Consejera de Cultura: Rosa Torres Ruiz Director General de Museos: Pablo Suárez Martín Delegada Provincial de Cultura: Bibiana Aído Almagro Director del Museo de Cádiz: Antonio Álvarez Rojas Organiza: Consejería de Cultura Diseño: [email protected] Imprime: Gráficas Santa Teresa páginas desnudas Manuel Ruiz Ortega Museo de Cádiz “Páginas desnudas” es el título de la exposición que presentamos en esta ocasión a la sociedad gaditana, con la esperanza de que sean muchos los que se acerquen a disfrutarla durante estos días al magnifico espacio que constituye el patio central del Museo de Cádiz. Manuel Ruiz Ortega, ciudadano del mundo nacido en Jerez, nos propone un tema que ha sido recurrente en la historia del arte. Desde nuestros prehistóricos antepasados que pintaban las paredes de nuestras cuevas, hasta los egipcios, los griegos, los romanos y las diversas civilizaciones a lo largo de las distintas épocas han recurrido insistentemente al desnudo como expresión artística. Ahora, como desde hace siglos, es una temática de plena actualidad que Manuel nos ofrece con una mirada nueva, en un ejercicio de talento, de estilo y de veracidad. La dilatada obra del pintor Ruiz Ortega ha recorrido distintos escenarios: paisajes, libros, bodegones…todos ellos envueltos en la luz natural que dice necesitar para trabajar. Con estos desnudos, esa luz natural se convierte en una intensa luminosidad que nos traslada a un universo de emociones y pensamientos únicos. Son cuerpos que se suspenden en el espacio, no importan las poses sino lo que sugieren, sobrepasan los límites de la gravedad, transitan con ellos mismos en un continuo debate de la belleza exterior con la interior. Son rostros desdibujados, cuerpos anónimos que presentan al hombre y a la mujer más allá de las diferencias de género. Los personajes de esta exposición abren círculos en el tiempo que nunca se cierran. El Museo de Cádiz será esta vez el escaparate de los sentidos, donde el público visitante disfrutará de la espiritualidad convertida en corporeidad. El presente catálogo completa la propuesta con textos de algunos de nuestros grandes, para convertir esta exposición en una verdadera muestra de desnudos poéticos. Os invito a que compartamos las miradas para visualizar juntos una selección de pintura rebosante de sosiego y de energía positiva. Rebosante de Paz, la misma que llena de sentido la obra y la vida del pintor. No se la pierdan. Bibiana Aído Almagro Delegada Provincial de Cultura LA LUZ DE LOS CUERPOS La pintura de Ruiz Ortega ha venido acompañando mi actividad literaria durante los últimos veinticinco años. O, para ser más justo, la firme trayectoria del pintor se ha visto incursionada por una serie de visitas puntuales de la que -estoy seguro- ha salido más beneficiada mi escritura que sus cuadros. Desde que nos conocimos en Madrid, en 1979, se produjo una química especial que coincidía en la manera de concebir espacio y tiempo o, lo que es lo mismo, arte y vida. A partir de ese momento, me atreví a subrayar varias constantes en el a modo de interpretar la realidad que, a través de los años y la experiencia, se han ido ramificando en forma de variaciones. Como en música, el tema principal permanece en pie, diáfano y creciente, prestando su materia a cada una de las formulaciones secundarias. En este caso, el motivo es la luz que, al contrario de lo que pudiera parecer a simple vista, adquiere carácter temático y fundamental, relegando todo lo demás -argumento, color, soporte o pretexto- a un segundo orden. Podría decirse que una de las características de los pintores andaluces ha sido la luminosidad y ese continuo anhelo de convertirla en forma. Nada menos regional ni chovinista que desear hacer del universo un cobijo propio. Ruiz Ortega pertenece a esta estirpe,lejana por otra parte de cualquier pretensión escolástica o clasificadora, a cuya huella ha sabido incorporar ciertos vestigios melancólicos y azulados, propios de una larga complicidad con la visión mediterránea, una manera de mirar que convive perfectamente con la luz de su naturaleza originaria: el oro viejo de los destellos crepusculares, la acerada materia del amanecer o el cenit cegador que inunda los abiertos paisajes y las privadas estancias de la Baja Andalucía. A lo largo de su ya dilatada carrera profesional, el pintor ha recorrido casi todos los escenarios, ha ensayado con múltiples personajes, se ha servido de variados decorados y tramoyas para, al final, dar vida a un monólogo interior que se repite como luz y, a su vez, en ella encuentra su razón de ser. Paisajes, bodegones, libros, bibliotecas o figuras humanas conviven y concuerdan en un mismo centro que vibra desde el sol y, como el fuego, adquieren dimensiones y formas infinitas entre sus llamas. Así, toda la representación es una excusa para aprehender la luminosidad que se desprende de su propia presencia, de cada uno de esos elementos que poco a poco van despojándose de sí mismo hasta mostrar su esencia interior, que no es otra cosa que su reflejo natural, el contacto de su sombra con la realidad iluminada o la ingrávida sustancia de su vacío. Haciendo un recuento del estilo y la trayectoria de Ruiz Ortega, uno podría pensar que se trata de un pintor realista, figurativo e inmerso en la tradición del color como regulador de la expresión plástica. Pero si nos detenemos en cada uno de sus estadios y contemplamos detenidamente sus cuadros, percibimos algo más que una intención de traspasar la apariencia de lo representado. Así, el árbol, la cúpula, el frutero, el libro, la flor o el cuerpo son en sí mismos invitaciones a un viaje mucho más profundo, tanto en contenido como en formulación. Detrás de estas figuras se confirma un universo abstracto, desde donde el pintor nos habla más allá de la propia iconografía. El artista pinta encima de lo que ve -escribía yo mismo en uno de sus catálogos-, crea un mundo a través de otro y llega al convencimiento de lo uno como expresión de lo diverso.