La feminización del léxico profesional en el español de Madrid

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Universidad de Gante
Facultad de Letras y Filosofía
Año académico 2013-2014
Estudio sociolingüístico:
La feminización del léxico profesional
en el español de Madrid
Masterproef voorgedragen tot het behalen van de graad
'Master in de Taal-en Letterkunde: Iberoromaanse talen'
Eline Coppé
Directora: Prof. Dr. Miriam Bouzouita
Codirector: Prof. Dr. Adrián Cabedo Nebot
Agradecimientos
Tras realizar el presente estudio, son muchas las personas a quienes me gustaría
expresar mi más sincero agradecimiento por su valiosa ayuda, motivación y apoyo en algunos
momentos complicados. En primer lugar, quiero dar las gracias a la Dra. Miriam Bouzouita,
directora de esta investigación, no solamente por sus enriquecedores consejos y el
seguimiento contínuo sino también por la confianza que siempre ha tenido en mi trabajo.
También me complace agradecer al Dr. Adrián Cabedo Nebot quien me ha asistido en
la organización de las primeras ideas y determinar la audiencia de la investigación, o sea, la
sección de la población que mejor podía responder las preguntas planteadas en mi estudio.
Merecen especial atención la familia Martínez Ballesteros y el director de la Clínica
Universitaria de Podología del Complutense, Juan Vicente Beneit, porque sin ellos nunca
hubiera logrado entrevistar a todos esos miembros potenciales y necesarios para la realización
de la parte empírica. A su vez, doy las gracias a todas aquellas personas que sacrificaron cinco
minutos de su tiempo libre para rellenar el cuestionario. El mérito del rigor estadístico de este
trabajo hay que otorgárselo al Dr. Ludovic De Cuypere quien me guió en el programa SPSS,
que ha sido importante para el procesamiento exacto de los datos.
Es justo agradecer el esfuerzo de Pablo Martínez Ballesteros quien ha corregido varias
veces esta tesina y quien me ha motivado con sus numerosos mensajes de inspiración. En
última instancia, pero no por ello menos importante, agradezco a mi familia y a mis
compañeros que con su paciencia eterna y amistad siempre me han animado cuando los
árboles tapaban el bosque.
A todos ellos, muchísimas gracias.
I
Índice de materias
Agradecimientos .................................................................................. I
Índice de materias ..............................................................................II
Lista de abreviaciones ........................................................................ V
0.Introducción......................................................................................1
I.La parte teórica .................................................................................7
1.El sexismo lingüístico ...................................................................7
1.1.La confusión entre el género gramatical y el biológico .................. 7
1.1.1.Los sustantivos con marcas morfológicas .................................................... 8
1.1.2.Los sustantivos con marcas sintácticas ........................................................ 8
1.1.3.Los epicenos ................................................................................................. 9
1.2.El problema del masculino genérico ................................................ 9
1.3.¿Es sexista la gramática española? ................................................ 10
2.La feminización del léxico profesional .....................................14
2.1.Los procedimientos de feminización según García Meseguer
(1996) .................................................................................................... 14
2.2.Los factores morfológicos .............................................................. 15
2.2.1.Los sustantivos que terminan en vocal ....................................................... 15
2.2.2.Los sustantivos que acaban en consonante................................................. 17
2.2.3.Los sustantivos que designan grados militares .......................................... 17
2.2.4.Los nombres compuestos ........................................................................... 18
2.3.Los factores sociales ....................................................................... 18
2.3.1.La edad ....................................................................................................... 18
2.3.2.El sexo ........................................................................................................ 19
2.3.3.El prestigio de la profesión y el deseo de reconocimiento de valía
profesional ........................................................................................................... 20
3.La masculinización de los nombres de profesión ....................21
3.1.Los neologismos masculinizados .................................................... 21
II
3.2.El femenino genérico ...................................................................... 21
4.La postura del DRAE frente a la feminización .......................22
4.1.La inclusión de títulos profesionales en femenino ........................ 22
4.2.El carácter androcéntrico del DRAE ............................................ 24
II.La parte empírica: entre la norma y el uso.................................27
1.Los objetivos del estudio ...........................................................27
0.La metodología ...........................................................................28
0.1.La muestra ...................................................................................... 28
0.1.1.La selección cualitativa .............................................................................. 28
0.1.2.La selección cuantitativa ............................................................................ 30
0.2.La recogida de datos....................................................................... 31
0.2.1.El cuestionario individual como instrumento............................................. 31
0.2.2.El lugar de investigación ............................................................................ 32
1.El análisis empírico ....................................................................33
1.1.Las frecuencias generales ............................................................... 34
1.2.La relación entre la técnica de feminización y los factores sociales35
1.2.1.La feminización y la edad .......................................................................... 35
1.2.2.La feminización y el sexo ........................................................................... 39
1.3.La relación entre la técnica de feminización y los factores
lingüísticos ............................................................................................ 41
1.3.1.El sufijo en -o ............................................................................................. 41
1.3.1.1.La norma propuesta por el DRAE y el DPD (2005) ...................... 41
1.3.1.2.La feminización de los nombres de profesión en -o ...................... 43
1.3.1.3.Los razonamientos para la preferencia o resistencia relativa a la
feminización............................................................................................... 45
1.3.2.El sufijo en -(ent)e ...................................................................................... 49
1.3.2.1.La norma propuesta por el DRAE y el DPD (2005) ...................... 49
1.3.2.2.La feminización de los nombres de profesión en -(ent)e ............... 51
1.3.2.3.Los razonamientos para la preferencia o resistencia relativa a la
feminización............................................................................................... 52
3
1.3.3.Los sustantivos que terminan en -r ............................................................. 54
1.3.3.1.La norma propuesta por el DRAE y el DPD (2005) ...................... 55
1.3.3.2.La feminización de los nombres de profesión en -r ....................... 56
1.3.3.3.Los razonamientos para la preferencia o resistencia relativa a la
feminización............................................................................................... 56
1.4.La feminización por los profesionales ........................................... 58
1.4.1.La prueba del Chi-cuadrado y de la V de Cramer ...................................... 58
1.4.2.El uso de la técnica de feminización según el sexo .................................... 59
III.La conclusión ...............................................................................63
1.Los usos discriminatorios del lenguaje ....................................63
0.El proceso de la feminización ....................................................64
0.1.Los resultados de los factores sociales ........................................... 65
0.2.Los resultados de los factores lingüísticos ..................................... 66
0.3.La feminización por las médicas, ingenieras y gerentas ............... 70
1.Algunas propuestas para futuros estudios ..............................71
IV.La bibliografía ..............................................................................71
V.El anexo: el cuestionario individual .............................................75
4
Lista de abreviaciones
—
DPD: El Diccionario Panhispánico de Dudas
—
DRAE: El Diccionario de la Real Academia Española
—
GRAN: Guía de lenguaje no sexista de la Universidad de Granada
—
INE: Instituto Nacional de Estadísticas
—
MAL: Manual de lenguaje administrativo no sexista de la Universidad de
Málaga
—
RAE: La Real Academia Española
V
0. Introducción
La incorporación progresiva de la mujer al mercado laboral a lo largo de la segunda
mitad del siglo XX ha iniciado un debate interesante con respecto a las consecuencias
lingüísticas que lleva consigo este cambio social como se ve ilustrado en la viñeta. A pesar de
que el tema de la feminización de los nombres de profesiones ya ha recibido mucha atención
en la literatura, como por ejemplo en las numerosas guías para el uso no sexista del lenguaje,
cabe mencionar que entre los hispanohablantes aún surgen vacilaciones en torno a cómo se
debe aludir a una mujer que ejerce una profesión que hasta hace poco se atribuyó
exclusivamente al sexo masculino (Azofra 2012b).
Antes de abordar los efectos que ha provocado esta transformación al nivel social en el
lenguaje, nos gustaría primero presentar un sinopsis del camino recorrido por parte de las
mujeres en cuanto a su situación laboral en España. Villagómez (2005) afirma que hasta el
início de la Segunda Guerra Mundial las sociedades europeas se organizaron según el modelo
que se conoce en la literatura económica como "el modelo de preceptor de renta masculino" o
en inglés "the male-breadwinner model". En términos generales, este modelo apunta a una
división nítida de la sociedad en la cual hombres y mujeres desempeñan funciones
completamente diferentes. Mientras que la vida del hombre se caracteriza por las actividades
sociales y económicas fuera de casa, la mujer vive en reclusión realizando las tareas
domésticas y matrimoniales.
1
A partir de los años 50 empezaron a surgir en Europa las ideas democráticas y
emancipatorias por parte de las mujeres. Contrariamente a la mayoría de los países europeos
donde una cantidad bastante significativa de mujeres se introdujo al mercado laboral, la
situación en España era diferente debido a la instauración del régimen dictatorial de Francisco
Franco en 1936 lo que perduró hasta 1975, con algunas variaciones. Este general gobernó
desde una perspectiva conservador-machista prohibiendo al sexo femenino cada forma de
trabajo extradoméstico conforme al "male-breadwinner model" (Villagómez 2005). La mujer
estaba obligada a permanecer en el ámbito del hogar encargada del trabajo no remunerado y
para la reproducción social. Una vez que se promulgó la ley del 22 de julio de 1961 en la que
se prohibió cualquier tipo de discriminación laboral, España consiguió salir de su aislamiento.
Como consecuencia de la apertura de España hacia el exterior, la economía española se
desarrolló requiriendo más mano de obra. A partir de este momento, la actividad femenina en
España conoció un avance espectacular. Como se ve ilustrado en la Tabla 1, la cantidad de
trabajadoras españolas subió hasta el 20% en 1960 lo que corresponde, basándonos en cifras
ofrecidas por Ortiz Heras (2006), a 2.380 mujeres activas (Ortiz Heras 2006; Villagómez
2005).
Tabla 1: La evolución de la población activa entre 1930 y 1970 en España 1
Según Larrañaga (2002), la tasa de actividad española femenina ha aumentado
incesantemente a partir de los años de Transición o el período en el que se dejó atrás la
dictadura de Franco. Comparando la Tabla 1 con la Tabla 2, la cual se puede encontrar en la
página siguiente, resulta llamativo que entre 1970 y 1990 la cantidad de mujeres trabajadoras
se haya incrementado del 19,6% al 31,8%. Además, notamos como el número de mujeres en
el sector público continuó creciendo hasta 2007 alcanzando el 55,5%. No obstante, a partir de
la crisis mundial del 2008 hasta el primer trimestre de 2014 el avance femenino dentro de la
vida pública se ha estancado ya que fluctúa entre el 53% y el 54%, como se ve ilustrado en las
Tablas 2 y 3.
1
La Tabla 1 hemos sacado del estudio realizado por De Miguel (1975).
2
Tabla 2: La evolución de la población activa entre 1990 y 2009 en España2
Tabla 3: La evolución de la población activa entre 2011 y 2014 en España 3
Aunque la mujer ya ha ganado mucho terreno en el ámbito laboral a lo largo de las
últimas décadas, Vicente Merino y Martínez Aguado (2010) sostienen que la feminización del
mercado resulta inacabada o incompleta por la gran desigualdad que aún existe entre ambos
géneros. Con el fin de demostrar esas diferencias, los dos autores parten en su estudio de dos
conceptos, en concreto la segregación vertical y la horizontal. El primer término consiste en
que las mujeres trabajadoras generalmente ejercen las profesiones menos prestigiosas
mientras que a los hombres se les ofrece más posibilidades para promoverse. En cuanto al
segundo concepto, Vicente Merino y Martínez Aguado (2010) hacen hincapié en que las
mujeres suelen tener acceso a un determinado tipo de ocupaciones consideradas
tradicionalmente femeninas como las actividades sanitarias y la educación, entre otras.
Aquellas profesiones que se atribuyen naturalmente a la mujer corresponden generalmente a
empleos que no requieren estudios superiores o universitarios. Vicente Merino y Martínez
Aguado (2010) concluyen su visión acerca de las posibilidades del sexo femenino dentro del
mercado laboral de la siguiente manera:
2
3
La Tabla 2 procede de Vicente Merino, A.M. et al. (eds) (2010:42-43).
Las cifras incluidas en la Tabla 3 proceden del estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística
(2014).
3
"Las mujeres se ven forzadas a escoger trabajos compatibles con las tareas del hogar y
las responsabilidades familiares, con lo que acaba ocupando segmentos del mercado
laboral que exigen un menor nivel de cualificación, trabajos a tiempo parcial y de
carácter temporal" (Vicente Merino y Martínez Aguado 2010: 15)
Sin embargo, resulta erróneo concluir que las ocupaciones que exigen un nivel
educativo bastante elevado son ejercidas exclusivamente por el sexo masculino. Mientras que
en 1940 solamente el 12,6% de todo el alumnado universitario lo constituían las mujeres, la
presencia femenina en la universidad se incrementó hasta el 31% en 1970 y en 2010 llegó al
54% o más de la mitad del alumnado (Peña 2010). Dado que las féminas han conseguido el
acceso a la educación, observamos como a lo largo del tiempo las mujeres empezaron a
ejercer profesiones socialmente muy bien valoradas como, por ejemplo, la de médico. Gracias
a cifras ofrecidas por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (2014), nos
damos cuenta de que en 2013 el 47,55% de todos los médicos españoles eran mujeres.
Teniendo en cuenta lo expuesto anteriormente, cabe preguntarnos si la apertura del
mercado laboral hacia la mujer a lo largo de la segunda mitad del siglo XX ha dejado de
alguna manera una influencia en la lengua castellana. En otros términos, el objetivo principal
de nuestra tesina consiste en investigar si existe una tendencia a la feminización de los
nombres de profesiones en el lenguaje cotidiano de los españoles que viven en Madrid. Dado
que la presencia del sexo masculino siempre ha sido dominante en el sector de la vida pública,
la mayoría de los nombres de profesiones dispone de una sola forma, es decir la masculina.
Ya hace años surgió un interesante debate lingüístico en el que varios lingüistas empezaron a
exigir que el castellano debe ofrecer un gama de formas femeninas específicas que podrían
funcionar como equivalentes de las masculinas de modo que la presencia de la mujer dentro
del ámbito laboral se haga visible asimismo en el lenguaje.
El estudio pionero sobre este tema lo realizó García Meseguer (1996) quien analizó si
la gramática castellana es sexista o si discrima a uno de los dos sexos. García Meseguer
(1996) profundizó en el tema del sexismo lingüístico y dedicó especial atención a la
feminización de los nombres de profesiones investigando cuáles son las estrategias a las
cuales recurren los usuarios de la lengua castellana para hacer una referencia
pragmáticamente correcta a la mujer trabajadora. Aparte de la investigación de García
Meseguer (1996), nos basaremos en el análisis sociolingüistico publicado por Azofra (2010)
en el que se pregunta hasta qué punto la norma coincide con la pragmática, es decir el uso que
hacen los hispanohablantes de la lengua castellana. Azofra opina que el debate de la
4
feminización de los nombres de profesiones sigue siendo muy actual a pesar de que ya existe
una gran tendencia a la formación de los nombres de profesiones en femenino. En su estudio
insiste en que todavía surgen dudas en cuanto a la formación de este femenino principalmente
cuando se trata de profesiones prestigiosas que en el pasado solamente fueron ejercidas por
los hombres.
En cuanto a la organización de nuestra tesina, presentaremos en primer lugar la
investigación teórica la cual se compone de cuatro capítulos. En el primer capítulo
profundizaremos en el tema del sexismo lingüístico lo que, según García Meseguer (1996), es
el resultado de la confusión que sufren los hispanohablantes entre el género gramatical y el
biológico. Por lo tanto, intentaremos aclarar la diferencia que existe entre los dos tipos de
género a partir de tres categorías específicas de sustantivos, en concreto los sustantivos con
marca morfológica, aquellos con marca sintáctica y los epicenos. En este mismo capítulo
explicaremos el supuesto problema que genera el masculino genérico con respecto a la
visibilidad de la mujer y, más adelante, abriremos el debate que gira en torno a la pregunta si
la lengua castellana es realmente sexista dando voz, por un lado, a los partidarios de que el
español peninsular dispone efectivamente de varios rasgos androcéntricos y, por otro lado, a
los defensores de que no es la lengua en sí la que es sexista sino el uso que hacen los
hablantes de ella.
En el segundo capítulo expondremos los diferentes procedimientos de feminización
basándonos en el estudio de García Meseguer (1996) y nos preguntaremos si existen factores
lingüísticos o sociales que influyen en el proceso de feminización del léxico profesional.
Concretamente analizaremos primero el papel fundamental que puede desempeñar el sufijo de
la palabra en la formación del femenino para pasar después a la pregunta de en qué medida
podría influir el sexo, la edad, el prestigio de la profesión y el deseo de reconocimiento de la
valía profesional.
A pesar de que en nuestra tesina nos focalizaremos en la feminización de los nombres
de profesiones tradicionalmente varoniles, nos resulta interesante mencionar que actualmente,
asimismo, los hombres empiezan a introducirse en aquellos sectores que se atribuyeron en el
pasado únicamente a las mujeres como, entre otros, la incorporación dentro del ámbito de la
moda. Al igual que el proceso de feminización, examinaremos si es posible encontrar una
tendencia hacia la masculinización de nombres de profesiones como modista y enfermera,
entre otros. En el cuarto y último capítulo de la parte teórica dedicaremos especial atención a
5
la postura que adopta el Diccionario de la Real Academia frente a la formación de las formas
femeninas específicas destacando sus rasgos más innovadores y conservadores. 4
El objetivo principal de nuestro estudio empírico consiste en examinar cómo los
españoles que viven en Madrid feminizan actualmente los nombres de profesiones y cargos
anteriormente varoniles cuándo están refiriéndose a una mujer trabajadora. A partir de un
cuestionario individual que incluye una lista de 11 profesiones que el informante ha tenido
que feminizar, intentaremos contestar a la pregunta central de nuestra tesina: ¿cuál es la forma
actualmente más utilizada entre los españoles que viven en Madrid para hacer referencia a una
mujer que ejerce una profesión tradicionalmente varonil? El cuestionario incluye 11
profesiones que hasta poco fueron consideradas como exclusivamente varoniles,
concretamente ingeniero, comandante, chófer, jefe, médico, canciller, sargento, rector,
presidente, primer ministro y gerente.
En el primer estudio nos basaremos en el grupo de informantes en el que hemos
incluido hombres y mujeres de todas las generaciones que aprenden, ejercen o ejercieron una
profesión diferente a la de ingeniero, médico o gerente lo cual corresponde en total a 255
participantes. En cuanto a la interpretación de los datos, intentaremos descubrir primero tanto
discrepancias entre las diferentes generaciones como comportamientos distintos por parte del
sexo masculino y femenino con respecto al uso del procedimiento que García Meseguer
(1996) llama "la feminización" (cf. infra §I.2.1.). Después investigaremos en qué medida
influye el sufijo de la palabra en la selección del procedimiento de feminización. Dicho de
otro modo, intentaremos descubrir algunas pautas con respecto a cuáles son los sufijos que
aceleran el proceso de feminización y cuáles lo retrasan. En último lugar, examinaremos si la
norma establecida por la RAE coincide con el uso que hacen los hispanohablantes de la
capital de Madrid con respecto a la formación del femenino de los nombres de profesiones.
Para el segundo análisis que realizaremos en nuestra tesina nos focalizaremos en 242
informantes tanto hombres como mujeres sacados de todos los grupos etarios que aprenden,
ejercen o ejercieron la profesión de ingeniero, médico o gerente. Este estudio trata de aclarar
si el comportamiento de las profesionales con respecto a la feminización de su propio oficio
se diferencia del de los hombres que se dedican a las mismas profesiones. El análisis toma
como punto de partida la hipótesis de Azofra (2010) que consiste en que las mujeres que
ocupan cargos antiguamente varoniles y prestigiosos rechazan las formas en femenino debido
a que el género femenino no expresa el mismo valor profesional que el masculino.
4
A partir de aquí, utilizaremos la abreviatura DRAE para referirnos al Diccionario de la Real Academia
Española.
6
I. La parte teórica
1. El sexismo lingüístico
1.1. La confusión entre el género gramatical y el biológico
Autores como García Meseguer (1984; 1996), Del Carmen Hoyos Ragel (2001) y
Márquez (2013) afirman que el sexismo lingüístico nace de la confusión que se produce en
muchos hispanohablantes por no saber distinguir entre dos tipos de géneros, es decir el género
gramatical y el natural. El género como categoría gramatical es un rasgo formal inherente a
cada sustantivo que indica si una palabra es masculino, femenino o neutro. El género
gramatical tiene una función sintagmática dentro de la oración imponiendo reglas de
concordancia que se establece entre el sustantivo, el artículo y el adjetivo. En el ejemplo (1),
se puede observar que el género gramatical indica la concordancia entre el sustantivo planta,
el artículo indefinido una y el adjetivo preciosa, cada uno de género femenino. En este caso,
la oposición de género resulta imposible. En síntesis, el género gramatical corresponde a una
construcción mental y cultural que forma parte de un sistema que ha sido elaborado
históricamente.
