La Encarnación: Viviendo el Misterio Patsy McDonald, SHCJ Director de Enseñanza y Aprendizaje, Ushaw College, Durham, Inglaterra Introducción Excepto en nuestros días realmente sin brillo, los seres humanos venimos equipados con una herramienta básica que da sentido a nuestras experiencias. El hecho de que no podamos saber demasiado acerca de algún tema para participar de una conversación con algún experto no nos impide especular. Esto es una de las muchas cosas que aprendí durante décadas de salir de paseo con mi padre. ¿Por qué las nubes de repente son diferentes de aquéllas que hemos estado observando toda la semana? (No podemos hacer nada al respecto, excepto tal vez tratar de recordar dónde hemos dejado el paraguas). ¿Por qué esta planta en particular no produce flores mientras las otras sí lo hacen? (Probablemente algo tenga que ver con sus hormonas, pobre cosa) ¿Por qué esas rocas son de ese color y forma inusuales? (Lo que sea que las haya producido y formado no ha sido sino sólo por miles de años, así es que podemos especular libremente, seguros del conocimiento de que no hará la menor diferencia, al menos para ellas). No son sólo los niños quienes quieren saber el “porqué” de las cosas: lo que Bernard Lonergan llamaba el “irrestricto deseo de saber” está vivo y sano en la mayoría de nosotros. Es parte del regalo de nuestra humanidad. En algunas personas es la fuerza principal que determina aspectos de nuestro carácter, haciéndonos querer descubrir más acerca de la meteorología o de la vida secreta de las plantas o del trabajo interior de los átomos y moléculas de la historia geológica de nuestro planeta. Aunque, siendo realistas, nuestra experiencia se limita solamente a un pequeño rango de temas, estamos todo el tiempo tratando de dar sentido al mundo en el que vivimos, al menos en aquellos aspectos que, en un determinado momento, pensamos que son importantes para nosotros. Y, por supuesto, nunca podemos decir qué exactamente dejará de tener un vital significado para nosotros, como individuos o como especie. 1 Tomemos las corrientes oceánicas, por ejemplo. Los primeros navegantes europeos descubrieron que si viajaban muy al sur en el Atlántico al salir de España o Portugal, tomarían contacto con las corrientes que van al oeste y con los vientos alisios que los llevarían siempre a través de las islas del Caribe. Las consecuencias políticas, culturales y económicas todavía permanecen con nosotros. Hoy en día, cuando tenemos otros medios de llegar de Europa al Caribe, las corrientes oceánicas tienen un significado diferente. Para darnos cuenta de que ya no podemos contar con la garantía de su regularidad y de que necesitamos poner mucha atención a fenómenos como El Niño y La Niña, no por razones de navegación, sino que porque, como indicadores de nuestro propio impacto global, ellos son parte del coro siempre creciente de la creación que nos recuerda que no podemos continuar viviendo como hemos estado haciéndolo en los dos últimos siglos más o menos. Podemos no tener un particular deseo de poner atención a lo que las corrientes nos dicen, pero sería irresponsable ignorar tal información que alimenta nuestro instinto de dar sentido al mundo creado. Para los cristianos, el mundo creado no es solamente el lugar que habitamos, sino que también el lugar de la Encarnación, la realidad que nosotras, como Hermanas de la Sociedad del Santo Niño Jesús queremos dar a conocer, como declaran nuestras Constituciones (n. 1). La existencia eterna del mundo de Dios, que “era Dios … hecho carne y vivió entre nosotros” ( Juan 1:1, 14) en la persona de Jesús de Nazareth. Esta es una verdad puesta a nuestra disposición por revelación divina, no algo que podría alguna vez ser deducido de nuestra experiencia general. Ni es algo que podamos entender completamente, porque es un misterio en el más completo sentido de la palabra: no un adivinanza a ser resuelta sino que un foco de exploración que nunca termina y que tiene, creemos, un significado supremo para nosotros. Si algo hay que requiera nuestra atención, es esto. Verdaderamente Dios y verdaderamente humano La expresión clásica de la creencia cristiana acerca de la persona de Jesús fue el resultado de los debates en el Concilio de Calcedonia en el 451. Después de adoptar como propia la declaración del primer Concilio de Nicea (325), la que afirmaba que lo que Dios es, Jesús es, el Consejo de Padres en Calcedonia