1 LA DESDEMOCRATIZACIÓN DE LAS RELACIONES LABORALES EN LOS ENCLAVES GLOBALES DE PRODUCCIÓN AGRÍCOLA1 Carlos de Castro (UAM) Elena Gadea (UMU) Natalia Moraes (UMU) Marta Latorre (UMU) Resumen: Esta comunicación sostiene, por un lado, que en los nuevos enclaves globales de producción agrícola se está configurando una norma específica de empleo y, por otro lado, que la consolidación de esta norma de empleo está debilitando el vínculo entre el trabajo y la ciudadanía. Para demostrarlo se analizan las condiciones de trabajo de diversos enclaves de producción agrícola en España y en América Latina en los que predominan los siguientes rasgos: un elevado grado de trabajo informal, alta temporalidad y estacionalidad del trabajo, jornadas variables e intensas, salarios bajos, ausencia de negociación colectiva y flexibilidad extrema que ponen en peligro las condiciones de reproducción social de los trabajadores. Bajo estas circunstancias, los trabajadores agrícolas de los nuevos enclaves tienen mayores dificultades para acceder a los derechos sociales vinculados al trabajo y carecen de un mínimo grado de control sobre sus condiciones de trabajo. Abstract: Palabras clave: Trabajo agrícola, ciudadanía, enclaves globales de producción agrícola, Key Words: 1 Este artículo se enmarca en el proyecto SOSTENIBILIDAD SOCIAL DE LOS NUEVOS ENCLAVES PRODUCTIVOS AGRICOLAS: ESPAÑA Y MEXICO (ENCLAVES) financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (2012-2014, CSO2011-28511) dirigido por Andrés Pedreño Cánovas 2 1. Introducción El sector de la agricultura ha presenciado importantes transformaciones en las últimas décadas. La globalización del sistema agroalimentario ha dado lugar al surgimiento a lo largo y ancho del planeta de nuevos enclaves de agricultura intensiva (Friedland 1994). La expansión de la agricultura industrial en estas áreas geográficas está estrechamente vinculada a una nueva división internacional de trabajo en el marco de la restructuración de la economía global (Sassen 1993; 2001). El resultado de ello ha sido la configuración de un sistema global de frutas y hortalizas frescas en el que participan numerosos países de distintos continentes en una red mundial de producción y consumo y en el que los países desarrollados son los principales consumidores y los países subdesarrollados son los principales productores (McMichael 1994). No obstante, se trata de una división Norte/Sur que también se reproduce en el interior de la UE (Pedreño 2003) y en razón de la cual las regiones agroindustriales del Mediterráneo se han convertido en lo que se ha llamado la “huerta de Europa” (Pedreño 2005). Estos enclaves de producción agrícola comparten algunos rasgos: desarrollan una actividad agrícola orientada a la exportación, se encuentran dominadas por las grandes cadenas de distribución de los países desarrollados, están orientadas a responder los nuevos hábitos alimentarios de las clases medias de los países desarrollados, registran un elevado grado de industrialización y de tecnologización de varias de las fases de los procesos productivos, se basan en el uso intensivo de mano de obra femenina e inmigrante bajo condiciones de precariedad y, por último, fomentan un elevado grado de segmentación étnica y sexual del mercado de trabajo agrícola. Una de las tendencias que encontramos en las cadenas globales de producción agrícola es la exigencia de disponibilidad y adaptabilidad de la mano de obra a una norma de producción regida por la discontinuidad temporal de los cultivos y por las demandas cambiantes de los mercados, lo que se ha traducido en unas relaciones de empleo que exigen al trabajo una alta flexibilidad. El funcionamiento óptimo y la competitividad de los enclaves de agricultura intensiva dependen, por tanto, de la disponibilidad de fuerza de trabajo flexible y móvil, y de la producción y reproducción de sujetos sociales vulnerables que se muestren disponibles para ocupar los puestos de un mercado de trabajo cada vez más precarizado. Por otra parte, la profunda restructuración de la producción agroalimentaria se sostiene sobre una sofisticada organización del trabajo. La llamada “taylorización” de los procesos productivos agrarios ha endurecido significativamente las condiciones del trabajo agrícola. Considerada como una estrategia orientada a responder con agilidad a la demanda, la creciente coordinación entre las diferentes 3 fases productivas se traduce en un incremento de la adaptabilidad y de la flexibilidad de los trabajadores en varios sentidos: flexibilidad salarial (contención salarial y salario a destajo), flexibilidad horaria (prolongación e intensificación de la jornada), flexibilidad funcional (realización de múltiples tareas no especializadas), flexibilidad geográfica (movilidad entre diferentes territorios). Unas exigencias de flexibilidad que, en este caso, han contribuido a empeorar significativamente las condiciones de trabajo agrícola y que han recaído sobre los grupos sociales más vulnerables. Este texto toma como punto de partida la idea de que la similitud de las condiciones de trabajo de algunas de las principales áreas de la agricultura industrial permiten que pueda hablarse de la configuración de una norma de empleo agrícola (Moraes et al. 2012) y defiende la hipótesis de que dicha norma ha conducido al deterioro de la condición de ciudadanía de los trabajadores agrícolas. Nuestra idea es que el desarrollo de una norma de empleo lleva consigo cambios en el vínculo entre el trabajo y la condición política de los trabadores debido a que la norma de empleo constituye uno de los pilares del modelo de ciudadanía social junto con las redes estatales de protección social. En la mayoría de los países, el sector agrícola no ha estado incluido de una manera directa en la normalización fordista de las relaciones laborales iniciada en los años de posguerra (Topalov 2000). De hecho, en el caso de España, ha estado incluido en un régimen especial de la Seguridad Social hasta el año 2011. No obstante, al constituirse el sistema global de producción agrícola ha participado enteramente en la dinámica de flexibilización del empleo iniciada en los años 1970 (Miguélez and Prieto 2009). Una flexibilización que supuso un abierto cuestionamiento de la centralidad social y política del empleo, lo cual implicaba cuestionar las bases constitutivas del modelo de ciudadanía social: la norma salarial de empleo y los derechos sociales (Alonso 2004; Rodríguez 2006; Wilson 2004). Por un lado, la norma social de empleo consiste en el conjunto de regulaciones sociales y políticas del trabajo y pueden distinguirse dos tipos: la salarial y la flexible (Prieto 2002). En cada una de ellas, la regulación política contribuye a configurar la condición política del trabajo y a convertir al trabajador en ciudadano, esto es, considera al trabajador como un sujeto inscrito en el marco de un conjunto de derechos que participa en el proceso de producción no en calidad de individuo portador de habilidades comercializables sino como miembro de una comunidad política más amplia que regula las condiciones de los procesos de trabajo. En la norma salarial de empleo la participación en el trabajo asalariado se constituye como la fuente primordial de ciudadanía y de acceso a un amplio abanico de derechos sociales. El empleo dentro de esta norma es un empleo estable en el que las jornadas son regulares y el salario varía según la cualificación y se actualiza según el coste de la vida, en el que jornadas y salarios se fijan por medio de la negociación colectiva, en el que se reconoce a los trabajadores el derecho a organizarse y a ser representados, en el que se establecen algunas limitaciones a las decisiones empresariales con respecto a la asignación de tareas según la cualificación y en el que se reconocen y se amplían los derechos de los trabajadores a la protección social y económica. 