î Y en esa pluralidad unificada se confunden invención y realidad, materia y alma, fondo y relie- ve, figura y abstracción y, en definitiva, sombras y luces. El título de esta exposición es significativo en cuanto explica deliberadamente el propósito del pintor. Páginas desnudas encierra en sus dos palabras un doble significado. Por un lado, se trata de dar testimonio ante el blanco papel de la memoria del testimonio de unos cuerpos en movimiento, quizás como la más libre expresión de la naturaleza humana. Por otro, consiste en despejar la página de todos los símbolos y signos que perturben su desnudez. Es entonces cuando cuerpo y espíritu se encuentran y se hacen único e indivisibles: borrar los nombres para que todo vuelva a suceder en un espacio infinito y silencioso, algo así parecido al origen donde ya existía previamente el lugar de nuestras palabras y el esbozo de nuestra presencia. Aunque el desnudo ha estado siempre presente en su pintura, Ruiz Ortega se ha visto abocado a acudir a la figura humana como vehículo y fin a su vez. En los cuerpos anónimos, con rostros desdibujados casi a manera de una máscara, se concentra todo un mundo de emociones y pensamientos que se diluyen entre sí, sin dueños ni identidades que frenen su discurso. Estos desnudos se prestan al trasiego de un pulso que va trasladándose de cuerpo a cuerpo, como si al final su latido perteneciera a todos y a ninguno, pues con su solo compás diera noticia de la humanidad. En su pérdida del nombre propio, el cuerpo se convierte en mancha, se insinúa a veces, trazando levemente el principio del movimiento como paradójica muestra de su eternidad. Para ello, esos cuerpos deben estar íntimamente ligados a la vida, a su primer aliento y a la luz primigenia.Son cuerpos que recogen y transmiten el instante suspendido que les hizo nacer y, quizás por eso fueron pintados a la misma hora, con la misma luz natural de cada tarde que no puede ser suplantada por ninguna otra. La frialdad que les otor- ga su anonimato contrasta con el cálido argumento de su existencia, subrayado por el color y el tono vital de sus formas que, a su vez, les ayudan a liberar una sutil energía, guardada en la figura cuando posa y espera convertirse en puro escorzo. Pese a sus rostros escondidos, los cuerpos muestran la verdad de su piel, su anacarada superficie como signo de realidad, producto de un meticuloso proceso que engarza al pintor con el antiguo oficio del artista barroco.En este caso, la verosimilitud de la vida se consigue, además de por la movilidad de la imagen, a través de la preparación del color exacto por medio de aceite de linaza que, mezclado sobre la piedra de mármol, y machacado todo con el vidrio de la moleta, produce los más precisos pigmentos: lacas, sienas, cadmios o bermellones. La tela es el soporte donde la vida ha de manifestarse y, por tanto, requiere una rigurosa preparación. Con el fin de asemejarse a las páginas de un libro -el mismo libro que inspiró en el autor la anterior exposición (Barcelona-Jerez 2004)-,el lino está tratado con cola de conejo, polvo de grafito y caolín, consiguiendo así la calidad del papel que, al entrar en contacto con el pincel, genera un efecto parecido a la caligrafía, porque pintar un cuerpo es, a la larga, escribir su nombre, otorgarle memoria en su fusión anónima. Aunque larga y complicada, esta cocción preparatoria posibilita una mayor rapidez de ejecución y, por otra parte, provoca en el pintor la misma actitud frente al vacío, ante la página y el desnudo. Visitemos pues esta propuesta como si leyéramos un libro que nos habla del cuerpo, no simplemente como apuesta estética, sino como clave y custodia de todo lo demás. Igual que Séneca, Ruiz Ortega cree en el cuerpo como universo que encierra todos los secretos. Alma, espíritu, acento o emoción habitan dentro de esa carcasa desnuda que alcanza su plenitud en el movimiento. Su energía cinética es la vida y, en defi- nitiva, es eso lo que se trata de fijar, de escribir en estos cuadros o pintar en este libro. A veces sólo son manchas, la leve huella de quien pasa y deja registrada su presencia en el cristal del tiempo. Manchas que si perdieran todo atisbo anatómico y corporal, seguirían testimoniando humanidad y vida. Manchas que en vez de cuerpo expresan luz, se mueven, se transforman en otras como un desarrollo celular que pretendiera ser analogía del primer paso de la vida. Mancha y cuerpo, principio y final de un ciclo que no acaba, donde el movimiento suple a la muerte.Quizás las caras permanezcan ocultas también por esta razón. Es el deseo de imponer la movilidad a la quietud del páramo en una especie de danza colectiva que vuelve a representar a lo uno. El trazo del pintor es, pues, fruto de una continua observación de lo otro; en este caso, de la corporeidad. Desde el desnudo, el pincel surge silencioso, delgado, grácil y dispuesto a decir y a desdecir a un tiempo: marca y borra a la vez, funde lo interno con lo externo, el corazón con la epidermis, da forma y desbarata la masa que nos cubre como un manto que se pliega y se extiende. Hay algo en su pintura que engarza con la larga dinastía