El criolloen su reflejo - Fomento Cultural Grupo Salinas

Anuncio
El
criollo
en su
reflejo
Celebración e identidad, 1521-1821
El
criollo
en su
reflejo
Celebración e identidad, 1521-1821
Colecciones Ricardo B. Salinas Pliego/Fomento Cultural Grupo Salinas
The Hispanic Society of America
Museo Franz Mayer
I
Si merecí Calíope
tu acento]
de divino furor mi
mente inspira,]
y en acorde compás da a mi instrumento,]
que de marfil canoro, a trompa aspira.]
Tu dictamen: atienda
a mi concento]
cuanto con luces
de sus rayos gira]
ardiente Febo sin
temer fracaso]
del chino oriente,
al mexicano ocaso.]
A
primera vista podría parecer que un coleccionista rastrea, persigue
y alcanza los diversos objetos de su colección sólo para sí mismo: por el
mero gusto de poseer esas piezas y de crear con ellas un universo íntimo,
privado. Pero la verdad es que detrás de todo verdadero coleccionista se
encuentra, además de ese innegable deseo de armar un mundo hermoso
y propio, un impulso más noble: el de compartir con otros seres esa colección que él ha ido creando lenta y esforzadamente. En realidad, sólo cuando los demás —un familiar, un amigo o, qué mejor, muchos y muy distintos
espectadores— contemplan esas piezas recabadas con tanto esmero, una
colección cumple su auténtica tarea: conservar para los otros las obras
del pasado, contribuir a mantener viva la memoria colectiva, indispensable para unir a los pueblos y fomentar una convivencia más tersa entre sus
ciudadanos.
Ese espíritu —conservar el pasado y compartirlo para enriquecer nuestro presente— es el que anima a la colección que hemos creado, y seguimos
ampliando, en Fomento Cultural Grupo Salinas. Ese mismo espíritu es el
que habitó la importante exposición histórica: El criollo en su reflejo, un
apasionante viaje documental e iconográfico hacia el pasado de todos los
mexicanos, el nacimiento de nuestra nación y el origen de nuestra identidad nacional. Dentro del marco de los festejos por el Bicentenario de la
Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana, Fomento Cultural Grupo Salinas, The Hispanic Society of America y el Museo Franz
Mayer decidieron reunir sus acervos con el propósito de ofrecer una perspectiva original y fresca de nuestro país, en una iniciativa que tuvo, además, el mérito nada menor de estrechar los lazos culturales entre México y
Estados Unidos.
Con El criollo en su reflejo, Fomento Cultural Grupo Salinas refrendó
su compromiso de difundir el conocimiento y propiciar reflexiones que
nos permitan entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Desde luego no podemos imaginar plenamente lo segundo si antes no profundizamos en lo primero.
Para Grupo Salinas, a través de Fomento Cultural Grupo Salinas, es
motivo de orgullo y satisfacción, haber sido el motor e impulso de la conceptualización y organización de este proyecto, exposición y libro, sobre
El criollo en su reflejo, lo que ejemplifica nuestra pasión y compromiso con
y por México. Un esfuerzo colectivo de gran valor, que agradecemos y
compartimos con todos quienes lo hicieron posible.
Ricardo B. Salinas Pliego
Presidente de Grupo Salinas
10
11
N
o hubo dudas, en Fomento Cultural Grupo Salinas siempre estuvimos conscientes de la importancia simbólica del año 2010 y de las muchas
conquistas históricas que, por fortuna, seguimos festejando los mexicanos.
De hecho, desde nuestra fundación en 2001 hemos venido celebrando, con
publicaciones, exposiciones, concursos y otros muchos eventos, lo más vivo
de nuestro país: su arte, su artesanía, su cultura, su gente.
La pregunta que nos ocupaba era: ¿de qué manera sumarnos a los festejos por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución?, ¿cómo ofrecer una contribución significativa y duradera a la
sociedad mexicana en esa hora tan especial? Podemos decir, con orgullo,
que decidimos participar en las conmemoraciones bicentenarias de una
manera original: sumando esfuerzos con The Hispanic Society of America
y con el Museo Franz Mayer para realizar una exposición que hiciera visible esa parte invisible pero absolutamente esencial de cada uno de nosotros: nuestra identidad nacional.
Para que eso fuera posible, rebasamos el marco temporal del bicentenario y atendimos una rica herencia histórica que empezó a perfilarse desde que sucedió el encuentro entre europeos y americanos en el siglo xvi.
Dicho de otro modo: elegimos como eje la figura del criollo, ese hijo de
españoles afincado en el territorio americano, síntesis de lo mejor de dos
mundos, origen de un nuevo temperamento y pionero de la independencia
y la identidad mexicanas.
Tanto la exposición El criollo en su reflejo como el libro que el lector
tiene entre sus manos son producto de un esfuerzo prolongado que dió frutos y permitió gozar del esplendor de un cúmulo de objetos, documentos y
obras de arte que se conservan en tres maravillosas colecciones: la de The
Hispanic Society of America, insigne institución estadounidense fundada
en 1904; la del Museo Franz Mayer, sede de la exposición; y la de Ricardo
B. Salinas Pliego/Fomento Cultural Grupo Salinas.
Esta feliz conjunción institucional es un privilegio y un homenaje que
rendimos a la riqueza y diversidad que nos hace ser lo que somos, como
mexicanos.
Mercedes García Ocejo
Directora General de Fomento Cultural Grupo Salinas
14
15
T
he Hispanic Society of America es renombrada por sus extensos
fondos españoles de arte que incluyen obras importantes de el Greco, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Goya, Sorolla y Zuloaga; y es igual de famosa
por su biblioteca de manuscritos y libros raros que atesora primeras ediciones de las grandes obras de la literatura española como Tirant lo Blanc, La
celestina, El lazarillo de Tormes y El Quijote, sólo para mencionar algunas.
Menos conocidos son sus excepcionales acervos virreinales mexicanos de
pintura, artes decorativas, mapas, manuscritos y libros raros. Por eso nos
produjo un enorme placer tener la oportunidad de presentar por primera
vez en México una exposición basada en los ricos fondos mexicanos de
The Hispanic Society of America en conmemoración del Bicentenario
de la Independencia de México. Esta primicia se hizo aún más notable por
estar presentada junto con las espléndidas colecciones del Museo Franz
Mayer y gracias al patrocinio de Fomento Cultural Grupo Salinas.