(1) Una planta preciosa  *Un planto precioso
(Roegiest 2011-2012: 15)
Por otro lado, el género como categoría biológica, asimismo llamado el género natural
o el sexo, ocupa una función paradigmática. Refiriéndose a la realidad, el género biológico
diferencia a los machos de las hembras. A modo de ilustración (2), el sustantivo de género
gramatical masculino perro se refiere al varón mientras que el de género gramatical femenino
perra designa a la hembra. A partir de aquí, con género y sexo nos referiremos
respectivamente al género gramatical y al natural.
(2) El perro  La perra
(Roegiest 2011-2012: 15)
Según los autores anteriormente mencionados, los usuarios de la lengua castellana
identifican a menudo el sexo a través del género aunque esta diferencia de sexo no siempre se
encuentra representada por el género de los sustantivos. Por lo tanto, resulta interesante
investigar cuando el género de los sustantivos animados coincide con el sexo del referente o
cuando provoca cierta confusión. Partiremos de la clasificación elaborada por Azofra (2010)
que organiza los sustantivos animados en los siguientes grupos:
7
a) Los sustantivos con marcas morfológicas
b) Los sustantivos con marcas sintácticas
c) Los epicenos
1.1.1. Los sustantivos con marcas morfológicas
Los sustantivos que llevan una marca morfológica poseen flexión por género y están
sobre todo emparejados. Resulta fácil reconocer a qué género pertenecen estas palabras de
doble forma puesto que llevan un género explícito. Según Afonso et ál. (2013), los sustantivos
que terminan en -o son generalmente de género masculino y los en -a femenino. No obstante,
existen excepciones como la palabra mano que, contrariamente a la tendencia general, no
lleva el género masculino sino el femenino. A eso se añade que las terminaciones en -o y -a
transmiten información en cuanto al sexo, o sea que el género masculino -o apunta en general
a un varón mientras que el en -a designa a una mujer como se ve ilustrado en el ejemplo (3)
(García Meseguer 1996: 97-100; Nissen 2002: 253, Afonso et ál. 2013).
(3) Abogado (masculino y varón) y abogada (femenino y hembra ) (Azofra 2010: 4)
1.1.2. Los sustantivos con marcas sintácticas
El segundo grupo se compone de sustantivos que son comunes en cuanto al género, o
sea que les falta flexión de género. En el ejemplo (4), no queda claro si la palabra periodista
se refiere a un varón o a una hembra. Cabe mencionar que en este tipo de frases muchos
oyentes escuchan la voz de un varón. Sin embargo, este sexismo del oyente resulta infundado
puesto que estos sustantivos se pueden combinar tanto con el masculino como con el
femenino lo que podemos observar en el ejemplo (5). Dicho de otra manera, el género
implícito de los sustantivos comunes se puede transformar en explícito a través de
procedimientos sintácticos como la concordancia que se establece entre el sustantivo, el
artículo o el adjetivo. Tal marca de género tiende a ser entendida como marca de sexo (García
Meseguer 1996: 115-116; Nissen 2002: 254).
(4) Se necesita periodista inteligente.
(5) El periodista (m.) / La periodista (f.)
(García Meseguer 1996: 115)
(Azofra 2010: 4)
8
1.1.3. Los epicenos
Según Nissen (2002: 257-258), los epicenos son aquellos nombres animados de forma
única que se refieren a seres sexuados de ambos sexos. Este tipo de sustantivo puede ser de
género masculino como, por ejemplo, miembro o de género femenino como la palabra
víctima. La concordancia depende siempre del género del sustantivo y no del sexo de su
referente. Por lo tanto, en el ejemplo (6), hablamos de un hombre joven que es una víctima ya
que la forma *un víctimo no existe para referirse a un varón. No obstante, actualmente existe
una polémica en torno a la palabra miembro que, según el Diccionario Panhispánico de Dudas
(DPD: 2005), admite el uso de la miembro pero no de *la miembra. Esta clase no tiene mucha
importancia en nuestro estudio ya que los nombres de profesiones no forman parte de ella.
(6) La víctima, un hombre joven, fue trasladada al hospital más cercano. (DPD 2005)
1.2. El problema del masculino genérico
Antes de que abordemos el tema del masculino genérico, conviene que aclaremos lo
que se entiende por “sexismo lingüístico”. García Meseguer (1996) define esa noción de la
manera siguiente:
“Se incurre en sexismo lingüístico cuando se emplean vocablos (sexismo léxico) o se
construyen oraciones (sexismo sintáctico) que, debido a la forma de expresión escogida
por el hablante, resultan discriminatorias por razón de sexo” (García Meseguer 1996:
24).
Según García Meseguer (1996), el sexismo está entonces en la forma del mensaje y no en el
fondo pero en ningún momento precisa lo que quiere decir con la forma y el fondo. Por lo
tanto, nos resulta más significativa la definición del concepto “discurso sexista”, propuesto
por Vigara Tauste (2009), que, desde una perspectiva pragmalingüística, es definido como:
“... el conjunto de rasgos y usos lingüísticos discriminatorios derivados de la situación y
la acción social” (Vigara Tauste 2009:32).
García Meseguer (1996), Álvarez de Miranda (2012) y María Márquez (2013)
pretenden que el origen de este discurso sexista radica sobre todo en que los hispanohablantes
9
asocian el género masculino al sexo varón (cf. supra §I.1.1.2.). No obstante, cabe explicar que
el género masculino, tanto en singular como en plural, es capaz de desempeñar un doble
papel, o sea un específico y un genérico. En los ejemplos (7) y (8) percibimos como, en su
sentido específico, el género gramatical masculino se refiere solamente a los machos mientras
que, cuando es utilizado como genérico, nombra a la especie o a seres de uno u otro sexo.
(7) El gato es un buen animal de compañía.
(8) Los ingleses prefieren el té al café.
(DPD 2005)
(García Meseguer 1996: 63)
Según algunos hispanohablantes, el uso del masculino genérico, o también llamado el
masculino incluyente, contribuye a la invisibilidad de la mujer al considerar el sexo masculino
como referente en situaciones en las que nos referimos a ambos sexos. Actualmente, la teoría
del masculino genérico se entrelaza con los nombres de profesión suponiendo que se han
utilizado los sustantivos que denominan profesiones, oficios o cargos durante mucho tiempo
solamente en masculino, incluso para referirse a mujeres. Aunque la gramática del castellano
permite la feminización de los nombres de profesión (cf. infra §I.2.1.), todavía encontramos
muchas dudas y comportamientos de rechazo frente a los nombres de profesión que se
presentan feminizados (Azofra 2010; Uría 2012).
1.3. ¿Es sexista la gramática española?
Dentro del gran debate que trata el tema del sexismo lingüístico encontramos, por un
lado, aquellos que afirman que el género en castellano contribuye a la discriminación de la
mujer y, por lo tanto, reivindican cambios a favor de su visibilidad. Por otro lado, los
académicos contradicen esta teoría feminista y relativizan toda la crítica justificando los
mecanismos que la lengua tiene establecidos ya hace mucho tiempo (Azofra 2012a; Uría
2012; Márquez 2013). Aparte de estos dos grupos, Márquez (2013) añade otro que,
constituido mayoritariamente por lingüistas, elige el camino intermedio. Al recomendar usos
específicos dirigidos al ámbito administrativo, los lingüistas intentan proponer en sus guías de
lenguaje no sexista un idioma igualitario sin alejarse demasiado de las normas establecidas
por la RAE.
Quienes parten de la interrelación entre lengua, pensamiento y realidad, afirman que la
lengua castellana es sexista en sí misma (Marquéz 2013). Las feministas como Lledó Cunill
(1992) critican vehemente el carácter androcéntrico del castellano y más en concreto el uso
10
del masculino genérico que se entiende como el mayor representante de ese androcentrismo
en la lengua (cf. supra §I.1.2.). Sin tener en cuenta algunos principios específicos lingüísticos,
se constata con frecuencia que el masculino genérico solamente hace una referencia al varón y
que, de esa manera, excluye a la mujer. Por lo tanto, las feministas exigen que la relación
entre el género y el sexo sea explícita en todos los casos y que se prescinda de todos los
matices sexistas.5 Contrariamente a esta idea de desambiguación del género masculino, los
seguidores de la primera postura se preguntan porque no existen colectivos con nombre
genérico femenino, como por ejemplo las enfermeras, para referirse a un grupo de mujeres y
varones que ejerce una profesión tradicionalmente mujeril (De Querol 2013). Con el fin de
conseguir un lenguaje no sexista, los partidiarios de la postura feminista ofrecen varias
propuestas de las cuales destacamos las siguientes:
—
El procedimiento del desdoblamiento: empleados y empleadas
—
El uso de la arroba como símbolo de doble grafía (@): l@s actor@s
—
La feminización de los nombres de profesión: la médica
—
La sustitución del masculino genérico por términos genéricos o colectivos: el
profesorado
—
La eliminación de la asimetría de ciertos tratamientos: señorita
A través del artículo de Bosque (2012), la Real Academia Española refuta esta teoría
feminista defendiendo el uso del masculino genérico y, además, intenta aclarar que el sexismo
no se localiza en el propio sistema de la lengua sino en el uso que hacen los hablantes de ella.
En primer lugar, la RAE hace un alegato a favor del uso del masculino genérico lo que
según él, no contribuye a la invisibilidad de la mujer sino al principio de economía del
lenguaje. La lengua se basa en varias reglas y una de ellas consiste en que el masculino
siempre ha funcionado como el género no marcado y el incluyente mientras que el femenino
siempre ha sido el marcado y el excluyente. Aunque actualmente surgen dudas en cuanto al
uso del masculino genérico para aludir a un conjunto de ambos sexos cuando éste se dedica a
profesiones tradicionalmente mujeriles como enfermera o matrona, el uso del femenino
genérico resulta incorrecto según las normas de la RAE. Si queremos eliminar el supuesto
sexismo de la lengua española, deberíamos cambiar el núcleo de la lengua del que forma parte
el masculino genérico (Bosque 2012).
5
Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra androcentrismo significa “visión del
mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino (DRAE 2001: s.v. androcentrismo).
11
En segundo lugar, Bosque (2012) y los académicos denuncian el falso tópico de que
todas las lenguas humanas son sexistas o machistas en sí mismas. Es bien sabido que la
lengua no evoluciona por sus propias leyes sino que refleja solamente las actitudes y los
pensamientos de la sociedad que la utiliza como medio de comunicación. Por lo tanto, el
sexismo lingüístico frente a la mujer se instala más bien en el nivel semántico y pragmático, o
sea en lo que los hablantes quieren decir y cómo transmiten su mensaje. Podríamos entender
este uso del lenguaje como el reflejo de una sociedad patriarcal en la que el varón siempre ha
desempeñado el papel dominante. Según García Meseguer (1984) nos encontramos ante un
círculo vicioso:
“La lengua es sexista porque la cultura lo ha sido, y la cultura tiende a permanecer
sexista porque la lengua lo es” (García Meseguer 1984: 223).
Desde esta perspectiva, la RAE y los académicos realizan una serie de críticas a las
propuestas de las guías de lenguaje no sexista (Marquéz 2013: 74). Según ellos, esos
manuales contienen recomendaciones que transgreden las normas académicas y los aspectos
gramaticales o léxicos que se encuentran firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico.
Temen que los métodos artificiales anteriormente mencionados invadan nuestro discurso
cotidiano haciéndolo antieconómico, caótico y antiestético. No obstante, conviene que
insistamos en que la mayoría de las guías de lenguaje no sexista no han sido elaborada desde
una perspectiva feminista radical, como la de Lledó Cunill (1992), sino desde una moderada.
Como veremos a continuación, estos manuales comparten con Bosque (2012) y los
académicos varias posiciones teóricas esenciales con respecto al género gramatical (Márquez
2013: 74).
Al igual que la RAE, los linguistas como García Meseguer (1996), Lago Garabatos
(2000) y Del Carmen Hoyos Ragel (2001) afirman que, como consecuencia de que los
hispanohablantes confunden a menudo los conceptos de género y sexo, el sexismo lingüístico
no reside en el sistema de la lengua sino en el uso que hacen los usuarios de ella. En las guías
de lenguaje no sexista, editadas respectivamente por la Universidad de Málaga (2002) y por
la Universidad de Granada (s.f.), encontramos lo siguiente:
"[...] partimos de la tesis de que la lengua española no es sexista aunque sí lo es el uso
que de ella se hace" (MAL 2002: 15).
12
"El sexismo lingüístico no radica en la lengua española como sistema, sino que se halla
en algunos de los usos consolidados y aceptados como correctos por la comunidad
hablante" (MAL 2002: 21).
"El género gramatical es una categoría de las lenguas que, en principio, no tiene que
identificarse con la referencia al sexo biológico" (GRAN s.f.: 7).
Asimismo se reconoce el masculino como el género no marcado y, de allí, su
capacidad de hacer referencia a ambos sexos en aquellas situaciones en las que resulta
suficientemente claro que incluye a ambos sexos y no provoca ambiguedad. También se
puede seguir utilizando cuando el contenido de sexo no resulta relevante en el contexto.
Concluimos entonces que las guías de lenguaje no sexista aconsejan el masculino genérico
solo en aquellos casos de ambigüedad o de impresición con respecto al referente. El uso
abusivo de la técnica del desdoblamiento de género podría generar inferencias indeseadas, un
exceso de información hasta incluso frases agramaticales (Márquez 2013: 78-80).
Contrariamente a la visión de la RAE, Márquez (2013: 80-81) pretende que aquellos
manuales no tienen como objetivo principal modificar las normas establecidas sino que
buscan ser un instrumento útil para aclarar las dudas con respecto al género que habitan los
hispanohablantes. Las guías no tienen ninguna pretensión de intervenir en el sistema de la
lengua ni en la lengua cotidiana. Quieren solamente ofrecer recomendaciones de uso dentro
del ámbito de la administración, del jurídico y de los medios de comunicación de modo que se
realicen referencias personales pragmáticamente adecuadas en los documentos. Pretenden que
deberíamos empezar por eliminar el sexismo de la sociedad de modo que la lengua se adapte a
ella. De ninguna manera es aconsejable imponer cambios y forzar las tendencias históricas de
la lengua que son el resultado de una larga y lenta evolución.
Visto el creciente número de guías de lenguaje no sexista, últimamente se han
realizado varios estudios que tienden a medir el impacto de estas guías en nuestro uso actual
del lenguaje. A pesar de la gran cantidad de guías, el masculino genérico todavía predomina
para menciones colectivas en el lenguaje cotidiano aunque en su uso singular se ha constatado
una disminución a favor de los sustantivos de género fijo con referentes humanos. La
desaparición gradual del uso de los masculinos genéricos en plural se han podido observar
sobre todo en la administración pública o más en concreto en las solicitudes, las cartas a los
clientes, los documentos oficiales, etc. Por último, se ha comprobado un aumento de las
menciones femeninas explícitas sobre todo con respecto a los nombres de profesiones
(Márquez 2013: 83-84).
13
2. La feminización del léxico profesional
2.1. Los procedimientos de feminización según García Meseguer (1996)
El acceso creciente de la mujer a profesiones antes exclusivamente reservadas a los
hombres ha causado que actualmente resulte incuestionable la tendencia a utilizar los nombres
de profesiones y cargos con diferencia genérica. En otros términos, las profesionales han
ganado terreno puesto que, para designar a una mujer que se dedica a una profesión
antiguamente masculino, los hablantes recurren ya con espontaneidad a las formas femeninas.
No obstante, esto no impide que a veces emplean usos en masculino o que vacilan entre el
masculino y el femenino en otros casos. Según García Meseguer (1996), existen tres
posibilidades para denominar a las mujeres que ejercen profesiones tradicionalmente
varoniles.
En cuanto al primer procedimiento, llamado “la feminización” (García Meseguer
1996: 50), el sustantivo masculino se transforma en uno de doble forma de modo que en
lugar de emplear el ministro para designar a las profesionales, los hispanohablantes utilizan la
forma la ministra (Fundéu 2011; De Andrés Castellanos 2000). Cabe mencionar que en este
trabajo la feminización dispone de dos significados. Por un lado, la feminización podría
definir la tendencia general de feminizar los nombres de profesión mientras que, por otro
lado, también es posible que haga alusión a una de las tres posibilidades de feminización
propuesta por García Meseguer (1996).
Cuando el sustantivo de género masculino se transforma en una palabra de género
implícito, García Meseguer (1996: 50) habla del procedimiento de “la comunización”. Para
que el género implícito se haga explícito, o sea que el sexo de la mujer se torne claro, se añade
el artículo femenino como se ve ilustrado en el ejemplo la ministro. Contrariamente a “la
comunización”, la tercera posibilidad, “la androginización”, se caracteriza por el
mantenimiento de la desinencia y del artículo masculino (García Meseguer 1996: 51). La
mujer que dirige cada uno de los departamentos ministeriales se llamaría entonces el ministro.
Aparte de los tres procedimientos distinguidos por García Meseguer (1996), la lengua
castellana presenta dos opciones léxicas como, por ejemplo, el uso del masculino al que se
añade el sustantivo mujer en aposición. Aunque Fundéu aconseja el uso de la pilota, notamos
que en la mayoría de los casos se habla de una mujer piloto (García Meseguer 1996: 51; De
Andrés Castellanos 2002a; Fundéu 2011b). En último lugar, podría ocurrir que el término no
admite la forma femenina porque no existen modelos para crear analógicamente el femenino o
que el femenino les suena raro a los hablantes. En este caso se sustituye el sustantivo
14
problemático por otro más aceptable como se observa a menudo con el galicismo chófer. En
lugar de la chófer o la choferesa, un gran número de hablantes prefiere el uso de la
conductora (Azofra 2010: 8).
2.2. Los factores morfológicos
Desde los orígenes de la lengua española estamos ya asignando formas femeninas
específicas a los sustantivos masculinos para realizar una referencia pragmáticamente
adecuada. Los agentivos en -or, las palabras terminadas en -nte y la fórmula de tratamiento
señor eran sustantivos que en las etapas iniciales del castellano no disponían de un femenino
específico pero que han adoptado en una fase posterior la moción de género -o/-a.
Mediante el procedimiento de la analogía, los hispanohablantes han creado femeninos
específicos para las denominaciones profesionales, incluso para aquellas cuya terminación no
ha presentado históricamente moción de género. De ahí podríamos deducir que es el uso de
los hispanohablantes el que impone las innovaciones.
No obstante, debido a que la lengua presenta tantas posibilidades para feminizar los
nombres de profesión (cf. supra §I.2.1.), encontramos cierta confusión entre los hablantes y,
como consecuencia, han surgido dudas respecto a qué uso se considera el más correcto. Con
el fin de eliminar esos titubeos, el DPD (2005) dedica un capítulo entero a “la formación del
femenino en profesiones, cargos, títulos y actividades humanas” (DPD 2005) ofreciendo
varias sendas propuestas de norma teniendo en cuenta solamente criterios morfológicos.
Afonso et ál (2013) subraya la influencia que podría tener el sufijo de la palabra en el proceso
de atribución de género. Basándonos en la clasificación del DPD (2005) y en las
denominaciones que formarán parte de nuestro estudio empírico (cf. infra §II.2.2.1.),
estableceremos los cuatro grupos siguientes:
a) Los sustantivos que terminan en vocal
b) Los sustantivos que acaban en consonante
c) Los sustantivos que designan grados militares
d) Los nombres compuestos
2.2.1. Los sustantivos que terminan en vocal
El primer grupo, es decir los sustantivos que terminan en una vocal, dividiremos en
cinco subgrupos de los cuales empezaremos con los sustantivos que acaban en -o. Estas
15
palabras forman generalmente el femenino sustituyendo esta vocal por una -a. Por lo tanto, la
mujer que es médico, ingeniero o ministro se llama teóricamente la médica, la ingeniera o la
ministra. Sin embargo, existen algunas excepciones como la palabra modelo. Puesto que
funciona como nombre común, no cambia su desinencia en -a. Para que la referencia a la
mujer se haga explícita, se añade un artículo o un adjetivo en femenino como se ve ilustrado
en la modelo. Los nombres en -o que proceden de acortamientos como fisio se comportan
asimismo como nombres comunes y se combinan con otro determinador de manera que
encontramos el o la fisio. Podría ocurrir que el sustantivo en -o tiene dos femeninos, o sea uno
en -a y otro en -esa. Aunque es muy excepcional en castellano, la palabra diablo, por ejemplo,
presenta las formas femeninas la diabla y la diablesa. Por último, el sustantivo diácono que
proviene directamente del latín adopta la terminación culta -isa, es decir diáconisa.
En el segundo subgrupo aparecen los nombres que terminan en -a o -ista y que son, en
la mayoría de los casos, comunes en cuanto al género. Por lo tanto, la presencia del artículo es
necesario para poder identificar el sexo del referente como se ve en el/la taxista. Por razones
etimológicas, encontramos el sufijo culto -isa en las palabras profetisa y papisa. A pesar de
que los nombres en -ista funcionan como comunes, la palabra modista, a contrapelo de la
tendencia general, ha generado un masculino regresivo, modisto.
