pelotas según ella misma te susurra lasciva, para supervisar que están llenas mientras las sopesa, las acaricia, las araña ligeramente con las uñas y las palmea para saber si te has corrido sin su permiso, si están a su gusto. Que sí lo deben de estar, porque sonríe dichosa cuando ha constatado que se las has guardado llenas para ella. Y entonces se levanta, se calza los zapatos de fino tacón de aguja, se sienta en el borde de la cama y te hace gestos para que tú lo hagas en la alfombra, a sus pies, sentándote sobre los tobillos porque ahora es ella la que quiere acariciarte. Te lo mereces por ser tan cariñoso, te dice mientras lleva los tacones sobre tu entrepierna y atrapa tu pene con los dos zapatos para frotarlo y masturbarte con ellos, mientras te mira a los ojos, sonríe y sigue refregándolos despacio, muy despacio, recreándose en la caricia hasta que ve por tu cara que estás a punto de llegar y entonces para de golpe para evitar que te corras. Eres mala, le dices con tus ojos de corderito degollado. Y ella asiente malévola, gira la cabeza para mirar en el espejo de la pared y sonríe campante 290 Antonio F. Marín porque dice que se ve muy guapa en esa postura en la que estáis. Me excita mucho verme así, te ha aclarado mientras tú giras la cabeza para mirar y ver que tiene razón porque se la ve hermosísima en esa soberbia estampa del espejo en la que apareces sentado en la alfombra junto a sus pies y con la cabeza elevada para mirar embaucado el majestuoso primor de su pelo negro cortito, sus pechitos danzarines, sus muslazos abiertos que te dejan entrever su rajita y los tacones de aguja de sus zapatos que se apoyan sobre tu rígida entrepierna y que ahora mueve remisa para seguir masturbándote con ellos, la muy zorra, porque cuando ve que estás a punto de ebullición, a punto de llegar, deja de acariciarte pues se conoce que no quiere que te corras sobre ellos. Son stilettos de Roberto Verino, te había dicho la muy pécora, sin que tú le dieras mucha importancia al detalle, ninguna, pues eso son chilindrinas y después de todo ya no importan sus gestos simbólicos, lo que quiere darte a entender, pues ya lo sabes, lo aceptas jocundo y no te da cuidado pues confías en ella y vas con los ojos cerrados a donde ella quiera llevarte. Así que cuando adviertes que la manipulación de sus zapatos sobre tu pene casi te lleva al orgasmo, a correrte sobre sus preciosos zapatos, le haces un gesto de apuro y ella aparta el zapato de tu entrepierna y te da un tierno beso en los labios para decirte que te quiere y que te necesita porque le hace falta el cariño que le das pues a tu lado se siente segura porque se sabe querida y valorada. Y ahora dúchate que nos vamos, te ha dicho poco después al levantarse para salir del cuarto porque mientras tú lo haces quiere aprovechar para llamar a sus amigas y ver si van a venir para las fiestas. Y tú te levantas, te 291 Entretiempo duchas, la oyes hablar por teléfono, te secas, te vistes, la ves venir, la ayudas a denudarse, colocas sus ropas encima de la cama y esperas a que ella también se vista consultando las noticias de la tele por si se ha terciado algo nuevo, alguna salvedad sobre el caso de Juan Carmelo que parece que no porque todo anda igual, según veo, pues todavía no se había podido esclarecer si Juan Carmelo había muerto antes de caer al río o había fallecido tras caer al Cañón de Almadenes. Pero no dicen nada. Sólo se nos informa de que el monte Everest mide 3,7 metros menos de los 8.850 que se creía que tenía, según el último cotejo efectuado por los cartógrafos con los métodos geodésicos más avanzados. Una noticia que me ha sorprendido, sabe usted, porque la última vez que subí al Everest no noté la diferencia y me cansé igual que siempre. Si me llegan a avisar de que tenía tres metros menos hubiera respirado más tranquilo y habría llegado más desahogado porque si estás a tres metros de la cumbre y te avisan de que son tres metros menos no necesitas seguir subiendo porque, obviamente, ya has llegado. Y ahora a ver quien encuentra al sherpa, al guía que te acompaña, para que te devuelva el dinero proporcional a esos tres metros que no te ha subido. Difícil, te puedes pensar mientras ves que ella aparece ya duchada, vestida y muy elegante porque está preciosa, ¿sí?, sí, vaya que sí, le has dicho mientras ella te coge de la mano para bajar a la calle y caminar muy juntos por una ciudad que a esa hora ya no se ajetrea en sus quehaceres ordinarios pues la vecindad pasea, se sienta en las terrazas y se arrima a los discobares para ver y dejarse ver, mientras ella te lleva de la mano de pub en pub, hasta que al anochecer habéis acudido al Festival de la Luna que se 292 Antonio F. Marín celebra en la Plaza Mayor pues ella quería ver a Maria Dolores Pradera en el escenario del soportal de la basílica de la Asunción que cierra con palmeras la plaza del Ayuntamiento, en la que poco después os acomodáis para asistir a su actuación y volver luego paseando y cogidos de la mano porque te había rogado que te quedaras a dormir con ella. Sólo dormir desnudos y abrazados, te había dicho dulce, muy dulce, al proponértelo al oído mientras sonaba «Amanecí en tus brazos». Y tú habías accedido, claro, porque eso te fascinaba casi más que el otro trajín, pues al estar abrazado a ella con tus muslos entrelazados entre sus muslos, podías quedarte dormido con tu mejilla pegada a su mejilla hasta que al día siguiente te levantes sigiloso y salgas del piso pues no quieres distraerte más y pretendes acabar de una vez el trabajo para volver junto a ella. Y cuanto antes, me he dicho mientras salgo de su piso y me encamino a comprar los periódicos y a desayunar en algún bar donde pueda leer con sosiego y enterarme, por ejemplo, de que la multinacional MacMarguer se ha negado a que el Ayuntamiento de El Argaz se haga cargo de la búsqueda del tesoro porque, según sus abogados, si ellos tienen la concesión para ubicar allí la hamburguesería también tienen la licencia para buscarlo tal y como pretende Doña Urraca que también ha hecho gala de sus derechos sobre él. ¿Y Al Martínez Capone?, ¿qué dicen de Al Martínez Capone? Pues Al Martínez insiste en que tiene una opción para explotar las visitas turísticas a la Chinica y arguye además que ya tiene experiencia en el menester pues había pedido subvenciones a la Comunidad Europea para apañar una casa de campo y destinarla a turismo rural, según decía; aunque uno sabía que no había albergado a 293 Entretiempo ningún turista porque tras enlucir la vivienda la había destinado a alojar a su familia en vez de alquilarla. El muy cerdo, he exclamado mientras vuelvo al hotel para recoger los trastos y aprovechar, ya de paso, para consultar las páginas web por si se había terciado algún suceso que me permitiera seguir desenredando el cadejo, si puedo, porque después de fisgar por varias de ellas sólo he podido averiguar que el Cabo Machichaco había desistido de promulgar independiente el cabecico Raya y se había acercado a la Chinica del Argaz para unirse a los que seguían porfiando en la búsqueda del tesoro cavando a cierta distancia del cerco policial, para acceder por medio de túneles a la roca y hacerse así con el tesoro que, según se dice, había quedado escondido bajo la casa que quedó aplastada por la mitad cuando la Chinica cayó del monte y sepultó a un carretero y a sus dos bueyes cuando iban de romería. Y es que la noche anterior habían sorprendido a algunos vecinos cuando cargaban con unos hierros que podrían pertenecer a la armadura de la carreta que el huertano conducía tirada por los bueyes. Un asunto que tendría que considerar porque corroborada que la historia aquella de la Chinica podría ser cierta. O eso parece, se piensa uno mientras me cambio de ropa y me propongo esclarecer todos estos entresijos aunque tenga que revolverme contra los mandamases del lugar. No importa. Uno va por la vida de anarquista con raya en el pantalón y ya sabe que el precio de la independencia es la soledad. Y que hay que ir solo en la manifestación para ser siempre contrarrevolucionario hasta que la revolución y el poder se disuelvan y no se nos perpetúen en herrumbrosa y fétida dictadura. Aunque ahora mejor pasamos a esta otra página web en la que se nos dice 294 Antonio F. Marín que la organización ecologista Greenpeace y 150 multinacionales han alcanzado un acuerdo para emplazar a los gobiernos a que combatan el cambio climático «con más determinación», aleluya, aleluya, porque nos emociona, snif, snif, que los macarras velen por la dignidad de las putas; que las multinacionales como BP (petróleo), Daimler Chrysler (automóvil), Conoco (petróleo), AOL Time Warner (comunicación), DuPont (química), Honda (automóvil), Michelín (neumáticos) y Chevron Texaco (petróleo), entre otras, exijan que les cuidemos el planeta para que ellos puedan seguir destruyéndolo al explotar y saquear lo que no es de ellos, sino de una humanidad que a tenor de lo que nos dicen en la revista Procceeding de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, tiene su origen en un «salto evolutivo» que se produjo hace millones de años y que eludió la expansión habitual del cerebro, el proceso normal, provocando la aparición súbita y brusca de una «propiedad emergente» por la que el mono ha pasado de recolectar bananas por el árbol a hacer el mono por el suelo manufacturando, vendiendo y comprando esas bananas hasta llegar aquí mismo, a donde estamos, a las maravillosas obras artísticas de Bach, Gaudí, Lubitsch, Lorca, Picasso, Quevedo, Billy Wilder, etcétera. Aunque también sea menester acotar que para una mosca una mierda puede tener más arte que una catedral gótica. Más aún, si cabe. Pero para nosotros la catedral es la catedral (incluso para los descreídos), debido a un sentimiento artístico universal que ha sido provocado por una azarosa contingencia que nos ha hecho pasar de ser una bacteria a sobrellevar el sentimiento trágico de la vida. Eso dicen los expertos. Es cuestión de criterio. De creer o no creer en la 295 Entretiempo causa de esa única, inusitada y brusca chispa que provocó el salto evolutivo y un posterior desarrollo que si lo volviéramos a rebobinar y a grabar de nuevo no se volvería a repetir jamás tal cual es ahora y nosotros no seríamos como somos por aquello del efecto mariposa y del Principio Antrópico (débil), que estipula que si el universo fuera de otra forma, si hubiera habido un millonésima parte menos de carbono, si hubiera variado cualquier otro componente o cambiado un ápice la evolución, no estaríamos aquí para mirarlo. - Sí, pero ya decía el clásico que si fuera Dios no se sentiría orgulloso del hombre como culminación de sus esfuerzos. - ¿Se refería a Marilyn Monroe o a Ava Gadner? - Quizás se refiriera a Hitler o Stalin. - Claro, es cierto, pero es que de esos dos no estarían orgullosos ni sus padres terráqueos, lo que ocurre es que parece excesivo obligar a Dios a que cape a sus papás para que no alumbren semejantes engendros porque eso sólo lo hacían los nazis que buscaban una raza superior y los comunistas soviéticos que mataban a los malos, a sus malos, para buscar un «hombre nuevo» pues parece que Dios es más humilde y deja vivir sin buscar razas superiores perfectas. Se supone, claro, porque uno duda y no sabe más pues después de todo sólo somos hormigas que avanzamos unos pocos metros fuera del hormiguero y nos creemos que hemos investigado el Universo. O nos apuntamos a teorías de «agujeros de gusano» o de viajes en el tiempo que parecen ciencia ficción, de quiosco, porque de ser cierto lo de los viajes en el tiempo nos podríamos preguntar qué 296 Antonio F. Marín ocurre cuando llegas al segundo cero del big bang, al inicio del tiempo. ¿Te bajas, fin de trayecto, a comerte en la cantina un bocadillo de calamares? Porque esa paradoja de que tú puedas viajar en el tiempo y matar a tu padre no parece que sea correcta en el planteamiento, sabe usted, porque se supone que tú no puedes viajar más allá de tu vida, de tu tiempo y de tu espacio porque sólo puedes rebobinar la cinta de lo que has vivido, al igual que no se puede recordar lo que han vivido los demás, porque ya puestos en plan ciencia ficción te podrías remontar hasta los tiempos del mono del que procedes y allí, en el mono origen de las especies, chocaríamos todos de golpe porque todos viajaríamos a los mismos monos primigenios y nos daríamos una hostia de cojones, o sea, que entonces parece que a lo más que puedes llegar es a tu infancia, que sólo puedes rebobinar la cinta de tu tiempo, de lo que tú has vivido porque lo otro sería cambiar de vía, de espacio, de tiempo y de cinta. Y no puedes volver a los años antes de nacer porque no has existido ahí, no es tu tiempo ni tu espacio, y por tanto no puedes viajar a lo que no existe porque estaríamos otra vez sumando peras con manzanas. Se supone claro, pues la vida inteligente le busca razón a lo que no lo tiene sin caer en la fe del carbonero científico, en que la Ciencia escribe con renglones torcidos o en que todo se debe a una borrosidad, a una azarosa fluctuación cuántica o a un hipo en el espacio/tiempo que se produjo porque sí, porque sí y porque sí. Porque los caminos de la ciencia son inescrutables o porque todo se debe a una azarosa casualidad, que han negado incluso algunos eximios padres de la Ciencia como Einstein, Copérnico, Edison, Newton, Schödinger, Gauss, Marconi, Ampere, Pasteur, 297 Entretiempo Fleming, Pascal, Faraday, Marañón, Képler o Ockham (el de la navaja), entre otros muchos ilustrados y científicos, que no eran precisamente beatas con velo negro y rosario, o pobres hombres ignorantes de pueblos primitivos. - Pero es que entonces ellos no sabían lo que conocemos hoy. - Sí, doctora, pero lo que sabemos hoy por el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, es que no podemos averiguar con precisión la posición y la velocidad de una partícula pues se produce una incertidumbre que impide determinar las dos cosas al mismo tiempo; es decir, que tenemos incertidumbres con una partícula subatómica y nos jactamos de explicar la inmensidad del universo que está formado en su mayor parte por materia oscura que no conocemos, o sea, que pase el siguiente, por favor, decía, y digo, sin mucha convicción mientras me levanto y me asomo a la ventana de la habitación del hotel para ver cómo la brisa reverbera las hojas plateadas de los álamos del río mientras los vecinos se recrean en eso que en el extranjero llaman paseo español y que uno debería imitar en vez de quedarse aquí rumiándose tanta cuestión que no parece tener respuesta aunque el hombre la busque ya desde la misma infancia, tal y como hizo un servidor que ya anda resabiado y se muestra muy prudente antes de volver a romper el termómetro para averiguar por qué sube y baja la barrita gris de dentro. Se sufre mucho porque a esa edad la investigación tiene castigo. Y entonces, lo siento, pero por aquí no se le fía a nadie pues nos apartamos de ese otro Principio Antrópico (débil) por el que se discute si la explosión y la onda 298 Antonio F. Marín expansiva del big bang (o de un cartucho de dinamita), tenían como único fin que se creara el universo o una hermosa catarata. O si según creen otros, la creación de la hermosa catarata (o del universo) es la consecuencia de la explosión de un cartucho de dinamita. Qué