La exposición El criollo en su reflejo reunió 124 de las obras virreinales
mexicanas más destacadas de las colecciones del museo y de la biblioteca de
The Hispanic Society of America, muchas de las cuales nunca habían sido
publicadas ni expuestas. La gran mayoría llegó a The Hispanic Society of
America gracias a la visión ilustrada de su fundador, Archer Milton Huntington (1870-1955), quien dedicó su vida y sus recursos económicos a la
formación de una biblioteca y un museo dedicados a la cultura hispánica.
Fundada en 1904 por este erudito filántropo, The Hispanic Society of
America cumplía su deseo tras una larga gestación, crear un museo gratuito
y una biblioteca de investigación para promover el estudio de las artes y las
culturas de la Península Ibérica y Latinoamérica. Por más de un siglo, The
Hispanic Society of America ha contribuido de manera fundamental a
la divulgación de la cultura hispánica no sólo en los Estados Unidos, sino
por el mundo entero, apoyando importantes exhibiciones y centenares de
publicaciones.
Por haber hecho posible esta exposición de primicias en México, queremos expresar nuestro sincero agradecimiento a Ricardo B. Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas, y a Mercedes García Ocejo, directora
general de Fomento Cultural Grupo Salinas. Nos gustaría agradecer en
particular al Museo Franz Mayer, a Miguel B. Escobedo Fulda, presidente
del Patronato, y a Héctor Rivero Borrell, director, por su decidido apoyo a
The Hispanic Society of America para llevar a cabo esta maravillosa exposición. También felicitamos a todas las personas que participaron en la preparación de la exhibición y el catálogo, especialmente al co-comisario de la
muestra, el historiador Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec.
Mitchell A. Codding
Director Ejecutivo The Hispanic Society of America
18
19
R
esultado del espíritu coleccionista y bibliófilo de su fundador, Archer Milton Huntington, The Hispanic Society of America fue establecida
en 1904 como una biblioteca, pero también como un museo para fomentar
el estudio del arte, la literatura e historia de España y Portugal. Esta institución sin duda posee la mayor cantidad de libros y manuscritos hispánicos
fuera de la Península Ibérica y si bien es ampliamente reconocida por este
mérito, vale la pena destacar el esfuerzo de esta organización para conservar e investigar sus diferentes acervos, pero también por acrecentarlos y
difundirlos. No hace mucho tiempo el Museo Nacional de Arte presentó
una selección de la colección de pintura de la citada institución, lo cual
permitió a un gran número de visitantes de ese museo, gozar de una muy
importante y significativa muestra de arte español.
Es por ello que en esta ocasión, nos da mucho gusto unir esfuerzos
con The Hispanic Society of America para que, en alianza con Fomento
Cultural Grupo Salinas, presentáramos al público del Museo Franz Mayer
la exposición El criollo en su reflejo, que reunió un interesante conjunto de
libros, documentos, mapas y objetos artísticos de nuestro periodo virreinal, muchos de los cuales no se habían visto nunca en el país.
Resulta importante destacar que si bien la parte medular del conjunto
de esta exposición la integraron los acervos de The Hispanic Society of
America, complementó la muestra piezas de Ricardo B. Salinas Pliego y de
la colección Franz Mayer, y si bien algunas de ellas son parte fundamental
de nuestra exhibición permanente, esta alianza interinstitucional permitió
mostrarlas fuera de sus contextos cotidianos, y ofrecer así otras interpretaciones, que seguramente resultaron originales y novedosas.
A nombre del Patronato y del Museo Franz Mayer, agradezco profundamente la confianza y el apoyo de The Hispanic Society of America y de
Fomento Cultural Grupo Salinas, instituciones y colecciones con las que
nos complació compartir esta aventura cultural, especialmente en 2010,
año de enorme significado para nuestra historia; y hago votos para que El
criollo en su reflejo haya fomentado el conocimiento sobre nuestro pasado y
en especial, nos permitiera reflexionar sobre aquellos antecedentes novohispanos que dieron lugar a la construcción y nacimiento de México como
nación.
Miguel S. Escobedo
Presidente del Patronato del Museo Franz Mayer
Fomento Cultural Grupo Salinas agradece de manera muy especial a Héctor Rivero Borrell, director del
Museo Franz Mayer y a su Patronato, por presentar en sus salas la exposición El criollo en su reflejo. Celebración e identidad, 1521-1821, del 14 de octubre al 12 de diciembre de 2010. La muestra, integrada por objetos,
obras de arte, planos, libros y documentos históricos provenientes de las colecciones de Ricardo B. Salinas
Pliego/Fomento Cultural Grupo Salinas, The Hispanic Society of America y el Museo Franz Mayer, fue
una contribución de Grupo Salinas a los festejos conmemorativos del Bicentenario de la Independencia y el
Centenario de la Revolución mexicana. Agradecemos a todas las instituciones mencionadas y a sus equipos
de trabajo, el haber hecho posible esta exposición.
Introducción
El universo visible e invisible
Salvador Rueda Smithers
27
La excentricidad criolla
Revisitar las raíces del ser mexicano, 1563-1813
Conceptualización, Proyecto y Dirección General
Mercedes García Ocejo
Coordinación editorial
Miguel Fernández Félix/Bernardo Esquinca
Cuidado de la edición
Emma Hernández Tena/Antonieta Cruz
Comentarios de la obra
Sara Gabriela Baz Sánchez
Diseño
Antonieta Cruz
Fotografías
Acervo The Hispanic Society of America, págs. 33, 34, 46, 77, 95, 96, 106, 107, 108, 109, 113, 114, 117, 120, 122, 134, 135,
136, 142, 149, 155, 162, 175, 176, 178, 193, 203, 206, 207, 210, 219, 220
David Eisenberg, pág. 9
Francisco Kochen, págs. 30, 40, 42-43, 48, 50, 53, 55, 58, 61, 63, 64, 67, 70-71, 72, 75, 84-85, 86, 88-89, 92-93, 105, 111,
129, 130-131, 146-147, 153, 161, 164-165, 169, 172-173, 194, 197, 200, 204, 213
Michel Zabé, detalle de portada y pág. 26
Museo Franz Mayer, págs. 45, 83, 133, 139, 141, 150, 166, 182, 191, 199, 209, 215
© Textos
Alfonso Alfaro/Sara Gabriela Baz Sánchez/Mitchell A. Codding/Manuel Ramos Medina
Antonio Rubial García/Salvador Rueda Smithers
Agradecimientos
Rafael Lemus Falcón/Roberto Mayer
© D.R. 2011
Fomento Cultural Grupo Salinas
Periférico Sur 4121. Col. Fuentes del Pedregal. México, D.F. 14141
Teléfono (55) 1720 1313
www.gruposalinas.com
www.fomentoculturalgruposalinas.com.mx
[email protected]
@fcgruposalinas
Fomento Cultural Grupo Salinas
Todos los derechos reservados
1ª edición, 2011
ISBN: 978-607-9076-01-6
El contenido de esta publicación se compone de obras nacionales pertenecientes a colecciones institucionales y privadas
de México y del extranjero, por tal motivo no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida
por un sistema de reproducción de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro medio conocido o por conocerse, sin el permiso
previo y por escrito de Fomento Cultural Grupo Salinas.
