entretiempo

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Antonio F. Marín
entretiempo
Antonio F. Marín
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Entretiempo
Dibujo de la portada: José Lucas
Director de la edición: José Luis Vergara Jiménez
© Antonio F. Marín González, 2004
© Ediciones vermont, 2006
Primera edición: diciembre de 2006
Printed in Spain - Impreso en España
ISBN:
Depósito legal:
Gráficas Cieza cxcxcxcxc
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los
titulares, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, Internet y el
tratamiento informático.
Antonio F. Marín González
RPI - MU-360-2004 de 8 junio de 2004
[email protected]
http://aefemarin.blogspot.com
Apartado 258 - 30530 CIEZA (Murcia)
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Ediciones Vermont
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A mis padres,
Piedad y Juan María
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“Por supuesto que no cree en Dios,
porque quiere pasar por hombre de luces»
Mariano José de Larra
XI.- La vida da muchas vueltas, pero es que a algunos siempre nos pilla debajo, vuelta tras vuelta, que debe
de ser cosa del amaño de algún bergante para que la rueda
siempre nos toque en la peor parte que el muy fullero parte
y reparte. Que va a ser eso, me he dicho mientras me acerco a la ventana para asomarme a este escenario de asfalto y
hormigón por donde la ciudadanía anda improvisando esa
obra tan vanguardista y transgresora en la que los protagonistas comen, follan, duermen, trabajan, cagan y se reproducen como en la vida misma que uno, por cierto, ya tiene
vista y vivida, en cabeza ajena, entre una muerte antes de
nacer y otra muerte después de morir, vuelta tras vuelta,
quedándonos sólo en el entretiempo la añagaza de echar
mano de la imaginación, dejarse llevar por la imaginación,
vivir de la imaginación siempre y cuando no te pases de
iluso como ya nos tienen dicho y encomendado.
- Tú lo que tienes es mucha imaginación.
- Sí, es que de pequeño me he masturbado mucho.
Pero ahora será mejor que me calce la sonrisa de más
vestir para enmascarar que la única esperanza que nos queda
radica en encontrar un lugar en el que nadie te salude por tu
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nombre. Excepto las mujeres, claro. Aunque quizás no, sabe
usted, porque ellas te mirarán primero a los ojos, luego a
los zapatos, sumarán, dividirán entre dos y extraerán la
puntuación, el algoritmo neperiano del número (e) y el resultado final: «Con éste ni a misa», se dirán, mientras se
apartan para que pases. Los hombres no, claro, porque los
hombres somos más nobles, menos enrevesados y miramos siempre al mismo sitio. Y desde el primer momento.
Aunque tengamos que volvernos por la calle para mirárselo. Somos menos falsos, mucho más sinceros.
Al menos un servidor, desde luego, porque cuando
sólo te guareces bajo unas pocas certezas como que te vas
a morir, que Dios existe y que la tortilla de patata es con
cebolla parece más atinado seguir tachando un día más en
el calendario, vuelta tras vuelta, aunque caigas otra vez
debajo porque ya sabes que en el desierto no hay atajos y
que la dicha solo te la permiten alguna vez, con reparos,
cuando estrenas las botas de agua y las metes en todos los
charcos; de niño, mayormente, porque de mayor se te encaran malmirados. Y entonces volvemos a donde estábamos; es decir, a aquello tan ordinario de andar uno dándose a la perquisición metafísica sobre si la vida tiene sentido
o si después de la muerte viene más muerte. O quién ha
sido el que ha convencido a las mujeres de que las leyes
físicas quedan suspendidas en el interior de los armarios y
que en ellos caben todo lo que ellas quieran meter, que esa
es otra, claro, además de todas esas cuestiones de mucha
miga y cuantía que te enfoscan, te hartan y te incitan a
bajar a la vida, a la calle, por la que poco después camino
entre adoquines y bolardos hacia aquella plaza catedralicia
que, una vez que he cruzado, me asoma a una de las gran8
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des avenidas con las que la ciudad se encajona con brochazos tendidos de asfalto y empinadas pinceladas de erizado hormigón en el que 600.000 ciudadanos insisten en
comer, dormir y cagar, mientras algunos de sus congéneres escriben de ello en verso endecasílabo y lo llaman poesía.
Y he seguido por la acera abriéndome paso entre una
concurrencia que viene apretada y ceñuda con sus papeles,
sus teléfonos móviles o con los atiborrados carritos de la
compra que me obligan a apartarme para seguir mi camino amparado en la hospitalidad de los fraternos consejos
de Zara, El Corte Inglés, Cocacola o Vodafone que me
amparan filantrópicos de vuelta al piso pues había pensaba
visitar a la madre de la que fue mi chica por si sabía algo
de ella, pero por el camino me he desdicho de mis propósitos porque de pronto he caído en que es probable que ella
ya ni se acuerde de mí, de cuando anduvimos por la localidad de el Argaz y «fuimos lo que fuimos», según he oído
cantar al dúo Maldeamores por la ventanilla de ese coche
junto al que he pasado, de vuelta a casa, decía, donde sólo
me recibe el perro que ladra y mueve la colita mientras me
acomodo en el sofá con otra certeza apilada a las que ya
amontonan polvo. A saber: que mañana será el mismo día
y que quizás sería de más avío cultivar la resignación laica
volteriana de trabajar y no pensar como única forma de
hacer la vida llevadera mientras te rebozas con un pizca de
fútbol, un puñado de trabajo, una miaja de sexo, un pellizco de toros, otra cucharadita de trabajo, un buchito de Lexatin, un toque de playa y una tacita de eutanasia. Y FIN de la
cadena de producción animal, con esquela mortuoria que
nos hace por fin humanos. Así que uno prefiere la pócima
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de la poesía del poeta ciezano Aurelio Guirao:
Pero a mí, ¿qué me importa que suban mis despojos
por la savia de un árbol y asomarme en cerezas?
No hallaré mi sabor en ajena garganta
ni hallará mis paisaje perdidos quien las muerda.
Una poesía que te puede reconfortar mientras viajas
hacia la muerte amenizado con esa otra orquesta filarmónica del programa de televisión conocido como Gran Hermano en el que la ciudadanía se encierra en una casa para
que sus papatostes vidas sean retransmitidas en directo a
los demás mindangos que las miran maravillados desbordando todas las marcas de audiencia bajo el epígrafe de la
telerealidad, la cultura popular que siempre hemos exigido a los gobiernos, y que uno no entiende porque no atino
a explicar cuál es el cominillo, la inquietud intelectual, por
ver a unos medianías que de encontrártelos a tu lado en una
mesa de una cafetería les dirías que bajaran la voz, por
favor, bajad la voz, porque molestáis con vuestras anodinas vacuidades garbanceras de monos humanos que siguen
vivos y encantados de la vida cultivando su jardín, tal y
como postulan algunos filósofos o escritores cuando nos
acunan con el arrullo de que la vida no tiene porque tener
sentido. Cierto, sabe usted, porque viendo a la ciudadanía
televisiva de Gran Hermano se acredita el agüero pues estos nenes tampoco le buscan sentido a su existencia: la viven y tan felices en su anodina felicidad animal como la de
esos otros papahuevos que procuran siempre encontrarle
un sentido al sinsentido para no encontrarse en cueros, y
sin tabiques, pues el razonamiento es obvio: si después de
la muerte sólo hay más muerte la vida no tiene sentido y
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habría que plantearse el problema filosófico del suicidio
(Camus), por lo que estos cursiprogres de los que se descojonaba Larra porque no creen en Dios al querer aparentar
que son hombres de luces, se ven obligados a encontrárselo para justificarla, para que la renumeración esté en esta
vida. Y es entonces cuando aparece esa valeriana de que
la vida es maravillosa y hay que apurarla hasta el último
segundo porque «la vida sabe bien», tal que nos aconsejaba la Cocacola, sabe usted, porque se conoce que no hay
forma de razonar con estos gurripatos sin que lleguemos a
los publicistas de la Cocacola.Tantas alforjas filosóficas
con Aristóteles, Platón, Pascal, Kierkegaard, Heidegger,
Nietzsche, Kafka, Camus, Sartre, Beckett y demás tropa
cariacontecida, para que por fin arribemos a Itaca: a que el
marketing de la Cocacola nos lo explique todo de un brochazo y muy clarito: La vida sabe bien.
- Deberías hacer caso a Woody Allen cuando en Hanna y sus hermanas, se pregunta qué pasa si no existe Dios
y sólo vivimos una vez, ¿no te interesa esa experiencia?,
¿no te interesa disfrutar la vida mientras dure?
- Sí, con un matasuegras. Voy ahora mismo a comprármelo.
En un entrever, claro, doctora, pero no me interrumpa que me descarrilo y se me pierde el hilo, el ovillo y
hasta las agujas del ganchillo, porque además no es completamente cierto todo esto que digo porque uno si ha visto
un atisbo de claridad junto a aquella chica a la que había
conocido en el Argaz, cuando acudí a aquel rincón de la
región de Murcia, en la entrada del Valle de Ricote, para
desenmarañar el enigma de un tesoro que parece que había
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Entretiempo
quedado oculto bajo una Chinica que cayó del monte y
aplastó una casa partiéndola por la mitad. Pero eso fue entonces, hace tiempo, porque no había vuelto a saber nada
de ella y a la sazón me entretenía tirándole unos cacahuetes a la ciudadanía encerrada en la jaula de Gran Hermano
aunque chocaran contra el televisor y no les llegaran. Una
lástima, porque hubieran gozado una enormidad con su
felicidad animal de no buscarle sentido a la vida porque la
vida no tiene porque tenerlo, joer, que mejor le devolvemos al perro la caricia y cambiamos de canal a este otro en
el que nos informan de que sigue cundiendo otra enfermedad que es más mortífera que el cáncer (el hambre), sin
que la Ciencia haya dado aún con la medicina/mendrugo
que la palie.
Y entonces, en el entretiempo, apagaremos la televisión, correremos el telón, abriremos la cama y rezaremos
otra oración más oportuna que aquélla otra de cuatro angelitos tiene mi cama. Veamos:
No dejar sentimientos entrañables,
importantes legados culturales,
desconsolados pésames,
ni recuerdos imborrables.
Amén.
Y ahora dormir; quizás ensoñarte con aquella chica
del pasado para revivir cuando anduviste con ella por el
hotel de Las Delicias del Argaz en el que solías quedarte
embobalicado de su peculiar atractivo con el pelo cortito a
lo chico que te gustaba lavarle y secarle, para llevarla luego en brazos a la cama donde le ponías la música de Leavin’ on Your Mind de Patsy Cline, antes de sentarte a su
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lado para peinárselo con los dedos y olérselo hasta lo más
profundo del mar. Y decirle que la querías, que ese día,
hoy, se te ha olvidado decirle que la quieres, y mucho,
mientras le besas la nuca y las mejillas, y le sigues acariciando su pelo negro cortito para seguir soñando que no
amanece, aunque algunos se empecinen en que mañana
puede ser otro día.
Igual que este, por cierto, porque al despertarte adviertes que te han echado otro día más al costillar y que,
como siempre, no será ni bueno ni malo: sólo otra calcomanía del anterior en la que tendrás que acudir al trabajo
para ocupar la misma mesa frente al mismo cuadro, si no
tienes que acudir a entrevistar a los vecinos de un joven
que ha muerto en accidente de tráfico para que te digan
aquello de que era una bellísima persona, un chico muy
trabajador y amigo de sus amigos, que quería mucho a su
madre, que estaba al corriente de las cuotas del partido y
que estaba ahorrando para casarse con su novia de toda la
vida. Una historia conmovedora, como la vida misma, que
suele gustar mucho por este solar en el que un día te pondrán el aire acondicionado y meses después te lo quitarán.
Otro día mirarás para la ventana y verás pasar a la banda de
música que loa al Patrón. Otro día verás desfilar a los niños
que cantan villancicos y días después pasarán las bandas
de tambores y cornetas que pregonan la Semana Santa, antes
de que enciendan otra vez el aire acondicionado y de que
meses después te lo vuelvan a quitar porque tenemos que
limpiar el panteón por lo de Todos los Santos. Luego adelantarán la hora. Y meses después la atrasarán.
Van como locos.
¡Luz, más luz!, pedía Goethe en su lecho de muerte;
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pero mientras nos llega el candil, en el entretiempo, habrá
que esconder las botellas de whisky por la cisterna del váter o quizás llevarlas a casa para dejarlas bajo la cama y
que cuando despiertes y te acucien los temblores, puedas
calmarte en la farmacia de guardia y empezar de nuevo el
círculo vicioso, aunque sin vicio, que te llevará a la realidad de unas calles por las que todavía lucen las farolas,
según ves cuando has bajado a desayunar en el primer bar
que encuentres abierto y que suele localizarse por las afueras, por las estaciones de servicio que abren antes para atender a los trabajadores que madrugan, si la ansiedad y los
temblores de las manos no te han precipitado y tienes incluso que esperar a que las abran aquí mismo, apoyado en
la pared, mientras esa jovencita tan guapetona que pasa
cargada con cubos de la limpieza te mira fijamente sin que
te sonrojes por su ojeada porque ya sabes que no se fija en
ti porque seas guapo, porque estés muy bueno o porque
quiera tener un hijo tuyo, sino que te mira porque es probable que lleves la bragueta abierta.
Y bajas la cabeza.
Y sí, llevas la bragueta abierta, qué contrariedad,
mientras oyes el estrépito al subir la persiana y entras al
bar para tomártela de un trago, sí, gracias, póngame otra,
por favor, que he de acudir sereno al trabajo donde me sentaré frente a la ventana, miraré el reloj, maldita sea, porque
todavía falta para bajar de nuevo al bar y tendré que roncear con los papeles, mirar el reloj y ver que todavía falta
para bajar, joder, joder, mientras sigo traslapando carpetas
indiferente al tute que se traen los demás, sabe usted, porque cuando te esfuerzas en seguir vivo, en el entretiempo,
no reparas en el aguachirle de cómo se han de distribuir las
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revistas en esta sala de espera a la que llaman vida y en la
que aguardas el trasbordo hacia la muerte, puerta a puerta,
mientras trabajas para comprarte una cama mejor en la que
descansar más para trabajar más y ganar más para poder
ahorrar más y comprarte una cama mejor en la que morir
descansado y cumplido.
- O sea, que no somos nadie.
- Sí, más o menos, porque como decía Juan Carmelo
del Carmelo, la verdad está en cagar en cuclillas en el
campo y en limpiarse el culo con un piedra.
Pero eso fue antaño, decía, en aquel viaje al Argaz
en el que lo había conocido y en el que por primera vez
había sido dichoso sin proponérmelo. Sin intención ninguna de serlo, me he dicho mientras bajo otra vez al bar
para tomarme el aperitivo, que va a ser un whisky solo y
en copa, por favor, que es más discreto si la resguardas
entre las manos y puedes bebértela de un trago sin que se
noten los temblores, aunque resoples mientras esperas su
farmacológico efecto para sentirte entonado, ¿otra?, sí, por
favor, gracias, que bebes, deprisa, deprisa, y que te hace
sentirte más sereno porque poco a poco se va comprendiendo todo, pues ahora no ves la sobria realidad que parece que tú solo ves, sino la que los demás quieren ver como
una monísima postal navideña, Feliz Navidad, próspero
año y felicidad. Y otra más, gracias, aunque después de
beber tengas que resoplar mientras levantas la vista hacia
el televisor para quedarte despatarrado al ver que un avión
se ha estrellado contra una de las Torres Gemelas de la
ciudad de Nueva York, eso parece, porque todavía no se
puede concretar más, según dice ahora la locutora, aunque
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todo parece indicar que tras el accidente se ha producido
un incendio en las plantas superiores, otra copa gracias,
porque esto es una calamidad, tiene usted razón, y suba el
volumen de la tele, por favor, para que podamos oír lo que
dicen de esas imágenes tan espeluznantes en las que una
enorme fumarada se escapa de las plantas de los edificios,
debido a un accidente, pues la presentadora añade ahora
que un Boeing 767 de American Airlines que volaba desde
Boston hacia Nueva York, se ha estrellado contra una de
las dos Torres Gemelas, la denominada Norte, mientras
vemos en las imágenes en directo de la CNN cómo se
produce otra explosión en la torre de al lado, y esto ya no
es un accidente, claro, qué me va usted a decir, pero póngame otra copa, gracias, porque la cosa es grave, sí, yo también lo creo, y además la periodista nos confirma ahora
que otro avión de la misma compañía aérea ha impactado
contra la segunda torre, la Sur, por lo que teníamos razón y
todo parece indicar que no es un accidente sino un atentado
terrorista, joer, y usted no me empuje, por favor, porque si
nos apretujamos un poco podremos ver cómo se derrumba
la segunda torre del World Trade Center, la que llaman
Norte y la primera que sufrió el atentado, pero sin empujar, por favor, no empujen porque ahora también se desploma la segunda torre mientras la isla de Manhattan queda envuelta por una densa nube de humo provocada por el
hundimiento de los edificios en los que pueden haber muerto unas 6.000 personas que claman justicia, según dicen
ahora los políticos norteamericanos, por supuesto, pero
déjeme pasar, por favor, que me marcho pues tampoco sé
qué quiere usted decir con eso de que la guerra contra los
terroristas se ha de hacer de acuerdo a la legalidad interna16
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cional: ¿Quizás que se lancen las bombas con póliza y con
un notario que las compulse? ¿O quizás que se los ametralle con sellos de caucho de la ONU? O quizás se refiera
usted a que se les declare la guerra en papel timbrado, en
plan protocolario y todo eso, como pretendía aquél colega
de la Marina, el Cándido Guirado y de la Zarzamora, cuando se negaba a disparar el cañón porque decía, no sin razón, que si disparaba la bala podía lisiar al enemigo, mi
comandante, que aquí va a salir alguien lisiado y luego vienen las madres mías que vinieron, mayormente cuando lo
echaron por poco apto para el servicio, junto a un servidor
al que también licenciaron pero por otras motivaciones,
principalmente por pegarle una hostia a un teniente de navío y tirarlo por la borda al través del faro de Cabo de Palos
por una cuestión de principios, faltaría más, pues él decía
muy ufano que los tenía pequeñicos y pegaos al culo, como
los tigres. Y servidor que grandes y colgando como los
leones. Y nos tuvimos que pegar, claro. Cosas de hombres.
Aunque entre tigres y leones la novia común que manteníamos anduviera sin barrer.
Y he salido a la calle para despejarme, creo recordar,
entre una concurrencia que al torcer la esquina con la calle
salón, se agolpa frente a los escaparates de las tiendas de
electrodomésticos para seguir en las televisiones los últimos menudillos del suceso de Nueva York, mientras que
otros se arraciman en las aceras con unas ediciones especiales de los periódicos que ojean, apostillan y acotan pues,
según dicen, los americanos no se quieren enterar de que
son odiados por su chulería prepotente. Y eso se paga, claro, si no con la derrota sí al menos con la falta de cariño
porque son muchos los pueblos que no soportan esa alta17
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nería bravucona; un matonismo democrático que uno también reprueba, porque queda feísimo que ellos no atiendan
a los resoluciones de Naciones Unidas cuando les vienen
duras (como son las referidas a Palestina, el Sahara o Gibraltar), y si acaten con suma complacencia cuando les vienen maduras (que es casi siempre, vaya), porque si tú aceptas que el pleito se diligencie en el juzgado por medio de la
ley y éste falla a tu favor y la sentencia no se ejecuta, pierdes la fe en la justiciay sólo te queda echar mano a la
fuerza para clamar por ella porque si la Justicia no aplica
sus propias leyes se acaba la razón. Pero qué razón, qué
justicia y qué ética: ¿La del científico que hace siglos sostenía que el planeta Tierra era ligeramente plano o la del
científico que decía que era muy plano? ¿La del caníbal
que según su razón se niega a comer carne humana o la del
psiquiatra de su tribu que, según su razón, lo persigue por
irracional para obligarlo a que la coma?
La Razón, no frost, de Garnier, París. Y pare usted
de contar. Aunque ahora será mejor que vuelva a casa para
olvidar con el sueño que al día siguiente será otro día,
igual que este, valga el truismo de Perogrullo, porque tendrás que despertarte una vez más a la realidad y percatarte,
¡oh cielos!, de que sigues con la condena y tienes que pechar con otro día más, con otra esquina más de la biografía
como la que he doblado cuando me he levantado, me he
duchado, he evitado mirarme al espejo y he bajado apresurado a una calle salón muy concurrida pues quiero acercarme a un quiosco y comprar los periódicos, todos, sí,
gracias, aunque una vez que me he guarnecido con ellos
bajo el brazo he tenido que pararme de nuevo porque no
puedo pasar entre la vecindad.
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Y habrá que entrometerse.
Atreverse a cruzar entre un gentío que se arracima
en grupos por los portales de los edificios y en las puertas
de los bancos, y que no me dejan pasar obligándome a
bajar de la acera mientras oigo sus comentarios y proverbios.
- Los americanos sólo buscan petróleo- dicen.
- Sí, son como los hombres que siempre piensan en
lo mismo -les contesta una mujer al pasar.
Porque tienen razón, claro, pues uno había oído que
los 221.484 norteamericanos que murieron para liberar
Europa (9.387 sólo en el desembarco en Normandía), en
realidad lo que buscaban era instalar un oleoducto, aunque
ya que estaban por allí aprovecharon para cargarse el fascismo y el comunismo porque ya no te puedes fiar de nadie, sabe usted, que es que vienen a instalarte una tubería y
encima se meten en política. Es que parecen nuevos ricos,
he mascullado al alejarme de allí sin echarle cuentas a lo
que comentan los que van pasando sobre alianzas de civilizaciones y demás picatostes, qué va, porque si todas las
civilizaciones y culturas son iguales, la Revolución Francesa y la Ilustración han sido un fracaso, o sea, que opto
por bajar la vista a este artículo que escribe un prójimo de
aquéllos que cuando ellos critican lo hacen en ejercicio de
la libertad de expresión y que cuando los critican a ellos se
trata de una caza de brujas para provocar la crispación. Un
ejemplar ciudadano que nos previene de que por causa y
en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, «principalmente lo peor, principalmente lo más
horrendo y cruel», concluye el tipo plagiándole el titular a
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Entretiempo
Voltaire cuando se refiere al «efecto Dios» que según él
provocó la masacre de 11S. ¿Efecto Dios? Y sacas la libreta de notas y escribes una carta al director como recurso al
abucheo pues crees que no tiene toda la razón pues olvida,
señor director,
el «efecto ateo»; las matanzas de Stalin (ateo), Idi
Amin Dada (ateo), Pol Pot (ateo), Ceausescu (ateo), Mao
(ateo), Mengistu (ateo), Honecker (ateo), Hoxha (ateo),
Duvalier (ateo), Kim Jong-I1 (ateo), Hitler (pagano), suma
y sigue, de donde se deduce testimonio de que los ateos
han sido los mayores criminales contra la humanidad (89
millones de muertos más que la Inquisición y todavía no
han perdido perdón como ha hecho la Iglesia). Porque
cualquier persona honesta reconoce que bestias y fanáticos inquisidores los hay en todas las familias, en todos los
pueblos y en todos los clubes de fútbol, tanto entre los ateos
como entre los que se creen piadosos, sin serlo, porque el
que cree en Dios no mata y el que lo hace suele ser un
psicópata que echa mano de Él para justificar su tiranía
por la gracia de Dios, cuando Él nos tiene dicho que no
tomemos su nombre en vano para justificar nuestro egoísmo verrugo e incluso nuestros crímenes. Ni en nombre de
Dios, ni en nombre de la omnipotente Razón.
Y relees la carta y la rompes, porque es inútil seguir
razonando: los daltónicos siempre tienen razón. Y entonces uno se borra, no participa y os ruega encarecidamente
que no me apuntéis a vuestras cabildeos de partido porque
una manada de cisnes, tan bonita, no por ello deja de ser un
rebaño.
Pero es espeluznante lo de Nueva York, es cierto,
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Antonio F. Marín
caballero, y puede usted sentarse en este banco pues no se
espera a nadie y yo también he sabido de lo del atentado
de las torres, faltaría más, aunque me barrunte, si me lo
permite, que a esta recua de secuaces les irrita pensar
aparte, por tu cuenta, porque entonces tienes que arriesgarte y decidir por ti mismo que puedes romper las estampitas del santoral, del Che Guevara, Mahoma, Maradona o
Ferragamo sin que pase nada, sin que te salgan granos, y,
entonces, sólo entonces, puedes hacerte hombre, hijo mío,
y huir del cálido cobijo de la placenta y de la papilla ya
pensada por otros que te evita zozobras y da seguridad,
calor y compaña, por lo que no se trata de un choque de
civilizaciones como dicen algunos, sino del encontronazo
de la teocracia contra la democracia, del cerrilismo contra
la razón y de la palangana contra el bidet pues estos paletos
matasiete le hubieran puesto también una bomba a Voltaire, Maimónides o a Ibn Arabi porque le tienen miedo a la
Ilustración y a la democracia que hace más cultos y libres a
los demás, a la mujer, en una actitud capón que a uno lo
emberrenchina y mucho, claro, aunque no tanto como para
que tenga usted que marcharse, oiga, porque quiero suponer que no se irá usted porque no comparte mi parecer pues
advierto que frunce mucho el entrecejo y eso no es recomendable pues provoca arrugas, adiós, adiós, que éste
menda se queda aquí leyendo este artículo de un prójimo
que dice que los ataques terroristas de los islamistas se deben a la injusticia y al hambre que hay en el mundo. Y
puede ser, es cierto, pero ocurre que de los países pobres
no ha salido jamás un terrorista y que en sus mensajes reivindicativos estos cerriles dominguillos no se refieren nunca
a los pobres, sino a «yihad», «cruzados», «sionistas» o «in21
Entretiempo
fieles», pero nunca aluden a los menesterosos en sus reivindicaciones, no los incluyen en su causa contra los infieles.
- ¿Incluidos los infieles que pasan hambre?
Pues sí, doctora, se supone, claro. Aunque ellos no
necesitan perigallos para recolectar su odio burriciego porque son como el cerdo que ni sabe que es un cerdo, ni que
se reboza en la mierda. Y odian la libertad que hace libres
a los demás, pues ese multimillonario cobarde inquisidor
islámico que envía a la muerte a 19 muchachitos después
de encerrizarlos desde muy pequeños con paraísos, estampitas y escapularios del Islam, no es un Ché Guevara oriental
que galopa a lomos de un caballo blanco para luchar por la
justicia, sino un pepito chulopiscinas de aquellos que braman «usted no sabe con quién está hablando» y que envía
después a los hijos de los demás a morir por él, por su otro
mundo posible, porque este paleto también tiene otro mundo posible como todo semejante de esos que se apoyan en
la barra del bar con una cerveza en la mano y lo solucionan
todo, incluido el problema del hambre y la carestía de la
vivienda, «!si a mí me dejaran mandar…!», claro, querido
Pangloss, porque, ¿otro mundo es posible para que sea así
el mejor de los mundos posibles?...
Y sí, señor guardia, ya me bajo del banco y usted
perdone por la soflama pero es que a uno ciertas cosas lo
encalabrinan y mucho, aunque no es menester que saque el
talonario porque ya me marcho sí, pues creo que será de
más provecho dejar de elucubrar sobre el particular pues
pensar es sufrir, desde luego, y convendría entonces darse
a la anestésica modorra de cultivar el jardín de la resigna22
Antonio F. Marín
ción laica volteriana para no pensar y trabajar con el fin de
olvidar que todo consiste en un efímero relámpago de vida
en medio de la inmensa oscuridad de la muerte que va de
una oscuridad antes de nacer a otra oscuridad después de
morir. ¿Y en el entretiempo? Nada. Vivir, que no es poco,
curándote la pupita de los sabañones. O buscar a la chica
aquélla con la que había notado un soplo de dicha en aquel
Rosebud del Argaz en el que una enorme roca que había
caído del monte sepultó una casa, a un carretero y sus dos
bueyes, y enterró un tesoro que parece que contenía joyas,
monedas y documentos antiguos. E invocarla con la magdalena de Prada, digo con sus braguitas de Proust, digo
con sus braguitas de Prada que por aquí guardo y que
traen añoranzas de la infancia, digo de ella, porque son las
que te había regalado después de besarte ávida en los labios y de darte un chupetón en el cuello para marcarte
como suyo, para hacerte mío y que todas las mujeres sepan que lo eres al verte el moretón, según te susurraba al
oído una vez que se había cerciorado de que la huella era
visible en tu cuello y de que sus braguitas andaban eficientemente mojadas e impregnadas de ella, porque entonces
la muy zorra se sacaba la mano de la braguita, se las quitaba y las aguantaba con un dedo ante tu cara para ofrecértelas pérfida mientras canturrea aquello de «para que no
me olvides, ni siquiera un momento y sigamos unidos, gracias a los recuerdos». Eso dijo la muy pécora, ¿recuerdas?,
antes de empujarte sobre el borde de la cama para subirse
a horcajadas sobre ti y clavarse despacio, muy despacio,
mientras tú miras embelesado la transparente blusa blanca que siempre se ponía sin sujetador cuando quedaba contigo, pues ya sabía, y sabe, que a ti te enardece ver que la
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Entretiempo
tela le trasluce en altorrelieve las oscuras aureolas de unos
pezones que tú sigues mirando ahora embebecido hasta que
ella te coge del mentón, te besa, te pellizca las tetillas con
los dedos y te susurra perversas maldades de lo que te espera como no la obedezcas en todo sin preguntar nunca por
qué has de hacerlo. ¿Aceptas?, te pregunta mientras se refriega sinuosa sobre tu regazo y sube y baja, apretándote y
soltándote con los músculos de su vulva. ¿Aceptas?, insiste de nuevo mientras sigue pellizcándote los pezones con
fruición hasta que consigue que claudiques y que aceptes,
por supuesto que sí, le dices cabeceando sin ningún pudor
ante su complaciente mirada de satisfacción pues al oírte
ha sonreído, te ha besado con ternura y te ha dicho que te
quiere. Que te quería, y mucho. Y quizás por eso ha pegado su mejilla a tu mejilla, te ha prohibido que te corras sin
su permiso y ha seguido amándote hasta que una vez ahíta
de placer se ha echado a tu lado sudorosa y exhausta, para
quedarse dormida junto a ti. Y tú te has quedado cautivado
mirando como duerme y has aprovechado su sueño para
besarla y sobrevolar ligero sus mejillas, sus párpados y
sus labios, procurando no despertarla con tus besitos. Aunque de vez en cuando ella se desvele, te mire, sonría y
vuelva luego a ensoñarse con una dulce sonrisa que tú miras abobado hasta que ya cercano el amanecer te quedas
dormido abrazado por detrás a su cintura en la posición de
«cucharita» que a ella tanto le gustaba, con su culo pegado
a tu dura entrepierna que sientes embutida entre sus nalgas. Olía tan bien.
Pero desde entonces no la has vuelto a ver y has seguido viviendo como si nada y con el cartel de frágil, no
tocar colgado del cuello, procurando sonreír mucho para
24
Antonio F. Marín
no levantar sospechas, seguir de canto y acceder a los bares pocos concurridos como este de aquí al que entro para
tomarme un whisky solo y sin hielo, gracias, que me bebo
de un trago, y otra copa sí, gracias, que van dos, cóbrese,
haga el favor; aunque quizás me haya tomado algunas más
porque al día siguiente he despertado a cuatro patas buscando la botella por debajo de la cama y he tenido que
recurrir a los chicles para no dar más pormenores del pestuzón a alcohol que pregonan todos los egregios borrachos.
Y así, un día con otro, y un día más otro, hasta que algún
tiempo después ya andaba otra vez por el acogedor y soleado jardín del recinto psiquiátrico, por esta casa madre,
donde después de pasar la preceptiva bienvenida, la requisa del frasco de colonia y la pócima pertinente de Distraneurine, se nos volvió a reprochar aquello de que no sabíamos sufrir. Y no, no sabíamos claro, pero estábamos en el
bancal dispuestos a aprender, o al menos a intentarlo. ¿Otra
vez? Sí, otra vez, doctora, se lo prometo. Aprenderemos a
sufrir.
En la calle, sí, por la que quince días después he
aparecido más reparaico, según me dicen algunos conocidos que en mi ausencia se han entretenido cambiando las
pesetas por euros. Uno no tiene nada que cambiar, y nada
que perder, por lo que he vuelto al despacho para tirar las
botellas de whisky que tenía escondidas en la cisterna del
lavabo, pues ya está uno harto de ganar más para poder
comprar una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y poder ganar más para comprar una cama mejor
en la que descansar más…
- ¡Para!
- Paro, y además de verdad, porque me despedí del
25
Entretiempo
trabajo, lo siento, pero me marcho, sin esperar a que me
dieran el finiquito; la cantinela aquélla tan corriente de que
eres un inmaduro que nunca vas a sentar la cabeza, porque
tienen razón y uno sólo está dispuesto a sentarla en el regazo de ella, entre los muslazos de aquella chica que había
conocido en aquella localidad del Argaz a donde me gustaría volver. Aunque sepa que es improbable que la encuentre de nuevo pues la había conocido de chamba cuando se había trasladado allí para seguir un curso, tierra adentro, de la Universidad del Mar.
Pero unos días después llegaba al pueblo en tren.
Y mientras el vagón se acerca a la estación me he
asomado a la ventanilla y he visto cómo el cerro de la Atalaya se agiganta poco a poco mientras va rotando para
quedar frente a mí con su mastodóntica joroba que señorea una vega del Segura por la que viene sinuoso el río
entre pelados y ocres cabezos para rodear la ciudad por el
casco antiguo y elevarla sobre una fértil huerta que riega
con acequias de origen árabe o romano, antes de alejarse
de nuevo hacia Murcia, por el Valle de Ricote. Una ciudad
que se achica como villa por el casco viejo en el que se
amontonan las casas bajas de techumbres entretejidas, teja
a teja, que se van cruzando en diferentes alturas hacia la
torre de basílica de La Asunción, por la plaza del Ayuntamiento, que es el único remanso que clarea en medio de la
maraña de estrechas y sinuosas calles que van a dar a la
huerta o que confluyen hacia el ensanche que se extiende
en simétricas manzanas a partir de la divisoria de la Esquina del Convento, donde las sencillas casas de planta baja y
principal se empiezan a apoyar sobre los soberbios y aplastantes bloques de hormigón de cuatro a diez plantas que
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Antonio F. Marín
van emergiendo erizados por esta parte más moderna y
cuadriculada que ya conocía de mi anterior visita, cuando
vine a interesarme por la historia aquélla de una Chinica
que había caído del monte y había sepultado una casa, a un
carretero y a sus dos bueyes.
Pero eso fue antaño, por aquéllos tiempos en los que
anduve prendado de aquélla chica de pelo cortito a la que
volvía a buscar, pues uno intuye que es el único clavo ardiendo que aún me queda para sentirme vivo; la única ilusión que todavía no he derrochado manirroto como pueda
ser ruborizarme como un crío al cogerla de la mano. Aunque sea cursi, sí. No importa. Lo cursi abriga, según Gómez de la Serna. Y uno está aterido. Solo eso. Muy aterido. Aunque mientras bajas al andén te quieras convencer
de que regresas para reemprender aquella otra historia del
tesoro bajo la Chinica que no pudiste concluir en su día. Y
también para buscarla a ella, claro, pese a saber que es improbable que la encuentres de nuevo y que, en ese venturoso albur, lo más natural es que proceda a enviarte a lijar la
pana pues se marchó muy enfurruñada y no había contestado a la carta que le habías enviado a la casa de su madre
para decirle que aún la querías. Y mucho. Pero no importa.
No tienes mucho que perder, poca cosa, cuando vives abocado a que llegue pronto la noche para dormirla y dejar de
soñar despierto, que es la peor de las pesadillas. Unas pesadillas muy reales, me he dicho mientras bajo de la estación y me encamino decidido hacia la ciudad dispuesto a
fracasar de nuevo porque uno además no escarmienta, nunca aprende de los descalabros y debería tener en cuenta
aquello que me advirtió Juan Carmelo del Carmelo para
que me cuidara muy mucho del embeleso amoroso, por27
Entretiempo
que todos los paisajes bonitos tienen cuestas. Y después
de los castillos de fuegos artificiales siempre caen las cañas, añadía mientras se calaba la boina.
Pero creo recordar que cuando llego a aquella localidad de El Argaz corre ya el mes de enero, por largo, porque
las dependientas de los comercios limpian los cristales de
los escaparates abrigadas con guantes. De eso si me acuerdo, con reparos, porque se me traslapan las imágenes de
mis dos visitas al lugar, y también pudiera haber llegado
un poco antes, por San Antón, porque creo que por las
calles se amontonan los viejos muebles que los niños habían recogido por las casas para quemarlos al anochecer en
las lumbres de San Antón que arden por las encrucijadas
de las calles, según la tradición que purifica lo viejo con el
fuego para alumbrar una nueva vida, que se repite año tras
año. O quizás fue por San Blas, sabe usted, pues también
me acuerdo de que los niños lucen unas pequeñas figuras
de barro del santo pintadas con colorines muy vivos que
las madres les cuelgan del cuello para que según estipula
la tradición, no se atraganten sí además comen pan o tortas
bendecidas que se dispensan en las panaderías y tiendas de
comestibles como la de La Pastora (casa fundada en 1903),
de vieja raigambre y de gran tradición en productos de la
tierra como los melocotones, la oliva mollar y el queso de
cabra. O quizás llegué por Carnaval, no sé bien, aunque en
todo caso fue cuando las mujeres aprovechan las tardes de
sol invernal para acercarse paseando a la ermita del Santo
Cristo que se alza en una loma de las afueras o para garbear a pares por la orilla del río Segura, según he visto
cuando después de bajar andando de la estación, he querido acercarme paseando al hotel y he llegado el Puente de
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Antonio F. Marín
Hierro que cruza con sus arcos de mampostería el río y
sus frondosos y verdes cañaverales que antaño lo encauzaron y que ahora yacen vencidos, secos y pajizos por unas
riberas en las que los agricultores los cortan y apilan hasta
que por la Candelaria las cañas rebroten en sus márgenes
y pillen mejor color con el cromático festival de la floración de unas huertas escalonadas en terrazas que me van
acompañando a ambos lados mientras subo por el camino
asfaltado de la olmeda del Maripinar y llego resoplando al
Hotel de las Delicias pues tenía que haber subido en taxi,
claro, he tenido que convenir con Pajolero Repajolerito
cuando ha salido a recibirme a la puerta con una gentil bajada de cabeza, buenas tardes tenga usted, señorito, y se ha
dispuesto a sujetarme la bolsa de viaje, déjalo, Pajolero,
que no es menester, se le dice, aunque se le da un euro,
para los vinos, y se le pregunta si sabe algo nuevo sobre la
Chinica. ¿La Chinica el Argaz? Sí, la Chinica aquélla que
cayó del monte y aplastó una casa y a un carretero y sus
dos bueyes, partiéndola por la mitad y dejando oculto un
tesoro, según decían. Pues no sabe; él no sabe nada nuevo,
según me aclara, porque los políticos de Murcia siguen
estudiando si la declaran patrimonio histórico o algo así,
ya que la multinacional MacMarguer aún anda detrás de
comprarle los terrenos a Doña Urraca, la propietaria, para
instalar allí una hamburguesería y crear muchos puestos de
trabajo, según dicen ellos para empalicar a las autoridades,
que a mí no me engañan. Aunque no todo siga igual,
señorito, añade Pajolero, porque él se ha enterado de que
algunos vecinos planean cavar un túnel a cierta distancia
de la Chinica para acercarse al tesoro bajo tierra y evitar
así a la policía que la custodia, que es una noticia sorpren29
Entretiempo
dente, Pajolero, sin duda, pero ahora he de subir a la habitación para darme una ducha, adiós, adiós, deshacer los
pertrechos y sentarme luego en un butacón para descansar,
no pensar, quizás leer la prensa que traía del viaje o quedarme colgado con el recuerdo de aquella chica tan inteligente, melosa y posesiva de pelo cortito y algunas traviesas pecas a la que no había vuelto a ver desde que me atacó
un repentino exceso de dignidad y me marché del lugar
sin mirar para atrás. Aunque se enfadara, como se enfadó,
porque uno andaba escarmentado en cabeza propia y tenía
la certeza de que las mujeres adoran a los tíos duros que
se lo montan de canto y huyen de los facilones, de los que
pueden gobernar, pues les van más los canallas que no las
llaman, los que no las buscan y se hacen de rogar para
mantenerlas en vilo, hasta que finalmente se rinden, se
entregan y te dicen aquello de soy tuya golfo, haz conmigo lo que quieras, que te confesaba Paula, ¿recuerdas?,
aquélla chica tan simpática que quería ser tuya, completamente tuya, según te susurraba cuando bajaba por la noche
a recibirte al portal de la calle ataviada solo con un abrigo
de pieles que se abría para ofrecerse en público completamente desnuda y exhibida bajo las pieles, aunque a esa hora
no se vieran muchos transeúntes por la calle y sólo tú pudieras admirar su hermoso cuerpo expuesto y ofrecido para
tu disfrute.
Y entonces habrá que hacerles caso y procurar que
no se te desperfile la pose, mintiéndoles y mintiéndoles
sin balbuceo alguno, no vaya a suceder que te dejen por
otro tío que les mienta más y mejor. Y aunque este continuo pulir la posturita sea agotador, sabe usted, pues da
mucha fatiguita andar siempre de figurín carilindo y uno
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Antonio F. Marín
prefiere ser natural y sonrojarse al cogerla de la mano, por
supuesto, he murmurado mientras me levanto para acicalarme pues he decidido salir a buscar a Juan Carmelo del
Carmelo, un lugareño muy ducho en las cosas de su pueblo
por si puede darme razón de lo acaecido con el asunto de
la Chinica, cuando sean horas, eso sí, porque según veo en
el reloj no lo son, vaya, y entonces será mejor esperar escuchando las noticias de la radio porque parece que en Porto
Alegre (Brasil), más de 60.000 prójimos de 130 países, representando a 5.000 ONGs, se han reunido para reivindicar que se condone la deuda externa a los países pobres, se
impidan los paraísos fiscales, se graven los movimientos
especulativos de capital o que la globalización se desarrolle al amparo de unas normas que puedan ser participadas
por todos los ciudadanos. Y que, además, (añade uno), se
globalice primero el bienestar y después todo lo demás,
como ya pasó con España que en la dictadura era una autarquía de calzados Segarra, la antiglobalización más estricta, y con la democracia, la globalización y la modernidad europea alcanzó años después un cierto bienestar, pues
se supone que debe de ir parejo lo uno con lo otro para no
provocar más desigualdades, claro, porque uno oye la radio, escucha ahora a los tertulianos políticos y como taxista en ejercicio de su función jurisdiccional, también da su
opinión sin que se la pidan.
- ¿Y cuál es?
- Pues que no sé si coincido con aquel que dijo que
aunque sepamos que las cosas no tienen arreglo deberíamos estar dispuestos a cambiarlas.
- Eso lo ha dicho el Papa, seguro, porque es una obviedad manifiesta.
31
Entretiempo
- No, doctora, lo dijo Scott Fitzgerald.
- Ah, bueno, ya me extraña a mí, porque es genial.
- Sí, pero eso de estar dispuesto a cambiar las cosas
aunque sepamos que no tienen arreglo, lo suelen practicar
muchos los mecánicos de coches.
Y luego te pasan la factura, claro, porque aunque uno
no coincida con Scott Fitzgerald (y con los mecánicos de
coches), también reconoce que es cierto que gracias a los
soñadores (y a una guerra) se abolió la esclavitud, pero
también es cierto que esos esclavos que fueron liberados
en América cuando llegaron a Liberia en 1821 para formar un nuevo país independiente, en otro mundo posible,
instauraron un régimen de esclavitud en el que ellos que
eran esclavos liberados, se convirtieron en los amos de
los nativos a los que esclavizaron salvajemente en otro
mundo posible, en otra prepóstera realidad que nos resulta
inexplicable. Otra más. Otra cuestión ininteligible como
saber cuál es la naturaleza y cantidad de la materia oscura
del universo, o por qué las mujeres te preguntan en qué
piensas cuando no piensas en ellas, y cuando por fin piensas en ellas, te reprochen que siempre pienses en lo mismo.
No hay quien las entienda. En fin. Porque entonces, decía,
quedan pocas esperanzas y será mejor huir, emprender un
viaje hacia otro lugar, igual que este, pero en otro sitio.
- ¿Solo?
- Bueno, doctora, había pensado llevarme una banda
de música.
- Una banda hace mucho bulto.
- Sí, y tendría que fletar un autobús.
32
Antonio F. Marín
Pero fueraparte bromas, uno tiene que reconocer que
gracias a los idealistas se consiguió en Francia la igualdad
mediante el asesinato en masa y la guillotina, eso también,
porque probablemente fue el rey Luís XVI uno de los primeros en gritar aquello de paz sí, guerra no cuando fueron
a cortarle el cuello. Cierto. Como también lo es que se ha
conseguido avanzar mucho y que hoy vivimos mejor que
ayer, por supuesto, porque Suecia que en 1850 era el país
más pobre de Europa y donde la gente se moría de hambre, unos cuantos años después era ya uno de los países
más ricos, prósperos e igualitarios del mundo (sin petróleo, sin explotar al tercer mundo y con democracia y libertad), mientras que Venezuela que tenía petróleo seguía ocupando un puesto muy mediocre en el Índice de Desarrollo
Humano. Pero algo habrá que hacer, decía, aunque sólo
sea tirar una y otra vez tabiques para reformar la casa. Y
en el entretiempo será mejor no pensar, pasarratarte, cultivar el jardín y salir a dar una vuelta por el pueblo bajando
por la olmeda del Maripinar hasta el Puente de los Nueve
Ojos donde me he detenido para apoyarme en la baranda y
ver cómo la ermita del Santo Cristo aparece recogida a los
lejos en el interior del barranco de los Grajos de una sierra
de Ascoy que asoma detrás de la ermita entre secos y pelados cabezos que contrastan con la fecunda huerta de abajo
y con la eflorescencia temprana de los ciruelos que, a
ambos lados del puente, se han anticipado a los melocotoneros y los albaricoqueros que estallarán más tarde en una
cromática floración que ya empieza a asomar por la punta
de las ramas y que nos preludian un festival impresionista
en el que los frutales tempranos chisporrotearán con sus
flores rosas y blancas por las escalonadas terrazas de la
33
Entretiempo
vega del río Segura y bajo el otro puente de Hierro, al que
me acerco, en cuyo extremo se alza el enorme eucalipto
que se eleva frondoso frente al barrio antiguo y la fortaleza cristiana que lo rodea, y abriga, como pórtico de entrada
a los que allegándose por Mula o Calasparra pueden recrearse con la deflagración del color que se avecina pues
por esta calendas o quizás por San Cándido, comienza a
crepitar la primavera con las primeras flores blancas o rosáceas de la huerta que nos preludian los soleados días primaverales en los que las mujeres mudan de piel, se quitan
las medias, y aparecen lozanas las carnes blancas que anuncian vísperas de Semana Santa que por esta barroca región
de Murcia y de Salzillo es de mucho sentir, de mucho
jolgorio y de mucho vestir para ver y a dejarse ver, acompañando a la cerveza. ¿O es al revés? Vaya usted a saber,
he exclamado mientras subo al barrio antiguo pues quiero
acercarme al pueblo paseando por su casco viejo y aprovechar el sosiego de estas estrechas y sinuosas calles para
enchufarme a la pequeña radio portátil y enterarme de qué
han hecho con el mundo en mi ausencia. Nada. No se advierte primicia alguna pues nos dicen que el Gobierno estudia la posibilidad de que los pacientes vuelvan a co-pagar la sanidad pública. O que una madre de Alcobendas ha
arrojado su bebé recién nacido a la basura. O que un marido separado de Benidorm ha degollado a sus dos hijos. O
que las tropas americanas han invadido Afganistán para
buscar al terrorista Bin Laden a cañonazos; es decir, lo de
siempre, lo corriente, he concluido mientras cruzo la adoquinada plaza del Ayuntamiento y me doy con algunos críos
que se han echado a la calle vestidos de máscaras, por lo
del carnaval, me supongo, cuando los niños se disfrazan de
34
Antonio F. Marín
niños, y los mayores de mamarrachos, para celebrar todos juntos una festividad que les dura tres días, hasta que
el tercero o día grande de la fiesta, se procede al reglamentario reventón engullendo buñuelos o tortas fritas elaboradas artesanalmente con masa de harina que se suelen
mojar en chocolate para zamparlos hasta reventar, antes de
que al día siguiente, Miércoles de Ceniza, los vecinos acudan a una multitudinaria tamborrada conocida por la rompida del tambor que proclama y retumba que ya nos cae la
lívida Cuaresma preparatoria de la primavera, porque esto
más que una celebración religiosa es una fiesta profana de
exaltación a la vida después de un hosco y desaborío invierno que a uno le suele poner de tan mal ánimo como el
que lucen esos dos que se apoyan en el coche y que creo
que son Pepe y Pepe; dos intelectuales de pelo en pecho
que suelen compartir sus opiniones y criterios para alcanzar el necesario diálogo que allane el camino hacia el
consenso.
- No voy a discutir más contigo, porque ya decía Kant
que con los idiotas no se debe dialogar porque los demás te
pueden confundir con él.
- Eso te digo yo: que no voy a discutir más contigo
porque, efectivamente, Kant tenía razón y con los idiotas
es inútil dialogar porque además todos te pueden confundir con él.
Y los dos tienen razón, claro, he concluido cuando
me alejo de allí apresurado porque no quiero que me confundan con ellos. Y además llevo prisa porque las farolas
comienzan a encender la noche y quiero buscar a mi niña
pues antes de venir había llamado a su madre y me había
35
Entretiempo
dicho que iba a preparar el curso de la Universidad del
Mar, que se seguía celebrando en esta localidad de El Argaz por la que sigo ahora callejeando para acercarme a la
moderna y asfaltada zona de las tascas que se ubica comarcana al jardín del Parque, donde los más jóvenes se
aparroquian a ciertas horas de la noche, principalmente festivos y vísperas de guardar, aprovechando que las calles
aledañas bullen con el cónclave de los chitos y chitas que
según veo andan vestidos de modosito carnaval oficial con
sus clásicas máscaras, o de más descarada mojiganga con
los pelos de punta, los piercing en las narices y unos vaqueros rotos que arrastran por el suelo mientras se apoyan
en las paredes con los vasos de plástico en la mano que
han sacado del interior de unos disco-bares por cuyas puertas voy pasando procurando que no me arrastre la bullaranga de los jóvenes que salen en tropel arrastrando tras de
si una música que me suena a Escuela de calor de Radio
Futura, pues el bajo de la guitarra zumba magistral por
encima del bullebulle rumoroso entre el que me cuelo a
codazos para buscarla a ella por si estuviera por aquí, pero
sin entrar a los garitos porque uno ya no suele recurrir a
tomárselas para que los demás no te molesten con sus
puerilidades y huyan de ti al verte a cuatro patas a las nueve de la mañana, cuando regresas a casa.
Pero andaba abriéndome paso entre aquella rebujina,
decía, cuando la he visto a ella, digo, cuando he visto un
culo que me recuerda al de aquella morenaza de pelo cortito con la que había sido tan dichoso y que he seguido
entre la espesura de la concurrencia procurando no perderlo. A ella. Y su culo, claro, porque mientras procuraba
abrirme paso entre el gentío había visto que torcía por una
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Antonio F. Marín
calle que se alejaba de la algarabía y por ella me había
encaminado para poder seguirla hacia esta parte más recoleta de la noche en la que comienzan a caer estrepitosas
las persianas mientras la acecho con sigilo, esquina tras
esquina, hasta que la he visto girar por aquella de allí a la
que he llegado resollando para asomarme y ver que no está,
maldita sea, que la he vuelto a perder pues sólo aparecen
algunos jóvenes que vienen a la algazara que ya suena
tibia a mi espalda y algún que otro mozo que se ha parado
en la acera para apoyar la mano en la pared y echar una
vomitera que evito pisar cuando paso junto a él, lo dejó
atrás y me cruzo con los faranduleros de las peñas y charangas apostados en la puerta de unos bares que a media
persiana, aún siguen abiertos si te agachas para entrar y
pides el favor de picar algo pues «andan muertos» después de haber participado en el desfile de la tarde y aún
tienen que subir al autobús que los lleve con la murga a
otra parte, a su lugar de origen, tal y como debería de hacer
un servidor pues no la veo a ella, no aparece, y entonces
conviene que regrese al hotel porque allí podré cenar si
encuentro el comedor todavía abierto, que no lo está, y
dormir y esperar a mañana para volver a buscarla, si era
ella y no la había confundido con otra. Que también puede
ser, claro, me he dicho al día siguiente cuando he salido
del hotel, he bajado por la olmeda del Maripinar y me he
quedado prendado de la feraz huerta que los agricultores
cruzan a través de las veredas que la separan, sino se afanan con la azada o se encaraman con perigallos a los frutales para podarlos con esa placidez cotidiana que se haraganea sin querer, sin echarle cuentas, como los recién nacidos que viven pero sin saber que viven porque luego no
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Entretiempo
recuerdan nada, no recordamos nada, como un servidor,
sabe usted, que sólo atisba entre la nebulosa del recuerdo
retales aislados que no forman lienzo, bandera, infancia o
patria, pues son sólo brochazos dispares de un patio de cemento, un babi a rayas, la leche en polvo americana o el
solar en el que nos apedreábamos a peñascos con bandos y
trincheras, para acudir luego a la Casa de Socorro a que
nos pusiera las lañas. Nada más, porque quieres recordar
pero no puedes. Escarbas con las uñas el pajizo yeso del
recuerdo pero sólo asoma la tiricia que cementa el olvido,
el pasado, mientras el presente se asoma por la ubérrima
huerta que se extiende en terrazas junto al hotel de las Delicias y entre cuyo fecundo verdor descolla el azulado
molino Teodoro que antaño molía la harina bajo el collado
de la Atalaya. O el farallón del castillo del que cuelgan los
restos del que fuera baluarte árabe y que por aquí abajo
tiene su replica cristiana en la fortificación del balcón del
Muro, la vieja muralla que encierra el barrio antiguo.
Una fortaleza a la que me acerco una vez que he
pasado el Puente de los Nueve Ojos que cruza los bancales
de la huerta y que he seguido luego por el otro puente, el
de hierro, para cruzar el río y subir hacia el barrio antiguo
por el camino que circunda esta muralla y acercarme cantoneando por sus estrechas calles hacia la parte más amplia
y moderna del centro del pueblo, donde poco después he
comprado los periódicos y me he sentado en una cafetería
con amplios ventanales por los que veo que la gente ha
recuperado la marcialidad cotidiana del almanaque laboral y se encamina presurosa a sus avíos, sus compras y sus
bancos, si no han sido jubilados y mandados a dar un paseo
por ahí fuera que por aquí estorbas y es mejor que vayas a
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Antonio F. Marín
pasear con tus amigos o a sentarse en los bancos de la plaza donde ya hace bueno y podrás incluso sestear al tibio
recuelo del sol, ajeno a las noticias que uno lee ahora en los
periódicos referidas al curso corriente de los acontecimientos; es decir, a las nuevas declaraciones de guerra y a las
nuevas conversaciones de paz. Nada nuevo. Lo ordinario,
si exceptuamos esta noticia que nos informa de que diversas asociaciones dedicadas al intercambio de parejas han
presentado una querella en un juzgado para que se condene a Jesucristo por haber predicado contra el adulterio, pues
su actitud evangélica contra el amor libre constituye un
denigrante ejemplo de desprecio a los ideas y creencias de
los demás y una evidente incitación pública al sectarismo,
a la intolerancia y a la discriminación de todo un colectivo
de personas que vulnera la Declaración Universal de los
Derechos Humanos que estipula, bien clarito, que nadie
puede ser objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, ni padecer ataques a su honra o reputación.
A esta denuncia se ha sumado la de una asociación
de multimillonarios que también considera que el constante desprecio de Jesucristo hacia los ricos constituye un
flagrante atentado al principio de respeto, tolerancia y no
discriminación establecido en una doctrina del Tribunal
Constitucional que ha sentenciado, reiteradamente, que ni
el ejercicio de la libertad ideológica, ni el de expresión,
puede amparar expresiones destinadas a menospreciar a
determinados grupos étnicos, inmigrantes, religiosos o sociales. Y los millonarios somos un grupo social, y de los
más importantes, han añadido en la demanda que se ha unido
a la de las asociaciones de intercambio sexual, según nos
indican en la noticia que ahora pasamos para vérnoslas con
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Entretiempo
esta otra en la que se nos dice que un preboste de izquierdas, que se confiesa católico, acaba de declarar que Dios
es amor y que nos ama a todos. Cierto, pero sólo un pormenor: ¿Cuándo empieza Dios a amar al hombre?, ¿a partir de qué semana? No se sabe. Uno no lo sabe, Santo
Tomás, por lo que he cerrado bruscamente el periódico
porque por un instante me ha parecido que la chica aquella
que andaba buscando había cruzado la plaza y el corazón
me ha dado una voltereta que me ha precipitado a levantarme y seguirla con discreción, eso sí, pero procurando no
volver a perderla porque allí está, parada frente a aquel
escaparate en el que se ofertan trajes de comunión de marineritos lerés y de Mariquita Pérez de prematura tarta de
bodas, junto a los que a ella aparece muy elegante con su
pelo negro cortito cortado en capas hacia la nuca, muy en
el estilo de la Valentina de Guido Crepax. O quizás de
Winona Ryder. O quizás de Sharleen Spiteri, la vocal del
grupo Texas. O quizás de ella misma, por supuesto, porque se la intuye elegante y natural hasta en la ducha, como
tiene que ser, vaya, por lo que sacas la máquina de fotos y
la retratas para llevártela, secuestrarla y tenerla luego a tus
anchas pues se la ve muy atractiva tanto de frente como
de perfil. Y otra vez de frente, con esas gafitas que parecen de los años cincuenta y que ahora se agrandan ante la
cámara porque viene hacia aquí, oh cielos, y no sabes qué
hacer, ni qué decirle pues tú tienes tan poco remate y celebridad con las mujeres; sueles ligar tan poco que cuando
en alguna ocasión has salido a cenar con ellas y las has
acompañado cortésmente a la puerta de su casa, no has
sabido qué decir si alguna de ellas te ha invitado a subir a
su piso. ¿Yooo…? Y luego les has preguntado cuánto y si
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Antonio F. Marín
el precio incluye la cama.
Pero se ha parado, menos mal, qué alivio, y qué
extraño que te desazones así porque en realidad no tienes
motivos para tanto respingo porque ya la conocías, habías
salido con ella y a su lado no habías tenido que fingir nada,
ni pensar en qué decirle, ni preocuparte de cómo aparentar
lo que no eres pues todo había sido muy natural: tú te dejabas querer y ella quería, claro, porque era muy melosa y
posesiva y no permitía ciertas cosas que la enfurecían muchísimo como descubrir que le gustabas a sus amigas porque eso ella no lo iba a consentir. Nunca. Y sí se creen
que me van a quitar el novio lo llevan claro, añadía muy
farruca mientras te empujaba a la cama y se encaramaba
sobre tu regazo para besarte y chuparte arrebatada el cuello, una y otra vez, hasta que lo veía con un moretón muy
escandaloso y entonces lo palpaba, y lo palpa con los dedos, lo mira con deleite y sonríe satisfecha porque ahora
todas sabrán que eres mío. Sólo mío. Y lo supieron, claro,
porque al día siguiente ellas se fijaron en el chupetón y a
partir de entonces se mostraron algo hoscas contigo pues
se conoce que ya supieron que eras suyo, sólo de ella. Y
para ti fue un orgullo. Que ellas lo supieran, sí; aunque eso
fue antaño, decía, porque ahora no te atreves ni a saludarla
pues la última vez que anduviste con ella se fue muy añusgada y quizás ande ya con otros novios o quizás no quiera
volver a verte, que suele pasar, ya se sabe, aunque lo correcto sería que te arrimaras, le dijeras: hola, qué tal, y que
luego le dieras un beso en la mejilla para decirle que te
gustaría volver a verla porque sientes lo que pasó (que es
mentira). Y que a su lado nunca habías querido estar en
otro sitio (que es verdad). Y que te agradaría mucho que
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Entretiempo
ella te preguntara en qué piensas (que es mentira). Y que te
agradaría volver a ir de compras con ella pues te diviertes
mucho a su lado mirando escaparates (que es verdad). Y
que no te molesta que te hable mientras lees el periódico
(que es mentira). Y que te gustaría que ella se vistiera muy
elegante y sofisticada (que es verdad). Y que no te da cuidado que te diga que no te fijas cuando se cambia de peinado (que es mentira). Y que te gustaría mucho que ella te
preguntara si la quieres (que es verdad). Y que no te importa que ella se ponga tus camisas (que es verdad). Y que…
…y que mejor no, vaya, porque si lo sopesas con el
debido detenimiento verás que es más oportuno que no te
acerques de sopetón pues podrías dar una mala impresión
porque ellas son muy enrevesadas y se chiflan por lo rajabroqueles que se lo hacen de duros, por los que no les
hacen caso, por los chulos que castigan del tontódromo a
Vistabella y que evitan exteriorizar sus sentimientos para
no aparecer débiles, o sea, fíjate y escarmienta, en fin, ya
sabes, porque entonces será mejor que no le digas nada y
que sigas escudriñándola desde lejos pues es más discreto, juicioso, y no se corren riesgos de que te descalabre el
alma. Así que te has escondido en un portal para no vértelas cara a cara con ella y cuando te has vuelto a asomar has
reparado en que se ha marchado, que no te ha visto y que
la has vuelto a perder, maldita sea. Y entonces…
…y entonces, será mejor comer algo para templar el
ánimo en este bar de aquí que llaman El Gato Negro, donde me sentaré al fondo, frente al televisor, para ponerme al
tanto de las últimas noticias mientras procuro decantarme
por algún plato de los que anuncian en la carta, ¿cuál?,
pues uno al que llaman minchirones, o michirones, gracias
42
Antonio F. Marín
por corregirme, pues si es cierto eso que dice usted de que
se trata de unas habas granás cocidas con especias, ñoras y
chorizo, se me antoja que deben de estar muy ricas, gracias, y mientras me lo trae aprovecharé para meterme en
el ordenador portátil, abrir el correo electrónico y ver que,
efectivamente, no nos ha escrito nadie pues sólo se reciben correos basura, virus adjuntos, algunos noticias de actualización de páginas web y un mensaje publicitario que
nos anima a ser nosotros mismos. Sé tú mismo, dicen. Pues
sí, porque esto de ser «tú mismo» te lo suelen encomendar
los amigos, los curas y los pedagogos políticamente correctos. Sé tú mismo, insisten. A mí eso de ser tú mismo
también me lo decía el padre de una novia hasta que me
pilló metiéndole mano en la cena de Nochebuena y me
obligó, por cojones, a que dejara de ser yo mismo. Hitler
también se ponía ante el espejo y se decía que tenía que ser
él mismo. Así que a veces creo que es mejor que no seas tú
mismo, por favor. Modérate, ¿quieres?, me he dicho mientras abro el último correo y veo que es de la de la asociación Hands Off Cain (Que nadie toque a Caín) en el que
nos proponen suscribirnos a una campaña para abolir la
pena de muerte que uno secunda, claro, porque estamos
contra toda pena de muerte y sin excepciones que confirmen reglas, he murmurado mientras cierro el ordenador y
cojo el periódico de la casa para leer la diatriba que un
ciudadano ha escrito al director con el fin de quejarse de la
publicación de un reportaje sobre la guerra civil:
Ni perdono, ni olvido: La noche de del 10 de noviembre de 1936 mi abuela acababa de traer al mundo a
su quinto hijo; horas después, su marido, moría asesinado
por los fascistas contra las tapias del cementerio de Cala43
Entretiempo
tayud. Ya sé que España está abonada con la sangre de
miles que murieron como ellos y que todo respondía a un
plan genocida y de exterminio fríamente trazado. Yo tengo
32 años y no perdono ni olvido. Y espero que algún día se
le hará justicia y con ello, a nosotros. Hay que recuperar
la memoria histórica. Como decía Celaya ya va siendo hora
de pasearnos a cuerpo.
Y un poco más abajo la carta de otro lector que también se queja por el mismo reportaje:
Yo ni perdono, ni olvido: La mañana del 10 de mayo
de 1931 los socialistas y comunistas le pegaron fuego a la
iglesia de mi barrio, sacaron los esqueletos del mortuorio,
y violaron a las monjas que tuvieron que huir vestidas de
paisano (El Sol, 11 de mayo de 1931). Al resto de los hombres de mi familia los persiguieron los comités y luego los
internaron en la checa donde fueron torturados y asesinados por las milicias populares, después de darles un «paseo». Ya sé que España está abonada con la sangre de
miles que murieron como él y que todo respondía a un plan
genocida y de exterminio fríamente estudiado. Pero yo
tengo 34 años y no perdono ni olvido. Espero que algún
día se les haga justicia y con ellos, a todos los demás. Hay
que recuperar la memoria histórica, porque como decía
Celaya ya va siendo hora de pasearnos a cuerpo.
Y pasamos la historia, sin comentarios, porque éste
es el único país del mundo que se merece todo lo que le
pase. Y sorteamos la página, decía, a esta otra donde escribe un ciudadano de esos que cuando no gobiernan los
suyos todo es despotismo antidemocrático y que cuando
ellos llegan al poder y se corrompen, silban para disimular
44
Antonio F. Marín
y, alehop, lo que procede es criticar a la Iglesia que da mucho
pisto; ridiculizar a los yanquis, que viste mucho, o criticar lo caras que están las hipotecas que son las culpables
de que su Gobierno no se luzca y no pueda hacer más. Y a
otra cosa, mariposa, en fin, ya sabes, como esta otra de
aquí en la que aparece una foto de una familia de color
sentada en la puerta de su choza, en una aldea del África
subsahariana de la que han salido tantos jóvenes camino de
Europa para buscar un trabajo que les permita alcanzar
nuestra propia dignidad, trabajando más para ahorrar más
y poder compararse una cama mejor en la que descansar
más para trabajar más y ganar más para poder así cruzar de
vuelta el estrecho de Gibraltar a bordo de un flamante coche y viajar a su aldea para instalar agua corriente, luz,
teléfono, antena parabólica y demás guarnición de la modernidad, del bienestar y del progreso, claro, aunque su familia pierda entonces el atractivo que tenía para los turistas occidentales que viajamos a África para contemplar la
vida sencilla tal y como es en los pueblos indígenas que no
se han desnaturalizado en su acendrada forma de ser y que
se conservan puros en sus laudables y envidiables valores
eternos que deberíamos custodiar junto a su folclore, su
artesanía, su pintoresca miseria y sus ecológicas moscas,
para que nosotros podamos recrearnos al contemplar cómo
fueron de excelsos los pueblos en su vida primigenia sin
adulteraciones de la sociedad occidental. Y que podamos
admirarlos a través de los reportajes de National Geographic, porque si se acaba con esos pintorescos paisajes de
chozas y cabañas tan genuinos y primitivos, qué vamos a
ver por la tele mientras nos merendamos las hamburguesas
con tomate. Sería un desastre. Hay que mantener estas re45
Entretiempo
giones puras y vírgenes, tal y como ya ocurre con las
miserables chabolas o favelas brasileñas, que deberíamos
proteger para que sus moradores no las cambien por unas
nuevas viviendas que serán más dignas, no le digo a usted
que no, pero sin el virginal sabor del tipismo que tanto
gusta a los turistas y que ya forma parte de unas genuinas
señas de identidad de Brasil que habría que declarar Patrimonio Cultural de la Humanidad con el fin de obligar a los
que las habitan a que sigan viviendo en ellas para que puedan preservarlas del esperpéntico progreso y que los turistas podamos admirar su patrimonio cultural: su typical
miseria en su salsa, al alioli y con piojos.
Aunque en el entretiempo, mientras la Unesco se
pronuncia, será mejor que doble el periódico, que me apure con los michirones y que salga a la calle a buscar a mi
chica porque desde que la había conocido no había podido relacionarme con otras mujeres, con ninguna, pues sólo
había tenido algún trato ligero con alguna chica en noches
de una sola vez, un solo desayuno, quizás una cerveza y
hasta más ver. Excepto con Ursula Tate Gallery, claro,
aquella chica que pintaba mucho y bonito, y mayormente
sobre un lienzo blanco en el que colgaba y pegaba los mocos que se había extraído con el dedo índice en el instante
mismo de la creación, en caliente, que decía ella, para darle más fuste, esencia y verisimilitud al diálogo que nos proponía porque según algunos de sus catalogados críticos,
el lenguaje inequívoco de la artista era el instrumento indisociable del que ella se valía para vincular creación plástica y cotidianeidad, en un continuo diálogo entre las inquietudes de la artista y las de la sociedad, recurriendo para
ello a toda suerte de lenguajes expresivos. Y ella asentía,
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Antonio F. Marín
se sacaba un nuevo moco y lo pegaba en el acto sobre el
lienzo para corroborar lo del lenguaje y lo del permanente
diálogo porque es que ella no paraba de dialogar. Y por los
codos. Aunque mayormente por las narices. Ursula Tate
Galery era pues una joya de chica, una muchacha muy
moderna y puesta, que uno andaba loco por presentársela a
su madre. A la nuestra sí, porque la suya ya tendría noticias. Cumplidas referencias. Lo que no sabíamos era si antes
de llevarla a casa era más propio envolverla primero en
papel de regalo. Para darle más emoción, todavía, claro.
Pero Úrsula Tate estaba sola, tú estabas solo y juntos amontonabais una soledad con otra, aunque no la misma soledad.
Y no se trata de eso, me he dicho mientras salgo a la
calle para buscar a mi chica o averiguar algo más sobre el
tesoro oculto bajo la Chinica, sin prisas y si me dejan, porque cuando he salido de la cafetería me he dado con Heliodoro Rodríguez, vaya por Dios, que se me ha parado delante para decirme algo que ya me barrunto pues Heliodoro Rodríguez es un ciudadano políticamente correcto de
esos que dejan a sus hijos salir por la noche hasta altas
horas de la madrugada y que, sin embargo, exigen que Dios
los vigile para que no hagan el mal, sabe usted, que es que
Heliodoro viene siempre preguntándose por esa cuestión
que tanto abruma a los niños cuando en la adolescencia
descubren que algún día se van a morir y exigen saber por
qué si Dios es tan bueno permite que exista el mal en la
Tierra.
- No lo sabemos, Heliodoro, se le dice para calmarlo.
Pero tienes razón porque es obvio que si Dios fuera omnipotente y misericordioso podría haber creado un mundo
47
Entretiempo
más justo en el que, por ejemplo, las mujeres siempre
quisieran follar, siempre estuvieran disponibles para follar
con todos y que nunca les doliera la cabeza, en vez de
condenar a muchos inocentes a matarse a pajas que es crudelísimo, vaya, poco pío por su parte, pues provoca unos
desequilibrios psíquicos que también podría haber evitado
creándonos sin deseo sexual, como los eunucos, y todos
tan de maravilla, aleluya, aleluya, porque yo más no sé,
Heliodoro, nadie lo sabe ni lo sabrá, hazme caso, le digo,
sin que él atienda a razones porque lo que lo desazona no
es esa cuestión, qué contrariedad, sino lo que reseñan en
un recorte de prensa que señala contumaz con el dedo,
porque dice que la Ciencia está camino de descubrir el origen de la vida y de demostrar la inexistencia de Dios, y
eso será terrible para algunos porque se desmoronarían todas las religiones, los mitos, las filosofías y para ellos será
el acabose porque necesitan una esperanza para poder soportar el no saber de dónde vienen, cuál es su destino y
cuál es el sentido de su vida; aunque a lo mejor no, Heliodoro, ¿sabes?, porque de descubrirse todo eso estaríamos
tal cual que los animales y seguiríamos viviendo como ellos
que tampoco parece que se preocupen mucho por resolver
todas esas inquietudes y viven en su felicidad animal de
olerle el coño a la perra que pasa, follar, reproducirse, comer, dormir y vivir el gozoso regocijo de no cuestionarse
nada, de no hacerse preguntas, de no esperar nada, de no
tener religiones, esperanzas, mitos, ni creencias, en un
comportamiento muy racional de los animales irracionales. Paradojas de la vida.
¿Decías algo? Nada, Heliodoro, que sí, vale, que
tienes razón porque el hombre cada día sabe más, que sabe
48
Antonio F. Marín
menos, y ahora tengo que marcharme pues llevo prisa ya
que quiero vérmelas con el alcalde, cuando sean horas,
adiós, Heliodoro, porque no lo son y entonces tendré que
seguir desempedrando por el barrio antiguo para esperar y
ver si el corregidor me aclara si va o no a autorizar la
compraventa de los terrenos en los que se afinca la Chinica. O si va a proceder a la búsqueda del tesoro bajo la piedra. O si va a permitir la faena turístico empresarial que
maquinaba Al Martínez Capone, pues había leído que quería comprar la barca del Menjú con el propósito de establecer un servicio discrecional de viajeros que los cruzara
al otro lado del río para que pudieran admirar el jardín y la
Chinica con la casa partida. Si le permitían el proyecto,
por supuesto, porque como decía mi lúcido amigo Matías
Camacho «millones tiene, pero no es millonario». Y para
confirmarlo tendrían que volver a acercarme al Ayuntamiento por si el alcalde anduviera por allí, que no está,
según me dicen, y entonces tendré que seguir cantoneando
por la ciudad para jalar del tiempo y ver, ya de paso, si
coincido con aquella chica del pelo cortito que le daba un
aire a la Juliette Binoche de Azul, porque si me diera con
ella podría acercarme y decirle…
…y decirle nada, sabe usted, porque después de
dar algunos barzones por calles y plazas no la he visto y
sólo me he cruzado con algunos residentes que se apremian de sus papelorios con corbata a sus recados con
chándal deportivo. O con esos otros prójimos que me han
adelantado precipitados y que parece que siguen a aquel
otro tipo que oculta una tela roja y amarilla bajo el brazo
en un extraño proceder que me lleva a acelerar el paso para
no perderlos y ver de qué van, buscavidas que es uno,
49
Entretiempo
porque el que los precede se ha detenido en un portal y ha
mirado a un lado y al otro, y de nuevo allí y hacia aquí,
hasta que parece que ha quedado conforme y le ha hecho
gestos a los demás para que lo sigan al interior del edificio
en el que ahora entran con sigilo con su tela roja y amarilla
bajo el brazo porque deben de ser novilleros espontáneos
que se preparan para hacer la luna, para saltar al toro por
los campos de Albacete y coger así experiencia ante los
cuernos de verdad. Será eso, me he dicho cuando he asomado por la explanada de la Esquina del Convento, donde
la iglesia de San Joaquín, ante la que me he parado para
ojearla con detenimiento pues aunque es un austero edificio de construcción franciscana fechado en 1603, sabía que
tenía un gran valor sentimental pues en él tomó los hábitos
el primer historiador de la villa, Fray Pasqual Salmerón,
del que ya había tenido noticias en mi anterior visita cuando anduve indagando si era cierto que había quedado enterrado un tesoro en la casa partida en dos tras caer una
enorme roca del monte. Y sin mucho tino, esa es la verdad, porque sólo había podido esclarecer que la noticia
sobre esos pergaminos, joyas y monedas antiguas sepultados bajo la roca, provenía de la confesión que el antiguo
propietario de la casa le había hecho a un monje del convento franciscano que lo había dejado escrito en un pergamino que, años después, se había encontrado un albañil
mientras participaba en las obras de remodelación de la
plaza aneja al convento.
- Eso suena a contubernio masónico.
- No creo, doctora, porque las cosas son siempre tan
sencillas como parecen y eso de la masonería nos suena
mucho a una especie de cristianismo sin Cristo y sin sota50
Antonio F. Marín
nas, pero con mandil y sociedad secreta que nos recuerda
a un club infantil con contraseñas y entradas ocultas, sin
luz y taquígrafos no vaya a ser que se les vele el negativo,
en fin, decía, porque además uno había averiguado que aquel
albañil le había dado ese documento a unos colegas suyos
que habían intentado llegar al tesoro a través de un túnel
cavado bajo la casa partida por la piedra. Un túnel que se
les vino abajo cuando un terremoto retembló la comarca y
los forzó a huir sin que se supiera más de ellos, pues el
único que los había tratado había muerto de Sida y la investigación quedó cegada en él sin que hubiera por donde
tirar, ni investigar.