va. Nosotros seguimos nuestra propia inquietud personal basada en el fundamento del Principio del Origen de la Catarata ©, en el que se prescinde de la incógnita sobre si la catarata es la consecuencia de la explosión o si la explosión tenía como único fin crear la catarata, para ahondar en quién fue el gracioso, y por qué, que le prendió fuego a la dinamita y me inundó la casa con la maldita catarata. Esa es la cuestión, el porqué periodístico, que mejor dejamos para luego porque ahora he de bajar al pueblo por la olmeda del Maripinar, cruzar los puentes y subir al barrio antiguo para callejear por sus estrechas y sinuosas calles donde poco después me he dado con un remolino de gente que se apretuja en la Esquina del Convento para asistir a algún suceso popular o a algún certamen folclórico porque de pronto veo aparecer por la plaza a diversos coros enjaezados con sus abigarrados uniformes tribales que me recuerdan que por la villa se celebra el Festival del Folclore en el Segura en el que participaba el grupo local Francisco Salzillo y otros coros que procedían del resto de España y del extranjero, a los que veo desfilar jacarandosos por la plaza si no se paran para echar un baile ante la vecindad que se apeñusca en corros para verlos brincar antes de que reanuden de nuevo su pasacalles y se alejen hacia la parte más moderna del pueblo, por donde ya se encogen cuando me he encaminado hacia la casa de mi chica por si quiere o puede bajar a tomar un café, que si puede, según me ha expli299 Entretiempo cado por el telefonillo, espera que ya bajo. Y cuando ha asomado por el portal me ha cogido de la mano y nos hemos arrimado a la cafetería de la esquina porque quiere aprovechar para contarme algo, ¿algo?..., qué será, que querrá, que quiere, te preguntas mientras la acompañas a la cafetería y os cruzáis en el camino con María, la chica aquella de 19 añitos que habías conocido en la Biblioteca y que te ha saludado con una esplendente sonrisa que parece que no le ha sentado bien a tu chica, eso es seguro, porque te ha mirado con gesto grave, te ha empujado de pronto contra la pared y ha metido las manos debajo del polo para pellizcarte los pezones, sin importarle que la gente pase por vuestro lado ya que sigue rozándolos y pellizcándolos con los dedos mientras te pregunta si quieres que vayáis a su piso. Sí, claro, por favor, contestas seducido por el efecto de sus caricias. Y entonces deja de acariciarte, te coge de la mano y tira de ti muy añusgada para llevarte a su piso, sentarse en su chaiselongue y hacerte gestos con el dedo para que te acerques. ¿Qué quiere? No lo sabes, está seria y te acercas con recelo porque su gesto parece ahora más adusto. Parece enfadada de verdad. Y se levanta, se lleva las manos a la cintura, baja la cremallera de la falda de tubo, la deja caer sobre los tacones y tú te agachas para ayudarle a sacarlos de la tela y recoger la blusa transparente que ahora se quita para quedarse ante ti bellísima con esos zapatos de fino tacón y la braguita tanga que sabe que tanto te gusta y que te permite verle la rajita a través de la tela porque la muy zorra luce en el triángulo púbico el pelo recortado, no rasurado, según te había pormenorizado como si se tratara de un Martini de James Bond, cuando te daba las tijeras para que te consa300 Antonio F. Marín graras en su arreglo. Aunque muy recortado más abajo para que los labios le aparezcan claros, abultados y nítidos. Qué pretende. No lo sabes, porque se ha sentado en su chaiselongue y da unas ligeras palmadas sobre sus hermosos muslazos enfundados en las medias con costura que suele lucir cuando queda contigo. ¿Cómo? No entiendes y te encoges de hombros, pero ella insiste con las palmadas sobre sus muslos e intuyes lo que pretende. Y eso no. Nunca. Jamás, vamos, que uno tiene su dignidad, por supuesto, y no va a transigir aunque ella te mire ahora con dulzura, pero con firmeza, porque te sigue apremiando con las palmadas sobre sus muslos. Y eso sí que no. Nunca. Jamás. Y te das la vuelta, sales al pasillo y pones la mano en el pomo de la puerta de la calle porque quieres irte pues tú tienes tu orgullo, vaya. Todavía te queda algo de él. Aunque si te vas no las vas a volver a ver. Nunca más. Está muy contrariada y con esa actitud tan suya de mostrarse cariñosa pero estricta, dulce pero severa, que te recuerda a una madre que reprende a su hijo, claro, pero porque lo quiere. Y ella no se parece ni por asomo a Tura Satana, esa chillona verdulera vestida de negro que tanto gustaba a directores de cine como Russ Meyer, sino a una dulce y elegante mujer muy posesiva y femenina que te maneja con cariño sin pegar ni un grito, sirviéndose de ese sensual poder de seducción que te hace suyo sin que te des cuenta, con gestos melosos y tiernos. Sin elevar la voz, porque ella no necesita pegar gritos de verdulera y te convence con suma delicadeza, con la sensualidad de una Calipso en la isla de Ogigia. Y entonces, piensa, piensa… la puedes perder para siempre…, y se la ve tan guapa…, 301 Entretiempo y sabes que te quiere…, y en las tintorerías no saben planchar la raya en el centro del pantalón como hace ella…, y su actitud no te abochorna, ni desmerece, porque tú eres libre para marcharte cuando quieras pues ella te deja la puerta abierta para que te vayas, si quieres irte, que no quieres, o eso parece, porque de pronto sueltas el pomo de la puerta, te vuelves, entras en la habitación, te acercas a la chaise-longue en la que ella sigue sentada y le dices que sí, pero que no, porque tú no has hecho nada ya que ni siquiera has mirado a esa chica. ¿No? No, de verdad, te lo aseguro. Es igual, porque a ella no le importa que tú la mires, sino que ella te mire a ti, te reprocha mientras sigue dando palmaditas sobre su muslo para que te acerques. Las mujeres sabemos muy bien lo que pretende una tía cuando mira así a tu hombre, añade ahora muy seria. Y tú que no, que no y que no; que eso nunca, faltaría más. Antes tendrá que pasar por encima de tu cadáver, le farfullas cuando ella ya te baja los pantalones y los calzoncillos, y tú sigues rezongando que no y que no. Que no, de verdad, balbuceas mientras te dejas caer boca abajo sobre sus muslos refunfuñando muy digno, eso sí, que bueno, que sí, pero que no, porque tú eres muy hombre. Que lo sepas, le dejas bien claro para que no haya dudas cuando ella comienza a acariciarte los glúteos, los pellizca, los soba y de pronto te da una fuerte palmada en uno de ellos acompañándolos de un «te quiero». Otra palmada y un «te quiero». Y otra palmada y un «te quiero», que va aplicando despacio, con pericia, sin prisa, recreándose en la suerte pues parece que sabe lo que hace y cómo hacerlo. Así aprenderás y estarás más tierno y cariñoso, precisa muy seria mientras te da otra pal302 Antonio F. Marín mada. Y estarás a mí gusto, añade con otra nalgada y otro «te quiero», mientras tú sonríes boca abajo porque sabes desde pequeño que se hace más daño el que da con la mano desnuda que el que recibe en el mullido culo. Ya se hartará cuando se haga daño, te regodeas malicioso, porque menudo eres tú, vaya, pues contigo no ha podido nadie. Ni el en el parvulario, ni en casa, ni en el colegio. Y no podrá ni ella, aunque… …aunque no parece que ella se canse, la verdad, ni que se haga daño porque sigue con las palmadas en tu culo entre «te quieros» y advertencias de que no va a parar hasta que no vea los dos glúteos igual de rojos porque los quiere los dos a juego para que no desentonen. Esto por si otra mujer te vuelve a mirar, te reprocha ahora mientras prosigue una y otra vez con sus palmaditas en el culo, porque así sabrás a qué atenerte pues para ti sólo existe ella. Una certidumbre con mucho fuste porque para ti no existe ni ha existido ninguna otra mujer desde que la conoces. Así que decides claudicar y reconoces que sí, que de acuerdo, pero que te suelte ya porque te parece muy tosco que te trate como un niño dándote unos infantiles azotes en el culito. ¿Sí?, ¿de verdad lo crees? Sí, claro que sí. Pues entonces compórtate como un hombre, te ha replicado severa una vez que te ha soltado para que te levantes. Y luego te ha atraído hacia ella y te ha besado con mimo mientras te dice que te quiere. Y mucho, añade ahora cuando te separas, te recompones la ropa y la miras de hito en hito porque se la ve preciosa. Y además huele a hembra satisfecha mientras respira profundamente para recuperarse del esfuerzo. Y se la ve muy hermosa mientras sus pechitos brincan como dos limoncitos al compás de su acelerada 303 Entretiempo respiración. Así que cuando te ofrece la mano de la azotaina para que la beses, la coges y la besas, sin rencor, y luego te arrodillas entre sus muslos para darle besitos por encima de la braguita que te sabe húmeda y salobre, muy mojada, porque parece, oh cielos, que la muy zorra ha gozado. No, no puede ser. ¿O sí? No importa, la verdad, porque de pronto se levanta, se quita la braguita y te la ofrece para que la guardes, como recuerdo, te dice aviesa porque efectivamente tú la coges, la besas y adviertes que sabe a ella, que la muy zorra ha gozado. Y mucho. Pero te la guardas en el bolsillo, para luego, y te pones serio y formal, muy serio, porque quieres que ella sepa que lo que de verdad te ha molestado no es que te haya dado unos infantiles azotes en el culito, qué va, sino que con ellos te haya tratado como un crío, como un niño al que hay que castigar por alguna travesura, porque eso de mirar a otra chica por la calle tampoco parece tan capital, es una chiquillada, claro, y ella te ha tratado como a un chiquillo y quizás si te comportas como un hombre ella te trate como un hombre porque a lo peor, oh cielos, hasta tiene razón. Y entonces… …y entonces callas y no le dices nada, porque ella es muy capaz de darle lecciones hasta a Elise Sutton. No dirás tú que no. Y puede que ella, la bella Calipso que te tiene secuestrado en su isla, tenga razón y todo. Aunque eso de hacerse hombre y crecer es muy enojoso, sabe usted, porque dicen que todos los niños crecen, es cierto, pero yo crecí por aburrimiento, porque no sabía hacer otra cosa y porque crecer entusiasma mucho a los mayores que dejan de preocuparse por tu inmenso amor hacia las cerillas. Los muy cabritos. Luego, dicen que te quieren, pero ya de primeras te quitan lo mejorcito y te abandonan en el cole304 Antonio F. Marín gio con unos salvajes que babean y luchan por quitarte el bocadillo. Y allí te haces hombre. Maduras. Aprendes en seguida que el más fuerte y el más listo es el que merienda. Luego los mayores te lo prohíben todo, absolutamente todo, coartando tu iniciativa y creándote traumas innecesarios al cercenar tu creatividad artística mientras te chorrean con toda suerte de prevenciones y admoniciones. Y no paran con esto y lo otro; que si la teta sólo se le da a los niños muy pequeños; que si el abuelo no es una momia y por tanto no se le puede embalsamar con papel higiénico; que si el calentador de agua no es un cohete espacial al que se le puede poner una mecha; que si no existe el Campeonato del Mundo de Meados; que si los polvos del maquillaje de la mamá no hacen magia; que si para usar la plancha hay que quitar primero la ropa; que si las medias de rejilla no sirven para pescar rana; que si los bomberos son los únicos capacitados para apagar el fuego con la manguera y que el de la cocina, aunque es fuego, no es fuego (no se aclaran y se lían). Así que quizás ella tenga razón, es probable. Vaya usted a saber. Aunque cuando te despides de ella y bajas a la calle lo que te tiene en un comecome es saber si la muy zorra se ha excitado al doblarte sobre sus rodillas porque todavía no lo sabes, aunque intuyas que algo ha habido y eso es precisamente lo que te aterra. O te excita. Tal para cual. Pero no importa, qué más da, te has dicho cuando una vez en la calle te has parado para mirar hacia su ventana y has visto que ella se ha asomado para saludarte con su melosa sonrisa y recordarte que ya os veréis por la feria porque ha quedado con sus amigas que vienen de Murcia. ¿La feria? Qué feria. No sabes, pero es igual. Lo que im305 Entretiempo porta es que a ella se la ve feliz porque entonces tú también lo eres aunque tengas que reconocer que ella te gobierna y maneja a su gusto, es cierto, porque es muy celosa y posesiva. Y porque tú se lo consientes y no protestas, claro; quizás porque en el fondo te comportas como el niño al que habías visto en la calle mientras su madre le daba unas palmadas en el culito y que una vez terminado el castigo en vez de huir como seria natural, se había acercado a ella para abrazarla buscando refugio en la mujer que lo había castigado, sí, pero también con cariño. Porque lo quería. - Eso me suena a complejo de Edipo. - Sí, doctora, pero aparte de lo de Edipo, ¿qué más sabe usted hacer? - No sé, pero tú lleva cuidado porque la mujeres tenemos que admirar al hombre que amamos y no se admira y respeta al que se deja gobernar. Es cierto, pero mi bella Calipso me quería manejar porque era celosa y posesiva, y no por otras razones de más intríngulis. Y porque era diferente a todas las otras mujeres que había conocido y, por supuesto, no tenía nada que ver con Paula, aquella otra niña tan fantasiosa que después de leer Beacul de S.G. Clo’zen, se había entusiasmado por llegar a más en las saludables y naturales fantasías de los juegos de pareja y no atendía a los reparos que solía hacerle para que se contuviera, por favor, porque aunque entre dos personas que se quieren todo está permitido si los dos lo disfrutan y no le hacen daño a nadie, debería tomar en consideración que la mayoría de las ensoñaciones son postizas porque en la imaginación se ven 306 Antonio F. Marín trucadas y esmeriladas con los visillos de los filtros embellecedores que una vez que se han corrido en la vida cotidiana, nos permiten ver la realidad cruda, sin sordina y sin aliño; con sus delicias sí, pero también con esa celulitis de lo cotidiano que no se suele parecer a los perfectos sueños edénicos que cada uno se borda en la imaginación y en donde todo es deslumbrante, perfecto e irrepetible. Aunque la realidad no sea así, de verdad, cariño, créeme, hazme caso, le decías a Paula, sin que ella te hiciera caso porque no atendía a tus razones (dicen que el dictador es el sumiso). Y te provocaba escribiéndote correos electrónicos desde la oficina en los que te participaba que se había ido al lavabo y se había quitado el sujetador para estar con las tetas desnudas bajo la blusa «porque se me ponen los pezones duros al al pensar en ti -escribía-, porque sé que soy tuya, que te pertenezco como una perra expuesta y ofrecida a cuatro patas que restriega su coño por el suelo suplicándote que te lo folles. Porque sólo con pensarlo se me ponen los pezones duros como piedras y me gustaría que estuvieras aquí para que los pudieras rozar, pellizcar, morder y chupar a tu antojo porque sólo quiero ser eso: una putita siempre exhibida y ofrecida ante ti por si quieres usarme a tu capricho y para tu exclusivo placer. Porque si no lo haces seguiré siendo mala para que me castigues por no haber sido lo suficientemente puta. Y una vez que lo hayas hecho, seguiré siendo mala para obligarte a que me sigas castigando. Gracias por darme tanto placer y por permitirme ser tu putita. Úsame a tu gusto, sírvete de mí, porque