Salvador Rueda Smithers
39
El sentimiento criollo
Mestizaje y castas en la sociedad novohispana
Manuel Ramos Medina
81
Carlos de Sigüenza y Góngora
En beneficio de la patria criolla
Mitchell A. Codding
103
La conciencia criolla
Las órdenes religiosas y su papel en la construcción
de la identidad en la Nueva España
Antonio Rubial García
127
Devoción e identidad
Metáforas del cuerpo en la espiritualidad criolla
Sara Gabriela Baz Sánchez
159
El gusto criollo y la nación mestiza
Alfonso Alfaro
189
Lista catalográfica
234
Créditos
246
II
Oiga del septentrión
la armoniosa]
sonante lira mi
armonioso canto]
correspondiendo a su
atención gloriosa]
del clima austral el
estrellado manto.]
Alto desvelo pompa
generosa]
del cielo gloria, del
Leteo espanto]
que con voz de metal
canta Talía]
o nazca niño el sol, o
muera el día.
Introducción
El universo visible e invisible
Salvador Rueda Smithers
En un texto de 1813 el padre Servando Teresa de Mier definió su ideal de independencia
absoluta de la Nueva España. El escrito prefiguraba una Carta Magna de la América española. El antiguo fraile dominico criollo argumentaba, como lo había hecho dos décadas
antes con diferente tesis, que las viejas Leyes de Indias eran soporte suficiente para que los
habitantes del entonces septentrión del imperio en el nuevo mundo pudiesen gobernarse
a sí mismos —eran capaces de eso y más— sin aceptar justificación teológica ni jurídica de
la sujeción a la metrópoli. Mier, como muchos de sus contemporáneos, imaginaba ya el
rostro de la futura nación mexicana. Y su raíz apuntaba hacia la imagen que los novohispanos habían construido de sí mismos a lo largo de generaciones. Se llegaba entonces a la
conclusión de un lento proceso de reflexión, al ejercicio de atisbar a la particular manera
de ser y de creer, a mirarse a sí mismo como en un espejo y definir los reflejos.
Es sabido que Servando Teresa de Mier no era el único en pensar en la separación de
España, aunque sí que fue original en sus alegatos. Desde 1808 otros criollos buscaron que
se les reconociera su derecho a la autonomía política; otros más luego lucharon por la independencia. En ese entonces, la palabra criollo tenía una doble vertiente: la más común
del vasallo del rey nacido en América, y la excluyente de ser americano hijo de españoles
peninsulares. La primera era condición natural de todos los súbditos; la segunda, adjetivo
que destacaba el linaje familiar y la separación de los indios y las castas. Hacia comienzos
del siglo xix, la palabra criollo señalaba al americano en general. La condición la establecía
la geografía: el lugar del nacimiento distinguía a criollos de sus contrapartes, los gachupines. Se vivía, en fin, el último capítulo de la dependencia virreinal, y el comienzo de la
vida de México como nación soberana.
Pero la idea de delinear el ser propio de los criollos era historia larga: durante tres siglos se había desmenuzado la singularidad ontológica de los reinos españoles en América a
través de la a veces no muy rigurosa mirada introspectiva, y las dos centurias siguientes
continuaría debatiéndose sobre México y lo mexicano como consideración intelectual.
Casi cinco siglos de existencia de una inquietud que se ha centrado en el esbozo del perfil
26
En la Nueva España y en el gusto criollo, los espejos desempeñaron un
papel preponderante: su brillo y el reflejo de la luz y el color se hicieron
patentes en retablos, mobiliario y en las paredes de las casas y templos.
Este gran espejo con marco de plata cincelada, fundida y sobredorada
posee un trabajo de ornamentación característico del siglo xviii a partir
de entrelazamientos de guías de hoja de acanto, guardamalletas y rocallas,
elementos que pueden ser vistos también en la decoración pétrea de las
fachadas de algunas construcciones, en el trabajo ornamental de la retablística
del siglo y en el mobiliario doméstico y de uso litúrgico. [cat. 10]
27
propio, al principio como explicación humanista y mesiánica sembrada por los cronistas
que enfrentaban la singularidad de los nuevos territorios del imperio del monarca católico; paralelamente, el amago de rebeldía de Martín Cortés y los primeros criollos descontentos de la segregación política. Poco después como construcción de orgullos que
desmentían la supuesta inferioridad de lo no europeo; más tarde, en tiempos del padre
Mier y de los insurgentes —como Morelos en Cuautla; como Iturbide en Iguala— para reclamar los derechos al autogobierno.
Este proceso fue de largo aliento. De algunas de sus más destacadas vertientes dan
cuenta los ensayos de este libro, de autores que defienden con pulcro respaldo historiográfico sus opiniones. Los textos de Alfonso Alfaro, Sara Gabriela Baz, Mitchell A. Codding, Manuel Ramos, Antonio Rubial y quien esto escribe, trazan las lecturas posibles de
una interpretación moderna de la vieja manera de ser y de imaginar haber sido. El reflejo
del criollo comenzó como inspección ajena: la novedad americana remonta a la segunda
década del siglo xvi, con la evidente influencia erasmiana; la singularidad americana fue
tema español, años antes de la conquista de las civilizaciones indígenas de la Tierra Firme.