En cuanto a los sustantivos acabando en -e, podríamos afirmar que se comportan como
nombres comunes en analogía con los adjetivos que llevan la misma desinencia y que suelen
tener una sola forma como, por ejemplo, alegre. No obstante, cabe llamar la atención en
algunos casos que han creado un femenino en -esa, -isa o -ina o en -a como la palabra jefa.
Dentro del mismo subgrupo, localizaremos las palabras que terminan en -ente o -ante las
cuales provienen en la mayoría de los casos de los particípios de presente latinos y funcionan
asimismo como nombres comunes respecto al género. Por lo tanto, según la norma, no existe
la variante *estudianta del sustantivo masculino estudiante. Sin embargo, en algunos casos se
ha generalizado el uso femenino en -a como presidenta, dependienta y clienta.
El DPD (2005) menciona como cuarto subgrupo aquellos pocos nombres que acaban
en los sufijos -i o -u, como entre otros maniquí y saltimbanqui, y añade que funcionan
también como comunes. Por lo tanto, estos sustantivos siempre se manifiestan en
combinación con otra palabra concordante. El último subgrupo incluye los nombres de
profesiones que llevan la terminación en -y como rey o jóquey. Mientras que la palabra rey
presenta el equivalente en femenino reina, jóquey es un nombre común que marca el sexo a
través del artículo u otra palabra concordante.
16
2.2.2. Los sustantivos que acaban en consonante
Dentro del segundo grupo, o sea los que terminan en consonante, se forma el femenino
siguiendo varias reglas. En primer lugar, destacamos los sustantivos que llevan la terminación
en -or los cuales se feminizan añadiendo una -a como en rectora o mediante la terminación
culta –triz, como en actriz, por provenir directamente del latín. Las palabras que llevan la
desinencia -er, -ar, -ir o -ur se presentan como nombres comunes o, a veces, se permite el
femenino en -esa. Aunque actualmente se acepta tanto el uso de la chófer como de la
choferesa, el uso de este último resulta muy poco habitual.
En segundo lugar, si una palabra termina en -n o –s, como por ejemplo en bailarín o
en guardés, se forma normalmente el femenino añadiendo una -a lo que daría lugar a
bailarina o guardesa. Cabe llamar la atención en las palabras llanas, es decir aquellas que
llevan el acento en la penúltima sílaba como el sustantivo barman, puesto que en lugar de
añadir el morfema -a, se comportan como un nombre común en cuanto al género.
El tercer subgrupo dentro de los sustantivos terminándose en consonante corresponden
a aquellos que llevan el sufijo -l o -z y que son comunes en cuanto al género tal como los
adjetivos que terminan en esta misma consonante. Hay algunas excepciones a esta regla entre
las cuales destacamos la palabra juez la cual permite el uso de la forma femenina jueza.
Por último, nos detenemos en aquellos sustantivos que acaban en consonantes distintas
de las mencionadas en los párrafos anteriores. A pesar de que la mayoría de este subgrupo
funciona como nombres comunes, huésped y abad constituyen una excepción a esta regla.
Aunque los dos sustantivos se feminiza tradicionalmente hacia la abadesa y la huéspeda, este
último prefiere el uso como común, es decir el o la huésped.
2.2.3. Los sustantivos que designan grados militares
En su clasificación sobre la feminización de los títulos, cargos o oficios, el DPD
(2005) aísla los sustantivos que nombran a los diferentes puestos dentro del ámbito militar. En
general, estos nombres se utilizan como nombres comunes debido al carácter conservador de
la institución militar que frena las innovaciones en el género de estos sustantivos. Con el fin
de indicar el sexo del referente, se hace explícito el género por medio del artículo o adjetivo
como se nota en la sargento o la comandante. En el caso de sargento, el uso del femenino
sargenta existe pero no resulta muy habitual debido a la connotación peyorativa que lleva
consigo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, sargenta significa “mujer
corpulenta, hombruna y de dura condición”(DRAE 2001: s.v. sargenta). Añadimos que a
17
partir de aquí, utilizaremos la abreviatura DRAE para referirnos al Diccionario de la Real
Academia Española.
2.2.4. Los nombres compuestos
Finalmente, conviene que nos detengamos en cómo se debe feminizar los nombres de
profesiones cuando éste está formado por un sustantivo y un adjetivo. Según el DPD (2005),
cuando nos referimos a una mujer, ambos elementos deben feminizarse de modo que no se
produzcan ninguna discordancia dentro del sintagma. Como consecuencia, hablamos de la
primera ministra y no de *la primera ministro o de *la primer ministro (De Andrés
Castellanos 2002b).
2.3. Los factores sociales
Aparte de que la feminización de los nombres de profesiones se ve condicionada por la
terminación morfológica del sustantivo, conviene que insistamos también en la importancia
que ejercen los factores extralingüísticos o sociales en la selección del tipo de feminización
por parte de los hablantes. En lo que sigue, estudiaremos la relación existente entre la
feminización de los nombres de profesión y cuatro variables sociales, respectivamente el
sexo, la edad, el prestigio de la profesión y el deseo de reconocimiento de valía profesional
por parte de las mujeres que trabajan en ámbitos tradicionalmente varoniles (Moreno
Fernández 2009; Azofra 2010; ibídem 2012b).
2.3.1. La edad
Según Moreno Fernández (2009), la edad es el factor que más condiciona la variación
lingüística y, por lo tanto, un estudio sociolingüístico a partir de diferentes grupos de edades
le resulta fructífero puesto que nos permite descubrir usos lingüísticos diferentes que se
consideran característicos de tal o cual generación y que pueden servir para marcar distancias
entre jóvenes y adultos o entre jóvenes y mayores, entre otros (Moreno Fernández 2009: 51).
En general, se supone que la cuarta generación se relacionará con un uso más conservador de
los nombres de profesión feminizándolos solo cuando se refieren a “la esposa de” mientras
que, por otra parte, los jóvenes se acercarán a una tendencia innovadora insistiendo en la
eliminación de los rasgos discriminatorios.
18
2.3.2. El sexo
El factor social de sexo, profundamente estudiado por García Mouton (2003), implica
que existe una diferencia entre el habla de las mujeres y el de los hombres. En su estudio,
García Mouton (2013) tiende a explicar cómo los dos tipos de habla se diferencian dando
importancia a la entonación, al vocabulario y a las estructuras sintácticas entre otros. Sin
embargo, estos aspectos no tienen mucha importancia en nuestro trabajo y por lo tanto,
solamente nos fijaremos en el último capítulo que trata los discursos sexistas al que
volveremos más tarde (cf. infra §I.2.3.3.).
Según López Morales (2004: 128-130), el sexo siempre se relaciona, por una parte,
con el carácter innovador o conservador de una variable y, por otra parte, con los conceptos
de "prestigio abierto y encubierto". "El prestigio abierto" está empleado por las mujeres cuyo
habla se caracteriza por su carácter normativo evitando lo que está mal considerado dentro de
la sociedad. Teniendo en cuenta de que según Lopéz Morales (2004) el lenguaje refleja la
realidad social, el habla de la mujer debe ser correcta puesto que su conducta social también
lo es. Contrario al prestigio abierto, se define el encubierto como aquellos usos lingüísticos
que se alejan de lo teóricamente prestigioso y que solo podemos encontrar en el habla
masculino. Lo que no resulta prestigioso en el habla de las mujeres puede llegar a serlo en el
de los hombres porque estos últimos gozan de un estatuto más poderoso dentro de la sociedad.
Otro estudio con respecto a la variable social del sexo es el de Moreno Fernández
(2009) quien pretende que las desigualdades entre el lenguaje de los hombres y de las mujeres
ha sido estudiado por la disciplina llamada “la sociolingüística feminista” (Moreno Fernández
2009: 46; Serrano 2011: 64). Moreno Fernández (2009) define el objetivo principal de esta
corriente de estudio de la siguiente manera:
“El deseo, expreso, de provocar un cambio social que proporcione a las mujeres del
mundo la igualdad y la liberación de la opresión masculina, poniendo de manifiesto el
oculto e injusto sexismo del lenguaje” (Moreno Fernández 2009:46).
Según Planelles Ivánez y García-Legaz (1997: 567), el empleo de los nombres de profesiones
feminizados se asocia generalmente a esta ideología feminista mientras que el masculino es
más bien un reflejo del grupo machista. Resulta interesante investigar qué grupos de la
sociedad contemporánea se acercan más a la postura feminista o quiénes a la machista,
defendiendo más bien la realidad actual o la sociedad patriarcal del pasado.
19
2.3.3. El prestigio de la profesión y el deseo de reconocimiento de valía profesional
La tercera y la cuarta variable, o más en concreto el prestigio de la profesión y el deseo
que habita en las mujeres de ver reconocidas sus capacidades profesionales en sectores
tradicionalmente varoniles, se entrelazan entre sí. Una vez que las nuevas formas en femenino
han sido aceptadas por la RAE y que su uso se ha extendido con mucho éxito, los nombres de
profesión feminizados tienen que enfrentar otro obstáculo (Azofra 2010; ibídem 2012b).
El problema reside en que las profesionales muestran un rechazo a las formas
femeninas considerándolas sexistas. En primer lugar este comportamiento se debe a que las
profesiones en femenino simplemente les suena mal. Azofra (2010; 2012b) añade que las
mujeres niegan la feminización sobre todo cuando se trata de profesiones que requieren
estudios superiores o universitarios como se observa en el caso de médico ilustrado en el
ejemplo (9).
(9) “¿Médica? ¡No, eso queda muy feo…! Yo, cuando tengo que decir lo que soy, desde
luego digo médico… <…> La médico, sí <…> No, la médico no, yo digo la
doctora…” (Mujer de 44 años) (Azofra 2010: 9)
Las mujeres prefieren el masculino para denominarse a sí misma porque estas formas se
asocian a una mayor valía profesional. Contrariamente a la profesión de médico, el uso del
femenino obrera no ha planteado ningún problema. En suma, cuanto más alto es el prestigio
de la profesión ejecutada, más rechazo presentarán las profesionales con respecto al proceso
de feminización (Azofra 2012b).
El comportamiento de rechazo se debe también a tres razones más. En primer lugar,
De Andrés Castellanos (2002b) y Azofra (2012b) indican que las mujeres se oponen a los
nuevos términos en femenino porque aún sigue existiendo el significado de “esposa de”. Una
médica tradicionalmente no se refería a la “persona legalmente autorizada para profesar y
ejercer la medicina” (DRAE 2001: s.v. médica) sino a “la mujer del médico”(ibídem). Según
el DRAE, este último corresponde a un uso coloquial que está además en desuso. En segundo
lugar, como ya hemos mencionado anteriormente por medio de la palabra sargenta, a veces
las profesionales no toleran la profesión en femenino porque lleva una connotación peyorativa
(cf. supra §I.2.2.). En definitiva, cabe mencionar que la feminización de los nombres de
profesión puede provocar problemas de homonimia. Cuando hablamos de la física, el
sustantivo podría referirse a la mujer que profesa la física pero asimismo a la ciencia (Azofra
2012b).
20
3. La masculinización de los nombres de profesión
3.1. Los neologismos masculinizados
Además de la creciente inclusión de la mujer en la vida laboral varonil, no podemos
ignorar que en la sociedad moderna son cada vez más los hombres que cambian de roles con
sus esposas. De esta manera, los varones se atreven a hacerse cargo de los niños como hacían
anteriormente las niñeras y, entonces, empiezan a dedicarse a otras profesiones hasta hace
poco exclusivamente de las mujeres como, entre otras, ama de casa, matrona, azafata,
enfermera o modista. Ahora es preciso preguntarnos cómo deberíamos nombrar a esos
hombres que profesan una de ellas.
Los procedimientos de la masculinización ofrecidos por García Meseguer (1996:
122) siguen un camino simétrico a los de la feminización de los nombres de profesión, o sea
que los hablantes pueden elegir entre tres tipos diferentes. La primera posibilidad consiste en
la derivación de la forma masculina del femenino de modo que el sustantivo de única forma
se convierta en una de doble forma. Por lo tanto, lo idóneo sería que en la realidad se hable de
un niñero, amo de casa, enfermero, o modisto. Como se ve ilustrado en el ejemplo el
enfermera, el segundo tipo de masculinización es cuando se transforma el sustantivo de
género único femenino en uno de género común. Se utiliza la desinencia femenina en
combinación con el artículo masculino para denominar a los varones. La última alternativa se
encuentra fuertemente rechazada por parte de los hombres dado que se mantiene el femenino
para referirse a los hombres que ejercen una de estas profesiones mujeriles como se nota en la
ama de casa.
3.2. El femenino genérico
Cabe mencionar que los hispanohablantes vacilan cómo deben referirse al conjunto
de hombres y mujeres que ejercen profesiones tradicionalmente mujeriles lo que se debe a que
la presencia de los hombres se sigue incrementando en los ámbitos laborales hasta hace poco
de las mujeres (cf. supra §I.1.3). En lo que sigue, prestaremos atención a la polémica
presentada por Ricardo de Querol (2013) que gira en torno a la pregunta si podría ser correcto
el uso del femenino genérico, en singular o plural, para denominar a los profesionales o a un
conjunto de personas de ambos sexos que trabajan en sectores anteriormente mujeriles.
Como ya hemos mencionado anteriormente, la RAE censura el uso del género
femenino como genérico puesto que desde siempre el género masculino ha funcionado en el
sistema de la lengua como el género no-marcado y el incluyente (cf. supra §I.1.3.). No
21
obstante, parece sorprendente que el diario español ABC (2013) recurra en el mismo artículo
tanto a la forma femenina como a la masculina, ambas utilizadas en el sentido genérico. En
otros términos, cuando se refiere a los hombres y a las mujeres de la enfermería, el ABC
(2013) se sirve de la forma masculina los enfermeros mientras que cuando se habla de las
personas que asisten en el parto, se utiliza el género femenino en su sentido genérico, es decir
las matronas.
De todo eso, De Querol (2013) se pregunta si el uso del femenino genérico no vale
en algunos casos como el de las profesiones sanitarias de modo que se reconozca a las
mujeres como protagonistas de estos sectores ya que, según las estadísticas del INE, hay una
presencia mayoritaria de las mujeres en estos ámbitos. En el sector de la enfermería, las
mujeres representan el 84,3% de los empleados y, en el caso de las matronas, vemos que el
total se aumenta al 94,3% (ABC 2013).
Aparte de la postura de la RAE, De Querol (2013) introduce en su debate la opinión
de varios expertos como el responsable del Libro de Estilo de El País, Alex Grijelmo. Aunque
el uso del femenino como genérico no es correcto según la RAE, Grijelmo opina que su
empleo tampoco es agramatical. Durante los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres, se podría
escuchar frases como “Si ganamos, estamos clasificadas” (De Querol 2013) en las cuales se
utilizaba el femenino genérico porque la mayoría de las medallas han sido ganadas gracias a
las mujeres. Podría ser que en el futuro el femenino incluyente gana votos en estos sectores
donde existe una mayor participación mujeril (De Querol 2013).
Contrariamente a Grijelmo, encontramos la teoría de Lafuenta que rechaza
completamente la idea de usar el género femenino con sentido genérico. Según Lafuenta, los
hombres que se dedican a la enfermería nunca van a aceptar el sustantivo femenino para
designarse a sí mismo o a los dos sexos. Pretende que los profesionales prefieren cambiar el
sustantivo femenino enfermera por la denominación masculina enfermero puesto que el
femenino se vincula a una valoración social y profesional muy baja (Instituto de la Mujer
2009: 45).
4. La postura del DRAE frente a la feminización
4.1. La inclusión de títulos profesionales en femenino
Aunque las lenguas están en constante evolución y se ven sujetas a varios cambios
lingüísticos, cabe preguntarse cómo es que aún disponen de una relativa estabilidad. Según
Coseriu, existen junto a las fuerzas centrífugas, o sea las que llevan la lengua a la variación,
22
fuerzas centrípetas que tienden a mantener la unidad del idioma (Márquez, 2013: 62). Entre
estas fuerzas podríamos contar el Diccionario de la Real Academia Española, elaborado desde
una perspectiva normativa, cuyo objetivo principal consiste en ofrecer a los hablantes un
conjunto de usos del castellano considerados correctos. Durante el proceso en el que
determina cuales son esos usos correctos, el organismo de la RAE se basa sobre todo en el
empleo que hacen los hablantes cultos de la lengua teniendo en cuenta las condiciones
pragmáticas y culturales. En suma, la tarea del DRAE trata de ofrecer una serie de
recomendaciones normativas en las que trata de conseguir un difícil equilibrio entre la
tradición y las innovaciones que se imponen como consecuencia de la evolución lenta de la
lengua y de los cambios sociales y ideológicos dentro de la sociedad (De Andrés Castellanos
2002a; Azofra 2010).
Con el fin de representar estos últimos cambios sociales, el DRAE no para de
actualizar sus ediciones. A diferencia de la edición de 1992, el Instituto de la Mujer (2009)
subraya el gran avance en la 22ª edición del DRAE, editada en 2001, con respecto a los
nombres de profesión en femenino para denominar a las profesionales. El organismo mismo
de la RAE reconoce en el prólogo de la 22ª edición su trabajo en cuanto al género como un
importante esfuerzo como se ve citado abajo:
“Se ha hecho un importante esfuerzo en cuanto al registro en masculino y femenino de
determinados nombres referidos a profesiones, cargos y actividades con vigencia en la
actualidad” (DRAE 2001: prólogo de la 22ª edición).
Un caso concreto del gran progreso del DRAE constituye la palabra gerenta que no
fue aceptada por la RAE en la 21ª edición pero que sí se ha insertado en la 22ª edición. Es
decir, se admite el uso de la forma femenina gerenta para referirse a la “persona que lleva la
gestión administrativa de una empresa o institución” (DRAE 2014: s.v. gerenta). No obstante,
cabe añadir que el DRAE no elimina completamente el uso del masculino para referirse a la
profesional como se ve ilustrado en el ejemplo (10) (Azofra 2010: 11).
(10) MORF. U. T. La forma en m para designar el f. Ana es gerente. (DRAE 2001: s.v.
gerenta)
23
4.2. El carácter androcéntrico del DRAE
A pesar de que el DRAE ha mostrado intenciones de adaptar la norma a la nueva
realidad social, es bien sabido que el diccionario normativo se ve sometido a una gran crítica
por su carácter androcéntrico. En concreto, se pretende que el DRAE tarda mucho en
incorporar denominaciones profesionales en femenino.
El Instituto de la Mujer (2009), por ejemplo, reprocha al DRAE el hecho de haber
incluido en la 22ª edición solamente 30 títulos profesionales en femenino de los 427
potenciales. Además añade que, aunque la 22ª edición presenta más profesiones en femenino
que la de 1992, la postura de esta última era más neutra. Dicho de otra manera, mientras que
en la 21ª edición de 1992 se utilizaba las dos formas, es decir el masculino y el femenino para
referirse separadamente a los dos sexos, la edición de 2001 acepta también la posibilidad de
referirse a las profesionales mediante la forma masculina como vimos en el caso de gerente
(cf. supra ejemplo 10) (Instituto de la Mujer 2009: 45-47).
De todo eso, deducimos que el DRAE siempre ha estado muy a favor del uso de las
formas masculinas de oficio mostrando al mismo tiempo cierta resistencia al proceso de la
feminización de los nombres de profesión (Vigara Tauste y Jiménez Catalán 2001). El DRAE
rechaza el femenino sobre todo cuando se trata de profesiones que gozan de prestigio o que
están muy bien valoradas socialmente. En concreto, el femenino de los sustantivos asistente y
dependiente ya tienen una larga vida en el castellano puesto que se trata de profesiones poco
valoradas. No obstante, como acabamos de explicar, la forma femenina de la profesión
prestigiosa gerente solo ha sido aceptada en el avance de la 23ª edición del DRAE.
Una prueba clara del comportamiento sexista del diccionario académico se ve
afirmado en el caso de canciller. Cuando Angela Merckel ganó las elecciones alemanas en
2005, las agencias de prensa como EFE, las instituciones como Fundéu y los profesionales de
los medios de comunicación se servían sin ningún problema del término femenino la
cancillera en analogía con bachiller cuyo femenino es bachillera. Unos días después de las
elecciones, la RAE publicó un artículo en el que proscribió el uso de cancillera aclarando que
el término canciller en español no tiene forma femenina. En otros términos, según la RAE, el
equivalente del masculino el canciller era la canciller y no *la cancillera o *el canciller
(Instituto de la Mujer 2009: 48-49; Azofra 2010: 1-2).
Cabe mencionar que el DRAE parezca sexista a la hora de establecer las definiciones
de los nombres de profesiones. De Andrés Castellanos (2000) exige que el DRAE sustituya en
su próxima edición la fórmula androcéntrica “el que” por la más neutra “persona que”. Como
24
se nota en el ejemplo (11), el DRAE efectivamente ha cambiado en su 22ª edición de 2001 la
fórmula supuestamente sexista, en este caso, de la profesión de médico, -ca.
(11)
Médico1, -ca. [...] 2. m. y f. Persona legalmente autorizada para profesar y
ejercer la medicina.