agregó que si los humanos son, Jesús también lo es. Podemos resumir su declaración acerca de Jesús, diciendo que Él es “verdaderamente Dios y verdaderamente humano”. Con sabiduría, los del Concilio ni siquiera comenzaron a especular sobre lo que exactamente entendían por “Dios” o “humano” o 2 lo que se refiere a la Encarnación no existen paralelos exactos: una parte importante del asunto es que es un acto de Dios. cómo Jesús llegó a ser tal. Su formulación no es un análisis químico o una “receta para hacer un Jesús”. Más bien indica el tipo de misterio que es Jesús, tanto en sí mismo y para nosotros. “Verdaderamente Dios y verdaderamente humano” suena paradójico, por supuesto. ¿Cómo puede alguien ser total y absolutamente dos cosas diferentes? Grifos y centauros son interesantes, pero no reales y los científicos que logran combinar células de dos organismos diferentes para formar una ilusión de vida (una mezcla de oveja y cabra, por ejemplo) han producido algo que no es ni una cosa ni la otra. Tales monstruosidades literales me recuerdan un ensayo de un estudiante de pregrado, menos que brillante, que afirmaba confiadamente (a pesar de mis esfuerzos) que Jesús era “mitad Dios y mitad humano”. No era lo que Calcedonia (ni yo) había dicho: un ser así no sería Dios ni humano, tal como algo mitad caballo y mitad perro no sería perro ni caballo. En relación a Sin embargo, un lenguaje como “Verdaderamente Dios y verdaderamente humano” no es del todo extraño a nuestra propia experiencia. Yo puedo ser verdaderamente 100 % hermana de mis hermanos y 100 % hija de mis padres: las dos identidades no están en competencia. Esto porque no son el mismo tipo de cosa de la manera que lo son los caballos y los perros. En realidad, es muy posible que mientras mejor hija soy para mis padres más plenamente soy hermana de mis hermanos, en lugar de menos. En casos como éste, el aumento de uno de los elementos no implica la reducción en el otro. Así es con Jesús. Dios y “humano” puede sonar como el mismo tipo de cosa, pero pensando un poco se demostrará que no lo son. Dios es radical y absolutamente otro que el mundo creado, de un modo que no podemos comenzar a especificar. Si, como parte de la revelación misma de Dios, la iglesia primitiva experimentó a Jesús como Dios y como humano, existe al menos la posibilidad de que mientras más plenamente Dios sea Él, más plenamente humano puede ser y viceversa. Tal como con la definición de Calcedonia, lo que esta formulación implica está todavía por explorarse (o más precisarse más). “Ah”, solían decir mis estudiantes “¿y respecto del pecado?” Posiblemente Jesús no podría ser 3 plenamente humano porque no se puede ser humano sin pecar y la Iglesia nos enseña que Jesús no pecó (en realidad: ver Hebreos 4:15). Su conclusión podría ser correcta si definiéramos “humano” como “pecaminoso”, pero ¿es necesario, o siquiera deseable, hacerlo? Pensemos en las personas que tocan el piano. Tarde o temprano, alguno de los que he oído cometerá un error cuando toque. Es posible llamar pianistas a esas personas. En realidad, si tuvieras que escucharlos el tiempo suficiente para llegar a definir (tal vez con los dientes apretados) “pianista” como “alguien que comete errores al tocar el piano”. Si se hace eso, sin embargo, estaría negándose tal condición a los más grandes pianistas del mundo, lo que parece algo muy perverso de hacer. Seguramente, sería mejor aceptar que, como pianistas, los aficionados aporreos de teclas por parte de amigos y parientes, serían apenas “obras en proceso”. Si aplicamos esta analogía a la humanidad de Jesús, él es el real ser humano y el resto de nosotros somos la obra en proceso. Somos tan parte del Homo Sapiens como lo es él, con seguridad, y en nuestro caso, nuestra pecaminosidad e imperfección son cosas que deben trascender, así como llegamos a ser más como él en la formas particulares de abrirnos unos a otros. La analogía no es completamente satisfactoria, pero puede ayudar a las personas sobre esta dificultad en particular. Es también, a propósito, una manera más positiva de pensar en nuestra especie, la que a veces es un correctivo útil a nuestras inclinaciones naturales. Quizás, entonces, podemos, al menos provisionalmente, aceptar lo de “completamente Dios y completamente humano” como una afirmación potencialmente coherente acerca de Jesús. Surge entonces la pregunta: ¿por qué molestarnos respecto de esta declaración