Inició como asombro geográfico y después ontológico. El asombro aristotélico, semilla de
la curiosidad filosófica, descubrió e identificó las diferencias en el cosmos que era América. Este mecanismo armado por pensadores españoles en tiempos del emperador Carlos
fue heredado después por los criollos novohispanos —desde Sigüenza y Góngora y sus
contemporáneos, científicos y teólogos—, quienes desdoblaron en orgullo patrio los descubrimientos del universo visible e invisible de los novohispanos; el tercer impulso, nuestra herencia, sería de los mexicanos en la construcción y debate del nacionalismo. Un
denominador común se nota en este trazo: desde el propósito inicial se alejaba del parroquialismo; la Nueva España era algo más que una provincia remota de las posesiones de la
corona. Lo que relatan los ensayos que aquí se ofrecen muestra el intento de explicación
de la Nueva España (y de México) como parte del enorme catálogo de las cosas del mundo.
No fue presunción regionalista —esa sería moderna idealización política e historiográfica—, sino búsqueda del lugar en la Creación.
Es posible, entonces, aventurar una definición: más que una caracterización racial legalmente establecida en la sociedad estamental del virreinato, el criollo refiere a un concepto filosófico, el de una manera de ser, ese que dibujaba la singularidad de la naturaleza
americana. Su ámbito es el de la historia cultural, la historia de las ideas y de las costumbres, más que el de la historia del derecho indiano.
Y es que el criollo fue el extraordinario primer florecimiento americano de la civilización occidental. Comenzó al día siguiente de la Conquista, y se alargó por las tres centurias de existencia de la Nueva España. Fue una manera de entender un mundo que se
descubría todos los días, de ordenarlo, de tipificarlo. También fue un modo de mirarse a sí
mismo, de explicar sus diferencias con respecto a los europeos. Su herencia más visible se
desdobló en el orgullo nacionalista latinoamericano de los siglos xix y xx. Es, en particular, la raíz de la genealogía cultural del mexicano.
28
El ser criollo fue una construcción dinámica. Sus cambios armaron al paso de las generaciones. Una característica común descubre su perfil: fue la mixtura del orgullo por su
tierra, por la naturaleza que hacía distinta a la América del resto del universo, la fe en estar tocado por la divinidad para un destino superior. Para ello ideó un original y eficaz
instrumento intelectual: la historia. Volteó hacia atrás, hacia el pasado indígena. Imaginó a
Moctezuma como un emperador refinado y brutal, gozoso de adornos de oro y plumas,
habitante de edificios enormes y complejos, rodeado de protocolos cortesanos y apegado a
una religión sangrienta. El criollo aceptó como suyos los tiempos paganos y los pensó remotos; para usarlos, los cristianizó. También armó el relato de una historia propia: el portento de la aparición de la Virgen de Guadalupe marcaría una distancia sagrada; al poco
tiempo de la llegada de los conquistadores, la tierra conocida como Nueva España fue señalada como promesa del nuevo pueblo escogido, el americano. Estas dos vertientes de la
historia nutrieron el orgullo por una antigüedad vuelta germen de legitimidad.
Lo demás lo otorgaba la Naturaleza. Era el regalo divino. Un horizonte enorme, de
tierras ignoradas y riquezas apenas sospechadas, que se ofrecía a los sentidos sin perder la
virtud cristiana. Crecía año con año el inventario de riquezas y extrañezas. Las vetas
de plata que se descubrían casi infinitas a lo largo de la geografía trazaron los caminos entre los confines y las ciudades, entre las orillas del mundo y los centros urbanos. En la vecindad, haciendas, ranchos y misiones, pequeñas urbes y pueblos de indios eran avanzada
del nuevo mundo propio. Olores y sabores de chocolate y chiles, atoles, tamales y “pan de
la tierra”; pulques derivados de generosos agaves; colores intensos de frutas y flores; plata,
carey y maderas en los adornos personales de las familias ricas y sus enseres domésticos,
en los altares de las órdenes mendicantes y en las catedrales. Cornucopias que llegaban
desde las esquinas del mundo, la de Oriente por vía de la nao de la China y su incierta seguridad; la otra por la mucho más regular de los caminos reales de tierra adentro (hacia las
provincias septentrionales) y las comarcas del Mar del Sur.
De esta manera, el texto de Alfonso Alfaro, “El gusto criollo y la nación mestiza”, da
cuenta de uno de los motores de la excentricidad del pensamiento y manera de ser novohispanos. Señala una filiación que parecería acercar a los habitantes del Reino de la Nueva
España a la multiculturalidad regional española —cercanía que no quebrantaba, en las primeras décadas del siglo xvii, la existencia de las civilizaciones indígenas que desdoblaban
su ser colonial. La base de esa línea genealógica estaría en la práctica de la contrarreforma
y sus efectos políticos, legales, culturales y religiosos en la manera de pensar del catolicismo español. Pero en los siglos xvii y xviii los novohispanos, discípulos religiosos y laicos
de jesuitas de todo el orbe llegados desde la centuria anterior, despuntaron su amor a la
propia patria americana. Comienza Alfaro el ensayo con una invitación a la extrañeza. La
existencia multicultural y étnica de los novohispanos, plural pero no integrada, apenas
prefiguraba una nación cuyos pobladores se reconocieran como iguales; y el elemento de
cohesión, es el que llamamos hoy mestizaje —más, tal vez, como sinónimo de mixtura cultural, que en su connotación racial—. También es en ese mismo sentido como se pretende
29
Mapa de Mejico y de los paises limitrofes situados al norte y al este, trazado
conforme al gran mapa de la Nueva España del señor A. de Humboldt. Desde
la publicación de las Tablas geográficas políticas del Reyno de la Nueva España,
compuestas por Alexander von Humboldt durante su visita a América, entre 1799
y 1804, varios fueron los mapas que se levantaron conforme a los de aquel
científico alemán, quien había trabajado, a su vez, sobre los materiales facilitados
por los científicos y letrados novohispanos con quienes tuvo oportunidad de
intercambiar puntos de vista. El virrey de Revillagigedo había mandado levantar,
entre 1790 y 1791, un padrón para que Humboldt tuviera un compendio en el cual
basarse para realizar sus investigaciones en la Nueva España. Entre múltiples
hallazgos, lo que Humboldt apuntó al final de su investigación fue que las tierras
novohispanas eran pródigas en recursos y que las desigualdades sociales que
privaban en el virreinato eran abismales. Ello prefiguraba ya el levantamiento
insurgente de 1810. [cat. 110]
la lectura de la palabra “criollo”: no como un raro orgullo de ser “blanco hijo de blancos”
(absurdo desde el punto de vista de la antropología y de la historia, pero sin duda origen
de sinnúmero de equívocos y violencias), sino como rostro de una cultura occidental que
se desarrolló históricamente en el septentrión americano, en el Reino de la Nueva España.