(DRAE 2001: s.v. médico)
No obstante, algunas definiciones expuestas en el DRAE carecen todavía de una
relación simétrica entre ambos sexos. En el caso de médico, -ca, la voz masculina y la
femenina aparecen debajo de la misma entrada. Esta simetría no la encontramos cuando se
define juez y jueza ya que los dos términos aparecen de manera separada en el diccionario
como se ve ilustrado en los ejemplos (12) y (13). Según el Instituto de la Mujer (2009), en la
primera definición se esconde un matiz sexista porque el término masculino funciona como
un nombre común, o sea que identifica a la misma vez tanto a los hombres como a las
mujeres. Las feministas reivindican que la relación entre los dos sexos sea explícita como en
el ejemplo (11).
(12)
Juez: 1. com. Persona que tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar.
(DRAE 2001: s.v. juez)
(13)
Jueza: 1. f. Mujer que desempeña el cargo de juez.
(DRAE 2001: s.v. jueza)
El último punto de crítica consiste en que el Instituto de la Mujer (2009) no acepta que
el DRAE, cuando denomina a las profesionales, empiece la mayoría de las definiciones por
medio de la fórmula “mujer que”. El Instituto de la Mujer interpreta esta fórmula como si
pareciera natural que el masculino se asociara naturalmente a los cargos, títulos y privilegios.
El DRAE clasifica, como consecuencia, a las profesionales en subgrupos que son ante todo
mujeres y que parece que solamente tienen permitido ejercer la profesión durante un período
temporal. Se pregunta porque no sería posible en el futuro sustituir “mujer que” por el
equivalente femenino del sustantivo al que se recurre en la definición del profesional. A modo
de ilustración (15), se podría eliminar “mujer que” y cambiarlo por “presidenta” en analogía
con la definición de alcalde expuesto en el ejemplo (14).
(14)
Alcalde: 1. m. Presidente del ayuntamiento de un pueblo o término municipal,
[...], delegado del Gobierno en el orden administrativo.
(DRAE 2001: s.v. alcalde)
25
(15)
Alcaldesa: 1. f. Mujer que ejerce el cargo de alcalde.
(DRAE 2001: s.v. alcaldesa)
Esta reticencia por parte del DRAE, frente a los títulos profesionales en femenino, se
opone al proceso de masculinización. En el caso de que un hombre ejerza una profesión poco
valorada dentro de la sociedad o una que pertenece al sector mujeril, el DRAE suele
masculinizar la forma femenina puesto que el femenino podría conllevar una valoración baja
que no corresponde a la que merecen los varones. Por lo tanto, los hombres que profesan la
enfermería se llama enfermeros en lugar de enfermeras (Instituto de la Mujer 2009: 45;
Azofra 2010: 6). El DRAE incluso masculiniza aquellas palabras que suponen cierta violencia
al sistema lingüístico como observamos en el caso de modista. Como ya hemos mencionado
anteriormente (cf. supra §I.2.2.1.), las palabras que llevan el sufijo -ista funcionan como
nombres comunes y, por lo tanto, solo suelen cambiar el género del artículo. No obstante, en
el caso de modista, el DRAE acepta la forma masculina terminando en -o, o sea el modisto,
puesto que supone un ennoblecimiento de la profesión de costurera. Generalmente, un
modisto se ha especializada en el diseño o en la alta costura (Márquez 2013: 68).
Aparte de enfermeros y modistos, nos llama la atención el comportamiento del DRAE
hacia la profesión masculinazada del sustantivo azafata. Aunque desde el punto de vista
morfológico no presenta ningún problema, o sea que podríamos formar mediante el
procedimiento de la analogía el sustantivo azafato, la 22a edición del DRAE prefiere el uso
del sustantivo auxiliar de vuelo. Las razones por las cuales la 22a edición del DRAE rechaza
la forma masculinizada de la profesión en cuestión se explica por criterios estéticos y
ideológicos. Dicho de otra manera, los académicos prefieren estéticamente el uso de auxiliar
de vuelo porque así se evitan las connotaciones peyorativas que conlleva consigo el género
femenino (Márquez 2013: 68-69). Sin embargo, puesto que su uso en la lengua cotidiana
resulta muy habitual, el DRAE se ve obligado a introducir las formas masculinizadas azafato
y matrón en su 23a edición. Cuando buscamos el sustantivo masculino azafato en la edición
actual del DRAE, nos sale la definición de azafata como se ve ilustrado en el ejemplo (7).6
(16)
Azafata: 1. f. Mujer encargada de atender a los pasajeros a bordo de un avión,
de un tren, de un autocar, etc.
6
(DRAE 2001: s.v. azafato)
La edición actual del DRAE se encuentra en un estado de transición entre la 22 a y la 23a edición.
26
No obstante, el DRAE indica que ha rectificado este artículo pero, como la 23a edición se
publicará solamente a partir de octubre de 2014, todavía aparece la definición de la 22 a
edición. Cuando consultamos el artículo enmendado, aparece la definición de azafato de
manera simétrica a la de azafata y se nos explica el significado a través de la fórmula neutra
"persona que ..." como observamos en el ejemplo (8).
(17)
Azafato, ta.: 1. m. y f. Persona encargada de atender a los pasajeros a bordo de
un avión, de un tren, de un autocar, etc.
(DRAE 2014: s.v. azafato)
II. La parte empírica: entre la norma y el uso
1. Los objetivos del estudio
Tomando como punto de partida los diferentes procedimientos de feminización de
García Meseguer (cf. supra §I.2.1.), el objetivo principal de nuestro trabajo consiste en
estudiar cómo los hablantes feminizan actualmente en la capital de Madrid los nombres de
profesiones y cargos anteriormente varoniles cuando están refiriéndose a una mujer que ejerce
una profesión. La pregunta central que buscaremos responder es, por lo tanto, cuál es el
procedimiento más común en el proceso de feminización con respecto a los nombres de
profesiones? Dado que nuestra investigación busca contestar si existe en la lengua castellana
una tendencia a feminizar por completo el nombre de profesión, nos focalizaremos
principalmente en la relación que establece el método de la feminización con las variables
morfológicas y sociales anteriormente mencionadas (cf. supra §I.2.2./ §I.2.3.).
Primero nos parece interesante estudiar si sería posible destacar una relación entre el
uso del método de la feminización y la pertenencia a uno de los cuatro grupos etarios
analizando, por una parte, qué generación sería la más conservadora y cuál la más innovadora.
Al lado del criterio social de edad, verificaremos luego en qué medida influye el factor de
sexo en la actitud lingüística de los hablantes. Dicho de otro modo, investigaremos si los
hombres y las mujeres se comportan de una manera diferente en cuanto a la feminización de
los nombres de profesiones. Aunque los factores sociales desempeñan un papel fundamental
en nuestro análisis, no podemos negar la influencia que ejercen los criterios lingüísticos en el
proceso de feminización. Por lo tanto, examinaremos qué sufijo acelera la feminización y cuál
la retrasa. Asimismo nos interesa si la manera según la cual feminizan los españoles que viven
en Madrid coincide con la norma propuesta por la RAE. Más brevemente comentaremos
27
cómo los españoles que viven en Madrid prefieren nombrar a la profesional en el caso de que
no recurran al procedimiento de la feminización destacando las tendencias más significativas.
En el segundo estudio dedicaremos nuestra atención a otra variable social que es la del
prestigio de la profesión (cf. supra §I.2.3.3). Parece interesante estudiar si existe realmente un
vínculo entre el tipo de feminización y el poder, el prestigio o la responsabilidad del trabajo.
Ya que Azofra (2010: 9-10) pretende que las profesionales mismas no se sirven de las formas
en femenino para nombrarse a sí mismas, intentaremos reconocer en nuestro análisis qué tipo
de título, masculino, femenino o híbrido, las mujeres prefieren de modo que se sientan
valoradas dentro de su ámbito laboral. Nos focalizaremos sobre todo en las profesiones
prestigiosas de ingeniero, médico y gerente porque las mujeres rechazan sobre todo el uso de
la forma femenina cuando el empleo requiere estudios superiores o universitarios (cf. supra
§I.2.2.3.). Estos resultados los opondremos al uso que hacen los profesionales ingenieros,
médicos y gerentes en cuanto a la feminización de los nombres de profesión.
0. La metodología
0.1. La muestra
Para que nuestra investigación sociolingüística garantice la representatividad de la
muestra y asegure la fiabilidad y significación de las conclusiones que sacaremos en el
estudio, es imprescindible que seleccionemos de una manera cuantitativa y cualitativa a los
informantes.
0.1.1. La selección cualitativa
La muestra en la que se basa nuestro análisis empírico debe ser de índole específica,
determinada por los propios objetivos con los que la investigación nace. En nuestro estudio el
muestreo, entendido como la técnica para la selección de una muestra a partir de una
población, tendrá una clara influencia del investigador. Así, con el fin de que nuestro estudio
se asiente sobre la base de los individuos más “representativos” para los fines de la
investigación, fijaremos unas cuotas que consisten en un número de individuos que reúnen
unas determinadas condiciones.
La primera condición que todos los participantes deben cumplir es tener la
nacionalidad española por nacimiento puesto que nuestro estudio tiende a determinar la
actitud lingüística hacia la feminización de los nombres de profesión por parte de los
españoles en Madrid. El segundo factor de gran importancia es el sexo, o sea que incluiremos
28
tanto varones como mujeres en nuestro análisis de modo que sea posible descubrir si existe
una diferencia entre ambos sexos con respecto a la feminización de los nombres de cargos y
profesiones. La tercera condición se relaciona con la edad, ya que trabajaremos con
participantes de cuatro generaciones distintas, las cuales corresponden cada una a una
determinada fase de la vida profesional (cf. infra Tabla 4). Estos diferentes grupos etarios nos
permiten descubrir usos lingüísticos propios de cada generación.
Tabla 4: Las cuatro generaciones
La primera generación
20 – 25 años
La etapa de la formación individual.
La segunda generación
26 – 35 años
La etapa del inicio de la vida profesional.
La tercera generación
36 – 55 años
La etapa de la madurez y el máximo
rendimiento profesional.
La cuarta generación
56 – ... años
La etapa de la madurez profesional o la
jubilación.
A los tres factores que acabamos de mencionar, cabe añadir que el tipo de
feminización puede diferenciarse según la profesión que ejerce el usuario de la lengua. Por
una parte, a la vez que investigaremos cómo feminizan, en general, ambos sexos las palabras
que describen a las mujeres que ejercen una profesión antiguamente varonil, intentaremos
descubrir en otro estudio cómo las profesionales mismas prefieren ser llamadas
focalizándonos en las profesiones de ingeniero, médico y gerente. Investigaremos mediante
qué forma, la feminizada, la híbrida o la masculinizada, las profesionales prefieren ser
nombradas.
Dependiendo de los tres últimos factores sociales, es decir el sexo, la edad y el tipo de
profesión, clasificaremos a los sujetos de nuestro estudio en los dos grupos siguientes:
a) El primer grupo contiene tanto hombres como mujeres sacados de todas las
generaciones que aprenden, ejercen o ejercieron una profesión diferente a la de
ingeniero, médico o gerente.
b) El segundo grupo se compone de hombres y mujeres de todos los grupos etarios que
aprenden, ejercen o ejercieron la profesión de ingeniero, médico o gerente.
29
0.1.2. La selección cuantitativa
En cuanto a la selección cuantitativa de los participantes, hemos aspirado a un mínimo
de 30 informantes por cada sexo, llegando así en total a un mínimo de 60 informantes por
grupo etario. En la Tabla 5 observamos que tanto para la primera como para la segunda
generación disponemos de los datos de 60 informantes, respectivamente 30 hombres y 30
mujeres. Mientras que el tercer grupo etario incluye los datos de 65 personas, es decir de 31
hombres y de 34 mujeres, las 70 personas de la última generación se compone de 30 hombres
y 40 mujeres. Sumando estos cuatro grupos etarios, llegamos a un total de 255 informantes,
respectivamente 121 hombres y 134 mujeres.
Tabla 5: La cantidad de participantes del primer grupo según la edad y el sexo
SEXO
EDAD
TOTAL
HOMBRE
MUJER
20 – 25 años
30
30
60
26 – 35 años
30
30
60
36 – 55 años
31
34
65
56 – … años
30
40
70
TOTAL
121
134
255
Tabla 6: La cantidad de los profesionales según la edad, el sexo y la profesión
PROFESIÓN
EDAD
INGENIERO
MÉDICO
GERENTE
H
M
T
H
M
T
H
M
T
20 – 25 años
10
10
20
10
11
21
10
10
20
26 – 35 años
12
14
26
10
10
20
10
7
17
36 – 55 años
10
10
20
10
12
22
10
9
19
56 – … años
11
10
21
11
10
21
9
6
15
43
44
87
41
43
84
39
32
71
TOTAL POR
PROFESIÓN
TOTAL
242
30
El segundo grupo, o sea hombres y mujeres de todos los grupos etarios que aprenden,
ejercen o ejercieron la profesión de ingeniero, médico o gerente, engloba los datos de 242
informantes, respectivamente de 87 ingenieros, 84 médicos y 71 gerentes como se observa en
la Tabla 6 que se puede encontrar en la página anterior. Contrariamente al primer grupo,
hemos pretendido un mínimo de 10 personas por cada sexo y un mínimo de 20 personas por
grupo etario. Sin embargo, no siempre hemos conseguido cumplir nuestro deseo como se nota
en el caso de gerente. Teniendo en cuenta que estamos trabajando con profesionales que se
dedican a actividades que en el pasado fueron ejercidas solamente por hombres, todavía nos
vemos enfrentados al problema de que la presencia del sexo opuesto resulta difícil de
encontrar en la realidad contemporánea. En concreto, cuanto más mayor sea una mujer, más
complicado es para encontrar una médica, ingeniera o gerenta.
0.2. La recogida de datos
0.2.1. El cuestionario individual como instrumento
Nuestra investigación se ha llevado a cabo mediante un cuestionario individual que se
compone de dos partes, respectivamente la ficha personal y la percepción sociolingüística.
Con respecto a la ficha personal, pedimos a la persona encuestada su nacionalidad, año de
nacimiento, sexo y profesión. Estos primeros datos nos servirán una vez que tengamos que
interpretar las respuestas de la segunda parte del cuestionario. Suponemos que exista una
relación entre estos factores extralingüísticos y el tipo de feminización.
La segunda parte del cuestionario incluye, por una parte, una lista de 11 profesiones
que el informante tuvo que feminizar. En concreto, hemos estudiado las siguientes
profesiones: ingeniero, comandante, chófer, jefe, médico, canciller, sargento, rector,
presidente, primer ministro y gerente. Por otra parte, hemos añadido otras dos profesiones con
el objetivo de que la persona encuestada las masculinice, respectivamente enfermera y
modista. La razón por la cual hemos incorporado solamente dos profesiones antiguamente
mujeriles es porque aspiramos a poner el énfasis en la feminización de los nombres de
profesión. No obstante, a través de la inclusión de estas dos profesiones querríamos fomentar
el interés con respecto al tema de la masculinización de los nombres de profesiones lo cual
podría ser interesante profundizar más en un futuro trabajo.
Las 11 profesiones que analizaremos según los tres procedimientos lingüísticos que
nos ofrece García Meseguer para feminizar los nombres de profesión, o sea la
androginización, la feminización y la comunización (cf. supra §I.2.1.). Hemos solicitado a los
31
informantes que contesten pronunciando la forma con la que más se identifican o la que
consideran que se ajusta más a su propia realidad. Cabe mencionar que antes de empezar el
cuestionario, no dimos ninguna información al participante en cuanto a las diferentes
posibilidades que existen para feminizar los nombres de profesiones.
La metodología a la cual recurrimos en nuestro trabajo se acerca al método de
investigación llamado “la tarea de decisión léxica” (Eddington 2004: 109). Esta técnica
consiste en que el participante, viendo o escuchando una serie de (pseudo-)palabras y nopalabras, tiene que decidir pulsando una u otra tecla si se trata de una palabra inventada o de
una que realmente existe. Al igual que la tarea de decisión léxica, nuestros informantes deben
juzgar si la forma feminizada de los nombres de profesiones anteriormente varoniles les
parece correcta en su lenguaje cotidiano. Lo mismo vale para las dos profesiones que
tradicionalmente pertenecieron al ámbito de las mujeres.
0.2.2. El lugar de investigación
La mayoría de los informantes que pertenecen al primer grupo, es decir varones y
mujeres de todas las generaciones cuya profesión es diferente a la de ingeniero, médico y
gerente, la hemos cuestionado simplemente en la calle. Primero nos colocamos en frente del
centro comercial La Vaguada de Madrid justo al lado de la gran intersección de la Avenida de
Monforte de Lemos con la calle Ginzo de Limia. Aprovechando el tiempo cuando el semáforo
de los peatones estaba en rojo, pedimos a los que estaban esperando si querían participar en
una tesina de índole sociológica. Segundo, otro lugar donde hemos realizado una gran parte
de las encuestas es el parque El Retiro que se encuentra en el corazón de Madrid. Estos
lugares nos parecían buenas alternativas para encontrar gente que cumple con todos los
requisitos sociolingüísticos acordados puesto que presentan un público amplio y muy diverso.
Con respecto a los jóvenes del primer grupo, nos pusimos en la boca de la estación del metro
de Ciudad Universitaria puesto que por allí pasaron a cada hora estudiantes de diferentes
facultades. Con el fin de recoger los datos cuanto antes de las personas de la tercera edad,
pedimos permiso a los directores de los Centros de día de Mayores de la Comunidad de
Madrid de Alonso Cano y Tetuán.
A pesar de que esporádicamente tuvimos suerte de que pasaba algún médico o alguien
que ejerce una de las profesiones destacadas en nuestro estudio (cf. supra §II.2.1.1.), nos
dimos cuenta de que teníamos que dirigirnos a lugares más específicos. En cuanto a los
médicos, nos colocamos a la entrada principal de la Facultad de Medicina de la Universidad
Complutense. Mientras que recogimos muy fácilmente los datos de los estudiantes, nos
32
pusimos en contacto con el director de la Clínica Universitaria de Podología del Complutense,
el Doctor Juan Vicente Beneit, para conseguir asimismo encuestas de médicos de las tres otras
generaciones (cf. supra §II.2.1.1.). Agradezco su ayuda y me gustaría añadir que cualquier
error presente en esta tesina será nuestra responsabilidad.
Con respecto a los ingenieros y los gerentes, recurrimos a los contactos personales de
Pablo Martínez Ballesteros. De esta manera se produjo una reacción en cadena, ya que estos
ingenieros y gerentes nos pasaron los datos de otros ingenieros y gerentes quienes a su vez
podíamos encuestar. En cuanto a los gerentes, no puedo negar la contribución del profesor
Adrián Cabedo Nebot. Tal como en el caso del profesor Juan Vicente Beneit, me gustaría
agradecer a Pablo Martínez Ballesteros y al profesor Adrián Cabedo Nebot señalando que
cualquier error en esta tesina será nuestra responsabilidad.
1. El análisis empírico
Empezaremos nuestro estudio empírico con el análisis de las actitudes lingüísticas del
primer grupo de informantes, o sea hombres y mujeres cuya profesión sea diferente a la de
ingeniero, médico y gerente (cf. supra §II.2.1.1.). Por medio de la versión 22 del programa
estadístico SPSS, presentaremos primero cuál es el método de feminización más utilizado
entre los españoles que viven en Madrid con respecto a la feminización de los nombres de
profesiones. Teniendo en cuenta que nos interesa descubrir si ya existe una tendencia hacia la
feminización completa de las ocupaciones, subdividiremos nuestro análisis en tres partes
según la relación que establece el procedimiento de la feminización con los factores sociales y
lingüísticos anteriormente mencionados (cf. supra §I.2.2./ §I.2.3.).
En concreto, analizaremos primero el comportamiento de las cuatro generaciones
diferentes en referencia a la técnica de la feminización para pasar después al examen del sexo.
Aparte de esas dos variables sociales, nos interesa examinar en qué medida influye la
morfología del nombre de profesión en el proceso de feminización. Nos preguntamos si
algunos sufijos realmente aceleran la creación de una forma femenina y si otros la frenan.
Asimismo compararemos la norma establecida por el DRAE y las recomendaciones del DPD
(2005) con el uso que hacen los españoles objeto del estudio de la lengua en cuanto a la
formación del femenino. Con el fin de que esta tesina se presente como un conjunto que sea
comprensible para el lector, comentaremos más brevemente, asimismo, algunas tendencias
específicas con respecto a los tres otros tipos de feminización (cf. supra §I.2.1.) que, en
nuestra opinión, no pueden ser ignorados aunque no vamos a desarrollar esta parte de manera
33
tan detallada como las correlaciones que especificaremos entre la feminización y los factores
sociales y lingüísticos.
Basándonos en el segundo grupo de nuestro corpus, es decir, los profesionales,
verificaremos cómo los varones profesionales ingenieros, médicos y gerentes se refieren a sus
compañeras y cómo las profesionales prefieren llamarse a sí mismas. Tomando en
consideración la hipótesis de Azofra (2010), nos gustaría analizar si existe realmente una
diferencia entre los dos sexos en cuanto a la utilización del método de la feminización.