Cristológica, que fue escrita hace más de 1.500 años, en una lengua extranjera, actualmente muerta (griego helenístico), por un grupo de clérigos, de cuya mayoría nosotros ni siquiera hemos oído hablar, que se encontraban en un lugar que las mayorías de las personas ubicarían con dificultad en el mapa (a menos que hayan pasado unas vacaciones en Turquía occidental)? La respuesta es ésta: porque la fórmula Calcedonia especifica algo acerca de Jesús que es una base necesaria para los dos prácticas claves que han caracterizado el Cristianismo desde las épocas más remotas hasta nuestros días: tratar de vivir como Jesús y orar a Jesús. Consideremos cada una de ellas. Imitar a Jesús La primera de estas practicas, tratar de vivir como Jesús (el humano), es relativamente fácil de entender como idea, aun cuando implique que cualquier cosa que pensemos sea difícil de sostener en la vida diaria. La imitación de Jesús se origina en su propio llamado a los discípulos de “síganlo” o “vengan 4 con él” y aprendan de él. Los cuatro evangelios concuerdan en que, desde el comienzo de su ministerio, Jesús llamó a las personas a seguirlo (Mateo 4:19; Marcos 1:17; Juan 1:43; cf. Lucas 5:10-11). Esto no es mera asociación: por ejemplo, aunque Marcos pone “estar con Jesús” como el propósito principal del ser discípulo (3:13-14), lo que se pide a sus seguidores implica el cambio de corazón y de mente (metanoia, “conversión”), que Jesús ha estado predicando desde los tiempos en que Juan fue arrestado (1:14-15). En los tres capítulos centrales de su trabajo, Marcos especifica el ser discípulo en términos tales como la auto negación y el tomar la propia cruz, ser el último y el servidor de todos y, en resumen, ser como el Hijo del Hombre que “no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida para la redención de muchos” (10:45). No sólo en sus actitudes, sino que también en su predicación y actividades de curación los miembros de la iglesia primitiva trataron de ser fieles en su imitación de Jesús y, en el mejor de los casos, sus seguidores a través del tiempo han hecho lo mismo. La afirmación cristiana es que vivir de la manera en que Jesús lo hizo es ser plenamente (verdaderamente) humano. El Jesús de Marcos alcanza el corazón de éste cuando da por hecho que lo que la gente realmente quiere es su “vida”. Aquí, la palabra griega es psiqué (8:35; ver también 3:4), que denota una manera especial de pensar, sentir, actuar, ser ¿Cómo consiguen esto? Paradójicamente, por medio de la auto negación y el seguir a Jesús. Esto está lejos de ser simple, por no decir doloroso. La muerte y la resurrección de Jesús son el paradigma y la prueba definitiva. Pero algunas de nuestras experiencias comunes, parecen ofrecer la verificación de su verdad. Por ejemplo, aferrarse a cualquier cosa que esté viva, matarla o, en el mejor de los casos, impedir su crecimiento. Si puede escaparse, lo hará, ya sea que se trate de un cachorro o de un hijo amado. Quien es amado sin egoísmo tiene más posibilidades de regresar libremente y de mantenerse en una amorosa relación. Sólo “siendo para los otros”, dice Jesús, es como las personas pueden llegar a ser plenamente humanas. Rezar a Jesús Aunque la práctica cristiana de vivir como Jesús provenga de su iniciativa, se consigue de otra manera, rezándole a Jesús. Nada en los evangelios sugiere que Jesús haya enseñado a sus seguidores a rezarle, una idea como ésa habría sido impensable para cualquier judío. Más bien, él les enseñó a rezar como él lo hacía, a su padre (Lucas 11:1-4 Mateo 6:913; Marcos 14:3536; Juan 17). Por el contrario, rezar a Jesús (como Dios) parece haber sido un fenómeno posterior a la resurrección que la gente se encontró simplemente haciéndolo, debido a que lo habían experimentado como Señor resucitado (y debido a la comprensión, posterior a la resurrección, de algunos de sus actos durante su vida terrenal). Evidencias de que la gente rezaba a Jesús, se encuentran en una serie de escritos del Nuevo Testamento, desde los primeros días. Se encuentran, por ejemplo, en Pablo (“Jesús es el Señor”) [Rom 10:9; 1 Cor 12:3]; ‘Maranatha [1 Cor 16:22]); en Lucas (‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’ [Hechos 7:59]); y en el Libro del Apocalipsis 5 (‘Ven, Señor Jesús”’ [Rev 22:20]). Dado el fuerte compromiso con el monoteísmo que había caracterizado a los primeros seguidores de Jesús, dirigirse a Jesús resucitado como “Señor” e