del simbolismo: no desea explicitar sino sólo señalar el murmullo, la luz y el movimiento, quizás para reconocerse en el otro.Así, el anónimo cuerpo cobra una dimensión única, transformándose en la propia figura del artista, al margen del género o las características del modelo. Todo un camino hacia la luz. En este caso, el pasaje de un largo atardecer sobre el desnudo de la vida, sobre la página donde todo se escribe, donde el libro que guarda los nombres en secreto. Una luz que absorbe cuanto toca y calla. José Ramón Ripoll Julio 2005 PARA LA EXPOSICIÓN DE DESNUDOS DE MANUEL RUIZ ORTEGA La piel que transparenta un alma fría. La piel que representa un fuego helado. La piel que es la frontera de un callado fluir de sangre herida en la que ardía el secreto de luz del mediodía y el enigma nocturno del pecado. La piel que palidece ante el dorado labio de sol surgido de la umbría. La piel acariciada por la aurora. La arañada de blanco por la luna. La piel que busca piel en su deriva. La piel de etérea seda aduladora. La piel de majestad inoportuna. La carne tan valiente y fugitiva. Felipe Benítez Reyes Julio 2005 SOBRE EL DESNUDO EN EL ARTE Fueron los antiguos griegos quienes nos enseñaron que la armonía y el equilibrio entre el cuerpo y el alma son la base y la sustancia de la condición humana. El cuerpo masculino desnudo fue en Grecia objeto de estudio proporcional, de admiración pública, casi de exaltación religiosa. Al descubrir los jóvenes atletas en los juegos su desnudez heroica y sus habilidades físicas se volvieron un manifiesto vivo de la superioridad de la Hélade frente a los bárbaros, emblema del ciudadano libre y ocioso frente a los esclavos y también del hombre y de su mundo social frente al universo doméstico y familiar de la mujer. El desnudo femenino nunca fue en Grecia objeto de un acto celebrativo y social.Los atenienses despreciaron por bárbara la costumbre espartana de admitir al ejercicio físico y militar a sus chicas jóvenes ataviadas con muy escasa indumentaria.La representación artística del desnudo femenino no llegó en Grecia hasta los tiempos de Praxíteles y fue reservada casi en exclusiva a la representación ideal de Afrodita y de otras diosas. Los romanos siempre vieron con recelo el entusiasmo de los griegos por los juegos atléticos y por la desnudez pública. El rigor y la severidad de las conquistas militares que forjaron el imperio casaba mal con el espíritu lúdico y el refinamiento intelectual y sensual de los griegos.En Roma,el ciudadano ejemplar era un pater familias y su presencia pública exigía una indumentaria de respeto como es la toga,que reviste el cuerpo y que exige para su sostén una mano y un brazo, por lo que queda limitada seriamente la movilidad de quien la lleva.La toga romana impone un andar pausado y un gesto ceremonioso y retórico. Esta incomodidad, esta falta de aprecio de los romanos por la desnudez heroica y pública, ha pasado -aumentada a través de las severas reservas de la cultura judeo-cris- tiana- a toda la tradición occidental.La desnudez pública sigue siendo al día de hoy una moneda de dos caras: encarna una de las banderas más visibles de la minoría naturista y al mismo tiempo participa de algún modo del torrente de las revueltas aguas del voyeurismo y de la pornografía. Como en el mito adánico, como en la Edad de Oro, la desnudez es la imagen perfecta del hombre en un estadio anterior a la civilización y al conflicto,sinónimo de inocencia original y de primitivismo. Pero la historia de la desnudez humana tiene un recorrido muy breve y relativamente poco interesante.En ningún caso cabe confundirla con la historia del desnudo, que es uno de los motivos más antiguos y fascinantes de la representación artística en casi todos los períodos históricos y en casi todas las culturas y civilizaciones. Su presencia es tan abrumadora y tan importante en nuestra tradición que no puede ser sólo vista como un simple motivo,como lo son el retrato, el bodegón o el paisaje, sino que constituye por sí misma una forma de arte.La admiración,el gozo,incluso el placer sensual y erótico que experimentamos al contemplar la fuerza, la armonía y la belleza del cuerpo humano -masculino y femenino- ha encontrado en su representación artística una de las formas esenciales para su expresión, para su permanencia en el tiempo, para su sublimación literaria y estética. En el mundo antiguo el cuerpo masculino tuvo en exclusiva el monopolio de la belleza, y la escultura fue el gran instrumento de su representación, con unos resultados de tan alta perfección que han condicionado de forma determinante toda la tradición posterior. Habrá que esperar a la plena consolidación de la cultura artística del Renacimiento para que se produzca el descubrimiento del desnudo femenino, cuya belleza empezó lentamente a ser considerada como igual o superior a la del cuerpo masculino.Lo vemos ya en el Nacimiento de Venus de Botticelli, pero sobre todo en Leonardo con su Leda, y en Rafael con su Galatea, que fueron los inmediatos precedentes de la obra en este campo esencial de Tiziano.