1.1. Las frecuencias generales
Teniendo en cuenta que en total 255 participantes contestaron cada uno una lista de 11
profesiones, llegamos a una base de datos que incluye 2805 respuestas en cuanto a la
feminización de los nombres de profesiones. A partir de la Tabla 7 podríamos deducir que
actualmente la técnica a la que más recurren los españoles que viven en Madrid es la
comunización. Aunque la forma híbrida en la que se combina la desinencia masculina con el
artículo en femenino predomina, cabe llamar la atención en que el procedimiento de la
feminización no queda muy atrás. En concreto observamos que, mientras que la comunización
corresponde al 49,9% (1400/2805), la feminización alcanza el 44,9% (1260/2805). Sería
interesante realizar el mismo cuestionario dentro de 15 años para verificar si el método de la
feminización ya habrá conseguido adelantar al de la comunización.
Tabla 7: Las frecuencias de los diferentes tipos de feminización
TIPO
FRECUENCIA
%
Feminización
1260
44,9%
Comunización
1400
49,9%
Androginización
73
2,6%
Sustitución
72
2,6%
2805
100%
TOTAL
Como ya sabemos, actualmente existen varias asociaciones que luchan por la igualdad
entre los sexos y por la visibilidad de la mujer en las denominaciones profesionales (cf. supra
§I.1.3.). Según ellas, la lengua castellana tiene que ser menos androcéntrica ya que funciona
como un reflejo de una realidad que ha sufrido cambios fundamentales durante las últimas
décadas. Relativamente a la presencia femenina en la vida laboral, por ejemplo, notamos
34
como en el primer trimestre de 2014 ya ha alcanzado más del 50% (cf. supra §0.).
Contrariamente a la comunización y la feminización, nos llama la atención que los
procedimientos de la androginización y de la sustitución no resultan muy comunes ya que
ambos solo aparecen en el 2,6%.
1.2. La relación entre la técnica de feminización y los factores sociales
En lo que sigue, dejamos al lado por un momento las técnicas de la comunización,
androginización y sustitución ya que nos interesa investigar especialmente si los españoles
que habitan en la capital tienden ya a eliminar cualquier rasgo sexista de su lenguaje diario.
En la Tabla 8 se indica que, mientras que en el 44,9% (1260/2805) encontramos la forma
completamente feminizada de la profesión en cuestión, la mayoría de las respuestas, en
concreto el 55,1% (1545/2805), corresponde a una forma androcéntrica, es decir, al uso de
uno de los tres tipos de feminización que acabamos de mencionar y que analizaremos de
manera más concisa después de haber presentado ampliamente la influencia de la edad, el
sexo y el sufijo en el procedimiento de la feminización.
Tabla 8: Las frecuencias del procedimiento de la feminización
FEMINIZACIÓN
sí
no
44,9%
55,1%
(1260/2805)
(1545/2805)
Basándonos en el procedimiento de la feminización, analizaremos en el primer apartado si
existen diferencias entre los comportamientos de las cuatro diferentes generaciones mientras
que, en el segundo apartado, nuestro enfoque se desplazará de la edad al sexo con el fin de
descubrir diferencias entre el habla de los hombres y de las mujeres.
1.2.1. La feminización y la edad
Si nos apoyamos en los cuatro grupos etarios (cf. supra §II.2.1.1.), investigaremos si
la actitud lingüística hacia el procedimiento de la feminización se diferencia según la edad.
Dado que nos gustaría saber si existe una relación estadísticamente significativa entre las dos
variables, aplicaremos la prueba de Chi-cuadrado a nuestros datos. Tomando en consideración
que el Chi-cuadrado corresponde a 16,159, podríamos constatar que la correlación establecida
35
entre la edad y el tipo de la feminización es bastante significativa. Cuanto más alto sea el
valor del Chi-cuadrado, mayor será la relación entre las variables. Dado que la p o la
"probabilidad" es menos de 0,05, rechazamos la hipótesis de que se trata de dos variables
independientes. Las variables edad y feminización están relacionadas puesto que la
probabilidad de que la correlación se debe al azar es casi nula. Además, calcularemos la V de
Cramer lo que corresponde a una corrección que se puede aplicar al Chi-cuadrado
indicándonos la intensidad de la relación entre dos variables. Dado que la V de Cramer se
sitúa entre 0 y 0,45, en concreto corresponde a 0,076, podríamos deducir que el vínculo
existente entre la feminización y la edad resulta bastante débil.
Tabla 9: La relación entre la técnica de la feminización y la edad
EDAD
FEMINIZACIÓN
sí
no
total informantes
20-25
329 (49,8%; 1,9)7
331 (50,2%; -1,7)
660
26-35
313 (47,4%; 1)
347 (52,6%; -0,9)
660
36-55
286 (40%; -2)
429 (60%; 1,8)
715
332 (43.1%; -0,7)
438 (56,9%; 0,7)
770
55+
(χ² = 16,159; 3GL; p = 0,001)
8
A pesar de que las cuatro generaciones adoptan más o menos el mismo
comportamiento lingüístico en referencia a la feminización de los nombres de profesiones,
podríamos deducir de la Tabla 9 que la primera generación se comporta como la más
innovadora puesto que presenta el mayor porcentaje con respecto al procedimiento de la
feminización. En concreto, el 49,8% (329/660) de nuestros informantes entre 20 y 25 años
feminiza por completo el nombre de profesión transformando la desinencia y el artículo
masculino en femenino. Cabe añadir que entre el primer y el segundo grupo etario apenas hay
diferencias ya que el 47,4% (313/660) de los informantes pertenecientes al segundo grupo
etario feminiza por completo el nombre de profesión cuando alude a una mujer. No obstante,
observamos que los informantes entre 26 y 35 años muestran mayor tendencia hacia la
negación del femenino aunque la diferencia con la primera generación resulta mínima, en
concreto el 2,4%.
7
8
El número de informantes (el porcentaje correspondiente, el residuo estandarizado).
χ² corresponde al símbolo de Chi cuadrado, GL a los grados de libertad y p a la probabilidad.
36
Lo que resulta curioso es que, contrariamente a nuestra expectativa, la tercera
generación adopta una actitud lingüística más conservadora que la del último grupo etario
aunque cabe insistir en que la diferencia otra vez no es enorme. La tercera generación, que
equivale a la etapa de la madurez y el máximo rendimiento profesional, designa a la
profesional utilizando principalmente técnicas bastante androcéntricas ya que en el 60%
(429/715) prefiere evitar la forma en femenino para hacer referencia a la profesional, mientras
que los informantes de más de 55 años rechazan el uso del femenino en el 56,9% (438/770).
Con el fin de visualizar las tendencias generales con respecto a la relación que existe
entre la técnica de la feminización y las cuatro generaciones, hemos incluido la Gráfica 1 en la
que queda claro que podríamos dividir nuestros informantes en dos grupos principales.
Mientras que las dos primeras generaciones se comportan más o menos de manera idéntica
alternando entre la feminización y el uso de los otros procedimientos, percibimos que entre
los dos últimos grupos etarios existe más resistencia al uso de las formas en femenino. En
cuanto a los jóvenes, parece lógico que su lenguaje se caracterice como más innovador puesto
que pertenecen a una cultura propia en la que predominan otros valores que en el mundo
adulto. Los jóvenes entre 20 y 25 años o incluso aquellos que pertenecen a la segunda
generación intentan cambiar las normas tradicionales de nuestro lenguaje buscando así la
igualdad entre los dos sexos.
Gráfica 1: La relación entre la técnica de la feminización y la edad
37
Aparte del Chi-cuadrado y la V de Cramer, el programa estadístico SPSS nos presenta
los residuos estandarizados los cuales nos proporcionan información sobre las discrepancias
entre la muestra observada y la frecuencia esperada. Los residuos estandarizados que
disponen de un valor positivo apuntan a que la observación era excesivamente representada en
la muestra observada en comparación con la frecuencia esperada. Dicho de otro modo, hubo
más sujetos en esta categoría de los que esperábamos. Al contrario, los residuos
estandarizados con valor negativo indican el caso contrario, es decir, señalan que hubo menos
sujetos en esta categoría de los que esperábamos encontrar. Normalmente se considera una
observación un dato atípico o una observación numéricamente distante del resto de los datos
y, por lo tanto, de gran importancia dentro del estudio cuando el residuo estandarizado resulta
mayor que 1,96.
Como se ve ilustrado en la Tabla 9 la cual se encuentra en la página 36, podríamos
considerar la generación de 20 a 25 años como el contribuyente más importante a la relación
de Chi-cuadrado entre la feminización y la edad puesto que se trata de la única generación
que, con respecto a la feminización, dispone de un residuo estandarizado mas o menos igual a
1,96. El residuo estandarizado que hace referencia a la negación del femenino por parte de la
tercera generación, lo que corresponde en concreto a 1,8, resulta a su vez bastante
significativo. Aunque no alcance el valor de 1,96, entendemos que la tercera generación evita
más que las otras generaciones la forma completamente feminizada de los nombres de
profesiones.
Tabla 10: La relación entre los otros procedimientos de feminización y la edad
EDAD
OTROS PROCEDIMIENTOS
comunización
androginización
Otro
20-25
321 (48,6%)
7 (1,1%)
3 (0,5%)
26-35
323 (48,9%)
18 (2,7%)
6 (0,9%)
36-55
370 (51,7%)
32 (4,5%)
27 (3,8%)
55+
386 (50,1%)
16 (2,1%)
36 (4,7%)
Una vez que hayamos discutido la tendencia hacia el uso de la feminización, conviene
que nos detengamos brevemente en las otras técnicas de feminización como la comunización,
la androginización y la sustitución. A pesar de que solamente el 4,5% (32/715) de los
informantes pertenecientes a la tercera generación utiliza el procedimiento de la
38
androginización, conviene que subrayemos que este número resulta bastante elevado en
comparación con el 1,1% (7/660) de los informantes entre 20 y 25 años (cf. supra Tabla 10).
Al lado de la androginización, los informantes que forman parte del tercer grupo etario
recurren asimismo con mayor frecuencia al procedimiento de la comunización, mas en
concreto en el 51,7% (370/715) como se observa en la Tabla 10 en la página anterior. Estas
dos tendencias corroboran nuestra suposición de que la primera generación corresponde al
grupo más innovador mientras que la tercera generación se comporta más bien de manera
tradicional.
De la misma Tabla 10, extraemos que son sobre todo las dos últimas generaciones las
que prefieren reemplazar los términos problemáticos, como por ejemplo chófer o médico, por
otro sustantivo más común. La sustitución equivale al 3,8% (27/715) y al 4,7% (36/770),
respectivamente, en el tercer y el cuarto grupo etario.
1.2.2. La feminización y el sexo
El presente apartado tiene como objetivo examinar cómo se comportan el sexo
masculino y el femenino frente a la feminización de los títulos, cargos y profesiones incluidos
en nuestro cuestionario individual. Una suposición lógica que emana de la parte teórica podría
consistir en que las mujeres utilicen en mayor medida los nombres de profesiones en forma
femenina con el fin de que la presencia mujeril dentro de la vida laboral se haga explícita en
el lenguaje. El sexo masculino, al contrario, resistiría a la formación de títulos o profesiones
en femenino debido al monopolio que siempre ha tenido dentro del ámbito laboral lo que
durante las últimas décadas se está perdiendo.
Tabla 11: La relación entre la técnica de la feminización y el sexo
SEXO
hombre
mujer
FEMINIZACIÓN
sí
626 (47%, 1,1)
no
total informantes
705 (53%, -1)
1331
634 (43%, -1,1)
840 (57%, 1)
(χ² = 4,569; 1GL; p = 0,033)
1474
A partir de la prueba de Chi-cuadrado nos damos cuenta de que existe una relación
entre el método de la feminización y el sexo puesto que p o la "probabilidad" equivale a
0,033, es decir, a un valor menos de 0,05 y que ésta no se debe al azar (cf. supra Tabla 11).
Contrariamente a nuestras expectativas, el valor bastante bajo del Chi-cuadrado, lo que
39
corresponde en concreto a 4,569, implica que la correlación entre ambas variables no resulta
muy significativa. La correlación débil se ve reforzada por el valor de la V de Cramer que
equivale al 0,04.
Del análisis cuantitativo expuesto en la Tabla 11 se desprende que tanto el sexo
masculino como el femenino tienden más hacia el uso de aquellos procedimientos que
mantienen escondida la referencia explícita a la profesional. En concreto, percibimos que el
53% (705/1331) de los hombres y el 57% (840/1474) de las mujeres prefieren, por un lado,
sustituir la palabra problemática por otra que se deja feminizar más fácilmente o, por otro
lado, mantener la desinencia masculina de los nombres de profesiones antiguamente varoniles
y añadir a su propia elección el artículo en masculino o en femenino. Aunque apenas existe
una correlación entre el sexo y el tipo de la feminización, señalamos que los hombres utilizan
con mayor frecuencia que el sexo opuesto el procedimiento de la feminización como se puede
observar en la Gráfica 2 y en las siguientes cifras: mientras que el 47% (626/1331) del sexo
masculino prefiere aludir a la profesional a través de la desinencia y el artículo en femenino,
advertimos que en el caso de las mujeres el porcentaje en cuanto a la técnica de la
feminización resulta menos común puesto que su uso llega al 43% (634/1474). Este último
grupo recurre en el 57% (840/1474) a aquellos métodos que mantienen ciertos rasgos
androcéntricos como la comunización y la androginización, lo que se opone al 53%
(705/1331) por parte de los hombres.
Gráfica 2: La relación entre la técnica de la feminización y el sexo
40
Los valores de los residuos estandarizados, incluidos en la Tabla 11, corroboran de
alguna manera nuestra hipótesis como se observará a continuación. Tomando en
consideración que los valores positivos de los residuos estandarizados señalan que la
frecuencia observada en nuestra muestra resulta más alta de la frecuencia esperada y que los
valores negativos apuntan a la situación contraria, podríamos afirmar que no habíamos
esperado que el lenguaje de los hombres expresara una preferencia hacia el proceso de
feminización y que, al contrario, las mujeres se opusieran a este proceso. De todas formas,
debido a que los residuos estandarizados con valor positivo no pasan el valor de 1,96, no
deberíamos asumir las diferencias observadas como verdades absolutas.
1.3. La relación entre la técnica de feminización y los factores lingüísticos
La parte más extensa de nuestro estudio empírico consiste en el análisis de la
influencia que ejerce el sufijo del nombre de profesión en la utilización del procedimiento de
la feminización. De nuestro análisis cuantitativo podríamos suponer que existe un vínculo
muy significativo entre las dos variables puesto que el valor del Chi-cuadrado resulta muy
alto, en concreto equivale a 463,016, y p o la "probabilidad" corresponde a <0,0001.9 Aparte
de la prueba de Chi-cuadrado, hemos obtenido a su vez la V de Cramer que es igual a 0,406.
A la vista del resultado de la prueba de la V de Cramer, podríamos deducir que la relación
entre el procedimiento de la feminización y la desinencia de la palabra es moderada.
En lo que sigue, clasificaremos las 11 profesiones antes reservadas para los hombres y
incluidas en el cuestionario en tres grupos, respectivamente las que terminan en -o, en -(ent)e
y en -r. Dentro de cada grupo nos gustaría exponer primero cuál es la norma relativa a la
feminización de aquellas 11 profesiones basándonos tanto en las definiciones del DRAE
como en una lista que nos presenta el DPD (2005) y cuyo objetivo principal consiste en
descartar la vacilación que existe acerca de cómo se deben feminizar los nombres de cargos,
títulos y oficios (cf. supra §I.2.2.). Segundo, analizaremos cómo los españoles que viven en
Madrid se comportan frente a la técnica de la feminización para que, por último, podamos
examinar y explicar si la actitud lingüística por parte de nuestros informantes hacia la
feminización corresponde realmente a la forma normativa que nos propone el DRAE y el
DPD (2005).
9
De la prueba de Chi-cuadrado obtuvimos los siguientes valores: (χ² = 463,013; 4GL; p = 0,000).
41
1.3.1. El sufijo en -o
1.3.1.1. La norma propuesta por el DRAE y el DPD (2005)
Dentro del grupo de los sustantivos que acaban en la vocal -o situamos los nombres de
profesiones de ingeniero, médico, primer ministro y sargento. Según el DRAE, una mujer que
se dedica a la ingeniería o a la medicina se debe nombrar mediante la forma completamente
feminizada como en la ingeniera o la médica. A partir de las definiciones que nos ofrece el
DRAE nos damos cuenta de que los dos nombres de profesiones han pasado por un proceso
progresivo de feminización como veremos a continuación más en detalle. Primero, como se
puede observar en las definiciones (16) y (17), el significado principal de las formas
femeninas de ingeniera y médica ya no se relaciona a "la mujer de" sino que identifican
inmediatamente a la profesional. No obstante, no podemos negar que, en el caso de médico, la
referencia a la "esposa del médico" no ha desaparecido por completo pero el DRAE subraya
que este uso resulta bastante coloquial y en desuso.
(16)
1. m. y f. Persona que profesa la ingeniería o alguna de sus ramas.
(DRAE 2001: s.v. ingeniera)
(17)
1. m. y f. Persona legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina.
(DRAE 2001: s.v. médica)
Segundo, debido a que el DRAE presenta la forma masculina y la femenina bajo la
misma entrada, podríamos deducir que existe una cierta simetría entre ambas formas
considerándolas como igualitarias. Esta relación simétrica ha sido reforzada por el uso de la
fórmula neutra "persona que ..." la que elimina cualquier matiz sexista y por la diferenciación
"m. y f." que distingue los dos géneros (cf. supra §I.4.2.).
A pesar de que los sustantivos ingeniero y médico se han feminizado de una manera
avanzada, el DRAE no impide el uso del sustantivo masculino para designar a la mujer.
Aparentemente, este uso no refiere inmediatamente a la profesional sino a la profesión misma
como se puede notar en las definiciones (18) y (19). Este aspecto androcéntrico del DRAE se
opone a las recomendaciones del DPD (2005) que favorece el uso de la forma feminizada la
ingeniera y la médica en cualquier contexto.
(18)
MORF. U.t. la forma en m. para designar el f. Silvia es ingeniero.
(DRAE 2001: s.v. ingeniera)
(19)
MORF. U.t. la forma en m. para designar el f.
(DRAE 2001: s.v. médica)
42
Al igual que en los casos de ingeniero y médico, el DRAE opina que la forma
feminizada la primera ministra corresponde a la más correcta para nombrar a la mujer que es
"Jefa del Gobierno o presidenta del Consejo de ministros" como se nota en la definición (20)
(DRAE 2001: s.v. primera ministra). Conforme al DRAE, el DPD (2005) considera que,
cuando el nombre de profesión está compuesto de un sustantivo y de un adjetivo, los usuarios
de la lengua deben feminizar ambos elementos de modo que eviten cualquier tipo de
discordancia genérica dentro del sintagma nominal (cf. supra §I.2.2.4.).
(20)
1. m. y f. Jefe del Gobierno o presidente del Consejo de ministros.
(DRAE 2001: s.v. primera ministra)
Nos gustaría subrayar que la manera según la cual el DRAE define a la mujer que
ejerce la función de primer ministro acentúa sobre todo su carácter innovador. Al incluir la
forma femenina debajo de la misma entrada que la masculina, el DRAE no realiza un juicio
sexista. Tampoco hay ninguna mención a que los hispanohablantes podrían recurrir al género
gramatical masculino para aludir a la profesional o que la forma en femenino podría llevar el
significado de "esposa de". Sin embargo, parece que el DRAE acepta que las profesiones
generalmente se atribuyen al género masculino puesto que, en su definición, el diccionario
identifica a la profesional a través del uso de dos sustantivos masculinos, o sea jefe y
presidente. Según el Instituto de la Mujer, sería más adecuado que se defina a la mujer por
medio del uso del femenino como, por ejemplo, "jefa del Gobierno o presidenta del Consejo
de ministros".
Diferente a las definiciones de ingeniero, médico y primer ministro, el DRAE propone
que, cuando una mujer ejerce el cargo de sargento, los hispanohablantes deben servirse de la
forma masculina que, en este caso, funcionará como un nombre común. Al igual que el
DRAE, el DPD (2005) subraya que los cargos militares siempre se comportan como nombres
comunes sin tener un equivalente femenino. Este razonamiento se explica por el carácter
conservador de la institución militar la cual evita utilizar la forma femenina porque en la
mayoría de los casos lleva consigo connotaciones peyorativas (cf. supra §I.2.2.3.).
Una vez que buscamos sargenta en el diccionario, ninguna de las diferentes
definiciones apunta a la mujer que ocupa el cargo de "suboficial de graduación
inmediatamente superior al cabo mayor e inferior al sargento primero" (DRAE 2001: s.v.
sargento). Teniendo en cuenta los diferentes significados de sargenta, observamos que en una
43
definición concreta la palabra en femenino lleva consigo una connotación peyorativa
refiriéndose a una "mujer corpulenta, hombruna y de dura condición" (DRAE 2001: s.v.
sargenta). Solamente el cuarto significado se vincula a la profesión indicándonos que se
puede utilizar sargenta para designar a "la mujer del sargento".