incluso “Dios”, fue, para decirlo suavemente, lo menos conveniente, y eso también ha dejado huellas en los escritos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, lo relativo a no tener a Jesús y al Padre en competencia mutua es evidente, de manera particular, en Pablo y en Juan. Pablo insiste en que, en ligar de disminuir, la gloria de Dios es mayor cuando las personas honran a Jesús. De esta manera, el himno filipense concluye diciendo que toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor “para la Gloria de Dios el Padre” (Fil 2:10-11), y la propia visión de la consumación escatológica de Pablo involucra el gradual sometimiento de todo a Cristo, hasta el propio Hijo está sometido al Padre “de modo que Dios pueda estar todo en todo”. Viviendo el don de la Encarnación: Presencia, Perdón, Normas (¿Valores? ¿Principios?) Misericordia ¿y? Rezar a Jesús y vivir como Jesús es la doble respuesta de la Iglesia a lo que los creyentes entienden como un don gratuito de Dios en la persona del Hijo de Dios y cualquier espiritualidad de la Encarnación está basada en de los cristianos actuales, que cuentan con muchos recursos de palabra, música e imágenes que no estaban disponibles (o no tan rápidamente disponibles) para aquéllos de las primeras generaciones. Vivir como Jesús, también, adopta muchas formas diferentes y encontrar la manera adecuada es una tarea por hacer y no algo ya dado. Por ejemplo, es obvio que las mujeres del siglo veintiuno de cualquier nacionalidad no pueden imitar literalmente la mayoría de los modos de vida de un judío del siglo primero en el mediterráneo oriental, pero esto debería estimular el debate en lugar de ponerle fin. Por otro lado, basar este tipo de discusión en la tradición es esencial. Así como el Concilio de Calcedonia señaló el misterio de la persona de Cristo de una manera que ha resistido la prueba del tiempo, así los evangelios nos dotan de una orientación básica (debemos llamarlos preceptos evangélicos) con la que podemos elaborar la respuesta adecuada para nuestro propio espacio y tiempo. Consideremos muy brevemente cada evangelio a la vez. esa tradición ¿Qué implica recibir este don? En otras palabras, ¿cuáles son las consecuencias de la Encarnación para la vida cristiana? Obviamente, los detalles van a variar de un época a otra y de una persona a otra. Hay muchas maneras de rezar a Jesús, como nos lo muestra la historia de la espiritualidad y como aprendemos del testimonio 6 De acuerdo a Mateo, la encarnación significa Incluso, al final de lo peor que podemos hacer, se Él es Emmanuel (1:23), presente donde dos o El amor es más fuerte que la muerte. que Dios está con nosotros en la persona de Jesús. tres se reúnen en su nos ofrece la oportunidad de regresar a “Galilea”. nombre (18:20) y con El evangelista Lucas nos recuerda del mundo (28:20). disponible para todos, sus seguidores al fin repetidamente que la misericordia divina está Esto es fácil de olvidar, independientemente momentos de peligro: despreciado. Al especialmente en de lo patético o él tal vez sea amable mismo tiempo, con nosotros, aunque aparentemente no siempre: Lucas insiste en muertos de miedo (8:24) ¿Qué se debe hacer? recordándonos las “Señor, sálvanos” (v 25). Las personas de poca fe abrazar, aunque rara vez las mantengamos por Él duerme mientras remamos y estamos medio que Dios sigue Actuar como los discípulos hicieron y suplicaron: normas de una vida de disciplina que nos gustaría pueden hacer esto (v 26) mucho tiempo (¡Así necesitamos a Lucas!). La buena noticia de Marcos es que el El retrato que Juan hace como los discípulos en los evangelios, podemos ser el círculo, volviéndonos a Mateo. En el cuarto perdón está siempre ahí para pedirlo. Siempre. Tal repetidamente duros e incomprensivos. Podemos negarnos a abandonar nuestra convicción de que la plenitud que anhelamos se consigue al querer tener el primer lugar y asegurarnos de que tenemos lo que necesitamos, si es necesario a costa de los otros (10:35-45). Podemos cansarnos y dormir mientras otros nos necesitan (14: 33-41). Podemos traicionar una y otra vez lo mejor de nosotros debido al miedo y una y otra vez negar que conocemos las verdades más importantes de nuestras vidas (14: 66-72). de Jesús, nos lleva en dos direcciones. Por un lado, nos completa evangelio muestra lo que podemos anhelar y esperar de la presencia de Jesús con nosotros (y el Espíritu Santo y el Padre): aquéllos que aman a Jesús y guardan su palabra serán amados por su Padre y serán morada con el Padre y el Hijo (Juan 14:23). Por otro lado, este evangelio nos ubica en una trayectoria completamente nueva que muchos encuentran de particular significado para nuestros tiempos, por eso es preciso considerarlo con mayor detalle. 