Así que una vez que he cruzado la explanada me he
sentado en la terraza de una cafetería que abre frente al
convento para tomarme un agua no muy fría, por favor,
que una vez que me han servido he bebido de un trago
mientras me pregunto por qué la mayor parte de los coterráneos del lugar andan convencidos de que debajo de la
piedra sigue enterrado el tesoro, cuando no había pruebas
congruentes de ello. O al menos uno no había podido hallarlas pues se había cruzado en mis pesquisas aquella
chica tan femenina, melosa y posesiva que me había trastornado el juicio y a la que había perdido para siempre
cuando se enfurruñó, se fue y no me atreví a llamarla quizás por orgullo o quizás por miedo a saber la verdad, o sea,
que lo más probable es que ya anduviera con otro. Y en esa
desventura uno no envida y huye, porque no nos va todo
ese rollo de conquista, celos y rivalidad pues eso sólo queda bien en las películas francesas y en los documentales
del mundo animal en los que los protagonistas muerden,
disputan, ladran y persiguen a la perra para montarla en
51
Entretiempo
una evidente porfía con los demás animales en la que uno
no concursa, gracias, otra vez será, porque no nos va todo
ese rollo pues efectivamente no sabemos sufrir, doctora, y
entonces…
…y entonces, será mejor que vuelva a embragarme
en el trabajo que me había traído al lugar y que procure
desentrañar todos los detalles concernientes al tesoro bajo
la chinica con los que podría redactar un reportaje que
podría vender a alguna revista y conseguir así algunas
perras pues ya anda uno justito y todavía tenía que pagar el
hotel y el billete de vuelta. Y en el entretiempo esperar
para ver al alcalde mientras escudriño el convento franciscano que parece que ha sido restaurado para convertirlo en
un Centro de Cultura por cuya enrejada fachada veo pasar
a las jóvenes mamás que aprovechan el solecito invernal
para ventilar a sus nenes y que les dé el sol con esa placidez de la vida burguesa, con araucaria esteparia, que uno
ya envidia para poder disfrutar viendo crecer al nene o la
nena, e incluso al tener que madrugar para dejarle los juguetes de los Reyes Magos, ver su cara de alborozo al abrirlos y disfrutar de todos esos protocolos tan saludables y
profilácticos, tan burgueses y convencionales como comprarle las aventuras de Guillermo Brown. Sólo eso, porque la única esperanza que nos queda suelta por los bolsillos consiste en seguir la senda de los elefantes y buscar la
muerte en la infancia; en esa sociedad burguesa tan apacible y templada que se desea feliz año nuevo todos los fines
de año y hasta la próxima, adiós muy buenas y a mandar
que para eso estamos, y estaremos, en esta sociedad moderna y civilizada que nos esmerilan los psiquiatras de guardia para servirle a la Ciencia y a usted, gracias, pues se
52
Antonio F. Marín
desviven por ti a fin de centrarte en tu neurosis y que no
desentones en la acuarela pastel que te tienen preparada
como ya hicieron, por cierto, con Claude Eatherly, el comandante de la operación que arrojó la bomba sobre Hiroshima y que cuando regresó a su país con el avioncito,
hogar dulce hogar, fue encerrado, medicado y declarado
oficialmente como un neurótico que no aceptaba la realidad, al mostrar arrepentimiento y sentimiento de culpa por
haber matado a 200.000 personas, según le diagnosticó la
Ciencia. Y lo mandaron a casa, hogar dulce hogar, decía,
donde puedes cobijarte en esas cálidas y felices aventuras en pañales de los Rugrats que te ayudan a esquinar la
amargura, sedarte y no provocar a fin de ser un buen ciudadano que no remueve insolente la convivencia; la placidez del fango del fondo que permite que el agua no se enturbie, quede prístina y que los demás no se alarmen con
tus escándalos, porque El grito del óleo de Munch no va
con ellos pues el que siempre chilla es el vecino de al lado
que es un crispador muy castizo, porque la gente moderna, progresista, sedosa, satinada y sutil no grita, rediós;
los cursiprogres nunca gritan porque estos páparos nuevos
ricos quieren pasar por finos y entonces la réplica de El
Grito de Munch que compraron al peso en la tienda de
antigüedades es como el arte que se oye llover. Y date por
contento, decía, porque ahora mejor me distraigo ojeando
los diarios para saber qué han hecho en mi ausencia, cómo
se las han apañado sin mi concurso, que se conoce que
mal, muy mal, porque según leo un tipo que se llama Kevin Nadal se ha casado consigo mismo en Nueva York delante de 125 personas. No está mal. Yo lo comprendo porque me he casado conmigo mismo desde que tengo uso de
53
Entretiempo
razón, pues ya nací casado conmigo mismo. Luego me divorcié de mí mismo porque me eché una novia formal que
siempre me preguntaba qué pensaba. Las mujeres es que
siempre te preguntan en qué piensas, mayormente cuando
tú estás pensado en el culo de su mejor amiga. Parecen
adivinas. No te preguntan en qué piensas cuando estás comiendo con sus padres, por ejemplo, sino precisamente
cuando estás pensando en el culo de su amiga más íntima.
Son malas, crueles y retorcidas. Pero decía que aquella novia
con la que me uní después de divorciarme de mí mismo,
siempre me preguntaba en qué pensaba en los momentos
más inoportunos. Pues pienso, cariño, en que a lo mejor un
día de estos me animo, busco trabajo y nos casamos, le
respondía yo para reconfortarla. Pero no coló y nos separamos, para volver a casarme otra vez conmigo mismo, aunque como me encontré repetido y seguía dejando la tapa
del váter subida, me divorcie de nuevo de mí mismo para
unirme a otra novia que curiosamente se había divorciada
también de ella misma. Al poco tiempo lo dejamos porque
no nos llevábamos bien, ya que ella recordaba que yo había estado casado conmigo mismo y tenía celos de mí mismo, o sea, del yo mismo con el que yo había estado casado.
A las mujeres es que es muy difícil entenderlas, sabe usted.
Y pasó el tiempo y a punto de cumplir las bodas de plata
conmigo mismo, me divorcié de mí mismo porque estaba
cansado de oírme roncar a mí mismo y me eché esta vez
una novia que nunca se había casado con ella misma, según pude averiguar al poco de conocerla. Eres gilipollas o
qué, me contestó ella cuando se lo pregunté. No, cariño, es
que hay tipos que nos casamos con nosotros mismos. Son
manías. Pues esto se acabó, me espetó ella, porque yo no
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Antonio F. Marín
me voy a casar nunca contigo mismo. Pues vale, porque yo
tampoco me voy a casar nunca contigo misma, que lo sepas. Y nos separamos, para casarme yo otra vez conmigo
mismo y ella con un oficinista del Banco de Bilbao que
pasó por allí y que se conoce que tampoco se casaba consigo mismo porque se casó con ella. Creo que tuvo un hijo
con ella misma, pero no estoy seguro. Eso creo recordar,
aunque en la terraza de aquella localidad del Argaz, decía,
he dejado de desbarrar, he cerrado el periódico y me he
levantado para acercarme a la iglesia de San Joaquín aneja
al convento, pues me había parecido ver que salía un entierro y que entre sus condolientes aparecía un tipo que le
daba un aire a Juan Carmelo del Carmelo, pues lucía su
clásica chaqueta gris por encima de un jersey a cuadros.
Podría ser él, casi seguro que es él porque cuando me ha
visto me ha hecho señas para que me espere pues ya viene
hacia aquí para darme un abrazo, cuánto tiempo, hombre,
me dice, antes de husmear el sabor del tiempo porque hoy
va a hacer piches, piches, me aventura docto, pues él anda
muy cursado en el arte de oler el tiempo cuando no se ocupa de informar a los forasteros de que un día cayó una enorme roca del monte que sepultó una casa, a un carretero y a
sus dos bueyes. ¿Solo eso?..., ¿no sabe nada nuevo? Pues
no, no hay más noticias, me aclara, mientras me anima
con la mano para que lo acompañe detrás del féretro, por
un amigo que se ha muerto, insiste, pues la verdad es que
él sólo había oído que Doña Urraca seguía emperrada en
vender los terrenos de la Chinica a la multinacional MacMarguer para que abriera allí un comercio de hamburguesas, aunque algunos políticos no la dejaban porque son parajes protegidos, según dicen ellos, pero cumpliendo con
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Entretiempo
su altruista deber, según digo yo, señor Carmelo, porque
la política es el más abnegado empleo al que se puede dedicar un ser humano y sólo hay que asistir al comité que
reparte los puestos en las listas electorales para percatarse
de su nobleza.
¿Quieres pipas?, me ha dicho brindándome la bolsa
abierta. ¿Pipas?, pues sí, venga, unas pocas, gracias, que
le he aceptado en la palma de la mano mientras seguimos
detrás del féretro que los parientes cargan a hombros y lo
animo a que me cuente si sabe algo nuevo sobre el asunto
de la Chinica, porque algo tiene que saber, eso es seguro,
¿no?, pues no, no creas, porque sólo se oyen rumores sin
fundamento, aunque lo que si lo tiene, y mucho, es la certeza de que hay mucho hijo de puta suelto, y que no son
políticos precisamente, porque parece ser que los de las
mutuas privadas le han negado a su sobrina el tratamiento
contra la leucemia que necesitaba porque les salía muy caro
y ha tenido que recurrir a la sanidad pública, como siempre
pasa cuando el problema es grave, porque el Gobierno
sigue sin hacer nada para obligar a las compañías a que
los contratos sean vitalicios y cubran todas las prestaciones, incluidas las no rentables para ellos, claro, y aún así
harían marañas porque los hijos de puta nunca duermen y
siempre trampean para llenar la bolsa y quitarse los muertos de encima. Pero cuando vengan los míos todo esto se
acaba, y ya vienen por Hellín, exclama ufano antes de ofrecerme de nuevo la bolsa de pipas por si quiero más, sí,
gracias, unas pocas que he cogido en la palma mientras
seguimos entre el gentío detrás del muerto y me convenzo
de que lleva toda la razón en eso que dice de las mutuas
sanitarias; aunque también sepa que eso no tiene enmienda
56
Antonio F. Marín
porque los suyos llevan ya años, quizás siglos, viniendo
por Hellín, por la población más al Norte del Argaz, y no
se tienen más noticias de ellos; quizás porque los buenos
nunca vienen por Hellín, ni por Tobarra, ni por Abarán, ni
por Calasparra, sabe usted, que es que eso de que el bueno
mata al malo, salva el planeta y se casa con la muchacha
sólo ocurre en las películas americanas aquéllas que veíamos en tecnicolor en cines de barrio como el Teatro Galindo, cuando pateábamos y bufábamos al saltar en la pantalla los estúpidos cortes de la censura o cuando venían
los inevitables lapsos para cambiar el rollo, porque los
buenos nunca suelen venir por ningún lado, porque los buenos, como los Reyes Magos, son los papás, y esto no tiene
enmienda ni remienda. ¿Decías algo? No, nada; que tiene
usted razón, se le dice a Juan Carmelo pues anda uno misericordioso como San Manuel Bueno, mártir y no quiere
despecharlo quitándole la esperanza mientras seguimos caminando entre la muchedumbre detrás del féretro, sí, gracias por las pipas, don Juan, porque lo que me acucia ahora
es averiguar si es cierto que Al Martínez Capone pretende
comprar la barca del Menjú ya que tenía oído que pretendía establecer un servicio turístico para cruzar a los forasteros al otro lado del río, pasearlos por los ubérrimos jardines y conducirlos luego por tierra a los aledaños de la piedra por si gustaban tomarse un piscolabis en la hamburguesería que MacMarguer proyecta construir en la zona.
Pues no sé. ¿No? Pues no, pero no me extraña, porque Al
Martínez Capone sólo quiere ganar más y más perras, porque no tiene hartura, aunque Doña Urraca se opone a que
la multinacional le compre la finca a sus dueños que viven
en la capital, pues ella linda con los terrenos y no permite
57
Entretiempo
que un nuevo rico disponga de un paraje que sólo saben
admirar los espíritus muy finos, como el de ella, que anda
además de pleitos con la Confederación Hidrográfica porque dice que las orillas del río son suyas, pues lindan con
sus tierras, y ella no deja pasar a nadie por allí que no sea
de Dios, lo que se traduce por todo aquél que no se retrate,
vamos, como está mandao. ¿Mandado? Es un decir, hombre, no seas tan susceptible, me reprocha cuando sobrepasamos el Bar Olimpia del cruce con la avenida de Abarán,
vaya por Dios, porque entre unas pipas y otras andábamos
ya muy cerca de la Plaza de Toros y, entonces, joder, joder, lo siento pero me tengo que ir, le he dicho a Juan Carmelo antes de salirme del cortejo y de plantarme de espaldas al coso taurino para pensar qué es lo mejor. Qué hacer.
Porque según veo los condolientes siguen con la caja a
hombros camino del Tanatorio o del cementerio de las afueras y, sin embargo, uno no sabe qué hacer, adónde ir, o por
dónde empezar a currarme aquella historia de la Chinica
que es lo que nos urge, porque antes de despedirme de Juan
Carmelo me había insistido en que la policía local había
levantado acta, atestado o aviso a la superioridad, de que
una asociación de estudios esotéricos se reunía los jueves
de luna llena para invocar a los espíritus del bosque, mediante el procedimiento de desnudarse, cogerse de la mano
y darle vueltas a la chinica el Argaz cantando el corro de la
patata, tachín, tachín; al corro de la patata, tachán, tachán.
O que doña Cordelia Benítez de Aceituno y Sainz de la
Carrasquilla había sido vista repartiendo fotocopias en las
que volvía a ahincar sobre aquello de que la Chinica tapaba el agujero de la fin del mundo y que como la levantaran
se iban a venir todos los males a la tierra. O que el alcalde
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Antonio F. Marín
había manifestado y reiterado su voluntad política para remediar todo aquel gatuperio y que para tal menester ya se
estaban aunando esfuerzos, que es una empresa de mucho
encomio que uno comparte pues siempre nos hemos descornado y desvivido en ese empeño de aunar esfuerzos,
aunque las mujeres, que son muy suyas, suelen negarse
categóricas al menester con la pueril excusa de que sólo
hace tres minutos que te conocen.
Y lo siguen haciendo, claro, aunque en El Argaz y de
espaldas a la plaza de toros, he mirado a un lado, y al otro,
y he decidido seguir en línea recta por la amplia avenida
Juan XXIII que sube hasta la plaza de San Juan Bosco por
donde asoma a lo lejos una chimenea metálica a la que ya
me encamino cuando me he dado con Nicanor Tocando el
Tambor que viene por la acera repicando su bombo sin
venir a qué pues no se oyen tracas, trompetas ni cohetes y,
entonces, ¿dónde vas Nicanor tocando el tambor si no es
feria, ni Semana Santa, ni nada?... ¿es que no te has enterado del atentado de Nueva York?
- ¿Yes?
- Del choque de civilizaciones.
- Ah, sí, claro; pero yo toco mi tambor porque me
gusta, que hay otros que coleccionan botellas de Cocacola.
Y me he quedado maravillado viendo como se aleja
altanero tocando su tambor, joder con el Nicanor, y me he
vuelto para seguir mi camino por esta amplia avenida comercial en la que los niños se apretujan en los portales y
juegan a enviarse mensajes por el móvil, ¿has recibido mi
mensaje Marta?, sí, y eres un marrano, le reprocha ella riéndose, mientras uno percibe que la vida se repite a sí misma,
59
Entretiempo
que cambia el medio pero que el mensaje es el mismo
desde que el australopiteco aquél descubrió el culo de la
Lucy. Y que le gustaba, claro, me he supuesto mientras
enciendo la pequeña radio portátil para saber qué se anda
trajinando la Policía del Pensamiento Políticamente Correcto; esa elite de sabios-ignorantes orteguianos que se
despezuña para decidir por nosotros qué es lo que nos conviene y qué debemos pensar, de serie, para ser unos éticos
ciudadanos con matrícula de honor y diploma acreditativo
rubricado por fulanos bienpensantes, y solventes, como el
que ahora nos advierte de que para reformar la Constitución y dar la independencia a las regiones u/o nacionalidades del país, sólo hace falta que lo decida la mitad más uno
de la población, porque no hacerlo sería seguir lo que dicta
la mitad menos uno. Que es cierto. Pero ese mismo razonamiento sería también aplicable, ídem de ídem, para reformar la Constitución y suprimir las regiones autónomas (o
implantar la pena de muerte), si así lo quiere la mitad más
uno de los ciudadanos, porque no hacerlo sería seguir lo
que dicta la mitad menos uno; además de aplicar tu razonamiento sólo cuando a ti te interesa y suprimirlo cuando
no te conviene que es precisamente la doctrina de los dictadores, o sea, que sí, que parece que, efectivamente, hasta
el más tonto encuaderna los prospectos de las medicinas.
Así que no hay nada nuevo en el corral, decía, que nos
sirva para elaborar un nuevo ensayo de acuerdo con esa
casta que le viene al galgo porque por estos páramos se
opina de todo pues nos han parido en un país de ensayistas/opinadores en el que sin embargo no se tiene ningún
criterio ya que todas las opiniones vienen de fuera pues los
pensadores españoles se murieron en el siglo anterior y hasta
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Antonio F. Marín
la historia la escriben los forasteros. Y entonces no pensar,
cultivar mamarón la resignación laica volteriana y apagar
la radio para bajar a la Tierra, a la acera, donde me he dado
con Guanamino Aguas Salinas que viene andando a pasitos cortos, muy cortos, como sin querer y a cámara lenta.
Un pasito, otro pasito y se para.
- Por qué andas así Guanamino - le he preguntado.
- Porque no tengo prisa, joder, que pareces tonto.
Guanamino Aguas Salinas anda a pasitos cortos y
reparte todos los folletos que le encargan tanto si son de
alguna oferta comercial, como de información municipal;
aunque en esta ocasión los que ofrece son los del Circo
Ática, el coloso de tres pistas, gracias Guanamino, que parece que ha emplazado en las afueras y al que quisiéramos
acudir porque nos trae remembranzas de la infancia, cuando las lonas y los mástiles de los circos despuntaban entre
el polvo o el barro y los niños corríamos a ver a los famélicos leones que se alimentaban con la carne de unos burros que habían matado allí mismo a hachazos y que les
habían comprado por cuatro duros a los lugareños pues
estaban enfermos o eran ya viejos. Muy viejos. Aunque lo
que a uno lo afogara ahora no es volver al circo de la infancia, sino encontrar a mi Becky Thatcher; a aquella chica de la que había amado hasta las cosas que tocaba, las
prendas que vestía y el agua que la bañaba, según le decías
embebido cuando ella se levantaba para entrar en el cuarto
de baño, y tú aprovechabas para pegar la mejilla a las cálidas sábanas que había ocupado y arrullarte a la tela para
sentirla través del aroma que había quedado de ella y que
te calmaba, y calma, como la araucaria al Lobo estepa61
Entretiempo
rio, tu araucaria, con la que ahora no puedes seguir ensimismándote, vaya por Dios, pues por las calles de El Argaz tropiezas de pronto con unos vecinos que parece que
arrugan sus trámites y negocios en el ceño y te obligan a
bajar a la tierra; a esta plaza a la que acabas de llegar en
la que se ubica la nave-iglesia de San Juan Bosco y en cuya
rotonda central se alza la rimbombante chimenea metálica que da paso al moderno bulevar de José Antonio Camacho en el que los jubilados se sientan junto a algunos inmigrantes que han huido de la miseria pagando a las mafias 1.500 dólares para poder acercarse a la decadente y
capitalista civilización occidental en la que coco con codo
y solidarios con nuestra causa, bregarán por conseguir su
dignidad de seres humanos para que se les permita trabajar
más para ganar más y poder comprarse una cama mejor en
la que descansar más, para ganar más y convertirse así en
unos ejemplares ciudadanos que cagan, comen, follan,
duermen, trabajan, van al fútbol, ven la telebasura y vuelven a trabajar más para ganar más y poder comprarse una
cama mejor, etcétera, etcétera. Toda una proeza cultural
que nos lleva a darles la bienvenida a Isla Capital, a la explotadora sociedad capitalista que uno desprecia pero a la
que los demás se matan literalmente por llegar para alcanzar su dignidad de ciudadanos y poder ser así explotados
como los naturales, en igualdad de condiciones, pues la
Constitución ampara que todos somos iguales ante la explotación y no se puede discriminar a nadie por razón de
religión, sexo, raza o tamaño del pene; es decir, todos debemos ser igual de explotados e integrados en la sociedad
con paridad de derechos de explotación para que, según
veo, puedan entablar ahí mismo tratos comerciales con Al
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Antonio F. Marín
Martínez Capone; aquel vecino que luce el cinturón por
debajo de la barriga o la barriga por encima del cinturón y
que suele exigir, dando palmas por bares y tabernas, que
el Estado no intervenga en el mercado para que se regule él
mismo con libertad pues cree que la sociedad debe librarse
de él con el mismo criterio, sintonía y hermandad que profesaba Al Capone, su padrino compadre americano, al que
también le molestaba mucho el Estado porque le impedía
prosperar y hacer lo suyo, de las suyas, como parece que
le ocurre a Martínez Capone, su homólogo español, que
para tan venerable menester de crear riqueza y repartirla
(como él ya ha hecho entre sus múltiples cuentas bancarias), parece que ha comprado la mayor parte de las tierras
comarcanas a El Argaz para que cuando se las recalifiquen
con los planes de ordenación urbana pueda crear riqueza y
empleo para todos, según se ufana en plan franciscano por
bares y terrazas, si además, claro, se le permitiera pagar
menos impuestos porque en esto también comulga con su
cofrade americano y no quiere que éstos amenacen sus
inversiones y la creación de riqueza. Sobre todo eso, he
exclamado mientras doy la vuelta a la rotonda frente a la
iglesia de San Juan Bosco y el instituto de secundaria Diego Tortosa, de donde veo salir bulliciosos a los adolescentes que aprovechan el recreo para correr en busca de
las tiendas cercanas a fin de comprarse los bocadillos que
engullirán en el paseo de José Antonio Camacho que parte
de esta plaza circular en cuyo centro emerge priápica la
chimenea metálica que, según veo al pasar, se sustenta en
una base lacada con azulejos de colores de un estilo Gaudí
que también ha inspirado los bancos que se reparten por
las aceras que circundan esta rotonda y en los que se arre63
Entretiempo
molinan unos jóvenes que parece que aguardan en cola
para subir a un autobús con el propósito de manifestarse,
según deduzco al ver que cargan con unas pancartas que
espolean ese peculiar olfato periodístico del que uno ya
dio señas a muy corta edad cuando redactó un primer reportaje en el colegio en el que informaba de quién fumaba
en los lavabos, y quién hacía novillos, con un gran rigor y
veracidad periodística: expulsaron a tres.
Aunque estos muchachos de aquí parece que se manifiestan para salvar el planeta pues según me dice la niña
que me da el folleto, resulta que no lo estamos cargando
con la contaminación y el calentamiento global, ¿de verdad?, sí, claro, me dice ella sin dudar, cuando uno duda y
no sabe qué decir porque conviene recordar que el hombre
es hombre gracias a un desastre ecológico pues todos procedemos de un cataclismo de la naturaleza que permitió
que desaparecieran los dinosaurios y que fueran sustituidos por los mamíferos, por nosotros, que somos el resultado de la extinción de una especie, de los cambios climáticos y de las sucesivas catástrofes ambientales que permitieron la desaparición de los bosques, que el mono se pusiera en pie y que avanzara hacia una nueva civilización,
pues si alguien se hubiera opuesto a la extinción de los
dinosaurios nosotros no estaríamos aquí, no seríamos seres humanos, por lo que si nos oponemos reaccionarios
a que pueda haber una nueva evolución nos estamos negando a que pueda surgir un nuevo hombre más avanzado
pues nadie echa de menos a los extintos neardentales y
nosotros quizás seamos sólo un paso más en la etapa de la
evolución hacía ese nuevo ser humano más logrado, en fin,
ya sabes, por lo que no podemos ser tan retrógrados y
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Antonio F. Marín
cavernícolas para negarnos al progreso y a la evolución.
¿Verdad que sí?, le he preguntado a la chica para saber su
opinión, contrastar pareces y aunar esfuerzos que posibiliten el diálogo si fuera posible, que parece que no, porque
como he visto que frunce el ceño y aprieta los puños, he
deducido que los esfuerzos que uno hace por dialogar y
establecer pautas de consenso no son correspondidos por
ella, ni por sus compañeros de aventura que hacen ademán de echar mano de los extintores con propósitos poco
claros o que, en su defecto, tengan algo que ver con la extinción de incendios, por lo que me he visto constreñido a
rememorar la sabiduría de Mark Twain, el genial escritor,
que cuando supo que el tipo con el que se había citado para
un duelo era un experto tirador, se montó en una diligencia
y salió corriendo sin dar más explicaciones.
Así que uno echa a correr, por aquello de las moscas,
sí, hasta que al llegar a una esquina me he detenido resollando y me he asomado para ver si los puntillosos niños
me siguen todavía por las calles pues parece que no vienen, de frente, porque a mí espalda oigo un ruido que me
hace volverme, vaya por Dios, cuánto tiempo, le he dicho
a uno de ellos con voluntad de dialogar y animarlo a que
se siente en este pollo de aquí, ¿vale?, donde podremos
realizar un ejercicio de terapia de grupo respirando hondo,
así, así, antes de cerrar los ojos, tragar saliva y volver a
respirar profundamente…así, …así…, respira hondo. Y
ahora repite conmigo: hay alguien que no piensa como yo
y tengo que aceptarlo; hay alguien que no piensa como yo
y tengo que aceptarlo, le he insistido al muchacho antes de
largarme de allí escopetado para ponerme a salvo. Aunque
se conoce que como diría el clásico, escapé del trueno y di
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Entretiempo
con el relámpago, joer, porque una vez que me he alejado
de la plaza hacia las afueras, por la avenida que conduce a
la Estación de Autobuses, he advertido que un sujeto me
hace señas a lo lejos agitando un trapo desde lo alto de un
cabezo en forma de maceta invertida al que conocen por el
Cabecico Raya y por cuyas peladas laderas los niños se
tiran montados en cartones como si se tratara de una pista
de esquí, polvorienta, claro, porque nieve, por esta zona
de Dios y de los Nazaríes, no se estila, no cae, no se conoce, no se recuerda, porque estás son tierras de secano, de
secarral bendito cuando corre el agua que fertiliza, da vida
y ofrece unos buenos frutos como las lechugas murcianas
que ya se mencionan en El Lazarillo, suponiendo que pueden regarlas, claro, porque por aquí el agua corre poco,
sabe usted, y de ahí la brega de estas buenas gentes por
conseguirla para sus lechugas, sus frutales o la hierba para
el golf, tal y como ya hicieron a la sazón otras regiones del
Norte cuando construyeron las pistas de esquí en el Pirineo
catalán o aragonés para atraer a los turistas y poder así sacarle fruto a lo que daba su tierra, ya sean alcachofas, nieve
o una hierba para el golf que a los de estas tierras se les
niega porque en este país de cuchufleta, cantimpalo y
chichinabo sólo pueden construir campos de golf los cursiprogres nuevos ricos que se colocan en los primeros bancos del altar mayor del templo de la Kultura políticamente
correcta. Sólo los millonarios progresistas y las elites cursiprogres, a los que no hay que buscar por la Casa del Pueblo, sino por los ranking de la revista Forbes. Que va a ser
eso, he concluido mientras me acerco al cabezo aislado de
las afueras bajo cuya falda discurre la vía férrea MadridCartagena donde he podido corroborar que el sujeto que
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Antonio F. Marín
gesticula con la camisa en la mano es el Cabo Machichaco; aquél vecino que se subía a la rama de un árbol para
proclamarla independiente de otra rama del mismo árbol,
del mismo bosque, del mismo páramo, de la misma Región y del mismo planeta, según suele postular el susodicho, que ahora arrecia los gestos para que me acerque a la
ladera de su cabezo, me supongo que para declararlo independiente y cacarearme su prurito reivindicativo que no
estoy dispuesto a volver a oír, Machichaco, pues me recuerdas a Rigoberto Cejijunto; aquél colega del Norte con
el que uno trabajó en una revista y que siempre andaba
renegando de la obligatoriedad de ser español porque él se
sentía ciudadano de su país natural, de su región autónoma
y no del conjunto del Estado, según solía objetar con un
criterio que uno suscribe, claro, faltaría más, porque mientras aquel pelafustán rezongaba de su origen, el genial pianista y director de orquesta, Daniel Barenboim, pedía la
nacional española pues decía sentirse orgulloso de ser español; de donde se trasvina que el quiera salir que salga y
el que quiera entrar que entre, puertas abiertas al campo y
cada que uno cague donde mejor le pete o no le dé el relente.
Y a ti Machichaco que te vayan dando, se le dice sin
ánimo de menoscabo, u ofensa, porque no nos va a oír,
sabe usted, pues ya me he alejado del cabezo y he vuelto
al paseo de Camacho donde me he sentado en un banco
para decidir qué hacer, por ejemplo...
...por ejemplo acercarme al Centro de Cultura para
papeletear en la biblioteca la historia de la localidad redactada por el padre Salmerón (aquel monje que habitó en el
Convento franciscano) y ver si me aclaraba aquel asunto
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Entretiempo
de la Chinica del Argaz. Es lo que procede, me he convencido mientras me levanto y me acerco callejeando a un edificio que se asemeja a una nave fabril pues en realidad se
trata del inmueble que a la sazón albergó una industria catalana textil que se conoció por Géneros de Punto y que
tras su cierre empresarial fue rescatada como Centro de
Cultura para albergar el auditorio-cine Aurelio Guirao y
diversas dependencias municipales como oficinas, salas de
estudio y una biblioteca pública en cuya puerta me he tropezado con dos chitos que parece que abusan de otros tres
niños inmigrantes norteafricanos que, asustados, asienten
con la cabeza a la extorsión de estos pequeños ciudadanos
que se aprovechan de la inseguridad de los recién llegados
para obligarlos a que no hagan nada, no lean cuentos, ni
jueguen en los ordenadores de dentro sin que ellos lo sepan y den su permiso, ¿entendido?, le dice el pequeño chuloputas arrimando la cabeza contra uno de ellos que procura zafarse, sin conseguirlo, obligándome a inmiscuirme
entre ellos para separarlos y llevarme dentro a los extranjeros sin hacer caso a las amenazas de uno de aquellos pequeños bravucones que, por supuesto, se lo va decir a su
padre. Y éste me va a partir la cara, me ha amenazado el
matasietes cuando ya entraba en la Biblioteca y dejaba dentro a los asustados inmigrantes para enfrascarme en mis
negocios, cuanto antes, pues quería consultar la historia
del Padre Salmerón e incluso la posterior de Ramón María
Capdevila si no estaban en uso, claro, que si lo están, en
fin, porque cuando he atravesado la amplia sala guarnecida
de estanterías en las que convive desde hace siglos un singular multiculturalismo, he visto, maldita sea, que no están en su sitio pues se conoce que alguien los ha reclama68
Antonio F. Marín
do. Y entonces…
…y entonces será mejor que pida la vez en los ordenadores para navegar por Internet y buscar más información de la «Chinica del Argaz», o quizás de la «Chinica el
Argaz», según le he pedido al buscador Google que al instante me ha devuelto la reseña de una página web del Ayuntamiento en la que se da cuenta de que el pleno de la corporación municipal había aprobado en 1.999 el Plan Especial de Protección de la Sierra de la Atalaya y el Menjú,
que entre otras cuestiones impedía la autorización de actividad alguna en los lugares en los que existan razones que
permitan suponer la existencia de yacimientos o restos arqueológicos enterrados que pueda acarrear su destrucción
o deterioro, sin que previamente se hayan realizado las
oportunas investigaciones arqueológicas. Y entre esos lugares protegidos se especifica el despoblado islámico de
Medina Siyâsa, las pinturas rupestres de Los Cuchillos, la
ermitica del Santo, las infraestructuras hidráulica de El
Menjú, el Molino de Teodoro, la balsa de Herradura (o
antiguo molino de Viento), la Casa de Rovira, el Puente de
los Nueve Ojos, los jardines de El Menjú, el Puente de
Alambre, el puente de la acequia Andelma, la vereda del
Puente y también, ¡aleluya!, la Chinica del Argaz, vaya, o
sea, que no se podía construir, edificar o instalar allí industria, negocio o actividad alguna sin el preceptivo visado municipal, por lo que todo aquella historia de la venta
del terrenos, la ubicación de una hamburguesería, el levantamiento de la piedra para sacar el tesoro o los proyectos
turísticos de Al Martínez Capone tendrían que ser revisados y avalados por la administración municipal. Se supone, claro. Sobre el papel.
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Entretiempo
Tenía que ver al alcalde, eso era crucial, pero antes
podía aprovechar para leer los periódicos que todavía no
había leído y me he sentado en las mesas bajas de los niños
que son más cómodas, procurando que estos no me distraigan con sus juegos, mayormente, cuando le meten a sus
amigos en las carteras algún libro de las estanterías para
que al salir piten en el detector de hurtos de la entrada y se
sofoquen en la puerta de vergüenza en plan Bart Simpson,
«yo no he sido, yo no he sido», que suelen exclamar abochornados entre un relincho infantil que en realidad no me
importuna pues lo que de verdad me distrae es la actitud
de una preciosa chica morena con el pelo recogido en una
cola de caballo que se sienta frente a mí y que ha levantado
la vista de los folios, me ha mirado con sus rutilantes ojos
negros y me ha saludado con una esplendente sonrisa que
me ha henchido el alma, y algo más, pues se la ve muy
seductora con su piel morena natural, su pelo lacio recogido en una coleta que deja libre su esbelto cuello en el que
aparece un pequeño lunar, y, sobre todo, por su dulce sonrisa que le marca un gracioso hoyuelo en la barbilla. Es
preciosa. Y cuando me ha vuelto a sonreír, me he levantado, la he saludado y he sabido que se llama María, que
estudia segundo de Matemáticas en la Universidad de Murcia y que, ¡oh cielos!, tiene 19 añitos, madre mía, casi una
niña. Y las niñas no suelen gastar esa orfebrería textil en
lencería que a uno, fetichista confeso, tanto le gusta desde
siempre, desde aquélla novia que tuve que siempre se ponía
para mí las medias con costura y talón («talón cubano»),
que su madre me daba de recuerdo y que yo le regalaba a
ella para que las luciera porque así todo quedaba en familia. Es que tenía mucha confianza con ella. Con las dos.
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Antonio F. Marín
Pero también con la hija. Y eso une mucho, se piensa uno
en aquella biblioteca del Argaz, donde me he dejado de
chanzas, me he despedido de aquella chica, adiós, adiós, y
he regresado a mi mesa para enfrascarme en la lectura de
esta columna de opinión de un pureta muy conspicuo que
durante la dictadura fascista cobraba por escribir unos
artículos muy aseados en los periódicos del Régimen en
los que protestaba subversivo por lo sucios que estaban
los arcenes de las carreteras y que años después, cuando el
dictador se murió en la cama, se nos apareció de sopetón
como demócrata de toda la vida, junto a otros colegas, también demócratas de toda la vida, con los que se suele reunir en su bar predilecto para tomarse unos whiskyses y
arreglar la injusticia del mundo «porque los problemas hay
que solucionarlos en esta vida y no en los paraísos de la
otra como prometen las religiones», según pontifica con
mucho tino porque eso que dice es inapelable y a ello se
dedican las decenas de misioneros que son asesinados cada
año, en esta vida, por desvivirse por los demás en los países pobres sin cobrar un duro, sin cámaras de televisión y
sin esperar a que el paraíso en la otra vida solucione los
problemas. Ni tampoco a que los solucione el reputado
columnista y sus amiguetes mientras apuran el whisky,
porque se conoce que los misioneros comulgan con que
hay que solucionarlos aquí, en esta vida, en el tajo, predicando con el ejemplo y dando la vida por el prójimo viviendo entre el SIDA, la guerra, el hambre y la lepra, porque no me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me
tienes prometido, según el clásico. Así que no nos priva tu
solidaridad satinada baja en calorías, decía, y digo, mientras cierro el periódico y salgo del Centro de Cultura pues
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Entretiempo
quiero acercarme al consistorio para vérmelas con el alcalde; si puedo, claro, porque cuando he cruzado la Esquina
del Convento ha comenzado a lloviznar y he optado por
desistir de mis propósitos y volver al hotel pues me da el
agüero de que se avecina un día de esos que se apagan
ventosos y cenizos entre nubes de plomo y algodón que
pesan, y mucho, según veo cuando me he asomado al Balcón del Muro y he visto que la huerta parece como nevada
pues las flores blancas de los frutales yacen esparcidas por
el suelo después de que el aire las haya desparramado al
albur de la ventolera.
Así que he buscado cobijo en el hotel y he subido a la
habitación para echarme vestido y exhausto sobre la cama,
donde me he quedado ensoñado con la arrulladora imagen
de la chica aquella tan mona a la que había venido a buscar
y que había suavizado la aspereza de estar vivo cuando se
levantaba de la cama para poner la canción What a Difference a Day Makes de Dinah Washington, y se volvía hacia ti sonriendo para cogerte de las manos, levantarte de la
cama y sacarte a bailar mejilla con mejilla, mientras os
movéis abrazados por la habitación dando vueltas al compás de la música, vuelta tras vuelta, hasta que de pronto te
despiertas y compruebas, maldita sea, que había sido un
sueño y que has debido de dormir durante horas. Sin interrupción. Sin los bruscos despertares de antaño cuando caías
desparramado en someras dormidas tras noches de alcohol y madrugadas de buscar bares todavía abiertos por las
afueras o por las gasolineras que no cierran. Y si quieren
servirte, claro, porque en la mayoría de ellos no lo hacen y
has de sobrellevar que los que se apoyan a tu lado en la
barra te escruten de perfil malmirados porque ellos han
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Antonio F. Marín
madrugado para trabajar y se recelan que tú vienes a la
cama en la que al día siguiente te despertarás al ritual de
saberte otra vez vivo y con la certidumbre de que tendrás
que echar mano de la botella de debajo de la cama, aún en
ayunas, si queda, que no queda, joder, joder. Y entonces
habrá que buscar alguna taberna abierta por las afueras
donde aún no te conozcan porque no has dejado la trampa
y donde el poco dinero que te queda cunde más y te da para
más tragos; unos pocos en ayunas para paliar las otras
ayunas del alma y, mayormente, los tembleques mañaneros que esta vez no se sienten, desde luego, porque cuando me he levantado vestido y arrugado, me he sentido mas
templado y resuelto a seguir trabajando así que me dé una
ducha, me cambie y baje a desayunar si son horas, que no
lo son porque es muy tarde y toca el almuerzo. Y entonces…
…y entonces será mejor comer algo más consistente,
gracias, pongamos que ese primer plato que he visto anunciado en el menú de la entrada que creo que llaman «ensalada de col», o «picantosa», por favor, pues había leído que
consistía en una ensalada de col con pimentón y ajos secos
que debía de estar riquísima; aunque de segundo preferiría
el potaje ciezano pues me han dicho que se cocina en olla
con alubias, patatas, acelgas y bacalao. ¿Y de postre? Pues
café sólo, gracias, a ver si me despabila y puedo seguir
indagando lo del tesoro de la Chinica y aprovechar, ya de
paso, para buscar a la chica aquélla que había visto por las
calles de la localidad. Suponiendo que sea ella, claro, me
he planteado poco después cuando he bajado del hotel y
me he encaminado hacia la ciudad por el Paseo de Ronda
que circunda el barrio antiguo y que separa a un lado la
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Entretiempo
frondosa huerta y al otro el casco viejo en el que las humildes casitas parecen que se apoyan en las casonas que antaño poseían los señoritos y que ahora ocupan los nuevos
señoritos que antaño fueron pobres, que es que se conoce
que la vida da muchas vueltas, sabe usted, aunque a algunos siempre los pille debajo, vuelta tras vuelta, que debe
de ser cosa del amaño de algún bergante para que la rueda
siempre les toque en la peor parte que el muy fullero parte
y reparte, que va a ser eso, porque los menesterosos siguen apilados en las viviendas sociales o en las humildes
casas y casones del Cabezo de la Fuensantilla, vuelta tras
vuelta, que a algunos siempre les pilla debajo, decía, mayormente por los ejíos y las casitas que se arriman teja
con teja en diferentes alturas hasta la misma torre de la
basílica de la Asunción, desde cuyo campanario se tocaban antaño las horas a los agricultores para que se recogieran, para que volvieran pronto porque estaba a punto de
anochecer y hay que volver, echarse la azada al hombro y
regresar al pueblo cruzando el Puente de Alambre, o de
Hierro, para subir luego por las cuestas que lo elevan sobre
la huerta como esta de aquí que se conoce por la de Cosme,
y por la que he subido resoplando para aparecer poco después por la calle Hontana que según veo campa en alto
sobre los ejios de la huerta y desemboca en la plaza de la
Esquina del Convento, frente a la iglesia y convento franciscano, donde me he parado para saludar a Rosario Lucas
Benavides; un anciano que se sienta en las escalinatas de
la iglesia vestido con su chaqueta gris marengo y las pantuflas con las que ha salido de casa, mientras acuna en su
regazo un pequeño transistor de radio con el que sigue los
partidos de fútbol ya que no le queda más remedio, según
74
Antonio F. Marín
me explica, porque ahora todo es de paga, hasta el fútbol,
y él con su pensión no puede suscribirse a los canales de
televisión privada, ni acudir a un bar porque consume poco
y no le dejan sitio en las mesas o en la barra, por lo que
apela a lo que ya hacía su abuelo hace años: buscar un banco o unas escaleras y pegarse a la radio, porque ya ves tú,
niño, toda la vida trabajando y a la vejez viruelas, joder,
claro, porque se conoce que vamos progresando, he convenido con él, y volvemos a las mañas del siglo pasado pues
es probable que dentro de poco le cobren a usted también
un canon por oír la radio porque todo no puede ser gratis y
hay que costearlo, cotizarlo y pagarlo todo desde que naces hasta que te entierran. Y darte por pagado porque el
estado del bienestar te permita recoger las cáscaras de
altramuces que algunos van tirando con sus tributos y no
enfurruñarte nunca porque haya otros pobres, más ricos
que tú, que recogerán las cáscaras de langostino que otros
van dejando caer con sus impuestos porque siempre habrá
clases en la recogida de las cáscaras del conde Lucanor,
verdad usted, le he comentado a Rosario Benavides antes
de preguntarle por su compadre Juan Carmelo, del que dice
no saber nada aunque cree que lo más probable es que esté
con su sobrina que anda algo pachucha. ¿Sí? Sí, eso he
oído, me comenta mientras señala con la barbilla a una
moza que pasa y que, según dice, es muy trabajadora pues
se emplea en limpiar las escaleras de varios edificios y además es muy vivaracha porque con tan solo trece años se
quedó preñada de un operario forastero que cavaba zanjas
para una empresa de cable y al que ella no quiso volver a
ver porque en realidad el que le gustaba era su otro compañero de trabajo, el Telesforo, pues con el Jonathan sólo se
75
Entretiempo
había acostado para darle celos a éste. Eso decía. Y luego
se quedó preñada de un pipiolo mecánico fresador del que
también se enamoró porque parecía un galán de cine, pero
al que también largó poco después porque conoció a un
encofrador cachitas del que se volvió a quedar preñada.
- Es que la Lorena es una chica muy moderna –me
aclara.
- Sí, lo que pasa es que ella todavía no lo sabe.
Me supongo claro, le he dicho al despedirme de él
precipitado porque de pronto, oh cielos, me ha parecido
ver a la chica aquella a la que andaba buscando y he corrido para acercarme al principio del bulevar pues la había
visto entremezclarse con los vecinos que lo cruzan para ir
de este bar a la caja de ahorros; de ese bar al Registro de la
Propiedad; de este bar al Juzgado de allí enfrente, o de
aquel bar a la asesoría laboral de más allá por cuya puerta
la he vuelto a ver pasar mientras corro detrás de ella, de su
culo mayormente que no tiene pérdida, hasta que al llegar
al final del bulevar ha girado por la carreterica de Posete y
lo he perdido pues al asomarme no lo he visto, joder, que
otra vez se me ha vuelto a escapar, suponiendo que fuera
ella, claro, maldita sea. Y entonces…
…y entonces será mejor volver al hotel porque hay
días en que no está una para nada y además de no saber
qué ponerse, no sabes a qué atenerte pues parece que se
avecina un día de esos tan aciagos en los que no sólo que
no te aguantas a ti mismo, sino que se te hacen insoportables los demás y procuras huir de su compañía. De todos,
sin excepción, ya sean nativos, inmigrantes e incluso extraterrestres, claro, porque si por ahí dicen que no estamos
76
Antonio F. Marín
solos, uno se espeluzna de que de verdad eso sea cierto
porque sería añadir a la insoportable levedad de los terrícolas, la insoportable levedad de los extraterrestres; demasiada pesadez para ser cierta porque ya no sabe uno dónde
va a tener que esconderse, se siente, porque por ahora sólo
se añora la compañía de aquella chica tan femenina, melosa y posesiva con la que solía quedarme eclipsado cuando se sentaba en el borde de la cama para ponerse las braguitas, la falda y unas medias con costura que uno le arrebataba de las manos, déjame, por favor, le decías, para
arrodillarte entre sus muslos y colocárselas con mimo, porque eres la fantasía hecha carne de cualquier hombre, añades embelesado mientras se las pones meticuloso para que
no le hagan arrugas y la miras a los ojos para decirle que la
quieres, que la querías, y mucho, como aún crees que sigues queriéndola pues la ves reflejada en todas las mujeres con las que te cruzas y eso no es normal, hombre, porque deberías dejar de soñar despierto como un botarate y
aceptar de una vez que es improbable que ella esté de
nuevo por aquí porque la última vez que la viste se fue muy
encorajinada y lo más probable es que no quiera saber nada
de ti, claro, me he pensado mientras me paro y doy la vuelta, para acercarme a la plaza del Ayuntamiento porque
después de todo casi es preferible que no sea ella porque si
la volviera a ver quizás me quedaría de nuevo patidifuso y
farfullaría boberías, sabe usted, que es que uno es algo apocado y con ellas no sabe a qué atenerse desde que a los
once años, o así, una niña se acercó a mí en el colegio y se
sentó a mi lado en el banco en el que merendaba.
- Oye, que somos novios.
- ¿Sí?
77
Entretiempo
- Sí.
- Bueno.
Y se fue con sus amigas que se sentaban en el banco
de enfrente para cuchichear con ellas y volver en seguida
para informarme de los planes que había proyectado para
el futuro y de cómo sería el devenir de vuestros días a partir de ese momento.
- Oye, que ya no somos novios.
- ¿No?
- No.
- Bueno.
Así que desde muy temprana edad uno tuvo una conciencia muy evidente e inequívoca de qué era aquello que
los adultos llamaban enigmáticamente como eterno femenino y que de enigma no tenía nada. En absoluto. Estaba
muy clarito. O al menos tan claro como la certidumbre que
puedes tener ahora de que aquélla chica que cruza por la
plaza Mayor se parece ella, oh cielos, y entonces será conveniente que te serenes y que te escondas detrás de la esquina para que no te vea si se vuelve para mirar, que no
mira, porque cuando has asomado de nuevo la nariz has
visto que ya no está y que la has vuelto a perder, una vez
más, sin que puedas explicar tal malaventura dado el notorio y celebérrimo éxito que siempre has tenido con las
mujeres. Con las feas, sí, porque las guapas se iban con el
guapo y te dejaban a ti al cuidado de su mejor amiga. «Que
os divirtáis», decía la muy zorra mientras se iba del brazo
del otro.
- Es que en la mujer hay que buscar la inteligencia.
78
Antonio F. Marín
- Sí, doctora, y sigo buscando. No desfallezco.
A ella, claro, pues uno aún cobija la esperanza de
volver a su lado si no nos hemos dejado llevar por el llamado síndrome de Clérambault que hace creer al que lo padece que su amada le habla exclusivamente a él a través de
sus miradas, sus conferencias o sus escritos en los que el
infeliz ve unos mensajes crípticos amorosos que sólo van
dirigidos a él y que lo hacen sentirse ridículamente correspondido. Grotesco, sí. Y entonces sé precavido, aléjate de
allí y métete en este bar que se llama 4 Esquinas (desde
1892), para tomar un café y entrar ya de paso en los aseos
donde puedes estar meando cara a la pared y leer la pintada de un fulano que ha escrito: «Iglesia fascista». Puede.
Quizás. No sé, porque no hay tonto que no sueñe con pintarle unos bigotes a la Mona Lisa. Aunque uno no sabe, ni
se pronuncia, porque no es objetivo en el particular pues
esa «Iglesia fascista» es la única institución de la que nunca nos han echado. Cosa curiosa. Nos han expulsado del
colegio, del instituto, de las organizaciones juveniles, de la
Marina y hasta se nos ha querido prohibir el regreso al
psiquiátrico, joder, qué cosas, pero esa Iglesia católica fascista siempre nos ha amparado aunque fuésemos impertinentemente borrachos y nos ha absuelto con infinita paciencia acogiéndonos sin pedirnos explicaciones, ni echarnos en cara ningún reproche, lo cual que nunca han hecho
los presuntos antifascistas que nos han censurado, marginado, amenazado, injuriado y vuelto a censurar. De forma
laica, eso sí, todo un detalle. ¿Hablamos de fascismo?...
Aunque mejor lo dejamos correr porque esta agua
no la vamos a beber y, mayormente, porque esto de andar
79
Entretiempo
meando y dándole a la perquisición metafísica no parece
muy canónigo, vaya, por lo que te la escurres, te lavas las
manos y sales de prisa para acabar el café y volver a la
calle donde me he cruzado con algunos vecinos que cargan
con papeles en los brazos o con carteras de mano, cuando
no tiran de los carritos de la compra o se paran para vocear
por el teléfono móvil en una actitud que uno comprende, y
comparte, porque también me he enchufado a la radio portátil para comunicarme y oír a un tertulio que aboga por la
legalización del matrimonio entre hermanos, padres e hijos, porque es un vínculo que se ha dado en muchas culturas como la Egipcia, se da en el mundo animal, era habitual
en los relatos del Antiguo Testamento, los estudios de ADN
demuestran que no existen problemas consanguíneos y sólo
lo condena la Iglesia (ergo, tiene que ser bueno). Así que
no cabe denostarlo ya que cada cual es muy libre de hacer
con su vida lo que le venga en gana y no se obliga a nadie
a ser incestuoso, en fin, o sea, que lo que tienen que hacer
los que están en contra del incesto es no casarse con su
hija, con su madre o con su hermano, pero ha de dejar a los
demás la libertad de tomar sus decisiones. Ta chulo. Un
razonamiento de una lógica aristotélica. A lo menos. Tanto
o más que las cuestiones que debaten en esta otra emisora
y que parece que son de mucha enjundia y vuelillo.
- Quién puede poner límites a mi libertad sin que yo
deje de ser libre – se pregunta un prójimo.
- Un semáforo
- ¿Cómo dices?
No, nada; no decimos nada porque se supone que en
una democracia soleada y con muchos armarios, uno tiene
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Antonio F. Marín
el derecho a callar, a que no te pidan tu opinión cuando no
tienes nada nuevo que decir, además de poder elegir quién
te opina cambiando de emisora a esta otra en la que un tipo
al que conocen por Juanete Tira Millas, se nos desparrata
quejicoso porque el cacique de su jefe que a la sazón posee
el periódico y la radio más oída, una cadena de televisión
local, el monopolio de la televisión digital y algunos periódicos deportivos y económicos, no disponga también de
la televisión en abierto más vista pues eso atenta contra la
libertad de expresión, según nos bravea el fulano muy flamenco y bravucón, se conoce que porque se recela que todo
aquél que no esté de rodillas a su lado lamiéndole el culo a
su jefe, usted me manda, señorito, es un reaccionario que
viola esa libertad de expresión al no emplearse marranilla
en el oficio más viejo del mundo que en este país no es el
de puta, sino el de lameculos cursi y repulido que bien podría haber figurado en el sórdido y grotesco mundo de Solana o en las pinturas negras de Goya con el título de el
gran cabrón lameculos.
Desagradable, muy desagradable, sabe usted. Y tanto o más que lo que nos notician ahora sobre Bangla Desh
donde hay meses de hambruna en los que el remedio para
que los niños no sufran es rezar para que se duerman y que
dejen así de llorar y de padecer por el hambre, porque pese
a las frontispicias declaraciones de derechos humanos no
pueden ejercer como personas al no haber nacido en el
lugar correcto y tienen ya de partida privado el derecho a
la igualdad de oportunidades por un simple accidente biológico, en fin, que se supone que deberíamos hacer algo
como facilitarles que planten maíz y que suscriban el Tratado de Libre Comercio para que ellos mismos puedan
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Entretiempo
vendernos su maíz. Si pueden, claro, que no podrán, porque como el nuestro está subvencionado y tendrá mejor
precio que el suyo, tendrán que comprarnos el nuestro que
es más barato si tienen los dineros para ello, que no lo tendrán porque no habrán podido vendernos el suyo, y entonces tendremos que darles trabajo en nuestras tierras para
que puedan ganarlo trabajando nuestro maíz y que así puedan comprarnos estos vaqueros Perquís 501 con los que
podrás ligarte a la chica/o más guapa y casarte con él/ella
para trabajar más y poder así ganar más para comprarte
unos pantalones de mucha mejor calidad porque como nos
desvivimos por ti y por saciar tus necesidades, ya hemos
pensado que necesitarás unos Perquis 501 etiqueta roja para
distinguirte carrancudo de tu vecino que sólo luce la naranja, pues todavía hay clases, distinción y maneras. Es muy
sencillo: libertad de elección. No seas tonto y haznos caso
porque somos custodios de tu bienestar y para eso nos desvivimos por ti, por el Estado del Bienestar que te abastece
adecuadamente merced al próvido flete de estos camiones
que aparcan en la acera y que me impiden pasar pues andan descargando las viandas para las tiendas de comestibles frente a la Plaza de Abastos, a fin de proveer a una
ciudad en la que los vecinos procuran vivir como ciudadanos mientras cagan, duermen, follan y vuelven a comer
como cerdos para poder trabajar más y ganar más, joder,
joder, he exclamado mientras me alejo de allí pues creo
haber visto de nuevo mi verdadero linaje y estirpe; el culo
de aquélla chica tan posesiva, melosa y femenina que sigo
a distancia pese a que empieza a chispear y me veo obligado a refugiarme bajo los balcones de los edificios, maldita
sea, porque me estoy mojando y por añadidura no suena
82
Antonio F. Marín
la música de Moon River que me hubiera animado a acercarme para ofrecerle el paraguas. Pero no lo he hecho. Porque no llevo paraguas y porque de pronto he recordado el
comentario que hizo la otra noche Kay Rush, una norteamericana que presenta en la televisión No sólo música,
cuando se refirió a que su programa te enamoraba como
los hombres difíciles, porque nunca te enamoras de un hombre fácil. Es verdad. Tiene razón la mujer y, entonces, más
vale que dejes de seguirla y que te vuelvas cabizcaído y
abochornado porque ella no se merece que la sigas y además es probable que pase mucho de ti porque parece muy
creída, muy segura de que la ibas a seguir para ofrecerle el
paraguas. ¡Que espere sentada!, te dices, mientras buscas
un sitio donde comer algo porque siempre es bueno alimentarse para curar las pesahombres con un plato de arroz
y conejo, por ejemplo, acompañado de caracoles serranos
de concha oscura que se aliñan con tomillo y romero, según nos advierten en la carta que poco después he leído en
el bar Mediterráneo del bulevar del Paseo. ¿Y tras el gaudeamus? Sí, café cortado, gracias, y si es tan amable me
trae el periódico que he recogido y leído con detenimiento
pues aquí mismo nos dicen que Robert Kilroy-Silk, el líder
de un partido inglés que propugna que Inglaterra abandone
Europa, ha confirmado que adora a las españoles pero que
no quiere que ellos le manden. Una actitud que uno comparte porque a un servidor también adora a los españoles
pero no quiere que ellos lo gobiernen y, entonces, parece
que por fin uno piensa lo mismo que alguien más, lo cual
que es preocupante, joder, porque de ahí a un congreso fundacional sólo hay unas copichuelas y unas palmaditas en el
hombro. Y entonces mejor cultivamos el jardín de la re83
Entretiempo
signación laica volteriana y dejamos el periódico porque
por los ventanales asoma un tropel de jóvenes que se manifiestan a favor de la utopía, claro, faltaría más, pero qué
utopía: ¿La de Bin Laden, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de Sacher Masoch, la del marqués de Sade o la de
Tom Cruise y su new age?... Porque entonces…
…porque entonces «cambiemos el mundo antes de
que el mundo nos cambie a nosotros», que se debió de decir Hitler antes de invadir Polonia.
Y tan pimpante.
Aunque sí, venga; seamos unos pajareros ilusos y
demos paso a la única utopía universal que parece viable,
la del amor que predicó Jesucristo, pero si a él lo mataron
siendo divino y fracasó en el intento, que levante la mano,
por favor, aquel ser humano que se crea más que él para
conseguir lo que él no pudo pues hoy en día continúa predicando en el desierto del interés turístico desde que lo
han convertido en Patrimonio de la Humanidad, como las
pirámides de Egipto. Al menos eso parece, le podríamos
redargüir a los niños que también parece que se manifiestan por la paz, claro, y Feliz Navidad y próspero año, en
fin, ya sabes, pues la inmensa mayoría de los ciudadanos
quieren la paz en una misma proporción y cuantía de aquéllos que durante la dictadura de Franco también querían la
paz porque «lo que es menester es que haya paz y trabajo
pa’ tos», según decían entonces para excusar su anuencia
cómplice y cobarde con los veinticinco años de paz que
permitieron que el dictador se muriera en la cama, porque
a este país los dictadores se le suelen morir en la cama con
cura, hisopo y criada. Y una vez muerto y bien muerto, se
derriban heroicamente sus estatuas. Con baladronada fan84
Antonio F. Marín
farria, eso sí, porque podemos comprende a aquellos dóciles pacifistas que consentían la dictadura porque bastante
tenían con buscarse el sustento, «el pan de mis hijos», y
seguir así sobreviviendo pues después de todo un valiente
no es más que un tipo que no dispone de servicio de espionaje. Se supone, claro. Aunque este parecer mejor te lo
callas y ni se te ocurra proclamarlo en alta-voz porque te
borrarán de las fotos y declararán tu muerte civil, tu excomunión laica que a uno, por cierto, no le da cuidado porque un servidor reniega de arrascarse en grupo, de despiojarse en peña futbolera, en Iglesia, en sindicato o en partido político. O en plataforma cívica de esas que buscan la
verdad, precio a convenir.
Y es que por aquí no se cincelan metopas, no se bordan entorchados, no se pintan grecas, ni se diseñan orlas,
lo sentimos, porque aunque todos convenimos en que la
única paz posible es la de la justicia, antes tendríamos
que mirar el catálogo para preguntarnos qué paz y qué
justicia: ¿La del gozoso marido esquimal que te ofrece hospitalidad sexual para que te folles a su mujer o la del cornudo occidental que sufre con los cuernos?... Porque entonces…
…porque entonces será mejor cultivar el jardín y no
menearlo, sabe usted, porque en aquella localidad de El
Argaz uno comprendió, y comprende, que será de más provecho volver al hotel para dormir, soñar y vivir, si nos
dejan los tambores que por ahí atruenan pues creo recordar que andábamos ya por Viernes de Dolores; una festividad en la que la fiel infantería se echa a la calle al son del
tambor para pregonar que ya llega el mayor espectáculo
del mundo, el festival del Domingo de Ramos, hoy mismo,
85
Entretiempo
sin ir más lejos, que creo recordar que he bajado del hotel
de Las Delicias paseando por el camino del Maripinar, y
me he entretenido para apreciar los centenarios olmos que
lo flanquean y que procuro abrazar, sin poder abarcarlos
porque no llego a tocarme las puntas de los dedos y he
desistido de la empresa para seguir mi camino hacia el puente de Hierro, donde me he parado para contemplar la vega
que luce ya con muy buen color, muy reparaica, pues los
brillos satinan los cañaverales que refrescan la huerta con
su abanico mientras bandadas de golondrinas zigzaguean
a ras del agua para cazar los mosquitos que van saliendo en
tropel de unos cañizos que, desde aquí arriba, se ven ya
despuntar en las márgenes mientras sigo cruzando el
puente y subo al barrio antiguo entre el retronar de los tambores y el restallar estridente de las cornetas de las bandas
que salen a la calle a notificar que viene la fiesta del Señor,
la de Pascua y la otra; la de la cerveza con peana y agua
bendita, según he visto cuando he callejeado por un barrio
que se aprieta tras la muralla medieval con sus humildes
casitas arrimadas entre si para arroparse y encajonar unas
estrechas calles de trazado sinuoso con pequeñas tiendas
de ultramarinos en cuyos escaparates advierten que «se
cambian pilas a los mandos a distancia»; un servicio que
agradecerán, sobre todo, esas señoras con toquilla y pelo
cano que salen a la calle al reclamo de un forastero que
tira de una motocicleta con dos grandes bidones a los lados
en la que trae rica miel de romero y arrope calabazate, !al
rico arrope calabazate!, según le oigo vocear mientras ellas
se arremolinan en torno a la motocicleta con una parsimonia que echo en falta poco después cuando he aparecido
por la parte más edificada de la ciudad que se ensancha a
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Antonio F. Marín
partir de la Esquina del Convento, con sus soleadas plazas, paseos y terrazas por donde se advierte y huele que es
tiempo de pasión y azahar pues la huerta respira y exhala
el aroma de la floración de los frutales y los balcones se
engalanan con las colgaduras bajo las que caminan los
adolescentes enjaezados hasta la gomina o los adultos con
niños que se paran ante los tenderetes ambulantes que ofertan globos, caramelos, palomitas y regaliz para los nenes,
toma y calla, porque hemos de marcharnos y pasar entre
esa emperifollada multitud con túnicas de raso o apergaminados trajes de domingo de boda y/o fiesta de guardar, con los que el gentilicio se avía para participar en los
desfiles o para empacinarse de cerveza por los bares y terrazas antes de que salga la procesión de Ramos, la burrica, y que no quede hueco ante la barra del bar en la que
vocear los recados de cerveza con gambas, marchando un
montadito de lomo con anchoas y otra de mojama para concelebrar la fiesta del Señor que festeja la entrada de Jesús
en el bar, digo en Jerusalén, porque los que no desfilan en
procesión con palmas lo hacen estelares por calles y paseos almidonados con corbatas, túnicas de aterciopelados
colores, globos, cervezas y langostinos con parada en el
bar de Jerusalén, para sacar fuerzas de las gambas y poder
cargar con el santo de la entrada triunfal de Jesús en el bar,
digo en Jerusalén, digo en este bar en cuya puerta se aposta Pancho Panceta Martínez Arrieta, el concejal de Políticas y Problemáticas, mientras departe con sus acólitos y
les imparte doctrina con la palmera seca en una mano y la
cerveza en la otra pues, según le oigo comentar, debemos
esforzarnos en la creación de las plataformas sociales que
nos den la adecuada perspectiva para impulsar el dialogo
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Entretiempo
social que nos permita explorar las posibilidades de progresar en el consenso y establecer una postura aceptada
por todas las partes que mejore la calidad de vida mediante
la responsabilidad ambiental solidaria que nos conduzca a
una convivencia cívica en un mundo globalizado que articule las adecuadas políticas para vehiculizar las soluciones
a las problemáticas de los ciudadanos.
- ¿Qué ha dicho? –le ha preguntado uno de sus
acólitos cuando Pancho Panceta se ha metido dentro del
bar a por más cerveza.
- No sé; pero supongo que es el discurso anual de
la Federación de Asociación de Vecinos.
- O de la Asociación de Padres de Alumnos.
- O del Club de Amigos de la Petanca.
- O de la ONU, ya puestos, que todo aprovecha.
Aunque eso fue por la mañana, creo recordar, porque
por la tarde acudí al traslado o bajada del Santo Cristo
del Consuelo desde su ermita en la afueras a la basílica de
la Asunción, ya que quería aprovechar esta efemérides tan
concurrida para buscar a Juan Carmelo del Carmelo pues
sabía de su devoción por el santo al que respetaba con inusual fervor, porque aunque él fardaba de descreído y consideraba a los demás santos como muñequitas lindas, el
Santo Cristo era el Santo Cristo. Otro santo, otro Cristo,
según decía. Otro Cristo al que por cierto veo venir en
andas sobre las cabezas de la multitud custodiado por dos
ángeles que lo guardan a los pies de una dorada cruz en la
que se enclava vestido con un tonelete rojo del mismo color que la sangre que mana de las espinas de su cabeza
inclinada que nos mira, desde arriba, custodiado por unas
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Antonio F. Marín
ráfagas doradas tras las que se mece el sudario, suave,
muy suave, según se acuna el trono al compás del paso del
tambor o de la música de la banda que lo acompaña mientras se aleja ornado de flores y la muchedumbre lo sigue
hacia la iglesia cantando «desde la cumbre airosa, el cristo
nos protege con singular afán». Eso creo haber oído que
cantan, ya a lo lejos, porque por aquí sólo pasan ahora
algunos vecinos rezagados y el Miljan Miljánovic que tira
de su carrito de milojas y que cierra un cortejo en el que no
he visto a Juan Carmelo del Carmelo, ni a la chica aquélla
a la que andaba buscando pues sólo he divisado a Inmaculada Traviata de Pérgola y Concepción de María; una señora de hablar por hablar, porque da mucho gusto, y que
no ha sabido darme razón de Juan Carmelo del Carmelo,
excepto que cree haber oído que su familia había denunciado su desaparición porque salió de su casa el Viernes de
Dolores y aún no había vuelto. ¿No? No señor; aunque es
probable que se haya ido de picos pardos como suele y que
todavía ande por ahí, y quizás mañana, Lunes Santo, asome por fin la cabeza.
Y es que por Lunes Santo los vecinos se despiertan
con más pachorra tras la zambra y boruca del domingo de
Ramos pues por la mañana toca además ocuparse de cumplimentar en los Bancos los asuntos más formales, de diligenciar los trámites en las peluquerías o de despachar el
acopio de viandas para la semana entrante pues por estas
fechas regresan los amigos y familiares que se residencian
fuera y que acuden todos los años al Argaz para ver a la
familia, salir en las procesiones y alternar por bares, cafeterías, mesones, tabernas, tascas y restaurantes, porque rezar
poco, sabe usted, que tampoco es cuestión de exagerar. Y
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Entretiempo
además no están los tiempos para malbaratarlos y derrochar las fiestas pues hay que darle a cada cosa su tiempo y
su momento que aluego, aluego, habrá que trabajar y hoy
toca libranza, pues ya es Martes Santo, cuando en la localidad se celebra el Prendimiento que es la escenificación
en la plaza Mayor del apresamiento de Jesús previo sermón del cura don Antonio Salas en una representación muy
correcta del auto sacramental que tiene sus orígenes en el
siglo XVI, según había leído en el programa antes de
acercarme a la Plaza Mayor donde me he tenido que poner
de puntillas para asomarme al proscenio de las escaleras
de la basílica en el que se tramita el apresamiento y se
inicia la posterior procesión que suele ser más corta que
las habituales y que desfila entre un público apretujado de
pie en las aceras o sentados en las sillas que desde días
antes de la efemérides se han reservado en las puertas de
las casas mediante la formalidad de tender una cuerda de
aquí hasta allí, de esta caja de fruta a aquélla otra, para
marcar el territorio que posteriormente ocuparan las sillas
que cada vecino se trae de su casa o que saca a la calle para
sentarse a ver la procesión, sin que tal añagaza evite que
en alguna ocasión se haya entablado algún pleito entre los
vecinos por los límites territoriales delimitados por las sogas y por la titularidad de la jurisdicción señalada de silla a
silla con las cuerdas.
Pero creo recordar que tras la procesión regresé al
hotel cansado, ceñudo y con cierto desgaire pues no había
visto a mi chica y si ella no andaba por allí en fechas tan
principales en las que toda la vecindad se aboca a la calle,
lo más probable es que hubiera vuelto a la capital hasta que
pasaran las fiestas, y, entonces, qué hacer, me he pregunta90
Antonio F. Marín
do mientras ceno algo rápido y decido esperar al día siguiente, Miércoles Santo, en el que las panaderías se verán
abordadas por unos vecinos que se apiñarán ante el mostrador y porfiarán por conseguir las tortas de pan dormido
que se conocen por monas u hornazos que llevan un huevo duro esclafado en el centro y que se suelen llevar para
la merienda de las tardes que siguen al Domingo de Resurrección, en las que los jóvenes y los niños disfrutan de la
merendola por los parajes más típicos del lugar como la
Atalaya o por las orillas del río, en una especie de colofón
a la Semana Santa de pasión y chocolate con churros, que
el Miércoles Santo, decía, se cumplimenta con las procesiones infantiles que los niños sacan por la tarde con unos
tronos de su tamaño para que vayan cogiendo afición y se
preparen para el futuro, cuando crezcan y puedan participar en las procesiones de los mayores, como la de la noche
de este mismo Miércoles Santo a la que asistí desde una
tribuna en la que vi desfilar a los cofrades alienados en dos
filas a ambos lados de la calzada vestidos con lujosas túnicas de colores a tono con la hermandad, mientras apretaban en sus enguantadas manos unos báculos de luz con los
que se apoyaban para caminar y que suelen ser forjados
en hierro por los artesanos con la misma pulcritud que los
tronos que vienen detrás y que parece labrados en purpurina repujada que brilla en la noche mientras los veo pasar
a hombros de los anderos que lo cargan al paso de los
tambores con un suave vaivén que mece los faldones de
los tronos, las flores, las túnicas e incluso los brazos con
las tulipas que iluminan las esculturas de Sánchez Lozano, García Mengual, Sánchez Araciel, Solano, Planes o
Carrillo. Una barroca representación que veo desfilar con
91
Entretiempo
sumo recogimiento delante de la tribuna en la que me
siento y desde cuya altura procuro escudriñar por encima
de las cabezas de los que se sientan en las sillas de la calzada por si, por un casual, veo a la chica aquélla que andaba buscando o al mismísimo Juan Carmelo del Carmelo y
me daba alguna razón sobre el tesoro oculto bajo la Chinica.
Pero no, doctora, no vi a ninguno de los dos y sólo
atiné a ver a la preciosa chica de 19 añitos que había conocido en la biblioteca y que al verme me sonrío con una
esplendente sonrisa que correspondí levantándome para
devolverle el saludo y volver a sentarme al lado de Juan
Polvorosa Manganeso que acababa de ocupar la silla de al
lado, buenas noches tenga usted, y que tras la formalidad
habitual me ha ofrecido un cigarro, no gracias, es que no
fumo, y me ha participado su opinión de que toda la cabalgata que pasa no es más que puro teatro porque es
probable que Jesucristo sólo fuera un pobre diablo y que
de las alucinaciones de un loco nos haya venido todo este
carnaval, pues él cree que aunque sea cierto que existió y
que es verdad lo que cuentan los evangelios, tampoco es
para armar tanto tostón porque ya lo habían dicho antes
otros pensadores orientales y el tal Jesús sólo se limitó a
recoger lo que habían predicado en otras religiones previas, claro, que si eso fuera cierto, se piensa uno, sería muy
curioso porque mientras las religiones orientales piden el
perdón a los enemigos (y adiós muy buenas), Jesús pedía
el amor a los enemigos que obviamente no es lo mismo, o
sea, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que
os aborrecen, rezar por los que os ultrajan para que seáis
hijos de vuestro Padre que está en los cielos y que hace
92
Antonio F. Marín
salir el sol sobre buenos y malos, según una prédica que él
cumplió hasta la muerte y que le supuso la tortura y la crucifixión, un desliz, porque Buda murió en la cama de una
indigestión tras una opípara comida en una actitud bastante diferente a la de Jesucristo que pudo huir y evitar así la
dolorosa y cruel muerte y que, sin embargo, aceptó mansamente perdonando incluso a los que lo habían matado. Y
eso es precisamente lo que hace divino porque nadie que
sea humano lo aguanta como no tenga muy claro por qué y
para qué…
…se supone, claro, porque su mensaje es tan profundo que aún hoy es imposible imitarlo, sabe usted, que
es que uno ha intentado seguirlo en varias ocasiones pero
en seguida se pierde de vista. Y nos da flato, qué se le va
a hacer, se conoce que porque uno es sólo un pobre ser
humano que procura no perderse con los derechos de autor
de lo que vino a recordarnos para ser felices en este planeta, pues lo demás sólo es el decorado, la policromía del
bafle y solo los necios se fijan en lo bonito del mueble o en
la cantidad de vatios, y se olvidan del mensaje que sale por
él altavoz, decía, porque cuando desaparezcan los lignum
crucis, el santo sudario o el grial de la ultima cena, nos
quedará la palabra, la auténtica fe de los que no se obstinan
en la disquisición de si Jesucristo era alto, chepado, rubio,
tuerto, casado, negro o imitador de Buda, porque lo que
importa es la palabra, lo que vino a recordarnos y no lo
que los demás quieren que diga «victimas de la letra» (tanto si sus adeptos son conservadores, progresistas o del Betis manque pierda). Porque si él era un revolucionario que
decía que no se puede adorar a dios y al dinero, también
era un conservador que reconocía que no había venido
93
Entretiempo
para cambiar la ley sino a darle cumplimiento, porque hay
que coger el lote completo y no reinterpretar lo demás al
gusto de la clientela para que no oprima la taleguilla y actualizarlo y ponerlo en su contexto, que dicen, tanto los
que echan mano a lo de los talentos como lo que se sirven
del camello y el ojo de la aguja.
- ¿Decías algo?
- No nada, que tiene usted razón, señor Polvorosa.
- Otro mundo es posible –añade mientras se hurga
con el dedo en la nariz, se saca un moco y procede reglamentariamente a pegarlo debajo de la silla.
- Sí, desde luego; no le quede a usted la menor duda.
Porque es posible, claro, aunque habría que empezar
por dejar de pegar mocos debajo de la mesa, por no aparcar en la acera o por no tirar papeles en la calle para cumplir en lo pequeño y llegar luego, sumando, a cumplir en lo
grande tal y como nos decía ese que nos traen ahí crucificado en cartón piedra para gloria de los que creen más en
el Jesucristo muerto que en el vivo, en la imagen más que
en la palabra.
Aunque lo que nos interesa ahora es saber de Juan
Carmelo del Carmelo, de su paradero, y el Polvorosa dice
no saber mucho ya que sólo había oído comentar que la
Guardia Civil de Cieza había informado a la del Argaz de
que por allí no había sido visto y que se había alertado a
Protección Civil para que lo buscaran por el río y los alrededores, pero no se sabía nada más a fecha de hoy, claro,
miércoles anterior al día de Jueves Santo en el que creo
recordar que he bajado del hotel, he subido al pueblo y me
he cruzado con las manolas que acechan las iglesias em94
Antonio F. Marín
perejiladas hasta la peineta, engalanadas y cuellierguidas
con la mantilla de la tía Enriqueta a fin de hacer la visita a
los altares sacros que se instalan en todas las iglesias para
compartir fraternas la mantilla y el palmito, antes de seguir con lo del amor fraterno por bares y plazas porque
con las cervezas y el marisco la liturgia baja mejor, hasta
la mismísima madrugada, sobre la medianoche, en la que
el reloj de la basílica de la Asunción tañe las doce campanadas y se abren los portones para que salga el cristo de la
Agonía que inicia la procesión del Silencio, la de más fervor, con un Cristo que desfila con la ciudad apagada en
una silente oscuridad que retiembla con el parpadeo de las
velas de los cofrades vestidos con túnica y capuz negro a
los que veo llegar frente al convento de las Claras entre el
murmullo sigiloso del respetable que se aprieta, murmura
y susurra en la acera, hasta que alguien sisea por allí, otros
chistan por aquí, y cunde el silencio que sólo se quiebra
con el seco repique del tambor que lo acompaña o con la
dulce música de los violines que interpretan a Bach, Pachelbel o Albinioni para acompasar la agonía de un Cristo
cuya sombra se crucifica sobre las fachadas mientras se
aleja bajo la luna llena seguido por los vecinos que atajan
por las calles adyacentes para verlo entrar en la basílica,
una vez más, si no van a tomarse un chocolate con churros,
ya de recogida, para cumplir con la tradición y la usanza
que al día siguiente, por Viernes Santo, se vuelve a cumplimentar cuando los semanasanteros se echan a la calle a
primeras horas de la mañana con sus capuces, tambores y
túnicas pues a las nueve sale la procesión del penitente, o
de las cruces, con catorce hermandades que se lucen por el
recorrido con otros tantos tronos, santos, cofrades, tambo95
Entretiempo
res, bandas, estandartes, confalones, pendones, divisas y
demás complementos que he admirado en la tribuna pues
es un acontecimiento de mucho relumbre por estas tierras,
incluido el desfile de los armaos, el Tercio Romano que
asoma detrás del Nazareno, y que de pronto escenifica en
medio de la calle una caracola que se inicia cuando suena
el cornetín de mando, redoblan los tambores y se rompe la
formación en tres columnas al avanzar las dos filas de los
laterales a paso ligero hasta un extremo para cruzarse entre
ellas, girar, y formar todos ellos dos filas paralelas que
siguen avanzando, al redoble del tambor, hasta el otro extremo para cruzarse de nuevo, girar, y conseguir así volver a la formación inicial de partida en tres ordenadas columnas que ahora veo pasar de nuevo sobrias y garridas,
mientras el público aplaude la marcial caracola y un servidor aprovecha para buscar entre él a la chica aquella que
andaba buscando pues la echo de menos, sabe usted, que
es que uno añora su compañía y mayormente su dulzura
cuando ponía Country Waltz de Angelo Badalamenti, sonreía y se sentaba junto a ti, ¿te acuerdas?, para apoyar la
cabeza en tu hombro, acercar su mano a tu nuca y llevar
tus labios a sus labios para besarte y mirarte a los ojos porque me gustan mucho tus ojos tristes, te musitaba muy dulce cuando volvía a apoyar la cabeza en tu hombro. Y tú
suspirabas.