mi placer es ver que tú lo tienes, mientras te miro a los ojos y te guardo entre mis labios. Paula, 307 Entretiempo (tu puta perrita). Y lo conseguía, es cierto, porque en esa postura tenía una mirada que se te clavaba en la columna vertebral. Hasta dentro, muy dentro. Aunque ahora será mejor no menearlo, ni recrearlo, se piensa uno mientras sigo por la calle preguntándome qué quería decirme mi niña cuando íbamos a la cafetería. Porque se lo había vuelto a preguntar y tras murmurar algunas cosas ininteligibles, me había contestado que nada, que no tenía importancia. Y no tendría importancia, pero a ti te había parecido oír que musitaba algo relacionado con un ajuar, que se había comprado el ajuar o que pensaba comprárselo. Pero no le habías insistido. Ya te lo contará, te dices, mientras te estremeces de pronto por el estrépito de unos cohetes que truenan por encima de la música de una banda que se acerca entre la alborozada algazara de los chitos que la acompañan. Algo pasa, desde luego, ya que huelo a pólvora y quizás tenga que ver con las fiestas patronales de San Bartolomé que tocan por estas fechas, y a las que había aludido mi niña, ahora caigo, cuando me había dicho que nos veríamos por la feria. Que va a ser eso, claro, porque por ahí asoma el Tío de la Pita con su dulzaina seguido por los Gigantes y cabezudos, y por los chitos y chitas que gritan y alborotan detrás de la comparsa mientras se dirigen a la Plaza de España donde debe de parar la feria que a uno le trae a la boca el sabor de la infancia que sabe a almendras garrapiñadas, y que vuelvo a recordar cuando poco después me he acercado al recinto ferial de esta plaza donde bajo los arcos de colores se apilan las tascas que sacan sillas a las calles adyacentes por las que uno pasa entre una apretada concurrencia que parece buscar un hueco libre entre la profu308 Antonio F. Marín sión de silla y mesas que salpican las calles aledañas, si no se acercan a ver el castillo de fuegos artificiales que se prende y truena en el arenal del río, bajo el Puente de Hierro, para desprecintar las fiestas con su desparrame florido por encima de los tejados y de las tascas de feria junto a las que uno pasa, decía, procurando evitar los empujones y pisotones de los que andan en demanda de puerto, de una mesa, pues un servidor prefiere arrimarse a los que se apoyan con el codo en la barra, aunque me las tenga que ver con Heliodoro Rodríguez, por cierto, aquel vecino que le daba mucho al caletre sobre intríngulis de mucha enjundia como por qué permite Dios el mal y no ha hecho un mundo perfecto, estilo Walt Disney, que es una manigua que uno no sabe explicar, Heliodoro, le he dicho tras pararme junto a él, porque averiguarlo es tan espinoso como saber por qué a los cineastas, a los fotógrafos y a los tontos les gustan tanto las vías del tren. - Entonces, ¿Dios creo de la nada? - No; eso se lo dejó a la Ciencia para que ella creara de la nada. Me supongo, Heliodoro, porque no esta uno ahora para teodiceas de tanta miga, médula y sustancia, adiós, adiós, pues ando por la feria de la vida que no es de carbono, precisamente, sino de bombillas de colores y arcos luminosos que grapan las calles de fachada a fachada mientras suena la música verbenera que retumba en los grandes altavoces amontonados en el tabernáculo principal del centro de la plaza, junto al obelisco central alzado frente al pórtico de la Plaza de Abastos con sus pináculos que despuntan sobre una verbena que abajo se cobija en una im309 Entretiempo provisada pista sobre la que los jóvenes bailan al compás de la música de orquesta que procura interpretar Lonely Feeling de Vaya con Dios, mientras los más adultos se sientan y levantan de las mesas y sillas dispuestas frente a las tascas de las hermandades y asociaciones culturales en las que los vecinos se apiparan de salchichas, morcillas, tocino frito y demás grasas variadas en una concelebración y fritanga que uno rechaza pues tiene hambre sí, pero de verla a ella pues no consigo vislumbrarla entre el gentío que pasa aunque me ponga de puntillas para mirar entre el murmurio de las mesas que se van ocupando, limpiando y vueltas a ocupar conforme los vecinos se allegan, se empachan, se levantan y se van entre un incesante bullebulle sobre el que restalla la música de la verbena que va recibiendo a los que desembocan por las cuatro bocacalles afluentes a la plaza para inmiscuirse entre la maraña de mesas y sillas en busca de una que ande libre y que no sea esta, lo siento, porque me voy a sentar yo para esperar a que aparezca mi chica junto a estas señoras enjaezadas con perlados collares, y planchados retales, que aluden a eso que siempre comadrean las señoras cuando se juntan para hablar de ellas, aprovechando que sus maridos se han acercado a la barra para pedir las cervezas, las morcillas, las tápenas, las olivicas, los caparrones y la habicas tiernas de la tierra. - Pos miaque, Josefa, que anoche mi Manolo me vino con las mismas. - ¿Sí? - Sí, vaya que sí, y luego para nada porque para él todo es llegar y besar el santo. - ¿Te besa el santo? 310 Antonio F. Marín - Sí, y con lengua. Eso comentan las mujeres mientras sigo esperando a que aparezca mi niña ya que no la veo por más que mire por encima de la zambra de las mesas y sillas que me rodean, pues entre el bullicio sólo distingo a Luis Enrique Villar de los Castizos, el Francés, un paisano que hace veinte años se escabulló a la vendimia francesa y que allí plantó viña y hacienda ya que se prendó de una aborigen y tuvo hijos con ella. Luis Enrique Villar de los Castizos es de esos fulanos que cuando los suyos ganan las elecciones cacarean cuellierguidos que se debe a una decisión soberana del pueblo y que cuando las pierden claman emberrenchinados que se debe a una autoritaria regresión democrática porque el pueblo se ha equivocado, según dice mientras desprecia y se rechifla de la bandera (la de España, porque la de Francia es una bandera de la libertad), y se mofa de los que creen en Dios porque nadie que sea ilustrado, moderno y racional cree en él porque tiene la certidumbre, como el cursiprogre del sobrino de Larra, de que no existe Dios porque «eso se sabe en Francia de muy buena tinta». Y entonces… …y entonces cuando viene al Argaz con motivo de las fiestas patronales habla de su frans y dice señalándote con el dedo, que en este país seis unos acomplejados con respecto a Francia porque Francia es un pueblo culto y laico cuna de la Ilustración; un pueblo de pintores y escritores de vanguardia que le lleva muchos años de adelanto a los españoles porque cuando allí se hablaba de progreso aquí las mujeres todavía llevaban luto; porque allí hay cultura antes que en este país, son europeos antes que en este país y son más avanzados que en este país. ¿Has di311 Entretiempo cho? Sí, vaya que sí. Y uno calla, claro, porque me remusgo que este país es tan bueno o malo como los demás y tiene las misma miserias, grandezas y honras que cualquier otro incluidas sus paradojas pues España, como problema, es una corrala en la que te animan y espolean a que representes en el Ateneo de Madrid la obra Me cago en Dios, pero te prohíben taxativamente que te cagues en la Virgen del Pilar porque te corren a hostias, en fin, decía, pues todo eso que dice Enrique Villar de la grandeur francesa debe referirse al colaboracionismo con los nazis del Gobierno de Vichy; a los ilustrados que llevaron a juicio a Flaubert acusándolo de escribir una novela pornográfica como Madam Bovary; al gobierno socialista que torturó y ejecutó sumariamente a los ciudadanos durante la guerra de la independencia de Argel, o a la grandeur de la bomba atómica. O quizás se refiera, eso va a ser, a la Francia culta que protegió a los autores del genocidio de Ruanda en el que murieron 937.000 personas entre hutus y tutsis. Tiene que ser eso, he concluido, porque lo que hace que los españoles puedan ser menos modernos no es que las mujeres hayan llevado el velo del luto, sino maneras más reprobables como saltarse las colas, pintar en las paredes, aparcar en la acera, tirar papeles por el suelo, hablar a gritos, trabajar y vivir de las subvenciones, no respetar los pasos de cebra o no devolver los libros prestados, ya que esos que reniegan de su modesto origen para refugiarse en lo inglés como Borges, o en lo francés como algunos cursiprogres españoles, nos suenan a esos fontaneros o editores recién adinerados que para soterrar y encubrir que su abuelo calzaba alpargatas, rebuscan fotos antiguas por las casas de antigüedades para enmarcarlas, lucirlas en el flamante sa312 Antonio F. Marín lón recién desembalado y aparentar así que se han tenido antepasados ilustres de pura cepa. Paradojas de la vida, en fin, que podríamos decirle al Francés si no se hubiera marchado ya dejándome aquí hablando solo mientras suena la orquesta que comienza a interpretar Night Owls de Vaya con Dios, invitándome a seguir con el pie el compás de la música mientras ojeo a los que pasan, se paran, se sientan o siguen su camino ladeando unas mesas y sillas entre las que no la veo a ella por más que estire el cuello sobre las cabezas de la multitud pues me había dicho que había quedado con sus amigas de Murcia para acudir a la feria y que ya nos veríamos por las tascas o las terrazas. O quizás por la Procesión de las antorchas que antecede a la próxima representación de Crónica y Leyenda de una Invasión Anunciada, que se iba a escenificar la asociación cultural Cauce en la plaza Mayor para conmemorar la invasión de la villa por parte de las tropas nazarís de AbulHassan. Una obra que recoge la leyenda sobre una muda que recuperó la voz para alertar de que los invasores estaban al otro lado de una puente que fue cruzada por los vecinos de la villa para defender la fortaleza, según se esculpe en el escudo de la villa con la leyenda Por pasar la puente nos dieron la muerte. Pero no la veo venir entre el gentío que pasa frente a la tasca, decía, porque a lo peor se ha marchado fuera con sus amigas y de ser así no volvería a verla hasta el día siguiente, maldita sea, porque ya la echas de menos, reconócelo; ya echas en falta su dulce carácter posesivo cuando te quedabas mirándola embebecido mientras yacía echada sobre la chaise-longue y tú te sentabas en la alfombra para mirar como metía su mano bajo la braguita y movía 313 Entretiempo sus dedos entre los labios de su vulva para acariciarse hasta que se corría, la muy zorra, y entonces dejaba caer la mano para ofrecerte los dedos, todavía húmedos, que tú chupabas uno por uno celoso de ellos por haberla conocido tan íntimamente, pero también gozoso como el niño que por fin ha conseguido el chocolate de la alacena tras entrar furtivo en la despensa. Es que soy muy glotón, le habías dicho, porque contigo me hago niño para jugarlo todo. Sin miedo. Y era cierto. Entonces y ahora, en el Argaz, cuando me he levantado de la mesa de la tasca y me he alejado de la feria pues he decidido volver a buscarla a su casa a la que he llegado poco después más animado pues he visto que hay luz en su piso y supongo que sí estará. Menos mal, he suspirado aliviado cuando he entrado en el portal y me he cruzado con María, aquella chica de 19 añitos que luce su habitual cola de caballo y a la que he saludado, qué coincidencia, antes de subir al piso muy chuscarrado pues había estado buscándola por la feria y ella me había dado plantón sin ninguna razón. Así que he entrado en su piso, me he desnudado en la puerta de su habitación, he dejado las ropas dobladas en la silla y he entrado en su cuarto dispuesto a reprocharle que no hubiera acudido a la cita. Pero no la veo. ¿Dónde estará?, ¿dónde esta?, te preguntas mientras la buscas por el cuarto de baño y por la cocina. No está, no sabes por dónde para hasta que oyes el repiqueteo de sus tacones por el pasillo y vuelves a su cuarto para esperarla con cierta zozobra porque sabes que cuando se pone de tacón para andar por casa es que algo maquina. Algo pretende. Algo trama. Y cuando ha entrado en la habitación se ha sentado en el borde de la cama vestida con sus zapatos de alto tacón, su ajustada falda de tubo que 314 Antonio F. Marín encumbra sus hermosas pantorrillas y una blusa blanca que trasluce sus oscuros pezones, casi idéntica a la que le habías visto a María al cruzarte con ella. Y tú la miras muy serio porque aunque se la vea arrebatadora con su exquisita elegancia, esta vez no vas a caer en su embrujo, no vas a transigir y piensas ponerle las cosas claras. Menudo eres tú, te has dicho mientras permaneces desnudo ante ella y ves que se levanta, se da la vuelta, se quita la blusa, deja caer la falda al suelo y te enseña su hermoso culo sin ningún recato. Y tú te arrodillas y lo besas con fervor hasta que se da la vuelta y te planta ante la cara el triangulo de la tela que apenas tapa el cortito vello de su sexo y sus preeminentes labios, que vuelves a besar despacio, con parsimonia, saboreando su humedad y el sabor a ella que rezuma la tela. Está excitada incluso antes de verte. Y huele tan bien… Pero ella te aparta, se sienta, clava sus ojos en tus ojos, se lleva el dedo índice a los labios y te señala el suelo para que te arrodilles frente a ella y pongas las manos en la espalda para que así pueda pellizcarte y rozarte los pezones con la yemas de los dedos mientras te explica que no ha podido ir a verte porque ha estado esperando a sus amigas pero que ellas no han venido y no ha podido ir a buscarte. Créelo. ¿Creerla? No puedes, claro que no, y te pones serio. Muy serio y enfurruñado, mientras la miras a los ojos y le mantienes la mirada de hito en hito porque eso para ti no es excusa pues has estado esperándola sin que ella hubiera aparecido y eso es imperdonable y no estás dispuesto a aguantárselo. Eso lo tienes muy claro. Clarísimo. - Pídeme perdón –te dice. 315 Entretiempo - Perdóname -le contestas. Y entonces sonríe, te besa con delicadeza y comienza a quitarse el sujetador, la braguita y las medias que tú vas cogiendo con cuidado para besarlas, aspirar su aroma y volverlas a besar antes de echarlas sobre la butaca. Y cuando vuelves a mirarla ves que no. ¿No? No. Y entonces te giras para recoger sus ropas y las dejas bien dobladas sobre el respaldo. Y luego los zapatos que colocas juntos bajo el sillón donde además te encuentras unas bragas tiradas que se ha olvidado y que no parecen que sean suyas pues son más pequeñas y eso es extraño, te piensas mientras las miras buscando la talla que no encuentras porque ella te las ha arrebatado de sopetón, las has escondido bajo la almohada y te ha hecho un gesto para que te acerques más a ella, entre sus muslos, porque quiere ver si le has sido fiel, según te dice, mientras te coge las pelotas con la palma de la mano, las acaricia ligeramente con las uñas y las sopesa una y otra vez, se conoce que revistándolas para ver si te habías satisfecho, si las has vaciado con tu egoísta placer sin querer compartirlo con ella. Y cuando confirma que andan trastesadas, que siguen llenas y que guardas intacta «su» despensa, según te dice, ha sonreído satisfecha y te ha ofrecido la llavecita de oro encerrada en un círculo que cuelga de su cuello para que la beses, porque la llave la tengo yo, canturrea. Y yo abro y cierro cuando quiera y como quiera. Y luego te ha besado y lamido los labios con delectación