Retos

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El moderno Estado de bienestar está determinado por la problemática
coyuntural que está afectando a los países desarrollados y al contexto mundial
y, en particular, por la globalización como condicionante estructural. Según
algunos autores, el Estado de bienestar ha sido históricamente un mecanismo
institucional de regulación del capitalismo en su fase de expansión, pero, a
finales de los setenta, comienza a ser considerado, por una parte, como un
obstáculo para la globalización, pero por otra, sigue siendo un mecanismo
compensador de los costes sociales. La globalización de la economía ha
supuesto el agotamiento del modelo keynesiano ante los profundos cambios
producidos en el mercado mundial y la aparición de movimientos
especulativos y políticas competitivas a gran escala, que impiden el
crecimiento económico constante, que había posibilitado el desarrollo y
funcionamiento del Estado de bienestar.
En segundo lugar, la expansión de las nuevas tecnologías ha acelerado la
crisis del modelo, ya que han transformado los procesos productivos y
sistemas distributivos, afectando al mundo del trabajo y a su organización. A
esto hay que añadir los efectos de la desaparición del socialismo real,
ocurrida tras la desintegración de la U.R.S.S. a finales de los años ochenta,
que era un obstáculo a la mundialización de la economía y a la expansión del
sistema capitalista. Pero esta globalización está produciendo una serie de
contradicciones que están afectando a las relaciones entre el norte y el sur
-del enfrentamiento entre Este-Oeste se ha pasado al enfrentamiento entre los
países ricos y países pobres- y ha dado origen a una dualización social dentro
de los mismos países desarrollados, al crear diferentes espacios de bienestar y
provocar situaciones crónicas de exclusión social.
El Estado de bienestar futuro tendrá que dirigir su intervención hacia los
riesgos fabricados, derivados de las situaciones de dominación que se
mantienen sobre el Tercer Mundo y cuyas repercusiones a largo plazo se
desconocen y no pueden evaluarse adecuadamente. La explotación
económica del Tercer Mundo ha beneficiado y ayudado, durante siglos, a la
expansión económica de los países desarrollados, a través del mantenimiento
de unos precios baratos de las materias primas y de la mano de obra, lo que
ha producido una situación de dominación y dependencia económica y
tecnológica. Es urgente, por tanto, un replanteamiento de las actuaciones de
los países industrializados respecto a los subdesarrollados. Los programas de
actuación deben procurar un desarrollo alternativo, basado en políticas
generativas y en el fomento de actividades ya existentes en el mismo lugar.
Asimismo, deberán tenerse presentes los nuevos riesgos sociales y
económicos
que
aparecen
en
cada
país,
como
consecuencia
del
envejecimiento de la población y el consiguiente incremento de los gastos de
protección social: pensiones, asistencia sanitaria, ayuda personalizada... y los
cambios producidos en el ciclo formativo y laboral de la población, que
afectan a los procesos educativos, que cada vez son más largos, a la
incorporación a la actividad laboral, que se produce a una edad más tardía y
al adelantamiento de la edad de jubilación. Esto supone la disminución del
período medio de actividad por persona, lo que en conjunto significa mayores
gastos sociales y menos recursos fiscales para el Estado. A ello, habría que
añadir los nuevos riesgos que se están produciendo por el impacto de la
mundialización en la economía nacional, es decir, la repercusión que los
procesos de globalización están teniendo en las economías de los países
desarrollados, como consecuencia de la competitividad mundial y de los
movimientos especulativos.
Por otra parte, tampoco se pueden olvidar las nuevas desigualdades y
cambios en la estructura social, derivados de: 1º) el cambio que se ha
producido en la estructura familiar, concretamente por la incorporación de la
mujer a la actividad laboral y por las nuevas situaciones familiares,
producidas por el aumento de divorcios y la aparición de otras formas de
convivencia; 2º) las nuevas formas de desigualdad y de pobreza, asociadas a
los procesos migratorios y sus problemas de integración, la extensión de
familias monoparentales y la descualificación profesional y exclusión social.
3º) las nuevas desigualdades derivadas de los cambios producidos en la
estructura social y los efectos del paro estructural, que está afectando
especialmente a colectivos muy específicos: jóvenes y mayores de 45 años,
con bajo nivel de cualificación. 4º) la dualización social, que aparece como
resultado de la extensión de la economía sumergida y de los cambios en la
organización
del
trabajo
debidos
a
la
implantación
tecnológica.
De lo anteriormente expuesto se puede deducir que lo que verdaderamente
está en crisis es el modelo económico y la idea de crecimiento ilimitado como
generador de bienestar y calidad de vida. El crecimiento resulta indispensable
para hacer frente a las necesidades cambiantes y siempre crecientes, prototipo
de la cultura del bienestar, pero los niveles de consumo alcanzados en los
países desarrollados no han logrado la realización de muchas de las
necesidades humanas: autorrealización, seguridad, estabilidad personal y
laboral. Es necesario pensar, por tanto, en un modelo de sociedad en el que el
crecimiento económico no sea un fin en sí mismo, sino un medio para dar
respuesta a las necesidades humanas y, por tanto, esté condicionado a su
satisfacción.