Y este resultado no fue fortuito, sino producto de un esfuerzo secular que no ha terminado; Alfaro da cuenta del constante intento político y social por hacer menos flagrantes los
rasgos distintivos de las diversas etnias de todo el mundo que poblaron y reprodujeron
biologías y culturas en este segmento del continente desde la tercera década del siglo xvi.
Léxicos que desvelan mentalidades, valores y gustos, actitudes y gestos que comienzan
siendo singularidades regionales o sectoriales, que poco a poco han ido uniéndose, reclamado espacios, adaptándose, olvidando, recreando, hasta que se conforman en una
enorme corriente subterránea que se transmite generación tras generación, que migra y
transmigra con sus reglas enigmáticas y sus geografías sin fronteras. Alfaro se aventura por
ese inconmensurable mapa del mundo para detectar el principio genealógico de los signos
comunes de las mentalidades novohispanas; y lo hace con una particular brújula: la de la
producción y reproducción de conductas y valores éticos, de sensibilidades y las formas
estéticas que dieron forma al complejo edificio de las referencias culturales compartidas,
desde el paraíso barroco hasta la supervivencia a las estrategias políticas regalistas del
neoclasicismo contra la difusión de las historias americanas. Este contexto explica, como
develan los textos de Alfaro, Baz y Rubial, la expulsión de los jesuitas y el desgarramiento
de los valores criollos, que a la vuelta de la generación sembró las ansias de autonomía y la
independencia. La inexperiencia política criolla tuvo como primer efecto la incapacidad
de armar una diplomacia efectiva ante las hostilidades de los imperios que buscaban rehacer la geopolítica colonialista mundial. Alfaro ofrece una inquietante propuesta para entender nuestra historia cultural: la respuesta mestiza de los criollos, que es médula del
imaginario mexicano.
En otro horizonte, Manuel Ramos sintetizó el dibujo del fenómeno social e histórico
de la trasposición cultural de occidente en América. Su ensayo “El sentimiento criollo.
Mestizaje y castas en la sociedad novohispana” es un trazo preciso y puntual de algunos de
los más reconocibles referentes de aquella manera de ser y pensarse que antecede al orgullo nacionalista. De entrada, busca definir en su complejidad histórica y actualizar vocabularios para un lector interesado pero no especialista, a partir del apunte de Edmundo
O´Gorman del criollismo como signo ontológico: no “como mera categoría racial o arraigo domiciliario, sino como un sentimiento de identidad, de apropiación de los lugares
conquistados, poblados y mestizados; un orgullo de poseer unas tierras comparables con
las mejores del mundo”. Papel político subordinado de los criollos en la burocracia imperial; esta limitante fue el detonador de la separación: “al ser desplazados e imponerse los
españoles, los criollos comenzaron, desde el siglo xvi, a buscar sus propios valores e identificarse con la tierra que los vio nacer”. Es por eso que la generación de algunos signos
fue determinante en la ingente producción simbólica; en el contexto de la enorme lista de
31
santos, mártires y beatos de la cosmogonía cristiana española, destacó el especial fervor a
la Virgen de Guadalupe, signo de distinción cuya expansión espacial, temporal y cultural
ha sido suficientemente destacada —como bien señala Ramos— por varios estudiosos. Valga sólo agregar que el abanico simbólico guadalupano toca a laicos, religiosos y aún escépticos, desde mediados del siglo xvi hasta nuestros días, desde las epidemias que asolaron al
mundo barroco hasta los estandartes insurgentes, las condecoraciones imperiales, las banderas zapatistas y cristeras.
El microcosmos criollo también dio tonos a sus reflejos. De ello trata el ensayo de
Sara Gabriela Baz sobre devociones e identidades: el cuerpo y sus usos en una historia que
hoy apenas reconoceríamos como de nuestros ancestros, pero que sin duda marca referentes de certeza sobre la génesis de “lo mexicano”. El mundo virreinal fue complejo, amante
de adornos, fervoroso; también fue brutal. Abundaron textos de “vanidosa artesanía retórica” —como calificaría Borges a los siglos xvi y xvii— que consumían estudiantes y gramáticos de la Universidad Pontificia y de los colegios jesuitas, antes de dormir y ser
olvidados en las bibliotecas conventuales. También se ensayó la prosa descriptiva, en su
tiempo menos famosa pero hoy de invaluable valor historiográfico. Sirvan de ejemplo tan
sólo, de entre una decena, el relato de Sigüenza y Góngora sobre el tumulto en la Ciudad
de México, violento y carnavalesco, trastocador de jerarquías y escenario de festejo destructivo. Lo mismo los diarios y apuntes íntimos de Robles y de Güijo, quienes retrataron
con distancia la sociedad en la que vivían. Estos textos son hoy superficie bruñida que refleja al novohispano y a su silenciosamente dominante origen criollo de la mexicanidad.
El autoritarismo de gobernantes y jerarcas, las fiestas y desfiles, procesiones y devociones,
conductas permisibles y quebrantos en las orillas del orden social, crímenes y castigos
—siempre extremosos en sus aplicaciones—, se suman a las voces que se levantaban como
rumores en las oraciones cristianas, en la gritería de plazas y mercados, en olores a flores,
comidas, humores humanos y animales, a aires frescos lo mismo que a podredumbres, esas
que hicieron a los virreyes Revillagigedo y Bucareli ordenar la urbe capitalina, buscar reducir los miasmas y sanear ciudades, meter drenajes y preocuparse por la salud pública, o
al constructor fraile San Miguel, modernizador de Valladolid, jardín del virreinato y cuna
de la insurgencia criolla.