4 En las últimas décadas se ha producido una tendencia general hacia una norma flexible de empleo (Miguélez and Prieto 2009; Prieto 2002) que se ha manifestado de formas distintas en cada país y en cada sector (Doogan 2009; Fevre 2007). Dentro de esta norma flexible, el empleo es inseguro e inestable, las jornadas son irregulares y las remuneraciones se han dispersado debido a que se negocian individualmente por lo que el poder de negociación de los trabajadores ha disminuido. Esta dinámica de flexibilización del empleo ha contribuido a que se haya deteriorado la participación en el trabajo asalariado como acceso a derechos sociales y a un reconocimiento pleno de la ciudadanía. En términos generales, suele afirmarse que la flexibilización del empleo ha conducido hacia un debilitamiento de la ciudadanía (Alonso 1999; 2007). Por su parte, la incorporación de los derechos sociales al estatus de ciudadanía llevada a cabo tras la Segunda Guerra Mundial implicaba no sólo el establecimiento de criterios no productivistas en la organización de la vida económica, tales como la democratización socio-económica o la justicia social como vía para la eliminación de la desigualdad social, sino también una radical ampliación de la ciudadanía más allá de la esfera productiva y hacia la esfera de la reproducción social. Esta ampliación del horizonte de la ciudadanía suponía, además, una socialización parcial de la responsabilidad por la reproducción social, en la medida en que se asignaba a las instituciones estatales la responsabilidad para garantizar su cumplimiento. El Estado de Bienestar surgiría, por tanto, para garantizar y proveer ese nuevo conjunto de derechos sociales ligados a la esfera de la reproducción social (Doogan 2009; Esping Andersen 2000; Mingione 1994). La articulación entre la ciudadanía y el trabajo dependía, por tanto, del modo en que se articulara la esfera productiva y la esfera reproductiva y de que el Estado se constituyera en el responsable de la prestación de una serie de servicios indispensables para la participación del trabajo en los procesos productivos mercantilizados y, en general, para la reproducción en conjunto de la vida social. De esta forma el Estado garantizaba, por un lado, la disponibilidad de la mano de obra “adecuada” para los empresarios y, por otro lado, garantizaba la estabilidad y la seguridad del empleo para los trabajadores. La ciudadanía social reflejaba, por tanto, una relación de interdependencia entre capitalistas, estado y trabajadores, que constituía las bases del llamado pacto keynesiano. No obstante, una relación de interdependencia no tiene por qué ser una relación de igualdad (Ingham 2010). De hecho, en el desarrollo del capitalismo y de la economía de mercado de las sociedades modernas esta separación entre lo productivo y lo reproductivo, entre instituciones económicas y no económicas, ha conducido a una subordinación de la esfera reproductiva a la productiva (o de las instituciones sociales no económicas a las económicas) (Castel 1997; Polanyi 1989). Los derechos sociales, que se mueven dentro de la esfera reproductiva, se encuentran en una relación de subordinación con respecto al empleo en al menos dos dimensiones. En primer lugar, sólo aquellos que ocupan un empleo se constituyen en titulares directos de los derechos sociales. El modelo de trabajador con el que se diseñó el EB era un trabajador asalariado, del sector industrial, varón, nacional, 5 cabeza de familia. Algo que excluía de una condición plena de ciudadanía a numerosos sujetos como las mujeres, los extranjeros, trabajadores no asalariados, trabajadores de otros sectores como la agricultura y los servicios, etc… Por lo que todo el trabajo y los servicios de reproducción social necesarios para que los trabajadores puedan participar en el mercado de trabajo proceden no sólo del EB sino también de las familias, más concretamente de las mujeres. En segundo lugar, la cobertura de los derechos sociales se basa en que el EB obtenga los recursos económicos derivados de las actividades económicas de la esfera productiva. De ahí que muchos hayan señalado que el modelo de ciudadanía social incorpora lógicas incompatibles: la lógica de acumulación del capitalismo y la lógica de redistribución del estado de bienestar (Alonso 2007; Gorz 1998; Standing 2009). La flexibilización del empleo y la restructuración del EB iniciadas en los años 1970 han supuesto un incremento de la subordinación de la esfera reproductiva a la esfera productiva. El resultado ha sido tanto una atenuación del conjunto de los derechos sociales como una reducción de los derechos sociales a los que se puede acceder por la participación en el trabajo y, por consiguiente, un debilitamiento del modelo de ciudadanía social Este artículo pretende demostrar que el deterioro extremo que han sufrido las relaciones laborales en el sistema global de la industria agroalimentaria ha provocado un severo debilitamiento de la condición de ciudadanía de los trabajadores. Es decir, los cambios en la norma de empleo y en las redes de protección social están recomponiendo radicalmente el vínculo entre el trabajo y la ciudadanía, en el sentido de que los trabajadores tienen cada vez un menor control sobre la organización del ámbito productivo y reproductivo. El menor control sobre el ámbito reproductivo se manifiesta en la mercantilización, individualización y familiarización de los servicios de reproducción social. No obstante, nosotros no nos ocuparemos aquí de esto sino del modo en que las nuevas formas de empleo impiden a los trabajadores cualquier tipo de control sobre el ámbito productivo, debilitando así su condición de ciudadanos. Así pues, en primer lugar se mostrarán los principales rasgos de la norma de empleo de los enclaves agrícolas a partir de la información empírica procedente de varias regiones geográficas2 y, en segundo lugar, se dará cuenta de su impacto sobre la condición ciudadana de los trabajadores agrícolas 2. La norma de empleo y las redes de protección social en los nuevos enclaves de producción agrícola 2 Este material empírico procede del proyecto mencionado anteriormente y del proyecto MIGRACIONES, CADENAS GLOBALES AGRÍCOLAS Y DESARROLLO RURAL. UN ANÁLISIS COMPARADO ENTRE ESPAÑA, MÉXICO, ARGENTINA Y URUGUAY financiado por la Fundación Carolina (2011-2012, CeALCI 11/10), también dirigido por Andrés Pedreño Cánovas. Los casos de estudio que abarcan ambos proyectos son los siguientes: industria frutícola en Neuquén, Argentina; la actividad olivícola en Catamarca, Argentina; la industria del Arándano en Salto, Uruguay; la industria de uvas y mangos en el valle de San Francisco (Sergipe, Bahía y Pernambuco), Brasil; la industria hortifrutícola en Morelos y Sinaloa, México; y la industria frutícola en Andalucía, Alicante y Murcia, España. 