Éste último,con su serie de Venus y con otras escenas de tema mitológico, se convirtió en el primer pintor especialista en el desnudo femenino,en novedoso y perfecto contrapunto a la dedicación de Miguel Angel al desnudo masculino, que tiene en la decoración de la capilla Sixtina un monumental epílogo al género probablemente insuperable. Los tiempos futuros, con Rubens, Velázquez, Boucher o Ingres, se inclinarán por el predominio del desnudo femenino en la pintura.Tendencia que la fotografía y la moderna publicidad van a convertir en un claro signo de identidad de nuestros tiempos. Sin embargo, la moderna publicidad sustentada en la imagen fotográfica busca un ideal de belleza genérico y colectivo, estándar y artificioso, que evoluciona con la moda y con la aparición de nuevas generaciones y comportamientos. Por el contrario, el ideal de belleza corporal que nos propone el lenguaje artístico reside en un ejercicio de representación que se cumple a través de la mirada cada artista creador. No busca un estándar mental reconocible, sino que nos propone un modelo, un fragmento de realidad sensible que debemos reconstruir, o mejor reencontrar, en nuestra propia experiencia individual de la belleza corporal. Paul Valéry dió de lleno en el clavo de la cuestión al afirmar que el desnudo es para el artista lo que el amor para el poeta. En efecto, para el poeta, el amor –correspondido y feliz, o esquivo y doloroso- es el motivo o tema de su canto,pero no sólo eso,también es la sustancia misma del hecho poético, el intento, siempre arduo y a la postre imposible, de convertir en la tesitura de un lenguaje universal sentimientos en apariencia individuales de punzante intensidad.Para el artista plástico el ejercicio del desnudo comporta una tarea semejante: como explicaba con afán didáctico Marsilio Ficino en sus comentarios al Banquete de Platón, el hallazgo de la Belleza con mayúsculas supo- ne la observación y suma de rasgos de hermosura dispersos, particulares. El buen pintor es aquel que con su mirada sabe captar y representar el cuerpo del modelo, sus posiciones, sus sumarios gestos, detenerse en las calidades texturales de la piel, en la sensualidad de la forma; pero el verdadero artista es aquel que no se queda ahí, sino que trasciende todas esas partículas de realidad en busca de la Belleza eterna. La exposición que nos propone Manuel Ruiz Ortega constituye sin duda un riguroso y virtuoso ejercicio con el tema del desnudo. En su más radical esencia. No hay apenas anécdota en las figuras individuales o en los grupos de figuras. No hay apenas rostros que puedan precisar expresiones concretas de felicidad, plenitud, hastío o angustia. Son sólo cuerpos o fragmentos de cuerpos que nos exigen apreciar a través de la fuerte gestualidad de la pincelada,en la mancha de color, en el toque rápido de un detalle, la vibración de la luz sobre la piel humana, la calidez y la proximidad de un cuerpo, reconocer, recordar en nuestra propia experiencia, la sensualidad de la aproximación amorosa.No se puede ser pintor plenamente sino se es capaz de representar el cuerpo humano. La pintura es poesía muda, por eso el sentimiento del artista sólo puede expresarse por analogía, mediante la forma plástica, en la emoción que solo él ha sabido descubrir por un instante en el cuerpo y el gesto del modelo. En poesía,en arte y en pintura,una de las mayores dificultades consiste siempre en decir muchas cosas con los más escogidos y depurados elementos: ese es siempre el mejor estilo. Y esta es la lección que hoy podemos aprender con esta exposición. Bonaventura Bassegoda Julio 2005 Roma, 16 Giugno 2005 Caro Manuel , ho fatto il viaggio di ritorno da Barcellona con i tuoi ultimi dipinti negli occhi. Così ,come me li hai mostrati nel tuo studio, uno dopo l’altro, mentre parlavi della preparazione della tua prossima mostra. Bevevamo vino rosso , l’odore forte degli olii e della trementina nel naso, lasciando che il colore dalle tele ci entrasse nel cuore… Altre volte in questi anni è accaduto. Altre volte ti ho visto girare quadri e metterli sul cavalletto, affastellarli contro la parete, il divano, la libreria per fare più spazio. Altre volte ho ammirato.. e criticato, perdonami se puoi … Ma questa volta è stato diverso. L’emozione più forte. L’impressione profonda è stata quella di una finestra che si apra d’un colpo di fronte a me , per mostrare un mondo di luce, nuovo ed inaccessibile. Sì carissimo Manuel, inaccessibile e misterioso , perché è la terra del Mito che hai evocato ! Una terra nuova, tutta mediterranea , fatta di luci ed ombre improvvise. Di sole accecante, di profumi. Una dimensione dove la bellezza si disvela con tutta la sua forza per incantare con la sua poesia. Dove li hai visti questi corpi, queste curve che fanno attraversare secoli e secoli e travolti dal vento della classicità antica ci invitano a credere ancora agli Dei? Dove le hai prese le chiazze casuali che compongono un ricordo, una nostalgia , un desiderio inespresso? I nudi sulla tela si spogliano dalla necessità dell’aderenza con il reale, abbandonano le catene della des- crizione , perdendo ogni carnalità umana , rivelandosi infine essenza del Mito. C’è un’emergenza tutta nuova nel tratto. Una necessità di trasferire su tela il tuo sentire prima che scompaia la visione di un attimo. Un’emergenza dell’anima che sta vivendo un sogno e teme che gli sfugga se non lo fissa all’istante. E la pennellata si fa larga , si allunga , si scioglie, mentre il colore si assottiglia e scopre trasparenze evanescenti , sfumature inaspettate. Così i modelli reali non sono più importanti e il tuo cuore batte lì dove si ferma la luce. Il cromatismo lo estremizzi nei soli riflessi. Le macchie diventano schiene ed anche e braccia in un unica curva che con ritmo incalzante fa apparire il volume. Tutto questo mi è rimasto come un’impronta negli occhi e nel sentire. Una commozione di attesa e di stupore che mi sorprende come sospesa in uno spazio dove non c’è più il Tempo . Non ho saputo dirti nulla nel tuo studio, mentre