1.3.1.2. La feminización de los nombres de profesión en -o
Aunque los sustantivos que terminan en el sufijo masculino -o cambian fácilmente el
sufijo en el femenino -a cuando se trata de una mujer, nuestros participantes no se comportan
siempre de la misma manera en cuanto a la feminización de ingeniero, médico, primer
ministro y sargento (cf. supra §I.2.2.1.). En concreto, podríamos destacar dos tendencias
específicas en las que, por una parte, situamos a los ingenieros y los primeros ministros y, por
otra parte, a los médicos y los sargentos. El proceso de feminización resulta bastante
avanzado para los nombres de profesiones de ingeniero y primer ministro. A partir de la
Tabla 12, nos damos cuenta de que la mayoría de nuestros informantes recurre al método de la
feminización lo que, en concreto, corresponde respectivamente al 68,6% (175/255) y al 61,6%
(157/255) para los dos nombres de profesiones que acabamos de mencionar.
Tabla 12: La relación entre la técnica de la feminización y ingeniero/primer ministro
PROFESIÓN
Ingeniero
Primer
ministro
FEMINIZACIÓN
sí
no
total
175 (68,6%)
80 (31,4%)
255
157 (61,6%)
98 (38,4%)
255
A pesar de que el procedimiento de la feminización predomina, constatamos que el
31,4% (80/255) de los informantes comparte la idea del DRAE de que el género masculino
asimismo vale para referirse a la profesional que se dedica a la ingeniería ya que utiliza las
formas la ingeniero o el ingeniero. No cabe duda de que el oficio de primer ministro, como se
trata de un nombre compuesto, es uno de los nombres de profesiones que provoca mayor
confusión entre los hispanohablantes en cuanto a la formación del femenino. Aparte de la
forma la primera ministra, el 38,4% (98/255) de nuestros informantes recurren por lo menos a
tres otros tipos de feminización lo que hemos visualizado en la Gráfica 3 la que se encuentra
en la página siguiente. Mientras que el 24,3% (62/255) elige la forma híbrida la primer
ministro, el 1,6% (4/255) emplea el primer ministro. Además de las tres técnicas ofrecidas por
44
García Meseguer (1996), al 12,5% (32/255) no le queda claro hasta dónde llega el alcance de
la feminización. Mientras que algunos prefieren la forma la primer ministra en la que se
combina el adjetivo masculino con el artículo y el sustantivo en femenino, otro grupo de
informantes mantiene el sustantivo en masculino en combinación con el artículo y el adjetivo
en femenino. Debido a que las formas la primer ministra y la primera ministro presentan
discordancias genéricas dentro del sintagma nominal, el DRAE y el DPD (2005) rechazan
fuertemente ambas formas.
Gráfica 3: Los procedimientos de feminización de primer ministro
PRIMER MINISTRO
Feminización (157/255)
Comunización (62/255)
Androginización (4/255)
Otro (32/255)
61,6%
24,3%
12,5%
1,6%
Contrariamente al procedimiento dominante de la feminización en los casos de
ingeniero y primer ministro, observamos que los españoles que habitan en la capital adoptan
otra actitud lingüística en cuanto a la feminización de las palabras médico y sargento. En vez
de referirse a la profesional mediante la forma la médica o la sargenta, notamos en la Tabla
13 que respectivamente el 69,8% (178/255) y el 82% (208/255) de nuestros informantes han
contestado que prefieren reemplazar la forma femenina por la que mantiene rasgos
masculinos. Cabe subrayar que las formas androcéntricas no contradicen la visión del DRAE
teniendo en cuenta que se admite el género masculino asimismo para hacer alusión a la
profesional, incluso en el caso de médico.
Tabla 13: La relación entre la técnica de la feminización y médico/sargento
PROFESIÓN
Médico
Sargento
FEMINIZACIÓN
sí
no
total
77 (30,2%)
178 (69,8%)
255
46 (18%)
209 (82%)
255
45
Del análisis cuantitativo podríamos deducir que el nombre de profesión de médico ha
sembrado más vacilación que el cargo militar de sargento con respecto a cómo se debe aludir
a la profesional. Mientras que todavía el 30,2% (77/255) designa a la mujer médico mediante
la forma feminizada la médica, solamente el 18% (45/255) desea que la relación entre el
género del sustantivo sargento y su referente sea explícita y, por lo tanto, crea el sustantivo
femenino la sargenta. Por último, no podemos ignorar que, en cuanto al análisis de médico, el
9% (23/255) favorece el nombre de profesión feminizado la doctora en vez de la médica.
1.3.1.3. Los razonamientos para la preferencia o resistencia relativa a la feminización
En suma, aunque el movimiento feminizador queda claro para los casos de ingeniero y
primer ministro, los sujetos de investigación favorecen las formas androcéntricas para
referirse a las mujeres que se dedican a la medicina o que ejercen el cargo militar de sargento.
De todas formas, conviene precisar que las actitudes lingüísticas de los españoles que viven
en Madrid con referencia a los nombres de profesiones que llevan el sufijo en -o coincida en
gran parte con la norma propuesta por el DPD (2005) y el DRAE. La única excepción
constituye la profesión de médico puesto que, a pesar de que tanto el DPD (2005) como el
DRAE plantean la forma feminizada como la normativa, la mayoría de los participantes
utiliza los términos androcéntricos o, incluso, reemplaza médica por doctora. En lo que sigue,
intentaremos explicar por qué los participantes tienden en los casos de ingeniero y primer
ministro hacia la técnica de la feminización y por qué a la formas androcéntricas para las
profesiones de médico y sargento.
Podríamos recapitular que el proceso de feminización de los nombres de profesiones
de ingeniero y de primer ministro ha ganado mucho terreno a lo largo de las últimas décadas.
Este proceso avanzado se debe interpretar principalmente como el resultado del carácter
morfológico de las dos palabras ya que los sustantivos que acaban en -o transforman el sufijo
masculino fácilmente en el femenino -a. Con el fin de ilustrar que la fuerte feminización de
ingeniero no se puede considerar como un reflejo de la sociedad cambiante, nos basaremos en
un artículo que publicó el periódico El País (2010) en el que se declaró que 100 años después
de la Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública, la entrada de la mujer en el sector de
la ingeniería sigue siendo complicada.10 Basándonos en el trabajo de Álvarez Liébana et al.
(2010: 1), conocemos que en 2010 solamente el 28,8% del alumnado de la Universidad
Politécnica de Madrid eran mujeres. Debido a la escasa inclusión de la mujer en el ámbito de
10
La Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública autorizó por igual la matrícula universitaria de
alumnos y alumnas (El País 2010).
46
la ingeniería, el 31,4% (80/255) de nuestros informantes ha generado la forma híbrida la
ingeniero y la androcéntrica el ingeniero para referirse a la profesional (cf. supra Tabla 12).
Con respecto a la función de primer ministro, han surgido numerosas dudas con
respecto a qué tipo de formación se considera lo más correcto. Estas vacilaciones se podría
deber a que, en primer lugar, se trata de un nombre compuesto o, en segundo lugar, que en
España nunca ninguna mujer política ha conseguido ocupar el puesto de primer ministro, o lo
que se llama asimismo la función de presidente del Gobierno. En el lenguaje de nuestros
sujetos de investigación se advierten construcciones que no están permitidas por el DRAE y el
DPD (2005) entre las cuales destacamos la comunización, la androginización y las
construcciones que resultan gramaticalmente incorrectas debido a la falta de concordancia. A
causa de que a algunos participantes no les queda claro hasta dónde podría llegar el alcance de
la feminización, se preguntan si es correcto feminizar todos los elementos de los que se
compone el sintagma nominal el primer ministro.
Aparte de ingeniero y primer ministro, cabe preguntarnos por qué las formas
androcéntricas la médico o el médico cuentan actualmente con. tanto éxito entre nuestros
informantes. Teniendo en cuenta las cifras ofrecidas por el Ministerio de Sanidad, Servicios
Sociales e Igualdad que se encuentran ilustradas en la Tabla 14, notamos que la presencia de
la mujer en el ámbito profesional de la medicina corresponde al 47,55%, o sea casi a la mitad
de todos los médicos españoles en 2013. Por lo tanto, resulta evidente que el DRAE y el DPD
(2005) proponen como normativo el uso de la forma feminizada la médica.
Tabla 14: Porcentaje de mujeres médicas entre 1994 y 2013
Desde el punto de vista morfológico, sabemos que normalmente los nombres de
profesiones en -o adoptan fácilmente la terminación en -a como ya percibimos en el análisis
de ingeniero y primer ministro. No obstante, aunque el 30,2% (77/255) utiliza la forma
feminizada la médica, la mayoría de los informantes del primer grupo, en concreto el 69,8%
(178/255), mantiene la desinencia masculina o reemplaza médico por doctora (cf. supra Tabla
13). Para llegar a una respuesta significativa, tenemos que ir más allá de la morfología para
descubrir por qué a nuestros informantes no les parece gustar la forma femenina la médica
47
como en el caso de la ingeniera y la primera ministra. Una primera hipótesis consiste en que
la tendencia de la comunización se podría vincular al prestigio de la profesión de médico.
Como menciona Azofra (2010), los hablantes, sobre todo las profesionales mismas, evitan la
técnica de la feminización cuando se trata de profesiones que requieren estudios superiores o
universitarios (cf. supra §I.2.3.3.). Sin embargo, esta suposición no vale para las dos
profesiones anteriormente mencionadas, es decir ingeniero y primer ministro, las cuales se
feminiza por la forma doblemente marcada a pesar de que se trata de profesiones prestigiosas.
La preferencia de los habitantes de Madrid hacia el uso de la comunización y de la
androginización se podría vincular al hecho de que la palabra médica no solamente puede
funcionar como sustantivo sino también como adjetivo como observamos en la definición
(21). Debido a que médica tiene la posibilidad de funcionar como un adjetivo, es posible que
nuestros informantes eviten la desinencia en -a de modo que no provoque ninguna confusión
entre el sustantivo y el adjetivo.
(21)
1. adj. Perteneciente o relativo a la medicina.
(DRAE 2001: s.v. médica)
Por último, hemos percibido que los que residen en la capital de España consideran las
formas la sargento o el sargento como las más correctas para aludir a la profesional que
ocupa el cargo de sargento lo que corresponde a la norma establecida por el DRAE y el DPD
(2005). Los dos diccionarios aíslan las profesiones pertenecientes al ámbito militar afirmando
que siempre llevan el género masculino y que pueden eventualmente funcionar como nombres
comunes. La reticencia, sobre todo por parte del DRAE, a la forma feminizada se podría
vincular al número muy limitado de mujeres que han podido entrar en el mundo del ejército.
Como se puede observar en la Gráfica 4, solamente el 12,4% de todos los militares incluidos
en las Fuerzas Armadas Españolas eran mujeres en diciembre de 2013.
Gráfica 4: El porcentaje de efectivos en las Fuerzas Armadas Españolas por sexo
(diciembre de 2013)
48
Aparte del uso mayoritario de las formas androcéntricas, hemos constatado que el 18%
(46/255) precisa hacer explícita la referencia hacia el sexo de la mujer generando así la forma
la sargenta. Por lo tanto, nos preguntamos si podríamos interpretar esta cifra como una
prueba de la creciente apariencia de la mujer en el ámbito militar. Gracias a una estadística del
Ministerio de Defensa de España, nos damos cuenta de que entre 2000 y 2013 la participación
de las mujeres en las Fuerzas Armadas Españolas efectivamente se ha incrementado, en
concreto del 6,6% al 12,4% como se ve ilustrado en la Gráfica 5.
Gráfica 5: La evolución de la mujer en las Fuerzas Armadas Españolas entre 2000 y
2013
1.3.2. El sufijo en -(ent)e
1.3.2.1. La norma propuesta por el DRAE y el DPD (2005)
En nuestro corpus hemos incorporado cuatro profesiones que llevan la desinencia en -e
o -ente, respectivamente jefe, gerente, presidente y comandante. A pesar de que los
sustantivos que llevan el sufijo en -(ent)e generalmente funcionan como nombres comunes, la
edición actual del DRAE autoriza la utilización de los sustantivos femeninos gerenta,
presidenta y jefa para hacer alusión a la mujer que ejerce una de estas profesiones. Sin
embargo, en el caso de comandante, observamos que la definición de la palabra en femenino
comandanta no se refiere a la profesional sino a la "mujer del comandante". Este significado
está marcado como coloquial pero no lleva ninguna marca que haga sospechar que esta forma
femenina con referente a la cónyuge del comandante está poco usada o en desuso como fue el
caso para sargenta. Si queremos identificar a la mujer que ocupa el cargo de comandante,
tendremos que, de manera idéntica al nombre de profesión de sargento, utilizar el sustantivo
masculino como nombre común de acuerdo con la propuesta del DPD (2005) y del DRAE.
49
Cabe mencionar que, si bien el DRAE reconoce como normativas las formas
femeninas gerenta, presidenta y jefa, el DRAE no se comporta siempre de la misma manera a
la hora de establecer las diferentes definiciones. En primer lugar advertimos que el término la
gerenta ya no puede ser utilizado para referirse a la cónyuge del gerente, contrariamente a los
nombres de profesiones de presidente, comandante y jefe. En segundo lugar notamos que,
mientras que el DRAE incluye el término en femenino la gerenta bajo de la misma entrada
que el sustantivo masculino gerente, las formas feminizadas presidenta y jefa han sido
colocadas bajo otra entrada diferente a la forma en masculino.
El comportamiento bastante innovador del DRAE principalmente hacia las profesiones
y cargos de gerente y jefe se ve afirmado en que el DRAE define a las profesionales mediante
el procedimiento neutro "persona que ..." en el caso de gerenta y a través del equivalente
femenino "superiora" del sustantivo masculino "superior" para la profesión de jefa. Las dos
técnicas se puede observar en las definiciones (22) y (23).
(22)
1. m. y f. Persona que lleva la gestión administrativa de una empresa o
institución.
(23)
1. f. Superiora o cabeza de un cuerpo u oficio.
(DRAE 2001: s.v. gerenta)
(DRAE 2001: s.v. jefa)
Esta relación simétrica entre las dos definiciones demuestra una actitud anti-sexista
que clasifica a las mujeres en el mismo grupo de los hombres, o sea el de los profesionales, y
no en un subgrupo en el que las profesionales son ante todo mujeres. Cuando se define la
forma femenina a través de "mujer que", parece que la mujer está autorizada para ejercer la
profesión solamente durante un período determinado de tiempo. En último lugar, añadimos
que el DRAE asimismo acepta que los hispanohablantes identifican a la gerenta y a la
presidenta por medio del género gramatical masculino como observamos en las definiciones
(24) y (25).
(24)
MORF. U. t. la forma en m. para designar el f. Ana es gerente.
(DRAE 2001: s.v. gerenta)
(25)
2. com. Persona que preside.
(DRAE 2001: s.v. presidente)
Una vez que consultamos las actualizaciones que se implementarán en la 23a edición,
nos damos cuenta de que el diccionario se ha vuelto mucho más tradicional y sexista en
comparación a la actitud que le ha caracterizado en la 22a edición con respecto a la profesión
50
de gerente. El sustantivo femenino todavía se refiere a la profesional pero ya no entra de
modo simétrico en el diccionario. En la 23 a edición se incluirá la palabra gerenta
independientemente del término en masculino. Lo que nos resulta llamativo es que el DRAE
reconoce la palabra femenina como un uso típico latinoamericano y propone que en la
Península se emplee el término masculino para identificar a las profesionales. Según el DRAE
y el DPD, no hay problema en utilizar el sufijo en -e para aludir a ambos sexos ya que se le
considera como neutro en lugar de masculino. A modo de ilustración, presentaremos las
definiciones de gerenta y gerente de la 23a edición en los ejemplos (26) y (27),
respectivamente.
(26)
Gerenta: 1. f. Am. Mujer que lleva la gestión administrativa de una empresa o
institución.
(27)
(DRAE 2014: s.v. gerenta)
Gerente: 1. com. Persona que lleva la gestión administrativa de una empresa o
institución.
(DRAE 2014: s.v. gerente)
1.3.2.2. La feminización de los nombres de profesión en -(ent)e
A primera vista podríamos deducir que existe bastante vacilación con referencia a la
pregunta si es correcto feminizar los sustantivos que llevan la desinencia en -(ent)e dado que
la técnica de la feminización y las formas que llevan la desinencia neutra corresponden cada
uno a la mitad de los informantes, respectivamente al 49,6% (506/1020) y al 50,4%
(514/1020), como podemos notar en la Tabla 15. Una vez que miremos los cuatro nombres de
profesiones más en detalle, nos damos cuenta de que podríamos categorizarlos en dos
tendencias generales como veremos a continuación. Mientras que los cargos de jefe y
presidente se caracterizan por el uso mayoritario del procedimiento de la feminización, la
gran mayoría de nuestros informantes prefieren los procedimientos de la comunización y de la
androginización especialmente para gerente y comandante.
Tabla 15: La relación entre la técnica de la feminización y el sufijo -(ent)e
FEMINIZACIÓN
SUFIJO
-(ent)e
sí
no
total
506 (49,6%)
514 (50,4%)
1020
51
Debido a que el sufijo -(ent)e se interpreta generalmente como neutro, no es muy
común que se genere un femenino específico con terminación en -a (cf. supra §I.2.2.1.). De
acuerdo con esta regla general, el 91,8% (234/255) de las personas encuestadas considera
correcto el uso de la gerente y el gerente en vez de la gerenta (cf. infra Tabla 16). No
obstante, si bien el DRAE admite en la 22 a edición el uso de la forma completamente
feminizada, solamente el 8,2% (21/255) prefiere realmente utilizarla. Al igual que el nombre
de profesión de gerente, los participantes siguen la regla general para el cargo militar de
comandante guardando la terminación -e como índice del género neutro del sustantivo. El uso
de la comandante o el comandante se podría explicar del mismo modo como en el caso de
sargento: el 93,7% (239/255) de los hablantes prefieren las formas androcéntricas porque,
según el DPD (2005), los cargos militares siempre llevan el género masculino.
Tabla 16: La relación entre la técnica de la feminización y gerente/comandante
PROFESIÓN
FEMINIZACIÓN
sí
no
total
Gerente
21 (8,2%)
234 (91,8%)
255
Comandante
16 (6,3%)
239 (93,7%)
255
Como hemos mencionado anteriormente, el DPD (2005) subraya que existen algunas
excepciones como, por ejemplo, jefe y presidente que, con el paso del tiempo, han creado sus
propios femeninos en -a (cf. supra §I.2.2.1.). Conforme con la propuesta del DPD (2005),
advertimos en la Tabla 17 que la gran mayoría de los informantes utiliza efectivamente la
forma la jefa y la presidenta, respectivamente en el 92,9% (237/255) y en el 91% (232/255)
para designar a las mujeres que ocupan estos cargos. Los madrileños que mantienen la
desinencia neutra y la ponen en combinación con el artículo en masculino o en femenino
corresponde a una gran minoría, en concreto al 7,1% (18/255) y al 9% (23/255),
respectivamente.
Tabla 17: La relación entre la técnica de la feminización y jefe/ presidente
PROFESIÓN
Jefe
Presidente
FEMINIZACIÓN
sí
no
total
237 (92,9%)
18 (7,1%)
255
232 (91%)
23 (9%)
255
52
1.3.2.3. Los razonamientos para la preferencia o resistencia relativa a la feminización
Con respecto a la formación del femenino de los nombres de profesiones que llevan el
sufijo -(ent)e, hemos podido observar que existen dos tendencias generales. Por un lado, al
igual que propone el DPD (2005), la abrumadora mayoría de los españoles que viven en
Madrid mantiene la terminación neutra -(ent)e tanto para hacer alusión a los hombres como
para las mujeres que se dedican a los cargos de comandante y gerente. Por otro lado, las
funciones de jefe y presidente han creado sus propias formas femeninas cuyo uso se encuentra
altamente disperso.
En el caso de comandante, nos resulta evidente la feminización muy reducida ya que,
según el DPD (2005) y el DRAE, los hispanohablantes deben hacer alusión a las militares
mediante la utilización de la desinencia masculina en combinación con el artículo en
femenino. Lo que nos llama la atención es que el 6,3% (16/255) contradice la norma
propuesta al referirse a la mujer mediante la forma completamente feminizada la comandanta.
De manera idéntica al examen de sargento, esta minoría podría indicar que la presencia de la
mujer dentro del ámbito militar está aumentando paulatinamente (cf. supra §II.3.3.1.3.).
Aunque el 6,3% (16/255) ya se sirve de la palabra la comandanta, nos preguntamos
por qué el proceso de feminización del cargo militar de sargento resulta tres veces más fuerte
que el de comandante. El porcentaje bastante alto que usa la sargenta, en concreto el 18%
(46/255), se relaciona esencialmente al carácter morfológico del nombre de profesión ya que
en teoría se feminiza más fácilmente el sustantivo cuando termina en -o que cuando acaba en
el sufijo neutro -e (cf. supra §II.3.3.1.2.).