mientras tú sientes el repentino arrebato de comportarte como un hombre, como un macho de verdad, para cogerla de la cintura, doblarla, ponerla en cuatro y penetrarla con ímpetu para hacerla tuya como debería hacer el hombre que se supone que eres. Y 316 Antonio F. Marín penetrarla cálida y jugosa con embestidas fuertes y acompasadas que sólo detendrías para moverte en círculos antes de volver a rebotarle tus pelotas contra su vulva, una y otra vez, hasta que ella apoye la mejilla contra la sábana y se corra como una guarra. Pero no. Ella no es una guarra, qué va, todo lo más un pelín golfa, un poco puta y una miaja zorra; es decir, la dulcinea soñada por un tipo como tú. Y además ya obraste así y la perdiste, recuérdalo, toma nota y aprende que no es así, que no es por ahí y, entonces… …y entonces será mejor que te dejes llevar por ella que ahora te sonríe mientras sus pechitos púberes brincan como peritas dulces cuando se mueve para coger la braguita del sillón y ponérsela de nuevo impidiendo que tú se las bajes con un manotazo, porque estás castigado por malo, te dice mientras se mete en ellas. ¿Por malo? Sí, por malo, porque cuando el otro día te presentó a sus amigas habías dejado que ellas te besaran en la mejilla. ¡Pero si sólo era un gesto de cortesía....! No importa!, no quiere que ninguna mujer te bese, aunque sólo sea en la mejilla, te ha regañado cariñosa, sí, pero también estricta, como una madre que gobierna a su hijo, pero porque lo quiere. - Eso me sigue sonando a complejo de Edipo, a amor de madre. - No, doctora, lo que ocurre es que algunos le tenemos mucha afición a las madres porque ellas son muy cariñosas y tiernas. Más que las hijas, incluso. Mucho más. Y como tienen más experiencia que ellas saben usar la lencería, los tacones, las faldas de tubo o las medias con costura. Y te lo hacen todo sin objetar fútiles excusas como que por ahí no, que les duele. O que no te masturban con 317 Entretiempo las tetas porque nunca lo han hecho y no saben. Las madres saben hacer «cubanas», te hacen arroz a la cubana y además te llevan el desayuno a la cama. Las hijas no, sabe usted, porque además de negarse al trámite te obligan a madrugar para acompañarlas al trabajo porque para eso son ellas las que trabajan, te dicen con retintín para restregártelo por la cara. Para que se lo agradezcas. Son insolentes y maleducadas. Aunque también es honesto reconocer que hay madres con las que no es fácil el compadreo, desde luego, porque ha habido alguna que se ha negado al frenesí con excusas peregrinas y hechos circunstanciales como que está casada con el padre de tu novia, que es un argumento avieso, perverso y maquiavélico que te ponen para no darse a la concupiscencia. Son malas, retorcidas y crueles. Aunque a mí nunca me han dicho las madres eso. Generalmente me suelen decir que su hija está a punto de llegar, o que su hija está en la cocina, o que no lo hagamos en la cama de su hija porque es muy descarado. Así que donde estén las madres que se quiten las hijas, decía, excepto mi chica, claro, que en el piso de El Argaz se ha levantado de pronto para acercarse al ordenador porque parece que se ha acordado de algo. ¿Qué querrá? No lo sabes, pero se ha metido en la página web de tu correo electrónico con la clave que te había pedido hacía tiempo y que le habías dado sin rechistar, aunque supieras que la quería para registrarte el correo cuando le diera la gana. Eso había dicho. Pero ahora no sabes qué pretende, qué querrá, aunque te lo imaginas cuando ves que se ha fijado en un mensaje que te había enviado una chica para alabar tu último libro y que se conoce que no le ha gustado porque te señala con el dedo y te regaña por esas confianzas que ella no puede 318 Antonio F. Marín tolerar. Nunca lo permitiré, te ha reprochado severa mientras te coge la cabeza con las dos manos y la empuja contra la fina y traslúcida braguita que cubre los abultados labios de su sexo y que tú lames con recreo porque quieres arrebañarla y comértela de arriba abajo y de abajo arriba. Pues cómeme, te sugiere ella. ¿Cómo?, le preguntas encogiendo los hombros. Y ella cabecea, que tonto eres, y se va al cuarto de baño para regresar con una pequeñas tijeras que pone en tu mano antes de volver a sentarse para quitarse la braguita. Y tú las miras y comprendes por fin lo que quiere y entonces le recortas el ya cuidado vello de su sexo que vas dejando caer en la palma de la mano hasta que ella te dice que pares, porque es suficiente, y se lleva la palma de la mano a la boca en un gesto que tu comprendes, e imitas, para tragarte los pelitos de su sexo y comértela así entera, antes de abalanzarte de nuevo sobre sus protuberantes labios para seguir besándola, lamiéndola y bebiéndotela a través de su abrupta hendidura, una y otra vez, hasta que notas que te sujeta la cabeza con las manos, la aprieta contra su sexo y se arquea y estira mientras gime, suspira y se corre sobre tu cara humedeciéndotela como si te hubieras comido una sandía jugosa que a ti te sabe deliciosa y fresca. Muy fresca. Para relamerse. Porque además se la ve muy hermosa cuando después de haber gozado se ha quedado reposando plácida para recuperar el aliento, mientras tú la miras fascinado. Está preciosa. Bellísima. Aunque de pronto se levanta, te da un beso y saca de debajo de la almohada la braguita que habías encontrado en la butaca y la guarda en el cajón de la mesilla, mientras te dice que la esperes por la feria, porque tiene que ver si han llegado ya sus amigas. 319 Entretiempo - Y que no me entere que miras a otra que no sea yo – añade. - ¿No te fías de mí? - De ti sí, pero de las que no me fío es de las mujeres, porque no voy a permitir que ellas me quiten a mi hombre. No me van a quitar el novio. Y tú callas, te vistes, te despides y te vas sin porfiar más con ella porque intuyes que todavía le dura el despecho por el correo de la admiradora y sigue enojada. Ya se le pasará, te dices mientras sales del piso preguntándote de quién serán esa braguitas que ha guardado porque suyas no son, eso es seguro, pues eran de una talla más pequeña que la que ella gasta y entonces uno no sabía, y no sabe, de quién podrían ser aunque me supongo que deben de pertenecer a alguna de sus amigas con las que espera encontrarse por un recinto ferial al que no he llegado porque de pronto me he recelado que la concurrencia seguirá su chapoteo festivo entre morcillas, cervezas y grasas variadas. Y uno no está para semejantes tragantonas, por lo que he vuelto al hotel para llamarla, decirle que estoy cansado, que prefiero dormir y que lo comprenda, por favor, porque efectivamente ella lo comprende y me aconseja que descanse y que ya nos veríamos al día siguiente por el recinto de la feria, por la noche, porque por el día no podía pues tenía que hacer alguna gestión. Mejor, se piensa uno cuando he colgado, porque así podría aprovechar para emplearme en rematar la historia del tesoro de la Chinica y ventilar una vez la muerte de Juan Carmelo del Carmelo. Pero antes debería llamar al director de la revista para participarle que del reportaje no había nada nuevo porque por ahora no 320 Antonio F. Marín sabía más, lo siento, y tendría que esperar por lo menos hasta el día siguiente, hasta mañana, cuando me he despertado, he desayunado, he consultado los apuntes y he decidido seguir con el trabajo aunque no tenga mucho. Y me he metido en Internet para ponerme al día de las últimos sucesos porque por aquí dicen que el Partido Comunista Chino ha aprobado la propiedad privada que no sé si es una noticia, una paradoja o un oxímoron. Vale. Y también leo que ha muerto el escultor vasco Eduardo Chillida, el orfebre de la piedra, que ya no podrá culminar su obra cumbre, el museo bajo la montaña de Tindaya, en Fuerteventura, porque los ecólogos ludistas reaccionarios de la piedra y el sílex, tienen decretado que es una montaña sagrada intocable, la Kaaba, el Talmud o La Biblia en pasta. Y no se puede tocar, joer, ¡anatema, anatema!, decía, aunque también haya patrimonios que se deben conservar, claro, como el entorno del río Segura que, según leo en esta otra página web, se quiere salvaguardar con el Proyecto Nutria que busca la conservación de esta especie en el río. Bienvenido sea, me digo, porque es un empeño encomiable que nos permite rebrincar de alborozo ya que hay que preservar todo aquello que sí merece la pena para que la antigüedad, como en el ejército, no sea un grado. A lo menos, he exclamado mientras paso a esta otra web en la que se nos dice que el intelectual americano Noam Chomsky ha declarado que ser inteligente es usar la inteligencia para optar por lo más justo. Eso cree él, claro, porque uno no sabe qué decir ya que en una tribu caníbal qué es lo más inteligente y justo: ¿no comer carne humana como en Occidente, comerla entre unos pocos o repartirla entre toda la tribu? … Uno no sabe, decía, aunque parece que éste también va a 321 Entretiempo tientaparedes, que pase el siguiente, por favor, porque uno duda y, entonces, será mejor que aperree con mis negocios y zozobras y que pase a mejores industrias pues lo que de verdad me apremia es amartillar el asunto de la muerte de Juan Carmelo para saber de una vez si había sido asesinado antes de caer al río, si había sido empujado aún vivo o había muerto tras caer al Cañón de Almadenes Y desentrañar, además, si hay o no hay un tesoro oculto bajo la Chinica para poder así rematar el trabajo y solazarme con ella, con tu niña, a la que podrías coger de la mano para decirle que la quieres y que la necesitas para sobrevivir porque ahora sí que tienes algo que perder. Y sin ella la vida se hace larga, muy larga. Así que me he propuesto bajar a la cafetería para desayunar algo sólido pues se me ha pasado el tiempo divagando y eso me ha dado mucha gazuza y no me hace sentir bien. Y todavía me he sentido peor cuando en recepción me han dado un sobre con la notificación de una multa de tráfico que es sorprendente, si sopesamos que uno no tiene coche. Una minucia. Así que resuelto a desarrebujar este nuevo entuerto y a rematar aquella historia de la Chinica y de la muerte de Juan Carmelo, me he acercado al Argaz por el camino del Maripinar y he subido luego despacio hacia el barrio antiguo canturreando Desolado del grupo Pastora pues no tengo prisa, no debo tener prisa y he de aprender a no tener aceleros porque si sabes que al final del camino te espera la muerte para qué correr. No hay prisa. Ninguna, ya que la muerte dura mucho; una eternidad que se pasa volando. Y entonces he seguido mi paseo, decía, para allegarme a la adoquinada y recoleta Plaza Mayor, donde el Ayun322 Antonio F. Marín tamiento, pues quiero vérmelas con el alcalde, por lo de la multa, suponiendo que pueda, claro, porque cuando he llegado a la referida plaza he advertido que el Ayuntamiento está cerrado debido a las fiestas patronales, maldita sea, y que por la adoquinada plaza sólo asoman las palomas que se cobijan por los tejados de la iglesia vecina, la basílica de la Asunción, y que ahora aprovechan que no hay nadie para picotear los restos de pan que han quedado de los bocadillos de los chitos, porque por el lugar no se ve a nadie excepto a Pancho Panceta Martínez Arrieta, el concejal de Políticas y Problemáticas, al que he abordado en el interior de su coche mientras lee el editorial de su periódico adicto para saber qué va a pensar hoy, cuál es el pensamiento plural prêt à porter que le han confeccionado los editorialistas para que todos los adeptos piensen ese mismo plural, del mismo corte y confección. - Venía a solucionar un problema que tengo con una multa, porque resulta que… - Resulta que eso se soluciona con el diálogo – me ha contestado. -Me alegro, porque es lo que yo pensaba. -Y mediante el consenso. -Claro, pero qué me dice de la multa. - Le digo, que la ciudadanía es la base de la convivencia que consiste en respetar y ponerse en el lugar del otro para saber qué piensa a fin de vehiculizar las problemáticas. - ¿De las políticas? - Y de las problemáticas. - Pero, y qué hay de mi multa. - Eso se soluciona con el diálogo. 323 Entretiempo - Claro; eso es precisamente lo que yo pensaba. - Y con la tolerancia, la transparencia y el pluralismo. - Y con el consenso, se le ha olvidado el consenso. - Exacto, y con el consenso. - Y con el diálogo - Eso y con el diálogo. - ¿Y qué hacemos con la problemática de la multa? - Pagarla; démosle a la política lo que es de la política y a la caja lo que es de la caja. Bueno, vale, de acuerdo. Sí, pero no, le he dicho al despedirme de él, porque uno también es ferviente partidario del diálogo, el consenso y la tolerancia y por tanto dejará que procedan al embargo del coche, que no tengo. «Y si ladran es porque cabalgamos» que se dijo el Quijote y que bien se pudo decir Hitler mientras invadía Polonia. O algo similar, me he supuesto mientras me vengo callejeando por el barrio antiguo hacía la parte más moderna del pueblo por donde me he topado con unos tipos que siguen a otro que oculta una tela roja y amarilla doblada bajo el brazo mientras se alejan a hurtadillas calle abajo. ¿Dónde irán?, me he preguntado en plan buscavidas mientras me vuelvo para mirar y ver que el sujeto que los encabeza se han parado frente a un portal y se ha vuelto para escudriñar a un lado, y al otro. Hacia allí y hacia aquí. Y de nuevo hacia allí, y hacia aquí, hasta que ha asentido con la cabeza y los demás han entrado detrás de él en un portal al que me he acercado con sigilo para fisgar en él pues aunque me recelo que la tela amarilla y roja que ocultan debe de ser para hacer la luna por las tierras de Albacete, 324 Antonio F. Marín uno ya anda un tanto escamado porque aún es de día y aquella conducta no es muy canóniga. Así que he entrado en el edificio y he bajado por unas escaleras que dan acceso al aparcamiento del sótano donde me he quedado oculto tras una columna que me permite ver como se acercan a un poste y cuelgan de él una bandera de España, la constitucional que llevaban oculta bajo el brazo, y que izan para rendirle un homenaje clandestino que a uno no le extraña ni asombra, la verdad, pues tras la dictadura y con el advenimiento de la democracia, para que se te permitiera decir que amabas a España te tenías que ir a Sudamérica, nacionalizarte allí en algún país, y volver luego a España para poder profesar amor a la madre patria, a España, y que no te marcaran en la frente con el estigma de fascista pues este es un paisripé de cuchufleta y chichinado que se abochorna de su bandera nacional y la esconde incluso en la boda del Príncipe de Asturias, del futuro jefe del Estado. Un desdoro que a uno lo hace sentirse cada día más checoeslovaco, y a mucha honra, me he dicho mientras salgo del edificio, paso por la puerta de la imprenta Gráficas Cieza y de la inmobiliaria Comprarcasa, que regenta Manuel Lucas, y subo a la explanada de la Esquina del Convento donde me he dado con unos jóvenes que se apostan ante unos caballetes para pintar la ciudad, porque creo recordar que se celebraba el Concurso de Pintura al Aire Libre en el que los participantes tenían que plasmar las estampas urbanas que ellos mismos habían elegido, mientras los vecinos se apretujaban detrás de ellos para atisbar el lienzo por encima del hombro. Pero uno tenía hambre y dejé de ojear de puntillas para ir a comer