la luce della sera trascolorando rivelava ancora nuove, misteriose vibrazioni. E sono rimasta con il bicchiere in mano, altrove , un po’confusa per il ritorno da quel viaggio straordinario … mentre con il tuo caldo sorriso giravi di nuovo le tele contro il muro , nascondendo il tuo mondo di colore dietro l’armatura dei telai. Con tutto il mio affetto Alessandra Ginobbi Roma, 16 de junio de 2005. Querido Manuel, He realizado el viaje de regreso de Barcelona con tus últimas pinturas prendidas en la mirada. Las veía tal como me las mostraste en tu estudio, una tras otra, mientras hablabas de la preparación de tu próxima exposición. Bebimos vino tinto, ambientados con el fuerte olor del óleo y de la trementina, dejando que el color de las telas nos tomara el corazón ... Otras veces en estos últimos años ha sucedido. Otras veces te he visto mover los cuados y ponerlos en el caballete, apilarlos contra la pared, contra el sofá, contra la librería, para ganar algo de espacio. Otras veces te he admirado, ... o criticado, perdóname si puedes ... Pero esta vez ha sido muy distinto.La emoción ha sido mucho mayor. Ha sido la impresión profunda de una ventana que se abre de golpe para mostrar un mundo de luz, nuevo e inaccesible. Sí,querido Manuel,inaccesible y misterioso,porque es el lugar del Mito el que evocas! Una tierra nueva, mediterránea, hecha de luces y de sombras, imprevisible. De sol cegador, de perfumes. Una dimensión en donde la belleza se desvela con toda su fuerza para encantarnos con su poesía. ¿Donde has visto estos cuerpos, estas curvas que nos hacen atravesar siglos y siglos arrastrados por el viento del clasicismo antiguo, que nos invitan a creer todavía en los dioses?. ¿De donde has tomado esas largas manchas casuales que componen un recuerdo, una nostalgia, un deseo apenas formulado? Los desnudos de la tela se deshacen de su vinculación con la realidad, abandonan las cadenas de la descripción, pierden toda su carnalidad humana, se revelan, en fin, como pura esencia del Mito.Hay un nuevo protoganismo del trazo. Una necesidad de trasferir sobre la tela un sentimiento antes de que desaparezca la fugaz visión de un momento. Es la pulsión del alma que vive un sueño y teme su olvido si no lo define en ese instante. La pincelada se hace mas ancha y se alarga, se deshace, mientras el color se adelgaza y descubre trasparencias evanescentes, veladuras inesperadas. Así los modelos reales de partida dejan de ser importantes y tu corazón late allí donde se detiene la luz. El cromatismo se exaspera con solo simples reflejos. Las manchas se convierten en hombros, en muslos y en brazos con una única curva de ritmo continuo que construye el volumen. Todo esto lo conservo como una impronta en la mirada y en el corazón. Una conmoción de espera y de estupor que me hace sentir como suspendida en un espacio donde no existe ya el Tiempo. No supe decirte nada en tu estudio, cuando la luz cambiante del atardecer revelaba nuevas y misteriosas vibraciones.Permanecí con el vaso en la mano, en otro lugar, un poco confusa por el retorno de ese viaje extraordinario .... mientras tú con tu cálida sonrisa colocabas de nuevo las telas contra la pared, velando un mundo de color tras la estructura de los bastidores. Con todo mi afecto. Alessandra Ginobbi LA REPRESENTACIÓN DEL CUERPO HUMANO La representación del cuerpo humano desnudo ha sido uno de los temas más recurrentes en la historia de las artes plásticas, tanto en la escultura como en la pintura desde la antigüedad. Las Venus prehistóricas, con sus generosos atributos femeninos, tenían un carácter ritual y mágico pero también un sentido de exaltación del cuerpo, que va a permanecer a lo largo de la historia del desnudo en casi todas las épocas. En el Antiguo Egipto el desnudo adquiere un carácter más sofisticado y erótico, y aparecen por primera vez las transparencias de tejidos muy ligeros que insinúan todas las formas del cuerpo. En el mundo griego el desnudo adquiere una perfección insuperable, con cánones de proporciones que han sido repetidamente imitadas con posterioridad, por eso le llamamos clásico. Nos han quedado, lógicamente, por una cuestión de simple conservación, más muestras de desnudos escultóricos que de pictóricos. Normalmente, el naturalismo del desnudo se alcanza antes en la escultura que en la pintura por la dificultad de que está necesita crear una tercera dimensión imaginaria a través de la perspectiva. En la Edad Media, con el triunfo del cristianismo y de la Iglesia, el desnudo prácticamente desaparece, con pequeñas excepciones como la famosa Eva de Autun, y algunas otras Evas pintadas en frescos que son antinaturalistas y deforman intencionadamente el cuerpo humano, en tanto en cuanto la Iglesia condena toda manifestación de sensualidad y erotismo que conlleva el desnudo naturalista. Sólo al final del Medievo reaparece dicha temática con autores como el Bosco que incluso llega a representar relaciones sexuales en sus obras. El Renacimiento Italiano recupera la representación de la desnudez, con autores de primera línea como Botticelli, Rafael, Miguel Ángel y, sobre todo, los autores de la escuela veneciana, como Giorgione y Ticiano que con una enorme libertad tanto en su técnica pictórica que se aleja del rígido dibujo practicado en Florencia y Roma, como por el atrevido tratamiento erótico de sus desnudos femeninos que muchos reyes y altos personajes poseían en sus habitaciones privadas cumpliendo, entre otras, una función de estimulo sexual que hoy podríamos catalogar de pornográfica. En el barroco el