6 A continuación exponemos brevemente las principales dimensiones de la norma de empleo que está emergiendo en los enclaves de producción agrícola intensiva para después, en el siguiente apartado, explorar cómo afecta al vínculo entre el trabajo y la condición política del trabajador agrícola. Los enclaves de los que se ha obtenido la información son los siguientes: industria frutícola en Neuquén, Argentina; la actividad olivícola en Catamarca, Argentina; la industria del Arándano en Salto, Uruguay; la industria de uvas y mangos en el valle de San Francisco (Sergipe, Bahía y Pernambuco), Brasil; la industria hortifrutícola en Morelos y Sinaloa, México; y la industria frutícola en Andalucía, Alicante y Murcia, España. No obstante, hay que tener en cuenta la posición marginal que tradicionalmente ha ocupado el empleo agrícola en la norma salarial de empleo. Por su estacionalidad, por la inestabilidad, por el tipo de sujetos que lo realizaban (familiares y, en menor medida, jornaleros),… no eran actividades equiparables a un “empleo normal”. Sin embargo, en las últimas décadas la aparición de los nuevos enclaves de producción agrícolas ha traído consigo importantes cambios en las relaciones laborales y en los tipos de trabajadores que participan en ellos. En los diferentes enclaves puede observarse unas condiciones de trabajo similares, lo que hace que nos preguntemos si está constituyéndose en ellos una norma de empleo. En otras palabras, ¿qué norma social está constituyéndose como referencia para la gestión formal o informal de los conflictos y para la regulación (formal o informal) de las relaciones laborales? En nuestra opinión, se está formando una norma de empleo agrícola en la medida en que las condiciones similares de trabajo de estos enclaves estarían apuntando a un deterioro de la condición política de los trabajadores y de la propia reproducción social de los trabajadores. Lo más importante es que la tendencia hacia el debilitamiento de la condición ciudadana de los trabajadores se agudiza en el caso de los trabajadores migrantes agrícolas puesto que, en razón de su extranjería, no se les reconocen numerosos derechos sociales, económicos y políticos. Relación contractual, estabilidad y seguridad en el empleo: asalarización, intermediación, temporalidad, informalidad e inestabilidad La creciente mecanización de los procesos productivos agrarios, el predominio de las grandes empresas de producción y de distribución y la orientación de la producción hacia el abastecimiento de grandes mercados externos (nacionales o internacionales) se han apoyado en el uso de grandes cantidades de trabajo asalariado extra-local, rompiendo así con otras etapas de la producción agrícola en las que predominaban las pequeñas explotaciones familiares y en las que el trabajo procedía principalmente del entorno familiar y ocasionalmente de jornaleros. No obstante, la mayoría de las empresas agrícolas no gestionan directamente la relación salarial sino que han externalizado esa gestión a los intermediarios. Ha sido esta externalización de la gestión de las relaciones laborales por parte de las empresas agrícolas y, por consiguiente, el papel de los intermediarios laborales lo que ha 7 contribuido a re-definir radicalmente los rasgos de las relaciones laborales en los nuevos enclaves agrícolas (Sánchez 2012). Lo más llamativo en todos estos enclaves es que la proporción de trabajadores contratados directamente por las empresas agrícolas es muy reducida si se tiene en cuenta que una buena parte de ellos son contratados por los intermediarios de manera temporal para las cosechas y otra parte trabajan sin contrato apoyándose en las redes comunitarias y de paisanaje. De esto se deduce que tan sólo una mínima parte de los trabajadores posee un contrato estable. Junto con la creciente asalarización, la intermediación, temporalidad e informalidad son, por tanto, las principales características de las relaciones laborales en los nuevos enclaves de producción agrícola global. Veámoslo con más detenimiento. Intermediación laboral. El papel de los intermediarios laborales es cada vez más importante y las empresas agrícolas dependen cada vez más de ellos. La figura del intermediario laboral tiene una larga historia en la actividad agrícola aunque haya ido complejizándose en las últimas décadas. El intermediario puede ser una empresa de trabajo temporal o un contratista individual de mano de obra (enganchador, capitán, furgonetero, etc…) o una cuadrilla (aunque gestionada por un contratista)3. La función principal de los intermediarios consiste en coordinar espacial y temporalmente la oferta y la demanda del mercado de trabajo. Se trata de una función crucial en un sector en el que, a pesar de la atenuación de la estacionalidad, la necesidad de mano de obra se incrementa enormemente en las épocas de cosecha. La inexistencia de una mano de obra local que cubra esa demanda estacional pone a las empresas en manos de los intermediarios que son quienes se encargan de garantizar la afluencia de trabajadores extra-locales, migrantes durante esas temporadas. Lo habitual es que la relación entre la empresa y el intermediario sea una relación comercial (formal o informal) por la que empresa paga una cantidad global al intermediario por el trabajo de un determinado número de trabajadores durante un periodo de tiempo determinado y en una finca concreta. Hay muchas formas de intermediación laboral pero lo más sustantivo de todas ellas es que la negociación de las condiciones de trabajo no se realiza directamente entre la empresa agrícola y los trabajadores sino a través del intermediario, quien se hace responsable de la situación legal de los trabajadores. No existe, por tanto, ninguna vinculación jurídica de la empresa con el trabajador sino con el intermediario. Por ejemplo, en Neuquén (Argentina), al igual que en Murcia (España), conviven las formas tradicionales de intermediación (cuadrilleros, transportistas) con otras nuevas como: cooperativas regionales de trabajo, sindicatos agrarios y empresas de trabajo temporal (Bendini and Steimbreger 2011; Segura, de Juana, and Pedreño 2002). En Catamarca (Argentina) y en Salto (Uruguay) es habitual que se contrate laboralmente a algún intermediario para asegurarse el acceso a las redes familiares y comunitarias qué este pueda controlar (Cruz and Quaranta 2011; Riella, Tulio, and Lombardo 2011). Los casos de Sinaloa y de Morelos nos permiten observar que la intermediación va más allá de la mera contratación de trabajadores en otras regiones. Por un lado, 3 Otra estrategia para cubrir esa demanda estacional de trabajo es la contratación en origen (Reigada, 2011, 2012) 8 garantizan su transporte hacia las zonas de trabajo así como su alojamiento durante la temporada y supervisan el trabajo en los campos y su vida en los campamentos. Por otro lado, es muy importante no sólo su función económica sino también su función social y cultural dado que el intermediario suele ser una figura de referencia en las comunidades de las que proceden los trabajadores (Lara, Sánchez, and Saldaña 2011; Sánchez 2012). Temporalidad. La externalización de la gestión de las relaciones laborales convierte al intermediario en el principal empleador y, al igual que la empresa, éste combina contrataciones formales y contrataciones informales. Cuando hay contrataciones formales, las más frecuentes son las contrataciones temporales que se realizan a los trabajadores estacionales, quiénes puede llegar a firmar varios contratos temporales a lo largo del año gracias al encadenamiento de campañas. El elevado grado de contrataciones temporales está vinculado en parte con el carácter estacional de la actividad agrícola. A pesar de que la modernización tecnológica de la producción agraria ha permitido atenuar la estacionalidad, todavía pueden detectarse grandes diferencias en la necesidad de mano de obra en cada época del año. En el caso de Neuquén (Argentina) en la temporada 2010-2011 tres cuartas partes del total de trabajadores contratados en la actividad frutícola eran trabajadores estacionales (Bendini and Steimbreger 2010). En Salto (Uruguay) las dos empresas más importantes del sector tienen entre 32 y 45 trabajadores permanentes y en las épocas de cosecha contratan entre 1100 y 1500 trabajadores, principalmente a través de los intermediarios pero también de manera directa (Riella, Tulio, and Lombardo 2011). En el caso de Valle de San Francisco, la actividad agropecuaria de un municipio del Estado Pernambuco es la responsable de la creación de 121.000 empleos sobre un total de 222.681 empleos creados en el periodo 2000 a 2009. Pues bien, 118.000 de los 121.000 eran empleos estacionales (Britto 2011). Lo mismo ocurre en el caso de México (Lara 2008) y España (Reigada 2012; Segura, de Juana, and Pedreño 2002). Informalidad del trabajo. En todos los casos de estudio es