V Domingo del Tiempo Ordinario 9 de febrero de 2014 CÓMO SER

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V Domingo del Tiempo Ordinario
9 de febrero de 2014
CÓMO SER SAL Y LUZ EN NUESTRA SOCIEDAD
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? La
sal era un elemento tan importe en la sociedad romana que, hasta la palabra <salario>
se derivaba de la costumbre romana de pagar a los soldados con una ración
determinada de sal. La sal era necesaria para evitar la corrupción de los alimentos y
para darles sabor. Ya en el capítulo 2 del Levítico estaba mandado “sazonar con sal
toda oblación que se ofreciera a Yahvé” y en los primeros siglos del cristianismo,
cuando era costumbre retrasar el bautismo hasta la edad adulta, las familias cristianas
frotaban los labios del recién nacido con sal. San Agustín, que se quejaba de que su
madre no le hubiera bautizado cuando, de niño, estuvo él muy enfermo, nos dice que
lo que sí hizo santa Mónica fue “darle a gustar la sal bendita” nada más nacer. Pues
bien, cuando en el evangelio de hoy Jesús les dice a sus discípulos que deben ser la
sal de la tierra, lo que les está diciendo es que no sean corruptos y que luchen
siempre contra la corrupción, y que, además, den sabor cristiano a todo lo que hacen
y dicen.
Para no ser corruptos es necesario tener el alma blindada con la sal del evangelio,
porque es facilísimo dejarse contaminar de la corrupción generalizada que habita en
nuestra sociedad. Corrupción en las palabras y corrupción en las obras, corrupción en
la vida privada y corrupción en la vida pública. A veces da la impresión de que
únicamente no son corruptos los que o no pueden y no saben serlo. Sin generalizar
demasiado, claro, pero sí reconociendo que la corrupción es un fenómeno bastante
generalizado en nuestra sociedad. Si los cristianos queremos ser sal de la tierra,
deberemos luchar denodadamente contra el fenómeno de la corrupción. Y rociar con
sal bendita, dar sabor cristiano, a todo lo que pensemos, digamos y hagamos.
Vosotros sois la luz del mundo… Tampoco se enciende una vela para meterla debajo
del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa.
La metáfora de la luz, referida a Dios y a Cristo, es muy frecuente en la Biblia, sobre
todo en el evangelio de san Juan: Dios es la luz, nosotros somos hijos de la luz, la luz
de Cristo debe iluminar nuestro caminar hacia el Padre. La luz de Cristo no sólo debe
iluminarnos a nosotros, los cristianos, sino que nosotros, los cristianos debemos
iluminar con nuestra vida a la sociedad en la que vivimos. Vivir iluminados por la luz
de Cristo es vivir en continua y constante lucha contra la mentira; contra la mentira
que habita fácilmente en nosotros mismos y contra las múltiples mentiras con las que
nos desayunamos cada mañana cuando escuchamos y leemos los medios de
comunicación social.
Como de la corrupción, también de la mentira podemos decir que se ha instalado
poderosamente en nuestra sociedad: las mentiras de los políticos, las mentiras de los
empresarios, las grandes mentiras de los que están arriba y las pequeñas mentiras de
los que viven a ras social. Luchar contra la mentira, en cristiano, es ser auténtico,
sincero y responsable uno mismo y proclamar las verdad del evangelio en voz alta y
crítica frente a las voces mentirosas e interesadas de la sociedad en la que vivimos.
En definitiva, vivir en la luz de Dios, en la luz de Cristo, es vivir convertido a la verdad
de Cristo.
Esto dice el Señor: parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo,
viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz
como la aurora. En este precioso texto del profeta Isaías se nos dice que la compasión
y la justicia misericordiosa, la caridad cristiana, es condición indispensable para vivir
en la luz del Señor. Dios está, les dice el profeta, donde hay un hombre y una mujer
que sufre, Dios ha hecho una clara opción preferencial por el pobre y el abatido.
La luz de los verdaderos cristianos, su práctica de una justicia generosa y
misericordiosa, debe iluminar a la sociedad en la que vivimos. ¿Nos distinguimos
precisamente los cristianos, dentro de nuestra sociedad, por ser personas
especialmente generosas, misericordiosas y justas, tal como nos recomienda hoy el
profeta Isaías y tal como practicó y vivió nuestro Señor Jesucristo? ¿También nuestra
sociedad de hoy puede decir, como en los primeros tiempos del cristianismo, que a los
cristianos se nos nota enseguida nuestra condición cristiana, por el amor generoso y
desinteresado que tenemos y mostramos en nuestro comportamiento diario? Porque
una Iglesia que no muestre y demuestre su amor hacia los más pobres, nos dice hoy
el Papa Francisco, no es la Iglesia de Cristo.
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