que ya se sabe que en todos los trabajos se fuma y en algunos incluso hasta se come, pon325 Entretiempo gamos que en la cafetería Tiffany’s del Paseo, donde poco después me atiende su propietario, Pascual el Floro, que me ha ofrecido un caldero del Mar Menor que aunque no esté cocinado por la laguna de la costa, lo degusto con leticia porque la verdad es que uno lleva hambre atrasada. Aunque de segundo tomaré habas a la ciezana, sí, pues sabía que se preparan en un suculento sofrito que gusto complacido antes de rematar de postre con la trenza ciezana, sí, por favor, y con un café cortado que me bebo mientras navego con el portátil por Internet y me entero de que en unos grandes almacenes han detenido a un tipo que usaba una cámara de fotos para retratar a las mujeres bajo la falda, en una empresa o divertimento que se denomina upskirt y que es un recreo al que un servidor se alista con sumo gusto pues también se place en verle a las mujeres las braguitas y los muslos bajo la falda desde que en el colegio se nos caía el lápiz coincidiendo siempre con la presencia de la profesora más estupenda. Aunque el muchacho detenido se dedicaba a hacer las fotos bajo un puente que ya es lijar la pana, sabe usted, porque hay que tener mucha paciencia para esperar debajo de un puente a que pase una tía buena y que en ese preciso momento sople el viento y se le vuelve la falda. O que ella se apoye en la baranda para ofrecerte la visión de su culo y sus braguitas. Y que además ella esté en el puente el tiempo suficiente para que tú puedas bajarte los pantalones, hacerte una paja y correrte. Difícil empresa si además tienes que hacerle indicaciones a su novio para que no se vayan y aguanten un poco más, porque tú todavía no has terminado. No hay que ser perverso, qué va, sino un tipo con una pachorra infinita para esperar debajo de un puente semejante circunstancia. Y yo 326 Antonio F. Marín que me creía el más perverso de todos los perversos fetichista, resulta que me he encontrado con un tío que me gana. Qué se le va a hacer. No siempre se puede ganar. Pero en el Argaz, decía, he acabado el café y he salido a la calle silbando Say What You Want del grupo Texas, para distraerme y no pensar, cultivar el jardín , y topetarme de pronto con Juan Bautista Pagán que al verme se ha apresurado a darme la mano y me ha ofrecido una amplia visión del escote de su camisa por el que aparecen los tirantes de la camiseta interior que mete en unos ligeros pantalones que cuelgan sobre sus zapatillas de rejilla. Juan Bautista está casado con Vicenta Ribera y ambos se solazan en su tiempo libre enrolándose en todas las excursiones comerciales que se organizan en el Argaz, como las que fleta una empresa de colchones para llevar a los jubilados a un hotel de la costa de Mazarrón y darles gratis el desayuno, la comida, y unas charlas, ya de paso, sobre las bondades del colchón que manufacturan por si lo quieren comprar, pero «sin compromiso», claro, que bien lo sabe Juan Bautista Pagán porque acude a todas las excursiones, también sin compromiso, ya sean éstas para el fomento y promoción de los referidos colchones, la venta de juegos de mantas e incluso de vaporetas para la limpieza; aunque él lo haga mayormente por el condumio que ofrecen de bóbolis tras la preceptiva conferencia comercial a la que se ha de asistir obligatoriamente, es cierto, pero procurando, según dice, que te sienten en la última fila del salón para salir los primeros cuando toque el yantar y la pitanza. ¿Has dicho? Lo que yo te diga, aunque últimamente tenemos que llevar cuidado porque cuando ven que vas a todos los viajes y que no compras nada, se quedan con tu cara y te 327 Entretiempo tratan sin ninguna consideración. Una adversidad a la que Juan Bautista no le echa cuentas porque él se hace la cuaresma de volver a hacer otro viaje con la Vicenta en cuanto lo anuncien en el Hogar del Jubilado. Juan Bautista Pagán se acompaña de su amigo Saturnino J. de la Breva que es un tipo muy de derechas al que le han inculcado mala conciencia por serlo y que para hacerse perdonar tan maléfica militancia se proclama republicano, antiamericano y anticlerical, sobre todo anticlerical, para arremeter contra la Iglesia, pasar así por moderno y congeniar con Juan Bautista, porque aunque ellos se hermanen con partidos que son ideológicamente adversos, los dos comulgan mucho en común pues ambos son de esos españolitos rancios y castizos con alubias con chorizo, que cuando están en la oposición y se manifiestan y gritan por las calles es en ejercicio de la leal oposición, pero cuando llegan al poder y la oposición se manifiesta contra de ellos, lo achacan a una campaña orquestada para provocar la crispación y no dejarlos gobernar, sabe usted, que es que algunos propios al llegar al poder sólo conciben una democracia de rodillas juntas que jamás debe descruzar las piernas porque son tan burriciegos que sólo conciben una opinión plural ya pensada, en potitos, pues es menos aperreado que te den la comidita ya pensada y cortada en trocitos para que no te atragantes con un pensamiento cómodo y digestivo a base de verduritas, hervido y pescado a la plancha que te evite la fatiga intelectual, porque en el partido el pensamiento te lo damos ya pensado de serie para que estés así recogido, seguro, sin miedo y calentito en la placenta del rebaño en el que te sentirás amamantado y arrebujado por la mamá del pensamiento 328 Antonio F. Marín único, correcto y aseado que te hará sentirte protegido como esos presos que una vez que los ponen en libertad vuelven a delinquir para volver a la cárcel donde todo es seguro, ordenado, estricto y controlado ya que existe incluso una ley interior carcelaria elaborada por los mismos presos, que es de más rigor aún que la de la calle, paradojas de la vida, claro, en fin, decía, porque en el Argaz he seguido atento a lo que ellos me dicen pues Juan Bautista Pagán es además compadre de Juan Carmelo del Carmelo y podría saber algo sobre su muerte. ¿Sobre Juan Carmelo? No mucho, la verdad, pero algo si que sabe porque se acaba de enterar de que unos padres de la vecina localidad de Calasparra han acudido al cuartel de la Guardia Civil después de saber que sus hijos habían visto a Juan Carmelo por el Cañón de Almadenes. ¿Has dicho? Sí, porque parece que Juan Carmelo se había tirado al agua para salvar a uno de ellos que había caído al cauce, pero con tal mala fortuna que después de poner a salvo al chaval, se lo llevó la corriente aguas abajo. ¿Estás seguro? Sí, joder, lo que pasa es que los niños se asustaron porque andaban por el río después de hacer novillos y no dijeron nada en sus casas para no tener problemas. Y porque el viejo aquel, además, no era de la localidad, nadie lo conocía y era mejor para ellos callar. ¿Eso es cierto? Sí, hombre, lo que yo te diga. Pues, vaya chasco, joder, porque de nuevo sabía de los sucesos por los demás y si lo que decía él era cierto no había lugar para citas con extrañas mujeres, amantes despechados o deudas de juego. Y al final resulta que las cosas eran tan sencillas como parecían. Y del tesoro bajo la Chinica, qué saben. Nada, no hay nada más que repelar, me dicen. Así que creo recordar que me quedé un tanto desa329 Entretiempo quellado, sabe usted, porque parece que no había historia que contar ni dineros que sacarle al reportaje. Y otra vez volvían a sobrevolar por mi cabeza los buitres del fracaso. Una vez más. Y esta vez a peor, sin fracasar a mejor como aconsejan los peritos en los mixtos de crujío, sino marrando a peor, maldita sea, he exclamado cuando me he despedido de ellos y me he acercado hacia la explanada lateral de la Plaza de Abastos, junto a la Plaza de España, donde se apiñan los vecinos ante los tenderetes de marroquinería y bisutería regentados, mayormente, por norteafricanos que saludan con sus blancos dientes a los que pasan, ¡barato!, ¡barato!, mientras que al fondo, junto al parque infantil, veo que Pepe y Pepe dialogan pecheándose y cogiéndose de las ropas para procurar que el otro caiga al suelo mediante ese ardid de caballeros que desde hace siglos se conoce por zancadilla y que aquí consigue que uno de ellos dé con su espalda en las baldosas. - Vamos a entendernos – le dice Pepe a Pepe subiéndose encima de él. - Pero no me aprietes el cuello que me ahogas -le responde Pepe. - Y encima provocando la crispación. - Es que no puedo respirar. - No seas histérica, porque sacas los peor que hay en mí. - Por favor, que me matas. - Con esa actitud solo agudizarás el conflicto. - Pero es que no puedo más. - Cállate, porque así sólo consigues arrimar las llamas a donde sólo hace falta luz. - Pero es que me haces daño. 330 Antonio F. Marín - Y, encima, dándome disgustos, no haces más que darme disgustos y deberías tomarte una pastilla porque te veo muy nervioso. - Pero no me aprietes, que no puedo respirar. - No chilles, hombre, porque así no serás dueño de tus silencios y serás esclavo de tus palabras. - Es que me asfixias. - Sí, pero yo lo que quiero es que nos sintamos los dos cómodos y que tú seas más simpático y tolerante. - Pero no me aplastes. - No chilles, hombre, porque por mucho que chilles no conseguirás tener más razón, sino solamente crear más confusión. - Esto no es justo. - ¿No es justo?, muchas, leyes, hombre, tú lo que tienes son muchas leyes. Y Pepe le sigue apretando el cuello a Pepe con la anuencia de una vecindad que, como un servidor, mira pasmada su diálogo conciliar hasta que de pronto caigo en el detalle de que aquello no es un espectáculo de los títeres de la cachiporra, sino una tragedia sin máscaras y en carne viva que impele a hacer algo porque se debería hacer algo, alguien debería hacer algo, tú tendrías que hacer algo. Quizás emplazar a ese vecino que mira para que me ayude a separarlos y evitar, sobre todo, que se entiendan a mamporros o que en su defecto u/omisión lleguen a algún acuerdo, pacto, convenio, concierto, resolución o tolerante providencia negociada a golpes. - Yo no me meto en política -se excusa el tipo al que recurro-. Soy apolítico, y sólo quiero que haya paz y traba331 Entretiempo jo para todos. Pues yo también lo soy, le he replicado antes de darme la vuelta para alejarme de allí porque a quien San Pancracio se la dé, San Perejil se la bendiga pues me voy a dormir la siesta, la canóniga, que es un compromiso ético y eudémico que tiene un servidor consigo mismo. Y a mucha honra. Aunque si lo razonas con sosiego, cálmate hombre, advertirás que con ese desistimiento propicias que el fuerte abuse del débil haciéndote partícipe de ese avasallamiento, por lo que deberías volver para separarlos. Ya mismo, me he dicho mientras vuelvo al lugar y veo que no están porque se conoce que se han separado y se han ido. Otro fracaso. Uno más. He vuelto a llegar tarde, qué se le va a hacer, he exclamado mientras veo venir a Angelino «el cabra» trompeteando con un matasuegras y con ánimo de pararse, porque se para, se sube el pantalón hasta casi la barbilla y luego me ofrece la mano. - Mi barrio no se expande, mi barrio no se expande me ha dicho sonriendo alborozado mientras me la aprieta. Claro, Angelino, tú barrio no se expande. Ni el mío, ni el de aquel, ni el de esa chica que acaba de pasar en silla de rudas acompañada por su madre y que al ser parapléjica de nacimiento, no conoce otra cosa que la parálisis y ya sabe que su barrio no se expande. Y que además no puede cargar con estúpidos pecados originales de otros pues sólo a los envilecidos inmorales se les ocurre echar pesados fardos sobre la espalda de un inocente ya que ella, además, no puede imaginar, como John Lennon, un mundo sin países, sin religión y sin nada por lo que matar o morir porque eso lo imaginaron antes los Bonobos, que resulta que son 332 Antonio F. Marín monos. Una minucia. Y porque en ese mundo imaginario de algodón de azúcar, ella también sería paralítica y si Dios ha muerto y en su lugar tenemos a Maradona, la culpa es del toro que no embiste. - Dónde está Dios, dónde está Dios –me ha gritado Heliodoro Rodríguez al pasar por la otra acera. - En la cruz, trabajando. Fichando en el curro para dar ejemplo, señalando el camino y pasando él también por el aro aún con dudas, «Dios mío, por qué me has abandonado», pero con la esperanza de «en tus manos encomiendo mi espíritu». Porque si todo esto es obra de la casualidad y después de la muerte viene más muerte, esta chica quedaría sin respuesta a su sufrimiento y Hitler o Stalin seguirían humillando eternamente a sus víctimas. Habrían triunfado aún después de muertos. - Dios ha muerto. - Sí, Heliodoro, pero el mal sigue muy vivo. O eso parece, Heliodoro, adiós, adiós, porque yo me marcho de aquí porque más no sé, ni nadie lo sabe ni lo sabrá, en esta vida, pues sólo podemos suponer que quizás Dios sea demasiado humano y obre como un servidor que cuando era pequeño y me encontré en una maceta de la terraza un pájaro que se había caído del nido, lo dejé allí abandonado mientras piaba llamando a la madre porque ya sabía de otras veces que no podía hacer nada porque si lo cogías y alimentabas se moriría. De tristeza. Y se morían, porque todos los que alimentaste terminaron palmándola. Era mejor entonces dejarlo allí en la maceta y 333 Entretiempo esperar a que la madre acudiera a alimentarlo, a darle de comer y de beber, hasta que creciera y pudiera echar a volar, como hizo, aunque en aquéllos días de incertidumbre tú sufrieras por él y sólo pudieras ayudarle situándolo en un lugar a la sombra y bien visible para que la madre lo viera y pudiera acudir a darle de comer. - ¿Nada más? - Nada más, doctora, y aunque parezca cruel. Porque es mejor dejarlo ahí para que su madre lo saque adelante o se muera, libre, y que se lo coman las hormigas que también son animalicos de Dios y también tienen que comer, claro, porque lo mismo haríamos con una gacela aunque al soltarla alguien nos pudiera tachar de crueles por dejarla libre para que se la pueda comer un león, pero es mejor dejarla suelta que meterla en un zoológico muy protegida, pero presa. Y porque aunque pudiéramos crear un mundo perfecto en el que los leones le dieran besos a las gacelas, comieran verduritas y todos ellos bailaran juntos un vals, no sería un mundo vivo con los leones y gacelas que admiramos, sino una película de Walt Disney. O una maceta de plástico en la que nada muere, pero nada vive, porque la vida «surge sólo donde hay imperfecciones», según dicen los listos, los científicos. - Pero Epicuro o Hume te podrían objetar que si quieres evitar el mal del gorrión y no puedes no eres todopoderoso, no eres Dios, y si puedes evitarlo pero no quieres, entonces es que eres malo. - Sí, es cierto, pero es que la creación requiere libertad, finitud y por tanto imperfección porque ni Dios puede crear helados de calor. Y no porque no sea todopoderoso, sino porque debe de saber que de hacerlo no sería ni hela334 Antonio F. Marín do ni calor, o sea, obviedad al canto y soplá por no comer. Y entonces… …y entonces la pregunta sería si aún sabiendo que no podría crearlo perfecto al ser finito y con obvios imperfecciones, por qué se empeñó en su creación; por qué persistió en ella al bajar a la tierra como hombre para ser crucificado por su propia obra, para padecer él mismo las consecuencias de su obra imperfecta y finita. Nadie lo sabe. Sólo son