muy frecuente, sin embargo, que los acuerdos entre intermediarios y trabajadores sean informales y se asienten en las redes de parentesco y paisanaje. En consecuencia, el trabajo informal se encuentra muy extendido en estos enclaves agrícolas. Se trata de una situación que es difícilmente mensurable debido a su ocultamiento. Según una encuesta realizada en el año 2000 a 204 trabajadores agrícolas en uno de los más importantes enclaves de la agricultura intensiva en Europa, trabajaban sin contrato el 83,1% de los trabajadores inmigrantes en situación ilegal y el 24,8% de los que estaban en situación legal (Ces 2001). Por su parte, en Neuquén, a pesar de la creciente transparencia sobre la cantidad de trabajadores, se estima que una parte significativa de los trabajadores estacionales, migrantes o no, carecen de contrato (Bendini and Steimbreger 2011). En Catamarca se recurrió masivamente al trabajo informal en la primera etapa del desarrollo de la actividad olivícola en los noventa (Cruz and Quaranta 2011). En una relación laboral informal no hay nada que asegure que los trabajadores no se vayan a otro campo o a otras cuadrillas, lo que pone en peligro la cosecha y la contratación del intermediario por parte de la empresa. En el caso de 9 Morelos y Sinaloa, donde el grado de informalidad es mayor que el resto de enclaves, se trata de estabilizar la relación ofreciendo otro tipo de servicios (transporte, alojamiento) y, sobre todo, más trabajo por medio del encadenamiento de cosechas (Lara, Sánchez, and Saldaña 2011). Inestabilidad e inseguridad del empleo. De todo ello se deduce que lo menos frecuente es la contratación estable o indefinida, la cual queda reservada a familiares y personas de confianza, para puestos que requieren una elevada cualificación técnica y para puestos de administración y gestión económica. Así pues otra de las características básicas de las relaciones laborales en los enclaves de producción agrícola es la inestabilidad del empleo. Estacionalidad, jornadas y horarios La norma salarial de empleo del periodo fordista aseguraba un trabajo a tiempo completo durante todo el año, algo que es difícilmente compatible con el carácter estacional, aunque rebajado y de diferente grado en cada enclave, de la actividad agrícola. Esta insuficiencia económica del empleo eventual se compensa parcialmente con el encadenamiento de campañas y con el acceso a prestaciones por desempleo, cuando existen. No obstante, los trabajadores agrícolas pueden llegar a trabajar entre 6 y 10 meses al año como se refleja en los casos de Sinaloa y Morelos en México, en Murcia y Huelva en España, en Neuquén y Pomán en Argentina y en el Pernambuco en Brasil (Cavalcanti 2011; Ces 2001; Cruz and Quaranta 2011; Lara 2008; Lara, Sánchez, and Saldaña 2011; Reigada 2012). Por otra parte, en el caso de Salto la duración de la cosechas tan sólo es de dos meses (Riella, Tulio, and Lombardo 2011). Además, las jornadas de trabajo durante los periodos de actividad han registrado una importante extensión e intensificación (Lara 2012; Segura, de Juana, and Pedreño 2002). Es difícil determinar con exactitud la duración efectiva de las jornadas de trabajo de los trabajadores agrícolas en estos enclaves. No obstante puede estimarse que sean de más de 8 horas por dos motivos. En primer lugar, porque los trabajadores necesitan aprovechar los periodos de máxima actividad para compensar con un incremento de salario los meses que no trabajan. Así pues, suelen estar dispuestos a trabajar horas extras aunque en ocasiones no se las paguen o se las paguen a precio de la hora ordinaria. En segundo lugar, la necesidad de los empresarios de llevar a término lo más rápido posible las campañas de recogida para comercializar sus productos actúa como un factor esencial de intensificación del trabajo. Por otra parte, se trata de una jornada que aumenta debido a los largos desplazamientos que han de realizar los trabajadores para llegar a la explotación agraria. Por ejemplo, para el caso de la región de Murcia, la encuesta citada anteriormente parece corroborar estas estimaciones al señalar que el 62% de los trabajadores tiene una jornada de entre 9 y 10 horas, sin contar con el desplazamiento diario (Ces 2001). Por otra parte, en los casos de Sinaloa (México), Pomán (Argentina) y Salto (Uruguay) la jornada suele ser de 8-9 horas más un par de 10 horas, en ocasiones más tiempo, de desplazamiento (Cruz and Quaranta 2011; Lara, Sánchez, and Saldaña 2011; Riella, Tulio, and Lombardo 2011). Nivel y estructura salarial: retribuciones insuficientes y variables Un estudio de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo sobre las relaciones laborales en la agricultura en Europa realizado en 2006 concluía que la agricultura es un sector en el que la media salarial se sitúa por debajo de las media comunitaria4. Para el caso de España, resulta muy difícil encontrar información sobre los salarios en el sector de la agricultura puesto que la Encuesta trimestral de salarios del INE, la encuesta salarial más importante en España, no incluye las retribuciones de este sector de actividad. Algo similar ocurre en México (Lara 2008; 2012). Una dificultad añadida procede del hecho de que gran parte del empleo se realiza dentro de la economía sumergida o a través de intermediarios. No obstante, si nos guiamos por la información que aparece reflejada en los estudios de caso, y en algunos estudios sobre los enclaves de la agricultura intensiva, puede señalarse que los salarios son por término medio menores que en otros sectores de actividad. Cuando existe convenio, éste suele reflejar un salario mínimo bajo y tiende a respetarse (Segura, de Juana, and Pedreño 2002). Por otra parte, hay que destacar que el sistema de retribución salarial más frecuente en estos enclaves es el salario a destajo (Ces 2001; Lara 2012). En Pomán la remuneración depende del valor asignado a cada caja de aceitunas cosechadas, el cual se negocia con el empresario o con el intermediario. El salario diario puede alcanzar en torno a los 150 pesos (27 euros) (Cruz and Quaranta 2011). En Pernambuco se paga entre 0,10 y 0,50 centavos por cada planta de maíz (Cavalcanti 2011). Por su parte, en Morelos en Sinaloa también se asigna un valor a la cantidad de producto cosechado pudiendo obtener 134 pesos al día (aprox. 8 euros) (Lara, Sánchez, and Saldaña 2011). Este sistema de remuneración produce una intensificación de la jornada de trabajo puesto que el trabajador tratará de aprovechar para obtener la mayor cantidad de dinero posible. Por otro lado, este sistema de remuneración hace que el salario sea más variable puesto que en el caso de que la jornada se vea reducida por circunstancias climáticas o cualesquiera otras la remuneración se verá reducida igualmente. Además, hay que destacar que en estos enclaves los intermediarios suelen apropiarse de una parte de los salarios que pagan las empresas por diferentes conceptos (gastos de intermediación, transporte, alimentación, alojamiento) (Ces 2001; Lara 2012; Pedreño 1998; Sánchez 2012). Como contrapunto, hay que señalar que en Salto, Uruguay, se da el caso más formalizado y el salario rural depende del salario mínimo fijado por el gobierno y del salario mínimo por sector y categoría negociado por convenio (Mascheroni, 2011). Unos salarios que son bajos (aprox 700 dolares al mes) debido a la tradicional debilidad de los sindicatos de trabajadores agrarios pero las temporadas tan sólo suelen durar dos meses (Riella, Tulio, and Lombardo 2011). 