- Los chicos no suspiran –solía decir.
- Bueno.
Eso fue antaño, claro, porque en aquella localidad de
El Argaz sigo sin verla por más que escudriñe entre los
vecinos que se sientan en la tribuna, en las sillas de las
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Antonio F. Marín
aceras o entre las concurrencia que una vez que ha terminado la procesión, se encamina a los bares para sentarse en
las terrazas y tomarse las cervezas y los aperitivos que sirven de almuerzo, pues a primeras horas de la tarde todavía
se ven las mesas y sillas repletas de túnicos y paisanos que
siguen empacinándose de cervezas y engollipándose de
tapas antes de ir a dormirla con la túnica puesta, atentos al
quite para la procesión de la noche, Dios mediante una
buena siesta que un servidor también se ha dado para esperar a la otra procesión, la que saldría por la noche, y volver a buscarla si encuentro en la tribuna un lugar que no
esté ocupado, que parece que sí, porque cuando al anochecer he bajado a la ciudad y he llegado a las gradas, he
conseguido sentarme y ver la procesión del Santo Entierro que desfila solemne con la mayor parte de los hermanos y cofrades alineados en dos filas paralelas delante de
unas preciosas tallas ornadas con flor natural que se mecen
al compás de una música del maestro Gómez Villa que
acuna los tronos con las imágenes de Capuz, González
Moreno, Carrillo, Pinazo o Palma Burgos en una escenificación de retablos andantes que miro absorto hasta el mismísimo remate con la llegada de las autoridad y del plantel
de políticos que participan en el evento, año tras año, porque es una tradición del pueblo, claro, pero mayormente
para mercarse sus favores y sus votos sin pararse a considerar que Jesucristo los hubiera echado de las procesiones porque Él se juntó con las putas pero echó a los hijos
de puta del templo.
Así que me he bajado de la tribuna para evitar berrinches, y rechinas, y me he acercado a las sillas de la acera
en las que se sienta Timorata Timorata y Sáenz de las An97
Entretiempo
gustias pues quiero preguntarle si sabía algo nuevo de
Juan Carmelo del Carmelo, del que dice no saber nada
porque los guardias lo seguían buscando por los alrededores de la Chinica del Argaz ya que solía acudir por allí
para buscar vinagrillos; una planta silvestre de flores amarillas cuyos tallos chupan los zagales porque sabe amargo
y con los que Juan Carmelo preparaba cataplasmas y brebajes para curar los dolores de la artrosis y la reuma. Aunque con mucho cuidado, sabe usted, porque si se abusa de
los vinagrillos pueden ser venenosos, ha añadido Timorata
frunciendo el ceño mientras se saca un pañuelo del sujetador, se suena y se lo vuelve a meter entre las tetas.
No sabía nada más, según me ha dicho antes de despedirme de ella, adiós, adiós, y de encaminarme al hotel
para esperar al día siguiente, Sábado Santo, para volver a
buscarlo zancajeando por unas calles ya más tranquilas pues
este día no hay programada procesiones alguna y los vecinos aprovechan para descansar mientras yo busco a Juan
Carmelo del Carmelo, sin encontrarlo, y decido esperar al
día siguiente, Domingo de resurrección, en el que el pueblo vuelve a la castañuela festiva y se reengancha presto
a la marcha del paso, la banda, los tambores y la tamborrada que por la mañana de este domingo suena estridente
desde primeras horas convocando a la procesión del Resucitado en la que la vecindad pasea bailongos los santos al
compás de la música y del jolgorio que rebulle con la batalla de caramelos que se entabla entre los procesionistas y
los vecinos de las aceras y los balcones que se han de tapar
las manos con los brazos o guarecerse dentro de las casas
para burlar los caramelazos que los túnicos de abajo cargan, acumulan y guardan en el buche de los ropones de la
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Antonio F. Marín
hermandad que casi abomban más que la propia barriga,
mientras la chavalería se regocija y agacha para recoger
los caramelos, y el resto del vecindario y los forasteros se
pasean por terrazas, calles y plazas prestos a ver la cortesía en la que los santos se juntan en círculo frente a la
atiborrada plaza y se saludan con una inclinación que los
anderos le dan a los tronos al agacharse los de delante para
que la imagen se recline y escenifique así el saludo y el
alborozo de todos ellos por la resurrección…
…por una resurrección en la que nadie cree (excepto
los niños y los que se hacen niños para creer), y que es una
cuestión de fe y de confianza porque como nos advertía
Juan Guitón, aunque un notario hubiera estado en la habitación en la que Jesús se apareció a sus discípulos, no hubiera visto nada, no se hubiera enterado de nada porque
sólo pueden ver los que creen. Eso cree él, porque los demás sólo quieren ver la resurrección de retablo, pandereta
y cuchipanda, aunque se vayan luego todos juntos de jarana pues el cirio de la mañana hay que sofocarlo por la tarde
con el romeraje conocido por la mona (o excursión al río
y a los montes cercanos), a la que suelen acudir mayormente los jóvenes que dejan la ciudad quieta y calma, según he visto cuando he salido a darme un garbeo por unas
calles solitarias que todavía recuerdan la ceremonia de los
días pasados porque de los balcones y ventanas aún flamean las colgaduras que se han dispuesto para ver las procesiones y que nos traen el mismo regusto melancólico
que se siente cuando una vez pasada la Navidad, ves que
todavía cuelgan por las paredes las bolitas y guirnaldas,
pues sabes que lo que fue ya no es y que lo que ha sido es
ya hojarasca.
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Entretiempo
Así que al día siguiente creo recordar que salí precipitado del hotel dispuesto a buscar al alcalde y, mayormente, a la chica aquélla por si había vuelto al pueblo una
vez pasada la fiesta. Aunque cuando he llegado al consistorio he corroborado que lo de día feriado «de mona» también afecta a la autoridad porque el alcalde no está, no se
encuentra, lo siento de verás, quizás el miércoles esté ya
por aquí, gracias, ya volveré, porque ahora me marcho a
pasear y dar tiempo buscando en el entretanto a la chica
aquella a la que uno echa en falta, y mucho, porque ahora
ya no tienes tanta convicción en aquello que le dijiste de
que la felicidad consiste en disfrutar, para ti solo, de una
aburrida tarde de domingo. Qué va. Y deberías dárselo a
entender. Si la encuentras y quiere saber de ti, claro, me
he dicho cuando he llegado al Rincón de los Pinos, he
accedido a la calle Larga, he pasado por la bocacalle de
callejón de la Virgencica y me he parado bajo un enorme
sombrero que anuncia la tradicional sombrerería Eslava,
porque creo haber visto a una chica que le da un aíre a ella
y la he seguido con un poco de repulgo por si me pilla y
me veo abocado al ridículo que es el mayor miedo que uno
puede sentir pues el otro, el que se supone que hemos de
tener a los monstruos, los muertos y demás faralá tremebunda, es irrisorio comparado con otros miedos reales como
el espeluzne que uno siente cuando sales de una confitería con una bandeja de dulces y te encuentras en la puerta
con un niño que te mira fijamente. A ti y a los dulces. Pero
mayormente a los dulces. Y con cara de dulce. Espantoso.
Aunque lo que me apremia ahora es seguirla con
cautela de portal en portal, hasta que la he visto entrar en
la zapatería Marquina, me supongo, porque desde donde
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Antonio F. Marín
estoy no se puede ver con nitidez y quizás debería acercarme a hurtadillas para asomarme desde este escaparate al
interior en el que se la ve atendida por una dependienta que
le enseña unos zapatos que ella se prueba, y desecha, hasta
que elije unos que parecen unas sandalias con alto y fino
tacón que se sujetan al tobillo con delgadas cintas y que…en
fin… tanto nos cautivan porque le quedan monísimo y porque uno es un fetichista clásico de la inimitable escuela de
la adorable Bettie Page y los pies no nos dicen nada, son
tan neutros e inocentes como las manos, pero cuando están
calzados en unos zapatos de alto y fino tacón nos dicen
muchas cosas, muchísimas, pues nos hablan de otros embrujos o sortilegios del cine de Hollywood con gildas enlucidas con zapatos de tacón de aguja, medias con talón y
costura y faldas de tubo muy ajustadas que la aprietan a
ella dentro, por supuesto, con la mujer dentro de las telas
porque uno es un purista de la fiesta y no le va ese otro
rollo de algunos heterodoxos presuntos fetichistas que
despiden a la mujer para quedarse ellos a solas con las telas. Hay que ser perversos y fetichistas, claro, pero dentro
de un orden, por favor, como lo pueda ser el genial director
de cine Luís García Berlanga que también profesa en la
devoción a los ligueros, corsés y medias con talón y costura pues son unos deliciosos fetiches a los que uno añadiría
los zapatos spike heels de lados abiertos, las braguitas tanga, los ligueros, las faldas de tubo, las medias de rejilla
fina, los botines y las joyas colocadas sobre la piel desnuda. Y los zapatos de tacón que cuelgan de la punta de los
dedos, claro, y demás orfebrería textil con encajes de blonda y chantilly, acompañados de velos, tules, rejillas, satenes, puntillas y sedas que se suele lucir por encima de unos
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Entretiempo
altos y finos tacones de aguja. De cine. Y sin plataforma,
claro, que si Dalí odiaba las jirafas por antiestéticas, uno
repudia las plataformas de los zapatos por los mismos
motivos, en fin, porque no son elegantes y les falta la delicadeza de los que mi chica se prueba ahora en la zapatería
pues ella es exquisita hasta en la elección de sus braguitas, por cierto, que ahora uno saca para embebecerse con
la magdalena de Proust, digo de ella, pues saben a ella y te
permiten evocarla cuando andabais los dos vestidos de noche, de esmoquin y traje largo esperando para acudir a una
fiesta y ella te propuso que jugarais a recordar los guateques de la infancia con aquellas canciones como Torneró
de I Santo California o De amor ya no se muere de Gianni
Bella, que te permitían abrazarla y llevarla de la cintura al
son de la música mientras ella te besaba, apoyaba su cabeza en tu hombro y aprovechaba para contarte sus cosas que
tú escuchabas atento porque a ti te gustaba mucho oírla,
atender a lo que decía, a lo que contaba, aunque lo que te
dijera no te interesara lo más mínimo. Pero qué interesante
era contándote cosas que no te interesaban.
Tan interesante como verla abrazada a ti en un
espejo que tenía en su habitación y en el que se solía mirar
con la misma elegancia con la que ahora lo hace en el de la
zapatería en el que la ves reflejada, mientras sigue mirando como le quedan los zapatos y tú te recriminas por ser
tan apocoyado, maldita sea, por comportarte como un crío
inmaduro que no se atreve y que se pone cara a la pared
para no ser visto, porque una persona adulta dejaría de escudriñar a través del cristal, entraría, la saludaría y le
diría que no la has olvidado, que te sigue gustando y que
ahora sí que hace ilusión guardarle las llaves y el móvil
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Antonio F. Marín
cuando vayáis a alguna fiesta si ella no quiere llevar el bolso, porque te sentirías muy dichoso si te permitiera llevarle
sus cosas…, sí te atrevieras a hablar con ella, claro, porque no te arrancas, y te apoquinas, pues temes que al
saber que ella te sigue gustando se ahueque engreída y se
comporte como aquélla amiga de una amiga que decía de
su novio que él la quería y la doraba mucho. «O sea, todo
un pesado», añadía, dándole con ello la razón a Juan Carmelo del Carmelo cuando te prevenía para que te arrimaras
a las mujeres de puntillas porque las tías son muy enrevesadas y necesitan admirar a su hombre, y en cuanto te ven
rendido y saben que te tiene seguro y cogido como un pollerudo, te desmerecen y desprecian aunque ellas no se den
cuentan, no lo hagan adrede y no sepan por qué. Así que
una de cal, otra de cal y una pizca de arena sí, pero por las
bodas de plata. Eso es injusto. ¿Injusto? Lo jodido es que
ellas sean tan retorcidas mientras los hombres sigan siendo
tan primarios, simplotes y previsibles, pues todos tienen
la misma fantasía aquella de ver a su mujer besando y follándose a su mejor amiga, mientras ellos miran y se la
cascan sentados en una butaca, porque los tíos suelen ser
muy clásicos y siempre piensan en lo mismo.
Pues sí, vale, don Carmelo. Pero no nos vale, decía,
porque aunque él pudiera tener algo de razón, como todos,
con aquella chica no servían sus alegatos ya que ella era
distinta y no se parecía en nada a las otras, a Paula, por
ejemplo, aquella otra niña con la que saliste hacía ya algunos años y que bajaba a recibirte al portal desnuda bajo un
abrigo de pieles, porque con ella sí que sabías cómo manejarte ya que ella misma te lo dejaba muy clarito en sus cartas que te enviaba desde la oficina antes de encontrarte con
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Entretiempo
ella y que todavía guardas, y recuerdas, porque tenía muy
claro cómo quería que te comportaras. Y así te lo exigía
constantemente mientras pensaba en ti, según escribía,
porque cuanto más me entrego más feliz soy y más
libre me siento y ahora que estoy aquí sentada escribiéndote me excito sólo con pensar en ti y puedo sentir como
mis pezones se endurecen sin tocarlos. Y siento en ellos
una pequeña molestia, pero estoy relajada y mi sexo empieza a sentir cosquilleos. Así que separo ligeramente las
piernas y dejo que esa sensación me llene por completo
hasta que no resisto mas y cierro los muslos con todas mis
fuerzas para poder apretar el clítoris con los labios y mantenerme así un rato mientras me relajo, me tenso toda y
repito la operación varias veces, una y otra, hasta que no
puedo mas... necesito tocarme... Y entonces miro a mi alrededor y si no mira nadie, me siento debajo de algún
objeto muy pequeño y me froto hasta llegar porque es una
sensación suprema mientras pienso que voy a volver a verte
para arrodillarme ante ti y lamerte y chuparte, antes de
sentirte en mis entrañas. Y entonces me corro en público
porque sé que tú me lo has ordenado. Te quiero amor mío,
haz conmigo lo que quieras. Paula, tu puta perra.
Aunque tú no le habías ordenado nada, claro, pues
era ella la que se lo decía todo, la que lo requería de ti por
aquello de la ya conocida tiranía del sumiso que te manda
que le mandes y te domina para que lo domines. Como
ella exigía. Todo lo contrario de aquella otra chica de la
zapatería que te había gobernado a secas. Sin más. Por su
placer. Sin más explicaciones y sin proferir ni un solo grito
de verdulera. Sólo una mirada y ya sabías qué hacer. Dis104
Antonio F. Marín
tinto método para un mismo resultado, porque tanto la una
como otra, a su manera, querían que hicieras lo que ellas
querían. Y lo hiciste. ¿La del término medio? No la ha habido, pero por ahí dicen que anda la virtud y en este caso
no es cuestión. O eso parece, se dice uno en El Argaz
mientras sigue escudriñando a la chica a través del escaparate de la zapatería porque no me atrevo a entrar; no te
atreves, te ahuevas y no te arriesgas pues temes que ella no
quiera saber nada de ti, o que esté ya con otro novio, o
que crea que tú estás ya con otra y eso, en tu caso, no es
cierto, desde luego, porque no había habido otra mujer y
no precisamente por razones técnicas de índole moral, sino
más bien por pura cuestión estética pues eso de engañar a
una mujer con otra es una ordinariez de perullos nuevos
ricos que lo primero que hacen cuando bajan del andamio
y diligencian su nueva empresa de encofrado, es cacarear
su poderío agenciándose el Mercedes, el peluco de oro y la
querida. Y eso no se estila, vaya, por los mismos fundamentos por los que un marino jamás lleva paraguas, por
elegancia y buenas maneras, como las que tú tienes ahora
al apartarte del escaparate para dejar pasar a unas señoras
que parece que porfían sorrostradas porque una de ellas no
se dignó aparecer por el entierro de su padre. No, porque
yo tampoco te vi a ti por el del mío, le afea la aludida mientras me bajo de la acera para dejarlas pasar sin prestarles
mayor atención pues lo que me preocupa, mayormente, es
encontrarme con la chica aquella que anda por el interior
de la zapatería pues cuando salga pienso pararla y hablar
con ella. Si puedo, que no puedo, sabe usted, porque las
mujeres se han parado en medio de la acera y no he podido
seguir espiando hasta que ellas se han marchado y he podi105
Entretiempo
do abalanzarme hacia el escaparate para llevarme el chasco al ver que ver ella no está, que ya había salido y que se
había debido de marchar por la parte opuesta a donde me
encontraba. ¿Dónde estará?, ¿dónde está?, me he preguntado mirando a un lado y al otro de la acera sin encontrarla, sin verla, hasta que al final de la calle he divisado una
chica que lleva en la mano una bolsa de zapatos y me he
supuesto que es ella porque la bolsa debe de contener los
zapatos que ha comprado en la tienda ya que ella calza
unas zapatillas deportivas con las que ha doblado la esquina hacia la que he corrido para asomarme con cuidado y
seguirla luego con disimulo, a lo lejos, de calle en calle y
agazapándome tras los vecinos que se paran en las aceras
para darle a la parola y gesticular efusivos con las manos.
- Me gusta mucho el diálogo, -le dice un vecino a
otro-, porque suelo intentar entender otras posturas y moverme siempre en la moderación, que es hija de la Ilustración, para alejarme de los extremismos. No estoy nunca
inclinado a reflexionar partiendo de sentimientos. Siempre
prefiero aproximarme a los temas desde la razón, porque
me encuentro incómodo ante la penumbra y la oscuridad,
al igual que ante la excesiva claridad. Me muevo a gusto en
los claroscuros de un pensamiento no anclado en lo absoluto.
- Sí, papá, pero, ¿me vas a dejar el coche sí o no? -le
contesta el niño.
Pues no se sabe, verdad usted. No lo he sabido porque he seguido mi camino detrás de ella amparándome de
nuevo tras los coches, y en los portales, hasta que hemos
dejado atrás el casco urbano y hemos llegado a las afueras,
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Antonio F. Marín
por las inmediaciones del Puente de Alambre, donde he
sido más precavido porque por aquí no abundan los escondites donde parapetarme y es más juicioso dejar que se aleje un poco pues no tiene pérdida si se toman las debidas
referencias residenciadas primordialmente en su hermosísimo culo que parece que habla mientras sus nalgas se
mueven rítmicas conforme lo va contoneando al caminar.
Un culo hermosísimo que lo cuenta todo con esa locuacidad que poseen los culos recios, dulces, maduros y alcolaos que hablan en primera persona. Y por los codos. Hasta
el punto de que embebecido en su belleza interior, en su
verborreica grandilocuencia, en lo que cuenta lenguaraz el
muy golfo y en cómo lo cuenta, no me he percatado de que
la gente me saluda al pasar porque desde pequeños se nos
ha inculcado que hemos de aprender a dilucidar entre lo
principal y lo accesorio, siendo ecuánimes, y en este caso
uno tiene muy claro qué es lo primordial y qué es lo anecdótico, pues cuando andas abismado con un asunto de tanto cogollo, concentrado en un culo tan hermoso e insolente
que te lo cuenta todo facundo sin ningún recato, debes
evitar otros chipirrinchis pues la evolución humana, la
capacidad intelectual y la elevación del homo -inis sobre
la querencia animal, se sustancia en ese académico discernir entre lo sustancial y lo episódico; en la clarividente
elección entre la trascendencia mística de un hermoso culo
y las demás minucias mundanas que la vida nos va sirviendo, pecata minuta, como la de esos adolescentes que gallardean sobre el Puente de Alambre de su eterno masculino y que se pompean delante de las chicas por ver quién de
ellos tiene más cojones para tirarse antes al río, con el concurso de unas copadas niñas que sonríen, se dan codazos y
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Entretiempo
los miran ruborizadas cuando ellos hacen tientos de saltar
por el grueso alambre que sirve de pasamanos, sin saltar,
claro, porque los zagales siguen enviscándose para maravilla de unas hembras, aún niñas, que alardean de su eterno femenino y ríen, suspiran y gritan alborozadas alrededor de unos mozuelos que siguen encizañándose girochos
para saltar al río porque «tú no tienes cojones», mientras se
acarician los bíceps, los tríceps (y los huevos), y me impiden pasar al otro lado del río, cruzar el puente de madera y
cable, y poder seguirla, maldita sea, porque una vez que
los he apartado y que he llegado al otro lado, me he percatado de que la he perdido pues por el Paseo Ribereño que
serpentea el río y enlaza con el puente, sólo aparece Heliodoro Rodríguez con el que no quiero encontrarme pues no
anda uno con coraje para refriegas teológicas como las que
él se gasta, pues Heliodoro es de esos tipos que sólo creen
en Dios, en que existe, para culparlo de las catástrofes que
ocurren en el planeta y presentarlo como cruel, o impotente, al permitirlas, ya que contempló sin hacer nada cómo
se deshelaban los polos, cómo se producían inundaciones
y calamidades, cómo se extinguían los dinosaurios y neardentales, cómo surgieron los mamíferos, y cómo apareció
por fin el ser humano fruto de tanta catástrofe, desolación
y muerte.
- Porque podría habernos creado directamente –nos
reprochará.
- ¿De una costilla? –le podríamos responder.
Si tuviéramos tiempo, que no tenemos, por lo que me
he parapetado tras el muro que soporta los cables del puente y cuando ha pasado me he levantado para mirar y ver
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Antonio F. Marín
que no, que ella no está por aquí pues sólo asoman algunos jóvenes que pasan al trote junto a algunas madres que
pasean con los carritos de los niños por la acera de este
paseo o malecón que está franqueado por olmos, álamos o
chopos, y que se separa del río Segura mediante un petril
de mampostería y verjas de hierro en el que se apoyan
algunos ancianos o se sientan algunas mujeres maduras que
han salido a cumplimentar la receta del médico de «andar,
mucho andar», ataviadas con unas zapatillas de andar por
casa y unas sencillas faldas por debajo de la rodilla. ¿Qué
hacer?, me he preguntado mientras sigo por el Paseo Ribereño en dirección al Molino Teodoro por si anduviera por
aquí, que parece que no, porque tras caminar un rato sólo
he visto a algunos pescadores que inclinan sus cañas en el
río y a otros vecinos que juegan al fútbol en el campo de la
era de la otra orilla, en la que unos inmigrantes lavan sus
coches el mismo remanso en el que hace años lo hacían
los nativos más humildes que no podían gastarse los cuartos en un lavadero y que ahora, con mejor fortuna, le han
dejado el sitio en el escalafón a los nuevos menesterosos,
sabe usted, que es que la vida da muchas vueltas pero a
algunos siempre les pilla debajo, vuelta tras vuelta, que
debe de ser cosa del amaño de algún bergante para que la
rueda siempre les toque en la peor parte que el muy fullero
parte y reparte, porque los coches que lavan los inmigrantes son los que les han de comprado a aquellos otros que
han prosperado y que, a su vez, los han vendido para comprarse un coche mejor con el que acudir al curro para
trabajar más y comprarse un coche mejor con el que sentirse mejor para trabajar más y ganar más para comprarse
un coche mejor, y…
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Entretiempo
…y paro, sí, porque no la veo a ella y parece que la
he perdido pues por esta parte del Paseo no está y quizás
haya girado hacia el otro lado del camino, que es lo más
probable, me he supuesto mientras me vuelvo de nuevo
hacia el Puente de Alambre y aprieto el paso entre los
vecinos que pasean o corren, sin verla, sin otear su hermoso culo, hasta que he sobrepasado este puente y me he acercado al otro, al del Argaz, donde me ha parecido verla, y he
corrido hacia él para no perderla, para llegar a tiempo, si
es que llego, que no llego, porque cuando he llegado al
puente he visto que no está por aquí pues ha debido seguir el camino que se aleja hacia el paraje del Menjú ya
que no la había visto cruzar el río. ¿Qué hacer? No sabes,
porque si calzaba zapatillas de deporte es probable que
hubiera seguido por el camino que bordea el río en dirección al Menjú para dirigirse a alguna finca particular, en
vez de cruzar el Puente para volver a la ciudad por aquella
replaceta al otro lado del río en la que se sientan unos
ancianos que quizás pudieran decirme adónde conducía
aquel camino que partía del puente. Al Menjú, me ha dicho
uno de ellos cuando he cruzado, aunque si quiere usted ir
allí, me aclara, ha de volver a cruzar el puente, girar a la
izquierda y seguir todo recto porque no tiene pérdida y podrá
llegar hasta la caseta de la luz. No más lejos pues la senda
que sigue está llena de zarzas y no se puede pasar. Aunque
también se puede ir por el otro lado del río, por la parte de
la barca que se coge en la carretera de Abarán.
Y le he dado las gracias, adiós, adiós, y he optado
por volver a cruzar el puente de cemento con algunas farolas en los balaustres metálicos que permite pasar de la
ciudad a una huerta por donde veo que a lo lejos aparece la
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Antonio F. Marín
Chinica el Argaz, junto a la ladera de la Atalaya, mientras
sigo por el camino junto al río Segura que corre entre álamos y verdes cañaverales que lo encauzan y conducen hacia
aquélla sierra bermeja que se conoce por Menjú, frente al
cerro de Bolvax del otro lado del río, y a la que poco después he llegado una vez que he accedido a una estrecha
senda que corre bajo la rojiza montaña y que conduce hasta una caseta que cierra el camino y que según leo en un
cartel pertenece a la Comunidad de Regantes de la Acequia de Charrara. «Prohibido el paso, propiedad privada»,
he leído en otro aviso que me ha obligado a buscar una
salida, que no veo, porque sólo atisbo una senda que sigue
tortuosa entre zarzas y que me disuade de seguir. Y entonces habrá que volver, joder, porque tenían razón los lugareños y tampoco es cuestión de arriesgarse por seguir a una
chica que probablemente ni se acuerde de mí o que esté ya
casada, o con novio, o con querido. Porque además, ¿qué
ha hecho hecha?, ¿ha demostrado algún interés por ti? No,
ninguno. Y eso indica que te ha olvidado, dalo por seguro,
y tú no querrás verte reflejado en el personaje de La mujer
y el pelele de Pierre Louys, ¿verdad?, porque una cosa es
amar, entregarse sin miedo al amor y otra muy distinta el
ridículo. Antes muerto que ridículo, porque el sentido del
ridículo no es otra cosa que un repentino ataque de lucidez.
Y entonces mejor te vuelves sí…
…que me vuelvo, ¡maldita sea!, he exclamado rumiándome resquemores y desquites, mientras borro con
mucho coraje las fotos que le había hecho a escondidas,
porque esta niña tiene muchos humos y quiero borrarla para
no dejar huella de su paso, ninguna, aunque esa huella exista,
esté viva, muy viva, si recuerdas que con ella se volvían
111
Entretiempo
fascinantes hasta las pequeñas minucias como mirar cómo
se vestía, se duchaba, se depilaba, escribía en el ordenador
o se entretenía desordenando los armarios porque además
de melosa, elegante y posesiva, tenía una fuerte personalidad y un dulce carácter que asomaba a su cara y la retrataba muy atractiva y exquisita en cualquier circunstancia;
incluso cuando se ponía a cuatro patas para desatrancando
los lavabos. Así que llegado el caso podrías incluso atreverte a decir «sí quiero» en el altar, por la Iglesia, de blanco, con coro y Ave María de Schubert, ya puestos, porque
si decides casarte lo haces con el lote completo y en el más
estricto sentido de la tradición. Y como en tu pueblo es una
rigurosa tradición que el padre de ella pague la boda y el
convite, no hay problema. Todo OK. No problema.
A la sazón, claro, porque ella se había enfadado,
había desaparecido y no sabía más de ella, maldita sea, he
mascullado atribulado mientras decido volver al pueblo e
intentarlo luego por el otro lado del río, por la parte en la
que se amarra la barca del Menjú. Y en el entretiempo, en
el viaje de vuelta, puedes encender la radio para solazarte
en otros negocios de más bizcocho como el que nos sugiere un tipo que se opone a los trasvases de agua entre regiones porque cree que el agua ha de ser para el que le llueva
(no para el que se la trabaja),con el mismo andamiaje argumental de aquéllos que dicen que la tierra ha de ser
para el que la hereda, para el que le llueve la herencia, sabe
usted, porque se supone que la selva es para los leones y
las lianas pueden ser para los que las alquilan, en fin, porque entonces mejor pasamos a esta otra emisora en la que
se nos dice que la última moda erótica consiste en disfrazarse de peluche, porque miles de personas de todo el mundo
112
Antonio F. Marín
disfrutan disfrazándose de «furrys» (peludos, en inglés),
adoptando sus características y «frotándose» con otros
«amiguitos». No sé. A mí no me convence, porque una vez
me disfrace de hombre y me acerqué a una chica y ella no
quiso frotarse. Dijo no sé qué historia de que fuera a frotarme con mi madre, la muy pécora, que por lo visto no sabía
que eso es incesto. Son malas, retorcidas y perversas. No
me extraña que Dios las pusiera a vender manzanas en el
paraíso. Y luego invité a una chica a disfrazarse de ninfómana y no quiso porque prefería a Maria Antonieta (una
ninfómana más recatada), y quería que yo me disfrazara de
Napoleón, a lo que me negué con toda autoridad porque si
tenía la mano en el pecho no podía tocarle el culo. Se había
creído que yo era idiota. Ya no saben que inventar para que
no les toques el culo. Al final se disfrazó de ejecutiva y yo
de butanero (ya se sabe, lo clásico). Pero fueraparte bromas, decía, mejor dejamos de desvariar y cambiamos a esta
otra emisora, más seria, en la que un tertulio se muestra
convencido de que detrás de toda violencia hay un fondo
de verdad y una causa justa provocada por una injusticia.
Que es cierto. Pero en los casos de Torquemada, Hitler,
Pinochet, Stalin, Al Capone o los cabrones que le pegan a
sus mujeres, ¿cuál es su causa justa?
No se sabe y, entonces, será mejor apagar la radio
porque estoy llegando al pueblo y he de subir desde la
huerta al casco urbano, donde poco después me he dado
con Rafael Rodríguez Pérez que se sienta en la puerta del
mesón el Sotanillo y que me invita a acomodarme a su lado
para compartir unas cervezas, que he aceptado, gracias,
pues sabía de mi anterior visita que él andaba muy puesto
en las cosas de su pueblo y quizás tuviera alguna noción
113
Entretiempo
sobre la famosa piedra. ¿Sobre la Chinica? Sí, sobre la
Chinica del Argaz. Pues no, no sabe mucho, excepto que
cayó un día rodando del monte y aplasto la casa, a un carretero y sus dos bueyes, cuando iban de romería. ¿De
romería? Sí, y debido a las lluvias, porque esos días llovió mucho y el desprendimiento se produjo después de
replanarse el terreno debido a la humedad, lo que provocó
que se ablandara la tierra y que cayera rodando en el preciso momento en el que pasaba el carretero con sus bueyes.
¿Has dicho? Sí, claro que sí, porque además no hace mucho otra gran roca se había precipitado montaña abajo pero
esta vez por la cara Norte de La Atalaya, por la parte más
cercana al pueblo, arrastrando a su vez otras rocas más pequeñas y llevándose por delante más de ochenta pinos; un
percance del que un servidor ya había tenido noticias por
la página web del portal Cieza.net, se le dice, pues en ella
se había informado de que esa roca de más de 12.000 kilos
había caído de lo alto del monte bloqueando uno de los
caminos próximos al casco urbano, aunque la circunstancia de la romería y de las lluvias torrenciales que me apuntaba Rafael Rodríguez era nueva, no lo conocía y me permitía precisar algo más de aquel suceso que tiempos atrás
me había traído al pueblo.
Un dato nuevo que no conocía, le he comentado, antes
de interesarme por aquel libro que se traía entre manos en
el que recogía el apelativo que el habla popular le da a
ciertas palabras comunes como coño, por ejemplo, al que
también se conoce en el lugar por ferrete, cernacho, tonto, chumino, almanaque, pámpano, cicamocho, higo, mondongo, estropajo, cepa (del coño), y otros decires muy propios del lugar a las que uno añade nuevas acepciones, don
114
Antonio F. Marín
Rafael, principalmente las que se cuentan por Iberoamérica como bollo, chocha, panocha, concha, papaya o cuchara. Y también puchita, maravedí, cuquita, chuchita o sapo,
he añadido mientras lo veo reírse y aprovecho para preguntarle por Juan Carmelo del Carmelo, del que no dice
saber mucho porque hacía ya algunos días que se le echaba en falta y quizás pudiera estar por Murcia jugando al
bingo o requebrando a alguna viuda, aunque es raro que no
haya dejado ninguna razón de adónde iba, ¿sí? sí, eso cree,
porque más no se sabe, claro, qué se le va a hacer, le he
dicho para despedirme de él porque llevo prisa, Rafael, y
necesito entrar en el mesón para acudir a unos aseos en los
que poco después uno se encuentra cara a la pared cuando
he leído la parrafada que alguien ha rayado en el yeso para
aviso de ignorantes e ilustración de zotes: «La existencia
del hombre, es precisamente lo que demuestra la inexisten
de Dios», ha garabateado un bobo después de mirarse en el
espejo, claro, y que pase el siguiente, por favor. Aunque
por la pared no aparecen más leyendas, frasecitas hechas,
estrujados tópicos y manoseadas apelaciones habituales de
Manual de citas célebres de Carrefour que te churrascan,
y mucho, porque tanta pampirolada da mucho quebranto y
te dejan alobado, sin ganas de echarle arrestos a la vida
para seguir caminando, sin fin, aunque no sea para avanzar, sino para mantenerte en el mismo sitio.
- Eso se te pasa si te echas novia.
- Sí, se esta en ello, doctora, pero es que a uno lo que
le va es el romanticismo de tener novia formal para entrar
en la casa de sus padres, hablar con ellos y meterle mano a
su hija bajo la mesa en la cena de nochebuena. Es decir, lo
tradicional, lo de siempre. Soy un clásico. Y sin embrago,
115
Entretiempo
he leído en las encuestas que todas las mujeres tiran más a
la fantasía de que se las follen contra la pared, porque se
conoce que algún listo les ha dicho que el punto G está en
la espalda.
Aunque en aquellos aseos de el Argaz, decía, me la
escurrí, me lave las manos y salí a al mostrador para ver
qué tenían, que tienen, porque por encima de la barra he
visto alineados unos recipientes que contienen tallos, tápenas, caparrones, olivicas y tomate con lechuga bien aliñados con aceite de oliva y vinagre que podría pedir para
picar algo antes de seguir camino hacia la barca del Menjú,
donde había desaparecido aquella chica tan lista y melosa
que le daba un aire a Winona Ryder y a la que quizás pudiera volver a ver si conseguía acercarme a la finca por la
parte pública, por la carretera comarcal que conducía a
Abarán, en vez de hacerlo por el otro lado, por la zona
privada por la que ya lo había intentado. Es lo más correcto, claro, me he supuesto mientras me decido por una ensalada murciana con cebolla y huevo. Es lo más acertado
porque si ella está por aquella finca lo más probable es
que conociera al propietario, que fuera amiga de alguna de
sus hijas y que se hubiera alojado en el caserón que dicen
que hay al final de ubérrimo y exquisito jardín que Al
Martínez Capone quería comprar para su negocio turístico
en el que incluía a la Chinica. Estaba en ello, según decía,
pese a la oposición de buena parte de los vecinos que creían
que si era cierto que bajo la piedra había quedado escondido un tesoro, éste pertenecería al patrimonio del pueblo.
Y he ahí el dilema: ser o no ser, o tener o no tener, me he
cuestionado muy metafísico mientras levanto la vista ha116
Antonio F. Marín
cia la estridente voz del televisor que acaban de encender,
pues he oído a un tipo que dice que hay que conocerlos
antes de juzgarlos porque por lo que haga uno de ellos no
se debe juzgar a todos los demás.
- ¿Se refería a los católicos?
- No, doctora, a los gitanos.
Al menos eso han comentado en la tele, joder qué
cosas, porque tras la ensalada nos apetece… ¿qué?, pues
sí, unas patatas al vapor con laurel, gracias, que me han
dicho que son propias de esta tierra y que disfruto acompañadas de la oliva mollar que me sirven en plato aparte,
mientras advierto que a mi lado unos jubilados aluden a
Juan Carmelo del Carmelo y pego la oreja por si me daban
alguna razón de él, por si sabían algo nuevo que parece que
no, vaya, porque sólo comentan que hace días que no se le
veía y que algunos creían que podría estar en la casa de su
hija. ¿Sí?, sí, eso dicen, aunque lo que si parece cierto, según comentan, es que la Plataforma a favor del levantamiento de la piedra se va a manifestar el mismo día y hora
que la Plataforma en contra del levantamiento de la piedra; cuestión ésta que a un servidor no lo pasma porque
convivimos en una manifestocracia en la que las leyes se
aprueban por tres manifestaciones a dos, cuatro manifestaciones a cero o tres manifestaciones a una. Y sin derecho a
prórroga, aunque algunos, como el Alcoyano, la pidan fuera de las urnas.
- Eso no es razonable.
- No lo sé, porque desde luego no es la razonable
razón de la que echaba mano aquel vecino que tuvo una
colisión con otro coche y que en vez de reclamar los daños
117
Entretiempo
a la aseguradora, les pidió disculpas y no acudió a los tribunales porque, según dijo el abogado de la compañía, era
un tipo «muy razonable».
- ¿Razonable de razón?
- No, de sumisión.
Pero los vecinos siguen trasegando en la barra con el
vino y las olivicas mientras aluden a la próxima celebración de la Fiesta del Escudo, “La invasión”, que parece
que incluye un desfile de moros y cristianos con más de
15 cabilas y mesnadas, y un mercadillo medieval en el barrio antiguo con unos 50 puestos que no saben si van a
caber por unas calles tan estrechas, según dicen, pues para
esos días también se anuncian las protestas a favor, y en
contra, del levantamiento de la piedra para buscar bajo ella
el tesoro aquel que había quedado oculto y del que había
sabido en mi anterior visita, cuando anduve con aquella
chica a la que ahora volvía a buscar porque ella había alejado de mí esa amarguilla sensación de que todo lo que te
prometen ya lo tienes vivido. Y que lo único que te queda
por vivir es la muerte.
Pero con ella no, decía, porque a su lado todo era
distinto pues besarla y decirle «mi vida» era muchísimo
más que una frase retórica de facunda palabrería pues significaba vivir sin echarle cuentas al almanaque, tal y como
hacías cuando te invitaba a su casa de la capital y salíais
luego a pasear por la calle cogidos de la mano si tú no
metías la pata y la enfadabas al quedarte mirando a otra
chica; al mirar el culo de otra chica que pasaba porque entonces ella se soltaba enfurruñada y tenías que ir detrás de
ella pidiéndole perdón y sin conseguir su absolución hasta
118
Antonio F. Marín
que llegabais a su casa, se metía en su habitación y aparecía ante ti desnuda con el abrigo de pieles echado sobre sus
hombros para recostarse en su chaise-longue, clavar sus
ojos en tus ojos y hacerte ver qué es lo que quiere para
hacerse perdonar. Y tú ya sabes, no lo dudas y te arrodillas
entre sus muslos para posar tus labios sobre su sexo y arrullarte a él con besitos ligeros que posas sobre su rajita mientras le dices que la quieres; un besito, un te quiero, un besito y un te quiero, pues sabes que la excita sobremanera
tenerte entre sus muslos dándole tiernos besitos en su sexo
mientras gime, juega con tu pelo y echa un pie sobre tu
nuca para acuciarte a que aceleres las caricias y la beses y
lamas de arriba abajo y de abajo a arriba, una y otra vez,
hasta que gime, se estira y se corre sobre tu cara. Y tú te
relames goloso y le besas el último te quiero.
- ¿Qué droga me has dado? -le preguntas embelesado.
- Ninguna; sólo lo que te faltaba: cariño, ternura y
amor.
Sólo eso, había añadido mientras se levantaba y te
hacía gestos para que te arrodillaras entre sus muslos, venga, ven, porque quiere rozarte los pezones con las yemas
de los dedos y jugar con ellos pellizcándotelos una y otra
vez, hasta que ve que te has puesto otra vez duro. Y entonces te coge de las pelotas, de «sus» pelotas según insiste,
para acariciarlas, palparlas, palmearlas y arañarlas ligeramente con las uñas antes de sopesarlas para chequear que
siguen llenas, para ver si te has satisfecho por tu cuenta. Y
cuando ha verificado romanera que pesan, que andan igual
de llenas de «su» simiente y en «su» despensa, según te
dice, sonríe complacida y te lleva a la cama donde se ha
119
Entretiempo
echado sobre ti a lo largo para aplastarte y aprisionarte con
el peso de sus muslos sobre tus muslos, sus caderas sobre
tus caderas, sus pechos sobre tu pecho y su mejilla junto a
tu mejilla mientras te musita que te quiere. Y mucho. Y
cuando se cerciora de que estás a punto de ebullición, te la
coge, se la coloca y se clava lentamente dejándose caer
despacio, muy despacio, hasta que se queda quieta y clavada a horcajadas sobre ti, pero apretando y soltando los
labios de su vulva sobre tu dura verga; apretando y soltando, cerrando y abriendo, mientras permanece quieta para
impedirte el roce, el usual mete y saca, y que no puedas
correrte. Eres mala, balbuceas sin mucha convicción. Y
ella sonríe y te dice que sí, mientras cabecea y prosigue
apretándote y soltándote, una y otra vez, hasta que toma
aire, se estira hacia atrás y se viene hacia adelante para
quedarse exhausta sobre ti pues se ha vuelto a correr la
muy zorra dejándote a ti envirotado, y al pairo. Porque tú
sigues tieso dentro de ella mientras jadea sobre ti sudorosa y exhausta.
Olía tan bien.
A hembra satisfecha que ahora además te besa en el
pecho y te da mordisquitos en los pezones mientras comienzas a deshabitarla, a encogerte y a sentirte dichoso al
verla feliz porque la quieres y mucho, como ella también
te quiere, según te dice mientras se levanta para vestirse
pues tiene que irse y le gustaría que tú la ayudaras a ponerse guapa, ¿quieres?, claro que quieres, le has respondido mientras le eliges y pones las braguitas, y le aconsejas
qué ropa le queda mejor, además de peinarla y elegirle los
zapatos que luego le calzas para mirarla desde abajo y verla bellísima y elegante. Preciosa.
120
Antonio F. Marín
Pero eso fue antaño, claro, porque ahora te conformarías con encontrarla para volver a pasear con ella cogido de su mano. Nada más. Por el momento. Suponiendo,
claro, que puedas dar con ella porque debe de estar por la
localidad en algún Curso de la Universidad Internacional
del Mar o visitando a alguna amiga, pero está, eso es seguro, y por la finca del Menjú, por cierto, a donde pensaba
encaminarme una vez que deje de enjugascarme con los
recuerdos, joder, qué tarde es, me he dicho cuando en el
bar del Argaz pago la cuenta y salgo a la calle con los
auriculares de la radio puestos para entretenerme durante
el camino y oír, ya de paso, lo que se andan trajinando los
conducator de guardia como Leopoldo Lúter Anastasio;
un profesor de universidad muy comprometido con la sociedad y que suele iluminar nuestra ignorancia revelándonos, por ejemplo, que las cigüeñas viajan de un lado a otro
sin ninguna traba fronteriza. Y es cierto, porque también
las langostas viajan sin papeleo, como las cigüeñas, y nadie les pide pasaporte. Aunque ésto no lo dice Leopoldo
Lúter Anastasio, o lo tergiversa, porque él es uno de esos
licenciados que cuando viajan en avión le comentan a su
compañero de asiento que desde las alturas se comprueba
que lo de las fronteras entre los países es un invento del
hombre porque desde allí arriba se ve claramente que no
existen. Que es cierto. Aunque la contrariedad radica mayormente en que las fronteras que si existen, que si se ven
bien marcadas, son las de la verja que él instaló en su
chalet para rodearlo y evitar así que nadie se le inmigre
que ya se sabe que to’ el mundo e’ güeno mientras no se
meen en mi piscina, faltaría más, joder, porque es cierto
que las fronteras son un invento del hombre, pero hay que
121
Entretiempo
ser coherente y empezar por suprimir las de la puerta de tu
casa, las de tu jardín y las de tu finca, para dar ejemplo,
antes de eliminar las de los países porque los edificios se
construyen desde abajo, por los cimientos, por lo pequeño,
y es sabido que el que no cumple en lo pequeño difícilmente cumple en lo grande, según nos decía con mucho
tino aquél al que crucificaron por metomentodo. El que iba
hecho un cristo, sí. Aunque se conoce que a Leopoldo Lúter
Anastasio estos razonamientos no lo encandilan porque
después de oírlos se pone de morritos, te acusa de fascista
y a otra cosa, mariposa; a las banderas, por ejemplo, a las
que también desdeña al creer que son sólo unos vulgares
trapos, según se ufana con el mismo énfasis categórico de
los que dicen que el dinero es sólo papel, claro, porque es
cierto que las banderas sólo son trapos, al igual que las
bragas de su mujer también son sólo trapos sin importancia y, sin embargo, él le dio una zurribanda a uno que
quería robarlas para manosearlas, porque aunque Leopoldo Lúter Anastasio se gloríe como librepensador y revolucionario no es más que un pobre papamoscas que se cree
antisistema y subversivo, cuando antisistema, trasgresor,
gamberro, subversivo y vanguardista lo fue el maestro
Marqués de Sade o Leopold von Sacher-Masoch, que lo
siguen siendo incluso hoy en día, pues Picasso es ya más
clásico que las Meninas y todo lo demás son chirigotas de
unos zascandiles pintureros de la España eviterna roja y
gualda (o roja, gualda y morada), campeona mundial en la
donación de órganos y en las manifestaciones contra la
crueldad de la guerra, pero que luego cuelga la pancarta, se
compra un puro y se va rozagante a los toros para ver,
personalmente, como se torea, pica, banderillea y mata san122
Antonio F. Marín
grientamente a un animal mientras se merienda un lomito,
sí, gracias, con vino, estocada, longaniza, más vino, gracias, «no a la guerra», vino y banderillas que para rematar
llevamos en la capaza unas habicas tiernas a volapié con
bacalao «no a la guerra» y un buchito de tradición por verónicas de la costumbre social que se hace incluso política, verdad usted, porque por la mañana habíamos sabido
por una encuesta en Internet que el 56% de los consultados votan siempre al mismo partido, el 16% cambia según
la oferta y el 28% según el tipo de elecciones (se supone
que municipales o generales), de donde se trasvina que en
este país de Larra y de las caparras, todavía anda muy enraizado el recurso, uso y abuso del perejil de «los míos»,
«los nuestros» y «los demás», para todas las salsas.
- Te veo un poco don Prejuicio.
- Sí, doctora, es que uno tiene muchos prejuicios y
mayormente contra el hambre, las guerras, la pederastia,
el tráfico de órganos, las minas anti-persona, la miseria, la
evasión de capitales, los niños soldado, la especulación, la
corrupción política, la esclavitud infantil, el empleo precario, la carestía de la vivienda, el tráfico de órganos, la prostitución infantil, el maltrato a la mujer, la explotación del
medio ambiente, el acoso sexual, etcétera, etcétera, suma
y sigue hacia la infamia, que me churrasca y mucho, joder,
qué cosas, he refunfuñado mientras llego a la avenida de
Abarán y me doy con José Luis Vergara, el que fuera fundador y director de los periódicos El Mirador y La Prensa
Local, muy buen cronista de los aconteceres de su pueblo
y que, tras el saludo, me ha explicado que para llegar a la
finca del Menjú tendré que cruzar el río en una barcaza que
es fácil de gobernar si una vez que te has subido en ella
123
Entretiempo
colocas los pies separados y tiras del cable que cruza el río
para que así la barca se mueva y avance hasta la otra orilla.
Y de Juan Carmelo, ¿qué se sabe? No mucho, porque parece que lo habían visto en la estación cuando se subió al
Talgo con destino a Madrid, acompañado por una mujer de
la que no se sabía nada más, aunque es probable que sepamos pronto de él. Y uno también lo cree, claro, le he dicho
ante de despedirme y de meter las manos en los bolsillos
para seguir mi camino sin ningún prejuicio por llevarlas en
semejante sitio pues uno no concursa en ese precepto tan
canónigo de la elegancia que dictamina que metérselas en
semejante lugar no es propio de caballeros. Depende, sabe
usted, pues ese canon lo debió de inventar un tipo que la
tenía muy pequeña y que no tenía ninguna necesidad de
tapársela cuando se veía en un apuro. Si el novio de ella
anda por allí cerca, por ejemplo, que sí que es un asunto de
caballeros, me he supuesto mientras sigo por la avenida de
Abarán en dirección al Menjú, rogando además porque la
desaparición de Juan Carmelo haya sido por los motivos
que él me acababa de explicar y que no le haya ocurrido
como a esos otros ancianos de la ahíta sociedad occidental
que agonizan solos en las ciudades rodeados de vecinos
sin que nadie les eche de menos, porque suele ocurrir que
exigimos una muerte digna para todos, pero los ancianos
se nos mueren en la más completa indignidad, en la más
flagicia soledad que es aquélla que se arrostra en medio de
la muchedumbre sin nadie que te atienda porque tus vecinos saben más de los paletos que acuden a los programas
de telerealidad, que de la tuya, tabique con tabique, hasta
que al otro lado de esa pared el vecino advierte que la
vivienda de al lado huele mal, que huele raro y que no se
124
Antonio F. Marín
oyen ruidos desde hace días. Y llama a la policía para participarles su angustia porque al pobre viejo le haya pasado algo, con lo bueno que es, que nunca se mete con
nadie. Y se encuentran al muerto, muerto. «Yo me lo maliciaba; me daba el pálpito que le pasaba algo», exclamará la vecina cuando sacan el cadáver. Y luego aprovechará el suceso para enlucirse y acudir a los programas
nocturnos de televisión en los que volverá a menudear que
el muerto era muy buena persona, que siempre saludaba
en el portal y que tenía el panteón muy limpio, muy limpio.
Una ciudadana con una gran responsabilidad cívica, decía, como la de Pepe y Pepe que, según veo, insisten en su
proverbial diálogo junto al puente de la rambla del Realejo, frente a la iglesia de San José Obrero.
- No he de callar, por más que con el dedo silencio
avises o amenaces miedo –le dice Pepe a Pepe citando a
Quevedo.
- Eso te digo yo: que no he de callar por más que con
el dedo silencio avises o amenaces miedo.
Y he pasado junto a ellos sin prestarles más atención
porque de pronto me han sobrepasado unos vecinos que
esconden debajo del brazo una tela roja y amarilla que supongo que usarán por hacer la luna por las tierras de Albacete; para lidiar clandestinos al toro pues andan sigilosos
por la acera y miran mucho para atrás por si alguien los
sigue, aunque no los siga nadie, según veo. Y mucho menos un servidor que no está de ánimo para hacerse ninguna
Cuaresma porque he visto que la preciosa chica de 19
añitos que había conocido en la biblioteca, viene por la
acera del colegio El Zaraiche con su pelo moreno recogi125
Entretiempo
do en una graciosa coleta que despeja su cara y acentúa su
hoyuelo en la barbilla que me sonríe al pasar y me alientan
a pararme de pronto… para volverme y admirar sus amplias caderas y sus recios muslazos que le dan firmeza al
caminar con cierta arrogancia, mientras se aleja hacia la
ciudad luciendo un coqueto top que descubre su espalda
en la que veo un precioso lunar en medio de sus omóplatos. Es preciosa, me he dicho con cierta reserva porque es
muy joven, claro, y porque ando embelesado con la otra
chica, eso también. Pero mayormente porque uno está ya
muy rescaldado con las mujeres desde aquel día en el que
entré algo bebido en un pub por ver si por allí, que no me
conocían, podía por fin encontrar la mujer de mi vida, la
madre de mis hijos, por ejemplo aquella chica tan mona a
la que poco después saqué a bailar, le recité poesías de
Neruda y la acaramelé con halagos, gentilezas y zalemas.
- ¿Tú estudias o trabajas? -le pregunté todo henchido
de dicha.
- Yo mayormente trabajo, y son 500 euros incluida
la cama.
Así que desde entonces uno anda resabiado y ya
sabe que no hay que entrar en los pub con bombillas de
colores que además estén cerca de las carreteras. Pero en
aquella localidad de El Argaz, decía, lo que uno pretende
es acercarse a la barca del Menjú para buscar a aquella
chica con la que no había habido ningún equívoco pues
habíamos congeniado desde el primer momento: ella decía
sí y tú también decías sí. Ella decía no y tú también decías
no. Una conciliar compenetración, desde luego, me he dicho mientras llego al Hospital Comarcal, sobrepaso la casa
126
Antonio F. Marín
de las tres palmeras y me doy cuenta de que por aquí el
paisaje se contrasta bastante pues a un lado asoman los
ocres cerros pelados salpicados de palmeras y paleras silvestres, mientras que al otro se aprecian los verdes frutales
que jalonan el río Segura, a la derecha de la carretera por
la que subo al poblado de Bolvax en el que me he parado
poco después para mirar hacia el río que corre abajo entre
fértiles terrazas, junto al camino que lo serpentea y que ya
conocía del día anterior cuando me acerqué a las inmediaciones de la barca del Menjú por el otro lado, por la otra
orilla por la que no había podido pasar al encontrarme el
camino cercado. Y he bajado de la cima de Bolvax hacia
la vereda del Menjú en la que he visto atracada una barca
junto a un vado en la misma curva de la carretera, que me
supongo que es la que buscaba. Aunque en realidad se trate
más bien de una balsa que se han apañado colocando unas
tablas sobre unos bidones en cuyo extremo sobresale un
hierro vertical con unos rodillos por los que circula el cable que parte de una orilla, cruza el río y se ata al otro
embarcadero de allí enfrente por donde, ¡oh cielos!, acabo
de ver pasar a la chica del pelo negro cortito que andaba
buscando. O al menos se parecía mucho a ella mientras la
he visto pasar y desparecer tras los altos parterres del jardín que hay al otro lado. ¿Era ella? Sí, bueno, casi seguro
porque me es ya familiar su forma de andar, su pelo cortito
y su perfil tan dulce. Y tendrías que cruzar, pero entonces…
…pero entonces no. Mejor que no cruces porque no
puedes, no debes, ya que es propiedad privada y además
tampoco estás muy seguro de que quieras volver a verla
porque te daría un respingo y en vez de decirle que te
127
Entretiempo
sigue gustando, dirías alguna sandez y meterías la pata.
Suele suceder. A ti te suele suceder. Y además, ¿qué ha
hecho ella por ti?, ¿te ha llamado?, ¿se ha interesado por
ti? Y entonces...
…y entonces será mejor que seas cuerdo, aunque te
cueste, y que esperes al sestero en esta orilla amparado en
la sombra y en la brisa que refriega las ramas de los árboles que crecen allí enfrente entre unas palmeras de gran
copa y pequeño tronco cuyos brazos rozan el río y cubren
parte del rústico embarcadero donde se yerguen algunos
eucaliptos, y donde se supone que debe de atracar la barcaza una vez que se la ha llevado a la otra orilla tirando del
cable que cruza el río y que permite atravesar este apartado
vergel en el que había leído que abundan los abejarucos,
los mochuelos, los martín pescador y las garzas reales. Será
mejor esperar por si ella aparece.
Y esperas amodorrado con el arrullo del agua al correr entre las cañas que sólo se quiebra con el estridente
ruido de alguna moto que rechina veloz por la carretera
cercana conducida generalmente por agricultores que acuden al campo o por jóvenes encampanados en su estrépito
metálico a los que habría que parar, fiscalizar y multar por
no llevar casco, claro, pero también por no llevar condones, que es más grave y de mayor estropicio social, digan
lo que digan los purpurados y obispones que después de
todo no son más que los representantes en la tierra del Cristo
que cuando hace dos mil años dijo «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», no se refería a palacios vaticanos como se
creyeron ellos «víctimas de la letra», qué va, sino los cristianos de parroquia, pues se supone que los prelados no
son más que los delegados de clase del maestro que debe128
Antonio F. Marín
rían dedicarse a traer la tiza en vez de arrogarse atribuciones, lecciones y castigos que solo le corresponden al profesor, y no a sus delegados, ya sean éstos conservadores o
teólogos de la liberación, pues uno sería disidente de todos
ellos. Sin duda, joder, cuánto tiempo tendré que aguantaros. A todos. Aunque ahora será de más provecho encender la radio para cambiar de parecer y oír el de este prójimo que milita en el movimiento bright americano y que
no cree en la religión ni en Dios porque, según dice, seguir sus dictados le priva de obrar con libertad y lo hace
devoto. ¿Eso es amor?, se pregunta el sujeto con el mismo
berrenchín de los hijos que acusan a sus padres de no quererlos porque éstos le niegan dinero para comprar las chuches, cuando a simple vista parece que eso no es cierto
pues la religión católica, pongamos por caso, es la única
institución que si matas a alguien y te arrepientes, te perdona en el acto, te limpia completamente, te borra el delito
de por vida, no te denuncia y jamás te lo tendrá en cuenta,
mientras que la sociedad laica se chiva, te juzga, te condena, te priva de tus derechos civiles, te encierra en una cárcel y cuando salgas años después verás que tus vecinos
huyen de ti y no te perdonan de por vida. ¿Hablamos de
amor?...
…porque además no te prohíbe que disfrutes del sexo,
como insiste el tipo de la radio, sino que te aconseja que
lo hagas bonito, y con amor, y no por instinto animal como
hizo Picasso al follarse a la mujer de su mejor amigo provocando además que éste se suicidara por ese despecho. O
que ames lo imperfecto y no abandones a tu hija de dos
años enferma de hidrocefalia, como hizo Pablo Neruda, al
creerla un ser «perfectamente ridículo», pues son actitu129
Entretiempo
des que probablemente también reprobaría una religión de
ética laica y no por fundamentos morales sino porque es
una ordinariez de paletos macarrillas con camiseta de tirantes. Pero no simplifiquemos y dividamos todo entre
buenos y malos. No es justo. No todos son buenos o malos.
Cierto. Te ha quedado en technicolor, porque también los
hay avariciosos, cobardes, ruines, miserables y gurruminos como esos que, según nos dicen ahora, se dedican a
utilizar a los niños como mercancía humana para trasplantes de órganos. Una infamia, según denuncia el informe
El progreso de las naciones de UNICEF, pues los pequeños con los que trafican proceden de las regiones más pobres de Iberoamérica, Asia, África y Este de Europa donde
son vendidos al por mayor y con rebajas, pues un niño se
puede comprar por unos diez mil euros en Brasil, Tailandia, República Dominicana, Filipinas, Colombia o Ecuador; aunque en Perú procuran que los niños sean menores
de 14 años para destinarlos al servicio de la ciudadanía, a
la prostitución que «contratan» unos güenos crápulas pederastas occidentales que han ido a la escuela, tienen estudios y que además suelen justificar sus asechanzas pedófilas amparándose en el arte y en cúrsiles estampitas de efébicos andróginos que danzan entre gasas para uso y disfrute de una ciudadanía que tiene otras muchas opciones
para elegir sin meter por medio a los niños indefensos,
como por ejemplo perforarte un piercing Príncipe Alberto
en la mismísima polla. O arregostarte en otros pasatiempos para adultos que van desde el trono de la reina a husband feminization, pasando por slave of lesbians, shoejob,
lactating, femdom strap-on, male chastity device (CB-2000
y CB-3000), ass worship, girls kissing, femdom domestic
130
Antonio F. Marín
discipline, beso negro, cock trample, male maid/french
maid, lluvia dorada, forced feminization, pasillo francés
o femdom lifestyle 24/7, etcétera, suma y sigue. Y los hay
más raros aún que tocan el ukelele (como el escritor Malcolm Lowry), pues se conoce que haberlo haylo para todos
los gustos y de todos los colores, entre mayores, entre adultos a los que todo les está permitido si ambos consienten
y se quieren, claro, aunque no todo aproveche si se le hace
daño a alguien, a un menor por ejemplo, que parece que
hay que volver a explicar lo obvio una y otra vez, y me
retrasáis al resto de la clase. Porque entonces…
….porque entonces será mejor no pensar, cultivar el
jardín de la resignación laica volteriana, sacar las pilas de
la radio y tirarlas a los carrizos para huir del ruido y profesar silenciario en el sosiego de este recoleto lugar del río
donde sólo se oye el repicar de los pájaros y el rumor del
cauce mientras la tarde se remansa y aquieta. A bonico.
Suponiendo que no aparezca la trouppe de algún vuelatules con el propósito de tirar sus cenizas al río, o al viento, y
nos lo estropicien todo con sus cursiladas laicas de este
tronío, pues debería estar «prohibido arrojar escombros»,
digo «arrojar cenizas, bajo multa».
Y en el entretiempo esperar a que ella aparezca de
nuevo por el embarcadero de enfrente mientras te solazas
con su recuerdo, con la ventura de estar con ella cuando
ponías el Nessun dorma de Puccini y le preparabas el baño
metiendo el codo en el agua para ver si quemaba, hasta que
la notabas en sazón y volvías al dormitorio para cogerla en
brazos, llevarla al cuarto de baño y bañarla con mimo procurando que el champú no le caiga en los ojos, estate quieta, no seas mala y no hagas olas, mientras le das un tierno
131
Entretiempo
beso en los labios y una palmada en el culo para que no
alborote y puedas ahora secarla con la toalla y llevártela a
la cama; a las sábanas limpias donde la besas con ternura,
rozas tu mejilla con su mejilla y hueles su húmedo pelo
para sentirla dentro, a lo hondo, y decirle que la quieres;
que la querías, y mucho, como crees que aún la sigues queriendo aunque no sepas nada de ella excepto que podría
estar por la finca del otro lado del río. Por allí enfrente.
Y entonces es mejor esperar y procurar esclarecer
entretanto si es posible que exista un tesoro oculto bajo la
Chinica, porque de no haberlo no podría escribir el reportaje, no podría venderlo a la revista con la que lo tenía concertado y otra vez volvería a fracasar. Una vez más. Y menos
mal que uno va por libre y no tiene que dar explicaciones a
nadie, a los jefes, porque un servidor nunca se he llevado
bien con ellos porque todos son como las novias y quieren
conocerte antes de echar un polvo o de contratarte. Pero es
que cuando me conozcas vas a salir corriendo, les suele
uno explicar a los jefes (y a las novias), sin mucho éxito,
sobre todo con ellas que son más tiquismiquis. Así que uno
nunca se he llevado bien con los jefes, decía, porque nada
más que los tratas descubres que quieren hacerte trabajar.
¿Tú que sabes hacer?, te suelen preguntar nada más conocerte entrometiéndose en tu intimidad. Son unos descarados.
Aunque ahora será mejor que me centre en otros afanes más principales, de más enjundia y proscenio, dejando
a un lado otros chipirrinchis y castañuelas como dilucidar
de dónde vengo, adónde voy o cuál es la velocidad de giro
de la tortilla de patata y su relación matemática con la raíz
cuadrada del número pi. O por qué ellas aprietan la pasta
132
Antonio F. Marín
de dientes por los extremos, que esa es otra.
- ¿Me pasa usted al otro lado? – preguntan a mi espalda.
Y uno se vuelve, vaya por Dios, porque el que reclama mis servicios es el Flaviano Frutos Capilla; un vecino
que anda muy malquisto con sus paisanos porque corta la
acequia que pasa por su tierra situada en la parte alta de la
loma para que los de abajo no puedan regar porque el agua
es suya, sólo suya, según vocea antes de cortarla. Flaviano
Frutos Capilla es muy tempestuoso y cuando la autoridad
confedereográfica le dice que eso no es así, que el agua es
para todas las tierras por las que corre la acequia, él se
arma de argumentos, y de azada, mayormente de azada, y
replica muy maño que él tiene derechos históricos, que los
demás caven pozos o que la compren con camiones cisternas, pero que de abrir la cieca na’ de na’ porque el agua es
suya, de Flaviano Frutos Capilla, hijo por cierto de Flaviano Frutos, el Zórraster, al que así conocen por ser muy
dado a leer novelas del Oeste. Aunque a su hijo, al Flaviano Frutos Capilla, no lo conocen por el hijo de Flaviano
Frutos, ni por el hijo del Zórraster, ni por el Maño, sino
más bien por el hijo de puta de la loma de arriba.
- Es que yo no soy el barquero –se le dice al hijo de
Zórraster.
- ¿Pero me pasa?
- Bueno, vale, pero, ¿qué hay al otro lado?
- Un precioso jardín -contesta, mientras se ajusta la
gorra verde con visera americana que publicita un insecticida o un abono agrícola.
- ¿Usted lo ha visto?
133
Entretiempo
- No, pero eso se sabe desde siempre.
Y entonces me he agarrado al cable, he afianzado
los pies en el suelo y he tirado de él según me había aconsejado José Luis Vergara, hasta que la barcaza comienza a
moverse y cruza el río pues no es difícil gobernarla y se
deja llevar por la inercia del empuje sobre la maroma, digo
sobre el cable, hasta que al llegar al otro lado la he atracado para que el tipo se baje. ¿Le debo algo? No, no debe
nada, gracias, ha sido un placer, le he dicho al hijo de Zórraster antes de volverme de nuevo al otro lado del río
porque a uno no le place pegotear en los sitios en los que
no he sido convidado y prefiero quedarme a la vera del río
a esperar a que aparezca la chica aquélla, mi Rosebud, mi
límpida araucaria burguesa de lobo estepario y el confortable «templo lleno de decencia y salud» que ella representaba. Suponiendo que por fin te atrevas a decirle que
quieres volver a estar a su lado porque ya has madurado y
no tienes miedo a quedarte al desayuno y a compartir con
ella una aburrida y soleada mañana de domingo, mientras
cogéis a vuestra hija de la mano y os sentáis en una terraza
para ver cómo se toma una Cocacola con patatas fritas.
Más sencillo imposible, si fuera posible, que puede ser que
no, que todo sean imaginaciones tuyas y que las cosas no
sean como crees que son porque una cuestión son los deseos y otra muy distinta la realidad ya que en las fantasías
los azotes no duelen.
Aunque algunos no sepan diferenciarlas, sabe usted,
porque esa misma mañana había leído que las feministas y
progresistas de izquierda habían montado un pifostio para
exigir la quema de un libro de relatos titulado Todas putas,
134
Antonio F. Marín
en un acto reflejo de inquisidores medievales que es lo que
a veces todos llevamos dentro pues el primero que dijo lo
de «todas putas» fue un ateo de izquierdas llamado Cesare
Pavese y habría que censurar su Oficio de Vivir, porque a
estos panarras se les había olvidado el detalle de que censurar ese libro es censurar también a Pavese, S.G. Clo’zen,
Titian Beresford, Henri Raynal, Pauline Reage, Marc Cholodenko, Sacher Masoch, Annich Foucault, Marqués de
Sade, Gaia Servadio o Jean de Berg por citar a unos pocos,
cuando ese afán debería emplearse en educar a los jóvenes
para que cuando sean adultos ilustrados sepan diferenciar
la fantasía de la realidad y no sean tan proclives a la telebasura y la literabasura que es tan pegajosa, y cargante,
como este calor que a la sombra de aquí amodorra y que
por la solanera de allí abrasa, precisamente por donde asoma Javier Permanganato Potásico; un cursiprogre de esos
que sólo consideran obras maestras aquellas creaciones
artísticas que no comprenden, porque es sabido que el cursi adora todo lo que no entiende, ya sean libros, cuadros o
películas. Un páparo de aquéllos que critican el casticismo
de los escritores españoles pero que luego se refugian en el
casticismo americano de Faulkner, en el casticismo francés de Proust o en el casticismo irlandés de Joyce, porque
son de esos cursis aguachirles que reniegan de los español
porque «sabe a ajo» pero que se desmayan melifluos por
la insípida prosa sin adjetivar o por la tortilla francesa acompañada con unas verduritas hervidas, unas patatas al vapor
y un pescadito a la plancha para que no se les indigeste un
pirotécnico atracón de ideas, colores y sabores, que su agudeza senil no digiere porque para ellos son indigestas y
prefieren la plomiza paja foránea tan postiza como un ja135
Entretiempo
ponés bailando sevillanas, ea, porque el muy rizatules me
ha saludado y me ha dado a leer un relato que uno ya sabe,
sin saberlo, que versará sobre la guerra civil y su posguerra, intuición femenina, porque en este país de cachiporra
y chichinabo la mitad de los autores escriben de la guerra
civil, la otra mitad de la posguerra y el resto del Egipto de
los faraones. Pero mayormente de la guerra civil y su posguerra donde a semejanza de los guiñoles infantiles (y de
las novelas de Marcial Lafuente Estefanía), los buenos son
buenísimos y los malos son malísimos, sin grises, cuando
ya sabemos que lo único que parece blanco y negro, es que
la vida no parece que tenga mucho sentido.
- Algunos dicen que el concepto del sentido de la
vida es sólo un concepto cultural.
- Sí, doctora, aunque uno podría entonces concluir
que sólo los muy lúcidos pueden percibir ese sentido o sinsentido de la vida, pues los panarras se limitan a comer,
cagar, follar, dormir, consumir, ver la telebasura y FIN,
sin encararse nunca con otras cuestiones y/o adversidades
como aquéllas con las que uno porfía cuando por ejemplo
la mujer de tus sueños quiere desquitarse porque no te has
dado cuenta de que ha ido a la peluquería y no te dice que
la tienes más grande que la de todos los hombres que ha
conocido. O más gorda y hermosa que la de su novio, la
muy cruel, que las mujeres no tienen sentimientos, ya se
sabe.
Pero en el Argaz decía, he rehusado leer el manuscrito de Javier Permanganato Potásico porque además ya sabía que es un prohombre muy célebre por su soflamas en
revistas y tertulias en las que pregona apodíctico que ya no
tiene tanta importancia la libertad de expresión, el poder
136
Antonio F. Marín
decir lo que se piensa, porque lo interesante, lo creativo, lo
pedagógico, es poder pensar lo que se dice; es decir, pensar «correctamente» lo que él piensa y lo que él cree que
es lo mejor para nosotros según la doctrina de esos licenciados chisgarabís que pretenden salvarnos de nosotros
mismos e iluminar nuestra inopia en una misión salvífica
por nuestro bien, claro, porque el echacuervos nos seguirá predicando que la democracia es esclava del poder económico y que aquélla no consiste en que puedas echar tu
voto en la urna sino en que ese voto esté bien pensado,
ilustrado y educado con arreglo a la Razón (educar conciencias que nos decían antes en las sacristías). Quiere decirse, y se dice, que ese voto hay que educarlo según su
criterio que es fruto de la ilustración, de la libertad de pensamiento, de la justicia y de la solidaridad, por lo que para
ser libre deberás «educarte» en lo que él te diga, votar lo
que él vote y pensar lo que él piensa con el loable empeño
de que ejerzas y cultives la verdadera democracia porque si no serás un inculto, una marioneta que no piensa
libremente, según había proclamado Javier Permanganato
Potásico en uno de sus artículos que había publicado en un
periódico relamido hasta en los ladillos; uno de esos papeles cursiprogres que se dan mucho pisto con el debate y el
análisis plural para que todos piensen ese mismo «plural»,
mientras nos adoctrinan sobre qué hemos de pensar, cómo
hemos de vivir y qué hemos de votar para ser unos buenos
demócratas y unos éticos ciudadanos en una dictadura de
nuevos madelman, hombres nuevos, que siempre votan al
mismo partido, al mismo líder y a la misma secta que lee
las consignas de la Policía del Pensamiento en los editoriales de «su» periódico, de siempre, porque la libertad de
137
Entretiempo
expresión sin medida puede ser una «verdadera arma de
destrucción masiva», según ellos dicen en consonancia con
lo que argüía el dictador Francisco Franco antes de volar el
diario Madrid, pongamos por caso, pues ese es el protocolo que siguen a rajatabla los dictadores para imponer la
censura y privarnos de la libertad de expresión.
- ¿Me pasa al otro lado? –nos pregunta.
- Bueno, aunque yo no soy el barquero y no sé si
debería. Pero, dígame, ¿es verdad que al otro lado hay un
paraíso?
- No hay nada, monte bajo y esparto, o quizás limoneros. Todo lo demás son paparruchas y habladurías de
comadres.
- ¿Usted lo ha visto?
- No, pero eso se sabe; ahí no hay nada de nada porque todo es cuento, superstición y magia.
Y lo cruzamos al otro lado con algún esfuerzo esa
es la verdad, porque el hombre pesa y me cuesta agarrarme al cable que cruza el río y del que ahora tiro para mover
la barcaza, sacarla del embarcadero y llevarla al otro lado
halando de la maroma para arrastrarla sobre la corriente
hacía aquélla otra orilla a la que he llegado jadeante para
dejar a Javier Permanganato Potásico, despedirme de él,
volver, y sentarme a descansar bajo un árbol, si puedo, que
no he podido porque creo recordar que me ha sobresaltado
un golpe junto a las cañas y tras hurgar entre ellas me he
encontrado un vencejo que se ha debido de quedar atrapado entre los carrizos sin posibilidad de remontar el vuelo,
presto a morir, porque uno sabe desde niño que si estos
pájaros caen al suelo no pueden volver a elevarse y se que138
Antonio F. Marín
dan allí quietos hasta que mueren como nos los eches de
nuevo a volar cogiéndolos de las alas para que puedan coger aire y elevarse de nuevo zigzagueantes por las alturas
a donde uno logra ahora enviarlo antes de volver a sentarme para esperar a que aparezca la chica aquélla con la que
fui tan dichoso hacia ya algún tiempo, ¿recuerdas?, pues
además de dulce y melosa, también era muy celosa y posesiva y no permitía que otra mujer te rondara aunque se
tratara de su mejor amiga. Y cuando estabais en una cafetería o en algún pub y llegaba alguna que sabía que se
sentía atraía por ti, esperaba a que ella estuviera cerca para
empujarte contra la pared, besarte y cogerte de la entrepierna en un arrebato que no pretendía demostrarte a ti nada,
pues no hacía ninguna falta, sino demostrarle a ella que
eras suyo, completamente suyo y que no tenía, ni tiene,
nada que hacer contigo, pobre bambarria enamorado que
te has dejado hacer mientras miras a la otra chica por encima de su hombro, le sonríes y procuras ocultar que entre
sus manos te has puesto duro debido a su fervor posesivo
al cogerte del alma, digo de las pelotas, porque ella parece
que se ha percatado de tu envaramiento y aprieta pérfida
con más fuerza para hacerte más suyo, según te susurra al
oído antes de girarse para mirar con altivez hacia su amiga
y presumir gallarda de su trofeo: de ti pobre boquirrubio
amartelado que te sientes orgulloso (y empalmado), de
que te quiera tanto y de que te luzca en su palmarés ante las
demás mujeres, pues se conoce que eso la excita. Y mucho, porque cuando sus amigas se han marchado carilargas, se ha vuelto hacia ti sonriendo triunfal para besarte
con ardor mientras te dice que te quiere y que no va a
permitir que le quiten el novio porque tú eres suyo, sólo
139
Entretiempo
suyo. De ella. Y tú te dejabas querer, claro, porque además
te sentías tan dichoso al verla feliz que no le negabas nada
y cuando ella insinuó que le gustaría que llevaras en el culito la colonia Verino que ella te había regalado, tú te la
pusiste con sumo agrado para gustarle más porque eras, y
eres, un tipo muy sensible, claro, tan sensible como para
esperar aquí a que ella aparezca en este apacible lugar en
el que la cálida brisa olea las cañas al compás de un fragor
del río que te relaja e invita a escribir algo, cualquier cosa,
lo que se te ocurra a renglón seguido y sin orden ni concierto porque los pensamientos son arbitrarios, van de una
cosa a otra saltando de aquí para allá, sin orden, ton ni son,
pero me he quedado en blanco, sin pensar en nada,
como mirando sin mirar los eucaliptos del otro lado del
río, junto a las frondosas y bajas palmeras a las que no se
les ve el tronco pues sus hojas se abren como una piña y
caen sobre el extremo del embarcadero de ahí enfrente,
donde parece que el fresco corre más que por esta orilla en
140
Antonio F. Marín
la que me siento pues por aquí sólo entra una ligera ventolina que viene de la huerta, ya fecunda, pues por San Felipe los árboles aparecen con sus frutos, todavía verdes,
pero con la mitad del calibre que tendrán por el verano,
cuando maduren y se coloreen rebosantes de ese jugo que
al morder una ciruela, un albaricoque o un melocotón «chato», te resbalará por la comisura de los labios. Pero eso
será por la canícula, claro, cuando es de ley dormir la siesta para vadear la tarde, que uno no duerme porque prefiere estar despierto por si aparece mi chica, si es que aparece,
porque no había vuelto a saber de ella desde que se marchó
enfurruñada del hotel después de demostrarle que uno podía ser suyo, sí, muy suyo en cuerpo y alma (y todo eso tan
litúrgico en estos besamanos), pero también muy hombre
si era menester porque bromas con eso ninguna, ¿estamos?,
que uno lo tiene claro, muy clarito, desde que leyó aquella
novela de Unamuno, (Niebla, creo recordar), en la que una
protagonista decía que un hombre enamorado «es una
cosa, un animalito...Y una hace de él lo que quiere». Y
entonces…
…y entonces es mejor ser precavido y esperar aquí a
ver si aparece por el embarcadero de allí enfrente, mientras que por aquí asoma Juan López Aranguren vestido
con vaqueros de pata estrecha y zapatillas deportivas con
calcetines blancos que es casi su mono de trabajo, pues
López Aranguren se maneja atracando bancos con mucho oficio, como un trabajo más en el que emplearse sin
tener nada personal contra nadie porque unos se enganchan el lunes a la oficina, se excusa, y otros al atraco pues
de todo tiene que haber en la viña del señor. Juan López
Aranguren se ofende mucho cuando la policía lo persi141
Entretiempo
gue, lo crispa y juega con el «pan de sus hijos» obstaculizándole que se gane el jornal, porque él tiene dicho que no
le gusta la violencia y que nunca ha sido violento, pero
que cuando algún valiente se pone por medio de su trabajo
(un cliente del banco que se hace el héroe), él no tiene más
remedio que darle un cacharrazo con la pistola o pegarle
un tirito en una pierna si no hay más remedio, por «listo»,
porque Juan López Aranguren llama a los atracos «solucionar un problema» y los dineros que saca de los trabajos
los usa para comprar más material para el menester: una
pistola mejor que le permita atracar más para comprarse
una pistola mejor que le facilite atracar más para sacar
más dinero y comprarse una pistola mejor con la que atracar más para…
- Qué hay al otro lado –le preguntamos.