Las crisis cíclicas que están experimentando las sociedades avanzadas están
cuestionando la racionalidad del crecimiento indiferenciado del sistema
capitalista. La experiencia, en esta última fase de desarrollo del capitalismo,
está demostrando que la abundancia no conduce necesariamente al bienestar
y a la calidad de vida, que la economía no puede crecer de forma indefinida a
causa de los límites físicos de la propia naturaleza y que el problema
económico fundamental no es el crecimiento, sino la distribución de bienes y
recursos.
Únicamente es posible salir de esta crisis, a largo plazo, a través de unas
estrategias globales de cambio, que deben producirse a nivel mundial y que
suponen necesariamente el establecimiento de un nuevo marco general de
cooperación y una nueva actitud respecto de la naturaleza y de la utilización
de sus recursos, basada en la armonía y no en la dominación y hacia las
generaciones futuras, a fin de que el bienestar actual no hipoteque el suyo.
En este contexto, los retos a los que se enfrentan los modernos
Estados de bienestar son los siguientes:
-
Envejecimiento de la población.
-
Disminución progresiva de la productividad.
-
Demandas cada vez mayores de la población (aumento del umbral
de bienestar).
-
Fragmentación,
falta
de
cohesión,
grandes
diferencias
y
desigualdades en la población y consecuente conflictividad social.
-
Legitimidad del sistema, ligada a elevada presión fiscal.
-
Aumento de la competitividad mundial (deslocalización de mano
de obra, etc.).
El principal reto al que se enfrentan los Estados de bienestar modernos pasa
por la sostenibilidad presupuestaria, necesaria para la prestación de los
servicios fundamentales y cuestionada, dada la nueva situación de crisis
originada por la mundialización del comercio y la producción, el impacto
enorme de las nuevas tecnologías en el trabajo, el envejecimiento de la
población y el nivel persistente de paro.
Para conseguir la sostenibilidad presupuestaria es precisa una flexibilización
de la economía para adecuar el Estado de bienestar a las actuales
circunstancias y una
reactivación de la misma, desarrollando un nuevo
modelo basado en una mayor productividad, fundada en la incorporación de
las nuevas tecnologías, la formación continua de los trabajadores y la
estabilidad en el empleo.
Hay que establecer prioridades, reconociendo una cierta jerarquía de valores.
Se había alcanzado un punto donde la sociedad concebía una exigencia al
Estado del bienestar excesivamente amplia, por lo que se precisa salvaguardar
unos servicios sobre otros, aquéllos que verdaderamente sean esenciales.
Por otra parte, será necesaria una revisión de las instituciones, con la
finalidad de alcanzar un nuevo equilibrio entre eficiencia y equidad, para
modificar aquellas creencias que determinan la creación de empleo y el
crecimiento económico, de la misma forma que conseguir mayor
coordinación de las distintas administraciones a la hora de prestar servicios,
así como una clarificación de sus competencias y, por tanto, también de la
financiación que reciben para llevarlas a cabo.
La sociedad civil debe reaccionar a través de diversas vías:
a) Tomar consciencia de la necesitad de flexibilizar el mercado
laboral.
b) Incrementar la productividad como medio de aumentar las
entradas per cápita en el sistema.
c) Adoptar una consciencia social de que determinadas prácticas
evasivas o elusorias de impuestos son un auténtico crimen
social. Luchar sin cuartel contra la economía sumergida y el
fraude fiscal.
d) Considerar la solidaridad como un principio básico de nuestra
sociedad, pero al mismo tiempo luchar contra el riesgo moral.
e) Combinar los seguros sociales con los seguros privados.
f) Incrementar la corresponsabilidad de los beneficiarios.
g) Crear empleo como medio para asegurar las entradas del
sistema.
h) Potenciar y estimular la capacidad de innovación de los
empresarios.
i) Reorientar la producción hacia bienes de consumo duradero.
j) Incrementar la eficiencia en el consumo de materias primas y
energía, incorporando los precios de las externalidades
negativas que su consumo provoca.
k) Implementar acciones encaminadas a proteger e incrementar el
número de trabajadores mediante actuaciones más agresivas,
como puede ser el reparto del trabajo.
l) Incrementar y fomentar las exportaciones, como medio de
potenciar el crecimiento económico y del empleo.
m) Rebajar las cotizaciones sociales e incluso su progresiva
sustitución por impuestos indirectos o finalistas.
n) Reducir las subvenciones fiscales de difícil justificación.
o) Potenciar la cooperación más estrecha entre el sector público y
el sector privado, mediante el uso de fórmulas consorciales, de
gestión privada, de financiación mixta, etc.
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