desnudo adquiere una gran importancia aunque no en España, por la rígida etiqueta católica de los monarcas Austrias y Borbones a partir de Felipe II. Incluso el Ilustrado Carlos III quiso quemar los desnudos de las colecciones reales, aunque Mengs y Esquilache, afortunadamente, lo hicieron desistir de tan descabellada idea. Cuando Velázquez pintó la maravillosa Venus del espejo lo tuvo que hacer en Italia, y la Maja desnuda de Goya estuvo muchos años oculta en una habitación oscura. Pero si bien el desnudo femenino está desterrado del arte español, el desnudo masculino por ejemplo de un Cristo o un San Sebastián son frecuentes, con la única salvedad del paño de pureza que cubre las partes más íntimas Son deliciosos los desnudos alegres de Rubens y los más sobrios y tiernos de Rembrandt, con un ideal de belleza femenina exuberante, generosa en carnes, que no se corresponde con la estética actual. El Rococó francés y la decadente clientela aristocrática que lo financiaba le da al desnudo un aire marcadamente frívolo, con autores como Boucher. En el siglo XIX, la puritana moral burguesa hace que las damas vayan más tapadas que en ninguna otra época de la historia, lo cual no favorece el desarrollo del desnudo, y por eso, cuando Manet expone su Olimpia y su Almuerzo sobre la hierba provoca un gran escándalo en la sociedad parisina. En el siglo XX, las vanguardias rompen con los patrones del arte clásico y con la perspectiva renacentista, pero, no obstante, el desnudo cobra quizá más fuerza que nunca y es uno de los temas favoritos entre los artistas. A ello contribuyen el desarrollo de las libertades individuales en Occidente, la liberación progresiva de la mujer y el ansia de los artistas de tener su propio y personal estilo fuera del convencionalismo y dentro de las nuevas tendencias. Son excepcionales los desnudos frescos y directos de Modigliani, Bonnard, Matisse, y el desarrollo de la temática en Picasso es muy amplia y rica erotismo y voluptuosidad. En el siglo XXI, la vigencia del tema da toda la impresión de que va a ir en ascenso con mayor libertad y atrevimiento, como es el caso del fotógrafo Spencer Tunik que retrata a miles de personas juntas desnudas.Y también cabe citar al verdadero protagonista de este catálogo, para el que, a modo de preámbulo, está presente esta brevísima historia del desnudo: Manuel Ruíz Ortega, un excelente experto en esta temática que ahora, como desde hace milenios, está plenamente de actualidad. La imagen de un cuerpo desnudo es pura armonía porque en él reside el secreto de la proporción misma. En esta muestra de desnudos del pintor Manuel Ruiz Ortega se representan distintas formas del cuerpo, preferentemente de mujer, aunque también de hombres, en diferentes posturas relajadas y manifestando el artista, a través de ella, de manera sensible y esmerada, la forma exterior del alma. Quizá como los dioses han creado a los seres humanos a su imagen y semejanza, así sus criaturas se asemejan al concepto ideal de belleza inteligente y visible, alcanzando todos los elementos la perfecta unidad de esa creación. En estos cuadros se exalta lo más hermoso de unos cuerpos que despiertan adormecidos desde el Olimpo de la estética clásica. Pero, ¿qué es el desnudo?, ¿qué es lo que da cuerpo a una obra?: Ver la desnudez humana, no un cuerpo desnudo. Es un momento de revelación en el que finalmente se puede observar el secreto que se oculta tras él. Después de la desnudez no hay nada más, es una piel que vibra, una carne que late. La erótica proviene del hecho de ver la desnudez de otra persona y poseer su secreto, pero esto no se descubre fácilmente, por eso es enigmático. Suscita deseos, pero no porque lo podemos poseer sino porque lo podemos admirar. Un cuerpo es bello y por ende resulta agradable a la vista, independientemente de la pasión que cada espectador experimente ante ella. Para poder sacar los secretos de la pintura de Manuel Ruiz Ortega y poder emitir un juicio estético debemos indagar en cada uno de estas obras, admirar la belleza en su más pura desnudez y ver, en definitiva, los instantes eternos detenidos en el tiempo, su luz y sus formas. Porque los cuerpos envejecen pero la representación queda. El pintor da mucha importancia a la sugerencia y ubica a sus personajes en poses recostadas, de pie, sentadas, en escorzo, de espalda y de forma individual o en grupo, envolviéndolos en una bruma que va más allá de la propia realidad, pero sin renunciar al naturalismo. La luz envuelve el interior haciendo resaltar las figuras representadas dentro de un espacio intimista y expresivo. A través de líneas marcadas y de pinceladas sueltas e imaginativas, define siluetas y formas curvas, a veces mostrando el rostro y otras ocultándolo para dejar envuelta en el misterio la universalidad del ser. La escenografía queda ocupada por tonalida- des dulces y suaves, pero utiliza como puntos de inflexión azules marinos, rojos sangre y verdes intensos que contrastan con la calidez de los cuerpos. Junto a zonas muy matizadas existen pinceladas seguras, ágiles, generosas y definitivas, con fondos neutros y vaporosos. Son espacios aéreos que envuelven la escena en un horizonte onírico y mágico. La mujer, principal protagonista de su obra, es retratada en toda su plenitud. Se muestran tranquilas, apasionadas, enigmáticas, expectantes, sensibles y profundas. Bellos cuerpos de pechos moderadamente abultados y prietos, caderas voluptuosas y marcadas, y pieles delicadas que exhalan el aroma imaginario de presumibles caricias escondidas. A veces sus personajes