En el universo de sabios y eruditos constructores de identidad destaca Carlos de Sigüenza y Góngora, cosmógrafo, historiador, cronista… y una suerte de mitógrafo, como
bien señala Mitchell A. Codding en su ensayo sobre el inteligente y famoso criollo del siglo xvii. Su universo fueron los documentos —la mayoría perdidos, como hace años mostraron los historiadores Burrus, Leonard y Trabulse, entre muchos otros—; también se
movió entre los cuadrantes solares, relojes, sextantes y otros artificios que eran instrumentos de mediciones para cartógrafos, cosmógrafos e ingenieros, alarifes y arquitectos,
globos y figuras alegóricas que servían a la curiosidad de las mentes proclives a la precisión
matemática para la mayor gloria de Dios. Codding conduce al lector por los ámbitos de
las construcciones simbólicas, que van de la articulación del pasado prehispánico con la
emblemática barroca, hasta las crónicas microhistóricas y los estudios científicos e inquisiciones de temas guadalupanos.
Antonio Rubial explica una de las formas del reflejo criollo: el papel de las órdenes
religiosas en la construcción de los signos y emblemas de identidad. En su ensayo explica
que los frailes fueron vehículo generalizador de la cultura occidental. Si bien al principio
la nómina de religiosos fue europea, muy pronto los criollos fueron ocupando lugares y
confines de la Tierra Firme. La geografía administrativa de la Iglesia hizo posible la diáspora cultural: los centros de enseñanza cristiana fueron los focos de expansión de las ideas
e instituciones: las ciudades de México, Puebla, Oaxaca, Valladolid, Guadalajara, Guanajuato, Guatemala, Zacatecas y San Luis Potosí, y las vecinas villas agrícolas, haciendas,
ranchos y pueblos indígenas, fueron homogeneizando conceptos y costumbres, mercados
y administraciones de rentas, aún sin lograr la integración social. Poder taumatúrgico de
32
33
La compleja y variopinta sociedad novohispana conoció numerosos
espacios de sociabilidad, retratados en pinturas y grabados que aparecieron
en diversas publicaciones, como en Origen, costumbres y estado presente
de mexicanos y philipinos de Joaquín Antonio Basarás. [cat. 112]
imágenes milagrosas, señalan Baz y Rubial al abrir hacia el trazo de una cartografía de las
apariciones. Por supuesto, la de la Virgen de Guadalupe sería la que mayor trascendencia
histórica tendría. En lo que acertadamente definió como “exaltación retórica del espacio”
desdobló en la invención de relatos históricos de la Conquista, evangelización, las vidas
ejemplares, junto con la búsqueda de explicaciones de la tierra en el remoto pasado indígena… Visión universalista. Nómina de cronistas de órdenes que hurgaron también en los
hechos regionales, la historia criolla de la Nueva España (Motolinía en el siglo xvi) y después de México (Clavijero en el siglo xviii) comenzó desarticuladamente; el siglo xix reuniría los textos —durante la construcción del nacionalismo.
Hace dos siglos esta historia cerró su capítulo criollo. Terminó con la vida política y
ontológica de la Nueva España, para abrirse en la historia de México y seguir en las corrientes profundas de la rutina, de los reiterados usos y costumbres cotidianos, en los singulares ámbitos del gusto, de los rituales religiosos populares, de los lenguajes domésticos,
de las gastronomías que mezclan olores y colores… Conmemorar esta historia que lleva
puestas las botas de siete leguas —para robar la frase a Fernand Braudel— ha sido inquietud que reunió en una suerte de alegoría historiográfica al Museo Franz Mayer, a The
Hispanic Society of America y a Fomento Cultural Grupo Salinas en una aventura intelectual alejada de los vocabularios apologéticos y léxicos simplistas. Nombres y apellidos
se inscriben copiosamente en este importante proyecto de asomarse a la imaginería y a la
mitografía de los criollos. Resaltan, hay que decirlo, los de Ricardo B. Salinas Pliego, coleccionista y motor de estas reflexiones; de Mercedes García Ocejo, de Fomento Cultural
Grupo Salinas, quien generó e impulsó el proyecto de exposición y de la publicación del
libro, que ahora es marca en la memoria de este año conmemorativo de las fundaciones de
México; de Héctor Rivero Borrell y Mitchell A. Codding, directores del Museo Franz
Mayer y The Hispanic Society of America, respectivamente, con cuyas colecciones se atisbó a la mirada de El criollo en su reflejo, proyecto que se inscribe en la corriente de historia
de la cultura. Se trata, como toda historia por supuesto, de una aproximación: es mirar a
los reflejos de una colorida genealogía, la nuestra.
35
Francisco López de Gómara (1511-1566) fue el cronista encargado de escribir
Historia general de las Indias [con] La conquista de México, la gran relación
de los acontecimientos de la Conquista de México. Comisionado por el rey,
López de Gómara nunca estuvo en América ni protagonizó los hechos que
relata, sin embargo, estuvo cercano a Cortés. Su visión de las cosas ocasionó
que soldados como Bernal Díaz del Castillo decidieran emprender la labor
de escribir ellos mismos su versión de la Conquista, desacreditando lo dicho
por el cronista real, quien no podía atestiguar lo aseverado. [cat. 100]
III
Rompa mi voz al
diáfano elemento]
los líquidos obstáculos,
y errante]
encomiendo a sus alas
el concento,]
que aspira heroico a
persistir diamante.]
Plausible empresa,
soberano intento,]
que al eco del clarín
siempre triunfante]
de la fama veloz
monstruo de pluma,]
sonará por el polvo
y por la espuma.