4 http://www.eurofound.europa.eu/eiro/2005/09/study/tn0509101s.htm 11 En resumen, si se tiene en cuenta que los salarios son menores que la media, que se remuneran a destajo en vez de por jornadas y que trabajan entre 6 y 10 meses al año, puede deducirse la precariedad de las condiciones de trabajo en estos enclaves agrícolas. Descualificación formal y cualificaciones tácitas La incorporación de innovaciones tecnológicas a los procesos agrícolas de estos enclaves no ha eliminado la necesidad de cualificaciones y competencias tácitas. De hecho, una de las estrategias empresariales de selección de personal más extendida en estos enclaves agrícolas consiste en atribuir ciertas cualidades y habilidades “naturales” a algunos colectivos (la delicadeza de las mujeres y la disciplina o el buen comportamiento de los ecuatorianos) (Cavalcanti 2011; Lara, Sánchez, and Saldaña 2011; Lara 2012; Reigada 2010; Reigada 2012) y seleccionarles en razón de ellas. Se trata de una estrategia que tiene al menos dos efectos sobre la relación laboral. Por un lado, no reconoce ni contractual (si existe contrato) ni salarialmente unas competencias definidas como “naturales” lo que contribuye a una desvalorización del trabajo (es decir, del salario) de estos grupos. Por otro lado, esta estrategia de selección también puede convertirse en una estrategia de eliminación de conflictos laborales. Se han dado varios casos de sustitución étnica. Los ecuatorianos sustituyeron a los marroquíes en el Campo de Cartagena puesto que éstos se convertían en “conflictivos” al reclamar mejores condiciones de trabajo (Castellanos and Pedreño 2001). Por su parte, las mujeres de los países del Este con hijos han sustituido a las mujeres marroquíes puesto que según algunos empresarios son más disciplinadas y responsables, encubriendo la verdadera razón que no es otra que las cargas familiares suponen una garantía de regreso (Reigada 2010). Salud, seguridad e higiene en el trabajo: dolencias, afecciones y accidentes En un estudio ya clásico sobre los accidentes de trabajo, Andrés Bilbao vinculaba los problemas de salud laboral con las condiciones del entorno de trabajo. Señalaba que las afecciones físicas y psicológicas no son más que “el final visible de una sucesión de acontecimientos que describen un entorno penoso para determinados individuos” (Castellanos and Pedreño 2001). La sucesión de acontecimientos para la mayoría de los trabajadores agrícolas son la prolongación e intensificación de las jornadas de trabajo en periodos de máxima actividad, los movimientos monótonos y repetitivos que requieren casi todas las tareas, la repetición de posturas de alto riesgo (estar siempre de pie o estar siempre agachado o en cuclillas), trabajar al aire libre a temperaturas extremas o en centros de trabajo con alto grado de humedad, poco ventilados y con temperaturas extremas (exceso de frío o exceso de calor), etc… Estos son, por tanto, los “acontecimientos” que constituyen el entorno de trabajo de los 12 enclaves de la agricultura intensiva y que son los responsables de dolencias crónicas, afecciones y enfermedades. Por ejemplo, en Salto la exposición a temperaturas de 40 grados durante el periodo de cosecha produce problemas en la piel, deshidratación y desmayos (Riella, Tulio, and Lombardo 2011). En Pomán son frecuentes lesiones óseas por malas posturas y por caídas de la escalera así como picaduras de serpiente y deshidratación (Cruz and Quaranta 2011). Por otra parte, los desplazamientos que tienen que realizar los trabajadores también constituyen una fuente de riesgo de accidentes laborales. Castellanos y Pedreño (2001) describen un trágico accidente que se produjo en una ciudad de la Región de Murcia - en el que fallecieron doce trabajadores ecuatorianos al ser arrollados por un tren la furgoneta, con capacidad para siete personas, en la que viajaban – como una consecuencia “lógica” de la externalización de las relaciones laborales por parte de las empresas. Los intermediarios suelen encargarse también del transporte de los trabajadores a los distintos campos. Los desplazamientos no suelen hacerse bajo condiciones de seguridad – ya sea por sobrecarga, por exceso de velocidad o por circular por carreteras secundarias en mal estado – por lo que los accidentes se han convertido en una rutina en estos contextos productivos. Límites del control empresarial y estructura de la negociación colectiva: conflictividades difusas En un contexto donde predomina la informalización del trabajo y la contratación temporal, el poder de negociación de los diferentes actores está desigualmente distribuido. Empresarios e intermediarios poseen mayor capacidad de negociación que los trabajadores, lo cual implica que es muy complicado para los trabajadores establecer límites a la gestión laboral de los empresarios e intermediarios. En la norma salarial de empleo, señala Prieto (2002), la legislación imponía límites al poder de decisión empresarial con respecto a la gestión de la producción y de las relaciones laborales. En esta norma apenas pueden distinguirse límites más que los corporales y los que se autoimpongan empresarios e intermediarios. Esta ampliación del poder sobre el trabajo ha intensificado las formas de control sobre los trabajadores. Por otra parte, estas condiciones de informalidad y de temporalidad suponen que un grave deterioro del poder de negociación de los trabajadores. Por un lado, la dependencia del trabajador con respecto al empresario es muy elevada puesto que prácticamente sólo a través de él puede conseguir un trabajo temporada tras temporada. Por otro lado, el intermediario tiene un cierto grado de control con respecto al empresario puesto que éste depende del primero para lograr reunir la mano de obra suficiente en el periodo de cosecha. No obstante, el intermediario está obligado a no abusar de su posición hegemónica durante la cosecha puesto que el empresario podría prescindir de sus servicios para la temporada siguiente, lo que rompería su posición hegemónica en su comunidad o región de origen. Por lo tanto, existe un equilibrio entre ambos. La temporalidad de los contratos y la informalización de las relaciones laborales dificultan que se desarrollen mecanismos de negociación colectiva de ahí que 13 predomine la gestión individualizada de los conflictos, situación en la que el poder de negociación de los trabajadores es muy débil. Los conflictos más frecuentes tienen que ver no sólo con el nivel salarial (la negociación del destajo), con la duración de la contratación y el tipo de contrato (formal o informal), con la adecuación de la cualificación y con la intensidad del trabajo sino también con la falta de disciplina laboral, con el absentismo no justificado y con la prolongación injustificada de las jornadas así como la reducción de los periodos de descanso. La negociación colectiva está muy poco desarrollada en estos enclaves. En ocasiones se recurre al convenio colectivo o a otra regulación superior para fijar el salario (Cruz and Quaranta 2011). Lo habitual, sin embargo, es que la gestión de los conflicto se realice de una manera coercitiva y por medio de diversos mecanismos de control. Uno de los mecanismos de control más directos es el despido ya sea por indisciplina o falta de productividad. En Salto aquellos que no llegan a la productividad mínima el tercer día no son vueltos a contratar (Riella, Tulio, and Lombardo 2011). En otros casos los trabajadores siempre están expuestos a no ser contratados para la temporada siguiente (Cruz and Quaranta 2011; Lara, Sánchez, and Saldaña 2011). Por otra parte, los intermediarios suelen controlar la productividad, la duración de los descansos, las idas y venidas al baño (Bendini and Steimbreger 2011; Riella, Tulio, and Lombardo 2011) así como los comportamientos y hábitos fuera del trabajo, en los campamentos. Especialmente se controla a los trabajadores conflictivos y a aquellos que intentar sindicalizar las relaciones laborales. Por otra parte, en Sinaloa existe una figura, “las trabajadoras sociales”, encargadas de que se hagan cumplir ciertas normas como la de no consumir los productos que se cosechan o empaquetan mientras trabajan, no llevar auriculares con