adoptan posturas tradicionales y a veces posiciones corporales poco convencionales que buscan lo atrevido, lo intrépido y lo descarado. El resultado queda plasmado en un mundo cuya expresión es el reflejo universal de lo femenino. En los desnudos masculinos de esta exposición hay una mezcla de la tradición religiosa y pagana, evocando la iconografía de Cristo y de los santos mártires con otras de inspiración grecorromana, uniendo así la moral convencional y la transgresión idólatra. Anatomías clásicas en la línea de Fidias o Lisipo, venus en la tradición de Ticiano o Velázquez , el estudio estético del tema mitológico de las tres gracias, el despertad del deseo sexual al estilo de Greuze, las desafiantes siluetas contenidas de Bonnard, la interpretación de las figuras a través de las formas geometrizantes de Cezanne, los trazados, donde se mezclan lo real y lo fantástico, propios del expresionismo abstracto. Todo ello se mezclan en la obra de Manuel Ruiz Ortega, que no obstante responde a las exigencias teóricas de los gustos y costumbres de nuestra época. Su pintura expresa una clara intención de comunicar la sensual plenitud entre el cuerpo y el alma, entre la veracidad y el sueño. Quizás, la misión del arte sea esa: poner de manifiesto lo que ofrece la naturaleza, ennobleciéndola cuando el artista la reinventa, la recrea, la interpreta y, finalmente la inmortaliza, utilizando todos los medios técnicos a su alcance para evitar el avance del tiempo. Y lo más importante, el papel que juega Manuel como creador, dándole su matiz estilístico y personal, es que es el dueño de las situaciones que percibe a través de sus sentidos, y la capacidad de plasmar todas las bellezas posibles para que otros se enamoren de ellas. Su talento consiste en captar en un cuerpo desnudo el más allá de la condición humana. Una mujer o un hombre, sin duda objeto del deseo pero no sujeto del placer, pues lejos de acercarse a lo meramente sexual intenta recuperar y transmitir el placer y el goce de los sentidos. Marisa de las Cuevas Elduque Julio 2005 CATÁLOGO Óleo/lino 130 x 80 Óleo/papel 65 x 50 Óleo/papel 55 x 78 Óleo/lino 162 x 114 Óleo/lino 50 x 40 Óleo/papel 50 x 35 Óleo/papel 78 x 56 Óleo/papel 76 x 113 Óleo/lino 60 x 130 Óleo/papel 78 x 56 Óleo/lino 53 x 160 Óleo/papel 50 x 35 Óleo/papel 50 x 35 Óleo/papel 63 x 50 Óleo/lino 195 x 114 Óleo/papel 65 x 50 Óleo/papel 65 x 50 Óleo/lino 150 x 150 Óleo/lino 195 x 114 Óleo/papel 34 x 48 Óleo/lino 90 x 146 Óleo/papel 48 x 34 Óleo/lino 195 x 114 Óleo/papel 46 x 32 BIOGRAFÍA UNA INFANCIA LLENA DE LUZ Manuel Ruiz Ortega nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1951. Recuerda que su primer soporte fue la arena de la playa de La Puntilla, en el Puerto de Santa María:“como si fuera un gran cuaderno, acogía, mis primeros dibujos (...) con motivo de unos populares concursos de pinturas que coloreábamos mediante el teñido de la arena con anilinas que se vendían en las droguerías. Fue en el Instituto Padre Luis Coloma de Jerez donde empezó a estudiar dibujo artístico. De aquellos años recuerda también un viaje a Madrid y la impresión que le produjo la inmensidad del museo del Prado,“como si aquello tan enorme fuera imposible de ver y de entender”, como una premonición de lo difícil que iba a ser intentar comprender el mundo por el que se sentía atraído. FORMACIÓN EN BARCELONA A los 15 años se trasladó con su familia a Barcelona. Y al finalizar el bachillerato, tras descartar otras opciones ingresa en la Escuela de Bellas Artes, donde descubre su “futuro, con pleno convencimiento y sin vacilaciones”. Cursó estudios superiores en la Facultad de Bellas Artes, obteniendo el premio Güell al mejor expediente académico. De esta etapa, Ruiz recuerda como descubrió que el dibujo fue el origen indiscuti- ble de su pintura. El dibujo le permitió descubrir las formas y a partir de ellas fue emergiendo el color.“El dibujo te permite conocer; el color viene uno con él puesto. Se forma con las primeras luces que uno vive. “Yo me formé íntegramente en Barcelona, pero tanto la luz como el colorido de mi obra tienen otros orígenes, provienen de la infancia, de mis sensaciones primeras en Jerez y El Puerto”. mentar sus intuiciones sobre lo que debe ser y lo que ha sido la enseñanza del dibujo “ para conocer de dónde venimos los artistas y cuál es la tradición que debemos superar, cómo ésta nos condiciona a veces sin saberlo nosotros mismos”. Pasó dos años encerrado en una biblioteca, rodeado de libros del siglo XVIII.Durante este período el Ruiz Pintor no crea, pero no cesa. “Acabo la tesis y al día siguiente de ser doctor, mis piernas me llevan de nuevo a la biblioteca”… Así nace una colección de cuadros con el tema de los libros. DE ALUMNO A PROFESOR Ingresó como profesor en dicha Facultad en 1974, doctorándose en 1986. Profesor titular en 1987 i catedrático desde 1991. En 2001 ingresa en la Academia de les Belles Arts de Sant Jordi (como académico correspondiente) Hacia 1983, cuando estaba preparando su tesis doctoral sobre la enseñanza del dibujo, se vio empujado a llevar a cabo una inmersión en la historia del dibujo. Este proceso le llevo a reafirmar y docu- Años más tarde, tras infinidad de visitas, volvió a El Prado, para la exposición antológica de Velásquez, que le produjo un impacto casi paralizador. “No me cansaba de verla, no tenía nunca suficiente, descubrí muchas obras “nuevas” que yo no conocía y que me ayudaron a comprender mejor al maestro. El impacto que me produjo casi llegó a bloquearme. (…) Para conjurarlo utilicé el mismo sistema