- Nada; de pasta no hay nada, que lo sé yo muy bien
Y lo he cruzado al otro lado, he vuelto con la barcaza
a esta orilla y me he sentado de nuevo junto al árbol por ver
de descansar mientras espero, sin que pueda emplearme en
el solaz pues de pronto he oído un rumor de pasos sobre la
gravilla y he advertido que por la carretera se acerca Juan
Cornudo Consentidor; un vecino que suele abogar por la
paz y el diálogo porque según dice todo en la vida se arregla hablando y el diálogo conduce siempre a una paz que él
predica con el ejemplo, desde luego, porque como el fulano que se folla a su mujer delante de sus napias (el dueño
de la fábrica en la que trabaja) también está por el diálogo
y por la paz, pues todo se desenvuelve en una armónica
convivencia, en una ejemplar avenencia y concordia que
permite aunar esfuerzos para lograr la convivencia pacífi142
Antonio F. Marín
ca de la ciudadanía. Así que Juan Cornudo Consentidor le
abre la puerta al amante de su mujer y como buen conde
Don Julián, lo lleva cortésmente al dormitorio, sale de la
habitación, se desnuda, se atavía con un minúsculo delantal de doncella francesa y vuelve a entrar con las bebidas
que les sirve arrodillado a los pies de la cama si no le toca
prosternarse y oficiar de mamporrero a petición de su propia esposa que es un arte que él ejerce solícito, y ganapán,
porque lo importante es la convivencia, el diálogo y el consenso en el que él concursa con un singular celo que le ha
llevado a arrodillarse por voluntad propia ante la polla que
lo hace cornudo para besarla y darle las gracias por tan
gentil ministerio, por hacerlo cornudo, en una beatífica actitud que nos viene a convalidar que el diálogo y el entendimiento son los verdaderos artífices de la paz. Aunque la
actitud de Juan Cornudo Consentidor no sea muy comprendida por parte de la sociedad y por sus propios compañeros de correrías, pues cuando pidió el ingreso en el Club
de Cornudos Sumisos fue rechazado por sus colegas porque, según le argumentaron, una cosa es ser cornudo sumiso consentido y gozar con ello porque te va la sumisión y
la humillación sadomaso, y otra muy distinta ser un cornudo forzoso, «porque entonces no eres un cornudo feliz, sino
un cabrón que no goza». Aunque eso, claro, son sólo matices porque lo importante es la paz, la paz de don Julián,
la paz del matrimonio, la paz del cornudo.
- ¿Es verdad que por ahí enfrente hay un paraíso? –le
preguntamos mientras cruzamos la barca al otro lado del
río.
- No lo sé, porque eso nunca se sabe, desde luego,
pero sí a la paz.
143
Entretiempo
- Sí, claro, estoy de acuerdo porque para usted la paz
sí que es el camino..
Y le he dado un cordial y fraterno abrazo antes de
despedirlo, para animarlo, mayormente, porque se le ve
pachucho, algo timorato y muy cornudo, con perdón, mientras lo veo desaparecer bajo las palmeras y decido volver
con la barca rumiándome qué habrá sido del mundo sin mi
concurso pues al no disponer de la radio no había podido
echarme al coleto alguna noticia con la que opinar al gusto pues un servidor suele opinar de corrido, como los taxistas, y no le va eso de ser tan asépticos como la Disney, y
algunos tipos, que sobrevuelan por la vida con optimismo
y bienaventuranza sin enfangarse nunca en la acequia que
otros mondan, mismamente que la Banca que siempre
gana, siempre obtiene réditos ya sea en la democracia o
en el tiempo de silencio de la dictadura franquista, pongamos por caso, en la que los españoles condescendieron con
el dictador pues eran tiempos de silencio en los que la inmensa mayoría de los ciudadanos (excepto Julián Grimau
y unos pocos más) andaban muy empeñados en ganarse
«el pan de mis hijos» y enfrascados en la política de comprarse un Seat 600 y el alquiler del pisito en Benidorm que
quedaba tan mono en aquél tiempo de cobardes, digo de
silencio, digo del «pan de mis hijos», en el que el mayor
peligro revolucionario lo representaba un robagallinas conocido por El Lute, mientras el pueblo callaba en el silencio aquiescente porque el pueblo español siempre calla,
siempre asiente, siempre consiente sumiso ante los dictadores y caciques posmodernos,¡vivan las caenas!, hasta que
un día grita y, entonces, se va cantando a la guerra civil.
144
Antonio F. Marín
Así que…
…así que será mejor remachar los clavos ardiendo y
volver a nuestros asuntos, si nos dejan, porque la carretera
anda ahora muy transitada por vehículos, motos, furgonetas y camiones de pequeño tonelaje cargados con cajas de
fruta que me ensordecen y me impiden reposar en este recoleto remanso del río al que ahora se acerca don Antonio Salas; aquel cura del convento de las Clarisas tan versado en las cuestiones teológicas y al que he ayudado a
subir a la barcaza para cruzarlo al otro lado.
- ¿Es verdad que al otro lado está el paraíso? –le he
preguntado mientras tiro del cable.
- No lo sé: eso no se sabe ni se sabrá hasta que doblemos la última curva del camino; pero si sé que Jesucristo dijo que en el cielo, en la casa del padre, hay muchas
habitaciones para todos, una salvación para todos sin excepción.
Y uno también cree que de haberla debe de ser
generosa, como si la repartiera Dios que para eso lo es, y
para eso cobra, pues cada uno llega a él, si llega, por sus
propios atajos. Y tanto si lo han conocido como si no lo
han conocido, he concluido una vez que lo he dejado en la
otra orilla y me he dispuesto a volver a esta otra para atracar la balsa, sentarme a esperar y ver cómo pasa una garza real que sobrevuela el cauce de este río en el que la
naturaleza no se recoge y abre hasta el amanecer, entre
palmeras, chopos, álamos, acacias, olmos, plátanos y unos
cañaverales a los que me acojo para cerrar los ojos y dejarme llevar por el rumor del río y el trino de los mirlos, lavanderas y oropéndolas que cruzan el cauce con una placi145
Entretiempo
dez que de pronto se estropicia con un golpe seco que proviene del embarcadero y que me despabila y me obliga a
levantarme para acercarme al lugar de donde creo que procede el ruido, por aquí, por debajo de la barcaza por donde
asoma un cuerpo humano boca abajo que aparece hinchado y ennegrecido con un gran parecido a Juan Carmelo del
Carmelo, ¡maldita sea!, aquel vecino del pueblo tan amable que había desparecido hacia algunos días y que ahora
aparece flotando en el río. Y muerto.
Qué hacer.
Habrá que acudir a denunciar la aparición de su cadáver y ya veríamos luego a la chica aquella, pues ahora lo
juicioso es recoger las pilas y encender la radio para escarcuñar entre las emisoras si tenían alguna información sobre el suceso que aclarara la extraña circunstancia de que
hubiera subido al tren para viajar a Madrid y que ahora
aparezca por aquí muerto, porque es increíble, vaya. Aunque después de trastear entre varias emisoras sólo he podido averiguar que un detergente parece que lava más blanco
que otro, que ha estallado una nueva guerra, que la banca
ha vuelto a ganar este ejercicio milmuchocientos miles de
millones o que algunas organizaciones, partidos y sindicatos han patentado las palabras «pobres», «paz» y el lema
«no a la guerra», para que sólo puedan hacer uso de ellas
los que estén legitimados. No dicen nada más y he optado
por sacudirme el polvo de las posaderas y disponerme para
volver al pueblo, si puedo, porque de pronto creo haber
visto entre los árboles de la otra orilla a la chica aquella
que andaba buscando y me ha parecido que me gesticulaba
para que cruzara al otro lado. No puede ser ella. Qué va.Y
vuelvo a escudriñar entre los árboles para ver que sí, que es
146
Antonio F. Marín
ella, joder, joder, por lo que he saltado a la barcaza y me he
agarrado al cable para tirar de él con frenesí, con premura,
porque según veo ella sigue con esa elegante feminidad
tan singular e irrepetible, única, pues es bajita como Gillian Anderson y su perfecto 1,58 de estatura, pero aún más
sensual y atractiva que ella porque ésta no es de celuloide,
sino de carne y butaca con su pelo negro cortito a lo garçon
y sus pizpiretas pecas que le dan un sensual atractivo que
no es sólo físico porque también me había atraído de ella
su perspicaz inteligencia y su lúcido ingenio muy al estilo
de Djuna Barnes o de Anaïs Nin. Explosiva. Peligrosísima, porque solo con verla ya comienzas a oír música, pongamos que el Creep de Radiohead que tarareas mientras la
barca se acerca.
Pero parece seria.
Y con los brazos en jarras.
Malo.
Peor, porque una vez que has bajado de la barcaza y
que le has dado un beso te ha reprochado que la hayas seguido sin decirle nada, sin atreverte a acercarte, porque te
había visto en Semana Santa desde el balcón de la casa de
una amiga y aunque te había llamado tú no habías hecho
caso porque como es habitual en ti ibas siguiendo el culo
de una chica y no mirabas para arriba. O no querías saber
nada de ella, que es lo que había pensado cuando seguiste
por la calle sin volverte siquiera, por lo que no había insistido pese a que te había visto cuando te escondías como un
crío para seguirla con esa timidez que ahora parece que te
sigue encogiendo, porque no sabes qué decirle, tartamudeas, balbuceas que quieres volver a verla porque ya no
tienes casi ninguna duda de que la felicidad consiste en
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Entretiempo
compartir con ella lo que depare la vida y en disfrutar de
las cosas sencillas como llevártela al cine para besarla en
la oscuridad de la sala, solo eso, ya ves tú qué sencillito, en
fin, ya sabes, le dices procurando que te crea, créeme, por
favor, si pudiera, que no puede, porque sonríe con cierto
sarcasmo ya que no confía en ti pues hace unos días te
había visto volviéndote para mirar a una cría que pasaba y
eso la lleva a creer que no la quieres de verdad y que sigues
tan inmaduro como siempre. Nunca vas a cambiar, te ha
espetado mientras clava el talón en el suelo y da golpecitos con la punta de la suela. Y tú, claro, no sabes qué decirle, porque esa chica que ella menciona sólo era una amiga
que habías conocido por causalidad en la biblioteca, es cierto, pero con ella no había nada porque es casi una niña,
muy mona, eso sí y muy simpática, pero nada más. No
había nada. Pero a ella parece que no le preocupa lo que tú
mires, sino cómo te miraba ella, cómo te devolvió la
mirada, pues las mujeres sabemos cuando otra va a por tu
hombre y eso ella no lo permite porque antes de que eso
ocurra soy yo la que te la quito y me la llevo. ¿Ella?
¿cómo?...no puede ser, qué va, porque además no hay
nada con esa chica, de verdad, créeme, le dices juntando
las palmas de las manos. Te lo juro. Pero ves que sigue en
jarras y te aturullas, balbuceas, callas y bajas los ojos al
suelo porque no sabes qué decirle para que te crea. Y cuando levantas de nuevo la cabeza ves que se abre el botón de
su elegante camisa blanca y que coge con los dedos una
cadenita de la que cuelga una llavecita de oro encerrada en
un círculo del que sale una cruz hacia arriba. Y te la muestra, aunque tú ya la conoces porque se la habías regalado
cuando ella te dijo que la había visto en Internet y que le
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Antonio F. Marín
gustaba. Y juega con ella entre sus dedos para mostrártelo
y darte a entender algo, ¿qué?, sí, claro, que la llave la tiene
ella, ¿la llave?, sí, la llave que te obliga a cumplir aquello
que le prometiste y que luego incumpliste de que no tendrías ningún placer sin compartirlo con ella y que mantendrías tus pelotas llenas para ella, sólo para ella, pues sólo
ella tendría la llave para abrirlas cuando quisiera, según ya
habías aceptado antaño cuando le escribiste enardecido y
arrobado un correo electrónico diciéndole que los tenías
duros, pesados, muy pesados; porque ni tan siquiera me
masturbo para guardar en ellos lo que ahora es tuyo, como
si fuera tu despensa de la que sólo tú tienes la llave y sólo
tú puedes abrir cuando quieras, como quieras y donde quieras. Soy tuyo, le confesabas entonces muy arrobado y rendido. Tan enamorado que ella te tomó el juramento y ahora
vuelve a cogerte la palabra, a dejarte claro que ella es la
que tiene la llave y que no puedes gozar sin su permiso
para estar otra vez atrapado en sus deliciosa trampa. Pero
bendita trampa, bendita tramposa, bendita ella y bendito
todo lo que toca, porque a su lado no habías necesitado
encontrarle un porqué a la vida pues ella corregía incluso a
Unamuno cuando decía que la existencia no tiene razón de
ser, porque está por encima de todas la razones. A su lado
sí que podría tener alguna razón de ser, aunque ahora sigas teniendo miedo porque hace tiempo que no la tratas y
porque como había escrito la columnista Rosa Belmonte
en el ABC, «el enamoramiento ha sido siempre la única
forma de dominio sobre los hombres del que han podido
disfrutar las mujeres de toda condición». Porque es cierto,
y porque te da mucho respeto que al saberte tan seguro se
desencante porque sabes que a ellas hay que dejarlas que te
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Entretiempo
gobiernen un poquito, es cierto, pero sin dejar de dar de
vez en cuando un rugido para que las leonas no olviden
que sigues siendo su hombre, convéncete, porque ellas anhelan que las adoren como reinas pero no soportan a los
alfeñiques, ni a los babosos complacientes y si no, recuerda lo que te dijo la amiga de aquella novia a la que en la
adolescencia le enviabas poseías y que nunca te quiso por
ser demasiado cariñoso, según le confesó después a su
amiga. Y entonces tú te acuerdas de aquello y no sabes
qué decirle, callas, dibujas extrañas figuras geométricas en
el suelo con la puntera del zapato, sí, claro, porque te da
miedo entregarte así y perderla, en fin, ya sabes. Y cuando
levantas la cabeza para decirle que sí, que aceptas, te das
cuenta de que ya se ha marchado, que debe haberse molestado por tu silencio y que debe de haber regresado al
pueblo, ¡maldita sea! La has vuelto a perder, aunque al
menos ya tienes la certeza de que está por aquí, por El
Argaz, y quizás puedas volver a verla, otro día, sí, porque
lo que ahora apremia es avisar de la aparición del cadáver
de Juan Carmelo del Carmelo. Eso es lo que cuenta, me he
dicho mientras cruzo de nuevo a esta orilla y me apresto a
recoger las cosas para marcharme pues la luz se ha encogido, las nubes se cierran ennegrecidas y parece que va a
llover, es muy probable, porque había oído comentar a unos
agricultores que temían aquellas nubes negras porque si
llovía podría peligrar la cosecha pues al estar los albercoques ya a punto, pero aún colgados del árbol, si se mojaban y luego salía el sol se abrirían como la boca de un pez,
se estropearían y sólo valdrían para la conserva a unos
precios muy bajos, lo que significaba una amenaza evidente de descalabro que un servidor comprende muy bien ya
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Antonio F. Marín
que también lo ha frecuentado en reiteradas ocasiones. Y
desde muy pronto, pues uno se propuso morir joven y ha
fracasado en el empeño. Es que soy muy inconstante. Pero
el fracaso es muy popular, decía, cuando trabajas por libre, no consigues colocar tus historias en las revistas y pones en riesgo el condumio que, por ahora, no parece estar
en entredicho, sabe usted, pues cuando poco después he
llegado a la recepción del hotel de las Delicias no se me ha
hecho ninguna mención a la factura y he subido más entero a la habitación para llamar a la Guardia Civil y denunciar la aparición del cadáver de Juan Carmelo del Carmelo.
Una amarga gestión que he diligenciado con mucha desazón pues le había cogido cariño al anciano. Y una vez
cumplimentada la formalidad me he metido en la ducha,
me he acicalado y he bajado al comedor para dar parte de
un plato al que conocen por Encebollado y que se cocina
friendo coles con cebollas cocidas. ¿Y de postre?, nada,
gracias, que vengo muy cansado y tengo prisa por irme a
dormir, por encender la televisión, ya en la habitación, y
averiguar si tenían noticias sobre el cadáver de Juan Carmelo del Carmelo, que parece que no, porque tras zapear
y zapear entre los canales he advertido que no hay nada
nuevo excepto los malos infortunios de siempre pues parece que se conmemora el Día contra la esclavitud infantil
que nos recuerda que en el mundo existen más de 400 millones de niños esclavos menores de 15 años que se dedican a trabajar en las minas de oro y mercurio de Perú, o
en las fábricas de juguetes de las multinacionales ubicadas
en China, produciéndose la dramática paradoja de que
mientras los padres de los países desarrollados llevan a
sus hijos a una tienda de juguetes, miles de adolescentes
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Entretiempo
están esclavizados en los países en desarrollo fabricando
esos juguetes o trabajando por los vertederos de otros países recogiendo desechos que venden en las fábricas para
seguir subsistiendo en el vertedero, en su infancia, en su
patria, que sería su vertedero, según Rilke, con la bandera
por basura y el himno nacional entre los sones de las latas
de mierda acumulada, mientras nosotros exigimos a nuestros políticos que nos acomoden una miaja más el «Estado
del bienestar» para que podamos exprimir la felicidad con
un producto del mercado para cada necesidad que nos permita atildar cada rincón de nuestra patria, digo de nuestro
hogar, con un limpiador distinto y específico para el espejo, otro plus para los muebles, otro súper para el baño,
otro ultra para los cristales, otro súper plus para los azulejos, otro súper ultra plus para el inodoro. Y si se apura y
le falta alguno, no se espante porque estamos trabajando
muy duro por su bienestar, y ya tenemos preparado el
súper ultra plus requeteplús al cuadrado (s+u+p+r)² con
tensioactivos aniónicos, solventes orgánicos y petróleos destilados que harán de su vida un harén limpio y aséptico,
según nos instruyen en este canal del que huyo para quedarme en este otro que nos ofrece la película Annie Hall
de Woody Allen que ya había visto, y que vuelvo a ver una
vez más porque es genial y porque me hace gracia la escena en la que Alvyn y su madre acuden al médico porque el
niño está deprimido y no le come, pues parece que ha
leído que el universo se expande y que como siga así un día
explotará. Eso no es asunto tuyo, le reprocha la madre, porque «Brooklyn está aquí, y Brooklyn no se expande». «Tu
barrio no expande», le viene a decir ella con un razonamiento sanchopancesco que nos queda monísimo, bordado
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Antonio F. Marín
con lentejuelas, pues nos invita a no preocuparnos porque
haya hambre en el mundo si en nuestro barrio no la hay.
Así que mejor apagamos la radio y nos disponemos a
dormir para esperar al día siguiente en el que te despertarás, te levantarás, te ducharás y al buscar qué ropa te vas a
poner advertirás que no ha servido de nada que te hayas
pasado la vida bregando para que nadie te imponga su ideología, su creencia, su ética, su moral o su doctrina porque
ahora, años después, no tienes más remedio que ponerte lo
que te impone un desconocido modisto francés. Antes
muerto que ridículo, por lo que me he vestido con lo más
clásico que he encontrado porque a cierta edad o eres clásico o pareces una fallera. Y luego he acudido al ordenador
para conectarme a Internet y averiguar en los medios digitales si tenían noticias sobre el fallecimiento de Juan Carmelo del Carmelo, el pobre, cuyo cadáver, según leo, había
sido levantado por el juez de guardia y estaba a la espera
de que se le hicieran la preceptiva autopsia. No se sabe
nada más, excepto un detalle que un servidor ya conocía:
que el difunto llevaba una crecida barba y eso podría facilitar que se averiguara la fecha más cercana a la que, vivo o
muerto, había caído al río ya que esos pelos crecen un milímetro diario y con el microscopio se podría calcular con
más precisión cuando fue el último afeitado. No añaden
nada nuevo, por lo que he recogido mis trastos y he bajado
a la recepción para pedir un taxi, gracias, al que poco después he subido porque pretendo acercarme al Ayuntamiento, por favor, pues quiero ver al alcalde, ¿al alcalde?, sí, al
alcalde, le he indicado al conductor antes de repantigar la
cabeza en respaldo del asiento de atrás y convenir con él
en que sí, desde luego que el mundo anda muy malamente
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Entretiempo
y que no sabemos adónde vamos a ir a parar en este pequeño planeta azul habitado por unos seres humanos compuestos de microbios y células contenidas en el envoltorio
de una piel muy débil que nos hace ser muy frágiles e inseguros porque todos andamos a tientaparedes buscando la
luz, que es una actitud más interesante y divertida que las
hórridas certezas absolutas que te llevan a invadir Polonia,
a inmolarte estrellando un avión contra una torre o a trepar
al púlpito de la Ciencia, palabrita de ciencia Jesús, para
apostolar con el catecismo de las verdades objetivas que
nos revelan, por ejemplo, que al ser la gran explosión del
Big Band el inicio del universo y del tiempo (una idea originaria del cura Lemaître), no tiene sentido preguntarse qué
había antes ya que antes de la explosión no hay antes, al
igual que no hay más Norte al Norte del Polo Norte. Una
obviedad de parvulario que es cierta en sentido geográfico, aunque confunda la superficie con el espacio, o eso
parece, porque cuál es el Polo Norte de una esfera metida
dentro de otra esfera que también tiene Polo Norte, te puedes preguntar, pues si las dos tienen el mismo Polo Norte,
o tienen dos Polo Norte distintos, resulta que una esfera de
un centímetro en el centro de la tierra también tiene el mismo Polo Norte que la grande, ergo, el centro de la Tierra es
el Polo Norte, lo cual que es muy novedoso, verdad usted,
de donde se trasvina que…
¿decías algo?
nada, señor taxista, hablaba solo conmigo mismo,
porque creo suponer que a partir del Big bang empieza nuestro tiempo, en nuestro espacio y con nuestro tocino
y nuestra velocidad de la luz, pues nadie ha preguntado
qué hay más allá del Polo Norte, sino que se nos explique
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Antonio F. Marín
por qué el universo no explotó 10-32 segundos antes y si no
lo pudo hacer antes al no existir el espacio ni el tiempo y lo
hizo cuando se produjeron las condiciones adecuadas, qué
fue lo que ocurrió para que se dieran esas condiciones adecuadas y por qué se produjeron, pues ya sabemos que sólo
los tontos hacen las cosas sin saber porqué las hacen, según se nos ha inculcado en el colegio con mucho magisterio, tenacidad y pescozón. Porque eso de negarse a profundizar en los porqués y las causas porque en la mecánica
cuántica se pueden producir fenómenos sin causa, es difícil de aceptar si consideramos que los fenómenos que no
tienen causa se les llama poltergeist. Y eso nos parece poco
serio y riguroso, incluso a aquellos que somos analfabetos
científicos como un servidor que el único contacto que ha
tenido con la física fue en la infancia cuando me echaron
del colegio por caérseme siempre el lápiz en presencia de
la profesora más estupenda y sin que ella se creyera que
estaba verificando empíricamente si era cierto, o no, lo de
la ley de la gravedad.
- Newton no tiene nada que ver con mis bragas –decía la muy escéptica con la investigación científica, que
debía de ser una fascista de mucho cuidado.
Pero los listillos de la clase nos dirán que una canica
sobre la punta de un sombrero mexicano está en un escenario simétrico porque es igual en todas direcciones y, sin
embargo, la simetría se romperá y la canica caerá hacia un
lado. Hacia un punto concreto. Cierto. Pero entonces la pregunta que nos inquieta es porque hay millones de puntos
en los que no se rompe esa simetría, qué ha ocurrido en ese
punto concreto que no ha ocurrido en los otros y por qué se
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Entretiempo
produce en ese punto precisamente. Porque sí, porque sí y
porque sí, nos dirán. Porque se ha producido una «rotura
espontánea de la simetría», añadirán los muy licenciados
para ilustrarnos y dejarnos más tranquilos porque parece
que la Ciencia también escribe con renglones torcidos y
que sus caminos son inescrutables mediante una singularidad, fluctuación, borrosidad cuántica, hipo, incertidumbre de los hechos aleatorios o roturas espontáneas de la
simetría que después de todo podría ser compresibles para
explicar el cómo pero nunca el porqué. Y no se puede
pasar de puntillas por los porqués pues es como querer acabar con la pobreza sin preguntarse por qué se produce la
miseria.
¿decías algo?
nada, señor taxista, es que suelo hablar solo,
porque si antes del big band sólo había simetría y un
equilibrio perfecto entre la energía negativa y la positiva,
los profanos nos podemos preguntar por qué se rompe esa
simetría sin saber por qué, pues se supone que el Otro lo
hizo por amor o por el placer estético gratuito de la creación que llevan todos los artistas, pero no entendemos por
qué lo hace el efecto mecano-cuántico pues al ser racional
no le vale el porque sí, porque sí y porque sí. O porque la
Ciencia escribe con renglones torcidos. O porque los designios de la Ciencia son inescrutables para hacernos comulgar con la fe del carbonero científico pues sabemos el
qué, el quién, el cómo, el cuándo y el dónde, pero nos falta
el «porqué» periodístico de su explosión. O por qué tras
miles de millones de años de evolución sin inteligencia
aparece de pronto la inteligencia. O por qué los animales
no tienen noción de la muerte y nosotros sí. O por qué las
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Antonio F. Marín
mujeres creen que los almohadones se han inventado para
que nadie se siente en ellos…
¿decías algo?
no, señor conductor, cosas mías, hablo solo, no tiene importancia,
porque eso de la rotura espontánea de la simetría
es precisamente la excusa que uno argüía cuando las chicas se extrañaban de que sólo habían transcurrido cinco
minutos desde el inicio de la película y sin embargo ellas
ya tenían las bragas por los tobillos. Una rotura espontánea de la simetría, ya sabes.
Aunque la circunstancia de que nunca pudieran explicarse los porqués tampoco nos arroja (por descarte), en
los brazos de otras Altas Instancias pues se supone que a
Dios hay que acercarse huyendo de la ignorancia y sin la
superchería del Azar o de los designios inescrutables, porque ya nos advertía María Zambrano, la discípula de Ortega y Gasset, que «Dios es la idea más racional de la historia de la filosofía».
Y entonces no, señor taxista, no decía nada porque
tiene usted razón y, efectivamente, el mundo anda muy
malamente y mejor me deja aquí mismo, junto al enorme
álamo a los pies del Muro, pues prefiero subir andando
por la cuesta que circunda la muralla cristiana para acceder
al barrio viejo en cuyas sinuosas y estrechas calles adoquinadas me paro poco después junto a la puerta del bar
Minuto para mirar unos grandes frascos repletos de caracoles recogidos en el campo y que se tuestan al sol remojados en agua para matarlos a sol lento y que asomen la
cabeza y la molla para que se puedan succionar una vez
cocinados, porque ya se ha dicho que son chupaeros y que
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Entretiempo
se sirven en cazuela condimentados con una salda picante
que está casi más rica que los mismos caracoles. Una delicia. Pero ahora andan al sol en la acera, frente a esas mozas que se sientan y abanican en las puertas de sus casas y
que miramos sin pudor, pero con sentimiento, porque uno
ya sabe que erotismo es cuando tú la desnudas y esculpes
con los ojos, y pornografía cuando ellas se desnudan y desparraman. Pero ahora se sientan en sus mecedoras y se entretienen cosiendo y charlando, sin tregua, porque la mujeres son el único animal del mundo que pueden estar 24
horas seguidas hablando de lo mismo y sin repetirse. Aunque de vez en cuando ojean de reojo a sus zagales que
ataviados con el traje regional de Adidas y Nike, ocupan
los pollos de las casas y se entretienen enviando mensajes
cortos, de portal a portal, con los coloridos móviles que
parece que lucen ufanos pues uno de ellos le pregunta a las
niñas del portal de enfrente si lo han recibido, tía, si has
recibido el mensaje porque «esto es una pasada», que lo es,
obviamente, aunque uno no entienda de esas pasadas porque tiene el móvil exclusivamente para el trabajo, para la
conexión a Internet con el ordenador portátil. Y ya se lo
habíamos reiterado a un comercial que quería imponernos
sus bondades, sus bonos, sus brevas y sus gangas, porque
en realidad no hacíamos mucho gasto en llamadas de móvil a móvil.
- ¿No tiene usted a quién llamar?
- Sí, cuento con mucha gente a la que podría llamar,
pero es que no tengo nada que decir.
Nada. Absolutamente nada, sabe usted, porque resulta que uno es un pobre idiota que no tiene padrino, que158
Antonio F. Marín
rida que le ladre, ni cura que sea su padre. Uno es un pobre
imbécil que en El Argaz deja atrás a los niños y sus móviles, para quedarse ahora prendado de una pareja de novios
que se besan y meten mano en medio de la calle. Qué envidia. Es que hace años que uno no le mete mano a la novia
en la calle. Una vez lo hice oficiosamente en el tren de la
bruja y salió mal porque había un tipo con una careta que
al vernos abrazados nos daba escobazos, que se conoce que
era un fascista de esos que le molestan que los demás disfruten. O que tenía envidia, vaya usted a saber. Porque lo
del tren de la bruja no era por buscarle más emoción al
asunto, qué va, sino porque no teníamos otro sitio más apañado pues antes lo habíamos intentado también de una manera más clásica en el dormitorio de sus padres y de allí
tuvimos que salir escopetados pues apareció el progenitor
alardeando de títulos de propiedad sobre la cama, cuando
nosotros no habíamos puesto en tela de juicio su titularidad, sino su uso, que era otra cuestión jurisdiccional bien
distinta a todas luces, en fin, cuestión de criterios.
Aunque en el Argaz, decía, he tenido que dejar de
mirar a los novios porque de pronto he visto venir un coche
funerario con el recado, a voces, de que ha fallecido Juan
Carmelo del Carmelo, el sobrino-nieto del Chato melocotón que estaba en la Fabrica La golosina. Su sepelio tendrá
lugar, dios mediante, esta tarde en el tanatorio del Cristo
Crucificado, sala 1B, por cuya asistencia la familia les quedará muy agradecida, a Dios gracias, según zurra el altavoz del coche mientras se aleja en sentido contrario y me
deja el camino expedito para arrimarme al quiosco y comprar un periódico regional, uno, este mismo de aquí sí, gracias, por el que me entero de que el cadáver de Juan
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Entretiempo
Carmelo del Carmelo había sido levantado en día anterior
por el juez de guardia que supervisó la diligencia judicial
y su posterior trasladado al Instituto de Medicina Legal de
Murcia para su autopsia. El cadáver, hinchado y ennegrecido, presentaba un avanzado estado de descomposición
que parecía indicar que llevaba varios días sumergido en
el río; así como unas marcas en el rostro que en un primer
momento no se había podido determinar si se debían a lesiones sufridas antes de la muerte o a resultas de los golpes
que se pudo dar con las cañas y las rocas del cauce. Pero no
daban ningún dato que explicara por qué había aparecido
muerto en el río cuando había sido visto subiendo al tren
con destino a Madrid. Un misterio que a uno lo acuciaba y
que estaba dispuesto a desarrebujar cuanto antes, dejando
a un lado, por ahora, aquel otro del tesoro de la Chinica si
antes conseguía concertar una cita con el alcalde en el Ayuntamiento, al que ya me acerco con premura cuando me he
tenido que parar porque una gitana se ha plantado delante
de mí con la palma de la mano extendida.
- Señorito, déme usted una solidaridad.
- No, te debería hacer Justicia.
- Eso, eso; déme usted un subsidio.
Mejor una solidaridá, que le he dado antes de seguir
hacia el Ayuntamiento eludiendo por las calles a un tropel
de vecinos que se agolpan en las aceras esperando que pase
algo que parece que todavía no llega; quizás una carrera
ciclista, un desfile de carrozas, o la procesión del Corpus,
según veo ahora sorprendido, porque no tenía noticias de
la efemérides y entonces, claro, es inútil ir a ver al alcalde, me he mascullado mientras me orillo en la acera junto
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Antonio F. Marín
a unos vecinos que lucen traje de domingo y cartón piedra,
para ver pasar a los niños atergalados con sus trajecitos de
marineritos lerés que han descolgado de la tintorería después de haber tomado la comunión como corresponde, porque toca, y sin saber en que comulgan pues a sus padres
les luce mucho ver a sus hijos en las fotos de este convite
ya que la Iglesia asiente, consiente y dispensa parrandas
con mucha soltura y reparte con el garbo de un crupier las
romerías y demás ceremonias de más vestir para tenerlos a
todos contentos, mientras pone la mano a los Gobiernos
para recibir financiación vendiendo a Jesucristo a cambio
de unas monedas. Sin ser libres. Un paripé que uno respeta pero que no acata, porque en mi Iglesia no se encargan
misas, ni se compran indulgencias, ni se alquilan botafumeiros, ni se dan cencerradas al viudo que casa. Así que
uno podría creer en otra Iglesia, que existe, como la que ha
propiciado a los largo de los tiempos una ingente cantidad
de obras de arte. O la Iglesia que alberga a las decenas de
religiosos y laicos católicos que mueren todos los años ayudando a los demás en el más absoluto anonimato porque
creen que primero van las obras y luego el Credo, tal y
como hacía el misionero católico Pedro Opeka que convirtió un basurero de Madagascar en el que vivían 800 familias en unas viviendas dignas para 17.000 personas. O incluso la Madre Teresa de Calcuta que entregó su vida por
los marginados y que cuando la criticaron por dar el pescado a los necesitados y no la caña para pescar, le contesto al
periodista que a los que ella atendía (leprosos, ancianos
inválidos y deficientes mentales) no podían ni tan siquiera
levantarse para coger la caña. «Primero les recupero a la
vida para que usted pueda darles la caña», le contestó al
161
Entretiempo
periodista con muy mala leche. O la Iglesia de los laicos de
Cáritas que se sacrifican por el prójimo todos los días del
año, sin darse pisto, cuidando alcohólicos, presos, «sin
techo», emigrantes, ancianos o discapacitados. Y sin cobrar nómina alguna como hacen otros solidarios onegerosos, pues de lo contrario se trataría sólo de ejercer una profesión más como la de médicos o enfermeros que también
se cuidan del prójimo, bajo nómina. Esa Iglesia que no es
de nadie, pero que es de todos, según se cree un servidor
que la critica porque la quiere, pues si no pasaría de largo y
adiós muy buenas.
- Haces bien, porque dicen que es mejor encender
una luz que atacar las tinieblas.
- Sí, doctora, es cierto, pero sin pasarse con el lapidismo que a mí eso de «encender la luz para atacar las tinieblas» me recuerda a lo que decía en mi adolescencia un
tipo que llevaba una linterna y que se paseaba con la luz
entre las butacas del cine, precisamente cuando tú ya tenías las braguitas de la novia por las rodillas.
- Es que hay algunos que no tienen sentimientos.
- Sí, porque el tipo de la linterna no paraba de gritar:
«luz, más luz». Y aunque algunos lo apodaban «Goethe»,
la mayoría lo llamábamos hijoputa.
O sea, que no, vaya, porque en El Argaz, decía, parece que no puedo ver al alcalde y entonces debería aprovechar para buscar a mi chica por el Mercadillo de los
Frailes pues es probable que ande por allí ya que el lugar
suele andar muy concurrido los días festivos. Completamente lleno, según he visto al llegar a este mercadillo artesanal en el que los tenderetes se distribuyen por los latera162
Antonio F. Marín
les de la explanada aneja al edificio de la Plaza de Abastos
para ofrecer los productos de la tierra como la oliva mollar,
el melocotón, los embutidos o los trabajos artesanos mayormente de esparto, según he visto mientras paso por
los puestos acompañado por la música de los Coros y Danzas Francisco Salzillo que bailan en el centro de la plaza
para unos vecinos que deambulan por delante de los puestos o se arremolinan alrededor de los coros para oír y ver
bailar el Chipirrin chipirrinchi, la danza típica del lugar.
Pero no la veo a ella por más que me ponga de puntillas
para otearla entre el gentío y opto por esperar al día siguiente, es lo prudente, en el que me levantaré más animado, bajaré del Hotel y al llegar al Puente de Hierro me
asomaré al río para ver si por el remanso anda El Pescatero y le puedo preguntar si sabía algo de la extraña muerte
de Juan Carmelo pues eran muy amigos. Suponiendo que
esté, claro, que si está, según he visto al llegar al puente en
el que anda de cháchara con otros jubilados que se sientan al cobijo del enorme eucalipto que se eleva frente a la
muralla cristiana, en la entrada al pueblo por la carretera de
Calasparra. Y al verme se ha guardado las gafas de sol que
suele lucir sobre la frente y se ha acercado célere porque se
ha enterado de lo de Juan Carmelo y es una desgracia, es
cierto, porque hacía sólo unos días que lo habían visto
subir al tren y ahora ha aparecido muerto en el río, aguas
abajo. Tanto trajín para luego estrellarse, añade compungido. ¿Estrellarse? Sí, en un accidente de tren por Chinchilla
según había oído; aunque como no me sabe dar más pormenores me he despedido de él apresurado y mohíno porque no anda uno muy fino y todos se enteraban de las
noticias antes que un servidor, cuando debería ser al revés
163
Entretiempo
que para eso se cobra, o se pretende, pues se conoce que la
chica aquella me estaba atolondrando, sabe usted, que es
que uno no puede precisar si te vuelves estúpido por estar
enamorado o eres estúpido por enamorarte. Imposible saberlo, he refunfuñado mientras subo apremiado al pueblo
buscando la sombra bajo los aleros y balcones del barrio
antiguo pues quiero acercarme cuanto antes a la biblioteca
del centro cultural Géneros de Punto para leer todos los
periódicos regionales y nacionales, y ceñir más la información que me había dado El Pescatero, si me dejan, claro,
que parece que no, pues una vez que me he allegado al
centro he tenido que porfiar con los jubilados para conseguir un diario y sentarme en las mesas bajas junto a los
niños que leen sus cuentos, tan dichosos ellos en su mundo de fantasía de algodón glasé que no tiene nada que ver
con la mugrienta estopa que uno gasta, qué va, porque
parece que el accidente del tren Talgo 226 Madrid-Cartagena con destino a Murcia, se había producido cerca de
Chinchilla después de chocar frontalmente contra un tren
mercancías que se dirigía hacía Madrid. Un infausto accidente que empotró la locomotora contra la máquina del
Talgo, según veo en la foto, mientras el resto del tren se
quebró y retorció pues el aparatoso choque y el posterior
descarrilamiento, había incendiado los primeros vagones
del Talgo y había provocado la muerte de 14 viajeros y de
5 trabajadores de RENFE, además de causar heridas a 39
viajeros que estaban siendo atendidos en los hospitales de
Albacete. ¿Dónde está Dios, dónde está Dios?, he oído imprecar a mi espalda. ¿Dios?... Y me he vuelto y he visto
que se trata, cómo no, del Heliodoro Rodríguez que me
inquiere, ¿dónde esta Dios?, ¿dónde está Dios?, mientras
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Antonio F. Marín
señala la dramática foto con un dedo. Y uno se encoge de
hombros porque no lo sabe, Heliodoro, porque aquí se ve
la mano del hombre ya que parece ser que el accidente se
había producido porque el Talgo 226 que viajaba a Cartagena salió sin previo aviso de la estación de Chinchilla en
el momento en el que por esa misma vía subía en dirección
contraria un tren de mercancías, sin que todavía se pueda
determinar por qué el Talgo había abandonado la estación
sin el pertinente permiso del jefe de circulación. El choque
todavía podría haber sido más espeluznante, según dicen,
si los conductores de las dos locomotoras no hubieran activado los frenos para procurar parar los trenes, sin conseguirlo, por lo que ambos supieron que iban a morir. ¿Y?
Nada, Heliodoro, no se sabe nada más porque todos los
periódicos repiten los mismos datos, pero por la fecha y el
origen del Talgo deduzco que podría haber sido al que había subido Juan Carmelo del Carmelo. Aunque cualquiera
sabe porque no añaden nada más, excepto que se habían
vendido 84 billetes para ese tren de los que 14 correspondían a los pasajeros muertos, 29 a los que habían resultado
ilesos o con heridas leves, y 39 a las víctimas que andaban
ingresados en los hospitales, lo que nos suma un total 82
viajeros. Y nos faltan dos para completar los 84 billetes
que se habían vendido. Así que esos dos viajeros o bien se
habían bajado en algún punto de la línea entre Cartagena y
Chinchilla o se habían volatilizado debido a las temperaturas cercanas a los 1.800 grados centígrados que se produjeron en los vagones a causa del incendio. Más no sé, Heliodoro, aunque a ti no te interesan estos datos, según veo,
porque te has ido dejándome aquí hablando solo entre las
risas de esos niños que me señalan con el dedo y que se
165
Entretiempo
regodean de un humilde servidor que no tiene más remedio que defenderse empuñando sus propias armas, pues que
uno recuerde también ha sido niño y tiene sus mañas para
hacerles ver que ese Harry Potter que andan leyendo es
una nenaza que se mea en la cama; quizás como ellos que
también tienen pinta de ser unos mamoncetes meones. ¡Y
viva Guillermo Brown!, he añadido, cariparejo, ante el
coro de llantos ¡bua, bua!, ¡mamá, mamá!, de estos retoños
de ciudadanos, aún capullos, a los que he ignorado en su
maleducado berrinche mientras salgo escopetado de la Biblioteca y me detengo en la entrada para mirar en el tablón
de anuncios los carteles que pregonan la celebración de la
Muestra Nacional de Cortos CZine+korto que organiza el
Cine Club Delicatessen y el Concurso de Persecución y
Captura de Grillos Zapateros con Reclamo, que patrocina
la Asociación de Amigos de las Oliveras. Un concurso éste
que parece divertido, pero que no consigue ponerme cascabelero porque pesa, y mucho, la muerte de Juan Carmelo del Carmelo, es cierto, aunque también me remusgo
que ya que nosotros seguimos vivos, lo correcto es aprovechar la circunstancia para comer y disfrutar del ágape sin
reproche alguno, pues no hacerlo sería tan estúpido como
«acudir a un club de putas sólo a oír música», según nos
tiene advertido la columnista Yolanda Alcántara. Y una
vez ahíto de vida, acudir luego al entierro de Juan Carmelo
en la sala 1B del Tanatorio ubicado junto al campo de fútbol de las afueras en el que, ya por la tarde, me he tropezado con una nutrida concurrencia que se agolpa encopetada en la entrada y por las salas del Tanatorio, dispuesta
a escenificar aquello tan emoliente de que «la vida sigue»
y otras pajaritas litúrgicas de semejante calibre que uno se
166
Antonio F. Marín
cuida mucho de prodigar pues no somos duchos en tales
suertes y quebrantos. Uno es que no sabe consolar, sabe
usted, porque si le tienes miedo al dentista, también se lo
tienes a la muerte ya ella te puede matar y todo. No te
escapas, porque sólo los tontucios se la saltan a la torera
mientras sobreviven con esa filosofía de manual de autoayuda que les permite aceptar la muerte sin reserva alguna, en
una especie de justificación leguleya que evita pensar en
ella y dejarla así para septiembre (como los malos estudiantes), cuando la morfina eutanásica les dé esa inconsciencia que les quite el miedo. Y en el entretiempo, acudir
de nuevo al manual de autoayuda para vivir la vida «tanto
mejor si no tiene sentido», mientras se cultiva el jardín,
tralarí, tralará, barro mi casita, y te arrocinas con la telebasura que tenga a bien echarte, antes de madrugar para trabajar más y ganar más para poder comprarte una cama mejor
en la que descansar más para trabajar más y ganar más
para saborear así la dicha de «saberte vivo y encantado de
la vida» con el reglamentario polvo del sábado, la formalidad de la lotería de Navidad y la complacencia del buen
comer y mejor cagar con la inestimable ayuda del último
alarde científico: la hidroterapia del colon que te permitirá cultivar la resignación laica volteriana muy al socaire
de la otra receta del médico del seguro, el Sigmund Freud,
cuando nos prevenía de que si quieres poder soportar la
vida, debes estar dispuesto a aceptar la muerte, claro, Sigmund, tómate algo, que yo te invito, porque para recetas
obvias ya tenemos a la abuela, y porque uno prefiere aceptar que la vida es un efímero relámpago de luz en medio
de la inmensa oscuridad de la muerte y poner cara de mucho péname mientras los demás comentan la vida y obra
167
Entretiempo
del difunto, lo mucho que sienten su muerte, su «más sentido pésame», y demás requilorios en boga que obviamente son una gran patraña, sobre todo si la viuda es joven y
está de buen ver, pero que conviene decir mucho a toda la
familia tal y como yo hago en el tanatorio antes de buscar
un lugar recóndito al fondo de la sala en el que esconderse
para pasar desapercibido y evitar así que se me considere
un desaborio malasangre y/o un sieso, que no contesta a
sus preguntas, qué tal te va, qué es de tu vida. O que lo
hace con evasivas, pues es sabido que por estos corrales
no se suele atender a razones y cuando procuras argüir y
exponer tus argumentos sobre por qué haces esto o por qué
necesitas lo otro, no se te suele entender y te ves constreñido a recurrir al único lenguaje universal que todos comprenden: «Porque me sale de la punta del capullo», que les
habrás de decir para abreviar, mayormente, porque entonces, oh, magia potagia, todos te comprenderán y correrán
céleres a atender tu petición ya sea para diligenciar un expediente o para encontrar el recibo del agua que no debes;
suponiendo, claro, que no te veas forzado a recurrir al otro
idioma ecuménico que por estos solares también resulta
muy expeditivo y que se refiere a un «¡por cojones!», que
nada más que es oído provoca una aceleración compulsiva
en la tarea y a una agilización administrativa que nos lleva
a recomendarlo a todos aquellos extranjeros que quieran
abrirse paso en el proceloso y sestero andamiaje social español, ya sea para llamar al fontanero o para pagar un tributo, aconsejándose incluso obviar la primera providencia
del proceso en relación con los argumentos, razonamientos o peticiones y, tras llamar a la ventanilla, pasar sin más
dilaciones o entremeses al segundo trámite del procedimien168
Antonio F. Marín
to cagándose en los muertos del susodicho hijo de puta que
remolonea con tu expediente. Mano de santo, porque por
estos solares de ciudadanos, siervos y caciques posmodernos (ahora no es menester comprar votos pues les vale con
comprar partidos), no se entienden consideraciones o alegatos, ni otros razonamientos que no vaya acompañados y/
o aludan a salidas de los cojones o de la mismísima puntita
del capullo, por ser algo intrínsico a una ciudadanía que
ahora mismo se arremolina por los pasillos y salas mortuorias del Tanatorio, y entre la que me abro paso, decía, para
buscar un recoleto lugar al fondo de la sala 1B donde no
haya mucha concurrencia y se esté tranquilo. Aunque atento a lo que se dice a nuestro lado, a lo que se cuenta del
finado sobre si había muerto al caer al río o si lo habían
empujado pues presentaba algunas magulladuras en el cuerpo. El bueno de Juan Carmelo, claro, porque ni que decir
tiene que era una excelente persona (con sus defectos, como
todos), y además era merecedor de todas esas valías post
mortem que se suelen prodigar con desparpajo por estos
convites cuando no se elucubra sobre lo fugaz de la vida tal
y como hacen estos otros de ahí con pinta y planta de profesores de secundaria y/o abogados en paro.
- Decía Epicuro que no hay que preocuparse porque
cuando somos, la muerte no es; y cuando estamos muertos,
no somos..
- Sí, eso es precisamente lo que dicen los que reclutan voluntarios para la guerra.
- Es que cuando estás vivo estás vivo y cuando estás
muerto estás muerto, me ha comentado una señora que ha
pasado junto a ellos y que ahora se sienta a mi lado golpeándose sus abultadas mamas con un abanico, mientras
169
Entretiempo
con la otra mano procede a levantar las gafas para afilar la
vista y escrutar a todo aquel que entra, sale o se queda de
pie cotorreando sobre política, fútbol o religión, que son
cuestiones en las que uno no porfía pues nos parece poco
educado hablar de ellas en velorios, cócteles y demás pipiripaos. Así que sólo se atiendo cuando alguien comenta
que parece casi seguro que el jefe de circulación de Chinchilla, en cuyas inmediaciones se había producido el accidente de tren, había reconocido que dio paso al Talgo 226
por error ya que el semáforo estaba en verde, cuando debía
estar en rojo, aunque él aduce que no le dio permiso al
maquinista del Talgo para que arrancara porque esta señal
se ha de dar reglamentariamente desde el anden y con una
bandera roja plegada. ¿Y de los muertos desaparecidos qué
se sabe? Nada, no se sabía nada más excepto que los dos
que faltaban se podían haber bajado antes de llegar a Chinchilla o por el contrario, se habrían quedado carbonizados
debido a las altas temperaturas que se produjeron en los
vagones, pero…
…pero no atino a oír más, sabe usted, porque el runrún arrecia y el jabardillo aumenta ya que la vecindad entra y sale de la sala y se apiña y mezcla en el pasillo con los
que acuden a la sala 1A de enfrente en la que entierran a
otro prójimo, pues hoy tenemos entierro frente a entierro y
corros con corros, entre los que, oh cielos, veo de pronto a
aquella chica a la que andaba buscando; a la fiera de mi
niña, o una chica que se parece a ella, casi seguro, por lo
que me he levantado, he tirado la mesita baja en la que se
apoyan los prospectos del Tanatorio y he cruzado la sala,
usted perdone por el pisotón, para acceder a la de enfrente
donde tras algún que otro trompicón, me he percatado de
170
Antonio F. Marín
que no está, ya que no se la ve entre tanta gente que por
aquí anda de pie o se sienta en las butacas porque quizás
haya seguido hacia la cafetería donde poco después he entrado para mirar entre los que se apoyan en la barra o se
sientan en las sillas junto a las mesas, sin que pueda verla
pues quizás ha podido meterse en la capilla a la que me he
acercado para asomarme a la puerta y buscarla de puntillas
entre la concurrencia por si estuviera por aquí, que no lo
parece pues no la veo entre los dolientes que me dan la
espalda, maldita sea, porque entonces no sé qué hacer y
quizás sea más acertado sentarme a esperar, y ver, detrás
de Doña Urraca Arístides y Martínez de la Trapisonda que
parece que reza, que murmura de rodillas sobre su reclinatorio de maderas nobles y forro de terciopelo que se ha
hecho traer de su capilla de la iglesia, mientras entrelaza
los dedos de las manos, baja la cabeza y parece que se encomienda al Señor, Dios mío, porque ante ti comparezco y
digo, que yo, la ilustrísima doña Urraca Arístides y Martínez de la Trapisonda, esposa de don Segismundo Albricias
y Tolosa de los Muelles, me he ganado el cielo a pulso
porque he pasado la vida con mucho sacrificio pues nací
para princesa, para estar viviendo en palacios, y me he
tenido que conformar, como buena cristiana, con una casona en el pueblo, una casa de campo, un chalet en la sierra
y otro en La Ribera del Mar Menor, además de unas perras
en el banco que me dejó la abuelita Luisa Fernanda que no
me han librado del sacrificio de ver cómo otras hacen corte
por Madrid presumiendo de duquesas, Dios mío, que yo
nunca te he pedido un ducado y ya sabes que me conformaba humildemente con que me hicieras marquesa porque
siempre he sido muy sencilla y no me hiciste caso, y cuando
171
Entretiempo
vaya a darte cuentas y esté delante de ti te vas a enterar,
porque no has sido justo y tienes que ser justo porque yo
creo en un Dios justo, porque si no, no serías Dios y si no
eres Dios ¿cómo voy a creer en ti?, ¿eh?, le he oído preguntarse a doña Urraca mientras permanece arrodillada
en su reclinatorio que campa muy cerca del altar, delante
del banco del que ahora me levanto precipitado porque he
oído un runrún en la parte de atrás de la capilla y he visto
pasar a mi chica detrás del féretro del otro entierro que se
conoce que se llevan camino del cementerio. ¿Era ella? No
lo sé, pero he salido atrabancado de la capilla para seguirla detrás del cortejo fúnebre que ahora llega al pasillo,
sobrepasa la sala de estar del entierro de Juan Carmelo y
encara la puerta principal para encaminarse al cementerio.
¿Pero de verdad era ella? Bueno, su culo si que era; eso es
cierto porque uno siempre ha sido muy buen fisonomista y
no se equivoca nunca con estas señas. Así que cuando el
féretro sale a hombros del Tanatorio uno se va detrás del
culo, digo del muerto, aunque…
…aunque esto de entrar con un entierro y salir con
otro muerto distinto al tuyo, de cambiarse de entierro y de
muerto, parece poco serio, poco cumplido, se siente, pero
lo que a uno lo apura es volver a verla, estar con ella; con
aquella niña tan elegante y femenina que antaño te había
tenido encandilado con sus buenas artes pues sabía cómo
mantener el interés de su hombre, según decía, mayormente cuando aprovechaba que estuvierais en un local público, en medio de la calle o en un concurrido pub atestado de
gente, para pegarse a ti, meter las manos debajo de polo y
rozarte y pellizcarte los pezones hasta que te tenía a punto,
excitado delante de todos, y tú te rendías y contestabas que
172
Antonio F. Marín
sí, que de acuerdo, que querías ir a donde ella quería; a su
habitación en la que poco después se repantigaba sobre la
chaiselongue y se quedaba allí echada como una velazqueña Venus del Espejo, mientras tú te ponías de hinojos entre sus piernas y no precisamente con el lírico propósito
de tirar tus tristes redes a sus ojos oceánicos, según recomendaba Neruda (lo tuyo no es la poesía), sino con la más
épica intención de verle las bragas, la braguita transparente que la muy aviesa siempre solía lucir cuando estaba
contigo porque había intuido que te colabas por sus prendas íntimas, mayormente después de haberse corrido con
ellas puestas, con sabor a ella en esa braguita tanga que
mirabas embebecido, y sigues mirando, pues los labios de
la vulva le aparecen nítidos bajo la transparente tela ya
que se los recorta por abajo para que se le vea la rajita
mientras que por arriba deja que el vello negro abulte su
monte de Venus. La muy zorra. Y es que está tan espléndida en su pose que acercas tu cabeza a sus muslos y metes
la cara entre ellos para besarla por encima de la braguita
con besitos leves, por encima, como dejándolos caer livianos sobre su sexo mientras te mueres por quitarle la braguita con los dientes para lamerla y beberla de arriba a abajo y de abajo a arriba. Y empecinarme de ti, le has dicho
mirándola a los ojos, porque te la comerías entera, de arriba abajo, si no fuera porque ella te aparta, todavía no, para
mirarte de hito en hito porque quiere saber si la vas a querer de verdad. Si vas a ser bueno, te recalca, mientras tú
asientes a cabezazos y ella aprovecha para abrirte la bragueta con la mano, descalzarse y pasarte el pie desnudo
por tu sexo para acariciártelo y jugar con él entre sus pies,
despacio, muy despacio, cociéndote a fuego lento con sua173
Entretiempo
ves caricias pero sin permitir que te corras, qué va, porque
cuando te ve a punto de ebullición, para de golpe y sonríe
malévola, antes de volver remisa a iniciar la tortuosa caricia sobre tu pene duro, envarado y tieso. Muy tieso entre
sus pies, porque inexplicablemente eso te excitaba, y te
excita, so crápula, pues te has puesto duro bajo los pantalones con sólo recordarlo. Y en medio de un entierro. Un
entierro que además no es el tuyo, no es el de Juan Carmelo, y eso parece poco serio si consideramos que una vez
que has aparecido por la carretera detrás del muerto te has
percatado, y te percatas, de que ella no va en la comitiva,
que por aquí no está pues no aparece entre una populosa
concurrencia que de pronto se aprieta, se empuja y corre
despavorida sin que un servidor pueda percatarse del porqué de tanto apremio pues, tras huir de la carretera, los
vecinos se han adentrado campo a través y se han parapetado tras las oliveras. ¿Qué ocurre?, me he preguntado muy
empirocríptico, mientras me vuelvo atónito para averiguar
la causa de semejante zaragata y advierto que los cuernos
de una vaquilla me rondan y acechan y me obligan a dejar
de lado las conjeturas epistemológicas sobre el porqué de
las causas y concentrarme raudo en saltar de caballón en
caballón para correr hacía una olivera y subirme a ella,
por fin, mientras observo a los desconsolados parientes
que pretenden colocar la caja a modo de burladero muy
cerca de la rama en la que cuelgan mis pies, y con los que
pateo y repateo para evitar que dos ancianos muy zamacucos se suban a ella y vayamos todos al suelo, pues se conoce que, pese a su edad, quieren seguir viviendo porque
parece que no han tenido bastante, que no tienen hartura,
se les razona a los jubilados que insisten marrulleros en
174
Antonio F. Marín
pedir prórroga para seguir aferrándose a la vida, mientras
se les atiza las patadas con más coraje y se les razona que
la verdadera felicidad, según nos enseñó Epicuro, consiste
en lograr esa serenidad que resulta del dominio del miedo
a los dioses, a la vida futura y a la muerte porque lo importante es conseguir acabar con esos temores para ser felices.
- El Epicuro ese y tú, sois los dos unos hijos de puta
–exclaman los viejecitos, mientras insisten en agarrarse a
la vida dándome bastonazos en los pies.
No lo entienden, según deduzco por sus golpes para
tirarme de la rama, por lo que pretendo argumentarles desde la objetiva serenidad que da el ver las cosas desde arriba, con altura de miras, y procuro hacerles entender que
quizás tengan ellos razón al hacer caso omiso de Epicuro
porque después de todo los animales suelen dominar el
miedo a los dioses y a la muerte, pues se limitan a vivir al
día como animales pues bastante tienen con su vida animal
sin plantearse ninguna cuestión y sin tener ningún miedo,
mientras duermen, comen y follan como si fueran animales, los muy animales, por lo que si hiciéramos caso a Epicuro abandonaríamos siglos y siglos de discurrir y volveríamos al pensamiento primitivo, a la filosofía animal de
no pensar, cultivar el jardín y olerle el coño a la primera
perra que pase; un razonamiento que, según veo, parece
que ustedes no comparten porque insisten procaces en
arrearme bastonazos con el malévolo propósito de tirarme
de la rama y que sea embestido por una vaquilla que ahora
se entretiene volteando a un mozo que se conoce que debido a la malas influencia del cine americano, gusta de ha175
Entretiempo
cerse el héroe y ha acudido al socorro del muerto pues
debe de ser pariente del difunto, según colijo por sus gritos ciertamente histriónicos que profiere en alusión a salvar al muerto, proteger a mi tío, que exclama estremecido
cuando de nuevo es rebozado por el suelo y embestido contra un caballón, mientras los viejos prosiguen arreándome
bastonazos con la porfiada empresa de tirarme de la rama,
en un obsceno propósito al que uno tendría nada que objetar si no fuera, o fuese, porque en la clases prácticas de
física del colegio se nos enseñó, con contumacia y pescozón, que el lugar que un cuerpo ocupa en el espacio no
puede ser ocupado por otro, y menos aún por dos, por lo
que a tenor de los principios que rigen estas leyes fundamentales y con el propósito de hacérselas comprensibles
mediante la aplicación empírica de su formulación práctica, uno recurre a un ardid muy útil en estos envites y que se
fundamenta en la constatación fehaciente de que los viejecitos aman más su cartillita de la caja de ahorros que su
propia integridad física, y que lo congruente en este caso
es quitarles las gorras y tirárselas a la vaquilla para fustigarlos a que salgan zumbando a su rescate con el fin de
evitarse el gasto de comprarse unas nuevas y que, ya de
paso, me dejen tranquilo sentado como estoy en esta rama
desde la que pateo de nuevo la cerviz del animal y me acuerdo de los antepasados del responsable de que el animal
ande suelto, ya de paso, porque por estos solares de España, y de las caparras, nada más que arrecian las calores se
procede a la suelta de una vaquilla para torearla o correr
delante de ella, previa embriaguez compulsiva, claro, porque sobrios no hay cojones y es precisamente cuando se
anda ajumado cuando se osan y perpetran tamañas gallar176
Antonio F. Marín
días que, como es natural, terminarán haciendo gasto en
el servicio de urgencias con moratones y cornás como las
que ahora le mete la vaquilla al muerto pues la ha emprendido con el féretro, o con lo que queda de las maderas,
después de que los desconsolados que lo cargaban lo hayan abandonado a su suerte para solaz de la vaquilla que
ahora se envisca con él hasta que consigue abrirlo y sacar
a un muerto que nos mira con mala cara. Con cara de
muerto.
Y uno aprovecha que la vaquilla se ofusca con el
finado para bajar de la rama, sacudirme el polvo y alejarme de allí regresando por el camino del Cementerio para
seguir buscando a la chica aquella pues me malicio que ha
debido volver al pueblo por una avenida denominada camino de Murcia, que poco después me conduce a las calles aledañas a la Plaza de Toros, mismamente por donde
organizan todos los miércoles el mercadillo semanal al que
he llegado algo mustio y con el barrunto de que la había
vuelto a perder. Y me he parado abismado ante una multitud que se cruza y se mezcla entre los tenderetes impidiéndome pasar. Y habrá que pasar, desde luego, por lo que
tras mirar a un lado, y al otro, he llegado a la conclusión
de que tendré que aventurarme entre el torrente de vecinos que circula en las dos direcciones o que se apretujan
ante los puestos que se alinean junto a las aceras, mientras
los oyes cotorrear o discutir cuando se paran en medio de
la calle con el carrito provocando el arremolinamiento de
la concurrencia y el consiguiente atranque que has de sortear con pericia, con pie derecho para pisarles el callo a
fin de dejar expedito el paso y conseguir detenerte ante un
puesto de frutas en el que simulas que sopesas si el melón
177
Entretiempo
de año está lo suficientemente maduro y aprovechas para
agudizar el oído y enterarte de lo que chismorrean las comadres porque según dicen, se ha muerto Juan López
Aranguren; aquel vecino al que un servidor ya conocía
porque lo había cruzado en la barca del Menjú. Eso dicen.
Y añaden que la autopsia de Juan Carmelo había descubierto que tenía los pulmones encharcados, lo que significaba que había caído vivo al río porque intentó respirar y al
hacerlo le había entrado el agua, aunque eso sí, Pascuala,
no se sabe si se ha caído por un accidente o porque lo tiraron, que me temo lo peor, pues no se llevaba bien con el
Flaviano Frutos Capilla, con el que había tenido pleitos
por el riego de la acequia, ya que el Flaviano decía que
debajo de él no regaba nade más porque la cortaba. Eso
oigo comentar mientras me malicio lloraduelos que todos
los vecinos saben más que yo y que de nuevo vuelvo a
fracasar. Una vez más.
- Te veo un tanto neurótico, por qué no te echas novia a ver si te sosiegas.
- Estoy en ello, doctora, pero es que a mí me van más
los amores sublimes porque lo bueno de los amores platónicos es que no roncan. Y porque es peliagudo echarse novia
ya que las mujeres son muy complicadas y es difícil entenderlas pues siempre te preguntan en qué piensas, mayormente, cuando tú estás pensado en el culo de su mejor
amiga. Parecen adivinas. No te preguntan en qué piensas
cuando estás comiendo con sus padres, por ejemplo, sino
precisamente cuando estás pensando en el culo de su amiga más íntima. Son malas, retorcidas y depravadas.
Pero en el Mercadillo de El Argaz, decía, sigo atento
a los diversos discreteos de los vecinos que aluden a que el
178
Antonio F. Marín
alcalde ha tenido que ordenar a la Policía Local que cerque la zona próxima a la Chinica, después de que hubieran
visto a algunos individuos merodeando por el lugar con
palas y azadas, presumiblemente al acecho para cavar al
anochecer bajo la piedra y buscar aquél tesoro que quedó
escondido en la casa aplastada por la enorme piedra. Es
que lo quieren to’ para ellos, según comenta una vecina
mientras se mete el pañuelo en el sujetador. Y eso tiene
que ser para tos’, añade malcarada ante la perpleja mirada
de la vecina que la acompaña que cree, por el contrario,
que ese tesoro debería ser para el que lo encuentre pues
para eso ha hecho to‘ el trabajo, según le replica muy chuscarrá mientras se ajusta la faja por encima de su ligero
traje estampado y procede a tirar del carrito para alejarse
del puesto del que un servidor también se aparta para seguir abriéndome paso entre el aluvión que va y viene formado principalmente por mujeres, y algunas pandillas de
adolescentes que curiosean entre los puestos entoldados
espigando los trapos entre los montones de ropa o buscándolos entre los que cuelgan y flamean de las perchas de los
tenderetes, y que me impiden ver a la chica aquélla a la que
venía buscando porque si la encuentro la pienso parar para
decirle que me sigue gustando, y mucho, porque es inteligente, posesiva y dulce, muy dulce. Y además no suele
tener ningún recato para mostrar sus sentimientos, ninguno, e incluso le quitaba a los demás el miedo a revelar los
suyos porque cuando a ella le recomendaron usar gafas y
se echó a llorar porque se veía mal con ellas, tú le dijiste
que sí, que quizás ella creyera que no le quedaban bien,
pero que tú eras un pervertido que se excitaba al ver a las
mujeres con gafas y que se las debería poner incluso cuan179
Entretiempo
do hicierais el amor porque a ti te excitaban mucho, muchísimo, verla desnuda con ellas puestas. Porque era
cierto. Y porque se lo piensas volver a decir en cuanto la
veas, si la ves, que parece que no, porque creo recordar que
había ya recorrido la mayor parte de las calles adyacentes
a la Plaza de los Toros en las que se sitúa el mercadillo
semanal y no la había visto entre la concurrencia que abarrotaba calles y puestos, por lo que decidí regresar al hotel
para darme una ducha y bajar luego al comedor para pedir
el menú del día que había visto anunciado en el tablón de la
entrada. A saber: sopa de cebolla de primero y Pebre de
segundo, por ser un plato más pesado que se cuece con
cordero y se acompaña de pimientos verdes y tomates fritos. ¿De postre? Sí, melocotón de Cieza y café cortado,
gracias, le he dicho al camarero una vez que he dado cuenta
de la comida y que me he dispuesto a ordenar los apuntes
que tenía recopilados, antes de salir de nuevo a currarme la
información porque lo de Juan Carmelo del Carmelo no
estaba nada claro. Y queda mucho por desarrebujar, me he
rumiado mientras bajo del hotel por el camino del Maripinar para cruzar el Puente de Hierro, subir por la calle conocida como Bajada al Puente y acceder al Rincón de
los Pinos; una replaceta en la que confluyen las mayor parte de las calles de un casco antiguo que según cuentan las
crónicas, fue el origen de la actual ciudad allá por los finales del siglo XIII, cuando el abandono de la población
musulmana de la ciudad de Siyâsa, acarreó una nueva repoblación cristiana que prefirió asentarse en esta parte del
río en detrimento de la antigua Siyâsa de lo alto de la montaña. Un pequeño casco viejo que recorro por sus adoquinadas calzadas y unas estrechas aceras de las que te has de
180
Antonio F. Marín
bajar si viene otra persona para dejarla pasar y seguir por
ellas al amparo de la sombra de los balcones forjados en
hierro de los que cuelgan las persianas de madera, según
veo cuando me voy parando para contemplar los portones
de madera con aldabas, más grandes o más pequeños según los posibles de la familia que habita las casas y que
voy comparando mientras sigo por la calle que se conoce
por Larga y que conduce al barrio más moderno que se
abre a escuadra y cartabón más allá de la explanada de la
Esquina del Convento, donde precisamente me he encontrado poco después con Angelino «el cabra» que viene por
la calle con el pantalón abrochado hasta los sobacos y haciendo la trompetilla con un matasuegras, pues Angelino
el Cabra suele tocar el pito por las calles, los plenos municipales y las misas de las iglesias. Angelino el Cabra es
muy célebre en el pueblo porque cuando viene la televisión a cubrir alguna información, se asoma a las cámaras
para trompetear con el matasuegras y saludar a todo el
mundo agitando vehemente la mano, porque a Angelino le
gusta mucho saludar y por eso cuando se ha parado frente a
mí, se ha subido el pantalón y me ha ofrecido la mano para
que se la apriete.
- Mi barrio no se expande, mi barrio no se expande me ha dicho sonriendo alborozado mientras me la aprieta.
Claro, Angelino, tú barrio no se expande y nunca se
expandirá, he convenido con él antes de despedirme con
premura porque he visto venir a María, la preciosa niña de
19 añitos que ya conocía de la biblioteca y que me ha sonreído con el radiante hoyuelo de su sonrisa que he valorado
en su justa medida, pues cuando ha pasado me he vuelto
181
Entretiempo
para ver cómo se aleja desenvuelta con un ligero traje que
le cae como una tela de agua sobres sus amplias caderas y
que perfila y realza sus recios muslazos y sus protuberantes pantorrillas que le transmiten una soberbia firmeza al
andar, al clavar el tacón, mientras bambolea su hermoso
culo que me distrae, y mucho, del menester que me traía
entre manos. Y no puedo atolondrarme. No es conveniente, porque además puede que la otra chica me vuelva a pillar mirándola y no es cuestión de enfadarla más todavía,
por lo que he optado por encender la radio para abstraerme
en el trabajo y ponerme al día de lo que va aconteciendo
que es mucho, según parece, porque Estados Unidos y Rusia
han acordado acabar con los arsenales heredados de la guerra fría y van a desmantelar unas 9.000 cabezas nucleares
de los misiles de largo alcance en un acuerdo que nos parece una empírea hazaña de mucho laurel si consideramos
que esta gentil reducción no es debida a que se haya puesto
de moda la causa pacifista o por mor de la desaparición de
la guerra fría, sino porque ambos países van a artillarse en
su lugar con pequeñas bombas atómicas de uso táctico;
las pequeñas bombas de bolsillo que permiten darle al gatillo nuclear con más alegría, con mayor locuacidad ante
países pequeños sin ningún efecto secundario para los grandes. Todo un avance. Seguimos progresando, claro, aunque no se atreverán a volar el planeta de una vez, como
soñamos los anarcorománticos para darnos la oportunidad
de construirlo todo de nuevo. Igual de mal. O peor. Porque
«otro mundo es posible», desde luego, según había leído
en un cartel de la organización católica Manos Unidas. Y
ojalá que lo fuera, aunque ya fue posible cuando los
emigrantes europeos huyeron de la corrompida Europa y
182
Antonio F. Marín
arribaron en el Mayflowers al nuevo mundo de América
del Norte, al nuevo país que empezaron a construir de nuevo y donde volvieron a caer en los mismos vicios de los
que huían, o peores, sabe usted, porque exterminaron a los
indios, ocuparon sus tierras, instauraron la pena de muerte,
legalizaron la venta de armas, ejecutaron a niños deficientes en la silla eléctrica y terminaron por no adherirse al
Tribunal Penal Internacional, suma y sigue, porque resulta que EEUU es consecuencia de otro mundo posible
como también lo fue la Cuba comunista de Fidel Castro
donde se empezó luchando contra una despreciable dictadura con un proyecto de dignidad a través de la educación, la sanidad y la cultura, pero donde se acabó en otra
repugnante dictadura en la que esclavizaron al pueblo, exiliaron a un tercio de la población, encarcelaron y ejecutaron a los disidentes, reprimieron a los escritores, persiguieron a los homosexuales, quemaron libros y fusilaron a
los que no pensaban como ellos en su otro mundo posible
que no es posible con los actuales inquilinos, con estos seres humanos tal y como somos, porque aunque uno sueñe
con la anarquía como fin de la historia, también se ve forzado a reconocer que a ella hay que acercarse de puntillas
después de haberte cultivado. De uno en uno, y sin aglomeraciones, ni empujones, porque un borrego, más un borrego, más otro borrego resulta una manada, un partido,
una Iglesia, una peña futbolera o un pepito de ternera, ya
puestos, pero nunca un proyecto social utópico serio. Y
entonces…
…y entonces será mejor sintonizar otra emisora local para ver si sabían algo nuevo de la muerte de Juan Carmelo del Carmelo, aunque tras recorrer el dial sólo he al183
Entretiempo
canzado a saber que se ha convocado el Certamen Internacional de Pintura «Toledo Puche» que homenajea al brillante pintor local. O que el Cabo Machichaco seguía encaramándose al Cabecico Raya sin hacer caso a los requerimientos de los policías locales que se acercaban al lugar
para conminarlo a que desista.
- Machichaco baja, que tú mujer te llama para que
comas.
- Sí, pero yo declaro el cabezo independiente.
- Sí, y con elevalunas eléctrico.
Eso dicen que dice, antes de pasar a informarnos de
que la autopsia de Juan Carmelo había revelado que murió ahogado tras caer al agua porque presentaba el llamado
hongo de espuma; unas segregaciones blanquecinas que
se forman en los pulmones por la mezcla de agua y aire que
se expulsa por la boca y la nariz en el momento del óbito y
que, según los expertos, es un síntoma evidente de que falleció ahogado y de que estaba vivo cuando entró en el
agua. Aunque no se había podido determinar si se había
caído al río debido a un accidente, si había sido empujado
o se había tirado para acabar con su vida. Sólo se tenía la
certidumbre que había caído vivo al agua, por lo se había
aconsejado que se realizara otra autopsia para desentrañar
más la cuestión. Nada más. Que no es poco, porque descartaba que lo hubieran matado antes de caer al río, eso ya es
seguro, he concluido más tranquilo mientras busco un lugar abierto y refrigerado donde buscar cobijo y tomar un
tentempié pues por estas calendas las calles andan a la
solana sin que nadie tenga a bien personarse pues huelga
la comparecencia cuando ni la Justicia cita y el calor brilla
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Antonio F. Marín
y se escurre por el asfalto quemándote el culo si te sientas
en unos bancos públicos en los que no me siento, desde
luego, porque he visto venir al coche fúnebre La voz de los
ángeles que pregona por sus altavoces que ha fallecido Javier Permanganato Potásico (el escritor que había cruzado en la barca), y que su entierro se verificará, Dios mediante, esta tarde a las cinco en la Iglesia de San Juan Bosco. ¿A qué hora?, ¿a qué hora?, inquiere aporreando el capó
Pascual López Arruche, el Agonías, un vecino que recorre
todos los días los rincones en los que se pegan las esquelas
de papel publicitando los fallecimientos del día para anotarlos en una pequeña libreta y acudir a ellos por la tarde
con el fin de dar el preceptivo pésame y verificar que, efectivamente, «no semos naide» porque el finado era muy
buena persona que incluso pagaba todas las multas.