Aparte del estudio de la morfología, vale la pena investigar si la feminización menos
fuerte de comandante se podría explicar con datos objetivos. El Ministerio de Defensa
informa que en diciembre de 2013 266 mujeres ocuparon el cargo militar superior de
comandante y 817 el de sargento como se ve ilustrado en la Gráfica 6 la que hemos incluido
en la página siguiente. Basándonos en estas cifras, podríamos inferir que se feminiza más
rápidamente sargento puesto que se trata de una función inferior a la de comandante y
asimismo porque actualmente existen más mujeres que son sargentas que comandantas.
53
Gráfica 6: El máximo empleo alcanzado por mujeres en las Fuerzas Armadas Españolas
(diciembre de 2013)
Nos parece interesante investigar la diferencia que emerge entre el proceso de
feminización de gerente, presidente y jefe puesto que, a pesar de que se trata de tres
profesiones que llevan la misma desinencia en -(ent)e, los residentes de Madrid feminizan
más fácilmente las dos últimas. Es sorprendente que las denominaciones femeninas la
presidenta y la jefa, independiente del masculino presidente y jefe, hayan sido aceptadas por
el DRAE como normativas y que, a su vez, hayan penetrado de manera muy convincente en el
lenguaje de nuestros informantes, primeramente, porque la mayoría de las palabras que
disponen del sufijo -(ent)e normalmente funcionan como nombres comunes en cuanto al
género y, segundo, porque los hispanohablantes evitan normalmente la feminización cuando
se trata de funciones altamente prestigiosas (cf. supra §I.2.3.3.).
Según la RAE, el hecho de que la primera ocurrencia de la denominación en femenino
de las profesiones presidente y jefe ha sido registrada en el diccionario respectivamente en los
años 1803 y 1884 podría explicar porque actualmente los hispanohablantes están
acostumbrados al uso de las formas femeninas la presidenta y la jefa (Fundéu 2013; Moreno
de Alba 2013). El gran éxito en cuanto a la diferenciación genérica de presidente se podría
interpretar a su vez como el reflejo de la realidad que ha sufrido cambios a lo largo del siglo
pasado. El Worldwide Guide to Women in Leadership (2014) nos informa de que, a partir de
que Isabel Perón se convirtió exactamente hace 40 años la primera presidenta de la historia,
han seguido un poco más de 50 mujeres ocupando el puesto de presidenta. Hoy en día hay 11
países en los que preside una mujer.
54
Dado que las cifras ofrecidas por el periódico La Información (2014) nos muestran
que solamente el 17,6% de los puestos directivos era ocupado por mujeres al nivel europeo en
2013 y que, en España, la situación era aún peor ya que la inclusión de la mujer en niveles
gerenciales apenas alcanzaba el 14%, no resulta posible explicar el proceso avanzado de la
feminización de jefe como la consecuencia de la realidad que está cambiando.
Teniendo en cuenta la poca incorporación de la mujer en los puestos directivos, nos
parece más lógico el tipo de feminización que los hispanohablantes prefieren para designar a
la mujer que ejerce la profesión de gerente. Dicho de otro modo, pese a que la RAE acepta la
posibilidad de aludir a la profesional por medio de la forma feminizada la gerenta, la mayoría
de nuestros informantes prefiere conservar la terminación neutra en -e. Solamente nos queda
por analizar por qué el DRAE prohibirá a partir de su 23a edición el uso de la forma
feminizada la gerenta en España. Según cifras de Mujeres & CIA (2009), existe una brecha
entre las mujeres que ocupan cargos gerenciales en España y en los países latinoamericanos.
Mientras que en América Latina el número de las mujeres directivas alcanzó el 28% en 2009,
la presencia solamente equivalía al 21% en España. También subrayamos que el 36% de todas
las empresas españolas no tenían a ninguna mujer en niveles gerenciales, contrariamente al
32% en el mundo latinoamericano. Partiendo de esta realidad, resulta comprensible que, a
partir de que se publicará la 23a edición del DRAE, se admitirá el uso del sustantivo gerenta
solamente en los países latinoamericanos.
1.3.3. Los sustantivos que terminan en -r
1.3.3.1. La norma propuesta por el DRAE y el DPD (2005)
Dentro del último grupo, o sea, los sustantivos que terminan en la consonante -r,
examinaremos tres nombres de profesiones los cuales corresponden a chófer, canciller y
rector. Según el DRAE, resulta erróneo recurrir a la forma en femenino para nombrar a "la
esposa" de los profesionales rectores y chóferes. Actualmente la forma femenina sirve
únicamente para hacer alusión, en primer lugar, a "la mujer a cuyo cargo está el gobierno y
mando de una comunidad, hospital o colegio" o a "la mujer que rige una universidad o centro
de estudios superiores" y, en segundo lugar, a "la mujer que por oficio conduce un automóvil"
(DRAE 2001: s.v. rectora; chóferesa). No obstante, la propuesta del DRAE con respecto a la
feminización de chófer se diferencia de la del DPD (2005) ya que, según este último, el
hispanohablante puede utilizar tanto el procedimiento de la feminización como la de la
comunización. En otros términos, podría designar a la mujer mediante la forma la choferesa o
la chófer, respectivamente.
55
En cuanto a la definición de choferesa, el DRAE adopta una actitud problemática
desde el punto de vista del Instituto de la Mujer ya que, al utilizar la fórmula "mujer que"
como se observa en la definición (28), el DRAE clasifica a la profesional en un subgrupo de
chóferes que es ante todo una mujer (cf. supra §I.4.2.). Cabe preguntarse por qué el DRAE no
define la choferesa como "la conductora, por oficio, de un automóvil".
(28)
f. Mujer que, por oficio, conduce un automóvil.
(DRAE 2001: s.v. choferesa)
Diferente de la definición de chófer, la forma femenina la rectora aparece bajo la misma
entrada que el sustantivo masculino lo cual supone una relación equilibrada entre el género
masculino y el femenino. Ilustrado en la definición (29), notamos que el DRAE se sirve de la
técnica neutra "la persona que" con la que descarta la exclusión de la mujer.
(29)
3. m. y f. Persona que rige una universidad o centro de estudios superiores.
(DRAE 2001: s.v. rectora)
Para el nombre de profesión de canciller, según el DRAE, no existe femenino con el
significado de "presidente del Gobierno" (DRAE 2001: s.v. canciller) sino que solamente
corresponde a una "cuneta o canal de desagüe en las lindes de las tierras labrantías" (DRAE
2001: s.v. cancillera). Debido a que no existe una forma femenina del cargo de canciller, la
forma masculina identificará tanto a los hombres como a las mujeres (cf. supra §I.2.2.2.).
Para que la referencia al género se haga explícita, se añade un artículo o un adjetivo en
masculino o en femenino.
1.3.3.2. La feminización de los nombres de profesión en -r
Tabla 18: La relación entre la técnica de la feminización y rector
PROFESIÓN
Rector
FEMINIZACIÓN
sí
230 (90,2%)
no
25 (9,8%)
total
255
De la Tabla 18 extraemos que el 90,2% (230/255) de los españoles que viven en
Madrid definen, a través del uso de la forma feminizada la rectora, claramente el sexo de
aquella mujer que dirige una universidad o una escuela superior. Al contrario, los
procedimientos elegidos por el 9,8% (25/255) de los hablantes no concuerdan con la idea
56
general de que los sustantivos que llevan el sufijo en -or lo feminizan añadiendo una -a (cf.
supra §I.2.2.2.).
Tabla 19: La relación entre la técnica de la feminización y chófer/canciller
PROFESIÓN
Chófer
Canciller
FEMINIZACIÓN
sí
no
total
20 (7,8%)
235 (92,2%)
255
49 (19,2%)
206 (80,8%)
255
Gracias al DPD (2005), sabemos que las palabras que llevan el sufijo masculino -er
normalmente no crean un equivalente femenino sino que funcionan como nombres comunes
(cf. supra §I.2.2.2.). Conforme a la recomendación del DPD, la Tabla 19 nos indica que los
participantes rechazan vehemente la utilización del método de la feminización. En concreto,
solamente encontramos las formas la choferesa y la cancillera respectivamente en el 7,8%
(20/255) y en el 19,2% (49/255). Debido a que chófer es una palabra proveniente del francés
y muy poco usado en la sociedad hispanohablante, a la mayoría de los hablantes les suena raro
la forma feminizada la choferesa. También podría ocurrir que las personas encuestadas
simplemente no saben en qué modelo se deben basar para crear, de manera análoga, la forma
femenina. Por lo tanto, observamos que el 6,7% (17/255) sustituye el sustantivo problemático
por otro más aceptado como la conductora que se puede feminizar analógicamente como la
palabra rectora.
1.3.3.3. Los razonamientos para la preferencia o resistencia relativa a la feminización
La razón por la cual los informantes utilizan con mayor frecuencia otro procedimiento
que el de la feminización en el caso de canciller y chófer se debe principalmente al carácter
morfológico de las palabras. Conforme a la regla establecida por el DPD (2005), la mayoría
de nuestros informantes admiten la utilización del sufijo neutro en combinación con el
artículo femenino para referirse a las mujeres que ejercen esta profesión.
Otra hipótesis que podría explicar la feminización bastante débil de la palabra chófer
consiste en que el uso de este sustantivo resulta poco habitual en la vida diaria puesto que los
españoles que viven en Madrid prefieren generalmente reemplazar el galicismo por el
sustantivo conductor. Por lo tanto, podría ser que a nuestros informantes les parezca más
natural feminizar el sustantivo conductor a la forma feminizada la conductora en lugar de
57
chófer a la choferesa. En cuanto al nombre de profesión de canciller, podríamos suponer que
el proceso de feminización no goza de mucho éxito puesto que este cargo corresponde a una
realidad poco conocida en España teniendo en cuenta que los únicos países donde el título de
canciller se otorga al Jefe del Gobierno son Alemania y Austria. Como prueba de ello,
tuvimos que aclarar más de una vez durante la realización de las encuestas que el sustantivo
canciller equivale a la función que profesa, por ejemplo, Angela Merkel en Alemania. A todo
eso, cabe añadir que es comprensible que a los sujetos de la investigación les resulte
problemático feminizar esta función teniendo en cuenta que Europa solamente ha conocido
una mujer ocupando este puesto, a saber, Angela Merkel.
A partir del análisis cuantitativo, queda claro que muy pocos hablantes de la lengua
castellana dudan cómo deben feminizar el nombre de profesión de rector. En concreto,
percibimos que el 90,2% (230/255) de los españoles que viven en Madrid está de acuerdo con
la norma de la RAE que propone añadir a la terminación -or la vocal -a, de modo que todos
los hispanohablantes se refieran de una manera pragmáticamente correcta a la mujer que
ejerce esta profesión. Conviene ahora que nos preguntemos a qué debemos realmente esta
fuerte tendencia hacia el uso de la forma feminizada la rectora. Basándonos en cifras del
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad que se pueden ver expuestas en la
Gráfica 7, nos resulta imposible explicar el proceso avanzado de feminización como un
reflejo de la realidad actual ya que en 2014 solamente el 8% (6/75) de todos los rectores
españoles eran mujeres. Al igual que en el caso de ingeniero, sería más probable que la
preferencia hacia la forma completamente feminizada se explica por el carácter morfológico
de la palabra. Siendo un sustantivo que termina en -or, la forma femenina se hace fácilmente
al añadir la vocal -a (cf. supra §I.2.2.2.).
Gráfica 7: La cantidad de mujeres rectoras en 2014
58
1.4. La feminización por los profesionales
Basándonos en la suposición expuesta por Azofra (2010), el último capítulo de nuestro
estudio empírico tendrá como objetivo comprobar si las trabajadoras, las cuales se dedican a
profesiones relativamente prestigiosas que se atribuyeron en el pasado exclusivamente al sexo
masculino, realmente rechazan el uso del nombre de profesión en su forma feminizada para
hacer alusión a sí mismas o a sus compañeras (cf. supra §I.2.3.3.). Teniendo en cuenta que el
género femenino lleva consigo un valor peyorativo y que, de tal modo, impide el
reconocimiento de la valía profesional correspondiente, las profesionales se comportarían más
a favor de las formas masculinas para denominarse. Al llevar a cabo esta investigación, nos
hemos focalizado concretamente en las profesiones tradicionalmente varoniles y bastante
apreciadas de médico, gerente y ingeniero. Como la transformación del sufijo masculino -o en
el femenino en -a resulta generalmente aceptada y común entre los hispanohablantes, nos
parece interesante examinar si incluso las mujeres se resisten a aceptar el título en -a cuando
deriva del sufijo -o (cf. supra §I.2.2.1.). Además de los nombres de profesiones que terminan
en -o, hemos seleccionado la profesión de gerente puesto que podría ser interesante contrastar
el resultado de los nombres de profesiones en -o con el comportamiento de los profesionales
hacia la terminación en -e que se considera neutra.
En el siguiente análisis, intentaremos descubrir si sería posible reconocer un vínculo
significativo entre el procedimiento de la feminización y la variable social del sexo. En otras
palabras, la pregunta central consiste en descubrir si la actitud lingüística de las profesionales
mujeres se diferencia de la de los profesionales hombres acerca de cómo se alude a una mujer
que ejerce una de estas tres profesiones.
1.4.1. La prueba del Chi-cuadrado y de la V de Cramer
Los resultados de la prueba de Chi-cuadrado expuestos en la Tabla 20 en la página
siguiente nos informan de que realmente se establece una correlación significativa entre el
método de la feminización y el sexo del profesional aunque esta afirmación vale únicamente
para el nombre de profesión de médico, contrariamente a las profesiones de ingeniero y de
gerente. Para saber si existe una relación o no entre las variables pertinentes en el estudio,
sabemos que el valor de p o de lo que se llama "la probabilidad" no puede superar 0,05.
Además, ya hemos señalado que, cuando el índice del Chi-cuadrado dispone del valor mínimo
0, no existe ninguna asociación entre las variables, es decir cuanto más alto sea el Chicuadrado, más significativa será la correlación. Teniendo en cuenta esta información,
59
podríamos afirmar que existe efectivamente una relación entre el sexo y la técnica de la
feminización para la profesión de médico puesto que el valor del Chi-cuadrado resulta
bastante alto, en concreto corresponde a 21,072, y la p o "la probabilidad" es menos de 0,05.
Para las profesiones de ingeniero y gerente deducimos que no hay ningún vínculo entre las
dos variables que sea significativo lo que se debe a los valores muy bajos del Chi-cuadrado,
los cuales equivalen, respectivamente, a 1,627 y 1,058, y asimismo porque la p es mayor de
0,05 como se ve ilustrado en la Tabla 20.
Tabla 20: La prueba de Chi-cuadrado y de la V de Cramer para
médico, ingeniero y gerente
PROFESIÓN
FEMINIZACIÓN
Chi-cuadrado
V de Cramer
χ² = 21,072; 1GL; p > 0,001
0,501
Ingeniero
χ² = 1,627; 1GL; p = 0,202
0,137
Gerente
χ² = 1,058; 1GL; p = 0,304
0,122
Médico
Aunque la prueba del Chi-cuadrado señala que hay relación entre las dos variables en
lo que respecta a la profesión de médico, no nos informa sobre su magnitud. Por lo tanto, es
importante tener en cuenta el valor de la V de Cramer que solo se aplica al análisis de médico
puesto que no aporta nada cuando no existe ninguna conexión entre las variables. Como la V
de Cramer del análisis de médico se sitúa entre 0,45 y 0,65, la relación entre el procedimiento
de la feminización y el sexo del profesional se interpreta como una que sea moderada.
1.4.2. El uso de la técnica de feminización según el sexo
Debido a la conclusión a la que acabamos de llegar a partir de la prueba del Chicuadrado y de la V de Cramer, a saber, que solamente existe una relación significativa entre la
variable del sexo y el método de la feminización en cuanto al nombre de profesión de médico,
nos focalizaremos principalmente en cómo las médicas prefieren llamarse a sí mismas y si su
uso se diferencia del método al que recurren con mayor frecuencia los hombres. Más adelante,
contrastaremos el estudio de médico con los datos de ingeniero y gerente a pesar de que las
tendencias que encontraremos con respecto a estas dos últimas profesiones se atribuirá
generalmente al azar.
60
Tabla 21: La relación entre la técnica de la feminización y el sexo de los médicos
SEXO
hombre
mujer
FEMINIZACIÓN
sí
no
total informantes
23 (56,1%)
18 (43,9%)
41
4 (9,3%)
39 (90,7%)
43
Los datos estadísticos presentados en la Tabla 21 comprueban hasta cierto punto la
hipótesis de Azofra (2010) de que las profesionales tienden más a emplear las formas que
llevan el género masculino de modo que se sientan valoradas dentro del ámbito de médicos
que hasta hace poco se consideró como tradicionalmente masculino (cf. supra §I.2.3.3.). Más
en concreto, advertimos que el 90,7% (39/43) de las mujeres que se dedican a la medicina
utiliza especialmente los procedimientos de la androginización y de la comunización o
sustituye eventualmente médico por la forma feminizada la doctora para referirse a sí misma.
A pesar de que se trata de un sustantivo que termina en el sufijo -o que cambia generalmente
fácil en -a, solamente el 9,3% (4/43) favorece el título completamente feminizada la médica.
Esta conducta claramente evasiva por parte de las trabajadoras con respecto a la utilización
del nombre de profesión en femenino se explica por la razón de que a las profesionales les
suena mal e incluso despectivo la forma la médica. Durante la realización de la encuesta,
varias médicas y también informantes del primer grupo, coincidían de manera idéntica con
una mujer universitaria de 20 años presentada en Azofra (2012b), lo siguiente:
"Digo la médico porque la médica me parece que es un poco despectivo, como si fuera
peor profesionalmente" (Azofra 2012b).
La tendencia que caracteriza el habla de las médicas se opone al uso que hacen los
profesionales de sexo masculino del lenguaje puesto que los médicos optan en el 56,1%
(23/41) por el sustantivo con la desinencia y el artículo en femenino. No obstante, aparte de
que la mayoría de los hombres recurre a la forma feminizada la médica, todavía el 43,9%
(18/41) opina que el sustantivo debe mantener cierto rasgo masculino o que el término médico
debe ser reemplazado por otro menos conflictivo como doctor. Con el fin de visibilizar la
diferencia destacada entre el sexo masculino y el femenino con respecto a la utilización o no
del procedimiento de la feminización, hemos incluido la Gráfica 8 en la que queda muy claro
que las profesionales contestaron más que los médicos que la forma feminizada de la
profesión de médico no les parece correcta.
61
Gráfica 8: La relación entre la técnica de la feminización y el sexo de los médicos
En cuanto a las actividades laborales de ingeniero y gerente, nos llama
inmediatamente la atención el comportamiento más o menos similar de ambos sexos relativa a
la feminización, contrariamente a lo que percibimos en el caso de médico. Conforme a la
norma ofrecida por el DRAE y el DPD (2005), la Tabla 22 nos muestra que tanto los hombres
como las mujeres que se dedican a la ingeniería prefieren llamar a la profesional por medio
del sustantivo con la terminación y el artículo en femenino. Más en concreto, advertimos que
la forma feminizada la ingeniera es empleada por el 72,1% (31/43) de los hombres y por el
59,1% (26/44) de las mujeres. Los profesionales que ocupan puestos gerenciales, al contrario,
evitan respectivamente en el 74,4% (29/39) y en el 84,4% (27/32) el nombre feminizado a
pesar de que en la edición actual del DRAE se admite el uso de la gerenta.
Tabla 22: La relación entre la técnica de la feminización y el sexo de
los ingenieros/gerentes
FEMINIZACIÓN
PROFESIÓN
Ingeniero
Gerente
SEXO
sí
no
total
informantes
hombre
31 (72,1%)
12 (27,9%)
43
mujer
26 (59,1%)
18 (40,9%,)
44
hombre
10 (25,6%)
29 (74,4%)
39
5 (15,6%)
27 (84,4%)
32
mujer
62
Sin embargo, como ya inferimos anteriormente en el análisis del primer grupo de
informantes, es decir, de hombres y mujeres cuya profesión sea diferente de la de médico,
ingeniero o gerente, son otra vez los hombres que recurren más que el sexo femenino a la
técnica de la feminización como se ve ilustrado en la Gráfica 9 (cf. supra §II.3.2.2.). El hecho
de que el proceso de la feminización de ingeniero y gerente corresponde a dos movimientos
distintos, o sea la preferencia o la negación a la formación del femenino, se debe
principalmente al carácter morfológico de la palabra (cf. supra §II.3.3.1.3./ II.3.3.2.3.).
Mientras que la palabra ingeniero acepta fácilmente la terminación en -a, el puesto directivo
de gerente resiste a la formación del femenino debido a que el sufijo -e se considera neutro.
Gráfica 9: La relación entre la técnica de la feminización y el sexo de
los gerentes/ingenieros
De todas formas, nos resulta curioso por qué los y las profesionales reconocen en gran
parte la forma feminizada la ingeniera como válida pero se niegan a utilizar el equivalente
femenino del nombre de profesión de médico puesto que lo asocian a una médica menos
valorada. Al igual que vimos en el análisis del primer grupo de participantes, esta tendencia
podría vincularse con el hecho de que la palabra médico puede funcionar tanto como
sustantivo como adjetivo (cf. supra §II.3.3.1.3). Si bien a partir de nuestros datos no es
posible destacar correlaciones significativas entre la feminización y el sexo para las
profesiones de ingeniero y gerente, sería interesante ampliar en un estudio próximo el número
de profesionales de modo que sea posible verificar si las tendencias descubiertas en esta tesina
se mantienen.