música, no defecar al aire libre, llevar camisas de manga larga, etc… (Lara, Sánchez, and Saldaña 2011). Además, en gran parte de los enclaves de agricultura se han podido identificar estrategias empresariales de sustitución (étnica o de género) de trabajadores a medida que los trabajadores inmigrantes mejoran su posición legal y reivindican el reconocimiento de derechos (Castellanos and Pedreño 2001; Segura, de Juana, and Pedreño 2002). Todo esto ha provocado una tendencia hacia la individualización de la negociación de los conflictos. Los trabajadores son forzados a negociar individualmente sus condiciones de trabajo principalmente con el intermediario. Esto evidentemente debilita la posición negociadora de los trabajadores. En Pomán, por ejemplo, las reivindicaciones de aumento salarial recorren un largo camino antes de llegar al empresario. Primero el trabajador lo solicita el jefe de la cuadrilla, éste al contratista y éste al empresario (Cruz and Quaranta 2011). Esto puede variar según el tipo de acuerdo que empresarios e intermediarios tengan sobre la responsabilidad con respecto a los trabajadores. No obstante, lo importante es observar cómo se difumina uno de los polos del conflicto. En el caso de la externalización de la gestión de las relaciones laborales, la empresa traspasa la responsabilidad del conflicto al intermediario lo que genera confusión entre los trabajadores (Lara 2012; Sánchez 2012), algo que, como luego veremos, tendrá importantes consecuencias sobre la potencial articulación de una movilización colectiva por parte de los trabajadores. 14 Por otra parte, la debilidad negociadora de los trabajadores es aún mayor si se toma en consideración que la mayoría de ellos son inmigrantes y que su situación legal les hace aún más vulnerables en términos jurídicos (Gil Araujo, 2010). Ello se debe a que el permiso de residencia está ligado al contrato de trabajo lo cual concede al empresario o al intermediario un desmesurado poder de negociación. Esta relación de subordinación alcanza cotas superiores en el caso de que los trabajadores inmigrantes se encuentren en situación irregular. Protección social y económica: hacia un nuevo paternalismo rural En los nuevos enclaves se ha detectado la presencia de unos servicios del intermediario (adelanto de dinero, alojamiento, transporte, información sobre campañas, etc…) que tienen un fuerte carácter paternalista. Las condiciones de informalidad y la temporalidad conducen a que la cobertura de servicios públicos sea muy reducida. Además, algunos de estos contextos productivos se encuentran en países en los que se ha desarrollado una débil red de servicios públicos con escasa capacidad de penetración en todo el territorio. Todo ello dificulta el acceso a ese conjunto de servicios de protección social y económica que, bajo la norma salarial del fordismo, los trabajadores poseían. Se trataba de servicios sanitarios, de desempleo, de enfermedad, de jubilación que trascendían la relación laboral y que daban grosor a la condición de ciudadanía en la medida en que eran considerados como derechos sociales y económicos. Hasta ahora hemos visto cómo la norma de empleo agrícola se refiere a las condiciones bajo las cuales se realizan las actividades, ahora hay que señalar qué tipo de condición política fomenta entre los trabajadores, esto es, de qué manera la norma de empleo agrícola contribuye a construir un vínculo débil entre la ciudadanía y el trabajo agrícola. No es de extrañar que los enclaves productivos agrícolas se hayan alimentado principalmente de trabajadores migrantes para cubrir sus necesidades de mano de obra ante la escasez de la mano de obra local. El recurso a sujetos cuyos derechos no se equiparan con los derechos de los autóctonos no ha hecho más multiplicar la tendencia hacia el debilitamiento de la condición ciudadana de los trabajadores agrícolas y las dificultades de reproducción social de estos colectivos. 3. La desdemocratización de las relaciónes laborales A continuación este artículo explora el tipo de condición política que fomenta entre los trabajadores la nueva norma de empleo agrícola. Lo que se plantea es que se ha producido una des-democratización de las relaciones laborales, lo cual quiere decir no tanto que se haya producido una despolitización del trabajo sino que más bien se ha producido una casi absoluta subordinación de la condición política de los trabajadores a las necesidades de flexibilidad y movilidad del mercado de trabajo. Como consecuencia de ello, los trabajadores agrícolas carecerían de cualquier tipo de mecanismo democrático de control sobre la esfera productiva. 15 La desdemocratización es un concepto acuñado por Charles Tilly (2010) para explicar el carácter dinámico de las democracias, en el sentido de que los regímenes políticos pueden mejorar o empeorar su contenido democrático. Aquí se utiliza este concepto de una manera más libre por su expresividad. Sostenemos que la última oleada de re-mercantilización iniciada en los años 1970 (Harvey 2007; Sassen 2010 a) puede interpretarse, siguiendo a Polanyi (1989), como un proceso de desdemocratización, en el sentido de que lo político se desintegra de, separa de, o se subordina a, lo económico. Durante este periodo de mercantilización las reformas del estado han contribuido a atenuar el contenido democrático de las constituciones de los estados (Pisarello 2011). Sostenemos, por tanto, que el Estado ha iniciado un proceso de reformas y ha desarrollado nuevas formas de intervención sobre la vida económica y social que han puesto en marcha una dinámica de desdemocratización de la sociedad (Tilly, 2010). Desdemocratización en el sentido de que tales reformas han supuesto una creciente subordinación de los procedimientos democráticos de las instituciones estatales y de sus formas de intervención a las necesidades de la economía, del crecimiento y de la competitividad. Se trata, por tanto, de ir más allá del deterioro de las condiciones de trabajo y de vida derivado de los procesos de remercantilización y de ubicar éstas en un proceso de pérdida de derechos de ciudadanía, de destrucción de comunidades locales e, incluso, de destrucción del equilibrio ecológico que toda forma de vida requiere. La idea de la desdemocratización puede aclararse tomando en consideración las principales y tradicionales áreas de intervención del Estado en la vida económica que distingue Ingham (2010): orden social, seguridad jurídica y participación económica directa. En primer lugar, el orden social está muy vinculado con la legitimidad. Las elecciones libres, los procedimientos de control sobre los gobiernos, la efectiva separación de poderes y el equilibrio entre sus funciones son tan sólo algunos de los principales instrumentos por los que se construye la legitimidad no sólo del sistema político sino también del sistema económico. En segundo lugar, la seguridad jurídica se refiere a la capacidad del estado para garantizar normativamente la propiedad privada, la libertad de comercio (libertad económica) y la competencia. En tercer y último lugar, la participación económica directa se orienta hacia la provisión de bienes y servicios públicos, y hacia la estabilización macroeconómica. La última oleada de mercantilización iniciada a finales de los setenta sólo fue posible no eliminando sino reorientando la intervención del estado en estas tres dimensiones. Por un lado, se ha producido una desequilibrio entre los tres poderes en favor del poder ejecutivo y del judicial y en detrimento del parlamento (Sassen 2010 b). Por otro lado, se ha enfatizado el protagonismo de la propiedad privada limitando el desarrollo de otras formas de propiedad colectiva y social; se han eliminado o atenuado todas aquellas normas que pudieran restringir la libre competencia, convirtiéndose esta en una referencia indiscutida para la vertebración de