Así que me he alejado del corrillo que se apretuja
alrededor del coche porque me he fijado en unos tipos que
parece que se encastillan en lo suyo de ocultar con celo
una tela roja y amarilla bajo el brazo mientras caminan sigilosos por la acera mirando a un lado y al otro hasta que
se paran, cuchichean, vuelven a mirar a un lado, y al otro,
y entran con cautela en un portal en una actitud muy chocante, se recela uno, porque deben de ser novilleros de aquéllos que conspiran para hacer la luna, para lidiar clandestinos con algún toro por las fincas de más al Norte, allende
las tierras de Albacete. Eso me he supuesto mientras decido acercarme a picar algo y posponer la visita al alcalde
para el día siguiente. Aunque antes será mejor que me
aleje de la tremolina del coche fúnebre, ya digo, sonriendo mucho a todos para pasar desapercibido y que no te
vengan con pejigueras o murgas que no te competen, que
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Entretiempo
no son de tu jurisdicción, mientras sigues sonriendo mucho hasta que la risa se acartone en careta y te hagas invisible cuando pasas entre ellos, llegas a la Plaza de España
y te detienes frente a la Casa de Anaya, que me ha llamado
la atención pues sabía que databa de principios del siglo
XX con su característico techo a dos aguas, sus ventanas
en forma de pentágonos rectangulares terminados en pico
y su mirador de estilo Gaudí con trozos de azulejos que
asoma por encima de la verja que acota el jardín de la entrada y que le da al conjunto un encanto arquitectónico muy
especial, pues parece la casa de un cuento de los hermanos
Andersen o Grin de aquéllos que nos cautivaron en la infancia y que hoy en día, ya de mayor, aún sigo admirando
mientras la observo desde la acera y me ladeo para dejar
pasar a las ninfas adolescentes que han salido de casa todavía escurridas de la ducha, y con el ombligo al aíre, para
sentarse por los bancos de mármol y cuchichear entre ellas
frente a unos niños con los pelos erizados de gomina que
parece que se zafan para sentarse al lado de la chica que les
gusta; aunque ellas se levanten alborozadas para jugar al
tú le gustas a ella, a mí me gusta aquél, y vuelta a empezar,
mientras por el centro de la glorieta los más pequeños patean el balón, patinan o corren entre las mesas de la terraza
en la que sus atildadas mamas se acomodan con las amigas
para tomar el fresco y pasar la tarde por esta amplia plaza
por la que he dado algunas vueltas sin encontrarla a ella.
Ni por aquí, ni por el bulevar del Paseo, al que poco después he acudido por ver si la encontraba entre las jóvenes
mamas que han sacado a pasear en cochecito a sus bebés o
entre los jubilados que pasean con la cabeza gacha y las
manos cogidas sobre la espalda, cuando no se sientan en
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Antonio F. Marín
corrillos por los bancos discutiendo de fútbol o de política
(del importe de la pensión), según deduzco cuando paso
junto a ellos y apuro el paso hacia la explanada de la Esquina del Convento porque de pronto, oh cielos, creo haberla
visto sentada un banco frente a los juzgados pues aquella
chica que se ve de espaldas hablando por el móvil con el
pelito negro muy corto, le da un aire a ella, aunque si no se
vuelve no podré saberlo y entonces…
…y entonces será mejor que me esconda tras la columna mural del pintor de José Lucas desde donde puedo
asomarme sin ser visto porque prefiero que no se vuelva, si
se vuelve, que no se vuelve, ni se volverá, porque cuando
me he asomado de nuevo he visto que se ha marchado,
joder, joder, digo, córcholis, córcholis, y la he vuelto a
perder, otra vez, precisamente cuando la tarde se desvanece, y apaga, y los vecinos suben las persianas y van sacando las sillas a las aceras para esperar a que llegue la fresca
mientras saludan al que viene, buenas noches tenga usted,
y te despiden con un adiós, adiós, cuando pasas por su saldo de vuelta al hotel pues es mejor descansar, cenar, ordenar un poco los papeles y dormir, principalmente dormir,
porque al día siguiente tendría que madrugar si quería acudir pronto a la puerta de los juzgados por si ella volvía por
allí pues esta vez me voy a atrever, seguro, me he dicho, y
digo, al día siguiente mientras me acicalo para bajar a desayunar y me dispongo poco después a subir a la ciudad
por el camino que contonea el Muro; la muralla cristiana
que fue edificada sobre la barbacana de la antigua fortaleza medieval, por donde se alza la ermita del patrón San
Bartolomé paredaña a la Casa de la Encomienda. Una ermita desde la que se exorcizaban las tormentas y se bende187
Entretiempo
cía la vega del río Segura que abajo florece atiborrada de
frutas cubriendo de verde el ocre sequedal del paisaje que
uno admira una vez más, mientras subo por el camino que
circunda la muralla y sobrepaso a unos jóvenes que por su
pinta informal supongo que son los que han venido para
participar en el Campo de Trabajo que se había organizado para investigar los orígenes e historia del poblado árabe de Medina Siyâsa y que ahora deben de venir del albergue en el que se hospedan junto al Molino Teodoro,
pues el proyecto también incluía la visita cultural a los
yacimientos paleolíticos del Barranco de los Grajos, los
neolíticos de La Serreta y una visita a un reducido casco
histórico por el que poco después aparezco campante pues
me alegra que vayan a trabajar en las ruinas islámicas medievales ya que tenía noticias de que eran un monumento
excepcional con más de 250 viviendas todavía sin excavar.
Eso espero, al menos, me he dicho mientras sigo hacia el
bulevar del Paseo para esperar a que ella aparezca de nuevo, si aparece, que por el momento parece que no porque
sólo veo algunos jubilados sentados por los bancos y a
Antonio Montiel, el Monti (y señora), que se agachan sobre un carrito de bebé pues parece que en mi ausencia y
mientras uno andaba por ahí pindongueando de ningún
sitio a ningún sitio y formulándome preguntas del jaez
aquél de si la vida tiene sentido o por qué todos los vecinos viven en el quinto, ellos se habían divertido en otros
menesteres más propios como tener una preciosa niña,
Amparo Pilar, que llora cuando me asomo, como es natural, porque los niños a esa edad lloran mucho y no sueles
saber por qué lo hacen, pues si una mujer ya crecidita se
echa a llorar tienes la infalible convicción de que es por188
Antonio F. Marín
que por fin ha comprendido que la talla 38 no es elástica,
un suponer, pero con un bebé no sabes a qué atenerte. Pero
en aquel bulevar del Paseo, decía, me he despedido de
Antonio y Amparo, agradeciéndole su ayuda pues en mi
anterior visita me había facilitado una información muy
precisa sobre la Chinica del Argaz. Aunque lo que me
apura ahora no es averiguar el entresijo sobre el tesoro bajo
la piedra, sino buscar a mi niña por los bancos ubicados
frente al Juzgado a los que me he acercado de nuevo para
ver que sí ha venido, oh cielos, aunque no pueda arrimarme porque no está sola, sino acompañada por sus amigas
que se sientan en el banco junto a ella y con las que charla
muy animada. Y entonces…
…y entonces es mejor aguardar a que se quede sola y
en el entretiempo esconderme tras un monolito pictórico
de los que jalonan el bulevar para acechar a hurtadillas y
poder verla pues parece que sigue siendo exquisita hasta
en los más pequeños detalles pues juega con el zapato en la
punta del pie aguantándolo sólo con los dedos, mientras lo
balancea en ese gesto tan femenino que muy pocas mujeres saber hacer con una calculada dejadez, pero también
con una refinada distinción pues ella lo sujeta y baila con
la punta del pie para que el zapato de alto tacón cuelgue
mientras deja el resto desnudo, al aire, y sigue balanceándolo y jugando con él hasta que de pronto pone el colofón
al maravilloso espectáculo al cogerlo para ponérselo y levantarse del banco pues parece que ella y sus amigas se
marchan, maldita sea, cuando estaba en lo mejor; en una
genuina escena fetichista «shoe dangling». Así que uno la
sigue a lo lejos, aún a riesgo de perderla si se mete entre la
concurrencia congregada frente a la puerta de la Iglesia fran189
Entretiempo
ciscana que parece que espera a que salga una boda pues
veo ristras de tracas por el suelo y todos ellos aparentan
muy figurines con ropas que parecen recién sacadas del
escaparate de Tejidos Amianto. Pero cuando he cruzado
entre ellos he visto, maldita sea, que la he perdido, que no
está, y que no puedo plantarme frente a ella para decirle…
para decirle poco, sabe usted, porque creo recordar
que he vuelto al Paseo para sentarme en un banco y plantearme qué hacer. Nada. Esperar un mejor momento y aprovechar entretanto para encender la radio y averiguar, al
menos, si sabían algo nuevo sobre la muerte de Juan Carmelo del Carmelo que parece que no, porque tras revolver
entre varias emisoras sólo he podido confirmar que el grupo de senderismo El Portazgo había organizado una macha
nocturna por las sierras de la comarca. Nada más. No añaden nada más, excepto que se seguía investigando el accidente del tren al que podría haber subido Juan Carmelo,
pero todavía no se conocía la identidad de los dos pasajeros que faltaban al no haber concluido el estudio dental y
la prueba de ADN que se estaban realizando a los restos
encontrados en los vagones carbonizados. Así que aún no
se había podido precisar si los dos pasajeros que faltaban
habían bajado en alguna estación o se habían evaporado
por las altas temperaturas, tal y como había ocurrido con
las víctimas de las Torres Gemelas de Nueva York. Nada
más. No puedo averiguar nada más y he cabeceado y apagado la radio, porque me malicio que si faltan dos viajeros
por localizar en el tren al que precisamente había subido
Juan Carmelo, quedan aún muchas incógnitas por resolver
que convendría apuntar en la libreta de trabajo para su posterior esclarecimiento: 1º Confirmar definitivamente si era
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Antonio F. Marín
el mismo tren al que había subido Juan Carmelo. 2º. Si eso
era cierto, debería estudiar la posibilidad de que los dos
viajeros que faltaban se hubieran bajado en algún punto
del trayecto. 3º. Y en ese supuesto, debería indagar cómo
es posible que Juan Carmelo del Carmelo hubiera aparecido muerto en el río Segura, unos cuantos kilómetros aguas
abajo.
Dudas, sí, que estoy dispuesto a esclarecer, si puedo, cambiando de emisora a esta otra en la que se nos
notician las primicias culturales que se avecinan pues se
ha estrenado una película que aborda la rehabilitación de
un tipo que tras matar a tres ciudadanos (un policía, un
guardia civil y un empresario), parece que se porta muy
bien, ha cambiado de actitud, le manda flores a su mamá el
Día de la Madre y sueña con formar una familia y todo; en
una actitud que nos parece muy encomiable, claro, aunque
también nos parezca digna de aclamación la actitud de todos esos millones de marginados que se rehabilitan todos
los días limpiando la mierda de los servicios públicos y
que también tienen su plausible benemerencia. Y su película. Aunque no hayan matado a nadie. Porque es cierto
que la delincuencia es consecuencia de la falta de educación y del desprecio de la sociedad y que, por tanto, hay
que estudiar las causas del delito para redimir al delincuente;
pero también cabría sopesar, mi querido Juan Jacobo, qué
le hizo la sociedad a Hitler, Videla, Stalin, Pinochet o Pol
Pot para que fueran tan criminales, porque todos estos verdugos dictadorzuelos fueron a la escuela (Pol Pot cursó
estudios en Paris). Y todos ellos gustaban mucho de la erudición y el discurrir metafísico hasta el punto de eran unos
furibundos kantianos que siempre obraban como si la máxi191
Entretiempo
ma de su acción pudiera ser convertida en ley universal. Y
de hecho consiguieron imponer su acción a los demás como
si fuera una ley universal. Y entonces …
…y entonces mejor que no pienses jamás en convertir tus acciones en ley universal, por favor, estate quietecito con tus acciones y cuídate mucho de ejecutarlas porque
se te ve perniciosamente kantiano. Muy kantiano, se piensa
uno mientras decido volver al hotel para picar algo si llego
a tiempo de encontrar la cocina abierta, que no lo está, es
muy pronto, por lo que he tapeado «chapeo de pimientos»
en la cafetería mientras advierto por los ventanales que
empieza a llover, tormenta de verano, pasajera, pero que
me obliga a esperar a que escampe para bajar de nuevo al
pueblo y contemplar el remojado paisaje con sabor a huerta recién regada que remiro maravillado desde el Puente de
Hierro antes de subir a un barrio antiguo en el que aún se
sacan las macetas a la acera para que se mojen con el agua
de lluvia, según veo al pasar. Y donde aún se cocina a
perol y fuego lento, pues me ha llegado un delicioso aroma que me trae a la boca el sabor de la gachamiga blanda;
ese plato típico al que se suele recurrir cuando llueve y que
se cocina con harina, agua, aceite, ajos y ñoras, hasta que
se consigue una especie de tortilla blanda cocida por dentro y dorada por fuera que se sirve caliente en los días de
lluvia. Una gachamiga que he vuelto a saborear, a lo hondo, antes de percatarme de que por la estrecha calle acaban de aparecer Genaro y Bonifacio; dos vecinos jubilados
que salen todos los días a tomarse los vinos, de uno en
uno, pues se beben sólo uno en cada bar para que el cuerpo
aguante hasta la hora de comer, o de cenar, ya que ellos
acometen la ronda muy temprano, cuando salen a la calle
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Antonio F. Marín
bien planchados y aseados pues Genaro suele lucir gorra
española con visera de color blanco y la camisa holgada
que le rebosa el pantalón; mientras que Bonifacio que es
alto, casi larguirucho, se atavía con un blusón azul claro y
zapatos de rejilla con los que da unas largas zancadas camino del primer bar de la ronda, pongamos que el bar
California del bulevar del Paseo, si no se tiene que parar
para volverse y esperar a que Genaro llegue a su lado a fin
de comentarle que lo de Juan Carmelo no tiene buena pinta pues parece que todo se debe a los celos de Pajolero
Repajolerito que se hablaba con la misma mujer que él,
pues además andaban por medio cuestiones de dinero por
una venta de tierras. O sea, mala cosa, según concluye
Bonifacio cuando pasa a mi lado junto a Genaro, adiós,
adiós, y yo avivo el paso para acercarme a los juzgados
a los que he llegado poco después con el afán de encontrarme con mi niña si aparece, que no aparece, ni aparecerá,
por más que mire el reloj porque no viene, ni ha venido, ni
vendrá y, entonces, claro, te sientes contrariado porque
echas de menos su meloso y posesivo celo que te hacía
sentirte querido, muy querido, como aquella vez que quisiste besarla, apartó la cara y besaste el aíre. ¿Besos al
aire? Pero qué le pasa. Nada, no le pasa nada. Y le vuelves
a coger la barbilla de su preciosa carita de niña pecosa con
el pelo cortito estilo Valentina de Guido Crepax, pero ella
vuelve a apartarse y tú no sabes por qué. Nada, no le pasa
nada. ¿Nada? Nada. Y te separas, la vuelves a mirar y ves
como se pasa un dedo bajo los ojos. Parece que llora. Y te
acercas y le pides perdón, aunque no sabes por qué. Por
nada, no es nada, pero es que en la cafetería te ha visto
besar a una amiga suya. Sí, pero sólo era un beso en la
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Entretiempo
mejilla para felicitarla por su cumpleaños. Es igual, no quiere que te bese ninguna otra mujer. Y tú, claro, aceptas
encantado y le prometes que no volverá a ocurrir, pues te
sientes orgulloso de que ninguna otra mujer te bese porque
eres o quieres ser sólo suyo. ¿De verdad? Sí, de verdad, le
has dicho antes de abrazarla y de darle un tierno beso en
los labios que ella ahora corresponde llevando su mano a
tu nuca y apretando sus labios húmedos con los tuyos para
besarte melosa, muy melosa. Olía tan bien.
Pero en El Argaz, decía, he limpiado con la manga el
vaho de los recuerdos y me he asomado al pedestre adoquinado de la calle porque por mi lado ha pasado de repente un coche fúnebre que pregona por su megafonía estridente el próximo entierro de Flaviano Frutos Capilla; aquél
tipo al que había cruzado en la barca en el Menjú y que ha
muerto de repente, «de un aire», según comentan a mi
lado, mientras veo venir a Heliodoro Rodríguez con cara
de querer pararse y pararme, claro, porque me para y me
afea que algunos tengamos tanto miedo a la muerte que
nos inventamos dioses y esperanzas para apaciguar esos
miedos; un reproche sin mucho tino, Heliodoro, porque
cabría preguntarse por qué el hombre sabe que va a morir y
los animales no. Porque es racional ¿Y por qué es racional? Porque ha evolucionado de animal irracional a animal
racional. Pues es un viaje muy extraño, Heliodoro, porque
va de lo irracional originario a lo racional evolucionado,
para volver a lo irracional de no anhelar nada como los
animales, pero esta vez mediante la razón. Parece extraño.
Pocas alforjas para tan largo viaje, aunque sí, pero no,
arguye él, porque si tú asistes a un campo de fútbol o a una
reunión de la comunidad de vecinos puedes comprobar lo
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Antonio F. Marín
«magnífica» que es la obra de Dios, que es un argumento
muy peligroso, Heliodoro, porque al ver a esos vecinos también puedes perder la fe en la democracia tal y como argumentan todos los dictadores antes de dar el golpe de estado, vade retro, Satanás, digo, empate técnico a los puntos
para in sécula seculórum, amén, que pase el siguiente, por
favor, porque yo no estoy para más calandracas y me marcho de aquí, adiós, adiós, hacía la Plaza Mayor por ver si
allí consigo entrevistarme con el alcalde si no está ocupado, que parece que si lo debe de estar porque al llegar a
las calles aledañas me he tenido que parar detrás de un
tropel de vecinos que taponan el acceso a la plaza y que
me empujan hacia dentro del recinto en el que he tenido
que buscarme un hueco para averiguar la causa de semejante zaragata, pues por las bocacalles sigue afluyendo más
gente que se va apretujando bulliciosa ante el Ayuntamiento,
esperando quizás que aparezca el esclarecido protagonista
de la efemérides ya que por el balcón del consistorio asoma de vez en vez en cuando algún concejal, algún que otro
guardasellos y significados personajes del lugar como Nicanor Tocando el Tambor que retumba con el bombo desde lo alto, mientras que un servidor porfía por impedir que
los envites de los de atrás me arrimen contra los de delante
y, más en particular, contra el hermosísimo culo de una
morenaza que se refriega sobre mí mientras estiro el cuello
por encima del gentío para saber qué sucede, que no lo sé,
porque la concurrencia salta, agita unos trozos de telas pintados en vivos colores y se acompaña de pitos y trompetas,
mientras botan y se bandean acompasados con ese alborozo festivo que sólo se suele vivir en aquéllas señaladas fechas en las que el pueblo se vincula solidario en una mani195
Entretiempo
festación de fervor que vibra en loor de unanimidad, de
pertenencia a un mismo anhelo compartido cuando los sentimientos sobrepasan al individuo y se engarzan en ese acervo común que ofrece la historia señera en un marco indescriptible e incomparable, pues de repente se inicia un murmullo que se acompasa al unísono y que se va expandiendo entre la muchedumbre como una brisa que se trasforma
de pronto en un cántico que ya es coreado por la concurrencia conforme se va cogiendo la cadencia, la rima, la
cantinela que los enardece y emociona porque los hace copartícipes del devenir histórico.
- Oé, oé, oé, oéee -corean.
- ¡Sí, sí, sí!; ¡la copa ya está aquí!-cantan.
¿La Copa? Sí, la copa que acaba de ganar el quipo de
fútbol porque «semos campeones», nos aclara Tiburcio Pérez Gallardo, líder de la peña local El Ajoporro, que canta,
salta y grita ante mi estupor porque no sabía nada, no se me
había notificado por dónde hilaba el devenir histórico y
vivía en una garrafal ignorancia, joder, que no me entero
de nada, he exclamado mientras me planteo marcharme de
allí porque no siento empatía con semejante «unión de
lazos entrañables», y porque los apretujones de la gente
me siguen arrimando contra el hermoso culo de la moza de
delante a riesgo de ponerme en evidencia pues tras percatarse ella de la dureza, estiramiento y consistencia de mi
entrepierna, se ha debido de sentir honrada por las consecuencias de su protuberante hermosura y ha aprovechado
trapacera los empujones de la concurrencia para echarse
aún más para atrás, sacar más el culo y refregarse más fuerte
sobre mí abultada bragadura en una eventualidad que no
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Antonio F. Marín
tendría mayor relevancia si la muy indecente no hubiera
seguido gloriándose por los efectos que producen sus sucesivos restregones y no se hubiera vuelto además para sonreírme con una radiante sonrisa digna de ser celebrada con
el debido alborozo y las oportunas albricias, en el supuesto, claro, de que el mozo que está su lado no fuera, o fuese,
su novio formal, o prometido, pues se ha vuelto muy trastornado y sañudo para ofrecerme una deshonesta invitación para vernos en algún recóndito lugar menos concurrido que uno, por supuesto, no está dispuesto a corresponder, claro, porque mi madre me dijo cuando era pequeño
que no me fuera nunca con desconocidos. Y mucho menos
con tipos que deben de estar aquejados de alguna extraña
enfermedad tropical pues echan espumarajos por la boca.
Y entonces…
…y entonces, claro, lo siento, pero es mejor que siga
mi camino porque después de todo la chica tenía pinta de
ser de esas cursiprogres, Sexo en Nueva York, que se enjuagan con Listerine antes de chupártela. Y a un servidor,
además, no le emocionan mucho esos aleluyas tribales
pues uno es un triste imbécil, un renglón torcido de Dios,
que huye de estas fraternidades tribales en loor de multitud y prefiere, por tanto, marcharse hacia el hotel donde
poco después he dado parte, cuenta y razón de un exquisito plato de coles fritas y de un delicioso estofado de cordero y patatas al vapor con laurel, que son platos típicos del
Argaz. Un pueblo donde todavía pasa el afilador de cuchillos, navajas y tijeras atronando con el altavoz que ata en el
manillar de la moto, según he visto poco después cuando
he vuelto al pueblo dispuesto a buscar a mi niña, a encontrarme con ella pues la añoro y echo de menos su fervor
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Entretiempo
meloso y posesivo cuando me invitaba a la capital para
pasar la tarde y ella se metía en su habitación y dejaba la
puerta entreabierta para que atendiera al repiqueteo de sus
tacones al caminar por las baldosas del suelo, mientras se
demoraba yendo y viniendo, tañendo con sus tacones para
hacerse oír. ¿Qué pretendía? No lo sabía, pero pronto te
harías una idea porque cuando te llamó para que entraras
a su cuarto sólo vestía aquél abrigo de pieles que solía lucir
sobre los hombros y que tanto te impresionaba y provocaba pues se la veía preciosa en su majestad desnuda de piel
con pieles. Y mucho, porque fue entonces cuando sugirió,
sólo sugirió, que le gustaría que siempre que estuvieras
con ella permanecieras completamente desnudo para tenerte así más accesible y poder acariciarte siempre que a
ella le apeteciera. Una proposición que tu aceptaste quitándote atrabancado la ropa para sentarte a los pies de su
chaiselongue y ver como ella echaba sobre el sofá el abrigo de pieles y se recostaba sobre él vestida sólo con el collar de perlas que siempre solía lucir, y luce, cuando la miras embelesado mientras yace repantigada con esa elegancia y belleza natural que acentúa el contraste de su desnuda piel con la del abrigo sobre el que se ha recostado
para estar más cómoda, según dice, aunque tú sepas que es
una añazaga para mantenerte encandilado a ella, a la bellísima estampa que ves al recorrer las pieles y el triángulo
natural de su monte de Venus en el que más abajo aparece
recortada y nítida la rajita de su sexo que no dejas de admirar, pasmado, porque se la ve imponente mientras permanece allí echada sobre su chaiselongue con la respiración
pausada que sube y baja las oscuras aureolas de sus pezones. Preciosa. Inmortal, o al menos presta para eternizarla
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Antonio F. Marín
en una glamourosa y vintage foto de Helmut Newton en la
que os veríais tal y como estáis; tal y como te ves desnudo
en el espejo de enfrente con la cadenita de oro en el cuello
que ella te había regalado y con la marca en la nalga derecha que luces orgulloso porque era su deseo, su capricho,
pues te había insinuado que le gustaría verte con ella, con
una marca tatuada que representaba sus iniciales entrelazadas dentro de un círculo como los de los antiguos sellos
de los anillos, para poder mirarla y acariciarla con sus dedos mientras hacíais el amor. Y que cuando vayas a la ducha en el gimnasio todos puedan saber que eres mío y me
sienta así orgullosa de ti en público, delante de todos, añadió. Y tú asentiste complacido y te emocionaste cuando
ella te cogió de la mano y te llevó a un profesional para que
te tatuara su marca en el glúteo porque te sentías, y te
sientes, muy honrado de llevarla y exhibirla pues aún la
llevas dibujada indeleble en la nalga, bajo el pantalón, y
casi la sientes ahí marcada mientras subes por el camino
que circunda el Balcón del Muro de El Argaz y te preguntas sonrojado cuántos hombres que anduvieron enamorados anteriormente de ella habrían accedido a su deseo e
irán también marcados de por vida con sus iniciales. Con
la marca de su posesión. No lo sabes. Imposible saberlo,
he concluido antes de pararme junto a la muralla para mirar los pájaros que entran y salen de los nidos que ocupan
en los huecos de las grandes piedras y bloques que forman
parte de esta antigua fortaleza del siglo XV por la que me
acerco a un casco antiguo en el que todavía se cuelgan los
pimientos a secar en balcones y ventanas. Al menos eso he
visto mientras enciendo la radio para oír las últimas noticias y me doy con un grupo español que cantan algo que se
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Entretiempo
asemeja a un rap, eso dicen, y que me sabe igual de estrafalario que ver bailar flamenco a un japonés. Y entonces
mejor paso a esta otra emisora en la que se nos avisa de
que prosiguen las movilizaciones para conseguir que el
0,7% de los presupuestos públicos se dediquen a los países
subdesarrollados; una cantidad que a uno le parece poco,
muy poco, y que algún día se aumentará con creces aunque no sea debida a un estricto sentido de la justicia, sino
porque se necesitará que ellos prosperen y tengan dinero
para que puedan comprar nuestros espejitos mágicos tecnológicos pues un pobre no hace gasto, no consume, no
adquiere nuestro menaje post-industrial que gentilmente
les pasaremos a la venta en asequibles créditos. Por ejemplo está hermosa cama (anunciada en TV), en la que podrás descansar más para ir rozagante al trabajo y que puedas así trabajar más para ganar más y poder comprarte una
cama mejor en la que descansar más para ganar más, ahorrar más y poder adquirir la última proeza de la investigación tecnológica; el maravilloso Parabounce que te permite flotar pues sólo hay que engancharse a un globo de seis
metros de diámetro cargado con la cantidad justa de helio.
Un invento que es capaz de hacer flotar a una persona como
una pluma durante varios minutos, gracias a un sistema de
arneses a los que se engancha el usuario y que le permite
flotar tan plácido y campante.
- ¿Qué haces por ahí arriba, Melquiades José?
- Floto.
- Pues cuando te cases de flotar, baja que tenemos
que ir a pagar el impuesto del alcantarillado.
Porque la sociedad de consumo vela por usted, por
200
Antonio F. Marín
su bienestar, por su salud y su equilibrio emocional, y ya
hemos diseñado el Parabounce 1b (mucho mejor que el
1a), pues dispone del dispositivo Westermech que le permite flotar y oír música al socaire del vaivén del globo y
que es más wonderfull handerfull que los anteriores pues
éste tiene manguitos policromados de acetato sódico que
hemos pergeñado para usted en nuestras diligentes factorías industriales de tan acreditada eficiencia como las de la
multinacional americana Lear Corporation, por ejemplo,
que según nos dicen ahora acaba de cerrar su fábrica en
Lleida para trasladar la producción a Polonia en busca de
costes laborales más baratos, provocando que 1.280 trabajadores queden en la calle y que los sindicatos hayan convocado movilizaciones de protesta porque consideran que
la decisión es un «atentado contra los trabajadores». Los
sindicatos de Polonia, país que va a recibir la fábrica, no
han dicho nada al respecto. Así que uno también calla,
apaga la radio y aviva el paso pues están al caer los resultados de la autopsia de Juan Carmelo, y quería tomar un café
y aprovechar para enterarme de ellos en los informativos
de la televisión de algún bar, este mismo de aquí, donde
me he sentado al fondo para mirar con más calma la televisión y pedir algo, ¿qué?, pues sí, un café cortado y agua
mineral sin gas que no está uno para burbujas, digo para
muchos respingos, alcoholes, cervezas y vivas a la República, porque a un servidor le trae mucho resabio el recuerdo de aquellos días de alcohol, porros, anfetas, tripis,
speed y demás calmantes vitaminados de la desesperación, en los que había que buscar ya de mañana una discoteca que acabe de abrir o que esté próxima a cerrar, para
poder estar a solas en la pista de baile dando vueltas con la
201
Entretiempo
música de Talking in Your Sleep de The Romantics, o el
My Bag de Lloyd Cole si puede ser, que si no, me vale el
Walk Away de The Game, gracias colega, que luego te
invito, porque ahora me voy a bailar siguiendo el bajo para
dar una vuelta, y otra, hasta que todo gire, pierdas la noción y no estés, no seas, y no sueñes despierto que es la
peor de las pesadillas. Horrorosa, aunque en tu caso puedas servirte del atenuante de que aún estando borracho de
whisky en vena, jamás has despilfarrado cientos de millones como algunos políticos…, ni has atropellado a nadie
dejándolo parapléjico…, ni has corrompido la libertad de
expresión poniendo tu periódico servicio del partido que
gobierna…, ni has alejado un petrolero provocando un desastre ecológico…, ni has organizado un grupo armado para
secuestrar terroristas…, ni has preñado a ninguna mujer
en un descuido…, ni has dorado la píldora a un Gobierno
para que te dejen mangonear con tus monopolios informativos…, ni te han puesto ni una sola multa de tráfico…, ni
has tenido en los juzgados pleito ni querella alguna…, ni
has cambiado jamás un titular a petición de un alcalde…,
ni has participado en la corrupción de los partidos políticos…, ni has vendido tu pluma al cacique editor a cambio
de que publique tus naderías…, ni has criticado a la Iglesia para justificar que, aunque eres de derechas, también
eres moderno…, ni has sido un critico de teatro que siempre ha elogiado a las vacas sagradas y has menospreciado
a los débiles que empiezan… Porque entonces...
...porque entonces quizás convendría que todos aquéllos que si lo hacen se tomaran alguna copita por ver si así
atinan pues estando sobrios no se pueden perpetrar tan hazañosas hombradas, en fin, porque en la televisión de arri202
Antonio F. Marín
ba nos dicen ahora que se ha convocado a los vecinos para
que acudan al auditorio Aurelio Guirao a fin de participar
en la constitución de la Plataforma pro Defensa del Patrimonio que pretende vindicar la recuperación de los tesoros escondidos bajo la Chinica, si los hay, con el fin de que
no sean expoliados por sus propietarios ya que serían de
incalculable valor para el patrimonio local no sólo por los
documentos antiguos, sino también por las joyas, las monedas y demás ornamentos que forman ya parte de la tradición secular de este pueblo de El Argaz, en el que, por
cierto, se sigue sin saber nada de la autopsia de Juan Carmelo, según dicen ahora, aunque en los restos de sus ropas
se haya encontrado tierra que no se había disuelto con el
agua y que podría revelar por dónde andaba antes de caer
al río, pues la sección de edafología de la Policía Científica iba a analizar esta tierra con el fin de determinar su
procedencia ayudándose de la base de datos que dispone la
Cátedra de Edafología de la Facultad de Farmacia de Granada, en la que se registran los distintos tipos de tierra que
hay en todas las regiones para determinar por donde anduvo Juan Carmelo del Carmelo antes de caer al río. Y es
posible que lo sepan, aunque a uno se barrunte que la diferencia de tierra en unos pocos kilómetros no puede ser
mucha, claro, pero como doctores tiene la Iglesia para las
cosas del alma y calibres los mecánicos para las de la tierra, lo que ahora me urge es averiguar de dónde viene el
río Segura en el que encontré muerto a Juan Carmelo. Y he
sacado el mapa, he recorrido con el dedo el curso del río y
he llegado a Calasparra, la siguiente localidad más al Norte que aparece en el papel y que también dispone de estación de tren en la misma línea que cubre el trayecto Carta203
Entretiempo
gena-Chinchilla donde se estrelló el Talgo. ¿Coincidencia?
No lo sé, pero Juan Carmelo podría haberse bajado en
Calasparra y caer allí al río para ser después arrastrado por
la corriente aguas abajo hasta el paraje del Argaz en el que
lo había encontrado muerto, si no fuera porque…
…si no fuera porque el trayecto es largo y tendría
que haber quedado atrapado en algún recodo o en alguna
presa, que es lo más lógico. Eso parece. Aunque tal vez
pudiera preguntar sobre este particular a Paco Hortelano,
el responsable del departamento de Argaz.net pues debido a su ocupación en la elaboración de la página web de la
localidad andaba muy puesto en todas las cosas de su pueblo y podría saber si esa circunstancia era posible, que si lo
es, según me dice cuando he llegado poco después a su
oficina en la calle del Barco, porque aunque en el trayecto
de Calasparra al Argaz hay una presa que se conoce por La
Mulata, el cadáver pudo rebasarla puesto que es de laminación y si hay un aumento de caudal, las aguas saltan libremente y podrían haberlo empujado río abajo y traerlo
hacia la barca del Menjú. Así que esa podría haber sido la
causa que explicara el porqué de que hubiera sido visto en
la estación subiendo al tren Talgo y que hubiera aparecido
días después aguas abajo. Aunque no explica cómo cayó al
río, le he comentado consternado, antes de despedirme de
él para volver al hotel de las Delicias pues uno anda algo
aperreado y entonces no, gracias, no voy a cenar, le he dicho al chico de la entrada, antes de subir a la habitación
para tumbarme vestido sobre la cama y fijarme en un puntito naranja que aparece por la ventana y que, según había
sabido, debía de corresponder al planeta Marte pues por
estas fechas se encuentra en el punto más cercano a la Tie204
Antonio F. Marín
rra, a tan solo 55 millones de kilómetros. Una magnitud
que te hace ver tu menudencia y que tus congojas son ajaspajas en la inmensa oscuridad del cosmos pues sólo eres
una hormiga en un planeta hormiga, de una galaxia hormiga, en ese inconmensurable sinfín del Universo que tú reduces a la cama en la que te acurrucas para ensoñarte con
algún lugar soleado en el que pueda estar ella, claro, porque ahora ya sabes que aunque la felicidad es la zanahoria
del ser humano y el dinero el palo que la aguanta, lo que de
verdad impide disfrutarla es andar todo el tiempo preguntándote si vas a conseguir alcanzarla mientras te olvidas de
vivirla, que es algo que con ella no te ocurría, porque a su
lado te bastaba con mirarla a los ojos, acariciarle la mejilla, darle un beso, apoyar tu cabeza en su pecho y suspirar
amartelado mientras le decías «mi vida» con mucho sentido, pues aunque para otros puede ser un lugar común muy
concurrido, para ti es una verdad apodíctica porque sin ella
volvías de nuevo al desasosiego de buscar algo de bar en
bar que no sabes qué es, pero que crees que ocurre y que te
estás perdiendo. Pero a su lado no. A su lado ocurren todas las cosas que te interesan si consigues encontrarla,
claro, supongamos que al día siguiente en el que tendrías
que seguir indagando sobre lo acaecido con Juan Carmelo,
tendrías que procurar entrevistarme con el alcalde y tendrías que acudir al Juzgado para ver si ella aparecía por
allí, que no aparece, vaya, porque cuando he llegado al
banco del Paseo frente a los juzgados, no la he visto, no la
veo, porque no ha venido, ni viene, por más que mire en
reloj para ver que no llega, que no ha venido, porque quizás vino y se fue, o ha venido, me ha visto y no quiere
verme. O quizás se ha metido en el juzgado y no ha salido
205
Entretiempo
aún, maldita sea, porque la echas de menos y añoras su
celo posesivo cuando antaño te miraba a los ojos, te cogía
de la mano y tiraba de ti para sacarte del pub atropellando
a la gente, hasta que al llegar a la calle se paraba de pronto.
¿Qué ocurre? Nada, que nos vamos. Y tú la seguías solícito aunque no supieras por qué, pues por allí no andaban sus
amigas con las que ya no se trataba y no tenía motivos para
enfadarse, ¿estás enfadada?, no, no lo está, pero ya te lo
dirá cuando lleguéis a su habitación a la que te lleva de la
mano, sin decir nada más pues parece que sigue enfadada,
eso es seguro, porque una vez que habéis subido se ha sentado en la butaca y se ha cruzado de brazos. ¿Está disgustada?, no, no lo está, pero lo parece, bueno, algo, porque
en la cafetería te ha mirado otra chica, lo sé, porque las
mujeres sabemos cuando una tía tiene malas intenciones
con tu novio, y yo lo sé y si se creen que me lo van a quitar
lo llevan claro. ¿El qué? El novio, tonto, a ti, que pareces
bobo. Y tú debes ser bobo, es cierto, porque te has conmovido, la has desnudado con mimo, y te has quedado dormido abrazado a ella en «cucharita», con tu pene embutido
entre los glúteos de su hermoso culo.
Pero en el Argaz, decía, he preferido sentarme en un
banco del bulevar para esperar a ver si ella sale del juzgado mientras aprovecho para sacar el periódico y ponerme
al cabo de lo que ocurre porque por esta página de aquí se
nos dice que un hombre que coincidía con la descripción
de Juan Carmelo se había bajado del tren en Calasparra en
compañía de una mujer. ¿Una mujer? No dicen más, pero
esa información corrobora la hipótesis de que se hubiera
bajado del tren en esa localidad y que allí hubiera caído al
río para ser arrastrado luego por las agua hasta el Menjú,
206
Antonio F. Marín
algunos kilómetros aguas abajo. Es una conjetura que puede ser verosímil y que convendría ventear, dejando para
después el encuentro con mi chica pues no tenía la certeza
de que anduviera por los juzgados y en ese caso es más
pertinente que me tomé un café para seguir luego con las
pesquisas en el supuesto de que me queden perras, claro,
porque cuando he buscado algo suelto por los bolsillos me
he percatado, ¡maldita sea!, de que cuento con el dinero
justo para no llamar la atención, y que necesito aviármelas
para conseguir algunas perras que me permitan prologar
mi estancia en el lugar o tendría que emplearme en otras
suertes menos edificantes como escribir relatos porno para
revistas eróticas o novelas del Oeste de aquéllas que se
intercambian en los quioscos con seudónimos americanos
que uno ya ha usado, como David Kérrigan, y que se venden a las editoriales al peso, digo a 30 euros el kilo de
manuscrito. Aunque todavía no haya lugar para semejante
matute, según veo, porque rebuscando por la bolsa he descubierto una tarjeta de crédito que oculto y olvido adrede
para alguna inminencia y me he sentido más tranquilo mientras sigo por este Paseo y llego frente a un tipo que anda
encaramado en un banco para sermonear a los vecinos que
se han detenido para escucharlo, para oír lo que dice Emiliano Chacota; un vecino del que ya tenía noticias y que se
suele subir a los bancos de paseos y plazas para alertar a
grito pelado de los males que nos acechan.
- Hay que hacer normal en la ley lo que la sociedad y
la calle da por normal en la práctica -proclama abriendo
los brazos.
- Emiliano; bájate de ahí que te vas a hacer daño- le
contesta una mujer que dice que es su vecina.
207
Entretiempo
Pero tiene razón el espantanublados de Emiliano, sabe
usted. Mucha razón. Aunque tendríamos que llevar cuidado con ese criterio porque no es nuevo, qué va, pues es
precisamente lo que viene argumentado desde hace siglos
el gobierno norteamericano para legalizar la pena de muerte y la venta libre de armas: lo pide la sociedad, entre los
ciudadanos es «normal» desde el viejo Oeste y regulamos
esa «normalidad» por medio de la ley, ya que lo importante es la soberanía popular que quiere armas y pena de muerte. E igual razonamiento podría argüir un partido racista
que llegara al poder para ilegalizar a los inmigrantes si la
soberanía popular lo pide. Que suele pedirlo, y mucho, me
he supuesto mientras sigo mi camino para bajar luego por
la Carreterica de Posete y llegar al Jardín del Partido,
frente al Camino de Murcia, donde me he quedado mirando a los chitos que patean el balón o juegan en los balancines del parque, mientras sus mamás hacen punto, charlan,
levantan la vista: «Manolito, estate quieto y no le levantes
la falda a tu prima», y vuelven a bajar la vista a sus labores
para seguir con su parola, porque es increíble que lo de
Juan Carmelo sea por una cuestión a de faldas, según le
dice la una a la otra mientras prosiguen con su cháchara
sentadas en el largo banco en forma de semicírculo que se
ve decorado con trocitos de azulejo y en cuyo extremo se
recuesta un transeúnte que sólo se mueve para estirar la
mano hacia el suelo y coger un cartón de vino que ahúcha
en el suelo junto a su bagaje de manta, y cuerda, que se
amontona detrás del platillo para que depositen las monedas, por favor, que le he hecho dejándole algunas que llevo
sueltas para más vino, claro, porque uno también ha dado
sablazos para bebérselas y sabe que él sólo busca el vicio
208
Antonio F. Marín
de apaciguar la angustia, que no le duela el alma que también se desgarra, aunque no exista. O precisamente por eso,
he murmurado mientras me alejo de allí para detenerme
poco después junto a unos vecinos que se apelotonan ante
los ventanales de la Oficina de Empleo pues según veo han
colgado las listas de los desempleados agrícolas admitidos
para trabajar en las faenas comunitarias durante el invierno, cuando el trabajo habitual de la fruta se acaba y una vez
que pase la festividad de Todos los Santos, tengan que reengancharse a otras labores como limpieza de montes y arreglo de caminos forestales mientras esperan a que llegue la
primavera y el clareo de los árboles, la poda y la recogida
de frutas del año que viene, en la próxima campaña, para
entonces, porque ahora lo que los arrea es saber si están
incluidos en la listas que siguen mirando con atención mientras me alejo de allí y paso junto a Armandito Soplillo, un
niño muy precoz que se sienta en el portal de su casa y que
se dedica a soplar siempre que pasa una mujer, porque
Armandito Soplillo tiene verificado por procedimientos
empíricos que cuando sopla el viento a las mujeres se le
levantan las faldas y se le ven las bragas; una perspectiva
que se conoce que a él le da mucho gusto porque cuando
pasa una chica con falda sopla mucho para levantársela y
verle las braguitas. La actitud levantisca de Armandito
Soplillo no sorprende a las mujeres, ni las enfada, porque
incluso les hace gracia, qué gracioso es el Soplillo. Pero si
ha espantado a su familia que lo han llevado a varios médicos para ver lo que le pasa. ¿No le come?, le suelen preguntar la primera vez que lo ven. No, doctor, si comer si
come; lo que ocurre es que como está todo el día soplando
se me ha quedado que parece una raspa. Porque chuchurri209
Entretiempo
do y chupado si anda el Soplillo, según he visto cuando he
pasado junto a él y he seguido hacia la biblioteca pública
pues quiero indagar algo más sobre el accidente de Chinchilla y buscar luego a mi chica, si la encuentro, que parece que sí, oh cielos, porque creo haberla visto entrar en el
portal de un bloque de edificios al que la he seguido sigiloso para asomarme al zaguán y ver que ha cogido el ascensor y que tendré entonces que subir de prisa por las
escaleras al piso más alto para agazaparme allí y averiguar
por el ruido del elevador en qué piso se ha bajado, que
creo que es el segundo, y descender después con cautela
hasta el rellano de esta planta para ver que entra en una
vivienda y que deja la puerta entreabierta por la que me
cuelo de puntillas para asomarme y fisgar cómo ella busca entre las ropas de las cajas; se supone que para cambiarse y marcharse de allí como debería hacer yo porque
me va a ver, seguro, y es mejor que me esconda aquí junto
al dintel de la puerta donde si me giro puedo mirar por la
rendija y ver que sigue hurgando entre las cajas de cartón
de embalaje en las que debe de haber traído sus ropas que
todavía no ha tenido tiempo de ordenar en los armarios,
porque se conoce que se va a quedar en el pueblo, suponiendo que el piso lo haya alquilado ella y no sea de alguna
de sus amigas o de algún novio, cielo santo, mejor que no,
por lo que uno recurre a una trampa que había aprendido
en el psiquiátrico y que se fundamenta en meter papeles en
el hueco de la cerradura del pestillo del botiquín (digo, de
la puerta), para que cuando salga éste resbale y quede cerrada pero abierta con sólo empujarla, si ella sale, que sí
va a salir porque se ha metido en el cuarto de baño, se conoce que para terminar de enlucirse y, entonces…
210
Antonio F. Marín
…y entonces es mejor retroceder de puntillas, salir
al rellano, subir al piso superior y esperar agazapado a que
el ascensor descienda para bajar también a su piso y entrar
en una vivienda que parece que todavía no ha sido ocupado pues por el suelo sólo veo algunas cajas y unas maletas
abiertas que me llevan a suponer que hace poco que se ha
trasladado pues todavía se ven llenas de ropa entre la que
rebusco para sacar sus camisas, sus medias con talón y costura y una ropita interior que según veo es de un refinado
gusto porque ella es elegante y exquisita hasta en la elección de su ropita interior; una virtud que se agradece pues
uno es un fetichista confeso que se excita más con una mujer
vestida que con una desnuda y, por tanto, se repapila y
gloría con los satenes, las blondas, las rejillas y todos los
demás churriguerescos encajes chantilly que siempre hemos admirado en la clásica revista Leg Show con los deliciosos dibujos de Eric Stanton, Bernard Montorgueil, Sardax o Bill Ward que completaban, junto a las fotos de
Helmut Newton o Elmer Batters, un clásico homenaje al
imaginario fetichista que era gloria bendita en papel cuché
y glamouroso vintage con tacones altos, medias con costura y talón, faldas de tubo, corsés, bodystockings, bustier,
medias de rejilla fina y toda esa parafernalia barroca de la
liturgia fetichista con sedas, volutas, grecas, glifos, cenefas y roleos esculpidos a hilo en unas telas a las que uno
siempre les ha tenido mucha devoción pues tienen mucho
arte. Muchísimo. Un arte que no se pue’ aguantar. Este sí
y no el de los toros. Aunque aquél pueda sea más peligroso
que el de los cuernos pues es sabido que algunas mujeres
con cosmética, lencería, inteligencia y tacones altos, mayormente con tacones de aguja, son capaces de rendirte
211
Entretiempo
incondicionalmente tal y como hizo tu chica a la sazón,
porque para gobernar a un tío a ella le sobraba hasta esa
lencería que uno adora con fervor, decía, si es de ella, claro, si sabe a ella cuando ha gozado porque no es lo mismo
las bragas de una tía cualquiera que las braguitas de lencería fina de tu chica recién duchada que se ha excitado al
desearte y que las ha mojado con el rocío de su deseo. Por
ti. Y entonces, sólo entonces…mmm…saben deliciosas,
pues como ya versara Federico García Lorca:
Que yo no tengo la culpa
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas
Pues eso. Poesía pura y sublime evocación de ella
que de repente se esfumina porque has oído que han abierto
la puerta de la calle y que unos tacones se acercan y se
paran a tu espalda sorprendiéndote con las manos en la
masa de las bragas. Qué vergüenza. Qué hacer. Nada. No
haces nada, porque te quedas tieso.
Estirado.
Con las braguitas en la mano, sofocado y abochornado sin que te atrevas a moverte aunque no tengas motivos para sonrojarte porque ella ya te conoce y eso es precisamente lo que te inquieta: que te conozca. Y mucho. Y
quizás por eso permanece callada, no dice nada.
Aunque te toca en el hombro.
Y cuando te vuelves azorado quieres decirle que sí,
que la entiendes, pero que Cesare Pavese creía que quien
no está celoso hasta de las bragas de su amada no está enamorado de verdad de ella. ¿Sí? Sí, estoy seguro, le dices
212
Antonio F. Marín
justificándote sin que parezca que tal excusa sea menester
porque ella te cierra la boca con un dedo, te dice que ahora
tienes el original, que la tienes a ella, y te abraza y besa con
una delicadeza que te estremece hasta sobrecogerte porque entre tiernos besos te dice que no le importa lo que
pensaba Pavese sino lo que sientes tú, ¿yo?, sí, tú, porque
tú siente algo, ¿verdad?, sí, mucho, sobre todo un gran regocijo porque ella se alegre de verte, pues no sólo que no
te ha reprendido al sorprenderte trajinando con sus braguitas si no que, además, parece dispuesta a darte cariño, mucho cariño. Y algún azote en el culo si eres un niño malo, te
ha susurrado ahora al oído para dejártelo todo muy claro
porque quiere que la obedezcas en todo sin preguntar nunca por qué. ¿Aceptas?, sí, claro que sí, le has respondido
entusiasmado porque te da igual todo con tal de estar a su
lado. Y entonces ella te ha sonreído muy dulce y ha llevado
su mano a tu nuca para atraerte y besarte con fruición mientras baja la mano al pantalón para cerciorarse de que estás
excitado, empalmado, que lo estás, y mucho, vaya que sí.
Y cuando lo verifica se aparta para sonreírte satisfecha y
explicarte que se había separado de ti para darte un escarmiento porque le habías prometido que ibas a ser sólo suyo
y no lo había cumplido. Había esperado a que fueras a buscarla pero no fuiste y te ha estado esperando desde entonces. Y aquí en el Argaz, añade, he visto como te escondías
tras los coches y en los portales mientras me seguías como
un crío inmaduro que no se atreve a dar la cara. ¿Es que te
doy miedo?, te pregunta zalamera mientras mete las manos bajo el polo para pellizcarte los pezones. ¿Miedo?, no,
que va. Algo, digo, mucho. Aunque ninguno, de verdad,
porque lo que ocurre es precisamente lo contrario y cuando
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Entretiempo
estás a su lado es cuando no le tienes miedo a nada y eso es
precisamente lo que te da miedo. ¿Lo entiendes? Sí, tonto,
claro que sí, te ha respondido ellas mientras sigue rozándote los pezones con las yemas de los dedos y pellizcándotelos con delicadeza. Y entonces tú buscas sus labios para
besarla porque sus caricias bajo el polo te están enardeciendo sobremanera, mucho, pero ella parece que se ha
dado cuenta y saca las manos para plantarlas sobre tu pecho, apartarte y poder así mirarte a los ojos y decirte que sí,
que está de acuerdo, pero que sólo serás suyo, ¿lo entiendes?, sólo mío porque no quiero que ninguna otra mujer te
mire, ni que tengas placer sin mi permiso, añade muy seria
mientras tú cabeceas, y cabeceas, porque sí, aceptas lo que
ella quiera. Incluso que te vuelva a chupar con deleite en el
cuello hasta que consigue un mayúsculo moratón que mira,
repasa con la punta de los dedos y vuelve a mirar entusiasmada porque dice que quiere que lo luzcas a la vista de
todos para que sea público y notorio que lo llevas. Y que
así no tengan ninguna duda de que eres mío, ha añadido
mientras lleva la mano a tu culo para palpar el lugar que
ocupa la otra marca indeleble que también luces tatuada en
la nalga. Y ante su insistencia le has vuelto a prometer que
sí, que la obedecerás en todo sin preguntar nunca el porqué
y le has prometido que volverías cuando acabes con el trabajo que tienes pendiente. Y has salido del piso silbando el
Rock 'n' Roll de Lou Reed porque te sientes muy dichoso
por haberla vuelto a encontrar. Y tan melosa, posesiva, elegante y femenina como siempre. O más aún, te dices mientras cruzas la calle y te apresuras porque has de seguir con
las pesquisas de tu trabajo y ahora tienes la ilusión de volver a verla. Aunque hayas tenido que prometerle otra vez
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Antonio F. Marín
que no tendrías ningún placer sin su permiso, que guardarías tus pelotas llenas para ella, sólo para ella, porque sólo
son mías, te había recordado. Y sólo yo decido cuando te
has de vaciar y cómo. Y tú habías aceptado el juramento
de que así sería porque el estar así por ella te daba cierta
morbosa sensualidad de pertenencia, mientras esperas para
volver a verla ya que no habías quedado a una hora concreta para provocar que sea ella la que te busque cuando
quiera verte, pues sabes que es una mujer de carácter y no
es, desde luego, como Paula; aquella otra chica con la que
anduviste y que tras leer el libro Beacul de S.G. Clo’zen,
se había entusiasmo y quería llevar a la práctica sus fantasías sin atender a tus consejos de que aunque todos los
juegos de pareja son saludables si ambos los desean, disfrutan y no le hacen daño a nadie, algunas ensoñaciones no
conviene descorrerlas a la realidad laboral porque desmerecen mucho cuando se las saca de la vitrina de la fantasía
y se las enturbia con el polvo de la obra, pues en la imaginación son perfectas e inmaculadas porque son tuyas, exclusivamente tuyas, y tú diseñas el decorado, el vestuario, los
personajes y hasta planificas el sonido y la iluminación
convirtiéndolas en idílicas y con flamante brillo cuché, pero
al llevarlas a la realidad cotidiana del dormitorio Ikea
suelen desilusionar porque lo cotidiano esta reñido a veces
con esa perfección edénica de la imaginación. Pero ella no
hacía caso e insistía, e insistía, escribiéndote al trabajo para
que la hicieras tuya, te lo suplico, golfo, hazme tuya – escribía-, porque quiero ser tu dócil perrita con la que puedes hacer a tu antojo pues tus caprichos son mi voluntad y
quiero que me exhibas como tu posesión, que me toques,
palpes, sobes y te des gusto conmigo pues quiero sentirme
215
Entretiempo
siempre expuesta y abierta para tu exclusivo disfrute. Para
mí el placer es ver que tú lo tienes. Y por eso quiero ser tu
dócil perrita que ronronea cariñosa y suplica jugosa que
la uses a tu antojo pues quiero ser tu puta 24/7; las 24
horas del día los 7 días de la semana. Y ahora mismo,
mientras te lo confieso y escribo, noto un cosquilleo en el
estómago, un calorcillo en mi entrepierna y cierro fuerte
mis muslos para frotarme el clítoris y gozar mientras me
siento abierta y ofrecida para que me goces a tu antojo, a
tu capricho. Úsame, te lo suplico, porque soy tuya. Paula,
tú puta por siempre.
Pero eso fue antaño, decía, porque en el Argaz creo
recordar que he bajado de las algodonosas ensoñaciones a
la recia certidumbre del pegajoso asfalto, y me he puesto a
silbar Perfect Skin de Lloyd Cole &The Commotions pues
me siento muy jovial y presto a trabajarme el reportaje y
entrevistar al alcalde a fin de concretar más sobre el tesoro
bajo la Chinica, sobre la segunda autopsia de Juan Carmelo y sobre las pesquisas edafológicas para saber qué tipo de
tierra era la que se había encontrado en sus ropas y por
dónde había andado antes de caer al río, pues le había cogido cariño al anciano y me costaba resignarme a la palmaria realidad de que la muerte mata. Aunque se necesaria para la vida, según dicen, pues la misma Ciencia nos
advierte de que morir es imprescindible para la evolución
porque no podríamos vivir sin ella ya que al querer evitarla nos obligó a correr más para huir del león y evolucionar
así hasta lo que somos, el ser humano actual que es el único animal que tiene remordimientos y conciencia de que
va a morir. Aunque haya otros que crean que los animales
216
Antonio F. Marín
sí tienen noción de la muerte y que la temen como los humanos, como nosotros mismos; un criterio que a uno le
extraña porque sí nos atenemos a lo que sentenció Schopenhauer de que si no existiera la muerte no existiría la
religión, uno se puede preguntar por qué si los animales
también tienen respeto y conciencia de la muerte no tienen
por el contrario religión o no parece que la tengan. Quizás
porque son más serios y no comulgan con esos otros cicerones de la modernidad que nos advierten de que las religiones son cruzadas contra el sentido del humor. Que no es
cierto, porque más bien nos parecen cabalgatas con mucha
chunga porque toda la tropa celebra la juerga de la Navidad, se va de jarana para festejar el santoral, acude a la
juerga de la romería del santo y aprovecha la Semana
Santa para la celebración y la vacancia, que algo tendrá la
fiesta, digo el agua, digo el santoral cuando lo bendicen, o
sea, porque ante estos festivales, chacotas y parrandas mejor
sería que la religión fuese más seria, hombre, con menos
bodorrios, bautizos, comuniones, procesiones o romerías.
Y que insistiera más en el sexo como don de Dios para el
disfrute de las personas que se quieren, «ama y haz lo que
quieras» (San Agustín), porque no hay nada más divino
que el erotismo humano pues en este solaz el Azar lo tiene
crudo con su cúpula biológica animal de ordenanza reglamentada aquí te pillo, aquí te huelo el coño, aquí te follo y
aquí te preño, joder, que no es sólo eso, hombre, decía, y
digo, mientras subo por una avenida de amplias aceras
arboladas a la que conocen por Camino de Murcia y en la
que según veo se suceden las tiendas de ropa, las papelerías, los estancos, los salones recreativos y alguna panadería como esa de ahí de la que sale una madre tirando de su
217
Entretiempo
niño pequeño que anda emperrechinado en que ella le compre un dulce.
- No, que luego no comes –se excusa ella.
- Fascista, que eres una fascista –le reprocha él.
- Bueno, pero sólo un dulce. Uno solo.
Y uno se ladea para dejarlos pasar y aprovecha la
parada para sacar la radio y enchufarse a la actualidad informativa por si hubiera alguna novedad sobre Juan Carmelo del Carmelo o sobre el tesoro de la Chinica que parece que no, sabe usted, porque tras recorrer el dial sólo he
podido averiguar que María del Amor Hermoso Marín González y Paco Vázquez, el Psicólogo, han convocado el I
Certamen de Arreglo y Engalanamiento de Panteones y
Nichos que se celebrará, dios mediante, la víspera de Todos los Santos previa inspección y evaluación en el cementerio de todos aquellos panteones que se inscriban en el
concurso que además ofrece un sustancioso premio: un jamón para el mejor. Nada más. Así que creo recordar que
he apagado la radio porque tras sobrepasar el parterre donde se planta una centenaria olivera, he llegado a la explanada de la esquina del Convento y me he sentado en un
banco de piedra para descansar en esta plaza que se ve
poco frecuentada pues las gentes no se echan a la calle hasta que las bombillas no apaguen la tarde, porque será con
las primeras luces de la noche cuando asome el bullicio de
los niños y niñas que, recién duchados, acudirán a buscarse por el Paseo aledaño o por esta misma glorieta que se
explana frente a la iglesia y su anejo convento franciscano
edificado a finales del siglo XVIII. Un convento que se
218
Antonio F. Marín
alza con la misma austeridad arquitectónica con la que fue
construido hace siglos por los frailes, según he visto cuando me he levantado camino de la terraza de una cafetería
en la que busco repantigarme y pedir algún tentempié,
¿qué?, pues un café con hielo, gracias, mientras aprovecho
para descansar, escrutar a la gente que pasa y acariciar a
este perro que se ha acercado y que me husmea el pantalón
moviendo el rabo y buscando una caricia, un mimo y quizás hasta un amo porque pese a que anda un poco tiznado
se le nota que lo ha tenido, que pese a ello aún no ha escarmentado y que busca a otro con el que compartir su alegría. Eso parece, porque si no le prestas atención se va y se
acerca al que pasa para mover el rabo, trotar a su lado o
tumbarse zalamero ofreciendo la barriga para que se la rasques pues pide poco: cariño, comida, cuidado, protección
y una caricia de vez en cuando que le prodigo una vez que
ha vuelto a la mesa en la que aguardo sentado por si aparece mi niña pues no conviene precipitarse y es mejor esperar, ser paciente, tener esa serenidad en la que uno ya
cursó, a la fuerza, cuando de pequeño acudía a bañarme al
río y tras ser capuzado varias veces por los bravucones de
pesas con tanga, descubrí que lo más pertinente cuando
estos matasiete querían capuzarte no era procurar zafarte o
patalear para salir a la superficie, sino esperar a que te hundieran y cogerle entonces la mano y tirar de él para llevártelo al fondo y aguantar allí hasta que él mismo saliera
apresurado a la superficie porque así el tiempo corre para
los dos pero uno no tiene prisa y él otro anda más apurado
para salir a flote pues esta batalla, como en la Bolsa, el
amor y el póquer, la pierde el que tenga más necesidad y
no sepa esperar, ni comprender, que del tiempo no se pue219
Entretiempo
de tirar porque se escurre y te quema entre la manos.
Paciencia pues. Y aguardar en esta terraza donde la espera
se hace plácida saboreando un buen café helado mientras
miras en la pared de enfrente los pasquines que invitan a
acudir al próximo Festival de Corales que se celebrará en
el Cine Capitol con la participarán de la agrupación Magna
Fábula, la Asociación de Amigos de la Música y la coral
Ars Nova, además de la actuación de la cantautora local
María Esperanza. Una excelente programación cultural,
según he leído en estos carteles que cuelgan junto a una
pintada que pide que «no se olvide nunca Bhopal». ¿Bhopal? Me suena, pero no sé de qué y quizás debería consultarlo en Internet donde después de abrir el ordenador portátil he encontrado en Google una referencia a la página
de Greenpace España en la que se nos recuerda que la noche del 2 al 3 de diciembre de 1984 se produjo un escape
de 40 toneladas de gases letales en la fábrica de pesticidas
de la Union Carbide en Bhopal (India), que mató a más de
8.000 personas por exposición directa, aunque las consecuencias todavía se padecen en el lugar porque la multinacional abandonó la fábrica y dejó atrás grandes cantidades
de sustancias peligrosas, un suministro de agua contaminada y un legado tóxico que aún causa calamidades. Una
tragedia humana que ni se les antojó a los clásicos griegos
pues ellos se entretenían principalmente con las emociones más mundanas de las página de sucesos tipo «madre
mata a sus hijos y se suicida». O «hombre se enamora de
su madre y mata a su padre», porque se conoce que les iba
mucho más la crónica negra y las telenovelas venezolanas,
aunque con dioses por medio para darle más intríngulis.
Porque la tragedia a palo seco está en Bhopal muchos años
220
Antonio F. Marín
después, ya digo, pues se sigue representando el drama todos los días en sesión continua, lo que obliga a que Greenpeace haya vuelto a pedir que se establezcan acuerdos internacionales que responsabilicen a las corporaciones por
los desastres industriales. Una reclamación que sabe a poco,
la verdad, porque lo correcto es llevarlos al Tribunal Penal
Internacional por delitos contra la humanidad, como mínimo, para que sirva de escarmiento y prevención contra otros
nefarios sacamantecas como Al Martínez Capone, por cierto, que por ahí asoma campechano, como siempre, y que
levanta los brazos para saludar efusivo y se prodiga en
palmadas para llamar al camarero e invitar obsequioso a
todos los parroquianos mientras mira el reloj de oro y ofrece
empleos a destajo, mismamente a tu hijo, Isidoro, que me
llame y mañana mismo la meto en la oficina de la fábrica.
Eso ha prometido espléndido, mientras saca el móvil para
comprar hectáreas de frutas «en el árbol» que revende luego a las fábricas de conservas con el fin de crear riqueza y
que haya trabajo para tos’, según ha recalcado frotándose
las manos antes de marcharse y de que los demás aprovechen su ausencia para encuerarlo vivo porque le va mal en
su negocio para llevar turistas a la Chinica el Argaz a través de la barca del Menjú, ya que Doña Urraca se niega a
venderle los terrenos pues ella prefiere la hamburguesería
MacMarguer que le da más réditos. ¿Y él que dice? Nada,
espera a que la breva caiga madura mientras le alquila a su
hija un apartamento en la playa que ha pagado con dinero
negro y aguanta rechinando los dientes que la compañía
aseguradora le haya suspendido la póliza del seguro del
hogar que tenía contratado porque su mujer se dedicaba a
quemar las sayas viejas de la mesa camilla para que le com221
Entretiempo
praran unas nuevas. Con mucho morro, porque la han
pillado y ahora ya no entran en el seguro. Y nos han jodido
a todos que no podemos ya quemarlas, joder, se ha quejado uno a este lado de la mesa, mientras que al otro se
refieren a que la policía ha detenido a algunos vecinos que
cavaban bajo la Chinica buscando el tesoro y les ha requisado un yugo de madera que podría corresponder con el
que llevaban los bueyes del carretero al ser aplastados por
la piedra que cayó del monte. Pero no he podido precisar
más sobre este particular pues de pronto se han callado
todos cuando han visto venir a una moza que marca tacón,
mueve la cadera y bambolea el pandero que uno mira al
pasar sin mucho interés, la verdad, porque servidor ya va
cumplido con su morenaza de pelo negro cortado en capas
hacia la nuca, a la que, por cierto, no sabía cuando volvería
a ver porque no le había pedido cita, ninguna, porque aunque uno no participe de esa posturita tan estudiada de los
que «no quedan», no le había preguntado a qué hora nos
volveríamos a ver para dejarla libre y que fuera ella la que
me buscara si de verdad quería estar conmigo, si de verdad quería estar contigo y no prefería estar con sus amigas,
por ejemplo, aunque ella hubiera dejado claro que tú eras
su mejor amiga. ¿Sí? Sí, tonto, de verdad, había dicho acariciándote la nuca. Y entonces tú te enterneciste y le dijiste
arrebatado que la querías y admirabas tanto que si hubieras nacido mujer te hubiera gustado ser ella, no como ella,
no, qué va, sino ella misma para vivir bajo su piel y pensar lo que ella piensa, ver lo que ella ve, respirar el aire que
respira y ser ella misma, vamos, con su pelo cortito, sus
pecas, sus muslazos, sus pechitos púberes como dos limoncitos y…
222
Antonio F. Marín
- ¿Y enamorarte de mi mismo?
No, de ella. Sin ninguna duda. Pero mejor que revivirla en el pasado es vivirla cerca, muy cerca, me he dicho
en el Argaz mientras me levanto, dejo la prudencia a un
lado y me acerco a su casa por si está, que si está y muy
contenta de que haya vuelto, según me ha dicho por el telefonillo al abrir la puerta para que suba al piso en el que he
advertido algunos cambios pues se ven algunas sillas y se
ha traído de la capital su sofá chaiselongue en la que la he
encontrado echada con la mano sobre la frente pues parece que no se encuentra bien y que tiene algo de fiebre. ¿Fiebre? No, no será nada, aunque le he puesto la mano en la
frente y está caliente, muy caliente, y entonces es mejor
quedarse junto a ella y abrirle la cama, desnudarla con
mimo, cogerla en brazos, acostarla y taparla hasta la barbilla como si fuera una niña, tu niña, a la que ahora besas en
la nariz, en los labios y en los ojos para despedirte y salir
corriendo en busca de un médico, de Pascual Lucas, por
ejemplo, que suele parar por el bar Tifanny’s para pedirle
consejo y saber si es bueno que sude o hay que hacer algo
más. Abrígala con una sábana, no lo dudes, pues los resfriados de verano son los peores y puede coger incluso una
neumonía, me ha dicho cuando me he encontrado con él.
Así que he vuelto apresurado al piso, la he metido en la
cama, me he desnudado y me he metido bajo las sábanas
para abrazarme a ella, darle más calor y sudar con ella.
- Te vas a contagiar –me ha musitado al oído..
- No me importa.
Porque es verdad y no te importa quedarte dormido
223
Entretiempo
abrazado a ella con el muslo metido entre sus muslos, su
mejilla junto a tu mejilla y tus brazos rodeando su cintura
hasta que al día siguiente ha amanecido entre tus brazos
con mejor color, más reparaica, porque cuando has puesto
la mano sobre la frente para saber cómo está te ha parecido que ya anda más templada después de haber sudado
durante toda la noche acurrucada entre tus brazos. Pero ha
merecido la pena, aunque no hayas podido dormir plácidamente porque cuando se ha movido te ha despertado y has
tenido que volver a abrigarla mientras le besabas la frente,
le secabas el sudor y le musitabas al oído que la querías,
que la quieres, y mucho, como vuelves a decirle ahora antes de darle un beso y de levantarte con cuidado para no
despertarla pues quieres darte una ducha rápida y salir pronto a la calle con el propósito de zanjar de una vez la historia que te traes entre manos y entrevistarte además con el
alcalde si se aviene a la audiencia, claro. Aunque antes de
salir le has puesto el cedé de María Dolores Pradera con
los temas «Amarraditos» y «La flor de la canela», pues
sabes que le gustan y que así tendrá un agradable despertar. Y se acordará de ti, seguro, te has dicho convencido
cuando te has vuelto desde la puerta para cerciorarte de
que sigue dormida boca abajo con su carita de niña pecosa
apoyada sobre la almohada y la sábana enredado entre sus
hermosos muslazos que deja a la vista la braguita que dibuja en altorrelieve la rajita de su sexo. Está de muerte.
Preciosa. Para preñarla.
Otro día, porque ahora mejor la vuelves a arrebujar
con la sábana, le das un beso en la frente y bajas a la calle
para acercarte al bulevar del Paseo y sentarte en un banco,
junto al Pescatero, por cierto, para decidir por dónde se224
Antonio F. Marín
guir con el trabajo pues no lo tenías muy claro y quizás él
supiera algo nuevo de Juan Carmelo del Carmelo. ¿De Juan
Carmelo? Pues no, no sabe mucho, aunque le han contado
un chiste muy bueno que uno agradece que no le cuente,
por favor, porque no estoy de humor pues no están los tiempos para chanzas ya que todo va de mal en peor.
- Sí, eso decían mi abuelo y mi padre.
- No, de verdad; es que el mundo está muy mal porque estamos en crisis.
- ¿Como el teatro?
Y uno lo mira, claro, y desiste porque no hay manera
de desencaminarlo, quizás porque la humanidad siempre
ha estado en crisis, de evolución en evolución y de glaciación en glaciación hasta lo que somos, que no semos naide,
por cierto, porque según el Principio de Incertidumbre de
Heisenberg, se le dice, no podemos medir simultáneamente y con precisión la trayectoria y la velocidad de una partícula porque el observador modifica el objeto observado.
- O sea, que la partícula es ella y sus circunstancias,
que decía el filósofo.
- Sí, pero con fórmula.
- Claro, como el culo de esa mujer que va por ahí,
porque si ella ve que lo miras lo mueve más, o menos, y
entonces es cierto que al mirarlo cambias su trayectoria y
que influyes en su movimiento.
Y uno se ríe, claro. Y luego mira el culo de la chica,
aunque sin la desfachatez con la que él lo ojea, según uno
le hace ver. ¿Si? Sí. No importa, porque le da igual que
ella lo pille pues nunca se reprime. Nunca, porque es lo
que le recomendaba su padre cuando salía de trabajar de
225
Entretiempo
menaor en la fábrica de esparto de Los Mengajos y lo
llevaba de putas al Benidorm Seco de Hellín. ¿Sin reprimirse? Sí, porque lo obligaba a que se masturbara primero
antes de entrar con ellas para que así fuera ya corrido,
porque así cuando estás con ellas aguantas más y no te vas
a la primera embestida, que es que si no, te controlan y
dominan cuando ellas te ven con tantas ganas. ¿Las putas?
Las mujeres ya sean putas o monjas, porque así te manejan
y gobiernan al tenerte siempre caliente. ¿Has dicho? Sí,
hazme caso, que me lo dijo mi padre, que en paz descanse,
cuando me insistía en que al vino y a la mujer hay que ir ya
comido. Y a mí me vale, concluye ahora mientras se levanta, se mete la camisa por el pantalón y se aleja dejándome
allí plantado y zurumbático porque eso que dice me suena
de algo, de haberlo ya vivido, aunque ahora no recuerde de
qué, por más que lo intente mientras me encamino a un bar
para desayunar, para tomar un vaso de leche.
¿Qué leche quiere?, me pregunta el camarero mientras seca con parsimonia un vaso.
- Pues leche.
- Es que la tenemos desnatada, con Omega2, con
fitoesteroles, con vitaminas A, C y D, con ácidos olegionosos, con Folic B, con jalea real, con L.Acidophilus, con
soja y con oligoelementos de isoflavonas.
- ¿Y no tiene de vaca?
Sí, de vaca, le he preguntado sin ánimo de deshonra
alguna, de veras, lo que ocurre es que la gente es muy picajosa y se toma las cosas por la tremenda, por lo que renuncio a la leche y salgo de allí arreando para evitar los improperios que el muy quisquilloso profiere mientras me
226
Antonio F. Marín
pongo a salvo en la calle apresurando el paso hacia el hotel
con el fin de recoger la cámara de fotos que me había dejado olvidada. Otra vez, sí. Porque es cierto que algún día
me voy a dejar la cabeza, según me recriminaba la maestra
en el colegio cuando uno respondía que un ladrón me había
robado la cartera y se había llevado los deberes. Los ladrones no roban esas carteras, me reprochó ella convencida de
que no los había hecho.
Aunque en el Argaz, decía, me he tenido que apartar
de pronto para dejar pasar a unos vecinos que vienen
por la calle con muda limpia y con unas bolsas de plástico
por las que asoman radiografías y análisis clínicos, a los
que creo reconocer porque los acompaña Arturo López
Rufalfa, un vecino achaparrado, calvo, con barba cana y
que trae pinta y planta de usurero de Crimen y castigo, del
que dicen que ha tenido tratos con el Partido Socialfascista que se dedica a presionar desde la oposición al Gobierno
democrático con manifestaciones, pantarcadas, algaradas
callejeras y soflamas en sus medios adictos, con el fin de
exasperar a la sociedad, hacer imposible la convivencia y
que los votantes que apoyan al partido que gobierna, comprendan y asuman que es mejor para ellos, y para todos,
votar al Partido Socialfascista de la oposición y que así
vuelva la tranquilidad, la paz y el sosiego sin crispación
que ellos prometen y provocan. Eso murmuran de él tanto
unos como otros, aunque yo no le he prestado más atención al personaje porque me acucian otros apretones, y
empresas, y he seguido mi camino aprovechando para enchufarme a la radio y enterarme de las últimas noticias que
nos afectan, pues en esta emisora se nos dice que ha cundido la alarma por el aumento de las patentes pues se corre
227
Entretiempo
el riesgo de que la tabla periódica pase a manos privadas,
que es una circunstancia que uno considera un atentado
contra los Derechos Humanos, ¿otro más?, porque alguien
podría patentar incluso la fórmula del H2O y deberíamos
defender lo que es patrimonio de la humanidad, las semillas o los productos autóctonos que son herencia común
para que ningún «biopirata» se lucre con ellos y prohíba a
los demás su uso, voto a bríos, que dan ganas de echarse al
monte porque uno se encalabrina al oír estas noticias y es
aconsejable no trastornarse y cambiar de emisora a esta
otra en la que se nos dice que los expertos no pueden confirmar por dónde anduvo Juan Carmelo antes de morir pues
los análisis edafológicos de la tierra que se le encontró en
la ropa no habían desvelado nada. Aunque parece que sí se
confirma que el cuerpo andaba escaso de sales minerales y
oligoelementos que son imprescindibles para el buen funcionamiento de las cédulas y por añadidura de los órganos
vitales, sobre todo del músculo cardiaco, pues su ausencia
podría causar un fallo en el corazón aunque, según añaden,
esta carencia podría ser debida a otras causas como la ingesta de agua destilada que al estar libre de iones absorbe
todos los minerales que encuentra a su paso. Porque un
litro de esta agua puede extraer casi todas las reservas minerales y podría provocar que se debiliten las cédulas y los
órganos vitales como el corazón. Y aunque no es suficiente para matar, aclaran, puede provocar su infarto si el individuo padeciera del corazón. Eso dicen ahora mientras uno
se pregunta patidifuso si Juan Carmelo padecía del corazón, y de ser así ¿quién le habría podido dar de beber agua
destilada en lugar de la del grifo?