7 Cristo y la Creación Verbo que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1: 14) es “aquél por quien todas las cosas fueron hechas y nada se hizo sin Él” (v 3). Esto equivale a decir que todo el mundo creado se funda, de alguna manera, en la palabra de Dios, que se hizo hombre en Jesús. Como dijo el autor de la carta a los Colonenses… en él todas las cosas fueron creadas, en el cielo y en la Tierra, visibles e invisibles, así tronos como dominios, principados y autoridades, todas las cosas fueron creadas por él y para él. Él está antes que todo y en él todo se mantiene unido (1:16-17; ver también Éfes. 1:4 y Heb 1:2-3) Si en realidad esto es así, el mundo creado consiste completamente en las cosas que existen, en, por y para quien fue encarnado. Para aquellos con ojos para ver, toda la creación señala la existencia de quien se hizo hombre como Jesús de Nazareth (citado en Culpepper). “El mundo está cargado de la grandeza de Dios”, escribió el Jesuita Hopkins. Contrariamente a la visión de Dios que ha prevalecido desde los tiempos de la Ilustración, a mediados del siglo XVII, no se trata de que Dios esté lejos “allá afuera” o “allá arriba” y que haya dejado a los humanos a cargo de una esfera más o menos autónoma llamada “naturaleza”. Desde este punto de vista, que es el de los teístas, la actividad de Dios estaría limitada al milagro ocasional o al “acto de Dios”. Por el contrario, y como los teólogos medievales enseñaron, Dios y la palabra de Dios están íntimamente presentes en el universo creado. Éste es otro aspecto de la idea de “presencia”: Jesús, de alguna manera, está presente en la Iglesia a través de la palabra, sacramento y la vida en comunidad, pero, como la Palabra de Dios, el Logos, está también de alguna manera contenido en “todo lo que fue hecho”. Como una idea cristiana fundamental, el “Cristo cósmico” no es menos parte de la tradición original que reza a Jesús (como Dios) y vive como Él (como humano): como ya vimos, Jesús, como lo fundamental en la creación, se encuentra en la Carta a los Colonenses y en el cuarto evangelio, con alusiones en otros lugares, como en Éfesios y en Hebreos. Y así como la forma precisa de aquellas dos actividades debe ser creativamente descubierta para nuestra propia situación, así también debe serlo ésta. En realidad, probablemente se necesita un mayor esfuerzo aquí, por lo menos a largo plazo, puesto que el trabajo básico en el lugar es mucho más superficial de lo que es para la Cristología clásica 8 (aunque aquí hay mucho trabajo por hacer, también). Al desarrollar nuestra comprensión de lo que significa que Jesús esté de alguna manera relacionado con la Creación es mucho más complejo y riesgoso que la comprensión de que Jesús es verdaderamente Dios y verdaderamente humano, aunque sólo sea porque las distintas ciencias nos han dado una base empírica muy diferente en contra, al considerar las partes correspondientes del Nuevo Testamento. Tal vez sólo sea ahora que sabemos lo suficiente acerca del mundo, como para intentar explorar este aspecto del misterio de la Encarnación: por lo menos, hemos desarrollado un alto grado de respeto por la enorme complejidad del universo creado, desde los quarks a las galaxias (¿y más allá?). De todas maneras, es importante subrayar que la doctrina de que Jesús es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre surgió de una práctica cristiana particular: los seguidores de Jesús consideraron que, para ser fieles a su experiencia de él, simplemente tenían que rezarle y comprometerse a vivir como él había vivido. Además, la elaboración de las implicaciones cristológicas de estas prácticas no ocurrió rápidamente: tomó cuatrocientos años. Y se necesitaron un pensamiento mucho más intenso y argumentos mucho más acalorados antes de que la Iglesia pudiera aclarar que aquellas prácticas se relacionaban con la persona de Jesús. ¿Cuáles pudieron ser, entonces, las prácticas cristianas sobre la que se basó nuestra propia comprensión de la Encarnación? Me permito sugerir que están relacionadas con nuestro creciente sentido del imperativo ecológico: la conciencia de la humanidad del modo en que los humanos vivimos en el universo. Si, como la tradición cristiana dice, la creación existe en, por y para el Verbo que se encarnó en Jesús de Nazareth, la preocupación práctica por el futuro del mundo que compartimos con toda la humanidad tiene para nosotros una dimensión cristológica. En tal caso, nuestra tarea consistirá en buscar maneras de expresar este aspecto de la encarnación, una enorme tarea por muchas razones. 