suposiciones. Sólo queda la fe como abrigo de la sospecha de que, pese a todo, ese Dios sólo puede querer el bien para los suyos porque para hablar de Él tenemos que partir de que si existe busca el bien porque si no, no sería Dios. Podría ser una anchoa o una tostadora, pero nunca Dios. - Por qué te caen tan mal las tostadoras. - No lo sé, pero es que dan mucho el tuestón. - El tuestón lo daría una tuestadora y estamos hablando de una tostadora. - Pues entonces da mucho el tostón, aunque quizás todo se deba a un trauma infantil desde el día que la tostadora me puso en evidencia que en ella no se pueden hacer torrijas. - Las torrijas se hacen en la torrijera. - Pues yo creían que ahí se hacían los torreznos. - No, los torreznos se hacen en la torreznera, pero convendría que antes aprendieras a hacer un huevo frito. - ¿En la tostadora? - No, en la sartén. - Es que la sartén da mucho por sartón. Pero sí, vale, de acuerdo. Pero decía que si vamos a 335 Entretiempo discutir si un paso de cebra puede o no moverse por el asfalto, primero tendremos que admitir que el paso de cebra existe y que es de rayas horizontales, porque es pueril discutir si se mueve o no se mueve lo que no existe, por lo que si partimos de Dios tendremos que convenir en que quiere lo mejor para todos porque si no, no sería Dios, sino una tostadora. - ¿Y eso basta para creer en Dios? - No lo sé, pero hay teólogos, como Andrés Torres Queiruga que apartan a un lado a Leibniz y su simplista teoría del mejor de los mundos posibles, y nos dicen que el hecho de que Dios siguiera adelante con la creación aún sabiendo que el mundo sería imperfecto, al ser finito, nos indica la imposibilidad de que el mal tenga la última palabra porque no lo hubiera hecho si hubiera sabido que el mal iba a triunfar y que las victimas iban a quedar sin Justicia, por lo que si Él siguió adelante con el proyecto, aún sabiendo de su imperfección, es porque al final tenía el mal bajo control. Que es un razonamiento (de razón) que sí, que podría ser. Por qué no. Pero entonces nos viene el también teólogo Manuel Fraijó y nos dice que sí, vale, de acuerdo, pero que en ese supuesto, y aceptando su finitud e imperfección, por qué tanto esperar; por qué si esa recompensa es posible al final no la facilitó al comienzo dándonos un anticipo. Una buena pregunta. Y uno no sabe responderla y calla. Porque no sé el motivo de que no nos dé un anticipo de la herencia. ¿Un anticipo? Te voy a dar una mierda, que es lo que mayormente nos suelen decir nuestros padres terrenales cuando cumples los catorce años y quieres que se vaya acelerando el trámite y que te anticipen la herencia, a lo que ellos se niegan hasta que no la 336 Antonio F. Marín palmen. Los muy desgraciados, se puede uno pensar en plan humano porque un servidor no es teólogo, claro, y se malicia que todo eso no lo sabe ni Dios, vaya, y nos fiamos más de eso otro que dicen en Alcohólicos Anónimos de que «la fe es confianza y no desafío». - ¿Y eso basta para creer en Dios? - Pues no sé, pero es esa confianza la que puede conducir a la sospecha de que quizás un hombre perfecto creado así desde el principio no es hombre, no es libre, no es él; es un prefabricado, un helado de calor, porque no es una criatura que ha crecido y decide por sí misma, sino una muñeca hinchable que nunca defrauda porque siempre quiere follar y nunca le duele la cabeza porque siempre te quiere por obligación. Un absurdo de creación. Se supone, claro, porque todas estas preguntas no tienen respuesta cierta, nadie la tiene, ni la tendrá. Y el entretiempo tampoco parece consecuente obligar a Dios a que vaya detrás de todos los seres humanos con una pistola apuntándoles en la nuca para que no hagan el mal, para impedir que violen a la señorita K del cuento de Los 12 oficiales de Mark I. Vuletic, porque entonces tú no obras mal porque no quieres, sino porque no puedes al tener una pistola apuntándote en la nuca. - ¿Y eso basta para creer en Dios? - No lo sé, doctora, porque uno no pudo seguir planteándose la ontología del gorrión y sus circunstancias, pues un día me harté de los pajaritos y les coloqué un espantapájaros porque ya estaba harto de los malditos pajarracos que uno no es Dios y bastante tiene con ser sólo humano que ni premia, ni juzga, y que sólo tienes dudas, contradicciones y esperanzas. 337 Entretiempo - Sigo sin entender por qué crees en Dios. - Porque me sale de la punta del capullo. - Ah, bueno, hombre; haber empezado por ahí. Pero en el Argaz, decía, no sé qué hacer, la verdad. Quizás regresar al hotel y volver más tarde para encontrarme con mi chica, al anochecer, cuando según he visto al bajar al pueblo las luces parpadean a lo lejos en unas calles por las que pronto me ampara la bullaranga bajo el manto festivo de la patrona, digo, de los arcos luminosos que relumbran prendidos de unas bombillas que van acogiendo por debajo a una vecindad que se dispone a trampearle a la vida una breve parada en su arrollador tren laboral; un refrigerio en el anden rojo de la fiesta para escurrir lo que queda de verbena pues el coliche se acaba, es el último día y viene la despedida, el reventón con el trueno final en el largo bulevar del Paseo donde ya de madrugada «se corre la traca» que los pirotécnicos han colocado en zigzag de farola a farola y con distintas secuencias de velocidad para que al centellear y reventar por las alturas deje caer una lluvia de menudas estrellas de colores que van precipitándose como una catarata detrás de los jóvenes que huyen de su tronante desparrame procurando que no los pille el fuego y el castañeo de los estallidos que van tricotando en zigzag el Paseo hasta el final, por la Esquina del Convento, donde revienta el gordo, el trueno de fin de fiesta que pregona el remate de la holganza con el fuerte olor a pólvora que nos acompañará cuando el gentilicio se marche cariacontecido a terminar la noche porque ya no quedarán más bises y mañana toca la sirena laboral y habrá que guardar el santo en naftalina hasta más ver, por el verano 338 Antonio F. Marín que viene me avisas cuando lo volveremos a sacar entre coros y danzas, misas huertanas, ofrendas florales, patatas con ajo y juguetes que se feriarán a los niños por las casetas que se ubicarán junto a los tenderetes de las turroneras donde antaño acudían los tíos a tomarse con ellas unas copitas y unos dulces, antes de que plieguen las casetas y se marchen a otras ferias, a otros páramos y a otras morcillazas, hasta más ver, porque viene septiembre, la feria de Abarán, las quinielas, la virgen del Pilar, la moda otoñoinvierno con formas asimétricas que se llevarán por noviembre, uno y Todos los Santos, que por diciembre vendrá la Navidad, Feliz Navidad, próspero año y felicidad, mucha felicidad, hasta el mismo enero con San Blas, la Candelaria y las lumbres de San Antón, que Pascuas son, un poco antes de febrerico el corto, y Carnaval; con marzo ventoso y abril lluvioso en el que tronará el tambor y cacarearán de nuevo las cornetas madrugando la Semana Santa cuando por la primavera-verano se lleve el verde y las formas simétricas que se lucirán por mayo florido y de comunión, junio de exámenes, julio vacante y agosto de nuevo feriado con el Tío de la Pita, las tracas y vuelta a empezar como la vida misma, que se enrolla una y otra vez hasta que ya no se la pueda escurrir y tengas que capitular y admitir que ya nunca será todo igual porque jamás volverás a hacer aquello que tanto te probaba como subirte a los árboles, comerte el turrón duro o levantarle a las niñas la falda. Y entonces, claro, en el entretiempo… …en el entretiempo entraré a un bar a tomar un café que me despeje porque la traca será más tarde, a la medianoche y ahora prefiero ver qué se traen los informativos de la tele; suponiendo que me deje mirar Antoñito Cabezón 339 Entretiempo que se ha plantado en medio y no me deja ver. Antoñito Cabezón es un muchacho muy temperamental que cuando se emperra en algo suele conseguirlo porque nunca afloja la maroma. Y haces bien, Antoñito, pero es la cuarta vez que te digo que te apartes que no me dejas ver, le he reprochado sin ánimo alguno de porfía, de verdad, Antoñito, créeme, si puedes, que parece que no porque se ha vuelto, se ha sentado en mi mesa apoyando la cabeza en los codos y me ha replicado que sólo se lo he dicho tres veces y no cuatro, porque él sabe contar muy bien. ¿Si? Sí, se contar muy bien desde el colegio, me aclara, porque allí me atrevía incluso al más difícil todavía y contaba también al revés, 10, 9, 8, 7, hasta llegar al cero. - Entonces podrás trabajar en la NASA. ¿En la NASA? Pues no lo sabe porque los cohetes los lanzan ya sin mecha y cree que ya no cuentan para atrás. Pero no importa, me aclara, porque yo tengo en mi casa un catalejo que me tocó en la tómbola y un micrófono que me permite oír el espacio sideral para establecer contacto con los extraterrestres. Un empleo que es muy saludable, Antoñito, pero un poco inútil porque es difícil que tengas éxito en tu investigación pues parece inconcebible que no podamos comunicarnos con una cucaracha que ha evolucionado a un metro de nosotros, y que si podamos hacerlo con otros seres que han evolucionado a miles de millones de años luz de distancia y con otros «efectos mariposa» aplicados geométricamente desde el inicio del Universo, o sea, que no sé, porque no quiero desanimarte, Antoñito, pero ahora tengo que marcharme porque he de buscar a mi chica, adiós, adiós, le he dicho antes de salir a la calle para seguir su búsqueda entre el gentío, aunque no la vea 340 Antonio F. Marín por el principal de la feria, ni por las calles aledañas que recorro acuciado mirando por encima de las cabezas de una vecindad que sigue a lo suyo de vivir la vida con sentido, cavándose saldo a saldo su otro mundo posible en la libreta de ahorros tal y como debería hacer yo empleándome en buscar los haberes para el sustento en vez de buscar a mi chica por las calles, tascas y saraos feriados por los que además no la veo aunque me inmiscuya entre los jóvenes que brincan, corean y saltan entre el rebullicio de la calle. ¿Qué hacer? Quizás acercarme a su casa por si todavía anduviera por allí y no hubiera salido a la calle, que va a se eso, porque al llegar al portal de su edificio he mirado a su ventana y he advertido algunos sombras a través de los visillos. Se va a enterar, he refunfuñado mientras subo a su piso y advierto que se ha dejado la puerta abierta y que de su habitación viene una música que me suena al tema Contigo aprendí de Armando Manzanera, qué raro, verdad usted, porque también he visto que se ha dejado su ordenador portátil encima de la silla donde suelo dejar la ropa cuando me desnudo para estar con ella. Podría registrarlo y ver su contenido aunque uno sepa que no puede, que no puedes, ni debes, claro, pero lo abres y ves que en el programa de correo sólo hay un mensaje: Estoy aquí sola esperando para verte pensando en ti, imaginando que ya estoy contigo, que he llegado a tu casa y que estoy entre tus brazos. Que te encuentro como siempre en el real aposento en el que me gobiernas y que me miras con esa sonrisa tuya que se me escurre hasta la braguita. Sé que me vas a abrazar, que me vas a besar y 341 Entretiempo que vas a hacer conmigo lo que quieras, pero eres tan mala que me obligarás a que te lo suplique, a que te lo pida, a que te ruegue que abuses de mí. Lo de abusar es un decir, porque siempre consigues que te suplique que lo hagas. De hecho lo haces. Sueles hacerlo cuando te place, que es casi siempre, porque tienes ese poder sobre mí. Y me excita sólo el pensar que lo tienes porque yo misma te lo he entregado. Voluntariamente. Y antes de que tú me lo pidieras. Y porque sé que puedes usarme siempre que quieras, que puedes encontrarme en cualquier momento por la calle y servirte de mí porque sabes que soy débil, contigo, y que me encontrarás siempre expuesta, ofrecida y mojada. Me bajas las bragas y ya lo estoy. A veces incluso antes. Te veo venir y me mojo. Soy una guarra y tú una perra, pero una deliciosa perra a la que amo. Me encanta que seas tan perra conmigo, que hagas conmigo lo que te venga en gana, incluso en público, para demostrarme tu poder y que puedes conseguir de mí lo que quieras delante de todo el mundo para que todos sepan que soy tuya, que te pertenezco y que puedes hacer conmigo lo que quieras. Y lo haces. Todo lo que se te antoja o encapriche porque tienes bula. Y lo sabes. Las dos lo sabemos y a mí me encanta que lo hagas. Como cuando por fin dejas de torturarme y me abrazas, me besas tierna en los labios, me los lames, me llevas el pelo detrás de la oreja y consigues que ronronee «te quieros» para que me tomes y me hagas tuya porque maduro sólo para ti, para que beses los fresones de mis pezones que aparecen oscuros a través de la blusa blanca que me obligaste a comprar y a lucir sin sujetador, porque decías que querías vérmelos por la calle, que se me vieran al 342 Antonio F. Marín caminar entre la gente, al cruzar un paso de cebra o en medio de la acera. Te encanta exhibirme ante los demás para que todos sepan que soy tuya, que te pertenezco. Y te amo por eso. Porque soy tuya y lo sabes, y por eso vas descorriendo lentamente la cremallera de mi falda. Dices que se atranca, pero yo sé que lo haces adrede para tenerme en vilo, para tortúrame porque sabes que estoy ávida por tenerte. Y te aprovechas. Eres mala. Deliciosamente mala. Y por eso te amo. Me puedes, y lo sabes, mientras te demoras en bajar la cremallera de mi falda y yo espero ante ti con mis pechos al aire que miras sin recato, lo sé, porque te gustan y sé que quieres llevártelos a la boca aunque aún permanezcas vestida demorándote en bajarme la falda mientras me obligas a mí a estar semidesnuda para que me sienta expuesta, ofrecida y exhibida. Siempre te ha gustado tenerme desnuda mientras tú estás aún vestida para hacerme sentir tu poder sobre mí que yo noto en mi coño cuando se me moja al sentir que te has apoderado de mi intimidad, que soy presentada por ti desnuda en la plaza pública como tu esclava para que todos vean que soy tuya mientras tú presumes de mi desnudez permaneciendo vestida. Eres perversa y por eso te amo. Porque te gusta alardear de tu propiedad, de tu novia y a mí me gusta que lo hagas. Pero antes quiero mimarte; quiero hacerte sentir dueña y señora y convertirte en la protagonista de esas películas antiguas en las que aparece Cleopatra entre gasas y sedas, mientras su esclava desnuda le lleva el cesto de manjares y se acomoda en el tálamo a su lado para ofrecerle las frutas y la leche de sus pechos desnudos que acerca a su cara, por si se te ofrece, por si se te antoja 343 Entretiempo mamarlos. Porque sé que a ti te gusta tenerme siempre con ellos al aire para poder beberme cuando se te antoje. Que es casi siempre. Me haces mujer cuando mamas de mis pezones y a ti te veo hacerte niña al chupármelos. No puedo más; necesito tu calor y me quito la falda de un tirón rompiendo la cremallera para quedarme ante ti solo con las braguitas negras transparentes que tú me regalaste. Para que me mires, y devores, porque muevo las caderas para atraer tu atención, para que veas como la rajita de mi sexo se marca en la tela y que puedas admirarla ya humedecida. Quiero seducirte con mi olor a perra en celo para que no puedas evitar desearme. Porque