las sociedades; y se han abierto nuevos espacios económicos en los que sólo rige la ley de la oferta y la demanda (liberalización, libre mercado) en detrimento de otros criterios no económicos de gestión de las actividades productivas (Pisarello, 2011). Y, por último, las políticas de privatización y el giro anti-inflacionista de las políticas 16 económicas han transformado radicalmente la participación directa del Estado en la economía (Ingham, 2010). En el ámbito del trabajo, la desdemocratización de las relaciones laborales está relacionada con las numerosas reformas laborales que se han realizado en los países desarrollados en las últimas décadas. El objetivo de las reformas laborales consistía en eliminar o “flexibilizar” todo el conjunto de derechos sociales y laborales que configuraban el modelo de ciudadanía social de posguerra y que había “desmercantilizado” parcialmente el trabajo pero que, sin embargo, eran poco sostenibles de cara a la mejora de la competitividad en un mercado global. El espíritu de las reformas apuntaba, por tanto, a una progresiva subordinación del control político a la eficacia del mercado. Así pues, la devaluación competitiva vía precios y salarios también es una devaluación democrática. En consecuencia, la pretensión de adaptar los mercados de trabajo a un nuevo escenario de la competencia global ha obligado a varios países, principalmente europeos, a la realización de numerosas reformas de las legislaciones laborales y de la prestación de servicios públicos como la seguridad social, sanidad, educación, etc… El caso de España es paradigmático tanto por el espíritu de las reformas como por la cantidad de reformas que se han realizado: 53 reformas laborales desde 1984 hasta la actualidad (Aragón 2012), algo que da cuenta de la extrema implicación de los estados en los procesos de remercantilización del trabajo. Los principales ejes sobre los que han girado las reformas laborales apuntan claramente hacia una progresiva desdemocratización de las relaciones laborales. En primer lugar, las reformas han enfatizado la reducción de las “barreras” de acceso al mercado de trabajo, fomentando tipos de contratación temporal, a tiempo parcial, en prácticas, y rebajando las cotizaciones empresariales a la seguridad social para la contratación de determinados colectivos, así como la reducción de “barreras” de salida del mercado de trabajo por medio de la reducción de los costes de indemnización por despido y de la ampliación de los supuestos elegibles para el despido procedente. Las consecuencias para la condición política del trabajo son claras puesto que la flexibilización de las entradas y salidas desestabiliza el empleo y generaliza la temporalidad quebrando así la base principal de la ciudadanía laboral-social de posguerra. En segundo lugar, las reformas ha pretendido modificar la estructura de la negociación colectiva con el fin de fomentar la negociación individualizada de las condiciones de trabajo, lo que en la práctica supone la eliminación, o al menos la atenuación, de los procedimientos democráticos de gestión de conflictos dentro de las empresas. En tercer lugar, las reformas han modificado las prestaciones por desempleo tanto en lo que respecta a las condiciones de acceso como a su cuantía, lo que no hace más que incrementar la dependencia de los trabajadores con respecto a las fuerzas del mercado. En conclusión, la remercantilización del trabajo que ha sido impulsada por las numerosas reformas legislativas ha desdemocratizado el mundo del trabajo al socavar el marco legislativo en el que se sostenían los derechos sociales y laborales. De 17 hecho, la propia creación de empleo, base principal del modelo de ciudadanía social, depende exclusivamente de la iniciativa privada, esto es, de que existan oportunidades rentables de negocio y empresarios capaces de explotarlas en su favor. De tal manera que el empleo queda despojado de su condición de derecho ciudadano. La descripción que se ha realizado de las relaciones laborales apunta claramente hacia un proceso de desdemocratización. Para empezar el elevado grado de trabajo informal, deja fuera de todo marco jurídico a gran parte de los trabajadores. No obstante, las relaciones de informalidad también están sujetas a compromisos por ambas partes, compromisos que se apoyan en los lazos de parentesco y de paisanaje. Además, la temporalidad y la estacionalidad del trabajo de la industria agraria restringen significativamente la cobertura de sus derechos sociales como el seguro por desempleo, la jubilación, seguro de accidentes y de enfermedad, etc… Ya sea bajo condiciones formales o informales, el nivel salarial de los trabajadores es reducido lo que hace que su dependencia del mercado de trabajo sea más aguda, algo que, además, se acrecienta con la reducción de la cobertura de derechos sociales y económicos. A todo esto hay que añadir que no existe una estructura de negociación colectiva de los conflictos y cuando existe los trabajadores tienen poco poder en ellas. La introducción de la negociación colectiva supuso el esfuerzo más audaz en la democratización de las relaciones laborales del capitalismo. Su aplicación en este sector es muy problemática debido a la movilidad y a la vulnerabilidad de los trabajadores agrícolas. En cualquier caso, su eliminación de facto en un contexto muy informalizado o su severa reducción implica un claro retroceso en la resolución democrática de los conflictos laborales y, en consecuencia, apunta hacia una clara desdemocratización de las relaciones laborales. Por otra parte, hay que señalar que la norma de empleo no sólo se refiere a la regulación de la esfera productiva sino que también está relacionada con lo que ocurría en la esfera reproductiva. La existencia de toda una gama de derechos sociales garantizaban un ingreso a todos aquellos que no pudieran trabajar temporal o permanentemente por diversos motivos (accidentes, enfermedad, discapacidad, desempleo, jubilación) y facilitaban la realización del trabajo imprescindible para la mantener el tejido social y comunitario del que se nutre el mercado de trabajo (cuidados, sanidad, educación, etc…). Pues bien, en los enclaves agrícolas también parece quebrantarse el vínculo con el exterior de la relación laboral y fuerza a los trabajadores a que se muestren completamente disponibles para participar bajo cualquier condición en el trabajo: cualquier tarea, a cualquier hora del día, en cualquier época del año, en cualquier lugar, a cualquier precio, etc… Independientemente de que tales flexibilidades funcionales, temporales, geográficas y salariales supongan desatender sus responsabilidades sociales, comunitarias y familiares y, en consecuencia, poner en peligro su propia reproducción social 4. Conclusiones: la doble paradoja de la ciudadanía laboral 18 Este artículo ha demostrado, por un lado, que se ha configurado de una norma nueva norma de empleo agrícola y, por otro lado, que ello ha conducido a una desdemocratización de las relaciones laborales. Todo ello nos lleva a señalar la doble paradoja de la ciudadanía laboral (Alonso, 2007). La primera paradoja subraya el hecho de que una participación cada vez mayor y más intensa en el mercado de trabajo a nivel global no haya conducido hacia un mayor protagonismo político de los trabajadores sino, todo lo contrario, hacia un aumento de su relación de dependencia económica y política con respecto a los empresarios. Algo que ha de interpretarse como una clara ruptura del pacto keynesiano por la que se pierde la escasa capacidad de control democrático de las condiciones de mercantilización que mantenían los trabajadores. La segunda paradoja está relacionada con las fuentes de la ciudadanía. La ciudadanía social era ciudadanía laboral en el sentido de que el acceso al conjunto de los derechos sociales se basaba en el vínculo formal con el trabajo asalariado. Este enfoque se ha criticado desde diferentes perspectivas feministas, étnicas, ecológicas, entre otras. Estas críticas suponían la apertura de un interesante debate acerca de qué es lo que nos convierte en ciudadanos y cuál es la extensión social de los derechos. A pesar de todas estas críticas la participación en el mercado de trabajo sigue siendo considerada el vehículo privilegiado para alcanzar un reconocimiento mínimo de derechos políticos, sociales y económicos, aunque, como se ha podido comprobar, la participación en el trabajo asalariado genera cada vez menos derechos. Y es precisamente esto lo que llama poderosamente la atención. El proceso de remercantilización de la sociedad no sólo ha debilitado el vínculo entre el trabajo y la ciudadanía sino que, más importante aún, parece haber erosionado la legitimidad de cualquier institución social que pretenda invertir la relación de subordinación de lo político (de las instituciones políticas depositarias de la soberanía popular) y de todas las instituciones no económicas con respecto a lo económico. 