9 encarnación a la luz de la ciencia muestra que el riesgo es muy elevado, dado que la Iglesia entiende bien la determinación de salvaguardar los misterios que se le han encomendado. Al final del siglo diecinueve y la primera mitad del veinte, ofrecen muchos ejemplos de científicos Una de estas razones es la naturaleza ambigua de la creación misma. La variedad de materiales con qué estamos hechos, nos hace sensibles, tanto al placer como al dolor. Esto también funciona en el combustible, lo que nos exige ser consumidores. Esto, pese a que Mateo (6:25-34) tiende a ponernos ansiosos respecto de asegurar la disponibilidad de las muchas necesidades que tenemos para sobrevivir: alimento y agua, vivienda, compañía, significados. Excepto el último, estos recursos son finitos y de muchas maneras impredecibles. Estamos, por lo tanto, en competencia por ellos con otros, lo que agrega una forma mayor de estrés y peligro potencial. Tarde o temprano, nuestros cuerpos se agotarán. A las buenas personas les suceden cosas malas todo el tiempo. Por eso, aunque experimentamos (al menos en la fe) el mundo como bueno, la realidad que se vive es a menudo otra cosa distinta. Y es en este mundo que el Señor se ha encarnado. Al parecer tenemos que trabajar para darle sentido a esto. Una segunda razón para la dificultad intrínseca a esta tarea es que la historia de quienes han intentado interpretar la bien intencionados que cayeron en desgracia ante las autoridades de la Iglesia al tratar de conectar su disciplina primaria con su fe católica. En la Inglaterra del siglo diecinueve, por ejemplo, el biólogo católico líder que respondió a las ideas de Darwin fue San George Jackson Mivart (1827=1900). El libro de Mivart, Sobre el Origen de las Especies, fue publicado en 1871 y, cinco años después, el papa Pío IX le concedió el grado de doctor en Filosofía, pero Mivart fue finalmente excomulgado, no por sus ideas científicas, sino que por negar la posibilidad del infierno. Al sacerdote de la Santa Cruz Americana, John A Zam (18511921) se le exigió que retirara su libro Evolución y Dogma (1896), en el que promovía una forma de “evolución teísta”. El ejemplo que probablemente venga a la mente de más personas es el delJesuita y palenteólogo francés Pierre Teilhard de Chardin. Cuando en 1970 yo era novicia en Harrógate, la comunidad incluía a la Hermana Marie St Jean Teilhard Chambon. Para entonces, su famoso primo había muerto hacía quince años y, en el intertanto, algo había sido rehabilitado en la práctica, aunque no oficialmente. Encontré encantador que la octogenaria hermana en nuestras sesiones de conversación en francés se asociara felizmente a sí misma con él, pero quienes habían vivido con ella en los años difíciles, me aseguraban 10 que no siempre había sido así. Es evidente que tratar de dar sentido para nuestros días al Cristo cósmico no es el lugar para los débiles de corazón, pero entonces tampoco era el camino a Calcedonia. En tercer lugar, está la pregunta de quién es competente para asumir esta tarea. De esta manera, no parece adecuado para aficionados ni tampoco para la ciencia o la teología. El desarrollo extenso de todas las ciencias durante las décadas pasadas es suficiente para hacer todo, pero los más intrépidos titubean de poner todo en diálogo con la teología y, aun cuarenta años después de graduarme en biología, reconozco que hay alguna “ciencia” muy dudosa entre algunos profesionales de la “teología de la creación”. Y, sin embargo, aparte de cualquier compromiso cristiano, el conocimiento de la humanidad de nuestros efectos a largo plazo en el planeta, exige que no podamos continuar tratando el mundo que nos rodea como lo hacemos en el presente. Tal vez, si de la mejor manera continuamos orando a Jesús y viviendo como Jesús, estaremos en condiciones de ver el camino a seguir. Sociedad del Santo Niño Jesús http://www.santoninojesus.org http://www.shcj.co.uk/ http://www.vocations.shcj.org/ http://www.shcj.org 11