me gusta exhibirme ante ti, sentirme puta ante tus ojos, aunque el mérito sea exclusivamente tuyo porque has sacado lo mejor que hay en mí, lo puta que hay en mi interior. Y me gusta. Me gusta ser tu puta. Tu puta exclusiva desde aquel momento en el que me dijiste que estas braguitas te gustaban para mí, que me quedaran muy monas y que te gustaría verme con ellas. Y yo accedí inocente a que me las compraras y a probármelas delante de ti mientras tú mirabas sentada en la cama. Se supone que éramos amigas. Y que tú me aconsejabas para que estuviera guapa y seductora y poder así seducir a aquel chico que me gustaba y que había conocido en la biblioteca. Decías haberlo tratado y que a él le gustaba esta ropita. Incluso te había visto alguna vez con él por la calle porque decías que era compañero de trabajo. Pero ahora sé que estabas seduciéndome a mí sin que yo lo supiera. Eres mala. Muy mala. Seduces a tu mejor amiga. A la que era tu mejor amiga. Y te adoro por serlo, por haberme seducido, por haberme hecho mujer. Tu puta. 344 Antonio F. Marín Pero ahora me coges de la mano y me llevas a la cama donde me tiendes y acaricias lentamente mientras lames mis labios, me chupas el cuello y bajas por él hasta mis pezones. Bésame en la boca, te digo, No, espera, aún no. Y sigues lamiendo mis pechos y mordisqueándome los pezones, porque sabes que son mi debilidad y abusas de ese poder que tienes sobre mí. Eres mala. Y te quiero por eso. Porque eres una chica fina y educada que va por las mañana elegantemente vestida de despacho en despacho ejerciendo de abogado y defendiendo causas nobles ante el juez, pero que por la tarde abusa de su mejor amiga, follándosela sin recato. No tienes vergüenza. Y a mí me encanta que abuses de mí, que seas tan desvergonzada y que te folles sin pudor a tu mejor amiga. A la que era tu mejor amiga. Ahora ya no lo soy. Ahora soy tu esclava siempre expuesta, ofrecida y a la espera de que vengas para amarme y hacerme tuya, como sueles hacer con tu lengua cuando me lames buscando lo que sabes que vas a encontrar ofrecido y jugoso, en su salsa, haciéndome perder el Norte, el Sur, la dignidad y la vergüenza que ya no sé ni lo que es, porque todo me tiembla y me abro para recibirte mientras nadas con tu lengua en el mar salado que mana de mí y en el que navego al compás de tu lengua siguiendo las olas que van y vienen hasta que rompen en la playa. Me he corrido en tu boca, mi vida, mi ama, mi Cleopatra. Te quiere, tu esclava. María. PD.- Las braguitas me las dejé el otro día en tu casa. ¿María?, ¿la chica de la biblioteca? Pues sí, parece 345 Entretiempo que es ella y que eran suyas las braguitas que encontraste en el cuarto de tu chica. Y cierras el programa de correo y apagas el ordenador porque por encima de la música de Contigo aprendí se oyen ahora unos gemidos y suspiros que parece proceder del otro lado de la puerta que abres con cuidado para asomarte y ver pasmado que tu niña se abraza en la cama a ella, a María, la chica que había escrito el correo y con la que entrelaza sus muslos desnudos mientras se besan con una fervorosa ternura que tú nunca habías conocido y que te impide moverte de allí, porque aunque lo reglamentario en estos casos es huir reconcomido en los celos, tú te quedas allí plantado porque sientes mariposas en el estómago, es cierto, pero también un insólito estremecimiento y una extraña sensación que te tira de la bragueta porque las dos están preciosas mientras se abrazan y besan sin importarles tu presencia, qué va, porque cuando te han oído entrar te han mirado, han sonreído y han seguido amándose como si se alegraran de que estuvieras allí, de que pudieras verlas, pues tu chica incluso lleva su mano al glúteo de María y repasa con sus dedos el tatuaje que luce en la nalga como si quisiera que te fijaras en él y recordarte algo que tú ya sabes, que debes saber, porque una vez que te has acercado compruebas que se trata del tatuaje con un círculo en cuyo interior se entrelazan las iniciales de tu chica a semejanza de los antiguos sellos de los anillos que tú, claro, ya conoces porque también lo luces tatuado en el mismo sitio. Aunque el de ella no es de color azul como el tuyo, sino más bien rojo, según ves ahora mientras lo miras con más detenimiento una vez que ella ha apartado la mano para dejarte ver, para que lo veas con más claridad pues parece que se siente orgullosa 346 Antonio F. Marín de mostrártelo. Muy orgullosa de que los dos lo llevéis marcado en el mismo sitio. O eso parece, te has dicho mientras te sientas en la butaca frente a la cama para mirarlas porque andas conmovido por la belleza de la escena que no puedes dejar de mirar, pues ellas siguen ahora besándose y acariciándose con más ardor si cabe, como si las enardeciera tu presencia, el que estés allí mirando y algo más, claro, porque te has bajado la cremallera de la bragueta para aliviar la tirantez, sólo para eso, mientras ellas siguen amándose entre suspiros, besitos y mimos de algodón, muy tiernos, porque tú chica le lleva el pelo a María detrás la oreja, le acaricia la mejilla, posa sus labios sobre sus labios con la levedad del roce y le sujeta luego la cara con las manos para mirarla a los ojos, volver a besarla y dibujar con su mano el perfil de su cuerpo sobrevolando levemente los pechos, la cintura y los muslos de su amante que gime y se deja acariciar trémula mientras transpira a lo hondo pues por su cuerpo asoman unas pequeñas gotitas de sudor que tu chica lame despacio, recreándose en cada una de ellas, hasta que llega a los pezones que chupa, mordisquea y lame mientras su amante abre los muslos y gime entregada para que la haga suya, por favor, fóllame y hazme tuya, le implora rendida sin que ella atienda a sus ruegos porque se vuelve para mirarte, sonríe maliciosa, y se sienta en la cama apoyándose con las palmas de las manos para ofrecerle el sexo a su amiga que la imita, se sienta frente a ella y cruza sus muslos con los suyos en forma de tijera, sexo con sexo, para frotárselos mientras gimen, suspiran y siguen refregando el uno contra otro entre suspiros y jadeos, sin pausa, hasta que tú chica se separa, se echa encima de su amante, le abre los muslos y se mete entre 347 Entretiempo ellos para frotar su sexo contra su muslo o pegar su sexo con el de ella y refregarse ondulante y sinuosa para follarse a su novia, para frotarse con ella, una y otra vez, hasta que se han corrido las dos entre gemidos y se han quedado abrazadas para reposar exhaustas entre suspiros y mimos. Y tú no aguantas, no puedes aguantar más y te derramas sobre la mano mientras ellas te miran y sonríen maliciosas como aceptándote cómplices en su juego. Eso parece. Pero tú te subes la cremallera avergonzado y sales de la habitación para lavarte en el cuarto de baño. Y cuando regresas te las encuentras abrazadas y sudorosas dándose besitos tiernos y caricias de mariposa con esa plácida serenidad que amodorra después de haber gozado. Y te miran y sonríen. Y te envían besitos. Pero tú no haces caso a sus mimos y sales del piso precipitado. Quieres dar una vuelta y pensar… …en nada, porque no piensas, no te aclaras, no sabes qué hacer porque si la hubieses sorprendido con un tío hubieras huido escopetado y no la volverías a ver jamás. Eso es cierto. Pero con otra mujer es distinto porque aunque te reconcomen un poco los celos también habías sentido una extraña sensación que no sabes explicar, porque la escena era bellísima y usted perdone por el pisotón, le dices a una señora que se cruza con el carrito mientras sigues dando vueltas sin mirar a nadie porque no ves a nadie e incluso un coche casi te arrolla mientras piensas que quizás deberías volver y pedirle explicaciones para saber qué ocurre y qué te ocurre a ti, eso también, porque al verlas has sentido algo insólito y no sabes por qué, maldita sea. Porque eres sensible, te ha dicho ella cuando has vuelto al piso y te ha explicado que María ya no está pues 348 Antonio F. Marín se ha tenido que ir a su casa para seguir estudiando, pero que se alegra de que hayas vuelto porque ahora te quiere más y espera que no te hayas enfadado porque ya estabas avisado de que ella te quitaría a todas las mujeres que fueran a por ti o que te miraran. Y ésta también, añade, porque sé que le gustabas. Eso lo sabemos las mujeres con sólo mirarnos. Y tú eres sólo para mí, te lo advertí, aunque eso no tiene importancia porque sigues siendo mío, como ella también lo es. Los dos. Aunque ella es sólo para mí porque ya sabes que soy muy celosa y posesiva y no soportaría ni que la rozaras. Pero te dejaré que nos mires, sólo mirar, porque me comprometo a no follármela sin que tú estés delante ya que a mí lo que me excita es ver que a ti se te pone dura cuando nos miras sentado en la butaca. ¿Lo puedes comprender? ¿Comprender? Sí, aceptar y comprender. Y tú no sabes si lo comprendes porque tienes unos sentimientos contradictorios que callas pues no sabes y te das la vuelta porque no sé, le dices. ¿No? No, no sé. Y entonces ella se acerca, te gira, te coge con mimo de la barbilla, te mira a los ojos y baja la mano a tu entrepierna para cogértela y sobártela. - Pues no sé si lo comprendes, pero sólo mencionártelo te la ha puesto dura. Y tú le sacas la mano de la bragueta porque te sonroja que te haya pillado, qué vergüenza. Y luego sales de la habitación dando un portazo para bajar a una calle por la que caminas mirando al suelo, sin ver, porque te remuerdes en los sentimientos encontrados pues a ti no te ocurre como al personaje de Tribada de Miguel Espinosa, que se reconcomía en los celos y buscaba una explicación a la 349 Entretiempo actitud de su chica. Qué va. No es eso, porque en tu caso ella no es una lesbiana que te excluye, sino una chica bisexual que te ama. Y muy femenina, de las que se denominan con faldas (como Greta Garbo, Winona Ryder, Colette o Angelina Jolie); aunque en este caso la denominación de origen no tenga ninguna importancia porque ella es principalmente una leona posesiva y celosa y, luego, una perversa bruja bisexual como Marlene Dietrich pues al igual que ella parece que se sirve de esa atracción que ejerce sobre las mujeres para seducir también a los hombres. Aunque lo de menos es la definición del asunto ya que lo que cuenta es que al final la muy pécora ha cumplido su palabra y se ha vengado pues te amenazó con que te quitaría a la mujer que se interpusiera entre los dos. Y lo ha cumplido. Con creces y sin excepción. Aunque eso no tenga ninguna importancia porque a ti esa chica no te interesaba y no pretendías nada con ella ya que la única que existía, y existe, es la otra, ella, la mandona celosa y posesiva que te tenía cogido en un puño. El alma y algo más, sí. Y sabes que ella no te va a dejar por la otra porque tú eres el cómplice necesario y preciso, según te acababa de aclarar en el piso cuando te había explicado que no se podía imaginar la vida sin hombres, sin ti, y que lo que la excitaba era precisamente tu presencia pues ese consentimiento le hacía ver el poder que tenía sobre ti porque sin ti esto a mí no me dice nada, te había dicho. Y todo es por ti, debido a ti y para ti. ¿Lo comprendes? No, no sabes si lo comprendes, pero te da igual. Carpe diem. Vive el momento, por supuesto, porque la verdad es que sin ella seguirías viviendo sí, pero menos. Y entonces… 350 Antonio F. Marín …y, entonces, sigues cabizcaído caminando al retortero, cruzando plazas, doblando manzanas, subiendo aceras y tropezando con árboles y farolas hasta que reparas en que instintivamente has vuelto a su calle. Otra vez vuelves al redil. Quizás porque sabes que ella te quiere, que es lo importante, y como tú también la quieres y te place ser su geisho, no te importa mucho que ella pueda ser bisexual como las escritoras Simone de Beauvoir, Djuna Barnes o Anaïs Nin, porque además su fuerte carácter no se corresponde con el de esas otras verduleras gritonas con traje de cuero tan tópico en ciertas revistas y películas femdom. Qué va. Todo lo contrario. Ella es algo posesiva, es cierto, pero como una madre que gobierna a su hijo, porque lo quiere. Sólo eso. Así que quizás tuviera razón la madre de aquella novia que tuviste cuando decía aquéllo de que todos los hombres buscan lo mismo: «Una mujer cariñosa y a la vez estricta, que además sea una puta que satisfaga todas vuestras fantasías». Y tenía razón, porque su hija lo era. Y mucho. Y porque además con tu chica es otra cuestión, otro sistema métrico y otro estado de la materia pues con ella no hay conflicto ya que la novia de tu chica no esgrime espada, vara o falo con el que luchar; no es competencia, no te amenaza, no hay rivalidad de monos por la rama, el territorio o la hembra. Y como tú eras suyo y la otra parece que también lo es, pues sois los dos esclavos de Cleopatra. ¿Qué hacer entonces?... Quizás subir y besarle la mano... O quizás dejar que pase el tiempo para que la emoción se pose y el asentimiento se aclare, volviendo al hotel para dormir y mañana ya acudirías a verla pues sabes que ella es el único clavo que te queda, aunque arda, para agarrarte 351 Entretiempo y sentirte vivo. Y al día siguiente te despiertas sobresaltado y descubres que durante la noche has soñado que ellas han salido de compras y caminan por la calle cogidas de la cintura. O se paran frente a los escaparates y se besan con mimo y sin recato. Y cuando entran en alguna tienda y se meten en el probador para ver cómo le quedan los trapitos, siguen con sus carantoñas y besos ofreciéndote el «cuadro lesbi» en exclusiva porque tu chica ha procurado dejar la cortina abierta para que puedas mirarlas y ver cómo besa los húmedos labios de su novia; como la paladea y relame golosa, baja su mano a la braguita y la corre a un lado para descubrirle el glúteo y señalar con los dedos el círculo tatuado en rojo con las dos iniciales que tú ya conoces pues también lo luces y sabes que marca su feudo y hacienda. Todo lo que es suyo. Tanto tú como ella. Así que de vez en cuando sale campante del probador para besarte, cogerte de la entrepierna y cerciorarse de que estás duro, porque eres un viciosillo que te gusta mirarnos, te dice guiñando un ojo antes de volver al probador para vigilar cómo se viste y desnuda su chica, su novia, y elegirle las prendas que se ha de poner porque según ves la obliga a vestir lo que ella quiere, incluida la ropa interior. Y luego salen a la calle para seguir de tiendas cogidas de la cintura mientras cuchichean, se vuelven para mirarte, sonríen cómplices y se besan descaradas y dichosas. Y tú caminas detrás de ellas llevándoles las bolsas de la compra. Eso ha sido sólo un sueño, claro; una ensoñación nocturna que te ha despertado duro y envarado, por lo que te levantas, te duchas y comprendes que después de todo… …después de todo has de volver al piso para verla 352 Antonio F. Marín porque la necesitas, y mucho, pues se conoce que te pareces a la sirvienta de Petra von Kant de la película de Fassbinder, que deja de querer a «su ama» cuando ésta le da la libertad porque sólo puede amarla en la esclavitud. Debe de ser eso, te has dicho mientras bajas al pueblo para acercarte a su piso dispuesto a besarle la mano para darle a entender que aceptas que ella tenga novia siempre y cuando a ti te quiera, te lo cuente todo y te deje mirar, claro, porque estás dispuesto sólo a mirar, sin