Dudas que me he ido rumiando mientras saco el telé228
Antonio F. Marín
fono para llamar a mi chica porque lo que ahora me produce picazón es saber cómo está, que parece que bien, mucho
mejor, según me dice por el aparato, por lo que me he
despedido de ella y he seguido mi camino tan resuelto y
girocho que he tropezado, usted perdone, con una madre
que le saca la minina a su hijo y le orienta el chorrito para
que el muchacho orine. Qué buenas que son las madres,
verdad usted. Todo lo contrario de las hijas que son unas
desaborías sobre todo para los que nos hemos criado con
tata porque eso influye y te traumatiza para incorporarte
con normalidad al «mundo sin tata»; es decir, al inhóspito
mundo de la novia. Es que la tata se cuidaba de ti y cuando
tú la llamabas siempre acudía solícita. «Tata, pipí», decías
tú. Y ella acudía célere al socorro para sacártela y que pudieras mear. Ahora tú le dices a tu novia «pipí», y ella te
contesta que la minina te la saque tu madre. Son malas. Y
crueles. Y no se preocupan por ti, decía, y digo, mientras
me alejo de la mamá y su niño, y me aparto para dejar
pasar a un tipo que esconde un trapo rojo y amarillo bajo
el brazo y que apremia a los que caminan detrás de él para
que lo sigan al zaguán de una casa en la que se ha detenido
para mirar a un lado y al otro. Hacia allí y hacia aquí. Y
de aquí hacia allí, una y otra vez, hasta que asiente con la
cabeza para indicarles a los demás que ya pueden entrar en
el portal que se ubica puerta con puerta con esos otros en
los que venden ciruelas, albaricoques y melocotones que
son ofrecidos en cajas dispuestas en la entrada de las casas
para que las vecinas los ojeen y los calibren mientras se
interesan, ya que estamos, por lo de Juan Carmelo del Carmelo pues parece que han oído comentar que se había liado con una muchacha muy joven. Sí, el muy viejo verde,
229
Entretiempo
añade otra vecina muy chuscarrá mientras paso por su
lado y me bajo de la acera para dejar pasar a Pepe y Pepe;
dos intelectuales que dialogan, intercambian criterios y
comparten ideas para aunar esfuerzos y conciliar las iniciativas a fin de establecer los cauces del diálogo que fortalezcan la convivencia pacífica de la ciudadanía.
- El nuevo mundo posible lo voy a diseñar yo.
- No, lo voy a diseñar yo.
- He dicho que no, que lo voy a diseñar yo
- Que no, que no; que lo voy a diseñar yo.
Y me he alejado de allí algo apesadumbrado porque
no se trata de empeñarse en posturas tan drásticas y excluyentes. Qué va. No es eso. Aunque también haya que cuidarse mucho de los grises equidistantes porque eso de que
las cosas no son blancas o negras, y que hay grises, lo podría haber argumentado, para excusarse, el que le daba a la
manivela de las cámaras de gas de Auswitch, por poner un
ejemplo y sin ánimo de ofender y/o epatar, claro, decía, y
digo, mientras me alejo de allí arreado porque por la calle
viene el coche fúnebre La Voz de los Ángeles que trompetea por el altavoz la muerte de Juan Cornudo Consentidor; aquel tipo al que había cruzado a la otra parte del río
en la barca del Menjú y cuya pérdida uno siente mucho,
¿se dice así?, porque un servidor es un pobre imbécil sentimental que sin güisqui llora mucho, por nada, pero sobre
todo por las víctimas, por los perdedores, por el marido
cornudo de Madam Bovary, pongamos por caso, pues uno
se pregunta qué hubiera ocurrido, mi querido Maclujan, si
Madame Bovary hubiera estado casada con un obrero del
metal y los amantes que ella se trajina hubiesen sido los
230
Antonio F. Marín
acaudalados dueños de la fábrica... ¿Sería entonces una
mujer liberada que lucha por su derecho al placer y contra
la opresión de la sociedad y de la Iglesia, o más bien un
vulgar putón verbenero?... Porque entonces…
…porque entonces dejemos muertos a los muertos y
atengámonos a los vivos, pues camino del hotel me he
enterado por la radio de que la Corte Superior de la Sharia
del estado de Futua, en Nigeria, ha ratificado la pena de
muerte para la joven Amina Lawal, que va a ser lapidada
por haber tenido un hijo fuera del matrimonio pues los llamamientos de ONG y gobiernos occidentales no han podido parar la ejecución de una atroz sentencia que ha sido
recogida con albricias y aleluyas por los demás miembros
de su comunidad, en su mayoría hombres, que al enterarse
del salvaje veredicto han gritado: «!Ala es grande!», como
si Alá, Yahvé, Jehová o Pepito Rodríguez, pudiera estar de
acuerdo con que sus discípulos mataran su creación, un ser
humano, su obra, porque suena a algo así como si los discípulos de Picasso se arrogaran el derecho a romper un cuadro en la creencia de que es una obra fallida del maestro;
de donde se infiere que a muchos «creyentes» lo único que
les puede salvar es precisamente que Dios no exista porque de haberlo justiciero tal y como ellos lo profesan (o
permanentemente cabreado según lo muestra Lars von Traer
en Rompiendo las Olas), va suponer su perdición porque
será inclemente con su causa. Terrible, en fin, porque lo
de Amina, además, se ejecuta en nombre del folclorismo
tipical salvaje, de las costumbres inmemoriales, del culturalismo extremo y de la obediencia ciega a unas ideas manipuladas por los hombres en nombre de no se sabe qué
Dios, cuando el único Dios admisible es el Dios del amor,
231
Entretiempo
del perdón y de la libertad incluso para no creer en él. Ni
más ni menos. Y en los mejores cines.
Aunque eso no es todo, sabe usted, porque la locutora añade que un nigeriano compatriota de Amina ha sido
también condenado a morir lapidado por violar a una niña
de nueve años, en un veredicto que nos parece también
salvaje porque cuando se está en contra de la pena de muerte
se está siempre, sin excepciones que confirmen reglas, aunque sea por un crimen infame como este pues el amor al
prójimo lo abarca todo y a todos, incluidas esas toxicómanas de dientes carcomidos y huesudos pellejos que por las
calles de El Argaz persiguen a los viejos jubilados para
llevárselos a las afueras y chuparles la polla al destaje de
tres euros con condón y de seis sin goma; poca sustancia,
más la caridad, pero suficiente para una parte de la dosis de
heroína que las libere de pensar por unos minutos y que
puedan así cultivar el jardín de la resignación laica volteriana en la que uno también se asila, y amadriga, cuando
opto por pararme un momento para llamar a mi chica y
saber cómo está, cómo se encuentra de su constipado. Bien,
mucho mejor, porque se ha levantado e incluso ha salido a
la calle a tomar algo porque tiene apetito. Te espera. Y tú
también la esperas; tú también esperas verla pronto, adiós,
nos vemos, porque antes te has de acercar al hotel para
recoger la cámara y dar fe de vida, suponiendo que consigas pasar entre el gentío que abarrota la Plaza Mayor pues
parece que he dado con una boda que sale del Ayuntamiento y que me impide pasar entre tanta concurrencia de almidón satinado que se arremolina en torno a los dos jóvenes
protagonistas del casamiento que se han detenido en la
puerta del consistorio para recibir los parabienes de los
232
Antonio F. Marín
amigos y echar a volar dos palomas entre el recreo de los
convidados que vitorean a la pareja mientras les arrojan el
preceptivo arroz en este tipo de brindis y diligencias. Aunque no todos, sabe usted, porque a mi lado he advertido
que un achaparrado invitado se ha quedado mirando el vuelo
de las palomas y el arroz que llueve sobre los novios, mientras se relame los labios con cara de arroz y alubias, pues
se conoce que ha atado cabos y cazuelas. Si se divorcian
echarán a volar buitres, me ha comentado cuando ya me
disponía a marcharme de allí callejeando por este barrio
antiguo de estrechas y adoquinadas calles por las que he
seguido hacia el hotel donde poco después he llegado cansado, muy cansado, sin fuerzas para plantearme por dónde
coger la historia de Juan Carmelo del Carmelo, porque si
ya se sabía que su cuerpo estaba falto de sales minerales y
que esa carencia podría producir un infarto, cabría preguntarse si padecía del corazón y si había bebido agua destilada que le hubiera provocado esa disminución de sales en el
organismo. O quién se la había dado. Era imposible saberlo, todavía, por lo que creo recordar que me he metido en
Internet para procurar averiguar algo más sobre el particular; aunque sólo me he encontrado con una noticia que alude a que Winona Ryder y la actriz Brittany Murphy habían
sido fotografiadas por las calles de Beverly Hills cogidas
de la mano y en actitud cariñosa; algo que quizás no llamaría la atención, insisten en el texto, de no ser porque al
finalizar el paseo las actrices se introdujeron en el coche de
Winona y se dieron un beso en la boca ante los fotógrafos
que estaban al acecho y que también pudieron comprobar
que Winona lucía en el cinturón el nombre grabado de
Murphy. ¿De Murphy? Joder, joder, se dice uno patidifu233
Entretiempo
so (perdón: caramba, caramba, se dice uno cariacontecido), pues Winona había declarado que era bisexual pero
que no quería hablar de ello porque los periodistas no entraban en los matices de lo bello que puede ser amar también a otra mujer. Y tiene razón, porque es cierto y resulta
que a uno también le parecen extraordinariamente bellos
esos matices, muy bellos, y si cierras los ojos y te los imaginas se te pone de aquélla manera. Y entonces será mejor
pasar a otra página, preferentemente de política que te la
enfríe, y mucho, porque en esta otra web parece que justifican que el terrorismo surja en algunos países pues, según dicen, estas gentes no tienen dinero para comprar barcos y aviones y tienen que recurrir a él para hacerse valer,
para combatir por la justicia, claro, aunque sea un razonamiento falaz que insulta a Gandhi, el apóstol de la no violencia, que consiguió acabar con la dominación inglesa y
la expoliación de la India sin pegar ni un tiro. Y ultraja a
todos aquellos que bregan todos los días contra la injusticia, con la palabra que nos queda y sin tener que matar a
niños o adultos inocentes, se supone, claro, porque la revolución francesa nos trajo sangre, guillotina y burguesía. Y
la abolición de la esclavitud en Norteamérica se consiguió
por medio de la ley pero también con el apoyo de las armas, de la guerra que se conoce que a veces es necesaria
porque la libertad se conquista. Y se defiende. Aunque entonces me contradigo, sí, luego existo, porque no existe
nada más coherente que un paranoico que no duda jamás.
- No sé, pero dicen los expertos que hay que estar con
la resistencia y contra el terrorismo.
- Sí, doctora, pero no sé si se refieren a la resistencia
cubana contra Castro. O a la del pueblo saharaui. O a la
234
Antonio F. Marín
Palestina.
- A la que busca la paz.
- Sí, pero qué paz: ¿la del Nobel de la paz Yasser
Arafat o la del también Nobel de la Paz Shimon Peres?;
¿la del Nobel Saramago o la del Nobel Solyenitsin?; ¿la
del Nobel Teresa de Calcuta o la del Nobel a Adolfo Pérez
Esquivel?; ¿la del Nobel Sadat o la del Nobel Begin?; ¿la
del Nobel Martin Luther King o la del Nobel Henry Kissinger?...
- Eso es un dilema; pero quién empezó todo esto.
- Pues no sé, pero creo recordar que todo este pifostio comenzó con Caín y con el maldito plato de lentejas
porque, efectivamente, al final va a ser verdad eso de que
todo ha sido propiciado por al hambre, por la jodías lentejas, joder, joder, he exclamado en la habitación del hotel
mientras pongo en el cedé Another Day de Within Temptation y me asomo a la ventana para aislarme de tanto parloteo y mirar al fondo de la huerta por donde asoma la muralla cristiana y la calle adoquinada que la circunda por la
que bajan los vecinos que se dirigen a faenar en la huerta y
algunos abuelos que parece que van a dar un garbeo por el
río pues cruzan el robusto Puente de Hierro y se encaminan por el Paseo Ribereño hasta el otro puente, el «de alambre» que cuelga alabeado a lo lejos muy cerca de la Atalaya que cierra el paisaje como decorado de un belén en el
que el portal podría ser el azulado Molino Teodoro (que
data de 1507), con su rueda de moler que se ubica en la
parte de abajo, por donde corría la acequia de la Andelma
antes de desembocar en el escorredor del río para seguir
aguas abajo hacia el Menjú y entrar en el Valle de Ricote
que es un enorme bancal atravesado por el Segura entre
235
Entretiempo
casitas y palmeras que quería volver a visitar, desde luego,
aunque ahora acompañado por la preciosa chica que había
dejado en el piso y que era la única, y lo único, que por
momentos me sacaba de la permanente tristeza sin causa,
que es la más cruel de las congojas. Y entonces quizás deberías volver a buscarla, salir del hotel, comprar un ramo
de flores y acercarte a su casa para saber cómo se encuentra del resfriado, ¿del resfriado?, mucho mejor, desde luego, te ha explicado poco después cuando ha abierto la puerta
y te ha llevado de la mano a su habitación para que la esperes pues quiere arreglarse en el cuarto de baño al que se ha
metido mientras que tú aprovechas para hurgar fisgón entre
sus armarios abiertos y desordenados en un totum revolutum que te has dispuesto a recoger prenda a prenda, con
sumo cuidado, y mimo, porque te las llevas a la cara para
besarlas y tenerlas cerca, muy cerca, pues huelen a fresca
lavanda, a trenzas lorquianas y sobre todo a ella; al rocío
de su cuerpo que te sabe a pan recién cocido. Un aroma
que disfrutas sin pudor y recato alguno, hasta que oyes unos
tacones a tu espalda y te vuelves para ver que ella está en la
puerta sonriendo cuca porque te ha visto besando sus braguitas recién dobladas, joder, joder, aunque tú en realidad
sólo estabas mirando la lencería nueva que se ha comprado porque es monísima, le has querido explicar azorado
para justificarte, para explicar lo que no necesita explicación porque ella te ha abrazado, te ha dado un profundo
beso y se ha separado de ti para mirarte muy seria y preocupada porque dice que te ve más delgado, más flacucho
y quizás se deba, le dices, a que desde que has vuelto a
estar con ella has perdido el apetito porque además tienes
miedo hasta de que se resfríe. Y entonces ella te ha sonreí236
Antonio F. Marín
do muy dulce y te ha dicho que te va a comer a besos. Y
luego te desabrocha el pantalón, te baja los calzoncillos y
te acaricia la entrepierna para cogértelas y sopesar que siguen llenas, que lo están y mucho, porque has cumplido la
promesa que le habías hecho. Sí, es cierto, lo sabe porque
lo nota en su peso y tamaño, pero sobre todo porque estás
más romántico y tierno que nunca, ha añadido mientras
sigue acariciándolas, sopesándolas, arañándolas ligeramente
con las uñas y palmeándolas para ver sí están llenas, a su
gusto, que si lo están, y mucho. Y ella lo celebra besándote con ternura, musitándote que te quiere y empujándote
luego sobre la cama para echarse sobre ti a horcajadas,
rozar sus labios con los tuyos y lamerlos ávida, mientras tú
te dejas querer, besar y amar a su peculiar manera, a su
gusto, porque ahora sujeta con la mano la llavecita de oro
encerrada en un círculo que cuelga de su cuello y te la ofrece para que la beses y veneres. Bésala, cariño, bésala,
porque la llave de tu placer la tengo yo. Y tú la has besado
una y otra vez, y otra, hasta que ella se ha sentido satisfecha y ha vuelto a decirte que te quiere, que te quiere comer
a besos, mientras tú balbuceas que no te importa dejarte
comer. ¿Sí? Sí, de verdad. Pues no lo parece. A ella no le
debe de parecer que eso es cierto porque de pronto se ha
apartado y ha fruncido el ceño, maldita sea, qué le pasa.
Nada, pero parece que se ha acordado de algo que la enoja
y sigue seria. ¿Qué le ocurre? No lo sabes. ¿Has dicho algo
inconveniente y se ha molestado?...
…no, no está enfadada, no te asustes, pero es que de
pronto se ha acordado de algo que la fastidia, y mucho, y
salta de la cama, coge tu bolsa de trabajo, hurga en ella y
saca un álbum de fotos que mira y repasa saltando de una
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Entretiempo
hoja a otra hasta que parece que encuentra lo que buscaba
porque ha señalado con el dedo una foto y te mira circunspecta y enfadada. ¿Todavía la guardas? Es sólo una exnovia, le aclaras. Ya, pero entonces por qué la conservas,
te ha reprochado mientras la rompe con mucho coraje porque no quiere que tengas fotos de otras aunque sean de
una vieja amiga, pues para ti sólo existe y ha existido ella.
Que es muy cierto, le reconoces, antes de levantarte para
poner Contigo aprendí de Armando Manzanero pues quieres cogerla de la cintura para bailar con ella si le apetece,
que parece que no porque se ha soltado del abrazo ya que
prefiere oír Adoro de Olga Guillot. Y luego se ha sentado
en la cama y te ha hecho gestos para que te acerques. Ven
que tengo que hablar contigo, te ha dicho cogiéndote de la
mano para tirar de ti y obligarte a que te arrodilles en la
alfombra, entre sus muslos, quietecito, ¿qué pretende?,
nada, no lo sabes pero no importa porque desde que aquí
abajo se la ve hermosísima con su braguita tanga traslúcida y con el triángulo púbico recortado y arreglado a tijera
para que los labios y la rajita de su sexo aparezcan diáfanos, protuberantes y muy evidentes, pues es tan pícara y
tan deliciosamente zorra que se lo recorta a tijera para que
nada se los tape, para que aparezcan nítidos bajo la braguita y que así se le vean y marquen en altorrelieve cuando la tela se mete en su vulva dibujándolos por la transparente tela negra a la que ahora pegas férvido tus labios para
besarla y lamerla de arriba a bajo y de abajo a arriba, mientras ella acaricia tu nuca con la mano y tú acrecientas las
caricias a través de la transparente braguita para rebañar
la tela y bebértela entera, una y otra vez; suponiendo que
te deje, claro, porque de pronto te aparta, se levanta, se
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Antonio F. Marín
quita la braguita, coge de la mesita una rodaja de limón y te
la muestra para que la cojas. Métetela en la boca, te dice,
poniéndotela en los labios. ¿Sí? Sí, por favor. Y tú no sabes por qué y para qué lo hace, qué va, pero como le habías
prometido que la obedecerías en todo sin preguntar nunca
por qué, callas, te la metes en la boca y la chupas mientras
ella te explica que es para que se te ponga la lengua áspera
y rugosa con el amargor del limón y que ella pueda así
sentir más placer cuando la acaricies. Para que me hagas
más feliz, te ha dicho mientras lleva su mano a tu nuca, te
ensortija el pelo con los dedos y empuja tu cabeza sobre su
sexo.
- !Lame¡ -te dice.
Y tú metes la lengua en su vulva y lames su rajita
encantado y dichoso porque quieres enterrar tu cabeza en
ella para lamerla y beberla entera de arriba abajo y de abajo a arriba. Y empacinarme de ti, según le chapurreas entre
sus muslos mientras ella los aprieta contra tus mejillas
para aprisionarte contra su sexo y que puedas seguir lamiéndola, una y otra vez, hasta que se arquea, te agarra del
pelo y se corre entre gemidos sobre tu cara. Y tú te relames jugoso con la lengua y la miras cautivado porque se
la ve bellísima con ese encanto natural de la mujer después de haber gozado de su hombre, de su macho, según
ella misma te ha dicho cuando se ha erguido y te ha sonreído con ese gesto suyo tan cuco, casi infantil, pero dulce,
muy dulce, que te invita a subir a su cama y recostarte a su
lado, a su espalda, pues se conoce que quiere descansar. Y
tú la abrazas por detrás, pegas la mejilla a su mejilla, y te
refriegas sobre su culo cuidando de no correrte porque se
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Entretiempo
lo habías prometido, ¿recuerdas? Así que te quedas quieto
pegado a sus nalgas y con tu envarado miembro embutido
entre sus glúteos hasta que se ha vuelto, se ha abrazado a ti
y te ha cogido de las pelotas para acariciártelas y sopesarlas mientras tú suspiras, una y otra vez.
- Mira que eres raro -te dice melosa. Se supone que
es la chica la que suspira y no el chico.
Pero es que tú eres raro, es cierto, muy raro, le has
admitido antes de darle un beso en la mejilla para despedirte, ¿ya te vas?, sí, lo sientes, pero tienes que volver al
trabajo, si ella quiere, claro, que no quiere, por favor, no te
vayas, porque no quiere dejarte solo para que algún pendón te pille por ahí pues quiere atarte en corto, cortarte las
alas, porque aunque se fía de ti, no confía en las demás
mujeres. Los tíos sois los tíos, pero las mujeres son todas
unas putas y como alguna te mire me la follo y te la quito,
quedas avisado, dice ahora farruca cuando ya te pones los
calzoncillos, y ella aprovecha para levantarse, cogerte el
pantalón y registrarte los bolsillos de los que saca el llavero y la cartera que mira y curiosea porque dice que todo lo
que tienes es muy bonito; aunque tu sepas que es un pretexto para registrártelo todo porque siempre lo ha hecho
buscando no sabes qué, que nunca encuentra. No importa.
No te importa que lo haga e incluso te agrada ese celo posesivo con el que te obliga a que no tengas nada oculto
para ella y que siempre estés desnudo y no tengas ningún
entresijo en el que ella no pueda entrar, incluidas tus cuentas de correo electrónico, por cierto, de las que te había
pedido las claves para leer tu correspondencia por si ella
quiere registrarla tal y como hace ahora con tu agenda hasta
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Antonio F. Marín
que se convence de que no le escamoteas nada, que ella lo
sabe todo de ti y de que no tienes ningún secreto que ella
no sepa, ni privacidad en la que ella no pueda entrar. Todo
está bien, te dice mientras sonríe satisfecha y te empuja
sobre la cama para cogerte de los calzoncillos y tirar de
ellos para quitártelos. No me gustan, te ha dicho antes de
bajarse del lecho y salir de la habitación con ellos en la
mano, vaya, qué apuro, para regresar poco después sonriendo porque dice que los ha tirado a la basura pues los
que usas tan apretados no son buenos para unas partes tan
delicadas. Los que aprietan mucho producen congestión y
que el semen pierda calidad, te ha explicado antes de darte
unos nuevos que ha comprado para ti porque a partir de
ahora ella se encargará de ponértelos a su gusto, según su
criterio, ha añadido satisfecha mientras acerca su cara a tu
cuello para darte un chupetón y marcarte; para dejarte su
huella y que cuando vayas por la calle y te cruces con las
demás mujeres ellas sepan que eres suyo, exclusivamente
suyo. Y que a ti tampoco se te olvide, que no se te olvida,
claro. No se te olvida tu bella Calipso, la ninfa Calipso que
en la mitología Griega secuestro a Ulises en la isla de Ogigia al estar profundamente enamorada de él. Como mi chica, te has dicho poco después cuando te disponías a bajar
a la calle dichoso y campante, esa es la verdad, porque si
lo piensas detenidamente el que ella sea tan posesiva parece incluso un halago pues si quiere que tu semen tenga
más calidad significa…
…significa que mejor no te hagas ilusiones, nene. Y
que sigas con tu trabajo y bajes rápido las escaleras para
retomar pronto el trabajo. Cuanto antes. Aunque nada más
salir del portal me he tenido que parar para dejar pasar a
241
Entretiempo
María; la preciosa niña con coleta de 19 añitos que estudia
matemáticas en la universidad de Murcia y que me ha saludado con el hoyuelo de su sonrisa que ilumina su preciosa
cara en contraste con su piel morena natural y con la blusa
blanca que luce sin sujetador, dejando entrever las oscuras
aureolas de sus pezones que miro sin recato al pasar porque me recuerdan a mi chica y me inducen a volver a pensar en ella mientras me encamino al hotel para picar algo y
tomar refresco, si puedo, porque cuando he llegado el comedor he constatado que aún no está abierto y he subido a
la habitación para descansar y hacer bolillos con el tiempo
viendo un canal de la televisión en el que un político recién
llegado al cargo anuncia que va a adoptar un ajuste de personal en su departamento para lograr más eficacia en las
enérgicas medidas que piensas adoptar para solucionar el
problema de la sequía que nos acucia. Una encomiable determinación que nos recuerda a esos otros talcualillos que
cuando llegan al poder y cesan a alguien, se debe a la potestad de organizar su departamento, pero cuando son ellos
los cesados se trata de una caza de brujas, de una depuración. O a esos otros perenganos que cuando toman posesión de su cargo deciden tomar un resolución «contundente» para demostrar autoridad y «hacerse respetar», como
expropiar una gran empresa, embarcarse en una guerra o
retirar tropas de algún lugar, con el fin de que «se visualice» (eso dicen los cursis) su golpe de autoridad, su poder
de decisión y su coraje político en un decisión «valiente»,
pero que a lo que de verdad nos recuerda es a esos militares medrosos que cuando llegan a un nuevo destino arrestan a toda la plantilla para que se le coja miedo, «para hacerse respetar», tal cual el político chusquero que acaba242
Antonio F. Marín
mos de mencionar y del que sus sacristanes de amén dicen
que es el típico muchacho que todas las madres quieren
para marido de sus hijas. Un criterio que uno comparte
porque también es el marido que todos queremos para nuestras amantes. Coincidimos. Y mi enhorabuena al muchacho, decía, porque ahora cambiamos de canal a este otro
en el que se nos anuncia que Canadá ha autorizado la caza
a palos de trescientas mil focas en una espeluznante estampa que ensangrienta el blanco paisaje como en un vermouth rojo con hielo picado hasta el borde de vísceras sanguinosas, más unas gotas de angostura y una cáscara de
piel de foca en forma de pescuezo de caballo. Agitar y
servir muy frío en una lenta agonía con el cráneo abierto
que nos repugna, porque el hombre nace mono y se va haciendo humano conforme establece unas normas éticas,
morales o de conducta. Unas normas que impiden tener el
mal gusto de matar a los animales a palos para volver a ser
monos en una orgía de sangre, dolor y repugnancia que nos
obliga a cambiar de un canal a otro. Y de otro a otro, pues
en este nos anuncian un detergente que lava más blanco…
…y que los científicos sostienen que el universo podría ser esférico y con forma de parches unidos como en un
balón de fútbol, con lo que no sería infinito…
…pues la compañía Crisol asegura tu vejez…
…y Marcelo D’ Eil Branco, coordinador del proyecto brasileño Software Livre RS, ha destacado la importancia de desarrollar este software en los países del tercer
mundo…
…porque cuando eres feliz del primero que te acuerdas es de mí: Champagne Frenillex. ¡Aunque no te toque la
lotería!…
243
Entretiempo
…y con las tarifas telefónicas móviles más baratas
del mercado…
… porque «España ya es mejor», según se ufana el
presidente del Gobierno…
… y unos 800.000 españoles viven bajo el umbral de
la pobreza y 30.000 de ellos deambulan sin techo por España, según advierte Cáritas…
… cuando el real Madrid quiere ganar la próxima
Copa de Europa…
….y Reporteros sin Fronteras ha iniciado una campaña para denunciar la censura y los encarcelamientos de
treinta periodistas en Cuba…
… mientras los norteamericanos mantienen secuestrados en la base de Guantánamo a más de 800 presuntos
militantes de la red terrorista Al Qaeda detenidos tras el
ataque terrorista a los Torres gemelas de Nueva York y la
posterior guerra de Afganistán, amparándose en la impudicia jurídica de que no son combatientes regulares, una vileza, porque si no son militares se los juzga por lo civil y si
no son civiles y son militares, se les aplica la Convención
de Ginebra para los presos de guerra pues la presunción de
inocencia existe también en la estación espacial o en el centro de la Tierra. O sea. Y porque a todo el mundo se le
debe aplicar el mismo sistema métrico decimal, los mismos valores humanos, nos guste o no nos guste, y aunque
ellos no sean recíprocos con nosotros pues tenerlos confinados, incomunicados y sin defensa posible atenta contra
la dignidad de la persona, es una tortura encubierta y sitúa
al que lo hace en la más baja estima humana haciéndole
perder la poca razón que tuviera, joder, vuelta a explicar lo
obvio, una vez más, que a mí me cansa y me retrasáis al
244
Antonio F. Marín
resto de la clase. Que pase el siguiente, por favor, porque
uno prefiere ahora repantigarse en el recuerdo de mi chica;
de la única mujer que me había dejado un aniversario
porque las demás habían pasado como las hojas del almanaque, por pasar, de una en una, ligeras y esporádicas.
Aunque ahora será más conveniente que encienda de nuevo la tele para ojear este canal de contenido local en el que
se nos dice que Doña Urraca ha presentado un recurso en
el Ayuntamiento en el que alega que como las tierras de
la Chinica son suyas, el tesoro que pueda haber en ellas
también lo es por lo que demanda que se llame al ejército
para proteger sus bienes y que nadie se lo robe, que para
eso está y para eso paga ella sus impuestos. Y no para que
desfilen como si fueran modelos, ha añadido adusta en un
escrito que no ha sido tomado en consideración por los
grupos políticos municipales que han decidido que sea la
Guardia Civil la que se cupe de impedir que los vecinos se
acerquen por allí con picos y palas para cavar y buscar el
tesoro bajo la piedra. No añaden nada más, excepto que
Juan Carmelo del Carmelo había sido visto en compañía
de una mujer por la Venta Reales, muy cerca de la presa de
la Mulata, aguas arriba, pues el camarero que los había
atendido había declarado que les sirvió un plato de conejo
al ajo cabañil y que les había oído comentar que pensaban
visitar el bosque de ribera de esta parte del río y acudir
luego al Cañón de Almadenes que se inicia a partir de la
referida presa, pues desde el precipicio se puede admirar
una preciosa vista de una garganta por la que las aguas
bajan torrenciales, y con un ruido ensordecedor, muy propicias para la aventura y para el riesgo que suele gustar
mucho a los jóvenes que en verano organizan un peligroso
245
Entretiempo
descenso de balsas rústicas en el que ya han muerto varios
de ellos debido a la peligrosa torrentera de las aguas que se
precipitan entre grandes piedras por un sinuoso, estrecho
y escarpado pasadizo por el que Juan Carmelo podría haber caído en el supuesto, claro, de que se hubiera bajado en
Calasparra del tren que luego se había estrellado en Chinchilla. O que allí lo hubieran empujado al río, que también
podría haber ocurrido, aunque esto sólo sea una conjetura
que uno no pude concretar porque no añaden nada nuevo
sobre el particular y he optado por apagar la televisión y
consultar los diarios de Internet que en grandes titulares
nos advierten de que va a comenzar en Roma una Cumbre Mundial de la Alimentación (patrocinada por la FAO),
que debatirá en los lujos hoteles de Vía Veneto el problema de la alimentación mundial. Un guateque muy pertinente pues los últimos datos revelan que a pesar de que en
el mundo hay alimentos suficientes para dar de comer a
todos sus habitantes, cada día mueren de hambre 24.000
personas (veinticuatro mil). Qué espanto. Y abres el programa de correo electrónico y redactas una carta al director
del medio, pues es espantoso,
señor director.
la imagen siniestra de estos niños muertos de hambre que nos inducen miedo, mucho miedo, porque el terror
no está en las películas de asesinos en serie con sangre y
vísceras, sino en la estampa de esos niños huesudos con la
barrigas hinchadas por la indigencia que se encuentran
en vías de extinción, como el lince ibérico, y a los que habrá
que llevarles comida y cañas para que pesquen, pero mayormente cultura y educación que les aproveche, porque
la ignorancia lleva a la sumisión; porque la verdad os hará
246
Antonio F. Marín
libres» (Jesucristo) o porque la educación «nos acerca a
la perfección de nuestra naturaleza» (Kant). A la perfección de nuestra naturaleza caníbal, por ejemplo, si no sabemos la verdad de que somos caníbales, porque eso es
precisamente lo que enseñan los maestros a los niños en
las escuelas de las tribus caníbales antes de repartirles la
merienda con el bocadillo de solomillo del vecino de tribu.
Pero desvarío, me he salido del asunto y no lo envío,
porque además es probable que no lo publiquen y no sirve
de nada querer salvar al mundo si no puedes salvarte primero a ti mismo apremiándote en tus quebrantos y quehaceres, en lo tuyo, abriendo por ejemplo el correo electrónico por ver si tienes noticias del editor con el que habías
concertado la historia de la Chinica. Pero no. No hay noticias de él, ninguna, aunque he recibido un correo anónimo que me emplaza para que acuda a un viejo almacén de
aperos junto al río que me remusgo que es la casita desvencijada que ya conocía de otra cita que había tenido
en aquel lugar en mi anterior viaje. ¿Qué hacer?... Acudir
a la cita, desde luego, por si conseguía noticias para desarrebujar el asunto de la muerte de Juan Carmelo y del tesoro de la Chinica. Y he bajado del hotel por el camino
del Maripinar y me he detenido luego en el Puente de Hierro porque he visto que unos niños saltan al río cuan intrépidos tarzanes, balanceándose de una cuerda que cuelga
de la parte superior del viaducto. Y me he acercado para
verlos mejor porque una vez que los chitos se encaraman a
la repisa del arco que sustenta el puente, se cuelgan de la
cuerda, se lanzan al vacío y se columpian para coger así
impulso y soltarse cuando llegan a la parte del río más pro247
Entretiempo
funda, donde hay agua salvar, en una pirueta que es muy
arriesgada porque, según uno mismo les explica, el balanceo de la cuerda a la que se agarran les puede empujar contra la misma pared del puente o dejarlos caer sobre un lugar en el que corre poco caudal debido, mayormente, a la
fuerza de atracción de la gravedad de la que ya se percatara
Newton que, por cierto, se fijaba mucho en estos detalles.
- ¿Newton?..., ¿quién es ese? –dice el más farfantón.
Y uno se encoge de hombros y vuelve sobre sus pasos para girar a la izquierda y seguir por el Paseo Ribereño que me conduce al Molino Teodoro donde me he detenido porque me ha llegado un peculiar olor a ova que achaco a que el río debe de bajar con poco caudal, sabe usted,
que es que cuando el Segura viene con poca agua deja al
descubierto los pedregales que, según veo, asoman repletos de ova verde que sabe a río, cañas y huerta mientras
unas palomas beben agua por el remanso de «las Zarzas»
y una pequeña garza palmea en la orilla antes de emprender el vuelo para remontar el curso de la corriente buscando peces por aquí abajo, por donde una oropéndola pía a
su pareja para que acuda a la formalidad de la coyunda en
las verdes cañas si consigue hacerse oír entre las campanadas de la iglesia de la Asunción cuya torre despunta a lo
lejos entre el mar rizado de tejas de las casas bajas del casco antiguo. Un tañido que me saca del embeleso y me animan a sobrepasar el albergue rural junto al azulado Molino Teodoro y a seguir por este Paseo Ribereño que serpentea el río para buscar la mencionada casa que ya conocía
de mi anterior visita, pues creo recordar que para encontrarla había que llegar frente al campo de fútbol de «La
248
Antonio F. Marín
Era» del otro lado del río y alinear allí la torre de la iglesia
con la primera farola de la izquierda tal y como he hecho
una vez que he llegado frente al campo y que me he ido
moviendo para enfilarlas, poco a poco, así, así, hasta que
las he tenido ahiladas y me he vuelto para ver, maldita sea,
que la casita de los aperos de de labranza no está, porque
sólo aparece un frondoso árbol que no deja ver lo que hay
detrás. Y entonces…
…y entonces quizás debería ladearme para mirar y
ver que sí, que si aparece, porque cuando vine la otra vez
el árbol era pequeño y dejaba ver, mientras que ahora anda
ya frondoso y tapa una desvencijada caseta a dos aguas
que parece sacada del cuento de Hansel y Gretel. Una pequeña caseta a la que me tendré que acercar saltando la
verja, que salto, para llegar a la desvencijada puerta en la
que he visto clavado un sobre que contiene una nota en la
que se me emplaza para acudir al Auditorio Gabriel Celaya
ubicado en el Parque, por el ensanche de la ciudad, porque
quieren comprobar si de verdad estoy interesado. ¿Qué hacer? ¿Todo aquello era serio o se están mofando de mí llevándome de aquí para allá? No lo sé, pero he optado por
volver al pueblo siguiendo por el Paseo Ribereño que conduce al puente de Alambre donde me he detenido para
mirar los cañaverales y plátanos de la ribera que se desbordan y abren exuberantes sobre los caminos ribereños y obligan a apartarlos con la mano para poder pasar pues por
estas calendas de solana, fruta y chicharra, las cañas ya
copan las veredas y crecen feraces junto al río hasta alcanzar el puente desde el que los jóvenes aprovechan las pozas del río para saltar al agua y bañarse, porque será ya por
la romería de la patrona, allá por finales de septiembre,
249
Entretiempo
cuando las cañas se entorchen con un plumero proclamando que viene el otoño y que se han de apagar pajizas, secas
y vencidas por su propia naturaleza. Pero eso será por el
otoño, porque ahora lucen pujantes y verdes como la misma huerta que se desborda a los caminos pues las ramas de
los árboles saltan por encima de las cercas y se desparraman sobre las veredas rebosantes de fruta como los de esa
finca de ahí donde los jornaleros se suben a un perigallo
para coger melocotones mientras que otros cargan las atiborradas cajas y las sacan al camino para que luego las
recojan los camiones con los que me cruzo cuando he seguido por la vereda del Puente Alambre hacia la confluencia con el Paseo de Ronda que circunvala el casco antiguo
y lo separa de la huerta. Una intersección que me obliga a
detenerme para mirar hacia arriba, queda cuesta, y subir
hacia el pueblo por la ya adoquinada Cuesta Cosme en cuyo
final, por la calle de la Hontana, me he encontrado con
algunas mujeres mayores que han salido de sus casas con
pañuelos en la cabeza para sentarse en un banco junto a
la verja sobre los ejios y charlar con las vecinas que andan
de negro riguroso o de informal colorido en sus ligeros
delantales, buenos días, te dicen amables cuando pasas por
su lado y te asomas a los ejios para ver desde este altozano la huerta que el río parte en dos bajo la chepa de la
Atalaya y el farallón del castillo en el que se atisba un pequeño vestigio del que fuera en su día baluarte musulmán
de la ciudad de Medina Siyâsa que se ubica detrás de la
montaña y que quería visitar, otro día, porque ahora me
apremia acercarme al auditorio Gabriel Celaya callejeando por la parte más moderna del ensanche de la ciudad que
se ve tiralineada a escuadra y cartabón con manzanas rec250
Antonio F. Marín
tangulares que van creciendo poco a poco porque los vecinos van tirando sus casitas de planta baja y principal para
sustituirlas por tiesos edificios de hormigón de cuatro plantas con altillo y antena parabólica, que cuadriculan esta parte
de la ciudad atravesada en canal por la Gran Vía; una espaciosa avenida de amplias aceras que separa esta parte moderna de aquella otra más sencilla con casas unifamiliares
por donde se ubica el Instituto de Secundaria Diego Tortosa y las viviendas sociales más conocidas por «casas blancas» que sólo lo son por fuera, de fachada, porque por dentro se ven muy sombrías con las bombillas reventadas, los
meados espatarrados por las escaleras y las tuberías arrancadas al desamparo más truculento pues los predicadores
de la solidaridad por aquí no asoman, ni de vista, porque
bastante tienen los nuevos señoritos con despotricar contra el hambre del siglo pasado, contra la miseria de la posguerra civil, mientras domicilian sus muy despampanantes nóminas para el pan de sus hijos, pues se conoce que
encamarados en los pulpitos de la docencia burguesa no se
atreven a bajar de la tarima para llevarles la escuela redentora a esta miserable famélica legión de prostitutas sin dientes que se la chupan a los viejos por tres euros (sin IVA) no
vaya a ser que nos salpique la mierda, la sangre de las jeringuillas y el yeso de las paredes que los aborígenes de
estos cuchitriles de hormigón rascan para meterlas en papelinas y venderlas como droga a los incautos con posibles a fin de pincharse con la buena y seguir tirando de
esta penuria con dientes podridos y SIDA que está aquí
mismo sin necesidad de escarbar en la Guerra Civil, ni en
la posguerra del siglo anterior, porque la miseria y la marginación está en este siglo XXI con gobiernos de izquier251
Entretiempo
das y a tres palmos de su cátedra, a tres justitos palmos de
sus narices de burguesitos pudientes pues se conoce que,
efectivamente, la vida da muchas vueltas, claro, aunque a
algunos siempre los pille debajo, vuelta tras vuelta, que
debe de ser cosa del amaño de algún bergante para que la
rueda siempre les toque en la peor parte que el muy rufián
parte y reparte, decía, porque estos modélicos funcionarios
numerarios pagan gustosos sus impuestos para que Servicios Sociales obre como corresponde en la sociedad del
bienestar y reparta las cáscaras de sus altramuces entre estos pobres marginales sin conciencia de clase, pero con
hambre, mierda y miseria mientras los cables de Internet
pasan por su puerta.
Un paisaje de posguerra lo que se ve por esta zona y
por los casones de la Fuente, decía, y digo, mientras atravieso la Gran Vía y llego al parque por la entrada ubicada
junto al Hogar de la Tercera Edad, donde me he detenido
para ver como algunos vecinos juegan a la petanca en unos
rectángulos con arena, mientras los chitos corretean bajo
las palmeras y algunos inmigrantes se sientan por los bancos, se conoce que para descansar después del curro. Bienvenidos a Isla Capital, al edén capitalista, al capitalismo
explotador, pues han navegado y volado miles de kilómetros jugándose incluso la vida para poder trabajar, ahorrar
y comprarse una cama mejor en la que descansar más para
trabajar más, etcétera. Y ganarse así un jornal que uno
también pretende agenciarse cuando me acerco al auditorio al aire libre en el que me habían citado y que aparece a
lo lejos a ras del suelo pues se asemeja a un pequeño teatro
romano hundido en el terreno en el que las gradas más
altas están al mismo nivel del parque. Así que tendré que
252
Antonio F. Marín
bajar para acercarme a los camerinos donde he recogido
un sobre que asoma bajo la puerta y del que he sacado una
fotocopia del informe de la autopsia de Juan Carmelo en
el que se refleja que el estómago del cadáver contenía ácido oxálico y oxalatos. ¿Oxalatos? ¿Qué es eso? Tendría
que averiguarlo, claro, porque el sobre dejado allí por aquel
vecino anónimo no me aclaraba nada más. Y me he sentado en la grada, he sacado el ordenador portátil para enchufarme a Internet y he tecleado las palabritas en un buscador web que me ha devuelto la información referida a
una página del Instituto Los Albares en la que se nos especifica que los oxalatos los contienen las plantas Oxalis pescaprae conocidas vulgarmente como vinagrillos, que son
unas hierbas perennes que abundan en la región de Murcia
con unas flores amarillas dispuestas en umbelas que florecen entre las malas hierbas de los cultivos de frutales
pues esta planta sirve para alimentar el ganado e incluso es
recogida por algunas personas para chupar los pedúnculos
por su sabor agridulce y de ahí su nombre vulgar de vinagrillos pues contienen ácido oxálico y oxalatos que en cantidades excesivas puede causar envenenamientos. ¿Envenenamiento? ¿Quiere esto decir que Juan Carmelo había
muerto envenenado? ¿Y por quién? No tenía sentido. Nada
tiene sentido y menos que alguien hubiera querido acabar
con él porque pese a ser algo cervigudo, también lucía ese
sentido común tan frecuentado por las gentes sencillas y
que provoca recelos y enconos pues no hay nada que se
desprecie tanto como la claridad. Y entonces…
…y entonces será mejor que vuelva a revisar el
sobre para ver si contiene algún otro documento, alguna
información de aquella otra investigación sobre la ausen253
Entretiempo
cia de sales minerales en el cuerpo de Juan Carmelo que le
podría haber provocado un infarto si padecía del corazón y
le hubieran dado para beber agua destilada. Pero no; no
veo nada más y me lo he guardado para volver de nuevo al
centro de la ciudad rumiándome sobre el particular pues no
le encontraba explicación a lo de su muerte y es probable
que nunca lo supiera, en fin, me he mascullado algo aliquebrado mientras vuelvo apremiado por la Gran Vía para
subir luego por el Camino de Murcia pues quiero acercarme al Ayuntamiento si consigo llegar, claro, porque de
pronto me he tenido que parar pues por la calle viene un
grupo de jóvenes ataviados con camisetas de Harvard, Cambridge, Stanford, Berkeley, Oxford o Yale, y que parece
que se manifiestan a favor de la enseñanza pública y en
contra de la privada. Tienen razón. Aunque uno no note
diferencia alguna entre una enseñanza y otra porque a un
servidor lo han echado tanto de los colegios privados como
de los públicos. Sin excepción. Así que he seguido mi camino por la acera y me he parado de nuevo, vaya por Dios,
pues unos vecinos me impiden pasar mientras se apelotonan ante un cartel de la pared que no logro ver, maldita sea,
hasta que me he puesto de puntillas para mirar por encima
de sus cabezas y ojear que se trata del cartel que anuncia la
Procesión del Azar promovida por la Plataforma Cívica y
Laica de la Ciudadanía, que pretende rendir tributo al Azar
del que proviene el hombre, el universo y la Tierra, mediante la procesión de una imagen esculpida por el insigne
Antón Azurmendi. Una buena ofrenda, me he dicho, aunque uno se malicie que al Azar no hay que agradecerle nada
porque si es azar no tuvo ningún propósito en particular y
lo hizo todo sin saber por qué lo hacía, a lo tonto a lo tonto
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Antonio F. Marín
(que dicen los niños), porque como un buen sistema operativo informático sólo procesó y evolucionó sin saber por
qué, ni para qué lo hacía, ya que el hacerse preguntas es
una capacidad inteligente que tiene la virtud de querer saber por qué se inició este tonto proceso que no sabe porqué
lo hace. Porque sí, te dicen los expertos truchimán. Porque
no «semos naide». Aunque los vecinos no parece que se
afogaren mucho por esta cuestión y siguen mostrándose
muy agradecidos porque si venimos del Azar todo está muy
claro y ya no hay que preguntarse el porqué, lo cual que
reconforta y tonifica como el Agua del Azar, digo del Carmen, y entonces será mejor comer algo, picar algo en algún bar que me pille a mano; éste mismo de aquí de la
esquina en el que he pedido Zarangollo que creo recordar
que es un plato típico de la localidad que se fríe con calabaza chirigaita, cebolla y pimientos secos (ñoras), que le
dan un toque dulzón a calabaza y que uno acompañará con
unas patatas con pimienta molida, gracias, pues sé que
están para chuparse los dedos, literalmente, mientras en la
televisión de arriba un propio nos solfea y reprende instándonos al diálogo porque dice que el hombre se diferencia
de los animales en que dialoga. Cierto. Y en que mata por
placer. Y en que se viste, imagina, sueña, ríe y folla por
algo más que por placer o por el placer de la creación. Y en
que no tiene hueso en la polla. Y en que puede creer en
Dios, aunque no lo vea.
- Decía Freud que la religión es la neurosis infantil
de la humanidad que impide el crecimiento adulto del hombre y negar al Dios-padre significa crecer, sanar y acceder
a la propia autonomía.
- Si, doctora, pero no me interrumpa que se me va el
255
Entretiempo
hilván, porque antes que esa madurez que propugnó Freud,
uno prefiere la neurosis infantil de personas que no negaban al Dios-padre, y creían en él, como Dostoievski, Petrarca, Giotto, Chésterton, Miguel Ángel, Graham Green,
Pitágoras, Erasmo, Botticelli, Dante, Copérnico, Víctor
Hugo, Pascal, Tomas Moro, Ticiano, El Greco, Capra, Juan
Sebastián Bach, Goethe, Cervantes, Saint Exupery, T.S.
Elliot, Mendel, Wim Wenders, Quevedo, Paul Schrader,
Steiner, San Juan de la Cruz, Dreyer, Edison, Rilke, Gracián, Martin Luther King, Montaigne, Ampere, Bob Dylan,
Lars von Trier, Gauss, Kieslowski, Bono (U2), Emmanuel
Mounier (Esprit), Robert Bresson, Anthony Burgess, C.S.
Lewis, Marconi, Plácido Domingo, Kepler, Norman Mailer, Andrei Tarkovsky, John Ford o los Sixpence None the
Richer. Y el mismísimo Gaudí y tantos otros que no eran
ignorantes, ni beatas con velo y rosario, en fin, porque el
doctor Freud sería muy maduro, muy autónomo y muy ilustrado, pero dijo chuminadas como que todas las mujeres
son histéricas y que todas ellas tienen envidia del pene, o
sea, que a lo mejor le hacía falta una pasada por la religión
para pillar una miaja de lucidez.
Aunque en el Argaz, decía, he acabado el plato de
zarangollo, he salido la calle y me he dado con Teodoro
López Paniagua, un vecino que suele oficiar de educador
de conciencia con placa a la calle, ya que Teodoro López
Paniagua aprendió y heredó el oficio de educador de conciencias de su padre Teodoro Paniagua I, pues en este país
la afiliación política y el oficio de actor se heredan por
parte de padre y madre. Así que Teodoro Paniagua II sigue empleándose en educar conciencias porque cree que
ésta hay que aleccionarla para que así podamos obrar bien;
256
Antonio F. Marín
aunque él suele porfiar mucho con Alberto Retortillo que
también ejerce de educador de conciencias, puerta con puerta, pues ambos se hacen la competencia en lo de educar
conciencias y si uno las educa para allá, el otro las educa
para este otro lado, claro, por aquello de no repetirse y de
ofrecer una gama plural de conciencias.
- Yo educo conciencias con arreglo al canon, mientras que tú vas por libre – le suele decir a su competidor.
- ¿Qué canon?
- El bueno, el mío.
- No, el bueno es el mío.
Aunque en el Argaz, decía, he saludado a Teodoro
Paniagua, adiós, adiós, y he seguido mi camino para tropezarme de pronto con un chito que casi me atropella con su
bicicleta y al que no he reprendido porque después de todo
uno es un sentimental que también ha tenido bicicleta, y
nueve años, es decir, vía libre para volar con ella y escalabrarse. Porque uno se ha caído mucho de la bicicleta
coincidiendo siempre con la presencia de alguna chica
mayor con falda a la que se le pudiera ver las bragas. Con
perdón. Y cuando se agachaban para cogerte, ¿te has hecho daño?, les podías ver también la tetas o los pezones
bajo la blusa. Algunas hasta llevaban tu cabeza a su pecho
y decían probecico, que se ha hecho daño al caerse de la
bici. Y te achuchaban, te daban besos y te acariciaban. Y si
encima llorabas te comían a besos. Por eso yo sé llorar
muy bien. Lloro con una facilidad pasmosa que aprendí en
aquellos tiempos veraniegos de bicis, bragas, tetas y besos.
Las bicicletas son para el verano, dijo uno que era un chuchatriste. Y para verles a las mujeres las bragas, eso tam257
Entretiempo
bién, si sabes caerte a tiempo y aguantar luego el enjabone
cuando llegues a tu casa con la bicicleta rota. Pero no importa, nadie ha ganado batallas sin hacerse un rasguño y
las heridas de guerra honran, aunque mi bici siempre anduviera por el taller y sin que el tallerista, digo el bicicletista,
digo el mecánico, se explicara aquélla anómala circunstancia.
Pero en el Argaz, decía, he subido al crío a su bicicleta y he acelerado el paso pues llevo prisa por ventilar de
una vez la historia del enigma de la muerte de Juan Carmelo y del tesoro bajo la Chinica, ya que el último noticiario de la tele local nos había informado de que el estudio
forense del cadáver de Juan Carmelo había revelado que
la falta de sales minerales no se debía a la ingesta de agua
destilada con el propósito de provocarle un infarto, porque
su ausencia era mínima. Y ésta no era la causa. Así que
sigo en ascuas cuando me he ladeado para evitar a Mauricio Majagranzas; un vecino muy notorio en la localidad
pues es de esos demócratas de primera línea de playa que
cuando «los suyos» están en el poder y redactan leyes, dicen que hay que acatar la decisión soberana del Congreso.
Sin rechistar. Aunque cuando pasan a la oposición y las
promulgan «los otros», no hay tal respeto porque al no
habérsenos permitido mangonearla, es autoritaria y no tiene consenso, joder, joder, otra vez no, digo, porque en el
Argaz me he tenido que detener de nuevo pues por la calle
vienen algunos vecinos que deben de ir de romería o quizás de procesión o quizás de manifestación o quizás de
bullanga, porque entre el gentío veo a Angelino «el cabra»
que trompetea con un matasuegras, como siempre, pues a
Angelino el Cabra le gusta tocar el pito por las calles y los
258
Antonio F. Marín
saraos multitudinarios para saludar a todo el mundo ya
que él es muy sociable. Y cuando me ha visto se ha subido
el pantalón, se ha acercado y me ha ofrecido la mano para
que se la apriete.
- Mi barrio no se expande, mi barrio no se expande insiste henchido de emoción.
Angelino no viene sólo, decía, porque detrás de él
aparece el Cabo Machichaco (que suele proclamar la independencia de su cabezo), y Doña Cordelia Ramírez Benítez de Aceituno y Sáez de la Carrasquilla que tiene dicho
que si se levanta la Chinica del Argaz para sacar el tesoro,
vendrán todos los males a la tierra pues la piedra tapa el
agujero de la fin del mundo, según repite a todo aquel que
quiera oírla, por ejemplo, María se le Pega el Arroz que
camina a su lado delante del Pescatero, de Heliodoro Rodríguez, de Juan República y del Macareno, que ahora se
vuelve para charlar con Pajolero Repajolerito que viene
detrás ayudando a Miljan Miljánovic a tirar de su carrito
de milojas porque el Miljánovic siempre cierra el cortejo
de todo tipo de romerías, procesiones y cabalgatas. Y ésta
además pasa en loor de unanimidad pues todos ellos parecen aunados en algún propósito que no logro dilucidar hasta
que se acerca la pancarta que enarbolan para exigir que la
Chinica, y el tesoro que se supone que se esconde debajo,
sea declarado patrimonio municipal y se evite así que se
haga con él Doña Urraca que decía que era suyo, la multinacional MacMarguer que alardeaba de tener una concesión para ubicar en el lugar un negocio de hamburguesas o
el mismísimo Al Martínez Capone que pretendía tener los
derechos de explotación turística de la piedra y que amena259
Entretiempo
zaba con fundar un partido político para conseguirlo y para
defenderse y propugnar, además, que el Estado se redujera a lo mínimo porque como a su homólogo americano, le
molestaba mucho y lo quería pequeño, chico, para que no
interfiriera en sus negocios y lo dejara a él en libertad para
lo suyo, para sus trapicheos y conchabanzas.
Y todos ellos pasan ahora con su pancarta camino del
bulevar del Paseo, mientras un servidor decide acercare a
buscar a mi chica por si tuviera suerte y aún anduviera por
el piso, que si está, espera que ya bajo, me ha dicho por el
telefonillo porque quiere que la acompañe, por favor, acompáñame a la cafetería a tomar algo, ¿quieres?, sí, claro que
quieres, les has contestado antes de apoyarte en la pared
para esperar a que baje y ojear mientras tanto a los que van
y vienen de sus negocios a sus asuntos, entre los que veo
venir a María, la chica aquella de 19 añitos, que al verme
ha sonreído y ha seguido su camino mientras uno mira su
culo que bambolea con el firme caminar de sus recios
muslazos. ¿Tanto te gusta?, he oído de pronto a mi espalda. No, no puede ser; no puede ser ella en este preciso
momento, joder, joder, me he mascullado al volverme para
ver que sí, que es ella y que además me ha pillado mirando el culo de la otra cuando en realidad uno no estaba
mirándola, ¿sabes?; tú no estabas mirando su culo porque
a María la habías conocido hace unos días en la biblioteca,
pero no había nada más, te lo aseguro, le has dicho acercando tu cara a la suya para darle un beso que ella ha dejado congelado en el aire porque se ha apartado y te ha cogido de la mano para llevarte al piso donde poco después se
ha sentado malcarada en su chaiselongue. Muy seria y glacial. ¿Qué le pasa? Nada, excepto que esa chica te ha son260
Antonio F. Marín
reído y ella no va a permitir que otra mujer te sonría,
¿queda claro?, sí, muy claro, respondes solícito mientras
haces caso a su gesto con el dedo y te arrodillas entre sus
muslos porque ya sabes que te has de sacar el polo del pantalón para que ella pueda meter las manos y rozarte y pellizcarte los pezones con las yemas de los dedos. La
muy pécora.
- Como te sonría otra mujer – insiste-, te vas a enterar porque yo misma te la quito y me la follo delante de
tus narices. Y luego te dejo y no me vuelves a ver, y como
soy emocionalmente más fuerte que tú podré soportar mejor
la separación porque tú no podrás resistirlo y serás el que
más pierda. Y ahora pídeme perdón
- ¿Por qué?
- Porque te ha sonreído otra mujer.
- Perdóname, lo siento.
Y luego callas, claro, porque ella se ha levantado para
poner música, el We’ve Only Just Begun de los Carpenters,
y ha vuelto a sentarse en la cama para seguir jugando con
tus pezones, rozándolos y pellizcándole levemente una y
otra vez, pues sabe que por ahí eres fácil, que enseguida se
te pone dura y eso te delata, ay, porque al ver tu envaramiento ha sonreído pícara y te ha levantado la barbilla con
la mano para besarte zalamera los labios. Olía tan bien que
cierras los ojos para besarla mejor y sentirla dentro. Muy
dentro. Pero ella se aparta y comienza a desnudarte impetuosa porque te quiere tener desnudo siempre que estés con
ella, completamente desnudo, insiste ahora cuando ya lo
estás y esperas a que ella se desvista recreándote en cómo
deja caer la falda al suelo, cómo saca los tacones y sigue
261
Entretiempo
luego desnudándose prenda a prenda para quedar ante ti
vestida sólo con la braguita tanga traslúcida que tanto te
gusta. Está preciosa, le has dicho. Pero ella te empuja sobre la cama y se echa sobre de ti para musitarte que te
quiere y darte besitos tiernos, muy tiernos. Y luego se ha
quedado adormilada sobre ti y tú has aprovechado para
ahondarte más con el peso de su cuerpo que te hace sentirla plena, entera, con sus muslos sobre tus muslos, su sexo
sobre tu sexo y sus pechos sobre tu pecho. Y aplastado por
su peso has pasado la noche en duermevela hasta que al
amanecer te ha despertado con un dulce beso, se ha levantado para ducharse y ha salido fresca y lozana, con el
pelo todavía húmedo, mientras tú te quedas copado mirando cómo se viste, cómo se pone las braguitas, el sujetador y las medias porque lleva prisa, te dice, y hoy no puede
dejar que la vistas como siempre hacía complacida desde
aquel día en que te insinuó que le gustaría que la vistieras,
que le pusieras el sujetador, las braguitas y la falda y que,
arrodillado junto a la cama, le pusieras las medias y se las
colocaras para que no le hicieran arrugas.
Pero ahora no puedes hacerlo porque se ha marchado
y quizás pudieras aprovechar su ausencia para lavarle las
braguitas a mano, como te había pedido, por favor. Un favor que no era tal porque para ti son unas prendas delicadas, y fetiches, que han rozado su cuerpo y que saben a
ella. Adorables. Unas braguitas de las que sientes celos,
con mucho fundamento, porque están con ella más tiempo que contigo. Y más cerca. Muy cerca. Y por eso, claro,
son como sagradas. O más aún que sagradas, te había aclarado ella un día cuando se anticipó a tus deseos y te sugirió, por favor, que si querías lavarlas a mano en el lavabo
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Antonio F. Marín
lo podías hacer si tenías cuidado. Mucho cuidado, volvió a
insistir cuando te tenía arrodillado entre sus muslos para
que le ajustaras las medias, porque lo que más rabia me da,
te había dicho, es que aunque te haga mío jamás podré poseer tu cabecita porque tu pensamiento es demasiado libre
y por ahí te me escapas. Y yo quisiera que estuvieras siempre pensando en mí, aunque sea al lavarme las braguitas.
¿Sí? Sí, tonto, cada segundo del día, había añadido mientras se llevaba la mano al cuello para coger la llavecita de
oro encerrada en un círculo que te recordaba, y recuerda,
que no puedes gozar sin su permiso. Sin ella. Que eres de
ella. Y que lo sigues siendo aunque no estés con ella, según tú mismo reconoces ahora cuando pones a secar sus
braguitas en el tendedero y sales de su piso para volver al
trabajo porque tienes prisa por escarcuñar qué había sido
de Juan Carmelo; si se había caído al Cañón de Almadenes después de bajarse del tren, quién era la extraña mujer
que lo acompañaba y si era posible que se hubiera envenenado al chupar vinagrillos o que se los hubieran dado en
cantidad abusiva para matarlo. Esa era la maeja que tenía
que desovillar, además de todos los pormenores referidos
al tesoro bajo la Chinica pues de este particular si había
podido indagar que tras detener a unos vecinos que estaban
cavando bajo la piedra, se les había encontrado un viejo
trozo de tela que podría corresponder con un traje de huertano del carretero que fue aplastado por la Chinica cuando
la conducía tirada por dos bueyes. Aunque ahora que caigo, maldita sea, no había pedido cita para ver al alcalde y
entonces…
…y entonces será mejor sentarse a esperar en esa
terraza de ahí en la que me he acomodado para ver pasar a
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Entretiempo
los matrimonios mayores que han salido cogidos del brazo a dar una vuelta, otra vuelta, la misma vuelta de todos
los días porque a cierta edad adulta todos los paseos diarios son de domingo, mientras que los jóvenes salen a buscarse atolondrados porque a esa edad cada noche es dispar, nueva, y todavía queda hueco para la vida porque la
muerte sólo existe en cabeza ajena.
Así que uno aprovecha para conectarse a Internet y
entrometerse de web en web para saber cómo va el cotarro, porque parece que se ha clausurado la exposición Work
de mi admirado Helmut Newton; ese estrafalario fetichista como nos, del mismo gremio y patria de la infancia,
que procura reconstruir a la mujer para inventarla de nuevo pero esta vez no de una costilla de Adán, sino con finos
tacones, encajes, corsés, fajas, rejillas, botines y todos esos
atalajes femeninos que la recrean de nuevo como hizo Dios
cuando tuvo que inventar la vergüenza para que la mujer
se vistiera, se hiciera provocativa y pecara, coño, porque
con la simple desnudez no había manera y el Adán se nos
hacía maricón y todo, pues no hay nada más púdico que
una mujer desnuda y nada más pecaminoso que una mujer
vestida por el viento. Y por eso las playas nudistas nos
parecen bucólicos jardines de infancia que uno ya ha conocido en Es Trench (Palma) o en las playas vírgenes
de Formentera y que parecen maravillosas acuarelas de
Sorolla, muy aptas y toleradas para un convento de jesuitas, en un caer en mientes y sin ánimo de ofender, porque
el pecado, bendito pecado, nace de lo que no se ve, de lo
que no existe, de lo que se pinta e inventa en el magín con
los férvidos colores de la imaginación que permite crear
en libertad sin la rémora de la realidad que no crea, sólo
264
Antonio F. Marín
bosteza y eructa. Y donde esté una mujer vestida al trasluz
del vapor que se quiten las desnudas, hombre, joder, en
fin, ya sabes, porque entonces…
…porque entonces será mejor que vuelva al hotel
donde creo que me ducharé, arreglaré y pondré bonito pues
uno bala por volver a verla, por encontrarme con ella y ya
seguiría otro día indagando el quesiqués que me traía entre manos en relación con la Chinica. Aunque también haya
de tener cuidado y no andarse muy campanero, porque todo
puede empeorar, me he dicho precavido una vez que he
llegado a la habitación del hotel y que he encendido la tele
para escuchar las noticias mientras me ducho, pues parece
que la sonda espacial Voyager 1 y 2 han llegado al confín
del sistema solar cargada con un disco bañado en oro con
la música de Bach, Bethoven y Louis Astrong, además del
sonido del viento, del mar, los pájaros, las ballenas y un
«hola» en 60 idiomas que no incluye (un inocente olvido),
el informe de Naciones Unidas que advierte de que 104
millones de niños permanecen sin escolarizar; que la esperanza de vida de una niña en países como Sierra Leona
se sitúa en los 36 años o que 842 millones de seres humanos andan desnutridos debido a la extrema pobreza. Una
siniestra estampa que se escamotea a los extraterrestres
porque se supone que los trapos sucios se lavan en casa,
cuando se lavan, porque eso sí que son palominos que nadie quiere lavar, ni en su casa. Y si vienen los extraterrestres se los pasea por las habitaciones que ya estén limpias.
Suponiendo que vengan, claro, que mejor no, por favor,
porque estos también se adosan a nuestro faro y ya no sabe
uno en qué desértico planeta esconderse.
Con ella, claro, esconderte con ella, porque ahora
265
Entretiempo
si que de verdad, palabrita del niño Jesús, te vas a acordar
de todas las fechas, celebrarás todos los aniversarios y te
pondrás para cenar jazmines en el ojal, aunque no se estile, que no se estila, decía, y digo, mientras salgo del cuarto
de baño empapado en colonia para niños. Aunque guste
que no es estile, sabe usted, porque uno se acurruca
con la ilusión de tener una niña que se parezca a ella
para acompañarla a la biblioteca y verla leer todos los cuentos. Y llevarla a ver los escaparates de los juguetes todas
las vísperas de los Reyes Magos, ayudarla luego a escribir
la carta e ir con ella cuando vaya a echarla. Porque entonces sí que se empieza a vislumbrar un poco de sentido
pues lo que ya no lo tiene es andar por ahí a tientaparedes
buscando quitapesares de bar en bar hasta que el whisky te
arde en el estómago y comienza a estar todo muy claro,
vaya que sí, porque con él se comprende todo muy bien
aunque tengas que aguantar las moñas lloronas de otros
prójimos, «mi mujer no me entiende», «mis hijos no me
hacen caso» o «mi jefe me odia», con tal de que te sigan
invitando porque tú ya no tienes perras, ni ganas de salir
corriendo e irte sin pagar como tantas otras veces que te
han pillado y que te han echado del bar obligándote a eludir al día siguiente ciertas calles para no pasar por la puerta
de esos bares. O pasar corriendo. Evitándolos. Aunque ahora
ya no sea menester esa magaña, decía, porque uno no necesita impermeables de alcohol para que todo te resbale
pues todo te patina sin necesidad de emborracharte. Y se
ahorra mucho. Te sale gratis. Así que cambio de canal y
me doy con este otro en el que aseveran que no se puede
ser fundamentalista democrático e ir por ahí imponiendo la
democracia y los derechos humanos a los demás porque la
266
Antonio F. Marín
libertad no se impone, claro, pero se impuso en la Francia
jacobina a golpe de guillotina, a Dios gracias, porque no
se trata de imponer la democracia y la libertad, de obligar
a un niño a entrar en un barrio peligroso para que sea libre
de circular por él, sino de detener a los matones chuloputas
del barrio para que si el niño quiere entrar, quiere ser libre,
que pueda serlo, y pueda entrar en ese barrio sin ningún
miedo. Sólo eso, hombre, le he replicado al televisor mientras cambio de canal a este otro en el que un tipo defiende
con vehemencia la necesidad de investigar sin límite alguno; una actitud que uno rubrica y aúpa, pero con cautela
porque se nos viene a las mientes el avance que supuso la
lobotomía del doctor Antonio Egas Moniz que años después le supuso el Premio Nobel pese a que dejó a los enfermos inválidos y en estado vegetativo mediante una investigación científica que empezó como ciencia y terminó
en ciencia ficción. Y de quiosco. Porque nos sorprende, y
mucho, que la Ciencia todavía no haya encontrado el remedio para enfermedades como la malaria, la enfermedad
de Chagas, la leishmaniasis o la enfermedad del sueño que
mata a millones de personas en los países pobres y que,
por el contrario, si haya logrado la manipulación genética
para prevenir la gota y que los cerdos humanos puedan seguir atiborrándose de carne. Porque entonces...
…porque entonces que pase el siguiente, por favor,
pues uno no sabe más ya que cada día tiene más dudas y
sin embargo la Ciencia nunca duda y se afana intrépida en
explicarlo todo. Absolutamente todo, como el físico doctor Crick cuando nos apostola con que el yo, la conciencia
y el alma no existen puesto que surgen de una combinación bioquímica de azúcar y carbono ya que las alegrías,
267
Entretiempo
las penas, los recuerdos, la avaricia, el sentido de la identidad y el libre albedrío, sólo son el resultado del comportamiento de un inmenso conglomerado de neuronas y sustancias químicas que interactúan con ellas. Quiere decirse,
y dice, que nuestras neuronas trabajan como la memoria
de un ordenador que sólo son 0 y 1 que procesan una foto
bellísima, la guardan y la muestran, aunque sin saber que
es bella. Y por ahí falla la lógica, porque un ordenador es
un compuesto de ceros y unos neuronales pero no sabe
que la foto es bella, ni se pregunta por su muerte ni por el
sentido de su vida. No importa, nos dirán, porque todo es
pura química, incluido el sentimiento religioso, el amor o
el altruismo pues estas actitudes proceden de la evolución
humana, de la necesidad de dar a los demás para poder
recibir y sobrevivir así todos en el medio. Una proposición
que puede ser cierta, aunque renquea, sino cojea, porque
los egoístas y los avaros no servirían al proyecto común
evolutivo, a esa necesaria solidaridad evolutiva para sobrevivir todos en el medio y, al ser inútiles, la misma evolución los habría eliminado. Porque si la evolución crea el
bien para sobrevivir, también habría acabado con el mal
para sobrevivir. Y sin embargo el egoísmo y la avaricia
siguen ahí y aumentan cada día, se conoce que porque la
evolución, como Dios, no pudo, ni puede, evitar el mal o lo
cree necesario para la supervivencia de la especie. Y entonces…
…y entonces que pase el siguiente, por favor, porque además resulta que si la conciencia no existe como tal,
tampoco existe el «súper yo» freudiano y se acabó el psicoanálisis, FIN, lo cual que alegrará mucho a Woody Allen,
se supone, claro, en fin, ya sabes, porque por aquí no se
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Antonio F. Marín
hacen metopas con la verdad, ni se fletan autobuses en su
búsqueda pues de hacerlo habría que ir a ella con mochila,
machete y en fila de uno para no enmarañarnos en la selva
de las verdades objetivas (precio a convenir). Y entonces...
…y entonces investiguemos sin límite alguno, sí, pero
con responsabilidad civil subsidiaria, porque ya se sabe que
los experimentos se han de hacer con gaseosa pues la ignorancia es muy atrevida y el tonto nunca se plantea la
duda tal cual un servidor, sabe usted, que es un analfabeto
científico al que nunca se le han dado bien lo de las ciencias porque cuando en el colegio nos preguntaron qué era
eso de la ley de Boyle-Mariotte, uno contestó con toda su
inocencia, que era el nombre de una cupletista del Liceo
de Barcelona. ¿Sí? Sí. Pues que salgas de la clase y te presentes al director, claro. Qué tiempos. Qué tiempos aquellos de escolaridad forzosa en los que aprovechábamos el
recreo para darle a las niñas el bocadillo a cambio de que
se bajaran las bragas. Sí, vale, sólo lo hacia yo, pero no era
culpa mía porque había una niña que me buscaba en el
recreo y se plantaba ante mi para negociar sus trapicheos,
enjuagues y cambalaches: Si me das tu bocadillo me bajo
las braguitas y te dejo que mires. ¿Mirar?... qué era eso tan
importante que había de mirar a cambió de un bocadillo,
me preguntaba yo animado por ese espíritu de la investigación periodística que me ha espoleado desde muy niño.
Así que accedí, claro, pero por deformación profesional.
Dieciocho bocadillos después y tras varias visitas al médico porque me había quedado esmirriado, no tuve más remedio que ponérselo muy claro a aquella niña de mis desvelos y atribulaciones: Oye, que yo creo que eso que me
enseñas no merece la pena cambiarlo por un bocadillo y
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Entretiempo
pasar hambre, porque Laurita me lo enseña gratis, que lo
sepas, le dije yo mintiendo y propiciando un invento del
marketing que luego los americanos me copiaron y llamaron «dumping». Bueno, pues vete a ver el de Laurita, me
dijo ella muy segura de la calidad de su producto y anticipando lo que luego sería su colosal carrera profesional porque creo que ahora es directiva de una multinacional. Así
que no tuve más remedio que acceder a su monopolio estructural y pasar por el aro, por el bocadillo y por su bajada de braguitas porque ella no accedía a mis razonables
apelaciones como consumidor: Oye, que mis amigos se lo
ven gratis a sus amigas cuando juegan a médicos y no
pagan bocadillo, ¿por qué no jugamos nosotros a médicos?
Porque a mí lo que me gusta es jugar a artistas de cine y
y yo seré Cleopatra y tú serás mi esclavo, me dijo la muy
lagarta. Y seguimos jugando a aquel juego de los artistas
de cine en el que tuve que llevarle la cartera de su casa al
colegio y del colegio a su casa durante todo el curso. Cosas
del «eterno femenino». Y de la economía de mercado, claro, qué se le va a hacer, porque en el hotel del Argaz,
decía, he optado por cambiar de canal a este otro en el que
alguien nos explica que la libertad consiste en poder elegir. Puede, sí, quizás. Porque un indigente puede elegir entre
una chabola con una habitación, otra con dos, otra con tres
e incluso una chabola con garaje achabolado. Y no es libre
pese a que puede elegir qué chabola quiere ocupar entre
miles de ellas. Y tampoco somos libres nosotros, el resto
del paisanaje, aunque podamos elegir libremente en qué
banco queremos entramparnos con la hipoteca para el resto de nuestra vida. Y entonces que pase el siguiente, por
favor, porque lo que a uno lo arrea ahora es buscarla a ella
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Antonio F. Marín
para compartir su misantropía con mi misantropía en una
agradable compañía.
Así que he bajado del hotel y he subido al pueblo
por la calle Bajada al río que circunda la muralla cristiana
y que me allega al Balcón del Muro donde he cruzado el
pequeño arco que permite acceder a la Placeta del Santo
que se encuadra entre casas bajas de portón y ventanas enrejadas junto a la pequeña ermita de san Bartolomé y la
paredaña Casa de la Encomienda. Una pequeña replaceta
que he atravesado para torcer luego por la calle del Cid en
la que me aparece a lo lejos la torre de la Iglesia de la Asunción encajonada por el perfil de una estrecha calle que me
acerca a la Plaza Mayor, donde el edificio del Ayuntamiento se esquina con la basílica y por donde me cruzo
con algunos jubilados vestidos con chaqueta, jersey y zapatillas a cuadros que parece que van a dar un garbeo por
las afueras, por el río o por las veredas de la huerta, con un
pequeño transistor en la mano, adiós, adiós, te saludan,
mientras sigo hacia la parte más moderna, por el bulevar
del Paseo en cuyo final me he parado de pronto porque,
¡oh cielos!, creo haber visto que en una terraza lateral se
sienta mi chica o una joven que le da un aire a ella. O a la
Gudrun Landgrebe de La mujer flambeada y Berlín Affaire. Aunque una vez que me he acercado me he dado cuenta
de que a quien realmente se asemeja es a Winona Ryder
porque se la ve tan graciosa como ella bailando la legendaria My Sharona de Knack, en la película Reality Bites,
¿te acuerdas?...sí, claro, con su carita de ángel travieso
que te hace oír música, que suene en tu cabeza el Behind
Blue Eyes de Limp Bizkit, que también está bien, mientras
piensas en acercarte y ofrecerle el mundo para que lo pise,
271
Entretiempo
con garbo, porque adoro los zapatos que pisas, las prendas
que te acarician, el aíre que respiras y las cosas que tocas.
Preciosa. Aunque mejor que no te acerques, ten cuidado,
pues anda con sus amigas y eso corta, y mucho, porque
eres tímido para esta formalidad. Y eso no es normal, reconócelo, porque no es corriente que después de haber amanecido entre sus brazos, te siga dando un faritote cada vez
que la ves y te encuentras con ella. No es normal. Aunque
tú te digas que es para no agobiarla, claro, porque ya sabes
que ellas son muy retorcidas y desprecian a los tíos solícitos que las complacen en todo y languidecen sumisas por
los golfos que se lo hacen de duros, los «chicos malos» que
las tienen en un sin vivir pues quien le descubre a una mujer que ella es más fuerte y que lo vuelve loco, será matemáticamente su esclavo.
- Eso es machista y misógino.
- Sí, doctora, pero resulta que lo dijo un ateo de izquierdas llamado Cesare Pavese, que además decía que
todas las mujeres eran putas.
- Bueno, lo suyo sería por una inocente rabieta infantil de un niño despechado porque además él no decía exactamente eso, sino que de cada 100 mujeres 99 eran putas
que, obviamente, no son todas.
Exacto, un cálculo escrupuloso, aunque sólo sea una
lustrosa patochada proferida por un tipo que probablemente suscribiría aquel otro lugar común de que todo hombre
busca en la mujer una madre que lo quiera y lo discipline,
y una puta que le dé placer y satisfaga todas sus fantasías.
Un tópico que uno ya ha experimentado con la madre de
una novia que nos lo recordaba muy a menudo.
272
Antonio F. Marín
- Ay, hijo; todos los hombres buscáis lo mismo: una
madre que os quiera y os discipline, y una puta que os satisfaga todas vuestras fantasías.
- Sí, pero mejor nos tapamos con la sábana o nos vamos a un hotel, no vaya a ser que nos pille su hija.