5. Bibliografía References Alonso, Luis E. 1999. Trabajo Y Ciudadanía: Estudios Sobre La Crisis De La Sociedad Salarial.Madrid: Trotta. ------. 2004. "La Sociedad Del Trabajo: Debates Actuales." Revista Española De Investigaciones Sociológicas(107):21-48. ------. 2007. La Crisis De La Ciudadanía Laboral.Barcelona: Anthropos. 19 Aragón, Jorge. 2012. Las Reformas Laborales En España Y Su Repercusión En Materia De Empleo. 52 Reformas Desde La Aprobación Del Estatuto De Los Trabajadores En 1980.Madrid: Fundación 1º de mayo. Bendini, Mónica and Norma Steimbreger. 2010. "Trabajadores golondrinas y nuevas áreas frutícolas. Las mismas temporadas, otros territorios."in Migraciones de trabajo y movilidad territorial., edited by S. Lara. México: Miguel Ángel Porrúa. ------. 2011. "La migración estacional: pasado y presente en una región agroexportadora al sur de Argentina.". Britto, W. 2011. "Emprego formal no agronegócio em Petrolina: Uma breve análise no periodo de 2000 a 2009.". Castel, Robert. 1997. Las Metamorfosis De La Cuestión Social: Una Crónica Del Salariado.Buenos Aires: Paidós. Castellanos, Mari L. and Andrés Pedreño. 2001. "Desde El Ejido Al Accidente De Lorca. Amargas Cosechas De Los Trabajadores Inmigrantes En Los Milagrosos Vergeles De La Agricultura Mediterránea." Sociología Del Trabajo(42):3-32. Cavalcanti, Josefa. 2011. "Trabalhadores migrantes e as novas condicoes de trabalho no Vale do Sao Francisco do Nordeste do Brasil.". Ces, C. 2001. Condiciones De Trabajo En El Sector Agroalimentario De La Región De Murcia.Murcia: Consejo Económico y Social de la Región de Murcia. 20 Cruz, R. and Germán Quaranta. 2011. "La conformación de un mercado de trabajo a través de un proceso de restructuración agrícola: la actividad olivícola en el departamento de Pomán, Argentina.". Doogan, K. 2009. New Capitalism?: The Transformation of Work.London: Polity. Esping Andersen, G. 2000. Fundamentos Sociales De Las Economías Postindustriales.Madrid: Ariel. Fevre, Ralph. 2007. "Employment Insecurity and Social Theory: The Power of Nightmares." Work, Employment & Society 21(3):517-535. Friedland, William. 1994. "La nueva globalización: el caso de los productos frescos." Pp. 273-309 in La globalización del sector agroalimentario., edited by A. Bonanno. Madrid: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Gorz, André. 1998. Miserias Del Presente, Riqueza De Lo Posible.Buenos Aires: Paidos. Harvey, David. 2007. El Nuevo Imperialismo.Madrid: Akal. Ingham, Geoffrey. 2010. Capitalismo.Madrid: Alianza Editorial. Lara, Sara. 2008. "¿Es Posible Hablar De Un Trabajo Decente En La Agricultura Moderno-Empresarial En México?." El Cotidiano 23(147):25-33. ------. 2012. "Los Territorios Migratorios Como Espacios De Articulación De Migraciones Nacionales E Internacionales. Cuatro Casos Del Contexto Mexicano." Política Y Sociedad 49(1):89-102. 21 ------. 2011. "Espacios de sociabilidad y modalidades de asentamiento jornalero.". McMichael, Philip. 1994. The Global Restructuring of Agro-Food Systems.Ithaca ; London: Cornell University Press. Miguélez, Fausto and Carlos Prieto. 2009. "Trasformaciones Del Empleo, Flexibilidad Y Relaciones Laborales En Europa." Política Y Sociedad 46(1):275-287. Mingione, Enzo. 1994. Las Sociedades Fragmentadas Una Sociología De La Vida Económica Más Allá Del Paradigma Del Mercado.Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Moraes, N., E. Gadea, A. Pedreño and C. de Castro. 2012. "Enclaves Globales Agrícolas Y Migraciones De Trabajo: Convergencias Globales Y Regulaciones Transnacionales." Política Y Sociedad 49(1):13-34. Pedreño, Andrés. 2003. "Trabajadores inmigrantes y agricultura intensiva: por qué vinieron a recolectar frutas y hortalizas a los campos del Mediterráneo español y cómo fueron convertidos en fuerza de trabajo vulnerable y disponible<br /><br />."in Los inmigrantes y el mundo del trabajo. Vol. 5, edited by A. Tornos. ------. 2005. "Sociedades etnofragmentadas."in La condición inmigrante exploraciones e investigaciones desde la región de Murcia., edited by A. Pedreño and M. Hernández. Murcia: Ediciones de la Universidad de Murcia. Pedreño, Andrés. 1998. "Taylor Y Ford En Los Campos: Trabajo, Género Y Etnia En El Cambio Tecnológico Y Organizacional De La Agricultura Industrial Murciana." Sociología Del Trabajo(35):25-56. 22 Pisarello, Gerardo. 2011. Un Largo Termidor La Ofensiva Del Constitucionalismo Antidemocrático.Madrid: Trotta. Polanyi, Karl. 1989. La Gran Transformación Crítica Del Liberalismo Económico.Madrid: Las ediciones de La Piqueta. Prieto, Carlos. 2002. "La Degradación Del Empleo O La Norma Social Del Empleo Flexibilizado." Sistema(168):89-106. Reigada, Alicia. 2010. "El impacto de la reestructuración productiva en los mercados de trabajo agrícolas." Pp. 73-92 in Mediterráneo Migrante: Tres décadas de flujos migratorios., edited by C. de Castro, E. Gadea, N. Moraes and A. Pedreño. Murcia: Universidad de Murcia. ------. 2012. "Más Allá Del Discurso Sobre La "Inmigración Ordenada": Contratación En Origen Y Feminización Del Trabajo En El Cultivo De La Fresa En Andalucía." Política Y Sociedad 49(1):103-122. Riella, A., M. Tulio and R. Lombardo. 2011. "Las cadenas de producción de alimentos en fresco: el caso del arándano en Salto, Uruguay.". Rodríguez, Jorge. 2006. La Transformación De La Sociedad Salarial Y La Centralidad Del Trabajo.Madrid: Talasa. Sánchez, Kim. 2012. "Un Enfoque Multidimensional Sobre Los Intermediarios Laborales En El Medio Agrícola." Política Y Sociedad 49(1):73-88. 23 Sassen, Saskia. 1993. La Movilidad Del Trabajo Y Del Capital: Un Estudio Sobre La Corriente Internacional De La Inversión Y Del Trabajo.Madrid: Centro de Publicaciones, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. ------. 2001. The Global City: New York, London, Tokyo.Princeton, N.J. ; Chichester: Princeton University Press. ------. 2010 a. "A Savage Sorting of Winners and Losers: Contemporary Versions of Primitive Accumulation." Globalizations 7(1/2):23. ------. 2010 b. Territorio, Autoridad Y Derechos: De Los Ensamblajes Medievales a Los Ensamblajes Globales.Buenos Aires: Katz. Segura, Pedro, Susana de Juana and Andrés Pedreño. 2002. "Configurando La Región Murciana Para Las Frutas Y Hortalizas. Racionalización Productiva, Agricultura Salarial Y Nueva Estructura Social Del Trabajo Jornalero." Áreas 22:71-94. Standing, Guy. 2009. Work After Globalisation Building Occupational Citizenship.Cheltenham, UK: Edward Elgar. Tilly, Charles. 2010. Democracia.Madrid: Akal. Topalov, Christian. 2000. "Institucionalización Del Desempleo Y Formación De Las Normas De Empleo." Política Y Sociedad(34):33-58. Wilson, Shaun. 2004. The Struggle Over Work : The 'End of Work" and Employment Alternatives for Post-Industrial Societies.London: Routledge.