participar, pues a ti no te van los dúplex, los tríos y toda esa vaina pues no tienes absolutamente ningún interés en otra mujer que no sea ella. Y así seréis los dos esclavos de ella, de Cleopatra, porque aceptas encantado quedarte sólo a ver como un vulgar mirón como se monta el cuadrito con su novia, sólo eso: mirarla como un voyeur cualquiera. Y se lo vas a decir en cuanto la veas, si la ves, porque cuando has llegado risueño al piso determinado a besarle la mano, «soy tuyo, haz conmigo lo que quieras», no te responde y has de bajar al piso de abajo para ver si la señora que se lo había arrendado sabía algo de ella, que parece que no sabe, según dice, porque el día anterior había rescindido el contrato de alquiler antes de marcharse del pueblo con prisa, quizás a Murcia de donde ella procede, pues además no ha dejado dirección ni teléfono. ¿Nada? Bueno, sólo un sobre que te da y que abres para sacar de él una nota en la que te reprende por haberte corrido sin su permiso mientras las mirabas sentado en la butaca porque eso le ha dolido mucho, aunque no tanto como el portazo que has dado luego pues ha sido como si se lo hubieras dado a ella en la cara. Y aunque te sigue queriendo, según dice, no te puede perdonar porque está muy dolida por el desprecio. Y si lees esta 353 Entretiempo nota, añade, es que habrás vuelto a pedirme disculpas pero también sabrás que no te creo. Teatro, lo tuyo es puro teatro, concluye en su nota. Y tú tampoco la crees, claro, y sacas una libreta en la que escribes la letra de una poesía de Pura Salceda: Suelto amarras y te dejo libre, sin promesas que son sólo lastre. Volvamos a donde partimos, sin abismos, sin presagios, simplemente irnos. Y arrancas la hoja y se la das a la vecina para que se la entregue a ella, si vuelve, que sabes que no va a volver porque es demasiado orgullosa. Pero no importa, qué más da, porque como decía aquel tipo tan picaflor «para qué casarse y hacer sufrir a una mujer cuando se puede hacer feliz a muchas». Y entonces… …y entonces habrá que huir de Calipso y de su isla Ogigia. Y romper todos los planes para el futuro porque ya no arrebujas más ilusiones cascabeleras. Se acabó. Y a partir de ahora sólo quedas para follar en un hotel y luego cada uno a su casa. ¿Conocernos? No es menester: Sé donde tienes el coño, el culo y las tetas. No tiene pérdida. Y luego cada uno a su casa y Dios en la de todos, porque tú eres un tipo que ya no quedas con nadie, mua, mua, encantado de conocerte, ya nos veremos. Y en el entretiempo nos arrimaremos a este bar para tomarnos el primer whisky solo y sin hielo, gracias, que me beberé en este lugar esquinado de la barra en el que pueda escrutar la vida por encima del hombro, aunque sólo vea por la calle a una ciudadanía que 354 Antonio F. Marín desfila romera pues insisten en vestir al muñeco que suple a Jesucristo, bordándole trajes, elevándolo en peanas y entronizándolo con coronas de oro y espinacas para que cuando toque en el santoral puedan tirar del cordel que le sale de la espalda y oír aquello de amar al prójimo, como el hilo musical que se oye llover, repetido una y otra vez, hasta que se acaben las pilas y lo vuelvan a emperejilar con túnicas y ricitos de oro para volver a tirar del hilito y que se oiga una y otra vez aquello de amar al prójimo, amar al prójimo, hasta que se vuelvan a acabar las pilas y haya que guardarlo hasta el próximo festival en el que volverán a enjaezar el maniquí para presentarlo incólume, virgen y como si nunca hubiera cagado en el campo y se hubiera limpiado el culo con una piedra, vaya, otro whisky, por favor, porque por la otra acera nos vienen aquellos otros que se pillan al Jesús revolucionario de «bienaventurados los pobres y los marginados», pero del que desprecian su mensaje de humildad, oración, renuncia, fe y su contundente condena del divorcio y del adulterio porque no les interesa pues eso (lo que no les gusta), hay que contemplarlo en su contexto, nos dirán, porque prefieren apañarse un buffet libre al gusto y a medida que no les oprima la teleguilla, pues ninguno carga con el lote completo. Y entonces uno disiente de todos ellos, claro, por lo que en el entretiempo… …en el entretiempo uno se toma el whisky de un trago y sale de la cafetería a la calle; a una calle en la que te cruzas con María, la novia de tu chica, que al verte se ha parado, te ha saludado efusiva con dos besos en la mejillas y te ha dicho que se encuentra mal porque su novia, tu chica, se ha ido sola a Murcia y no ha querido que ella la 355 Entretiempo acompañe pues decía que quería estar sola y lo siente mucho, de verdad, porque tú le caes muy bien y está segura de que volverá cuando se le pase el enfado porque tiene mucho genio. Aunque ella piensa esperarla tarde lo que tarde, te ha dicho antes de invitarte a ir a la finca del Menjú pues allí trabajan sus padres y allí vive con ellos, por dónde la barcaza que cruza el río, ya sabes, sí, lo sé, gracias por la invitación, aunque ahora tengas que irte pues has de seguir con el trabajo y ya nos veremos, sí, cuídate mucho, te ha encomendado cuando le has dado un beso en la mejilla y has seguido por la calle para entrar en el siguiente bar que te pilla a mano, un whisky por favor, sólo y sin hielo, gracias, que te bebes de un trago sentado junto a la ventana porque a partir de ahora venderemos al trapero toda la casquería sepia de la añoranza y aún a riesgo de que sólo nos quede el regüeldo de que lo que vives está ya vivido, de que por aquí ya hemos pasado y de que andamos de nuevo, en el entretiempo, con la única esperanza de de no volver a soñar despierto, otro whisky, por favor, doble y sin hielo, gracias, que me bebo de un trago para cambiar de bar porque en este ya me andan malmirados y he de salir a la calle silbando Perfect Skin (de Lloyd Cole), para avisar que uno llega mientras reconoce que pese a todo, en el entretiempo de una muerte antes de nacer a otra muerte después de morir, no haya que fiarlo todo para el otro mundo porque hay que apañar aquí los problemas ya mismo (espérate que voy por una muda limpia), mientras nos divertimos y disfrutamos, o lo procuramos, pero sin la servidumbre obligatoria de la tiesa sonrisa de esos otros descreídos que se plantean que si tras la muerte viene más muerte, hay que buscarle una justificación a la vida, un 356 Antonio F. Marín disfrute epicúreo de manual de autoayuda para que cunda el optimismo, la dicha, porque la vida no tiene por qué tener sentido para estar vivos y encantados de estarlo, o sea, sin dioses y como animalitos cebados que duermen, comen, follan, le huelen el coño a la perra que pasa y se reproducen mientras buscan los placeres intelectuales que no perturben la paz del espíritu evitando para ello referirse a la muerte, a los dioses o el futuro; mismamente que los animales que ya inventaron esto antes que ellos; es decir, no pensar, trabajar, cultivar el jardín, ser idiota y tener trabajo laborando la resignación laica volteriana para soñar «otro mundo posible» con pajaritos y angelitos tocando el arpa . Porque sí, vale, de acuerdo, otro mundo es posible, claro, pero cual: ¿el de Bin Laden?, ¿el de Stalin?, ¿el de Hitler?, ¿el de las Hijas de María?, ¿el de 1984?, ¿el vuestro? -El de la justicia, porque la única religión es la de la ética. - Sí, pero qué justicia, qué razón y qué ética: ¿La del caníbal que se niega a comer carne humana o la de los jueces, políticos, psiquiatras y filósofos bienpensantes de su tribu que lo persiguen para que la coma y no subvierta la ética de su tribu, su Constitución caníbal, su imperativo categórico de su razón? - Eso es relativismo. - No es relativismo, porque todo es muy relativo. Y porque si todo vale y cualquier opción es respetable, resulta que la Revolución Francesa ha sido un fracaso, sabe usted, porque si el caníbal supiera su verdad, la verdad de que es un caníbal y que dentro de él lleva la posibilidad de amar al que es semejante a él, podría dejar de serlo, según 357 Entretiempo nos decía aquel que iba hecho un cristo y que también recordaba que la única verdad es el amor, que nos hace libres, porque la libertad no nos hace más verdaderos (como creen algunos necios), pues un ludópata es muy libre de jugarse su dinero, de ejercer su libertad para ser verdaderamente ludópata, pero si supiera la verdad de que es un enfermo podría dejar de serlo, podría dejar de ser esclavo de la libertad de jugar y comenzar a ser libre. Pero me contradigo, luego existo, porque otro mundo es posible, ojalá fuera cierto, pero no con vosotros, «salvapatrias», digo «salvamundos», porque éste que pisamos se puede sanear, remendar y mejorar, claro, pero con democracia y libertad, como en Suecia, y no con teologías y tiranías bananeras. O universalizando el estado del bienestar con la renta básica (RBU) que promueven algunos economistas, filósofos, escritores, sociólogos y premios Nobel que integran la Red Europea para el Ingreso Básico (Basic Income European Network), y que pretende que se dé a todos los ciudadanos un salario mínimo tanto si trabajan como si no, como punto de partida para que puedan vivir decentemente con igualdad de oportunidades y que puedan alcanzar así la única aristocracia que, según Larra, hemos de permitid: la del talento, la virtud y el mérito. Aunque nos vayan quedando pocas esperanzas, muy pocas. Y una de ellas es que hayan inaugurado una nueva biblioteca, la Biblioteca de Alejandría, mientras seguimos tirando tabiques de este mundo porque otro mundo no es posible, ojalá lo fuera, aunque sea posible empeñarse en él, claro; estudiar para sacar matrícula aunque nos quedemos en el aprobado. Y principiándolo en la propia familia al educar al nene para que no pegue los mocos debajo de la mesa, para que no tire 358 Antonio F. Marín los papeles al suelo, para que no escupa por la calle o para que no pinte sus patochadas por las paredes de los edificios, porque todas las grandes obras (incluida la utopía), se empiezan por uno mismo, por lo sencillo, y con vosotros no vamos a ningún otro mundo posible, ojalá pudiéramos, sino a la dictadura de unos panarras salvapatrias, digo de unos panarras salvamundos que se apoyan en la barra del bar y dictaminan como arreglar el mundo, «si a mí me dejaran mandar». Y entonces… …y entonces yo también soy balsero de vuestro otro mundo posible pues somos raritos, (we’re queer, we’re here. Get used to it). Y estamos aquí, váyanse acostumbrando, porque para llegar a la utopía hay que cumplir primero en lo pequeño, ser fiel en lo pequeño que decía aquél Cristo en su otro mundo posible aquí en la tierra, que nos permita sumar pequeñeces para globalizar el Estado del Bienestar y apuntalar la vida antes de que se nos caiga encima, amén, gracias, de nada, sí, otro whisky, por favor, que me voy a buscar un lugar en alto donde dé el sol y a mandar, claro, que para eso estamos, neuróticos pero con una comedida alegría pues uno huye de esos latosos epicúreos que nos quiere ver contentos en toda las nocheviejas y que nos invitan a cantar y bailar para vivir la vida con una estirada sonrisa y encantados de vivirla porque en vez de apuntarse a esa filosofía de manual de autoayuda, de resignación laica volteriana para encontrarle sentido a los que según dicen «no tiene por qué tenerlo», deberían irse con el manual de Ética Eudemia de Aristóteles a animar a ancianitos epicúreos por los hoteles de las playas de Benidorm, !venga, a cantar, a bailar y a hacer gimnasia que la vida es bella!, porque para una mosca no hay nada 359 Entretiempo más aristotélicamente eudemonista que una hermosa mierda en medio del campo y si es posible que ande soleada, por favor, porque a un servidor ningún epicúreo lo obliga a cantar y a bailar en Nochevieja, pues en esta casa se prohíbe el cante, contar chistes y no se admite ese epicúreo y eudemonista invento aristotélico al que llaman matasuegras pues la cuestión no es que estos pelmazos busquen el orgasmo sinfín en la tierra, sino que los demás tenemos que aguantar sus confetis intelectuales y sus doctos matasuegras porque su barrio, como el de Brooklyn, no se expande. Y ahora adiós, adiós, que le he dicho al camarero al despedirme para salir a la calle silbando algo, creo recordar que Don’t You Forget About Me de Simple Minds, para avisar que llegas y darles tiempo para que puedan huir, usted perdone por el tropezón porque sí, efectivamente, no sé por dónde ando y más aún si lo ves todo borroso y las farolas bailan. - ¿Y si pruebas a echarte novia formal? - Se está en ello, doctora, voy a buscarla. Y además una novia a lo clásico, con presentación a los padres para que te digan aquello que todos los papás suelen repetir cuando llegas por primera vez a su casa: seriedad y formalidad, insisten, cuando tú eres un tipo muy serio que obviamente no busca echar unas risas, sino follarte a su hija. Y sin reírte, claro, en plan serio y formal; es decir, en la cama de sus padres y con toda formalidad, ya digo. Pero en el entretiempo… …pero en el entretiempo creo recordar que he entrado en otro bar, sí, que va a ser un whisky solo y sin hielo, gracias, y suba el volumen de la música, por favor, porque creo que es el Crazy de Patsy Cline que me recuerda cuan360 Antonio F. Marín do bailaba abrazado a ella siguiendo el acompasado ritmo del bajo que rememoro mientras me tomo otro whisky, gracias, porque tampoco es cuestión de conciencia, de obrar en conciencia como nos advierten algunos peritos precisamente antes de acudir al centro o al medio de comunicación en el que cobran por educar esas conciencias con su pedagogía social, según dicen, para que obremos según la conciencia que previamente nos han educado. No nos vale. Y que pase el siguiente, por favor, porque al final va a ser cierto aquello que nos decía Juan Carmelo de que la verdad está en cagar en cuclillas en el campo y en limpiarse en culo con una piedra, en fin, ya sabes, porque uno también tiene su verdad y está se refiere al fracaso, una vez más, pues no he podido desentrañar si es cierto que existe un tesoro bajo la Chinica del Argaz. Y entonces no hay convite, cada uno a su casa y sin armar mucho tostón pues a un servidor no le va eso de rascarse y despiojarse en grupo o en partido, porque a la anarquía se llega de uno en uno y nunca en manada pues un rebaño de cisnes en la Utopía sigue siendo un rebaño. Y en el entretiempo… …en el entretiempo resulta que uno no tiene más amo que la libertad. Y además no piensa poner su felicidad en manos de los demás. Mientras pueda evitarlo. Así que he buscado un lugar en alto, apartado, y no precisamente para andar más cerca del cielo, sino para alejarme del ruido humano, del tráfago por trabajar más para ganar más y comprarse una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y poder comprarse una cama mejor en la que descansar más para trabajar más, etcétera, mientras comen, follan, duermen, se reproducen, cagan y trabajan más para ganar más, etcétera, etcétera. Un lugar que curiosamente 361 Entretiempo suele andar por aquí mismo, por el psiquiátrico, otra vez, doctora, qué se le va a hacer, pues ya ve que de nuevo he vuelto a casa, al jardín soleado donde se puede esperar tranquilamente a que llegue la noche para dormir y dejar de soñar despierto. Al sol. Y que pase el siguiente. Cieza (Murcia) 27 de febrero de 2004 362 Antonio F. Marín 363