Es que un servidor siempre ha buscado esa madre
que lo quiera y se ha llevado muy bien con las mamás de
las novias. Y con algunas de ellas incluso mejor que con
las hijas. Aunque sería menester acotar, decía, que si eso
de que todas las mujeres son putas lo hubiera proferido un
tío talludo, calvo y con bigote no sería absuelto por las
nenas de su capilla (como hacen con Pavese), por padecer
un excusable trauma infantil a causa de una madre dominante , pobrecico mío, sino que sería baldonado y purgado
por ser la repugnante conducta fascista de un asqueroso
machista, o sea, Maclujan, en fin, ya sabes, pues todo
depende del color de la bandera doctrinal con la que se
mire o con el capote sectario con el que te arropas y resguardas.
Aunque ahora uno no esté para semejantes carajadas, sabe usted, porque en el bulevar del Paseo sigo sin
zafarme del miedo a acercarme a ellas para saludarlas, qué
va, no te atreves, porque todavía rememoras aquel primer
viaje al Argaz en el que la conociste, ¿recuerdas?... cuando
te acercaste a saludarla a una terraza en la que también se
sentaba con sus amigas y te recibió muy animada, espera
que te las voy a presentar, mua, mua, encantado, encantada, mientras sus amigas sonreían y bisbiseaban entre ellas
no sabías qué, pero que te pareció que se referían a que tú
estabas muy bien, muy bueno y todo eso que suelen coma273
Entretiempo
drear las chicas y que no ofende, qué va, porque bien mirado es un halago que te complace, y mucho, porque así tu
niña podrá sentirse orgullosa de ti y podrá guapear de novio. Ya veremos y ya hablaremos, te había dicho ella muy
seria cuando le diste el beso para despedirte porque te tenías que ir, claro, como haces ahora procurando evitar que
te vean, para alejarte de allí por unas calles por las que de
pronto te tropiezas con Pepe y Pepe que continúan dialogando en medio de la acera con un gran espíritu de concordia.
- La paz verdadera no consiste en la victoria, sino en
el acuerdo –le dice Pepe a Pepe.
- Eso te digo yo –le replica Pepe-, que la paz verdadera no consiste en la victoria, sino en el acuerdo.
- Pues yo voy a hacer que la verdad deje de defenderse para que pase al ataque, tal y como decía Bertolt Brech.
- Eso te digo yo: que voy a dejar que la verdad deje
de defenderse para que pase al ataque.
-Qué verdad, ¿la tuya o la mía? –le contesta Pepe
mientras trata de ponerle la zancadilla.
- La verdad, y ven conmigo a buscarla; la tuya te la
guardas -le replica Pepe a Pepe mientras lo sujeta del cuello.
- Eso te digo yo: que vengas conmigo a buscarla y
que la tuya te la guardes –le contesta Pepe a Pepe mientras
procura zafarse de él.
Y uno sigue su camino y los aparta, para pasar, porque ya tengo ciencia cierta de que cuando los demás braman, eructan o pintarrajean necedades por paredes y pe274
Antonio F. Marín
riódicos, la razón está en el silencio, en callar y seguir tu
camino sin pararte a tapear con ellos. Así que he seguido
por la acera y sólo me he detenido para ver más de cerca el
cartel de la Muestra de Cortometrajes CZine+Korto que
organiza el Cineclub Delicatessen. Y luego el de una representación teatral de las asociaciones Cauce y Puente
Alambre, que cuelga a su lado. Y también el cartel de la
Semana de Cine Mágico que organiza el cineclub la Linterna Mágica en el Club Atalaya, un poco antes de la feria,
según he leído antes de seguir por la acera de estas estrechas calles del barrio antiguo en las que me acompaña el
volumen disonante de las televisiones de las casas pues las
ventanas enrejadas que dan a la calle permanecen todo el
día abiertas por las calores y sacan el vocerío de las teles a
las estrechas aceras por las que uno pasa ahora, de reja en
reja, hasta que me veo impuesto a bajar a los adoquines de
la calzada porque he visto los floridos delantales de dos
vecinas que parece que parlotean acaloradas en medio de
la acera pues al pasar junto a ellas les oigo comentar que es
una vergüenza que a la Lola, la Chicharra, la hayan metido en la residencia de ancianos para no limpiarle la mierda del culo, cuando resulta que luego van por la calle recogiendo la de sus perros, que yo no sé, Pascuala, a dónde
vamos a ir a parar, le dice la una a la otra que asiente, se
ajusta el sujetador por fuera y conviene con ella en que
anda to’ mu’ malamente porque han venido muchos forasteros para seguir el follón del difunto y ese que acaba de
pasar, Pascuala, está aquí por lo de Juan Carmelo, el pobre,
que dicen que no se llevaba con sus yernas porque querían
que él las pusiera en las cartillicas de la caja para poder
luego gobernarse las perras cuando esté muerto sin tener
275
Entretiempo
que pagar a Hacienda, ¿sí?, sí, lo que ocurre es que él no
quería porque era muy suyo y aún no se sabe a dónde van
a ir a parar los dineros pues se llevaba muy bien con una
sobrina que tiene piso en Calasparra y que creo que padece
leucemia y que va a ir a curarse al extranjero. ¿Has dicho?
Sí, de verdad, lo que yo te diga, le contesta la una a la otra
a mi espalda, mientras sigo mi camino para pararme poco
después frente al antiguo Casino de la calle San Sebastián,
ahora museo, donde en tiempos de la dictadura algunos
vecinos se solazaban tan guapamente pues ellos vivían
muy bien, la mar de bien, porque en su panzona justeza de
miras eran incapaces de asomarse a los balcones opuestos
a los de la espléndida fachada y mirar para abajo hacía los
ejios o las cuestas del Chorrillo donde los demás vecinos
vivían muy mal, en la miseria de remiendo, patatas con
caldo y alpargata mientras que ellos bailaban, bebían y alternaban por los salones de arriba porque había seguridad,
ellos podían salir a la calle sin que les robaran y las acciones de los bancos y las tajadas de los medieros rentaban lo
suyo, lo cabal, para que pudieran vivir sin trabajar, «como
está mandao», según la jactancia castiza que se decía entonces y que uno recuerda ahora, mientras sigue su camino y cruza la explanada de la Esquina del Convento en
dirección al bulevar del Paseo, desde donde he oído la
música estridente que proviene de las calles comarcanas a
la Plaza de España en la que poco después he advertido
que los vecinos se apretujan y amontonan para acceder al
recinto y situarse frente al templete de la música pues parece que esperan algo que no llega ya que todos miran a un
lado y al otro, y se preguntan y apechugan, mientras aguardan a que asome ese alguien y suceda lo que parece que
276
Antonio F. Marín
les ha convocado a semejante zurriburri en una plaza que
cada vez se ve más abigarrada pues tengo que ponerme de
puntillas y levantar la cabeza por encima del gentío para
ver que ocurre por el escenario del templete donde sólo
aparece un micrófono solitario y unas gran caja en cuyo
interior parece que han metido muchas papeletas porque
quizás, eso va a ser, han convocado un referéndum para
solventar alguna cuestión que a todos inquieta y esperan
para saber el resultado que pronto averiguarán pues un
tipo se ha acercado al micrófono, lo ha golpeado con los
dedos y cuando ve que sí, que funciona, advierte de que
hay que tener paciencia porque dentro de poco comenzará
el evento.
- ¿Va a revelar ya el resultado del referéndum? –le
pregunto a María se le Pega el Arroz, que se sitúa a mi
lado.
- No, van a sortear un coche.
¡Un coche!, claro, ahora caigo en que la Asociación
de Comerciantes tenía previsto rifarlo entre aquellos vecinos que hubieran comprado en los comercios de la localidad y que ahora se va a adjudicar precisamente cuando
un servidor se marcha pues quiero acercarme al hotel para
descansar un poco. Para refrescarme en la ducha y tumbarme luego en la cama donde me he quedado mirando a lo
lejos, por encima del televisor apagado, procurando dilucidar si Juan Carmelo podría haber sido envenenado con
los oxalatos de los vinagrillos. Suponiendo que pueda, claro, porque han llamado a la puerta, está abierta, pase, y ha
entrado un empleado del hotel con no sé qué vaina de las
tollas, sí, gracias, déjelas ahí y cierre la puerta al salir. Aun277
Entretiempo
que antes de cerrarla ha vuelto a asomar la jeta y me ha
preguntado si me encuentro bien pues estoy mirando una
televisión que está apagada. Sí, es verdad, gracias por avisarme, le he dicho antes de levantarme súbito para conectarla no vaya a ocurrir que me tomen por loco, que no es
cuestión. Y aunque al encenderla tenga que ver alguno de
esos programas tan notorios en los que la ciudadanía se
encierra en una casa Gran Hermana para que su vida de
pelafustanes sea retransmita en directo al resto de una ciudadanía que la contemplará embebecido mientras se zampan las hamburguesas con tomate; en una actitud contemplativa que uno no entiende porque si estos panarras vivieran en el mismo edifico que uno habita cerraría la ventanas
del patio interior e insonorizaría la vivienda para no verlos
ni oírlos, por lo que no se entiende ese afán del respetable
público para seguir su pueril vida en directo las 24 horas
del día. O su apego por contemplar esos otros programas
nocturnos de telerealidad en los que oficia un multimillonario conocido por Pepitillo Flátulo Flatulencia que evidencia su progresismo intelectual y su bahorrina televisiva presentándonos a unos tarados que enseñan el culo y
nos cuentan sus andanzas, sus cuitas, sus folleteos, sus banalidades y sus esperpénticos rasgos castizos de un país
casposo, tétrico, cutre, inculto y maloliente que nos quiere
pasar por divertimento freak cuando hasta para ser freak
hay que tener clase como la tenía Ignatus J. Relly en La
conjura de los necios o Zoyd Wheeler en el Vineland de
Thomas Pynchon, sabe usted, porque lo que nos muestra
Pepitillo Flátulo Flatulencia no tiene nada que ver con el
esperpento de Valle Inclán y se emparienta con las chabacanas andanzas de unos chirrichotes que se lucen en su
278
Antonio F. Marín
ordinariez como los niños con la caca, para regusto de otros
perullos que los contemplan maravillados porque la ordinariez, como la mierda, gusta mucho entre las moscas que
acuden al montón para divertirse. Y mucho. Es puro divertimento, suelen decir estos páparos que en la dictadura gritaban y exigían «!cultura popular!, ¡cultura popular!» y que
cuando llegó la democracia nos trajeron la «cultura popular» de un Pepitillo Flátulo Flatulencia que enaltece lo pueril y vulgar sin más merecimiento que serlo. Con primor.
Porque en la dictadura para adquirir fama y relumbrón había que ser imbécil y torero, o imbécil y folclórica o imbécil y aristócrata. Ahora no. Ahora ya no es menester pues
gracias a los nuevos espacios democráticos, a la participación ciudadana y a la igualdad de oportunidades sólo se
requiere ser imbécil. Sin más. Seguimos progresando. Vamos a más, sí, ¡cultura popular!, ¡cultura popular!, gritábamos por las calles y nos vino la cultura popular que se
enfanga en las fruslerías de un vulgar patio de vecinos para
que los pazguatos se diviertan no vaya a ocurrir que se acostumbren a pensar por si mismos con el humor clásico e
inteligente de Quevedo, el Lazarillo, Wenceslao Fernández Flores, J.D. Salinger o Eduardo Mendoza. O con las
películas de Woody Allen, Billy Wilder, Lubitsch, los
Hermanos Marx, Luís García Berlanga o José Luís Cuerda. O con las comedias de Howard Hawks, Capra, Preston
Sturges o Cukor, ya puestos en este plan de divertir pero
sin el palillo de la ordinariez entre los dientes mientras
exhiben a papirotes maricones de feria enseñando el culo
que es el no va más de la gamberrada intelectual y de una
originalidad artística que rompe moldes, pura vanguardia
de la clase obrera por fin emancipada.
279
Entretiempo
Y lo dejamos estar, sí, porque después de todo como
decía el doctor Pascual Lucas «todo es efímero, menos el
conocimiento». Así que mejor pasamos a este otro canal
en el que se nos advierte de que se ha firmado un acuerdo
entre civiles para alcanzar la paz en oriente próximo que
nos parece benemérito, entre otras razones porque ha sido
rechazado por los extremistas de ambos bandos que probablemente lo desrielarán pues algunos seres racionales necesitan el odio para vivir, para sentirse víctimas, y la paz
desmonta todos sus planes pacifistas. Mierda. Así que mejor deja uno de enredar en cubos ajenos y me franqueo a
mis propias pupitas llamando a mi chica para saber qué es
de ella, suponiendo que pueda, claro, porque cuando he
encendido el teléfono móvil he visto que tengo un mensaje suyo en el que me advierte de que se ha marchado a
Murcia y que regresará pronto, por lo que he optado por
recostarme en la cama y ensoñarme con ella, con aquella
primera vez que visité al Argaz y comencé a salir con ella,
¿te acuerdas?... sí, hombre, cuando ibais los dos por la calle y ella se paró de pronto, te empujó contra la pared y te
metió las manos por debajo del polo para rozarte y pellizcarte los pezones sin importarle que anduvierais en un lugar público y que la gente pase por vuestro lado, pues eso
parece que la excita más ya que no hace caso a tus advertencias y se pega más a ti para taparte y seguir rozando y
pellizcando los pezones bajo el polo mientras te pregunta
si te apetece que vayáis a su habitación, ¿a su habitación?,
sí a su habitación del hotel porque quiere decirte algo sí tú
quieres que ella te lleve, claro, que si quieres, y ella lo sabe
porque ha bajado una mano a tu entrepierna y ha comprobado que estás duro y tieso bajo el pantalón. Y eso la
280
Antonio F. Marín
excita mucho, por lo que te coge de la mano y te lleva a su
cuarto del hotel donde poco después se sienta en el borde
de la cama y te gesticula para que te arrodilles entre sus
muslos, como siempre, en una invitación que tú aceptas
placiente, como siempre, porque la quieres tanto, le confiesas alborozado, que para ti sería un orgullo besar el
suelo que ella pisa.
- Pues bésalo.
- Bueno, es un decir, una frase hecha.
- Ya, claro –contesta frunciendo los labios.
Y tú le coges los pies, los mueves a un lado y besas el
suelo que ella ha pisado pues no te abochorna hacerlo y
además eres capaz de pomponearte de ello sin rubor alguno, porque no tiene importancia. Y porque crees que quizás a ella le ocurra como a la mujer que relataba José de
Espronceda en «El diablo mundo»; esa mujer amorosa con
su hombre, esquiva con los otros y altanera y fiera con las
demás mujeres que está tan ancha de su gallardo amante
«que hasta la tierra le parece estrecha». Y eso te enorgullece, tontuelo enamorado, porque para ti no existe otra, le
has vuelto a decir, aunque no te oiga, mientras sigues en
la cama del hotel de El Argaz rememorando el pasado y
procuras quedarte dormido hasta el día siguiente, al alba,
cuando te despierta un terremoto, joder, joder, que te levanta de sopetón pues las paredes retiemblan, la cama se
mueve y uno se asusta un poco, sabe usted, porque dicen
que en los grandes acontecimientos es cuando aparecen los
héroes, cuando el hombre da la medida de sí mismo y, por
eso, cuando veo temblar las paredes por un terremoto doy
la medida exacta de mí mismo y quepo justo debajo de la
281
Entretiempo
cama donde me escondo para aplaudir a los héroes que pasan
por allí muy ajetreados. Yo admiro mucho a los héroes y
respeto su trabajo, por lo que procuro no entrometerme y
dejo que cumplan con su predestinación dando su vida por
los demás. Es lo suyo. No seré yo el que se entrometa en su
destino.
Aunque en el Argaz, decía, no fue menester que aparecieran los héroes porque aunque el temblor tenía su epicentro en la cercana localidad de Bullas, no provocó males
mayores aunque sí algunos desconchados en las paredes
y sobre todo, cierto malestar entre los vecinos y los residentes en el hotel que mientras desayunan comentan alborozados todos esos formulismos protocolarios que se
suelen proferir tras un terremoto. !Qué susto! y cosas así.
Aunque la sacudida no ha debido de ser mayúscula porque
cuando he bajado hacia el pueblo he visto que los jubilados siguen colgando sus cañas de pesca del Puente de Hierro, donde me he encontrado, por cierto, con Pajolero
Repajolerito que me confirma que no ha sucedido nada
grave, que todo anda más o menos bien, pero que la piedra
de la Chinica se ha movido y ha dejado al descubierto algunas monedas y un esqueleto que parece que perteneció a
un buey que podría ser el que tiraba de la carreta del huertano que quedó aplastado cuando cayó la piedra de lo alto
de la montaña. Y sobre la muerte de Juan Carmelo, qué
sabe. Nada, no sabe nada nuevo, excepto que habían localizado a una sobrina que trabajaba en el extranjero y que
estaba muy unida a Juan Carmelo porque de vez en cuando lo invitaba a visitarla pues era soltera y vivía sola. Eso
es lo que hay, porque él no sabe más, lo siente, claro, Pajolero, gracias, le he dicho al despedirme de él para buscar
282
Antonio F. Marín
un bar donde tomar algo, un café cortado con leche natural, gracias, mientras aprovecho para averiguar por Internet qué había ocurrido pues me estaba enterando de todo el
último cuando se suponía que debía ser el primero, sabe
usted, que es que según leo en una página web parece que
la sobrina de Juan Carmelo había declarado que ella era la
desconocida mujer con la que lo habían visto por la venta
Reales pues él la había acompañado en el tren a Calasparra, donde tenía el piso, para recoger las maletas y continuar viaje a Madrid porque volvía a su trabajo habitual en
el extranjero; que Juan Carmelo la acompañaba para despedirla en el aeropuerto de Barajas pues quería aprovechar
para pasar unos días en la capital y visitar a algunos amigos que había conocido cuando cumplía con el servicio
militar. Y que antes de subir al tren habían acudido a la
Venta Reales para comer y visitar aquel maravilloso paisaje del Cañón de Almadenes donde creía recordar que él
había arrancado y comido algunos vinagrillos que quizás
hubieran sido la causa de que se encontrara mal por lo que
decidieron que era mejor que él no la acompañara a Madrid, que se quedara en la venta hasta que se le pasara el
mareo y que luego cogiera un taxi para regresar a El Argaz.
Y que ella, en fin, tampoco había subido al tren puesto
que una vez en Calasparra había decidido que ya que él no
iba a acompañarla, prefería ir a Madrid en avión en vez del
tren y cambió el billete para salir del aeropuerto de Murcia al que se había trasladado en taxi, por lo que no sabía
nada más porque él se había quedado en la venta para
recuperarse de su malestar y desde entonces no lo había
vuelto a ver porque no la había llamado como había prometido. No dicen nada más, y aunque ya queda confirma283
Entretiempo
do que se había bajado del tren accidentado en compañía
de su sobrina, me he quedado sin saber si había caído al
río, si lo habían empujado o si había caído ya muerto tras
ser asesinado, pues eran los flecos del asunto que no atinaba a carmenar ya que tampoco sabía quién era el que
me había enviado los mensajes citándome en el Parque
para entregarme los resultados de la autopsia con el fin de
ayudarme. O de embarullarme para apartarme del asunto,
que también podía ser, claro, porque sentado en aquel bar
de El Argaz me recelo que estoy fracasando de nuevo, una
vez más, pero esta vez a peor. Y quizás se deba a que la
chica aquélla me tenía trastornado el discernimiento. Así
que he salido de la cafetería y me he acercado al Paseo
pues quiero que me dé el aíre y sentarme a discurrir sobre
los entresijos del asunto para ver qué puedo hacer. Poco.
O retirarme de este trabajo y meterme a fontanero, que hay
mucha demanda, o espabilarme y procurar entrevistarme
con el alcalde por si sabía algo más de la muerte de Juan
Carmelo y del tesoro bajo la Chinica, que es lo que tengo
que hacer, aunque antes tendré que vérmelas con Heliodoro Rodríguez, por cierto, que por ahí asoma con ánimo de
pararse, porque se para frente a mí y me dice que lo que
ahora lo abruma es saber por qué existe el mal, por qué
tanto cielo para después de muerto y no ahora, aquí en la
tierra, me increpa acusándome con el dedo. ¿Por qué tanto
esperar?, insiste, mientras uno cabecea porque no lo sabe,
Heliodoro, ya que nosotros sólo somos humanos y como
los niños, no entendemos por qué hay que esperar al día de
los Reyes Magos para abrir los regalos, aunque los padres
sí lo sepan. Y además se supone que Dios no puede imponer el evangelio a punta de pistola, y por decreto ley, por284
Antonio F. Marín
que eso sólo lo hacen los humanos con sus evangelios laicos ideológicos y sus dictaduras de «hombres nuevos»;
cuando se nos antoja que el cielo no es más que la sublimación de la esperanza humana de que se pueda hacer
justicia a las víctimas porque de no ser así se quedarían
eternamente humilladas y serían eternamente víctimas.
Aunque a mí lo que me gustaría, Heliodoro, es que haya
cielo para menesteres más prosaicos como seguir tocándole eternamente el culo a mi niña pues una vida parece
poco para el menester, sabe a poco y la eternidad está en su
culo, mayormente, pues es un culo eterno, con valores eternos, que nos hace desear otra vida para seguir palpándoselo.
- Es que allí se supone que su culo será incorpóreo.
- Claro, y mi mano también.
Aunque deberíamos dejar a Dios que juzgue el resultado que le ha dado su propia obra y que sigamos bregando para apuntarla vida antes de que se nos venga encima sin esperar a los milagros, que no existen, o al menos
tal y como los querían los operarios que había visto por el
Paseo Ribereño y que tras plantar unos árboles se habían
retrepado en la baranda con las gorras sobre la cara, se supone que esperando a que les acarrearan el abono para rematar la plantación, que eso va a ser, ¿verdad?, les había
preguntado al pasar junto a ellos. No, no es eso, porque
esperan a que venga la procesión del patrón para las rogativas porque hay que regarlos para que germinen, sabe
usted, porque si no, se secan, claro, es cierto, y entonces
uno les hace ver que dada la circunstancia de que el río esté
a sólo dos metros de allí quizás fuese más canónico que
285
Entretiempo
bajaran al cauce con un cubo y que consiguieran así el agua
para el riego en vez de esperar a que venga la procesión del
patrón con las rogativas que podrían tardar un poco más,
mayormente porque primero tendría que escucharlas Dios
o el jefe del departamento de este ministerio, luego tendría
que elevar el vapor de agua del río para que allí arriba se
enfriara, se condensara y que finalmente cayera de nuevo
a la tierra para que así recorriera los escasos dos o tres
metros que es la distancia que hay desde el río a los parterres del Paseo Ribereño y que no parece que sea un trecho
que requiera semejante denuedo; aunque ellos, claro, no lo
crean así porque, según dicen, es mejor esperar a que llueva porque así la labor requiere menos trajín, en fin, que
uno no sabe y por eso calló, y calla, porque desde muy niño
sé que hay cosas inconmensurables que son ininteligibles
según colegí cuando quise zanjar una cuestión que me inquietaba, y mucho, y le pregunté por el particular a aquel
señor que metía unas cajas muy grandes en unos agujeros
de la pared.
- No te preocupes que los muertos no salen a hacer
pipi –me contestó aquel tipo ilustrándome.
Pero en el Argaz, decía, no he sabido qué decirle a
Heliodoro porque uno también tiene sus dudas ya que lo de
Dios es una cuestión personal y a él hay que acercarse sin
intermediarios y en fila de a uno.
- A mí me da igual, yo me voy a reencarnar.
- ¿No has tenido bastante por aquí y quieres repetir?
- No, porque yo esta vez quiero ser mujer.
- Para tocarte el culo, claro.
- ¿Cómo lo has adivinado?
286
Antonio F. Marín
- Pues ya ves: intuición femenina.
- Sí, y también para ser puta, porque tiene que ser
muy divertido ya que puedes estar todo el día follando sin
parar.
- Y ver la cara de gilipollas que ponen los tíos cuando
se corren.
- Y puedes trabajar de dependienta en una tienda de
lencería.
- Y enseñarle las bragas a un conferenciante y ponerlo en un apuro.
- Y enseñarle las tetas y los muslos a los guardias
civiles de tráfico.
- Y hacerles sufrir a los tíos preguntándoles, ¿pero
me las ha metido ya?
Claro, porque ser mujer es muy divertido, lo que
ocurre es que ellas son muy sosas y no saben, Heliodoro,
pero ahora me tengo que marchar, adiós, adiós, porque
he de buscar a alguien que echo mucho en falta, suponiendo que ya haya regresado de Murcia, que creo que sí porque cuando he llegado a su piso y he abierto la puerta con
la llave que ella me había dado, he advertido que hay más
sillones por las habitaciones y que ha situado una lámpara
de pie junto a la silla de la entrada a su cuarto donde sé
que he de dejar la ropa una vez que me he desvestido porque últimamente quiere que siempre esté desnudo ante
ella para poder meterme mano, me había dicho. Y uno había acatado su decisión de estar siempre desnudo delante
de ella (aunque ella anduviera vestida), porque no tenía
importancia, era su capricho y le veía incluso su toque
voluptuoso, su toque personal, en fin, ya sabes, caprichos
287
Entretiempo
de mujer, me he dicho mientras me quito la ropa con cuidado, la doblo, y entro en su cuarto para quedarme prendado al verla más guapa que nunca, casi divina con su pelo
cortito a juego con las pecas que salpican sus mejillas y su
dulce y traviesa sonrisa que a uno lo espolea a abrazarla,
besarla, decirle que la quieres y que la has echado de
menos pese a que te había dejado sus braguitas para que te
sintieras menos solo pues la amas tanto, le dices, que
adoras el aire que respira, las cosas que toca, las braguitas
que la arropan y el agua que la baña.
- ¿Sí?
- Sí, claro que sí.
- Entonces pídeme perdón.
- Por qué, qué he hecho.
- Nada, pero quiero que te acostumbres.
Y tú le pides perdón, lo siento, y ella te sonríe maliciosa, te da un beso y comienza a desnudarse lasciva dejando caer sobre los tacones la falda de tubo que tú recoges
y doblas. Y luego te va dando las prendas que se quita
para que las coloques sobre la butaca, bien dobladas. Y
cuando las has dejado sobre el respaldo, te ha felicitado
con un beso muy dulce y te ha comentado que le ha gustado mucho eso que has dicho de que amas todo lo que ella
toca. Y que te mereces un premio que te va a dar ahora
mismo porque coge su bolso y saca unos calzoncillos que
le gustan mucho porque son modernos y de encaje pues
ahora se llevan las trasparencias de la colección Avantgarde. ¿Avant-garde? Sí, el modelo 3001 de HOM que he
comprado para ti porque son finos y transparentes y me
excita verte con ellos. Así te tendré más a mano, añade
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Antonio F. Marín
jocosa. Y te los pone con sumo cuidado, te da la vuelta, te
mira para ver como te quedan y te da un azote en el culito
para que te vuelvas y pueda seguir mirándote. Son modernos y estás monísimos con ellos, ha añadido sabiendo que
no dirás nada, que la obedecerás sin preguntar por qué, pues
es inteligente y quizás ya se haya percatado de que a ti te
place que te provoque, que abuse de ese poder que tiene
sobre ti y que haga contigo su santa voluntad obligándote
casi a comer en su mano. Y eso debería preocuparte,
hacerte reflexionar, porque aunque esa voluntaria y deliciosa capitulación sólo se la permitas a ella, únicamente a
ella, como sigas así la puedes perder porque a ellas les
van los golfos, los tíos duros, los chicos malos que nos las
llaman por teléfono, que no quedan y a los que no acaban
de conquistar.
Es que ellas quieren que las adoren y respeten, es
cierto (te había advertido Juan Carmelo), pero también
que el hombre sea fuerte y esté en su sitio porque ellas no
pueden amar a un tío al que gobiernan. Necesitan admirar
y respetar al hombre que aman porque si no, se desenamoran y lo desprecian. Y en ese difícil equilibrio has de
mantenerte. ¿Equilibrio? ¿Cuando has sido tú equilibrado?...
…nunca. Así que cuando ves que ella se echa de
bruces sobre la cama, doblas la almohada y la colocas bajo
su sexo para que la cintura suba y quede con el culito en
pompa. Y luego te acercas y le das besitos en las pantorrillas, en las corvas y en los muslos. Y al llegar a sus nalgas
buscas con la lengua la hendidura entre sus glúteos para
lamerla de arriba a abajo, perfilar con la lengua su agujerito y meterla en él para lamerlo, dibujarlo y lamerlo. Una
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Entretiempo
y otra vez, sin pausa, hasta que ella aprieta los glúteos, los
cierra y se corre sobre la almohada refregando su jugoso
sexo sobre la tela. Y una vez satisfecha se ha quedado
quieta, gimiendo y respirando agitada mientras tú te acercas para darle un beso, decirle que la quieres y sacar la
almohada de debajo de su sexo. Déjame que la vea, te dice
sonriendo con deleite, porque se ha empapado precisamente en el lugar en el que tú apoyaras la cara para dormir
esa noche, si duermes, claro, según te aclara. Aunque eso
será luego, más tarde, porque ahora se ha vuelto para abrazarte y besarte en los labios, en las mejillas y en los ojos
mientras te agarra de las pelotas, de «sus» pelotas según
ella misma te susurra lasciva, para supervisar que están
llenas mientras las sopesa, las acaricia, las araña ligeramente con las uñas y las palmea para saber si te has corrido sin su permiso, si están a su gusto. Que sí lo deben de
estar, porque sonríe dichosa cuando ha constatado que
se las has guardado llenas para ella. Y entonces se levanta, se calza los zapatos de fino tacón de aguja, se sienta en
el borde de la cama y te hace gestos para que tú lo hagas
en la alfombra, a sus pies, sentándote sobre los tobillos
porque ahora es ella la que quiere acariciarte. Te lo mereces por ser tan cariñoso, te dice mientras lleva los tacones
sobre tu entrepierna y atrapa tu pene con los dos zapatos
para frotarlo y masturbarte con ellos, mientras te mira a
los ojos, sonríe y sigue refregándolos despacio, muy despacio, recreándose en la caricia hasta que ve por tu cara
que estás a punto de llegar y entonces para de golpe para
evitar que te corras. Eres mala, le dices con tus ojos de
corderito degollado. Y ella asiente malévola, gira la cabeza para mirar en el espejo de la pared y sonríe campante
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Antonio F. Marín
porque dice que se ve muy guapa en esa postura en la que
estáis. Me excita mucho verme así, te ha aclarado mientras tú giras la cabeza para mirar y ver que tiene razón
porque se la ve hermosísima en esa soberbia estampa del
espejo en la que apareces sentado en la alfombra junto
a sus pies y con la cabeza elevada para mirar embaucado
el majestuoso primor de su pelo negro cortito, sus pechitos danzarines, sus muslazos abiertos que te dejan entrever su rajita y los tacones de aguja de sus zapatos que se
apoyan sobre tu rígida entrepierna y que ahora mueve remisa para seguir masturbándote con ellos, la muy zorra,
porque cuando ve que estás a punto de ebullición, a punto
de llegar, deja de acariciarte pues se conoce que no quiere
que te corras sobre ellos. Son stilettos de Roberto Verino,
te había dicho la muy pécora, sin que tú le dieras mucha
importancia al detalle, ninguna, pues eso son chilindrinas
y después de todo ya no importan sus gestos simbólicos,
lo que quiere darte a entender, pues ya lo sabes, lo aceptas
jocundo y no te da cuidado pues confías en ella y vas con
los ojos cerrados a donde ella quiera llevarte. Así que cuando adviertes que la manipulación de sus zapatos sobre tu
pene casi te lleva al orgasmo, a correrte sobre sus preciosos zapatos, le haces un gesto de apuro y ella aparta el
zapato de tu entrepierna y te da un tierno beso en los labios
para decirte que te quiere y que te necesita porque le hace
falta el cariño que le das pues a tu lado se siente segura
porque se sabe querida y valorada.
Y ahora dúchate que nos vamos, te ha dicho poco
después al levantarse para salir del cuarto porque mientras tú lo haces quiere aprovechar para llamar a sus amigas
y ver si van a venir para las fiestas. Y tú te levantas, te
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Entretiempo
duchas, la oyes hablar por teléfono, te secas, te vistes, la
ves venir, la ayudas a denudarse, colocas sus ropas encima
de la cama y esperas a que ella también se vista consultando las noticias de la tele por si se ha terciado algo nuevo, alguna salvedad sobre el caso de Juan Carmelo que
parece que no porque todo anda igual, según veo, pues
todavía no se había podido esclarecer si Juan Carmelo había muerto antes de caer al río o había fallecido tras caer
al Cañón de Almadenes. Pero no dicen nada. Sólo se nos
informa de que el monte Everest mide 3,7 metros menos
de los 8.850 que se creía que tenía, según el último cotejo
efectuado por los cartógrafos con los métodos geodésicos
más avanzados. Una noticia que me ha sorprendido, sabe
usted, porque la última vez que subí al Everest no noté la
diferencia y me cansé igual que siempre. Si me llegan a
avisar de que tenía tres metros menos hubiera respirado
más tranquilo y habría llegado más desahogado porque si
estás a tres metros de la cumbre y te avisan de que son tres
metros menos no necesitas seguir subiendo porque, obviamente, ya has llegado. Y ahora a ver quien encuentra al
sherpa, al guía que te acompaña, para que te devuelva el
dinero proporcional a esos tres metros que no te ha subido.
Difícil, te puedes pensar mientras ves que ella aparece ya
duchada, vestida y muy elegante porque está preciosa,
¿sí?, sí, vaya que sí, le has dicho mientras ella te coge de la
mano para bajar a la calle y caminar muy juntos por una
ciudad que a esa hora ya no se ajetrea en sus quehaceres
ordinarios pues la vecindad pasea, se sienta en las terrazas y se arrima a los discobares para ver y dejarse ver,
mientras ella te lleva de la mano de pub en pub, hasta que
al anochecer habéis acudido al Festival de la Luna que se
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Antonio F. Marín
celebra en la Plaza Mayor pues ella quería ver a Maria
Dolores Pradera en el escenario del soportal de la basílica
de la Asunción que cierra con palmeras la plaza del Ayuntamiento, en la que poco después os acomodáis para asistir a su actuación y volver luego paseando y cogidos de la
mano porque te había rogado que te quedaras a dormir con
ella. Sólo dormir desnudos y abrazados, te había dicho
dulce, muy dulce, al proponértelo al oído mientras sonaba
«Amanecí en tus brazos». Y tú habías accedido, claro,
porque eso te fascinaba casi más que el otro trajín, pues
al estar abrazado a ella con tus muslos entrelazados entre
sus muslos, podías quedarte dormido con tu mejilla pegada a su mejilla hasta que al día siguiente te levantes sigiloso y salgas del piso pues no quieres distraerte más y
pretendes acabar de una vez el trabajo para volver junto a
ella. Y cuanto antes, me he dicho mientras salgo de su piso
y me encamino a comprar los periódicos y a desayunar en
algún bar donde pueda leer con sosiego y enterarme, por
ejemplo, de que la multinacional MacMarguer se ha negado a que el Ayuntamiento de El Argaz se haga cargo de
la búsqueda del tesoro porque, según sus abogados, si ellos
tienen la concesión para ubicar allí la hamburguesería también tienen la licencia para buscarlo tal y como pretende
Doña Urraca que también ha hecho gala de sus derechos
sobre él. ¿Y Al Martínez Capone?, ¿qué dicen de Al Martínez Capone? Pues Al Martínez insiste en que tiene una
opción para explotar las visitas turísticas a la Chinica y
arguye además que ya tiene experiencia en el menester
pues había pedido subvenciones a la Comunidad Europea
para apañar una casa de campo y destinarla a turismo rural,
según decía; aunque uno sabía que no había albergado a
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Entretiempo
ningún turista porque tras enlucir la vivienda la había destinado a alojar a su familia en vez de alquilarla. El muy
cerdo, he exclamado mientras vuelvo al hotel para recoger los trastos y aprovechar, ya de paso, para consultar
las páginas web por si se había terciado algún suceso que
me permitiera seguir desenredando el cadejo, si puedo,
porque después de fisgar por varias de ellas sólo he podido
averiguar que el Cabo Machichaco había desistido de promulgar independiente el cabecico Raya y se había acercado a la Chinica del Argaz para unirse a los que seguían
porfiando en la búsqueda del tesoro cavando a cierta distancia del cerco policial, para acceder por medio de túneles a la roca y hacerse así con el tesoro que, según se dice,
había quedado escondido bajo la casa que quedó aplastada por la mitad cuando la Chinica cayó del monte y sepultó
a un carretero y a sus dos bueyes cuando iban de romería.
Y es que la noche anterior habían sorprendido a algunos
vecinos cuando cargaban con unos hierros que podrían pertenecer a la armadura de la carreta que el huertano conducía tirada por los bueyes. Un asunto que tendría que considerar porque corroborada que la historia aquella de la Chinica podría ser cierta. O eso parece, se piensa uno mientras
me cambio de ropa y me propongo esclarecer todos estos
entresijos aunque tenga que revolverme contra los mandamases del lugar. No importa. Uno va por la vida de
anarquista con raya en el pantalón y ya sabe que el precio
de la independencia es la soledad. Y que hay que ir solo en
la manifestación para ser siempre contrarrevolucionario
hasta que la revolución y el poder se disuelvan y no se nos
perpetúen en herrumbrosa y fétida dictadura. Aunque ahora
mejor pasamos a esta otra página web en la que se nos dice
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Antonio F. Marín
que la organización ecologista Greenpeace y 150 multinacionales han alcanzado un acuerdo para emplazar a los gobiernos a que combatan el cambio climático «con más determinación», aleluya, aleluya, porque nos emociona, snif,
snif, que los macarras velen por la dignidad de las putas;
que las multinacionales como BP (petróleo), Daimler
Chrysler (automóvil), Conoco (petróleo), AOL Time Warner (comunicación), DuPont (química), Honda (automóvil), Michelín (neumáticos) y Chevron Texaco (petróleo),
entre otras, exijan que les cuidemos el planeta para que
ellos puedan seguir destruyéndolo al explotar y saquear
lo que no es de ellos, sino de una humanidad que a tenor de
lo que nos dicen en la revista Procceeding de la Academia
Nacional de Ciencias norteamericana, tiene su origen en
un «salto evolutivo» que se produjo hace millones de años
y que eludió la expansión habitual del cerebro, el proceso
normal, provocando la aparición súbita y brusca de una
«propiedad emergente» por la que el mono ha pasado de
recolectar bananas por el árbol a hacer el mono por el suelo
manufacturando, vendiendo y comprando esas bananas
hasta llegar aquí mismo, a donde estamos, a las maravillosas obras artísticas
de Bach, Gaudí, Lubitsch, Lorca,
Picasso, Quevedo, Billy Wilder, etcétera. Aunque también sea menester acotar que para una mosca una mierda
puede tener más arte que una catedral gótica. Más aún, si
cabe. Pero para nosotros la catedral es la catedral (incluso
para los descreídos), debido a un sentimiento artístico
universal que ha sido provocado por una azarosa contingencia que nos ha hecho pasar de ser una bacteria a sobrellevar el sentimiento trágico de la vida. Eso dicen los expertos. Es cuestión de criterio. De creer o no creer en la
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Entretiempo
causa de esa única, inusitada y brusca chispa que provocó el salto evolutivo y un posterior desarrollo que si lo
volviéramos a rebobinar y a grabar de nuevo no se
volvería a repetir jamás tal cual es ahora y nosotros no
seríamos como somos por aquello del efecto mariposa y
del Principio Antrópico (débil), que estipula que si el universo fuera de otra forma, si hubiera habido un millonésima parte menos de carbono, si hubiera variado cualquier
otro componente o cambiado un ápice la evolución, no
estaríamos aquí para mirarlo.
- Sí, pero ya decía el clásico que si fuera Dios no se
sentiría orgulloso del hombre como culminación de sus
esfuerzos.
- ¿Se refería a Marilyn Monroe o a Ava Gadner?
- Quizás se refiriera a Hitler o Stalin.
- Claro, es cierto, pero es que de esos dos no estarían
orgullosos ni sus padres terráqueos, lo que ocurre es que
parece excesivo obligar a Dios a que cape a sus papás para
que no alumbren semejantes engendros porque eso sólo
lo hacían los nazis que buscaban una raza superior y los
comunistas soviéticos que mataban a los malos, a sus malos, para buscar un «hombre nuevo» pues parece que
Dios es más humilde y deja vivir sin buscar razas superiores perfectas.
Se supone, claro, porque uno duda y no sabe más
pues después de todo sólo somos hormigas que avanzamos unos pocos metros fuera del hormiguero y nos creemos que hemos investigado el Universo. O nos apuntamos
a teorías de «agujeros de gusano» o de viajes en el tiempo
que parecen ciencia ficción, de quiosco, porque de ser cierto
lo de los viajes en el tiempo nos podríamos preguntar qué
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Antonio F. Marín
ocurre cuando llegas al segundo cero del big bang, al inicio del tiempo. ¿Te bajas, fin de trayecto, a comerte en la
cantina un bocadillo de calamares? Porque esa paradoja
de que tú puedas viajar en el tiempo y matar a tu padre no
parece que sea correcta en el planteamiento, sabe usted,
porque se supone que tú no puedes viajar más allá de tu
vida, de tu tiempo y de tu espacio porque sólo puedes rebobinar la cinta de lo que has vivido, al igual que no se
puede recordar lo que han vivido los demás, porque ya
puestos en plan ciencia ficción te podrías remontar hasta
los tiempos del mono del que procedes y allí, en el mono
origen de las especies, chocaríamos todos de golpe porque todos viajaríamos a los mismos monos primigenios y
nos daríamos una hostia de cojones, o sea, que entonces
parece que a lo más que puedes llegar es a tu infancia, que
sólo puedes rebobinar la cinta de tu tiempo, de lo que tú
has vivido porque lo otro sería cambiar de vía, de espacio,
de tiempo y de cinta. Y no puedes volver a los años antes
de nacer porque no has existido ahí, no es tu tiempo ni tu
espacio, y por tanto no puedes viajar a lo que no existe
porque estaríamos otra vez sumando peras con manzanas.
Se supone claro, pues la vida inteligente le busca razón a
lo que no lo tiene sin caer en la fe del carbonero científico,
en que la Ciencia escribe con renglones torcidos o en que
todo se debe a una borrosidad, a una azarosa fluctuación
cuántica o a un hipo en el espacio/tiempo que se produjo
porque sí, porque sí y porque sí. Porque los caminos de la
ciencia son inescrutables o porque todo se debe a una azarosa casualidad, que han negado incluso algunos eximios
padres de la Ciencia como Einstein, Copérnico, Edison,
Newton, Schödinger, Gauss, Marconi, Ampere, Pasteur,
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Entretiempo
Fleming, Pascal, Faraday, Marañón, Képler o Ockham
(el de la navaja), entre otros muchos ilustrados y científicos, que no eran precisamente beatas con velo negro y
rosario, o pobres hombres ignorantes de pueblos primitivos.
- Pero es que entonces ellos no sabían lo que conocemos hoy.
- Sí, doctora, pero lo que sabemos hoy por el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, es que no podemos
averiguar con precisión la posición y la velocidad de una
partícula pues se produce una incertidumbre que impide
determinar las dos cosas al mismo tiempo; es decir, que
tenemos incertidumbres con una partícula subatómica y
nos jactamos de explicar la inmensidad del universo que
está formado en su mayor parte por materia oscura que no
conocemos, o sea, que pase el siguiente, por favor, decía, y
digo, sin mucha convicción mientras me levanto y me
asomo a la ventana de la habitación del hotel para ver
cómo la brisa reverbera las hojas plateadas de los álamos
del río mientras los vecinos se recrean en eso que en el
extranjero llaman paseo español y que uno debería imitar
en vez de quedarse aquí rumiándose tanta cuestión que no
parece tener respuesta aunque el hombre la busque ya
desde la misma infancia, tal y como hizo un servidor que
ya anda resabiado y se muestra muy prudente antes de
volver a romper el termómetro para averiguar por qué sube
y baja la barrita gris de dentro. Se sufre mucho porque a
esa edad la investigación tiene castigo.
Y entonces, lo siento, pero por aquí no se le fía a
nadie pues nos apartamos de ese otro Principio Antrópico (débil) por el que se discute si la explosión y la onda
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Antonio F. Marín
expansiva del big bang (o de un cartucho de dinamita),
tenían como único fin que se creara el universo o una hermosa catarata. O si según creen otros, la creación de la
hermosa catarata (o del universo) es la consecuencia de la
explosión de un cartucho de dinamita. Qué va. Nosotros
seguimos nuestra propia inquietud personal basada en el
fundamento del Principio del Origen de la Catarata ©, en
el que se prescinde de la incógnita sobre si la catarata es la
consecuencia de la explosión o si la explosión tenía como
único fin crear la catarata, para ahondar en quién fue el
gracioso, y por qué, que le prendió fuego a la dinamita y
me inundó la casa con la maldita catarata. Esa es la cuestión, el porqué periodístico, que mejor dejamos para luego
porque ahora he de bajar al pueblo por la olmeda del
Maripinar, cruzar los puentes y subir al barrio antiguo para
callejear por sus estrechas y sinuosas calles donde poco
después me he dado con un remolino de gente que se apretuja en la Esquina del Convento para asistir a algún suceso
popular o a algún certamen folclórico porque de pronto
veo aparecer por la plaza a diversos coros enjaezados con
sus abigarrados uniformes tribales que me recuerdan que
por la villa se celebra el Festival del Folclore en el Segura
en el que participaba el grupo local Francisco Salzillo y
otros coros que procedían del resto de España y del extranjero, a los que veo desfilar jacarandosos por la plaza si no
se paran para echar un baile ante la vecindad que se apeñusca en corros para verlos brincar antes de que reanuden
de nuevo su pasacalles y se alejen hacia la parte más moderna del pueblo, por donde ya se encogen cuando me he
encaminado hacia la casa de mi chica por si quiere o puede bajar a tomar un café, que si puede, según me ha expli299
Entretiempo
cado por el telefonillo, espera que ya bajo. Y cuando ha
asomado por el portal me ha cogido de la mano y nos hemos arrimado a la cafetería de la esquina porque quiere
aprovechar para contarme algo, ¿algo?..., qué será, que
querrá, que quiere, te preguntas mientras la acompañas a la
cafetería y os cruzáis en el camino con María, la chica aquella de 19 añitos que habías conocido en la Biblioteca y que
te ha saludado con una esplendente sonrisa que parece que
no le ha sentado bien a tu chica, eso es seguro, porque te ha
mirado con gesto grave, te ha empujado de pronto contra
la pared y ha metido las manos debajo del polo para pellizcarte los pezones, sin importarle que la gente pase por vuestro lado ya que sigue rozándolos y pellizcándolos con los
dedos mientras te pregunta si quieres que vayáis a su piso.
Sí, claro, por favor, contestas seducido por el efecto de
sus caricias. Y entonces deja de acariciarte, te coge de la
mano y tira de ti muy añusgada para llevarte a su piso,
sentarse en su chaiselongue y hacerte gestos con el dedo
para que te acerques. ¿Qué quiere? No lo sabes, está seria y
te acercas con recelo porque su gesto parece ahora más
adusto. Parece enfadada de verdad.
Y se levanta, se lleva las manos a la cintura, baja la
cremallera de la falda de tubo, la deja caer sobre los tacones y tú te agachas para ayudarle a sacarlos de la tela y
recoger la blusa transparente que ahora se quita para quedarse ante ti bellísima con esos zapatos de fino tacón y la
braguita tanga que sabe que tanto te gusta y que te permite
verle la rajita a través de la tela porque la muy zorra luce en
el triángulo púbico el pelo recortado, no rasurado, según
te había pormenorizado como si se tratara de un Martini de
James Bond, cuando te daba las tijeras para que te consa300
Antonio F. Marín
graras en su arreglo. Aunque muy recortado más abajo para
que los labios le aparezcan claros, abultados y nítidos. Qué
pretende. No lo sabes, porque se ha sentado en su chaiselongue y da unas ligeras palmadas sobre sus hermosos
muslazos enfundados en las medias con costura que suele
lucir cuando queda contigo. ¿Cómo? No entiendes y te encoges de hombros, pero ella insiste con las palmadas sobre sus muslos e intuyes lo que pretende. Y eso no. Nunca.
Jamás, vamos, que uno tiene su dignidad, por supuesto, y
no va a transigir aunque ella te mire ahora con dulzura,
pero con firmeza, porque te sigue apremiando con las palmadas sobre sus muslos. Y eso sí que no. Nunca. Jamás. Y
te das la vuelta, sales al pasillo y pones la mano en el pomo
de la puerta de la calle porque quieres irte pues tú tienes tu
orgullo, vaya. Todavía te queda algo de él. Aunque si te
vas no las vas a volver a ver. Nunca más. Está muy contrariada y con esa actitud tan suya de mostrarse cariñosa pero
estricta, dulce pero severa, que te recuerda a una madre
que reprende a su hijo, claro, pero porque lo quiere. Y ella
no se parece ni por asomo a Tura Satana, esa chillona verdulera vestida de negro que tanto gustaba a directores de
cine como Russ Meyer, sino a una dulce y elegante mujer
muy posesiva y femenina que te maneja con cariño sin
pegar ni un grito, sirviéndose de ese sensual poder de seducción que te hace suyo sin que te des cuenta, con gestos
melosos y tiernos. Sin elevar la voz, porque ella no necesita pegar gritos de verdulera y te convence con suma delicadeza, con la sensualidad de una Calipso en la isla de Ogigia. Y entonces, piensa, piensa… la puedes perder para
siempre…,
y se la ve tan guapa…,
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Entretiempo
y sabes que te quiere…,
y en las tintorerías no saben planchar la raya en el
centro del pantalón como hace ella…,
y su actitud no te abochorna, ni desmerece, porque tú
eres libre para marcharte cuando quieras pues ella te deja
la puerta abierta para que te vayas, si quieres irte, que no
quieres, o eso parece, porque de pronto sueltas el pomo de
la puerta, te vuelves, entras en la habitación, te acercas a la
chaise-longue en la que ella sigue sentada y le dices que sí,
pero que no, porque tú no has hecho nada ya que ni siquiera has mirado a esa chica. ¿No? No, de verdad, te lo aseguro. Es igual, porque a ella no le importa que tú la mires,
sino que ella te mire a ti, te reprocha mientras sigue dando palmaditas sobre su muslo para que te acerques. Las
mujeres sabemos muy bien lo que pretende una tía cuando
mira así a tu hombre, añade ahora muy seria. Y tú que no,
que no y que no; que eso nunca, faltaría más. Antes tendrá
que pasar por encima de tu cadáver, le farfullas cuando
ella ya te baja los pantalones y los calzoncillos, y tú sigues
rezongando que no y que no. Que no, de verdad, balbuceas
mientras te dejas caer boca abajo sobre sus muslos refunfuñando muy digno, eso sí, que bueno, que sí, pero que no,
porque tú eres muy hombre. Que lo sepas, le dejas bien
claro para que no haya dudas cuando ella comienza a acariciarte los glúteos, los pellizca, los soba y de pronto te da
una fuerte palmada en uno de ellos acompañándolos de un
«te quiero». Otra palmada y un «te quiero». Y otra palmada y un «te quiero», que va aplicando despacio, con pericia, sin prisa, recreándose en la suerte pues parece que sabe
lo que hace y cómo hacerlo. Así aprenderás y estarás más
tierno y cariñoso, precisa muy seria mientras te da otra pal302
Antonio F. Marín
mada. Y estarás a mí gusto, añade con otra nalgada y otro
«te quiero», mientras tú sonríes boca abajo porque sabes
desde pequeño que se hace más daño el que da con la mano
desnuda que el que recibe en el mullido culo. Ya se hartará
cuando se haga daño, te regodeas malicioso, porque menudo eres tú, vaya, pues contigo no ha podido nadie. Ni el
en el parvulario, ni en casa, ni en el colegio. Y no podrá ni
ella, aunque…
…aunque no parece que ella se canse, la verdad, ni
que se haga daño porque sigue con las palmadas en tu culo
entre «te quieros» y advertencias de que no va a parar
hasta que no vea los dos glúteos igual de rojos porque los
quiere los dos a juego para que no desentonen. Esto por si
otra mujer te vuelve a mirar, te reprocha ahora mientras
prosigue una y otra vez con sus palmaditas en el culo,
porque así sabrás a qué atenerte pues para ti sólo existe
ella. Una certidumbre con mucho fuste porque para ti no
existe ni ha existido ninguna otra mujer desde que la conoces. Así que decides claudicar y reconoces que sí, que de
acuerdo, pero que te suelte ya porque te parece muy tosco
que te trate como un niño dándote unos infantiles azotes en
el culito. ¿Sí?, ¿de verdad lo crees? Sí, claro que sí. Pues
entonces compórtate como un hombre, te ha replicado severa una vez que te ha soltado para que te levantes. Y luego te ha atraído hacia ella y te ha besado con mimo mientras te dice que te quiere. Y mucho, añade ahora cuando
te separas, te recompones la ropa y la miras de hito en hito
porque se la ve preciosa. Y además huele a hembra satisfecha mientras respira profundamente para recuperarse del
esfuerzo. Y se la ve muy hermosa mientras sus pechitos
brincan como dos limoncitos al compás de su acelerada
303
Entretiempo
respiración. Así que cuando te ofrece la mano de la azotaina para que la beses, la coges y la besas, sin rencor, y luego
te arrodillas entre sus muslos para darle besitos por encima de la braguita que te sabe húmeda y salobre, muy mojada, porque parece, oh cielos, que la muy zorra ha gozado.
No, no puede ser. ¿O sí? No importa, la verdad, porque de
pronto se levanta, se quita la braguita y te la ofrece para
que la guardes, como recuerdo, te dice aviesa porque efectivamente tú la coges, la besas y adviertes que sabe a ella,
que la muy zorra ha gozado. Y mucho. Pero te la guardas
en el bolsillo, para luego, y te pones serio y formal, muy
serio, porque quieres que ella sepa que lo que de verdad te
ha molestado no es que te haya dado unos infantiles azotes
en el culito, qué va, sino que con ellos te haya tratado
como un crío, como un niño al que hay que castigar por
alguna travesura, porque eso de mirar a otra chica por la
calle tampoco parece tan capital, es una chiquillada, claro,
y ella te ha tratado como a un chiquillo y quizás si te comportas como un hombre ella te trate como un hombre porque a lo peor, oh cielos, hasta tiene razón. Y entonces…
…y entonces callas y no le dices nada, porque ella es
muy capaz de darle lecciones hasta a Elise Sutton. No dirás tú que no. Y puede que ella, la bella Calipso que te
tiene secuestrado en su isla, tenga razón y todo. Aunque
eso de hacerse hombre y crecer es muy enojoso, sabe usted, porque dicen que todos los niños crecen, es cierto, pero
yo crecí por aburrimiento, porque no sabía hacer otra cosa
y porque crecer entusiasma mucho a los mayores que dejan de preocuparse por tu inmenso amor hacia las cerillas.
Los muy cabritos. Luego, dicen que te quieren, pero ya de
primeras te quitan lo mejorcito y te abandonan en el cole304
Antonio F. Marín
gio con unos salvajes que babean y luchan por quitarte el
bocadillo. Y allí te haces hombre. Maduras. Aprendes en
seguida que el más fuerte y el más listo es el que merienda.
Luego los mayores te lo prohíben todo, absolutamente
todo, coartando tu iniciativa y creándote traumas innecesarios al cercenar tu creatividad artística mientras te chorrean
con toda suerte de prevenciones y admoniciones. Y no paran con esto y lo otro; que si la teta sólo se le da a los niños
muy pequeños; que si el abuelo no es una momia y por
tanto no se le puede embalsamar con papel higiénico; que
si el calentador de agua no es un cohete espacial al que se
le puede poner una mecha; que si no existe el Campeonato
del Mundo de Meados; que si los polvos del maquillaje de
la mamá no hacen magia; que si para usar la plancha hay
que quitar primero la ropa; que si las medias de rejilla no
sirven para pescar rana; que si los bomberos son los únicos
capacitados para apagar el fuego con la manguera y que el
de la cocina, aunque es fuego, no es fuego (no se aclaran y
se lían).
Así que quizás ella tenga razón, es probable. Vaya
usted a saber. Aunque cuando te despides de ella y bajas a
la calle lo que te tiene en un comecome es saber si la muy
zorra se ha excitado al doblarte sobre sus rodillas porque
todavía no lo sabes, aunque intuyas que algo ha habido y
eso es precisamente lo que te aterra. O te excita. Tal para
cual. Pero no importa, qué más da, te has dicho cuando una
vez en la calle te has parado para mirar hacia su ventana y
has visto que ella se ha asomado para saludarte con su
melosa sonrisa y recordarte que ya os veréis por la feria
porque ha quedado con sus amigas que vienen de Murcia.
¿La feria? Qué feria. No sabes, pero es igual. Lo que im305
Entretiempo
porta es que a ella se la ve feliz porque entonces tú también lo eres aunque tengas que reconocer que ella te gobierna y maneja a su gusto, es cierto, porque es muy celosa
y posesiva. Y porque tú se lo consientes y no protestas,
claro; quizás porque en el fondo te comportas como el
niño al que habías visto en la calle mientras su madre le
daba unas palmadas en el culito y que una vez terminado
el castigo en vez de huir como seria natural, se había acercado a ella para abrazarla buscando refugio en la mujer
que lo había castigado, sí, pero también con cariño. Porque lo quería.
- Eso me suena a complejo de Edipo.
- Sí, doctora, pero aparte de lo de Edipo, ¿qué más
sabe usted hacer?
- No sé, pero tú lleva cuidado porque la mujeres tenemos que admirar al hombre que amamos y no se admira y
respeta al que se deja gobernar.
Es cierto, pero mi bella Calipso me quería manejar
porque era celosa y posesiva, y no por otras razones de
más intríngulis. Y porque era diferente a todas las otras
mujeres que había conocido y, por supuesto, no tenía nada
que ver con Paula, aquella otra niña tan fantasiosa que después de leer Beacul de S.G. Clo’zen, se había entusiasmado por llegar a más en las saludables y naturales fantasías de los juegos de pareja y no atendía a los reparos que
solía hacerle para que se contuviera, por favor, porque
aunque entre dos personas que se quieren todo está permitido si los dos lo disfrutan y no le hacen daño a nadie,
debería tomar en consideración que la mayoría de las
ensoñaciones son postizas porque en la imaginación se ven
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Antonio F. Marín
trucadas y esmeriladas con los visillos de los filtros embellecedores que una vez que se han corrido en la vida cotidiana, nos permiten ver la realidad cruda, sin sordina y sin
aliño; con sus delicias sí, pero también con esa celulitis de
lo cotidiano que no se suele parecer a los perfectos sueños
edénicos que cada uno se borda en la imaginación y en
donde todo es deslumbrante, perfecto e irrepetible. Aunque la realidad no sea así, de verdad, cariño, créeme, hazme caso, le decías a Paula, sin que ella te hiciera caso
porque no atendía a tus razones (dicen que el dictador es el
sumiso). Y te provocaba escribiéndote correos electrónicos desde la oficina en los que te participaba que se había
ido al lavabo y se había quitado el sujetador para estar con
las tetas desnudas bajo la blusa «porque se me ponen los
pezones duros al al pensar en ti -escribía-, porque sé que
soy tuya, que te pertenezco como una perra expuesta y
ofrecida a cuatro patas que restriega su coño por el suelo
suplicándote que te lo folles. Porque sólo con pensarlo se
me ponen los pezones duros como piedras y me gustaría
que estuvieras aquí para que los pudieras rozar, pellizcar,
morder y chupar a tu antojo porque sólo quiero ser eso:
una putita siempre exhibida y ofrecida ante ti por si quieres usarme a tu capricho y para tu exclusivo placer. Porque si no lo haces seguiré siendo mala para que me castigues por no haber sido lo suficientemente puta. Y una vez
que lo hayas hecho, seguiré siendo mala para obligarte a
que me sigas castigando. Gracias por darme tanto placer
y por permitirme ser tu putita. Úsame a tu gusto, sírvete de
mí, porque mi placer es ver que tú lo tienes, mientras te
miro a los ojos y te guardo entre mis labios.
Paula,
307
Entretiempo
(tu puta perrita).
Y lo conseguía, es cierto, porque en esa postura tenía
una mirada que se te clavaba en la columna vertebral. Hasta dentro, muy dentro. Aunque ahora será mejor no menearlo, ni recrearlo, se piensa uno mientras sigo por la
calle preguntándome qué quería decirme mi niña cuando
íbamos a la cafetería. Porque se lo había vuelto a preguntar
y tras murmurar algunas cosas ininteligibles, me había contestado que nada, que no tenía importancia. Y no tendría
importancia, pero a ti te había parecido oír que musitaba
algo relacionado con un ajuar, que se había comprado el
ajuar o que pensaba comprárselo. Pero no le habías insistido. Ya te lo contará, te dices, mientras te estremeces de
pronto por el estrépito de unos cohetes que truenan por
encima de la música de una banda que se acerca entre la
alborozada algazara de los chitos que la acompañan. Algo
pasa, desde luego, ya que huelo a pólvora y quizás tenga
que ver con las fiestas patronales de San Bartolomé que
tocan por estas fechas, y a las que había aludido mi niña,
ahora caigo, cuando me había dicho que nos veríamos por
la feria. Que va a ser eso, claro, porque por ahí asoma el
Tío de la Pita con su dulzaina seguido por los Gigantes y
cabezudos, y por los chitos y chitas que gritan y alborotan
detrás de la comparsa mientras se dirigen a la Plaza de España donde debe de parar la feria que a uno le trae a la boca
el sabor de la infancia que sabe a almendras garrapiñadas,
y que vuelvo a recordar cuando poco después me he acercado al recinto ferial de esta plaza donde bajo los arcos de
colores se apilan las tascas que sacan sillas a las calles
adyacentes por las que uno pasa entre una apretada concurrencia que parece buscar un hueco libre entre la profu308
Antonio F. Marín
sión de silla y mesas que salpican las calles aledañas, si no
se acercan a ver el castillo de fuegos artificiales que se
prende y truena en el arenal del río, bajo el Puente de Hierro, para desprecintar las fiestas con su desparrame florido
por encima de los tejados y de las tascas de feria junto a
las que uno pasa, decía, procurando evitar los empujones y
pisotones de los que andan en demanda de puerto, de una
mesa, pues un servidor prefiere arrimarse a los que se apoyan con el codo en la barra, aunque me las tenga que ver
con Heliodoro Rodríguez, por cierto, aquel vecino que le
daba mucho al caletre sobre intríngulis de mucha enjundia
como por qué permite Dios el mal y no ha hecho un mundo perfecto, estilo Walt Disney, que es una manigua que
uno no sabe explicar, Heliodoro, le he dicho tras pararme
junto a él, porque averiguarlo es tan espinoso como saber
por qué a los cineastas, a los fotógrafos y a los tontos les
gustan tanto las vías del tren.
- Entonces, ¿Dios creo de la nada?
- No; eso se lo dejó a la Ciencia para que ella creara
de la nada.
Me supongo, Heliodoro, porque no esta uno ahora
para teodiceas de tanta miga, médula y sustancia, adiós,
adiós, pues ando por la feria de la vida que no es de carbono, precisamente, sino de bombillas de colores y arcos luminosos que grapan las calles de fachada a fachada mientras suena la música verbenera que retumba en los grandes
altavoces amontonados en el tabernáculo principal del centro de la plaza, junto al obelisco central alzado frente al
pórtico de la Plaza de Abastos con sus pináculos que despuntan sobre una verbena que abajo se cobija en una im309
Entretiempo
provisada pista sobre la que los jóvenes bailan al compás
de la música de orquesta que procura interpretar Lonely
Feeling de Vaya con Dios, mientras los más adultos se
sientan y levantan de las mesas y sillas dispuestas frente a
las tascas de las hermandades y asociaciones culturales
en las que los vecinos se apiparan de salchichas, morcillas,
tocino frito y demás grasas variadas en una concelebración y fritanga que uno rechaza pues tiene hambre sí, pero
de verla a ella pues no consigo vislumbrarla entre el gentío
que pasa aunque me ponga de puntillas para mirar entre el
murmurio de las mesas que se van ocupando, limpiando y
vueltas a ocupar conforme los vecinos se allegan, se empachan, se levantan y se van entre un incesante bullebulle
sobre el que restalla la música de la verbena que va recibiendo a los que desembocan por las cuatro bocacalles
afluentes a la plaza para inmiscuirse entre la maraña de
mesas y sillas en busca de una que ande libre y que no sea
esta, lo siento, porque me voy a sentar yo para esperar a
que aparezca mi chica junto a estas señoras enjaezadas con
perlados collares, y planchados retales, que aluden a eso
que siempre comadrean las señoras cuando se juntan para
hablar de ellas, aprovechando que sus maridos se han acercado a la barra para pedir las cervezas, las morcillas, las
tápenas, las olivicas, los caparrones y la habicas tiernas de
la tierra.
- Pos miaque, Josefa, que anoche mi Manolo me vino
con las mismas.
- ¿Sí?
- Sí, vaya que sí, y luego para nada porque para él
todo es llegar y besar el santo.
- ¿Te besa el santo?
310
Antonio F. Marín
- Sí, y con lengua.
Eso comentan las mujeres mientras sigo esperando a
que aparezca mi niña ya que no la veo por más que mire
por encima de la zambra de las mesas y sillas que me rodean, pues entre el bullicio sólo distingo a Luis Enrique
Villar de los Castizos, el Francés, un paisano que hace
veinte años se escabulló a la vendimia francesa y que allí
plantó viña y hacienda ya que se prendó de una aborigen y
tuvo hijos con ella. Luis Enrique Villar de los Castizos es
de esos fulanos que cuando los suyos ganan las elecciones
cacarean cuellierguidos que se debe a una decisión soberana del pueblo y que cuando las pierden claman emberrenchinados que se debe a una autoritaria regresión democrática porque el pueblo se ha equivocado, según dice
mientras desprecia y se rechifla de la bandera (la de España, porque la de Francia es una bandera de la libertad), y
se mofa de los que creen en Dios porque nadie que sea
ilustrado, moderno y racional cree en él porque tiene la
certidumbre, como el cursiprogre del sobrino de Larra, de
que no existe Dios porque «eso se sabe en Francia de muy
buena tinta». Y entonces…
…y entonces cuando viene al Argaz con motivo de
las fiestas patronales habla de su frans y dice señalándote
con el dedo, que en este país seis unos acomplejados con
respecto a Francia porque Francia es un pueblo culto y
laico cuna de la Ilustración; un pueblo de pintores y escritores de vanguardia que le lleva muchos años de adelanto
a los españoles porque cuando allí se hablaba de progreso
aquí las mujeres todavía llevaban luto; porque allí hay
cultura antes que en este país, son europeos antes que en
este país y son más avanzados que en este país. ¿Has di311
Entretiempo
cho? Sí, vaya que sí. Y uno calla, claro, porque me remusgo que este país es tan bueno o malo como los demás y
tiene las misma miserias, grandezas y honras que cualquier
otro incluidas sus paradojas pues España, como problema,
es una corrala en la que te animan y espolean a que representes en el Ateneo de Madrid la obra Me cago en Dios,
pero te prohíben taxativamente que te cagues en la Virgen
del Pilar porque te corren a hostias, en fin, decía, pues todo
eso que dice Enrique Villar de la grandeur francesa debe
referirse al colaboracionismo con los nazis del Gobierno
de Vichy; a los ilustrados que llevaron a juicio a Flaubert
acusándolo de escribir una novela pornográfica como
Madam Bovary; al gobierno socialista que torturó y ejecutó sumariamente a los ciudadanos durante la guerra de la
independencia de Argel, o a la grandeur de la bomba
atómica. O quizás se refiera, eso va a ser, a la Francia culta
que protegió a los autores del genocidio de Ruanda en el
que murieron 937.000 personas entre hutus y tutsis. Tiene
que ser eso, he concluido, porque lo que hace que los españoles puedan ser menos modernos no es que las mujeres
hayan llevado el velo del luto, sino maneras más reprobables como saltarse las colas, pintar en las paredes, aparcar
en la acera, tirar papeles por el suelo, hablar a gritos, trabajar y vivir de las subvenciones, no respetar los pasos de
cebra o no devolver los libros prestados, ya que esos que
reniegan de su modesto origen para refugiarse en lo inglés
como Borges, o en lo francés como algunos cursiprogres
españoles, nos suenan a esos fontaneros o editores recién
adinerados que para soterrar y encubrir que su abuelo calzaba alpargatas, rebuscan fotos antiguas por las casas de
antigüedades para enmarcarlas, lucirlas en el flamante sa312
Antonio F. Marín
lón recién desembalado y aparentar así que se han tenido
antepasados ilustres de pura cepa. Paradojas de la vida, en
fin, que podríamos decirle al Francés si no se hubiera
marchado ya dejándome aquí hablando solo mientras suena la orquesta que comienza a interpretar Night Owls de
Vaya con Dios, invitándome a seguir con el pie el compás
de la música mientras ojeo a los que pasan, se paran, se
sientan o siguen su camino ladeando unas mesas y sillas
entre las que no la veo a ella por más que estire el cuello
sobre las cabezas de la multitud pues me había dicho que
había quedado con sus amigas de Murcia para acudir a la
feria y que ya nos veríamos por las tascas o las terrazas. O
quizás por la Procesión de las antorchas que antecede a la
próxima representación de Crónica y Leyenda de una Invasión Anunciada, que se iba a escenificar la asociación
cultural Cauce en la plaza Mayor para conmemorar la invasión de la villa por parte de las tropas nazarís de AbulHassan. Una obra que recoge la leyenda sobre una muda
que recuperó la voz para alertar de que los invasores estaban al otro lado de una puente que fue cruzada por los
vecinos de la villa para defender la fortaleza, según se
esculpe en el escudo de la villa con la leyenda Por pasar
la puente nos dieron la muerte.
Pero no la veo venir entre el gentío que pasa frente a
la tasca, decía, porque a lo peor se ha marchado fuera con
sus amigas y de ser así no volvería a verla hasta el día
siguiente, maldita sea, porque ya la echas de menos, reconócelo; ya echas en falta su dulce carácter posesivo cuando te quedabas mirándola embebecido mientras yacía echada sobre la chaise-longue y tú te sentabas en la alfombra
para mirar como metía su mano bajo la braguita y movía
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Entretiempo
sus dedos entre los labios de su vulva para acariciarse hasta que se corría, la muy zorra, y entonces dejaba caer la
mano para ofrecerte los dedos, todavía húmedos, que tú
chupabas uno por uno celoso de ellos por haberla conocido tan íntimamente, pero también gozoso como el niño que
por fin ha conseguido el chocolate de la alacena tras entrar
furtivo en la despensa. Es que soy muy glotón, le habías
dicho, porque contigo me hago niño para jugarlo todo. Sin
miedo. Y era cierto. Entonces y ahora, en el Argaz, cuando me he levantado de la mesa de la tasca y me he alejado
de la feria pues he decidido volver a buscarla a su casa a la
que he llegado poco después más animado pues he visto
que hay luz en su piso y supongo que sí estará. Menos mal,
he suspirado aliviado cuando he entrado en el portal y me
he cruzado con María, aquella chica de 19 añitos que luce
su habitual cola de caballo y a la que he saludado, qué coincidencia, antes de subir al piso muy chuscarrado pues
había estado buscándola por la feria y ella me había dado
plantón sin ninguna razón. Así que he entrado en su piso,
me he desnudado en la puerta de su habitación, he dejado
las ropas dobladas en la silla y he entrado en su cuarto
dispuesto a reprocharle que no hubiera acudido a la cita.
Pero no la veo. ¿Dónde estará?, ¿dónde esta?, te preguntas
mientras la buscas por el cuarto de baño y por la cocina.
No está, no sabes por dónde para hasta que oyes el repiqueteo de sus tacones por el pasillo y vuelves a su cuarto
para esperarla con cierta zozobra porque sabes que cuando se pone de tacón para andar por casa es que algo maquina. Algo pretende. Algo trama. Y cuando ha entrado en la
habitación se ha sentado en el borde de la cama vestida con
sus zapatos de alto tacón, su ajustada falda de tubo que
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Antonio F. Marín
encumbra sus hermosas pantorrillas y una blusa blanca que
trasluce sus oscuros pezones, casi idéntica a la que le habías visto a María al cruzarte con ella. Y tú la miras muy
serio porque aunque se la vea arrebatadora con su exquisita elegancia, esta vez no vas a caer en su embrujo, no vas
a transigir y piensas ponerle las cosas claras. Menudo eres
tú, te has dicho mientras permaneces desnudo ante ella y
ves que se levanta, se da la vuelta, se quita la blusa, deja
caer la falda al suelo y te enseña su hermoso culo sin ningún recato. Y tú te arrodillas y lo besas con fervor hasta
que se da la vuelta y te planta ante la cara el triangulo de
la tela que apenas tapa el cortito vello de su sexo y sus
preeminentes labios, que vuelves a besar despacio, con
parsimonia, saboreando su humedad y el sabor a ella que
rezuma la tela. Está excitada incluso antes de verte.
Y huele tan bien…
Pero ella te aparta, se sienta, clava sus ojos en tus
ojos, se lleva el dedo índice a los labios y te señala el suelo
para que te arrodilles frente a ella y pongas las manos en
la espalda para que así pueda pellizcarte y rozarte los pezones con la yemas de los dedos mientras te explica que no
ha podido ir a verte porque ha estado esperando a sus amigas pero que ellas no han venido y no ha podido ir a buscarte. Créelo. ¿Creerla? No puedes, claro que no, y te pones serio. Muy serio y enfurruñado, mientras la miras a los
ojos y le mantienes la mirada de hito en hito porque eso
para ti no es excusa pues has estado esperándola sin que
ella hubiera aparecido y eso es imperdonable y no estás
dispuesto a aguantárselo. Eso lo tienes muy claro. Clarísimo.
- Pídeme perdón –te dice.
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Entretiempo
- Perdóname -le contestas.
Y entonces sonríe, te besa con delicadeza y comienza a quitarse el sujetador, la braguita y las medias que tú
vas cogiendo con cuidado para besarlas, aspirar su aroma y
volverlas a besar antes de echarlas sobre la butaca. Y cuando vuelves a mirarla ves que no. ¿No? No. Y entonces te
giras para recoger sus ropas y las dejas bien dobladas
sobre el respaldo. Y luego los zapatos que colocas juntos
bajo el sillón donde además te encuentras unas bragas tiradas que se ha olvidado y que no parecen que sean suyas
pues son más pequeñas y eso es extraño, te piensas mientras las miras buscando la talla que no encuentras porque
ella te las ha arrebatado de sopetón, las has escondido bajo
la almohada y te ha hecho un gesto para que te acerques
más a ella, entre sus muslos, porque quiere ver si le has
sido fiel, según te dice, mientras te coge las pelotas con
la palma de la mano, las acaricia ligeramente con las uñas
y las sopesa una y otra vez, se conoce que revistándolas
para ver si te habías satisfecho, si las has vaciado con tu
egoísta placer sin querer compartirlo con ella. Y cuando
confirma que andan trastesadas, que siguen llenas y que
guardas intacta «su» despensa, según te dice, ha sonreído
satisfecha y te ha ofrecido la llavecita de oro encerrada en
un círculo que cuelga de su cuello para que la beses, porque la llave la tengo yo, canturrea. Y yo abro y cierro
cuando quiera y como quiera. Y luego te ha besado y lamido los labios con delectación mientras tú sientes el repentino arrebato de comportarte como un hombre, como un
macho de verdad, para cogerla de la cintura, doblarla, ponerla en cuatro y penetrarla con ímpetu para hacerla tuya
como debería hacer el hombre que se supone que eres. Y
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Antonio F. Marín
penetrarla cálida y jugosa con embestidas fuertes y acompasadas que sólo detendrías para moverte en círculos antes de volver a rebotarle tus pelotas contra su vulva, una y
otra vez, hasta que ella apoye la mejilla contra la sábana y
se corra como una guarra. Pero no. Ella no es una guarra,
qué va, todo lo más un pelín golfa, un poco puta y una
miaja zorra; es decir, la dulcinea soñada por un tipo como
tú. Y además ya obraste así y la perdiste, recuérdalo, toma
nota y aprende que no es así, que no es por ahí y, entonces…
…y entonces será mejor que te dejes llevar por ella
que ahora te sonríe mientras sus pechitos púberes brincan
como peritas dulces cuando se mueve para coger la braguita del sillón y ponérsela de nuevo impidiendo que tú se
las bajes con un manotazo, porque estás castigado por malo,
te dice mientras se mete en ellas. ¿Por malo? Sí, por malo,
porque cuando el otro día te presentó a sus amigas habías
dejado que ellas te besaran en la mejilla. ¡Pero si sólo era
un gesto de cortesía....! No importa!, no quiere que ninguna mujer te bese, aunque sólo sea en la mejilla, te ha regañado cariñosa, sí, pero también estricta, como una madre
que gobierna a su hijo, pero porque lo quiere.