La excentricidad criolla
Revisitar las raíces del ser mexicano, 1563-1813
Salvador Rueda Smithers
Arqueología de las formas del mundo
El 13 de agosto de 1521, Día de San Hipólito, Hernán Cortés consumó la empresa de rendir la ciudad de Moctezuma. En sus cartas de relación, el capitán general explicaría al emperador Carlos V los pormenores de sus acciones encaminadas a tomar posesión del vasto
territorio dominado por los mexicas en nombre del gobernante cristiano. No sin admiración, en la segunda y la tercera cartas de relación (publicadas en 1524, aunque quizá fue
compuesto hacia el 20 de octubre de 1520)1 Cortés propuso un esquema urbano, “figura
de la ciudad de Temixtitan” y su organización en medio del lago. De paso, en otra carta,
firmada por sus soldados esa misma fecha, se sugirió que la conquista de la asombrosa ciudad cambiaría la historia del imperio español.2 Una de sus primeras decisiones fue establecer la capital del nuevo reino en la isla de Tenochtitlán, asiento de los derrotados. No se
mostró implacable: entre las acusaciones a las que tuvo que enfrentar, durante el juicio de
residencia que se le siguió unos años más tarde, tuvo que responder a la acusación de no
destruir los vestigios de la antigua idolatría: “don Fernando decía que (…) mejor estuvieran por quemar y mostró gran enojo porque quería que estuviesen aquellas casas de ídolos
por memoria”.3
Menos de una década duró el sueño de la cornucopia dorada que Cortés quiso ver en
el universo de Moctezuma. Discretamente desencantado, si atendemos a la energía que
invirtió en las empresas posteriores, el capitán general y marqués del Valle buscó desde
1524 otras fuentes de riqueza. Organizó y encabezó expediciones que trataban de descubrir vetas de oro imposibles y caminos cortos hacia Oriente, ese sí territorio probadamente exuberante. Otros hombres esforzados, carácter que era signo de sus tiempos, también
abrieron caminos por senderos desconocidos. Todos, asimismo, trazaron mapas y comenzaron a perfilar los litorales y accidentes geográficos del continente que se escapaba a la
vista, hacia la terra ignota septentrional. No sin imprecisiones, por supuesto; mucho tardaría la ciencia geográfica en descubrir que California no era isla sino península, o en llenar
los espacios inmensos más allá de las provincias internas…
Acabó el sueño pero no faltaron los ensueños. La influencia de las leyendas populares
españolas o la lectura de las inverosímiles aventuras del preste Juan sobre tesoros y bendiciones. Las extensiones desmesuradas del Mar del Sur rumbo a las Indias, la ruta hacia el
estrecho de Anián, el territorio de las amazonas de la reina Calafia, la fuente de la eterna
juventud, las ciudades de oro, entre otros puertos de los confines del mundo, poblaron la
geografía que a lo largo de sus años novohispanos aventuró con desigual fortuna el conquistador de México y los adelantados y expedicionarios que lo quisieron emular.
De cualquier manera, antes de mediar el siglo xvi las cartografías desmentían ya buena parte de las afirmaciones medievales. El mundo y sus formas dejaron de ser fabulosas;
sus descripciones eran muy diferentes a las que llenaron las fantasías de Cristóbal Colón.
Más pragmático, experimentado por su estancia en las islas caribeñas, Cortés intuyó tesoros creíbles, no el paraíso terrenal. Los epígonos tampoco perdieron el pie: en general —a
despecho de hombres como fray Marcos de Niza, inventor de ciudades doradas entre
41
Mapa de Tenochtitlán, en Praeclara Ferdinãndi. Cortesii de noua maris ocenai
hyspania narratio. (Carta segunda. Traducción latina de Petrus Savorgnanus).
Hernán Cortés escribió una serie de cartas a Carlos V para dar cuenta del
avance de su empresa en Indias y para hacer notar las riquezas y recursos
de los territorios ganados para la Corona. Cortés fechó la segunda carta en
Segura de la Frontera, y en ella describe la matanza que definió el sitio de
Tenochtitlán.*
pp. 42-43: Esta obra fue publicada en Colonia, en 1572. Se trata de un atlas,
elaborado por Georg Braun e ilustrado por los grabados de Franz Hogenberg,
que daban cuenta de las principales ciudades de todo el orbe. Las vistas de las
ciudades, presentadas como si fueran “a vuelo de pájaro” tenían la finalidad de
documentar, pero también de coleccionar y de seducir al ojo con sus grandezas.
A diferencia de los “theatros”, los “civitates” omitían la información referente
a detalles menudos y númericos, dando prioridad a la imagen. [cat. 105]
42
HACER PIE
43
infieles indios— siguieron las ordenanzas e instrucciones para observar la naturaleza y
fundar pueblos y ciudades que aprovecharan la geografía. Midieron, dibujaron, decretaron
los puntos habitables del nuevo reino y señalaron rutas en tierra firme y derroteros por el
mar con la mirada puesta en las Indias Orientales; no tardó mucho el trazo del tornaviaje a
la Nueva España: la nao de la China y sus convoyes fueron el puente de la primera globalización planetaria.
Aunque de vez en vez se atravesó en el camino la figuración de alguna sirena, o las
noticias solemnes pero falazmente juramentadas de El Dorado —esa provincia perdida del
Imperio Español—, Cortés y sus contemporáneos eran ya hombres del Renacimiento. Su
poder, en la Ciudad de México que refundó, se asentaba en una realidad política que daba
cuentas de lo hecho y pensado, de las lealtades y las formalidades diplomáticas.
Sueño imperial: organizar el espacio
Los europeos que se aventuraron por la Nueva España buscaron fortuna; sabían que pasarían la mayor parte de sus vidas en el territorio que ahora se les abría, por lo que el traslado
cultural de sus costumbres y maneras de ser se asentó en la imagen del mundo que construyeron para sí mismos. Las noticias llegaron a España y se esparcieron como promesa de
bienestar para una población cargada de carencias; el fenómeno social significó el inicio
de una colonización que nutrió la demografía novohispana con seculares ritmos constantes. Esta población difícilmente regresaría a Europa, luego de una aventura marina costosa,
arriesgada y llena de fatalidades;4 fueron ellos semilla de los criollos sin hidalguías de los
siglos xvii al xix, los habitantes que luego se reprodujeron en castas o en “españoles americanos” del reino novohispano que arraigaron ideales y fervores americanos: fueron ellos
quienes rescataron las historias y mitos de los primordiales pobladores indígenas; cristianizaron y regionalizaron productos agrícolas y comidas, palabras, leyendas, devociones, costumbres y gustos, y las desdoblaron en raigambres de identidad nacional. Estos criollos
inventores de un patriotismo americano serían, en fin, otros antiguos mexicanos.
Con el paso de los años, los criollos poblaron urbes, haciendas, ranchos, minerales.