que cuando los libros me paralizaron durante la elaboración de la tesis: recuperé mi pintura ponién- dome delante de Velázquez, estudiándolo desde dentro. Al estudiar sus obras desde la misma pintura descubría que esta no tenía artificio, pues si la mayoría de los pintores solemos plantear en el lienzo todo el proyecto del cuadro, Velázquez pasa dulcemente de largo sin dejar un rastro matérico del proceso. En esta época me sirvió de gran ayuda las lecturas que realice sobre Velázquez y muy especialmente la de “ Velázquez pájaro solitario” de un gran pintor, amigo y maestro Ramón Gaya…. “ La actitud de Velázquez es siempre una y la misma, ya sea que se encuentre ante el misterioso espectáculo de lo real o ante el intrincado problema de lo pictórico, y tiene para con todo una especie de amorosa desdeñosidad, casi de olvido”. “Velázquez no cede a nada, pero lo acoge todo, y no para quedarselo, ni siquiera para dárnoslo, sino para salvarlo.” he caminat estances de la casa perduda. * Salvador Espriu, Cementiri de Sinera, XXIII * (Mientras se apaga la luz de abril y cesan las hijas de canción, en un crepúsculo inmóvil, he andado estancias de la casa perdida) EL BODEGÓN: LA LUZ PROPIA “En el bodegón siento que puedo crear un mundo a través de esos objetos, que no sé cómo llegan a mi entorno, que buscan el momento de luz preciso en mi estudio (…) lleno de mil luces diversas por todas partes. “Hace unos años he podido descubrir que la pintura de la primera etapa del estudio de Alí-Bey (un piso enorme en el Eixample barcelonés), con esas luces misteriosas, era como un mundo nostálgico, construido a partir del recuerdo de mis luces primeras”. Mentre s’apaga la llum d’abril i cessen les filles de cançó, en un crepuscle immòbil, EL VIAJE Y LA VUELTA AL PAISAJE DE LA INFANCIA Para Ruiz el viaje a Italia es aquel que todo pintor ha tenido, desde Velásquez, Goya y todos los pintores del siglo XIX y XX, buscando las obras de los grandes maestros y descubrir en ellas no sólo la sensualidad más superficial al estudiar el tratamiento y técnicas, sino profundizar hasta llegar a la esencia misma de la pintura. “Estos viajes te dejan con ganas de no volver, de no regresar de Italia. El viaje tiene la función de limpiar, sirve para que entren nuevos colores en tu paleta. “He tardado años en ponerme en diálogo con (los) paisajes de mi tierra. Pues es muy dificil fundir los paisajes del recuerdo con los del reencuentro y además, son demasiado austeros, sin árboles, casi abstractos. Tiene que suceder algo excepcional en el cielo, como el paso de una nube o una tormenta, para que resulten atractivos y el pintor se de cuenta del espacio inmenso que le rodea. “El viaje a mi infancia ha liberado la nostalgia que yo había construido en mis primeras obras de naturaleza muerta”. “Si voy buscando siempre un paisaje, aunque sea un objeto, necesito la luz natural, no puedo trabajar de otra manera, no puedo ver ese natural con luz artificial. Como dice Tiziano,“el atardecer es la hora de la pintura”. “la buena ocasión que ofrece esa hora para que la realidad pueda esconder en lo oscuro todo aquello que no es decisivo en ella, en cambio empujar hacia la luz todo aquello que si lo es”. ”.(Ramón Gaya, Diario de un pintor). “El color, los colores no pueden ser eternamente verdades, sino el extravagante fruto de nuestra ilusión, un espejismo, pero un espejismo que se produce dentro de la realidad misma”.(Gaya, Velázquez, pájaro solitario). “Mi pintura no “ilustra” mi biografía, pero no puede separarse de mi vida más íntima, está como cosida a ella, es el resultado de mi evolución personal y humana”. ”prefiero volver a mi camino, si es que uno que va de paseo puede tener camino.” Lessing EL DESNUDO “La calidad de la textura de la superficie del cuerpo la he sentido como una necesidad, como un reto, que tenía, de algún modo pendiente, aunque lo trabajé muy especialmente al principio de mi carrera, cuando me dieron el premio YngladaGuillot.” La mirada del pintor esta impregnada de otros elementos que hacen que la observación de la naturaleza sea mucho mas compleja de lo que a simple vista vemos, pero sobre todo lo que resulta aún mas particular es cuando la idea o forma del objeto que ha surgido a partir de esta observación, se traslada a la superficie pictórica. Un poema de Miguel Ángel lo expresa con la emoción y profundidad que este maravilloso momento requiere: «Mentre ce’alla beltá ch’i vidi in prima Appresso l’alma, che per gli occhi vede, L’immagin dentro crece, e quelle cede Quassi vimente e senza alcuna stima» («Aunque mi alma por medio de los ojos se acerca a la belleza tal como primero la vi, la imagen interior y espiritual de esta belleza crece, y la otra, la imagen física, desaparece gradualmente, como algo vil e indigno de estima») Cercano al estado que propone el poema de Miguel Ángel fueron saliendo las óleos que contienen estas “páginas desnudas”, quiero decir que mi “imagen interior y espiritual” ha podido sobrepasar las características particulares de cada uno de los modelos que posaron para este trabajo y trasladarme al sentimiento mas hondo que siento y nace hacia el desnudo en abstracto. El trabajo se desarrolló sin una meta predeterminada como en su día lo hice con la exposición “el silencio elocuente” Transcrito por Jaume Badía En una clara mañana de noviembre de 1999 Bonaventura Bassegoda y Manuel Ruiz Ortega mantuvieron este apacible coloquio en el estudio del pintor, frente a unos amplios ventanales tras los que aparecían los tejados y campanarios del barrio antiguo de Barcelona.