- Eso me sigue sonando a complejo de Edipo, a amor
de madre.
- No, doctora, lo que ocurre es que algunos le tenemos mucha afición a las madres porque ellas son muy cariñosas y tiernas. Más que las hijas, incluso. Mucho más.
Y como tienen más experiencia que ellas saben usar la
lencería, los tacones, las faldas de tubo o las medias con
costura. Y te lo hacen todo sin objetar fútiles excusas como
que por ahí no, que les duele. O que no te masturban con
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Entretiempo
las tetas porque nunca lo han hecho y no saben. Las madres saben hacer «cubanas», te hacen arroz a la cubana y
además te llevan el desayuno a la cama. Las hijas no, sabe
usted, porque además de negarse al trámite te obligan a
madrugar para acompañarlas al trabajo porque para eso son
ellas las que trabajan, te dicen con retintín para restregártelo por la cara. Para que se lo agradezcas. Son insolentes y
maleducadas. Aunque también es honesto reconocer que
hay madres con las que no es fácil el compadreo, desde
luego, porque ha habido alguna que se ha negado al frenesí
con excusas peregrinas y hechos circunstanciales como que
está casada con el padre de tu novia, que es un argumento
avieso, perverso y maquiavélico que te ponen para no darse a la concupiscencia. Son malas, retorcidas y crueles.
Aunque a mí nunca me han dicho las madres eso. Generalmente me suelen decir que su hija está a punto de llegar, o
que su hija está en la cocina, o que no lo hagamos en la
cama de su hija porque es muy descarado. Así que donde
estén las madres que se quiten las hijas, decía, excepto mi
chica, claro, que en el piso de El Argaz se ha levantado de
pronto para acercarse al ordenador porque parece que se
ha acordado de algo. ¿Qué querrá? No lo sabes, pero se ha
metido en la página web de tu correo electrónico con la
clave que te había pedido hacía tiempo y que le habías dado
sin rechistar, aunque supieras que la quería para registrarte el correo cuando le diera la gana. Eso había dicho. Pero
ahora no sabes qué pretende, qué querrá, aunque te lo
imaginas cuando ves que se ha fijado en un mensaje que te
había enviado una chica para alabar tu último libro y que
se conoce que no le ha gustado porque te señala con el
dedo y te regaña por esas confianzas que ella no puede
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Antonio F. Marín
tolerar. Nunca lo permitiré, te ha reprochado severa mientras te coge la cabeza con las dos manos y la empuja contra la fina y traslúcida braguita que cubre los abultados labios de su sexo y que tú lames con recreo porque quieres
arrebañarla y comértela de arriba abajo y de abajo arriba.
Pues cómeme, te sugiere ella. ¿Cómo?, le preguntas encogiendo los hombros. Y ella cabecea, que tonto eres, y se
va al cuarto de baño para regresar con una pequeñas tijeras
que pone en tu mano antes de volver a sentarse para quitarse la braguita. Y tú las miras y comprendes por fin lo que
quiere y entonces le recortas el ya cuidado vello de su
sexo que vas dejando caer en la palma de la mano hasta
que ella te dice que pares, porque es suficiente, y se lleva
la palma de la mano a la boca en un gesto que tu comprendes, e imitas, para tragarte los pelitos de su sexo y comértela así entera, antes de abalanzarte de nuevo sobre sus
protuberantes labios para seguir besándola, lamiéndola y
bebiéndotela a través de su abrupta hendidura, una y otra
vez, hasta que notas que te sujeta la cabeza con las manos,
la aprieta contra su sexo y se arquea y estira mientras gime,
suspira y se corre sobre tu cara humedeciéndotela como si
te hubieras comido una sandía jugosa que a ti te sabe deliciosa y fresca. Muy fresca. Para relamerse. Porque además se la ve muy hermosa cuando después de haber gozado se ha quedado reposando plácida para recuperar el aliento, mientras tú la miras fascinado. Está preciosa. Bellísima. Aunque de pronto se levanta, te da un beso y saca de
debajo de la almohada la braguita que habías encontrado
en la butaca y la guarda en el cajón de la mesilla, mientras
te dice que la esperes por la feria, porque tiene que ver si
han llegado ya sus amigas.
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Entretiempo
- Y que no me entere que miras a otra que no sea yo –
añade.
- ¿No te fías de mí?
- De ti sí, pero de las que no me fío es de las mujeres,
porque no voy a permitir que ellas me quiten a mi hombre.
No me van a quitar el novio.
Y tú callas, te vistes, te despides y te vas sin porfiar
más con ella porque intuyes que todavía le dura el despecho por el correo de la admiradora y sigue enojada. Ya se
le pasará, te dices mientras sales del piso preguntándote
de quién serán esa braguitas que ha guardado porque suyas
no son, eso es seguro, pues eran de una talla más pequeña
que la que ella gasta y entonces uno no sabía, y no sabe, de
quién podrían ser aunque me supongo que deben de pertenecer a alguna de sus amigas con las que espera encontrarse por un recinto ferial al que no he llegado porque de pronto
me he recelado que la concurrencia seguirá su chapoteo
festivo entre morcillas, cervezas y grasas variadas. Y uno
no está para semejantes tragantonas, por lo que he vuelto al
hotel para llamarla, decirle que estoy cansado, que prefiero
dormir y que lo comprenda, por favor, porque efectivamente ella lo comprende y me aconseja que descanse y
que ya nos veríamos al día siguiente por el recinto de la
feria, por la noche, porque por el día no podía pues tenía
que hacer alguna gestión. Mejor, se piensa uno cuando he
colgado, porque así podría aprovechar para emplearme en
rematar la historia del tesoro de la Chinica y ventilar una
vez la muerte de Juan Carmelo del Carmelo. Pero antes
debería llamar al director de la revista para participarle
que del reportaje no había nada nuevo porque por ahora no
320
Antonio F. Marín
sabía más, lo siento, y tendría que esperar por lo menos
hasta el día siguiente, hasta mañana, cuando me he despertado, he desayunado, he consultado los apuntes y he decidido seguir con el trabajo aunque no tenga mucho. Y me
he metido en Internet para ponerme al día de las últimos
sucesos porque por aquí dicen que el Partido Comunista
Chino ha aprobado la propiedad privada que no sé si es una
noticia, una paradoja o un oxímoron. Vale. Y también leo
que ha muerto el escultor vasco Eduardo Chillida, el orfebre de la piedra, que ya no podrá culminar su obra cumbre, el museo bajo la montaña de Tindaya, en Fuerteventura, porque los ecólogos ludistas reaccionarios de la piedra
y el sílex, tienen decretado que es una montaña sagrada
intocable, la Kaaba, el Talmud o La Biblia en pasta. Y no
se puede tocar, joer, ¡anatema, anatema!, decía, aunque también haya patrimonios que se deben conservar, claro, como
el entorno del río Segura que, según leo en esta otra página web, se quiere salvaguardar con el Proyecto Nutria que
busca la conservación de esta especie en el río. Bienvenido sea, me digo, porque es un empeño encomiable que nos
permite rebrincar de alborozo ya que hay que preservar
todo aquello que sí merece la pena para que la antigüedad,
como en el ejército, no sea un grado. A lo menos, he exclamado mientras paso a esta otra web en la que se nos dice
que el intelectual americano Noam Chomsky ha declarado
que ser inteligente es usar la inteligencia para optar por lo
más justo. Eso cree él, claro, porque uno no sabe qué
decir ya que en una tribu caníbal qué es lo más inteligente
y justo: ¿no comer carne humana como en Occidente, comerla entre unos pocos o repartirla entre toda la tribu? …
Uno no sabe, decía, aunque parece que éste también va a
321
Entretiempo
tientaparedes, que pase el siguiente, por favor, porque uno
duda y, entonces, será mejor que aperree con mis negocios
y zozobras y que pase a mejores industrias pues lo que de
verdad me apremia es amartillar el asunto de la muerte de
Juan Carmelo para saber de una vez si había sido asesinado antes de caer al río, si había sido empujado aún vivo o
había muerto tras caer al Cañón de Almadenes Y desentrañar, además, si hay o no hay un tesoro oculto bajo la
Chinica para poder así rematar el trabajo y solazarme con
ella, con tu niña, a la que podrías coger de la mano para
decirle que la quieres y que la necesitas para sobrevivir
porque ahora sí que tienes algo que perder. Y sin ella la
vida se hace larga, muy larga.
Así que me he propuesto bajar a la cafetería para
desayunar algo sólido pues se me ha pasado el tiempo divagando y eso me ha dado mucha gazuza y no me hace
sentir bien. Y todavía me he sentido peor cuando en recepción me han dado un sobre con la notificación de una multa de tráfico que es sorprendente, si sopesamos que uno no
tiene coche. Una minucia. Así que resuelto a desarrebujar
este nuevo entuerto y a rematar aquella historia de la Chinica y de la muerte de Juan Carmelo, me he acercado al
Argaz por el camino del Maripinar y he subido luego despacio hacia el barrio antiguo canturreando Desolado del
grupo Pastora pues no tengo prisa, no debo tener prisa y he
de aprender a no tener aceleros porque si sabes que al final
del camino te espera la muerte para qué correr. No hay
prisa. Ninguna, ya que la muerte dura mucho; una eternidad que se pasa volando.
Y entonces he seguido mi paseo, decía, para allegarme a la adoquinada y recoleta Plaza Mayor, donde el Ayun322
Antonio F. Marín
tamiento, pues quiero vérmelas con el alcalde, por lo de la
multa, suponiendo que pueda, claro, porque cuando he llegado a la referida plaza he advertido que el Ayuntamiento
está cerrado debido a las fiestas patronales, maldita sea, y
que por la adoquinada plaza sólo asoman las palomas que
se cobijan por los tejados de la iglesia vecina, la basílica de
la Asunción, y que ahora aprovechan que no hay nadie para
picotear los restos de pan que han quedado de los bocadillos de los chitos, porque por el lugar no se ve a nadie excepto a Pancho Panceta Martínez Arrieta, el concejal de
Políticas y Problemáticas, al que he abordado en el interior
de su coche mientras lee el editorial de su periódico adicto
para saber qué va a pensar hoy, cuál es el pensamiento plural prêt à porter que le han confeccionado los editorialistas
para que todos los adeptos piensen ese mismo plural, del
mismo corte y confección.
- Venía a solucionar un problema que tengo con una
multa, porque resulta que…
- Resulta que eso se soluciona con el diálogo – me ha
contestado.
-Me alegro, porque es lo que yo pensaba.
-Y mediante el consenso.
-Claro, pero qué me dice de la multa.
- Le digo, que la ciudadanía es la base de la convivencia que consiste en respetar y ponerse en el lugar del
otro para saber qué piensa a fin de vehiculizar las problemáticas.
- ¿De las políticas?
- Y de las problemáticas.
- Pero, y qué hay de mi multa.
- Eso se soluciona con el diálogo.
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Entretiempo
- Claro; eso es precisamente lo que yo pensaba.
- Y con la tolerancia, la transparencia y el pluralismo.
- Y con el consenso, se le ha olvidado el consenso.
- Exacto, y con el consenso.
- Y con el diálogo
- Eso y con el diálogo.
- ¿Y qué hacemos con la problemática de la multa?
- Pagarla; démosle a la política lo que es de la política y a la caja lo que es de la caja.
Bueno, vale, de acuerdo. Sí, pero no, le he dicho al
despedirme de él, porque uno también es ferviente partidario del diálogo, el consenso y la tolerancia y por tanto
dejará que procedan al embargo del coche, que no tengo.
«Y si ladran es porque cabalgamos» que se dijo el Quijote
y que bien se pudo decir Hitler mientras invadía Polonia.
O algo similar, me he supuesto mientras me vengo callejeando por el barrio antiguo hacía la parte más moderna
del pueblo por donde me he topado con unos tipos que
siguen a otro que oculta una tela roja y amarilla doblada
bajo el brazo mientras se alejan a hurtadillas calle abajo.
¿Dónde irán?, me he preguntado en plan buscavidas mientras me vuelvo para mirar y ver que el sujeto que los encabeza se han parado frente a un portal y se ha vuelto para
escudriñar a un lado, y al otro. Hacia allí y hacia aquí. Y
de nuevo hacia allí, y hacia aquí, hasta que ha asentido con
la cabeza y los demás han entrado detrás de él en un portal
al que me he acercado con sigilo para fisgar en él pues
aunque me recelo que la tela amarilla y roja que ocultan
debe de ser para hacer la luna por las tierras de Albacete,
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Antonio F. Marín
uno ya anda un tanto escamado porque aún es de día y
aquella conducta no es muy canóniga. Así que he entrado
en el edificio y he bajado por unas escaleras que dan acceso al aparcamiento del sótano donde me he quedado oculto tras una columna que me permite ver como se acercan a
un poste y cuelgan de él una bandera de España, la constitucional que llevaban oculta bajo el brazo, y que izan para
rendirle un homenaje clandestino que a uno no le extraña
ni asombra, la verdad, pues tras la dictadura y con el advenimiento de la democracia, para que se te permitiera decir
que amabas a España te tenías que ir a Sudamérica, nacionalizarte allí en algún país, y volver luego a España para
poder profesar amor a la madre patria, a España, y que no
te marcaran en la frente con el estigma de fascista pues
este es un paisripé de cuchufleta y chichinado que se abochorna de su bandera nacional y la esconde incluso en la
boda del Príncipe de Asturias, del futuro jefe del Estado.
Un desdoro que a uno lo hace sentirse cada día más checoeslovaco, y a mucha honra, me he dicho mientras salgo del
edificio, paso por la puerta de la imprenta Gráficas Cieza y
de la inmobiliaria Comprarcasa, que regenta Manuel Lucas, y subo a la explanada de la Esquina del Convento donde me he dado con unos jóvenes que se apostan ante unos
caballetes para pintar la ciudad, porque creo recordar que
se celebraba el Concurso de Pintura al Aire Libre en el que
los participantes tenían que plasmar las estampas urbanas
que ellos mismos habían elegido, mientras los vecinos se
apretujaban detrás de ellos para atisbar el lienzo por encima del hombro. Pero uno tenía hambre y dejé de ojear de
puntillas para ir a comer que ya se sabe que en todos los
trabajos se fuma y en algunos incluso hasta se come, pon325
Entretiempo
gamos que en la cafetería Tiffany’s del Paseo, donde poco
después me atiende su propietario, Pascual el Floro, que
me ha ofrecido un caldero del Mar Menor que aunque no
esté cocinado por la laguna de la costa, lo degusto con
leticia porque la verdad es que uno lleva hambre atrasada.
Aunque de segundo tomaré habas a la ciezana, sí, pues sabía que se preparan en un suculento sofrito que gusto complacido antes de rematar de postre con la trenza ciezana,
sí, por favor, y con un café cortado que me bebo mientras
navego con el portátil por Internet y me entero de que en
unos grandes almacenes han detenido a un tipo que usaba
una cámara de fotos para retratar a las mujeres bajo la falda, en una empresa o divertimento que se denomina upskirt y que es un recreo al que un servidor se alista con sumo
gusto pues también se place en verle a las mujeres las
braguitas y los muslos bajo la falda desde que en el colegio
se nos caía el lápiz coincidiendo siempre con la presencia
de la profesora más estupenda. Aunque el muchacho detenido se dedicaba a hacer las fotos bajo un puente que ya
es lijar la pana, sabe usted, porque hay que tener mucha
paciencia para esperar debajo de un puente a que pase una
tía buena y que en ese preciso momento sople el viento y se
le vuelve la falda. O que ella se apoye en la baranda para
ofrecerte la visión de su culo y sus braguitas. Y que además ella esté en el puente el tiempo suficiente para que tú
puedas bajarte los pantalones, hacerte una paja y correrte.
Difícil empresa si además tienes que hacerle indicaciones
a su novio para que no se vayan y aguanten un poco más,
porque tú todavía no has terminado. No hay que ser perverso, qué va, sino un tipo con una pachorra infinita para
esperar debajo de un puente semejante circunstancia. Y yo
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Antonio F. Marín
que me creía el más perverso de todos los perversos fetichista, resulta que me he encontrado con un tío que me
gana. Qué se le va a hacer. No siempre se puede ganar.
Pero en el Argaz, decía, he acabado el café y he salido a la calle silbando Say What You Want del grupo Texas,
para distraerme y no pensar, cultivar el jardín , y topetarme de pronto con Juan Bautista Pagán que al verme se ha
apresurado a darme la mano y me ha ofrecido una amplia
visión del escote de su camisa por el que aparecen los tirantes de la camiseta interior que mete en unos ligeros pantalones que cuelgan sobre sus zapatillas de rejilla. Juan
Bautista está casado con Vicenta Ribera y ambos se solazan en su tiempo libre enrolándose en todas las excursiones comerciales que se organizan en el Argaz, como las
que fleta una empresa de colchones para llevar a los jubilados a un hotel de la costa de Mazarrón y darles gratis el
desayuno, la comida, y unas charlas, ya de paso, sobre las
bondades del colchón que manufacturan por si lo quieren
comprar, pero «sin compromiso», claro, que bien lo sabe
Juan Bautista Pagán porque acude a todas las excursiones,
también sin compromiso, ya sean éstas para el fomento y
promoción de los referidos colchones, la venta de juegos
de mantas e incluso de vaporetas para la limpieza; aunque
él lo haga mayormente por el condumio que ofrecen de
bóbolis tras la preceptiva conferencia comercial a la que se
ha de asistir obligatoriamente, es cierto, pero procurando,
según dice, que te sienten en la última fila del salón para
salir los primeros cuando toque el yantar y la pitanza. ¿Has
dicho? Lo que yo te diga, aunque últimamente tenemos
que llevar cuidado porque cuando ven que vas a todos los
viajes y que no compras nada, se quedan con tu cara y te
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Entretiempo
tratan sin ninguna consideración. Una adversidad a la que
Juan Bautista no le echa cuentas porque él se hace la cuaresma de volver a hacer otro viaje con la Vicenta en cuanto lo anuncien en el Hogar del Jubilado.
Juan Bautista Pagán se acompaña de su amigo Saturnino J. de la Breva que es un tipo muy de derechas al
que le han inculcado mala conciencia por serlo y que para
hacerse perdonar tan maléfica militancia se proclama republicano, antiamericano y anticlerical, sobre todo anticlerical, para arremeter contra la Iglesia, pasar así por moderno y congeniar con Juan Bautista, porque aunque ellos
se hermanen con partidos que son ideológicamente adversos, los dos comulgan mucho en común pues ambos son
de esos españolitos rancios y castizos con alubias con chorizo, que cuando están en la oposición y se manifiestan y
gritan por las calles es en ejercicio de la leal oposición,
pero cuando llegan al poder y la oposición se manifiesta
contra de ellos, lo achacan a una campaña orquestada para
provocar la crispación y no dejarlos gobernar, sabe usted,
que es que algunos propios al llegar al poder sólo conciben una democracia de rodillas juntas que jamás debe descruzar las piernas porque son tan burriciegos que sólo conciben una opinión plural ya pensada, en potitos, pues es
menos aperreado que te den la comidita ya pensada y cortada en trocitos para que no te atragantes con un pensamiento cómodo y digestivo a base de verduritas, hervido
y pescado a la plancha que te evite la fatiga intelectual,
porque en el partido el pensamiento te lo damos ya pensado de serie para que estés así recogido, seguro, sin miedo
y calentito en la placenta del rebaño en el que te sentirás
amamantado y arrebujado por la mamá del pensamiento
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Antonio F. Marín
único, correcto y aseado que te hará sentirte protegido como
esos presos que una vez que los ponen en libertad vuelven
a delinquir para volver a la cárcel donde todo es seguro,
ordenado, estricto y controlado ya que existe incluso una
ley interior carcelaria elaborada por los mismos presos, que
es de más rigor aún que la de la calle, paradojas de la vida,
claro, en fin, decía, porque en el Argaz he seguido atento a
lo que ellos me dicen pues Juan Bautista Pagán es además
compadre de Juan Carmelo del Carmelo y podría saber algo
sobre su muerte. ¿Sobre Juan Carmelo? No mucho, la verdad, pero algo si que sabe porque se acaba de enterar de
que unos padres de la vecina localidad de Calasparra han
acudido al cuartel de la Guardia Civil después de saber que
sus hijos habían visto a Juan Carmelo por el Cañón de Almadenes. ¿Has dicho? Sí, porque parece que Juan Carmelo se había tirado al agua para salvar a uno de ellos que
había caído al cauce, pero con tal mala fortuna que después
de poner a salvo al chaval, se lo llevó la corriente aguas
abajo. ¿Estás seguro? Sí, joder, lo que pasa es que los niños se asustaron porque andaban por el río después de
hacer novillos y no dijeron nada en sus casas para no tener
problemas. Y porque el viejo aquel, además, no era de la
localidad, nadie lo conocía y era mejor para ellos callar.
¿Eso es cierto? Sí, hombre, lo que yo te diga. Pues, vaya
chasco, joder, porque de nuevo sabía de los sucesos por
los demás y si lo que decía él era cierto no había lugar
para citas con extrañas mujeres, amantes despechados o
deudas de juego. Y al final resulta que las cosas eran tan
sencillas como parecían. Y del tesoro bajo la Chinica, qué
saben. Nada, no hay nada más que repelar, me dicen.
Así que creo recordar que me quedé un tanto desa329
Entretiempo
quellado, sabe usted, porque parece que no había historia
que contar ni dineros que sacarle al reportaje. Y otra vez
volvían a sobrevolar por mi cabeza los buitres del fracaso.
Una vez más. Y esta vez a peor, sin fracasar a mejor como
aconsejan los peritos en los mixtos de crujío, sino marrando a peor, maldita sea, he exclamado cuando me he despedido de ellos y me he acercado hacia la explanada lateral
de la Plaza de Abastos, junto a la Plaza de España, donde
se apiñan los vecinos ante los tenderetes de marroquinería
y bisutería regentados, mayormente, por norteafricanos que
saludan con sus blancos dientes a los que pasan, ¡barato!,
¡barato!, mientras que al fondo, junto al parque infantil,
veo que Pepe y Pepe dialogan pecheándose y cogiéndose
de las ropas para procurar que el otro caiga al suelo mediante ese ardid de caballeros que desde hace siglos se conoce por zancadilla y que aquí consigue que uno de ellos
dé con su espalda en las baldosas.
- Vamos a entendernos – le dice Pepe a Pepe subiéndose encima de él.
- Pero no me aprietes el cuello que me ahogas -le
responde Pepe.
- Y encima provocando la crispación.
- Es que no puedo respirar.
- No seas histérica, porque sacas los peor que hay en
mí.
- Por favor, que me matas.
- Con esa actitud solo agudizarás el conflicto.
- Pero es que no puedo más.
- Cállate, porque así sólo consigues arrimar las llamas a donde sólo hace falta luz.
- Pero es que me haces daño.
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Antonio F. Marín
- Y, encima, dándome disgustos, no haces más que
darme disgustos y deberías tomarte una pastilla porque te
veo muy nervioso.
- Pero no me aprietes, que no puedo respirar.
- No chilles, hombre, porque así no serás dueño de
tus silencios y serás esclavo de tus palabras.
- Es que me asfixias.
- Sí, pero yo lo que quiero es que nos sintamos los
dos cómodos y que tú seas más simpático y tolerante.
- Pero no me aplastes.
- No chilles, hombre, porque por mucho que chilles
no conseguirás tener más razón, sino solamente crear más
confusión.
- Esto no es justo.
- ¿No es justo?, muchas, leyes, hombre, tú lo que tienes son muchas leyes.
Y Pepe le sigue apretando el cuello a Pepe con la
anuencia de una vecindad que, como un servidor, mira pasmada su diálogo conciliar hasta que de pronto caigo en el
detalle de que aquello no es un espectáculo de los títeres de
la cachiporra, sino una tragedia sin máscaras y en carne
viva que impele a hacer algo porque se debería hacer algo,
alguien debería hacer algo, tú tendrías que hacer algo. Quizás emplazar a ese vecino que mira para que me ayude
a separarlos y evitar, sobre todo, que se entiendan a mamporros o que en su defecto u/omisión lleguen a algún acuerdo, pacto, convenio, concierto, resolución o tolerante providencia negociada a golpes.
- Yo no me meto en política -se excusa el tipo al que
recurro-. Soy apolítico, y sólo quiero que haya paz y traba331
Entretiempo
jo para todos.
Pues yo también lo soy, le he replicado antes de darme la vuelta para alejarme de allí porque a quien San Pancracio se la dé, San Perejil se la bendiga pues me voy a
dormir la siesta, la canóniga, que es un compromiso ético
y eudémico que tiene un servidor consigo mismo. Y a mucha honra. Aunque si lo razonas con sosiego, cálmate hombre, advertirás que con ese desistimiento propicias que el
fuerte abuse del débil haciéndote partícipe de ese avasallamiento, por lo que deberías volver para separarlos. Ya mismo, me he dicho mientras vuelvo al lugar y veo que no
están porque se conoce que se han separado y se han ido.
Otro fracaso. Uno más. He vuelto a llegar tarde, qué se le
va a hacer, he exclamado mientras veo venir a Angelino
«el cabra» trompeteando con un matasuegras y con ánimo de pararse, porque se para, se sube el pantalón hasta
casi la barbilla y luego me ofrece la mano.
- Mi barrio no se expande, mi barrio no se expande me ha dicho sonriendo alborozado mientras me la aprieta.
Claro, Angelino, tú barrio no se expande. Ni el mío,
ni el de aquel, ni el de esa chica que acaba de pasar en silla
de rudas acompañada por su madre y que al ser parapléjica
de nacimiento, no conoce otra cosa que la parálisis y ya
sabe que su barrio no se expande. Y que además no puede
cargar con estúpidos pecados originales de otros pues sólo
a los envilecidos inmorales se les ocurre echar pesados fardos sobre la espalda de un inocente ya que ella, además,
no puede imaginar, como John Lennon, un mundo sin países, sin religión y sin nada por lo que matar o morir porque
eso lo imaginaron antes los Bonobos, que resulta que son
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Antonio F. Marín
monos. Una minucia. Y porque en ese mundo imaginario
de algodón de azúcar, ella también sería paralítica y si Dios
ha muerto y en su lugar tenemos a Maradona, la culpa es
del toro que no embiste.
- Dónde está Dios, dónde está Dios –me ha gritado
Heliodoro Rodríguez al pasar por la otra acera.
- En la cruz, trabajando.
Fichando en el curro para dar ejemplo, señalando el
camino y pasando él también por el aro aún con dudas,
«Dios mío, por qué me has abandonado», pero con la esperanza de «en tus manos encomiendo mi espíritu». Porque si todo esto es obra de la casualidad y después de la
muerte viene más muerte, esta chica quedaría sin respuesta a su sufrimiento y Hitler o Stalin seguirían humillando
eternamente a sus víctimas. Habrían triunfado aún después
de muertos.
- Dios ha muerto.
- Sí, Heliodoro, pero el mal sigue muy vivo.
O eso parece, Heliodoro, adiós, adiós, porque yo me
marcho de aquí porque más no sé, ni nadie lo sabe ni lo
sabrá, en esta vida, pues sólo podemos suponer que quizás Dios sea demasiado humano y obre como un servidor que cuando era pequeño y me encontré en una maceta
de la terraza un pájaro que se había caído del nido, lo dejé
allí abandonado mientras piaba llamando a la madre porque ya sabía de otras veces que no podía hacer nada porque si lo cogías y alimentabas se moriría. De tristeza. Y se
morían, porque todos los que alimentaste terminaron palmándola. Era mejor entonces dejarlo allí en la maceta y
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Entretiempo
esperar a que la madre acudiera a alimentarlo, a darle de
comer y de beber, hasta que creciera y pudiera echar a volar, como hizo, aunque en aquéllos días de incertidumbre
tú sufrieras por él y sólo pudieras ayudarle situándolo en
un lugar a la sombra y bien visible para que la madre lo
viera y pudiera acudir a darle de comer.
- ¿Nada más?
- Nada más, doctora, y aunque parezca cruel. Porque
es mejor dejarlo ahí para que su madre lo saque adelante o
se muera, libre, y que se lo coman las hormigas que también son animalicos de Dios y también tienen que comer,
claro, porque lo mismo haríamos con una gacela aunque al
soltarla alguien nos pudiera tachar de crueles por dejarla
libre para que se la pueda comer un león, pero es mejor
dejarla suelta que meterla en un zoológico muy protegida,
pero presa. Y porque aunque pudiéramos crear un mundo
perfecto en el que los leones le dieran besos a las gacelas,
comieran verduritas y todos ellos bailaran juntos un vals,
no sería un mundo vivo con los leones y gacelas que admiramos, sino una película de Walt Disney. O una maceta de
plástico en la que nada muere, pero nada vive, porque la
vida «surge sólo donde hay imperfecciones», según dicen
los listos, los científicos.
- Pero Epicuro o Hume te podrían objetar que si quieres evitar el mal del gorrión y no puedes no eres todopoderoso, no eres Dios, y si puedes evitarlo pero no quieres,
entonces es que eres malo.
- Sí, es cierto, pero es que la creación requiere libertad, finitud y por tanto imperfección porque ni Dios puede
crear helados de calor. Y no porque no sea todopoderoso,
sino porque debe de saber que de hacerlo no sería ni hela334
Antonio F. Marín
do ni calor, o sea, obviedad al canto y soplá por no comer.
Y entonces…
…y entonces la pregunta sería si aún sabiendo que
no podría crearlo perfecto al ser finito y con obvios imperfecciones, por qué se empeñó en su creación; por qué persistió en ella al bajar a la tierra como hombre para ser
crucificado por su propia obra, para padecer él mismo las
consecuencias de su obra imperfecta y finita. Nadie lo sabe.
Sólo son suposiciones. Sólo queda la fe como abrigo de la
sospecha de que, pese a todo, ese Dios sólo puede querer
el bien para los suyos porque para hablar de Él tenemos
que partir de que si existe busca el bien porque si no, no
sería Dios. Podría ser una anchoa o una tostadora, pero
nunca Dios.
- Por qué te caen tan mal las tostadoras.
- No lo sé, pero es que dan mucho el tuestón.
- El tuestón lo daría una tuestadora y estamos hablando de una tostadora.
- Pues entonces da mucho el tostón, aunque quizás
todo se deba a un trauma infantil desde el día que la tostadora me puso en evidencia que en ella no se pueden hacer
torrijas.
- Las torrijas se hacen en la torrijera.
- Pues yo creían que ahí se hacían los torreznos.
- No, los torreznos se hacen en la torreznera, pero
convendría que antes aprendieras a hacer un huevo frito.
- ¿En la tostadora?
- No, en la sartén.
- Es que la sartén da mucho por sartón.
Pero sí, vale, de acuerdo. Pero decía que si vamos a
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Entretiempo
discutir si un paso de cebra puede o no moverse por el asfalto, primero tendremos que admitir que el paso de cebra
existe y que es de rayas horizontales, porque es pueril discutir si se mueve o no se mueve lo que no existe, por lo que
si partimos de Dios tendremos que convenir en que quiere
lo mejor para todos porque si no, no sería Dios, sino una
tostadora.
- ¿Y eso basta para creer en Dios?
- No lo sé, pero hay teólogos, como Andrés Torres
Queiruga que apartan a un lado a Leibniz y su simplista
teoría del mejor de los mundos posibles, y nos dicen que el
hecho de que Dios siguiera adelante con la creación aún
sabiendo que el mundo sería imperfecto, al ser finito, nos
indica la imposibilidad de que el mal tenga la última palabra porque no lo hubiera hecho si hubiera sabido que el
mal iba a triunfar y que las victimas iban a quedar sin
Justicia, por lo que si Él siguió adelante con el proyecto,
aún sabiendo de su imperfección, es porque al final tenía
el mal bajo control. Que es un razonamiento (de razón)
que sí, que podría ser. Por qué no. Pero entonces nos viene
el también teólogo Manuel Fraijó y nos dice que sí, vale,
de acuerdo, pero que en ese supuesto, y aceptando su finitud e imperfección, por qué tanto esperar; por qué si esa
recompensa es posible al final no la facilitó al comienzo
dándonos un anticipo. Una buena pregunta. Y uno no sabe
responderla y calla. Porque no sé el motivo de que no nos
dé un anticipo de la herencia. ¿Un anticipo? Te voy a dar
una mierda, que es lo que mayormente nos suelen decir
nuestros padres terrenales cuando cumples los catorce años
y quieres que se vaya acelerando el trámite y que te anticipen la herencia, a lo que ellos se niegan hasta que no la
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Antonio F. Marín
palmen. Los muy desgraciados, se puede uno pensar en
plan humano porque un servidor no es teólogo, claro, y se
malicia que todo eso no lo sabe ni Dios, vaya, y nos fiamos
más de eso otro que dicen en Alcohólicos Anónimos de
que «la fe es confianza y no desafío».
- ¿Y eso basta para creer en Dios?
- Pues no sé, pero es esa confianza la que puede conducir a la sospecha de que quizás un hombre perfecto creado
así desde el principio no es hombre, no es libre, no es él; es
un prefabricado, un helado de calor, porque no es una criatura que ha crecido y decide por sí misma, sino una muñeca hinchable que nunca defrauda porque siempre quiere
follar y nunca le duele la cabeza porque siempre te quiere
por obligación. Un absurdo de creación. Se supone, claro,
porque todas estas preguntas no tienen respuesta cierta,
nadie la tiene, ni la tendrá. Y el entretiempo tampoco parece consecuente obligar a Dios a que vaya detrás de todos
los seres humanos con una pistola apuntándoles en la nuca
para que no hagan el mal, para impedir que violen a la señorita K del cuento de Los 12 oficiales de Mark I. Vuletic,
porque entonces tú no obras mal porque no quieres, sino
porque no puedes al tener una pistola apuntándote en la
nuca.
- ¿Y eso basta para creer en Dios?
- No lo sé, doctora, porque uno no pudo seguir planteándose la ontología del gorrión y sus circunstancias, pues
un día me harté de los pajaritos y les coloqué un espantapájaros porque ya estaba harto de los malditos pajarracos que
uno no es Dios y bastante tiene con ser sólo humano que ni
premia, ni juzga, y que sólo tienes dudas, contradicciones
y esperanzas.
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Entretiempo
- Sigo sin entender por qué crees en Dios.
- Porque me sale de la punta del capullo.
- Ah, bueno, hombre; haber empezado por ahí.
Pero en el Argaz, decía, no sé qué hacer, la verdad.
Quizás regresar al hotel y volver más tarde para encontrarme con mi chica, al anochecer, cuando según he visto al
bajar al pueblo las luces parpadean a lo lejos en unas calles
por las que pronto me ampara la bullaranga bajo el manto
festivo de la patrona, digo, de los arcos luminosos que relumbran prendidos de unas bombillas que van acogiendo
por debajo a una vecindad que se dispone a trampearle a la
vida una breve parada en su arrollador tren laboral; un
refrigerio en el anden rojo de la fiesta para escurrir lo que
queda de verbena pues el coliche se acaba, es el último día
y viene la despedida, el reventón con el trueno final en el
largo bulevar del Paseo donde ya de madrugada «se corre
la traca» que los pirotécnicos han colocado en zigzag de
farola a farola y con distintas secuencias de velocidad para
que al centellear y reventar por las alturas deje caer una
lluvia de menudas estrellas de colores que van precipitándose como una catarata detrás de los jóvenes que huyen
de su tronante desparrame procurando que no los pille el
fuego y el castañeo de los estallidos que van tricotando en
zigzag el Paseo hasta el final, por la Esquina del Convento, donde revienta el gordo, el trueno de fin de fiesta que
pregona el remate de la holganza con el fuerte olor a pólvora que nos acompañará cuando el gentilicio se marche
cariacontecido a terminar la noche porque ya no quedarán
más bises y mañana toca la sirena laboral y habrá que
guardar el santo en naftalina hasta más ver, por el verano
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Antonio F. Marín
que viene me avisas cuando lo volveremos a sacar entre
coros y danzas, misas huertanas, ofrendas florales, patatas
con ajo y juguetes que se feriarán a los niños por las casetas que se ubicarán junto a los tenderetes de las turroneras
donde antaño acudían los tíos a tomarse con ellas unas
copitas y unos dulces, antes de que plieguen las casetas y
se marchen a otras ferias, a otros páramos y a otras morcillazas, hasta más ver, porque viene septiembre, la feria de
Abarán, las quinielas, la virgen del Pilar, la moda otoñoinvierno con formas asimétricas que se llevarán por noviembre, uno y Todos los Santos, que por diciembre vendrá la Navidad, Feliz Navidad, próspero año y felicidad,
mucha felicidad, hasta el mismo enero con San Blas, la
Candelaria y las lumbres de San Antón, que Pascuas son,
un poco antes de febrerico el corto, y Carnaval; con
marzo ventoso y abril lluvioso en el que tronará el tambor
y cacarearán de nuevo las cornetas madrugando la Semana Santa cuando por la primavera-verano se lleve el verde
y las formas simétricas que se lucirán por mayo florido y
de comunión, junio de exámenes, julio vacante y agosto
de nuevo feriado con el Tío de la Pita, las tracas y vuelta
a empezar como la vida misma, que se enrolla una y otra
vez hasta que ya no se la pueda escurrir y tengas que
capitular y admitir que ya nunca será todo igual porque
jamás volverás a hacer aquello que tanto te probaba como
subirte a los árboles, comerte el turrón duro o levantarle a
las niñas la falda. Y entonces, claro, en el entretiempo…
…en el entretiempo entraré a un bar a tomar un café
que me despeje porque la traca será más tarde, a la medianoche y ahora prefiero ver qué se traen los informativos de
la tele; suponiendo que me deje mirar Antoñito Cabezón
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Entretiempo
que se ha plantado en medio y no me deja ver. Antoñito
Cabezón es un muchacho muy temperamental que cuando se emperra en algo suele conseguirlo porque nunca afloja
la maroma. Y haces bien, Antoñito, pero es la cuarta vez
que te digo que te apartes que no me dejas ver, le he reprochado sin ánimo alguno de porfía, de verdad, Antoñito, créeme, si puedes, que parece que no porque se ha vuelto, se
ha sentado en mi mesa apoyando la cabeza en los codos y
me ha replicado que sólo se lo he dicho tres veces y no
cuatro, porque él sabe contar muy bien. ¿Si? Sí, se contar
muy bien desde el colegio, me aclara, porque allí me atrevía incluso al más difícil todavía y contaba también al
revés, 10, 9, 8, 7, hasta llegar al cero.
- Entonces podrás trabajar en la NASA.
¿En la NASA? Pues no lo sabe porque los cohetes
los lanzan ya sin mecha y cree que ya no cuentan para atrás.
Pero no importa, me aclara, porque yo tengo en mi casa
un catalejo que me tocó en la tómbola y un micrófono que
me permite oír el espacio sideral para establecer contacto
con los extraterrestres. Un empleo que es muy saludable,
Antoñito, pero un poco inútil porque es difícil que tengas
éxito en tu investigación pues parece inconcebible que no
podamos comunicarnos con una cucaracha que ha evolucionado a un metro de nosotros, y que si podamos hacerlo
con otros seres que han evolucionado a miles de millones
de años luz de distancia y con otros «efectos mariposa»
aplicados geométricamente desde el inicio del Universo, o
sea, que no sé, porque no quiero desanimarte, Antoñito,
pero ahora tengo que marcharme porque he de buscar a
mi chica, adiós, adiós, le he dicho antes de salir a la calle
para seguir su búsqueda entre el gentío, aunque no la vea
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Antonio F. Marín
por el principal de la feria, ni por las calles aledañas que
recorro acuciado mirando por encima de las cabezas de
una vecindad que sigue a lo suyo de vivir la vida con sentido, cavándose saldo a saldo su otro mundo posible en la
libreta de ahorros tal y como debería hacer yo empleándome en buscar los haberes para el sustento en vez de buscar
a mi chica por las calles, tascas y saraos feriados por los
que además no la veo aunque me inmiscuya entre los jóvenes que brincan, corean y saltan entre el rebullicio de la
calle.
¿Qué hacer?
Quizás acercarme a su casa por si todavía anduviera
por allí y no hubiera salido a la calle, que va a se eso, porque al llegar al portal de su edificio he mirado a su ventana
y he advertido algunos sombras a través de los visillos. Se
va a enterar, he refunfuñado mientras subo a su piso y advierto que se ha dejado la puerta abierta y que de su habitación viene una música que me suena al tema Contigo
aprendí de Armando Manzanera, qué raro, verdad usted,
porque también he visto que se ha dejado su ordenador
portátil encima de la silla donde suelo dejar la ropa cuando
me desnudo para estar con ella. Podría registrarlo y ver su
contenido aunque uno sepa que no puede, que no puedes,
ni debes, claro, pero lo abres y ves que en el programa de
correo sólo hay un mensaje:
Estoy aquí sola esperando para verte pensando en
ti, imaginando que ya estoy contigo, que he llegado a tu
casa y que estoy entre tus brazos. Que te encuentro como
siempre en el real aposento en el que me gobiernas y que
me miras con esa sonrisa tuya que se me escurre hasta la
braguita. Sé que me vas a abrazar, que me vas a besar y
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Entretiempo
que vas a hacer conmigo lo que quieras, pero eres tan mala
que me obligarás a que te lo suplique, a que te lo pida, a
que te ruegue que abuses de mí. Lo de abusar es un decir,
porque siempre consigues que te suplique que lo hagas.
De hecho lo haces. Sueles hacerlo cuando te place, que es
casi siempre, porque tienes ese poder sobre mí. Y me excita sólo el pensar que lo tienes porque yo misma te lo he
entregado. Voluntariamente. Y antes de que tú me lo pidieras. Y porque sé que puedes usarme siempre que quieras,
que puedes encontrarme en cualquier momento por la calle y servirte de mí porque sabes que soy débil, contigo, y
que me encontrarás siempre expuesta, ofrecida y mojada.
Me bajas las bragas y ya lo estoy. A veces incluso antes.
Te veo venir y me mojo. Soy una guarra y tú una perra,
pero una deliciosa perra a la que amo. Me encanta que
seas tan perra conmigo, que hagas conmigo lo que te venga en gana, incluso en público, para demostrarme tu poder y que puedes conseguir de mí lo que quieras delante
de todo el mundo para que todos sepan que soy tuya, que
te pertenezco y que puedes hacer conmigo lo que quieras.
Y lo haces. Todo lo que se te antoja o encapriche porque
tienes bula. Y lo sabes. Las dos lo sabemos y a mí me
encanta que lo hagas.
Como cuando por fin dejas de torturarme y me abrazas, me besas tierna en los labios, me los lames, me llevas
el pelo detrás de la oreja y consigues que ronronee «te
quieros» para que me tomes y me hagas tuya porque maduro sólo para ti, para que beses los fresones de mis pezones que aparecen oscuros a través de la blusa blanca que
me obligaste a comprar y a lucir sin sujetador, porque decías que querías vérmelos por la calle, que se me vieran al
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Antonio F. Marín
caminar entre la gente, al cruzar un paso de cebra o en
medio de la acera. Te encanta exhibirme ante los demás
para que todos sepan que soy tuya, que te pertenezco. Y te
amo por eso.
Porque soy tuya y lo sabes, y por eso vas descorriendo lentamente la cremallera de mi falda. Dices que se atranca, pero yo sé que lo haces adrede para tenerme en vilo,
para tortúrame porque sabes que estoy ávida por tenerte.
Y te aprovechas. Eres mala. Deliciosamente mala. Y por
eso te amo. Me puedes, y lo sabes, mientras te demoras en
bajar la cremallera de mi falda y yo espero ante ti con
mis pechos al aire que miras sin recato, lo sé, porque te
gustan y sé que quieres llevártelos a la boca aunque aún
permanezcas vestida demorándote en bajarme la falda
mientras me obligas a mí a estar semidesnuda para que
me sienta expuesta, ofrecida y exhibida. Siempre te ha gustado tenerme desnuda mientras tú estás aún vestida para
hacerme sentir tu poder sobre mí que yo noto en mi coño
cuando se me moja al sentir que te has apoderado de mi
intimidad, que soy presentada por ti desnuda en la plaza
pública como tu esclava para que todos vean que soy tuya
mientras tú presumes de mi desnudez permaneciendo vestida. Eres perversa y por eso te amo. Porque te gusta
alardear de tu propiedad, de tu novia y a mí me gusta que
lo hagas. Pero antes quiero mimarte; quiero hacerte sentir dueña y señora y convertirte en la protagonista de
esas películas antiguas en las que aparece Cleopatra entre
gasas y sedas, mientras su esclava desnuda le lleva el cesto de manjares y se acomoda en el tálamo a su lado para
ofrecerle las frutas y la leche de sus pechos desnudos que
acerca a su cara, por si se te ofrece, por si se te antoja
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Entretiempo
mamarlos. Porque sé que a ti te gusta tenerme siempre
con ellos al aire para poder beberme cuando se te antoje.
Que es casi siempre. Me haces mujer cuando mamas de
mis pezones y a ti te veo hacerte niña al chupármelos.
No puedo más; necesito tu calor y me quito la falda
de un tirón rompiendo la cremallera para quedarme ante
ti solo con las braguitas negras transparentes que tú me
regalaste. Para que me mires, y devores, porque muevo
las caderas para atraer tu atención, para que veas como
la rajita de mi sexo se marca en la tela y que puedas admirarla ya humedecida. Quiero seducirte con mi olor a perra
en celo para que no puedas evitar desearme. Porque me
gusta exhibirme ante ti, sentirme puta ante tus ojos, aunque el mérito sea exclusivamente tuyo porque has sacado
lo mejor que hay en mí, lo puta que hay en mi interior. Y
me gusta. Me gusta ser tu puta. Tu puta exclusiva desde
aquel momento en el que me dijiste que estas braguitas te
gustaban para mí, que me quedaran muy monas y que te
gustaría verme con ellas. Y yo accedí inocente a que me
las compraras y a probármelas delante de ti mientras tú
mirabas sentada en la cama. Se supone que éramos amigas. Y que tú me aconsejabas para que estuviera guapa y
seductora y poder así seducir a aquel chico que me gustaba y que había conocido en la biblioteca. Decías haberlo
tratado y que a él le gustaba esta ropita. Incluso te había
visto alguna vez con él por la calle porque decías que era
compañero de trabajo. Pero ahora sé que estabas seduciéndome a mí sin que yo lo supiera. Eres mala. Muy mala.
Seduces a tu mejor amiga. A la que era tu mejor amiga. Y
te adoro por serlo, por haberme seducido, por haberme
hecho mujer. Tu puta.
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Antonio F. Marín
Pero ahora me coges de la mano y me llevas a la
cama donde me tiendes y acaricias lentamente mientras
lames mis labios, me chupas el cuello y bajas por él hasta
mis pezones. Bésame en la boca, te digo, No, espera, aún
no. Y sigues lamiendo mis pechos y mordisqueándome los
pezones, porque sabes que son mi debilidad y abusas de
ese poder que tienes sobre mí. Eres mala. Y te quiero por
eso. Porque eres una chica fina y educada que va por las
mañana elegantemente vestida de despacho en despacho
ejerciendo de abogado y defendiendo causas nobles ante
el juez, pero que por la tarde abusa de su mejor amiga,
follándosela sin recato. No tienes vergüenza. Y a mí me
encanta que abuses de mí, que seas tan desvergonzada y
que te folles sin pudor a tu mejor amiga. A la que era tu
mejor amiga. Ahora ya no lo soy. Ahora soy tu esclava
siempre expuesta, ofrecida y a la espera de que vengas
para amarme y hacerme tuya, como sueles hacer con tu
lengua cuando me lames buscando lo que sabes que vas a
encontrar ofrecido y jugoso, en su salsa, haciéndome perder el Norte, el Sur, la dignidad y la vergüenza que ya no
sé ni lo que es, porque todo me tiembla y me abro para
recibirte mientras nadas con tu lengua en el mar salado
que mana de mí y en el que navego al compás de tu lengua
siguiendo las olas que van y vienen hasta que rompen en la
playa. Me he corrido en tu boca, mi vida, mi ama, mi Cleopatra.
Te quiere, tu esclava.
María.
PD.- Las braguitas me las dejé el otro día en tu casa.
¿María?, ¿la chica de la biblioteca? Pues sí, parece
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Entretiempo
que es ella y que eran suyas las braguitas que encontraste
en el cuarto de tu chica. Y cierras el programa de correo y
apagas el ordenador porque por encima de la música de
Contigo aprendí se oyen ahora unos gemidos y suspiros
que parece proceder del otro lado de la puerta que abres
con cuidado para asomarte y ver pasmado que tu niña se
abraza en la cama a ella, a María, la chica que había escrito
el correo y con la que entrelaza sus muslos desnudos mientras se besan con una fervorosa ternura que tú nunca habías conocido y que te impide moverte de allí, porque aunque lo reglamentario en estos casos es huir reconcomido
en los celos, tú te quedas allí plantado porque sientes mariposas en el estómago, es cierto, pero también un insólito estremecimiento y una extraña sensación que te tira de
la bragueta porque las dos están preciosas mientras se
abrazan y besan sin importarles tu presencia, qué va, porque cuando te han oído entrar te han mirado, han sonreído y han seguido amándose como si se alegraran de que
estuvieras allí, de que pudieras verlas, pues tu chica incluso lleva su mano al glúteo de María y repasa con sus dedos
el tatuaje que luce en la nalga como si quisiera que te fijaras en él y recordarte algo que tú ya sabes, que debes saber, porque una vez que te has acercado compruebas que
se trata del tatuaje con un círculo en cuyo interior se entrelazan las iniciales de tu chica a semejanza de los antiguos
sellos de los anillos que tú, claro, ya conoces porque también lo luces tatuado en el mismo sitio. Aunque el de ella
no es de color azul como el tuyo, sino más bien rojo, según
ves ahora mientras lo miras con más detenimiento una vez
que ella ha apartado la mano para dejarte ver, para que lo
veas con más claridad pues parece que se siente orgullosa
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Antonio F. Marín
de mostrártelo. Muy orgullosa de que los dos lo llevéis
marcado en el mismo sitio. O eso parece, te has dicho
mientras te sientas en la butaca frente a la cama para mirarlas porque andas conmovido por la belleza de la escena
que no puedes dejar de mirar, pues ellas siguen ahora besándose y acariciándose con más ardor si cabe, como si las
enardeciera tu presencia, el que estés allí mirando y algo
más, claro, porque te has bajado la cremallera de la bragueta para aliviar la tirantez, sólo para eso, mientras ellas
siguen amándose entre suspiros, besitos y mimos de algodón, muy tiernos, porque tú chica le lleva el pelo a María
detrás la oreja, le acaricia la mejilla, posa sus labios sobre
sus labios con la levedad del roce y le sujeta luego la cara
con las manos para mirarla a los ojos, volver a besarla y
dibujar con su mano el perfil de su cuerpo sobrevolando
levemente los pechos, la cintura y los muslos de su amante
que gime y se deja acariciar trémula mientras transpira a lo
hondo pues por su cuerpo asoman unas pequeñas gotitas
de sudor que tu chica lame despacio, recreándose en cada
una de ellas, hasta que llega a los pezones que chupa, mordisquea y lame mientras su amante abre los muslos y
gime entregada para que la haga suya, por favor, fóllame y
hazme tuya, le implora rendida sin que ella atienda a sus
ruegos porque se vuelve para mirarte, sonríe maliciosa, y
se sienta en la cama apoyándose con las palmas de las manos para ofrecerle el sexo a su amiga que la imita, se sienta
frente a ella y cruza sus muslos con los suyos en forma de
tijera, sexo con sexo, para frotárselos mientras gimen, suspiran y siguen refregando el uno contra otro entre suspiros
y jadeos, sin pausa, hasta que tú chica se separa, se echa
encima de su amante, le abre los muslos y se mete entre
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Entretiempo
ellos para frotar su sexo contra su muslo o pegar su sexo
con el de ella y refregarse ondulante y sinuosa para follarse a su novia, para frotarse con ella, una y otra vez,
hasta que se han corrido las dos entre gemidos y se han
quedado abrazadas para reposar exhaustas entre suspiros
y mimos. Y tú no aguantas, no puedes aguantar más y te
derramas sobre la mano mientras ellas te miran y sonríen
maliciosas como aceptándote cómplices en su juego. Eso
parece. Pero tú te subes la cremallera avergonzado y sales
de la habitación para lavarte en el cuarto de baño.
Y cuando regresas te las encuentras abrazadas y
sudorosas dándose besitos tiernos y caricias de mariposa
con esa plácida serenidad que amodorra después de haber
gozado. Y te miran y sonríen. Y te envían besitos.
Pero tú no haces caso a sus mimos y sales del piso
precipitado. Quieres dar una vuelta y pensar…
…en nada, porque no piensas, no te aclaras, no sabes
qué hacer porque si la hubieses sorprendido con un tío hubieras huido escopetado y no la volverías a ver jamás. Eso
es cierto. Pero con otra mujer es distinto porque aunque te
reconcomen un poco los celos también habías sentido una
extraña sensación que no sabes explicar, porque la escena
era bellísima y usted perdone por el pisotón, le dices a una
señora que se cruza con el carrito mientras sigues dando
vueltas sin mirar a nadie porque no ves a nadie e incluso un
coche casi te arrolla mientras piensas que quizás deberías
volver y pedirle explicaciones para saber qué ocurre y qué
te ocurre a ti, eso también, porque al verlas has sentido
algo insólito y no sabes por qué, maldita sea.
Porque eres sensible, te ha dicho ella cuando has
vuelto al piso y te ha explicado que María ya no está pues
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Antonio F. Marín
se ha tenido que ir a su casa para seguir estudiando, pero
que se alegra de que hayas vuelto porque ahora te quiere
más y espera que no te hayas enfadado porque ya estabas
avisado de que ella te quitaría a todas las mujeres que fueran a por ti o que te miraran. Y ésta también, añade, porque sé que le gustabas. Eso lo sabemos las mujeres con
sólo mirarnos. Y tú eres sólo para mí, te lo advertí, aunque
eso no tiene importancia porque sigues siendo mío, como
ella también lo es. Los dos. Aunque ella es sólo para mí
porque ya sabes que soy muy celosa y posesiva y no soportaría ni que la rozaras. Pero te dejaré que nos mires,
sólo mirar, porque me comprometo a no follármela sin que
tú estés delante ya que a mí lo que me excita es ver que a
ti se te pone dura cuando nos miras sentado en la butaca.
¿Lo puedes comprender? ¿Comprender? Sí, aceptar y comprender. Y tú no sabes si lo comprendes porque tienes unos
sentimientos contradictorios que callas pues no sabes y te
das la vuelta porque no sé, le dices. ¿No? No, no sé. Y
entonces ella se acerca, te gira, te coge con mimo de la
barbilla, te mira a los ojos y baja la mano a tu entrepierna
para cogértela y sobártela.
- Pues no sé si lo comprendes, pero sólo mencionártelo te la ha puesto dura.
Y tú le sacas la mano de la bragueta porque te sonroja que te haya pillado, qué vergüenza. Y luego sales de
la habitación dando un portazo para bajar a una calle por
la que caminas mirando al suelo, sin ver, porque te remuerdes en los sentimientos encontrados pues a ti no te ocurre
como al personaje de Tribada de Miguel Espinosa, que se
reconcomía en los celos y buscaba una explicación a la
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Entretiempo
actitud de su chica. Qué va. No es eso, porque en tu caso
ella no es una lesbiana que te excluye, sino una chica bisexual que te ama. Y muy femenina, de las que se denominan con faldas (como Greta Garbo, Winona Ryder,
Colette o Angelina Jolie); aunque en este caso la denominación de origen no tenga ninguna importancia porque ella
es principalmente una leona posesiva y celosa y, luego,
una perversa bruja bisexual como Marlene Dietrich pues
al igual que ella parece que se sirve de esa atracción que
ejerce sobre las mujeres para seducir también a los hombres. Aunque lo de menos es la definición del asunto ya
que lo que cuenta es que al final la muy pécora ha cumplido su palabra y se ha vengado pues te amenazó con que
te quitaría a la mujer que se interpusiera entre los dos. Y lo
ha cumplido. Con creces y sin excepción. Aunque eso no
tenga ninguna importancia porque a ti esa chica no te interesaba y no pretendías nada con ella ya que la única que
existía, y existe, es la otra, ella, la mandona celosa y posesiva que te tenía cogido en un puño. El alma y algo más,
sí.
Y sabes que ella no te va a dejar por la otra porque
tú eres el cómplice necesario y preciso, según te acababa
de aclarar en el piso cuando te había explicado que no se
podía imaginar la vida sin hombres, sin ti, y que lo que la
excitaba era precisamente tu presencia pues ese consentimiento le hacía ver el poder que tenía sobre ti porque sin ti
esto a mí no me dice nada, te había dicho. Y todo es por ti,
debido a ti y para ti. ¿Lo comprendes? No, no sabes si lo
comprendes, pero te da igual. Carpe diem. Vive el momento, por supuesto, porque la verdad es que sin ella seguirías
viviendo sí, pero menos. Y entonces…
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Antonio F. Marín
…y, entonces, sigues cabizcaído caminando al retortero, cruzando plazas, doblando manzanas, subiendo
aceras y tropezando con árboles y farolas hasta que reparas en que instintivamente has vuelto a su calle. Otra vez
vuelves al redil. Quizás porque sabes que ella te quiere,
que es lo importante, y como tú también la quieres y te
place ser su geisho, no te importa mucho que ella pueda
ser bisexual como las escritoras Simone de Beauvoir, Djuna Barnes o Anaïs Nin, porque además su fuerte carácter
no se corresponde con el de esas otras verduleras gritonas
con traje de cuero tan tópico en ciertas revistas y películas
femdom. Qué va. Todo lo contrario. Ella es algo posesiva, es cierto, pero como una madre que gobierna a su hijo,
porque lo quiere. Sólo eso. Así que quizás tuviera razón la
madre de aquella novia que tuviste cuando decía aquéllo
de que todos los hombres buscan lo mismo: «Una mujer
cariñosa y a la vez estricta, que además sea una puta que
satisfaga todas vuestras fantasías». Y tenía razón, porque
su hija lo era. Y mucho.
Y porque además con tu chica es otra cuestión, otro
sistema métrico y otro estado de la materia pues con ella
no hay conflicto ya que la novia de tu chica no esgrime
espada, vara o falo con el que luchar; no es competencia,
no te amenaza, no hay rivalidad de monos por la rama, el
territorio o la hembra. Y como tú eras suyo y la otra parece
que también lo es, pues sois los dos esclavos de Cleopatra.
¿Qué hacer entonces?... Quizás subir y besarle la mano...
O quizás dejar que pase el tiempo para que la emoción
se pose y el asentimiento se aclare, volviendo al hotel para
dormir y mañana ya acudirías a verla pues sabes que ella
es el único clavo que te queda, aunque arda, para agarrarte
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Entretiempo
y sentirte vivo.
Y al día siguiente te despiertas sobresaltado y descubres que durante la noche has soñado que ellas han salido
de compras y caminan por la calle cogidas de la cintura. O
se paran frente a los escaparates y se besan con mimo y sin
recato. Y cuando entran en alguna tienda y se meten en el
probador para ver cómo le quedan los trapitos, siguen con
sus carantoñas y besos ofreciéndote el «cuadro lesbi» en
exclusiva porque tu chica ha procurado dejar la cortina
abierta para que puedas mirarlas y ver cómo besa los húmedos labios de su novia; como la paladea y relame golosa, baja su mano a la braguita y la corre a un lado para
descubrirle el glúteo y señalar con los dedos el círculo tatuado en rojo con las dos iniciales que tú ya conoces pues
también lo luces y sabes que marca su feudo y hacienda.
Todo lo que es suyo. Tanto tú como ella. Así que de vez en
cuando sale campante del probador para besarte, cogerte
de la entrepierna y cerciorarse de que estás duro, porque
eres un viciosillo que te gusta mirarnos, te dice guiñando
un ojo antes de volver al probador para vigilar cómo se
viste y desnuda su chica, su novia, y elegirle las prendas
que se ha de poner porque según ves la obliga a vestir lo
que ella quiere, incluida la ropa interior. Y luego salen a la
calle para seguir de tiendas cogidas de la cintura mientras
cuchichean, se vuelven para mirarte, sonríen cómplices y
se besan descaradas y dichosas. Y tú caminas detrás de
ellas llevándoles las bolsas de la compra.
Eso ha sido sólo un sueño, claro; una ensoñación
nocturna que te ha despertado duro y envarado, por lo que
te levantas, te duchas y comprendes que después de todo…
…después de todo has de volver al piso para verla
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Antonio F. Marín
porque la necesitas, y mucho, pues se conoce que te pareces a la sirvienta de Petra von Kant de la película de Fassbinder, que deja de querer a «su ama» cuando ésta le da la
libertad porque sólo puede amarla en la esclavitud. Debe
de ser eso, te has dicho mientras bajas al pueblo para acercarte a su piso dispuesto a besarle la mano para darle a
entender que aceptas que ella tenga novia siempre y cuando a ti te quiera, te lo cuente todo y te deje mirar, claro,
porque estás dispuesto sólo a mirar, sin participar, pues a ti
no te van los dúplex, los tríos y toda esa vaina pues no
tienes absolutamente ningún interés en otra mujer que no
sea ella. Y así seréis los dos esclavos de ella, de Cleopatra, porque aceptas encantado quedarte sólo a ver como
un vulgar mirón como se monta el cuadrito con su novia,
sólo eso: mirarla como un voyeur cualquiera. Y se lo vas
a decir en cuanto la veas, si la ves, porque cuando has llegado risueño al piso determinado a besarle la mano, «soy
tuyo, haz conmigo lo que quieras», no te responde y has
de bajar al piso de abajo para ver si la señora que se lo
había arrendado sabía algo de ella, que parece que no sabe,
según dice, porque el día anterior había rescindido el contrato de alquiler antes de marcharse del pueblo con prisa,
quizás a Murcia de donde ella procede, pues además no ha
dejado dirección ni teléfono. ¿Nada? Bueno, sólo un sobre
que te da y que abres para sacar de él una nota en la que te
reprende por haberte corrido sin su permiso mientras las
mirabas sentado en la butaca porque eso le ha dolido mucho, aunque no tanto como el portazo que has dado luego
pues ha sido como si se lo hubieras dado a ella en la cara. Y
aunque te sigue queriendo, según dice, no te puede perdonar porque está muy dolida por el desprecio. Y si lees esta
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Entretiempo
nota, añade, es que habrás vuelto a pedirme disculpas pero
también sabrás que no te creo. Teatro, lo tuyo es puro teatro, concluye en su nota. Y tú tampoco la crees, claro, y
sacas una libreta en la que escribes la letra de una poesía
de Pura Salceda:
Suelto amarras y te dejo libre,
sin promesas que son sólo lastre.
Volvamos a donde partimos,
sin abismos,
sin presagios,
simplemente irnos.
Y arrancas la hoja y se la das a la vecina para que se
la entregue a ella, si vuelve, que sabes que no va a volver
porque es demasiado orgullosa. Pero no importa, qué más
da, porque como decía aquel tipo tan picaflor «para qué
casarse y hacer sufrir a una mujer cuando se puede hacer
feliz a muchas». Y entonces…
…y entonces habrá que huir de Calipso y de su isla
Ogigia. Y romper todos los planes para el futuro porque ya
no arrebujas más ilusiones cascabeleras. Se acabó. Y a partir
de ahora sólo quedas para follar en un hotel y luego cada
uno a su casa. ¿Conocernos? No es menester: Sé donde
tienes el coño, el culo y las tetas. No tiene pérdida. Y luego
cada uno a su casa y Dios en la de todos, porque tú eres un
tipo que ya no quedas con nadie, mua, mua, encantado de
conocerte, ya nos veremos. Y en el entretiempo nos arrimaremos a este bar para tomarnos el primer whisky solo y
sin hielo, gracias, que me beberé en este lugar esquinado
de la barra en el que pueda escrutar la vida por encima del
hombro, aunque sólo vea por la calle a una ciudadanía que
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Antonio F. Marín
desfila romera pues insisten en vestir al muñeco que suple
a Jesucristo, bordándole trajes, elevándolo en peanas y entronizándolo con coronas de oro y espinacas para que cuando toque en el santoral puedan tirar del cordel que le sale
de la espalda y oír aquello de amar al prójimo, como el
hilo musical que se oye llover, repetido una y otra vez,
hasta que se acaben las pilas y lo vuelvan a emperejilar
con túnicas y ricitos de oro para volver a tirar del hilito y
que se oiga una y otra vez aquello de amar al prójimo,
amar al prójimo, hasta que se vuelvan a acabar las pilas y
haya que guardarlo hasta el próximo festival en el que volverán a enjaezar el maniquí para presentarlo incólume,
virgen y como si nunca hubiera cagado en el campo y se
hubiera limpiado el culo con una piedra, vaya, otro whisky, por favor, porque por la otra acera nos vienen aquellos
otros que se pillan al Jesús revolucionario de «bienaventurados los pobres y los marginados», pero del que desprecian su mensaje de humildad, oración, renuncia, fe y su
contundente condena del divorcio y del adulterio porque
no les interesa pues eso (lo que no les gusta), hay que
contemplarlo en su contexto, nos dirán, porque prefieren
apañarse un buffet libre al gusto y a medida que no les
oprima la teleguilla, pues ninguno carga con el lote completo. Y entonces uno disiente de todos ellos, claro, por lo
que en el entretiempo…
…en el entretiempo uno se toma el whisky de un
trago y sale de la cafetería a la calle; a una calle en la que
te cruzas con María, la novia de tu chica, que al verte se ha
parado, te ha saludado efusiva con dos besos en la mejillas
y te ha dicho que se encuentra mal porque su novia, tu
chica, se ha ido sola a Murcia y no ha querido que ella la
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Entretiempo
acompañe pues decía que quería estar sola y lo siente mucho, de verdad, porque tú le caes muy bien y está segura de
que volverá cuando se le pase el enfado porque tiene mucho genio. Aunque ella piensa esperarla tarde lo que tarde,
te ha dicho antes de invitarte a ir a la finca del Menjú pues
allí trabajan sus padres y allí vive con ellos, por dónde la
barcaza que cruza el río, ya sabes, sí, lo sé, gracias por la
invitación, aunque ahora tengas que irte pues has de seguir
con el trabajo y ya nos veremos, sí, cuídate mucho, te ha
encomendado cuando le has dado un beso en la mejilla y
has seguido por la calle para entrar en el siguiente bar que
te pilla a mano, un whisky por favor, sólo y sin hielo, gracias, que te bebes de un trago sentado junto a la ventana
porque a partir de ahora venderemos al trapero toda la
casquería sepia de la añoranza y aún a riesgo de que sólo
nos quede el regüeldo de que lo que vives está ya vivido,
de que por aquí ya hemos pasado y de que andamos de
nuevo, en el entretiempo, con la única esperanza de de no
volver a soñar despierto, otro whisky, por favor, doble y
sin hielo, gracias, que me bebo de un trago para cambiar
de bar porque en este ya me andan malmirados y he de salir
a la calle silbando Perfect Skin (de Lloyd Cole), para avisar que uno llega mientras reconoce que pese a todo, en el
entretiempo de una muerte antes de nacer a otra muerte
después de morir, no haya que fiarlo todo para el otro mundo porque hay que apañar aquí los problemas ya mismo
(espérate que voy por una muda limpia), mientras nos divertimos y disfrutamos, o lo procuramos, pero sin la servidumbre obligatoria de la tiesa sonrisa de esos otros descreídos que se plantean que si tras la muerte viene más
muerte, hay que buscarle una justificación a la vida, un
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Antonio F. Marín
disfrute epicúreo de manual de autoayuda para que cunda
el optimismo, la dicha, porque la vida no tiene por qué
tener sentido para estar vivos y encantados de estarlo, o
sea, sin dioses y como animalitos cebados que duermen,
comen, follan, le huelen el coño a la perra que pasa y se
reproducen mientras buscan los placeres intelectuales que
no perturben la paz del espíritu evitando para ello referirse
a la muerte, a los dioses o el futuro; mismamente que los
animales que ya inventaron esto antes que ellos; es decir,
no pensar, trabajar, cultivar el jardín, ser idiota y tener trabajo laborando la resignación laica volteriana para soñar
«otro mundo posible» con pajaritos y angelitos tocando el
arpa . Porque sí, vale, de acuerdo, otro mundo es posible,
claro, pero cual: ¿el de Bin Laden?, ¿el de Stalin?, ¿el de
Hitler?, ¿el de las Hijas de María?, ¿el de 1984?, ¿el vuestro?
-El de la justicia, porque la única religión es la de la
ética.
- Sí, pero qué justicia, qué razón y qué ética: ¿La
del caníbal que se niega a comer carne humana o la de los
jueces, políticos, psiquiatras y filósofos bienpensantes de
su tribu que lo persiguen para que la coma y no subvierta
la ética de su tribu, su Constitución caníbal, su imperativo
categórico de su razón?
- Eso es relativismo.
- No es relativismo, porque todo es muy relativo. Y
porque si todo vale y cualquier opción es respetable, resulta que la Revolución Francesa ha sido un fracaso, sabe
usted, porque si el caníbal supiera su verdad, la verdad de
que es un caníbal y que dentro de él lleva la posibilidad de
amar al que es semejante a él, podría dejar de serlo, según
357
Entretiempo
nos decía aquel que iba hecho un cristo y que también
recordaba que la única verdad es el amor, que nos hace
libres, porque la libertad no nos hace más verdaderos (como
creen algunos necios), pues un ludópata es muy libre de
jugarse su dinero, de ejercer su libertad para ser verdaderamente ludópata, pero si supiera la verdad de que es un enfermo podría dejar de serlo, podría dejar de ser esclavo de
la libertad de jugar y comenzar a ser libre. Pero me contradigo, luego existo, porque otro mundo es posible, ojalá fuera
cierto, pero no con vosotros, «salvapatrias», digo «salvamundos», porque éste que pisamos se puede sanear, remendar y mejorar, claro, pero con democracia y libertad,
como en Suecia, y no con teologías y tiranías bananeras. O
universalizando el estado del bienestar con la renta básica
(RBU) que promueven algunos economistas, filósofos, escritores, sociólogos y premios Nobel que integran la Red
Europea para el Ingreso Básico (Basic Income European
Network), y que pretende que se dé a todos los ciudadanos un salario mínimo tanto si trabajan como si no, como
punto de partida para que puedan vivir decentemente con
igualdad de oportunidades y que puedan alcanzar así la
única aristocracia que, según Larra, hemos de permitid: la
del talento, la virtud y el mérito. Aunque nos vayan quedando pocas esperanzas, muy pocas. Y una de ellas es que
hayan inaugurado una nueva biblioteca, la Biblioteca de
Alejandría, mientras seguimos tirando tabiques de este
mundo porque otro mundo no es posible, ojalá lo fuera,
aunque sea posible empeñarse en él, claro; estudiar para
sacar matrícula aunque nos quedemos en el aprobado. Y
principiándolo en la propia familia al educar al nene para
que no pegue los mocos debajo de la mesa, para que no tire
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los papeles al suelo, para que no escupa por la calle o para
que no pinte sus patochadas por las paredes de los edificios, porque todas las grandes obras (incluida la utopía), se
empiezan por uno mismo, por lo sencillo, y con vosotros
no vamos a ningún otro mundo posible, ojalá pudiéramos,
sino a la dictadura de unos panarras salvapatrias, digo
de unos panarras salvamundos que se apoyan en la barra
del bar y dictaminan como arreglar el mundo, «si a mí me
dejaran mandar». Y entonces…
…y entonces yo también soy balsero de vuestro otro
mundo posible pues somos raritos, (we’re queer, we’re
here. Get used to it). Y estamos aquí, váyanse acostumbrando, porque para llegar a la utopía hay que cumplir
primero en lo pequeño, ser fiel en lo pequeño que decía
aquél Cristo en su otro mundo posible aquí en la tierra,
que nos permita sumar pequeñeces para globalizar el Estado del Bienestar y apuntalar la vida antes de que se nos
caiga encima, amén, gracias, de nada, sí, otro whisky, por
favor, que me voy a buscar un lugar en alto donde dé el sol
y a mandar, claro, que para eso estamos, neuróticos pero
con una comedida alegría pues uno huye de esos latosos
epicúreos que nos quiere ver contentos en toda las nocheviejas y que nos invitan a cantar y bailar para vivir la vida
con una estirada sonrisa y encantados de vivirla porque en
vez de apuntarse a esa filosofía de manual de autoayuda,
de resignación laica volteriana para encontrarle sentido a
los que según dicen «no tiene por qué tenerlo», deberían
irse con el manual de Ética Eudemia de Aristóteles a animar a ancianitos epicúreos por los hoteles de las playas de
Benidorm, !venga, a cantar, a bailar y a hacer gimnasia
que la vida es bella!, porque para una mosca no hay nada
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Entretiempo
más aristotélicamente eudemonista que una hermosa mierda en medio del campo y si es posible que ande soleada,
por favor, porque a un servidor ningún epicúreo lo obliga
a cantar y a bailar en Nochevieja, pues en esta casa se prohíbe el cante, contar chistes y no se admite ese epicúreo y
eudemonista invento aristotélico al que llaman matasuegras pues la cuestión no es que estos pelmazos busquen el
orgasmo sinfín en la tierra, sino que los demás tenemos
que aguantar sus confetis intelectuales y sus doctos matasuegras porque su barrio, como el de Brooklyn, no se expande. Y ahora adiós, adiós, que le he dicho al camarero al
despedirme para salir a la calle silbando algo, creo recordar que Don’t You Forget About Me de Simple Minds, para
avisar que llegas y darles tiempo para que puedan huir,
usted perdone por el tropezón porque sí, efectivamente, no
sé por dónde ando y más aún si lo ves todo borroso y las
farolas bailan.
- ¿Y si pruebas a echarte novia formal?
- Se está en ello, doctora, voy a buscarla. Y además
una novia a lo clásico, con presentación a los padres para
que te digan aquello que todos los papás suelen repetir cuando llegas por primera vez a su casa: seriedad y formalidad,
insisten, cuando tú eres un tipo muy serio que obviamente
no busca echar unas risas, sino follarte a su hija. Y sin
reírte, claro, en plan serio y formal; es decir, en la cama
de sus padres y con toda formalidad, ya digo. Pero en el
entretiempo…
…pero en el entretiempo creo recordar que he entrado en otro bar, sí, que va a ser un whisky solo y sin hielo,
gracias, y suba el volumen de la música, por favor, porque
creo que es el Crazy de Patsy Cline que me recuerda cuan360
Antonio F. Marín
do bailaba abrazado a ella siguiendo el acompasado ritmo
del bajo que rememoro mientras me tomo otro whisky,
gracias, porque tampoco es cuestión de conciencia, de obrar
en conciencia como nos advierten algunos peritos precisamente antes de acudir al centro o al medio de comunicación en el que cobran por educar esas conciencias con su
pedagogía social, según dicen, para que obremos según la
conciencia que previamente nos han educado. No nos vale.
Y que pase el siguiente, por favor, porque al final va a ser
cierto aquello que nos decía Juan Carmelo de que la verdad está en cagar en cuclillas en el campo y en limpiarse
en culo con una piedra, en fin, ya sabes, porque uno también tiene su verdad y está se refiere al fracaso, una vez
más, pues no he podido desentrañar si es cierto que existe
un tesoro bajo la Chinica del Argaz. Y entonces no hay
convite, cada uno a su casa y sin armar mucho tostón pues
a un servidor no le va eso de rascarse y despiojarse en grupo o en partido, porque a la anarquía se llega de uno en
uno y nunca en manada pues un rebaño de cisnes en la
Utopía sigue siendo un rebaño. Y en el entretiempo…
…en el entretiempo resulta que uno no tiene más amo
que la libertad. Y además no piensa poner su felicidad en
manos de los demás. Mientras pueda evitarlo. Así que he
buscado un lugar en alto, apartado, y no precisamente para
andar más cerca del cielo, sino para alejarme del ruido humano, del tráfago por trabajar más para ganar más y comprarse una cama mejor en la que descansar más para trabajar más y poder comprarse una cama mejor en la que descansar más para trabajar más, etcétera, mientras comen,
follan, duermen, se reproducen, cagan y trabajan más para
ganar más, etcétera, etcétera. Un lugar que curiosamente
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Entretiempo
suele andar por aquí mismo, por el psiquiátrico, otra vez,
doctora, qué se le va a hacer, pues ya ve que de nuevo he
vuelto a casa, al jardín soleado donde se puede esperar
tranquilamente a que llegue la noche para dormir y dejar
de soñar despierto.
Al sol.
Y que pase el siguiente.
Cieza (Murcia) 27 de febrero de 2004
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