Pero su presencia dominante se logró con la ronda generacional. Al principio su hábitat
fue reducido: a despecho del tamaño de la población o de lo extenso de sus asentamientos,
los habitantes de la Nueva España inicial copiaron los ideales conocidos. Comencemos
por la creación más original de la civilización europea: las ciudades como expresión del
amanecer renacentista. Aventuremos una definición moderna, que sirve para entender el
fenómeno antropológico e histórico: “Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son
también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”.5 Esta idea del espacio vital tenía
rostro: el del español que ganó la guerra de reconquista frente a los musulmanes en Granada, el mismo año en que Colón realizó su primer viaje con resultados intempestivos
44
45
Las tipologías del retrato femenino variaron escasamente a lo largo
de los tres siglos de dominación hispánica. No obstante, es fácil
reconocer las particularidades de la moda del siglo xviii en esta obra,
en la que la retratada aparece con un vestido profusamente ornamentado
gracias al encaje y al brocado, así como al reloj que pende de la cintura,
elemento que denota modernidad. [cat. 51]
para la historia. Fueron sus hijos quienes proyectaron las primeras ciudades en Tierra Firme, 40 años más tarde. A la manera renacentista de Alberti, el primer virrey Antonio de
Mendoza pensó en la fundación de ciudades-modelo; sus contemporáneos, Vasco de Quiroga y fray Juan de Zumárraga proyectaron espacios para deseadas sociedades cristianas
que se aproximaran a la perfección bíblica, como declaró Quiroga al Consejo de Indias
—“a las derechas, como el de la primitiva iglesia”. Las mejores mentes de esa generación
que cimentó la Nueva España concibieron “la ciudad como un espacio vivo, regido por un
orden racional que fuese, simultáneamente, geometría y belleza, justicia y convivencia armoniosa”.6 Guillermo Tovar y de Teresa explicó esta traslación del esperanzador urbanismo europeo en la Tierra Firme americana.7 Planificación armónica, ordenada bajo las
aparentemente simples reglas de la geometría y la belleza. Cuadrángulos —dameros— que
formaban bloques de casas y huertas, conventos, templos y comercios. Salpicadas en la
geografía y al principio separadas en distancias que se medían por varias jornadas, las ciudades novohispanas quisieron ser ejemplo de lo mejor y más moderno de la ética cristiana
y la razón del humanismo como glorificación de Dios.
Tal vez por eso en estas décadas fundacionales las ciudades repitieron sus esquemas,
con parecidas debilidades y fuerzas. Vale destacar una característica común en las nuevas
ciudades: la de no temer a la guerra, viejo fantasma que en cambio sí atormentaba a los
pragmáticos políticos de Europa. Escribió Tovar y de Teresa que en la temprana Nueva
España se buscó el ideal albertiano no únicamente en las retículas y en sus principios estéticos; el fundamento de un humanismo que pensaba estar cerca del final de los tiempos,
una verdadera utopía: “Su concepto urbano, por ejemplo, era contrario a las fortificaciones, torres y murallas, siendo el polo opuesto al concepto medieval de la ciudad. Arquitectura y urbanismo eran para Alberti un problema de armonía, correspondencia y
concordancia de las partes con el todo. La armonía entre número, colocación y finición
producían la belleza; en ese sentido la ciudad es una gran casa y una pequeña ciudad”.8
Pero los conquistadores y primeros habitantes pensaron de manera matizadamente
diferente: la tradición arquitectónica española y el resquemor a una rebelión indígena o de
esclavos negros —de ambos habría ejemplos tempranos, combatidos violentamente por el
mismo virrey Antonio de Mendoza: la rebelión del Mixtón en los confines de la Nueva
Galicia, y la amenaza de levantamiento de negros en la capital del Reino— inclinaron a
construir edificios almenados, de torreones, miradores y de muros gruesos. El patrón, explica Tovar y de Teresa, tendría un fundamento históricamente posible —y habría que
agregar que eficaz: Santa Fe de Granada, cifra del castrum romano e ideal renacentista,
perfiló las líneas de las ciudades posibles en el prometedor horizonte de ultramar. Las ciudades de traza abierta al modo moderno se fundaron o planearon entonces con las líneas
de damero: las urbes de españoles de Valladolid, Puebla, Querétaro, Guadalajara, Antequera.9 Una generación más tarde, en tiempos de Felipe II, asomaría el espectro de otro tipo
de insurrección, la que finalmente tomaría las ciudades y al Reino; no serían los indios ni
los negros sino los primeros criollos quienes pondrían seriamente en duda la estabilidad
Plano Ignográfico de la Nobilissima Ciudad de Mexico, hecho en el año
de 1776 por D. Ignacio Castera, Mro. De Architectura y Agrimensor de tierras,
aguas y minas por S.M. y aumentado en el de 1778. Ignacio de Castera fue
agrimensor y maestro mayor de obras de la Ciudad de México. Los planos
que trabajó son resultado de las modificaciones políticas, urbanísticas,
administrativas y sociales que las ciudades comenzaron a sufrir a raíz del
proceso de reformas ilustradas que trajeron a la Nueva España los reyes
de la Casa de Borbón en la segunda mitad del siglo xviii. Las representaciones
gráficas de los territorios y las ciudades obedecerían, a raíz de las reformas,
a una nueva actitud que debía reflejar milimétricamente la realidad, pues
de ese modo se tendría un mejor control y administración de los mismos.
[cat. 106]
47
política de la Nueva España. Tovar y de Teresa señala un dato significativo, el de la rueda
de las generaciones: “Un año después de la muerte de Quiroga estalla la conspiración del
marqués del Valle de Oaxaca. Ante la amenaza de perder sus derechos, los hijos y los nietos
de los conquistadores y encomenderos intentan proclamar rey de Nueva España al hijo del
conquistador. Son ejecutados en plaza pública y sus casas saladas para ejemplo”.10
Conciencia de lo propio
Octavio Paz afirmó, no sin razón, que el criollo nació al día siguiente de terminada la conquista. Y siguió las leyes biológicas: demoró todavía unas décadas en madurar. La primera
generación, de acuerdo con las reglas de la ronda del tiempo, dejaría saber sus ideas en
tiempos de Felipe II, el hijo del emperador. La trama de la civilización que nacía en la
América española desde finales del siglo xv comenzó por el reajuste de los espacios. Los
adelantados y capitanes de expedición concibieron otras cosmogonías, otras geografías, diferentes a las que habían vivido; eran las que habían soñado. Con esos sueños se inventó al
Nuevo Mundo.
48
49
Descripción del pueblo y tierras de San Jacinto de las Milpas,
jurisdicción del marquesado de Oaxaca. Los pueblos de indios
conservaron el derecho a organizarse administrativa y socialmente
conforme a la tradición de sus pobladores. Sin embargo, la Corona
decidió que estas poblaciones debían contar con un trazado ortogonal
y un sistema de habitaciones que les permitiera acostumbrarse
a la forma de vida urbana característica de los europeos. [cat. 31]
Descargar