63
III. La conclusión
El presente trabajo de investigación ha abordado el tema del sexismo lingüístico
prestando especial atención al léxico profesional y cuyo objetivo principal ha consistido en
descubrir de qué manera los residentes en Madrid aluden actualmente a todas aquellas
mujeres que, principalmente a partir de los años 70, lograron ocupar una profesión
remunerada y tradicionalmente ejercida por hombres.
1. Los usos discriminatorios del lenguaje
Antes de dedicarnos a nuestro campo de interés, es decir, la feminización de los
nombres de profesiones, nos pareció conveniente informar a nuestro lector del problema que
forma el género en castellano ya que, según varios autores, entre los cuales hemos destacado
García Meseguer (1984; 1996), Del Carmen Hoyos Ragel (2001) y Márquez (2013), la
confusión entre el género gramatical y el biológico, o los que hemos llamado respectivamente
el género y el sexo, ha llevado a usos discriminatorios de la lengua. En otros términos, los
hispanohablantes determinan a menudo el sexo del referente a través del género gramatical a
pesar de que este último no siempre funciona como el equivalente del primero como vimos en
el caso de los epicenos y de los sustantivos que llevan género común. Según García Meseguer
(1996), Álvarez de Miranda (2012) y María Márquez (2013), el origen del sexismo lingüístico
arraiga específicamente en que se vincula el género gramatical masculino al sexo varón lo que
resulta erróneo puesto que éste ocupa dos funciones en la lengua castellana, es decir, una
específica en la que alude a los seres animados de género masculino y otra genérica
designando a ambos sexos.
Teniendo en cuenta que el género provoca el sexismo lingüístico en castellano, nos
pareció interesante recoger la pregunta, presentada por García Meseguer (1996) como título
de su obra, si la gramática española puede ser considerada como sexista. Dentro del gran
debate que surgió en torno a esta interrogación, hemos situado primero a todos aquellos que
están convencidos de que el sistema mismo, es decir, el género de la lengua castellana y
principalmente el uso del masculino genérico trata con inferioridad al sexo femenino. En otra
posición se ha situacionado la RAE y los académicos como Bosque (2012), entre otros, los
cuales pretenden que el uso del masculino como género neutro no tiene por objetivo
discriminar a la mujer sino que se ha creado hace mucho tiempo para contribuir al princípio
de la economía de la lengua. Aparte de eso, es preciso que se entienda que estos supuestos
64
rasgos discriminatorios son realmente el resultado del monopolio del que ha gozado el
hombre hasta los años 70 en la sociedad española.
Por último, hemos comentado que actualmente existe una cantidad considerable de
guías elaboradas por lingüistas en las que se pretende evitar el uso del masculino genérico
cuando éste provoca un cierto tipo de ambigüedad en el proceso de identificación del sexo del
referente como es, por ejemplo, el caso en el léxico profesional. A pesar de que los
académicos consideran las propuestas de las guías como artificiales y antieconómicas, hemos
insistido en que ambos, tanto los académicos como los lingüistas, parten de las mismas ideas
de que, primero, el género masculino funciona como el no-marcado y que, segundo, el
sexismo lingüístico no radica en el sistema del castellano sino en el uso que hacen los
hispanohablantes de ello. Aparte del examen que se concentra en el uso de los nombres de
profesiones en femenino, sería productivo investigar en un estudio próximo los efectos que
han suscitado estas diferentes guías en el lenguaje de la administración pública.
0. El proceso de la feminización
El presente trabajo ha presentado como idea principal examinar hasta qué punto los
españoles residentes en Madrid ya han creado equivalentes en femenino para los títulos,
cargos y profesiones que hasta hace poco solo fueron ejercidos por los varones. Por medio de
un cuestionario individual que incluía 11 profesiones obtuvimos las respuestas de 255
españoles, tanto de hombres como de mujeres sacados de cuatro grupos etarios y residentes en
Madrid, con respecto a la creación de los nombres de profesiones en femenino. Del análisis
cuantitativo, hemos entendido que el procedimiento de feminización más utilizado por
nuestros informantes corresponde al de la comunización. Contrariamente a los otros dos
métodos presentados por García Meseguer (1996), es decir, la feminización y la
androginización, los españoles que viven en la capital prefieren generalmente hacer referencia
a la profesional a través de la forma híbrida en la que se combina el sufijo masculino con el
artículo en femenino aunque cabe mencionar que no hubo mucha diferencia con la técnica de
la feminización. Como ya hemos mencionado anteriormente, podría ser interesante examinar
dentro de 15 años y a través del mismo cuestionario si el procedimiento de la feminización ya
habrá conseguido sobrepasar el de la comunización.
Si bien esta tesina se concentra principalmente en el proceso de feminización, nos
parecería conveniente analizar en el futuro en qué medida los hispanohablantes recurren a las
formas masculinizadas de modo que realizan una referencia pragmáticamente correcta a los
65
hombres que se dedican a las tareas tradicionalmente ocupadas por las mujeres. Al igual que
existe el problema del masculino genérico, sería interesante verificar si los enfermeros,
niñeros o amos de casa, entre otros, critican el uso del femenino genérico que incluye tanto a
las mujeres como a los hombres (cf. supra §I.3.2.).
0.1. Los resultados de los factores sociales
Según Moreno Fernández (2009), la variable social del sexo ocupa una función
importante en el estudio de la variación lingüística. Por lo tanto, nos ha llamado la atención
investigar hasta qué punto el lenguaje de los cuatro grupos etarios se diferencia con respecto a
la feminización de los nombres de profesiones. A través de la prueba del Chi-cuadrado y de la
V de Cramer, nos hemos dado cuenta de que existe una correlación significativa pero bastante
débil entre la feminización y la edad. A pesar de que no hemos encontrado diferencias
realmente sustanciales entre los comportamientos lingüísticos de los cuatro grupos etarios
acerca del uso del método de la feminización, los datos cuantitativos nos han llevado a
afirmar que son el primer y el tercer grupo etario los cuales se vinculan respectivamente a la
tendencia innovadora y a la conservadora, contrariamente a nuestra hipótesis de que la última
generación adoptaría las actitudes lingüísticas más tradicionales. La resistencia a la
feminización por parte de los informantes entre 36 y 55 años la vemos reflejado
concretamente en la mayor utilización de los métodos de la androginización y de la
comunización. A todo eso cabe añadir que la tercera y la cuarta generación sustituyen más
que los dos primeros grupos etarios las palabras complicadas médica y choferesa por doctora
y conductora.
Como segundo factor social hemos tomado en consideración el sexo ya que García
Mouton (2003) nos ha apuntado que pueden surgir desigualdades entre el habla masculino y
el femenino. Suponíamos que los hispanohablantes de sexo femenino optan por la forma
feminizada de los nombres de profesiones porque, conforme a la disciplina llamada "la
sociolingüística feminista" (Moreno Fernández 2009: 46), buscan poner de manifiesto la
discriminación lingüística hacia la profesional. No obstante, hemos percibido que ambos
sexos prefieren llamar a la trabajadora mediante la forma que todavía dispone de ciertos
rasgos masculinos y que, además de eso, no son las mujeres las que tienden más a crear las
formas en femenino sino los informantes de sexo masculino. De todas formas, las
conclusiones que acabamos de sacar no las deberíamos aceptar como verdades absolutas
66
puesto que la correlación entre el sexo y la técnica de la feminización no resulta muy
significativa, según los valores muy bajos arrojados por el Chi-cuadrado y la V de Cramer.
0.2. Los resultados de los factores lingüísticos
En la parte más extensa de nuestro estudio empírico hemos percibido de que la
desinencia que lleva el nombre de profesión ejerce una influencia moderada en la utilización
de la técnica de la feminización dado que el resultado de la prueba de Chi-cuadrado equivale a
un valor muy alto, en concreto a 463,016, y la V de Cramer corresponde a 0,406. Tomando en
consideración exclusivamente factores morfológicos, nos pareció relevante comparar si la
formación del femenino del léxico profesional por parte de los españoles que habitan en
Madrid difiere de las normas establecidas por el DRAE y el DPD (2005). Si nos referimos al
comportamiento de ambos diccionarios frente a la formación del femenino de los 11 nombres
de profesiones incluidos en nuestro cuestionario individual, se desprende que tanto el DRAE
como el DPD (2005) encuentran difícil conseguir el equilibrio entre la tradición y las
innovaciones las cuales han sido introducidas por los castellanohablantes. Es decir, para
ciertas profesiones, entre las cuales destacamos el título de rector, el proceso de feminización
ya se encuentra en una fase avanzada mientras que para otras profesiones como médico,
canciller y comandante, entre otros, aún se permite demasiado el uso del género masculino.
En términos generales, podríamos recapitular que el significado principal de las
formas feminizadas incluidas en el DRAE ya apunta a la profesional. Sin embargo, cabe
llamar la atención primero en los cargos militares de comandante y sargento cuyo equivalente
femenino no identifica a la militar sino todavía a la "esposa de" y, segundo, nos ha
sorprendido que tanto el DRAE como el DPD (2005) adopten un comportamiento aún más
tradicional con respecto a la feminización del cargo político de canciller rechazando por
completo el uso de la forma femenina la cancillera. Aparte de que el equivalente femenino de
los sustantivos médico, primer ministro, jefe y presidente sirve según los dos diccionarios
principalmente para aludir a la profesional, asimismo se podría emplear para hacer alusión a
la cónyuge al igual que vimos en el caso de sargenta aunque este uso resulta bastante
coloquial o en desuso. Si bien el DRAE y el DPD (2005) han introducido numerosas
actualizaciones a favor del proceso de feminización, todavía no se aleja por completo del
género masculino al que, según ellos, los hispanohablantes pueden recurrir para aludir
concretamente a las ingenieras, las médicas, las gerentas, las presidentas y las choferesas. En
las definiciones de jefa, presidenta y choferesa, hemos observado que la forma feminizada no
67
siempre se sitúa debajo de la misma entrada que el sustantivo en masculino. Sin embargo,
cabe añadir que cuando la forma masculina y la femenina están en la misma entrada, el DRAE
intenta definirlas por medio de la fórmula neutra "persona que".
En el análisis empírico hemos clasificado las 11 profesiones que han tenido que
feminizar nuestros informantes en tres grupos según el sufijo que llevan, concretamente los
sustantivos en -o, en -(ent)e y en -r. Nos hemos preguntado si los castellanohablantes de
Madrid transforman en su lenguaje cotidiano el nombre de profesión en -o en uno en -a de
acuerdo con la regla general propuesta por el DPD (2005), luego si mantienen la desinencia
neutra -e para hacer referencia tanto a los hombres como a las mujeres y, por último, si
feminizan los títulos en -r añadiendo la vocal femenina -a.
En cuanto a los nombres de profesiones que acaban en la vocal -o, en concreto,
ingeniero, primer ministro, sargento y médico, podríamos afirmar que el proceso de
feminización por nuestros informantes no se aleja mucho de las normas académicas
instauradas por los dos diccionarios. Conforme al DRAE y al DPD (2005), hemos advertido
que los hispanohablantes emplean con mayor frecuencia la palabra completamente feminizada
para nombrar todas aquellas mujeres que se dedican a la ingeniería o que son primeras
ministras. Contrariamente a la técnica de la feminización, pero de acuerdo con lo que el
DRAE y el DPD (2005) consideran correcto, hemos percibido que en el caso del cargo militar
de sargento nuestros informantes mantienen la desinencia o incluso el artículo en masculino.
Cabe llamar la atención en la profesión de médico que constituye una excepción puesto que
la mayoría de los españoles que viven en Madrid favorecen las formas el médico, la médico o
incluso la doctora a pesar de que ambos diccionarios admiten la formación del femenino. En
síntesis, el hecho de que el nombre de profesión termina en el sufijo -o no siempre implica
que se utiliza con facilidad la forma feminizada en -a. Mientras que en el proceso de
feminización de las profesiones de ingeniero y de primer ministro se tiende más hacia el
método de la feminización, nuestros participantes recurren principalmente a las formas
androcéntricas en los casos de médico y sargento.
En resumidas cuentas podríamos decir que la feminización avanzada de ingeniero y de
primer ministro se podría vincular principalmente al carácter morfológico del sustantivo
puesto que el DPD (2005) nos ha informado de que el sufijo -o cambia generalmente en -a. El
número escaso de los informantes que evita utilizar las formas la ingeniera y la primera
ministra, al contrario, se explicaría por el hecho de que la incorporación de la mujer en el
ámbito de la ingeniería o la ocupación del puesto de Jefe del Estado por la mujer resulta
todavía bastante complicado. Una posible explicación para el uso mayoritario del género
68
masculino en el caso de sargento podría ser un reflejo de la realidad actual ya que hoy en día
solamente el 12,4% de todos los sargentos son mujeres. Aún así, hemos observado que un
número bastante reducido emplea ya la forma feminizada la sargenta lo que podría indicar
que la presencia de la mujer en este ámbito está creciendo. Teniendo en cuenta que en 2013 el
47,55% de todos los médicos eran mujeres, no resulta posible interpretar el comportamiento
evasivo de nuestros informantes hacia la forma la médica como un espejo de la realidad o
como el resultado del carácter morfológico sino que se debería entender esta actitud como una
estrategia para evitar la confusión que puede surgir entre el sustantivo y el adjetivo médico, -a
(cf. supra §II. 3.3.1.3).
Aparte de que la mayoría de los títulos, cargos o profesiones que termina en -e
funciona como nombres de género neutro ya que se acepta este sufijo para aludir a ambos
sexos, el DRAE permite a su vez la creación de algunos equivalentes con género femenino
como, por ejemplo, cuando la mujer ocupa el puesto de jefe, presidente y gerente. No
obstante, a pesar de que la forma feminizada la gerenta se encuentra incluida en el DRAE,
nos ha sorprendido que entre los españoles que habitan en la capital su uso no haya sido muy
común, contrariamente a las profesiones de jefe y presidente. Según Fundéu (2013) y Moreno
de Alba (2013), resulta evidente la utilización exitosa de las formas jefa y presidenta ya que
su primera aparición en el DRAE se remonta a 1884 y 1803, respectivamente. La razón por la
cual nuestros informantes evitan el uso de la forma completamente feminizada la gerenta se
podría relacionar, en nuestra opinión, con el hecho de que solamente el 14% de todos los
puestos gerenciales o directivos en España era ocupado por mujeres en 2013. Tomando en
consideración que el DRAE reconocerá a partir de octubre 2014 el uso de la gerenta como
una variante exclusivamente latinoamericana, podríamos establecer en otro estudio una
comparación entre la variante peninsular y otra hispanoamericana con el fin de verificar si el
proceso de feminización de la palabra en cuestión realmente se diferencia en los dos
continentes.
Si bien el número de sustantivos doblemente marcados, o sea con el artículo y la
desinencia en femenino, está creciendo cada vez más, el proceso de feminización resulta
bastante problemático para ciertas profesiones donde todavía la presencia del hombre sigue
siendo dominante como hemos percibido en el caso de los cargos militares. En cuanto al
cargo militar de comandante, nos hemos dado cuenta de que generalmente nuestros
informantes designan a la profesional mediante la utilización del género masculino de acuerdo
con la propuesta del DRAE y del DPD (2005), al igual que vimos en el análisis de sargento.
Lo que nos ha llamado la atención es que la tendencia hacia el método de la feminización del
69
rango militar de sargento ha sido tres veces más fuerte que la de comandante. Una de las
explicaciones de por qué se utiliza con mayor frecuencia la sargenta que la comandanta se
podría vincular al carácter morfológico de las palabras ya que los sustantivos en -o admiten
más fácilmente la terminación en -a que aquellos nombres que acaban en el sufijo neutro -e.
Una segunda hipótesis que explicaría el proceso de feminización más desarrollado de sargento
podría consistir en que, como se trata de una posición militar inferior a la de comandante, la
mujer tiene mayor acceso a este rango militar que al de comandante.
Dentro del último grupo, es decir, los sustantivos que terminan en -r, hemos notado
que las actitudes lingüísticas de nuestros participantes coinciden generalmente con lo
normativo. Del análisis cuantitativo se desprende que nuestros informantes están de acuerdo
con el DRAE y el DPD (2005) que no hace falta que la referencia a la mujer sea explícita para
el cargo de canciller ya que la palabra feminizada no se encuentra incluida en los diccionarios
seguramente por ser una realidad desconocida en España. Segundo, si bien que se admite el
uso de la forma feminizada la choferesa, nos parece que la poca feminización de chófer se
podría relacionar principalmente a que se trata de un galicismo. Como los hispanohablantes
no saben cómo deben feminizarlo, resulta mucho más común la sustitución de chófer o
choferesa por la conductora. Finalmente, hemos observado como se feminiza sin ningún
problema tanto la desinencia como el artículo del nombre de profesión de rector si bien la
presencia mujeril ocupando este puesto equivale solamente al 8%. Al igual que nuestros
informantes cambian generalmente el sufijo masculino -o en -a, nos parece que asimismo
añaden fácilmente la vocal -a a la terminación -or como hemos podido observar en el caso de
doctor, conductor y rector.
0.3. La feminización por las médicas, ingenieras y gerentas
El último capítulo del presente estudio ha tenido como objetivo principal comprobar si
la hipótesis expuesta por Azofra (2010) coincide con el proceso de feminización actualmente
realizado por los médicos, ingenieros y gerentes de la capital de Madrid. En otras palabras,
suponemos que las mujeres españolas residentes en Madrid las que se dedican a profesiones
prestigiosas anteriormente reservadas para los hombres se resisten más que sus compañeros
de sexo masculino a la formación del femenino cuando tienen que denominarse a sí mismas.
Tomando en consideración las pruebas del Chi-cuadrado para las profesiones de médico,
ingeniero y gerente, podríamos afirmar que solamente se establece una correlación
significativa entre la técnica de la feminización y el sexo del participante para el nombre de
70
profesión de médico ya que el Chi-cuadrado de las profesiones de ingeniero y gerente
corresponde a valores demasiado bajos para tener sentido.
Si bien el sufijo -o se transforma generalmente fácil en -a, concluimos que la mayoría
de las médicas no se comporta de manera positiva frente al proceso de feminización de la
profesión de médico por culpa de que la forma feminizada suele llevar una connotación
peyorativa, lo que corrobora la hipótesis de Azofra (2010). Mientras que las médicas asocian
el nombre de profesión en femenino a un menor valor profesional y optan por lo tanto por las
formas más androcéntricas, hemos advertido que entre los médicos el sustantivo
completamente feminizado resulta más común. No obstante, al igual que vimos entre los
participantes del primer grupo, surgen muchas dudas de cómo se debe feminizar este nombre
de profesión. Si bien los médicos favorecen denominar a la mujer a través del sustantivo la
médica, todavía un poco menos de la mitad está de acuerdo con la postura de las mujeres de
que se debe mantener el género masculino puesto que la profesión de médico siempre ha
pertenecido al ámbito varonil.
A pesar de que según la prueba del Chi-cuadrado de ingeniero y gerente no existe un
vínculo entre la feminización y el sexo, hemos llegado a la conclusión de que respectivamente
la preferencia y el rechazo hacia la feminización de ambas profesiones se podría vincular al
sufijo que llevan. Mientras que se acepta generalmente que -o se transforme en -a, las formas
con género masculino parece tener más éxito para la profesión de gerente debido a que se
considera el sufijo -e como neutro. No obstante, parece necesario ampliar el número de
informantes que son ingenieros y gerentes para poder llegar a conclusiones fiables.
1. Algunas propuestas para futuros estudios
A pesar de que la feminización del léxico profesional es un tema ampliamente citado
en los trabajos que tratan el sexismo lingüístico, todavía es imprescindible que se profundice
más ya que quedan muchos vacíos. En nuestra opinión, podría ser interesante realizar un
estudio diatópico comparando la tendencia feminizadora de los nombres de profesiones en
España y Hispanoamérica. Incluso podría ser productivo examinar si existen discrepancias
entre las diferentes variantes latinoamericanas o entre los distintos dialectos peninsulares.
Otra investigación posible podría ser de índole diastrática en la que se tiende a descubrir si los
comportamientos de las diferentes capas sociales se diferencian. Como ya hemos mencionado
anteriormente, nos llama la atención cómo los hispanohablantes se referirían a los hombres
que trabajan en sectores tradicionalmente femeninos.
71
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75
V. El anexo: el cuestionario individual
A. Ficha personal
1. Nacionalidad:
2. Año de nacimiento:
3. Sexo (marca con una X):


Hombre
Mujer
4. Profesión:
B. La percepción sociolingüística
¿Cómo se referiría usted a las mujeres que ejercen las siguientes profesiones?
1. El ingeniero:
2. El comandante:
3. El chófer:
4. El jefe:
5. El médico:
6. El canciller:
7. El sargento:
8. El rector:
9. El presidente:
10. El primer ministro:
11. El gerente:
¿Cómo se referiría usted a los hombres que ejercen las siguientes profesiones?
1. La enfermera:
2. La modista:
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